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Giordano Bruno y las pasiones

Pasiones, sucesos orgánicos y mentales que explican bastante del porqué de nuestro
comportamiento. ¿Qué papel juegan en el cómo poder ser felices argumentado por Bruno?
Trato de explicar la razón del título que he elegido para este escrito, escrito motivado por
mis lecturas acerca de las preocupaciones morales y metafísicas de este gran pensador
renacentista. Partiré del escrito “Sobre el infinito universo y los mundos” para entender
preliminarmente lo que él entendía por pasiones desde su pensamiento metafísico. Luego
abordaré la valorización y consideración que tenía Bruno en “Los heroicos furores” de las
pasiones, ahí son parte fundamental y determinante en la búsqueda de la felicidad. Ante tal
situación, ciertos cuestionamientos me han asaltado, siendo mi duda principal el
comprender cómo interviene la facultad racional en el desenvolvimiento pleno y
apasionado de la vida, en la búsqueda de la felicidad por parte del ser humano, según los
testimonios escritos que he leído y que citaré del Nolano1.

He consultado dos obras propias de Bruno: “Sobre el infinito universo y los mundos” y
“Los heroicos furores”. La primera obra la clasifican los expertos dentro de sus “diálogos
metafísicos”, siendo la segunda obra parte de sus nombrados “diálogos morales”. “Sobre el
infinito universo y los mundos” es una obra fascinante. Ahí Bruno muestra toda su
capacidad imaginativa para persuadirnos de las consecuencias morales de la revolución
científica y social de su tiempo. Como su título lo sugiere, ya no era tiempo de concebir al
mundo limitado por construcciones mentales, tales como esferas con planetas y estrellas
incrustados orbitando el centro del universo, nuestra Tierra, ¡no!, ya eran otros tiempos, la
Tierra revelaba nuevos continentes e irrefutable ya era su esfericidad, hasta el Sol se
pretendía verlo como el nuevo eje universal. Nuevos conocimientos e instrumentos
desmentían poco a poco la cosmología tradicional. La ciencia se metía de lleno en una
profunda crisis, así también el orden moral que se legitimizaba gracias a las concepciones
tradicionales. Bruno no quiere desaprovechar los tiempos convulsos en que vive, en plena
Contrarreforma, da las buenas nuevas concibiendo un universo sin límite y con

1
Este escrito está inspirado y se ha apoyado en el texto “Giordano Bruno: el arrebato de las pasiones” de
Ernesto Priani Saisó. Véase en F. Bizzoni y M. Lamberti; Palabras, poetas e imágenes de Italia; FFyL UNAM;
México; 1997.
innumerables mundos, para afirmar luego las consecuencias de su concepción del mundo,
la cual plantea una pasión natural por vivir:

“Con ello encontraremos el verdadero camino de la moralidad verdadera, seremos


magnánimos, despreciadores de aquello que aprecian los pensamientos pueriles y
llegaremos a ser ciertamente más grandes que aquellos dioses que el ciego vulgo adora,
porque nos convertiremos en verdaderos contempladores de la historia de la naturaleza, la
cual en nosotros mismos está escrita, y en regulados ejecutores de las divinas leyes, que
están esculpidas en el centro de nuestro corazón.”2

Para Bruno la moralidad verdadera es la vía para la plena realización del ser humano,
realización que tiene que darse en vida y no supuestamente después de la muerte, es deber
del hombre entonces conocer el orden de la naturaleza, y por lo tanto el suyo propio, si no,
¿cómo podría tener la seguridad de ser feliz en este mundo? Al ser un ser de la naturaleza,
hay un impulso innato por vivir según un orden natural, orden que es deber comprender, ese
impulso es el que moviliza al hombre y sin él no es comprensible el accionar humano. El
ser humano al amar la idea de unidad existente entre él y el mundo, comprende que la vida
no es deseable sólo por sí misma, sino también por la relación que guarda con el objeto de
su amor, de la naturaleza, de Dios:

