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PARA LA SAGA
FORASTERA
Diana Gabaldon
Editorial Delacorte
EDITORIAL DELACORTE
AGRADECIMIENTOS
Este libro ha sido un poco diferente de las novelas que escribo, no solo
por su contenido, sino también por su forma y sustancia. Normalmente,
lo único realmente importante en un libro es la historia, y mientras que
los detalles mecánicos como el diseño y la edición no son baladí,
tampoco son vitales. Sin embargo, este volumen en particular es mucho
más que la suma de sus palabras. Es más bien el producto de la
dedicación de mucha gente llena de talento (y pobres sufridores)
además de mí misma, incluyendo a:
…El Doctor James Brickell, que emigró de Escocia a Carolina del Norte
en 1733 y se tomó la molestia de hacer dibujos de la flora y fauna que se
encontró en el camino.
…Las muchas otras personas que han contribuido tanto a este libro: Ann
Fraser, por los detalles del árbol genealógico de los Fraser de Lovat;
Elaine Smith, por los diseños de los anillos; Stephen y Anne McKenzie, y
Karen Jackson, por las fotos del Castillo de Leoch, y todas esas otras
almas caritativas cuyas contribuciones han hecho de este libro lo que es
(es decir: largo).
¡Gracias a todos!
Diana Gabaldon
http://www.cco.caltech.edu/~gatti/gabaldon/gabaldon.html
CONTENIDOS
Agradecimientos
Prólogo
Bibliografía anotada
Siglo XVIII
Escocia
Medicina (incluyendo todas las hierbas)
Culturas africanas
Fantasmas e historias de fantasmas
Literatura
Recursos del lenguaje
Magia
Recursos y guías de historia natural
Carolina del Norte
Alimentos y cocina
Historia y culturas nativo americanas
Libros más bien raros
Varios
Apéndices:
I: Erratas
II: Recursos gaélicos
III: Poemas y citas
IV: Raíces: un pequeño manual básico sobre la investigación
genealógica
V: una breve discografía de música celta
VI: Ediciones extranjeras, cintas de audio y cubiertas muy, muy
raras
VII: La lista de metadona
PROLOGO
“Sí, vale”, decía yo. “Es solo para practicar, y ni siquiera sé qué tipo de
libro va a ser” (porque con la cuestión del viaje en el tiempo, el monstruo
del Lago Ness y alguna otra cosa, ya me imaginaba que no iba a ser una
novela histórica, aunque todavía no tuviera ni idea de qué sería
entonces). “Pero….si quisiera publicarlo… ¿qué tengo que hacer?”
“Busca un agente” fue la respuesta inmediata de varios autores
publicados con los que había hecho amistad. “Un agente puede hacer
que te lo lean mucho más rápido que si tú misma llevas el manuscrito, y
si vende, un agente puede negociar para ti un contrato mucho mejor de
lo que tu podrías conseguir”.
“Vale”, dije. “¿Cómo encuentro a un agente?”
“Bueno…”dijeron, “te falta mucho para acabar el libro, dices, así que
tienes mucho tiempo todavía. ¿Por qué no preguntas por ahí? Averigua
qué agentes manejan qué, quién tiene un buen nombre en la industria,
de quién tienes que mantenerte alejado, y cosas así”.
Y eso hice. Escuché las historias de los autores publicados, hice
preguntas, y después de unos meses de investigar relajadamente, pensé
que había encontrado un agente que tenía buena pinta. Su nombre era
Perry Knowlton, y parecía ser muy conocido y respetado en el mundo de
la publicación. Y lo que era aún mejor, al parecer no tenía ninguna
objeción a libros ni muy heterodoxos ni muy largos, y para entonces yo
ya sabía que mi libro iba a ser ambas cosas.
Sin embargo, no tenía ni idea de cómo acercarme a este hombre. Había
oído que no aceptaba peticiones no solicitadas, y no estaba disponible
online. Pero todavía me faltaba mucho para acabar el libro, así que no
me preocupé; simplemente seguí preguntando.
Un día, estaba hablando (vía mensajes) con un autor al que conocía de
pasada, llamado John Stith, que escribe misterios de ciencia ficción, y le
pregunté si me podía hablar de su agente, si es que tenía uno.
John contestó que tenía un representante, Perry Knowlton. “¿Quieres
que te lo presente?” preguntó John. “Sé que estás casi lista para buscar
un agente”.
Ante esta generosa oferta, tragué saliva y le dije con voz tímida:
“Eh….eso estaría bien, John, gracias”
John envió una nota a Perry, diciéndole simplemente que podía
merecerle la pena que me echara un vistazo. A continuación le mandé yo
mi propio mensaje, explicando que había vendido literatura de no ficción
(y cómics) durante años, pero que ahora estaba escribiendo ficción y que
me habían dicho que necesitaba un buen agente. Varios escritores cuya
opinión respetaba me habían recomendado su nombre; ¿estaría
interesado en leer extractos de esta novela tan larga que había escrito?
(no le dije que todavía no la había acabado; todo lo que tenía eran
fragmentos).
Perry, amablemente, llamó y me dijo que sí, que leería mis extractos. Le
envié los trozos inconexos que tenía, con una sinopsis muy primaria para
poder acoplarlos10, y me aceptó sobre la premisa de una primera novela
que no estaba terminada 11.
En cualquier caso, seguí escribiendo, y seis meses más tarde por fin
terminé el libro. Envié a Perry el manuscrito, y mencioné también que
estaría en Nueva York a la semana siguiente para una conferencia
científica. ¿Quizá podríamos conocernos en persona?
Cuando me dirigía a la oficina de Perry, estaba un poco nerviosa, porque
sabía que para entonces ya había leído el manuscrito, pero todavía no
sabía lo que pensaba de él. Perry resultó ser un caballero encantador
que se desvivió para que me sintiera cómoda, hablándome de otros
clientes suyos. Fue en ese momento cuando descubrí que -además de
esos amigos “electrónicos” a través de los cuales le conocí- Perry
representaba también a escritores tan eminentes como Brian Moore, Ayn
Rand (vale, estaba ya muerta, pero aun así….), Tony Hillerman,
Frederick Forsyth y Robertson Davies.
Por si estas revelaciones no hubieran sido suficientes para ponerme
nerviosa, Perry tenía además mi manuscrito encima de la mesa de su
despacho, en las enormes cajas naranjas en las que se lo había
enviado. Estaba segura de que, en algún momento dado de la
conversación, iba a toser como disculpándose y me iba a decir que,
habiendo leído el libro, lo sentía mucho pero no creía que fuera vendible,
y me lo devolvería.
Sin embargo, mientras estaba allí sentada escuchándole (y pensando: si
tienes la sangre fría de llamar a Robertson Davies “Robbie”, es que
realmente eres alguien en este mundo), dijo: “sabes, lo que tienen
Freddy Forsyth y Robbie Davies es que ambos son grandes contadores
de historias”. Entonces puso una mano en mi manuscrito, me sonrió y
dijo: “Y usted también”.
En este momento, realmente no me importaba si vendía el libro o no. Me
sentía como si me hubieran beatificado. Sin embargo, tuve la suficiente
sangre fría como para preguntarle qué pensaba hacer con el libro.
“¡Oh!”, dijo de forma casual, “lo voy a enviar hoy a cinco editores”. Y
empezó a hablarme del editor en el que más esperanzas tenía 12
” ¿De verdad?” dije, tragando saliva. “Y…eh…. ¿cuánto tiempo cree que
pasará hasta que me digan algo?” Como muchos otros aspirantes a
escritor, yo había leído toda la información sobre publicaciones en el
Mercado del Escritor, y sabía que a menudo se tardaban seis, nueve,
incluso doce meses en tener la respuesta de un editor.
“¡Oh!”, dijo Perry, como de pasada, “les he dicho que quiero una
respuesta en treinta días”. En ese momento decidí que, probablemente,
había elegido el agente correcto.
Así que me fui a casa a esperar -lo más pacientemente posible- treinta
días. Pero a los cuatro días, llegué a casa y me encontré un mensaje en
mi contestador automático. “Soy Perry”, dijo una voz serena. “La llamo
para hablarle de lo último que sé sobre su manuscrito”.
¡Buf!, pensé para mí misma: uno de los cinco editores ha visto la caja y
ha dicho: “no voy a leer un manuscrito de cinco kilos, devuélvelo”. Así
que llamé a Perry esperando oír esto mismo.
Sin embargo, Perry me dijo: “bueno, de los cinco a los que se lo envié,
hasta ahora tres han respondido haciéndonos ofertas”.
“¡Oh!”, dije, y me detuve, sintiéndome como si me hubieran dado un
golpe en la cabeza con un instrumento cortante. “Ah, eso es bueno,
¿no?”
Perry me aseguró que lo era. A continuación negoció con las casas
editoriales durante dos semanas, y vio que dos de ellas ofrecían ofertas
parecidas. Siendo así, lo único que las distinguía era el editor, y él me
recomendó que eligiera a Jackie Cantor, de la Editorial Delacorte Press.
Como no sabía absolutamente nada de editores, dije: “vale, bien”. Y eso
resultó ser la mejor elección que he hecho en mi vida, además de la de
mi marido y mi agente.
Le había dicho a Perry cuando le di el libro que parecía que la historia
iba a seguir, pero que pensé que quizá debería parar mientras todavía
pudiera levantar yo sola el peso del manuscrito. Como era un buen
agente, Perry me ofreció un contrato para tres libros. Después de
eso….bueno, después de eso las cosas se me fueron de las manos, y
aquí estamos, ocho años más tarde.
¿Y dónde estamos exactamente? Como dije más arriba, no escribo con
un esquema. Si supiera lo que va a suceder, no sería nada divertido
escribir el libro, ¿verdad? Sin embargo, mientras lo hago, ligando
alegremente unos trozos con otros, a veces tengo una vaga idea de
ciertos acontecimientos que pueden ocurrir en la historia. Por eso,
cuando terminé Punto de cruz (Cross Stitch, que luego se convirtió en
Outlander, Forastera) 13, ya podía ver que la historia no terminaba ahí.
Con un contrato en la mano para tres libros, empecé el segundo,
Atrapada en el tiempo. Pero cuando llevaba escrito un poco más de la
mitad empecé a preocuparme de que quizá no iba a conseguir embutir
toda la Revolución Americana en un libro más, y que por tanto tendría
que haber cuatro libros. Le trasladé mis temores a Perry, que dijo: “no les
digas eso. No hasta que el primero esté a la venta, al menos”.
Afortunadamente, para cuando me decidí a revelar la Terrible Verdad, los
primeros libros ya habían salido y se habían vendido decentemente, y el
editor estaba dispuesto a hacernos una oferta por el cuarto (y se supone
que último) libro de la saga. Pensando que quizá ésta iba a ser mi única
oportunidad para obligar a alguien a pagarme para escribir un libro de
misterio, me envalentoné y dije que podrían tener el cuarto libro si
también me ofrecían un contrato para escribir un misterio
contemporáneo. Para mi sorpresa, me dieron un contrato para dos libros
de misterio y para el cuarto de la saga Forastera.
Así que me puse a escribir. Y escribí, y escribí, y escribí, y tras un año y
medio, dije: tengo aquí un cuarto de millón de palabras. ¿Por qué no
estoy acabando? No necesité pensar mucho para averiguar la respuesta:
una vez más, tenía demasiada historia para encajar en un libro.
Cuando asistí a una conferencia de escritores en la que también estaba
presente mi editora, durante la comida posterior a la concesión de los
premios le susurré al oído: “¿a que no lo adivinas? Hay cinco”. A lo que
Jackie, una mujer de gran presencia y ecuanimidad, contestó: “¿Por qué
no me sorprende escuchar esto?”
Al final fue peor de lo que pensaba. Cuando me puse a encajar los
fragmentos que iban a pertenecer al quinto libro, me di cuenta de que lo
que tenía entre manos era una doble trilogía, seis libros en total. Los tres
primeros -Forastera, Atrapada en el tiempo y Viajera- se basan en la
Rebelión Jacobita de 1745. Los tres libros siguientes están ambientados
de manera similar en el marco de la Revolución Americana que, en cierta
manera, no era sino un eco muy amplificado del conflicto anterior que
terminó en Culloden.
Y eso nos lleva a su vez a considerar lo que ocurre en los libros. Una vez
que me di cuenta de que era de verdad una escritora, y que no había
escrito solo un libro, sino una serie de ellos, tenía dos intenciones
principales.
Una era el deseo de seguir las grandes transformaciones sociales del
siglo XVIII. Fue un tiempo de enormes cambios políticos y sociales,
testigo de la transición del mundo occidental desde los últimos vestigios
del feudalismo hasta la edad moderna, en todos los términos, desde la
política y la ciencia hasta el arte y las costumbres sociales. La marea de
la historia estaba cambiando, pasaba del Viejo al Nuevo Mundo, sobre
las olas de la guerra, ¿y qué mejor manera de visionarlo que a través de
los ojos de un viajero en el tiempo?
Cierto, esto es un marco de fondo estupendo para una novela, pero el
hecho es que las buenas novelas tratan sobre las personas. Un libro que
no tenga una historia personal atractiva en un lugar prominente puede
ser una buena historia, o puede tener buenas ideas, pero no será un
buen libro de ficción. Entonces ¿qué podemos decir sobre el ángulo
humano de esta historia?
El primer libro fue catalogado al principio como romance histórico
porque, aunque no encajaba totalmente en ningún género (y al mismo
tiempo no era de ninguna manera “ficción literaria”), de todos los
mercados a los que podría aspirar, el romance era el más grande. Sin
embargo…
Dejando a un lado otras consideraciones, las novelas románticas son
historias que describen el período del cortejo. Tratan del proceso en el
que se forma la unión en una pareja, y una vez que se consigue, por
matrimonio y relación sexual -en ese orden, espero- pues la historia se
acaba. Y eso no fue nunca lo que yo pensaba hacer.
No quería escribir la historia de lo que hace que dos personas se junten,
aunque sea muy poderosa y universal. Yo quería averiguar qué hace que
dos personas se mantengan juntas durante cincuenta años, o más. No
quería escribir la historia de un cortejo, sino la historia de un matrimonio.
Para manejar adecuadamente temas como la Ilustración, la caída de la
monarquía y la naturaleza del amor y el matrimonio, se requiere cierta
cantidad de espacio. Y también se requiere una historia más bien
compleja. De vez en cuando la gente me dice. “¿pero no estás cansada
de escribir siempre sobre los mismos personajes?” Lo estaría, seguro, si
siempre fueran los mismos viejos personajes. Pero no lo son. Crecen y
cambian. Se hacen mayores y sus vidas se hacen más complejas.
Adquieren nuevas facetas y profundizan otras. Aunque permanecen
fieles -eso espero- a sus personalidades básicas, tengo que volverles a
descubrir con cada nuevo libro.
Y esto nos lleva a otra pregunta que me hacen a menudo: ¿Qué es lo
que a la gente le parece interesante en los libros? Durante mucho
tiempo, yo contestaba (de verdad) “Ni idea”. Pero tras años de recibir
cartas y correos electrónicos, ahora tengo ya cierta idea de lo que los
lectores dicen que les gusta sobre la historia.
Muchos disfrutan de la sensación de “estar ahí”. La experiencia indirecta
de otro tiempo y otro lugar. A muchos les gustan los aspectos históricos
de los libros; les encanta -dicen- “aprender algo” mientras se entretienen.
A otros les atrae la sensación de conexión, el redescubrimiento de sus
propios orígenes. Hay a quien le fascinan los detalles pequeños: la
medicina botánica, los procedimientos médicos, el cómo y el porqué de
la vida diaria en otro tiempo. Pero el elemento común que de lejos le
gusta más a la gente en los libros es, simplemente, sus personajes. A los
lectores les importa lo que hacen, están interesados en ellos, y quieren
saber más.
Así que esta enciclopedia está hecha para los lectores. Es una
referencia rápida para aquéllos que no quieren necesariamente volver a
leer un millón y medio de palabras para refrescar sus memorias sobre
Qué o Quién; una fuente de información y (tal vez) un poco de luz sobre
los personajes, una ayuda para aquéllos que tienen interés en contexto y
detalles; una guía auxiliar para los que les interesa el siglo XVIII y todo lo
escocés y, finalmente, una breve ojeada a los métodos de trabajo de una
mente retorcida.
-Es verdad. Pero he escuchado la opinión de que la habilidad del
novelista está en la acertada selección de los detalles. ¿No crees
que un volumen de tal envergadura puede indicar una falta de disciplina
en dicha selección y, por tanto, una ausencia de talento?
Fraser lo consideró, saboreando lentamente el líquido color rubí.
-He visto libros en donde ese es el caso, sin duda –dijo-. Un autor
intenta que el lector le crea inundándole bajo tal lluvia de detalles que le
deje abrumado. Sin embargo, en este caso, no creo que sea así. Cada
personaje está pensado con mucho cuidado, y todo lo que ocurre parece
necesario para la historia. No, creo que es verdad que algunas historias
requieren un mayor espacio para ser contadas.
-VIAJERA, Capítulo 11: “La táctica
Torremolinos”
1La universidad y yo misma vendimos más tarde esta publicación a John
Wiley & Sons, Inc., aunque yo seguí siendo la editora. Al final se volvió a
vender a un pequeño editor británico, que lo fusionó con una publicación
ya existente llamada Laboratory Microcomputer. Según mis últimas
noticias, todavía sigo catalogada como coeditora, pero eso fue hace ya
tiempo.
2¡Oh, los cómics! Bueno, mi madre me enseñó a leer muy pronto, en
PBS, pero por fortuna todavía me puedo hacer las uñas los sábados por
la noche mientras veo Mystery Science Theater 3000, que es, de hecho,
lo único que veo en la televisión de manera regular. No hay duda de que
esto quiere decir algo, pero no podría decirles qué.
5Era “War Games” (Juegos de guerra), para los que estén interesados
en trivialidades.
6Mirar “Investigación”
PARTE UNO
RESUMEN
Casi tan escandalizada por esto como por el comportamiento del
capitán, Claire se resiste como puede, pero no encuentra alternativa. Se
convence finalmente de que si se casa con Jamie tendrá más
oportunidades de escapar, así que acepta el plan, con una mezcla de
horror y confusión al enterarse de que su futuro esposo es inexperto:
-¿Te molesta que no sea virgen?- Él dudó un momento antes de
contestar.
-Bueno, no -dijo despacio- siempre que no te moleste a ti que yo sí lo
sea-. Sonrió al ver cómo se me abría la boca por la sorpresa y se dirigió
hacia la puerta.
-Me imagino que uno de los dos debería saber lo que está haciendo-
dijo. La puerta se cerró silenciosamente tras él; estaba claro que el
cortejo había terminado.
Sin embargo, no hay ninguna oportunidad inmediata de escapar, y Claire
se ve obligada a consumar su matrimonio con Jamie bajo las firmes
órdenes de Dougal. Al parecer, Dougal está matando dos pájaros de un
tiro: aunque sea lo suficientemente humano como para querer mantener
a Claire a salvo de Randall (y todavía le inspira curiosidad suficiente
como para querer averiguar lo que está haciendo en las Tierras Altas),
su motivo principal es destruir cualquier posibilidad de que su sobrino
obtenga la jefatura del clan Mackenzie, porque el clan nunca le aceptará
como líder si está casado con una inglesa.
Claire, al darse cuenta de que Jamie está tan coaccionado como ella,
acepta lo inevitable, y al mismo tiempo se da cuenta de que su nuevo y
joven esposo le gusta cada vez más. Demasiado, porque su intención
sigue siendo todavía escapar y reunirse con Frank, tan pronto como sea
posible.
Enseguida encuentra su oportunidad, y se escapa mientras Jamie está
ocupado en otra cosa. Sin embargo, su intento fracasa y vuelve a caer
en las manos de Jack Randall y es conducida a su guarida en Fort
William, donde descubre más de lo que le hubiera gustado sobre las
tendencias sexuales del capitán. Esta vez es rescatada por Jamie, que
escapa con ella del fuerte mientras los otros escoceses desvían la
atención de los guardas haciendo explotar el polvorín.
Durante la violenta confrontación que sigue a esta huida, Claire averigua
que la antipatía de Jamie hacia Randall no procede solo de estos
acontecimientos recientes. Ella ya sabe que las cicatrices en su espalda
son obra de Randall, que había cogido prisionero al joven escocés unos
años antes. Ahora se entera de que estos crueles latigazos fueron
provocados por la negativa de Jamie a ofrecer su cuerpo a Randall, que
satisface sus inclinaciones con las víctimas más vulnerables: los
prisioneros escoceses en su poder, que no tienen medio de escapar.
Volviendo a Leoch, Claire no abandona sus intenciones de volver a las
piedras y a Frank, aunque cada vez es más consciente de lo dramática
que será esta vuelta, que la separará del hombre del que ha llegado a
enamorarse.
Pero uno de los problemas podría tener solución; Colum -ahora seguro
de que su sobrino no es amenaza alguna para la jefatura de su hijo
Hamish-se ofrece para interceder por Jamie ante un noble inglés
conocido suyo, el Duque de Sandringham. Quizá, piensa Colum, podría
convencer al duque para que intentara conseguir el perdón de la corona
para Jamie, acabando así con la continua situación de peligro y de vivir
fuera de la ley que amenaza al joven.
Se decide que Jamie y Dougal acompañen al duque en una cacería,
donde se podrían llevar a cabo las delicadas negociaciones para el
perdón.
Como Jamie le dice irónicamente a Claire, “Da un poco de rabia que me
perdonen por algo que no he hecho, pero prefiero eso a que me
cuelguen”
Mientras tanto, Claire se ha hecho amiga de la esposa del procurador
fiscal local, una mujer llamada Geillis Duncan, con la que comparte
conocimientos de hierbas y de medicina. Pero en una cena en honor del
duque, el fiscal muere, probablemente envenenado.
Los rumores se extienden como la pólvora, alimentados por la histeria y
la superstición, y en ausencia de Jamie, Claire es juzgada por brujería
junto a Geillis Duncan. A punto de ser condenada, Claire descubre el
secreto de Geillis -está embarazada, y claramente no de su impotente
marido fallecido; está claro que es una envenenadora, o quizá una bruja-
pero ésta le demuestra ser una buena amiga, creando en el juicio una
distracción que permite a Jamie rescatar a Claire.
Jamie y Claire huyen del castillo a caballo, pero una vez seguros Jamie
le pide explicaciones. Siempre la amará y la apoyará pase lo que pase,
pero por su propia tranquilidad mental ha de saber: ¿es ella una bruja?
Histérica tras la terrible situación que ha vivido, Claire le dice que es
mucho peor que eso, y le confiesa la verdad, hablándole de las piedras y
de Frank. Jamie claramente no la cree, pero queda impresionado por la
emoción de Claire, y la conduce a través de las Tierras Altas hacia el
círculo de piedras. Allí ocurre algo que prueba la verdad de la historia
que le ha contado Claire, y Jamie le pide que elija, quedarse con él o
volver con su marido al futuro, dejándola sola allí para que ella pueda
decidir.
El camino a Lallybroch
FIN
1Mirar la nota que sigue a “Títulos”: “Forastera” versus “Punto de Cruz”
ATRAPADA EN EL TIEMPO
El Cementerio de San Kilda
Dejando a Claire un momento sola mientras se recupera, los dos
desconcertados jóvenes entran en la iglesia desierta, pero han de salir
inmediatamente al oír un grito. Encuentran a Claire, temblando y
pronunciando palabras incoherentes, de pie ante una tumba a la sombra
de los tejos. La lápida de la tumba es una “lápida de matrimonio”, una
piedra de granito en forma de un cuarto de círculo, cuyo fin es ser
emparejada con otro similar, formando un semicírculo para indicar el
lugar de descanso de marido y mujer.
Pero solo está enterrado el marido; la otra mitad de la lápida no está.
-¿Qué pasa -dijo Roger con urgencia, intentando sacarla del trance en el
que estaba, mirando con ojos desorbitados hacia la tumba-. ¿Qué pasa?
¿Conoce ese nombre?. Incluso mientras hablaba, sus propias palabras
le retumbaban en los oídos. Nadie ha sido enterrado ahí desde el
siglo XVIII, le había dicho a Brianna.
Nadie ha sido enterrado aquí en doscientos años.
Los dedos de Claire apartaron los suyos y se posaron en la piedra,
acariciándola, como si estuviera tocando carne, trazando suavemente
las letras, sus hendiduras casi desaparecidas, pero todavía claras.
-“JAMES ALEXANDER MALCOM MACKENZIE FRASER” -leyó en voz
alta-. Sí, le conozco-. Su mano se deslizó hacia abajo, retirando las
hierbas que crecían abundantemente alrededor de la piedra,
oscureciendo la línea de las letras más pequeñas en su base.
“Amado esposo de Claire”, leyó ella.
-Sí, le conocía- dijo otra vez, en voz tan baja que Roger casi no pudo
oírla-.Yo soy Claire. Él era mi esposo-. Entonces alzó sus ojos hacia los
de su hija, que la miraba, pálida. -Y tu padre, dijo.
Tras esta revelación, los tres vuelven a la casa parroquial, donde Claire
revela su secreto: hace veintitrés años atravesó las piedras de Craigh na
Dun y desapareció en el pasado. Luchando por sobrevivir en la bárbara
Escocia de 1743, su principal enemigo fue Jack Randall; un antecesor
lejano de su marido, un hombre que se parecía físicamente a su
descendiente de manera extraordinaria, aunque no en carácter. Le
llamaban “Black Jack”, un depredador de gustos inusuales.
Con el fin de no caer en manos de Randall, se había visto obligada a
casarse con un joven miembro del clan -Jamie Fraser- pero el hecho de
que se enamorara de él no hizo sino aumentar sus dificultades. Brianna
no está muy contenta con esta historia, y se siente incrédula y
traicionada.
Claire cuenta a la joven pareja que tras una serie de acontecimientos,
Jamie descubrió la verdad sobre su procedencia, e insistió en que tenía
que regresar a su propio tiempo, con Frank. Sin embargo, una vez
alcanzado el círculo de piedras al que tanto le había costado llegar, se
dio cuenta de que no podía dar el paso final, y tomó la decisión de
permanecer en el pasado, con Jamie.
Habían vuelto a casa de Jamie, Lallybroch, pero su idilio allí fue breve;
Jamie fue arrestado por La Guardia y cayó en manos de Jack Randall.
Claire consiguió rescatarle de la Prisión de Wentworth, aunque no a
tiempo de evitar que fuera torturado y vejado por Jack Randall.
Buscando seguridad, los Fraser huyen en barco a Francia, refugiándose
en la abadía de Santa Ana de Beaupré, donde uno de los tíos de Jamie
era el abad. Aquí Claire asumió su reto más grande: sanar las heridas
del cuerpo y del alma de Jamie; al mismo tiempo, se queda embarazada.
Brianna se niega totalmente a aceptar esto, insistiendo en que su madre
debe estar sufriendo de conmoción o delirio. Roger, al ver que no tiene
otra salida, le da los recortes de periódico. Aunque no prueban las
alegaciones de su madre de que James Fraser es el padre de Brianna,
al menos sí dejan claro que Frank Randall no lo es.
Si Brianna está conmocionada y horrorizada por la historia de su madre,
Roger está fascinado. Aunque entiende a las dos mujeres, en este
momento es el instinto de historiador lo que le domina.
-Entonces, esos hombres cuyos nombres me diste, los que lucharon en
Culloden… ¿los conocías?
Me relajé un poco. -Sí, les conocía-. Se oyó un trueno por el este, y la
lluvia empezó a golpear las altas ventanas que recorrían el estudio
desde el suelo hasta el techo en uno de sus lados. La cabeza de Brianna
estaba inclinada sobre los recortes, el cabello ocultando todo excepto la
punta de su nariz, que estaba muy roja. Jamie siempre se ponía rojo
cuando estaba furioso o preocupado. Yo conocía muy bien el aspecto de
un Fraser a punto de explotar.
-Y tú estabas en Francia -murmuró Roger como para sí mismo,
mirándome de cerca. El shock en su rostro estaba dando paso al interés
y a una especie de entusiasmo-. No creo que supieras….
-Sí, lo sabía -le dije-. Por eso fuimos a Paris. Le había hablado a Jamie
de Culloden, de la rebelión del 45 y de lo que ocurriría. Fuimos a Paris
para tratar de detener a Charles Stuart.
El Abad Alexander de Santa Ana de Beaupré es tío de Jamie, además
de un jacobita, a favor de la restauración de los Stuart católicos en el
trono de Escocia. Él es quien convence a su sobrino –recién recuperado
de la dura experiencia en la prisión de Wentworth- para que vaya a
París, donde el joven príncipe Carlos Eduardo Casimiro Maria Sylvestre
Stuart acaba de llegar. La misión de Jamie, si acepta, es proporcionarle
apoyo y ayudarle a construir las conexiones políticas y comerciales que
le permitirán recuperar el trono.
Este encargo les viene muy bien a los jóvenes Fraser; Jamie está fuera
de la ley, existe una sentencia de muerte contra él, y no pueden volver a
Escocia. Al mismo tiempo, Claire sabe cuál será el futuro: que Carlos
Stuart liderará una rebelión que terminará con la matanza de Culloden y
acabará con a los clanes de las Tierras Altas.
Han de encontrar la forma de detener esta dramática cadena de
acontecimientos que desembocará en Culloden. ¿Y qué manera mejor
puede haber para abortar el intento de restauración de los Stuart que
hacerse amigo del príncipe? Jamie tiene un familiar, Jared Fraser, que es
ahora un respetado y rico mercader de vinos, con almacenes y barcos
en Le Havre y residencia en París. Jared es también simpatizante
jacobita, y está más que dispuesto a proporcionar un trabajo a su joven
primo segundo, introduciéndole así en los círculos en los que puede ser
más de ayuda -u obstrucción- para Carlos Stuart.
Mientras Jared y Jamie brindan por la exitosa conclusión de su acuerdo
a bordo de uno de los barcos de Jared en el puerto de Le Havre, Claire
observa desde cubierta la descarga de otro barco. Al ver que se llevan a
un hombre claramente enfermo, se aproxima a toda prisa para ayudar,
justo a tiempo de verificar que se trata de un caso de viruela y de ver al
hombre morir en su presencia.
Por desgracia, el supervisor del puerto también ha llegado a tiempo de
escuchar su diagnóstico y, de acuerdo con la ley marítima francesa,
declara que el barco del que procedía el marinero ha de ser alejado del
puerto y quemado, con el fin de evitar que la enfermedad se propague
por el puerto.
Y lo que es todavía más desafortunado, el Conde de St. Germain, el
propietario del barco en cuestión, está también presente, y culpa a Claire
por la pérdida de su barco y toda la mercancía. Jamie llega a tiempo de
evitar males mayores, pero el Conde de St. Germain, le explica a Claire,
no es un enemigo conveniente para nadie. En medio del espectáculo del
barco en llamas, los Fraser abandonan Le Havre con dirección a París,
donde piensan que el peligro que van a correr es solo de índole política.
Jared parte hacia Alemania, y Jamie toma el mando del negocio,
asentándose en el círculo de jacobitas que rodea a Carlos Stuart. De
edad parecida a la del príncipe, se convierte rápidamente en su amigo
íntimo y confidente, e involuntariamente conocedor de todos sus
asuntos, incluyendo una relación amorosa con una mujer casada, la
Princesa Louise de Rohan.
Él mismo felizmente casado y esperando con ilusión la llegada de su
primer hijo, Jamie no ve con buenos ojos las correrías de Carlos Stuart.
Pero el deber le llama, y muchas noches vuelve a su cama matrimonial
con el olor a vino y mujeres extrañas en su piel.
-Quien mire a una mujer con lujuria en su corazón, ya ha cometido
adulterio. ¿Es así como lo ves?
-¿Es así como tú lo ves?
-No -dijo secamente-. No lo veo así. ¿Y qué harías tú si yo hubiera
yacido con una prostituta, Sassenach? ¿Me abofetearías? ¿Me echarías
de tu habitación? ¿Dejarías de visitar mi cama?
Me di la vuelta y le miré.
-Te mataría-, dije entre dientes.
Enarcó las cejas, y entreabrió la boca con incredulidad.
-¿Me matarías? ¡Dios! Si yo te encontrara con otro hombre, yo le mataría
a él-. Hizo una pausa y una de las esquinas de su boca se torció
irónicamente.
-Aunque ya te digo que tampoco estaría muy contento contigo, pero aun
así, es a él a quien mataría.
-¡Qué típico de los hombres! –dije-, no entendéis nunca.
Resopló con humor amargo.
-¿No lo entiendo? Así que no me crees. ¿Quieres que te lo demuestre,
Sassenach, que no he yacido con nadie en las últimas horas?- Se puso
de pie, el agua cayendo como en cascada a lo largo de sus largas
piernas. La luz de la ventana hacía más visible el vello dorado y rojizo de
su cuerpo, y el vapor le rodeaba como en una nube. Parecía una figura
de oro recién fundido. Dirigí la mirada un instante hacia abajo.
-¡Já!-, dije, con todo el desdén que pude poner en una sola sílaba.
-Agua caliente -dijo saliendo de la bañera-. No te preocupes, no llevará
mucho tiempo
-Eso -dije con delicada precisión- es lo que tú te crees.
Mientras lucha contra sus celos, Claire se queda más tranquila al oír que
Jamie ha diseñado un plan para evitar que sus juerguistas amigos le
presionen para que se una a sus desenfrenos; les ha dicho que Claire es
la Dama Blanca, una bruja cuyos poderes harían que se le secaran sus
partes, si es que alguna vez le fuera infiel. Los hombres, ahítos de
alcohol y extremadamente supersticiosos, le creen, y pronto circulan por
París rumores sobre la Dama Blanca, lo que divierte mucho a Claire.
Entre su trabajo y las intrigas reales, Jamie está muy ocupado. Pero
Claire, entre las náuseas matutinas y las cenas sociales, no lo está.
Buscando algún tipo de ocupación, ofrece sus servicios médicos como
voluntaria en el Hospital de los Ángeles, un convento-hospital dirigido por
la formidable Madre Hildegarde y su asistente, el perro Bouton.
Jamie también ha adquirido un asistente: un muchachito francés al que
conoció por casualidad en un burdel.
-Le llamaremos Fergus -dijo Jamie-. En realidad su nombre es Claudel,
pero pensamos que no sonaba muy varonil.
-¡Pero ya tenemos un mozo de cuadra, y otro para limpiar los cuchillos y
las botas!-, protesté.
-¡Ya! -contestó Jamie-. Pero no tenemos un carterista.
Gracias a la mano sutil de Fergus en las alforjas del cartero, Jamie está
al tanto del pulso secreto de la política real, y se entera de una noticia
alentadora: el Viejo Pretendiente, el antiguo Rey Jaime, no tiene ninguna
esperanza real de verse restaurado en el trono. Su motivo al enviar a su
hijo Carlos a Francia era más bien un intento de avergonzar al Rey Luis
de manera que le proveyera de un futuro seguro, quizá como general en
el ejército francés.
¿Tal vez, piensan Jamie y Claire, con un punto de esperanza, su misión
va a ser innecesaria?
Carlos, el Joven Pretendiente, alberga, sin embargo, aspiraciones más
elevadas que el ejército francés. Los Fraser se alarman al enterarse de
la nueva idea de Carlos Stuart: una inversión en un barco cargado de
licor de oporto, cuyas ganancias podrían ser suficientes para financiar la
rebelión con la que sueña. Aún más alarmante es a quién ha elegido
Carlos como su socio en el negocio: el conde de St. Germain.
Jamie se ve obligado a mezclarse en un juego delicado, indagando entre
banqueros y nobles, mercaderes y diplomáticos, para encontrar la
manera de que este negocio no siga adelante. Acompañándole a todo
tipo de acontecimientos sociales, a pesar de estar cada vez más pesada,
Claire también intenta por su parte enterarse de los rumores y también
de originarlos.
Entre las nuevas amigas de Claire está una joven muchacha, a la que
conoce en una de las fiestas de Louise de Rohan: Mary Hawkins, la
sobrina de quince años de uno de los conocidos de Jamie del mundo de
los negocios. Tímida, bonita y tartamuda, Mary es totalmente ignorante
en cuanto a los hombres en general, y felizmente desconoce también los
planes de su tío para casarla con un viejo y degenerado miembro de la
aristocracia francesa.
Al principio Claire siente pena por la chica, y se hace amiga de ella, pero
pronto se da cuenta de que el nombre de Mary Hawkins le es familiar: lo
ha visto en un árbol genealógico. Mary es -o será- la seis veces
bisabuela de Frank Randall, la mujer de Black Jack Randall.
Pero, ¿cómo? Jack Randall murió en la prisión de Wentworth, pisoteado
por las pezuñas de un rebaño de vacas de las Tierras Altas durante el
rescate de Jamie meses antes. Y sin embargo…Claire todavía lleva el
anillo de oro de su matrimonio con Frank, frío y seguro en su mano
izquierda. ¿Cómo puede ser, si el hombre que iba a concebir la línea
genealógica de Frank está muerto antes de que pueda concebir ningún
hijo?
Puede que Jonathan Randall esté muerto, pero su fantasma todavía se
pasea por los sueños de Jamie. Con las cicatrices de la prisión todavía
en carne viva, se despierta con sudores fríos, escuchando la voz de
Randall y su tacto en la piel. Negándose a dejar que Claire comparta el
horror de sus memorias, lucha solo con sus demonios por la noche, y se
levanta por la mañana con sus recuerdos encerrados en la caja de acero
que ha construido para ellos con tanta determinación.
Buscando remedios a base de hierbas para ayudarle a dormir, Claire
conoce a un pequeño y misterioso apotecario, el Maestro Raymond, que
la advierte, tanto de los peligros de la intriga con el rey como los del
conde, cuya siniestra reputación está agravada por los rumores de sus
asociaciones ocultas. ¿Está el conde tras el atentado que sufre Jamie en
las calles de Paris o el casi envenenamiento de Claire en Versalles?
Agobiados por la intriga y la incertidumbre, los Fraser buscan refugio en
la seguridad de su matrimonio. Mientras el bebé, que es la evidencia
tangible de su amor mutuo, crece en el vientre de Claire, ella y Jamie se
unen aún más, protegiéndose el uno al otro de las tenebrosas sombras
que les rodean.
-¿No te hace sentir un poco nervioso? -pregunté mientras subíamos las
escaleras- ¿No poder confiar en nadie?
Él rio suavemente. -Bueno, yo no diría nadie, Sassenach. Estás tú, y
Murtagh, y mi hermana Jenny y su marido Ian. A los cuatro os confiaría
mi vida. De hecho, ya lo hice, más de una vez.
Sentí un escalofrío cuando Jamie apartó las cortinas de la cama. El
fuego había sido apagado para la noche, y la habitación se había
enfriado”.
-Cuatro personas en las que puedes confiar no me parecen tantas-, dije,
desabrochándome el vestido.
Se sacó la camisa por la cabeza y la tiró a la silla. Las cicatrices de su
espalda brillaban como si fueran de plata en la suave luz del cielo
nocturno.
-Sí, bueno….-dijo irónicamente-. Son cuatro más de los que tiene Carlos
Stuart.
A pesar de las intrigas y rumores que les rodean, el rey de Francia le ha
tomado aprecio a los dos, y su presencia es requerida a menudo en los
eventos reales. En una ocasión, Claire es invitada a una comida
celebrada en honor de un noble inglés que está de visita, que resulta ser
un viejo conocido de los Fraser, el Duque de Sandringham. Pero no es
su aparición ni las náuseas lo que provocan el desmayo de Claire en los
jardines de Versalles, si no la súbita aparición de un hombre al que ya
había creído dos veces muerto.
Entonces le vi. Sentí como la sangre se retiraba de mi cabeza mientras
mis ojos miraban con incredulidad la elegante curva del cráneo, con el
cabello oscuro, desafiante entre tanta peluca empolvada a su alrededor.
En mi mente sonaron las alarmas como las sirenas en un ataque aéreo,
mientras intentaba alejar las impresiones que me asaltaban. Mi
subconsciente pensó “Frank”, y mi cuerpo se volvió para correr hacia él
en respuesta. “Frank no”, dijo el centro racional de mi cerebro,
haciéndome parar en seco al ver la reconocible curva de la boca,
sonriendo a medias, repitiendo “sabes que no es Frank” al tiempo que
los músculos de las pantorrillas se me paralizaban. Y entonces llegó la
oleada de pánico y la contracción de las manos y el estómago, cuando
los procesos más lentos del pensamiento lógico llegaron al fin por el
camino del instinto y el conocimiento, al ver las cejas altas y la postura
arrogante de la cabeza, convenciéndome de lo impensable. No podía ser
Frank. Y si no lo era, entonces solo podía ser…
“Jack Randall”. No fue mi voz la que lo dijo, si no la de Jamie, sonando
extrañamente tranquila y como lejana. Mi peculiar comportamiento le
había llamado la atención, y había dirigido su mirada donde la mía, y
visto lo que yo había visto.
No se movió. Por lo que podía ver a través de una nube de pánico cada
vez más densa, ni siquiera respiraba. Yo era mínimamente consciente de
la presencia cercana de un sirviente que miraba con curiosidad hacia
arriba, hacia la alta figura del guerrero escocés inmóvil a mi lado,
silencioso como una estatua de Marte.
Blandir un arma en presencia del rey era sinónimo de muerte. Murtagh
estaba en el extremo más lejano del jardín, demasiado lejos para ayudar.
Dos pasos más, y Randall estaría a suficiente distancia de nosotros
como para oírnos. Como para que le pudiera tocar una espada. Puse mi
mano en el brazo de Jamie. Estaba rígido como el acero de la
empuñadura de la espada en su mano. La sangre me rugía en los oídos.
“Jamie”, dije. “Jamie”. Y me desmayé.
Pero el recién llegado no es Jack Randall, sino su hermano menor,
Alexander Randall, que comparte un increíble parecido familiar con él,
pero parece ser bastante distinto de su vicioso hermano en cuanto a
personalidad y temperamento. Jack era un soldado y un sádico. Alex es
un vicario, un joven amable, intelectual, que trabaja para el duque como
capellán y secretario. También es, se entera Claire, el amor secreto de
Mary Hawkins, aunque parece imposible que la joven pareja pueda llegar
a casarse, dada la pobreza de Alexander y el compromiso -todavía no
anunciado- de la muchacha con el Vizconde Marigny.
Jamie no tiene nada contra Alexander Randall, salvo su parecido físico
con su hermano. La llegada de Alexander a París provoca en él más
pesadillas, sin embargo, en las que Jamie siente el toque de Jack
Randall en su piel y escucha su voz muerta, murmurando obscenidades
en la oscuridad. Se despierta de estos sueños sudando y enfermo, pero
no deja que Claire le reconforte, prefiriendo en su lugar luchar contra el
fantasma de Jack Randall dentro de su propia mente.
En una visita a los establos reales en Argentan, el Duque de
Sandringham se acerca a Claire con una interesante proposición: si
Jamie acepta volver a Escocia y abandonar a Carlos Estuardo, le podría
conseguir un perdón.
¿Por qué? Se pregunta Jamie. El duque no le debe nada, y no tiene que
esperar nada de él. ¿Está intentando -o posiblemente la corona inglesa,
con el duque como intermediario- arrebatar al Estuardo sus aliados con
el fin de desbaratar sus planes?
Claire y Jamie organizan en su casa una cena, en la cual se proponen
averiguar las intenciones del duque -¿es un jacobita en secreto, o lo
contrario?- y si el Conde de St. Germain está detrás de los atentados
contra sus vidas. Cuando cae la noche, Claire se apresura a volver a
casa desde el Hospital de los Ángeles para vestirse para la cena, en
compañía de Mary Hawkins, Fergus y Murtagh, el padrino y compañero
de Jamie.
Pero se está haciendo de noche, y el grupo es atacado en la oscuridad
en la Calle del Faubourg St. Honoré. Con Murtagh atado y sin poder
hacer nada, Mary es violada. Claire está a punto de recibir el mismo
tratamiento cuando se le cae la capucha y un rayo de luz de las farolas
le ilumina el rostro.
-¡Madre de Dios!- Las manos que me sujetaban los brazos se soltaron,
yo me aparté, y vi bajo la máscara una camisa manchada y una boca
abierta en horrorizada sorpresa. Se alejó de mí, persignándose.
-En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo- balbució,
santiguándose y volviéndose a santiguar- ¡La Dama Blanca!
-¡La Dama Blanca!- el hombre tras de mí gritó como un eco, muerto de
terror.
En unos instantes, los asaltantes habían huido, dejando tras sí la
desesperación y la calle vacía.
Fergus había corrido a avisar a Jamie. Con él vino Alex Randall.
Demasiado tímido y consciente de su estado de pobreza como para
acercarse a ella de manera directa, ha estado siguiendo a Mary por la
ciudad, esperando verla de vez en cuando. Jamie libera a Murtagh y los
lleva a todos a casa donde él y Claire han de prepararse a toda prisa
para una cena que empieza con malos augurios.
Lo que yo quería en ese momento era un poco de paz, tranquilidad y
privacidad para poder ponerme a temblar como un conejo. Pero lo que
me esperaba era una cena con un duque que podía ser un jacobita o un
agente inglés, un conde que podía ser un envenenador, y una víctima de
violación escondida en el piso de arriba.
La cena es el acontecimiento de la temporada -del que se hablará
durante meses, como diría Claire irónicamente- aunque no por las
razones usuales. La inoportuna aparición de Mary Hawkins, drogada y
despeinada, provoca una confrontación, una pelea a puñetazos y una
histeria general. Al final, se llevan a Mary a casa de su tío, Silas Hawkins
y Alex Randall quedan inconscientes en el suelo, y Jamie cae en manos
de la policía de París…. Y el Conde de St. Germain, mientras tanto,
mirándolo todo con una sonrisa autosuficiente.
Liberado a la mañana siguiente, Jamie vuelve a casa en la Rue
Tremoulins, con ganas solo de ponerse ropa limpia y refugiarse en los
brazos de Claire. Pero le espera otra conversación. Murtagh se arrodilla
ante él, le ofrece su daga cogiéndola por la hoja y le pide formalmente
que le mate. No puede vivir, dice, con la vergüenza de haber fracasado
en el intento de proteger a la esposa y el hijo no nacido de su jefe.
En lugar de hacer lo que le dice, Jamie le pide a Murtagh que le haga un
juramento:
Jamie bajó aún más el tono de su voz, aunque no llegaba a ser un
susurro. Estirando los tres dedos medios de su mano derecha, los puso
sobre el mango de su daga.
-Te ordeno entonces -por medio de tu juramento ante mí y tu palabra
ante mi madre- que encuentres a estos hombres. Persíguelos, y cuando
les encuentres, te ocuparás de llevar a cabo la venganza debida al honor
de mi esposa y a la sangre de la inocencia de Mary Hawkins.
Se detuvo un momento, y a continuación retiró la mano del cuchillo.
Murtagh lo puso de pie en vertical, sujetándolo por la hoja.
Reconociendo mi presencia por primera vez, inclinó su cabeza hacia mí
y dijo: “Lo que el Señor ha dicho, señora, yo lo haré. Pondré la venganza
a sus pies”.
Sin embargo, una visita de Raymond, el apotecario, le salva la vida y
Claire, convaleciente, se retira a Fontainebleau, donde su amiga Louise
espera que el aire del campo le hará recobrar la salud de su cuerpo y de
su espíritu.
Pero mientras el cuerpo de Claire se recobra, su espíritu languidece. No
hay noticias de Jamie. Ella piensa que se ha ido a España, obligado por
la necesidad de llevar a cabo su plan. Rodeada de una nube gris de
pena que la paraliza, no le importa si vuelve o no.
Sin embargo, un descubrimiento casual arroja un pequeño rayo de luz: a
través de Fergus averigua qué es lo que le hizo a Jamie romper su
promesa y luchar con Jack Randall; cuando terminó con sus asuntos en
el burdel, se encontró con Randall, que estaba vejando a Fergus, y en un
arrebato de furia le retó a un duelo. Claire lo entiende, pero no puede
perdonar. Se ha perdido demasiado.
A veces me preguntaba cuándo le vería otra vez, o si lo haría, y qué nos
diríamos el uno al otro. La verdad es que prefería no pensar en ello, y
dejar pasar simplemente los días, uno a uno, evitando pensar en el
futuro o en el pasado y viviendo solo en el presente.
Esta especie de trance en el que se encuentra se rompe un día con la
llegada de una nota a Fontainebleau, una nota que deja bien claro que
Jamie no está en Orvieto, como pensaba Claire. Pero entonces…
¿dónde está?
-Está en La Bastilla- dijo Louise, suspirando-. Por el duelo.
Sentía las rodillas como si fueran de mantequilla, y me senté en lo
primero que encontré para no caer.
-¿Por qué demonios no me lo dijiste? en este momento no estaba
segura de lo que sentía ante esta noticia: shock, horror o miedo. ¿O
quizás un poco de satisfacción?
-Yo….no quería preocuparte, cherie -tartamudeó Louise, asustada por la
agitación de Claire-. Estabas tan débil, y además no podías hacer nada.
Y no preguntaste, añadió.
-¡Jesús, Roosevelt y Cristo!- balbucí, aunque me hubiera gustado poder
decir algo más fuerte.
-Es una suerte que el pequeño James no matara a su oponente- se
apresuró a añadir Louise-. En ese caso, la pena habría sido mucho
mayor… ¡oh! -Apartó sus faldas de seda justo a tiempo para evitar la
cascada de galletas y de chocolate que tiré sobre la bandeja con el té
que acababan de traer, que cayó con estrépito aunque nadie la hizo
caso. Me quedé mirando a Louise. Mis manos apretaban mis costillas, la
derecha curvada protectoramente sobre el anillo amarillo que llevaba en
la izquierda. El fino metal pareció quemarme la piel.
-¿Entonces no está muerto- pregunté, como en un sueño-. El capitán
Randall… ¿está vivo?
-Pues claro- dijo Louise, mirándome con curiosidad-. ¿No lo sabías?
Está malherido, pero dicen que se recuperará. ¿Estás bien, Claire?
Pareces….-Pero el resto de lo que estaba diciendo ya no lo pude oír,
bajo el estruendo que me llenaba los oídos.
No hay elección. Sean cuales sean los sentimientos de Claire hacia
Jamie -y ella misma no tiene claro cuáles son- ha de liberarle de La
Bastilla. Solo quedan unos días: el barco de Carlos Estuardo zarpará
pronto, y con él, toda esperanza de detener el desastre de la Rebelión.
Claire vuelve a Paris, buscando ayuda desesperadamente. Pero solo
hay una oportunidad: una petición personal ante el mismísimo rey. El rey
es susceptible a los encantos de las mujeres, pero a un precio.
-A cambio querrá yacer contigo-, dijo la Madre Hildegarde sin
miramientos.
Me quedé mirando la mesa decorada con incrustaciones, casi sin ver las
complicadas curvas de esmalte que representaban formas geométricas.
Mi dedo índice trazó las volutas y espirales, que me proporcionaban algo
tangible a lo que aferrarme entre los pensamientos alocados que
inundaban mi cabeza. Si en verdad era necesario, para que Jamie fuera
liberado de la cárcel y para evitar la invasión jacobita de Escocia,
entonces tendría que asegurarme de que quedara en libertad, sin
importar el método ni sus consecuencias.
Por fin alcé la mirada, fijándola en sus ojos. -Tendré que hacerlo- dije en
voz baja-. No hay otra manera.
-Rezaré por usted- dijo la Madre Hildegarde, sonriendo de una manera
que habría parecido tímida en un rostro con rasgos menos duros. Su
expresión se volvió de pronto pensativa.
-Aunque me pregunto- añadió, dubitativa-, exactamente cuál sería el
santo apropiado para invocar en estas circunstancias.
Mientras se desplaza al palacio para encontrarse con el rey, Claire se
debate entre el asco que le inspira lo que va a hacer y una furia profunda
hacia Jamie, que la ha obligado involuntariamente a prostituirse. El único
pequeño consuelo que tiene es que Jack Randall no ha muerto. Al
menos, Frank está seguro en algún lugar del futuro.
Pero es el presente lo que le preocupa, mientras el mayordomo le abre
la puerta de la cámara del rey. Sin embargo, ante la sorpresa de Claire,
el rey requiere de ella un servicio diferente. Dos hombres están siendo
juzgados por el secreto Consejo Secreto del Rey, acusados de brujería.
Ambos se inculpan mutuamente; y solo hay una persona que puede
dirimirlo: la Dama Blanca.
Uno de ellos es Raymond, el apotecario; el otro, el Conde St. Germain.
Claire se encuentra en medio de este duelo de brujos, sin poder hacer
nada, sin saber qué hacer o decir, mientras ambos hombres se
defienden de las acusaciones, hasta que es a ella a quien el Conde
empieza a acusar de brujería.
-¿Lo ven? -dijo triunfalmente-. Esta mujer se encoge de miedo. ¡Es una
bruja!
En realidad, comparada con el único juez real que había en la
habitación, que se apretaba contra la pared más lejana muerto de miedo,
yo era un dechado de fortaleza, pero he de admitir que había retrocedido
involuntariamente cuando apareció la serpiente. Ahora, sin embargo, di
un paso hacia delante, intentando cogerla. El dichoso animal no era
venenoso, después de todo. A lo mejor podríamos ver lo inofensiva que
era si se la ponía alrededor del cuello.
Antes de que pudiera acercarme a él, el Maestro Raymond habló desde
detrás del conde. Con toda la conmoción, casi me había olvidado de él.
-Eso no es todo lo que dice la Biblia, señor conde- dijo Raymond sin
alzar la voz. La ancha cabeza del anfibio era blanda como el flan. Aun
así, el sonido de voces se detuvo, y el rey se volvió para escuchar.
-¿Sí?- dijo.
Raymond asintió educadamente y metió ambas manos en su manto. De
un bolsillo sacó un frasco, del otro una pequeña copa.
Citó: “manejarán serpientes y no recibirán ningún daño, y si beben una
pócima venenosa, no morirán”.
Raymond le pasa la copa a Claire, que bebe de ella, porque confía en él.
Entonces él hace lo mismo, y a continuación se la pasa a Claire para que
haga lo propio con el conde. Pero en este proceso, Raymond ha
envenenado hábilmente el contenido.
Sabía que la copa que sostenía en mi mano contenía la muerte. El cristal
blanco colgaba de mi cuello, avisándome del veneno. No había visto a
Raymond añadir nada; nadie lo había visto, estaba segura. Peo no
necesitaba sumergir el cristal en el líquido, rojo como la sangre, para
saber lo que contenía.
El Conde percibió ese conocimiento en mi rostro; la Dama Blanca no
puede mentir. Dudó, mirando la copa.
-Beba, señor -dijo el rey. Sus ojos oscuros no mostraban ninguna
expresión-. ¿O tiene miedo?
Puede que el conde tuviera muchos defectos reprochables, pero la
cobardía no era uno de ellos. Su rostro estaba pálido, pero miró al rey a
los ojos de forma directa, con una pequeña sonrisa.
-No, majestad- dijo.
Cogió la copa de mi mano y la apuró, con los ojos fijos en los míos. Y así
se mantuvieron, hasta que empezaron a empañarse con el conocimiento
de su inminente muerte. La Dama Blanca puede cambiar la naturaleza
de un hombre para bien, o llevarle a la destrucción.
Dejando todo atrás, o al menos así lo cree, Claire vuelve a
Fontainebleau. Ya no queda nada: ni amor ni peligro. La niebla la rodea
otra vez y ella se deja envolver, viviendo el día a día, temerosa incluso
de pensar en el futuro. Jamie está libre. Ella misma ha comprado su
libertad, a un precio que no quiere recordar. Probablemente se ha ido a
Orvieto, a llevar a cabo su plan. Cuando lo consiga, si lo consigue…
Claire no quiere pensar tan a largo plazo.
Pero el futuro nos alcanza a todos, como el pasado, y todos los tiempos
son el presente. Una tarde lluviosa, el mayordomo anuncia la llegada de
Lord Broch Tuarach, y Claire entra en pánico. Jamie la persigue por los
jardines, y al final se enfrenta a ella en una pérgola cubierta de parra,
donde se ven forzados a enfrentarse a sus pérdidas y decidir si han de
agarrarse a lo que les queda.
Él se había puesto de pie ante mí. Su sombra cayó sobre mis rodillas;
seguro que eso quería decir que la nube se había disipado…una sombra
no puede existir sin luz.
-Claire –susurró-. Por favor, déjame consolarte.
-¿Consolarme?- dije-. ¿Y cómo lo vas a hacer? ¿Vas a devolverme a mi
hija?
Cayó ante mí de rodillas, pero yo mantuve la cabeza baja, mirándome
las manos extendidas boca arriba, vacías en mi regazo. Sentí cómo se
movía al alargar su brazo para tocarme, dudar, retirarlo y volverlo a
acercar a mí.
-No -dijo, en una voz tan baja que casi no le pude oír-. No. No puedo
hacer eso. Pero…por la gracia de Dios…podría darte otra.
Su mano vacilaba sobre la mía, lo suficientemente cerca como para
sentir la calidez de su piel. También sentí otras cosas: la pena que
intentaba controlar a toda costa, la ira y el miedo que le ahogaban, y el
coraje que le impulsaba a hablar, a pesar de todo. Yo reuní todo el que
me quedaba, un sustituto insuficiente para la nube gris que me envolvía.
Entonces le cogí la mano, alcé la cabeza, y miré al sol, que brillaba de
lleno en su rostro.
Una condición para la libertad de Jamie es que tendría que abandonar
Francia. El perdón está asegurado, puede volver a Escocia. Con los
planes de Carlos Estuardo frustrados y dejando dolorosos recuerdos
atrás, los Fraser están encantados de irse y volver a casa, a Lallybroch.
La soledad de las Tierras Altas y la vida pacífica y laboriosa de la granja
son un refugio, tanto para Jamie como para Claire. Creen que han
conseguido su objetivo; el Estuardo no tiene dinero, ni crédito con ningún
banquero en Francia o Italia, y así no va a poder financiar un ejército.
Los dos están libes para concentrarse el uno en el otro, para reconstruir
su vida de pareja, para arroparse en su amor mutuo, para protegerse de
cualquier peligro futuro.
Pero el destino -y Carlos Estuardo- es caprichoso. Una carta destruye la
paz en Lallybroch. Estuardo ha desembarcado en Glenfinnan para
reclamar su trono, con no más de unos pocos compañeros y una docena
de barriles de brandy, con los que espera poder embaucar a los jefes de
los clanes para que abracen su causa. Pero la carta contiene noticias
aún peores: para subrayar la apariencia de que tiene un gran apoyo,
Carlos ha publicado los nombres de los jefes que han jurado seguirle,
añadiendo despreocupadamente el nombre de Jamie a la lista, seguro
de la lealtad de su amigo.
No hay elección. Han fracasado en su intento de detener a Carlos
Estuardo, y ahora, al aparecer su nombre en la lista, Jamie se ha
convertido en un traidor, y solo puede hacer ya una cosa: ayudarle a
ganar.
Con treinta hombres, Jamie y Claire se unen al ejército de las Tierras
Altas cerca de Preston. Pero por el camino se encuentran con un
desconocido: un muchacho de dieciséis años, un joven soldado inglés
que también está de camino para reunirse en Preston con su regimiento.
Jamie le captura y consigue con engaños que le proporcione el número y
la posición de los soldados de artillería de su regimiento, a quienes
Jamie y sus hombres desarman fácilmente en la oscuridad.
El muchacho, John William Grey, jura vengarse de Jamie antes de que
se lo lleven para ponerle a salvo de vuelta con sus compañeros. Este
interludio vagamente cómico es seguido por otro más serio: el ejército de
las Tierras Altas se enfrenta a su primera prueba contra las fuerzas
inglesas, mucho más numerosas, bajo el mando del General Jonathan
Cope.
Claire espera muerta de miedo, junto con las demás mujeres que han
viajado con sus maridos y con el ejército. Que sepa lo que va a pasar no
la tranquiliza; sabe que los montañeses ganarán, con solo 30 bajas, pero
¿cuáles de ellos serán hombres que ella conoce? ¿O quizá el hombre
que ama?
La batalla se gana y Jamie sobrevive. Los victoriosos montañeses inician
la marcha hacia Edimburgo, donde Carlos Estuardo es recibido como un
héroe. La ciudad celebra con bailes y fiestas en el Palacio de Holyrood, a
pesar de la presencia de una guarnición inglesa, a salvo tras los muros
del Castillo de Edimburgo. Todos están momentáneamente ilusionados;
varios jefes de clan van a venir a visitar al Estuardo, y van llegando
también enviados extranjeros para valorar las posibilidades de victoria.
Entre los que vienen está Colum MacKenzie, jefe de los MacKenzie de
Leoch, quien se reúne en privado con Jamie y le pide consejo
abiertamente: ¿debe comprometer a los hombres de Leoch con la causa
del príncipe o dar la espalda a toda esta locura? Su hermano Dougal
está totalmente dedicado a la causa jacobita, pero es Colum quien goza
de autoridad sobre el clan.
Jamie duda; Si los MacKenzie de Leoch se retiran, ¿se evitará una
victoria que quizá contando con ellos sí se habría producido? Pero si no
hay victoria, no habrá clan, y los hombres de Leoch son la gente del clan
de su madre, su propia sangre. No, le dice finalmente a Colum. Daos la
vuelta. Volved a casa. Y si se produce el desastre, habrá unas cuantas
almas menos sobre su conciencia.
A Claire también le ocurre algo en Holyrood que la obliga a tomar una
decisión; alguien llama una noche a su puerta y, al abrirla, se encuentra
cara a cara con la persona que menos esperaba ver: Jack Randall.
Dejando a Jamie dormido, para evitar que se despierte y la descubra, se
va con él para escuchar su increíble propuesta.
Alexander Randall está en la ciudad, muy enfermo. Creyendo que Claire
tiene poderes sobrenaturales, Jack desea que devuelva la salud a su
hermano pequeño; a cambio, le proporcionará información sobre los
movimientos del ejército inglés, obtenida de sus colegas de la guarnición
del castillo.
Claire, accediendo de mala gana, visita a Alex Randall, a quien
encuentra en muy mal estado. Está muy enfermo de tisis y muestra los
primeros signos de una insuficiencia cardiaca, pero logra aliviarle un
poco, y la información que le ha proporcionado Jack Randall mejora las
expectativas de Carlos Estuardo.
Dichas expectativas mejoran aún más con la inesperada muerte de
Colum MacKenzie, se supone que por causas naturales. Con Colum
muerto, la jefatura del clan MacKenzie pasa a Dougal, y Dougal está
más que dispuesto a comprometer a sus hombres y sus recursos para la
rebelión.
Aunque tiene apoyos cada vez más sólidos, Carlos Estuardo quiere aún
más, y en su intento de ganarse el favor del resto de los clanes, envía a
Jamie y a Claire al Castillo de Beaufort, para conseguir la ayuda del
Viejo Zorro, Simon, Lord Lovat, jefe del clan Fraser y abuelo de Jamie.
Como Jamie le dice a Claire, “mi abuelo tiene el tipo de carácter que le
permitiría esconderse convenientemente tras una escalera de caracol”.
Esta no es la primera vez que el Viejo Zorro ha llevado puestas dos
chaquetas, y es ya demasiado viejo y listo para dejarse persuadir de una
forma u otra por su joven -e ilegítimo- nieto. Sin embargo, Simon se
convence de que con quien más ventajas puede obtener es con los
Estuardo, por lo que envía un considerable grupo de hombres para que
vuelvan a Edimburgo con Jamie bajo el mando de su hijo pequeño, el
joven Simon.
En Edimburgo la situación es más sombría, a pesar del aumento de
efectivos. El apoyo prometido por las Tierras Bajas no se ha
materializado; algunos de los jefes de los clanes están cada vez más
descontentos. Los montañeses son granjeros; el invierno se acerca, y
tienen que volver a sus hogares, para poder preparar sus casas y sus
cultivos antes de que llegue el frío. Pero no hay remedio; el ejército de
las Tierras Altas se enfrentará una vez más con los ingleses, en Falkirk.
.
Todo el mundo está nervioso por la inminente batalla. Claire visita a
Alexander Randall, cuya condición se ha deteriorado hasta un extremo
alarmante. Hay algo que conforta al enfermo: la inesperada llegada de
Mary Hawkins quien -al enterarse de donde está Alex- ha engañado a su
padre para que la envíe a vivir con una tía en Edimburgo.
Claire sabe que los montañeses saldrán una vez más victoriosos de esta
batalla, pero es un conocimiento que no la consuela; a su alrededor no
puede evitar ver los signos de una confianza cada vez más deteriorada,
de un mal liderazgo, pocos recursos, y que todo ello causará el trágico
final de la causa de los Estuardo y de todos los que la siguieron. Pero
por el momento, la victoria está cerca una vez más; en su marcha hacia
Falkirk por la noche, los montañeses se encuentran con una pequeña
tropa de soldados ingleses, y se oyen disparos en la noche.
Refugiados en una iglesia desierta, Claire se encuentra atrapada con
unos cuantos de los MacKenzie de Leoch, incluyendo tanto a Dougal
como a su lugarteniente, Rupert, que ha sido fatalmente herido en la
escaramuza. Jamie se une al grupo, pero no a tiempo de sacar a Claire
antes de ser rodeados en la iglesia. Ante el peligro inminente de morir
quemados dentro de ella, Dougal recurre a una treta: Claire ha de
pretender ser una mujer inglesa apresada como rehén por los
escoceses. Éstos harán un intercambio a cambio de su libertad. Una vez
que su esposa esté a salvo, Jamie podrá ir a buscarla y liberarla de los
ingleses.
El plan funciona, al menos inicialmente. Pero las cosas empeoran
rápidamente cuando Claire descubre que la batalla que ella creía que
había terminado ya no ha comenzado todavía. Con todos los oficiales
ingleses ocupados con los preparativos, nadie ha tenido tiempo para
ella, y la envían rápidamente hacia el sur, bajo vigilancia, como persona
sospechosa. Intentando escapar y fracasando en ello, al fin la llevan a un
destino inesperado en el norte de Inglaterra: una mansión llamada
Belhurst. Su anfitrión es también inesperado: el Duque de Sandringham.
Al oír el increíble caso de la rehén inglesa, el duque, astutamente, ha
adivinado quien debe ser la mujer, y hace que se la traigan para que le
sirva como cebo para atrapar a Jaime Fraser. En una incómoda
entrevista con el duque, Claire descubre la verdad, o parte de ella. Fue el
duque el responsable de los atentados a la vida de Jamie y Claire en
Paris, en un esfuerzo por deshacerse de una fuente influyente de apoyo
para la causa de los Estuardo. El hombre que dirigió el ataque en la
Calle del Faubourg St.-Honoré era Albert Danton, ayuda de cámara del
duque, ataque que irónicamente evitó que se produjera el matrimonio de
la ahijada del duque, Mary Hawkins.
Jamie sigue el rastro de Claire, y se las arregla para entrar en la mansión
sin que le vean, donde mata a Danton y libera tanto a Claire como a
Mary. La expedición tiene un coste: Hugh Munro, un amigo de Jamie que
intentó avisarle, es ahorcado por los hombres del duque. Acompañado
por Murtagh, que lleva consigo una bolsa con un botín procedente de la
mansión, Jamie y sus hombres se dirigen al norte, deteniéndose
únicamente para realizar el triste cometido de llevar el cuerpo de Hugh a
su mujer.
Murtagh puso la bolsa en el suelo a mis pies, se irguió y dirigió su
mirada, primero a mí y luego a Mary, a la viuda de Hugh Munro, y por fin
a Jamie, que le miraba tan perplejo como yo. Asegurándose así de que
tenía toda la atención de la audiencia, Murtagh se inclinó formalmente
ante mí, con un mechón del oscuro cabello mojado cayéndole sobre las
cejas.
-Le traigo su venganza, señora -dijo en voz tan baja como nunca le
había oído hablar. Se enderezó e inclinó a su vez la cabeza en dirección
a Mary y a la Señora Munro-. Y justicia para el mal que se os ha hecho.
Mary estornudó y se limpió la nariz a toda prisa con su pañoleta. Se
quedó mirando a Murtagh, desconcertada y con los ojos como platos. Yo
miré la abultada bolsa, y sentí un frío repentino que no tenía nada que
ver con la temperatura que hacía en el exterior. Pero fue la viuda de
Munro la que cayó de rodillas y, con manos firmes, abrió la bolsa y sacó
de ella la cabeza del Duque de Sandringham.
Volviendo hacia el norte a toda prisa, los Fraser llegan a Edimburgo.
Aunque Jamie está impaciente por seguir y alcanzar al ejército
montañés, donde están los hombres de Lallybroch, Mary Hawkins les
hace una petición: que él y Claire sean testigos de su matrimonio.
Pero un matrimonio, no con el moribundo Alexander Randall, sino con su
hermano, Jonathan. Mary está esperando un hijo, y Alex desea que
tenga la protección de su nombre y su familia, una protección que él
mismo no le puede dar. Sin embargo, como vicario que es, sí puede
casar a su hermano con su amante; un acto final de desesperación antes
de morir.
Así queda resuelto el misterio de la descendencia de Frank Randall.
Pero Claire no tiene tiempo de pensar. El desastre se acerca como las
nubes de tormenta sobre las montañas de las Tierras Altas. El ejército
montañés emprende el camino de Culloden y de la destrucción, que
puede amenazar también a los hombres de Lallybroch. Los Fraser se
apresuran a viajar hacia el norte, ocultándose, pasando hambre, para
enfrentarse a la batalla final que les tiene reservada la historia.
Llegan a la Casa de Culloden la víspera de la batalla, y se encuentran
con el caos y la desesperación. Hombres medio muertos de hambre
yacen vestidos con harapos en el lodo, durmiendo exhaustos tras una
larga e inútil marcha. Mañana estarán en el páramo, para servir de
carnaza a los cañones ingleses.
Refugiándose en el pequeño ático de la casa, Claire le dice a Jamie que
solo les queda tomar una última medida desesperada: Carlos Estuardo
es el foco de la rebelión, el líder de las fuerzas de las Tierras Altas, y por
él lo que queda de su andrajoso ejército luchará hasta la muerte en
Culloden. Si Carlos Estuardo muriera -aquí, esta noche- al menos la
batalla final podría ser evitada.
