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NB: los fragmentos transcriptos son todos de Lacan, salvo expresa aclaración en contrario; las negritas
son nuestras, lo mismo las aclaraciones entre corchetes. Las cursivas son de Lacan, excepto en los tramos
entre corchetes. Los números entre paréntesis remiten a la página de la edición citada.
El énfasis con mayor tipografía y color en algunos fragmentos es nuestro.
Solo la mentalidad antidialéctica de una cultura que, dominada por fines objetivantes, tiende a
reducir al ser del yo toda la actividad subjetiva, puede justificar el asombro producido en un Van
den Steinen por el boroboro que profiere: "Yo soy una guacamaya". Y todos los sociólogos de
la "mentalidad primitiva" se ponen a atarearse alrededor de esta profesión de identidad, que sin
embargo no tiene nada más sorprendente para la reflexión que afirmar: "Soy médico" o "Soy
ciudadano de la República francesa", y presenta sin duda menos dificultades lógicas que
promulgar: "Soy un hombre", lo cual en su pleno valor no puede querer decir otra cosa que
esto: "Soy semejante a aquel a quien, al reconocerlo como hombre, fundo para reconocerme
como tal", ya que estas diversas fórmulas no se comprenden a fin de cuentas sino por
referencia a la verdad del "Yo es otro", menos fulgurante a la intuición del poeta que evidente a
la mirada del psicoanalista.
¿Quién sino nosotros volverá a poner en tela de juicio el estatuto objetivo de ese "yo" [je]
que una evolución histórica propia de nuestra cultura tiende a confundir con el sujeto? (121-
122).
LACAN, Jaques. El seminario. 10. La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós,
2006, trad. Eric Berenguer.
Todas las cosas del mundo entran en escena de acuerdo con las leyes del significante, leyes
que no podemos de ningún modo considerar en principio homogéneas a las del mundo. […]
Así, primer tiempo, el mundo. Segundo tiempo, la escena a la que hacemos que suba este
mundo. Una vez que la escena prevalece, lo que ocurre es que el mundo entero se sube a ella,
y que con Descartes se puede decir Sobre la escena del mundo, yo avanzo, como él hace,
larvatus, enmascarado. A partir de ahí, se puede plantear la cuestión de saber lo que el mundo
[…] le debe a lo que le viene de vuelta de dicha escena […] Aquello con lo que creemos
enfrentarnos en cuanto mundo, ¿no son simplemente restos acumulados, provenientes de la
escena cuando se encontraba, por así decir, de gira? (44)
¿Qué es el objeto a en el plano de lo que subsiste como cuerpo y que nos sustrae en parte, por
así decir, su propia voluntad? […es] la reserva última irreductible de la libido.
El objeto está en efecto vinculado a su falta necesaria allí donde el sujeto se constituye en el
lugar del Otro [es decir en/tras la significantización], es decir, tan lejos como sea posible, más
allá incluso de lo que puede aparecer en el retorno de lo reprimido.
Si a se llama a [en francés, “tiene”] en nuestro discurso [es]…, para decirlo humorísticamente,
porque es lo que ya no se tiene [Ce qu´on n´a plus]. (131)
Freud dice que la angustia es un fenómeno de borde, una señal que se produce en el límite del
yo cuando éste se ve amenazado por algo que no debe aparecer. Esto es el a, … (133).
… este a minúscula, que no está, por su parte, en escena, pero que no hace otra cosa más
que pedir a cada instante subir a ella… (153).
El mismo Freud dice que la angustia es esencialmente Angst vor etwas, angustia ante algo […]
Sólo la noción de real, en la función opaca que es aquella de la que les hablo para oponerle la
del significante, nos permite orientarnos. Podemos decir ya que este etwas ante el cual la
angustia opera como señal es del orden de lo irreductible de lo real. […]
Sólo existirá [el sujeto] a partir del significante, que le es anterior, y que con respecto a
él es constituyente. […] … surge entonces […] algo que es el resto, lo irreductible del
sujeto. Es a. El a es lo que permanece irreductible en la operación total de advenimiento
del sujeto al lugar del Otro. (174-175)
¿Cómo decir lo que es del orden de lo indecible, y cuya imagen, sin embargo quiero hacer
surgir? (176).
…a es irreductible, es un resto, y no hay ninguna forma de operar con él. […] …podría sugerir
que a adopta la función de metáfora del sujeto del goce. Esto sólo estaría bien si a fuera
asimilable a un significante. Ahora bien: se trata precisamente de lo que resiste a toda
asimilación a la función del significante, y por eso precisamente simboliza lo que, en la
esfera del significante, se presenta siempre como perdido, como lo que se pierde con la
significantización. Pero precisamente este desecho, esta caída, esto que resiste a la
significantización, es lo que acaba constituyendo el fundamento en cuanto tal del sujeto
deseante –no ya el sujeto del goce sino el sujeto en tanto que se encuentra en la vía de su
búsqueda, …” (190)
…
… se trata, ciertamente, de cierta relación permanente con un objeto perdido en cuanto tal.
