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Marco Teórico

Como señala Salinas (2014), basado en los desarrollos de Foucault en torno a la


gubernamentalidad, en sus cursos del College de France entre los años 1977-1979 Seguridad,
Territorio y Población, y Nacimiento de la Biopolítica, la discusión actual de los modos de gobierno y
del ejercicio del poder define a la sociedad actual como articulada mediante el modelo neoliberal, en
que los dispositivos asociados al poder disciplinario darían lugar al de producción de modos de vida,
operando por fuera o en los márgenes del Estado y centrada en el desarrollo de un modos de
subjetivación que operan a nivel del individuo, el que se monitorea y regula a sí mismo, y que es
parte de un movimiento continuo, entre espacios interconectados por los que oscila, orbita, de
manera permanente, en libre circulación.
Al respecto Castro-Gomez (2010) plantea que este momento de la obra de Foucault se ubica
en el desarrollo de la genealogía y el giro hacia el presente, marcado por el tránsito del poder
soberano al poder sobre la vida, en que el énfasis están puestos en producir la vida o modos de vivir,
actuando sobre el cuerpo de los individuos y sobre la población, siendo este el modo específico del
ejercicio del biopoder, que regula los cuerpos a nivel de especie, de su producción y rendimiento,
gestionando los intereses en términos del cálculo y reducción del riesgo en función no de su
eliminación, sino del manejo de márgenes de maniobra que permitan normalizar el comportamiento,
pero también del deseo.
Esta mutación, Deleuze (2006) la va a ubicar no solo como efecto de la crisis de la
institucionalidad, sino como el efecto de una transformación general de la sociedad capitalista, la que
se va a orientar hacia la superproducción, a la venta y a los mercados, desplazando el lugar central
de la fábrica por el de la empresa, en que el individuo ya no está encerrado sino endeudado, siendo
regulada la población a partir de la cifra, del porcentaje, y que en el ámbito del régimen hospitalario
se traduce por ejemplo en el desarrollo de una nueva medicina, que se plantea como sin médicos ni
enfermos, siendo el primero reducido a un operador que trabajaría con enfermos potenciales y
grupos de riesgo, es decir, con poblaciones que es necesario controlar.
En este contexto, Deleuze (2006) plantea que en la actualidad ya no opera la disciplina,
marcada por el tránsito de un encierro a otro que va modelando a los sujetos, sino que el control, en
que prima lo modulación, en lugar del modelo, sometida a una constante variación marcada
únicamente por la cifra, por el porcentaje, instalando a cada individuo en un sistema de control y de
competencia para mejorar sus rendimientos, lo que puede implicar tanto la negociación individual
para definir el salario, o la gestión individual y el cuidado para reducir los factores de riesgo de alguna
enfermedad o condición, o la formación permanente en el campo de la educación, produciendo y
produciéndose a sí mismo de manera continua.
Esto tendrá como consecuencia para Agamben (2011) la generalización de dispositivos,
articulando el control a partir de las interacciones que cada individuo vaya teniendo con ellos, lo que
da a la noción de dispositivo la condición de una matriz que ya no opera sobre lo cerrado, o sobre el
encierro, sino que en torno a un funcionamiento abierto, indeterminado, al aire libre, en que se
articulan formaciones discursivas y no-discursivas organizado en respuesta a un acontecimiento que
aparece como urgente, y que como señala Dallorso (2010), es este el elemento que da lugar a lo
contingente, a lo abierto “que es aleatorio en la medida que representa la inestabilidad azarosa que
tiene lugar en el enfrentamiento de fuerzas” (p. 51).
Para Agamben (2011) esta condición se traduciría en una subjetivación precarizada, en
constante descomposición y sin dar lugar a procesos de recomposición, sin dar lugar a la integración
de los fragmentos que, de manera residual, pero masiva, va desarrollando el sujeto para producirse
y gobernarse a sí mismo, lo que va a ser orientado por el empuje al rendimiento (Han, 2012) y la
psicologización de la vida cotidiana, que como señalan Rose, O’Malley y Valverde (2012) es parte
integral de la actual forma de gubernamentalidad neoliberal, ya que logra que logra sofisticar y
maximizar la producción de subjetividad, haciendo de la realización de sí mismo la realización de los
intereses sociales, en una libertad obligada que opera como estrategia de control en que la
producción capitalista se sostiene y define como producción de sí.
Para Han (2012) esto va desarrollado en correspondencia con el desarrollo de la tecnología,
siendo posible plantear que esta estrategia a nivel individual no se traduce en un mayor desarrollo
del sujeto, pues la hiperatención actual, caracterizada por un acelerado cambio de foco entre
diferentes tareas, fuentes de información y procesos, no admite el proceso creativo que se logra a
partir del recogimiento contemplativo que caracteriza al aburrimiento profundo. Muy por el contrario,
la atención dispersa, agitada, no produce nada nuevo, sino que reproduce y acelera lo ya existente,
perdiendo así el don de la escucha y a la comunidad que escucha.
Así también, plantea Han (2012) cómo desde la perspectiva del rendimiento de las
sociedades posmodernas, entendido como un funcionamiento maximizado y sin alteraciones, se da
paso al uso y abuso del dopaje como una forma de alcanzar dicha medida de funcionamiento y
desarrollo. Lo anterior produciría un agotamiento y cansancio excesivos, vivenciado a solas, en el
que el Yo llena por completo el campo visual. Es un cansancio de la potencia positiva, de la que no
dice no, la que no se detiene. Es un cansancio que se constituye como violencia, ya que de esta
forma destruye toda comunidad
Es en este esquema en que se articula rendimiento, cansancio y dopaje, en que se observa
no solo la difusión de los dispositivos de control, sino que también el mayor desarrollo del poder