A pesar de estar ambos horrorizados por esta sugestión, la contemplan.
Claire tiene veneno y acceso al príncipe; podría costarle la vida, pero
¿no valdría la pena a cambio de cientos de vidas que morirían al día
siguiente? Al final, se dan cuenta de que ninguno de los dos puede
cometer asesinato a sangre fría, incluso sabiendo lo que saben.
Pero esta conclusión llega demasiado tarde; Dougal MacKenzie,
buscando a Jamie, escucha por casualidad su conversación. Acusa a
Claire de ser una bruja traicionera que ha seducido a su sobrino, saca su
puñal e intenta matarla allí mismo. A esto le sigue una lucha
desesperada entre Jamie y Dougal, que termina con Dougal muerto en el
suelo con la daga de Jamie clavada en el cuello.
Huyendo de la Casa de Culloden, Jamie se encuentra con su padrino,
Murtagh, y su sirviente, Fergus. Sacando un documento que había
preparado hacía tiempo en caso de que se produjera una situación como
la actual, le pide a Murtagh que sea testigo: se trata de un Acta de
Donación de Sasine, que transfiere la propiedad de Lallybroch a su
propio sobrino, James Murray. Al tener una fecha anterior a la actual,
evitará que la propiedad sea confiscada por la Corona por pertenecer a
un traidor.
Se le encomienda a Fergus la tarea de llevar el acta a Lallybroch,
consiguiendo así al mismo tiempo poner al muchacho a salvo de la
batalla. A continuación Jamie ordena a Murtagh reunir a los hombres de
Lallybroch. Él, Jamie, llevará a Claire a un lugar seguro y después
volverá para tomar el mando de sus hombres y ponerles a salvo antes
de la batalla.
Al llegar al círculo de piedras la noche antes de la batalla, Claire se niega
a dejar a Jamie; si él muere en Culloden, ella morirá con él.
-Si tú no tienes miedo, yo tampoco -dije, con gesto decidido-. Todo
terminará….pronto. Tú mismo lo dijiste. -A pesar de mi determinación, mi
voz empezaba a temblar-. Jamie, yo no…no puedo… ¡no pienso vivir sin
ti, y ya está!
Jamie abre la boca, sin saber qué decir, y la vuelve a cerrar, sacudiendo
la cabeza. La luz estaba empezando a desvanecerse sobre las
montañas, pintando las nubes con un brillo rojizo. Por fin extendió sus
brazos, me atrajo hacia sí y me abrazó con fuerza.
-¿Crees que no lo sé? -preguntó suavemente-. Ahora soy yo quien lo va
a tener fácil. Porque si sientes por mí lo que yo siento por ti, entonces lo
que te estoy pidiendo es que te arranques el corazón y que vivas sin él-.
Me acarició el cabello, y los pelos que se me habían soltado se
enganchaban en sus ásperos nudillos.
-Pero has de hacerlo, a nighean donn. Mi valiente leona. Tienes que
hacerlo.
-¿Por qué? -le rogué, separándome un poco para mirarle a la cara-
¡Cuando me salvaste en el juicio de Cranesmuir, dijiste entonces que
habrías muerto conmigo, que habrías ido a la hoguera junto a mí, si
hubiera sido necesario!
Me cogió las manos y me miró con sus ojos azules y firmes.
-Sí, lo habría hecho –dijo-, Pero yo no llevaba a tu hijo en mi vientre.
Intenté luchar contra las oleadas de náusea que me invadieron -tan
fácilmente atribuibles al hambre y al miedo- pero sentí de repente un
ligero peso ardiendo en mi seno. Me mordí fuertemente los labios, pero
el mareo me invadió.
Jamie soltó mis manos y quedó en pie ante mí, con sus propias manos
sueltas a los lados, su silueta bien dibujada contra el cielo cada vez más
oscuro.
-Claire -dijo con calma-. Mañana moriré. Este hijo….es todo lo que
quedará de mí…para siempre. Te pido, Claire, te ruego…haz que esté
seguro.
Me quedé quieta, con la visión borrosa, y en ese momento escuché
como mi corazón se rompía. Fue un sonido leve, limpio, como cuando se
parte el tallo de una flor.
Al fin incliné mi cabeza ante él, el viento silbando en mis oídos.
-Sí –susurré-. Sí, me iré.
Era casi de noche. Me abrazó por detrás y me hizo apoyarme en él
mientras miraba por encima de mi hombro, hacia el valle. Las luces de
las fogatas habían empezado a aparecer, como pequeños puntos
brillantes en la distancia. Nos quedamos en silencio mucho tiempo,
mientras la noche nos envolvía. La colina estaba muy tranquila; no se
oía nada excepto la respiración de Jamie, un sonido que para mí era lo
más preciado.
-Te encontraré -susurró en mi oído-. Te lo prometo. Aunque tenga que
sufrir doscientos años en el purgatorio, doscientos años sin ti…ese será
mi castigo, el que merezco por mis crímenes. Porque he mentido, he
matado y he robado; he traicionado y engañado. Pero tengo algo para
equilibrar la balanza. Cuando esté rindiendo cuentas ante Dios, tendré
algo que decirle, algo que compensará el resto.
Bajó la voz aún más, casi a un susurro, y sus brazos me apretaron con
más fuerza.
-Señor, me diste una mujer única, y ¡oh Dios, cómo la amé!
Una última noche juntos, en las ruinas de la cabaña en la colina de
Craigh na Dun, y los dos se preparan para separarse para siempre.
-Dicen… -empezó, y se detuvo a aclararse la garganta-. Dicen que,
antaño, cuando un hombre partía para la guerra o la exploración,
buscaba a una mujer sabia y le pedía que le bendijera. Se ponía de pie
mirando hacia delante, en la dirección en la que partiría, y ella se
colocaba tras él, para decir las palabras de la oración. Cuando
terminaba, él comenzaba a caminar hacia delante, sin mirar atrás,
porque si no, traería mala suerte a su misión.
Me tocó el rostro una vez, y se dio la vuelta, situándose frente a la puerta
abierta. El sol de la mañana entraba en la cabaña, iluminando su pelo en
llamas de cien colores. Enderezó los hombros, anchos bajo su tartán, y
cogió aire profundamente.
-Bendíceme pues, mujer sabia -dijo suavemente-. Y vete.
Pero la bendición de Claire es interrumpida por la llegada súbita de
soldados ingleses.
Me besó una vez más, con tanta fuerza que dejó sabor a sangre en mi
boca. -Llámale Brian –dijo-, por mi padre. Con un pequeño empujón, me
dirigió hacia delante, hacia la puerta. Mientras corría hacia ella, miré
atrás y le vi de pie, con la espada medio desenvainada, y el puñal
preparado en su mano derecha.
Los ingleses, sin darse cuenta de que la cabaña estaba ocupada, no
habían pensado en enviar a nadie a que vigilara la parte de atrás. La
pendiente tras la cabaña estaba desierta y yo me apresuré a bajarla y a
esconderme entre el matorral de alisos por debajo de la cima de la
colina.
Escuché un ruido en los arbustos por detrás de mí. Alguien me había
oído salir de la cabaña. Me sequé las lágrimas y me dirigí hacia arriba
como pude, gateando incluso, cuando la pendiente se hizo demasiado
pronunciada. Así alcancé un espacio abierto, una repisa de granito de la
que me acordaba. Ahí estaba el pequeño cerezo silvestre que crecía en
el mismo muro de piedra, entre las rocas desperdigadas.
Me detuve al borde del círculo de piedras, mirando hacia abajo,
intentando desesperadamente ver lo que estaba sucediendo. ¿Cuántos
soldados habían ido a la cabaña? ¿Podría Jamie deshacerse de ellos y
alcanzar su caballo? Sin él, no llegaría nunca a Culloden a tiempo.
De repente, los arbustos más abajo se abrieron y dejaron ver algo rojo.
Un soldado inglés. Me di la vuelta, corrí jadeando hacia el césped del
círculo y me arrojé a través de la hendidura en la roca.
1968
Y eso, dice Claire a su hija, fue el final de la historia de Jamie Fraser; lo
que vino a Escocia a averiguar: si había conseguido al final su último
deseo, salvar a sus hombres antes de volver para morir en la batalla.
Habiendo hecho eso, no habría sentido que su vida hubiera sido
totalmente en vano. Y sabiendo ahora el final de esta historia, por fin
podría decirle a su hija la verdad.
Al oír el final de la historia de su madre, Brianna Randall está furiosa y se
niega a aceptarlo. No puede ser. ¡Frank Randall es su padre! Lívida ante
lo que considera una traición de Claire, y negándose a creer su historia,
Brianna se va muy enfadada, dejando a Claire y a Roger en silencio y
conmocionados.
Con las pruebas que tiene y sin una obligación emocional de no creerlo,
Roger piensa que la historia de Claire sí es cierta. Como respuesta a sus
tímidas preguntas, le cuenta el capítulo final, lo que les pasó a los
hombres que ella conocía. Los que murieron en Culloden. Sabiendo del
desastre que dejó tras sí, e intentando construir una vida nueva con
Frank y Brianna, Claire ha intentado no mirar atrás nunca más; jamás se
propuso averiguar los detalles de la muerte de los clanes de las Tierras
Altas. Pero ahora, ya no puede negarse: ya puede llorar a los muertos y
hacer las paces con el pasado.
Y con el presente. Mientras pasea con Roger en una noche lluviosa, le
cuenta que hay una parte final en la historia, algo que debe decirle, por
su propio bien. Y una decisión que solo él puede tomar.
Roger se inclinó sobre el árbol genealógico, y luego alzó la mirada, con
sus ojos verde musgo pensativos.
-¿Este?” William Buccleigh MacKenzie, nacido en 1744, de William John
MacKenzie Y Sarah Innes. Muerto en 1782.
Claire negó con la cabeza. -Muerto en 1744, a los dos meses de edad,
de viruela-. Sus ojos dorados se enfrentaron a los de Roger con una
fuerza tal que le dio escalofríos. -La tuya no fue la primera adopción en
la familia, ¿sabes?-, dijo. Indicó con el dedo la frase. -Necesitaba una
nodriza. Su propia madre estaba muerta, así que fue dado a una familia
que había perdido un bebé. Le pusieron el mismo nombre de la criatura
que habían perdido -eso era entonces muy común- e imagino que nadie
quiso llamar la atención sobre sus ancestros registrando al niño en los
libros parroquiales. Después de todo, le habrían bautizado al nacer; no
era necesario hacerlo otra vez. Colum me dijo dónde lo llevaron.
-El hijo de Geillis Duncan -dijo suavemente-. El hijo de la bruja.
-Eso es -.Le miró apreciativamente, con la cabeza ladeada-. Lo supe
cuando te vi. Son los ojos, ¿sabes? Son los mismos que tenía ella.
Claire le dice a Roger que la decisión ha de ser suya; están en 1968, el
año de la desaparición de Geillis Duncan en el pasado, y la fiesta de
Beltane se acerca. ¿Han de intentar encontrar a la mujer y detenerla?
Porque si lo hace, encontrará la muerte en la hoguera en el pasado,
condenada por bruja. Pero si no viaja a través de las piedras…
-La decisión es tuya- dijo Claire con calma-. Es tu derecho. ¿Quieres que
la busque?
Roger levantó la vista de la mesa y parpadeó con incredulidad. -¿Qué si
quiero que la busques? –Dijo-. Si esto…si todo esto es verdad, tenemos
que encontrarla, ¿no? Si va a volver para ser quemada viva… ¡claro que
tienes que encontrarla! –Gritó- ¿Cómo puedes siquiera considerar no
hacerlo?
-¿Y si la encuentro? -contestó Claire. Posó una mano en el sucio papel y
buscó sus ojos-. ¿Qué te pasa a ti? Preguntó suavemente.
Si Geilie Duncan vuelve al pasado, tendrá un hijo que será el
antepasado de Roger, y morirá en un barril de alquitrán, quemada por
bruja. Si no atraviesa las piedras, se salvará de esa muerte terrible, pero
entonces, ¿qué pasará con el niño? ¿Qué pasará con Roger?”
Conmocionado por los sucesos del día, Roger está alucinado por esta
última revelación personal. De todas maneras, decide que han de
encontrar a la mujer conocida como Geillis Duncan: encontrarla, hablar
con ella y, quizá, evitar que vuelva a su terrible pasado.
Acompañado por una recelosa y desconfiada Brianna, Roger ayuda a
Claire a encontrar a Geillis Duncan, a quien se conoce ahora como
Gillian Edgars. Mientras buscan a la misteriosa bruja cuyos ojos verdes
miran sarcásticamente a Roger cada mañana en el espejo, éste se da
cuenta de lo que se juega Claire en este asunto: no sólo siente una
obligación hacia Geillis Duncan, quien salvó su vida en el pasado.
Geillis/Gillian es la única prueba real de que su historia es verídica,
porque ver a alguien atravesando las piedras en vivo convencería
incluso a la propia Brianna.
Roger y Brianna encuentran al marido de Gillian, Greg Edgars, pero
demasiado tarde. Gillian se ha ido de casa hace una semana, y nadie
sabe dónde está. Con sus amigos, los nacionalistas escoceses y los neo
jacobitas, sugiere Greg sombríamente; la obsesión de su mujer con el
pasado de Escocia la ha alejado de casa otras veces.
Claire sigue el rastro de la mujer hasta una escuela local, donde
encuentra su cuaderno de apuntes, una mezcla de demencia delirante y
de lógica razonada.
El cuaderno sugiere lo que Claire ya sospechaba; que la puerta hacia el
pasado está más abierta en los días que coinciden con las antiguas
fiestas del sol y el fuego, y que una de ellas está cerca; Beltane, la fecha
en la que la misma Claire desapareció en 1946.
Se desplazan a la siniestra colina de Craigh na Dun por la noche, y
encuentran el coche de Geillis, pero ningún signo de la mujer. Trepan por
la colina hasta el círculo de piedras. Roger dice oler a gasolina e
inmediatamente una llamarada ilumina el círculo. Gillian Edgars ha
convencido a su marido para que vaya al lugar, y creyendo que un
sacrificio de sangre abrirá la puerta al pasado, le ha asesinado y
prendido fuego al cadáver.
Roger empujó a Brianna, concentrado solo en la alta y delgada
muchacha que tenía ante él, y la imagen de un rostro que era un espejo
del suyo. Ella le vio venir, se dio la vuelta y corrió como el viento hacia la
piedra hendida al final del círculo. Llevaba una alforja de lona basta
colgada del hombro y la escuchó gruñir cuando se balanceó
violentamente y la golpeó en un costado.
Se detuvo un momento, con la mano extendida hacia la roca, y miró
hacia atrás. Roger podía jurar que fijó sus ojos en los suyos y le mantuvo
la mirada a través de las llamas. Abrió la boca para gritar sin palabras.
Pero ella se giró entonces, ligera como un ascua, y desapareció en la
hendidura de la roca.
En ese mismo instante, un estruendo y una sensación de caos como
nunca ha visto ni oído invade a Roger. Mareado, desorientado, ciego y
sordo, empieza a andar a gatas hacia la hendidura cuando Brianna
consigue hacerle volver en sí. No está herido, aunque sí conmocionado
por la experiencia. ¿Pero dónde está Claire?
Claire ha perdido la consciencia por el shock del pasaje de Gillian a
través de las piedras. Yace en el suelo en Craigh na Dun. Roger y
Brianna la llevan de vuelta a la casa parroquial, donde recupera
lentamente la consciencia y se enfrenta a las preguntas de su hija.
-¿Entonces, era verdad? -pregunta Brianna, vacilante-. ¿Todo era
verdad?
Roger sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de la muchacha y, sin
pensarlo, alargó el brazo para cogerle la mano. Entrecerró los ojos
involuntariamente cuando ella se la apretó, y de repente recordó uno de
los textos del reverendo: “Benditos sean los que no han visto y aun así
han creído” ¿Y qué pasa con aquéllos que han de ver para poder creer?
Las consecuencias de tener que creer provocadas por lo que ya había
visto eran palpables ahora en la muchacha que temblaba de miedo a su
lado, aterrada por lo que quedaba por creer.
A pesar de la tensión del cuerpo de Brianna, que se preparaba para
asimilar una verdad que ya había visto, el de Claire, tendido en el sofá,
se relajó. Los pálidos labios se curvaron en la sombra de una sonrisa, y
una profunda paz dulcificó su blanco rostro, concentrándose en la mirada
de sus ojos dorados.
-Es verdad- dijo. El color volvía a sus mejillas-. ¿Crees que tu madre te
mentiría? -Y volvió a cerrar los ojos.
Roger, él también conmocionado por los sucesos de la noche, deja a
madre e hija solas para que se recuperen las dos juntas. Al día siguiente
viene la policía, hace sus fútiles preguntas y se va, y es entonces cuando
Roger se enfrenta a su decisión final.
Le había costado mucho tiempo, pero lo había encontrado: el corto
párrafo que recordaba de su anterior búsqueda a petición de Claire
Randall. Esos resultados habían procurado a la mujer consuelo y paz;
éste no sería igual, si se lo dijera. ¿Y si tuviera él razón? Pero tenía que
tenerla; explicaría esa tumba en el sitio equivocado, tan lejos de
Culloden…
-¿Claire? -sintió la voz áspera de no usarla, carraspeó y lo intentó otra
vez-. ¿Claire? Tengo…algo que decirte.
Ella se dio la vuelta y le miró, y sus facciones reflejaban apenas una
mínima curiosidad. Tenía un aspecto tranquilo, el de alguien que ha
experimentado terror, desesperación y tristeza infinita, y la carga terrible
de la supervivencia, y que ha salido adelante. Mirándola, sintió de
repente que no podía hacerlo.
Pero ella había dicho la verdad. Él ha de hacer lo mismo.
-Encontré algo -Alzó el libro en un breve e inútil gesto- sobre Jamie.
Decir ese nombre en voz alta pareció protegerle, como si el alto escocés
en persona hubiera aparecido al oír su nombre y se encontrara de pie,
sólido y quieto en la sala, entre su esposa y Roger. Roger cogió aire
preparándose.
-¿El qué?
-Lo último que quería hacer. Creo….creo que no lo logró.
Su rostro palideció de repente, y miró el libro con los ojos muy abiertos.
-¿Sus hombres?” Pero pensé que habías descubierto que…
-Sí, así fue -la interrumpió Roger-. No, estoy casi seguro de que lo
consiguió. Sacó a los hombres de Lallybroch. Les salvó de Culloden, y
les dejó de camino a casa.
-Pero entonces…
-Quiso volver a la batalla, y creo que lo hizo-. Cada vez le costaba más,
pero tenía que decirlo. No encontrando las palabras, abrió el libro y leyó
en voz alta:
“Tras la batalla final de Culloden, dieciocho oficiales jacobitas, todos ellos
heridos, se refugiaron en la vieja casa y durante dos días, sin nadie que
les curara las heridas, quedaron allí tendidos; entonces les sacaron para
fusilarlos. Uno de ellos, un tal Fraser del regimiento de Lovat, escapó a
la matanza; los demás fueron enterrados en los extremos del recinto”.
“Un hombre, un tal Fraser del regimiento de Lovat escapó…” repitió
Roger suavemente. Alzó los ojos de la página para mirar a los de Claire,
muy abiertos pero que no veían nada, como los de un ciervo, fijos en los
faros del coche que le va a atropellar.
-Su intención era morir en Culloden -susurró Roger-. Pero no murió.
VOYAGER
Jenny apretó fuerte los nudillos contra sus labios. Era rápida; Jamie supo
que había entendido el plan a la primera, junto con todas sus
implicaciones.
-Pero Jamie –susurró-. Incluso aunque no te colgaran inmediatamente –
y eso es un riesgo tremendo- Jamie, ¡podrían matarte al apresarte!
Jamie dejó caer los hombros, bajo el peso de la tristeza y el cansancio.
-¡Dios, Jenny! –dijo- ¿Crees que me importa?
Se produjo un largo silencio antes de que Jenny le contestara.
-No, no lo creo- dijo-. Y no puedo decir que te culpo por ello, tampoco. -
Se detuvo un momento, para hacer su voz más firme-. Pero a mí sí me
importa-. Sus dedos tocaron suavemente la parte de atrás de su cabeza,
acariciándole el pelo. -Así que tendrás cuidado, ¿verdad, pedazo de
idiota?
El panel de ventilación arriba se oscureció un momento, y se escucharon
los sonidos de pisadas ligeras. Una de las sirvientas de la cocina, de
camino hacia la despensa, quizá. Entonces la tenue luz volvió, y pudo
ver otra vez el rostro de Jenny.
-Sí -murmuró por fin-. Lo tendré.
Lord John Grey ha caído en desgracia. Exiliado de Londres como
resultado de una aventura escandalosa, y enviado a las salvajes Tierras
Altas de Escocia como gobernador de una pequeña prisión, su nuevo
entorno le parece remoto, incómodo y sucio. Y los prisioneros le parecen
más que desagradables; entre el grupo de hoscos y ariscos escoceses
hay un nombre que había esperado no volver a oír: el de Jamie Fraser,
Señor de Broch Tuarach.
Retorciéndose de vergüenza por la memoria de su encuentro con Jamie
Fraser durante la Rebelión Jacobita, Grey se debate entre su deseo de
venganza y un sentido del honor que hace que le sea imposible
vengarse. Fraser, que una vez fue su enemigo, es ahora un prisionero a
su cargo. Es impensable un abuso de su posición y su poder, pues si
algo tienen los Grey es un alto sentido del honor. Grey decide no
encontrarse nunca con Fraser a solas, no hablar con él jamás. Con un
poco de suerte, con el tiempo se convertirá en uno más de la masa de
prisioneros sin rostro.
Este plan le dura poco; la aparición en el pueblo cercano de un
misterioso forastero, calado con agua del mar y hablando de oro, fuerza
a Grey a llamar a James Fraser, que es el único hombre que habla tanto
Francés como gaélico y que, como está prisionero, no puede utilizar la
información para él mismo. La mera mención del oro es suficiente para
atraer la atención de cualquiera en las Tierras Altas, donde abundan los
rumores sobre una fortuna en oro francés enviada, dicen, por el rey
francés Luis para ayudar a su primo Estuardo; pero fue enviado
demasiado tarde, y se perdió su rastro en los días finales de la Rebelión.
Ambos alcanzan un acuerdo; Grey promete quitarle a Jamie los grilletes
si por su parte él accede a traducir los delirios del extraño y mantenerlos
en secreto entre él y Grey. Jamie acepta, pero no le dice a Grey que ha
reconocido al hombre –Duncan Kerr- ni que dichos delirios tienen para él
un significado que va más allá de las palabras.
Duncan hablaba de “la bruja blanca”. Para Jamie, la bruja blanca es la
mujer que ha perdido: Claire, su esposa. No puede imaginar qué puede
tener ella que ver con las islas o el tesoro que describe Kerr, y sin
embargo, no puede ignorar las palabras del hombre. Tres días después
de la muerte de Duncan Kerr, Jamie Fraser se escapa de la prisión de
Ardsmuir.
Cuando le vuelven a capturar, Jamie se niega a hablar de sus razones
para escapar, ni de lo que ha descubierto, si es que ha descubierto algo.
Empeñado en descubrir si el tesoro existe, Grey olvida sus sentimientos
personales e invita a Jamie a reanudar la costumbre que seguía el
gobernador anterior: cenas semanales a las que Jamie, como jefe y
portavoz de los prisioneros, acudía para presentar peticiones y hablar de
los problemas que iban surgiendo. Grey averigua poco del tesoro, hasta
que comienza a chantajear a Jamie con amenazas contra su familia.
Forzado a revelar la verdad, o parte de ella, Jamie confiesa que encontró
un tesoro: no se trataba del oro francés, si no de un pequeño cofre con
monedas antiguas y piedras preciosas. Le dice a Grey que lo tiró al mar;
como no podía usarlo él mismo, no vio razón alguna para que se lo
quedaran los ingleses.
Grey acepta de mala gana la historia de Jamie, pero continúa
reuniéndose con él, dándose cuenta gradualmente de que sus propios
sentimientos están cambiando; lejos de considerar a Jamie Fraser
merecedor de sus sospechas y recelos, empieza a sentirse atraído por
él, tanto física como mentalmente. Y lo que es peor: está empezando a
enamorarse. Cuando Grey hace una tentativa de acercamiento hacia él,
sin embargo, es rechazado de forma dolorosa, y las relaciones entre
ellos, hasta ahora cordiales, quedan rotas. Este desencuentro se
convierte en definitivo cuando Jamie se responsabiliza de estar en
posesión de un trozo de tartán, un crimen según la ley inglesa posterior a
Culloden. El castigo es el látigo, y Grey, horrorizado solo de pensarlo, es
quien debe ejecutarlo.
ROGER SE ESTÁ ACERCANDO; él y Claire han encontrado la prueba
de la supervivencia de Jamie, ya que dieron con su nombre en los
registros de la prisión de Ardsmuir. Así que sobrevivió y estaba vivo, pero
¿durante cuánto tiempo más? ¿Qué le ocurrió después?
LOS PRISIONEROS DE ARDSMUIR son transportados a las colonias
americanas, como trabajadores no remunerados, con una excepción: al
ser un traidor convicto, la sentencia de Jamie no puede ser conmutada,
salvo por la voluntad del rey. En lugar de ser transportado, se le envía a
Helwater, una mansión señorial en el campo, para que trabaje como
mozo de cuadra. Al principio Jamie está convencido de que esto es una
venganza de Lord John: sentenciarle a servir en tareas menores, para
humillarle. Pero al final se da cuenta de lo que ha hecho: le ha salvado
de los peligros del transporte y de una servidumbre que es casi
esclavitud, y ha procurado para él lo más parecido a la libertad que ha
podido conseguir.
Consciente de que la principal razón de Lord John para casarse es su
deseo de cuidar al muchacho por el bien de Jamie, Jamie se arma de
valor y le ofrece, incómodo, lo único que tiene para devolverle el favor a
John Grey.
-Yo…estaría en deuda con usted-. Jamie sonaba como si llevara el
cuello de la camisa demasiado apretado, aunque en realidad la llevaba
abierta. Grey le miró con curiosidad, y se dio cuenta de que le estaba
cambiando el color, del bronceado por el sol a un doloroso rojo.
-Como pago….si usted quiere…quiero decir, yo estaría dispuesto a…
Grey se aguantó las repentinas ganas de reír. Apoyó suavemente la
mano en el brazo del alto escocés, y vio cómo Jamie intentaba no
rechazar su toque.
-Mi querido Jamie -dijo, sin saber si reír o llorar-. ¿Estás de verdad
ofreciéndome tu cuerpo como pago a mi promesa de cuidar de Willie?
El rostro de Fraser estaba rojo hasta las mismas raíces del cabello.
-Sí, eso es lo que estoy haciendo -contestó bruscamente, con los labios
apretados-. ¿Lo quiere o no?
Aunque estaba muy tentado a aceptarlo, Lord John es totalmente
consciente de los sentimientos de Jamie, o de la ausencia de ellos.
Entendiendo que no le puede dar lo que no tiene, se contenta con su
amistad; eso es algo que ambos hombres pueden verdaderamente
compartir.
Dejando a Willie al cuidado de Lord John, Jamie se despide con gran
dolor de su hijo, y se dirige a las montañas de Escocia, a casa por fin, a
Lallybroch.
EN 1968, ESTAMOS EN LA FECHA CERCANA A SAMÁN, la fiesta de
Todos los Santos en noviembre, y es hora de que Claire vaya tomando
una decisión. Durante todo el proceso de la búsqueda, se ha preguntado
a sí misma: ¿qué pasa si está vivo? ¿Qué haré? Ahora, Roger y Brianna
han encontrado a Jamie, o así lo creen, y han seguido su pista hasta una
imprenta en Edimburgo, donde un tal “A. Malcolm” imprime artículos de
temas comerciales y panfletos políticos que concuerdan con los
documentos escritos a mano con la letra de Jamie.
Si funciona como ellos creen, Claire puede volver a un tiempo que será
veinte años después de su marcha en la víspera de Culloden; Podría
encontrar a A. Malcolm. Pero, ¿debe hacerlo? Su hija es ya mayor, es
universitaria y vive ya sola. Pero irse, sin saber si puede volver a través
de las peligrosas piedras, no solo poniendo en riesgo su vida, si no para
no volver a ver a su hija nunca más… ¿merece tal sacrificio la posibilidad
de recuperar a Jamie?
Claire busca una respuesta en su corazón, y también sigue investigando
el pasado, tratando de encontrar respuestas con la ayuda de Roger
Wakefield. Roger, enamorado de su hija –y un poco también de ella-
promete a Claire que protegerá a Brianna, que no la dejará sola. Brianna
anima a su madre a partir, pero la unión entre madre e hija es fuerte, y
no se puede romper fácilmente.
Claire no se decide, ni siquiera cuando asciende por la colina de Craigh
na Dun. ¿Debe irse? ¿Puede irse? Sus preguntas son respondidas
cuando ve a Roger y Brianna, esperándola en el círculo de piedras,
Brianna vestida con ropa del siglo XVIII. Si Claire no se va, le dice a su
madre, ella lo hará. Alguien tiene que encontrar a Jamie, y decirle que su
sacrificio no fue en vano; su esposa sobrevivió y su hija nació.
Tenía mis manos en las suyas, apretándolas fuertemente.
-Él me dio a ti -dijo, en voz tan baja que apenas pude oírla-. Ahora tengo
yo que devolverte a él, mamá.
Sus ojos, tan parecidos a los de Jamie, me miraron, arrasados por las
lágrimas.
-Si le encuentras –susurró-, cuando encuentres a mi padre, dale esto de
mi parte: -y se agachó y me dio un beso, fuerte y suave a la vez, y luego
se enderezó y me empujó hacia la piedra.
-Vete, mamá -dijo sin poder respirar-. Te quiero. ¡Vete!
Desde la esquina de mis ojos vi a Roger moverse hacia ella. Di un paso,
luego otro. Escuché un sonido, como un rugido suave. Di un último paso,
y el mundo desapareció.
El viaje a través de las piedras es peligroso y extenuante, pero salió
bien. Una vez recuperada, Claire se dirige a Edimburgo, embargada por
el miedo y la expectación. ¿Es “A. Malcolm” realmente James Alexander
Malcolm MacKenzie Fraser? Y si lo es….
Otro minuto y perdería el valor. Empujé la puerta y entré.
A lo largo de toda la parte frontal de la habitación había un ancho
mostrador, con una zona abierta y un estante en una pared lateral que
contenía varias bandejas con letras. De la pared opuesta colgaban
posters y anuncios de todo tipo. Muestras, sin duda.
La puerta en la parte trasera de la habitación estaba abierta, y por ella se
veía la forma voluminosa y angulosa de una impresora. Inclinado sobre
ella, dándome la espalda, estaba Jamie.
-¿Eres tú, Geordie? -preguntó sin volverse. Estaba vestido con un
pantalón y una camisa, y tenía en la mano una pequeña herramienta con
la que parecía estar arreglando algo en el interior de la máquina-.
¡Cuánto has tardado! ¿Me has traído la…?
-No soy Geordie -dije. Mi voz era más alta de lo normal-. Soy yo, Claire.
Su reunión es a la vez tierna y feliz, aunque ambos están en estado de
shock. Claire le enseña las fotos que ha traído de Brianna, de todas las
edades, desde que era un bebé hasta que alcanzó la edad adulta.
Parece tranquilizarla lo que ve cuando mira alrededor de la habitación
espartana de Jamie: no se ve ninguna mano femenina. Se pasan horas
inmersos en el simple milagro de su mutua presencia, hasta que Jamie
se da cuenta de la hora que es.
Lamentándose de que se ha olvidado del Señor Willoughby, sale de la
imprenta a toda prisa con Claire y llega a una taberna local. Allí, Claire
conoce al tal Sr. Willoughby, un “socio” chino de Jamie al que encontró
en los muelles de Edimburgo dos años antes y rescató de morir
congelado. La explicación de Jamie sobre cuál es la naturaleza de su
asociación ha de esperar, porque la aparición del chino provoca un
pequeño tumulto en la taberna. Claire, Jamie y Willoughby (cuyo nombre
real es Yi Tien Cho) huyen por las estrechas callejuelas traseras de la
ciudad, encontrando al fin refugio en un burdel cuya propietaria trata a
Jamie de manera muy familiar.
Por fin solos en una habitación, es momento de dar explicaciones
parciales; es verdad que Jamie es impresor, pero gran parte de sus
rentas derivan de las ganancias del contrabando de licor; Madame
Jeanne le proporciona, tanto un escondite para los productos del
contrabando como un destino para su venta. Claire tiene todavía
preguntas, muchas, pero el resto de las explicaciones puede esperar; la
noche ha llegado y están solos y juntos.
Tras una maravillosa noche juntos, Jamie se levanta temprano. Le
explica que tiene cosas que hacer, pero que volverá pronto. Pero antes
de que se haya ido, un visitante inesperado llega al burdel: Ian, el
cuñado de Jamie.
-¿Esposa? -Olvidando desviar la mirada, Ian miró a Jamie con horror-.
¿Te has casado con una puta?- gritó.
-Yo no lo llamaría así, exactamente- dije yo. Al oír mi voz, volvió la
cabeza hacia mí.
-Hola -dije, saludándole alegremente desde mi nido entre las sábanas-.
¡Cuánto tiempo! ¿Verdad?
Siempre había considerado las descripciones de lo que la gente hace
cuando ve un fantasma más bien exageradas, pero desde que había
vuelto del pasado había tenido que revisar mi opinión en vista de las
reacciones que había tenido hasta ahora. Jamie simplemente se había
desmayado, y el pelo de Ian no estaba de punta literalmente, pero sí
parecía que había recibido un susto de muerte.
Con los ojos saliéndosele de las órbitas, abría y cerraba la boca
haciendo un ruido como el de un pavo que pareció divertir mucho a
Jamie.
-Te está bien empleado por pensar tan mal de mi carácter -dijo con
satisfacción aparente. Apiadándose de su tembloroso cuñado, Jamie le
sirvió una copita de brandy y le pasó el vaso-. No juzgues y no serás
juzgado, ¿h?
Ian ha venido a buscar a su hijo pequeño, el Joven Ian. Amargado por
las restricciones de la vida en Lallybroch, y deseoso de vivir aventuras, el
Joven Ian ha huido, dejando dicho que se ha ido a Edimburgo,
posiblemente para unirse a su adorado tío. Jamie dice no saber nada de
dónde está su sobrino, pero promete ir con su cuñado de inmediato para
buscarle y ocuparse de sus misteriosos asuntos. El vestido de Claire se
rompió durante el tumulto en la taberna; no teniendo nada que ponerse,
no le queda otra que permanecer en la cama, esperando el desayuno y
el regreso de Jamie.
Pero en lugar del desayuno, recibe más visitantes: primero el Sr.
Willoughby, que le cuenta la historia de cómo “Tsei-mi” le salvó la vida, y
luego de un inesperado Joven Ian, el sobrino de catorce años de Jamie,
que está buscando a su tío. Encontrando lo que asume ser la amante de
su tío en la cama, se ruboriza, balbucea y desaparece.
Tras estas visitas, Claire decide encontrar algo de ropa y salir. Se
envuelve en la colcha y desayuna con unas cuantas simpáticas
prostitutas, que la confunden con una nueva adición nueva de Madame
Jeanne al prostíbulo.
-¡Vaya! -murmuró Mollie al ver a la propietaria-. Un cliente madrugador.
Odio cuando vienen en medio del desayun – gruñó-. Impiden que hagas
bien la digestión.
-No necesitas preocuparte, Mollie; Claire tendrá que cogerl- -dijo Peggy,
retirando de un manotazo la oscura trenza de su cuello-. La chica nueva
tiene que llevarse el que nadie quiere-, me informó.
-Métele el dedo por el culo -me aconsejó Dorcas-. Les hace terminar
más rápido que ninguna otra cosa. Te guardaré una torta para después,
si quieres.
-Eh…gracias- dije. Justo en ese momento, los ojos de Madame Jeanne
se posaron en mí, y su boca se abrió en una aterrorizada “O”.
La llevaron a toda prisa a una habitación para que se vistiera, y allí Claire
escucha por casualidad una conversación entre Madame Jeanne y su
portero; ha tenido lugar un asesinato en la ciudad. Otro. El Diablo de
Edimburgo ha producido una víctima más: una criada del burdel, que
acaba de ser encontrada decapitada en su habitación.
Al oír esto, Claire se intranquiliza; Jamie todavía no ha vuelto de su
misterioso recado, y evidentemente su sobrino Ian también está
merodeando solo por la ciudad. Mientras tanto, en el burdel hay un
ambiente de nerviosismo. ¿Dónde están todos, y qué está pasando?
Sus preguntas son interrumpidas por la llegada de un hombre apuesto,
de pelo oscuro, con un gancho en el lugar donde debería haber estado
su mano, y un rostro que le resultaba muy familiar. Ambos se reconocen,
y Claire está feliz de reunirse con Fergus, a quien vio por última vez
cuando era un niño. Pero esta felicidad es corta:
-¡Ahí estás! ¿Qué demonios estás haciendo aquí, Fergus? -la alta figura
de Jamie ocupaba toda la puerta. Sus ojos se abrieron como platos al
verme en mi combinación bordada-. ¿Dónde está tu ropa? –preguntó-.
Bueno, no importa -dijo, meneando la abeza con impaciencia cuando me
vio abrir la boca para responder-. Ahora mismo no tengo tiempo. Ven
conmigo, Fergus, hay dieciocho barriles de brandy en el callejón, y los
recaudadores de impuestos están pisándome los talones.
Y con un estruendo de botas en las escaleras de madera, se fueron
dejándome sola una vez más.
Bajando despacio la escalera en una combinación y un chal prestados,
Claire se encuentra con un hombre extraño en la puerta que da a la
cocina. Él la acosa, preguntándola sobre contrabando y mencionando
recompensas; un inspector de aduanas, piensa ella, y se aleja de él,
preguntándose cómo escapar para avisar a Jamie. El inspector la coge
del brazo, pero el Sr. Willoughby, de pie en las escaleras, se enfrenta a
él con una pistola cargada.
El chino, muy borracho, dispara al Inspector de Aduanas, que muere en
el regazo de Claire. Fergus reaparece, seguido por Jamie, quien
rápidamente se hace cargo de la situación, envolviendo el cadáver en el
chal de Claire y conduciéndola a ella escaleras abajo, hacia la bodega
del burdel, donde una pared falsa oculta el lugar en el que Jamie lleva a
cabo sus operaciones de contrabando.
Una inspección más detallada del cadáver del supuesto inspector revela
algo extraño: no lleva encima ninguna orden judicial ni documentación de
ningún tipo pero sí lleva una copia del Nuevo Testamento en el bolsillo, y
lo que es más alarmante, se trata de una copia impresa en la imprenta
de A. Malcolm. Alguien ha hecho la peligrosa conexión entre el
respetable Sr. Malcolm, impresor, y el contrabandista “Jamie Roy” ¿Pero
quién?
Dejando a Fergus la tarea de deshacerse del cuerpo y de la distribución
del brandy, Jamie y Claire buscan un momento de paz en Moubray, una
de las mejores casas de comida en Edimburgo. La paz es momentánea,
sin embargo; su almuerzo es interrumpido por Sir Percival Turner, un
oficial local de la corona, que felicita a la pareja creyendo que se acaban
de casar y amenaza siniestramente a Jamie.
Sir Percival le conoce como un contrabandista, explica Jamie. Sin
embargo, Sir Percival asume que Jamie –junto con una buena parte de
la población en Escocia- ejerce el contrabando con mercancía seca de
Holanda; telas de batista, terciopelo y cosas así, en lugar del mucho más
peligroso (y rentable) comercio del licor. Se espera una remesa
procedente de Francia en los próximos días. La advertencia de Sir
Percival deja bien claro que el lugar del encuentro ya se conoce. Sin
embargo, han organizado un plan B; Jamie y sus hombres acudirán a un
lugar alternativo, los acantilados de Arbroath.
Antes de que Jamie pueda partir a realizar su cometido, sin embargo,
hay algunos pequeños asuntos que atender: Claire y su sobrino, el
Joven Ian. El paradero de éste último queda revelado de forma
dramática; al volver a la imprenta tras su almuerzo “nupcial”, Jamie y
Claire descubren que está en llamas, y que el Joven Ian está atrapado
dentro.
Rescatado del fuego, el Joven Ian ha de enfrentarse a un padre y un tío
furiosos, de vuelta en el burdel. El hecho de que se niegue a volver con
su padre inmediatamente a Lallybroch no calma precisamente la ira de
su progenitor. No solo está enfadado, si no también herido por el
comportamiento de su hijo; Ian padre se marcha pues solo.
Jamie está conmocionado y preocupado por el comportamiento del
Joven Ian con su padre, pero aún más por las explicaciones que le da
sobre sus motivos. El muchacho había pasado la mañana siguiendo a un
misterioso marinero con un solo ojo, a quien por casualidad había oído
en una taberna preguntar por Jamie con su nombre verdadero. Y eso
que nadie en Edimburgo debería saberlo, ya que allí le conocen como
“Malcolm el impresor” en su vida como ciudadano legal, mientras que es
“Jamie Roy” para los contrabandistas y los mercaderes de brandy.
Al perderle de vista, Ian terminó volviendo a la imprenta, donde se
encontró con el hombre tuerto en la habitación trasera llevándose
panfletos recientemente imprimidos de naturaleza altamente
incriminatoria para un pequeño grupo de sediciosos fuera de la ley. Al
intentar evitar que el hombre huyera, Ian incendia la imprenta por
accidente, y cree haber matado al hombre. Incapaz de enfrentarse a su
padre con la confesión de que es un asesino, piensa que quizá su tío
Jamie podrá comprenderle. Jamie, buscando rápidamente un pañuelo en
su manga, alzó hacia él la mirada de pronto, al venirle a la cabeza un
pensamiento
-¿Por eso dijiste que tenías que decírmelo a mí y no a tu padre?
¿Porque sabes que yo ya he matado a otros hombres?
Su sobrino asintió con la cabeza, escrutando el rostro de Jamie con ojos
preocupados pero llenos de confianza. -Sí. Pensé….pensé que tú
sabrías qué hacer.
-¡Ah!. -Jamie respiró hondo, e intercambió una mirada conmigo-. Bueno
-sus hombros se irguieron y se ensancharon, y vi que aceptaba el peso
que en ellos había puesto el Joven Ian.
Jamie le recomienda por el momento rezar, y confesarse mañana, y le
dice que no se preocupe, que no tuvo elección y que no es un asesino.
Cenan y se van a la cama, pero Fergus se lleva a Ian, pues junto con
Madame Jeanne lo ha organizado para que no se quede solo
preocupándose en la cama. Horrorizado, Jamie es incapaz de evitar que
Ian se retire con una joven prostituta; resignado, admite a Claire que, de
hecho, el mejor remedio para la tristeza que provoca matar son a
menudo los brazos de una mujer.
Fuera como fuera, Jamie se lleva a Ian a primera hora de la mañana a
confesarse, dejando a Claire paseando por Edimburgo y visitando una
botica para adquirir hierbas. Cuando está en ella, se encuentra con otro
cliente, un ministro de la Iglesia Libre de Escocia llamado Archibald
Campbell, quien, al escuchar que es una sanadora, le ruega que vaya a
visitar a su hermana, que sufre unos extraños ataques seguidos de
profundos silencios.
Ciertamente, la Señorita Margaret Campbell tiene ataques, se queda con
la mirada fija y grita, y cuando no lo hace, vive pacíficamente en el
pasado, antes de que su traumática experiencia con soldados ingleses
tras Culloden la hubiera vuelto loca. Claire no puede ofrecerle más que
consejos nutricionales y sedativos, pero confía en que la intención del
reverendo de llevar a su hermana a las Américas pueda mejorar su
condición.
Al volver al burdel, Claire se encuentra a Fergus y a Jamie inmersos en
una conversación. Hay un lugar alternativo para encontrarse con el barco
contrabandista francés; los detalles han sido acordados por carta entre
Jamie y Jared, y los contrabandistas serían informados justo antes de
cada encuentro, de forma que el secreto parece estar a buen recaudo.
Jamie decide de mala gana llevarse con él a Claire y a Ian, porque tiene
que conducir a su sobrino a Lallybroch. Sin embargo, añade
severamente, no deben ni por asomo acercarse al lugar del encuentro,
sino permanecer a buen recaudo en una posada que está en el camino
cerca del acantilado.
Este plan fracasa cuando se encuentran al llegar que la posada ha sido
arrasada por el fuego. Ian y Claire, solos en el acantilado, pero con
estrictas instrucciones de no meterse en líos, están en el lugar ideal para
ser testigos de los acontecimientos: los inspectores esperaban a los
contrabandistas escondidos en la arena, y en la pelea que se produce a
continuación, Claire e Ian se escapan hacia el camino, donde Claire casi
se da de bruces con otra pareja de inspectores que esperaban atrapar a
los contrabandistas que pretendieran escapar.
Por lo que ha podido oír de su conversación, parece que no era solo una
emboscada, sino que además estaba organizada específicamente para
atrapar a Jamie Fraser. Claire se escabulle para advertir a Jamie, que ha
conseguido escapar y está dando instrucciones a sus contrabandistas
para que se vayan a casa subrepticiamente. Cuando vuelven al camino,
se encuentran solo a uno de los funcionarios de aduanas…pero
colgando de un árbol.
Con la imprenta arrasada por las llamas, inspectores de aduanas
muertos en cada esquina y el hecho obvio de que alguien –
probablemente más de uno- está al tanto de las múltiples identidades de
Jamie y de sus actividades dudosamente legales, no parece inteligente
volver a Edimburgo. Jamie tampoco está deseando ir a Lallybroch, pero
es necesario llevar al Joven Ian a casa.
Por su parte, Claire se pregunta cómo será recibida por Jenny, la mujer
que fue su amiga. La recepción inicial es tensa, a causa del
comportamiento del joven Ian, y sus padres están dolidos ante su
aparente rechazo hacia ellos y a favor de su tío. Pero Jamie encuentra la
manera de que tanto él como Ian se hagan perdonar, y la situación se
resuelve satisfactoriamente.
Claire se siente feliz al despertarse a la mañana siguiente en el lugar que
ha sido para ella lo más parecido a un hogar que ha tenido nunca. Pero
al levantarse para encender el fuego en la fría habitación ve a tres jinetes
–todos ellos mujeres- acercándose a la casa. Se pregunta quienes son,
pero los abrazos de Jamie la distraen.
El ruido de la puerta al abrirse de súbito y rebotar en la pared interrumpe
los avances de Jamie. Sorprendidos, nos dimos la vuelta para mirar. En
la puerta había una muchacha a la que no había visto nunca. Tendría
quizá unos quince o dieciséis años, con el pelo largo, muy rubio, y
grandes ojos azules, que parecían más grandes de lo normal y que me
miraban con una expresión de horror. Su mirada se trasladó lentamente
de mi pelo despeinado a mis pechos al aire, y hacia abajo a lo largo de
mi cuerpo desnudo, hasta que vio a Jamie, que yacía boca abajo entre
mis muslos, con la cara demudada y los ojos tan espantados como los
de ella.
-¡Papá! -dijo, con tono escandalizado- ¿quién es esa mujer?
Claire se está haciendo precisamente la misma pregunta, pero su
curiosidad se ve rápidamente satisfecha. La joven se llama Marsali; es la
hija de Laoghaire, que reacciona a la situación en la que encuentra a
Claire con un horror igual al de ella. Jamie es suyo, dice; se casaron
cuando él regresó a Lallybroch desde Ardsmuir. No sabe de dónde ha
salido Claire, pero debe irse inmediatamente.
Conmocionada por esta revelación, el shock de Claire se convierte en
furia. Escandalizada y horrorizada por la noticia del matrimonio, solo
siente ira por el hecho de que Jamie no se lo hubiera contado. Él insiste
en que iba a hacerlo, pero temía que su reacción fuera lo que, en efecto,
estaba siendo. A esto le sigue una pelea tremenda, que concluye con
Jamie yéndose de casa y Claire dejando Lallybroch y volviendo a las
piedras.
Sin embargo, sus pasos se van haciendo cada vez más lentos a medida
en que se va acercando al final de sus sueños.
Sólo por Jamie había dado todo lo que tenía, había arriesgado todo.
Había despreciado toda cautela, juicio y sentido común, junto con las
comodidades y las restricciones de una carrera profesional que me había
costado mucho conseguir. No le traje nada excepto a mí misma, solo
había sido yo misma con él, le había dado alma y cuerpo, le había
dejado verme desnuda, había confiado en él para que me viera como
soy y amara mis defectos, porque hubo un tiempo en que lo había hecho
así.
Y ahora temía que Jamie no pudiera hacerlo otra vez. O que no quisiera.
Y entonces viví aquellos pocos días de felicidad plena, pensando que lo
que había sido una vez podría volver a serlo; era libre para amarle, con
todo lo que tenía y era, y ser amada con una honestidad igual a la mía.
Las lágrimas se deslizaban cálidas entre mis dedos. Sufría una enorme
pena por Jamie, y por lo que yo había sido con él.
-¿Sabes –me dijo susurrando- lo que significa decir otra vez “te quiero”, y
decirlo de verdad con toda mi alma?
Lo sabía. Y con la cabeza entre las manos, bajo los pinos, yo sabía que
nunca lo diría de verdad nunca más.
Hundida en su propia desgracia, la aparición inesperada del Joven Ian
saca a Claire del marasmo en el que se encuentra. Dice que Jamie le ha
enviado para pedirle que vuelva a Lallybroch. Todavía más enfadada por
la falta de tacto de Jamie -¡le importa tan poco que ni siquiera viene él
mismo!- Claire se niega, indignada, intentando recuperar las bridas de su
caballo de las tenaces manos del Joven Ian.
Pero él insiste en que ha de venir. No es lo que ella cree; Jamie la
necesita de verdad. -¡Déjame en paz!
-Pero tía Claire, ¡no es eso!
-¿El qué no es eso?- Alertada por su tono de desesperación, miré hacia
arriba. Su rostro, estrecho y alargado, estaba embargado por la
necesidad angustiosa de hacerme comprender.
-Tío Jamie no se quedó para acompañar a Laoghaire.
-¿Entonces por qué te envió?
Cogió aire, asiendo con más fuerza las riendas del caballo.
-Laoghaire le disparó. Fue él quien me envió para que te buscara,
porque se está muriendo.
La reacción inicial de Claire a esta revelación es “si no se está muriendo
cuando llegue, yo misma le mataré, y a ti también, Ian Murray”, pero esto
no disminuye su ansiedad mientras viajan de vuelta a toda prisa a
Lallybroch. A su llegada, se encuentra a Jamie luchando contra la
infección y la fiebre alta, tan mareado por el dolor y la calentura que
piensa que su aparición es una alucinación. Le dice a Claire que ya ha
estado dos veces a punto de morir de fiebre; esta vez será la última y
definitiva, y no le importa en absoluto.
Sin embargo, Claire ha traído del futuro algo más que las fotos de
Brianna: una pequeña caja que contiene jeringuillas y penicilina. Informa
a Jamie de que los gérmenes del siglo XVIII no pueden con los
antibióticos modernos, y le cura las heridas con brusquedad, le inyecta el
antibiótico y se sienta para cuidarle, por fin dispuesta, aunque a
desgana, a escuchar lo que él había intentado decirle antes: la historia
que hay detrás de su matrimonio con Laoghaire.
Fue un matrimonio nacido de la soledad; una unión fallida basada en la
esperanza y la compasión. Jenny, temiendo por la salud mental de su
hermano y sufriendo por él, había intentado una y otra vez convencerle
de que tomara una esposa después de la desaparición de Claire. Él se
había negado repetidamente, no solo porque sabía que nadie podía
sustituirla, sino también porque sus circunstancias no le permitían tener
una esposa: vivía en una cueva, escondido, siempre huyendo…. ¿qué
tipo de vida iba a poder ofrecer a una mujer?
Pero ahora…al volver de su largo exilio en Inglaterra, se vio libre de la
amenaza de la ley, pero sin raíces, un extraño en su propia casa. La
propiedad era ahora del hijo de Ian; las responsabilidades y las
obligaciones que habían mantenido a Jamie tanto tiempo en guardia
habían desaparecido. Su propio hijo vivía a muchos kilómetros de
distancia, sin poder reconocerlo, perdido para él eternamente. Con nada
ni nadie que le atara, se movía como un fantasma por las habitaciones
de la casa que una vez fue suya.
Así que, cuando Jenny le habló una vez más de casarse, por fin se sintió
obligado a escuchar. Laoghaire era viuda, con dos hijas por mantener.
Era también uno de los pocos lazos que le unían aún a su juventud. Y
por eso, le dice a Claire, se casaron. Sin amor, pero pensando que al
menos podrían ayudarse el uno al otro.
Pero era una unión sin futuro; en lugar de servirse mutuamente de
consuelo, no había entre ellos sino desencuentros y miseria, y en menos
de un año Jamie ya se había ido a trabajar a Edimburgo, desde donde
enviaba dinero para Laoghaire y las niñas.
A pesar de su furia, Claire empieza a entenderle; ella también tuvo un
matrimonio por obligación, y sabe bien cuáles son los obstáculos de una
unión sin amor.
-Sabes -dijo Jamie en voz baja, en algún momento de la noche-. ¿Sabes
lo que es estar con alguien de esa manera? ¿Intentarlo todo, y que
parezca que nunca consigues llegar a conocerle?
-Sí -dije, pensando en Frank- Sí, lo sé.
-Pensé que sí lo sabrías-. Se quedó callado un momento, y su mano
tocó mi pelo muy ligeramente, como una sombra difuminada por la luz
del fuego.
-Y entonces….-Susurró-, entonces volverlo a tener, ese conocer a
alguien verdaderamente. Ser libre para decir o hacer lo que quieras, y
saber que está bien.
-Decir ‘te quiero’ y decirlo de verdad- dije yo suavemente en la oscuridad.
-Sí -contestó, tan bajito que casi ni le oí- Decir eso….
Su mano descansó en mi pelo, y sin saber muy bien como sucedió, me
encontré a mí misma acurrucada contra él, con mi cabeza en su hombro.
-Durante tantos años –dijo- durante tanto tiempo, he sido tantas cosas,
tantos hombres diferentes-. Sentí como tragaba saliva, y se movió un
poco, haciendo crujir el almidón de su camisa de dormir.
-Fui ‘tío’ para los hijos de Jenny, y ‘hermano’ para ella y para Ian. ‘Señor’
para Fergus y para mis aparceros. ‘Mac Dubh’ para los hombres en
Ardsmuir y ‘MacKenzie ‘para los sirvientes de Helwater. Luego ‘Malcolm
el impresor ‘y Jamie Roy’ en los muelles. -Su mano acariciaba mi pelo,
lentamente, con un sonido susurrante, como el del viento afuera-. Pero
aquí -dijo, tan suavemente que casi no podía oírle- aquí, en la oscuridad,
contigo….no tengo nombre.
Alcé mi rostro hacia el suyo, y recogí con mis labios su cálido aliento.
-Te quiero-, dije, y no necesitaba decirle que lo decía de verdad.
La recuperación de Jamie transcurrió sin problemas, excepto por la
aparición de Hobart MacKenzie, el hermano de Laoghaire. Encargado de
lavar la mancha que mancillaba el honor de su hermana, Hobart no trajo
la esperada pistola o espada, sino algo mucho más peligroso: un
abogado. Claire, entusiasmada, vuelve a encontrarse con su viejo amigo
Ned Gowan, que todavía está vivito y coleando, aunque se siente algo
menos feliz con las soluciones que sugiere; para conseguir que
desaparezcan los cargos, Jamie accede a pagar a Laoghaire una suma
anual para su manutención, y proveer a sus dos hijas, Marsali y Joan, de
sendas dotes.
Aunque en principio no es un mal acuerdo, en la práctica tiene un
pequeño inconveniente, pues Jamie no tiene fondos con los que cumplir
esta obligación. Sin embargo, hay una solución.
Jamie le cuenta a Claire la historia de su tiempo en prisión; de la
aparición de Duncan Kerr, y de la consiguiente huida para averiguar la
verdad de los delirios de Kerr sobre un tesoro y “la bruja blanca”. No
encontró rastro de Claire, pero sí descubrió el tesoro. No los lingotes
franceses de los que hablaba la leyenda, sino una caja con piedras
preciosas y monedas antiguas, escondida en una isla rocosa protegida
por focas.
Tras volver a Ardsmuir para cuidar de sus hombres, escondió la verdad
al gobernador de la prisión, jurándole que el tesoro “está en el mar”.
Desde entonces, la existencia del tesoro se ha mantenido como un
secreto por los Murray de Lallybroch; en momentos de necesidad,
alguno de los hijos mayores se desplazaba a la costa con Ian, y se
acercaban nadando a la isla de las focas para coger una sola de las
gemas cada vez. La vendían en secreto en Francia, con la colaboración
del primo Jared, y se utilizaba el dinero para asistir a los exiliados
jacobitas o ayudar a los aparceros de Lallybroch.
Estos viajes secretos habían sido los ritos de iniciación para los dos
hermanos mayores; ahora es el turno de Ian. Jenny e Ian dudan al
principio, pero al final acceden. El brazo herido de Jamie le impide nadar,
y la sed de aventuras del Joven Ian hace que esté siempre aburrido en la
granja. Nada le gustaría más que acompañar a su amado tío en una
misión tan apasionante; al mismo tiempo, estaría bajo vigilancia de
Jamie. Y, como dice Ian, “mejor darle su libertad mientras piense que
tenemos potestad para hacerlo”.
La expedición a la isla de las focas es todavía más fascinante de lo que
esperaba el Joven Ian. Su llegada a las rocas envueltas en la niebla
coincide con otra llegada, la de un grupo de hombres de aspecto duro,
que se apropian del tesoro y del propio Ian mientras Jamie y Claire lo
ven todo sin poder hacer nada desde el acantilado.
Jamie está destrozado; además del amor que siente por su sobrino está
el horror ante la perspectiva de volver a Lallybroch y contarle a Jenny lo
que le ha ocurrido a su hijo menor. Por tanto, jurándose a sí mismo que
no parará hasta recuperar al muchacho a cualquier precio, cruza con
Claire el Canal hacia Francia. No habían conseguido detener a los
secuestradores, pero los Fraser sí se las habían arreglado para ver un
momento el barco pirata. Con esa escasa información, quizá el primo
Jared, con sus contactos en el mundo del comercio naval, pueda
averiguar el destino del barco, y procurarles otro con el que perseguirlo.
Nervioso por cada segundo perdido, Jamie no tiene tiempo de
preocuparse por su problema con los mareos en el mar. Una vez que el
barco está preparado, vuelve a Escocia rápidamente para reunir a un
pequeño grupo de hombres; sus compañeros de contrabando,
incluyendo a Duncan Innes, un ex prisionero de Ardsmuir, y el Sr.
Willoughby.
Su hijo adoptivo, Fergus, se unirá a la expedición de rescate, pero llega
por los pelos antes de que el barco zarpara llevando de la mano a
Marsali, la hija de Laoghaire. La muchacha le dice a Jamie, desafiándole,
que están enamorados y que quieren fugarse juntos.
El barco ya ha zarpado; volver es imposible. Jamie, manteniendo su ira
bajo control, les dice a Fergus y Marsali que dormirán separados en el
barco; si una vez que hayan llegado a Las Indias siguen convencidos de
que quieren casarse, encontrará un sacerdote para que bendiga su
unión. Hasta entonces, las manos fuera.
Fergus y Marsali acceden a esta propuesta, afortunadamente, porque
Jamie no tiene muchas posibilidades de obligarles. Yace desvalido en su
camastro, y las hierbas que le ofrece Claire no tienen ningún efecto.
Pero el Sr. Willoughby tiene una idea, y Jamie reaparece en cubierta del
Artemis, con el ceño fruncido y el rostro cubierto por agujas de oro de
acupuntura.
El viento es bueno y el viaje rápido y en su mayor parte sin incidentes,
excepto cuando el Sr. Willoughby adquiere un pelícano llamado Ping An
(“El pacífico”), a quien el poeta chino domestica y enseña a pescar. El
tedio del viaje se rompe cuando se topan con un barco de guerra, el
Marsopa, que supone un gran peligro para el éxito del viaje del Artemis.
Aunque Inglaterra y Francia no están en guerra y el Artemis navega bajo
bandera francesa, la mitad de su tripulación es inglesa o escocesa, y el
Marsopa tiene derecho a utilizar a todo súbdito inglés si tiene escasez de
tripulación. El hecho de que ello perjudicaría al Artemis, dejándole con
un número insuficiente de hombres para seguir su viaje hacia el Oeste,
no preocupa nada a la Marina de Su Majestad.
Y efectivamente hay escasez de tripulantes para manejar el navío; el
jovencísimo capitán del Marsopa aborda al Artemis pidiendo ayuda. En
su barco ha estallado una epidemia, y la mitad de su tripulación está
muerta, muriendo o cayendo enferma. El mismo Thomas Leonard no era
más que el tercer teniente, y se ha convertido en capitán porque todos
sus oficiales superiores han fallecido. Necesita ayuda. ¿Hay en el
Artemis un médico?
En contra de la voluntad de Jamie, pero obligada tanto por la piedad
hacia el joven teniente como por su juramento hipocrático, Claire sube a
bordo del Marsopa, donde advierte que la situación es mucho peor de la
que le había descrito el Capitán Leonard; hay una epidemia de fiebre
tifoidea en plena virulencia, y el barco está lleno de hombres
moribundos. Claire se dispone a dar órdenes e instrucciones, sabiendo
al mismo tiempo que lo que puede hacer es poco e inútil; no puede
salvar a la mayoría de los enfermos, pero sí puede intentar evitar que la
infección se extienda.
Su aparente sabiduría tiene una consecuencia inesperada; el joven
capitán del Marsopa, desesperado por conseguir ayuda y preocupado
por el bienestar de un pasajero muy importante que lleva a bordo, retiene
a Claire, llevándola a Jamaica con la promesa de que será devuelta a
Jamie y al Artemis en cuanto lleguen, asumiendo que quedarán
suficientes miembros de la tripulación vivos como para poder manejar el
barco.
Asustada y furiosa por su secuestro, Claire no tiene más remedio que
hacer lo que pueda para luchar contra la epidemia, sin más armas en
sus manos que alcohol destilado y un conocimiento básico de higiene.
Durante esta lucha, exhausta y desanimada por lo inútil de sus
esfuerzos, la muerte que le rodea y la separación de Jamie, encuentra
consuelo en un lugar inesperado: Lord John Grey, el recién nombrado
gobernador de Jamaica. Veinte años después de su primer encuentro en
un bosque oscuro, no se reconocen el uno al otro, pero Claire encuentra
consuelo en su contacto con este extraño tranquilo y compasivo.
Al fin la epidemia llega a su fin, y el Marsopa se dirige a Jamaica. Pero lo
que debería ser al fin la liberación de Claire se convierte en un nuevo
peligro; durante su estancia en el Marsopa leyó en el cuaderno de
bitácora del capitán algo siniestro, y conoció a un tal Harry Tompkins, el
marinero tuerto que al final había escapado del fuego que quemó la
imprenta en Edimburgo. Con una mezcla de brandy y amenazas, Claire
le saca la verdad a Tompkins; la identidad de Jamie es conocida, tanto
por Sir Percy Turner -que tiene aspiraciones políticas que se verían
favorecidas por el arresto de un importante traidor y contrabandista-
como por el Capitán Leonard, que se ha enterado de la identidad de
Jamie a través de Tompkins y que, lamentando la necesidad impuesta
por el deber, tiene la intención de arrestar a Jamie en cuanto lo vea en
Jamaica.
Claire sabe que tiene que escapar, pero sus intentos de dejar el barco en
las distintas paradas que va haciendo antes de llegar a Jamaica son
advertidos y abortados por el capitán. Por fin, desesperada por huir,
consigue la ayuda de la esposa del cañonero y se tira del barco al agua
durante la noche en la zona del banco del Pañuelo Blanco, agarrada a
un tonel vacío de brandy, y llega flotando a tierra en la cercana isla de La
Española. Desde ahí, quizá podría llegar a Jamaica a tiempo de
encontrar el Artemis y advertir a Jamie de los peligros procedentes del
Marsopa.
Mojada, hambrienta, sedienta y muerta de frío, Claire se adentra poco a
poco por el interior, sin una idea clara de qué hacer, solo sabiendo que
tiene que encontrar agua, alimento y a Jamie, en ese orden. Pero lo que
encuentra es a un naturalista judío llamado Lawrence Stern, que le
proporciona agua y la lleva a casa de un amigo cercano: un sacerdote
inglés suspendido por la iglesia y no muy cuerdo, llamado Fogden.
Mientras tanto, el Artemis había estado persiguiendo al Marsopa,
alentado por el miedo que siente Jamie por la seguridad de Claire.
Divisando el maltrecho navío de guerra en uno de los puertos por los que
pasan, el Artemis se esconde mientras Jamie se acerca al Marsopa sin
que le vean y busca a Claire quien, como ya sabemos, ha abandonado
el barco sin que nadie la viera.
Registra concienzudamente el barco, cada vez más desesperado, Jamie
no encuentra a su esposa, pero es descubierto y hecho prisionero en
una celda donde le comunican que Claire está muerta, que cayó por la
borda. Pero la mujer del cañonero advierte su presencia, deduce su
identidad y le libera.
Jamie se acordaba de lo último que ella le había dicho, mientras le
empujaba hacia la borda.
-No está muerta -había dicho la mujer-. Se fue allí -y señaló el mar-. Tú
también ir. Encontrar a ella- y entonces se inclinó, le cogió con una mano
de la entrepierna, apoyó su ancho hombro bajo el torso de Jamie y le
arrojó al mar.
Jamie llega a La Española tras nadar un buen rato hacia la costa y
encuentra a un grupo de niños criollos que juegan en la playa, y que le
llevan a la taberna de su madre, que se encuentra justo al lado de la
guarnición militar de Cabo Haitiano.
Mientras tanto, Claire ha estado disfrutando de la hospitalidad del Padre
Fogden. Sin embargo, la deliciosa conversación sobre cuevas
escondidas, cimarrones (esclavos fugados), peces ciegos y ovejas
muertas es interrumpida por la revelación que le hace el Padre de que
un barco ha encallado durante la reciente tormenta, muy cerca. Al oír
una referencia sobre un hombre manco capitaneando el barco, Claire se
da cuenta de que dicho barco no puede ser el Marsopa, pero quizá sí el
Artemis.
Y es el Artemis, capitaneado por Fergus, ya que el capitán original cayó
al mar durante el naufragio. La felicidad de Claire al reunirse con sus
compañeros queda hecha trizas cuando le dicen que Jamie no está con
ellos. Pero la ansiedad de no saber dónde está no dura mucho; las
reparaciones en el Artemis quedan interrumpidas por la visita de tropas
enviadas desde la guarnición de Cabo Haitiano para inspeccionar y
“rescatar” el barco bajo el mando de un tal Capitán Alessandro, un
soldado muy alto con barba roja y un aspecto curiosamente familiar.
Los perplejos soldados de la guarnición son apresados en la bodega
(con la intención de llevarlos a tierra firme una vez que hayan
conseguido reflotar con éxito el Artemis), y todos vuelven a estar juntos,
excepto por el Joven Ian. Aprovechándose de la oportunidad que le
ofrecen las circunstancias, Marsali presiona a Jamie para que cumpla su
promesa; están en tierra en Las Indias, con un sacerdote a mano. Ha de
cumplir su palabra a Fergus y a ella y permitirles casarse, dice.
Viendo la devoción mutua que sienten los jóvenes y su determinación
para estar juntos, Jamie acepta a desgana, y tiene lugar la boda.
-Le he dicho a Marsali que ha de escribir a su madre para contarle que
se ha casado -me dijo Jamie mientras se producían los preparativos de
la ceremonia en la playa-. Pero quizá debería sugerirle que no dijera
nada más que eso.
Sabía a lo que se refería. Laoghaire no iba a estar contenta al oír que su
hija mayor se había escapado con un carterista manco que le doblaba la
edad. Era improbable que se sintiera satisfecha como madre de que la
ceremonia hubiera sido oficiada en medio de la anoche en una playa de
las Indias Occidentales por un sacerdote caído en desgracia, si no
directamente expulsado, con veinticinco marineros como testigos, diez
caballos franceses, un pequeño rebaño de ovejas –todas adornadas con
cintas en honor a la ocasión- y un perro Spaniel de raza King Charles,
que se unió al ambiente festivo intentando copular con la pierna de
madera de Murphy a la mínima oportunidad. Lo único que podría
empeorarlo todo, pensaría seguramente Laoghaire, sería enterarse de
que yo había estado presente en la ceremonia.
Asumiendo el mando del Artemis, Jamie reanuda la búsqueda
interrumpida de su sobrino entre las islas de las Indias Occidentales,
interrogando a miembros de la red de masones escoceses en las islas y
adquiriendo en el proceso una valiosa carga de guano de murciélago,
muy apreciado entre los plantadores que lo utilizaban como fertilizante.
Con la bodega llena de este producto, el Artemis se apresura a viajar
hacia Jamaica. Pero durante el camino son abordados por un extraño
barco pirata. Claire y Marsali se refugian en la bodega, pero un pirata las
encuentra. Claire le ataca con un instrumento de su maletín médico,
cortándole uno de los dedos del pie y permitiendo así a Marsali escapar.
Al intentar también escapar ella, es atrapada; mientras esperaba con los
ojos cerrados a sentir el corte final de un sable, escucha un extraño
sonido:
Se produjo una especie de sonido sordo, luego un gruñido y a
continuación un fuerte olor a pescado.
Abrí los ojos. El pirata ya no estaba. Ping An estaba sentado en la
arboladura del barco, en alto, con la cresta erecta de irritación y las alas
a medio extender para conservar el equilibrio.
-¡Gwa! -dijo, enfadado. Me miró con sus ojos amarillos, pequeños y
brillantes e hizo un ruido con el pico como advertencia. Ping An odiaba el
ruido y el escándalo. Evidentemente, tampoco le gustaban los piratas
portugueses.