Este objeto a en tanto que cortado presentifica una relación esencial con la separación en
cuanto tal.” (231)
… [nos ocupamos de] el lugar sutil, el lugar que tratamos de circunscribir y de definir, aquel
lugar nunca advertido hasta ahora en todo lo que podemos llamar su irradiación
ultrasubjetiva, el lugar central de la función pura del deseo, por así decir –lugar en el que les
demuestro cómo se forma a, el objeto de los objetos. […] Objeto perdido en los distintos niveles
de la experiencia corporal donde se produce su corte,… “ (232-233).
La función del resto, [es] esa función irreductible que sobrevive a la prueba del encuentro con
el significante puro. (239).
El objeto a es “lo más yo mismo que hay” y que “está en el exterior, no tanto porque yo
lo haya proyectado como porque ha sido separado de mí” (242).
…el objeto definido en su función por su lugar como a, el objeto que funciona como resto de la
dialéctica entre el sujeto y el Otro, … (249).
El funcionamiento del deseo –o sea del fantasma, de la vacilación que une estrechamente al
sujeto con el a, aquello mediante lo cual el sujeto se halla suspendido de ese a resto,
identificado con él –permanece siempre elidido, oculto, subyacente a toda relación del sujeto
con un objeto cualquiera, y tenemos que detectarlo allí”. (257).
De hecho, se trata en cada uno de los niveles de situar cuál es la función del deseo, y ninguno
de ellos se puede separar de las repercusiones que tiene sobre todos los demás. Los une una
íntima solidaridad, que se expresa en la fundación del sujeto en el Otro por la vía del
significante, y en el advenimiento de un resto a cuyo alrededor gira el drama del deseo, drama
que permanecería opaco para nosotros si no estuviera ahí la angustia para permitirnos revelar
su sentido. (263).
[La angustia] no carece de objeto, sino que designa muy probablemente el objeto, por así decir,
más profundo, el objeto último, la Cosa. (336).
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Colimación = f. Fís. Acción de dar a la vista una dirección determinada, en ciertos aparatos ópticos. Un colimador es una
especie de arriero, de resero de la luz y las imágenes, las dirige o lleva a todas hacia el mismo lado o a la misma meta. Lo que
entonces propone aquí Lacan es no solo que el significante no tiene nada que ver con los efectos de significado que causaría,
sino que además el significado “yerra” al “referente”, esto es que también hay discontinuidad, error y/o orientación errónea
entre sigificado y “referente” (siguiendo a Jakobson, demos por hecho que “referente” es aquí aquello a lo que se refiere el
mensaje, algo del mundo real –digamos- referido en/por el mensaje, enunciado o frase).
2
Aquí y en general en Lacan, “realidad” no es lo mismo que Real ni que lo Real. Mientras lo Real es lo imposible, la realidad
es lo que el discurso y las representaciones hacen posible (lo que la charlatanería vigilante de la cultura nos da de posibles, no
da de poder: solo podemos –parece- lo que el discurso nos manda poder). Lo Real si sería “prediscursivo” o más bien a-
discursivo, es decir barrado, externizado, expatriado (imposibilitado) por nuestra constitución en/por en Orden simbólico.
3
“Colectividad” es en este libro, para Lacan, literalmente “las relaciones de los hombres y las mujeres”, y “es algo que no
anda”.
pero es realmente lo más cercano a lo que nosotros los analistas, gracias al discurso analítico 4,
tenemos que leer: el lapsus. Es como lapsus que significa algo, es decir, que puede leerse de
una infinidad de maneras distintas. Y precisamente por eso se lee mal, o a trasmano, o no se
lee. […] se trata siempre de lo siguiente: a lo que se enuncia como significante se le da una
lectura diferente de lo que significa. (49)
4
“el discurso analítico” aquí se refiere al saber llamado psicoanálisis y, concretamente, a Freud.
