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TEXTO DE CAROLINA VIVAS

“Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde
estoy viviendo”
José Saramago
Celebrar el día internacional del teatro es celebrar la vida, el suceso único e irrepetible que es
el teatro, ese espacio tiempo en que es posible el encuentro y el disenso. Frente al avance del
mundo virtual y la vertiginosa manera en que nos hemos instalado en él, el teatro y las artes
vivas se presentan como posibilidades exquisitas del convivio, que un arte hecho de humanidad
permite.
En el teatro colombiano de hoy florecen sanos y vitales los jóvenes teatristas; son claros los
efectos de la riquísima tradición del teatro nacional y de la existencia de las escuelas de artes
escénicas; efectos que se cristalizan, en la aparición de salas y colectivos que emergen con
propuestas vigorosas y variadas temáticas. Pero la vitalidad de nuestro teatro se hace visible
también, en la permanencia en el oficio de quienes vivimos, creamos, teatriamos y celebramos
el día internacional del teatro, porque permanecemos en él, activos y creativos por 40, 50 años
y más.
La tragedia de un día a día en el que la empresa privada asalta al estado, secuestra las
instituciones y hace de la sociedad civil su rehén, se ve reflejada en la ferocidad con la que está
siendo atacada la madre tierra. Resulta urgente que desde el arte y todas las orillas posibles,
se clame por detener el biocidio que se está cometiendo. Cómo asistir en silencio a la tragedia
de un gobierno que permite que de la mano de empresas estatales, los privados asesinen a uno
de los dos ríos más importantes, en cuya ribera se ha consolidado nuestra historia económica
y cultural. Esas son angustias puntuales de la mujer y el hombre colombianos de hoy, son esas
las circunstancias en las que se desenvuelven los personajes de un teatro que reflexione sobre
el presente.
La pretensión de igualar el mundo en pos de allanar el camino al consumo, el dar a las
manifestaciones culturales y artísticas, así como a la tradición de los pueblos, un valor de
cambio, el confundir el arte con la industria del entretenimiento, es restarle valor espiritual, su
relación con la memoria, su potencial critico; eso es lo que esconde el discurso de la economía
de colores. Necesitamos un movimiento teatral vivo y diverso, en el que co existan y se nutran
las miradas y propuestas de los jóvenes creadores y de los creadores de trayectoria. Hoy más
que nunca tenemos la necesidad del diálogo, de un gremio fuerte que pueda hacer frente a los
peligros que conlleva la exigencia de volverse “rentable”.
¿Cómo lograr que la sobrevivencia económica y el llamado emprendimiento, no vayan en
contravía de la investigación-creación, cuyo objetivo no es producir dinero? Una sociedad que
exige rentabilidad económica a los artistas, a los investigadores sociales y o científicos, está
condenada a frenar el desarrollo de la ciencia y la cultura. No necesitamos un teatro que de
ganancias económicas, un teatro disfrazado de objetividad, que pretenda que la exposición de
los hechos basta, negando quizás lo más importante que puede un creador ofrecer: su punto
de vista, con el cual desestabilizar la mirada oficial. Es preciso, sea con la risa, la sonrisa, la
carcajada, la lágrima, la conmoción, proponer visiones de realidad que hagan contrapeso a la
mirada del establecimiento.
Exigimos la ampliación de los recursos destinados a programas de estímulos nacionales y
locales y una Ley del teatro con dinero, que amplié las fuentes de financiación. Solicitamos, que
ante las políticas de austeridad del gobierno, el estado sirva de vínculo con la empresa privada,
para que esta invierta no solo en los espectáculos masivos, sino en las diversas ramas del arte,
a la luz de la deducción de impuestos que les supone el apoyar la cultura.
Algunos países cuentan con fondos y entidades que promueven su producción teatral y
dramatúrgica. Invitamos a las entidades gubernamentales que administran la cultura, a difundir
el teatro colombiano que hacemos los teatristas, en su amplitud y diversidad, a nivel nacional e
internacional. Instamos al gobierno nacional, a construir la paz con nuestro teatro, a promover
el teatro nacional en municipios y ciudades, considerando su capacidad cuestionadora, su
aporte a la construcción de la memoria histórica y su capacidad de fortalecer el diálogo y el
tejido social.
En el país de la paradoja y el eufemismo, hoy, una vez más, el intento de la paz se frustra con
la acción de un gobierno, que aboga por la perpetuación de un conflicto que no reconoce.
Florece la política pública del glifosato, perecen las políticas culturales, aparecen en nuestra
realidad personajes Shakesperianos, el rey Hamlet, Claudio, envenenamientos y más… Antes
que nos invada el cotidianhorror, enfermedad que se transforma en indiferencia, atrevámonos
a preguntarnos donde es necesario “poner el ojo”, desde donde podemos mirar el dolor,
husmear tras las puertas las familias enfermas, los amores desequilibrados; es necesario
indagar en lo muy privado, allí donde también habita lo político y preguntarnos en qué lugar de
mirada queremos poner al espectador para percibir las sombras, los nudos ciegos de la cultura.
La necesidad de dar cuenta de esas realidades innombrables, inaprensibles, retan al teatro y la
dramaturgia, le exigen procedimientos y estrategias que le permitan darles forma artística. Hoy,
cuando el negacionismo pretende instalarse y se afirma que el genocidio de millones de
indígenas no existió, sino que murieron de gripa, se afirma que la masacre de las bananeras
surge de la imaginación de
García Márquez y no que fue un doloroso hecho histórico, se hace necesario recordar que la
guerra de Troya no fue invención del poeta.
“Poderoso caballero es don dinero” señalaba don Francisco de Quevedo en el siglo XVI, pero
hoy, de manera definitiva y sin retorno, el imperio del mercado ha terminado por expulsar al
hombre del horizonte posible y la vida en todas sus formas, carece de valor. Los intereses
económicos determinan nuestra ruta, la que transitamos como personajes trágicos, que no
pueden huir de su destino. Hemos de rescatar con nuestros personajes, el valor de la
humanidad y de la vida, hoy perdidos. Tarea del teatro, humanizar un ser humano convertido
en menos que objeto, sumido en la inmensa soledad que implica la política del sálvese quien
pueda. Creo que se hace necesario un teatro necesario, un teatro pertinente, que se pregunte
sobre el aquí y el ahora, sobre los dramas de nuestro tiempo, el teatro como laboratorio de
fantasía social del que hablaba Heiner Muller.
Invito a los colegas y las colegas a defender espacios de encuentro y reflexión en torno a nuestro
oficio, espacios en los cuales podamos compartir procedimientos creativos, disentir, confrontar,
teatriar, con o sin el apoyo del estado.
¿Qué tipo de relación necesita el teatro de hoy, establecer con el espectador?
¿Qué temas resulta pertinente tocar, como y desde donde abordarlos?
¿Cómo adecuar a las nuevas políticas culturales, nuestras formas de producción y asociación,
sin que ello implique una renuncia a nuestros principios o un sacrificio a la investigación?
¿Cómo hacer del teatro y no de la vida el lugar de la catástrofe?
¡Cómo no celebrar el teatro, ese lugar donde soy, eres, es, somos, sois y son, ese lugar donde
pueden coexistir los pronombres personales!

CAROLINA VIVAS FERREIRA Marzo de 2019

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