La lucha había terminado; el barco pirata se aleja. Agarrada a las
cuerdas de las velas, Claire puede ver abajo a los hombres en la
cubierta, que empiezan a auxiliar a los heridos y a poner orden en el
caos. Mareada y aturdida a causa de la pelea, empieza a bajar muy
despacio.
Cuando llega a cubierta, está muerta de frío y se siente muy mal, pero se
dirige inmediatamente hacia Jamie, aliviada al ver que no sufre sino un
pequeño corte en la cabeza, al menos así lo cree.
Había manchas de sangre seca en la parte delantera de su camisa, pero
la manga también estaba sangrienta. De hecho, estaba prácticamente
cubierta de sangre fresca.
-¡Jamie! -Le agarré del hombro, mientras mi visión se hacía cada vez
más borrosa-. ¡No estás bien, mira, estás sangrando!
Mis manos y pies estaban insensibles, y solo sentí a medias cuando me
agarró de los brazos al tiempo que se levantaba de un barril,
súbitamente alarmado. Lo último que ví, entre fogonazos de luz, fue su
rostro, blanco bajo el bronceado del sol.
-¡Dios mío!, -dijo con voz asustada, entre la oscuridad que me envolvía-.
No es mi sangre, Sassenach, es la tuya!
A punto de morir desangrada por el corte de un sable a lo largo del
brazo, Jamie y el Sr. Willoughby curan a Claire, y ella utiliza un poco más
de su preciosa penicilina para curar una fiebre incipiente. Jamie se
queda junto ella por la noche, y sueña con fuego y muerte, los restos de
unos recuerdos que vuelven del fondo de su mente desde Culloden.
Claire se pasa el día siguiente dormitando, pero Jamie la despierta
cuando busca una poción medicinal para un prisionero rescatado del
mar. Le explica que, cuando el Bruja se alejaba, un hombre negro –
evidentemente, un esclavo escapado, a tenor de las cicatrices que tenía
en la espalda- se tiró al agua desde el barco pirata. Al haber descubierto
una aparente relación entre el Bruja y el tesoro de las focas –un pirata
muerto, que llevaba un tetradracma original del siglo IV- Jamie está
ahora seguro de que fue el Bruja el que secuestró a Ian, y está
deseando interrogar al prisionero.
Claire le acompaña a la cubierta inferior, donde se encuentra con el
prisionero, un hombre delgado con tatuajes tribales en el rostro y las
cicatrices de la esclavitud en la espalda, además de otra marca más
grande de una quemadura en el hombro. Se trata de Ishmael, que dice
ser cocinero, pero cuyo porte apunta a que ha sido algo más.
Ishmael es muy prudente, como es lógico, y teme que los Fraser puedan
devolverle a su anterior propietario o que ellos mismos le conviertan en
su esclavo. Pero aun así, por lo que les cuenta y por los indicios
obtenidos de los papeles que recibió Claire del esclavo manco que
compró, Temeraire, parece que una tal Señora Abernathy de Rose Hall,
en Jamaica, es quien tiene en sus manos la siguiente pieza del
rompecabezas que les conducirá a Ian.
Cuando llegan a Jamaica, Ishmael pide su recompensa; en lugar del oro
que se le ha ofrecido, elige algo distinto: llevarse a Temeraire. El esclavo
manco accede a irse con él, y ambos hombres son depositados en la
costa y desaparecen en la jungla desierta.
El Artemis navega alrededor de la isla hacia el Puerto de Kingston, solo
para descubrir algo desagradable: el Marsopa está allí anclado.
-¡Me persigue! -dijo Jamie, indignado-. Ese asqueroso barco me está
siguiendo. ¡Allá donde voy, aparece él!
Pero cuando Claire le explica la razón de la presencia del buque de
guerra –naturalmente, el Marsopa ha de estar en el puerto de Kingston,
ya que lleva al nuevo gobernador a la isla- la actitud de Jamie cambia
significativamente. Al oír el nombre del nuevo gobernador queda al
principio sorprendido, luego muy contento; Lord John Grey es amigo
suyo, dice, y puede servirles de ayuda para encontrar a Ian.
Claire se sorprende de que Jamie decida acercarse primero al
gobernador en lugar de ir directamente a Rose Hall pero, después de
todo, si sus investigaciones son mal recibidas, estará bien tener un
amigo en las altas instancias. Dejando a Fergus para que se ocupara de
la carga del Artemis, los Fraser se dirigen inmediatamente a la
plantación de Jared, La Casa de la Montaña Azul, donde el
administrador y su esposa, el Sr. y la Sra. MacIver, les hacen sentirse
bienvenidos y les ayudan con sus preparativos.
Buscando información, Jamie y Claire asisten a la recepción del nuevo
gobernador, y se llevan a Mr. Willoughby. A Claire le agrada ver otra vez
a Lord John Grey, y asume que su gesto atónito en la fila que se forma
para saludarle se debe a que ve a Jamie, disfrazado –con peluca, la cara
blanqueada con polvos y zapatos de tacón rojos- como el Sr. Alexandre
de Provac, un emigrante francés en La Martinica. Para su sorpresa, el
Reverendo Campbell también está presente en la recepción; aunque
desaprueba totalmente el evento, ha venido a buscar información que le
ayude a localizar a su hermana, Margaret, que ha desaparecido.
A pesar de este encuentro tan desagradable, las cosas parecen ir bien;
el Sr. Willoughby tiene éxito con las mujeres, Claire es presentada a
todos y se dedica a saludar y conocer a los invitados, y en un momento
dado Jamie se retira discretamente al despacho del gobernador, seguido
por Lord John. Claire le sigue pero la entretienen otros invitados, y
cuando llega a la estancia unos minutos después, se encuentra a Jamie
abrazando fervorosamente a Lord John Grey.
La enorme sorpresa del gobernador al oír que yo era la esposa de Jamie
quedaba ahora al menos parcialmente explicada; ese único segundo en
el que pude ver su mirada espontánea de doloroso deseo hacia Jamie
me dejó claro exactamente cómo eran las cosas para él. Lo de Jamie era
otra cosa distinta.
Era el gobernador de la prisión de Ardsmuir, había dicho de forma
casual. Y en otra había dicho, menos casualmente: ¿Sabes lo que hacen
los hombres en la prisión?
Lo sabía, pero habría jurado sobre la cabeza de Brianna que Jamie no lo
hacía; no lo hacía, no podría hacerlo, bajo ninguna circunstancia. Al
menos lo habría jurado antes de esta noche. Cerré los ojos. Tenía la
respiración entrecortada. Pero intenté no pensar en lo que había visto.
Atónita, intentando sacar algún sentido a lo que había visto, Claire se
retira sin ser vista, y vuelve al salón con el resto de los huéspedes. No
quiere ver en este momento a Jamie, así que se dirige a las salas
destinadas al descanso para las mujeres. Pero lo que encuentra allí no
es un refugio, es un asesinato.
Mina Alcott, una viuda local con una reputación más bien dudosa, yace
con la garganta cortada y un charco de sangre bajo la cabeza. Y al lado
del cuerpo hay una fila de pisadas que se dirigen a la ventana abierta:
las pequeñas huellas de un pie calzado con un zapato de suela de fieltro,
dibujadas por la sangre.
La recepción termina entre gritos y alboroto; se envían soldados a
perseguir al Sr. Willoughby, se involucra a la milicia y todos los invitados
son interrogados, particularmente el Sr. Alexandre de Provac, que al
parecer era un socio del asesino. Sola en el despacho del gobernador
después de haber sido interrogada, Claire no está muy contenta cuando
ve que entra el mismísimo gobernador.
Lord John ha descubierto el abanico que Claire había dejado caer en el
pasillo, dándose cuenta de que había visto el abrazo que se han dado
Jamie y él. No pretende negar como son las cosas, al menos para él.
Pero en la discusión que se produce después, Claire se entera de la
parte que juega Jamie en esta relación y de por qué insistió en ir a visitar
primero al gobernador.
Era un retrato, una miniatura oval, incrustada en un marco labrado de
madera oscura. Miré el rostro y me senté súbitamente, con las rodillas
temblando. No era plenamente consciente de la presencia de Grey, que
flotaba sobre la mesa del despacho como una nube en el horizonte,
mientras cogía la miniatura para mirarla desde más cerca.
Podría haber sido el hermano de Bree, fue mi primer pensamiento. El
segundo, que me golpeó el pecho con una fuerza terrible, fue:
-¡Dios mío, es el hermano de Bree!
La tensa conversación subsiguiente deja a Claire con varios retazos de
información no deseada: que Jamie tiene un hijo ilegítimo, del cual
todavía no le ha hablado, que comparte con John Grey una historia
íntima y que siente simpatía hacia Grey, en contra de su voluntad. Tanto
John como Claire aman a Jamie; ambos, en cierta manera, le han dado
un hijo, y cada uno de ellos está ligeramente celoso del otro.
Pero tanto los celos como la sorpresa se desvanecen cuando Jamie
regresa tras una larga noche de interrogatorios y vuelve con Claire a la
Casa de la Montaña Azul. Unidos por la fatiga y los impactantes sucesos
de la noche, conversan, y Jamie le confiesa a Claire la existencia de
Willie, enseñándole una miniatura del muchacho, idéntica a la que John
Grey le había mostrado.
-Tenía miedo de decírtelo, -dijo en voz baja-. Temía que tal vez pensaras
que había estado por ahí engendrando una docena de bastardos….que
pensaras que Brianna no era tan importante para mí, si te enteraras de
que tengo otro hijo. Pero sí lo es, Claire, mucho más de lo que te puedo
decir con palabras-. Alzó la cabeza y me miró directamente a los ojos.
-¿Me perdonas?
-Geneva –la madre de Willie- quería mi cuerpo, -dijo suavemente,
mirando la lagartija-. Laoghaire necesitaba mi nombre y el trabajo de mis
manos para mantenerla a ella y a las niñas. -Entonces giró la cabeza y
fijó sus ojos azules en los míos-. John, bueno…- encogió los hombros y
los dejó caer-. No podía darle lo que quería, y es suficientemente buen
amigo como para no pedírmelo.
-¿Pero cómo puedo decirte todas estas cosas?, -dijo, con las líneas de la
boca torcidas por la angustia-. ¿Y luego decirte que solo a ti te he
amado? ¿Cómo ibas a creerme?
La pregunta quedó colgada en el aire entre nosotros, reverberando como
el reflejo del agua.
-Yo te creo, si tú lo dices.
Presioné mi propia muñeca contra la suya, pulso contra pulso, latido
contra latido.
-Sangre de mi sangre- susurré.
-Hueso de mi hueso -su susurro era ronco y profundo. De repente se
arrodilló ante mí y puso sus manos dobladas en las mías; el gesto que
hace un montañés cuando jura lealtad a su jefe.
-Te doy mi espíritu-, dijo, con la cabeza inclinada sobre nuestras manos.
-Hasta que nuestra vida termine- dije suavemente. -Pero todavía no lo
está, Jamie, ¿verdad?
Entonces se puso de pie, me quitó la enagua, de manera que yací
desnuda sobre la estrecha cama, y le atraje hacia mí a través de la
suave luz amarilla, y le llevé a casa, una y otra vez, y ninguno de los dos
estábamos ya solos.
Juntos una vez más, Jaime y Claire retoman la búsqueda de Ian en Rose
Hall. Llegan a la lejana plantación, donde son invitados a entrar y
esperar a la Sra. Abernathy, la propietaria. Su aparición, sin embargo, es
una gran sorpresa: la Sra. Abernathy no es una extraña.
Respiré hondo y recuperé la voz.
-Espero que no te tomes esto a mal -dije sentándome lentamente en el
sofá de mimbre. -Pero…. ¿no estabas muerta?
Ella se rió, la plata de su voz tan pura como la de una muchacha.
-Crees que debería estarlo, ¿a que sí? bueno, no eres la primera, y me
atrevo a decir que tampoco serás la última”.
Geillis Duncan –como se conocía anteriormente a la señora de Rose
Hall- explica cómo escapó de morir en la hoguera tras el juicio por
brujería en Cranesmuir, veintitantos años atrás. Postergada su ejecución
hasta que naciera su hijo, Geillis chantajeó al padre de la criatura,
Dougal MacKenzie, amenazando con matar al bebé, y le obligó a
ayudarla a escapar. El cadáver de una anciana que había muerto de
causas naturales fue sustituido por su cuerpo, que se suponía
estrangulado, y enviado al cielo en una pila de troncos ardiendo. La
misma Geillis escapó a Francia, llegando a la presente situación a través
de distintas vías. ¿Y qué pasó con Claire, pregunta ella con curiosidad?
Ambas mujeres, que fueron una vez amigas, desconfían una de la otra,
pero la curiosidad las supera. Ellas son quienes han recibido el don de
viajar a través de las piedras. Geillis, sin embargo, le cuenta que se ha
encontrado con “otro” como ellas, pero está deseosa de aprender todo lo
que pueda de las experiencias de Claire, mucho más cuando encuentra
las fotos de Brianna en el bolsillo del abrigo de Jamie y averigua la
verdad; que Claire ha viajado a través de las piedras, no una vez, sino
tres. ¿Cómo lo ha hecho?
Ante las vagas respuestas de Claire, Geilie revela los resultados de su
propia investigación; su conclusión es que el viaje a través de las piedras
puede ser controlado –al menos hasta un cierto punto- portando piedras
preciosas, y con este fin ha ido reuniendo muchas gemas grandes y de
gran pureza. Su referencia meramente casual al uso de la sangre como
método de protección provoca un escalofrío en Claire, quien sabe del
asesinato del primer marido de Geillis, Greg Edgars, y del segundo,
Arthur Duncan.
El corazón de Claire se acelera cuando ve la caja que trae Geillis donde
guarda las gemas; es la caja que Jamie encontró en la isla de las focas,
lo que prueba que hay una conexión entre Geillis Duncan y los piratas
del Bruja; prueba, cree ella, de que a pesar de que Geillis lo niegue, el
Joven Ian debe estar escondido en algún lugar de la propiedad.
Geilie niega firmemente conocer al muchacho, sin embargo, y les
conmina rápidamente a irse de su casa alegando que espera a un
visitante importante. Al irse, los Fraser alcanzan a ver de quién se trata:
el Reverendo Archibald Campbell. Una vez que se alejan de Rose Hall,
también se dan cuenta de que Geilie ha robado una de las fotos de
Brianna. ¿Por qué? Una persona como ella no puede tener buenas
intenciones, piensa Jamie; al mismo tiempo, está demasiado ocupado
buscando a su sobrino como para dedicarle mucho tiempo a
preocuparse de esto. Convencido por sus investigaciones de que el
Joven Ian está escondido en la bodega que hay bajo la refinería de
azúcar de la finca, Jamie planea su rescate.
Unos pocos días después, los Fraser y unos cuantos de los
contrabandistas de Jamie navegan por el rio Llalla hacia Rose Hall, en
un pequeño barco proporcionado por Lord John Grey.
Llegan al anochecer, y deciden acercarse a la playa, atacar la refinería
por sorpresa, y rescatar al Joven Ian y a cualquier otro cautivo escocés
que encuentren.
Jamie deja a Claire cerca del bote, armada con una pistola y con
estrictas instrucciones de quedarse allí esperándoles. Sin embargo, a los
pocos minutos de quedarse sola, Claire ve una sombra alta y delgada en
la ventana de Rose Hall; no puede ser Geilie, pero bien podría ser el
Joven Ian. Los hombres ya están demasiado lejos como para ir a
advertirles; tendrá que ir a comprobarlo ella misma. Acercándose sin
hacer ruido a la terraza, Claire ve la puerta principal abierta y escucha
unos ruidos procedentes del estudio. Entra sigilosamente, esperando
encontrar al Joven Ian, pero en su lugar descubre que la sombra no es
sino el Reverendo Campbell. De Geillis no hay trazos; el Reverendo se
queja de que ha desaparecido y le ha dejado solo.
En la confrontación que le sigue, quedan reveladas una serie de cosas,
incluyendo el hecho de que el reverendo está convencido de que Jamie
era el responsable de los traumáticos acontecimientos que provocaron
que su hermana perdiera la cabeza; Jamie, piensa, era el hombre de las
Tierras Altas a quien su hermana fue a buscar, en pleno Alzamiento
Jacobita. A pesar de que Claire intenta convencerle de que el amante de
Margaret era de hecho un amigo de Jamie, Ewan Cameron, el
Reverendo no olvida su odio.
Esto ya es difícil de asumir para Claire, pero aún lo es más el
conocimiento de que Geillis Duncan ha estado escribiéndose con el
reverendo en su calidad de experto en profecías celtas, con una
referencia en particular a la “Profecía Fraser”, una predicción misteriosa
que hizo el vidente Brahan, sobre un jefe de la “Línea Lovat” que un día
gobernaría Escocia.
Como sabe que Geillis Duncan está obsesionada con los regentes de
Escocia, cuando Claire se entera de esto empieza a sospechar dónde
puede haber ido Geillis. La “Línea Lovat” está formada por los
descendientes de Simon, Lord Lovat, jefe del clan Fraser, que fue
ejecutado tras el Alzamiento Jacobita. Aunque Lovat dejó tras sí varios
hijos, la línea directa se extinguió en el siglo XVIII, o al menos eso creía
Geilie hasta que vio las fotos de Brianna y se dio cuenta de que Lovat sí
tuvo un descendiente directo, que vivió en el futuro.
Ya fuera porque que Geilie quisiera encontrar a Brianna con algún
propósito siniestro o solo para usar su foto como un punto de anclaje
para su viaje a través de las piedras, la conclusión de que la bruja de
Rose Hall se ha embarcado en un viaje al futuro parece cierta.
Pero las preguntas de Claire quedan interrumpidas por la aparición
inesperada del Sr. Willoughby. Con muy mal aspecto tras llevar días
escondido en la jungla, el chino no ha venido a buscar la ayuda de
Claire, sino a enfrentarse al reverendo.
-Hombre santo, -dijo, y su voz tenía un tono que nunca le había oído
antes: un deje burlón muy feo.
El reverendo se dio la vuelta, tan rápidamente que empujó con el codo
un jarrón; el agua y las rosas amarillas se desparramaron por la mesa de
palisandro, empapando los papeles que había encima. El reverendo
profirió un grito de enfado, e intentó rescatar los papeles del agua y los
sacudió violentamente antes de que se corriera la tinta.
-¡Mira lo que has hecho, pagano asesino!
El Sr. Willoughby se rió. No fue su risa normal, si no de otro tipo, mucho
más profunda. No sonaba a broma.
-¿Yo, asesino - sacudió la cabeza de un lado a otro, con los ojos fijos en
el reverendo. -Yo no, hombre santo. Tú eres el asesino.
-¡Lárgate, amigo!, -dijo Campbell con voz fría. -No deberías haberte
atrevido a entrar en la mansión de una dama.
-Yo te conozco. -La voz del chino tenía un tono bajo, pero uniforme, y su
mirada no dudaba. -Te veo. Te veo en la habitación roja, con la mujer
que ríe. Te veo también con las apestosas rameras, en Escocia-. Muy
despacio, alzó la mano hacia su garganta e hizo un gesto como si la
atravesara, preciso como un cuchillo. –Creo que matas muy a menudo,
hombre santo”.
En la confrontación subsiguiente, el reverendo saca una navaja pero
muere a manos del Sr. Willoughby, que le golpea en la cabeza con la
bolsa que contiene sus pesadas “bolas de la salud” de jade.
Yi Tien Cho desaparece en la noche caribeña y Claire, incapaz de
permanecer en la estancia con el cadáver de Campbell, sube por la
escalera hacia el despacho de Geillis, para buscar claves de dónde
pueden estar ella o Ian. Lo que encuentra es altamente siniestro: la
fotografía robada de Brianna, en el centro de un pentagrama quemado.
¿Está intentando Geillis utilizar la imagen solamente para concentrarse
en su viaje en el tiempo o tiene algún otro motivo más amenazador? En
cualquier caso, está claro que la bruja de Rose Hall se ha ido, y Claire
necesita encontrar a Jamie lo antes posible.
Tropezando en la oscuridad fuera de la mansión, Claire vuelve a la
playa, confiando en encontrar a Jamie y sus hombres esperándola en el
bote. Sin embargo, se encuentra con algo muy distinto; un cocodrilo, del
que la rescatan varios esclavos que matan al animal. Con tantos nervios
y tanta conmoción, Claire solo se sorprende ligeramente cuando se
entera de que el líder de los esclavos es Ishmael, el hombre a quien
rescataron del Bruja; el esclavo secuestrado –evidentemente, de Rose
Hall- por los piratas.
La conexión entre el Bruja y Rose Hall está más o menos clara;
evidentemente el capitán pirata ha rescatado el tesoro de las focas y se
lo ha dado a Geillis, junto con un grupo de muchachos escoceses. Ya
sea como parte de un precio ya estipulado, o solo como capricho, el
Bruja había tomado cautivo a Ishmael –el cocinero de Geilis- cuando el
barco partió. Entonces, ¿por qué ha vuelto?
La respuesta a esa pregunta se produce rápidamente. Medio
desmayada, Claire es llevada a una de las cabañas de los esclavos para
recobrarse de su encuentro con el cocodrilo, y cuando se despierta se
encuentra con que ha comenzado una ceremonia de vudú con una
protagonista: Margaret Campbell.
Ésta es la razón de que Ishmael haya vuelto; para llevarse su oráculo,
aquello que le da poder sobre los demás esclavos. Porque Margaret
Campbell es verdaderamente un oráculo; mientras Claire escucha, con
horror y fascinación, oye a los loas –los espíritus de los muertos, los
avatares de los dioses del vudú- hablar a través de los labios de la mujer
escocesa. Entre los loas convocados está el de Bouassa, un famoso
cimarrón que lideró una rebelión de esclavos y murió por ello, torturado
hasta la muerte. Ishmael pide la bendición del loa para algo y Bouassa
se lo concede con una risa amarga.
Cerró la boca y sus ojos recobraron esa mirada vacía, pero los hombres
no lo notaban. De ellos salía un murmullo excitado que Ishmael mandó
callar, con una mirada enigmática hacia mí. Se produjo inmediatamente
el silencio y se fueron mientras me miraban.
Ishmael cerró los ojos cuando el último hombre dejó el claro y sus
hombros se relajaron. Yo también me sentía agotada.
-¿Qué…? -comencé, pero me detuve. Al otro lado del fuego, un hombre
había salido de detrás de las cañas de azúcar. Era Jamie, tan alto como
las cañas, con la camisa y el rostro teñidos por el fuego que se apagaba,
de un rojo exacto al de su cabello.
Se llevó un dedo a los labios, y yo asentí con la cabeza. Junté los pies
con cuidado bajo mis piernas, y cogí mi falda sucia en una mano. Podía
arreglármelas para levantarme, dejar atrás el fuego y lanzarme hacia las
cañas de azúcar con él antes de que Ishmael pudiera alcanzarme. ¿Pero
Margaret?
Dudé, me volví para mirarla, y vi que su rostro estaba otra vez vivo.
Estaba erguido, impaciente, los labios entreabiertos y los ojos brillantes
medio cerrados de forma que parecían un poco rasgados, mientras
miraba a través del fuego.
-¿Papá? dijo la voz de Brianna detrás de mí.
Conmocionados y fascinados, Claire y Jamie escuchan la voz de su hija,
hablando a través de los labios manchados de sangre de Margaret
Campbell. -No dejes que mamá vaya sola, -le dijo a Jamie. -Ve con ella.
Pero, ¿ir a dónde? Al desvanecerse el loa, Ishmael envía a Margaret a
que la cuiden las mujeres, y le dice a Jamie y Claire que se vayan ellos
también inmediatamente. Jamie le dice que no se van a ir a ningún sitio
sin Ian.
Ishmael enarcó las cejas, comprimiendo al hacerlo las tres cicatrices
verticales que tenía entre ellas.
-Olvidad a ese muchacho, -dijo; -se ha ido.
-¿Se ha ido, adónde? -preguntó Jamie bruscamente.
La estrecha cabeza se inclinó hacia un lado, mientras miraba a Jamie
con cautela.
-Se ha ido con el Gusano, -dijo. -Y donde ella va, tú no vas. Ese
muchacho se ha ido -dijo otra vez, con rotundidad. -Tú también te vas, tú
hombre listo.
Presionado para que les diga a dónde han ido la Sra. Abernathy (el
Gusano) e Ian, Ishmael les revela a desgana que se han ido a
Abandawe, un nombre que Claire reconoce. Es una cueva secreta en la
isla de La Española, labrada por un río subterráneo. Un lugar mágico, les
asegura Ishmael.
-No hagas magia, la magia que hace el Gusano. La magia la matará,
pero te matará a ti también. -Hizo un gesto hacia su espalda, hacia la
playa vacía. -¿Oyes hablar a Bouassa? Él dice que el Gusano va a morir,
en tres días. Ella se ha llevado al chico, el chico muere. Sígueles y tú
mueres también, eso es seguro...
A pesar de esta advertencia tan terrorífica, no tienen elección, tienen que
ir a Abandawe, y esperan que no sea ya demasiado tarde.
Jamie se dio la vuelta, y se detuvo de repente. Yo también me di la
vuelta para ver qué había visto él. Había ahora luz en Rose Hall. Luces
de antorchas, detrás de las ventanas, en el piso de arriba y en la planta
baja. Pudimos ver también un resplandor que se formaba en las
ventanas del despacho secreto de Geillis en la planta de arriba.
-Ya es hora de que nos vayamos -dijo Jamie. Me cogió de la mano y nos
fuimos corriendo, entre los murmullos de las cañas de azúcar, el aire
súbitamente pegajoso con el olor del azúcar quemado.
Abandonando la escena del fuego y el cocodrilo, navegan río abajo con
los demás hombres, dejando atrás una sangrienta rebelión de esclavos.
Rose Hall está en llamas, y las luces de fuegos distantes, en otras
plantaciones, son visibles contra el trasfondo oscuro de las montañas.
Se dirigen inmediatamente a La Española, lejos de la confusión de
Jamaica, sus rebeliones de esclavos y cacerías de seres humanos.
Llegan a La Española con Lawrence Stern y los contrabandistas
escoceses, y Jamie y Claire se llevan a Stern como guía a la oculta
cueva de Abandawe, dando órdenes a los demás para que se alejen un
poco y evitar así llamar la atención.
Fuera de la cueva Claire escucha el sonido de las piedras, de un pasaje
del tiempo, y tiene una súbita visión de Geillis Duncan, ojos verdes y
brillantes en una sardónica bienvenida. Los Fraser dejan a Stern de
guardia fuera de la cueva y se adentran en la oscuridad tras la bruja y su
rehén.
Llegan a tiempo -pero por los pelos; Geillis está completando sus
elaboradas preparaciones, las piedras preciosas dispuestas en un
pentagrama de protección, un reguero brillante de polvo de diamante
uniendo los puntos de su pentagrama- e Ian, atado y amordazado, yace
sobre el dibujo, preparado para ser sacrificado.
Es inútil cualquier negociación o confrontación; diciendo a Claire que
“tendrá que llevarse a la muchacha” pero que le dejará al hombre, Geillis
rocía a Ian de coñac, manteniendo alejados a Jamie y Claire con una
pistola cargada: Jamie se lanza sobre ella, y ella dispara; Jamie cae, el
rostro bañado en sangre.
Más allá de todo pensamiento de autoprotección, Claire se apropia del
hacha ceremonial que Geillis ha traído para su sacrificio, y se lanza
hacia ella.
El golpe reverberó por mi brazo hacia arriba, y la solté, con los dedos
paralizados. Me quedé de pie quieta, sin ni siquiera moverme cuando se
tambaleó hacia mí.
La sangre, a la luz del fuego, es negra, no roja.
Dio un paso a ciegas hacia delante y cayó, los músculos laxos, sin
intentar siquiera protegerse. Lo último que vi de su rostro fueron sus
ojos; separados, hermosos como piedras preciosas, de un color verde
claro reflejando el conocimiento de la muerte.
Jamie no está muerto, como temía Claire. Está herido, pero puede
caminar. Junto con el Joven Ian, consiguen a duras penas salir del
laberinto de la cueva, perseguidos por un viento que salía de ella como
si se tratara de su respiración.
Se encuentran en el exterior con Lawrence y atraviesan la selva de la
isla en dirección a la playa en la que pretenden encontrarse con los
demás. Durante el camino, el Joven Ian les cuenta lo poco que sabe:
Geillis Duncan ha estado aparentemente persiguiendo una piedra mítica
“que crece en el interior de un muchacho”. Pero con una peculiaridad
más: el chico ha de ser virgen, no haber experimentado nunca el acto
carnal.
Gracias a sus experiencias anteriores en Edimburgo, Ian ya no entra
dentro de esta descripción, y este “defecto” le ha salvado la vida hasta
ahora. Geillis es una escocesa a la que no le gusta desperdiciar nada, y
decide disfrutar de Ian en su cama, y luego le reserva para su uso futuro
como sacrificio para protegerla en su viaje a través de las piedras.
En la playa, los Fraser no solo encuentran a sus compañeros, sino
también más problemas; los esclavos rebelados del Río Yallah habían
tomado el Bruja para escapar. Habían conseguido llegar a mar abierto,
pero el Marsopa les avistó y les persiguió.
Sin conocimientos de navegación, los esclavos se las habían arreglado
para llegar a La Española, pero entran en pánico al verse perseguidos
por el Marsopa y han hecho encallar al Bruja. El barco de guerra
cañonea al barco varado y a sus fugitivos; unos cuantos esclavos
consiguen escapar en la jungla, otros mueren.
Todo esto está ocurriendo a cierta distancia del lugar de encuentro entre
los Fraser y sus compañeros, pero aun así son vistos. Su única
esperanza es huir y esperar que el Marsopa no les persiga antes de
terminar de atacar al Bruja y sus tripulantes. Pero es demasiado tarde; el
Bruja ya ha sido destruido y ahora busca otra presa.
El bote pequeño en el que navegan con un viento cada vez más fuerte
se mueve más ágilmente, y consiguen durante un tiempo mantenerse
por delante del Marsopa. Pero el buque de guerra termina atrapándoles;
especialmente con ese viento creciente que hincha sus grandes velas. Y
el tiempo va a empeorar todavía más; el cielo verdoso y el viento
aullante presagian un huracán en el Caribe. La turbulencia alcanza al
Marsopa; pierde su mástil principal, se inclina y el mar se lo traga con
todos sus tripulantes a bordo.
El pequeño bote tampoco sale indemne; al atravesar el huracán, queda
herido y con su estructura dañada. Una verga rota cae, golpea a Claire y
la arroja, inconsciente, por la borda. Recobra el sentido, tragando agua y
tosiendo, y se da cuenta de que Jamie la está sujetando, agarrado a un
trozo de palo de las velas que flota en el mar. Herida, y perdiendo y
recuperando la consciencia, Claire no tiene ni idea de donde están, y
nada que la ayude a salvarse, excepto las manos de Jamie.
La ola pasó, y la madera se elevó un poco, lo que hizo que mi nariz
quedara por encima del agua. Respiré, y mi visión se aclaró ligeramente.
A unos centímetros de distancia estaba el rostro de Jamie Fraser, con el
pelo pegado al cráneo y sus facciones mojadas contraídas ante el
embate del agua.
-¡Aguanta! -gritaba. -¡Aguanta, maldita seas!
Sonreí, casi sin oírle. Un sentimiento de paz empezaba a extenderse por
mi cuerpo, aislándome del ruido y del caos. No había más dolor. Nada
importaba. Otra ola pasó por encima de mí, y esta vez se me olvidó
contener la respiración.
La sensación de ahogarme me despertó un poco, lo suficiente como
para ver el relámpago de terror en los ojos de Jamie. Luego mi visión
volvió a hacerse negra.
-¡Maldita seas, Sassenach! -dijo su voz, a una gran distancia. Una voz
embargada por la pasión. -¡Maldita seas! ¡Te juro que si te mueres, te
mataré!
Afortunadamente, La impresión de Claire de que está de verdad muerta
se desvanece rápidamente; al recobrar la consciencia en una habitación
blanca llena de luz encuentra a Jamie a su lado. El mar les ha llevado a
la costa, y allí les encontraron y les rescataron, trasladándoles a una
casa donde les están cuidando. Pero, ¿dónde están?
La aparición de su anfitriona, la Sra. Oliver, no ayuda; es una mujer
inglesa casada con un francés. Les dice que se encuentran en una
plantación llamada Les Perles. ¿Pero está en Martinica? ¿O está en
Jamaica o alguna de las otras islas de propiedad inglesa, donde estarían
en peligro? ¿En Santo Tomás, o quizá en la holandesa Eleutera?
La Sra. Oliver les pregunta quiénes son, y Jamie y Claire intercambian
una mirada inquisitiva; el lugar en el que se encuentren determinará
quienes son, es decir, depende de en qué isla estén una de las
identidades de Jamie será más segura que otra. Pero…
La Sra. Oliver sonrió indulgentemente. -No están en una isla. Están en el
continente; en la colonia de Georgia.
-Georgia, -dijo Jamie. -¿América? Parecía aturdido, y no era extraño que
lo estuviera.
La tormenta nos había desviado al menos mil kilómetros.
-América -dije yo suavemente. -El Nuevo Mundo-. El pulso se me aceleró
a mí también. Un nuevo mundo. Un refugio. Libertad.
-Sí, -dijo la Sra. Oliver, claramente sin tener ni idea de lo que esta noticia
significaba para nosotros, pero aun así sonriendo amablemente. -Están
en América.
Jamie enderezó los hombros y le devolvió la sonrisa. El aire, limpio y
claro, revolvía su cabello como el fuego cuando empieza a prender.
-En ese caso, señora, -dijo-, mi nombre es Jamie Fraser. Y entonces me
miró a mí, con los ojos azules y brillantes como el cielo a su espalda, y
su corazón latió fuerte en la palma de mi mano.
-Y esta es Claire -dijo-. Mi esposa.
FIN
TAMBORES DE OTOÑO
Jamie es escéptico; Bonnet es amable, pero como le dice a Claire más
tarde cuando están solos, “La Corona no siempre cuelga al hombre
equivocado; la mayor parte de los que cuelgan de la soga lo merecen”.
Pero Duncan, ablandado por la bebida, convence a Jamie para que
ayuden al irlandés, en honor a Gavin. A regañadientes, Jamie acepta, y
consiguen sacar a Bonnet de la ciudad, despidiéndose de él en la
oscuridad cerca de un arroyo donde dice tener previsto encontrarse con
unos socios desconocidos.
Buscando la soledad, Jamie y Claire descansan de las aventuras del día
en la orilla del río, entre especulaciones sobre su incierto futuro en esta
nueva tierra extraña, y encuentran solaz en los brazos del otro.
MIENTRAS TANTO, DE VUELTA EN EL FUTURO….En Boston, un
teléfono suena en la oscuridad, despertando a Brianna Randall. Roger
Wakefield la llama desde Escocia con noticias y una pregunta: tiene que
ir el mes siguiente a Boston para una conferencia de historia. ¿Quiere
Brianna verle?
Plantea la pregunta dudando, pero la respuesta es rápida. A pesar de las
cartas que la ha enviado –y que no han recibido contestación- Roger ha
estado muy presente en la mente de Brianna. Sí, le encantaría verle.
Colgando el teléfono con el corazón latiéndole a toda prisa, Brianna ya
no puede volver a dormir. Roger es su principal enlace con el pasado; un
pasado que no es capaz de olvidar pero que, al mismo tiempo, tampoco
quiere ignorar.
Roger ha compartido con ella la mañana en la que su madre
desapareció a través de las piedras en Craigh na Dun. También Roger
oye las piedras. Tras aquélla época de pérdida y luto se enamoró de
Roger, y luego se separó de él, tanto por necesidad como por sus dudas.
Su madre la había confiado al cuidado de Roger; pero Brianna no quería
que se sintiera obligado con ella por deber. Pero si hubiera algo más…
Si hubiera un futuro para los dos…y eso es lo que no podía decirle por
carta porque, ¿cómo lograría no sonar presuntuosa ni idiota?
-Vete, para que puedas volver y hacerlo bien -murmuró, e hizo una
mueca al oírse a sí misma.
Pero ahora Roger va a volver, con un poco de suerte; y en esta ocasión,
a hacerlo bien.
La primera vez que se ven es suficiente para comprobar que la atracción
todavía existe; y una semana pasada en mutua compañía simplemente
refuerza esa convicción, aunque no resuelve su problema básico. Roger
es un profesor en Oxford, Brianna todavía está en la universidad. Más
allá de la separación temporal impuesta por sus respectivas carreras,
Roger se pregunta si podrán encontrar la manera de estar juntos, dadas
las diferentes perspectivas que tienen sobre su futuro.
¿Podría haber para ellos, un historiador y una ingeniera, una base
común? ¿Él mirando a los misterios del pasado, ella al futuro y a las
maravillas de los adelantos científicos?
Entonces la habitación se llenó de risas y felicitaciones, y ella se giró en
sus brazos y le besó con fuerza, apretándose contra él, y Roger pensó
que quizá no importaba que miraran en direcciones opuestas, siempre
que estuvieran el uno frente al otro.
EN 1776, CLAIRE Y JAMIE, con su pequeño grupo de compañeros, han
llegado a Wilmington, en Carolina del Norte. Ante la decisión de
adentrarse en el interior y viajar doscientas millas por tierra, o hacer el
viaje subiendo en barco por el Río Cape Fear, Jamie opta a desgana por
viajar por el río, que es más rápido, dejando a Duncan que le siga por
tierra con la carreta bajo la guía de John Quincy Myers, un montañero y
guía local a quien Claire conoce en las calles de Wilmington.
Myers informa a Jamie de que su tío político, Héctor Cameron, había
muerto el año anterior, pero que su tía Yocasta sigue viviendo en River
Run, una plantación al norte de Cross Creek. Advertido de las cualidades
sanadoras de Claire, Myers le habla de sus problemas:
-Una cosa grande, roja -me explicó, desabrochándose el cordón del
pantalón. -Casi tan grande como uno de mis huevos. ¿No creerá que
quizá he decidido cultivar uno extra, no?
-Pues no -dije, mordiéndome el labio para aguantar la risa. -Lo dudo-. Se
movía muy despacio, pero ya casi había desatado el cordón. La gente en
la calle había empezado a detenerse para mirar.
-Por favor, no se moleste –dije-. -Creo que sé lo que es, una hernia
inguinal.
Incapaz de solucionar los problemas médicos del Sr. Myers en
Wilmington, Claire promete ver lo que puede hacer por él operándole
más adelante, y se marcha para prepararse a asistir a una cena con el
gobernador de la colonia. Aprovechándose de una conexión familiar
lejana, Jamie ha conseguido la invitación con la esperanza de encontrar
un comprador para una de las gemas; no tiene ningunas ganas de
presentarse ante su tía en harapos.
La cena es un éxito, en más de un aspecto: uno de los invitados, el
Baron Penzler, accede a comprar un rubí, proporcionando a los Fraser el
tan necesitado capital para cubrir sus propias necesidades y para enviar
a Escocia, como pago parcial de la promesa de Jamie a Laoghaire, la
mujer con la que (a regañadientes) se había casado cuando se
convenció de que había perdido a Claire para siempre.
Pero además de vender la piedra, en la cena se produce también un
hecho interesante y alarmante a la vez. El gobernador Tryon, un buen
administrador pero nuevo en la colonia, está buscando activamente
“hombres de valía” para que se establezcan en la zona interior de la
colonia, inexplorada y peligrosa, consiguiendo de la Corona la cesión de
tierras y patrocinando el asentamiento de emigrantes en ellas. Tryon le
ofrece una cesión a Jamie, dejando de lado el detalle de que es católico
y, por tanto, técnicamente no elegible. Sólo a los varones blancos
protestantes les está permitido recibir cesiones de tierras.
-La oferta es de considerable interés -dijo Jamie formalmente. -Sin
embargo, he de advertirle que no soy protestante, ni lo son tampoco la
mayoría de mis hombres.
El gobernador frunció los labios con desprecio, alzando una ceja.
-Usted no es ni judío ni negro. Puedo hablarle de caballero a caballero,
¿no? Con toda franqueza, Sr. Fraser, por un lado está la ley, y por otro lo
que se hace. -Alzó su vaso con una pequeña sonrisa, y lanzó el anzuelo:
-Y estoy convencido de que usted lo entiende tan bien como yo.
-Posiblemente mejor -murmuró Jamie, con una educada sonrisa.
Desorientada al principio por la generosidad de la oferta del gobernador,
Claire comprende rápidamente la explicación que da Jamie al
razonamiento de Tryon: Jamie está estrechamente ligado a los
Cameron, una familia rica e influyente en la colonia. Al mismo tiempo, el
propio Jamie es un recién llegado, sin lazos o lealtades preexistentes,
excepto el gobernador, que le está ofreciendo tierras. Tryon sabe que
Jamie es un soldado, un hombre acostumbrado a estar al mando; no va
a encontrar a nadie mejor que él para asentarse en una zona de la
colonia que sufre disturbios y conflictos causados por los Reguladores -
una asociación de hombres procedentes del medio rural- que se oponen
de forma enérgica y a veces violenta al comportamiento caprichoso y
ocasionalmente ilegal de los funcionarios designados por la corona.
-El problema está temporalmente silenciado, pero ni mucho menos
solucionado -dijo Jamie, encogiéndose de hombros. -Y la pólvora mojada
puede estar humeando mucho tiempo, Sassenach, pero una vez que se
enciende, produce una enorme explosión.
¿Creería Tryon que valdría la pena la inversión, comprar la fidelidad y el
compromiso de un soldado experimentado, que a su vez le asegurara la
lealtad y el servicio de los hombres a los que lidera, para que colonice el
área más remota y problemática de la colonia?
Yo misma hubiera considerado que saldría barato, con un coste de cien
libras y unos pocos acres de las tierras del rey. Después de todo, tenía
muchas.
La propuesta implica muy poco riesgo para Tryon; si Jamie no se
comporta como el gobernador desea, Tryon solo tendrá que “descubrir”
su catolicismo, y una corte real revocaría la cesión.
Por el contrario, el riesgo para Jamie es considerable, incluso más de lo
que él cree, al menos eso teme Claire. Ella ha visto su tumba en
Escocia; probablemente eso significa que morirá allí. Mientras
permanezca en el Nuevo Mundo estará a salvo ¿no? Por muy atractiva
que sea la propuesta del gobernador, siente que no merece la pena el
riesgo de perder a Jamie. Si tiene que ir a Escocia con el objeto de reunir
un grupo de inmigrantes para que se asienten en sus tierras, puede que
no vuelva nunca más.
Al mismo tiempo, se trata ciertamente de una propuesta muy tentadora;
volver a ser lo que fue, un señor, con responsabilidad hacia sus tierras y
sus aparceros. Claire decide mantenerse en silencio. De momento.
Puede que Jamie se sienta tentado, pero también es prudente. Desea
ver la tierra que le propone el gobernador, y valorar sus perspectivas
antes de tomar una decisión. Además, está deseando visitar a su tía
Yocasta, la hermana viuda de su madre, la última superviviente de los
MacKenzie de Leoch. Tal vez Yocasta Cameron pueda contarle más
cosas sobre las condiciones en las colonias, y darle suficiente
información como para tomar una decisión sobre qué camino seguir.
La propiedad de Yocasta Cameron, River Run, está a algo más de 300
Km. al norte de Wilmington. Apretando los dientes, Jamie accede a
hacer el viaje por río, que es mucho más rápido que la ruta por tierra.
Pero su miedo a marease se va apaciguando a medida en que el Sally
Ann sube por Cape Fear. Sin embargo, los mareos no son el único
peligro que ofrece el río.
Al alba, unos intrusos despiertan al grupo de los Fraser: se trata de
piratas liderados por un conocido, Stephen Bonnet. El objetivo de Bonnet
son las gemas que llevan encima, pero uno de sus socios descubre los
dos anillos de casada de Claire e intenta cogerlos a la fuerza. Claire
consigue tragarse el anillo de plata, que queda así protegido, pero la
alianza de oro que una vez fue símbolo de su unión con Frank Randall
desaparece.
Presentarse ante su única pariente sin un penique y vestido con harapos
es doloroso para el orgullo de Jamie, pero ahora ya no tiene elección. De
todas maneras, la bienvenida de Yocasta es más que cálida y no nota en
absoluto su desaliño, porque Yocasta Cameron es ciega.
La viuda Cameron recibe a su sobrino con alegría, dándole la bienvenida
a su casa y a sus tierras. Aunque parte de esa generosidad se debe sin
duda al sentimiento familiar, Claire se da cuenta rápidamente de que
Yocasta es también la última de los MacKenzie de Leoch: una familia
“encantadora como las alondras en el campo, pero astuta como los
zorros”, como dijo una vez Jamie de su propia familia.
Poco a poco, los motivos que tiene Yocasta para su comportamiento se
van revelando. Viuda y ciega, ha de depender de la ayuda de dos
hombres para gestionar su grande y floreciente plantación: Ulysses, el
mayordomo de color, que hace de sus ojos y lleva la casa, y Byrnes, el
capataz blanco que hace de sus manos y que maneja a los esclavos,
gestiona la tala de madera –muy rentable- y la producción de trementina,
alquitrán, brea y troncos que River Run vende a la Marina Real. Ulysses
es un sirviente leal y eficiente; Byrnes es un tipo violento y borracho,
cuya actitud ha llegado a amenazar los lucrativos contratos navales de
los que depende River Run.
Un terrible incidente en la serrería demuestra la falta de aptitud de
Byrnes; un altercado con uno de los esclavos termina con éste
intentando cortar la cabeza de Byrnes con un cuchillo de madera. Solo
consigue seccionarle la oreja, pero es automáticamente condenado a
muerte bajo las leyes de la colonia; cualquier esclavo que derrame la
sangre de un blanco ha de morir, sea cuales sean las circunstancias.
Farquard Campbell, otro propietario de plantación, se apresura a acudir
a River Run para contar a Yocasta lo que ha sucedido y hablar con
Jamie. Como pariente varón más cercano de Yocasta, ni ella ni Campbell
ni el mismo Jamie cuestionan que es él quien tiene la responsabilidad de
manejar la situación. Sin embargo, Claire tiene muchas reservas sobre
todo este asunto.
-¿Ejecución? ¿Quieres decir que tenéis la intención de ejecutar a un
hombre sin saber siquiera lo que ha hecho? -Con los nervios, había
volcado la cesta de los ovillos de lana de Yocasta. Pequeñas bolas de
colores saltaron por todas partes, botando en la alfombra.
-Sé lo que ha hecho, Señora Fraser, -dijo Campbell alzando la barbilla,
con el rostro arrebolado, aunque consiguió tragarse la impaciencia con
mucho esfuerzo.
-Perdóneme, señora. Sé que es usted nueva aquí; seguro que algunas
de nuestras costumbres le parecerán difíciles, e incluso bárbaras, pero…
-¡Desde luego que me parecen bárbaras! ¿Qué clase de ley condena a
un hombre…?
-Un esclavo.
-¡Un hombre! ¿Le condena sin un juicio, sin siquiera una investigación?
¿Qué clase de ley es esa?
-¡Una ley mala, señora!, respondió gritando. -Pero sigue siendo la ley, y
yo soy el encargado de aplicarla. Señor Fraser, ¿está usted preparado? -
Se puso el sombrero en la cabeza y se volvió hacia Jamie.
Cuando llegan al aserradero, los Fraser ven que han llegado demasiado
tarde, ya se ha producido un linchamiento. Jamie va de inmediato a
tratar con Byrnes y sus ayudantes; la atención de Claire se dirige al
esclavo, que sufre unas heridas terribles.
Tras una rápida valoración de la situación, Claire se da cuenta de que, a
pesar de dichas heridas, existe una pequeña posibilidad de que pueda
salvarle la vida, al menos temporalmente.
Nadie estaba dedicando atención alguna al verdadero objeto de la
discusión. Apenas habían transcurrido unos segundos, pero yo tenía
solo unos pocos más para actuar. Puse una mano en el brazo de Jamie,
desviando su atención del debate.
-Si le salvo, ¿le dejarán vivir? -le pregunté, en voz baja.
Sus ojos pasaron de uno al otro de los hombres que estaban detrás de
mí, sopesando las posibilidades.
-No -dijo suavemente. Sus ojos se encontraron con los míos, y nos
entendimos. Enderezó los hombros un poco, y puso la pistola encima de
los muslos. No podía ayudarle a tomar una decisión; él no me podía
ayudar a mí con la mía, pero me defendería, fuera cual fuera.
-Dame la tercera botella de la izquierda, de la segunda fila dije.
La tercera botella de la izquierda, de la segunda fila, contiene acónito, un
veneno rápido y mortal.
La quincuagésima parte de un grano matará a una golondrina en unos
segundos. La décima parte, un conejo en cinco minutos…Intenté no oír
nada, no saber nada, no sentir nada sino el latido errático bajo mis
dedos. Traté con todas mis fuerzas de acallar las voces que venían de
fuera, el murmullo cercano, el calor, el polvo y el hedor de la sangre,
olvidar donde estaba y lo que estaba haciendo.
Claire vuelve a River Run con Jamie, preocupada no solo por la
experiencia en el aserradero, sino también porque cada vez es más
consciente de que los lazos familiares de Jamie le convierten en parte de
esta sociedad, con su capacidad para hacer injusticias, de ejercer
violencia y sembrar terror, tanto como con sus promesas de riquezas y
aventuras. Lo que Farquard Campbell les ha dicho es verdad; Yocasta
necesita un hombre que se ocupe de las duras exigencias de los asuntos
de la plantación, y Jamie es, por sangre y deber, la elección natural.
Para complicar las cosas aún más, el Teniente Wolff, que negocia los
contratos navales trimestrales, ha ofrecido matrimonio a Yocasta. No,
como ella dice secamente, porque la desee como persona, sino más
bien con el fin de convertirse en el amo de River Run. Hasta ahora, ha
conseguido frenar los avances del teniente, con la ayuda de su viejo
amigo Farquard Campbell. Pero el oficial sigue presionándola,
advirtiéndola de que no puede dirigir la plantación sin un hombre y
amenazándola con la pérdida de sus valiosos contratos navales.
Atrapada en esta delicada situación, Yocasta percibe la llegada de Jamie
como la respuesta a sus oraciones, y enseguida pergeña un plan:
celebrará una gran fiesta, dice, para que su sobrino y su esposa se den
a conocer en la comunidad escocesa de Cape Fear. Para ello, todas y
cada una de las personas influyentes en la zona son invitadas a River
Run, y Claire y Jamie se visten con elegancia para la ocasión, aunque no
sin levantar algunas sospechas.
Jamie sospecha que Yocasta está claramente tramando algo; le dice a
Claire que se mantenga alerta y preparada para desviar la atención de
los comensales si le manda una señal durante la cena. Sin embargo, la
llegada de Yocasta interrumpe estas instrucciones, dejando a Claire
alerta, pero sin saber por qué.
Al final, se produce un evento que genera efectivamente distracción,
aunque no a causa de Claire; los comensales ven interrumpida su cena
con la teatral llegada de Duncan Innes y John Quincy Myers; el
montañero viene ya bastante borracho, preparado para la operación de
hernia que Claire le va a realizar. Frente a la figura postrada de su
próximo paciente, Claire duda sobre la conveniencia de realizar una
operación con la asistencia de una anestesia basada en el whisky, pero
entre todos la convencen. Como dice Jamie, “puede que John nunca
tenga el temple o el dinero suficiente para emborracharse otra vez”.
Tal vez operar una hernia encima de la mesa del comedor, ante lo más
granado de la sociedad de Cape Fear, no haya sido precisamente lo que
Yocasta Cameron estaba pensando cuando tuvo la idea de presentar en
sociedad a su sobrino, pero es seguro que deja huella, y consigue evitar
de forma efectiva, aunque solo temporal, el anuncio del plan que había
ideado Yocasta, fuera éste cual fuera.
Pero el plan queda pronto revelado; Jamie lleva a Claire al exterior para
poder hablar a solas, dejando al inconsciente Sr. Myers recuperarse al
cuidado de un esclavo. El mayordomo, Ulysses, le había dicho a Jamie
cuál era la intención de su ama justo antes de la cena; con Jamie vestido
con el traje típico escocés de las Tierras Altas perteneciente a su tío
fallecido y sentándose en su lugar en el cabecero de la mesa, Yocasta
quería ponerse de pie y anunciar a todo el grupo que iba a convertir a
Jamie en su heredero, en el Señor de River Run.
La idea es atractiva, pero también abrumadora. La prosperidad de River
Run depende del trabajo de los esclavos, y Claire se niega a ser
propietaria de seres humanos, más aún al decirle Jamie que no podrían
liberar a los de River Run, ni siquiera tras la muerte de Yocasta: por
miedo a las rebeliones armadas, la Asamblea de Carolina del Norte
permite liberar esclavos únicamente uno a uno, y solo tras la aprobación
de la Asamblea.
Claire no se ve a sí misma como propietaria de esclavos, pero calla, sin
querer imponer sus propias preocupaciones morales a Jamie mientras
intenta tomar una decisión. Sin embargo, él es muy consciente de sus
reservas, y tiene también sus propias dudas sobre la oferta de Yocasta.
-Su marido está muerto. Le haya querido o no, ahora es ella quien
manda aquí, y no tiene que dar cuentas a nadie. Y disfruta demasiado
del sabor del poder como para perderlo ahora.
Tenía toda la razón en su valoración del carácter de Yocasta Cameron, y
esa era la clave de su plan. Necesitaba un hombre; alguien que pudiera
acudir a los lugares que ella no podía, que tratara con la Marina, que se
ocupara de todas las labores de una propiedad como River Run, que ella
no podía hacer a causa de su ceguera.
Al mismo tiempo, estaba claro que no quería un marido, alguien que
usurpara su poder y mandara sobre ella. Si no hubiera sido un esclavo,
Ulysses podría haber sido su lugarteniente, pero aunque podía ser sus
ojos y sus oídos, no podía ser sus manos.
No, Jamie era la elección perfecta; un hombre fuerte y competente,
capaz de inspirar respeto entre los suyos y exigir obediencia en sus
subordinados. Alguien que sabe gestionar tierras y hombres. Además, se
trata de una persona ligada a ella por los lazos familiares y el deber, que
podría hacer lo que ella quiera, pero que en esencia no tendría poder
propio.
Cuando alcanzan la orilla del río, Jamie ayuda a Claire a introducirse en
una barca y la lleva remando hasta el aserradero, mientras echa una
ojeada con preocupación al reino que se le ha invitado a reinar,
haciéndole consciente, no solo a él mismo sino también a Claire, de las
dificultades que ese poder entrañaría.
Los Fraser desembarcan en el aserradero, que se erige lúgubre en la
oscuridad, con la memoria de la sangre presente entre sus paredes. El
aserradero está maldito con algo más que fantasmas, sin embargo, y el
olor a sangre es real. Una muchacha yace agonizante en la cama del
capataz, evidentemente víctima de un aborto mal hecho…o de un
asesinato deliberado.
Las investigaciones sobre la identidad de la muchacha y su presencia allí
revelan que es una lavandera del ejército, sin familia ni conexiones. Lo
que todos asumen es que, al descubrir su embarazo, habría intentado
deshacerse del bebé pero… ¿sola o con la ayuda de alguien?
Adelantándose a la investigación, Claire descubre la presencia de una
esclava conocida por sus conocimientos médicos, una mujer llamada
Pollyanne, que ha huido de su cabaña para esconderse en los bosques,
obviamente temiendo que se la culpe por la muerte de la muchacha y ser
por tanto ajusticiada en base a la ley del derramamiento de sangre.
Los esfuerzos de Jamie por averiguar la identidad de la chica le llevan a
Cross Creek, al cuartel general de la guarnición militar, donde se
encuentra con un viejo enemigo -el Sargento Murchison- quien, junto con
su hermano gemelo, fue años atrás guardián de la prisión de Ardsmuir.
Al sargento le hace tan poco feliz este encuentro como a Jamie, y su mal
humor no mejora cuando se entera del asunto que ha traído a los Fraser
a su oficina.
A la vuelta de esta desagradable entrevista, los Fraser descubren que
Duncan e Ian han conseguido encontrar a la esclava Pollyanne, a quien
han escondido en un almacén de tabaco. Pero es urgente sacarla en
secreto del distrito, y Myers, ya casi recuperado de su operación, sugiere
un plan: tiene amigos entre la tribu de los Tuscarora, y está seguro de
que los indios acogerían a la mujer en uno de sus poblados, donde
estaría a salvo.
El plan de Myers no solo ofrece seguridad para Pollyanne, sino también
tres ventajas para Jamie: apartarse de las intrigas de su tía el tiempo
suficiente para tomar una decisión sin presiones, perder de vista por un
tiempo a su enemigo el Sargento Murchison y -mientras llevan a
Pollyanne a su refugio- la oportunidad de reconocer la zona rural
montañosa cuyas tierras le ha ofrecido el Gobernador Tryon, con el fin
de sopesar sus posibilidades.
Por tanto, una pequeña expedición se adentra en las montañas: Myers,
Pollyanne, Jamie, Claire y el Joven Ian, que está deseando correr
aventuras y conocer a los Indios Rojos. Duncan se queda para ayudar a
Yocasta con la gestión de River Run.
Una vez en las montañas, el grupo se separa; Myers y el Joven Ian se
adentran en territorio Tuscarora, para entregarles a Pollyanne, mientras
que Claire y Jamie siguen su camino montañas arriba.
Mientras viajan, Claire está dividida entre la satisfacción al ver a Jamie
tan feliz –se siente como en casa en el aire libre de las montañas, tanto
como en ningún otro lugar- y el miedo a lo que esa felicidad puede
significar. Ha visto su tumba en Escocia; mientras se quede en América,
piensa ella, estará a salvo. Pero si decide aceptar la oferta del
gobernador necesitará hombres para colonizar las tierras, ¿y dónde los
iba a conseguir, si no en Escocia?
Por fin, llegan a un cerro elevado, cubierto por fresas silvestres, que
Jamie interpreta como un signo. La planta de la fresa es el emblema del
clan Fraser: la flor blanca representa el coraje, las hojas verdes la
constancia, y el fruto, con forma de corazón, es la pasión. Es un buen
lugar, uno que le llega al corazón. ¿Qué piensa ella? Pregunta Jamie.
¿Querría irse a vivir con él allí? ¿Plantar, criar animales, construir una
cabaña, establecer su nueva vida aquí arriba, en las montañas, libre de
las obligaciones y las incertidumbres de la vida en el valle?
Claire detecta en Jamie alegría y esperanza, pero no se atreve a
compartirlas con él. Al final, cede ante la presión y le cuenta sus miedos:
si marcha a Escocia para buscar hombres que le ayuden a colonizar las
tierras, morirá allí.
Informado de sus temores, Jamie los recibe con incredulidad. Le
pregunta cómo espera que se vaya a Escocia a buscar hombres:
¿caminando sobre el agua? Aunque ahora disponen de algún capital,
procedente de la venta de una piedra preciosa, están lejos de ser ricos.
Además, añade para tranquilizarla, no tiene la intención de irse a
Escocia. En caso de que fuera tan loco como para aceptar la invitación
del gobernador, buscaría a los hombres de Ardsmuir, sus hombres, que
fueron transportados a las Colonias.
¿Y por qué, pregunta Claire, le seguirían estos hombres? Los que
hubieran sobrevivido habrían cumplido ya con los períodos de trabajo
obligatorio que se les asignó; muchos de ellos habrían ya empezado
nuevas vidas. ¿Por qué iban a abandonarlo todo, arriesgarlo todo, para
seguirle?
-Tú lo hiciste, Sassenach, -dijo él.
Él la ayudará, dice. Más allá del simple deseo de apoyar a la mujer que
ama existe una curiosidad personal y también una cierta preocupación:
teme que ella no pueda o no quiera dedicarle su vida en el presente si
las preguntas del pasado quedan sin respuesta.
Ambos continúan la tediosa tarea de deshacerse de las cosas del
Reverendo Wakefield, y el desmantelamiento de su casa incrementa el
deseo de Roger de tener una familia y un hogar propios y de que
Brianna se convierta en su esposa y permanezca siempre a su lado. Por
su parte, Brianna le deja claro que ella también le quiere, y Roger,
estimulado por esta revelación, la pide en matrimonio mientras caminan
de vuelta a casa tras la Misa del Gallo del día de Navidad.
-Te quiero, Brianna -dijo suavemente. -No puedo decirlo de manera más
simple. Te amo. ¿Te casarás conmigo?
Brianna no dijo nada, pero la expresión de su rostro cambió, como el
agua cuando le arrojan una piedra. Podía verlo tan claramente como su
propio reflejo en la oscuridad de un lago en la montaña.
-No querías que dijera eso. -Siente el pecho envuelto en niebla;
respiraba hielo, las agujas de cristal se le clavaban en el corazón y los
pulmones. -No querías oírlo, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza, muda.
-Ya…bueno…. Con un gran esfuerzo, le soltó la mano. -No te preocupes
-dijo, sorprendido por la calma de su propia voz-. No te preocupes,
¿vale?
Pero Brianna sí se preocupa por ello; No duda de sus sentimientos por
Roger ni de los de él por ella. Lo que le preocupa es la posibilidad de
que no perduren. No pueden casarse enseguida, dice; le queda un año
de estudios, y Roger ha de pensar en su puesto en la universidad. ¿Qué
pasa si algo sucede entre medias, si uno de ellos conoce a otra
persona?
Brianna se apoyó en la farola, con las manos detrás de su cuerpo, y le
miró directamente a los ojos. -Creo que yo también te amo.
Roger no se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración
hasta que la dejó escapar.
-¡Ah! Me quieres….-. El agua se había condensado en su cabello, y le
caían regueros helados por el cuello. -¿Y….entonces, la palabra
principal en todo esto es ‘creo’, o ‘amo’?
Ella se relajó, solo un poco, y tragó saliva. -Ambas.
Cuando él iba a empezar a hablar, ella le detuvo con un gesto de la
mano.
-Te amo, creo. Pero….pero no puedo evitar pensar lo que le pasó a mi
madre. No quiero que eso me pase a mí también.
-¿Tu madre?- la sorpresa inicial fue diluyéndose para dar paso a la ira. -
¿Qué? ¿Estás pensando en el maldito Jamie Fraser? ¿Crees que no te
podrá satisfacer un aburrido historiador, que tienes que tener una….una
gran pasión, como ella con él, y que quizá yo no daré la talla?
¡No! ¡No estoy pensando en Jamie Fraser! ¡Estoy pensando en mi
padre!- Se metió las manos bien dentro de los bolsillos de su chaqueta, y
tragó saliva. Había dejado de llorar, pero había lágrimas en sus
pestañas.
-Cuando se casó con él, lo hizo en serio. Lo pude ver, en esas fotos que
tú me diste. Pronunció las palabras ‘en lo bueno y en lo malo, en la salud
y en la enfermedad’, y lo decía en serio. Y entonces….y entonces
conoció a Jamie Fraser, y ya no lo decía en serio.
Sus labios se movieron como si intentaran encontrar las palabras
apropiadas.
-Yo…yo no la culpo, de verdad que no, desde que lo pensé bien. No
podía evitarlo, y cuando hablaba de él, podía ver cuánto le amaba. Pero
¿no lo entiendes, Roger? también amaba a mi padre, hasta que algo
sucedió. Ella no lo esperaba, y no fue su culpa, pero la obligó a romper
su palabra. Yo no haré eso, por nada en el mundo.
Si hace un juramento, dice Brianna tozudamente, lo mantendrá, cueste
lo que cueste. Pero no lo hará hasta que esté totalmente segura de
poder hacerlo. Quiere a Roger; hará el amor con él, si quiere, pero no se
casará con él. Todavía no. Viendo que no hay manera de convencerla,
Roger acepta a desgana su decisión, aunque con una condición. Será
suya toda entera….o no lo será nunca.
Y así quedan las cosas entre los dos, y Roger le hace un regalo de
Navidad: un sencillo brazalete de plata con unas letras grabadas en
francés:
“JE T’AIME…un peu, beaucoup, passionnément, pas du tout” (TE
QUIERO…un poco, mucho, apasionadamente, nada en absoluto).
HABIENDO ENCONTRADO UN LUGAR que siente como si fuera su
casa, Jamie le pide a Claire que se quede con él y así empezar su vida
juntos en la montaña de manera inmediata, sin volver siquiera a Cross
Creek, donde Yocasta intenta atarle apelando a su sentido del deber. El
coste del trabajo y las penurias parece pequeño si lo que se obtiene a
cambio es la libertad.
Ian se queda con ellos para ayudarles en la construcción de su primera
cabaña, que será muy sencilla, y Myers vuelve a Cross Creek para
entregar la carta de Jamie en la que acepta la propuesta del gobernador,
informar a Yocasta de la decisión de su sobrino y retornar con la mayor
cantidad posible de artículos que les puedan servir de utilidad para
construir la cabaña y plantar una pequeña huerta en primavera.
En el curso de sus exploraciones, Claire y Jamie han conocido a unos
cuantos indios cuyo territorio de caza está cerca de su nuevo hogar; el
jefe Tuscarora, Nacognaweto, y dos de sus hijos, que habían quedado
muy impresionados por la proeza de Jamie al matar un oso con su puñal.
Mientras los Fraser trabajan en su nuevo asentamiento, Nacognaweto
vuelve trayendo consigo a las mujeres de su familia: su esposa, su
hijastra y su abuela, Nayawenne, que es sanadora como Claire, quienes
traen regalos en forma de alimentos.
-Si investiga en la historia, ¿crees que nos encontrará? Quiero decir, si
sale nuestro nombre en algún sitio…
-Sinceramente, nunca se me había ocurrido -y durante un momento me
quedé quieta. Luego me estiré un poco y puse mi cabeza en su hombro
soltando una risilla que no me salió muy alegre.
-No creo. No a menos que hiciéramos algo notable. -Señalé con la mano
el muro de la cabaña y la naturaleza salvaje ahí fuera-. No creo que haya
muchas posibilidades de que eso ocurra aquí, me imagino. Y en
cualquier caso, para eso tendría que estar buscando deliberadamente.
-¿Lo haría?
Me quedé un momento en silencio, respirando su aroma, penetrante y
dulzón.
-Espero que no, -dije al fin, en voz baja-. Debería tener su propia vida, no
gastar el tiempo en mirar atrás-. El fuego crepitaba suavemente,
proyectando reflejos rojos y amarillos en las paredes de madera de
nuestro acogedor refugio, y yacimos en paz, con los miembros
entrelazados. Cuando estaba a punto de quedarme dormida, sentí el
aliento de Jamie, cálido en mi cuello.
-Mirará, -dijo, con voz segura.
Y BRIANNA ESTABA MIRANDO, investigando en la historia en busca
de huellas de sus padres, en pos de su propia identidad. Roger, aun sin
estar seguro de que eso fuera una buena idea, y temiendo lo que
pudiera encontrar la muchacha, la ayuda sin embargo en su búsqueda,
comprendiendo sus sentimientos como solo un hombre criado sin un
padre puede hacerlo.
Sus miedos quedan confirmados cuando descubre un pequeño anuncio
en un periódico del siglo XVIII en el que se informa de la muerte en un
incendio en 1776 de un tal James Fraser y su esposa, Claire, en
Carolina del Norte. Él mismo aturdido y apenado, duda si enseñárselo a
Brianna, no solo por miedo a herirla, sino también por un temor más
profundo: todavía hay tiempo. Si Brianna se arriesgara a viajar a través
de las piedras podría alcanzar a sus padres antes de dicha fecha. Si le
cuenta lo que ha averiguado, podría insistir en irse, ya sea para intentar
salvarles o para aprovechar la última oportunidad de conocer al padre al
que nunca ha visto.
El mismo Roger está convencido de que la historia no puede cambiar;
Brianna no puede salvar a sus padres o alterar su destino. Entiende el
deseo de un huérfano por saber y conectar, los entiende muy bien. Pero
si atraviesa las piedras puede perderla para siempre. Sintiéndose
culpable, toma una decisión: no le mostrará el anuncio a Brianna. Y para
que no lo averigüe ella misma, ha de intentar disuadirla discretamente de
que lo busque, recordándola que él mismo no ha descubierto nada,
convencerla poco a poco de que es malo para su salud mental y además
inútil echar la vista atrás; es mejor que dirija sus pensamientos al
futuro…con él.
Pero una vez que se adquiere un conocimiento, no se puede
desconocer, y Roger no puede desviar tan fácilmente sus pensamientos
de las visiones de fuego y soledad.
EN EL CERRO FRASER, la pequeña granja va prosperando lentamente
y la reputación de Claire como sanadora se está extendiendo hasta las
cabañas más alejadas de la zona. Suele hacer sus visitas a caballo,
viajando –casi siempre- sin miedo a través de las montañas. Pero la
naturaleza tiene peligros: un día, al volver de atender un parto, se cae
del caballo en medio de una tormenta y termina perdida en medio de la
nada, calada hasta los huesos y completamente sola.
Se refugia de la tormenta bajo las raíces desenterradas de un cedro rojo
gigante, derribado por el viento, y se hunde en un sueño intranquilo de
frío, hambre y fatiga extrema para despertarse con la sensación de que
hay alguien cerca. Buscando sus zapatos en la oscuridad, descubre algo
ciertamente singular: un cráneo enterrado, y junto a él, una piedra lisa
con un petroglifo grabado en su superficie. Y lo que es aún más raro, la
calavera muestra signos claros de violencia; el hombre, fuera quien
fuera, había sido decapitado.
Esperando a que pasara la noche, sin otra compañía que su macabro
compañero, ve una luz que se aproxima por la ladera hacia su refugio.
Había una luz en el cerro. Al principio era como una chispa, luego se
convirtió en una llama. Pensé que era el árbol al que había alcanzado el
relámpago, que volvía a arder otra vez, pero entonces la llama empezó a
moverse. Bajaba la ladera lentamente hacia mí, flotando justo por
encima de los arbustos.
Me puse de pie a toda prisa, dándome cuenta solo entonces de que no
llevaba puestos los zapatos. Desesperada, moví las manos a tientas por
el suelo, una y otra vez. Pero nada. Mis zapatos habían desaparecido.
Cogí el cráneo en las manos y me mantuve en pie, descalza, dándome
la vuelta para enfrentarme a la luz.