psiquiátrico y de los procesos de medicalización de la vida descritos por Foucault y que Stolkiner
(2013) extiendo hasta el campo de la salud mental, y que en las condiciones actuales opera
principalmente por medio de la oferta farmacéutica la que colabora en esta imbricación entre el
lenguaje científico y el lenguaje común que lleva a que todo sufrimiento, pueda ser traducido y
gestionado como un padecimiento biológico, o como sufrimiento psíquico.
Para Nikolas Rose (1997) y Eva Illouz (2010) este proceso de difusión del poder psiquiátrico
se ha desarrollado en la forma de una expansión de lo que han denominado cultura de la
psicoterapia, la que supera la relación directa entre gubernamentalidad y psicoterapia, haciendo de
sus discursos y técnicas basadas en el modelo de la guía espiritual y el poder pastoral un modo de
transmisión de técnicas y herramientas para la gestión de sí, articulándose como una racionalidad
que permea los distintos ámbitos de la vida social, a partir de conceptos y de productos de consumo
que se desarrollan en clave terapéutica.
En este esquema, Rose (2007) plantea que esto lleva una psicologización de la vida
cotidiana, la que promueve que los sujetos que puedan acceder a estas ofertas de consumo, operen
como expertos en el arte de vivir, en que la vida cotidiana es articulada en términos de códigos de
orden terapéutico, que apuntan al cuidado de sí, siendo el sujeto por sí mismo el más idóneo para
gestionar y regular sus formas de afrontar el malestar. En este sentido, Béjar (2011) señala que esto
pasa también por una transformación general del lenguaje, el que transita de una clave moral a una
clave psicológica, centrándose en lo emocional, dictando lo que el sujeto debe sentir y cómo debe
percibirse a sí mismo, lo que siguiendo Papalini (2013) opera principalmente por medio la literatura
de consejos o autoayuda, que difunde relatos de hombres y mujeres que se han hecho a sí mismos,
y que cumplen con la exigencia de superar la adversidad y alcanzar el éxito económico.
Al respecto, Castro (2014), Así también, advierte que esta racionalidad, articulada en torno
al rendimiento, el cansancio y la gestión de sí mismo, a partir de esta cultura centrada en la
emocionalidad, no opera sólo en torno a quienes logran formar parte de estas modalidades de
consumo, señalando que
“la aparente exterioridad del “consumidor defectuoso” tiende cada vez más a disolverse, en
el contexto de la creciente neoliberalización de las sociedades contemporáneas. El imperativo de ser
empresario de uno mismo se combina perfectamente con una exposición intensiva a la
incertidumbre, de tal manera que la autogestión puede convertirse en el correlato ineludible de la
pobreza, la carencia y la falta de dignidad en la propia vida” (Castro, 2014, p. 78).
Es en este sentido, en que la pregunta por la psicoterapia como dispositivo, aparece como
en una dimensión problemática, pues la difusión de la cultura terapéutica va de la mano con su
reducción a una actividad de transmisión de herramientas para la gestión de sí, presentándose como
el resabio de un poder pastoral que no estaría enfocado en el desarrollo directo de una moralidad
religiosa, sino del alcance del éxito y la realización de sí.
Sin embargo, como señala Radiszc (2009, en Cavieres, 2009) esta pretendida imparcialidad
no es tal, pues este dispositivo está atravesado por una diversidad de intereses en los distintos
niveles en que opera, a la vez que está orientado por una racionalidad del gasto y de una eficiencia
económica que hace de la economía la racionalidad que articula su funcionamiento y por tanto sus
efectos de producción, a nivel subjetivo y social, como hasta ahora se ha ido señalando. En este
sentido la psicoterapia opera en estas condiciones en los términos de una moral de lo mínimo, en
que se movilizan recursos para el desarrollo de condiciones que garantizan una estética del
dispositivo como desprovisto de intereses y puesto al servicio del reconocimiento de la singularidad
de los sujetos, pero sin problematizar las relaciones entre ética y técnica, quedando al servicio de la
normalización.
Al respecto, la investigación realizada por Zamora (2015) sobre la performatividad de los
profesionales psicólogos en APS en Chile, concluye que justamente una de las condiciones actuales
del dispositivo psi, lo que permite reafirmar lo señalado teóricamente respecto de la reducción de la
actividad profesional a su dimensión más técnica, generando maniobras locales en base a las
adaptaciones e interpretaciones que realizan de la política, lo que responde en parte a las
condiciones generales previamente descritas pero que en el contexto nacional responden también a
las brechas existentes entre las distintas normativas técnicas y su ejecución por parte de los
funcionarios de salud provenientes del ámbito de la medicina, lo que deja a los y las profesionales
psicólogas en la necesidad de cubrir estas brechas para garantizar el cumplimiento de la normativa
y la atención de usuarios.
En una línea similar, pero en el ámbito específico de la depresión, Andrade (2015) señala
que esto implica para los/las profesionales psicólogos/as una puesta a prueba de su capacidad de
adaptación, haciéndose necesario el reconocimiento de las condiciones de precariedad en las que
se insertan, lo que lleva a que las prácticas se articulen a partir de significaciones tales como “hacer
trampita” que opera como un secreto a voces, “arreglársela con lo que hay” y “hacer malabarismo”
en relación a la contradicción entre escases de recursos y el cumplimiento de metas, no siguiendo
la normativa técnica y teniendo que hacerse cargo de formarse y reflexionar sobre sus prácticas en
el ámbito de la salud pública, lo que lleva a concluir que el modelo del empresario de sí mismo,
sofisticado por la gubernamentalidad neoliberal, amparada en el rendimiento y la psicologización de
la vida cotidiana, es una realidad que toca tanto a pacientes como a terapeutas.