“Pero, cuando consideremos más profundamente el ser y la substancia de aquel en el cual


somos inmutables, hallaremos que no existe la muerte no sólo para nosotros sino para
ninguna substancia, ya que nada disminuye substancialmente sino que todo, marchando a
través del espacio infinito, cambia de rostro. Y, puesto que todos estamos sujetos a la mejor
causa eficiente, no debemos creer, pensar y esperar otra cosa sino que, así como todo
procede de lo bueno, así todo es bueno, a través de lo bueno y hacia lo bueno; del bien, por
el bien y hacia el bien.”3

La solución que ofrece Bruno ante la desolación que causa el pensamiento de la muerte es
el panteísmo, concebirnos sólo como seres individuales, finitos, inevitablemente nos causa
una natural angustia, porque tenemos una natural predisposición a perseverar, seguir

2
Bruno, Giordano; Sobre el infinito universo y los mundos; Introducción.

3
Bruno, Giordano; Op. Cit.; Loc. Cit.
existiendo; nos desatendemos también de vernos en unidad con la naturaleza, sin la cual no
somos, ni podemos ser. Bruno esboza en este diálogo metafísico una noción de fuerza de la
naturaleza que se manifiesta de manera infinita, en múltiples creaturas, dice él que es
“potencia de todas las potencias, acto de todos los actos, vida de todas las vidas, alma de
todas las almas, ser de todos los seres”. En relación con el todo somos divinos, en relación
con nuestras facultades peculiares como el entendimiento somos seres humanos y en
relación con nuestro cuerpo e instintos más básicos somos seres vivos. Tenemos una pasión
natural por vivir esta plenitud, y es ante esta concepción que tiene del hombre el Nolano
que fundamentará las características de su “heroico furioso”, de ese hombre que se atreve a
vivir la vida cómo le exige su entorno y su constitución esencial, un hombre plenamente
consciente de tener un motor indispensable que lo empuja a gozar de la vida, ese motor son
los furores, las pasiones. De pasiones bajas a más elevadas, un movimiento perpetuo
dirigido por experimentar el bien quiere de su hombre ideal, hombre comprometido con la
mayor de las felicidades.

Es pertinente aclarar el sentido cabal que le da Giordano a lo que él denomina pasiones,


pues se revelan en él grandes diferencias con el pensamiento estoico, cristiano y de
filósofos racionalistas, corrientes de pensamiento que satanizan el rol que ejercen en las
acciones de los individuos, incluso llegan a considerar a las pasiones sólo como fuerzas que
esclavizan la voluntad humana, rol que tratan de sustituir principalmente por la
“desapasionada” aunque poderosa razón. Estas afirmaciones, a mi juicio, revelan la
necesidad histórica occidental de reprimir la conducta individual en lugar de redirigirla, de
castigar en vez de educar. Más adelante abordaré brevemente esto al concluir este escrito.
Veamos, pues, que por pasión el Nolano entendía lo siguiente, ésta es mi interpretación:

“Acción de control y de dirección ejercida por una emoción determinada sobre la


personalidad total de un individuo humano […] Así por ejemplo se expresa Dewey: ‘La
fase emocional apasionada de la acción no puede ni debe ser eliminada con ventaja de una
razón exangüe. Más pasiones, no menos, es la respuesta… La racionalidad no es la fuerza
que debe evocarse contra impulsos y hábitos, sino más bien el logro de una armonía que
obra entre diferentes deseos.’”4

4
Abbagnano, Nicola; Diccionario de Filosofía; FCE; México; 1992; p. 892.
El amor absoluto al conocimiento de la naturaleza y de uno mismo, el cual debe dirigir la
personalidad del individuo, sería la pasión principal que debe mover al hombre, en lugar de
estar buscando incesantemente sólo bienes y goces perecederos, que no permiten la
realización armoniosa del hombre como ser vivo, humano y divino. Por lo tanto, las buenas
pasiones tienen el objetivo de llevar al hombre a la felicidad más plena a la que puede
arribar.