Agarré la calavera con más fuerza. No era un arma muy buena pero, no
sé por qué, tenía la impresión de que lo que venía, fuera lo que fuera,
tampoco se iba a sentir amenazado por pistolas o cuchillos.
No era solo que la enorme tormenta hiciera improbable que alguien
estuviera simplemente paseando por el bosque con una antorcha
encendida. La luz no brillaba como una antorcha de pino o una linterna
de aceite. No titilaba, sino que ardía con un resplandor suave y continuo.
Flotaba justo a la altura en que lo haría si alguien sujetara una antorcha
para iluminarse…
Es un indio quien sostiene la antorcha; un hombre vestido con un
taparrabos y pintado para la guerra, con el rostro teñido de negro.
Yo era invisible, completamente escondida en la oscuridad de mi refugio,
mientras la antorcha que él sostenía le bañaba con una luz suave, que
se reflejaba en su pecho y hombros lampiños, ensombreciendo las
órbitas de sus ojos. Pero él sabía que yo estaba allí.
No me atrevía a moverme. Mi respiración sonaba dolorosamente fuerte
en mis oídos. Él simplemente se quedó ahí de pie, quizá a metro y medio
de mí, y miró directamente a la oscuridad en la que yo estaba, como si
fuera plena luz del día. Y la luz de su antorcha brillaba firme y sin hacer
ningún sonido, pálida como un fantasma, sin que la madera se
consumiera.
-¿Qué es lo que quieres?- Dije, y solo entonces me di cuenta de que
habíamos estado comunicándonos hacía ya un rato en un diálogo que
no necesitaba palabras. Nada coherente pasó entre nosotros pero, sin
embargo, algo pasó…
-¿Qué quieres? -dije una vez más, sintiéndome impotente-. No puedo
hacer nada por ti. Sé que estás ahí; puedo verte, pero nada más.
Nada se movió, no se pronunció ninguna palabra. Pero el pensamiento
se formó claramente en mi mente, en una voz que no era la mía.
Ya basta, decía.
Tras el encuentro con la misteriosa aparición, Claire se empieza a
quedar dormida, y cuando se despierta se encuentra no solo con la luz
del día sino también con sus rescatadores: Jamie, Ian y el perro de Ian,
Rollo.
Tras la alegría del encuentro, Claire pregunta cómo la han encontrado,
tan lejos de casa y sin saber siquiera que se había perdido. Jamie
contesta que estaban durmiendo la noche anterior, cuando Rollo les
despertó con sus aullidos, lanzándose contra la puerta de la cabina,
como queriendo salir para perseguir algo. Cogiendo a toda prisa sus
mantas y montando en los caballos, habían seguido al perro hasta
encontrar el refugio de Claire.
Claire estaba encantada de que la hubieran rescatado, pero seguía sin
entenderlo. Se pregunta cómo Rollo les llevó hasta ella.
-Buscamos en el claro, -dijo Jamie-. Desde la pocilga hasta el manantial,
y no encontramos nada, excepto esto:- metió la mano en su morral y
sacó mis zapatos. Me miró a la cara, la suya vacía de expresión.
-Estaban en el umbral de la puerta, perfectamente colocados el uno al
lado del otro.
Todos los vellos de mi cuerpo se me erizaron. Cogí la botella y apuré el
último sorbo de brandy. La bebida me zumbaba en los oídos,
envolviendo mi juicio en una nube dulce y cálida, pero me quedaba
suficiente como para saber que, para que Rollo hubiera podido seguir mi
rastro…alguien tendría que haber ido hasta allí con mis zapatos.
De vuelta a la seguridad del hogar en el Cerro Fraser, Claire le cuenta a
Jamie su experiencia en la montaña, y le enseña la piedra que estaba
enterrada junto a la calavera; se trata de un ópalo grande, con su centro
decorado con una incisión en forma de espiral mostrando la brillante
piedra que había dentro.
Si la piedra y la aparición ya eran de por sí misteriosas, la calavera lo es
aún más. Al examinarla por primera vez a la luz del día, Claire advierte la
vértebra cortada que indica que la víctima fue decapitada y los dientes
destrozados que también apuntan a una muerte violenta. Pero lo más
chocante está en los dientes que están todavía enteros. Los molares
tienen empastes de plata.
-Dios mío… -dije, olvidándome de mi cansancio-. Dios mío, -dije, a los
ojos vacíos y la sonrisa torcida-. ¿Quién eras?
DE VUELTA AL FUTURO, Roger lucha también contra sus propios
misterios; su estrategia para desanimar a Brianna está surtiendo efecto,
pero no como él esperaba. Brianna le sigue escribiendo, pero el tono ha
cambiado. Sigue siendo agradable, pero cada vez más distante. ¿Puede
ser que lo único que haya conseguido con su intento de que no busque a
sus padres sea apartarla más de él?
EN EL CERRO FRASER, la paz diaria se ha visto interrumpida. Primero,
por la llegada de un grupo de cazadores Tuscarora, uno de cuyos
miembros está enfermo de sarampión, y luego por la aparición de una
víbora en la letrina. Sin embargo, estas incidencias tan poco
extraordinarias quedan en segundo plano ante otra visita, ésta
totalmente inesperada: Lord John Grey y su hijo, William.
O mejor dicho, su hijo adoptivo. El muchacho es el hijo de la hermana
fallecida de su esposa y del difunto conde de Ellesmere. William es
ahora Vizconde de Ashness y noveno Conde de Ellesmere, al menos
oficialmente.
Claire está conmocionada, tanto por el aspecto del chico (se parecía
bastante a Jamie, pero habían sido mis recuerdos de Brianna los que
habían causado ese golpe instantáneo de reconocimiento cuando le vi.
Era solo diez años menor que ella, y por eso los rasgos aniñados de su
rostro eran mucho más parecidos a los de ella que a los de Jamie), como
por su presencia. ¿Qué ha llevado a Grey a traerle aquí? Y además,
¿qué está haciendo aquí él mismo?
La explicación de Grey es satisfactoria; su esposa, Isobel, de camino
para encontrarse con él en Jamaica, ha fallecido durante el trayecto.
Como consecuencia, Grey había decidido no permanecer en la isla, sino
llevarse a Willie –como es natural, muy consternado por la pérdida de su
madre- a Virginia, donde su esposa tenía una propiedad. Grey ha de
decidir qué hacer con las tierras, y había pensado que quizá el
entretenimiento del viaje podría distraer a William de su pena.
Claire no está convencida; aunque sea, como dice Grey, nada más que
una pequeña desviación para visitar el Cerro Fraser, tiene sus riesgos.
¿Qué pasaría si William se acuerda de un mozo de cuadra llamado
MacKenzie o, aún peor, se da cuenta del parecido que tan obvio le
parece a Claire? Aunque puede ser que Grey solo haya querido permitir
a Jamie que viera a su hijo, piensa que es mucho más probable que su
propósito sea más personal “Es siempre difícil albergar buenos
sentimientos para con un hombre que profesa una pasión homosexual
para el marido de una, después de todo”, dice.
Pero la visita transcurre sin incidencias, hasta que el indio, que yacía en
una cama en el granero, muere de su enfermedad. Más allá del lógico
pesar por su muerte, su fallecimiento pone a los Fraser en una situación
delicada: ¿cómo han de informar a su gente? Claire insiste en que no
pueden llevar el cadáver a su tribu para que lo entierren; hacerlo les
pondría en riesgo de infección. Pero si lo entierran ellos mismos, podrían
provocar la sospecha de que los Fraser han tenido algo que ver con su
muerte y que la están intentando ocultar.
El problema es a la vez agravado y resuelto por el hecho de que el
mismo Lord John cae enfermo de sarampión. William no debe estar
expuesto a la enfermedad, dice Claire; es mejor que Jamie se lleve al
chico con él al pueblo Tuscarora. Jamie puede pedir la ayuda de
Nacognaweto para informar a la familia del hombre sobre su muerte, y al
mismo tiempo, apartar a Willie del peligro. El hecho de que este plan
regalaría a Jamie unos pocos días en compañía de su hijo no se
menciona, aunque todos lo sobreentienden.
Willie se niega en redondo a dejar atrás a su querido padre, aterrorizado
ante la posibilidad de que John Grey pueda morir también como sus dos
madres y como el indio del granero, de cuya muerte ha sido testigo. A
pesar de ello, le obligan a ir con Jamie, y los dos alcanzan durante su
viaje un cierto respeto y apreciación mutua. Jamie piensa que este es el
último contacto que va a poder tener con el muchacho, y es un regalo
por el que se siente agradecido, o al menos lo intenta.
No era cabezonería, ni siquiera lealtad, lo que había hecho a Willie
insistir en quedarse en el Cerro. Era su amor por John Grey, y el miedo a
perderle. El mismo amor que hacía al chico llorar por la noche,
desesperadamente preocupado por su padre.
Una extraña semilla de celos crecía en el corazón de Jamie, pinchándole
como si fueran ortigas. La pisoteó con fuerza; tenía mucha suerte de que
su hijo tuviera una relación tan buena con su padre. Eso es, así se pisa
la semilla. Sin embargo, el pisoteo le había dejado un cardenal en el
corazón; podía sentirlo cuando respiraba.
De vuelta en el Cerro Fraser, Claire está cuidando a dos hombres
enfermos –el Joven Ian también ha contraído el sarampión- y luchando
al mismo tiempo con su propio resentimiento hacia John Grey. Pero este
resentimiento va disminuyendo cuando empieza a darse cuenta de que
cada vez le gusta más este hombre, y que éste siente lo mismo hacia
ella, igualmente a su pesar.
Tensos y celosos el uno del otro, al final Lord John y Claire alcanzan a
regañadientes un reconocimiento de lo que les une: no solo el amor por
Jamie Fraser, sino también una profunda honestidad que les obliga a
cada uno a admitir las virtudes del otro, y apreciar lo que Jamie valora en
ellos. Confiando en esta honestidad, Claire pregunta sin rodeos a Lord
John por qué ha venido.
-Me preguntaste por qué he venido; cuestionaste mis motivos; me
acusaste de celos. Quizá no quieres saberlo, porque si lo supieras, no
podrías seguir creyendo de mí lo que te dé la gana.
-¿Y cómo demonios sabes lo que quiero pensar de ti?
Su boca se torció con una expresión que, en un rostro menos agraciado,
habría sido de burla.
-¿No lo sé?
Le miré al rostro directamente durante todo un minuto, sin preocuparme
por esconder nada.
-Mencionaste los celos -dijo suavemente, un momento después.
-Así es. Tú también.
Volvió la cabeza hacia un lado, pero enseguida se dispuso a continuar.
-Cuando me enteré de que Isobel había muerto…no significó nada para
mí. Habíamos vivido juntos durante años, aunque no nos habíamos visto
en casi dos. Compartimos una cama; compartimos una vida, o eso creía
yo. Debería haberme importado. Pero no fue así.
Respiró hondo. Vi como las sábanas se movían sobre su cuerpo.
-Mencionaste la generosidad. No era eso. Vine a ver…si todavía podía
sentir, -dijo. Tenía el rostro todavía vuelto hacia un lado, la mirada
dirigida a la ventana cubierta con pieles, en la oscuridad creciente de la
noche. Todavía quedaba casi toda la infusión. Le serví otro vaso y se lo
acerqué. Sorprendido, se irguió y lo cogió.
-Y ahora que has venido y le has visto… ¿todavía tienes sentimientos?-
dije
Se quedó mirándome, sin pestañear, a la luz de la vela.
-Sí, los tengo. -Con la mano firme como una roca, cogió el vaso y bebió-.
Que Dios me ayude- añadió, tan de paso que casi pareció que lo había
dicho sin pensar.
JAMIE Y WILLIE llegan al poblado Tuscarora de Anna Olka, pero pasa
algo raro; el poblado está en llamas, las cabañas medio quemadas y la
gente desaparecida. Dejando a Willie escondido, Jamie busca a sus
habitantes, a quienes encuentra acampados no muy lejos de allí. No es
un ataque aislado, ni una guerra; han cogido sus cosas y se han ido
ordenadamente.
Cuando le pregunta qué ha sucedido, Nacognaweto responde que ha
sido la enfermedad. El sarampión ha llegado al pueblo, matando a casi la
mitad de sus habitantes. Los supervivientes se van, intentando
refugiarse en otro pueblo más al norte. Sin su shaman no hay cura para
la enfermedad. Nacognaweto pregunta a Jamie si la ha visto.
Nayawenne se había ido al bosque, buscando alguna visión que la
ayudara a curar a su pueblo, acompañada de Gabrielle y su hija, Berthe.
Ninguna de las mujeres había regresado.
Jamie no sabe nada de las mujeres; no puede hacer nada por ayudar, y
la misión con la que había comenzado su viaje había perdido toda razón
de ser ante la enormidad de la catástrofe que habían sufrido los indios.
Se fue, con la tristeza del lugar aun rodeándole como el humo que se le
infiltraba en la ropa y en el pelo. Pero, mientras dejaba el campamento,
un pequeño brote de egoísmo nació de su corazón, un alivio porque esa
terrible pena, por esta vez, no fuera la suya. Su mujer estaba viva. Sus
hijos, a salvo.
O al menos, eso cree. Willie se irá con Lord John a Virginia a comenzar
una nueva vida, pero en el futuro, Brianna está haciendo sus propios
planes.
ROGER RECIBE UNA CARTA DE BREE en la que cancela los planes
para el verano, pues ha cambiado de idea y tiene la intención de ir a Sri
Lanka a una conferencia; Roger está casi convencido de que todo está
perdido. Furioso y deprimido al mismo tiempo por esta noticia, él mismo
acepta una oferta para dirigir un seminario en Oxford, en lugar de volver
a las Tierras Altas, donde la ausencia de Brianna sería aún más
dolorosa.
Pero, al volver a casa tras el seminario, Roger se encuentra con algo
inesperado que le hace recuperar la esperanza. Llegan cuatro cajas muy
pesadas, llenas de recuerdos; la plata de la familia, viejas fotografías,
juguetes y joyas. La nota que las acompaña dice: “Una vez me dijiste
que todo el mundo necesita una historia. Esta es la mía. ¿Me la
guardarás junto a la tuya?” La nota va firmada simplemente con la letra
“B” con el trazo fuerte y seguro de Brianna.
La sorpresa de Roger va en aumento y su entusiasmo disminuye cuando
entiende las implicaciones de estas cajas. Y de ahí pasa al pánico y la
alarma cuando abre el joyero de Brianna y se da cuenta de que faltan
dos cosas: la pulsera de plata que él le regaló, y que siempre llevaba
puesta, y las perlas de su abuela….que no utilizaba nunca.
Corre al teléfono para llamar a Boston, esperando que sus temores no
fueran fundados.
Pasó una eternidad hasta que el operador internacional atendió la
llamada, y todavía más tiempo de sonidos electrónicos extraños antes de
poder oír el “click” de la conexión seguido de un lejano “riiiiiing”. Uno,
dos, luego un “click”. Su corazón empezó a latir de alivio: ¡estaba en
casa!
-Lo sentimos -dijo la voz femenina, agradable e impersonal. El número al
que llama está desconectado o fuera de servicio.
Una rápida llamada a Joseph Abernathy, el amigo de Claire y tutor
informal de Bree, revela que Brianna ha venido a las Tierras Altas, y
Roger se dirige inmediatamente a Inverness a seguir su rastro. Tal y
como temía, ese rastro le lleva a las piedras de Craigh na Dun. Brianna
ha vuelto para buscar a sus padres, sin decirle a él nada.
El miedo por su seguridad se mezcla con la ira por haberle abandonado,
y con el sentimiento de culpa que él alberga por lo que se puede
considerar una traición hacia Brianna. Ya sea porque ha encontrado la
noticia que él intentó evitar que conociera, o porque su huida al pasado
haya sido originada por otra cosa, el hecho sigue siendo que Brianna se
ha ido, y que solo hay una manera de proceder…si puede.
Roger encuentra ayuda inesperada en Inverness. Fiona, la nieta de la
Sra. Graham, la antigua ama de llaves del reverendo, ha heredado de su
abuela algo más que el talento para hacer panqueques escoceses de
crema. Es la líder del grupo de mujeres que bailan en Craigh na Dun al
alba en la fiesta de Beltane; ella es la que llama al sol. Y lo que es más
importante, sabe algo de Gillian Edgars, la mujer que viajó al pasado y
se transformó en la bruja Geillis Duncan.
El puente de Inverness
Dejando a la muchacha al cuidado de la dueña de la posada donde se
alojan, Brianna va a vender sus caballos para prepararse para el viaje río
arriba hasta Cross Creek; Yocasta Cameron sabrá donde encontrar a
Claire y a Jamie, o al menos eso espera. La fiebre desaparece, como ha
ocurrido otras veces, y Lizzie, débil pero con la mirada despejada, recibe
a Brianna cuando vuelve a la posada con noticias de que se ha enterado
de donde está Jamie Fraser; estará en Cross Creek, que está a una
semana de viaje rio arriba, en unos días.
Emocionada, Brianna hace los preparativos para viajar en canoa a Cross
Creek y vuelve a la posada por la noche, donde se encuentra a Roger.
Roger desembarcó en Edenton, se trasladó a Wilmington, y ha estado
buscándola por todas las posadas y tabernas de la ciudad.
La bienvenida no es exactamente lo que había esperado; la alegría
inicial de Brianna al verle se convierte inmediatamente en preocupación.
Quiere saber qué está haciendo aquí. Roger contesta que ha venido a
buscarla, y le reprocha haber atravesado las piedras sin decirle nada.
Brianna le dice que había decidido engañarle porque estaba convencida
de que, si él descubría lo que iba a hacer, habría hecho lo imposible por
detenerla. Roger no puede negar la verdad de ese argumento. Es cierto
que trató de evitar que viajara al pasado, y espera que Brianna no se
entere nunca.
¿Pero qué harán ahora? Brianna cree que el único método válido para
viajar a través del tiempo es tener un punto de atracción, una persona
cuya presencia en un tiempo determinado pueda conducir al viajero a un
lugar seguro.
-Para poder volver, has de tener a alguien a quien ir, alguien a quien
quieres. Tú eres la única persona que quiero en ese tiempo…o lo eras.
¿Cómo voy a volver si estás aquí? ¿Y cómo vas a volver tú si yo estoy
aquí?
Roger se detuvo, el miedo y la ira olvidados, y sus manos se cerraron
sobre las muñecas de Brianna para evitar que le pegara otra vez.
-¿Fue por eso? ¿Fue por eso por lo que no me lo dijiste? ¿Porque me
quieres? ¡Dios mío!-Brianna alargó el brazo y le cogió la muñeca, pero
no le apartó la mano. Roger sintió como ella traba saliva.
-Claro –susurró-. Dilo. Quiero oírlo.
Te….quiero -dijo ella entre dientes-. ¿Te has enterado?
-Sí, me he enterado-. Le cogió el rostro entre las manos, muy
dulcemente, y la empujó hacia sí. Y ella fue hacia él, con los brazos
temblorosos.
-¿Estás segura?- dijo.
-Sí. ¿Qué vamos a hacer?- Dijo, y se puso a llorar.
“Vamos”. Había dicho “vamos”. Había dicho que estaba segura.
Roger estaba tirado en el suelo polvoriento, sucio del camino, lleno de
magulladuras, muerto de hambre, con una mujer temblando y llorando
en sus brazos, que de vez en cuando le golpeaba en el pecho con el
puño. Nunca se había sentido tan feliz.
Roger le asegura que todo va a ir bien; hay otra manera: el método de
Geilie Duncan. Ha visto piedras preciosas en posesión de Stephen
Bonnet a bordo del Gloriana. Sabe más o menos a dónde se dirige el
barco. Lo encontrará y las robará como pueda.
Brianna está bastante escéptica; además de las simples dificultades de
encontrar las gemas hay que contar con el riesgo que supone. Como le
dice, “¡en esta época ahorcan a la gente por robar, Roger!”
Pero Roger insiste; ha de actuar ahora, mientras pueda encontrar las
piedras. Porque si no, ¿qué otra oportunidad puede haber, en un sitio
como este? Solo quiere una cosa, antes de partir.
La unión de las manos es una honorable y antiquísima tradición celta;
una pareja puede casarse de esta manera y permanecer casado durante
un año y un día. Al final de ese período, si les va bien, pueden casarse
de forma más oficial, en la iglesia y por lo civil. Si no, pueden separarse.
Tanto Roger como Brianna están seguros de ellos mismos y de su amor,
pero sin un sacerdote a mano y con tan poco tiempo…
-Si yo hago un voto de esta manera, lo cumpliré, no importa lo que me
cueste-. ¿Estaba ella pensando en eso ahora?
Brianna bajó las manos entrelazadas de los dos, y habló con mucho
cuidado.
-Yo, Brianna Ellen, te tomo a ti, Roger Jeremiah…- su voz era apenas
más alta que el latido de su propio corazón, pero él oyó todas y cada una
de las palabras. Una ligera brisa atravesó el árbol, moviendo las hojas,
jugando con su pelo.
-…hasta que la muerte nos separe.
La frase tenía ahora para los dos mucho más significado, pensó, de lo
que había tenido hasta entonces. El viaje a través de las piedras era
suficiente para impresionar a cualquiera sobre la fragilidad de la vida.
Hubo un momento de silencio, solo roto por el susurro de las hojas por
encima de ellos y el distante murmullo de voces procedentes de la
taberna. Roger puso la mano de Brianna en su boca y la besó, en el
nudillo de su cuarto dedo, donde un día –Dios mediante- llevaría su
anillo.
Fue una noche de bodas breve y apasionada, que transcurrió en un
cobertizo detrás de la posada, pero que tuvo un fin muy brusco, cuando
Brianna se entera por casualidad de la razón por la que Roger ha ido a
buscarla a Carolina del Norte. Al descubrir que había sabido de la noticia
de la muerte de sus padres meses atrás, y que no le había dicho nada,
Brianna se enfurece. ¿Cómo se atreve a ocultarle algo así? Podría
perfectamente haber impedido tener siquiera la oportunidad de conocer
a su padre biológico.
Como eso es exactamente lo que pretendía Roger, él mismo sabe que
no tiene excusa, excepto una, que para Brianna es inadecuada: solo
pretendía protegerla de los peligros de las piedras y del pasado. En fin,
que no quería perderla. Además, quería ahorrarle el dolor; el futuro no se
puede cambiar, está convencido de ello. Brianna no puede salvar a sus
padres.
La respuesta de Brianna a esto es inmediata y llena de ira. Encontrará a
sus padres, los salvará del fuego y en cuanto a Roger….que se vaya y
que le cuelguen si quiere.
De vuelta en la posada, Brianna tira la palmatoria al suelo, se quita la
ropa y cierra las contraventanas de golpe, mientras su aterrorizada
criada se acurruca en la cama y se oye una voz gritando desde la calle:
“¡Brianna! ¡Volveré a por ti!”
Brianna no le cuenta nada de lo que le ha pasado, y después de mucho
tiempo se queda al fin dormida, dejando a Lizzie asustada en la
oscuridad. Ese hombre moreno y malvado llamado MacKenzie se llevó a
su señora con él fuera de la posada y ahora ha vuelto, desaliñada y
descompuesta, mientras MacKenzie está fuera jurando que volverá.
¿Pero qué ha sucedido?
Sin poder dormir, Lizzie se levanta de la cama al alba e intenta poner en
orden su mente arreglando la habitación, toda desordenada tras la vuelta
de Brianna la noche anterior. Al recoger las sucias ropas de Brianna,
Lizzie se queda horrorizada al notar en ellas el fétido olor a hombre y
una mancha de sangre fresca en los pantalones. Pero con la luz del día,
la fiebre de Lizzie vuelve, y no tiene oportunidad de preguntar nada a su
señora. Solo puede temblar y gemir, y espera no tener que morir en este
sitio extraño.
Por su parte, los turbulentos sentimientos de Brianna no mejoran con
este retraso. No hay nada que desee más que abandonar este lugar,
dejar de pensar en Roger y en su perfidia, subir inmediatamente río
arriba y encontrar a Jamie Fraser. Pero aquí está, y aquí ha de
quedarse, fastidiada e irritada, hasta que Lizzie mejore lo suficiente
como para viajar.
Pero al bajar a la cocina a coger una taza de té para Lizzie, ve algo que
le hace olvidar su impaciencia y su furia y sustituirlas por el miedo. En la
taberna hay unos hombres jugando a las cartas, y entre ellos hay uno
que tiene en su poder, como objeto para apostar, un ancho anillo de oro,
un anillo de boda de mujer, con una inscripción en el interior que Brianna
conoce muy bien: De F. para C. con amor. Siempre.
Fueran cuales fueran las dificultades de su matrimonio con Frank
Randall, era imposible que Claire se deshiciera voluntariamente de este
anillo. ¿Qué le ha ocurrido a su madre, y dónde lo consiguió este hombre
que dice llamarse Bonnet?
La mano le temblaba cuando se lo devolvió.
-Es muy bonito -dijo-. ¿Dónde lo consiguió?
Él pareció primero sorprendido, luego desconfiado, y Brianna añadió
entonces rápidamente: -Es demasiado pequeño para su dedo, ¿no se
enfadará su esposa con usted si pierde su anillo?- ¿Cómo? Pensó.
¿Cómo lo consiguió? ¿Y qué le ha pasado a mi madre?
Los gruesos labios de Bonnet se curvaron en una sonrisa seductora.
-Y si yo tuviera una esposa, encanto, seguro que la dejaría por ti-. Volvió
a mirarla con más atención, dejando caer sus largas pestañas sobre los
ojos para ocultar su mirada. Rozó su cintura en un gesto casual de
invitación.
-Ahora mismo estoy ocupado, encanto, pero más tarde…¿eh?
La jarra con el té le quemaba a través del paño, pero tenía los dedos
helados y el corazón encogido de terror.
-Mañana, -dijo-. A la luz del día
Bonnet la miró, sorprendido, echó la cabeza hacia atrás y se rió.
-Bueno, he oído a algunos hombres decir que no soy alguien con quien a
uno le convenga encontrarse en la oscuridad, muñeca, pero las mujeres
sí parecen preferirlo-. Recorrió con un dedo su antebrazo, como
flirteando; el vello dorado-rojizo se erizó ante el contacto.
-A la luz del día, entonces, si quieres. Ven a mi barco, el Gloriana, cerca
de los astilleros.
Al no tener otra manera de averiguar lo que le podía haber pasado a
Claire, Brianna acude al encuentro de Bonnet al día siguiente,
ofreciéndole comprar el anillo y preguntándole de dónde viene. Él le dice
que la propietaria anterior está bien, por lo que él sabe, y accede a
vendérselo. Pero el precio que tiene en mente no es en dinero.
La fiebre de Lizzie ha desaparecido pero vuelve durante el viaje por el
río, y Brianna no tiene ni tiempo ni cabeza para hacer nada más que
luchar para mantener a Lizzie viva hasta que lleguen a Cross Creek.
Cansada y sucia por el terrible viaje, Brianna no puede descansar; Se
supone que Jamie Fraser ha de estar en la ciudad, y tiene que
encontrarle. Dejando a Lizzie al cuidado de gente de confianza, se dirige
a Cross Creek, y encuentra lo que busca en el patio trasero de una
taberna.
Casi no podía respirar. Los ojos del hombre eran azul oscuro, suaves y
amables. Brianna se fijó en el cuello abierto de su camisa, donde se
podía ver el vello rizado y dorado sobre la piel quemada por el sol.
-¿Es usted…usted es Jamie Fraser, no?
Él la miró con una expresión de dureza en los ojos.
-Lo soy-, dijo. Su cara reflejaba otra vez desconfianza. Los ojos
entrecerrados por el sol. Echó una rápida mirada detrás de él, hacia la
taberna, pero nada se movía en la puerta abierta. Dio un paso más hacia
ella.
-¿Quién pregunta? - dijo en voz baja-. ¿Tienes un mensaje para mí,
muchacha?
Brianna sintió como le bullía en la garganta un deseo absurdo de reír.
¿Que si tenía un mensaje?
-Mi nombre es Brianna- dijo. Él frunció las cejas, inseguro, y entonces
algo se encendió en sus ojos. ¡Lo sabía! Había oído el nombre antes y
significaba algo para él. Brianna tragó saliva, sintiendo que le ardían las
mejillas como si se las hubiera quemado con la llama de una vela.
-Soy tu hija -dijo, con una voz que sonaba rota en sus propios oídos-.
Brianna.
Jamie Fraser es todo lo que había esperado Brianna de él. Embargado
por la emoción de haberla encontrado, las lleva a ella y a Lizzie a River
Run, donde Yocasta las recibe, feliz.
Jamie viene del Cerro Fraser para testificar en un juicio; Fergus ha sido
arrestado bajo acusaciones falsas de atacar y engañar a un recaudador
de impuestos. Tanto los cargos como el juicio son resultado de las
maquinaciones del Sargento Murchison, un intento malicioso de
perjudicar a Jamie, tanto metiendo en prisión a Fergus como obligándole
a abandonar sus tierras en plena cosecha para ayudar a su hijo
adoptivo.
Pero en el juicio queda probado que las acusaciones son falsas, y Jamie
y Brianna pueden ahora partir hacia el Cerro de Fraser, y volver a Claire.
La reunión es todo lo que Claire podría haber soñado: su querida hija
está otra vez con ella, y Jamie y Brianna disfrutan de su mutua
compañía, aunque aún con cierta timidez, y eso hace feliz a Claire
también. Lo único negativo es la ausencia de Roger Wakefield. Brianna
les ha contado a sus padres que Roger la ha seguido, que discutieron, y
que partió en busca de piedras preciosas para poder volver a su tiempo.
Pero pasan los días, y las semanas, y no hay signos de Roger.
¿Le ha pasado algo? ¿O ha decidido no volver, enfadado y herido por
las palabras de Brianna? Quién sabe. El caso es que no se sabe nada
de Wakefield, aunque Jamie ha hecho averiguaciones por todas partes.
Un día, sin embargo, un visitante llega al Cerro Fraser. El Joven Ian y
Lizzie están en el molino cuando llega un hombre preguntando cómo
llegar al Cerro Fraser, un hombre al que Lizzie reconoce como el hombre
llamado MacKenzie. Aterrorizada por la posibilidad de que haya venido a
llevarse a Brianna, Lizzie se lo dice al Joven Ian, y los dos jóvenes
consiguen entretener a Roger y correr a casa a advertir a Jamie del
peligro.
Lizzie le cuenta a un atónito Jamie el encuentro con el “malvado
MacKenzie” en Wilmington, de su descubrimiento de que Brianna había
sido –así lo cree ella- violada por MacKenzie y de lo que ha sabido
mucho más recientemente: que Brianna está encinta.
Por eso, cuando Roger alcanza el claro cerca del Cerro, se encuentra
con un grupo de bienvenida, compuesto por Jamie y el Joven Ian.
Confundido por su evidente hostilidad, Roger admite que su nombre es
ciertamente MacKenzie, y les cuenta que ha venido a buscar a su
esposa. Además, coaccionado por Ian, Roger admite que es verdad que
ha tomado la virginidad de Brianna. Esto es todo lo que Jamie necesita
oír. Le da una paliza de órdago y toma medidas para asegurarse de que
la amenaza sobre su hija desaparezca.
Mientras tanto, Claire se ha llevado a Brianna a coger setas, para tener
privacidad suficiente para interrogarla. Ha notado pequeños cambios
físicos y ha sacado sus propias conclusiones, que Brianna corrobora. Es
verdad, está embarazada.
Además de la primera e inmediata preocupación de Claire por el
bienestar de Brianna, hay otra más: ya está adentrado el otoño, ya casi
ha pasado la época del año en que los barcos emprenden viaje a
Europa. Brianna ha de partir de inmediato, dice Claire, dejando de lado
su propia tristeza y preocupación. Ha de volver a Escocia ahora; puede
pasar por las piedras estando embarazada, ella misma lo hizo cuando
estaba esperando a Brianna, pero nadie con dos dedos de frente lo haría
con un niño pequeño. Brianna tiene solo tres posibilidades: pasar por las
piedras de manera inmediata, sin esperar a que aparezca Roger; tener a
su hijo en las peligrosas condiciones del siglo XVIII y a continuación
abandonarlo allí; o quedarse para siempre, atrapada en el pasado.
Brianna rechaza las dos primeras posibilidades, insistiendo en que ha de
quedarse y encontrar a Roger; si se ha metido en dificultades, no puede
dejarle solo en el pasado. Claire accede a desgana, pero vuelve a
quedar conmocionada cuando Brianna le cuenta que hay otro pequeño
problema: probablemente el niño no es de Roger.
Intentando controlar sus emociones, le cuenta a su madre lo que sucedió
a bordo del barco de Stephen Bonnet en Wilmington. Bonnet la violó sin
piedad, pero le dio aquello por lo que había venido: el anillo de casada
de Claire, que ahora Brianna le devuelve a su aturdida y apenada madre.
Brianna accede a contárselo a su padre, pero cuando a ella le parezca el
momento oportuno.
Cuando Jamie llega por la noche, con las manos magulladas –él dice
que es de construir la chimenea- no quiere que Brianna le confiese lo
que ha pasado, pues dice que ya sabe lo del niño. Le dice que no se
preocupe, que él cuidará de ella y del bebé. Sin embargo, cuando los
días pasan y sigue sin haber ni rastro de Roger Wakefield, Jamie
empieza a preocuparse por el futuro de Brianna, y convence al Joven Ian
para que le proponga matrimonio. Así, al menos tendrá un marido que la
tratará bien, y que podrá cuidar de ella y de la criatura.
Durante la discusión cada vez más intensa que sigue a esta propuesta
Brianna rechaza furiosa los intentos de su padre de buscarle un marido,
insistiendo en que solo aceptará a Roger, o a nadie más. Jamie protesta,
ya ha hecho todo lo que puede para encontrar a Wakefield. Pero
presionado por la evidente desesperación de su hija, se le ocurre algo
nuevo; hará que le dibujen un anuncio y lo publicará por toda la colonia,
con la descripción de Roger. Quizá alguien le haya visto y se lo hará
saber.
Animada por esta idea, Claire sugiere que Brianna podría dibujar el
rostro de Roger Wakefield para que se publique junto a su descripción;
Brianna es muy buena dibujando retratos, le dice a Jamie. Brianna
accede de buena gana, se sienta con el carboncillo en la mano y realiza
un retrato de Roger MacKenzie Wakefield ante los ojos horrorizados de
Jamie y el Joven Ian.
Ian estaba inclinado sobre la mesa, como si fuera a vomitar en cualquier
momento. -Prima, ¿de verdad me estás diciendo que este…. -
hizo un débil gesto hacia el dibujo- es Roger Wakefield?
-Sí -dijo ella, mirándole sorprendida-. Ian, ¿estás bien? ¿Has comido
algo que te ha sentado mal?
Ian no contestó, pero se dejó caer pesadamente en el banco a su lado,
se puso la cabeza en las manos y lanzó un gemido.
Durante la escena siguiente, en la que Brianna le echa la bronca a Jamie
por “deshacerse” de Roger vendiéndole a los Iroqueses y Jamie
reprocha a Brianna por decirle que estaba embarazada como resultado
de una violación, Bree revela a su padre que sí que fue violada, por
Stephen Bonnet. Claire, horrorizada por la violenta manera en que Bree
y Jamie se atacan el uno al otro, arroja su anillo de casada de oro en la
mesa como prueba de que lo que dice Brianna es verdad.
Esto pone fin inmediatamente a la discusión, pero no mejora la situación
de las relaciones entre ellos, y la familia se prepara para un viaje bajo
estas incómodas condiciones.
Jamie le encarga a Claire que coja las cosas de Brianna; la llevarán a
River Run, para que se quede con Yocasta mientras él, Claire y el Joven
Ian viajan al norte, a rescatar a Roger MacKenzie Wakefield y traerle con
su esposa y el niño que quizá es suyo.
La situación entre Jamie y Claire también es problemática: el peso del
anillo de oro y la culpa por los secretos de Brianna se interponen entre
los dos. El camino hacia al norte solo depara un momento agradable
cuando se encuentran con Pollyanne, la ex esclava a quien Jamie y
Claire habían ayudado a escapar. Protegida ahora en su nueva vida con
los Tuscarora, se ha casado y tiene un hijo. En el curso de la
conversación, les cuenta a los Fraser lo que ocurrió la noche en que una
muchacha murió en el aserradero: escondida en las sombras, Pollyanne
vio a un hombre corpulento entrar y salir unos minutos después, justo
antes de que llegaran los Fraser. La luz del fuego cayó sobre su rostro,
sin embargo, cuando pasó cerca de ella, y así vio que tenía la cara
picada de viruelas. No reconoció al hombre, pero Claire sí sabe quién
era: el Sargento Murchison.
Viendo la tensión entre su tío y su tía, el Joven Ian echa una mano, y la
situación se resuelve en la oscura intimidad de una vivienda comunal
india.
Reconciliados y fortalecidos por la fuerza del otro, el pequeño grupo
prosigue hacia Snaketown, el lejano poblado Mohawk donde confían
encontrar a Roger y liberarlo a cambio de whisky. El Joven Ian, con su
apreciación y conocimiento de las costumbres indias y con su facilidad
con la lengua Tuscarora –muy relacionada con la de los Mohawk, el
Kahnyen’kehaka, resulta ser un valioso embajador. Su incipiente relación
con una muchacha mohawk será también positiva para su objetivo, si es
que Roger, de hecho, está captivo en Snaketown.
De hecho, lo está. Tomado como esclavo por los Mohawk, no ha sido
muy maltratado, pero la vida como esclavo indio no es un camino de
rosas, y el duro trabajo constante no ha sido muy conveniente para la
infección de su pie, consecuencia de una herida que se hizo al intentar
escapar. Pero además de este problema y de las dificultades, lo que le
martiriza es no saber si fue Brianna la causante de su situación. ¿Estaba
tan enfadada por su traición que para vengarse le ha traicionado ella a
él?
Al volver un día al poblado tras una partida de caza, cargando la carne
de alce, le llevan a toda prisa, ante su sorpresa, a una pequeña cabaña
en la que hay un joven sacerdote jesuita. Roger no sabe qué pasa, pero
está feliz de tener otro hombre blanco con el que hablar. El Hombre, el
Padre Alexandre Ferigault, es un misionero que ha vivido algunos años
con los Mohawk, convirtiendo a algunos, pero enemistándose con otros.
Como dice, “Se es Kahnyen’kehaka o se es….el otro”. A pesar de sus
años con los indios, el Padre Ferigault es todavía “el otro”.
Su estado actual como prisionero es el resultado de un cisma que ha
provocado su relación con una de sus conversas. No se trata de la
relación en sí, como le dice a Roger, los Mohawk no practican el
matrimonio como se entiende en Europa, y no tienen problemas con la
cohabitación entre quienes lo realizan voluntariamente, si no del hecho
de haber repudiado a la muchacha. Al enterarse de que su amante
estaba embarazada, el Padre Alexandre experimenta lo que cree que es
un mensaje celestial que le muestra su error y su debilidad, por lo que
inmediatamente abandona la casa de la joven india.
Sin embargo, él mismo había establecido la política de no bautizar a los
niños a no ser que sus padres fueran ambos católicos practicantes en
estado de gracia, temiendo que si no, los indios podrían –como hacían
en otros sitios- concebir el bautismo como simplemente un sortilegio
supersticioso contra el mal, más que un sacramento. Por tanto, por culpa
de su propio método, no puede bautizar a su hijo: su amante sigue
siendo una conversa -a pesar de que tiene razones considerables para
renunciar a su fe- pero él no puede absolverse a sí mismo de sus
pecados y alcanzar así el estado de gracia, porque no puede dejar de
amarla.
Se trata de una situación delicada, origen de sus actuales dificultades; la
población no convertida nunca le ha apreciado, pero le toleraban por
respeto a uno de los hombres más importantes de la tribu, que era uno
de sus conversos. Este hombre, el abuelo del hijo del jesuita, está ahora
furioso porque éste no quiere bautizar a su propio hijo, y le retira su
protección. El sacerdote ha sido trasladado a Snaketown para
enfrentarse al juicio del Consejo, y no tiene muchas esperanzas sobre
cuál va a ser el veredicto final.
La historia del Padre Ferigault distrae a Roger de su propia miseria, pero
al mismo tiempo le intranquiliza aún más cuando los indios se llevan al
jesuita para torturarle. ¿Por qué tienen a Roger aquí detenido? ¿Es que
va a tener el mismo destino?
De hecho, Roger simplemente está siendo escondido para evitar que los
Fraser le vean antes de que se haya alcanzado un acuerdo sobre su
rescate. Jamie ha traído todas sus existencias de whisky, preparado para
intercambiarlo por Roger, pero es tan desconfiado como los indios, y él
también lo tiene todo escondido en el bosque hasta que se llegue a un
acuerdo.
Por su parte, algunos de los indios están dispuestos a aceptar el trato,
otros –temerosos del efecto que tiene el licor en su gente- no lo están.
Algunas mujeres del poblado muestran cierta disposición para quedarse
con Roger y adoptarle en su tribu, una costumbre mohawk con algunos
cautivos.
Para hacer gala de buena voluntad y demostrar la calidad de las
mercancías ofrecidas, el Joven Ian organiza –con la ayuda de la joven
con la que ha entablado una relación- un pequeño ceilidh, una fiesta de
cata de whisky en la que se cuentan historias y se cantan canciones, en
la que participan algunos de los hombres más importantes de la tribu.
Claire es invitada a compartir el fuego de Tewaktenyonh, una anciana de
cierta importancia en el pueblo, hermana del jefe guerrero y también del
sachem de la tribu.
Claire lleva consigo el ópalo que encontró junto con la calavera en la
montaña hace un año, un ópalo que provoca una reacción de
incomodidad entre los indios. Mientras los hombres beben,
Tewaktenyonh pide que le enseñe la piedra, y cuando oye la historia que
cuenta Claire sobre cómo la descubrió, le cuenta a su vez otra historia, la
historia de Diente de Nutria, un extraño hombre que llegó al poblado
hace unos cuarenta años.
Incitando a los Mohawk a que atacaran y expulsaran a los colonos
blancos, Diente de Nutria se hizo famoso como guerrero, pero en el
pueblo despertaba desconfianza. Los Mohawk no hacen la guerra sin
una buena razón, y no había ni un tratado ni un contencioso que la
hiciera necesaria. Sin embargo, Diente de Nutria les incitaba cada vez
más a la confrontación. Al final, la tribu se hartó y le expulsaron. Pero él
se negó a irse. Le echaban, y una y otra vez volvía, siempre vaticinando
el desastre para el pueblo Mohawk, presagiando su destrucción si no le
hacían caso.
Creyendo que Diente de Nutria era un mago y que albergaba un espíritu
maligno, los Mohawk intentaron una vez más expulsarle del pueblo y, al
fracasar otra vez, decidieron matarlo. Torturado y abandonado
maniatado a su suerte, Diente de Nutria se las arregló aun así para
escapar, perseguido por los hombres del pueblo, quienes al final
consiguieron atraparle y acabar con su vida.
Para evitar que su espíritu les siguiera hasta casa, los hombres le
cortaron la cabeza y la enterraron, junto con el gran ópalo que Diente de
Nutria llevaba consigo. Él llamaba a esta piedra su Tika-ba, le contó
Tewaktenyonh a Claire. Los indios no tenían ni idea de lo que este
término significaba, pero Claire cree saberlo: el ópalo era su billete de
vuelta (“ticket back”, en inglés, en original), la manera de volver para un
viajero en el tiempo.
Mientras, Jamie y el Joven Ian han celebrado el ceilidh con gran éxito, y
los Fraser se retiran, esperando escapar pronto del poblado.
EN RIVER RUN, Brianna está en óptimo estado de salud, floreciente en
su embarazo. Sin embargo, sus emociones no. La preocupación por sus
padres y por Roger, su soledad y su sentimiento de culpa, se convierten
en sorpresa e ira cuando se entera de que Yocasta, deseosa de proteger
River Run, ha decidido convertir a Brianna en su heredera y al mismo
tiempo encontrarle un marido apropiado, que resultara seducido por la
rica promesa de su herencia.
Brianna protesta; ella no podría nunca poseer esclavos, y además
tampoco quiere casarse, pero como dice Phaedre, la doncella personal
de Yocasta, “Bueno, como yo digo, no es cuestión tanto de lo que usted
quiera. Es lo que La Señora Yocasta quiera. Venga, ahora pruébese este
vestido”.
Brianna consigue deshacerse de los avances de los pretendientes
locales, pero le preocupa más un recién llegado: Lord John William Grey,
de la Plantación Mount Josiah en Virginia, quien, según la han
informado, no solo es un hombre rico y un lord –es decir, totalmente
apropiado- sino también un viejo amigo de su padre.
Para su sorpresa, Lord John es amable, agradable, ingenioso y
honorable. También es homosexual, hecho del que se entera una noche
por accidente. Este descubrimiento le proporciona el modo de resolver el
problema que la abruma.
Su conciencia no la deja casarse con un hombre al que no ama; al
mismo tiempo, tampoco quiere que Roger se case por obligación. Piensa
que, aunque su sentido del honor le obligue, siempre podrá echarle en
cara haberse quedado atrapado en el pasado por su causa. Esto,
añadido a la duda sobre la paternidad del niño, parece demasiado pedir,
una carga demasiado grande con la que empezar una vida juntos. Pero
por otro lado, si Roger vuelve y ella todavía no se ha casado, es posible
que sienta que no tiene elección.
Por tanto, Brianna pone en marcha su plan: chantajear a Lord John para
que se case con ella. Le explica sus razones; como él no la desea de
ninguna manera como mujer, no le estaría privando del amor físico que
no le puede dar. Al mismo tiempo, Roger se libraría así tanto de elegir
como de sentirse obligado. Y si Lord John decide no aceptar…Brianna
amenaza con exponerle como pederasta.
La respuesta de Lord John a esta increíble amenaza es: “¡Muchacha,
harías llorar a un ángel, y Dios sabe que yo no lo soy!”
En contra de su voluntad, Lord John se ve obligado a revelar la
naturaleza de su relación con Jamie Fraser, una historia que Brianna
escucha con una mezcla de horror y resignación. Lord John la convence
de que debe al menos permitir a Roger tomar su propia decisión, y
además, ha de perdonar a su padre por la parte que le corresponde del
problema. Negándose firmemente a aceptar su plan, sugiere que
pretendan estar comprometidos y obtener así un respiro temporal de las
atenciones indeseadas de los pretendientes buscados por Yocasta.
CAUTIVO EN SU PEQUEÑA CABAÑA, Roger no tiene conocimiento de
la llegada de sus salvadores. No sabe lo que los indios quieren hacer
con él, pero el tratamiento que le dan al sacerdote no contribuye a
mejorar nada sus temores. El Padre Alexandre es desnudado, sacado de
la cabaña y devuelto unas horas más tarde, sin una oreja. Le cuenta a
Roger que está seguro de que los Mohawk le van a matar y le pide que,
como hijo de un ministro de la iglesia, escuche su confesión y rece por él
porque, “cuando es necesario, cualquier hombre puede ocupar el lugar
de un sacerdote”.
Cuando los indios vuelven a la caída de la noche para llevárselo, Roger
está seguro de que va a ocurrir lo impensable, pero no tiene más
remedio que esperar y escuchar los tambores y el sonido de las voces
en el exterior.
Pero el griterío aumenta; está claro que, sea lo que sea lo que está
sucediendo, se encuentra ahora fuera de control. Se está produciendo
algún tipo de lucha en el centro del poblado, y entre los gritos y alaridos
Roger oye una voz innegablemente escocesa, gritando en gaélico.
Pensando que el rescate está cerca, Roger se aprovecha de la ausencia
del guardia que estaba en la puerta para salir, armado con un palo
astillado procedente de una pata de la cama.
En el exterior, hay caos y confusión. Los hombres luchan, caminan aquí
y allá en la oscuridad entre una nube de olor a whisky. Y en la enorme
fogata, las llamas se erigen altas, consumiendo el cuerpo del sacerdote.
Alguien ataca a Roger y él se defiende con el trozo de madera,
abatiendo a su oponente, pero entonces otra persona le golpea por
detrás propinándole un golpe que le deja inconsciente.
Se despierta de nuevo en la cabaña, junto a otro cuerpo que también
yace inconsciente cerca de él: Jamie Fraser, el hombre a quien sueña
ponerle las manos encima desde hace meses. Pero ahora, al fin frente a
él, su respuesta no es ni de furia ni de alarma, sino de alivio y alegría: si
Fraser está aquí no puede ser más que porque Brianna le ha enviado.
La lápida de los Fraser
Morir con la seguridad de que Brianna le ama es mejor que morir sin ella,
pero él no quiere morir….Por suerte Fraser no está muerto tampoco,
solo ligeramente herido. Ya recobrado, Jamie no está muy emocionado
de ver a Roger, pero sí muy preocupado por que no sabe dónde está
Claire. Le cuenta al joven lo que sabe de lo que ha pasado ahí fuera; los
indios torturaron al sacerdote y le colgaron sobre las llamas. Y de
repente, inesperadamente, una muchacha que estaba entre la
muchedumbre había arrojado un bebé a los brazos de Claire y había
caminado hasta introducirse en las llamas.
Inmediatamente se produjo un clamor, aparentemente aumentado por el
exceso de alcohol, puesto que algunos indios habían descubierto los
barriles de whisky de su escondite. Jamie se encuentra sin querer en
medio de todo y tiene que luchar, junto con Ian, para proteger a Claire y
al bebé, pero al final es abatido.
El resto de la historia la va a contar Claire, que se une a ellos antes del
amanecer. Ha pasado la noche en la casa comunal, bajo la protección de
Tewaktenyonh, y puede contar a los hombres lo que ha sucedido. O casi
todo.
Algunos de los indios más jóvenes habían cogido el whisky, asumiendo
que el acuerdo que involucraba a Roger había concluido. Sin embargo,
un hombre muere en la lucha, el hombre al que Roger mató con el palo
de madera. Como el whisky se cedía a cambio de la vida de Roger, los
indios no tienen la intención de matarle como venganza, sino más bien
adoptar a la fuerza a un miembro del grupo que ha venido a su rescate,
como sustituto del hombre muerto. Lo único que en este momento Claire
aún no sabe es quién será seleccionado ni donde está el Joven Ian.
Jamie insiste en que él se quedará con los indios; Roger ha de volver
con Claire, por el bien de Brianna. Además, como dice él con toda lógica,
si él y Claire van a morir en un fuego en 1776, ninguno de los dos puede
morir antes de esa fecha. Estará lo suficientemente a salvo en
Snaketown, y tan pronto como se le presente la oportunidad, escapará y
se dirigirá al sur.
Claire no está nada dispuesta a acceder a esto, pero no tiene elección, y
tampoco la tiene Jamie. Más tarde, se abre la puerta de la cabaña y
entra Ian, con el cráneo afeitado excepto por un solo mechón y con las
marcas de tatuajes recientes cubiertas con sangre seca en las mejillas.
Ha hecho su elección, dice tranquilo. Se quedará, con la joven
muchacha a la que llama Emily. Los demás son libres para marcharse.
Las protestas no sirven de nada; Ian es ahora un Kahnyen’kehaka, no le
está permitido hablar en otra lengua que no sea la mohawk y le han
frotado la piel a conciencia para quitarle cualquier resto de sangre
blanca. Recibe un nombre nuevo, Hermano del Lobo, en una ceremonia
que le convierte en indio para siempre. Con el corazón roto, Claire y
Jamie dejan atrás a Ian y a Rollo, y se dirigen al sur con Roger.
Todavía no se han alejado mucho cuando la pena de Jamie por Ian se
convierte en furia hacia Roger. Le cuenta la verdad sobre el embarazo
de Brianna –que es el resultado de una violación por parte de Bonnet- y
le exige que le diga si su intención es quedarse con su hija. Si no, dice,
es mejor que se vuelva inmediatamente a través de las piedras.
A Roger esto le coge completamente por sorpresa, y queda
conmocionado. Tras un breve y violento altercado, Jamie le abandona,
insistiendo en que Claire le acompañe. Tira a los pies de Roger el ópalo,
y le deja para que tome él solo la decisión de aceptar o no el niño que va
a nacer como suyo propio, y ser un marido decente para Bree, o volver
al círculo de piedras que descubrió cuando viajaba al norte con los
indios.
EN RIVER RUN, Lord John llega con noticias: Stephen Bonnet ha sido
capturado y condenado a morir en la horca. Momentáneamente aturdida
por la noticia, Brianna toma una decisión: ha de ver a Bonnet, le dice a
Lord John, y hablar con él. Cuando Lord John se opone, le muestra la
nota que Jamie le dejó antes de partir, aconsejándola que encontrara
una forma de perdonar a Bonnet, por el bien de su propia paz mental. Al
principio estaba demasiado enfadada con su padre como para
escucharle, pero ahora ha pasado ya suficiente tiempo sola como para
darse cuenta de la sabiduría de sus palabras. Hasta ahora no ha podido
perdonarle; quizá si le ve pueda hacer las paces, con él y consigo
misma.
A regañadientes, Lord John accede, y la lleva al almacén a la orilla del
río -donde la Corona guarda el licor importado así como el alquitrán, la
brea y otros productos para el uso de los astilleros navales en
Charleston- donde Bonnet está cautivo en una celda en el sótano.
Por un lado temiendo perder a Claire, y por otro temiendo también que
ella se quedara por el bien de Brianna añorando al mismo tiempo a
Fraser, Frank eligió la opción de permanecer en silencio, reteniendo así
a su esposa. Pero no puede evitar sentir culpa cuando mira a Brianna,
que tiene el mismo rostro que su padre.
Siente que él es su padre; y sin embargo, Brianna tiene otro. A todos los
efectos, Frank ha privado a Claire de Jamie, o al menos Claire
permanece con él a causa de un engaño. Siente que le debe a Brianna
el conocimiento de su padre biológico. Pero al mismo tiempo, se sabe
demasiado débil como para decírselo él mismo en persona alguna vez.
Alcanza un compromiso con su conciencia poniendo una lápida falsa con
el nombre completo de Jamie -JAMES ALEXANDER MALCOLM
MACKENZIE FRASER- y el nombre de su esposa. Eso, le dice al
Reverendo Wakefield, ha de ser suficiente. Si Brianna se interesa en su
pasado –en la historia de Frank- irá a Santa Kilda y encontrará la tumba
de Black Jack Randall. Si ve la lápida de Jamie al lado, lo lógico es que
le pregunte a Claire, y se sabrá la verdad, una vez que Frank Randall
esté muerto y enterrado. En cuanto a Fraser…”Nunca lo había pensado
antes, ¿Crees que me lo encontraré en otra vida, si es que la hay?
Tendría gracia. ¿Seremos enemigos, me pregunto, con los pecados de
la carne ya en el pasado? ¿O permaneceremos siempre en una especie
de infierno gaélico, las manos de uno apretando el cuello del otro?”
Si Frank Randall hubiera decidido mantener en secreto lo que había
descubierto, y nunca hubiera colocado la lápida en Santa Kilda, ¿se
habría enterado Claire de la verdad de todas maneras? Quizá; quizá no.
Pero lo cierto es que fue la visión de esa tumba falsa la que provocó que
le contara a su hija la historia de James Fraser, y la que inició a Roger en
el camino hacia un descubrimiento que les había llevado a todos a este
lugar, en este tiempo.
Jamie Fraser se movió por fin, aunque sus ojos se mantuvieron fijos en
el fuego.
-Inglés -dijo en voz baja, como un conjuro. A Roger se le erizó el vello
del cuello; podía creer perfectamente que había visto algo moverse en
las llamas.
Jamie extendió sus grandes manos, acunando a su nieto. Su rostro tenía
una expresión remota, y las llamas brillaban en su pelo y cejas.
-Inglés -dijo, a lo que estaba viendo, fuera lo que fuera, más allá de las
llamas-. Deseo que nos encontremos un día. Y al mismo tiempo, espero
que no.
Entre los pequeños asuntos que quedan por decidir, está la cuestión de
la alianza de Claire. Jamie tiene todavía el anillo de oro, que había sido
arrojado al suelo con ira durante la bronca con Brianna meses atrás.
Sabiendo ahora lo que sabe de Frank, sus motivos, sus pensamientos y
sus acciones, Jamie se acerca a Claire junto al fuego y le pregunta si lo
quiere.
-¿Y elegirás, también? -preguntó en voz baja. Abrió la mano y vi el brillo
del oro-. ¿Lo quieres?
Me detuve, mirándole a la cara, buscando la duda. No vi ninguna, pero sí
otra cosa: una profunda curiosidad por lo que yo podría decir.
-Fue hace mucho -dije.
-Lo fue -dijo él-. Soy un hombre celoso, pero no vengativo. Sería capaz
de arrancarte de él, Sassenach mía, pero no podría arrancarle a él de ti.
Se detuvo un momento, el fuego brillando en el anillo que sostenía. -Era
tu vida, ¿no?
Y lo volvió a preguntar: -¿Quieres ponértelo otra vez?
En respuesta, extendí la mano y Jamie deslizó la alianza en mi dedo, el
metal cálido todavía por el contacto con su cuerpo.
De F. para C. con amor. Siempre.
-¿Qué has dicho? -Pregunté. Había murmurado algo en gaélico, en voz
demasiado baja como para que pudiera oírle.
-He dicho, ‘ve en paz’ –contestó- Pero no estaba hablando contigo,
Sassenach.
Y así se soluciona el último asunto, y se intercambian las noticias finales:
Al otro lado del fuego, algo rojo brilló. Miré justo a tiempo de ver a Roger
alzar la mano de Brianna hacia sus labios; el rubí de Jamie brillaba en su
dedo, reflejando la luz de la luna y el fuego.
-Veo que Brianna ya ha elegido -dijo Jamie en voz baja.
Brianna sonrió, con sus ojos en los de Roger, y se inclinó para besarle.
Entonces se puso de pie, sacudiéndose la arena de la falda, y se inclinó
para coger una rama encendida de la hoguera. Se dio la vuelta y se la
pasó a Roger y, en voz lo suficientemente alta como para que llegara a
nosotros, que estábamos sentados al otro lado del fuego, dijo:
-Ve y diles que los MacKenzie están aquí.
FIN
PARTE DOS
PERSONAJES
PERSONAJES FICTICIOS
Champiñones
Por supuesto, las respuestas a estas preguntas son tantas y tan variadas
como los escritores que las formulan. En lo que a mí respecta, me he
dado cuenta de que muchos de los personajes simplemente aparecen de
repente, como champiñones: Geillis Duncan, el Maestro Raymond,
Fergus y Murphy, el cocinero del Artemis, por nombrar a unos pocos que
aparecen en mis libros.
Ahí estoy, esforzándome, esperando poder poner en marcha el trabajo
de ese día y de repente esta…persona sale de la nada y se lleva toda la
escena. Sin necesidad de hacer preguntas, analizar o crear
conscientemente. Yo solo miro, fascinada, a ver qué es lo siguiente que
va a hacer.
No tengo ni idea de dónde vienen estos personajes, pero me siento feliz
y agradecida cuando aparece uno.
Cebollas
Otros personajes ya estaban concebidos antes de escribirlos, de manera
consciente, con el fin de servir a un propósito concreto de la historia. Sin
embargo, una vez que me ponía a escribirlos, cogían vida propia y
empezaban a actuar por sí mismos. La Madre Hildegarde, en Atrapada
en el tiempo, es uno de estos personajes “construidos”: necesitaba a
alguien que pudiera descifrar un código musical, y necesitaba además
un hospital en el que Claire pudiera trabajar. Bueno, pensé, pongamos
una abadesa de un hospital-convento, y démosla una afición musical, y
así me ahorro tener que crear otro personaje. Pero desde el momento en
que me puse a escribir a la Madre Hildegarde, pude verla (“un rostro de
una fealdad tan transcendente que se hacía grotescamente hermosa”), y
en un par de párrafos pude ya incluso oírla.
De la misma manera, el Sr. Willoughby, en Viajera, fue un personaje
“creado”.
Simplemente, tenía que encontrar la manera de que Jamie Fraser
cruzara el Océano Atlántico sin morir en el intento. Por tanto, necesitaba
un método para curar los mareos que fuera fiable y que pudiera haber
existido en el siglo XVIII. ¡Ya está! ¡Acupuntura! Perfectamente posible,
pero solo si tengo a alguien procedente de China que la administrara o
que instruyera a Claire en su uso. Bienvenido Yi Tien Cho, alias Sr.
Willoughby (Por cierto, el nombre de “Sr. Willoughby” fue totalmente una
idea de Jamie; yo no sé por qué pensó que era apropiado, pero él
insistía en llamarle así).
La Madre Hildegarde y el Sr. Willoughby son lo que yo llamo personajes
“cebolla”; personajes que se desarrollan lentamente a medida en que
van adquiriendo más capas en su personalidad, en lugar de haber
aparecido de repente como los “champiñones”. La Madre Hildegarde era
una cebolla, pero su perro, Bouton, es un champiñón puro.
-¿Es eso un perro?- pregunté sorprendida a uno de los enfermeros
cuando vi por primera vez a Bouton, caminando por el hospital tras los
pasos de su ama.
Dejó un momento de barrer para mirar la cola, como un plumero rizado,
que desaparecía en dirección a la sala siguiente.
-Bueno -dijo dudando- La Madre Hildegarde dice que es un perro. No me
gustaría ser yo quien le lleve la contraria…
Es posible que uno no lo sepa todo sobre un personaje “cebolla” de una
vez, sino que vaya descubriéndolo poco a poco, al escribir escenas en
las que está involucrado, o pensando en él y descubriendo partes de su
historia personal. Tanto Claire como Jamie se desarrollaron de esta
manera; aunque tenía ya un concepto bastante formado de sus rasgos
esenciales desde el principio, fui poco a poco averiguando más de ellos
mientras inventaba sus historias personales y los iba conociendo bien.
(Tengo amigos escritores que hacen esto de manera formal: dar a los
personajes una historia, antes incluso de empezar a escribir escenas en
las que aparezcan. Michael Lee West –que es uno de los mejores
escritores de personajes que existen- a menudo diseña un gran árbol
genealógico para sus personajes, incluyendo generaciones de personas
que no van a aparecer en la historia. También dice saber qué tipo de
mantequilla de cacahuete prefieren sus personajes: el crujiente o el
normal. A mí esto me volvería loca, pero mientras le funcione a él….)
¿Qué haces cuando tus personajes no siguen tus planes, si no que
hacen lo que les da la gana? ¡Bueno! ¡Más quisiera yo que eso pasara
todo el tiempo!
Nueces
Después de los champiñones y las cebollas están las nueces (cebollas,
champiñones y nueces: esto empieza a sonar como la exótica receta de
un relleno para el pavo. Bueno…después de todo, cocinar y escribir
tienen mucho en común…). Estos son para mí los personajes a los que
más me cuesta dar vida; son aquéllos cuya función en la historia es
estructural, son importantes no solo por su personalidad o acciones, sino
por el papel que juegan en la historia.
Un ejemplo de nuez es Brianna, la hija de Jamie y Claire. Al principio
existió solo porque tenía que poner un niño o una niña en la historia. El
hecho de su concepción proporciona el motivo de una de las escenas
dramáticas más importantes de Atrapada, pero en este momento no
importaba nada quién era este niño o cómo sería; el único factor
importante era que Claire estaba embarazada.
Pero aun así, habiendo creado esta niña –incluso cuando estaba todavía
en el útero de su madre- ya no podía ignorarla. Su existencia, más que
su personalidad, iba a influir bastante en la estructura del tercer libro, y
por tanto también del segundo; decidí utilizarla como adulta, creando una
“historia estructural” para la acción principal del segundo libro. Pero aquí,
otra vez, era su existencia como elemento estructural lo que era
importante, no la niña en sí misma. Es decir, necesitaba una hija crecida
a quien Claire pudiera confesar el secreto de su pasado, y que dicha
confesión provocara los acontecimientos futuros del tercer libro.
Pero, ¿quién narices era este personaje? Y habiéndolo creado
solamente para poder hilar la trama, ¿cómo iba a darle una
personalidad? Durante mucho tiempo, no me habló, y fue difícil formar el
rompecabezas de su carácter. Estaba claro que no era un clon de
ninguno de sus progenitores, sino alguien único. ¿Pero quién?
Hay diferentes métodos para hacer a un personaje real, ninguno de los
cuales funciona necesariamente siempre, pero todos merecen ser
probados alguna vez.
DESCRIPCIÓN FÍSICA
Esto suele ser fácil para mí; “veo” a la gente con facilidad. Otros
escritores me han dicho que han visualizado deliberadamente a actores
populares o a personas que conocen como la base original para sus
personajes. Con la excepción de la Gente Real (ver página 187), yo no
hago esto nunca. De hecho, cuando lo oí me escandalicé bastante. Me
parecía un poco como robar cadáveres. Pero bueno, con tal de que
funcione…
Algunos escritores describen físicamente al personaje de forma
separada a la historia en sí, más o menos como la identificación policial
de un sospechoso. Esta descripción puede llegar a abarcar algo más
que lo puramente físico, incluyendo detalles como gestos y
características secundarias (por ejemplo, esta persona se muerde las
uñas, se quema fácilmente con el sol, fuma como un carretero –pero
solo mentolado- y tiene tanto sobrepeso que tiene la parte interior de los
muslos continuamente escocidos). Yo tampoco hago esto, casi nunca
escribo nada más que el texto del libro en sí, pero hay muchos buenos
escritores que lo hacen.
De hecho, pude “ver” a Brianna con bastante facilidad; la parte física de
su persona estaba allí desde el principio. Por casualidad yo tengo un
marido alto y pelirrojo y dos hijas pelirrojas, así que tenía una
experiencia personal en la que basarme, en términos de parecidos y
apariencia física. De todas maneras, la apariencia es solo un comienzo.
IDIOSINCRASIA
También se puede desarrollar un personaje dándole algún tipo de
idiosincrasia llamativa. El Sr. Willoughby empezó a tener para mí una
personalidad determinada cuando compré un divertido librito de una
tienda de libros en liquidación titulado La vida sexual del pie y el zapato.
Trataba de todas las variaciones del fetichismo hacia los pies que uno se
pudiera imaginar (y algunos no se me habrían ocurrido a mí nunca, no
en vano llevé una vida muy protegida antes de empezar a escribir
novelas), incluyendo una parte sobre el vendaje de los pies y la actitud
de la China antigua hacia el perfecto “pie de loto”.
Teniendo ya un chino en la historia –y como el vendaje de los pies era de
hecho una realidad en la cultura china del siglo XVIII, e incluso antes-, no
me pude resistir a la tentación de que el Sr. Willoughby tuviera alguna
“debilidad” con los pies, además de su fascinación con las mujeres en
general. Y esto a su vez me llevó a la historia de su huida de China y a
su verdadera vocación de poeta.
Brianna, sin embargo, no parecía tener ninguna característica llamativa.
Por supuesto, parte de la dificultad procedía de que era bastante joven
todavía, y había tenido además una educación muy protegida. Algunos
rasgos de su personalidad surgieron lentamente –tenía buena conexión
con los objetos, la habilidad de convertir un espacio en algo suyo,
destreza manual y facilidad para construir-pero nada de esto era
suficientemente sofisticado como para hacer que su carácter estuviera
totalmente claro para mí.
ANTECEDENTES CULTURALES
También se puede desarrollar un personaje proporcionándole unos
antecedentes exóticos. Si un personaje procede de una sociedad y
cultura diferentes a las del escritor, o las del resto de los personajes
principales, a veces se les puede entender o completar leyendo sobre
costumbres sociales, cuentos (se aprende tanto de las personas por las
historias que cuentan como por sus historias más “oficiales”), u otros
atributos culturales.
El Sr. Willoughby, el houngan Ishmael, Luis XV…todos estos personajes
formaron su personalidad en un trasfondo cultural exótico. Pero,
¿Brianna? De ascendencia inglesa, criada en América y de mentalidad
completamente contemporánea. Me temo que aquí no hay nada que nos
pueda ayudar.
LA HISTORIA QUE HAY DETRÁS
También se puede contar la historia que tiene detrás cada personaje. Es
decir, ¿qué llevó a esta persona a estar involucrada en la situación en la
que le ha puesto el escritor? Aunque puede que esta información no esté
incluida en la historia, saberla puede dar una visión importante sobre el
personaje (además, algunos de nosotros escribimos la historia que hay
tras el personaje y no conseguimos mantenerla fuera de la historia
principal, lo cual es una de las razones de que existan libros de mil
páginas).
Sin embargo, la historia detrás de Brianna era realmente la historia de
sus padres (de sus tres padres). Se encontró en situaciones que no eran
sino el resultado de acciones que ciertamente tenían un efecto en ella,
pero en las que ella no había tomado parte activa.
EL MÉTODO RACIONAL
Una vez escuché una charla sobre el desarrollo de los personajes en la
que un autor estaba a favor de utilizar un test psicológico estándar (el
Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota) para establecer
cómo son los personajes y hacerse con ellos antes de empezar a
escribir. Yo no soy en absoluto una escritora racional, así que este
concepto no funciona para mí (aunque supongo que tampoco me
gustaría pensar que soy una escritora irracional).
EL MÉTODO INTUITIVO
Y finalmente…puedes vivir un tiempo con los personajes, colocarles en
diferentes situaciones dentro de tu cabeza (no necesariamente
situaciones que tengan que ver con la historia que escribes; solo cosas
como: “el personaje A se corta las uñas de los pies. ¿Se ofrece el
personaje B a ayudarle, le mira de cerca, o sale corriendo muerto de
asco?”), y poco a poco empezar a sentir cómo son.
De manera similar, puedes averiguar cosas sobre los personajes por la
forma en que los ven los otros. Brianna por fin empezó a tomar forma
para mí cuando Roger, mirándola en la iglesia, pensó para sí: a pesar de
que era capaz de expresar las más tiernas emociones, su rostro no era
dulce. ¡Ahí está!, pensé. Por fin sé algo de ella. No tiene un rostro dulce.
Y desde ahí empecé a intuir por qué, y los conflictos que pueden
subyacer en alguien que no es dulce pero que es capaz de mostrar
ternura.
Volviendo a la cuestión básica: ¿qué quiere esta persona? Ahí radica la
complejidad de Brianna Randall Fraser, creo. La respuesta fácil sería
“quiere a su padre”, pero no es eso exactamente.