Noción de dispositivo

En este esquema, la principal herramienta a partir del cual se ejerce este modo de gobierno
Desde Castro (2014), es posible señalar que estos procesos implican el punto cúlmine del
desarrollo y difusión del poder psiquiátrico, pues además de difundir y popularizar los distintas
técnicas y conceptos de las psicologías y de las neurociencias, expandiendo la lógica de lo
terapéutico en la cultura, actúa también extendiendo a la psicoterapia más allá de lo patológico,
alcanzando en algunos sectores como algo que se propone incluso para “personas normales”, como
parte del repertorio de dispositivos psi a los que puede acceder el sujeto. Cabe señalar al respecto,
que este proceso de psicologización, alcanza este nivel de desarrollo a partir de un proceso bastante
amplio que es el de medicalización de la vida también analizado por Foucault (Stolkiner, 2013),

A partir de estos es posible señalar con Castro (2014) que a diferencia de las lecturas
sociológicas que apuntan a que las problemáticas actuales, entre ellas el mismo auge de la depresión
como cuadro generalizado, no se explican por el desarrollo del individualismo en tanto negación de
lo social, sino que más bien responden a una transformación respecto de sus mecanismos, los que
intensifican y expanden el espacio mercantil neoliberal, en una nueva gubernamentalidad que no
está sostenida en el Estado y que opera entonces desregulada, fragmentada, empujando además a
los sujetos a la gestión de sí, del propio capital que ellos mismos son.

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