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1- Introducción
Nuestros tejidos se desgastan y deben renovarse. Eso requiere que algunas células se dividan de
cuando en cuando. Pero la división celular debe suceder en el lugar preciso, en el tiempo exacto
y en la cantidad justa. El cáncer sucede cuando todos esos mecanismos de seguridad fallan y el
poder primitivo de la proliferación celular se libera.
Entre las causas conocidas que pueden provocar mutaciones genéticas capaces de contribuir al
desarrollo de un cáncer, nos encontramos con causas genéticas, infecciosas, tabaco, dieta y
contaminantes, las radiaciones ionizantes y la disminución de la inmunidad. Sin embargo, en la
gran mayoría de los pacientes, ignoramos por completo la causa de su cáncer. En general
podríamos decir que no son más que factores de riesgo.
La cirugía, único tratamiento curativo para los tumores sólidos, y la radioterapia son
tratamientos destinados al control local y locorregional del tumor, mientras que la
quimioterapia está dirigida al control de la enfermedad diseminada.
Describen cuatro reacciones emocionales al cáncer: ansiedad, ira, culpa y depresión. Estas
emociones aparecerán en función de la percepción que el paciente haga de la enfermedad, es
decir, cada una de ellas irá asociada a una forma concreta de valorar o interpretar la situación
tumoral y lo amenazante que le resulte. Así pues, cuando una persona experimenta ansiedad
ante el diagnóstico de un cáncer, lo primero que percibirá es peligro y vulnerabilidad ya que en
alguna medida se siente incapaz de enfrentarse a la amenaza. La posibilidad de que haya
deterioro físico, alteración en la imagen corporal o sentimientos de inutilidad pueden ser fuente
de un gran estrés. La ira se genera en la persona cuando cree que su dominio personal ha sido
atacado de alguna manera y de forma injustificada: puede ser un ataque directo sobre la
autoestima, o indirecto sobre los valores de la persona. La sensación de que algo está
agrediéndola parece ser la base de este sentimiento de enfado. Puede enfadarse con Dios por
lo que “le ha producido”, con el médico por no habérselo diagnosticado antes, o con la pareja
por no ofrecerle el suficiente apoyo. En algunos casos, la ira puede ir dirigida hacia uno mismo
por no haber llevado una vida “ordenada” o lo suficientemente “saludable”. Así, nos acercamos
a la culpa, donde el paciente se culpa a sí mismo de tener la enfermedad. Esta emoción puede
aparecer en ocasiones dentro de un cuadro depresivo, pero también puede ocurrir
independientemente como un intento de dar significado a lo que está sucediendo. En esta
búsqueda de sentido, los pacientes con cáncer llegan a la conclusión de que se lo han provocado
ellos y que, por tanto, han de ser castigados. Si logran recuperar el control sobre la enfermedad,
podrán superar la culpa.
Participarán activamente en su recuperación e intentará llevar una vida lo más normal posible.
Si se percibe el diagnóstico como una amenaza, puede optar por dos estrategias de
afrontamiento: la Preocupación Ansiosa y el Desamparo-Desesperanza. En la primera, la
amenaza entraña un estado de incertidumbre tanto acerca de la capacidad de control personal
como sobre las posibilidades futuras; también buscará información sobre la enfermedad, pero
de forma indiscriminada, a cualquier persona, y además interpretándola de forma negativa,
filtrando aquellos aspectos que van a confirmar sus expectativas más negativas. Cualquier dolor
o molestia puede significar una extensión o recurrencia del cáncer. En el Desamparo-
desesperanza, el individuo también pensará que no puede ejercer ningún control sobre la
enfermedad, sin embargo, esta estrategia de afrontamiento es más común en aquellos
pacientes que perciben el diagnóstico como una pérdida. En este caso, el paciente acobardado
por el diagnóstico, encontrará difícil poder pensar en otra cosa; su vida diaria se ve interrumpida
por un pensamiento negativo acerca del pronóstico dela enfermedad. Este “no puedo hacer
nada y nadie puede ayudarme” es lo que con más frecuencia lleva a la aparición de verdaderas
depresiones en el caso del enfermo oncológico. El fatalismo o resignación pasiva es otro estilo
de afrontamiento muy relacionado también con el sentido de pérdida. En este caso, el paciente
acepta pasivamente su enfermedad, no vislumbra que pueda ejercer ningún control sobre ella
y se “resigna” a su suerte. Por último, la negación del diagnóstico también comporta como
estrategia de afrontamiento la negación. Con ella, el paciente niega el impacto de la enfermedad
y su gravedad, es decir, la amenaza que percibe es mínima. Se trata de una evitación positiva, lo
que significa que el paciente deja de pensar en su enfermedad considerando su pronóstico como
bueno.