Si fuera una adolescente o una chica más joven, entonces sí. Pero es
una mujer joven, adulta, bien educada, con bastante confianza en sí
misma, y sola. Por supuesto tiene ese anhelo por un padre, como todas
las niñas, pero al mismo tiempo, sí ha gozado del amor de un padre, y es
un amor que ella además le ha devuelto a él.
Así que puede que quiera conocer a Jamie Fraser por curiosidad,
soledad, obligación, etc., pero no es el mismo sentimiento que el de una
mujer que nunca ha tenido un padre. Se siente completa, y sin embargo,
también anhela saber la verdad sobre sí misma y sobre la relación que
tuvieron sus padres.
Pero esa necesidad de saber se complica por culpa de sus sentimientos
hacia Frank. Muchos hijos adoptados no buscan a sus padres biológicos
por miedo a que sea de alguna manera una traición a su amado padre
real. Si a esto le añadimos la sensación de abandono provocada por la
desaparición de Claire en el pasado, tendremos a una joven con
sentimientos muy conflictivos: la necesidad urgente de saber enfrentada
a la de evitar todo este asunto, el amor por su madre contra un rencor
subconsciente por su partida y, finalmente, la curiosidad por Jamie
Fraser, en lucha con sus sentimientos de amor filial hacia Frank.
El resultado general de todo esto es que se vuelve muy reservada; se
enfrenta a estas necesidades que confluyen entre sí escondiéndolas.
Solo Roger –que también es adoptado, pero que tiene una posición firme
ante su propia historia- lo entiende.
Y así, poco a poco “encontré” a Brianna, sobre todo observando a Roger
mientras intentaba abrirse camino a través de las distintas capas de
autoprotección que se había impuesto Brianna.
¿ERES CLAIRE?
Evidentemente, hay muchísima gente que tiene la impresión de que toda
la ficción es, en esencia, autobiográfica. Creo que estas son las mismas
personas que quieren que se haga una versión cinematográfica de los
libros de la saga Forastera, porque quieren ver “cómo son Jamie y
Claire”.
Pero para responder a la pregunta…
¿Físicamente? Bueno, quitando nimiedades como altura, color de ojos y
pelo, textura del cabello, color de piel y constitución, por
supuesto…..quiero decir, obviamente las dos somos mujeres.
En términos de personalidad y actitud…bueno, como resultado de haber
sido educada en un hogar y una escuela conservadora católica, soy
absolutamente incapaz de decir tacos. Puedo decir “¡maldita sea!” en
situaciones de estrés extremo, como si se me cae una sartén de hierro
en el pie. Pero eso es todo. Por tanto, Claire dice tacos por mí. Como es
una persona de gran coraje y franqueza –cualidades que yo admiro, las
comparta o no- es capaz también de hacer cosas que yo misma no me
atrevería a hacer.
Aun así, la respuesta a la pregunta debe ser, obviamente, que sí. Todos
los personajes de un autor han de ser de alguna manera
manifestaciones del alma y las experiencias del autor; después de todo,
¿de dónde las sacaría si no?
Hay un grupo local de lectoras que me invitan una vez al año a tomar el
té, con el propósito de hacerme preguntas sobre lo que estoy
escribiendo. Una de esas veces, la conversación giró hacia Jack
Randall, y empezaron a hablar muy mal de él. “¡Es odioso!”, decían. “Es
una escoria, un ser humano tan terrible…. ¡le desprecio!”, y así una y
otra vez.
Mientras esto ocurría, yo permanecía sentada tranquilamente, dando
sorbos a mi taza de Earl Grey, pensando: No tenéis ni idea de que estáis
hablando con Black Jack Randall, ¿a que no?
¿De dónde vienen los personajes? A veces pienso que es mejor no
saberlo.
NOMBRES
Poner nombre a personajes de ficción nunca ha sido un problema para
mí; la mayoría, simplemente, tienen nombre desde el momento en que
los creo. Pero aun así, a veces soy capaz de identificar de qué lugar de
mi subconsciente pude sacar esta o aquélla perla en particular.
El proceso empieza pronto. Cuando decidí que tenía que tener un
personaje femenino, simplemente lo introduje, sin saber nada más que el
hecho de que era una mujer inglesa. Entró en una cabaña llena de
escoceses, que la miraron un poco alucinados. El líder se puso de pie y
se presentó a sí mismo educadamente como Dougal MacKenzie.
“Dougal” porque, en ese punto, conocía muy pocos nombres escoceses
apropiados, pero sabía que el nombre de mi marido –Douglas- era de
origen escocés, y que significa “habitante de las aguas oscuras”. Saqué
“MacKenzie” de un refrigerador de botellas que vi en el supermercado,
que tenía los colores y los cuadros de un tartán escocés (bueno, tened
piedad, solo llevaba escribiendo dos o tres días; todavía no había tenido
mucho tiempo para investigar).
Así que Dougal MacKenzie se puso de pie y se presentó preguntando,
con el ceño fruncido, quién era la visitante.
A lo que ella respondió, hablando con claridad: “Claire Elizabeth
Beauchamp. ¿Y quién demonios es usted?”.
Ahora, a toro pasado, creo que “Claire” fue el resultado de que acababa
de leer La casa de los espíritus, de Isabel Allende, que incluye un
personaje importante llamado Clara. Allende tenía fijación con este
nombre, y repetía “Claire, Clara, clarividente”, de vez en cuando durante
la historia (el personaje tenía un cierto talento sobrenatural). Esto creaba
un ritmo agradable, que probablemente seguía sonando en mi oído
interno, así que cuando Claire habló y se presentó, el nombre estaba
ahí, al alcance de mi mano.
“Beauchamp”, porque la cantidad mínima de investigación que había
hecho hasta entonces se refería a la relación francesa con Escocia y su
importancia en la Revuelta Jacobita. Parecía bastante adecuado darle un
nombre francés, de forma que más tarde pudiera echar mano de sus
conexiones francesas si fuera necesario (en este momento yo todavía
pensaba que era una mujer del siglo XVIII). En cualquier caso,
Beauchamp era el nombre de un profesor de matemáticas que tuve en la
Escuela Secundaria, y me había llamado mucho la atención el hecho de
que lo pronunciaba “Bichum”, en lugar de hacerlo en francés (“Bochan”),
a pesar de ser tan obvio el origen galo del apellido. Si quería una dama
netamente inglesa, aunque con un nombre francés, Beauchamp parecía
una buena decisión.
“¿Elizabeth?” Bueno, pegaba, eso es todo. Con lo cual, Claire Elizabeth
Beauchamp se apropió inmediatamente de la historia y empezó a
contarla ella misma. Como no podía discutir con ella, me decidí a
ofrecerle la menor resistencia posible, y la seguí la corriente para ver qué
sucedería a continuación.
Jamie recibió originalmente su nombre como un homenaje al personaje
de Doctor Who que me inspiró la época en la que transcurren los libros.
Este personaje, un muchacho escocés que se convirtió en el compañero
del doctor, se llamaba Jamie MacCrimmon, y aunque no tenía nada que
ver con el mío aparte de la nacionalidad y un cierto concepto muy
obstinado de la galantería masculina, me gustaba el nombre de pila,
Jamie.
Así que fue Jamie, pero con su apellido todavía en blanco. Como no
sabía nada de Escocia cuando empecé, no me animé a darle un apellido
hasta que supiera más sobre la historia de las Tierras Altas y sus clanes.
Siguió siendo “Jamie X” durante varios meses, de hecho, hasta que en el
curso de mis investigaciones me puse a leer El Príncipe en los brezos,
de Eric Linklater.
El libro contaba la historia de lo que le sucedió al Bonnie Prince Charlie y
a sus seguidores tras el desastre de Culloden. Incluida en la descripción
de aquellos desgarradores días encontré una conmovedora cita que más
tarde utilicé en Atrapada en el Tiempo: “Tras la batalla final en Culloden,
dieciocho oficiales jacobitas, todos ellos heridos, se refugiaron en la casa
vieja, y allí permanecieron durante dos días, sufriendo el dolor de sus
heridas sin curar; luego les sacaron al exterior y les fusilaron. Uno de
ellos, un Fraser del regimiento del Señor de Lovat, escapó a la matanza;
los demás fueron enterrados en los confines del páramo”.
Por aquél entonces ya había “visto” lo suficiente de esta historia para
pensar que debería terminar en Culloden, pero tenía la sensación de que
había algo más. Por eso, ante la poco probable posibilidad de que algún
día hubiera una secuela a este libro (¡ejem, ejem!….), pensé que podía
ser práctico que Jamie sobreviviera a la batalla, y que si este era el
caso…bueno, estaba claro que entonces su apellido tenía que ser
Fraser.
En cuanto a los demás personajes de los libros, algunos se denominan a
sí mismos sin referencias aparentes a ninguna cosa, otros los saco de la
niebla de mi memoria o de algún capricho raro, y a otros los selecciono
de forma bastante consciente, aunque estos nombres suelen pertenecer
a personajes menores.
Colum MacKenzie era otro personaje que me llegó pronto. Buscando un
nombre que sonara escocés, encontré “Colum” en una de las novelas de
James Clavell (La Casa Noble, creo), en la que una familia escocesa
tenía un hijo que se llamaba así. Mucho, mucho más tarde, cuando
vendimos el libro a un editor del Reino Unido y yo le pedí que lo leyera
un escocés, Reay Tannahill (quien leyó el manuscrito y aportó
comentarios muy valiosos), me informó de que, aunque era un nombre
gaélico, la manera escocesa de escribirlo era “Callum”; “Colum” es,
evidentemente, irlandés.
¡Vaya, hombre!….Lo cambiamos para la edición en el Reino Unido, pero
como la versión americana ya había alcanzado un punto demasiado
avanzado en el proceso de edición, lo mantuvimos, con el argumento de
que la manera de escribirlo no sería de importancia para los lectores
norteamericanos; y dada la cantidad de variantes en gaélico que había
encontrado, Colum, o Callum, no parecía algo muy importante.
Vi Doctor Who cuando lo volvieron a transmitir en nuestro canal local.
Dadas las diferencias de formato entre las series británicas y la
programación americana, los títulos de crédito de algunas series
importadas no se llegaban a ver, pues la retransmisión se cortaba para
que el canal local pudiera poner sus anuncios. Por tanto, no fue hasta
que terminé de escribir Forastera cuando descubrí el nombre del actor
que había hecho el papel de Jamie MacCrimmon: un tal Frazer Hines.
A medida en que seguía haciendo investigaciones mientras escribía las
novelas, me encontré con la leyenda del Gorropardo, el superviviente de
Culloden que volvió a sus tierras y vivió siete años escondido en una
cueva, protegido por sus leales arrendatarios. Me pareció una historia
muy romántica y apropiada, así que –taimadamente, como lo hacen los
novelistas- me la apropié y la adapté a mis propios intereses.
Muchos meses más tarde, me volví a encontrar con la historia del
Gorropardo, esta vez de una fuente diferente. Era más completa, y daba
también el nombre real del hombre al que se le conocía como el
Gorropardo: un tal James Fraser.
El hijo de Colum (o no…..), Hamish, recibió su nombre como homenaje
al héroe de las deliciosas novelas cómicas de M. C. Beaton, el policía de
las Tierras Altas Hamish MacBeth.
¿De dónde saqué nombres como Letitia y Maura? ¡Quién sabe!....yo no
lo sé.
Geillis Duncan fue, sin embargo, una decisión consciente. En el curso de
la investigación, había sabido de la existencia de una bruja escocesa,
ejecutada a finales del siglo XVI, llamada Geillis Duncan. Me gustó el
nombre, y además había visto una referencia de pasada en una de las
novelas de Dorothy Dunnett (a quien admiro mucho) a que el nombre de
Geillis era un nombre de bruja. En ese momento no tenía ni idea de que
la mujer que lo llevaba en Forastera también lo había elegido
deliberadamente, ¡y por la misma razón! Ella misma me lo dijo, tiempo
después, cuando se decidió a revelar su nombre real –o lo que yo debo
ahora asumir que es su nombre real- Gillian Edgars.
La Madre Hildegarde fue otra persona que se puso nombre a sí misma.
Una vez que decidí su profesión y sus aficiones, me puse a escribirla, y
el nombre “Hildegarde” se me aparecía una y otra vez quisiera o no.
Tonterías, pensé, ni siquiera creo que Hildegarde sea un nombre
francés. Debería ser Berthe, o Matilde o algo así. Pero no, era
“Hildegarde” y nada más.
Vale, dije, acostumbrada ya como estaba a personajes respondones. Lo
que tú quieras, Hildegarde. Siempre podemos cambiarlo más tarde, si el
editor me dice que no es francés.
Uno o dos años después, estaba en Londres, en una tienda llamada
Past Times, que se especializaba en la reproducción de arte y artefactos
de tiempos pasados. Tenían una hilera de grabaciones musicales,
composiciones que databan desde el siglo X hasta el XX, interpretados
con instrumentos antiguos y de acuerdo con las condiciones en que se
tocaban en la época en que fueron compuestos. Al encontrarlo
interesante, fui pasando de una en una…y me encontré una cinta de
canciones compuestas por…una tal Madre Hildegarde.
Hildegarde von Bingen, para ser exactos (si mal no recuerdo, mi
exclamación en ese momento fue: “¡Andá!, ¡Entonces no es francés!”).
Fue mística, compositora y abadesa en el siglo XVIII: la Madre
Hildegarde.
En cuanto a los personajes menores que no me hablan solos, a menudo
uitlizo un libro titulado Nombres cristianos escoceses, de Leslie Alan
Dunkling. Este título nos lleva un poco a la confusión, porque una buena
parte de los nombres escoceses no son en absoluto cristianos, sino que
tienen una raíz celta, mucho más antigua. El autor del libro en realidad
se refiere solo a los nombres de pila, y no a los apellidos, y sus
derivados, su significado y sus formas alternativas también van incluidas.
PERSONAJES HISTÓRICOS
Por supuesto, los nombres no son un problema cuando se trata de
personajes históricos. En estos casos, las principales dificultades derivan
de no hacer justicia a las acciones y personalidad de los muertos (o al
menos tratarlos con tanto respeto como parecen merecer) mientras, al
mismo tiempo, se les utiliza al servicio de la historia que se está
contando.
Este problema es tanto técnico como ético, aunque afortunadamente no
tenemos que preocuparnos por ser demandados por difamación.
Cualquier novelista que trata con personajes históricos tiene que
determinar cómo manejarlos, y por supuesto esto resulta más fácil si se
escribe poco sobre ellos, porque eso le permite al autor la máxima
flexibilidad.
El principal personaje histórico con el que yo trataba era, por su puesto,
Carlos Estuardo, una persona sobre la que se han escrito muchas cosas,
pero en su mayoría inexactas, idealizadas y muy engañosas.
Una diferencia importante entre hacer investigación histórica real y hacer
la que requiere la escritura de novela histórica es que en la última no hay
necesidad de ser muy quisquilloso con la fiabilidad de las fuentes. Pero
de todas maneras, un cierto sentido de obligación y respeto hacia los
personajes históricos –que fueron, al fin y al cabo, personas reales- nos
exige intentar al menos obtener información suficientemente correcta
sobre quienes fueron en realidad, y también no hacer nada para
desacreditarles, más allá de los límites de su propia reputación.
Tuve suerte de encontrar un libro llamado Bonnie Prince Charlie, de
Susan MacKean Kybett. Al parecer, era con gran diferencia la mejor
descripción que había de Carlos Estuardo; el libro es erudito (Kybett es
una respetada historiadora británica), extenso y, por suerte, muy fácil de
leer, y presentaba una imagen excelente tanto de Carlos como de la
situación política que rodeó al Alzamiento Jacobita.
Me he dado cuenta de que, cuando se hace investigación histórica,
aunque se puedan consultar cientos de libros, normalmente son solo
unos pocos los que llegan a ser extremadamente útiles. Bonnie Prince
Charlie fue uno de estos libros, y utilicé la representación que hizo Kybett
de Carlos Estuardo y de los demás jacobitas importantes como base
para mis propios retratos ficticios.
Aunque por supuesto era necesario inventar incidentes y diálogo en el
que intervenían Carlos y otros personajes históricos, intenté asegurarme
de que tales descripciones coincidieran con lo que se sabía de la
personalidad y las acciones de cada personaje. De ahí procede la
manera de hablar de Carlos Estuardo: aunque hablaba inglés, lo hablaba
mal, y con un pronunciado acento italiano. Aunque el incidente del tejado
y la mordedura de mono (en Atrapada en el tiempo) es inventado, el
romance con Louise de Rohan no lo era. El asunto del barco lleno de
oporto es inventado; las negociaciones con Manzetti el banquero y la
compra de los sables holandeses, no.
Con Simon Fraser, Lord Lovat (el Viejo Zorro), me relajé un poco más.
Es verdad que le endosé un nieto ilegítimo totalmente ficticio, pero
también lo es que la posibilidad de que tuviera hijos bastardos es
bastante consistente con lo que se sabe de su carácter. La descripción
general que aparece en el libro de su personalidad como alguien
taimado, sensual y políticamente astuto se basa en gran parte en
muchas historias sobre su vida y su comportamiento, aunque varían
considerablemente en detalle y fiabilidad.
Al mismo tiempo, la prostatitis que sirvió como principal excusa para no
unirse Carlos Estuardo fue totalmente invención mía.
Había estado leyendo un artículo en el club deportivo local sobre los
síntomas de la hinchazón de la próstata y de la prostatitis, que incluían
un comentario sobre lo común que era este problema en hombres de
más de 65 años. En seguida grité: “¡Eureka!”, me fui a casa y escribí la
escena en el Castillo de Beaufort (el castillo también tenía que ser
inventado, ya que el original fue destruido tras el Alzamiento, y por tanto
no lo podía investigar) en la que Claire emite su diagnóstico en la mesa,
mientras cenan.
El Joven Simon (El Joven Zorro) es también un personaje histórico real,
sobre el cual se sabe bastante. La mayor parte de las acciones por las
que se le conoce, sin embargo, tuvieron lugar en los últimos años de su
vida, en una época que sobrepasa, al menos hasta ahora, los límites de
mi historia. Sin embargo, tengo la impresión de que no hemos visto
todavía lo último del Joven Simon.
Luis XV fue obviamente un personaje histórico real. La descripción de la
ceremonia que tenía lugar cuando se levantaba por la mañana, las
costumbres de la corte, su comportamiento sexual (intercambiar
protección política por los favores de las esposas de los que la
pretendían) y su gran interés en lo oculto fueron todas ellas
características tomadas de varias fuentes históricas.
Dr. Fleche y su sirviente, Plato, fueron también personajes históricos
reales; el doctor, de hecho, parece ser el culpable de la muerte
prematura de muchos miembros de la familia real francesa.
El Conde de St. Germain fue un personaje de la época, con fama de
estar involucrado en asuntos oscuros, pero poco más se sabe
oficialmente de él. Por tanto, no tomé más que su nombre y sus poco
edificantes actividades, y lo demás me lo inventé. Diré, de paso, que otra
autora, Chelsea Quinn Yarbro, tomó al conde y le utilizó en la ficción
como vampiro, cuya inmortalidad le permite vivir en distintos períodos de
tiempo interesantes.
El Señor Forez fue un verdugo profesional, que vivía en Paris más o
menos al mismo tiempo que transcurre Atrapada en el tiempo. Encontré
una mención a él y una descripción de los requisitos para el arte del
ahorcamiento, y fui incapaz de resistirme a incluir la “grasa del hombre
ahorcado” en el libro, incluyendo también al Señor Forez.
El Gobernador Tryon de Carolina del Norte es, naturalmente, un
personaje histórico real. Aunque su conversación con Jamie es por
supuesto inventada, sí es verdad que tuvo una política muy agresiva
para otorgar lotes de tierra con el fin de civilizar y colonizar la zona
interior de la colonia. El texto oficial de estas concesiones –así como del
juramento requerido de los jacobitas vencidos- está extraído palabra por
palabra de los documentos históricos de la época.
Farquard Campbell, el amigo de Yocasta en Tambores de otoño, fue
también un personaje real, importante en los asuntos de la zona del Río
Cape Fear y muy influyente entre los montañeses que se asentaron allí.
Su vida personal, sin embargo –esposas, hijos, etc.- es inventada.
Otros personajes secundarios tomados de las páginas de la historia
están marcados en la Lista de Personajes de cada novela.
GENTE REAL
Hay un segundo tipo de Gente Real que aparece como personajes en
mis libros; se trata de los queridos y sufrientes amigos cuya paciencia y
resistencia me ha permitido ejercitar mi sentido del humor a costa suya,
incluyéndoles en mis historias.
John Simpson Senior y John Simpson Junior
John Simpson Junior fue uno de mis primeros amigos “electrónicos”, que
se distinguía por su amable ingenio y bella prosa, tanto como por el
estilo inusual de su nombre. Como compartía una relación muy estrecha
con su padre, John utilizaba a veces el “Junior”, tanto profesional como
personalmente (escribe historias literarias cortas y libros maravillosos
sobre ordenadores, y acaba de publicar una novela de misterio).
Por tanto, me quedé sorprendida y encantada cuando, durante mis
investigaciones sobre armas escocesas de época, me encontré una
mención a los Simpson, un equipo de padre e hijo que fabricaba
espadas y que vivió en Escocia a mediados del siglo XVIII, y que eran
famosos por la calidad de su obra. Ambos se llamaban John como
nombre de pila. Es por eso que escribí en Atrapada en el tiempo una
situación en la que aparecían estos maestros armeros, pero dándoles,
con el permiso de John, unas características físicas muy parecidas a las
de los Simpson contemporáneos.
Labhriunn MacIan
Labhriunn MacIan fue también uno de mis primeros contactos
electrónicos, quien fue tan amable de darme mi primera lección de
pronunciación gaélica cuando me explicó cómo se pronunciaba su
nombre: “Leivrian”. Aunque no le conocía bien, nunca le había visto en
persona y aunque desde entonces he perdido el contacto, sí tuvimos una
conversación telefónica muy larga, en la que me contó muchas cosas
sobre la herencia céltica, las islas Shetland (de las que él procedía) y
otras cosas que resultaron serme de gran inspiración para escribir los
libros. También me contó la historia de su abuelo, un gaitero ciego que
practicaba en la costa, haciendo que el sonido de su gaita rebotara en
los acantilados. Por tanto, puse al mismo Labhriunn en Atrapada en el
tiempo, en un pequeño papel de gaitero e incorporando al mismo tiempo
la historia de su abuelo.
Margaret Campbell
Evidentemente, este proceso de “canibalización” de personajes comenzó
con las conversaciones online. En una de estas, Margaret Campbell, una
vieja amiga mía, me confesó que siempre había tenido una ambición
infantil de ser el bicho raro de los carnavales, la persona que, por
ejemplo, arrancaba de un mordisco la cabeza de una gallina viva.
Alguien respondió en broma que, dadas las restricciones que
justamente exigen las organizaciones protectoras de animales, la única
oportunidad que tenía de cumplir con este sueño era “si Diana te escribe
de esta manera en uno de sus libros”.
Tengo que decir que yo también soy capaz de resistirme a sugerencias
malévolas de todo tipo. Pero no a todas.
Mi intención era escribir una sección del libro localizada en el Caribe. Por
tanto, era bastante razonable que introdujera una sesión de vudú, en la
que sería completamente apropiado describir el sacrificio de un gallo
negro, así que…bienvenido el oráculo del vudú, la Señorita Margaret
Campbell, novia del Capitán Ewan Cameron y hermana de “El demonio
de Edimburgo”.
Barry Fogden
De la misma manera, otro amigo “electrónico”, Barry Fogden, cometió el
error de mencionar en una conversación casual que su abuelo había
sido un pastor y que él, Barry, le había ayudado a menudo a cuidar a los
corderos en su juventud. Como la naturaleza humana es lo que es, esta
revelación provocó una reacción previsible de chistes entre los
habitantes del Foro Literario CompuServe.
Y por tanto, como la mente del escritor es así, el concepto de “oveja” me
llevó al concepto de “rebaño”, que a su vez evocaba la figura de un
sacerdote. Y necesitaba encontrar una manera de que Fergus y Marsali
se casaran. Por tanto, B. Fogden, en otra época pastor, actualmente
respetable y eminente poeta británico, se convirtió en el Padre Fogden,
un marginado con mala reputación, acompañado en las páginas de
Viajera por su perro, Ludo, y su…eh….su rebaño (Ludo es real; las
ovejas son de mentira).
John (Quincy) Myers
Uno de mis más viejos amigos “electrónicos” es el novelista John L.
Myers, quien –entre otros notables atributos- posee un aspecto físico
muy llamativo, con sus más de dos metros de estatura. John procede
además de Carolina del Norte, y me ayudó mucho proporcionándome
información adicional, historias de fantasmas y otros misterios que tienen
que ver con su lugar de nacimiento (estoy en deuda con John por la
historia de las Luces de las Montañas Pardas, que en grandes rasgos
inspiraron la historia del fantasma en Tambores).
Yo le devolví el favor creando a Johnnie Lee Myers, El hombre de la
montaña, y como es mi costumbre, le envié lo que escribí para que lo
aprobara antes de su publicación, preguntándole si había algún cambio
que hacer antes de que JLM apareciera impreso.
John contestó que el personaje de ficción era increíblemente similar en
apariencia –con su barba y su pelo ondulado- a su abuelo Quincy Myers,
que había sido recaudador de impuestos en las montañas de Carolina
del Norte. Me pidió que cambiara ligeramente su nombre, para incluir el
“Quincy” como un pequeño tributo hacia él. Así, el personaje que
apareció en Tambores de Otoño se llamó John Quincy Myers.
LISTA DE PERSONAJES
A
Barbabas Abernathy (m) último marido de Geillis Duncan, que murió en
circunstancias sospechosas, legando a su esposa Rose Hall (Viajera).
La Señora Abernathy de Rose Hall, el último nombre bajo el que
conocemos a Gillian Edgars/Geillis Duncan (Viajera).
Doctor Joseph Abernathy, el mejor amigo de Claire, a quien conoció en
la universidad de medicina y a quien le encarga años después el
cuidado de su hija (Atrapada en el tiempo, Viajera, Tambores de otoño).
Leonard Abernathy, hijo de Joseph Abernathy, un amigo de Brianna
(Atrapada en el tiempo, Tambores de otoño).
Abigail, una de las sobrinas nietas pequeñas de Jamie. Una niña
pelirroja sin pelos en la lengua (“le llamamos Pañuelo de mocos”, me
informó). (Viajera).
Absalom, un vaquero de MacRannoch (Forastera).
Don Armando Alcantara (m) el marido traicionado y abandonado de
Ermenegilda (Viajera).
Mina Alcott, viuda alegre de Kingston; asesinada por el Reverendo
Campbell en la recepción del gobernador (Tambores de otoño).
Juez Alderdyce, un juez muy importante, amigo de Yocasta Cameron, a
quien ella considera un buen posible marido para Brianna (Tambores de
otoño).
Señora Alderdyce, la madre viuda del Juez Alderdyce, que está
deseando que se case con Brianna con la esperanza de conseguir un
nieto (Tambores).
“Viejo Alec”, véase “Alexander MacMahon MacKenzie”.
Capitán Alessandro, un nombre ficticio de Jamie, cuando se une
temporalmente a la guarnición española de la isla de La Española
(Viajera).
“El Joven Alex” un muchacho que sirve en el Castillo de Leoch
(Forastera).
Etienne Marcel de Provac Alexandre, uno de los alias utilizados por
Jamie Fraser en Jamaica, donde asiste a la recepción del gobernador
disfrazado de plantador francés de Martinica (Viajera).
Aline, la cuñada de Simon Fraser (Atrapada).
Dama Aliset (m), una figura legendaria, la “Dama Blanca” de las Tierras
Altas (Atrapada).
Rufus Allison, dueño de la Taberna Lime Tree, donde Lord John Grey y
Jamie acuden para interrogar a Duncan Kerr (Viajera)
+ Richard Anderson, de Whitburgh, el hombre que mostró al ejército de
las Tierras Altas un camino secreto a través del campo en Prestonpans,
que hizo posible coger a los ingleses por sorpresa (Atrapada).
“L’Andouille”, “La salchicha”, un personaje francés de la corte conocido
por sus preferencias sexuales (Atrapada).
Señora Andrews, secretaria del Doctor McEwan en el Instituto de
Estudios de las Tierras Altas, donde Gillian Edgars comenzó sus
investigaciones sobre el círculo de piedras (Atrapada).
Hermana Angelique, una monja en el Hospital de los Ángeles
(Atrapada).
Tío Angus, un perro de peluche de la raza Terrier de Aberdeen,
compañero de la infancia de Roger (Tambores).
Angus Mhor (“Angus el grande”), el sirviente personal, guardaespaldas
y hombre para todo de Colum. Por cierto, “Mhor” no es un apellido, sino
un adjetivo gaélico (Forastera, Atrapada).
Anne, sirvienta de Geillis Duncan (Forastera).
Padre Anselmo, un sacerdote que está de visita en la Abadía de Ste.
Anne de Beaupré y que habla con Claire sobre la moralidad de los viajes
en el tiempo (Forastera).
Señor y Señora (Marie) d’Arbanville, integrantes del círculo social de
los Fraser en París (Atrapada).
Arnold (y Harry), desertores ingleses que encuentran y atacan a Jamie
y Claire (Forastera).
+ Señor Arouet, (alias Voltaire), (m), filósofo y crítico del siglo XVIII
(Viajera).
Atlas y Hércules, esclavos gemelos, que pertenecen a Geillis Abernathy
en Rose Hall (Viajera).
C
+ Archie Cameron (m), hermano de Lochiel, médico que atendía al
ejército de las Tierras Altas; posteriormente ejecutado por su papel en el
Alzamiento (Atrapada).
Ewan Cameron, soldado jacobita, uno de los amigos de Jamie durante
el Alzamiento, amante de Margaret Campbell (Atrapada, Viajera).
Hector Cameron, tío de Jamie Fraser por su matrimonio con Yocasta
Mackenzie Cameron, su tía (Tambores).
Hugh Cameron (m) Jefe del clan Cameron, un jacobita (Atrapada).
+ Jenny Cameron hermana del jefe del clan Cameron; habiendo oído
que el Príncipe Carlos había llegado a Glenfinnan, reunió a trescientos
Cameron y les unió a la causa jacobita. (Atrapada).
John Cameron (m) primer marido de Yocasta Mackenzie (Forastera).
Reverendo Archibald Campbell, exsoldado de la corona inglesa,
convertido en religioso y también en asesino (ver “El demonio de
Edimburgo”). Amante hermano de la loca señorita Margaret Campbell, a
quien se lleva al Caribe con la esperanza de que recobre el juicio
(Viajera).
+ Farquard Campbell, miembro prominente de la comunidad escocesa
de Cape Fear, y amigo íntimo de Yocasta Cameron. Un hombre
cumplidor con la ley y de escrupulosa conciencia, es magistrado del
condado, así como plantador (Tambores).
Margaret Campbell, hermana de Archibald Campbell. Devota de la
causa jacobita, abandona su hogar para seguir a un soldado de las
Tierras Altas del que está enamorada (Ewan Cameron), pero cae en
manos de las tropas gubernamentales, que la ultrajan y la dan por
muerta. Sobrevive al ataque y pierde la razón, pero su mente vacía
resulta ser el lugar ideal para que se alojen los loas, los espíritus del
vudú a quienes convoca Ishmael, el houngan (Viajera).
Ronnie Campbell, uno de los numerosos hijos de Farquard Campbell,
que informa a Jamie de la muerte de Byrnes (Tambores).
Angus Walter Edwin Murray Carmichael, uno de los nietos de Ian y
Jenny, hijo de su hija Maggie (Viajera).
+ du Carrefours (m), un siniestro personaje francés, con reputación de
estar involucrado en todo lo oculto, quemado por brujería en París unos
años antes (Atrapada).
Due di Castellotti, un noble italiano de vida disipada; compañero de
Carlos Estuardo en sus borracheras por París (Atrapada).
Hermana Cecile, una monja en el Hospital de los Ángeles (Atrapada).
Hermana Celeste, una monja en el Hospital de los Ángeles (Atrapada),
“El bello príncipe Carlos”, ver “Carlos Estuardo”.
Sr. Cheesewright (m) el tutor de Roger Wakefield en Oxford (Viajera).
Cabo Chisholm (m) un paciente de Claire, a quien atendió durante la II
Guerra Mundial (Forastera).
Geordie Chisholm (m) ex prisionero de Ardsmuir, que quiere
establecerse en el Cerro Fraser. Jamie y Duncan Innes valoran si
aceptarle a él o a Ronnie Sinclair (Tambores).
Bart Clancy (m) el pequeño y odioso hijo de la Sra. Clancy, la secretaria
del Departamento de Historia (Viajera).
Señora Clancy (m), la secretaria del departamento de historia donde
trabaja Frank en Boston (Viajera).
Clarence, la mula de Jamie, una criatura muy sociable, que saluda con
mucho estruendo (Tambores).
Claudel, ver “Fergus”.
Duquesa de Claymore (m), una noble inglesa que visita la corte
francesa (Atrapada).
+ Clanraland (m) un prominente jefe jacobita (Atrapada).
+ Papa Clemente (m), que apoya a los católicos Estuardo (Atrapada).
Clotilda, portera de Geillis Abernathy en Rose Hall (Viajera)
Señora Cooker (m), mencionada como la cocinera de Lallybroch,
aunque también aparece como “Señora Crook” (Atrapada, Viajera).
+General Jonathan Cope (m), comandante del ejército inglés en
Prestonpans; derrotado por las fuerzas de las Tierras Altas, muy
inferiores en número (Atrapada).
Dr. Clouseau3 (m) el médico de Louise de Rohan, a quien llamó para
que atendiera a Claire, pero de quien Claire escapa (Atrapada).
Brodie Cooper, uno de los tripulantes del Artemis (Viajera).
Justice Conant, magistrado del juzgado donde un recaudador de
impuestos le pone una falsa demanda a Fergus por no pagar impuestos
(Tambores).
Nellie Cowden mujer a quien el Reverendo Campbell encarga que sea
la acompañante de su hermana Margaret durante el viaje al Caribe
(Viajera).
Sr. Crook, un hombre mayor que lleva a Claire de excursión botánica
por las Tierras Altas, y de paso le enseña el círculo de piedras de Craigh
na Dun (Forastera).
Sra. Crook (alias Sra. Coker; ver “Erratas”), cocinera en Lallybroch, que
muere a causa de las penurias en la época posterior a Culloden
(Viajera).
+ William Augustus, Duque de Cumberland (m), líder de las fuerzas
militares del Rey Jorge, empeñado en aplastar la Rebelión jacobita
(Atrapada, Viajera).
D
Joey el Bobo (m), un mendigo que está mal de la cabeza, a quien se
convence para que entre en la bodega de una casa grande que se está
construyendo en Inverness, donde muere aplastado para que sirva como
sacrificio de sangre para su fundación (Forastera, Tambores).
Myra Dalrymple (m) una mujer muy cotilla residente en Kingston
(Viajera).
Albert Danton, el criado personal del Duque de Sandringham, líder del
grupo que ataca a Claire y Mary Hawkins en la Calle de Faubourg St. –
Honoré (Atrapada).
Danu (m) la diosa celta de la suerte (Tambores).
Daphne (m) prostituta de Edimburgo cuyo vestido toma Claire prestado,
cuando el suyo propio queda dañado en una pelea en un café (Viajera).
Reverendo Davies (m), un sacerdote de Kingston (Viajera).
Cabo Dawes (m) el soldado encargado de azotar a Jamie Fraser en
Ardsmuir por poseer de un trozo de tartán (Viajera).
Sr. Dixon, pagador del Gloriana (Tambores).
Justice Dogdson (m), juez corrupto, víctima de la violencia a manos de
una banda de Reguladores (Tambores).
Drusus, uno de los esclavos de Yocasta (Tambores).
Duff, un tripulante del Gloriana (Tambores).
Arthur Duncan, Procurador Fiscal de Cranesmuir, esposo de Geillis
Duncan, es envenenado con cianuro en una cena en Leoch (Forastera).
Geillis Duncan (también llamada Gillian Edgars), esposa del Procurador
Fiscal de Cranesmuir; amiga de Claire y supuesta bruja. Sentenciada a
la hoguera, su embarazo le libra temporalmente de la muerte. Da a luz a
un hijo de Dougal MacKenzie. Posteriormente escapa a Paris con la
ayuda de Dougal, y se las arregla para llegar al Caribe, donde intenta
volver a su propio tiempo en una confrontación final con Claire en la
cueva de Abandawe (Todos).
+ Dundas (m) Sir Henry Dundas, una figura importante de la política
escocesa durante la segunda mitad del siglo XVIII (Viajera).
Geneva Dunsany, hija mayor de la familia Dunsany, de Helwater; se
encapricha con Jamie y le obliga a acostarse con ella por medio del
chantaje. Queda embarazada y da a luz a un hijo (William), pero muere
en el parto (Viajera).
Gordon Dunsany (m) hijo de Lord Dunsany y heredero de Helwater;
muerto durante el Alzamiento. Amigo de Lord John Grey (Viajera).
Isobel Dunsany, hija pequeña de Lord y Lady Dunsany de Helwater,
hermana pequeña de Geneva Dunsany. Tras la muerte de su hermana
en el parto, se convierte en la madre adoptiva del hijo de su hermana,
William, y más tarde se casa con Lord John Grey, que se convierte así
en padre adoptivo y guardián del muchacho (Tambores).
Lady Dunsany, madre de Geneva e Isobel, abuela de Willie, de cuya
paternidad tiene sospechas. Se ofrece para conseguir el perdón de
Jamie para que pueda abandonar Helwater (Tambores).
Lord Dunsany, un aristócrata menor y más bien pobre, que acepta a
Jamie Fraser (que se hace llamar Alexander MacKenzie) como mozo en
su propiedad, Helwater, como favor hacia Lord John Grey. Concierta el
matrimonio de su hija Geneva con el viejo conde de Ellesmere,
esperando que se convierta pronto en una viuda joven y rica….y
condesa (Tambores).
Cabo Dunstable, uno de los soldados de John Grey en Ardsmuir,
responsable de buscar artículos de contrabando en las celdas de los
prisioneros (Viajera).
Señora Dunvegan (m) esposa del ministro de la Vieja Iglesia de
Inverness; conocida de Roger Wakefield (Tambores).
+ Señor Duverney el viejo, Ministro de Finanzas de Luis XV (Atrapada).
+ Señor Duverney el joven, hijo de Duverney el viejo, exitoso banquero
(Atrapada).
P
Sr. Pamplemousse11 funcionario francés de rango menor (Atrapada).
Sra. Patterson, propietaria del Worlds End Pub en la Milla Real en
Edimburgo (Viajera).
Paul, paje de la Condesa de St. Germain (Atrapada).
Madame de Pérignon, miembro de la corte francesa (Atrapada).
+Duque de Perth (m), otro de los comandantes del ejército de Carlos
Estuardo (Atrapada).
Peter, un vaquero, que ve un monstruo en el Lago Ness junto a Claire, y
que luego testifica contra ella en el juicio por brujería (Forastera).
Phaedre, esclava personal de Yocasta Cameron. Observadora e
inteligente, se convierte en aliada secreta de Claire, contribuyendo a
descubrir el paradero de la esclava huida Pollyanne (Tambores).
+Felipe, Rey de España, el tercero de los monarcas Borbón, tiene lazos
(reconocidos con reticencia) con la dinastía católica de los Estuardo
(Atrapada).
+Sra. Pinckeny (m), propietaria de una plantación en Carolina del Sur,
famosa por haber introducido la producción de seda doméstica
(Tambores).
Ping An (“El Pacífico”), un pelícano domesticado; es el animal de
compañía del Sr. Willoughby, a quien utiliza para pescar, pero que odia
los ruidos (Viajera).
+Lord Pitsligo (m), simpatizante jacobita, que proporcionó hombres
para el ejército de Carlos Estuardo (Atrapada).
+ Plato, asistente médico del Sr. Fleche.
Pollyanne, esclava recién llegada de África, con mucho talento para
sanar y utilizar hierbas. Vive en las cabañas de los esclavos cerca del
aserradero, y se convierte a la vez en excusa y en chivo expiatorio del
asesinato de Lissa Graver en el aserradero. Para salvarla de ser
ejecutada bajo la ley del derramamiento de sangre, los Fraser se la
llevan escondida a las montañas, donde John Quincy Myers encuentra
para ella un lugar para que viva refugiada entre los Tuscarora
(Tambores).
Pompey, uno de los esclavos que trabajan en el campo de trementina de
River Run; quedó desfigurado en una explosión (Tambores).
Capitán Portis, capitán de uno de los barcos de Jared (Atrapada).
Elias Pound, joven marinero que ayuda a Claire durante la epidemia de
fiebres tifoideas a bordo del Marsopa, antes de morir él mismo de la
enfermedad (Viajera).
Sr. Y Sra. Prudhomme, miembros de la corte francesa, que asisten a la
ceremonia de compra de purasangres en Argentan con Jamie y Claire
(Atrapada).
Q
1 No es sorprendente, dado el increíble número de ellos. Yo misma no
mía.
3 Aquí quise hacer un guiño al personaje cómico del Inspector Clouseau.
un personaje contemporáneo.
9
Aunque se creó como personaje puramente ficticio, de hecho un
Duncan MacDonald (del regimiento del Señor de Lovat) sí murió en
Culloden, como descubrí tiempo más tarde, después de escribir Viajera.
10 También conocida despectivamente como “Leg hair”, (Nota del
Traductor: o “Laguarri”, por muchas lectoras que parecen tener algo
contra ella.
11 De vez en cuando, un lector de habla francesa pregunta si me había
dado cuenta de que, en francés, este nombre significa “Sr. Pomelo”. Sí,
lo sabía.
12 Harry Quarry aparece otra vez, junto con Lord John, en la primera
durante ese período. Por casualidad, mi amigo John E. Simpson, que fue
tan amable de permitirme utilizar su imagen, también es Junior.
17 Por casualidad, este es también el nombre, algo alterado, de una
novelista de misterio muy popular cuyos libros tuve en mis manos
mientras escribía la escena que trata de las víctimas de los círculos de
piedras. El subconsciente es algo extraño y maravilloso.
RECIBO CARTAS….
-D.G.
El horóscopo es un mapa geocéntrico de los cielos en un momento y
en un lugar en particular. Todos los planetas en la parte baja del mapa
están por debajo del horizonte; los que están en la parte superior
están por encima. Por tanto, alguien nacido por la noche tendrá el sol
en la mitad inferior. Los signos del zodíaco forman un trasfondo para
los planetas, y por tanto cada planeta está “en” un sitio concreto.
Además, debido a la rotación de la tierra, los signos parecen también
rotar, de forma que cada uno se eleva sobre el horizonte durante
veinticuatro horas.
El signo que está elevándose en el momento del nacimiento se llama
Ascendente, y es una parte importante de la lectura de una carta
astral.
El cálculo de la carta es principalmente matemático (a menos que se
utilice un programa informático; yo tengo uno, pero a menudo me
gusta hacer yo misma los cálculos, para poder “sentir” la carta). La
explicación puede tener más sentido si describo lo que he hecho en la
carta con los cálculos en ella escritos.
Primero, el momento del nacimiento se expresa con la Hora del
Meridiano de Greenwich (GMT)4 (no necesariamente para la carta
astral de Jamie). Hay que ajustarlo para que incluya factores de la
longitud del lugar de nacimiento, para conseguir una hora sideral o
tiempo estelar final, que se expresa en un reloj de veinticuatro horas.
Para averiguar la situación correcta de los signos del zodiaco en la
carta astral, esta hora sideral ha de buscarse en un libro de Tablas de
Casas. Aquí vemos el grado correcto de cada signo para ponerlo en la
cúspide de cada uno de los doce segmentos que se extienden por la
carta, llamados Casas. El grado, y a veces el signo en cada cúspide,
cambia con la latitud para el mismo tiempo sideral utilizado. Las tablas
aparecen en grados de latitud enteros, así que tienes que calcular la
diferencia para la latitud exacta con la que estás trabajando. Veremos
en la carta de Jamie que la Tercera Casa contiene todo el signo de
Capricornio entero, y todo el Cáncer está dentro de la Novena Casa.
Esto se llama interceptación, y ocurre en latitudes de más de 50
grados, norte o sur.
Finalmente, es necesario calcular las posiciones de los planetas y
ponerlos en la carta. Las posiciones de los planetas a medianoche (o
a veces al mediodía) para cada día se encuentran en un libro llamado
Efemérides. Para calcular el lugar exacto para cada uno, la hora del
nacimiento (GMT) se expresa como una fracción de veinticuatro
horas. Se calcula hasta donde se mueve el planeta en el período de
veinticuatro horas, que incluye la hora del nacimiento, y luego se
multiplica este resultado por la fracción obtenida anteriormente.
Por ejemplo, para alguien que haya nacido a las 6 de la mañana, será
el 0.25 del día. Si el planeta se mueve 1 grado en veinticuatro horas,
el movimiento a las 6 de la mañana es de quince minutos. Para los
que nacen muy lejos del Meridiano de Greenwich, la fecha de
nacimiento utilizada puede en realidad ser el día anterior o el día
después. Aquí, en el sur de Australia, vamos 9.5 horas por delante de
Greenwich, así que alguien nacido, digamos, a las 2 de la mañana de
un 9 de octubre, usaría un GMT tiempo/fecha de 4.30 de la tarde el 8
de octubre.
La construcción de una carta astral es un ejercicio matemático, pero
su interpretación depende del astrólogo. Cada planeta está asociado
con una variedad de objetos y principios, y cada signo proporciona
unas ciertas cualidades a los planetas en ese signo. La Casa es el
área de la vida de la persona en la que opera el planeta. Por ejemplo,
Mercurio representa (entre otras cosas) comunicación, sentidos,
intelecto, viaje, escritura y habla. Las cualidades de Tauro incluyen ser
terco, paciente, riguroso, práctico y estable. Así que a alguien con
Mercurio en Tauro le gusta tener todos los datos y pensar muy bien
las cosas antes de tomar una decisión (riguroso y paciente,
inteligente, estable. Nada de decisiones rápidas). Esta persona
aprende más haciendo que escuchando o leyendo (intelecto práctico),
y raramente abandona un proyecto (tenaz). Su memoria es buena, y
es normalmente apto para los negocios y la gestión (práctico y
riguroso en la comunicación).
Por supuesto, hay que considerar toda la carta astral, así que si hay
otros factores que indican que esta persona será impulsiva, lo que
acabamos de describir habrá que atenuarlo un poco.
Finalmente, si Mercurio está en la Séptima Casa, que es la casa de
las relaciones, habrá buena comunicación dentro del matrimonio, y su
compañero/a será intelectualmente parejo, ingenioso y con mucho
talento. Esta posición indica una buena comunicación con el público,
en áreas como las asesorías y la ley.
La otra consideración importante es el ángulo entre los planetas,
llamado aspecto. Los aspectos más importantes son:
0 grados-conjunción
60 grados-sextil
90 grados-cuadrado
120 grados-trígono
180 grados-oposición
El ángulo no tiene que ser exacto necesariamente. Para todos
excepto para el sextil, la órbita normal, o la cantidad de diferencia con
lo exacto que se permite, es de 8 grados; para el sextil es 4 grados.
Estos números no son absolutos. Algunos astrólogos aplican 10
grados si también aparecen el sol o la luna, otros aplican 6 grados
para todos los aspectos, pero los que yo utilizo son comunes.
Los aspectos se muestran en las cartas de la manera siguiente; el
negro es, bien para la oposición o bien para el cuadrado, el gris
uniforme es para el trígono y el gris puntillado es el sextil. Las
conjunciones se muestran dentro de un paréntesis. Antes de dibujar
las líneas, marco los aspectos en el diagrama en la esquina inferior
derecha de la carta con sus cálculos.
Los aspectos se consideran como algo armonioso y fluido (gris) o
desafiante y estimulante (negro). El grado de armonía o falta de
armonía depende bastante de los planetas involucrados, ya que
algunos se complementan unos con otros y otros son menos
compatibles.
Los aspectos no siempre parecen estar en el ángulo correcto cuando
se les dibuja en la carta, pero esto es porque las casas se dibujan del
mismo tamaño; en realidad unas son más grandes que otras.
Así que, al leer la carta, la posición del planeta por signo y casa y la
relación angular con otros planetas, además del Ascendiente, deben
todos ellos tomarse en consideración para todos los planetas uno a
uno.
Normalmente no hago predicciones, pero hay dos tipos principales.
Una es una carta para un año, ya sea una carta de retorno solar, que
es una carta para el momento en el que el sol vuelve a exactamente
el mismo grado en el que estaba en el momento del nacimiento, o una
progresión, que confieso que no he aprendido a hacer nunca.
El segundo método trata de mirar los aspectos que los planetas hacen
en este momento a los planetas en la carta de nacimiento. Por
ejemplo, el sol de Jamie está a 11 grados 12’ Tauro, así que cuando la
posición actual del sol (llamada el sol en tránsito) es 11 grados 12’
Virgo, el sol tránsito es sol natal trígono. Estos tránsitos pueden ser
interpretados como los aspectos en la carta de nacimiento, para dar
una idea de las tendencias posibles de la vida de uno en un momento
concreto. Esto nos da una idea general de cómo funciona la astrología
y cómo se interpreta una carta astral. El resto es una interpretación de
las cartas astrales de Jamie y Claire.
Probablemente merece la pena mencionar que el horóscopo muestra
las inclinaciones y naturaleza básica de una persona, pero eso no
quiere decir que esa persona no tenga una voluntad libre. Si a alguien
no le gusta una parte concreta de su comportamiento, nada en la
astrología dice que no se pueda cambiar. Sin embargo, en momentos
de tensión, la gente normalmente vuelve a su ser instintivo.
Venus en la Novena Casa
Es un filósofo que goza de una buena educación y que ama la
religión. Posiblemente se casará con una extranjera y viajará mucho.
Marte en Piscis (Marte representa acción y agresión, iniciativa y
energía).
Esta es probablemente la única parte de su carta astral que no
coincide con la personalidad descrita de Jamie. Le proporciona un
exceso de emotividad, una tendencia a seguir atascado en
resentimientos pasados. Estas personas son muy sensibles y carecen
de seguridad en sí mismos. ¡Esto no lo es Jamie Fraser de ninguna
manera!
Marte en la Cuarta Casa
Es patriota y puede tener un pasado militar. Es un hombre muy hábil
con sus manos y pasará mucho tiempo haciendo cosas en el hogar.
Tiene una constitución fuerte y muchísima energía, que conservará
hasta que sea viejo.
Júpiter en Libra (Júpiter representa expansión, educación,
benevolencia y protección).
Esta persona es popular y muy querida, y se le da bien tratar con la
gente, a quien convence con facilidad de los méritos de sus propias
ideas. Buen conversador, necesita una compañera, y su matrimonio
será duradero. Es sincero y tiene un gran sentido de la justicia.
Júpiter en la Primera Casa
¡Qué hombre más maravilloso! Es optimista y sociable, y siempre mira
el lado bueno de la vida. Es honesto, fiable y amable, y tiene un aire
de dignidad. Es un líder natural, y tiene convicciones morales y
religiosas muy fuertes. Es abierto de mente y de buen sentido del
humor. Finalmente, tiene una tremenda fuerza vital y es bueno para
los deportes (increíble, pero esto también se encuentra en cualquier
libro de astrología).
Saturno en Sagitario (Saturno representa la necesidad de seguridad,
precaución y el aprendizaje a través de la experiencia).
Esta posición proporciona buena concentración y disciplina intelectual.
Intenta ceñirse a una moral honorable y estricta. Se gana lo que
consigue gracias a la dedicación y el trabajo duro. Su reputación
personal es importante para él, y le hace mucho daño que se le acuse
de algo injustamente.
Saturno en la Segunda Casa
Aquí aparece la necesidad de trabajar duro para poder ganarse la
vida. Es astuto en los negocios, y le gusta conservar el dinero del que
dispone. Puede que haga adquisiciones de propiedad, especialmente
en años avanzados de su vida. También aparecen beneficios
materiales alcanzados a través de personas que se encuentran en
posiciones de poder.
Los planetas exteriores no se conocían en la época de Jamie. Como
estos planetas se mueven despacio, pasan muchos años en cada
signo, así que todos los nacidos en un período de varios años tendrán
el mismo signo para el mismo planeta. Esto hace que la posición de la
casa sea más importante de lo normal.
Urano en la Duodécima Casa
Es un intelectual que funciona de manera inusual y a menudo tras las
bambalinas. Puede tener aventuras amorosas secretas o pertenecer a
sociedades ocultas. Le gusta saltarse los convencionalismos y las
limitaciones.
Neptuno en la Octava Casa
Es una persona receptiva e intuitiva que tiene un carisma misterioso
que le ayuda a conseguir el apoyo de los demás.
Plutón en la Undécima Casa
Es una persona muy leal que está interesada en movimientos
reformistas y mejoras sociales. Sus amigos son importantes para él y
puede ser un líder de grupo.
Aspectos
El sol es trígono a la luna, lo que demuestra un equilibrio entre el ego
y las emociones y que la persona se siente a gusto entre hombres y
mujeres por igual.
La comunicación es fácil; puede aprender del pasado y normalmente
se sentirá feliz consigo mismo. También demuestra su fortaleza (el
Sol) y su gentileza (Luna). El Sol está también en el cuadrado del
mediocielo (el punto situado directamente en la parte superior de la
carta astral), lo que indica conflicto con la autoridad y algunas
dificultades con su reputación pública.
La Luna está al cuadrado de Urano, lo que puede provocar relaciones
emocionales inusuales. Es una persona intranquila, que puede tener
distintos cambios en su residencia, y tiene gran habilidad intelectual,
pero es muy obcecado. Tiende a una concepción del matrimonio
según el viejo estilo, donde el marido es quien tiene toda la autoridad.
Mercurio es sextil a Venus, posición que proporciona cualidades
sociales y encanto, así como una personalidad refinada y fácil. Juzga
con justicia, pero sabe ceder. Tiene una voz tranquilizadora.
Mercurio está también opuesto a Júpiter y a Urano. Este es uno de
esos casos en los que hay que leer toda la carta, porque estos
aspectos indican una falta de consideración por los demás,
arrogancia, y una persona que no puede tomar decisions. Como veis,
hay muchos otros factores en la carta de Jamie que contradicen esto,
así que yo normalmente consideraría que él es una persona más
adepta a decir lo que piensa directamente (no como un Tauro), y quizá
se mete en problemas precisamente por ser franco.
Mercurio también está opuesto al Ascendiente, lo que le impulsa a
buscar una esposa inteligente, definitivamente alguien con quien
pueda hablar. Se le da bien comunicarse con la gente y tiene ingenio
y habilidades para la conversación.
Venus es trígono con Marte, lo que indica que es una persona
afectuosa y cálida. Es fiel en su matrimonio, y la parte física es
importante para él. Disfruta de la vida familiar, pero también necesita
independencia. Este aspecto produce felicidad en el amor y el
matrimonio. También tiene muchísimo sex appeal (¡Iba a decir que las
mujeres le encuentran atractivo, pero algunos hombres también!).
Venus es también trígono con Júpiter. Esto significa que es alegre y
optimista, pero que puede ser serio cuando es necesario. Es elegante,
generoso, popular y bueno con la gente. No muestra sus problemas al
exterior, y los demás pueden no darse cuenta de que los tiene.
Necesita honestidad entre él y su amante, y le gusta la armonía en los
asuntos matrimoniales y domésticos. Una vez más, aparece su voz
agradable y calmante.
Venus es trígono con Urano, lo que le da de nuevo una visión
optimista, pero es alguien que puede aceptar sus responsabilidades.
Tiene una personalidad magnética y es atractivo para las mujeres. Se
casará bien, pero posiblemente con alguien que es en alguna manera
inusual, y encuentra un entendimiento mutuo y fiel. Esto es un signo
de buena suerte.
Con Venus cuadrado a Plutón, tendrá relaciones emocionales y
sexuales intensas. Puede que sus romances tengan mucho que ver
con el destino, y se enamorará de alguien que ya esté comprometido
con otro. Las limitaciones sociales pueden interferir con su felicidad
personal.
Finalmente, para Venus, es trígono con el Ascendiente, y esto le da
nuevamente el carácter de una persona sociable y encantadora que
es buen anfitrión y disfruta de las cosas refinadas de la vida. Esta
posición fortalece la belleza y el encanto. Amigos, hermanos e hijos
son todos muy importantes para él. Tiene una amabilidad en el trato
que los demás encuentran seductora, y parece atraer a la felicidad.
Marte es trígono con Júpiter, lo que indica una persona orgullosa,
honorable y con mucha confianza en sí misma que es un buen líder,
con fuerza física y mucha energía. Le interesan los deportes, los
viajes y la aventura, y es optimista y entusiasta. Tiene deseos físicos
fuertes, pero pide algo más de una relación: quiere compartir mente,
cuerpo y alma.
Marte es cuadrado con Saturno, que puede traer consigo apatía y
problemas, pero todo ese optimismo y energía de la que hablamos
antes tiende a compensarlo. Este aspecto puede predisponer a esta
persona hacia la violencia, accidentes y huesos rotos. Es posible que
se dedique a una profesión peligrosa, posiblemente una carrera
militar. Es probable que hayan perdido a uno de sus progenitores a
edad temprana.
Marte es trígono con el Ascendiente, y esto le otorga una constitución
fuerte y mucha fuerza de voluntad. Se dedica a las cosas en cuerpo y
alma, y lleva una vida muy activa. Inspira confianza en los demás y es
capaz de persuadirles de su punto de vista.
Júpiter está en conjunción con el Ascendiente, lo que nos habla de un
hombre que destaca en asuntos que requieren destreza física. Es
sociable y simpático, pero quiere que los demás respeten sus
principios éticos y morales. Le gusta viajar y estar al aire libre. Esta
posición, con Júpiter en la Primera Casa, le procura gran altura y
buena presencia.
Saturno es trígono con el mediocielo, lo que le convierte en paciente y
meticuloso, y se enfrenta a los problemas de manera sistemática.
El último aspecto es Plutón trígono con Neptuno, pero esto se aplica a
cualquiera que haya nacido durante una larga serie de años, quizá
una generación entera.
Sé que puede parecer que me he inventado muchas cosas para que
cuadren, pero yo misma me quedé bastante sorprendida por los
resultados, y consulté varios libros para estar totalmente segura de
mis conclusiones.
El sol en Libra
Esta persona funciona mejor en compañía, aunque manteniendo su
individualidad. Lo más probable es que esté casada, a veces más de
una vez. Es normalmente diplomática, sociable y gregaria, pero la paz
y la armonía son importantes para ella, y hará lo posible para no
causar problemas. Los Libra están interesados en psicología y
relaciones humanas, les gusta analizar la sociedad y el
comportamiento de los demás, y a menudo son buenos consejeros.
Tienen una visión intelectual sobre la vida, pero siempre pueden ver
las dos caras de cualquier situación, así que a veces les es difícil
tomar decisiones.
El sol en la Novena Casa
Esto indica una persona que está interesada en otras culturas y
tradiciones. Es aventurera, posiblemente viaja mucho y puede
casarse con un extranjero. Tiene fuertes convicciones morales y es
una buena maestra, interesada en incrementar su propia educación.
Puede tener fuertes visiones del futuro, y está abierta a nuevas
experiencias.
La Luna en Tauro
Esto muestra una persona que tiene emociones estables y es muy
voluntariosa, hasta el punto de ser obstinada. Raramente toma una
decisión rápida (¡si es que pude tomar una, con el sol en Libra!), y se
lo piensa mucho antes de actuar. Es una amiga y esposa leal y
duradera, que tiene mucho sentido común y una actitud más bien
conservadora. Su voz es agradable para hablar y cantar, y le encanta
la música, la danza y el arte. Es afectuosa y sentimental, y
particularmente sensible al tacto. Esta posición indica normalmente
que es alguien con buena mano para las plantas.
La Luna en la Tercera Casa
Es una persona interesante y con curiosidad intelectual, que aprende
bien escuchando, y que se expresa muy bien. Es más bien intranquila
y le gusta viajar, aunque solo sean viajes cortos. Tiene buena
memoria y le es fácil ponerse en el lugar de los demás (esto también
lo indica el Sol en Libra).
Mercurio en Libra
Esta posición no hace sino fortalecer muchas de las características
del Sol en Libra. Esta persona es simpática y ancha de miras, lógica y
racional, y siempre justa. Se toma su tiempo para adoptar una
decisión, pero el resultado estará bien pensado. Le gusta el debate,
pero evitará en lo posible las discusiones. Necesita un compañero con
el que pueda tener una relación tanto física como mental, y prefiere la
compañía de personas bien educadas. La influencia de Libra le
procura un interés hacia los demás y hacia lo que les emociona.
Mercurio en la Novena Casa
Tiene un interés intelectual hacia otras culturas y países. Le encanta
viajar y se le dan bien los idiomas. Está interesada en la educación
superior, y es una persona moral y honesta, además de intuitiva.
Venus en Libra
Esto nos habla de alguien que disfruta de la compañía y le gusta
hacer favores a los demás. Es a menudo una persona atractiva
físicamente, y ciertamente encantadora y seductora para el sexo
opuesto. Permanece joven de corazón. El matrimonio es importante y
ha de basarse en una relación intelectual paritaria. Demasiado caos
en su vida puede provocarle la enfermedad. Se la puede herir
fácilmente, pero no es rencorosa.
Venus en la Octava Casa
Esta persona obtendrá beneficios de su compañero. Puede esperar
una vida larga y una muerte pacífica. Es sensual y disfruta de unas
buenas relaciones sexuales, que son importantes para ella. Es más
intensa que muchos Libra.
Marte en Sagitario
Esto indica una persona alegre y honesta a quien le gustan las
actividades al aire libre. Tiene una buena filosofía de vida y disfruta de
experiencias nuevas. Tiene un ritmo y armonía naturales. Esta
posición le da mucha energía, y la utilizará para luchar por aquello en
lo que cree.
Marte en la Décima Casa
Es una persona activa y persistente que está muy motivada para
alcanzar lo que quiere. Puede ser controvertida cuando esté en una
posición pública, y es muy práctica.
Júpiter en Cáncer
Esta es una buena posición para las relaciones públicas, y esta
persona tratará a los demás con elegancia y simpatía. Normalmente
indica una infancia en la que hubo buenos valores, y a su vez ella los
pasará a sus hijos. Tiene un gran apego al hogar, integrado por
muchas personas, y le gusta trabajar desde casa. Tiene un fuerte
instinto maternal, pero la fuerte influencia de Libra en su carta astral
significa que su compañero siempre ocupará el primer lugar en su
vida una vez que los hijos sean independientes.
Júpiter en la Sexta Casa
Es una persona filántropa que prefiere ayudar de manera práctica. Tiene
la habilidad para sanar, mientras que ella goza de muy buena salud. Es
alegre y buena organizadora, y muy respetada en su trabajo.
Saturno en Leo
Esto le da cualidades de líder, pero es una persona que necesita
atención y respeto de los demás. Tiene mucha energía mental, pero es
estricta con ella misma y con los otros, particularmente los niños.
Saturno en la Séptima Casa
Es una persona sociable y gregaria, pero necesita tiempo para ella
misma para poder recargar sus pilas. Puede pensar que sus relaciones
le traen muchas responsabilidades, pero es muy capaz de
sobrellevarlas. Quizá tenga una cierta diferencia de edad con su
compañero.
Urano en la Primera Casa
Esta posición habla de una pensadora independiente y original que
puede parecer un poco excéntrica para los demás. Es directa y franca
(pero con tacto, como son los Libra) y se deja llevar por la intuición.
Puede que se la considere adelantada a su tiempo.
Neptuno en la Séptima Casa
Esta posición muestra una relación paranormal y kármica con su
compañero. Le afecta fácilmente el estado mental de los demás.
Necesita asegurarse de que se está comunicando bien con su
compañero, y no asumir que otros saben lo que piensa.
Plutón en la Sexta Casa
Nos habla de su necesidad de ayudar a los demás y de su don en el
campo de la medicina.
Ascendiente en Capricornio
Este ascendente indica que se trata de una persona muy trabajadora,
que le gusta conseguir cosas materiales y probar sus capacidades ante
los demás. Generalmente es alguien preocupado principalmente por
asuntos materiales, pero otras cosas en su carta astral muestran interés
en la gente y una intuición bien desarrollada, así que Claire es menos
sofisticada de lo que esto nos sugiere. Realmente nunca fue una niña ni
siquiera en su infancia, pero envejecerá con elegancia y nunca parecerá
vieja. Es digna y persistente y no tolera bien a los necios.
Aspectos
El Sol conjunto a Mercurio le da la habilidad para comunicarse con
facilidad, pero le gusta tener la última palabra. Es buena estimulando a
quienes carecen de entusiasmo, y tiene mucha energía mental.
El Sol sextil a Saturno muestra claridad de pensamiento, una
concentración bien desarrollada y habilidades organizativas. Es paciente
y disciplinada, y aprende de la experiencia. Es amiga leal y vivirá una
vida larga y con buena salud.
El sol es trígono con Urano, y eso supone aptitudes para el liderazgo y
magnetismo personal. Es popular y está más interesada en los demás
que en ella misma. Es capaz de utilizar su intuición y creatividad para
ayudar de manera humanitaria.
Con el Sol cuadrado al ascendiente, hay algún conflicto entre cómo se
siente la persona en sí misma y como se presenta ante el mundo. Tiene
una fuerte personalidad con mucha energía, pero con tanta influencia
Libra en su carta astral, sabe cómo ceder y llevarse bien con los demás.
La Luna está en oposición a Mercurio, lo que a veces puede provocar
conflicto entre emociones e intelecto. Es lista, pero puede ser impaciente
con aquellos que no cumplen con sus expectativas intelectuales. Es una
amiga leal, sensible y probablemente fácil de herir.
Tener la Luna cuadrada con Neptuno puede causar confusión en su vida.
Para ella es muy importante averiguar los hechos para evitar
malentendidos. Puede tener tendencias de vidente, y ayudará a muchas
personas durante su vida a superar sus dificultades.
La Luna es cuadrada al Ascendente, lo que muestra a una persona
sensible e impresionable que ha de romper con el pasado. Puede que le
resulte difícil manejar su ira sin dejarse llevar por las emociones.
Mercurio hace un sextil con Saturno, lo que una vez más le confiere
buena memoria, concentración y pensamiento disciplinado. Cuando era
joven se sentía cómoda alrededor de gente mayor, y es responsable y
organizada. Los que tienen este aspecto siempre buscan la verdad.
Mercurio es trígono con Urano, lo que indica una persona que no está
atada a la tradición y puede estar adelantada a su tiempo. Tiene una
memoria excelente y es una buena profesora, intuitiva e independiente.
El trígono de Mercurio a Plutón le da una vez más dotes de
concentración para ver realmente lo importante de las cosas. Esta
posición favorece una carrera en medicina y/o cirugía. Espera mucho de
los demás, pero también ella da mucho a su vez. Puede influir y
convencer a otras personas con sus maneras diplomáticas e inteligentes.
Mercurio es, por último, cuadrado al ascendente. Esto significa habilidad
con las manos, pero también malentendidos con los demás. Puede
apuntar a una educación retrasada en el tiempo. Venus es sextil con
Marte, y eso nos habla de una persona a la que le gustan las cosas
bellas, y es cálida y afectuosa. Es fiel en su matrimonio, que la
enriquece. Tiene una personalidad optimista y vivaz. Le gusta la vida
familiar, pero le gusta también conservar su independencia.
Venus es tríade a Urano, lo que muestra que es una persona a la que le
gusta pasarlo bien, que disfruta de la vida y siempre ve el lado bueno de
las cosas. Su matrimonio se caracteriza por la confianza y el
entendimiento, y sabe muy bien expresar su amor. Tiene sex appeal y se
la puede considerar poco convencional.
Marte trígono a Neptuno es otro aspecto que favorece su carrera en la
medicina. Puede sanar a los demás a causa de su habilidad para ayudar
con los problemas del espíritu, además de los físicos. Tiene una vida
amorosa muy emocionante, con amantes honestos y sinceros. Siempre
busca lo mejor en los demás. Saturno es cuadrado en el mediocielo, lo
que muestra que esta persona tiene responsabilidades ante los demás
que interfieren con su vida personal.
Otros aspectos se encuentran entre planetas que se mueven muy
lentamente, y por tanto afectan a generaciones más que a individuos.
1 Si alguien llama a su hijo Murtagh o Laoghaire como resultado de la
En la mayoría de las épocas y lugares no existía la asistencia médica,
salvo la proporcionada por la sabiduría y la experiencia de familiares y
vecinos. Y entre ellos, los que probablemente más conocimientos o
cualidades en asuntos médicos tendrán son las mujeres, porque (debido
al hecho innegable que son ellas las que paren y alimentan a los niños),
son los miembros de la comunidad que se quedan en casa, atendiendo
la huerta, alimentando a todos, y en general haciendo que las cosas
funcionen mientras los hombres están por ahí fuera cazando mamuts o
matándose el uno al otro2 .
En resumen (bueno, vale, no me ha salido muy resumido, pero podría
hablar sobre esto aún más), sería muy razonable que Claire tuviera
cualidades sanadoras de algún tipo, y que pudiera usarlas en beneficio
propio, de una manera que no lo pudiera hacer con otras cualidades más
modernas. Así que…
Bien, pensé. Será una sanadora, de alguna manera. ¿Doctora,
enfermera, técnico médico de emergencia? En principio, pensé en
hacerla enfermera. La razón principal de esta decisión era que yo no soy
médico3; carezco de los conocimientos necesarios para hacer
diagnósticos y tratamientos complejos, y en aquélla época no tenía los
recursos o las ganas de hacer la investigación requerida para que Claire
pudiera afrontar condiciones médicas complicadas.
Otra consideración era que una buena formación médica moderna
quedaría desaprovechada, dados los pobres medios de los que se
disponía en el siglo XVIII. Daba igual que Claire reconociera una
diabetes mellitus, por ejemplo, como hizo en Atrapada; aunque pudiera
hacer el diagnóstico y conociera su tratamiento, éste no estaría
disponible. No tendría sentido estar capacitado para diagnosticar el
síndrome de fatiga crónica o la fibrosis cística en aquel tiempo.