5
Desde los primeros ´70, junto con un cierto pasaje de la lingüística a las matemáticas y con su creciente interés en el lenguaje
del Joyce del Finnegan´s, Lacan acuña el término lalangue (lalengua), para designar los aspectos no comunicativos del
lenguaje (juegos de palabras, neologismos, ambigüedades, homofonías y tantas otras flexiones poéticas, diríamos): “Cuando
escribo lalengua en una sola palabra, dejo ver lo que me distingue del estructuralismo, en la medida en que este integra el
lenguaje a la semiología” (123). Para Lacan, lalangue designaría precisamente un descubrimiento central de Freud que él
rebautiza saussureanamente: el modo en que, en la experiencia analítica, el significante se manifiesta como síntoma y en tanto
tal efectúa algo ajeno al significado que el sistema de la Lengua (la Cultura, en fin) pretende que le atribuyamos. El mandato
social del acuerdo, la apuesta o el pacto comunicativo da por hecho que un significado determinado se refiere -mediante un
determinado significante al que se lo une de modo arbitrario: “amor”, o “love”, o “l´amour”, o “liebe”- a algo que estaba antes
allí, que está ante(s) (d)el que lo habla. Freud descubre que las cosas no funcionan de ese modo en el relato del paciente, menos
aún en los momentos clave, decisivos, allí cuando parece a punto de advenir algo del orden de una verdad de la neurosis (es
decir algo de la verdad de la condición traumática de quien está allí siendo hablado por el significante. En ese momento lo que
se presenta, en cambio, no es nada “comunicativo” sino más bien el lapsus, el fallido, el olvido, el error, los deslices, “el
trastrabarse”, etc. Para quien se interese en estos temas de Freud donde tan agudamente advierte la relación significante-sujeto:
Psicopatología de la vida cotidiana, de 1901).
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Conviene aclarar que no obstante, Lacan sostuvo desde el principio de sus escritos que la “significantización”, esto es el
ingreso al Orden Simbólico, permite la constitución de la subjetividad, da lugar al sujeto, lo engendra o produce. Por supuesto
eso no equivale a decir (erróneamente) que para Lacan el inconsciente en particular está estructurado por un lenguaje; el
aparato psíquico, el sujeto o lo que sea que seamos, obedece al régimen del Orden Simbólico pero está compuesto además por
lo Imaginario y lo Real (lo Imaginario es tributario de lo Simbólico pero no es reductible a lo Simbolico, es de otro orden y
otro tenor: digamos que no tendríamos cuerpos, imágenes, texturas, sabores, sonidos, aromas, tintes ni timbres sin las palabras
“cuerpos”, “imágenes”, “texturas” etc., pero tampoco tendríamos todo eso únicamente con esas palabras y solo con ellas; lo
Imaginario conceptualiza entonces la intervención en la vida psíquica de lo aparencial, de la materia que nos entregan los
perceptos; es decir lo que nos queda como unidades mnémicas de lo visible, lo tangible, lo sensible, que por supuesto no es
reductible a lo decible aun cuando no se nos da sino en/por decires; en tal sentido uno de los principales descubrimientos
tempranos de Lacan es lo que llama “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je]” (1949), durante el que “la
forma total del cuerpo” del bebé que descubre su imagen en el espejo -forma una, unificada o integrada “gracias a la cual el
sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su poder”- se opone a la turbulencia de movimientos [diversificantes, no
integrados ni controlados en/por centro alguno] con que se experimenta a sí mismo animándola (“discordia primordial”,
El signo no es pues signo de algo; es signo de un efecto que es lo que se supone como tal
a partir del funcionamiento del significante.
Este efecto es lo que nos enseña Freud, el punto de partida del discurso analítico, o sea el
sujeto.
No es otra cosa el sujeto – tenga o no conciencia de qué significante es efecto- que lo que se
desliza en la cadena significante. Este efecto, el sujeto, es el efecto intermedio entre lo que
caracteriza a un significante y otro significante,… (64)
[…] La cultura en tanto a algo distinto de la sociedad no existe. La cultura reside justamente en
que es algo que nos tiene agarrados. No la llevamos a cuestas sino como una plaga […] . Al fin
de cuentas no hay más que eso, el vínculo social. Lo designo con el término de discurso
porque no hay otro modo de designarlo desde el momento en que uno se percata de que el
vínculo social no se instaura sino anclándose en la forma cómo el lenguaje se sitúa y se
imprime, se sitúa en lo que bulle, a saber, en el ser que habla. […] (68)
[…] hay inconsciente porque algo, en alguna parte, en el ser que habla, sabe más que él, […].
El objeto a no es ningún ser. El objeto a es lo que supone de vacío una demanda, la cual, sólo
situada mediante la metonimia, esto es, la pura continuidad asegurada de comienzo a fin de la
frase, permite imaginar lo que puede ser de un deseo del que ningún ser es soporte. […] … en
el deseo de toda demanda, sólo hay la solicitud del objeto a, del objeto capaz de satisfacer el
goce, […]. (152)
Mi hipótesis es que en individuo afectado de inconsciente es el mismo que hace lo que llamo
sujeto de un significante. Lo enuncio con la fórmula mínima de que un significante representa
un sujeto para otro significante. El significante en sí mismo no es definible más que como una
diferencia con otro significante. (171)
LACAN, Jaques. “El seminario sobre ´La carta robada´” (1956). Escritos. Buenos
Aires: Siglo XXI eds., 2002.