No es lo mismo valorar a un paciente que acaba de ser diagnosticado de cáncer, que hacerlo
después de un proceso largo de tratamiento y varias recaídas tumorales. En el primer caso,
trabajaremos fundamentalmente la ansiedad ante la amenaza y muy probablemente la rabia;
mientras que en el segundo caso, lo que suele predominar es el agotamiento físico y psicológico
de tanto tiempo de lucha, con un componente depresivo asociado, a causa de los sentimientos
de desamparo y desesperanza.
Así, nos podemos encontrar con tres tipos de procesos defensivos. En primer lugar, el sesgo
cognitivo que tienen los seres humanos a recordar o inclinarse por las cosas positivas. Es decir,
muchos enfermos con cáncer persisten en pensar que se curarán contra todos los pronósticos,
negándose a admitir que la enfermedad puede ser una amenaza para su vida; logran minimizar
de esta manera, el impacto del cáncer. Aunque esta negación puede resultar ser adaptativa, hay
algunas situaciones en las que sería conveniente desafiarla. Por ejemplo, cuando ocasiona
problemas de comunicación y estrés emocional., o cuando la negación no sirve para afrontar los
problemas y hace que aumente bruscamente la ansiedad o que aparezcan depresiones, o
cuando al negar, se evita la adherencia al tratamiento. En segundo lugar, la evitación cognitiva
que aparece cuando el enfermo conscientemente o de forma automática evita a aquellos
pensamientos que podrían causarle ansiedad. Aunque también puede resultar una estrategia
adaptativa; sin embargo, puede ser efectiva sólo parcialmente, ya que las emociones negativas
siguen surgiendo al no poder el enfermo controlarlas, ya que no tiene acceso inmediato a los
pensamientos responsables de dichos sentimientos negativos. Por último, en la evitación
afectiva, el enfermo es capaz de hablar de los factores potenciadores de la ansiedad, pero sin
experimentar reacción emocional alguna al hacerlo. Se trata de un mecanismo de tipo
disociativo, mediante el cual las emociones se perciben como si no le estuvieran ocurriendo a
uno; de este modo el enfermo logra “bloquear” su estado emocional. La persona se protege así
de sus sentimientos; este mecanismo suele estar directamente relacionado con los síntomas
somáticos que presenta el enfermo, estén éstos relacionados o no con la enfermedad
oncológica.
Los autores distinguen dos tipos de técnicas cognitivas: las estrategias de afrontamiento
cognitivas, utilizadas para reducir la frecuencia de los pensamientos o para enfrentarse a
situaciones estresantes y la reestructuración cognitiva, que ayuda al paciente a examinar y
cambiar la base irreal de sus pensamientos.
Entre las estrategias de afrontamiento cognitivas nos encontramos con la Distracción, para
cambiar el foco de atención del pensamiento negativo o las técnicas conductuales; las
Autoinstrucciones y el Ensayo cognitivo. La técnica de reestructuración cognitiva más utilizada
en la TPA es la comprobación de la realidad. En ella se establece una hipótesis, a partir de los
pensamientos del enfermo, y se le pide a éste que los ponga a prueba. Para ello se le enseña a
que busque evidencias o pruebas que puedan apoyar a rechazar la hipótesis. Se le puede ayudar
buscando en su experiencia previa, haciéndole que observe la conducta y experiencia de otras
personas o remitiéndole a fuentes de información fiables.
5- Algoritmo de intervención