Por tanto, me pareció que sería mejor que Claire fuera una enfermera. Si
nos topábamos con alguna enfermedad interesante –como la
enfermedad degenerativa de Colum MacKenzie- sería muy fácil que
Claire hubiera oído hablar de ella en algún sitio. Pero en general, su
experiencia estaría limitada al tratamiento de heridas sencillas y a la
administración de remedios herbales para síntomas no específicos,
interesantes pero relativamente simples, y por tanto estaría mejor
preparada para una historia donde los detalles médicos fueran parte del
personaje y del medio en el que se mueve, pero no el foco principal de la
historia en sí (como podría ser el caso en libros de argumento médico).
EL RETORNO DE LA SANGUIJUELA
La medicina moderna acepta ahora generalmente la noción de que hay
una fuerte interrelación entre mente y cuerpo, incluso aunque la
naturaleza precisa de su manera de operar sea desconocida, es decir,
metafísica. Como es desconocida, existe un área de misterio en el
campo de la sanación, que en algunas culturas se llama “magia” o
“chamanismo”, pero que es de todas maneras un componente
importante del arte de la curación, independientemente de la forma en la
que esté involucrado en ella.
Por ejemplo, un doctor moderno puede, en ciertas circunstancias,
dispensar un tratamiento que él o ella sabe que tiene relativamente poco
valor terapéutico, pero que de todas maneras hace que el paciente se
sienta mejor o se recupere más rápidamente, debido al efecto placebo.
Es decir, hay un efecto beneficioso conectado con el simple acto del
tratar la enfermedad, no importa cuáles sean los efectos físicos del
tratamiento (“tratamiento” se define aquí un poco de forma amplia, para
que lo cubra todo, desde simplemente un poco de atención hasta la
administración de sustancias o procedimientos invasivos). Por
exactamente la misma razón, una persona procedente de una cultura en
la que existen los chamanes, mejorará a menudo con una ceremonia de
sanación, tenga o no un efecto físico aparente en su salud.
En otras palabras, existe un aspecto mágico en la práctica de la
medicina, y siempre lo ha habido, aunque este aspecto fue despreciado
e ignorado durante algún tiempo mientras el mundo se maravillaba (de
forma plenamente justificada, por cierto, la teoría de los gérmenes no es
ninguna tontería) ante los descubrimientos científicos.
Dadas las circunstancias de la historia de Claire –su desaparición a
través de las piedras- estaba claro que iba a haber un aire de misterio y
magia a su alrededor. ¿Qué ocupación mejor podría haber para ella que
la de sanadora, una ocupación que tiene el mismo punto de misterio y de
magia? ¿Qué otra ocupación mejor se puede elegir para un viajero del
tiempo cuya vida vuelve sobre sí misma una y otra vez, con nuevas
verdades reveladas por cada cambio de perspectiva?
Los procesos del cuerpo son tanto intensamente personales como
tremendamente crípticos, y eso nos provoca una sensación de
significado y misterio que llamamos “magia”. La misma mezcla de
significado y misterio la encontramos en los sentimientos religiosos, y no
es casualidad que la mayoría de los sanadores en las sociedades
primitivas sean sacerdotes. La religión y la ciencia están en los puntos
opuestos del espectro de la racionalidad, con la medicina equilibrada
más o menos en el medio. Lo importante que hay que tener en cuenta es
que se trata de una línea; por tanto, los elementos en ella están todos
conectados, aunque los extremos puedan parecer tan diferentes que no
tengan ninguna relación unos con otros.
De hecho, la sanación es un arte, y siempre ha sido entendido así, al
menos hasta un pasado muy reciente, cuando la llegada de la tecnología
sofisticada nos ha dado la falsa impresión de que los milagros del cuerpo
son, no solo explicables, sino controlables. Y muchos lo son, pero no
todos. Al menos todavía no.
Consecuentemente, se puede ver a lo largo de todos los libros de la
saga –la superstición y la magia resuenan a través de la práctica de la
medicina racional- ejemplos de actitudes singulares típicas de la
segunda mitad del siglo XVIII. La Ilustración fue un período de
transformación, en términos de cultura, sociedad y pensamiento.
Claire, con sus peculiares perspectivas, personifica la práctica de la
medicina, mezclando lo racional y lo metafísico, lo tradicional y lo
moderno, en pos de los viejos objetivos del arte de la sanación: la
conservación y la restauración de la salud. Moderna como es, ella misma
es un eco de la Ilustración, con sus raras mezclas de alquimia y química,
su amor por la tradición y su búsqueda de la innovación. Ella es, de
hecho, el retorno de la sanguijuela.
DAMAS BLANCAS
Pero si nos fijamos un poco más, las leyendas de las “damas blancas”
no siempre representan a estas figuras de muerte y destrucción –aunque
sí lo hagan a menudo- sino que en algunos lugares son figuras de
sanación y hechicería. Macha, una de las figuras míticas identificada
como la Dama Blanca, es también La Madre de la Vida y la Muerte. Ella
(y probablemente todas las damas blancas menores), preside sobre el
nacimiento y la muerte, lo cual, para mi sorpresa, es prácticamente lo
que hace un médico.
Dada la complexión naturalmente pálida de Claire, sus dotes sanadoras
(y la fortaleza que se necesita para ejercerla) y sus conexiones
sobrenaturales, tanto reales como percibidas, me pareció razonable
otorgarle –a través de la imaginación fértil y la familiaridad de Jamie con
los mitos celtas- el título de “La Dama Blanca”5.
Y finalmente, el siglo XVIII fue un tiempo más bien violento. Para que
Claire pudiera funcionar emocional y eficazmente en esas condiciones –
aceptara o no la base social de las mismas- parecía práctico que ella
también procediera de una época violenta. Es capaz, como dirá luego su
hija, de ser muy fuerte e incluso cruel en el servicio de sus propios
ideales. Estos rasgos de carácter no los da una vida fácil.
En aquél momento no me di cuenta conscientemente, pero había otra
razón para elegir la II Guerra Mundial como el tiempo original de Claire:
el “eco” entre el Alzamiento Jacobita y la Segunda Guerra Mundial, en
términos de los efectos que tuvieron estos conflictos en la sociedad.
En 1745 el sistema feudal de los clanes escoceses llegó a su fin, y como
efecto colateral, envió a un gran número de emigrantes escoceses al
Nuevo Mundo, donde contribuyeron de forma intensiva al desarrollo de lo
que se convertiría en América. De forma similar, las alteraciones y
desplazamientos de la IIGM resultaron en una ola mucho mayor de
emigrantes, que a su vez alteraron la sociedad americana y
contribuyeron enormemente a su estado actual.
Un efecto colateral de la guerra es la deslocalización social, y aunque es
normalmente algo desafortunado para el individuo, no es infrecuente que
tenga efectos secundarios beneficiosos. Un resultado del desastre
jacobita fue la emigración al Nuevo Mundo de muchos habitantes
escoceses de las Tierras Altas, que a su vez contribuyeron
enormemente al crecimiento y prosperidad de su nuevo país. Por su
parte, una de las consecuencias de la IIGM fue el desarrollo del complejo
militar-industrial, que trajo beneficios tales como la exploración espacial,
el desarrollo de los ordenadores y la explosión tecnológica subsiguiente,
que ha transformado la vida moderna.
Las grandes guerras traen siempre consigo un rápido desarrollo de la
medicina, por razones obvias. El nexo entre la ocupación de Claire y la
vida en tiempos de guerra se hizo inevitable, y ese nexo fue culpable a
su vez del desarrollo de su carácter e historia personal.
FORMACIÓN MÉDICA
¿De dónde sacó Claire su formación médica? Bueno, eso también fue
otra casualidad.
Como estudiante de grado en la universidad, tuve la suerte de disfrutar
de una beca, y por tanto no recibí un puesto como asistente de profesor
(que es una forma común de los departamentos universitarios para que
los alumnos se costeen los estudios), pues la universidad,
razonablemente, pensó que estos puestos deberían ser reservados para
aquellos estudiantes que necesitaran el dinero. Sin embargo, sí pensó
que debería tener al menos alguna experiencia, por pequeña que fuera,
en la enseñanza, ya que era posible que en algún momento del futuro
tuviera que ejercer la docencia.
Como consecuencia, la universidad me otorgó la octava parte de una
asistencia profesoral; impartía una clase de laboratorio a la semana, por
la cual ganaba la impresionante suma de veinte dólares, el punto más
bajo de mi vida laboral en términos de renta. La única clase que yo podía
dar era la parte de laboratorio de una clase de anatomía y fisiología
humana, así que eso es lo que enseñaba, anatomía y fisiología humana,
a pesar del hecho de que esta clase no tenía nada que ver con mi propia
formación o mis aspiraciones científicas.
Bueno, el tiempo pasa y yo también me marché, a Filadelfia, donde mi
marido estaba terminando un Máster en administración de empresas en
la Escuela de Negocios Wharton y yo intentaba encontrar un trabajo para
que no nos muriéramos de hambre. De hecho, encontré dos trabajos; el
primero era un puesto de postdoctorado en la Universidad de
Pennsylvania, donde criaba tórtolas y mataba pájaros marinos para
ganarme la vida (este fue el punto más bajo de mi vida laboral en
términos de condiciones profesionales. No fui capaz de comer pollo frito
durante casi un año). El segundo fue un trabajo a tiempo parcial en el
Community College de Filadelfia, donde mi “experiencia” enseñando
anatomía y fisiología humana me procuró un puesto
enseñando….anatomía y fisiología humana.
Este trabajo a su vez me llevó a dar la misma clase a estudiantes de
enfermería en la Universidad Temple, y al final, a impartir la misma clase
–la anatomía y fisiología humanas de siempre- a estudiantes de ciencias
en la Universidad Estatal de Arizona. Fue entonces cuando me pidieron
que sustituyera a un miembro de la facultad, que había cogido un año
sabático. En otras palabras, enseñé anatomía y fisiología humanas
repetidamente, a pesar del hecho de que ninguno de mis estudios ni mis
intereses tenían absolutamente nada que ver con este tema en
particular.
Como el curso estaba diseñado para estudiantes de enfermería y para
estudiantes que elegían optativas de ciencias, el material tenía mucho
que ver con la medicina clínica, y de esta manera, sin darme cuenta,
adquirí la mayor parte de los conocimientos que tenía que tener para
poder equipar a Claire Randall con las habilidades suficientes para tratar
con las condiciones médicas del siglo XVIII 8.
Más allá de esta preparación accidental, por supuesto, llevé a cabo una
investigación considerable en la biblioteca (ver Parte Doce: Bibliografía),
y empecé a hacer preguntas a uno o dos médicos a los que había
conocido online.
Les debo mucho a los doctores Gary Hoff y Ellen Mandell, entre otros, no
solo por su ayuda y consejos al describir y tratar diferentes condiciones
médicas, sino particularmente por su honestidad y generosidad al
dejarme ver una pequeña parte de lo que significa ser un sanador, con
toda la compasión, la dedicación y la tristeza que supone en ocasiones.
Y….bueno, cuando me sentaba en la mesa, y hablaba por teléfono, el
cuadro que tenía en la pared inmediatamente enfrente de mí era de
Toulouse Lautrec, eso es todo. Los síntomas de esta peculiar
enfermedad, incluyendo la tendencia a la impotencia y la esterilidad, se
incluían en la nota biográfica pertinente.
Así que coges las ideas donde te las encuentras.
La idea del hombro dislocado de Jamie –y el método de volverlo a
encajar en su sitio- la saqué de una de las primeras novelas que había
leído de Dick Francis sobre carreras de caballos (no me acuerdo de
cual), en la que un jinete describía en términos muy realistas, tanto del
dolor de la lesión como el alivio inmediato que sintió al recibir el
tratamiento.
Las descripciones de varias condiciones médicas comunes y de los
métodos de tratamiento contemporáneos proceden de la investigación
médica; todo lo que había en el consultorio de Davie Beaton lo saqué de
una lista de medicamentos comunes que encontré en The Social Life of
Scotland in the Eighteenth Century, de H. G. Graham. Las descripciones
de los procedimientos seguidos en el Hospital de los Ángeles en
Atrapada se basaban en una colorida variedad de procedimientos
médicos (uroscopias, mallas para hernias, recolocación de huesos,
comadronas), descritos en Professional and Popular Medicine in France,
1770-1830, de un tal Ramsey.
¿Bouton? bueno, miré hacia abajo, y ahí estaba. Yo misma tengo varios
perros; Tippy, el más pequeño y el más viejo, siempre viene a mi
despacho conmigo cuando trabajo, y me cuida fielmente hasta que me
voy a la cama a las 3 de la mañana. Se echa en el suelo a mis pies,
recto como la aguja de un compás, con su nariz rosa entre las patitas y
la larga y esponjosa cola a su lado.
Así que, cuando la Madre Hildegarde se sentó a tocar el clavecín, miré y
ahí estaba Bouton, estirado a sus pies en el suelo, fielmente, como una
aguja de compás. Dada la ocupación de la Madre Hildegarde, me
pareció de lo más natural que su perro la acompañara en sus guardias
por el hospital; suya fue la idea de saltar a la cama de los pacientes y
hacer su propio diagnóstico9.
Los conocimientos del Sr. Willoughby sobre acupuntura –de hecho, la
misma existencia del Sr. Willoughby- fue resultado de la necesidad pura
y dura; tenía que encontrar la manera de que Jamie Fraser pudiera
cruzar el océano sin que muriera de mareo.
Otras escenas aquí y allá de sabiduría y condiciones médicas,
enfermedades y curas, me las facilitaron conocidos míos (por ejemplo, el
pintoresco gusano loa-loa que se encuentra Claire en Viajera, me lo
sugirió vía correo electrónico un lector que se había percatado de que
estaba escribiendo escenas que transcurrían en el Caribe), o
simplemente las rescato de mi memoria. La vívida descripción de la
muerte causada por una hernia estrangulada la saqué (no textualmente,
solo el concepto), de un breve extracto de un escrito de Albert
Schweitzer, que me encontré en un curso de lectura en alemán que
seguí en el posgrado (hace muchísimos años). Tuve que traducir el trozo
en el que el Sr. Schweitzer describía la dolorosa muerte de uno de estos
pacientes, y se me quedó grabado. Con algunas cosas pasa eso.
1 Aunque una vez leí un libro sobre una heroína que viajaba en el tiempo,
1929. Sin embargo, los remedios populares que incluyen hongos (sobre
todo en el pan), se conocen ya desde el 3000 antes de J.C (de hecho,
hay cientos de especies de Penicilina que crecen en medios que van
desde el pan a los quesos o a los melones podridos).
8 Por casualidad, el curso también me llevó a conocer a una serie de
PARTE TRES
BEAUCHAMP
El libro Domesday, compilado 20 años tras la conquista de Inglaterra por
el Duque William, muestra a Hugh de Beauchamp siendo bien
recompensando por su lealtad. Walter, de quien se cree era su tercer hijo
aunque sin pruebas concluyentes, estuvo a cargo del Castillo Elmley en
Gloucestershire y le fueron concedidos tierras y puestos por Enrique I,
los cuales pudo legar a su hijo William. En el conflicto entre el rey
Esteban y la emperatriz Maud, William tomó la parte de Maud y sufrió la
pérdida del Castillo Worcester y mucho más, pero sus honores y estados
fueron restaurados por Enrique II, por lo que él pudo posteriormente
legar a su hijo, otro William, los oficios de sheriff en Worcestershire,
Warwickshire, Gloucestershire y Herefordshire.
El segundo William murió tempranamente, dejando a su hijo Walter
siendo menor. Walter fue brevemente sucedido por su hermano mayor,
Walcheline, que murió el mismo año de su padre, y entonces por el único
hijo de Walcheline, William, marido de Isabel, hermana y heredera de
William Mauduit, Conde de Warwick. El hermano mayor de su aliado,
William, el primer Conde Beauchamp de Warwick, fundó una de las más
poderosas familias inglesas de la Edad Media. El tercer hijo, Walter, un
activista, se casó con Alice de Tony, y su tercer hijo y finalmente
heredero, Giles, tuvo un hijo, John, cuyo hijo mayor, William, fue sheriff
de Worcestershire y de Gloucestershire. El hijo de William, John, fue
elevado a la nobleza en 1447 como Lord Beauchamp de Powick.
El hermano de William, sheriff de Worcestershire y de Gloucesterchire,
fue Walter, cuyo hijo mayor, William, se casó con Elizabeth de
Braybrooke, heredera de la baronía St. Amand. Y fue consecuentemente
convocado al Parlamento en su derecho como Barón de St. Amand. En
el primer año del reinado de Ricardo III sus derechos civiles fueron
cancelados, pero fueron restaurados inmediatamente en cuando Enrique
VII se convirtió en rey. No tuvo hijos aparte de un ilegítimo, Anthony St.
Amand, y al no conocerse otros herederos, la baronía de St. Amand fue
declarada extinta, pero su testamento muestra que él legó una copa a su
“sobrina Leverseye”, una chica de la que se asume que fue la sobrina de
su mujer, pero siempre ha sido aceptado, podría haber sido la niña de
una sobrina propia.
No ha sido sino hasta recientemente, cuando el doctor Quentin L.
Beauchamp, el célebre historiador y arqueólogo, examinó algunos viejos
documentos encontrados en el castillo de Warwick, que la existencia de
Isabel, la hermana de Richard, fue revelada, y las consecuencias del
matrimonio de la única hija de Leverseye con Anthony, el hijo ilegítimo de
Richard, fueron reconocidos como la continuidad de la ancestral baronía.
Los hechos sobre el escándalo que persuadieron a la familia para
mantener el matrimonio en secreto y para intentar eliminar evidencias de
la existencia de Isabel y Leverseye, fueron publicadas por el doctor
Beauchamp, pero la preparación para su petición de ser reconocido
como Lord St. Amand está actualmente en las manos de una conocida
agencia de abogados especializados en títulos nobiliarios, y sin duda, los
detalles del escándalo, que se rumoreaba estar asociado con la
implicación del marido de Isabel, un compañero cercano de Enrique VII,
y con la muerte de los príncipes en la Torre “después” de la muerte de
Ricardo III, sin duda pronto se harán públicos.
La única heredera del doctor Beauchamp es su sobrina, Claire Randall,
quien será reconocida por el Comité de Privilegios en la Casa de los
Lords como presunta heredera del título.
RANDALL (EN SUSSEX)
Los orígenes de la familia Randall son bien conocidos aunque no tan
distinguidos como los de los Beauchamp. En los últimos años, algunos
de los historiadores más imaginativos han declarado que Randall no es
sino Randolph, y que los orígenes se remontan a Escocia con los
Randolphs, ancestrales Condes de Moray, mientras que otros
escribieron sobre Rannulf el empleado de Wilkingeston (Wigston) al final
del siglo XII, cuyo nombre fue tomado como apellido por su bisnieto
Adam en 1309. La familia continuó en las mismas tierras y en la misma
casa hasta que, en 1436, Richard Randolff (También Randull) emigró a
Leicester y desapareció de las crónicas.
Consecuentemente el nombre se había extendido ampliamente y
muchos de sus propietarios reclamaron nobleza y adoptaron escudo de
armas. Muchos de esos escudos tenían tres, cuatro o cinco salmonetes,
reminiscencia de las armas del gran guerrero Freskin, quien liberó a
Moray de la amenaza de los vikingos y cuyos terrenos pasaron a los
Randolphs. Se puede asumir que la adopción de los salmonetes
específicamente fue para sugerir el origen. Otras familias Randall
tomaron cojines en lugar de los salmonetes, así, tres cojines se incluían
en el escudo de armas de los Randolph de Morey. Otros, curiosamente,
tomaron merletas (Un pequeño pájaro sin pico ni pies, característica
notable del escudo de los Beauchamp de St. Amand), uno de ellos
siendo finalmente concedido por los heraldos ingleses en 1573 (Cuando
la falsificación de los pedigríes y los escudos de armas estaban tan
extendidos que la reina Isabel sugirió que si un nuevo designado Rey de
Armas era tan deshonesto como su predecesor no estaría mal si se le
colgara).
El único hijo conocido de este matrimonio fue Hugo Fraser, Lord Lovat,
Barón de Kynnell y de Linton, quien en 1377, junto con la baronía feudal
de Linton, renunció a la última de sus tierras en Tweeddale y rompió la
larga conexión entre sus Fraser de las Tierras altas y los Fraser de las
Tierras bajas del Tweed. Se casó con Isobel, hija de Sir John Wemyss de
Leuchars por su segunda mujer, Isabel, la hija de Sir Alan Erskine de
Inch-martin, y murió en 1409, habiendo proclamado su heredero a Hugh
Fraser, Lord Lovat.
Hugh Fraser, Lord Lovat, Anto Sheriff de Inverness-shire, nació en 1376
y se casó en 1425 con su primera esposa Janet (Quien murió antes de
diciembre de 1429), la hermana de William de Fenton de Beaufort (Este
es el matrimonio mencionado anteriormente que brindó a los Fraser las
otras tierras de los Bysset que no habían recibido de los Lords Lovat
Grahame). Hugh se casó en segundas nupcias con Isobel, la hija de Sir
Jonh Wemyss, y murió antes de julio de 1440 habiendo proclamado su
primera mujer su heredero: Thomas Fraser de Lovat y Hugh Sanctus, su
eventual heredero.
Hugh Sanctus Fraser, Lord Lovat, nació en 1417 y se casó con Janet, la
hija de Thomas Dunbar, segundo Conde Dunbar de Morey. Murió en
1450, proclamando a Hugh Fraser Lord Lovat, creado antes de 1464
Lord Fraser de Lovat en la nobleza de Escocia, y en 1464 se casó con
Violeta, la hija de John Lyon, tercer Lord Gladis por Elizabeth, la hija de
Sir John Scrimgeour de Dudhope. Hugh Sanctus Fraser, primer Lord
Fraser de Lovat, murió en 1500, proclamando:
A1 Thomas, su heredero (ver abajo)
A2 Hugh Fraser, abatido en 1513 en la batalla de Flodden
A3 John Fraser, Rector de Dingwall, un miembro del Concilio del Rey
a1. Margaret Fraser de Lovat, quien se casó con Hector de Kilmalew
a2. Agnes Fraser de Lovat, quien se casó con Sir Kenneth Mackenzie de
Kintail
a3. Egidia (a veces conocida como Marjory) Fraser def Lovat, quien se
casó con Ferquherd Mackintosh de Mackintosh
Hugh Fraser, tercer Lord Fraser de Lovat, Justiciero del Norte por la
reina Mary, nació en 1494. Se casó en primeras nupcias con Anne, viuda
de John Haliburton de Pitcur e hija de John Grant y Freuchie por
Margaret, la hija de Sir James Ogilvy de Deskford, y proclamó:
A1 Hugh, Amo de Lovat, muerto junto a su padre en Loch Lochy en 1544
sin descendencia, después de que su madrastra, Janet Ross de
Balnagowan, se burlara de él para hacerle desobedecer las órdenes de
su padre y unirse a la batalla (y así permitir a su propio hijo heredar si
muriera).
Hugh Fraser, tercer Lord Fraser de Lovat, se casó en segundas nupcias
con Janet, la hija de Walter Ross de Balnagowan, y junto a su hijo mayor
fue abatido luchando contra los Macdonalds en Loch Lochy el 15 de julio
de 1544, habiendo proclamado:
A2 Alexander, su heredero, el beneficiario de la traición de su esposa
(ver arriba).
A3 William Fraser de Struy, nacido en 1537, casado con Janet, la hija del
Laird de Grant.
A4 Hugh Fraser, nacido hacia 1539.
a1. Agnes Fraser of Lovat, casada antes del 3 de marzo de 1541 con su
primer marido, William Macleod de Macleod, noveno Jefe de Macleod, y
casada en segundas nupcias con Alexander Bayne de Tulloch.
a2. Margaret Fraser de Lovat
Alexander Fraser, cuarto Lord Fraser de Lovat, se casó con Janet (quien
se casó en segundas nupcias con Donald McDonald de Sleat), la hija de
Sir John Campbell de Cawdor, tercer hijo de Archibald Campbell,
segundo Conde de Argyll, y murió en Iona en diciembre de 1557,
habiendo proclamado:
A1 Hugh (ver arriba).
A2 Thomas Fraser de Knockie y primero de Strichen, cuyos
descendientes sucedieron en los títulos de Lovat.
A3 James Fraser de Ardachy casado y proclama:
a1. Anne Fraser de Lovat, casada con John Fraser de Dalcross.
A4 Thomas Fraser de Beaufort, décimo Lord Fraser de Lovat
A5 James Fraser, nacido en 1633, muerto al servicio del rey de Polonia
en 1657
A6 William Fraser, nacido en 1635, muerto a la edad de 4
a1. Mary Fraser de Lovat, nacida en 1617, casada en 1635 con David
Ross of Balnagowan, y muerta en 1659
a2. Anne Fraser de Lovat, nacida en 1619, casada en 1639 con John
Gordon, 14º Conde de Sutherland, y murió en Dunrobin el 23 de julio de
1658
a3. Katherine Fraser de Lovat, nacida en 1622, casada en primeras
nupcias con Sir John Sinclair de Dunbeath, casada en segundas nupcias
con Robert Arbuthnott, primer vizconde Arbuthnott, y casada en terceras
nupcias con Andrew Fraser, tercer Lord Fraser (que murió el 22 de mayo
de 1674), y murió el 18 de octubre de 1663
a4. Isobel Fraser de Lovat, que murió joven
Simon Fraser, undécimo Lord Fraser de Lovat, fue famoso por su carrera
aventurera. Poco después de la muerte de Hugh, noveno Lord, indujo a
la hija mayor de Hugh, Amelia, a fugarse con él. Cuando ella volvió con
su madre, él tomó por la fuerza su herencia y por estos y otros actos de
violencia fue juzgado en 1698, sentenciado a muerte, y condenado.
Entonces se forzó en la viuda del noveno Lord, Amelia, la hija del
Marqués de Atholl, y la convenció para casarse con él. Por esto él fue
juzgado y criminalizado en 1701. En 1715 apoyó al Gobierno, y fue
premiado con una remisión bajo el Gran Sello, y un regalo de las rentas
perdidas de las tierras de los Lovat. Él se empeñó en afirmar su derecho
a la dignidad de Lord Fraser de Lovat en las elecciones representativas
de 1721, 1722 y 1727, pero hubo objeciones a su voto. En 1729 trajo
una reducción ante la Corte sobre el decreto de 1702, dando a su
heredera femenina el título, y en virtud del decreto a su favor en 1730, se
convirtió en Lord Fraser de Lovat. Apoyó el alzamiento de 1745, fue
impugnado por la Casa de los Lords, y ejecutado en Tower Hill el 9 de
abril de 1747. Se casó en primeras nupcias (Descontando la ceremonia
forzada con la heredera) con Margaret, la hija de Ludovic Grant de
Grant, y proclamó a sus herederos, que murieron sin casarse:
A1 Simon Fraser, Amo de Lovat (quien podría, de no ser por la pérdida
de derechos civiles, haberse convertido en el duodecimo Lord Fraser de
Lovat), se unió a su padre en el alzamiento de 1745, fue perdonado en
1750, y luchó en Portugal y en la Guerra americana. Fue miembro del
Parlamento de Inverness desde 1761 hasta su muerte. Las tierras
perdidas por sus padres le fueron devueltas en 1774, y murió sin
proclamar el 8 de febrero de 1782.
A2 Alexander (Alistair) Fraser, bautizado el 1 de Julio de 1729, murió sin
haberse casado el 7 de agosto de 1762
a1. Janet Fraser de Lovat, casada con Ewan Macpherson de Cluny, que
murió el 14 de abril de 1765
a2. Sybilla Fraser de Lovat, que murió sin haberse casado el 9 de
febrero de 1755.
MACKENZIE DE LEOCH
Los orígenes de esta particular rama son algo oscuros. Jacob
MacKenzie, de quien se piensa que es familiar de los MacKenzies de
Torridon, tomó el Castillo Leoch por la fuerza en 1690, mientras el
anterior Lord del castillo, Donald MacKenzie de Leoch, estaba ausente.
Donald murió en misteriosas circunstancias antes de que pudiera
regresar a defender su propiedad, y Jacob se casó con la viuda de
Donald, Anne Grant, la hija de Malcolm Grant de Glenmoriston, a través
de la cual proclamó:
A1 Colum (ver abajo)
A2 Dougal, que se casó con Maura Grant, hija de William Grant,
hermano menor de Malcolm Grant de Glenmoriston y fue proclamado por
ella, cuatro hijas: Eleanor, Margaret, Molly, y Tabitha
a1. Ellen, que se escapó con Brian Fraser, bastardo de Simon, undécimo
Lord Lovat. Tuvo tres hijos con él: William, Janet, y James.
a2. Janet, que se casó con Alexander Hay de Crimond, y murió sin
proclamación a la edad de 24.
a3. Flora, que murió en la infancia.
Ahora, el punto de todo esto es hacer que los lectores más o menos
pongan atención cuando más tarde vean los nombres Jeremiah o
Jemmy, como yo hago. No hacer la esperada pregunta:
“Jeremiah/Jemmy… me pregunto si esta persona tiene algo que ver con
la familia de Roger”.
Así que ahora vamos al capítulo de Tambores donde Roger se encuentra
a bordo del Gloriana, tratando de llegar a las Colonias. En el puerto ve
una joven desconocida que le atrae, envidia la cercanía entre ella y su
marido, y observa que tienen un niño (Mira a ese niño). Más tarde, en
una conversación casual, se entera de que su nombre es Morag
MacKenzie (¿Os disteis cuenta de la mujer que le sugiere que podrían
ser familiares? “Quizás su hombre sea pariente suyo” Es una pista, ¿de
acuerdo?).
De acuerdo. Algunos de los pasajeros –muchos de ellos, niños–,
contraen viruela. En un esfuerzo por evitar que se extienda la
enfermedad, la tripulación tira por la borda a las personas afectadas
(Esta escena está inspirada directamente de la historia de una
ocurrencia así, contada por un testigo). Temiendo que la erupción del
niño fuera confundida con la viruela, y que tiraran al niño también, Morag
MacKenzie se esconde en la bodega, encubierta por su marido, que
ataca a Roger en la cubierta durante la aglomeración.
¿Aún miráis al niño? Bien. Daos cuenta de que su madre le llama
“Jemmy”, ¿ehmm? Jemmy MacKenzie. ¿Empezamos a sospechar algo
aquí? Bien. Roger no se dio cuenta tampoco. De cualquier manera,
movido por la compasión, salva a la madre y al hijo, arriesgando su
propia vida en el proceso.
Tiempo después, barajando nombres para su propio hijo, el nombre
“Jeremiah” se mencionará una vez más. Roger (finalmente) hace las
conexiones que se han estado formando en su subconsciente todos
estos meses (Ha visto su árbol familiar suficientes veces, después de
todo). Para confirmar sus averiguaciones, le pregunta a Claire si
recuerda también el nombre de la esposa de William Buccleigh, y ella lo
recuerda: Morag.
PARTE CUATRO
INTRODUCCIÓN
PARTE CINCO
Hace dos o tres años, recibí un correo electrónico de una tal Rosana
Madrid Gatti, quien me dijo que había leído y disfrutado mucho mis
libros. Además, dijo, tenía cierta experiencia en el diseño de páginas
web, y si yo le daba permiso, estaría encantada de confeccionar una
para mí y para mis libros.
Esto encajaba definitivamente dentro del capítulo Ofertas que Uno no
Puede Rechazar, y desde entonces, tanto la web como la propia Rosana
han sido para mí una bendición.
Rosana hace un trabajo magnífico, tanto en el diseño como en la gestión
de la página web; de hecho, creo que ha ganado premios por el diseño
¡y vaya si se lo merece! Cuando el tiempo y el material lo permiten, le
envío una remesa de cosas diversas (fragmentos nuevos de los libros,
programas de giras, información sobre libros y exlibris, contenciosos
varios y cosas parecidas). A continuación ella expone este material,
cuidadosamente organizado, en la página web.
También va más allá de lo que requiere su labor ayudándome a
contestar preguntas que la gente me hace a través de la página, y me
pasa los mensajes que van dirigidos a mí1.
Como todas las páginas web, esta se rediseña y reorganiza de vez en
cuando. Pero lo que sí es constante son los fragmentos –esta es la única
fuente en la web que contiene extractos de mi trabajo en progreso2- y los
programas de apariciones personales, además de enlaces a otros sitios
web (páginas web, fórums, grupos de noticias, etc.) que tratan de
material o debates sobre las novelas de la saga Forastera. Rosana
también se las ha arreglado para encontrar material colateral interesante,
como el Mapa de Clanes de Escocia, que está disponible para los que
quieran consultarlo.
La página web me ofrece no sólo una oportunidad de compartir trabajo y
noticias con los lectores, sino también un cauce de valor incalculable
para la comunicación, que es una manera de dar a conocer a la gente
los cambios en las fechas de publicación y los programas de mis giras,
así como una oportunidad de anular algunos de los rumores e
información incorrecta persistentes3 que circulan constantemente sobre
los libros4. Estoy más que agradecida a Rosana por haberlo sugerido y
aún más por haberlo llevado a cabo.
Las damas (y sus consortes) son un grupo de fans a nivel mundial (muy
extenso) que mantienen un foro en la web; es decir, una página en la
que los miembros pueden intercambiar mensajes en forma de tablón de
anuncios. Es una página muy entretenida, con muchos debates sobre los
libros, incluyendo una “Cita del día”, en la que se elige un pequeño
fragmento de alguno de los libros como objeto de dicho debate.
He conocido a algunas de las damas personalmente, y son muy
agradables. De vez en cuando una de ellas aparece por sorpresa en
algún evento de firma de libros, para otorgarme la Orden del Cardo
Dorado, una recopilación de pensamientos y poesía reunidos por las
Damas y Caballeros, o algún otro símbolo de su estima.
Como nos conocíamos colectivamente, y no individualmente, una de las
damas a la que sí conocía personalmente me escribió en el otoño de
1998, diciendo que había oído que iba a asistir a una conferencia de
escritores en Vancouver, y que como varios de los miembros del grupo
procedían de allí, ¿sería tan amable de reunirme con ellos en algún
momento durante mi estancia en la ciudad?
Le dije que estaría encantada, y quedé en encontrarme con ellos en un
hotel después de una tarde firmando libros, en el mismo día de mi
llegada a Vancouver.
Bien, pues para empezar, me pasé unas diez horas en el aeropuerto
intentando volar a Vancouver. Mi marido me dejó allí por la mañana y
cuando pasé por la puerta de embarque para mi vuelo de las 10.45
descubrí que lo habían retrasado hasta las 12.25. Nos repartieron bonos
para el almuerzo y nos dijeron que nos fuéramos a comer. Cuando volví,
el avión había aterrizado desde Houston; estaban limpiándolo y
reabasteciéndolo. Pero entonces nos anunciaron que los mecánicos
habían encontrado algo que “tenían que solucionar” en la cabina del
piloto, y que nos informarían a la 1.40. Me fui y me tomé una coca cola, y
a la vuelta descubrí que habían cancelado el vuelo, y que estaban
repartiendo tarjetas de embarque para el de las 6.00 de la tarde a
Vancouver.
Como se suponía que tenía que estar firmando libros en una librería en
Surrey –a una hora en coche de Vancouver- a las 7.00…llamé y para
asegurarme de que había llamado al lugar correcto pregunté: “¿hay esta
tarde una firma de libros por parte de Diana Gabaldon?”
-Sí -contestó la mujer- un minuto, me lo está preguntando también otra
persona-. Me puso a la espera y pude oírla contar todos los detalles a
alguien.
A continuación volvió, y me dijo alegremente: -¡Sí! ¡Esta noche va a estar
Diana Gabaldon firmando libros a las 7 de la tarde!
-Bueno, en realidad creo que no –dije yo mirando al avión muerto en la
pista.
Las Damas de Lallybroch habían planeado acudir a este evento y luego
volver al hotel para pasar una velada entretenida. Yo no conocía el
apellido de casi ninguna de ellas, así que no intenté llamar al hotel; ya se
enterarían por la librería de que iba a llegar tarde.
Y llegué tarde. Más tarde, quiero decir. El vuelo inició las maniobras de
despegue a las 6.30, no a las 6.00, pero, pero solo llegó hasta la mitad
de la pista, donde permaneció inmóvil hasta las 7.30 antes de despegar.
Bueno. Por fin, llegué. Me encontré con la amable persona que siempre
viene a buscarme, una buena amiga llamada Elva Stoelers. Llegamos al
hotel a las 11.30 o así, y me preguntó si necesitaba beber algo o alguna
otra cosa, después de esta aventura. Le dije que sí, desde luego, pero
que quizá deberíamos ir a la suite de las Damas y ver si todavía
quedaba alguna despierta, solo comunicarles que por fin había llegado.
Y eso hicimos. Estaban despiertas y se lo estaban pasando todas en
grande, cuando de repente alguien llamó a la puerta. Bueno, tampoco lo
estábamos pasando tan bien como para llamar la atención de la
seguridad del hotel, pensaba yo, pero es verdad que era bastante tarde.
La puerta se abrió y un joven de pelo largo entró contoneándose…
vestido con un kilt.
Mmmmm…
¿Habéis visto alguna vez un montañés de las Tierras Altas que fuera
stripper?
Evidentemente, Elva no (yo tampoco, en honor a la verdad. Quiero decir,
yo he visto la película The Full Monty, pero en persona es algo distinto).
La anfitriona repartió rápidamente billetes de un dólar a todas las damas
y el hombre….bueno….se dispuso a ganárselos.
Cuando se terminó el show, una vez que había recuperado algunas de
sus piezas de ropa más básicas, le pregunté:
-¿y a qué se dedica usted en realidad?-. Me dijo que era un entrenador
personal, pero que hacía también un poco de trabajo de modelo.
-Me lo imagino-, dije, intentando no mirarle a los pezones, que quedaban
exactamente al nivel de mis ojos. Supuse que era lógico; los únicos
hombres que sé que se depilan el pelo del pecho son modelos5. En
cualquier caso, era bastante simpático (aunque Elva no hacía sino
murmurar en mi oído: “¿Sabe su madre que está haciendo esto?”), y se
quedó un rato para charlar. Cuando se fue, las Damas me dieron
amablemente todo tipo de bonitos regalos, y yo firmé sus libros; al final
me fui a la cama hacia las 2.00 de la madrugada (tenía que levantarme a
las 6.00 para ir a hablar con los “caballeros “de la prisión local, donde yo
iba a presidir un seminario de escritura).
¡Ah! sobre los billetes de dólar….No, no lo hice (pero las Damas sí. Tenía
que haber sido realmente incómodo, tener ese papel arrugado
entremetido en los pliegues sudorosos del cuerpo mientras bailaba).
Esperé hasta que terminó, y entonces me dirigí hacia él y le pasé mi
propio pequeño fajo de billetes, diciéndole: “de un exhibicionista a otro…”
En cualquier caso, no puedo prometerles que se vayan a encontrar con
un entretenimiento parecido en la página web de las Damas de
Lallybroch, pero posiblemente encontrarán un montón de gente
estupenda interesada en todo lo escocés.
Esta página web ha sido diseñada (durante al menos dos años) por un
lector cuyo nombre en la red es Sassenak@aol.com. Presenta una línea del
tiempo para las novelas registrando qué sucesos tienen lugar y cuándo,
algo de lo que yo misma frecuentemente no me acuerdo. Es una tarea
enorme, todavía en progreso, aunque creo que la línea temporal está
completa hasta Atrapada en el tiempo (incluida) y puede que ahora ya
abarque también los últimos libros.
Además de la línea temporal, esquemas interesantes y cosas parecidas,
una de las cosas que me parecen más entretenidas de esta página es el
llamado “Recuento de Bajas”. Creado por otro lector, es una lista de
todos los personajes que han muerto en las novelas, incluyendo quién (o
qué) los mató, dónde y por qué.
http://fregalry.interspeed.net
Y ahora algo completamente diferente….Fay Zachary ofrece la Galería
Libre de las Voces de los Autores, una página web que presenta
lecturas breves en audio por parte de novelistas y poetas, que leen su
propia obra en diferentes “salones”: el Salón del Misterio, el Salón de la
Ficción, el Salón de la Poesía, el Salón de la Ciencia Ficción, el Salón de
los Vampiros, etc. Fay me pidió que hiciera la lectura para ella de
Tambores de otoño y de la historia corta “Hellfire” para el Salón de
Ficción.
La página cambia su contenido de vez en cuando, y se van añadiendo
autores nuevos, pero como Fay vive cerca, para mí es fácil acercarme a
su casa para grabar algo nuevo, y ella me ha prometido hacer al menos
una de mis lecturas “en directo” (francamente, mi voz suena como la de
Donald Duck, pero si tenéis curiosidad…)
Además de las lecturas, la Galería libre ofrece muchas otras cosas
fascinantes, como tarjetas postales digitales gratis, encargar libros en la
red, enlaces para páginas de publicación online y (me han dicho) pronto
también incluirá “firmas virtuales de libros”.
rumor de que este libro se publicaría en enero; su librería tenía que lidiar
con “hordas de fans enfadados de Gabaldon” buscando el libro. “Debería
usted hacer algo sobre esto”, me decía al final en el mansaje. Bueno,
Rosana y yo hacemos lo que podemos.
4No, la precuela no trata de “la vida de Claire Fraser antes de que
atravesara las piedras”, como leí en uno de los grupos, ni tampoco de “la
vida de Jamie Fraser de joven”. Estos asuntos serían material
Realmente Interesante para una referencia futura, quizá, pero el hecho
es que el libro precuela que tengo bajo contrato trata de los padres de
Jamie, Brian y Ellen Fraser, y del Alzamiento de 1715. Si Jamie
apareciera en él, sería realmente joven, es decir, tendría unos 3 meses.
5Al enterarse de que yo escribía novelas, preguntó si sería posible que le
PARTE SEIS
INVESTIGACIÓN
Los métodos para llevar a cabo la investigación para una novela son tan
personales como los utilizados para escribirla. Es decir, existen una serie
de principios generales útiles, y cualidades básicas que ayudan, pero
exactamente cómo cada uno afronta este proceso depende del estilo y
las preferencias del escritor individual.
No hay duda de que las novelas históricas necesitan mucha
investigación. Cuando doy charlas sobre ficción histórica, o sobre el uso
de los detalles al escribir ficción, normalmente llevo una serie de libros
para utilizarlos como ejemplo:
1. un misterio de Agatha Christie,
2. un thriller de suspense contemporáneo de Martin Cruz Smith
que transcurre en la Unión Soviética,
3. un misterio contemporáneo de Elizabeth George, que se
desarrolla en Inglaterra,
4. y una novela histórica de Gary Jennings, James Clavell,
Colleen McCullough o uno de mis propios libros.
Coloco estos libros en la mesa, uno por uno y en fila, y pregunto a la
audiencia si ve algo que le llame la atención. Como el grosor de los
libros va aumentando más o menos 1.30 centímetros de uno al otro,
normalmente sí se han dado cuenta de a qué me refiero, y se ríen.
Vale. El primer tipo de libro –el de Agatha Christie- es básicamente todo
él una trama. El entorno nos es familiar, los personajes son estereotipos
y ambos se describen de forma incompleta. Una novela de misterio de
Agatha Christie incluye muy pocos detalles descriptivos, porque no
necesita describir un pueblo inglés, un vicario, o un tren; todo el mundo
los ha visto las suficientes veces (al menos en el cine) como para poder
reconocerlos, y el autor puede por tanto concentrarse en la explicación
de la trama.
El thriller que transcurre en la Unión Soviética es más grueso, no solo
porque la trama es más complicada y los personajes están mejor
dibujados, sino porque el entorno es inusual; el lector medio no tiene ni
idea de cómo huelen las calles en Moscú, o qué aspecto tiene un lugar
en el que se practica el mercado negro, o qué es un Zil (un camión
típicamente ruso). Como el entorno y los antecedentes sociales (también
extraños) son elementos necesarios para la historia, se necesita
bastante detalle, con el fin de que la historia pueda funcionar y tenga
sentido para el lector.
Los libros de Elizabeth George son más o menos del mismo tamaño que
los misterios rusos; no tanto porque el entorno no sea familiar –el campo
y la ciudad ingleses no son realmente tan raros- sino porque estos libros
son en esencia una combinación entre trama y relaciones. Tiene que
haber mucho detalle en la descripción de los personajes y de las
interacciones entre ellos, porque las relaciones entre los personajes y el
desarrollo de sus vidas personales son tan importantes como la trama
del misterio.
Y entonces llegamos a las novelas históricas; subgénero GG (Grande y
Gorda). Estos libros suelen ser enormes, no solo porque normalmente
cubren un período largo de tiempo y acontecimientos (es decir, tienen
mucha trama y un número muy elevado de personajes), sino porque
prácticamente todo en ellos será desconocido para el lector medio, y ha
de ser obligatoriamente descrito: entorno, descripción física de una
ciudad, del campo, casas, detalles de la vida diaria, costumbre sociales y
–sobre todo- los personajes. Los personajes históricos no son iguales
que los contemporáneos; tendrán actitudes y relaciones inusuales (y a
veces incomprensibles, a no ser que el autor lo haya hecho muy bien), y
todo esto hay que explicarlo con cuidado, para que el lector entienda lo
que está pasando.
Aparte de la necesidad de construir un medio histórico convincente por el
bien de la novela, muchos lectores de novela histórica están fascinados
por las trivialidades, y leen esos libros en parte por las migajas de
información y la percepción que obtienen sobre otras épocas.
Por eso es legítimo –y deseable- incluir detalles con el propósito de
construir un medio que nos es desconocido, así como para el puro
entretenimiento del lector. Cómo incluir cantidades masivas de detalle sin
enterrarle en información que suena como si le hubieras echado encima
la Enciclopedia Británica es una cuestión de buena técnica, pero el
primer problema con el que uno se encuentra es, simplemente, encontrar
toda esa información.
He mencionado Principios Generales y Cualidades Básicas para hacer la
labor de investigación. Las Cualidades Básicas incluyen: primero, saber
cómo usar una biblioteca y, dos, cómo escanear un libro para extraer la
información requerida. Los Principios Generales incluyen, primero, tener
una visión general, segundo, localizar los detalles y tercero organizar
todo el material.
CUALIDADES BÁSICAS
Cómo utilizar una biblioteca
En realidad, si empezáis ya sin tener ni idea de cómo usar una
biblioteca, os recomiendo encarecidamente que no escribáis novelas
históricas. Sin embargo, más allá de una simple familiaridad con los
ficheros y los matices del sistema de la Librería del Congreso, hay un par
de cosas que probablemente os convenga saber.
Para una investigación histórica verdaderamente detallada, necesitaréis
la biblioteca de una gran universidad. Las librerías públicas simplemente
no guardan los tipos de referencias que se necesitan para llevar a cabo
una buena investigación en la mayoría de los períodos históricos, por la
sencilla razón de que dichas referencias son bastante antiguas y porque
no es lo que la mayoría de la gente quiere leer para entretenerse. Las
bibliotecas públicas guardan libros para ser leídos; las bibliotecas
universitarias guardan libros para buscar información específica.
Cuando empecé a investigar para mi primera novela, era profesora
universitaria, y por fortuna tenía a mano una gran biblioteca; no todo el
mundo tiene esa suerte. Pero si vivís a una distancia asumible de una
universidad, id a la biblioteca y solicitad la tarjeta de socio. La mayoría
de ellas la conceden; por una pequeña cantidad de dinero al año podéis
tener al menos privilegios limitados para pedir libros prestados (y, si sois
escritores, esa cantidad es deducible de impuestos como gasto de
empresa).
Si no vivís cerca de una buena biblioteca, será mucho más difícil hacer
investigación eficaz, pero afortunadamente en la actualidad nadie está
completamente aislado. Muchas colecciones importantes son accesibles
en internet, al menos para saber qué material hay. Hacerse con un libro
es algo distinto, pero los libros se pueden encargar, o se puede intentar
pedir material prestado.
Casi todas las grandes bibliotecas tienen un sistema llamado “préstamo
interbibliotecario”. Esto quiere decir que si necesitáis un libro
determinado, por ejemplo un libro sobre vestimenta irlandesa en el siglo
XVI, y habéis descubierto que vuestra biblioteca universitaria local no
tiene nada de este tema, pero la de la Universidad de Boston sí, podéis
enviar una petición a la biblioteca local para que consiga ese libro, y ella
lo pedirá prestado para vosotros a la Universidad de Boston.
Esto supone una ayuda maravillosa para el investigador; la única
desventaja real del préstamo interbibliotecario es que a menudo es más
bien lento, y pueden pasar semanas o incluso meses antes de que la
biblioteca reciba el libro.
Fichero
La mayoría de las colecciones hoy en día han sido catalogadas
electrónicamente. Este sistema es rápido, eficaz y, generalmente,
adecuado. Al mismo tiempo, la transferencia de información desde las
fichas de papel a la versión electrónica no siempre es completa; los
volúmenes más antiguos que no se usan con frecuencia pueden no
quedar grabados en el catálogo nuevo, o quizá se les aparta
temporalmente para añadirlos con posterioridad.
La versión antigua del fichero contiene también a veces información que
no se incluye en la nueva versión electrónica: anotaciones a mano de
bibliotecarios donde se dice dónde se encuentra el libro, títulos
relacionados, etc. No se puede hacer mucho contra esto, pero si vuestra
librería todavía conserva las fichas, merece la pena consultarlas,
además de hacerlo con la versión electrónica. Preguntad también al
bibliotecario si vuestra biblioteca ha sido ya completamente
computerizada, en caso de que algunos de los libros más antiguos no lo
hayan sido todavía.
La idiosincrasia del método que he mencionado anteriormente comienza
con los primeros pasos de una investigación: lo que incluyáis en el
fichero electrónico (o en un buscador). Pero incluso aquí hay Principios
Generales: el primero, es empezar a buscar en un campo muy general, y
el segundo, buscar coincidencias en los números de identificación.
Es decir, que si estáis interesados en un período y lugar específicos,
normalmente introducirías el título ESCOCIA TIERRAS ALTAS SIGLO
DIECIOCHO. Esto os dará los títulos que se aproximen más a lo que
queréis buscar.
Sin embargo, también merece la pena hacer una búsqueda más amplia,
simplemente bajo el epígrafe ESCOCIA, ya que podéis encontrar una
serie de libros útiles –sobre geografía, historia, costumbres, lengua, etc.-
que no llevan las palabras clave TIERRAS ALTAS o SIGLO DIECIOCHO
asociadas a ellos.
Ampliar el campo de búsqueda, por supuesto, os dará una lista enorme
de títulos (este es el objetivo de hacer primero la búsqueda limitada;
podéis comenzar con los libros más relevantes mientras seguís
buscando más lejos). Repasad los títulos, anotando los que parece que
puedan seros útiles o interesantes. Luego miradlos y fijaos si hay alguna
coincidencia en su número de identificación. Es decir, los libros que
habéis cogido, ¿tienen números de identificación que empiezan por “QC
357” o “DA 785”?
Investigación online
Por cualquier razón, parece que he desarrollado una extraña fama como
escritora cuya carrera está inextricablemente relacionada con Internet.
Por tanto, mucha gente asume que yo hago toda la investigación online,
surfeando por la red.
Francamente, aunque internet es una herramienta muy valiosa, no me
puedo imaginar hacer investigación histórica seria usando la Web como
primera fuente. La profundidad de la información y la amplitud de detalle
que se necesita no existen en la mayoría de las páginas web, y el
proceso de búsqueda es mucho más tedioso y largo que husmear en
una buena biblioteca, y además tiene menos oportunidades de éxito.
Con esto no quiero decir que no se puedan encontrar cosas muy buenas
e interesantes en la web (y servicios como amazon.com y ukbooks.com
son de incalculable valor para localizar y suministrar libros
convenientemente). De la misma manera, la búsqueda por internet os
puede facilitar a su vez la búsqueda en bibliotecas universitarias grandes
y ayudaros a averiguar dónde acudir. Pero la búsqueda en internet es
solo un complemento de una buena investigación bibliotecaria, no su
sustituto.
Sin embargo, no hay que descartar otros aspectos de la búsqueda
online; más allá de la existencia de sitios web, se puede localizar a
personas que nos pueden ser de gran ayuda como expertos en diversos
campos, a través de grandes servicios de subscripción (como AOL y
CompuServe) y diversos grupos de noticias.
Lo curioso de hacer cualquier tipo de investigación bibliotecaria –sea con
fines literarios o científicos- es que, una vez que os ponéis en marcha,
las cosas empiezan a encontraros a vosotros. Una información os lleva a
la otra; una cita bibliográfica en un libro no muy importante os conducirá
exactamente a la fuente que necesitáis; cuando os paseáis por una
sección general de la biblioteca, los libros saltarán de sus estanterías
directamente a vuestras manos.
(Una vez, en uno de esos “paseos”, cogí un libro muy pesado de la
estantería. Me senté en el suelo para hojearlo, y cuando alcé la mirada
de la lista de contenidos –en la que no encontré nada muy interesante-
¿qué es lo que veo, directamente enfrente de mi nariz? Un libro titulado
Lista oficial de miembros del ejército de Carlos Eduardo Estuardo. Y eso
es justo lo que era: una lista de todos los hombres de los que se sabe
que lucharon en el Ejército de las Tierras Altas en el Alzamiento de 1745.
Encontré este libro mucho después de haber escrito Viajera, pero por
pura curiosidad lo saqué de su sitio y consulté el Regimiento del Señor
de Lovat que -al igual que los otros- ponía a los oficiales los primeros en
la lista. Se me pusieron los pelos de punta cuando leí “TENIENTE
CORONEL JAMES FRASER”, y aún más cuando volví la página y
encontré los nombres de Duncan McDonald y Giles McMartin (mirad el
principio de Viajera, y los nombres de los hombres que fueron
ejecutados por los ingleses después de Culloden).
PRINCIPIOS GENERALES PARA INVESTIGAR
Una vez que os habéis enterrado en la biblioteca y encontrado unas
cuantas pilas de libros por curiosear ¿qué hacéis a continuación? Lo que
sea que tenga sentido para vosotros, en realidad. Pero, en general,
podríais considerar lo siguiente:
Visión general
Primero, ¿qué necesitáis saber para empezar a escribir? (no tenéis que
saberlo antes de hacerlo, puede que no sepáis lo que necesitáis saber
hasta que llevéis trabajando un tiempo). Algunos escritores deciden
elegir un período particular porque les atrae y ya saben mucho de él.
Sencillamente, sus prioridades serán diferentes que las de alguien que
no sabe nada de nada sobre ese tiempo y lugar, como yo. Yo empecé
con una ignorancia total sobre Escocia y el siglo XVIII. Todo lo que sabía
era que los hombres llevaban falda, lo que me pareció razón suficiente
para elegir ese período en particular.
Un peligro del método “tengo que saber todo antes de empezar” es que
es imposible saberlo todo: el sentimiento de que hay que saberlo todo
antes de empezar a escribir es una excusa para evitar escribir, sea lo
que sea.
Como dije más arriba, lo poco apetecible que es hacer el trabajo arduo y
siempre a largo plazo de la investigación es un inconveniente muy
importante que tiene la escritura de novelas históricas. Si no tenéis al
menos un mínimo de pasión por la investigación, os resultará dificilísimo.
Sin embargo, muchos escritores de novela histórica tienen el problema
opuesto. Disfrutan tanto de la investigación que nunca tienen tiempo ni
ganas de empezar a escribir el libro. Una pregunta que se escucha a
menudo en las conferencias de escritores es “¿Cómo sabes cuándo has
hecho la investigación suficiente, y ya estás preparado para escribir?”
Bueno, pues nunca lo sabes. O más bien, yo no lo sé. Después de todo,
siempre hay más cosas que encontrar…
Aquí entra en juego la idiosincrasia y las preferencias personales de
cada uno; algunos escritores sienten que tienen que saberlo casi todo
sobre una época antes de empezar a escribir; otros no tanto. Yo,
personalmente, empecé a escribir e investigar simultáneamente, y como
me fue bien, seguí haciéndolo así.
Una manera adecuada y rápida de conseguir una visión general sobre
una época o lugar geográfico determinado es buscar en la sección
infantil de la biblioteca. Los libros infantiles son normalmente cortos,
fáciles de leer, presentan los hechos más importantes en un espacio
reducido y tienden a incluir detalles divertidos (es decir, interesantes)
sobre un tema, que no por casualidad, son el tipo de detalles que más
les gusta a los novelistas.
Más allá de la sección infantil, buscad relatos populares1. Se trata de
libros genéricos que probablemente querréis leer de cabo a rabo
(aunque si queréis leerlos por encima, no pasa nada, si sabéis el tipo de
información que contiene el libro, siempre podréis volver a él más tarde y
consultar algo con más detalle). Así que vale la pena escoger textos que
sean razonablemente entretenidos.
Tomad nota de libros más particulares o específicos, pero como regla
general dejadlos para una consulta posterior, cuando tengáis las ideas
más claras sobre lo que realmente necesitáis.
Localizar los detalles
A veces sabréis que vais a necesitar mucha información específica en
más de un área de interés. Por ejemplo, una vez que Claire ha sido
declarada sanadora, yo sabía que iba a necesitar mucha información
sobre hierbas y medicina botánica, porque esa era la única terapia
médica efectiva disponible en el siglo XVIII.
Por tanto, empecé a reunir “herbarios”, que son guías de hierbas y sus
usos. Ahora tengo más de treinta, que van desde Medicina herbaria en
China hasta Herbología nativoamericana (mirad “No intentéis esto en
casa”). ¿He leído todos estos libros? ¡Ni hablar! Sin embargo, sí los he
consultado lo suficiente como para saber cuándo tengo que mirar en la
Guía Peterson Field de Plantas Medicinales, publicado en los años 80
del siglo pasado, y cuándo consultar el Herbario Completo de Culpeper,
publicado en el siglo XVII.
Es por eso que a tales libros se les llama “libros de referencia”; no están
hechos para que se lean palabra por palabra; están hechos para
proporcionar información específica de forma fácil y rápida.
Por suerte, los libros de referencia los hay en un número muy elevado de
temas. Mirad en las bibliografías de vuestros libros genéricos para
referencias más especializadas. Pateaos todas las secciones
importantes de bibliotecas y librerías; rebuscad siempre en las pilas de
las secciones de libros rebajados.
Otra buena fuente de referencias históricas y regionales –algunas
bastante especializadas, y no fácilmente disponibles en otro sitio- son las
librerías adjuntas a museos y parques nacionales. Particularmente en los
EEUU, las librerías de los parques nacionales incluyen a menudo
referencias enormemente útiles sobre plantas y vida animal de la región,
además de relatos históricos publicados por investigadores locales que
puede que no se encuentren a través de lugares normales de venta de
libros.
Si no podéis visitar tales lugares personalmente, llamad por teléfono; los
empleados son a menudo muy amables, y algunas tiendas pueden
incluso tener listas o catálogos de material disponible que os pueden
enviar.
Finalmente, una fuente útil de información histórica específica es el
catálogo Dover. Dover es una compañía editora que se especializa en la
reimpresión de material en el dominio público, y a menudo tienen
reediciones facsímiles baratas de material muy antiguo (una de las
referencias que tengo ahora en mi estantería es una reimpresión facsímil
del Manual de entrenamiento bélico de la Guerra de la Independencia
del Barón von Steuben, edición de 1794, que encontré en la librería del
Parque Nacional del Campo de Batalla de Saratoga).
A veces se encuentran reimpresiones Dover en librerías normales,
particularmente los libros para colorear, que son realmente un material
excelente (y divertido) de referencia. Tengo un libro para colorear sobre
“Intercambios comerciales coloniales”, por ejemplo, que ilustra todos los
objetos comunes que se encontraban en los talleres del zapatero, del
fabricante de carros, del hojalatero, del platero, etc., y otro que trata de
“Uniformes de la Revolución”. Pero el material más difícil solo se
encuentra normalmente a través de librerías especializadas o pidiéndolo
de un catálogo 2.
Organizarlo todo
Una vez que estáis bien encaminados en vuestra investigación, surge el
problema de cómo organizarlo y tenerlo todo registrado. Aquí, me temo
que estáis hablando con la persona equivocada. La gente me pregunta a
menudo cómo organizo la cantidad de información que he investigado y
que necesito para escribir estos libros enormes. Y la respuesta es:
“bueno, ¿ves esas tres librerías allí? La mayor parte de lo que utilizo está
en ellas” 3.
La terrible verdad es que no organizo nada, más allá de poner todos los
herbarios en una estantería determinada y los libros de magia en otra.
Normalmente no anoto nada excepto el texto de la novela que estoy
escribiendo.
He mencionado antes que hay diferencias entre hacer investigación
científica o una investigación novelística, y la organización del material
es una de ellas, al menos para mí. Cuando hacía investigación científica
utilizaba ficheros, y (más tarde) bases de datos de referencias, porque
cuando se escriben textos científicos, hay que estar preparado para
apoyar todas y cada una de nuestras afirmaciones, bien con una cita de
una obra de otra persona o bien con nuestros propios datos.
Cuando se escriben novelas históricas, no. De hecho… ¡a veces
podemos inventarnos las cosas! Lo cual es uno de los alicientes más
importantes de escribir ficción, en mi opinión.
Sin embargo….cuando escribimos textos científicos, normalmente
estamos tratando con una serie de circunstancias muy limitadas y
específicas. Por ejemplo, estáis interesados en las preferencias en la
salinidad del agua del pez saltarín del fango chino, Periophthalmus
chinensis (Gordon, Gabaldon y Yip, 1987); por tanto, comenzaréis con
una investigación en dos direcciones: información general sobre peces
saltarines del fango chinos y referencias de experimentos sobre
preferencias en salinidad.
Intentaréis encontrar cualquier referencia posible en ambas categorías,
además de todas las referencias relevantes a las que éstas os llevan, y
luego las leeréis con cuidado. Esto es necesario, aunque tedioso; la
investigación científica depende de la precisión de la observación y de
que los resultados puedan ser reproducidos, y cada nuevo conocimiento
descansa en el firme fundamento de lo que ya se sabe (de momento
vamos a dejar de lado que de vez en cuando dichos fundamentos
cambian).
Como alguien que venga detrás de vosotros puede querer usar vuestros
escritos como fundamento, hay que dejar huellas claramente marcadas y
paredes bien construidas. Es una obligación profesional. Por tanto,
habréis de incluir citas de todo el trabajo que habéis utilizado como
marco para vuestras hipótesis y diseño experimental, y tendréis que
hacerlo tan completo e integrado como sea posible.
Esto no se hace con una novela. Una novela está ella sola; nadie
(excepto quizá vosotros mismos, si termináis escribiendo una serie de
libros) va a ir detrás de vosotros, y nadie depende de vuestro trabajo
para fundamentar otras hipótesis futuras.
Una de las Diez Preguntas Favoritas que suelen hacer los
entrevistadores es: “¿Cómo hiciste la transición de ser científica a ser
novelista?”
“Escribí un libro”, respondo secamente 4. Pero si es una entrevista
formal, normalmente me veo obligada a explicar que la implicación de
que la ciencia y el arte son polos diametralmente opuestos del esfuerzo
humano es un error. Mucha gente piensa que la ciencia es lógica, rígida
y fría, mientras que el arte es intuitivo, flexible y sensitivo. Pero de
hecho, ambos procesos son simplemente dos caras de la misma
moneda. La intuición se nutre de la lógica y viceversa. La ciencia sin
imaginación no vale nada; el arte sin estructura no tiene sentido.
Ambas, arte y ciencia, descansan al fin y al cabo sobre los mismos
fundamentos; la habilidad para extraer un modelo del caos. Es solo que
cuando uno se ocupa de la ciencia, observa el caos, y cuando uno se
ocupa del arte, lo define.
De la misma manera, el propósito de una novela no es el mismo que el
de la investigación científica, aunque los objetivos sean similares. En
ambos casos, se construye una pequeña imagen de la realidad; se
intenta explicar el mundo y cómo funciona. Sin embargo, en el caso de la
investigación científica, las explicaciones se dan a través de los hechos,
y en el caso de una novela, se hace con mentiras, es decir: estamos
contando una historia.
ASISTENTES PARA LA INVESTIGACIÓN… O NO
Dada la necesidad de tanto material de fondo, trivialidades factuales,
etc., muchos escritores de ficción histórica utilizan investigadores
asistentes, y de hecho, muchas veces me preguntan a mí cuántos tengo.
En realidad, yo no los utilizo. No es que no piense que sean de gran
ayuda; es simplemente que no sabría decirles qué tienen que buscar.
Es como hacer la compra para hacer la comida. Podéis enviar a alguien
al supermercado con una lista; por ejemplo, perritos calientes y alubias, y
por supuesto, volverán con perritos calientes y alubias y vais a comer
fenomenal. O al menos, vais a comer.
Pero sin embargo…cuando yo voy a la compra, puede que tenga en la
mente perritos calientes y alubias, pero cuando paso por la zona de las
carnes, veo que hoy tienen unas chuletas de cordero que tienen muy
buena pinta. ¡Mmmmmm!, pienso. El curry de cordero está riquísimo, y
ya tengo en casa arroz basmati y chutney de mango. Así que pongo las
chuletas de cordero en el carro, y entonces voy a por una cebolla, algo
de ajo y a por los ingredientes para hacer el curry. Y en el camino hacia
la zona de las verduras, paso por la zona de delicatessen, donde tienen
hoy una oferta de gambas frescas. ¡Ahhhhh!, una ensalada de gambas
antes del curry…..tengo que coger una buena lechuga de hoja verde,
unas cuantas cebolletas y un pepino. ¡Ah! y aderezo para la ensalada. Y
por supuesto, una botella de limonada, porque nada sabe mejor con un
curry picante que una limonada fría…
Así que paso mucho más tiempo (y dinero) yendo yo misma a la tienda,
pero consigo un menú mucho más sabroso y original como resultado.
Los novelistas que utilizan asistentes de investigación suelen comer
perritos calientes y alubias.
Trasladando esto a la escritura, naturalmente que habrá algunas cosas
que creo que necesito saber, como los ingredientes necesarios para la
historia. Sin embargo, la mayoría de las veces, cuando voy a buscar
esos retazos de información, me encuentro con algo mucho más
interesante; algún hecho cuya existencia no se me habría ocurrido ni en
sueños, y que por tanto no podría haber encargado a nadie que me los
buscara.
Un ejemplo es el del Señor Forez. Estaba leyendo un libro sobre la
práctica de la medicina en Francia durante la segunda mitad del siglo
XVIII, pensando que podría coger algún detalle para usarlo en Claire
cuando trabajaba en el Hospital de los Ángeles. De hecho, encontré
conceptos útiles para usarlos como parte del escenario: pequeños
detalles triviales, como el arte de la uroscopia, pero también información
general sobre sanadores de esa época.
Los médicos licenciados eran escasos, caros y no siempre gozaban de
la confianza de la población en general (y con razón, una licencia no
siempre significaba educación o eficacia). Las “Mujeres Sabias” no solo
eran populares como comadronas, si no que eran también respetadas
como sanadoras en general, y mucha gente sin educación médica
también se aventuraba en las artes de la curación, a veces incluso
utilizándolas como complemento a su profesión (por ejemplo, el caso del
Señor Parnelle, que era joyero pero también hacía uroscopias en el
hospital).
Entre los “sanadores” que no eran médicos licenciados había,
increíblemente, verdugos públicos. Debido a los requerimientos de su
profesión, los verdugos no solo eran quienes ejecutaban a los
condenados, sino que eran también torturadores, y a menudo estaban
muy solicitados para asistir en investigaciones oficiales extrayendo
testimonios de los testigos que no estaban dispuestos a colaborar. A
menudo eran también buenos colocadores de huesos; no es fácil
desmembrar un cuerpo sin saber primero algo sobre cómo está
construido.
De la misma manera, como era a menudo necesario mantener a una
víctima viva durante un largo período de tiempo, los verdugos tenían un
conocimiento considerable de anatomía y de los procesos fisiológicos.
Un tal Señor Forez se citaba como uno de los más famosos de estos
verdugos médicamente competentes, con una nota casual en la que se
informaba de que hizo buenos negocios en actividades secundarias tan
lucrativas como la venta de cadáveres (parte de los cuales se utilizaban
para la disección, o como ingredientes en conjuros mágicos) y la
producción de “grasa de hombre ahorcado”: la grasa purificada que se
extraía de los cuerpos hervidos de criminales ejecutados.
De ninguna manera estaba yo buscando un verdugo, pero habiendo
conocido al Señor Forez, reconozco que el personaje me sedujo.
También me convenció de que tenía que conseguir introducir en la
historia de alguna manera la grasa de hombre ahorcado. Así que
encontré lo que buscaba –una idea general de la práctica médica en
Francia, además de detalles médicos interesantes- y, además, algo
totalmente inesperado.
Como ahora disponía de un verdugo muy interesante, tuve que construir
para él un lugar en la historia. Podía haberle usado como parte del
personal de fondo del hospital, y de hecho empecé haciéndolo así. Pero
no quería gastar la grasa del hombre ahorcado de cualquier manera;
necesitaba una ocasión para su uso, alguien debería estar herido o sufrir
reumatismo. Ya había intentado usar los establos en Argentan de alguna
manera (otro detalle casual; mi suegro, Max Watkins, un vaquero
apasionado de los caballos, había visitado Argentan y me había contado
la historia de los caballos percherones), así que surgió la idea de un
accidente que involucrara a los caballos, y de ahí la escena con Fergus y
los mozos de establo, en la que Jamie rescata a Fergus lesionándose un
músculo en el intento.
Habiendo escrito la escena en la que Claire le aplica a Jamie el
ungüento, y en la que él, nervioso, hace un chiste sobre lo poco que le
faltó para convertirse en uno de los ingredientes, empecé a pensar
(bueno, en realidad mientras escribo estoy siempre pensando, pero
ayuda si tengo una dirección en la que pensar).