En “Los heroicos furores”, Bruno, ve dos tipos de pasiones que dinamizan al hombre: las
que se reducen a sólo conseguir placeres rudimentarios y las que explotan la esencia que
diferencia al hombre de las bestias. Tales pasiones esenciales son conscientes o
inconscientes. Bruno hace hincapié en las que son conscientes, pues son voluntarias y nos
dan la oportunidad de desarrollar mejor uno de nuestros aspectos más divinos: la
creatividad. Ve en el profeta y en el artista seres que si comparamos con el sabio y el
filósofo no suelen llevar al máximo uno de los poderes más sagrados que hay en el hombre:
su consciencia y su razón.

Ante tal situación, el hombre apasionado por vivir y ser feliz, el heroico furioso, que desea
con todo ahínco la mayor de las dichas, debe de entregarse al goce del conocimiento,
adquiere ya consciencia de que en el amar existe siempre el riesgo que nos ofrece el azar: la
zozobra, la incertidumbre, la inevitable situación de estar alejado del objeto amado. Pero, el
goce de conocer no es un bien al que se acceda y luego se deje de poseer, una vez logrado
se detenta constantemente siendo apoyo para poseer nuevos conocimientos, nuevos goces.
Es el bien más seguro, es pertinente por lo tanto desearlo.

Es así que el heroico furioso decide preocuparse en gran medida de su alma y no tan
desmedidamente de su cuerpo. En ese cuidado que tiene de su parte más humana, logra ver
que el conocimiento del mundo, de la naturaleza, le revela también el conocimiento de sí
mismo, logra entender que no es solo un ser ávido de sensaciones corporales sino necesita
gozar sobretodo de la belleza y perfección que hay en la naturaleza, perfección que
vislumbra en sí mismo e identificándose con la substancia del universo: Dios. En pocas
palabras: el hombre logra desarrollar un hambre por la trascendencia, quiere ser un ser
eterno.
Todo esto es un proceso de transformación del heroico furioso, hombre que en un principio
se dirigía según el comportamiento del vulgo, luego su ansia de lograr goce perenne y
trascendencia le permiten confrontar sus más fuertes impulsos: el cuidado de su materia y
alma. Ante ésta confrontación es inevitable el entristecerse, entiende que la trascendencia
que sólo puede lograr es imperfecta, no puede ser Dios en sentido absoluto, aun así, ese
amor apasionado por la trascendencia, que le permite identificarse con Dios, le brinda la
posibilidad de lograr algo no menos importante: ve cuán insignificante son las inquietudes
perecederas, los deseos fugaces, la muerte personal es ya sólo un mero trámite pues eterno
se es en unidad con Dios. El miedo a la muerte puede así ser dejado atrás y también todas
las demás preocupaciones menores, la vida plena ya depende en gran medida ahora sólo de
nosotros mismos.

“Estos furores cerca de los cuales razonamos y cuyos efectos advertimos en nuestro
discurso no son olvido sino memoria, no son negligencia de uno mismo, sino amor y anhelo
de lo bello y bueno, con los que se procura alcanzar la perfección, transformándose y
asemejándose a lo perfecto. No son embeleso en los lazos de las afecciones ferinas, bajo las
leyes de una indigna fatalidad, sino un ímpetu racional que persigue la aprehensión
intelectual de lo bello y bueno que conoce, y a lo cual querría complacer tratando de
conformársele, de manera tal que se inflama de su nobleza y su luz, y viene a revestirse de
cualidad y condición que le hagan aparecer ilustre y digno. Por el contacto intelectual con
ese objeto divino, se vuelve un dios; a nada atiende que no sean las cosas divinas,
mostrándose insensible e impasible ante cosas que por lo común son consideradas las más
principales y por las cuales otros tanto se atormenten.”5