Verdugos, ser ahorcado, la muerte de un traidor… (Que es precisamente
lo que Jamie estaba arriesgando con sus acciones). Aquí aparece otra
vez el Sr. Forez, con el propósito de que Jamie, Claire y el lector no
olviden que, aunque la política se pueda tomar como un juego, era sin
embargo una actividad que podía tener consecuencias fatales (en cuanto
a la charla del Sr. Forez sobre los detalles del destripamiento, bueno yo
tuve un trabajo postdoctoral en el que mi labor principal era destrozar
pájaros marinos. La gente siempre me pregunta si mi educación y
experiencia previas como científica me son útiles al escribir estos libros.
No a menudo, pero de vez en cuando sí).
Considerando al Sr. Forez dentro del contexto del libro en general, pensé
que era alguien que capturaba muy bien el equilibrio entre los aspectos
ridículos y absurdos del Alzamiento (de los que había muchos), y su
trágico resultado. Es una nota menor en el libro, pero importante. Y sin
embargo, no podía haber ido a buscarle, porque no sabía que existía.
La razón por la que no tomo notas sobre la investigación que hago es
que, mientras la historia va tomando forma en mi cabeza, voy
incorporándole datos y cosas que he averiguado durante la
investigación. A veces, algo que he encontrado provocará una escena
específica, o incluso una línea argumental secundaria; a veces una
escena en particular requerirá una información específica, que entonces
tendré que ir a buscar. Pero en cualquier caso, la información procedente
de la investigación se convierte en parte de la historia; y desde ese
momento, está en mi cabeza; no puedo olvidarla. Sin embargo, se me
olvida al instante todo lo que está escrito; mensajes de teléfono, listas de
la compra, recados….
En cuanto a las cosas que necesito saber…bueno algunas de estas
simplemente tengo que consultarlas antes de poder escribir una escena
determinada. Pero la mayoría de los pequeños detalles de información
secundaria no son realmente necesarios para dar forma a una escena o
a lo que sucede en ella. En estos casos, cuando llego a un lugar en el
que necesito, por ejemplo, hacer una lista de las hierbas que Claire está
usando para un propósito específico, o el nombre de una calle en
Edimburgo, o la altura de una montaña, pongo un par de paréntesis sin
texto en el medio “()” en la frase donde habría de aparecer dicha
información. De esa manera, puedo continuar escribiendo sin romper mi
ritmo, e ir a buscar la información que necesito más tarde.
Bueno, si fuera yo, habría ya decidido por mí misma qué aspecto tenían
que tener las malditas campanillas del camello, y habría seguido
escribiendo la historia pero….cada uno tiene sus métodos.
En cualquier caso, esta actitud hacia la investigación histórica nos lleva
muy a menudo a un fenómeno que mi amiga Margaret Ball (quien
escribe también excelentes novelas de fantasía) describe como: “he
hecho mi investigación, y ahora lo vais a pagar”. Es decir, novelas que
incluyen masas y masas de detalles, porque el autor no soporta “echar a
perder” nada de lo que le ha costado tanto esfuerzo investigar.
No olvidéis que el propósito de la investigación es dar fundamento a la
historia, no al contrario.
1 Si realmente queréis saber sobre las ramificaciones económicas del
11501
3 Y si no está ahí, estará en una de las pilas de libros que hay en el suelo. Es decir, eso si no
está abajo en la cocina. O debajo del asiento delantero del coche. O quizá….
4 Y en realidad, eso es todo. No hay que hacer ningún examen de Cambio de Carrera, o pedir
una Licencia de Novelista. Escribís un libro y… ¡booom! Ya sois novelistas, así de simple. Mucho
más fácil que convertirse en médico o bombero.
RECETA PARA EL CURRY DE DIANA
(Con cordero, vaca, pollo o tofu), cebolla blanca, ajo, pasas (opcional),
aceite de oliva, carne o tofu, (unos 200 gr, o una pechuga de pollo, por
persona), curry en polvo, pimienta de cayena en polvo (optativo) y zumo
de tomate.
Picar la cebolla y cuatro o cinco dientes de ajo. Si os gustan las pasas,
echar también uno o dos puñados. Saltearlo todo en aceite de oliva
hasta que la cebolla esté transparente (las pasas se hincharán). Añadir
el ingrediente principal, la carne o el tofú, partida en forma de cubos, y
dorarlo todo moviéndolo frecuentemente. Añadir el curry y la cayena al
gusto y removerlo todo. A mí me gusta poner suficiente curry en polvo
como para que la carne quede bien cubierta, y unas 4 ó 5 sacudidas de
cayena en polvo, pero la proporción depende del gusto personal y del
tipo de curry que se use, ya que algunas marcas son mucho más
picantes que otras.
Añadir una lata mediana (350/400 gr.) de zumo de tomate. Dejarlo hervir
a fuego lento. A los 15 minutos está listo, pero está mejor si se le deja
cocer a fuego lento una o dos horas. Y está todavía mejor si, después de
hervirlo durante todo ese tiempo, se le deja enfriar y reposar toda la
noche, para calentarlo al día siguiente. Añadir más zumo de tomate si la
salsa ha salido demasiado espesa al cocerlo.
Servirlo encima de arroz (el basmati o el de jazmín están bien, como el
arroz blanco de grano corto). Adornar con algún fruto seco picado,
almendras, o coco. Servir con chutney de mango y/o piña fresca.
Más allá de lo culinario y lo aromático, también cultivo cosas de vez en
cuando por su novedad o por pura curiosidad (intenté cultivar dedalera
una vez, pero no le gusta nada el desierto en que vivo. La calabaza
trepadora se me dio mejor). Y, como resultado de haber dado una vez
una clase titulada “Historia Natural de Arizona”, tengo una idea razonable
de qué plantas uno no debe en ningún momento exprimir para conseguir
agua, si es que alguna vez se pierde en el desierto. (Nunca jamás se
debe ingerir una planta del desierto que no tenga pinchos. Las plantas
del desierto son una fuente de agua estancada en un hábitat seco, y por
tanto siempre están en peligro ante insectos, animales, etc. Todas se
protegen de una forma u otra, con espinas, pinchos, con una piel gruesa
y cerosa. Si veis una planta que no parezca estar usando ninguna de
estas visibles formas de defensa, apuesto a que está usando otra cosa:
alcaloides venenosos).
Pero no, no soy de ninguna manera una herborista o botánica
profesional. De hecho, la suma total de mis credenciales académicas
son las seis horas de clase de botánica que se requieren para obtener
un grado en zoología en la Universidad del Norte de Arizona. Puedo
distinguir una monocotiledónea de una dicotiledónea, hacer un esquema
de un corte de flor compuesta, y ver las diferencias entre basidiomicetos
y ascomicetos (son diferentes tipos de hongos, por si os interesa), pero
entre una cosa y otra, nunca he encontrado el momento para incluir
elegantemente ninguno de estos retazos de información en una escena
de ficción.
De taltuzas y jardines
LA ÚNICA MANERA que he descubierto de coexistir pacíficamente con
las taltuzas es a través del soborno. Si cada noche hacía un sándwich de
mantequilla de cacahuete y melaza (con pan integral, por si acaso la
dieta de las taltuzas era escasa en fibra), y se lo dejaba en medio del
jardín, mis plantas resultaban en su mayor parte, indemnes. Si se me
olvidaba ese sándwich nocturno…. ¡Toma! ¡Adiós a otro pelargonio!
Por fortuna, mi marido (¡qué majo es!) me construyó una valla de jardín a
prueba de taltuzas como regalo de cumpleaños hace unos cuantos años,
así que las taltuzas ya solo pueden mordisquear las piezas de plástico
del sistema de riego para su dieta en fibra. Ahora de lo único que tengo
que preocuparme es de los perros que tienen debilidad por los tomates
maduros, las hormigas con pasión por mis uvas y las serpientes que
buscan un sitio a la sombra para dormir.
Sin embargo, lo más lejos que yo llegaría usando hierbas para un
tratamiento médico es frotar lavanda machacada en las sienes de mi hija
cuando tiene dolor de cabeza, o pasarles mis pastillas de menta contra
el mal aliento a pasajeros que viajan conmigo y que se marean (el aceite
de menta relaja los músculos del estómago y el intestino, combatiendo la
indigestión y la flatulencia. Una persona a la que una vez le conté esto
me dijo: “no me hacía falta saberlo”). Puede que no ayude, pero no va a
hacer daño a nadie.
Lo que hago para enfrentarme a los detalles botánicos en mis libros es lo
mismo que hago para los históricos: investigo. Cuando empecé a escribir
al principio sobre Claire Beauchamp Randall Fraser, pensé mucho sobre
qué cualidades debería tener un viajero en el tiempo, y concluí que unos
conocimientos médicos básicos serían lo más práctico. Además, en
términos puramente de ficción también sería una buena decisión, porque
le da una excusa excelente para estar en los sitios donde estaban
ocurriendo todas las cosas interesantes (como peleas, caza, guerras y
epidemias).
No me costó pensar ni investigar mucho para darme cuenta de que, en
el siglo XVIII, antes de la llegada de los antibióticos y la anestesia, el
único método efectivo de tratamiento médico era probablemente el de
las hierbas.
Bueno, como ya digo, yo no tengo ninguna formación botánica en
particular, así que empecé a buscar información sobre el uso de hierbas,
ya sea con propósitos medicinales, como cocinar y ahuyentar a los
insectos, o para usos médicos. Por suerte, dicha información no fue
difícil de encontrar, y de hecho, las guías y colecciones de hierbas se
han hecho mucho más populares en los aproximadamente diez años que
hace que empecé a escribir Forastera; es muy posible que cualquier
librería tenga varias.
Debería advertir de que una gran parte de los tratamientos con hierbas
descritos en estos libros son también históricos; es decir, algunos se
conocen desde hace cientos (y en algunos casos probablemente miles)
de años. Los que existen desde hace mucho son probablemente los que
funcionan, pero no hay manera de saberlo seguro. Cuando describo en
los libros los tratamientos con hierbas, siempre escojo técnicas que de
verdad se sabe que existían en aquélla época, en aquel tiempo y para el
propósito descrito. Esto no significa que fueran necesariamente eficaces,
aunque probablemente lo eran.
Las guías y fuentes herbales que tengo en este momento en mis
estanterías están todas registradas en la sección “Bibliografía” de este
libro, en un apartado para ellos solos, para que lo puedan usar los
lectores que tengan un interés particular en medicina botánica (fui
adquiriendo estos libros durante unos cuantos años, así que no
necesariamente los tenía ya todos en mi poder mientras escribía las
novelas).
Uno de los primeros libros sobre hierbas que compré fue El herbolario de
la edad nueva, que me fue realmente muy útil, ya que incluía no solo
descripciones generales de diversas hierbas populares y sus usos
actuales, sino también fotografías de plantas, raíces, semillas, flores, etc.
Poco después, encontré una copia (bueno, más bien una reedición) del
Herbolario completo de Nicholas Culpeper, publicado originalmente en
1647. Este libro también está profusamente ilustrado (con pequeños
dibujos en color), pero su principal valor para un novelista histórico es
que informa de los usos que se le dieron a las hierbas durante la historia.
Además de proporcionar detalles pintorescos de enfermedades y sus
tratamientos, también habla de las teorías que prevalecían en la
medicina, y la manera en que la gente concebía la enfermedad y las
funciones corporales. El de Culpeper es uno de esos libros que resultan
especialmente valiosos para ambientar la ficción histórica, sean las
hierbas en cuestión eficaces o no. En esta categoría se engloban
también libros sobre folklore, medicina popular (Medicina popular
americana) y medicina étnica (Herbolario indio de Norteamérica); puede
que sean solo curiosos para alguien interesado en aplicaciones
prácticas, pero son de valor incalculable para un escritor interesado en
métodos antiguos.
Otra pequeña consideración que afecta a los escritores de ficción
histórica es que las plantas encontradas en un lugar geográfico particular
hoy en día pueden no haber crecido siempre allí. Por supuesto, siempre
se las puede uno ingeniar para adquirir algo que es realmente necesario
para la trama, por medio de un mercader, un viajero de oriente, o un
naturalista ambulante, pero es una buena idea determinar si es
realmente necesario.
El siglo dieciocho fue una época de considerable exploración global y
comercio internacional; por tanto, muchas plantas europeas fueron
traídas a las Américas, y viceversa, durante esos años. Pero gran parte
de estas importaciones exóticas habrían estado limitadas a boticas en
grandes ciudades, o a jardines ornamentales de muchas personas ricas
(y no tan ricas) con un interés en la botánica. En otras palabras, no sería
razonable que un personaje se adentrara en los bosques salvajes de
Carolina del Norte a mitad del siglo XVIII para coger castañas de Indias,
aunque sí podría ser razonable en una ciudad costera, donde este
particular árbol inglés había sido plantado por un emigrante nostálgico.
CONSUELDA
En otros tiempos, la gente del campo solía plantar consuelda por
sus virtudes para la curación de heridas, y los muchos nombres
locales que recibe esta planta son prueba de su gran reputación
como remedio medicinal; ya desde la Edad Media se utilizaba para
curar los huesos rotos.
Grieve (Un herbario moderno)
CON EL FIN DE DAR AL LECTOR UNA IDEA de este tipo de
intercambio online, se ha editado lo mínimo posible, pero se han omitido
algunas pequeñas fórmulas típicas de este tipo de comunicación que
aparecían en los mensajes, como emoticonos, métodos para enfatizar
palabras, abreviaturas, etc.
Las comillas se usan para marcar un texto procedente de un mensaje
previo, para que quede claro cuando un mensaje posterior se está
refiriendo a un punto particular de dicho mensaje anterior.
SPOILER se usa en el encabezamiento de un mensaje que contiene
fragmentos de un libro o historia por publicar, o que incluye discusiones
sobre trabajo ya publicado que pueden dar pistas sobre material
importante relativo a la trama. Es una advertencia de cortesía para los
que no quieren saber nada sobre un libro, película, etc., antes de ver el
trabajo terminado4.
Volví a introducir la pluma, pero entonces dudé, dejando que las gotas
cayeran de la afilada punta a la pequeña calabaza que usaba como
tintero. ¿Qué más debería decir?
La tendencia a la minuciosidad científica, tan integrada en mi propio ser,
chocaba con la cautela. Era importante describir lo que había pasado tan
exactamente como fuera posible. Pero al mismo tiempo, dudaba en
poner negro sobre blanco lo que podía ser considerado como la
admisión de un homicidio. No era asesinato, me aseguré a mí misma,
aunque mis sentimientos de culpa no hacían tales distinciones.
(Continuación)
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: DG A: Todos
(Continuación)
“Los sentimientos no son la verdad”, murmuré. Al otro lado de la
habitación, Brianna alzó la vista del pan que estaba cortando, pero yo
incliné la cabeza sobre la página, y ella volvió a su conversación en voz
baja con Marsali junto al fuego. No era más que media tarde, pero fuera
estaba oscuro y llovía. Había encendido una vela para poder escribir,
pero las manos de las muchachas se movían por encima de la mesa
borrosa como si fueran polillas, iluminándose aquí y allá entre platos y
fuentes.
La verdad es que yo no creía que Rosamund Lindsey hubiera muerto de
septicemia. Estaba bastante segura de que había muerto de una aguda
reacción a una mezcla no purificada de penicilina; es decir, de la
medicina que yo le había suministrado. Por supuesto, también era vedad
que la gangrena la hubiera matado con toda seguridad si no se hubiera
tratado.
Y también era verdad que no tenía manera de saber cuáles serían los
efectos de la penicilina. Y de eso se trataba, ¿no? ¿De asegurarse de
que alguien más pudiera saberlo?
Jugueteé con la pluma, haciéndola rodar entre mi pulgar e índice. Había
registrado con mucha fidelidad mis experimentos con la penicilina: el
cultivo en medios que iban desde el pan al chirimoyo y la piel podrida de
melón, descripciones minuciosas de la identificación a primera vista y
con microscopio del hongo de la penicilina, los efectos de su aplicación
(hasta este momento muy cautelosa)…
Sí, definitivamente he de incluir una descripción de los efectos. Pero la
verdadera pregunta es, ¿para quién estoy escribiendo este registro con
tanto cuidado? Me mordí los labios, pensando. Si solo era para mi propia
referencia, sería un asunto muy simple; bastaría con anotar los
síntomas, los tiempos y los efectos, sin escribir explícitamente cuál era la
causa de la muerte; después de todo, no creo que fuera a olvidarlo. Pero
si este relato iba a ser utilizado por otra persona…alguien que no tuviera
ni idea de los beneficios y los peligros de un antibiótico….
La tinta se estaba secando en la pluma. Acerqué la punta al papel. Edad:
44 años, escribí lentamente. En esta época, informes como éste
terminaban a menudo con una descripción muy fervorosa de los últimos
momentos del fallecido, marcados, se suponía, por la resignación
cristiana y el arrepentimiento por sus pecados. Nada de esto había
ocurrido durante la agonía de Rosamund Lindsey.
Miré el ataúd, colocado sobre un caballete bajo la ventana mojada. La
cabina de los Lindsay estaba a medio construir; no estaba preparada
para un funeral en la lluvia, que caía a raudales. El ataúd estaba abierto,
en espera del velatorio por la noche, pero la mortaja de muselina estaba
cerrada sobre su rostro.
Rosamund había sido una prostituta en Boston; habiendo engordado y
envejecido demasiado para ejercer su profesión con alguna ganancia, se
había dirigido al sur, buscando un marido. “No podía soportar ni uno más
de esos inviernos”, me había confesado, poco después de su llegada al
Cerro. “Ni a ningún otro pescador maloliente”.
Había encontrado el refugio que necesitaba en Kenneth Lindsey, que
estaba buscando una esposa para compartir el trabajo de la granja. No
fue un emparejamiento nacido de la atracción física –los Lindsay tenían
quizá, entre los dos, seis dientes buenos- ni de la compatibilidad
emocional, pero sin embargo parecía haber sido una relación amistosa.
Más conmocionado que superado por el dolor, Kenny estaba recibiendo
medicación de Jamie en forma de whisky, un tratamiento que parecía
más efectivo que el mío. Por lo menos, no pensaba que fuera a ser
mortal.
Causa inmediata de muerte, escribí, y me detuve otra vez. Dudaba que
la respuesta de Rosamund a la cercanía de la muerte hubiera sido la
oración o la filosofía, pero tampoco había tenido la oportunidad de
recurrir a ninguna. Había muerto con el rostro azul, congestionado, con
los ojos hinchados, incapaz de mentar palabra o respirar a través de los
inflamados tejidos de su garganta.
Yo misma sentía que mi propia garganta se me cerraba al recordarlo,
como si yo también me estuviera ahogando. Cogí la taza de té de hierba
gatera, que se estaba enfriando, y le di un trago, sintiendo cómo el acre
líquido se deslizaba suavemente por mi tráquea. Era pobre consuelo
para mí saber que la septicemia la habría matado más lentamente. El
ahogamiento es más rápido, pero no mucho más agradable.
Le di unos golpecitos a la pluma sobre el papel secante, que soltó unos
puntitos de tinta que se extendieron por las toscas fibras del papel,
formando una galaxia de pequeñas estrellas. Había otra posibilidad: la
muerte se podría haber producido a causa de una embolia pulmonar, un
coágulo en el pulmón. Eso sería una complicación no imposible de la
septicemia, y podría ser la explicación de los síntomas.
Era un pensamiento esperanzador, aunque yo no me lo creía mucho.
Fue la voz de la experiencia, tanto como la de la conciencia, la que me
hizo mojar la pluma y escribir: “Anafilaxia” antes de que pudiera pensar
otra vez.
¿Se conocía ya el término “anafilaxia”? no lo había visto nunca entre las
notas de Rawlings, pero tampoco las había leído todas. Aun así, aunque
la muerte por el shock de una reacción alérgica no era desconocida en
ninguna época, no era común, y puede que no se la conociera por ese
nombre. Mejor describirlo en detalle, para quien fuera a leer esto.
Y esa era la trampa, por supuesto. ¿Quién lo iba a leer? Pensaba que no
sería probable pero, ¿y si un extraño lo leyera e interpretara mi relato
como la confesión de un asesinato? Era ir un poco demasiado lejos, pero
podía ocurrir. Me había acercado peligrosamente a ser ejecutada como
bruja, en parte por mis propias actividades como sanadora. Una vez
quemada y no más Santo Tomás, pensé irónicamente.
(Continuación)
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: DG A: Todos
(Continuación)
Hinchazón extrema del miembro afectado, escribí, y levanté la pluma,
mientras la tinta de la última palabra se hacía menos intensa y la punta
de la pluma se secaba. Volví a introducirla en el tintero y seguí
garabateando con decisión. La hinchazón se extendía a la parte superior
del torso, al rostro y al cuello. La piel, pálida, marcada con manchas
rojizas. La respiración cada vez más rápida y superficial, los latidos del
corazón muy veloces y ligeros, que casi ya ni se podían escuchar.
Palpitaciones evidentes. Labios y orejas cianóticas. Exoftalmia
pronunciada.
Volví a tragar saliva, al pensar en los ojos de Rosamund, abultados tras
los párpados, mirando a derecha e izquierda desorientados y
aterrorizados. Habíamos intentado cerrárselos cuando lavamos el cuerpo
y lo preparamos para ser enterrado. Era costumbre dejar la cara
descubierta para el velatorio; en este caso, no me pareció prudente.
No quería volver a mirar el ataúd, pero lo hice, con un ligero gesto de
reconocimiento y disculpa. Brianna me miró, pero apartó la cabeza
rápidamente. El aroma de la comida dispuesta para el velatorio
empezaba a extenderse por la habitación, mezclándose con el olor del
fuego producido por la madera de roble y de las planchas de madera
fresca recién cortadas para construir el ataúd. Le di otro rápido trago al
té, para evitar las arcadas.
Sabía de sobra porqué la primera línea del Juramento Hipocrático era:
“Primero, no hacer daño”. Era jodidamente fácil hacerlo. ¡Qué soberbia
se requería para poner las manos encima a una persona, para interferir!
¡Qué delicados y complejos son los cuerpos, qué brutales son las
intromisiones de los médicos!
Podría haber buscado refugio en mi consulta o en el estudio para escribir
estas notas. Pero sabía por qué no lo había hecho. La áspera mortaja de
muselina brillaba blanca bajo la luz lluviosa que venía de la ventana.
Cogí con fuerza la pluma entre pulgar e índice, intentando olvidar el ruido
que hizo el cartílago cricoides de Rosamund cuando clavé la navaja en
su garganta en un intento final, inútil, de permitir que el aire entrara en
sus pulmones.
Y sin embargo….no existía ningún médico, creía yo, que nunca hubiera
tenido que enfrentarse a esto. A mí me había sucedido antes ya unas
cuantas veces, incluso en un hospital moderno, equipado con todos y
cada uno de los artilugios que podían salvar la vida de un ser humano.
Algún futuro medico se habría de enfrentar al mismo dilema: elegir un
tratamiento posiblemente peligroso, o dejar morir a un paciente que
quizá hubiera podido salvarse. Y ese era el mío: equilibrar la improbable
posibilidad de persecución por homicidio contra el valor desconocido que
mis notas podrían tener para alguien que quisiera extraer de ellas algún
conocimiento.
¿Quién podría ser esa persona? Limpié la pluma, pensativa. Todavía
había pocas escuelas médicas, y las que había estaban
mayoritariamente en Europa. Gran parte de los médicos adquirían sus
conocimientos como aprendices y por simple experiencia. Metí un dedo
en el registro, sintiendo sin ver las primeras páginas, escritas por el
propietario original, Daniel Rawlings.
Rawlings no había ido a la escuela de medicina. Aunque si hubiera ido,
muchas de sus técnicas todavía habrían sido escandalosas para mí.
Torcí la boca al pensar en algunos de los tratamientos que había leído
en esas páginas, escritas con líneas tan apretadas: infusiones de
mercurio líquido para curar la sífilis, tratamientos con ventosas y
ampollas para los ataques epilépticos, punciones y sangrías para
cualquier enfermedad, desde la indigestión a la impotencia.
Y a pesar de todo ello, Daniel Rawlings había sido un médico. Leyendo
las entradas de su registro, como hacía a veces, podía sentir el cariño
hacia sus pacientes, su curiosidad por los misterios del cuerpo.
Movida por el impuso, volví a las páginas que contenían sus notas.
Quizá solo estaba intentando retrasar inconscientemente el momento en
que tendría que tomar una decisión, o quizá sentía la necesidad de
comunicarme, aunque fuera de una manera tan remota, con otro médico,
alguien como yo.
Alguien como yo. Me quedé mirando la página, con su letra tan pequeña
y cuidadosa, sus ilustraciones tan minuciosas, sin ver ninguno de los
detalles. ¿Quién había allí que fuera como yo? Nadie. Ya lo había
pensado antes, pero sólo vagamente, como se reconoce un problema
tan distante que no requiere ninguna urgencia. En la colonia de Carolina
del Norte, por lo que yo sabía, solo había un “doctor” de designación
formal: el Dr. Fentiman. Solté un resoplido, y le di otro trago al té. Mejor
Murdock MacLeod y sus panaceas, al menos la mayoría de ellas eran
inofensivas.
Sorbí mi té, mirando a Rosamund. La pura verdad es que yo tampoco
iba a vivir para siempre. Con suerte, me quedaba todavía bastante
tiempo, pero no era inmortal. Necesitaba encontrar a alguien a quien
traspasar al menos los rudimentos de lo que sabía.
Desde la mesa me llegó una risita contenida. Las muchachas
cuchicheaban sobre las cazuelas de cabeza de jabalí, las fuentes de
chucrut y las patatas cocidas. No, pensé con cierta tristeza. Brianna no.
Ella hubiera sido la elección lógica; al menos, sabía lo que era la
medicina moderna. No necesitaría superar la ignorancia y la
superstición, no habría necesidad de convencerla de las virtudes de la
asepsia ni del peligro de los gérmenes. Pero no tenía una disposición
natural, no tenía un instinto para sanar. No era remilgada ni le daba
miedo la sangre –me había ayudado con muchos nacimientos y
procedimientos quirúrgicos menores- y sin embargo carecía de esa
mezcla peculiar de empatía y despiadada dureza que necesita un doctor.
Quizá era más hija de Jamie que mía, pensé, mirando como la luz del
fuego caía sobre su cabello mientras se movía. Tenía su coraje, su gran
ternura, pero era el coraje de un guerrero, la ternura de una fuerza que
tenía el poder de destruir si así lo quería. No había conseguido
transmitirle mi don; el conocimiento de sangre y hueso, los secretos de
las cámaras del corazón. Brianna alzó la cabeza de pronto, girándose
hacia la puerta. Marsali, más lenta, se volvió también, escuchando.
Casi no se oía a través del ruido de la lluvia, pero como sabía que
estaba ahí, pude distinguirlo. Una voz masculina, cantando en voz muy
alta. Una pausa, y entonces un débil murmullo de respuesta que podía
haber sido un trueno lejano, pero que no lo era. Los hombres bajaban
desde el refugio en la montaña.
(Continuación)
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: DG A: Todos
(Continuación)
Kenny Lindsey había pedido a Roger que cantara el “Caithris” para
Rosamund, el lamento gaélico formal para los muertos. “Ella no era
escocesa”, había dicho Kenny, secándose los ojos hinchados por las
lágrimas y una larga noche en vela. “Ni siquiera era temerosa de Dios.
Pero le encantaba la música, y le gustaba muchísimo como cantabas,
MacKenzie”.
Roger nunca había cantado antes un Caithris; Yo sabía que ni siquiera
había oído uno nunca. “No te preocupes”, le había dicho Jamie en voz
baja, una mano en su brazo, “lo único que necesitas es alzar mucho la
voz”. Roger había bajado la cabeza como dando a entender que lo
comprendía, y se fue con Jamie y Kenneth, a beber whisky y averiguar lo
que pudiera de la vida de Rosamund, para poder lamentar mejor su
fallecimiento.
Los cánticos ya no se oían; el viento había cambiado de dirección. Fue el
fenómeno de la tormenta el que había facilitado que los oyéramos tan
pronto; los hombres debían estar ahora de camino al Cerro, recogiendo
de las cabañas periféricas a los que iban a llorar a la mujer muerta para
llevarles en procesión hacia la casa, celebrar juntos el festín y escuchar
relatos e historias que se prolongarían toda la noche.
Sólo pensarlo me hizo bostezar involuntariamente, y mi mandíbula
produjo un chasquido al abrirse. No iba a llegar despierta, pensé,
apenada. Había dormido unas pocas horas por la mañana, pero no
suficientes como para sostenerme durante un funeral y un velatorio
gaélico en toda regla. Para el amanecer, el suelo estaría lleno de
cuerpos, todos oliendo a whisky y a ropa mojada.
Volví a bostezar, se me llenaron los ojos de lágrimas y parpadeé para
deshacerme de ellas, sacudiendo la cabeza para despejarme. Todos y
cada uno de los huesos de mi cuerpo me dolían de pura fatiga, y no
había nada que deseara más que irme a la cama y quedarme allí
durante unos días.
Distraída con estos pensamientos, no me había dado cuenta de que
Brianna se había puesto a mi lado. Posó las manos en mis hombros y se
me acercó más, de manera que sentí su calor cuando me tocó. Marsali
se había ido; estábamos solas. Empezó a masajearme los hombros, con
sus largos pulgares moviéndose en dirección a mi cuello. “¿Cansada?”
preguntó.
“Mmmm….me las arreglaré”, dije. Cerré el libro y me incliné hacia atrás,
relajándome momentáneamente y disfrutando de su tacto. No me había
percatado de lo tensa que estaba.
La habitación grande estaba tranquila y ordenada, preparada para el
velatorio. Las muchachas habían encendido un par de velas, una a cada
extremo de la mesa llena de comida, y las sombras bailaron sobre las
paredes encaladas y el ataúd inmóvil cuando las llamas se inclinaron
ante una súbita corriente.
“Creo que yo la maté”, dije de pronto, aunque no había sido mi intención
en absoluto decirlo. “Fue la penicilina la que la mató”.
Los largos dedos siguieron haciendo sus movimientos relajantes.
“Ah, ¿sí?” murmuró. “Pero no podías haber hecho otra cosa distinta,
¿no?”
“No”.
Un pequeño escalofrío de alivio me recorrió el cuerpo, tanto por la
confesión como por la liberación gradual de la dolorosa tensión que se
me había instalado en cuello y hombros.
“No te preocupes”, dijo en voz baja, frotando, masajeando. “Habría
muerto de todas maneras, ¿no? Es triste, pero no hiciste nada malo. Y lo
sabes”.
“Lo sé”. Para mi sorpresa, una única lágrima se deslizó por mi mejilla y
cayó en el papel secante, arrugando el grueso papel. Parpadeé
rápidamente, intentando mantener el control. No quería preocupar a
Brianna.
Pero ella no estaba preocupada. Sus manos abandonaron mis hombros,
y oí el ruido de las patas de la silla arañando el suelo. Entonces sus
brazos me rodearon y yo me dejé caer hacia atrás, mi cabeza
descansando justo bajo su barbilla. Simplemente, me mantuvo así,
abrazada, dejando que el ritmo de su respiración me calmara.
“Una vez fui a cenar con el Tío Joe, justo después de que hubiera
perdido un paciente”, dijo al final. “Me lo contó”.
“¿Sí?” estaba un poco sorprendida; nunca hubiera pensado que Joe
hablaría con ella de esas cosas.
“No era su intención. Pero yo notaba que había algo que le tenía
disgustado, así que le pregunté. Y…él necesitaba hablar, y yo estaba
ahí. Después me dijo que fue casi como si te hubiera tenido a ti con él.
No sabía que te llamaba Lady Jane”.
“Sí”, dije, “dijo que era por mi manera de hablar”. Sentí el aliento de
Brianna riendo en mi oído, y sonreí. Cerré los ojos y pude ver a mi
amigo, gesticulando en apasionada conversación, rostro animado con el
deseo de hacer una broma.
“Decía que cuando sucedía algo así, a veces había una especie de
investigación formal en el hospital. No como un juicio, pero sí una
reunión de los demás médicos, para escuchar exactamente lo que pasó,
qué salió mal. Dijo que contárselo a los demás médicos era como una
confesión, que podían entenderlo, y eso ayudaba”.
“Mmmmm….”Brianna se movía ligeramente, meciéndome a mí al mismo
tiempo, tal y como hacía con Jemmy, en un movimiento reconfortante.
“¿Es eso lo que te tiene disgustada?” preguntó en voz baja. “¿No solo
Rosamund, si no que estás sola? ¿Qué no tienes a nadie que te pueda
entender de verdad?”
Sus brazos me rodearon los hombros, las manos cruzadas,
descansando ligeras sobre mi pecho.
Manos jóvenes, anchas, capaces, la piel suave y clara, oliendo a pan
recién cocido y mermelada de fresa. Cogí una de ellas, y posé su cálida
palma contra mi mejilla.
“Parece que sí tengo a alguien”, dije.
La mano se curvó, me acarició la mejilla y se retiró para volver y
recogerme el pelo tras la oreja con afecto. “Todo irá bien”, dijo. “Todo
saldrá bien”.
“Sí”, dije, y sonreí, a pesar de las lágrimas que anegaban mis ojos. No
podía enseñarle a ser un médico. Pero evidentemente, sin
proponérmelo, la había enseñado a ser una madre.
“Deberías ir a echarte un rato”, dijo, apartando las manos con desgana.
“Falta al menos una hora antes de que lleguen”.
Dejé que mi respiración saliera en forma de suspiro, sintiendo la paz de
la casa a mí alrededor. Aunque el Cerro Fraser había sido un refugio de
corta duración para Rosamund Lindsey, sí había sido su verdadero
hogar. Nos aseguraríamos de que fuera honrada en su muerte.
“En un minuto”, dije, sonándome la nariz. “Primero necesito terminar
algo”.
Me senté recta en la silla y abrí el registro. Mojé la pluma en la tinta y
empecé a escribir las líneas que tenía que escribir, para el bien del
médico desconocido que viniera detrás de mí.
(Fin de la sección)
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: Elise Skidmore A: Diana
Gabaldon
Querida Diana,
Como siempre, este fragmento que has escrito es maravilloso. Aunque
no sé nada de la parte médica, las emocionales suenan totalmente
reales. Siempre me quedo un poco alucinada cuando leo estos
extractos. Haces que parezca todo tan fácil…
Bueno, no tengo ni idea de lo que significa “ventosas y ampollas para los
ataques epilépticos”, pero me fijé en el uso que haces del término
“ataques”. Siempre me han dicho que es un término incorrecto, que la
palabra apropiada es “convulsiones”. Ya sé que eres fantástica
investigando (como prueba este fragmento), así que me pregunto,
¿usaría Claire el término “ataques epilépticos”?. Cuando yo tenía unos
10 o 11 años (en el 65/65), la madre de una amiga solía tener estos
ataques muy a menudo, y recuerdo que me lo dijeron entonces, así que
no creo que sea una cosa de internet. Al ser Claire médico, pienso que
sería más sensible al uso apropiado de las palabras, pero quizá estoy
equivocada. Ha sucedido antes.
Elise
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: Diana Gabaldon A: Elise
Skidmore
Querida Elise,
No, la palabra adecuada –la que la misma Claire utilizaría- es
“convulsiones”. Sin embargo, lo que hace allí no es contemplar la
epilepsia en sí misma, sino pensar en las descripciones del registro de
Rawlings. Y él, siendo un médico del siglo XVIII, muy probablemente
diría "ataques". En otras palabras, no le está citando directamente, pero
está pensando en las cosas que había leído entre sus entradas.
“Ataques”, por cierto, se usaba normalmente en el Sur de América, hasta
bien entrado este siglo. Mi bisabuela, que era de Kentucky, no era muy
rural, pero decía “ataques”, como la mayor parte de su familia.
“Ventosas y ampollas”, por cierto, era un proceso en el que se prendían
pequeños fuegos en la piel, para que los malos humores acuosos
salieran a la superficie.
Sobre lo de que “haces que parezca tan fácil”, para poner todo en
perspectiva te diré que esto que estás viendo es el trabajo de unas dos
semanas.
Diana.
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: Elise Skidmore A: Diana
Gabaldon
Querida Diana,
Gracias por explicarme la razón por la que utilizaste “ataques” en lugar
de “convulsiones”. Para mí ha quedado muy claro, sabía que tenías una
buena razón para ello.
En lo de que “haces que parezca tan fácil. Para poner todo en
perspectiva te diré que esto que estás viendo es el trabajo de unas dos
semanas”…bueno, en eso se ven los campeones, hacer que lo que es
muy difícil parezca pan comido. ¡Bien hecho! El fragmento está muy bien
escrito, en mi opinión. Esas dos semanas han merecido la pena.
Elise.
23 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: Marte Brengle A: Elise Skidmore
Hacer ventosas es exactamente lo que parece: la aplicación de
pequeñas tazas de borde ancho sobre la piel. La persona que lo hace
enciende primero unas hierbas aromáticas y pone el material inflamable
en la taza, y entonces lo pone rápidamente boca abajo en la espalda del
paciente. Cuando el material inflamable consume todo el oxígeno, se
hace un efecto de vacío y la piel se hincha dentro de la taza.
Mi abuela (Evelyn Eaton), describe muy gráficamente cómo le hicieron
esto a ella en una de sus colecciones de historias autobiográficas cortas
(originalmente publicadas en la revista New Yorker). Creo que era en
“Todos los meses eran mayo”, pero también podría ser “La estrella del
norte está más cerca”. Mi madre tiene las copias de los libros, así que no
puedo comprobarlo, pero la historia en sí es increíble.
M.
24 agosto 97, SPOILER, Penicilina, De: Elise Skidmore A: Marte Brengle
Entonces, dime ¿Consiguió este tratamiento curar algo? No me suena
como algo muy placentero.
Elise.
De: Marte Brengle A: Elise Skidmore
Mi abuela tenía “catarro”, que era un término muy general para describir
un fuerte resfriado de pecho, y sí, aparentemente las ventosas ayudaron.
Era todo lo que había en la Francia rural de 1930.
M.
De: Rosina Lippi-Green
A: Diana Gabaldon
Diana, lo he leído dos veces. No me sorprende que te costara tanto
tiempo escribirlo, está muy, muy bien escrito.
Por supuesto, no puedo comentar los aspectos médicos, pero creo que
la forma y el ritmo –empezando con la descripción formal y pasando
luego a la introspección y terminando con la conversación- funcionan
estupendamente.
Rosina
De: Diana Gabaldon
A: Rosina Lippi-Green
Querida Rosina,
¡Gracias!
Diana
De: Coleen
A: Diana Gabaldon
¡Madre mía, Diana!, das en el clavo, técnica y emocionalmente. La
descripción médica es objetiva, como es de esperar, y el doctor siente la
mezcla de emociones mientras lo escribe que (creo) la mayoría de los
sanadores han experimentado muchas veces. Me he identificado sobre
todo con los sentimientos y especialmente con el hecho de que parece
que Claire se estuviera confesando. Incluso aunque haya hecho lo
posible, siente que podría haber hecho algo más. Muy bien escrito. El
fragmento, por supuesto, me ha hecho pensar en las soluciones posibles
al problema de anafilaxia de Claire…si hubiera alguna planta que
contuviera adrenalina…. ¿quizá la efedra? Simplemente estoy pensando
en voz alta…
Coleen.
De: Diana Gabaldon
A: Coleen
Querida Coleen:
Bien, me alegro que te guste. Respecto a la efedra, la tenemos aquí en
el suroeste, pero evidentemente no en la región oriental/central, según la
guía Peterson de plantas medicinales. Hay cantidad de entradas en la
lista de “alergénicos”, pero mi impresión general es que lo que indican es
que hay mucha gente que es alérgica a ellos, no que alivian los síntomas
de la alergia.
Los únicos anti alergénicos de la región oriental son (evidentemente) la
regaliz, la camomila y el ñame. El ñame podría ser una posibilidad,
porque la diosgenina de los ñames es la base de las hormonas
esteroides que se usan en muchas medicinas modernas –como los
anticonceptivos orales y la medicación para el asma- PERO (dice el
libro), dichas medicinas se extraen “de los químicos elaboradamente
procesados que se encuentran en los ñames”. Claire no podría hacer
más que aplastar, destilar, extraer y/o hacer infusiones, lo cual no sería
probablemente suficiente para este propósito.
No es más que una idea, pero creo que puede haber problemas de
procedimiento cuando se administra un antídoto contra un shock
alérgico, aunque se conociera uno, ya que como siempre en estos
casos, hay que hervir la hierba en agua - o cualquier otro proceso que
lleve mucho tiempo realizar- con el fin de extraer su principio activo. A
juzgar por las anécdotas que he escuchado de Kit y de otros, no creo
que hubiera tiempo para hacer eso si alguien entrara en shock
anafiláctico delante de uno; además, un shock anafiláctico no sería un
caso lo suficientemente común como para que un médico mantuviera un
remedio siempre a mano (dado que la mayoría de las medicinas
basadas en hierbas hay que hacerlas siempre de nuevo cada poco
tiempo; no se conservan bien).
Gracias,
Diana
De: Coleen
A: Diana Gabaldon
Mmmmm…interesante dilema. También me preguntaba si quizá la
cafeína del café o la teína del té podrían ayudar, pero me acuerdo de la
aversión de Claire al té inglés tradicional (o incluso la teobromina del
chocolate… ¡ñam, ñam!”). Sé que no es para este paciente, ya que es
una parte tan conmovedora de la experiencia de aprendizaje de Claire…
Estoy haciendo el típico proceso de solución de problemas que me
metieron desde chiquita en la cabeza.
No, todo esto seguramente no funcionaría para reacciones alérgicas
graves, solo para problemas respiratorios o ataques de asma… ¿líquido
purificado de las glándulas suprarrenales de la vaca? La persona que lo
intentara probablemente terminaría haciéndose alérgica a la proteína de
la vaca…
¿A que soy persistente?
Coleen
De Diana Gabaldon
A: Coleen
¡Ah!, a Claire sí le gusta el té. Sin embargo, en este momento estamos
en un asentamiento más bien remoto de las montañas de Carolina del
Norte, es el año 1770 y las Actas de Townshend han estado vigentes
durante los dos últimos años. Y se trata de los impuestos sobre la
importación de productos británicos como…ehhh… ¿el té?
¿Por qué no me explicas claramente cómo purificar el líquido de las
glándulas suprarrenales de una vaca, por si alguna vez necesito
saberlo?
Diana
De: Coleen
A: Diana Gabaldon
Hola otra vez, Diana,
¡Je, je! Recuerdo lo que le comenta Claire a Lord John Grey en un
extracto de Rey, Adiós. ¡UY! Me parece que me estoy adelantando a la
historia…
Mmmm…recuerdo ver el programa de televisión en el que se
representaba, como si fuera una obra de teatro, como un equipo
canadiense descubrió la insulina…Pero no creo que hablaran de cómo
purificar el páncreas. Me pregunto si sería lo mismo con las
suprarrenales. Nunca nos enseñaron a hacer esas cosas. Solo a poner
un vial y extraerlo, pensaron que es lo máximo que podíamos aguantar.
Coleen (que está buscando si tiene algo sobre el descubrimiento de la
adrenalina, aunque te rías).
De: Susan Martin
A: Diana Gabaldon
Diana,
No puedo decir nada sobre la parte médica, no me sonó nada anormal,
pero es que yo no soy médico. En cuanto a la parte emocional,
maravillosa. ¡Bien hecho!
Susan
De: Diana Gabaldon
A: Susan Martin
Querida Susan,
¡Gracias!
Diana
De: Mira Brown
A: Diana Gabaldon
Hola, Diana,
Espero que tu migraña esté mejor. ¿Mountain Dew con aguacate y
bagels?
En cuanto a la escena; me hago eco de la mayor parte de lo que ha
dicho Rosina. Me encantó la soledad, el ansia desesperada de contacto
con otro médico, la necesidad de consuelo que al final le proporciona
Brianna.
También la “habitación ordenada” llena con el aroma de la madera y la
comida, completado con el cadáver y las velas. Lo he visto en pueblos
por la zona en la que nací, todavía me provoca algún escalofrío, pero
también evoca esa maravillosa cualidad de que “la vida sigue”.
Sin embargo, estrictamente como lectora, me es difícil aceptar que Claire
llegara a considerar que la muerte de la mujer fuera un asesinato o su
responsabilidad de alguna manera. Repito que soy una lectora lega en la
materia, porque tendría que ser realmente un médico, y además uno que
haya pasado por esto, quien podría hacer un juicio bien informado.
Hace años me vi involucrada en un accidente de tráfico (yo no iba
conduciendo), y entre la increíble incompetencia de algunos, la cantidad
de nieve, hielo, etc., me llevaron al hospital casi desangrada.
Aparentemente, una transfusión de sangre es algo más que únicamente
establecer el tipo de sangre que uno tiene y recibe. Yo soy del tipo A+.
Pero el equipo de emergencia no tenía tiempo para estas tonterías.
Cogieron el primer A+ que había. Tuve mucha suerte y resultó ser de
compatibilidad total, pero los chicos estaban todavía muy enfadados
cuando me desperté, porque aparentemente me podía haber muerto. El
caso es que era un hospital moderno, y aun así no tuvo otra opción.
Claire tampoco. Podría entender las recriminaciones que se hace a sí
misma si hubiera tenido varias alternativas y hubiera elegido la errónea.
Incluso entonces difícilmente habría sido un asesinato. Le ataste las
manos a la espalda cuando hiciste que la mujer le llegara en ese estado,
la negativa de ella y luego de su esposo a la amputación y la insistencia
en un emplasto de paloma (¿emplasto de paloma? ¿Es verdad que
hacían eso?), la ausencia de cualquier otra medicación, etc. ¿Se
culparía realmente tanto a sí misma una mujer madura y doctora
experimentada por tomar la única opción que les quedaba? Creo que
hubiera preferido verla enfadada por no poder hacer su trabajo como ella
sabe que ha de hacerlo, por la futilidad de la muerte de la mujer.
Habiendo dicho eso, me gusta mucho la reticencia que siente a poner los
detalles en el registro. Está muy bien hecho.
Mira
De: Diana Gabaldon
A: Mira Brown
Querida Mira:
Bueno, como dices, los médicos en el hospital se enfadaron mucho
porque podías haber muerto, y se sintieron culpables, aunque no
tuvieron elección. He hablado con una serie de médicos para mi
investigación (y por pura curiosidad), y parece ser que todos ellos
comparten la predisposición a tener un gran sentido de la
responsabilidad que incluso, a veces, va más allá de la razón.
Un doctor me habló sobre una de esas reuniones en las que se discute
la muerte de algún paciente –de las que mi escena se puede considerar
una pariente lejana- y me contó que una de las principales razones de
que se celebraran era para servir de catarsis para el médico al que se le
había muerto el paciente, porque siempre quedaba en él un hondo
sentimiento de culpa, hubiera o no podido prevenir la muerte.
En otras palabras, los sentimientos de responsabilidad y culpa de Claire
están principalmente basados en el testimonio de médicos reales
conocidos por mí (o cuyos relatos he leído). Puede que en este caso la
situación sea más complicada a causa del factor de la penicilina; es
decir, Claire es consciente del riesgo que supone suministrarla, aunque
más por su falta de eficacia o por una posible contaminación accidental
que por una hipersensibilidad directa. Pero a pesar de ello sabe lo
desesperadamente valioso que puede ser un antibiótico, y durante todo
el libro se ha estado esforzando para encontrar una manera de
convertirlo en lo suficientemente fiable como para poder utilizarlo.
Por tanto, esta penicilina es totalmente atribuible a ella, por así decirlo;
naturalmente que va a sentirse responsable de cualquier cosa que
suceda como consecuencia de su uso, no importa cuales sean las
demás circunstancias.
En cuanto a la ira, bueno, ya lleva bastante tiempo en el siglo XVIII, y ha
visto muchas muertes innecesarias para los estándares modernos. No
creo que malgastara mucho tiempo enfadándose con otras personas por
su ignorancia. Si lees los libros, verás que nunca lo ha hecho. Es muy
directa cuando le dice a la gente lo que debería hacer, pero ha vivido en
lugares primitivos mucho antes de viajar al pasado; no va a
menospreciar ni enfadarse con nadie porque no sepa lo que ella sabe.
Además, yo quería aquí poner sobre la mesa el tema de la mortalidad y
la inmortalidad. Por primera vez, Claire admite –aunque de paso—que
ella también morirá algún día. Lo que sabe es muy, muy valioso en aquel
tiempo; tiene que encontrar la manera de transmitirlo, si puede. Está muy
bien hacer entradas en el registro, pero lo que realmente necesita es
encontrar un aprendiz.
De la misma manera, se da cuenta, quizá por primera vez, de que le ha
dado a su hija parte de sí misma, y que eso continuará, incluso una vez
que ella ya no esté.
Por eso, la culpa y la responsabilidad fluyen naturalmente en este tema
de la mortalidad/inmortalidad; todo concuerda: la necesidad de
confesión, la conexión, la comprensión, el ser consciente de la propia
mortalidad y la necesidad de trascender en el futuro; y finalmente, la
absolución inesperada. Estar enfadada sobre lo que había sucedido no
tendría sentido, sería una distracción.
Esta escena no va sobre Rosamund, va sobre Claire.
Me alegro de que te gustara la parte de “la vida sigue….”, a mí también.
Diana
De: Mira Brown
A: Diana Gabaldon
Hola Diana,
(En mi propio caso, me imagino que los doctores se enfadaron con los
compañeros que no consiguieron detener mi pérdida de sangre, y con
mucha razón. No era un caso de menospreciar a nadie, sino
simplemente de expectativas justificadas hacia colegas de su misma
profesión).
“No va a menospreciar ni enfadarse con nadie porque no sepa lo que
ella sabe”.
Sí, ya me había dado cuenta de eso, y me pareció que estaba muy bien
pensado. Después de mandar el mensaje me percaté de que sería fácil
interpretar el “enfado” de esa manera, y no es eso lo que yo quería decir.
Estoy hablando de un sentimiento/conciencia más general de impotencia
y limitaciones, del enfado que resulta de la frustración. Me imagino que
esto le podría pasar a un médico, una y otra vez, y que ello serviría para
evitar que de alguna manera “se deshumanizara”, y le ayudara a
mantener el sentido de la responsabilidad personal (que es muy
diferente del de la culpa, mucho más racional).
Puede que estemos una vez más ante un caso de diferencias entre
Europa y América. Aunque yo creo que no hay ninguna diferencia real -el
proceso psicológico es probablemente exactamente el mismo a ambos
lados del Atlántico- la interpretación/presentación puede ser diferente. A
los europeos no les importa que se les vea como “realistas”; los
americanos muy a menudo lo envuelven en un halo emocional. ¿He
metido la pata? La verdad es que me encantaría que un médico británico
o europeo en general nos dijera qué piensa de todo esto.
“Además, yo quería sacar aquí el tema de la mortalidad y la inmortalidad.
Por primera vez, Claire admite –aunque de pasada—que ella también
morirá algún día. Lo que sabe es muy, muy valioso en aquel tiempo;
tiene que encontrar la manera de transmitirlo, si puede. Está muy bien
hacer entradas en el registro, pero lo que realmente necesita es
encontrar un aprendiz”.
Cierto. Hasta ahora nunca he tomado tus viajes en el tiempo muy
seriamente. Para mí eran solo un vehículo, realmente algo no muy
distinto de un avión o un camello. Ahora lo estás poniendo bajo un foco
diferente, y al menos por el momento, no me hago a la idea. Me vienen a
la cabeza preguntas más rápidamente de lo que las puedo escribir:
¿Dónde va a morir Claire? ¿Sabe que no puede cambiar o influir en la
historia? ¿Hasta qué punto todo lo que hace está determinado por el
hecho de que –al menos en teoría- puede volver a su tiempo y mirar en
los libros de historia para ver qué pasará en un tiempo y región
determinados? Ya ves que no puedo concebir esto solo con imaginación.
¿Cómo lo ves tú?
“Estar enfadada sobre lo que había sucedido no tendría sentido, sería
una distracción. Esta escena no va sobre Rosamund, va sobre Claire”.
Totalmente de acuerdo, y es bueno que sea así.
Mira.
De: Diana Gabaldon
A: Mira Brown
Querida Mira,
Ah, ahora lo veo, Te había entendido mal cuando explicaste por primera
vez tu accidente. Pensé que los doctores que te atendieron después
estaban enfadados porque los que te atendieron primero no habían
hecho las cosas bien. Vale, ahora lo entiendo.
Si, está bien visto eso de los métodos de expresión americanos y
europeos. Es una de las razones por las que le di a Claire desde el
principio un pasado tan “mixto”; me imaginé que era inevitable que de
vez en cuando hiciera algo reconociblemente americano en lugar de
británico, pero si hubiera estado mucho tiempo en contacto con
americanos (durante la guerra), o trabajando en América (durante sus
años con Frank), cualquier lapso intercultural no sería llamativo.
Diana
De: Diana Gabaldon
A: Mira Brown
P.D: ¡Ah, el viaje en el tiempo!.... ¿has leído el segundo libro de la saga?
Empieza a tratar de estas cuestiones, pero de ninguna manera tan
claramente como lo hará en La cruz ardiente.
¿Se puede cambiar la historia? Bueno, si y no (es decir, bajo la teoría
Gabaldon del Viaje en el Tiempo). Normalmente una persona no puede
cambiar el resultado de un acontecimiento importante, simplemente
porque el conocimiento no es el factor crucial.
Si supieras con toda seguridad que alguien iba a asesinar al Presidente
Clinton mañana, ¿qué harías para evitarlo? ¿Llamar al FBI? Ya, y
cuando te preguntan que cómo lo sabes, y qué es lo que sabes, y que,
por cierto, desde qué número llama, por favor…. ¿Ir a dónde Clinton va a
estar mañana? (¿y cómo te enteras de eso? ¿Y tienes suficiente dinero
como para comprar un billete de avión para viajar allí?) ¿Intentar
localizar al asesino potencial y/o advertir al mismo presidente? Piénsalo.
Y entonces considera que un asesinato es un evento histórico simple, en
comparación con cosas como las batallas, guerras, tendencias
económicas importantes (¿cómo puede uno prevenir la Depresión de los
años 30, por ejemplo?), etc.
La cosa es que la mayor aparte de los eventos históricos “importantes”
ocurren como resultado de un cúmulo de acciones (a favor, en contra,
secundarias…) de docenas, cientos, miles de personas. Una sola
persona, no importa cuánto sepa, no va a poder probablemente ejercer
suficiente poder como para cambiar las cosas.
Por otro lado….un individuo posiblemente si puede cambiar “pequeños”
acontecimientos, con la asistencia de la sabiduría previa. Es decir,
eventos que afecten solo a una o pocas personas, porque esos son el
tipo de acontecimientos en los que normalmente un individuo por si solo
podría influir, con o sin conocimiento específico. Posiblemente tu puedes
evitar que alguien –una persona normal, a quien otra persona normal se
pueda acercar- se suba a un avión que tú sabes que se va a estrellar; si
es necesario, puedes hasta evitarlo físicamente, golpeándoles la cabeza.
Puede que no siempre consigas cambiar los acontecimientos pequeños,
pero creo que sí es posible, mientras que una sola persona no estaría
normalmente en una posición de poder suficiente como para alterar los
grandes acontecimientos.
¿Te ha servido esto de ayuda?
De: Beth Shope
A: Diana Gabaldon
Diana,
Sobre cambiar la historia: a menudo me he preguntado si los esfuerzos
de Jamie y Claire por evitar Culloden arruinando las finanzas del
Príncipe Carlos en realidad no evitaron la maldita batalla, pero sí
pudieron influir en su resultado, porque el Príncipe, el muy tonto, partió
hacia Escocia sin los recursos necesarios (de los que J y C le habían
privado) para conseguir la victoria.
Beth
De: Diana Gabaldon
A: Beth Shope
Querida Beth:
Habría sido perfectamente posible, y de hecho es un pensamiento que
se les ocurrió más tarde, en unas apasionadas discusiones sobre viajes
en el tiempo en La cruz ardiente. Al final no fue así, pero es que tampoco
se nos ha revelado todavía lo que pasó con las 30.000 libras del oro
francés. Y uno de estos días podríamos enterarnos también de qué lado
estaba el Duque de Sandringham (Ver más arriba, “acciones
acumulativas de mucha gente”).
Tenemos el contraste entre acontecimientos históricos “grandes” y
“pequeños”. No podían alterar Culloden, que era un acontecimiento
grande, y foco, en esa línea argumental particular, de Atrapada. En La
cruz ardiente, la cuestión del viaje en el tiempo que aparece durante todo
el libro se convierte en una cuestión personal: ¿Pueden Jamie y Claire
evitar su propio destino, ya predicho?
No van a cambiar el resultado de la Revolución Americana. Aparte de la
imposibilidad general de tal cosa (no hubo ninguna batalla crucial,
aunque tengo algo en la cabeza para Yorktown), no tienen problemas
para que la historia continúe por su senda determinada. ¿Pero a un nivel
personal?
Bueno, como dice Jamie, “Si sabes que la casa va a arder, ¿qué imbécil
se iba a quedar dentro?”
Desde luego, lo interesante sobre el viaje en el tiempo, cambiar la
historia, etc., es la cinta de Moebius.
Diana
De: Beth Shope
A: Diana Gabaldon
“Y uno de estos días podríamos enterarnos también del lado en el que
estaba el Duque de Sandringham”
Una de las cuestiones más candentes de esta generación de lectores.
“¿Pueden Jamie y Claire evitar su propio destino, ya predicho?”
¿Pueden? No, no respondas.
Beth
De: Barbara Schnell
A: Diana Gabaldon
Querida Diana,
Acabo de empezar a leer LOS TREINTA Y NUEVE ESCALONES esta
mañana, y cuando Buchan define su libro como “el romance donde los
acontecimientos desafían a las probabilidades, y entran justo dentro de
las fronteras de lo posible” en su prefacio, se parece mucho a lo que yo
pensé cuando leí tu fragmento ayer por la noche.
No sé hasta qué punto son probables los experimentos de Claire con la
penicilina (pero sí espero que los expertos médicos te aprobarán la
escena), pero una vez más los ligas muy bien con acontecimientos y
cuestiones que están muy presentes en la vida profesional de un
médico, y para que suenen aún más reales, en la vida de una madre.
Eso es lo que hace que vuelva a leer una y otra vez la última parte de
Viajera: que aunque el argumento a veces me hace pensar que Louis
Stevenson se ha reencarnado en ti, siempre encuentro esos elementos
hondamente humanos que lo convierten en algo más que “simple”
entretenimiento. Aquí sucede lo mismo, a menor escala: una situación
atrevida, pero en la que, al mismo tiempo, me puedo identificar. Y
responder, con pañuelo y todo.
Como puede que hayas notado, me he dejado llevar por la curiosidad y
he leído la escena, y no creo que me hayas echado nada a perder. Así
que, si todavía te apetece, estaría encantada si compartieras las
escenas que quieres mostrar con alguien como yo.
Gracias por colgarlo.
Baerbel
De: Mira Brown
A: Diana Gabaldon
Hola Diana,
“¿Se puede cambiar la historia? Bueno, sí y no (es decir, bajo la teoría
Gabaldon del Viaje en el Tiempo). Normalmente una persona no puede
cambiar el resultado de un acontecimiento importante, simplemente
porque el conocimiento no es el factor crucial”.
¡Ah, ya! Entonces ¿no se puede cambiar el Alzamiento Jacobita pero sí
decir a los amigos que planten patatas? Creo que he entendido la Teoría
Gabaldon de los Viajes en el Tiempo lo suficiente como para NO esperar
que pongas al Sr. Fleming de patitas en la calle.
Bueno, intentaré explicar lo que quiero decir, pero probablemente no lo
haré muy bien; incluso con la perspectiva generalmente aceptada del
pasado y el futuro, es bastante normal tener expectativas al menos
limitadas del impacto y la contribución que uno pueda tener. Claire
“sabe” que la penicilina no empieza a utilizarse (aparte del uso de los
hongos en la medicina tradicional por todo el mundo, supongo), hasta la
Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo afecta esto su visión de los
acontecimientos “de vuelta al futuro? ¿O no afecta? ¿O debería afectar?
Puedo entender su deseo, incluso su capacidad, para mejorar las cosas
en lo que pueda, aunque sea poco, pero en algún momento tiene que
sentir más duda que esperanza, más para ella que para la gente que
vive en su propio tiempo. Es aquí donde me pierdo en todo este rollo de
“hacia atrás y hacia delante”.
“Si supieras con toda seguridad que alguien iba a asesinar al Presidente
Clinton mañana, ¿qué harías para evitarlo?” ¿Tengo que contestar esto?
Mira
1Esencialmente, esto significa que yo dirijo el tráfico, promuevo
conversaciones y contesto a las preguntas donde y como puedo. Todos
los líderes de sección son voluntarios que no reciben ninguna prestación
económica a cambio.
2Es posible colgar un mensaje privado, en cuyo caso sólo el receptor
PARTE SIETE
Y OTRAS CUESTIONES DE
INTERÉS GENERAL
Una de las preguntas que me hacen más a menudo –la gente que ha
buscado mis libros en el Reino Unido- es “¿Por qué tiene tu primer libro
un título diferente en los EEUU?” En efecto, el libro que aquí en los
EEUU se llama Forastera se llama Punto de Cruz en el Reino Unido (y
en países de la Commonwealth como Australia y Nueva Zelanda).
Punto de Cruz era el título con el que trabajaba en el manuscrito. No es
un título particularmente bueno; es un juego de palabras más bien malo
con la expresión “un punto en el tiempo”, con una referencia aún más
débil a la ocupación de Claire como sanadora (puntos de sutura), pero
después de todo, era mi primer libro…
Además, también había pensado –mientras el relato se alargaba y
empezaba vislumbrar un poco la forma de la historia- que Claire volvería
al presente en el último capítulo del libro (lo que al final no hizo hasta el
final de Atrapada). Pero si hubiera vuelto en el primero, se habría
producido una cruz, es decir, habría cruzado hacia atrás al pasado y
luego hacia delante al futuro, y eso me dio la imagen mental de una X,
que es, por supuesto, la forma de un punto de cruz. Y el punto de cruz
se hace con muchas cositas pequeñas que forman unos diseños muy
interesantes y….vale, ya he dicho que no era un buen título. Cuando
vendimos el libro, el editor americano me dijo (con mucho tacto): “bueno,
no podemos llamarlo así, la gente pensará que trata de hacer bordados.
¿Puedes ponerle otro título nuevo, quizá un poco más…aventurero?”
A esto le siguieron ocho meses en los que nos sugerimos mutuamente
todo tipo de títulos, que iban desde el insulso hasta el ridículo
(Unicornios y leones salvajes y Tentación en tartán son un par de ellos,
que me acuerde, junto con todas y cada una de las variaciones que se
puedan imaginar que incluyan la palabra “tiempo”).
Durante este proceso, había sugerido “Sassenach”, que me gustaba,
pero el consenso general era que no sería un buen título porque nadie
podría pronunciarlo. Junto con el hecho de que tampoco nadie podía
pronunciar el nombre de la autora, se llegó a la conclusión de que sería
una gran desventaja.
Pero siguiendo esta línea, se me ocurrió Outlander, (Forastera), que es,
por supuesto, lo que significa en inglés el término gaélico “Sassenach”
(aunque con un deje un poco más peyorativo). Dada la situación de
Claire, esto parecía bastante conveniente. Como el libro iba a pasar a la
imprenta en cualquier momento, el editor estaba encantado.
El resultado de todo esto es que cuando el libro fue publicado y yo
empecé a firmar ejemplares, una serie de personas lo cogían, torcían el
ceño y preguntaban: “¿es este el libro en el que estaba basada esa
película de Sean Connery?” (Outland salió en 1981; Highlander en 1986,
y las dos estaban protagonizadas por Sean Connery, pero ninguna tenía
absolutamente nada que ver con mi libro).
Así que, más o menos un año después de que vendiéramos el libro a
Delacorte Press en USA, vendimos los derechos del Reino Unido a un
editor británico, Century Random. El editor británico dijo: ¿”Outlander”?
¡Pero no podemos llamarle así! Para nosotros, un outlander es
específicamente alguien que procede de Australia o Sudáfrica. ¿Tienes
alguna otra idea?” Yo tosí modestamente y dije: bueno, el título original
fue Punto de Cruz, pero…
“¡Perfecto!”, dijo el editor británico. Y se quedó con Punto de Cruz.
La consecuencia fue que, durante algún tiempo, me escribían cartas
desde el Reino Unido diciendo: “sabes, es muy divertido cómo encontré
tu libro. Estaba mirando en la sección de trabajos manuales de la librería
local y….”
PULIR PIEDRAS Y OTROS PASATIEMPOS PARA MOMENTOS
DE OCIO
En cuanto a los títulos de los demás libros de la saga, bueno, no tengo
ningún procedimiento establecido para inventármelos. Pensar en ellos es
siempre una buena forma de procrastinar cuando no se es capaz de
pensar por dónde empezar. Pero el proceso real de poner títulos es
esencialmente como pulir piedras; metes algunas que parezcan
vagamente interesantes en la máquina, las dejas dar vueltas y chocarse
unas con otras y luego las sacas para ver si ya han mejorado su
aspecto.
El título del segundo libro mientras lo escribía era Firebringer. Se trataba
de una referencia a la leyenda de Prometeo (la implicación era que el
conocimiento avanzado que tiene Claire del futuro no era solo una
ventaja) y pensé que rimaba bien con la “e” y la”r” finales de Outlander
(bueno, mirad, nunca dije que los títulos fueran mi punto fuerte, ¿vale?).
Como había ciertas dudas sobre si la mayoría de los lectores harían la
conexión con Prometeo (mi editor americano es una persona con mucho
tacto), también pensé en titular el libro Pretender (El pretendiente). Esto
sería algo más directo –al fin y al cabo, el libro trataba del Príncipe
Carlos, el Joven Pretendiente, y mantendría la “er” final (ya sabía que
quería llamar al tercer libro Voyager, (Viajera). Es el único que he escrito
que tuvo un título fácil.
Sin embargo, mientras lo escribía, con la máquina que pule piedras
resonando en la distancia, alguien me preguntó qué había pasado con el
trozo de ámbar (con una libélula dentro) que Hugh Munro le había
regalado a Claire por su matrimonio. En realidad, yo no sé qué había
pasado con ella (aunque probablemente está en el joyero de Jenny en
Lallybroch), pero dicha pregunta me trajo a la memoria nuevamente ese
trozo de ámbar.
Dragonfly in Amber (“Una libélula en ámbar”, sería la traducción del título
al español), es un título bastante bueno, en mi opinión. “Dragón” es una
de esas palabras bonitas, evocadoras, que siempre atrae la atención de
la gente (hay otras, como “sangre”, “luna”, “azul”, etc.). No sabría decir
por qué “una luna azul y sangrienta” es más evocadora que “un periódico
en una calle color beige”, pero es así). Una libélula en ámbar es una
imagen muy atractiva, suena poética, y verdaderamente tiene algo que
ver con el libro, en cuanto a que nos evoca el destino, la inevitabilidad, la
impotencia ante las circunstancias, las referencias a algo antiguo, etc.
Además, las libélulas traen suerte.
Al editor británico también le gustó Dragonfly in Amber (Atrapada), así
que todo bien. Es verdad que algunos fans de ciencia ficción y fantasía
me preguntaban si este libro era parte de la famosa saga Amber de
Roger Zelazny, pero nada es perfecto. Y, como digo, yo ya sabía que el
tercer libro se iba a llamar Viajera.
Para mí, Viajera evocaba no solo el significado superficial de viaje y
aventura –y la referencia muy concreta a un viaje por el océano- sino
algo más. Al crecer en los años 60 como hice yo, viví inmersa en la
exploración espacial norteamericana, y fue un concepto que me pareció
increíblemente romántico. De todas las diferentes misiones, Voyager fue
la que cautivó más especialmente mi imaginación. Era un compromiso
con la oscuridad desconocida, en busca de un conocimiento
inimaginable. Coraje y valentía, al servicio de la esperanza. Muy
adecuado, pensé, para un libro que trataba de viajes peligrosos en busca
del alma de uno mismo.
Y entonces, llegó el cuarto libro. Las Colonias, el Nuevo Mundo, aires de
revolución, hijas perdidas, búsqueda a través del tiempo, nativos
americanos…. ¿La Continuación del último mohicano? (Una famosa
película) ¿Uno si es por tierra, dos si es por mar? (mítica frase de Paul
Revere) ¿Hay un perro mojado en mi wigwam? (un wigwam es una
tienda de campaña india).
Bueno, mira, unas veces es más fácil que otras. Y si todo lo demás falla,
echa la vista atrás y acuérdate de lo que hiciste la última vez que te
quedaste atascada. Algo así como: a ver, Dragonfly in Amber….empieza
con “D”….tres palabras….vale, si son cortas…. ¿con una frase
preposicional?...y mientras tanto, la máquina que pule las piedras está
funcionando.
Una palabra evocadora que empiece con “D” y que, preferiblemente,
tenga algo que ver con el libro. Tengo indios (en el siglo XVIII todavía se
les llamaba indios). Tengo casacas rojas. Ambos tienen tambores. ¡Ajá!
“Drum” (tambor en inglés) es una palabra evocadora. “Drums”
(tambores), es aún mejor (los esclavos también usaban a veces
tambores, pero mi marido me dijo que se divorciaría de mí si escribía
más escenas de vudú).
Vale, Drums. ¿Por qué “of Autumn” (de otoño)? Bueno, pues porque
necesitaba una frase preposicional, cuya segunda palabra empezara con
una “A”, y se podría decir que Jamie y Claire estaban entrando en la fase
otoñal de sus vidas (aunque puede que fuera una estación larga, porque
quedan dos libros), y tiene lugar en vísperas de la Revolución, es decir,
del otoño del poder británico en las Colonias y…bueno, en realidad, más
tarde decidí que Drums of Eden (Tambores del Edén) sería mejor, pero
el editor había enviado ya miles de catálogos llamando al libro Drums of
Autumn (Tambores de otoño), y demás, esas “Us” y esas “Ms” me
parecían estéticamente agradables.
Y ahora, deteneos un momento y preguntaos a vosotros mismos:
¿preferiríais leer un libro realmente bueno con un título raro o un libro
mediocre con un título bueno? (No es una pregunta trampa; consultar la
lista de los más vendidos del New York Times antes de responder). Si,
bueno, eso mismo pensaba yo.