Bruno quiere que el hombre forje su destino, que asuma la contingencia del vivir que no
depende de él, ya que es una criatura más de la omnipotente naturaleza, pero se da cuenta
que el hombre puede ser muy dueño de su destino, tiene que sacar provecho de sus
cualidades más sagradas, es aquí donde la razón hace su fundamental presencia. Pero antes,
¿cómo entender lo que termina siendo el heroico furioso? A mi parecer, llega a ser un
hombre que lucha por alcanzar la mayor de las plenitudes, no sólo busca satisfacer su
animalidad, busca también realizarse como ser humano y aún incluso busca trascendencia

5
Bruno, Giordano; Los heroicos furores; Parte I; Diálogo III.
en la inmanencia, ¿qué quiero decir?, el hombre se da cuenta que la única eternidad es la de
esta naturaleza y el motor intrínseco que la ordena, un Dios panteísta y no personal,
cualquier vida como individuo después de la muerte es una tomada de pelo: el único modo
de seguir presentes al que podemos aspirar es mediante nuestras obras e ideas, tal vez por
eso hay tanta inconsciente satisfacción en haber dejado hijos y obras de arte al dejar de
vivir, así como también el que nos recuerden y retomen nuestros ideales. No por esta
ambición de trascendencia, se desdeña la necesidad del goce corpóreo, sino que incluso en
su justa búsqueda se ve como parte de la participación con lo divino:

“Si las cosas bajas derivan y dependen de las más elevadas, así también es posible -como
por convenientes grados- ascender desde aquéllas a éstas. Las primeras, si no son Dios, son
cosas divinas, imágenes vivientes suyas, viéndose en las cuales adorado no se siente
ofendido”6

Quiero ya ver cómo la razón participa en el hombre apasionado por vivir, veamos,
entonces. Son usuales las argumentaciones filosóficas que contraponen a la pasión y a la
razón, es por eso que me ha llamado la atención la postura de Bruno, postura de la que
juzgo lo siguiente: tiene mucha razón, nada tienen de incompatibles, sino al contrario,
ambas son parte del funcionamiento óptimo de un individuo sano. Curiosamente
denominamos de “irracional” a la persona que se dirige sólo por sus impulsos, igual
mencionamos como “fría” o “calculadora” a la persona que demuestra actuar sólo por
razonamientos, sin embargo, ¿cuestionamos si el impulso está dirigido hacia un tipo de
bien, en vez de a un mal?, ¿cuestionamos lo mismo acerca de la conducta racional? El
problema ante estos cuestionamientos es establecer escenarios extremos: o la pasión o la
razón. Yo concuerdo con Bruno, el motor de nuestras decisiones es nuestra disposición
hacia lo que deseamos, tal impulso no es malo por sí mismo, sino puede serlo el objeto de
nuestro deseo o el desmedido y tan frecuente reprimir tantos impulsos, menos uno, ahí la
razón debe ser la consejera, es quién puede armonizar al individuo, ella posibilita no sólo
apasionarse en un aspecto de la vida sino en muchos; veamos bien que un individuo sano
no sólo debe pensar en estar comiendo a todas horas comida nada nutritiva, ni queriendo
practicar el “Kamasutra” a diario, así como no debería desear enriquecerse a costa del

6
Bruno, Giordano; Op. Cit.; Parte II; Diálogo I.
perjuicio ajeno, ni sería pertinente que sólo se quedara rezando, desdeñando su ingenio ante
los problemas complicadísimos que vive a diario. El individuo sano es quién tiene muchas
razones para vivir, mucha pasión por la vida.

Es en este ejercicio desmedido o desequilibrado, sea reprimiendo la pasión o la razón, que


los hombres no logran vivir a plenitud, ni en el sentido individual, ni en el colectivo. Bruno
nos deja muy claro algo: la pasión nos mueve, la razón nos permite movernos de la mejor
manera. Y lamentablemente la historia civilizada nos demuestra que preferimos castigar,
reprimir impulsos, que educar, reencauzar nuestros impulsos y desarrollarlos hacia el bien.
¿Cuál es el resultado? Sociedades e individuos que no viven al alcance de su potencial.
Sigue, entonces, tan vigente ahora como en el pasado el viejo consejo griego: “Conócete a
ti mismo”.

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