Vale. El quinto libro se titula The Fiery Cross (La cruz ardiente), y de eso
estaba ya bastante segura, como lo estuve con Viajera. Y como estoy
segura, lo explicaré.
En el pasado lejano de las Tierras Altas escocesas, era costumbre que
el jefe que se disponía a ir a la guerra fabricara una cruz con dos palos
de madera, a los que prendía fuego. Dos miembros del clan llevarían
esta cruz a través de los valles y las montañas, como señal para los
hombres del clan de que cogieran sus armas y se desplazaran al lugar
de reunión, preparados para la batalla. (Naturalmente, la cruz no seguía
ardiendo; con lo húmedo que es el clima escocés, probablemente se
apagaba minutos después de que los hombres salieran con ella campo a
través en la lluvia. Sin embargo, a sus restos calcinados se les llamaba
todavía “cruz ardiente”).
Dado que, en este punto de la historia, la Revolución Americana se
acerca por el horizonte, y que los escoceses de las Tierras Altas tuvieron
algo que ver con ello (aunque luchando casi siempre en el lado
equivocado, para no perder la costumbre), me pareció un título muy
bueno. Presagios bélicos aparte, la palabra “cruz” implica “traición”
(juego de palabras en inglés), que siempre viene bien si estás hablando
de gente que se apellida MacKenzie, y además hay todo un cruce
constante de hilos argumentales (a estas alturas, hay suficientes como
para fabricar una cesta). También tiene todas esas interesantes
implicaciones religiosas de traición y angustia, de las que no diré más
porque no he terminado todavía de escribir el libro.
Un amigo de internet, al enterarse de este título, le pareció mal porque le
recordaba al Ku Klux Klan, y pensaba que un libro bonito tendría que
tener un título mejor.
“Es interesante que lo menciones”, dije. ¿De dónde crees que el KKK –
muchos de cuyos miembros resultaban ser descendientes de los
colonizadores escoceses originales en el sur de Norteamérica- sacó la
idea?” De ahí mismo. Sin embargo, de todas maneras, yo no escribo
libros bonitos, así que no creo que sea un problema.
Por razones de contrato y referencia, he estado llamando al sexto (y
último) libro de la saga Rey, adiós (King, Farewell). Este título procede
de una canción jacobita muy emotiva, en la que el cantante se despide
de la dinastía Estuardo (y como consecuencia, de todo lo que iba unido a
ella, como los mismos clanes de las Tierras Altas). Sin embargo, nadie
parece poder recordarla, lo cual es siempre un mal signo. La gente sigue
preguntándome cuando saldrá Adiós al rey (Farewell to the King) o aún
peor, Adiós a las armas (Farewell to Arms). También recibo de vez en
cuando cartas felicitándome por mi excelente novela Mariposa en ámbar
(Butterfly in Amber), o preguntándome cuándo aparecerá Tambores de
Agosto (Drums of August), pero nunca hay tanta confusión como con
Rey, adiós.
Por tanto, debo asumir que: Rey, adiós es probablemente más
memorable si suena con música (pero la tecnología de la edición todavía
no ha llegado tan lejos) y que el título del sexto libro debería ser
preferiblemente una sola palabra, para reducir el riesgo de que la gente
se lo cargue (por supuesto, al primer libro le llaman continuamente
Highlander, y al segundo a menudo Voyageur (les presento al intrépido
trampero francés Jamie Frezelière y su esposa, La Dama Blanca), pero
bueno….
Así que no sé seguro cuál será el título del sexto libro, pero como escribo
tan despacio, me imagino que tengo tiempo para inventarme algo.
Nota del Traductor: como es evidente, el sexto libro no recibió al final el
título de Rey, adiós (King, Farewell), sino Viento y Ceniza (A Breath of
Snow and Ashes).
¡Ah! ¿Este libro? Bueno, el título no ha sido mío. Una vieja amiga de
internet llamada Marte Brengle sugirió The Outlandish Companion hace
muchos años, (Nota del Traductor: este título es intraducible
literalmente al español. Por eso se le ha adjudicado uno simplemente
explicativo de su contenido: Enciclopedia para la saga Forastera) y se lo
birlé, ya que no soy alguien que deje pasar una buena oportunidad.
(Como el editor británico no podía llamar al primer libro Outlander, desde
luego no podía llamar a este The Outlandish Companion. En lugar de
ello se llama Through the Stones: A Companion to the Novels of Diana
Gabaldon. Impresionante).
VERSIONES EXTRANJERAS, U “OTROS TIEMPOS, OTRAS
COSTUMBRES”
Poco después de la venta de Forastera a Delacorte Press, me
sorprendió recibir la llamada de una persona de voz amable que aseguró
ser mi agente para mis derechos en el extranjero (yo no sabía que tenía
uno), y que estaba encantada de informarme de que acababa de vender
los derechos de mi libro a un editor sueco.
“¿Puede hacer eso?” le pregunté bruscamente. Evidentemente, sí. Hasta
ahora, algunos de los libros habían sido vendidos a los editores en
Suecia, Francia, España (y Latinoamérica), Italia, Alemania, Canadá, el
Reino Unido, Rusia, Corea y Polonia1.
Aunque me había percatado de que naturalmente los libros podían ser
publicados y vendidos en otros países además de los Estados Unidos,
no me había dado cuenta de que al autor, por regla general, le pagan por
ello. Tampoco de que podía haber diferencias entre el original de un libro
y la versión extranjera del mismo, especialmente si están escritos en la
misma lengua.
La venta del primer libro a un editor británico provocó una serie de
pequeños cambios y complicaciones. A petición mía (ya que no había
estado nunca en Escocia), el editor británico preguntó amablemente a
Reay Tannahill, una historiadora escocesa muy conocida (y ella misma
también una novelista muy buena) si podía leer el manuscrito. Reay me
envió una serie de notas sobre pequeños detalles (como qué colores se
pueden obtener utilizando tintes vegetales, el color del granito en la zona
de Argylshire, y cómo huele el Lago Ness), que yo agradecí muchísimo.
La versión americana del libro había alcanzado ya el estadio de versión
preliminar para cuando recibí los comentarios de Reay. Sin embargo,
pude incorporarlos todos, con una excepción.
Reay me dijo: “la guerra (la II Guerra Mundial), no terminó tan
abruptamente para nosotros como lo hizo para vosotros en los Estados
Unidos. El racionamiento y la austeridad de aquellos años siguieron
estando vigentes durante algún tiempo después de que se declarara la
paz, y todavía queda mucha gente viva que lo recuerda. Tu historia
comienza en 1945, pero las condiciones que estás describiendo serían
mucho más creíbles un año después; el libro realmente debería
comenzar en 1946”.
“Vale”, dije, y llamé a mi editor americano.
“No podemos hacer eso”, dijeron. “Puedes hacer otros cambios, siempre
que sean menores, pero si cambias la fecha de inicio, eso cambiará las
restantes fechas durante todo el libro. Tendríamos que volver a enviarlo
para ser corregido, y estamos demasiado cerca de la impresión como
para hacerlo”.
Por tanto, Forastera empieza en 1945 y Punto de cruz en 1946. Esta
pequeña dicotomía provocó un error continuado en Atrapada (ver
“Erratas”), que nunca he sido capaz de resolver, más que explicando su
existencia.
Aunque los libros desde Atrapada hasta Tambores son casi idénticos en
cuanto a texto entre las ediciones británica y americana (naturalmente,
las tapas son bastante distintas), hay unas pequeñas diferencias entre
Forastera y Punto de cruz, más allá del título y la fecha.
La respuesta americana al libro fue “una vez que tiene a Jamie, ¿por qué
consideraría siquiera volver con Frank?” mientras que la respuesta del
editor británico fue: “¿Pero….y ese marido tan majo que tenía en 1946?”
El editor británico sentía que Claire no pasaba tiempo suficiente
preocupándose por el pobre Frank, y se la podría percibir como alguien
frío de corazón. Por tanto, hay seis párrafos adicionales diseminados por
Punto de Cruz (que no están en Forastera) en los que Claire se
preocupa por Frank.
Más allá de pequeñas correcciones, alteré también un trozo sobre la
descripción geográfica que no era correcto; los lectores que se leen las
novelas con un mapa en la mano habrán notado (en Forastera) que
había situado Fort William en el lugar equivocado por unos cuantos
kilómetros, y que no es realmente factible terminar en Inverness mientras
se está de camino hacia Oxfordshire, no importa la ruta que se elija para
viajar.
El editor británico también me pidió que cortara la breve escena con la
que concluye el capítulo titulado “Ladrones en las rocas”, porque sentía
que resultaba demasiado gráfico para la audiencia a la que iba
destinado. Yo no estaba segura de por qué esa escena en particular le
pareció más gráfica que otras en el libro, pero no era –como sí lo eran
las demás- esencial para la trama, ni estaba temáticamente conectada a
otras partes de la historia. Prescindir de ella no haría daño al libro en su
totalidad, así que accedí a eliminarla2 3.
Más allá de estas diferencias cosméticas menores, sin embargo, las
ediciones americana y británica son iguales, y las de los demás libros
son completamente idénticas, ya que el editor británico imprime ahora
los libros directamente del texto americano.
1Ver Apéndice VI para tener la lista de ediciones y editores extranjeros.
2Hubo otro pequeño cambio; una alteración de una línea en una escena
Lo que a su vez significa que Jeremiah puede todavía ser capaz de
viajar, pero las probabilidades son solo una de cada dos, es decir, un
cincuenta por ciento.
Por otro lado, solo sabemos seguro el genotipo de Brianna; Roger podría
haber recibido un gen de viaje en el tiempo de ambos progenitores. Si es
sí, entonces su genotipo es TT, y todos los hijos que tengan él y Brianna
serán capaces de viajar.
Y por otro, no sabemos seguro que Stephen Bonnet no sea un viajero.
Después de todo, uno no lo sabría hasta que hubiera entrado en un
círculo de piedras, y solo justo en el momento apropiado del año.
Podemos asumir de las investigaciones de Geilie Duncan que esto no
sucede muy a menudo, aunque sí sucede.
Geillis Duncan parece haber hecho muchas investigaciones, y
probablemente sabía más que nadie sobre las formas y métodos del
viaje en el tiempo. Por desgracia, está muerta2, así que, a menos que
hubiera escrito algo más sobre sus averiguaciones a lo largo del tiempo,
vamos a tener que intentar adivinarlo todo por deducción y
experimentación.
También hemos de tener en cuenta que quizá Geillis Duncan no siempre
ha estado certera con sus propias conclusiones; por ejemplo, al principio
estaba convencida de que un sacrificio de sangre era necesario para
abrir un pasaje del tiempo. Sabemos que esto no es correcto, porque
Claire pasó sin esta ayuda.
Geillis también pensó –probablemente basándose en antiguos escritos
que descubrió más tarde3- que las piedras preciosas ofrecían una
manera, tanto de controlar el proceso del viaje en el tiempo (abriendo
pasos en momentos que no fueran fiestas del sol y del fuego, por
ejemplo) como de proteger al viajero. Parece haber estado muy cerca de
la verdad en esta suposición, porque Roger de hecho estuvo protegido
en su tránsito, primero por los granates del colgante de su madre, y
luego por el diamante que le da Fiona Graham.
El grimorio que Fiona encontró y le dio a Roger contenía la hipótesis de
Geillis de que los pasajes en el tiempo estaban localizados en lugares
donde las “Líneas ley” (líneas de fuerza magnética que pasan a través
de la corteza terrestre) se acercan la una a la otra lo suficiente como
para ser arrastradas a remolinos, formando pasajes que unen las capas
del tiempo. Evidentemente los pasajes del tiempo pueden ciertamente
estar sujetos a alguna influencia de fuerzas magnéticas, ya que están en
su punto más abierto en las fiestas del sol y del fuego (los momentos del
año en que la atracción gravitatoria del sol es más pronunciada con
respecto a las líneas de fuerza magnética de la tierra).
Sin embargo, esto son solo hipótesis; el verdadero efecto de las piedras
preciosas está todavía por ver.
Esto es todo lo que conocemos hasta el momento en lo que se refiere al
mecanismo del viaje en el tiempo. Más allá del simple hecho del
fenómeno en sí, sin embargo, podemos observar y deducir varias cosas
que conciernen a sus efectos. En otras palabras, cómo, cuándo y por
qué un viaje en el tiempo es una cosa; pero ¿qué le pasa al viajero y al
tiempo al otro lado?
Presentismo
LA FALTA DE PERSPECTIVA en la literatura (o en los lectores) provoca
a menudo una condición temporal a la que a veces he oído llamar
“presentismo”; es decir, la disposición a juzgar la literatura con los
baremos del tiempo y cultura del presente. Esto provoca unos
fenómenos peculiares; por ejemplo, se denuncian novelas clásicas como
Huckleberry Finn, con el argumento de que tratan asuntos como la
esclavitud, los derechos civiles de las mujeres, etc., de una forma que no
es consistente con la noción actual de la corrección política. En esencia,
esta actitud se basa en la incapacidad de reconocer que haya existido
otro tiempo que no sea el actual; como esa noción es claramente
errónea, la actitud resultante –que es razonable juzgar los tiempos y
personajes históricos con parámetros modernos- tampoco se puede
tomar en serio de ninguna manera. Al menos, yo no puedo.
Siempre hay dos opciones a las que se tiene que enfrentar un novelista
que escribe sobre los viajes en el tiempo, aunque al final las asuma o no;
una, la paradoja del viaje en el tiempo (es decir, ¿se puede cambiar el
pasado y, si es así, cómo afectará al futuro?) y dos, la elección entre
predestinación y libre albedrío.
Estas cuestiones están, por supuesto, ligadas a través de los conceptos
subyacentes de linealidad y causalidad; naturalmente, si se decide
aceptar la hipótesis de que el tiempo es lineal pero se acepta también la
causalidad (y yo creo que es imposible escribir una historia en la que el
concepto de causalidad no exista; “ficción experimental” si, una historia,
no), entonces la paradoja no solo se hace posible, sino que casi seguro
se convertirá en el foco central de la historia.
Si se acepta la hipótesis de que la historia (es decir, los acontecimientos
del pasado), se puede cambiar, se está adoptando la filosofía del libre
albedrío para los personajes. Si se rechaza la hipótesis de que la historia
puede ser alterada, es obligado aceptar la idea de la predestinación.
Si el pasado no puede ser alterado por las acciones de los viajeros en el
tiempo, esto implica la necesidad de la predestinación (o
“postdestinación”, si es el caso), es decir, la idea básica de que los
acontecimientos están “destinados” a ocurrir y que, por tanto, ejercer un
efecto sobre ellos queda fuera de las habilidades de una persona
individual.
Aceptar esta idea implica que hay un orden general en el universo,
mucho más amplio en alcance que el de la acción humana. Como punto
de vista filosófico o religioso, esto es atractivo para mucha gente; nos
gustaría pensar que hay alguien al mando que sabe lo que está
haciendo.
Por otro lado, la noción de la predestinación no es muy buena para
nuestro amor propio o para nuestro sentido de la posibilidad y ambos
son importantes para el concepto de la historia (nos identificamos con los
personajes, y les preguntamos una y otra vez: “¿y ahora qué pasa?”).
Nos lleva a un sentimiento de: “¿por qué molestarse?” que es
contraproducente tanto para el esfuerzo como para la identificación con
la historia. Creedme: la predestinación puede funcionar en ficción, pero
es mucho menos atractiva que el concepto de libre albedrío.
La aceptación de una historia por un lector determinado depende sobre
todo de la supresión de la incredulidad, de su conformidad con la
realidad creada por el autor, incluso cuando dicha realidad esté en contra
de la propia experiencia del lector. Un autor tiene muchas más
posibilidades de conseguir esta supresión de la incredulidad
manteniendo lo más posible la historia dentro del marco de referencia del
lector, alterando solo aquellos elementos que han de ser cambiados para
alcanzar la realidad deseada.
Consecuentemente, es más fácil para un lector aceptar una historia
paradójica, que incluya circularidad y predestinación, si se cuenta solo
en términos personales, separada de cualquier hecho histórico
importante. Narrar una historia de viajes en el tiempo en la que se
cambien acontecimientos importantes y reconocibles perjudicará la
suspensión de la incredulidad del lector, estableciendo una disonancia
cognitiva entre lo que sabe que ha sucedido y el mundo creado en el que
intenta entrar.
Es por esto que las historias más exitosas de este tipo casi siempre
incluyen una resolución o un proceso en el que el personaje principal
termina convirtiéndose en su propio antecesor y/o descendiente (los dos
clásicos más conocidos de este tipo son By His Bootstraps, de Robert
Heinlein, y The Man Who Folded Himself, de David Gerrold).
Para mí, las historias en las que los protagonistas gozan de libre albedrío
son más interesantes de escribir, y creo que son también mucho más
atractivas para los lectores. En este tiempo y cultura particular en la que
vivimos, la idea de que tenemos poder individual sobre nuestro propio
destino no solo es ampliamente aceptada, sino altamente deseable (la
ficción de otros tiempos y culturas puede naturalmente –y así lo hace-
reflejar distintas ideas del poder individual).
Entonces, ¿Cómo elegir entre estas dos premisas contrapuestas? Eso
es decisión de cada escritor individual; en mi propio caso, he decidido
aceptar las dos: permitir el libre albedrío, pero no cambiar los
acontecimientos históricos (¡ah! ¡Ser escritor es como ser un dios!). La
Teoría Gabaldon del Viaje en el Tiempo, por tanto, depende de este
postulado principal:
Un viajero en el tiempo goza de libertad de acción y de poder
individual para actuar; sin embargo, dicho poder individual no
puede ser mayor que el que le permitan sus circunstancias
personales como viajero.
Una consecuencia necesaria de este postulado no tiene que ver en
absoluto con el viaje en el tiempo, si no únicamente con la naturaleza
observada de los acontecimientos históricos:
Los acontecimientos históricos más notables (los que afectan a un
gran número de personas y por tanto serán probablemente
registrados), son resultado de las acciones colectivas de muchas
personas.
Por supuesto, hay excepciones a esta conclusión: el asesinato político,
que afecta a mucha gente, pero puede ser realizado por un individuo
único; el descubrimiento científico, la exploración geográfica, los
adelantos comerciales, etc. A pesar de ello, los efectos de eventos como
estos dependen en gran parte de las circunstancias en las que tienen
lugar; muchos descubrimientos científicos se han producido –y se han
perdido- una serie de veces antes de llegar a ser aceptados o conseguir
relevancia social.
Por tanto, la noción de que el conocimiento es poder no es
absolutamente cierta; el conocimiento es poder solo hasta el punto en
que las circunstancias permitan que dicho conocimiento sea utilizado.
Es decir, si un viajero del tiempo llega a una sociedad donde se va a
convertir simplemente en un ciudadano normal, el viajero tendrá
relativamente poco poder para influir en los acontecimientos sociales.
Madame X llega a Paris en vísperas de la Revolución Francesa, por
ejemplo. Si Madame X es de hecho una viajera en el tiempo y no está
ocupando el lugar de una ciudadana existente entre la aristocracia, no
tiene conexiones entre los poderes de la Revolución y por tanto no está
en posición de afectar al curso general de la misma.
Pero es que, aunque pudiera de alguna manera arreglárselas para entrar
en el Petit Trianon, conocer a la Reina y darle a entender que no sería
muy inteligente hacer comentarios sobre pasteles…la Revolución
Francesa fue un fenómeno social complejo, resultado de años -¡siglos!-
de acciones realizadas y no realizadas por cientos y miles de personas.
Madame X probablemente no podría, con ninguna de sus acciones
individuales, prevenir la Revolución en su totalidad; se trató de un
acontecimiento social de tal complejidad que su control estaba
simplemente más allá de los poderes de cualquier persona a nivel
individual.
Sin embargo, Madame X retiene el poder del que goza cualquier
individuo de esa época: puede advertir a un amigo de que sería prudente
dejar París, por ejemplo. Si éste escucha, puede verdaderamente llegar
a salvar su vida, y por tanto cambiar la historia (aunque no la historia
registrada).
Ergo, un viajero en el tiempo puede ejercer su libre albedrío, y puede
producir cambios personales a pequeña escala en el pasado, como
aconsejar a una amiga que plante patatas, evitando así las
consecuencias de una hambruna. Sin embargo, como los grandes
acontecimientos sociales son normalmente resultado de la acumulación
de acciones por parte de un gran número de personas, el viajero
probablemente no podrá cambiar nada en sucesos históricos
importantes y bien documentados.
Ergo, desde un punto de vista del relato, conservamos las ventajas
filosóficas y de ficción del libre albedrío, sin incurrir en la disonancia
cognitiva asociada con cambiar la “historia”, tal y como la percibe el
lector.
LA NO SIMULTANEIDAD
nuclear.
5En este caso, es el autor.
PARTE OCHO
LALLYBROCH
Nuestro guía se encogió de hombros y escupió en el agua.
-Bueno, el lago es extraño, eso es seguro. Hay historias, las hay, de algo
viejo y malvado que una vez vivió en sus profundidades. Se le hacían
sacrificios, vacas, y algunas veces incluso bebés, que se arrojaban al
agua en cestas de mimbre. -Volvió a escupir-. Y algunos dicen que no
tiene fondo, que tiene un agujero en el centro más hondo que cualquier
otra cosa en Escocia. Por otro lado –los ojos llenos de arrugas del guía
se arrugaron un poco más- hace unos pocos años una familia de
Lancashire vino corriendo al cuartel de la policía en Invermoriston,
chillando porque habían visto a un monstruo salir del agua y esconderse
entre los helechos. Dijeron que era ‘una terrible criatura, cubierta de pelo
rojo y unos cuernos espantosos, y que estaba masticando algo mientras
le caía sangre de la boca. -Levantó una mano, como para detener mi
exclamación de horror.
-El agente que enviaron para que echara un vistazo volvió y dijo ‘bueno,
excepto por lo de la sangre, era una descripción muy correcta… -hizo
una pausa para añadir tensión- ¡de una buena vaca de las Tierras Altas,
rumiando entre los helechos!
-Forastera, Capítulo 2,
“Las Piedras erectas”
Había visto desaparecer el ganado, una bestia peluda tras otra, en la
zanja que conducía a la puerta trasera, dirigidas por la mano experta de
Rupert y sus hombres. ¿Pero se las arreglarían para obligarlas a
atravesar esa puerta, una por una, o no? Y si lo conseguían, ¿qué harían
una vez dentro? Se trataba de ganado medio salvaje, atrapado
súbitamente en un pasillo de piedra iluminado con antorchas…Bueno,
quizá podría funcionar. Un pasillo no sería muy diferente de su establo,
con el suelo de piedra, donde también había antorchas y olor a humano.
Si llegaban allí, quizá el plan podría tener éxito.
….Jamie hizo un gesto de dolor cuando el licor laceró su boca herida,
pero vació el vaso antes de volver a reposar la cabeza. Dirigió su mirada
hacia mí, con los ojos velados por el dolor y el whisky, pero iluminados
sin embargo por el humor. -¿Vacas? –preguntó-. ¿Eran de verdad vacas
o estaba soñando?
-Forastera, Capítulo 36,
“MacRannoch”
Había empezado a “construir” una imagen del Castillo de Leoch de la
misma manera que lo hice para Lallybroch: proporcionando a los
ilustradores tanto una descripción general del castillo como una serie de
fotografías y dibujos de edificios de la época, señalando los elementos
de cada uno que me parecían adecuados para la imagen del castillo que
tenía en la cabeza. El dibujo preliminar se parecía al dibujo de arriba: el
Castillo de Leoch empezaba gradualmente a tomar forma sólida de entre
la niebla de mi imaginación.
Sin embargo, antes de seguir con la imagen, acudí a los Highland
Games (Juegos de las Tierras Altas) en California. Mientras firmaba
libros, un par de personas se me acercaron, con un álbum en la mano, y
se presentaron ante mí: Steven McKenzie y su hija, Anne, de la
Sociedad del Clan MacKenzie local. Me ofrecieron convertirme en
miembro honorario del clan MacKenzie y, al aceptar yo con entusiasmo1,
me regalaron una camiseta decorada con la insignia del clan y me
mostraron las fotografías de su álbum, tomadas en la última reunión del
clan MacKenzie en Escocia. Entre las escenas de bellos paisajes de las
Tierras Altas y las masas de miembros del clan, había varias fotos de la
sede del mismo: El Castillo de Leod.
-¿De verdad? -Exclamé al verlas-. ¿Queréis decir que existe un lugar
llamado Leod?
Esta pregunta les sorprendió, habiendo asumido que yo no solo sabía de
la existencia del Castillo de Leod, sino que lo había visto, ya que su
descripción en Forastera coincidía tanto con la realidad.
-Bueno, lo he visto –dije- pero no en fotografía.
Como la realidad había aparecido de pronto ante mí de forma tan
abrupta, sin embargo, no me pareció necesario seguir construyendo una
versión imaginaria, así que pedí permiso a los McKenzie –que me lo
dieron amablemente- para utilizar sus fotografías del castillo verdadero.
-D.G
+++++++++++
Pero Jamie no había terminado todavía, al parecer. Ignorando el enojo
de Dougal, sacó una sarta de cuentas blancas de su morral. Se adelantó
hacia mí y abrochó el collar alrededor de mi cuello. Bajé la mirada y vi
que se trataba de una sarta de pequeñas perlas llamadas “barrocas”, de
formas irregulares y producidas por los mejillones de agua dulce,
intercaladas con pequeños círculos perforados de oro. De las cuentas de
oro colgaban perlas más pequeñas.
-Son solo perlas escocesas -dijo, como disculpándose- pero te sientan
muy bien-. Sus dedos permanecieron un momento en mi cuello.
-¡Esas eran las perlas de tu madre! -dijo Dougal, mirando el collar con el
ceño fruncido.
-Sí -dijo Jamie con calma- y ahora son de mi esposa. ¿Vamos?
-Forastera, Capítulo 14,
“Tiene lugar una boda”
Brianna puso fin a la conmoción simplemente poniéndose en pie. Era tan
alta como cualquiera de los hombres, y mucho más que las mujeres.
Laoghaire dio un paso atrás rápidamente. Cada uno de los rostros que
había en la habitación giró hacia ella, con expresión de hostilidad,
simpatía o mera curiosidad.
Con una calma que no sentía, Brianna metió la mano en el bolsillo
interior de su chaqueta, el bolsillo secreto que había cosido en el bajo
solo hacía una semana. Parecía un siglo.
-El nombre de mi madre es Claire- dijo, y dejó caer el collar en la mesa.
En la habitación se produjo un silencio sepulcral, excepto por el ligero
siseo del fuego, que ardía lentamente en la chimenea. El collar de perlas
brillaba, y el sol de la primavera procedente de la ventana iluminaba el
oro de las cuentas.
Fue Jenny quien habló primero. Moviéndose como una sonámbula,
estiró un fino dedo y tocó una de las perlas. Perlas de agua dulce, de las
llamadas “barrocas” por su forma singular, irregular e inconfundible.
-¡Oh, Dios mío! -dijo Jenny en voz baja.
-Tambores de otoño,
capítulo 34, “Lallybroch”
-¿Y qué es lo que tanto querías comprar?- pregunté con recelo.
Él suspiró y dudó un momento, pero luego arrojó el pequeño paquete en
mi regazo. -Una alianza, Sassenach –dijo-. Me la hizo Ewen, el armero;
las hace en su tiempo libre.
-¡Oh!-, dije en voz casi inaudible.
-Adelante -dijo un momento después-. Ábrelo. Es tuyo.
El contorno del pequeño paquete se veía borroso entre mis dedos.
Parpadeé y me sorbí la nariz, pero no hice ningún movimiento para
abrirlo. -Lo siento- dije.
-Bueno, desde luego que deberías sentirlo- dijo, pero su voz ya no
sonaba enfadada. Alargó la mano, cogió el paquete de mi regazo y abrió
el envoltorio, revelando un ancho anillo de plata, decorado al estilo de las
Tierras Altas, en filigrana, con una pequeña y delicada flor de cardo
jacobita grabada en el centro de cada uno de los motivos tallados.
Solo me dio tiempo a ver esto antes de que los ojos se me llenaran otra
vez de lágrimas.
Me puso en la mano un pañuelo, y yo hice lo que pude para intentar
detenerlas y que no me salieran a mares. -Es…precioso- dije,
aclarándome la garganta y secándome los ojos.
-¿Lo llevarás, Claire?- su voz era ahora amable, y el uso de mi nombre,
casi siempre reservado para ocasiones formales o de ternura, casi me
volvió a hacer perder la compostura…
No podía hablar, pero extendí mi mano derecha hacia él, con los dedos
temblando. El anillo se deslizó, frío y brillante, por mis nudillos y se
detuvo en la base del dedo: me estaba bien.
-Forastera, Capítulo 23,
“Regreso a Leoch”
-Hay palabras grabadas - dijo con asombro-. Nunca me di cuenta de que
él había…. ¡Oh, Dios mío! -Se le rompió la voz, y el anillo se le cayó de
entre los dedos, repicando sobre la mesa con un ruido metálico....
Roger se quedó de pie un minuto, sintiéndose tremendamente incómodo
y fuera de lugar. Con una terrible sensación de que estaba violando la
privacidad de alguien, pero sin saber qué hacer si no, cogió el pequeño
círculo de metal, lo puso bajo la luz y leyó las palabras que había
grabadas en su interior.
-Da mi basia mille…- Pero fue la voz de Claire, y no la suya, la que dijo
las palabras…
Atrapada en el tiempo, Capítulo
47, “Cabos sueltos”
-Como nuevo-. Jamie terminó de limpiar el anillo de plata con el pico de
su camisa y lo alzó, admirándolo a la luz del farol.
-Eso es algo mejor de lo que se puede decir de mí -respondí con
frialdad. Estaba hecha un guiñapo, tirada en la cubierta, que a pesar de
la corriente tranquila parecía subir y bajar suavemente-. ¡Eres un jodido
bastardo sádico, Jamie Fraser!
Tambores de otoño, Capítulo 9, “Dos terceras partes
de un fantasma”
-Fue hace mucho tiempo-, dije en voz baja.
-Mucho tiempo -dijo él- Soy un hombre celoso, pero no vengativo. Te
separaría de él, mi Sassenach, pero no le separaría a él de ti.
Se detuvo un momento, y el fuego relució suavemente en el anillo que
sostenía su mano. -Era tu vida, ¿no?
Y volvió a preguntar: -¿Quieres volver a llevarlo?
Alcé la mano como respuesta, y él deslizó el anillo de oro en mi dedo, el
metal conservando aún el calor de su cuerpo.
De F. para C. con amor. Siempre.
-Tambores de otoño, Capítulo 71 “El
círculo se cierra”
+++++++++++++++++++
Me han pedido repetidas veces información sobre la alianza de Claire;
algunas de ellas eran simple curiosidad por saber si existe un anillo real
con esta descripción, y otras, en un tono más práctico, eran personas
que querían disponer de una reproducción del mismo para su propia
boda.
Me temo que el anillo no existe físicamente, sino que se encuentra
únicamente en mi cabeza. Yo llevo cuatro anillos: dos de oro en la mano
izquierda, dos de plata en la derecha. En mi dedo anular izquierdo luce
mi alianza de boda, que es un modelo comercial (es decir, no fue hecho
para mí, simplemente se vendía al público). El modelo se llama (lo cual
es extraño, dado el hecho de que yo me casé mucho antes de pensar en
escribir una novela escocesa) “Brigadoon” (N.del T: “Brigadoon” es el
nombre que recibe una pequeña aldea escocesa en una película de
género musical rodada en 1954).
Es de oro, y tiene 8mm de anchura. Tiene grabado lo que yo creo que
son hojas de helechos, entrelazadas con pequeñas flores de cuatro
pétalos, y es muy bonito. Parece como si los helechos y las flores
estuvieran cincelados sobre un fondo negro, pero esto es solo porque no
me ocupo de frotarlo con un cepillo de dientes de vez en cuando;
originalmente, era de oro.
Cuando empecé a escribir Forastera, hice todo tipo de investigaciones,
incluyendo una visita a los Highland Games (Juegos de las Tierras Altas)
en Mesa, Arizona. Nunca había asistido a un evento así, y me pareció
fascinante: gaitas por todas partes, tambores, mantecados y muchos
hombres en con falda. Me fui con dos importantes souvenirs: un mapa
de los clanes de Escocia -que sigue colgado en mi pared y que me ha
facilitado la mayor parte de los nombres de mis personajes menores y
alguna referencia geográfica (hasta ahora para todos los libros)- y un
anillo de plata.
Se trata de un anillo de 5mm de anchura y que tiene, en la parte de
arriba y en la de abajo, una estrecha franja de plata, con una sola hilera
de filigrana -que se conoce como nudos celtas- entre las dos. Dados sus
orígenes, siempre he pensado en este anillo como algo que pertenece a
Forastera y al mundo de lo escocés.
Por tanto, cuando Jamie decidió regalarle a Claire un anillo (no tenía ni
idea de que ese anillo era la razón de su desaparición nada más llegar al
castillo), tuve que enfrentarme al problema de describirlo. Como soy una
persona práctica, además de sensible, miré mis manos y creé un cruce
entre mis dos anillos.
Por tanto, el anillo de Claire es ancho (como mi propia alianza), de plata
(porque las joyas de oro no eran muy comunes en las Tierras Altas
escocesas, y las de plata sí) y con un diseño de filigrana (que es antiguo,
por tanto históricamente apropiado y plenamente escocés) de flores de
cardo intercaladas (flores, como en mi anillo, pero de cardo porque es un
anillo escocés).
Hay ciertos elementos descritos en los libros de la saga que yo me
negaría en redondo a que fueran dibujados, por ejemplo, los personajes
(como le digo a alguna persona que de vez en cuando se queja de que
quiere un dibujo porque no puede visualizar a Claire o Jamie: hojea
revistas hasta que encuentres una cara que te guste, y utilízala; es
seguro que te va a servir tan bien como cualquier dibujo. Yo sé qué
aspecto tienen, y también lo sabe cualquier lector que no haya destruido
su corteza visual con una sobredosis de televisión).
Al mismo tiempo, existe al menos una posibilidad razonable de encontrar
una aproximación decente a algunos de los objetos inanimados sobre los
que la gente siente curiosidad; y con la ayuda de un par de talentosos
ilustradores2 que estuvieron dispuestos a aceptar mis sugerencias
aproximadas y darme alguna idea con la que trastear, hemos producido
imágenes de algunas de las principales piezas de joyería descritas en
los libros; la alianza de Claire, las perlas de Ellen, los brazaletes de
colmillo de jabalí y el broche con un ciervo corriendo que lleva el
fantasma que se encuentra Frank en Inverness.
¡Ah! ¿Mis otros dos anillos? Bueno, son idénticos, excepto por el metal;
uno es de plata, el otro de oro (plata en la mano derecha, oro en la
izquierda). Son reproducciones de lo que en tiempos remotos se
llamaban “anillos de poesía” franceses del siglo XV, y me los regaló mi
marido, uno como regalo de cumpleaños, el otro de aniversario. Cada
uno de ellos lleva la inscripción “Vous, et nul autre” (Tú, y ninguna
otra)”3.
+++++++++++++++++++++++
Broch Tuarach significa “la torre que mira al norte”. Desde la ladera de la
montaña, la torre que le dio a la pequeña propiedad su nombre no era
nada más que otra pila de piedras, como las que había al pie de las
colinas que habíamos atravesado en nuestro viaje.
Bajamos por un desfiladero estrecho y rocoso entre dos riscos,
conduciendo los caballos por entre las rocas. Luego el camino se hizo
más fácil, el terreno se desplegaba más suavemente hacia los campos y
las cabañas diseminadas más abajo, hasta que al final llegamos a un
pequeño camino undulante que conducía a la casa.
Era más grande de lo que esperaba; una hermosa casa señorial de tres
pisos de piedra blanca encalada, ventanas del color gris original de la
piedra, un alto tejado de pizarra con muchas chimeneas y varias
edificaciones menores a su alrededor, como polluelos alrededor de una
gallina. La vieja torre de piedra, situada en un pequeño altozano detrás
de la casa, se elevaba 20 metros sobre el suelo, con un tejado en forma
de cono como el sombrero de una bruja, y tres filas de diminutas rendijas
para las flechas a lo largo de toda su circunferencia.
-Forastera, Capítulo 26, “El
retorno del Laird”
“Escocia”, suspiré, pensando en los frescos arroyos y oscuros pinos de
Lallybroch, la propiedad de Jamie. “¿Podemos de verdad irnos a casa?”
-Atrapada en el tiempo, Capítulo 29,
“Coger la ortiga”
A esta distancia, la casa no parecía haber cambiado nada. Construida en
piedra blanca encalada, sus tres pisos brillaban de forma inmaculada
entre el grupo abigarrado de edificaciones adicionales decaídas y los
campos llenos de piedras. En el pequeño altozano detrás de la casa
estaban los restos de la antigua torre circular de piedra que daba nombre
al lugar.
Mirándolo más de cerca, pude ver que las construcciones adyacentes
habían cambiado un poco; Jamie me había dicho que los soldados
ingleses habían quemado el palomar y la capilla el año siguiente a
Culloden, y ciertamente se podían ver aún los huecos donde habían
estado. Había un agujero en la pared de la huerta que había sido
reparado con piedra de otro color, y se había construido un nuevo
cobertizo con piedra y trozos de madera que evidentemente hacía las
veces de palomar, a juzgar por la fila de cuerpos rollizos y emplumados
que se alineaban en el alero del tejado, disfrutando del sol de finales de
otoño.
El rosal que había plantado la madre de Jamie, Ellen, había crecido
hasta formar una enorme maraña de ramas que formaba una celosía en
la pared de la casa, y que estaba ya perdiendo sus últimas hojas.
-Viajera, Capítulo 32, “El regreso
del hijo pródigo”
El fuego de turba crepitaba en la chimenea detrás de mí, oliendo a las
Tierras Altas, y el rico aroma de sopa de pollo y puerros y a pan
cociéndose se extendía por toda la casa, cálido y reconfortante como
una manta.
Podía sentir como me atraía, la casa, la familia, el sitio mismo. Yo, que
no podía recordar ningún hogar de mi niñez, sentí la necesidad de
sentarme aquí y quedarme para siempre, enredada en los miles de hilos
de la vida diaria, segura y atada a este trozo de tierra. ¿Qué debió de
sentir él, que había vivido toda su vida con la fortaleza de este vínculo?
-Viajera, Capítulo 37, “Qué hay en
un nombre”
Brianna dejó las bridas sobre el cuello de Brutus, dejándole reposar
después del último repecho, y se quedó quieta, observando el pequeño
valle que se veía más abajo. La granja, encalada en blanco, destacaba
en medio de los campos de un verde pálido de avena y cebada, sus
ventanas y chimeneas rematadas con piedra gris, la huerta vallada y las
numerosas edificaciones adyacentes amontonándose como polluelos
alrededor de una gran gallina blanca.
Nunca lo había visto antes, pero estaba segura. Había escuchado las
descripciones que hacía su madre de Lallybroch con mucha frecuencia.
Y además, era la única casa de importancia en varios kilómetros a la
redonda; no había visto nada más en los últimos tres días sino pequeñas
cabañas de muros de piedra de los campesinos, muchas abandonadas y
derruidas, algunas no más que negros restos calcinados.
De una de las chimeneas estaba saliendo humo; había alguien en casa.
-Tambores de otoño, Capítulo 34,
“Lallybroch”
Percibí un extraño brillo no metálico en el fondo de la caja, y lo señalé
con el dedo. -¿Qué es eso?
-¡Ah, esos! -dijo ella, metiendo otra vez la mano en la caja-. Nunca me
los he puesto. No me sientan bien. Pero tú sí podrías, eres alta y tienes
porte, como mi madre. Eran suyos, ¿sabes?
Se trataba de un par de brazaletes. Cada uno de ellos estaba hecho con
el colmillo casi circular de un jabalí, su marfil bien pulido, y con los
extremos rematados con piezas de plata grabadas con motivos florales.
-¡Madre mía, son preciosos! nunca he visto algo tan…tan
maravillosamente bárbaro
Esto divirtió a Jenny. -Sí, es verdad que lo son. Alguien se los regaló a
mi madre como regalo de boda, pero nunca nos dijo quién. Mi padre le
tomaba el pelo de vez en cuando sobre este admirador, pero tampoco se
lo quiso decir a él, simplemente sonreía como un gato al que han dado
crema para cenar. Toma, pruébatelos.
Sentía el marfil fresco y pesado en mi brazo. No puede resistirme a
acariciar su superficie amarilleada por los años.
-Sí, te sientan bien- dijo Jenny.
Las tortas escocesas humeaban suavemente en el aire fresco, y olían
maravillosamente. Cogí una, y los pesados brazaletes de colmillo de
jabalí hicieron un ruido al chocar juntos en mi muñeca. Vi que Murtagh
los miraba y los coloqué mejor para que pudiera ver la plata grabada en
las piezas de los extremos.
-¿A que son preciosos? –dije-. Jenny dijo que eran de su madre.
Los ojos de Murtagh se posaron en el tazón de gachas que la Sra. Cook
le había puesto sin ceremonias bajo la nariz.
-Te sientan bien-, murmuró.
-Forastera, Capítulo 31, “Día de
pago de las rentas”
MacRannoch estaba estudiando al hombrecillo arrugado, intentando
restar treinta años de su semblante marchito.
-Sí, te conozco -dijo por fin-. No me acuerdo de tu nombre, pero sí de ti.
Mataste a un jabalí herido sin ayuda de nadie, con una daga, durante
una reunión del clan. Fue un animal valiente. Eso es, el MacKenzie te dio
los colmillos, que eran extraordinarios, casi una curva completa. Buen
trabajo, tío-. Una mirada peligrosamente cercana a la satisfacción arrugó
momentáneamente la mejilla picada de Murtagh.
Me estremecí, recordando los brazaletes, magníficos y bárbaros, que
había visto en Lallybroch. De mi madre, había dicho Jenny, se los regaló
un admirador.
-Forastera, Capítulo 36,
“MacRannoch”
1 También soy una Fraser honoraria.
3 Tú, y no otra.
El sacerdote tendría que ocuparse de sí mismo, pensó. Jamie
desenvainó el sable mientras se erguía, y con un solo largo paso, quedó
suficientemente cerca como para tocarle. El hombre no era sino una
silueta en la oscuridad, pero se le veía lo suficiente. El sable, sin piedad,
cayó sobre su cabeza con tremenda fuerza, partiendole el cráneo en
dos.
-¡Montañeses!- El grito procedía de la garganta de su compañero, y el
segundo centinela salió como un conejo de un arbusto, introduciéndose
en la oscuridad antes de que Jamie pudiera sacar el sable de la
ensangrentada cabeza partida. Apoyó el pie en la espalda del hombre
caído y tiró de él, apretando los dientes ante la desagradable sensación
de la carne blanda y el chirrido del hueso.
Atrapada en el tiempo, capítulo 36,
“Prestonpans”
Rupert soltó una débil risita sibilante, y eso le provocó otro ataque de tos.
-Bueno, llora mi muerte, Dougal, sé que lo harás -dijo al terminar de
toser-. Y me alegro. Pero no puedes llorar hasta que te mueras ¿no?
Prefiero morir por tu mano, amigo mío, y no por la mano de extraños.
-Tú eres mi jefe, y es tu deber –susurró-. Venga, hazlo ahora. Me estoy
muriendo y me duele, Dougal, y me gustaría que se acabara-. El puñal
de Dougal se hundió bajo el esternón, fuerte y directo. El voluminoso
cuerpo hizo un movimiento convulso, ladeándose con una explosión de
tos de aire y sangre, pero el breve grito de agonía salió de los labios de
Dougal.
Atrapada en el tiempo, capítulo 43,
“Fallkirk”
El fuego es mal iluminador, pero habría sido necesaria la oscuridad total
para ocultar la expresión en el rostro de Geillis; la súbita comprensión de
lo que le venía. Arrancó la otra pistola de su cinturón y la dirigió hacia mí.
Vi el agujero redondo del cañón claramente, y no me importó. El
estruendo del disparo rebotó por toda la cueva, y sus ecos soltaron una
lluvia de arena y polvo procedente de las rocas que pulverizaba, pero
para entonces yo ya había cogido del suelo el hacha. Escuché un ruido
detrás de mí, pero no me di la vuelta. Los reflejos del fuego ardían rojos
en las pupilas de sus ojos. La cosa roja, lo había llamado Jamie. Yo me
había rendido a ella, había dicho él.
No necesitaba entregarme, me había tomado ya.
No había miedo, ni furia, ni duda. Solo el golpe del hacha. Su sacudida
me subió por el brazo, y la solté, con los dedos entumecidos. Me quedé
muy quieta, ni siquiera me moví cuando ella se tambaleó hacia mí.
La sangre, a la luz del fuego, es negra, no roja.
Viajera, capítulo 62,
“Abandawe”
-A veces siento como que hay algo ahí- dijo Maisri de pronto- pero puedo
bloquearlo de mi mente, no mirar. Así era con el señor; sabía que había
algo, pero me las arreglaba para no verlo. Pero un día me obligó a mirar,
y a pronunciar las palabras del hechizo para que la visión llegara bien
clara. Y lo hice-. La capucha de su manto se escurrió cuando alzó la
cabeza, mirando hacia el muro del Priorato que se elevaba ante
nosotras, ocre, blanco y rojo, con la argamasa deshaciéndose entre las
piedras. Su cabello, negro con mechones blancos, le caía sobre la
espalda, libre al viento.
-Él estaba allí, de pie, ante el fuego, pero era de día, y se le veía bien.
Había un hombre tras él, quieto como un árbol, su rostro cubierto con
una capucha negra. Y a través del rostro del señor cayó la sombra de un
hacha.
Atrapada en el tiempo, capítulo 41, “La
maldición de la vidente”
Era la oración que se pronunciaba cuando se evisceraba un animal que
le habían enseñado de niño, cuando aprendía a cazar en las Tierras
Altas de Escocia. Era vieja, me había dicho; tan vieja que algunas de las
palabras ya no se utilizaban, por eso sonaba extraña. Pero se ha de
pronunciar con cualquier animal cazado que fuera más grande que una
liebre, antes de cortar la garganta o abrir las entrañas.
Sin dudarlo, hizo un corte superficial a través del pecho -no había
necesidad de hacer sangrar el cadáver, el corazón ya había dejado de
latir hacía mucho- y abrió la piel entre las patas, de forma que los pálidos
intestinos sobresalieron del corte fino, entre el pelo oscuro, brillando bajo
la luz.
Hacía falta mucha fuerza y habilidad para abrir y apartar la pesada piel
sin penetrar la membrana mesentérica que contenía la bolsa de las
vísceras. Yo, que había abierto cuerpos humanos más blandos, era más
que capaz de reconocer el talento quirúrgico cuando lo veía.
“Tambores de otoño, capítulo 15, “Nobles
salvajes”
PARTE NUEVE
RESPUESTAS
P: En Tambores de otoño, ¿qué le ocurrió a Willie después de que Jamie
y él fueran al poblado indio?
R: Me imagino que los dos volvieron al Cerro Fraser, donde se reunieron
con un recuperado John Grey, y los dos se fueron la mar de contentos a
Virginia.
Estos libros son largos, pero aun así solo tienen una capacidad limitada;
no puedo utilizar más espacio para explicar acontecimientos que se
pueden suponer de una forma razonable; si no, no tendría espacio para
tratar los asuntos realmente interesantes. Y aunque es seguro que se
me habría podido ocurrir algún asunto interesante tras la vuelta de Willie
con Jamie, explicarlo y relacionarlo con la estructura general de la
historia habría hecho que el libro fuera mucho más largo13.
P: ¿Eres escocesa o inglesa?
R: Soy americana. Crecí en Flagstaff, Arizona14. Sin embargo, mis
ancestros son ingleses (con una rama alemana) y mejicanos-americanos
(Latinos, Hispanos, Chicanos, como quieras llamarlo); uno de mis
bisabuelos maternos emigró desde Inglaterra (Yorkshire) a Arizona a
finales del siglo XIX, y otras dos ramas de mi familia materna llegaron a
nueva York durante la Revolución Americana15, mientras que la familia
de mi padre es de Nuevo Méjico16.
P: ¿Has estado alguna vez en Escocia?
R: Nunca había estado allí antes de Forastera; ese libro lo escribí en
base a una investigación puramente bibliotecaria (como en aquella
época yo pensaba que el libro era solo para practicar, nunca se me
ocurrió decirle a mi marido que tenía que irme a Escocia para investigar).
Pero sí utilicé parte del adelanto del pago por la venta de Forastera para
un viaje a Escocia de dos semanas mientras trabajaba en Atrapada. Por
suerte, resultó ser tal y como lo había imaginado. Desde entonces he
estado allí varias veces, para giras de libros y cosas así, y volvería otra
vez sin pensarlo, a la mínima oportunidad.
P: ¿Cuál es tu formación académica? ¿Qué actividades profesionales
realizaste antes de que se publicara Forastera?
R: Tengo una Licenciatura en Ciencias de Biología Marina por el Instituto
de Oceanografía Scripps, un Grado en Zoología y un Doctorado en
Ecología Cuantitativa del Comportamiento (comportamiento animal junto
con estadística) por la Universidad de Northern Arizona. Mi tesis versó
sobre la “Selección de lugar de anidación de la urraca piñonera”17.
Después de mi último título, hice dos trabajos de postdoctorado, en la
Universidad de Pennsylvania18y UCLA19.
También escribí libros de cómics (por libre) para Walt Disney durante uno
o dos años a finales de los años 7020. Luego fui profesora en la
Universidad del Estado de Arizona durante unos doce años, en el Centro
para los Estudios Medioambientales.
Lo que realmente hice allí, por extraño que parezca, fue desarrollar mi
conocimiento en el campo, entonces nuevo, de la informática científica
(el uso de ordenadores para hacer investigación científica, en botánica,
ecología, fisiología, meteorología etc. Este campo es completamente
distinto al de la ingeniería informática, que es el estudio de los
ordenadores y su funcionamiento).
Como parte de estas ocupaciones, puse en marcha y gestioné una
publicación llamada Science Software durante varios años. Yo empecé
a utilizar ya ordenadores para el análisis científico allá por los primeros
años ochenta, justo cuando empezaban las microcomputadoras. Se me
ocurrió que debería haber un lugar para compartir mi trabajo con otros
científicos que hacían lo mismo que yo (en aquélla época no había
muchos). La publicación fue un éxito, y después de un año
prácticamente no hacía otra cosa; gestionaba la publicación, impartía
seminarios para científicos que querían introducirse en el mundo de los
ordenadores, escribía textos y manuales, y cosas así.
En realidad, me había inventado mi propia especialidad. Llamé a
editores de revistas y me ofrecí para hablar de ello. Es decir, empecé a
enviar copias de Science Software a varios editores de la prensa
informática convencional (junto con uno de mis comics de Walt Disney,
para asegurarme de que no iban a pasar por alto mi petición),
pidiéndoles encargos. Me los dieron inmediatamente, porque en aquélla
época, quizá yo era una de las pocas personas, no más de una docena
en todo el mundo, que sabían algo sobre software científico y técnico y
podían escribir algo coherente sobre ello.
En otras palabras, me establecí como una “experta” en informática
científica de la misma manera en que empecé a escribir ficción:
simplemente, lo hice.
De hecho, seguí haciéndolo hasta que terminé el borrador de Atrapada.
En este momento, mi contrato universitario caducaba y tenía que firmar
su renovación, pero decidí que estaría bien ver cómo se siente uno
durmiendo más de cuatro horas seguidas, así que renuncié.
P: ¿De dónde sacaste la idea de escribir una novela sobre los viajes en
el tiempo?
R: Mi intención era que Forastera fuera una novela histórica
convencional, pero cuando introduje a Claire Beauchamp Randall (al
tercer día más o menos de empezar a escribir; era la escena en la que
conoce a Dougal y a los demás en la cabaña), ella se negó a cooperar.
Dougal le preguntó quién era, y sin que yo tuviera tiempo de pensar
quién iba a ser, ella se puso tiesa, le miró con beligerancia y dijo: “Claire
Elizabeth Beauchamp. ¿Y tú, quién demonios eres?”. Se apropió
inmediatamente de la historia y empezó a contarla ella misma, haciendo
comentarios impertinentes y modernos sobre todo lo que le daba la
gana.
En ese momento, me encogí de hombros y dije: “vale. Nadie va a leer
nunca este libro, así que no importa que haga cosas raras. Adelante, sé
moderna, y ya pensaré más tarde cómo has aparecido allí”. Así que lo
del viaje en el tiempo fue totalmente culpa de Claire.
P: ¿Por qué hiciste que Atrapada comenzara en los años cuarenta del
siglo XX en lugar de en la actualidad?
R: Bueno, hay tres razones principales:
1. Quería que la adaptación de Claire al pasado fuera lo más real
posible. Por tanto, el hecho de que ella viniera de las
dificultades que había en Europa tras la segunda Guerra
Mundial y de los viajes arqueológicos con su tío Lamb, haría su
adaptación a la Escocia jacobita menos difícil que si hubiera
sido una persona más moderna. Para muchos de los
americanos actuales es difícil imaginárselo, pero la Inglaterra
anterior a la guerra era bastante primitiva, en realidad, en
términos de todo aquello –alimentos, viajes, refrigeración,
fontanería- que damos por supuesto.
2. Mientras seguía escribiendo, me iba quedando claro que en
algún momento Claire volvería al futuro, y había decidido que
el tiempo se mueve de forma lineal, sin importar dónde esté en
él una persona. Es decir, si te vas del punto A y pasas una
cantidad de tiempo X viviendo en el pasado antes de volver,
volverás a A+X. No quería tener que meterme en MI futuro
para poder escribir el futuro de Claire. No quería tener que
tratar simultáneamente con los problemas de la novela
histórica y de la futurista.
3. La tercera razón no resultó ser al final particularmente
importante, pero al principio, cuando todavía especulaba con el
concepto del viaje en el tiempo, mi hipótesis era que el paso
por las piedras podría estar “abierto” solo en períodos de
violencia social, sobre todo durante las guerras, o al menos
próximo a ellos. Esto querría decir que los viajeros en el tiempo
probablemente atravesarían las piedras en tiempos convulsos,
cuando sus apariciones y desapariciones pasarían
lógicamente más inadvertidas21.
Más tarde decidí que tenía más sentido que los pasajes en el tiempo
fueran geomagnéticos en naturaleza, y que por tanto se vieran afectados
por las antiguas fiestas del sol (que están relacionadas con los campos
gravitatorios de la tierra y su orientación cambiante respecto al sol y la
luna). Así que abandoné la conexión con la violencia. Pero situar uno de
los tiempos de la historia de Claire cerca de la II Guerra Mundial tuvo
algo que ver con ello.
P: ¿Por qué Roger no “oye” las piedras en Carolina del Norte, cuando
está huyendo de los indios y se encuentra con el círculo?
R: No era la época del año adecuada. Si el paso por las piedras está
abierto al máximo en fiestas del sol y del fuego, estaría probablemente
más o menos “cerrado” en los periodos intermedios. Como indican las
notas de Geillis/Gillian, intentar cruzar en el momento equivocado puede
ser fatal.
P: ¿Por qué hay una discrepancia en las fechas entre Forastera y Punto
de Cruz respecto a la desaparición de Geillis Duncan al pasado?
R. La discrepancia en las fechas es un error; un error de corrección
causado por las diferencias en la edición del libro británico, que
comienza en 1946, y el americano, que empieza en 1945. El libro
americano ya estaba en el estadio de galeradas cuando vendimos
Forastera en el Reino Unido, y la casa editorial pensó que, como
cambiar la fecha inicial habría requerido volver a enviar todo el
manuscrito a corrección, era mejor dejarlo así. Si queréis leer una
explicación más elaborada de este error, leed “Erratas”.
P: ¿Por qué elegiste Escocia durante el período jacobita para tus libros?
R: Bueno, como casi todo lo demás sobre estos libros, fue una
casualidad. Estaba buscando una época en la que situar una novela
histórica, porque pensé que sería el tipo de libro más fácil de escribir
como práctica. Mientras lo estaba pensando, vi casualmente una
reemisión de un antiguo episodio de Doctor Who en el canal PBS, en el
que el doctor aparecía con un joven acompañante escocés en 1745.
Este acompañante resultó ser un muchacho monísimo, de unos
diecisiete años, llamado Jamie MacCrimmon, a quien le sentaba muy
bien la falda.
Al día siguiente, estaba sentada en la iglesia dándole vueltas y entonces
pensé: bueno, hay que empezar en algún sitio, ¿no? Y realmente no
importa dónde, ya que nadie lo va a leer, así que, ¿por qué no? Escocia,
siglo XVIII. Y ahí empecé, sin esquema, ni personajes, ni argumento,
solo un lugar y un tiempo.
P: ¿Tiene el título Dragonfly in Amber (Libélula en ámbar, traducida en
español como Atrapada en el tiempo) algún significado especial?
R: La libélula atrapada en un trozo de ámbar es una especie de símbolo
del matrimonio de Claire y Jamie; no es solo un regalo que Hugh Munro
le hace a Claire sino que es también una metáfora: una manera de
preservar algo de gran belleza que existe fuera del tiempo que le
corresponde. Además, el ámbar es un material bastante místico que se
ha usado durante miles de años en la magia y como protector (Ver “De
dónde vienen los títulos” para una explicación más elaborada).
P: ¿Qué tapas te gustan más?
R: Me gustan mucho las tapas del libro americano en su versión de tapa
dura. En cuanto a las demás…bueno, hay bastantes, si contamos con
las ediciones extranjeras, y algunas son muy bonitas (me gusta
particularmente la primera edición de la versión británica en tapa blanda
de Atrapada, que desgraciadamente ya no está disponible). Algunas,
simplemente, no están mal.
Que conste que odio con todas mis ganas cualquier intento de mostrar
los rasgos de los personajes principales. Como un artista no puede de
ninguna manera imaginarse qué aspecto tienen en realidad Jamie, Claire
y los demás, los resultados de sus diseños van a ser siempre
insatisfactorios para quien sí sepa qué aspecto tienen. Prefiero sin
ninguna duda que esos detalles queden para la imaginación del lector.
P: ¿Existen los libros en formato de audio?
R: Sí, en distintas versiones. Los Audio libros Bantam poseen los
derechos para producir las versiones comerciales resumidas de todos
los libros, y los cuatro libros publicados han sido grabados y se pueden
conseguir. Las cintas están muy bien producidas y maravillosamente
leídas (la lectora de los cuatro es Geraldine James, una actriz británica
muy buena, que hace un trabajo fantástico), pero están muy resumidas;
solo cubren alrededor de una quinta parte de cada historia (cada libro es
un conjunto de cuatro cintas de unas seis horas cada una.
Las versiones no resumidas de Forastera y Atrapada han sido
producidas comercialmente por Recorded Books, Inc (Viajera y
Tambores les seguirán, en 1999)22. La versión completa no tiene música
ni efectos sonoros, pero está maravillosamente hecha (por Davina
Porter, una actriz inglesa/escocesa buenísima que suena muchísimo
como lo haría Claire), e incluye el texto completo, unas 32 horas de
grabación por libro.
Me temo que todavía no existen audio libros británicos.
Además de las cintas de audio comerciales, hay dos versiones no
comerciales grabadas de los libros, producidas para lectores con
problemas de lectura en los EEUU. He sido voluntaria de Recorded For
the Blind (Grabado para los ciegos) durante los últimos diecisiete años, y
como detalle especial, me permitieron leer Forastera y Atrapada;
normalmente, leo para ellos textos científicos, médicos e informáticos.
Todos los libros que se pueden conseguir a través de RFB se prestan
gratis a lectores responsables, y se leen enteros (quizá me dejen leer
Viajera y Tambores también, cuando haya terminado la octava edición de
Biología y Microorganismos).
Me han dicho que todos los libros están también disponibles en el
programa de Libros que hablan de la Librería del Congreso, también en
su versión no resumida.
P: ¿Cuánto tiempo tardas en escribir un libro?
R: Me costó dieciocho meses terminar Forastera, unos dos años cada
uno escribir Atrapada y Viajera y unos dos años y medio Tambores. Los
libros se han ido haciendo más largos y algo más complicados; además,
pasé más de cuatro meses fuera de casa, haciendo giras y apariciones
promocionales para Viajera, actividad que reduce bastante el tiempo que
se puede dedicar a escribir23. Soy extremadamente lenta, como una
tortuga, y voy corrigiendo y cambiando mientras escribo, palabra por
palabra, frase por frase…y luego vuelvo y lo cambio otra vez. Mi media
es de quizá dos o tres páginas al día, excepto al final del libro. En ese
momento, cuando sé lo que estoy haciendo y a dónde quiero llegar,
escribo de diez a quince páginas diarias y duermo muy poco.
P: ¿Qué tipo de investigación realizas para los libros? ¿Cómo sabes
cuándo has investigado ya lo suficiente? ¿Cuánto tiempo pasas
investigando antes de empezar a escribir?
R: Sé que mucha gente hace toda la investigación y solo después
empieza a escribir, pero eso no funcionaría para mí, porque nunca sé
qué es lo que va a pasar, y no sabría por tanto cuándo parar24. Por eso
no lo hago; leo e investigo durante todo el tiempo que estoy escribiendo,
y empiezo a escribir desde el principio.
Lo que se escribe es lo verdaderamente importante en un libro. En
cuestión de investigación, a menudo no sé qué es lo que necesito hasta
que lo encuentro25. Si algo resulta estar equivocado, lo puedo cambiar.
Si llego a un sitio donde verdaderamente necesito saber algo específico
antes de escribirlo, puedo ir a buscarlo, o cambiar a otro momento de la
historia y dejar el punto anterior para más tarde. Pero nada vale más que
las palabras en la página.
Tengo unos doscientos libros que pertenecen a la biblioteca de la
universidad (de vez en cuando quieren que les devuelva alguno, lo que
para mí es una experiencia traumática) y también compro libros como si
fueran cacahuetes. Llevo en el coche un libro de los que investigo, y lo
leo en los semáforos, o cuando llevo a los niños a clases de flauta, y leo
material de investigación también cuando hago ejercicio en la bicicleta
estática o en la cinta para caminar. A veces hay algo específico que
tengo que buscar, por ejemplo cómo se extrae un diente, o cuántos
esclavos había en una plantación de azúcar de tamaño medio en
Carolina del Norte en 1767, o cuánto puede llegar a pesar un oso negro,
pero realmente no cuesta mucho tiempo descubrirlo; lo que lleva tiempo
es hojear y husmear en los libros y encontrar sin esperarlo cosas
fascinantes como la grasa del hombre ahorcado (que, por cierto, es
históricamente cierto, era un beneficio adicional que tenían los verdugos
del siglo XVIII). Afortunadamente, también es divertido.
Me acuerdo que en un momento dado me encontré con una mención de
un libro específico que parecía, por su título, que probablemente iba a
ser importante para la investigación de Viajera. La biblioteca de la
universidad no lo tenía, y yo no tenía tiempo para esperar a que lo
obtuviera por medio de un préstamo interbibliotecario. Hice unas
cuantas llamadas y al final localicé dos copias del libro en una librería en
Nueva York. Por casualidad, esta librería se encontraba en el primer piso
del edificio donde estaba la oficina de mi casa editorial. Y así es como mi
editora, que es extremadamente paciente y servicial, tuvo que ir a la
librería por mí y pedir al dependiente, con cara de póker, dos copias de
Sodomía y la tradición pirata26.
P: ¿Cómo conseguiste reflejar tan bien el acento escocés? Soy escocés
y me apasiona la historia escocesa, y habiendo oído que tú no eres
escocesa, francamente me puse en lo peor. ¡Pero me sorprendió
positivamente!
R: Gracias, me gusta oírlo. Conseguí el acento escocés de distintas
fuentes, pero la base principal fueron las novelas escocesas (escritas por
escoceses, quiero decir) y las grabaciones de canciones populares
escocesas. Especialmente en las grabaciones en directo, los grupos (por
ejemplo los Corries) charlan con el público, les oyes hablar y vas
asimilando expresiones y vocabulario de las mismas canciones.
El acento no es sólo un acento, por supuesto, es mi interpretación del
escocés, que es un dialecto real del inglés. No es lo mismo que el
gaélico, que es una lengua completamente distinta. El escocés es inglés,
pero tiene bastantes palabras específicas y expresiones que no se
encuentran en el inglés convencional, y sus frases tienen además una
estructura peculiar e idiosincrática.
P: Tus libros son tan complejos… ¿Utilizas algún esquema?
R: No, no uso ningún esquema. Por supuesto, tampoco escribo en línea
recta; escribo en muchos trocitos pequeños y luego los pego todos
juntos como si fuera un rompecabezas. Voy hacia delante y vuelvo,
retrocedo y vuelvo hacia delante, hasta que la escena queda terminada;
entonces doy un salto a otro sitio distinto y escribo algo totalmente
diferente. No tengo siquiera capítulos, hasta justo antes de imprimir el
manuscrito completo para enviárselo a mi editora; dividir el texto en
capítulos y ponerles título es más o menos lo último que hago en el
libro27.
Y sí, de vez en cuando tengo escenas o fragmentos que, o no pegan en
el texto o son repetitivas, superfluas o inútiles (estoy segura de que todo
el mundo piensa que nunca cambio o quito algo, pero sí lo hago. Lo
penúltimo que hago en un manuscrito es un proceso llamado “corta y
quema”). Pero en la mayoría de los casos esas escenas pueden ser
recicladas para el siguiente libro, lo cual es una de las ventajas de
escribir una saga. Por ejemplo, la breve escena en la que aparece Mayer
Rothschild, el numismático itinerante, se escribió originalmente para
Atrapada. No era que no se ajustara bien allí, pero no era necesaria para
la historia, así que la eliminé. Y…por increíble que parezca, quedaba
fenomenal para el asunto de las monedas en Viajera, donde lo utilicé
casi sin cambiar nada, excepto algún pequeño ajuste en beneficio de la
trama.
Y también hay versiones de cosas que, simplemente, no funcionan; por
ejemplo, reescribí la primera mitad de la historia que introduce la trama
para Atrapada siete veces antes de sentirme satisfecha, pero iba
guardando los fragmentos que parecían funcionar para cada nueva
versión que componía.
Todos los escritores son diferentes en su manera de aproximarse a la
escritura, pero para mí es un proceso muy orgánico, aunque con su
propia lógica interna.
P: ¿Te dan ideas tus lectores?
R: Bueno, si he de decir la verdad, no muchas. O mejor dicho, no me
dan ideas específicas, aunque a menudo una conversación pondrá en
marcha una línea de pensamiento que al final tiene algo como resultado,
aunque puede que no sea en absoluto lo que tenía en mente quien lo
sugirió. Generalmente yo conozco la forma de la historia, aunque no de
lo específico, y estoy tan familiarizada con los personajes que puedo
decir que sí, que harían esto, o no, no harían aquello, en cualquier
circunstancia. Los únicos casos que puedo recordar en los que una
sugestión dio como resultado una escena específica fueron de una
pareja de amigas de mi LitForum (CompuServe), ambas personas a las
que conozco desde hace años y que han seguido el desarrollo de los
libros y sus personajes desde el principio.
Por ejemplo, una mujer me preguntó medio en broma qué diría, pensaría
o haría Jamie si viajara en el tiempo hacia el futuro y viera a su hija en
bikini. Bueno, no es posible que viaje al futuro, pero la cuestión puso en
marcha en mi cabeza una línea de pensamiento que me llevó a esa
conversación a la luz de la luna en Viajera, y a la carta de Claire a su
hija.
P: ¿Por qué está escrita Forastera en primera persona?
R: Mi impulso inicial sería decir: ¿pero por qué no? Sin embargo, esta
pregunta me la hacen con frecuencia en conferencias de escritores, así
que lo detallaré un poco más.
Me gusta experimentar e intentar cosas nuevas e interesantes en
términos de estructura y técnica literaria (bueno, tampoco escribir en
primera persona es una loca aventura). Sin embargo, la respuesta es
simplemente que escribir en primera persona era para mí la forma más
fácil y cómoda en ese momento, y como estaba escribiendo el libro como
práctica, no veía la razón de hacerlo todo más complicado.
Ahora que sé más sobre escribir, hay otras buenas razones para hacerlo
así, pero esa fue la que tuve en ese momento; para mí era lo natural.
Creo que quizá me sentía más cómoda con ello (además de por el hecho
de que Claire Beauchamp Randall cogió el control y empezó a contar la
historia ella misma), porque muchos de mis libros favoritos están
narrados en primera persona.
Si miras las novelas clásicas en lengua inglesa, alrededor de la mitad
están escritas en primera persona, desde Moby Dick a David
Copperfield, los Robinsones suizos, La isla del tesoro…e incluso
grandes fragmentos de la Biblia están escritos en primera persona28.
Lo cual no quiere decir que esta técnica no tenga desventajas, o que le
venga bien a todo el mundo. Pero si pega con mi estilo y mi historia,
¿por qué no lo iba a hacer?
La historia que sirve de introducción a Atrapada está escrita en parte en
la voz de Claire en primera persona, y en parte en la de Roger Wakefield
en tercera persona. Y, si miras la primera mitad de Viajera, verás que
está hecha con una técnica “trenzada”, contando la historia de Jamie en
tercera persona en cronología lineal y la historia de Claire en la primera
persona en tiempo pasado, y que se usan las partes con la voz de Roger
como puntos de inflexión que funcionan como desencadenantes de las
otras dos voces.
Tambores, a su vez, utiliza cuatro voces narrativas principales: Claire,
Jamie, Roger y Brianna30. Sin embargo, la voz de Claire sigue siendo
con mucho la más cómoda para mí.
P: ¿Cuáles son las partes que te han parecido más difíciles de escribir?
R: ¿Difíciles? ¡Madre mía! Todas…Bueno, en realidad no, pero escribir
es un trabajo duro, ¿sabes? Aunque sea muy divertido. En cuanto a la
dificultad emocional, que es lo que supongo que quieres decir, está la
carta de despedida de Claire a Bree, la escena de la violación en
Forastera, la de la despedida en Atrapada, la escena en Tambores en la
que Jamie y Brianna conversan en el establo mientras ayudan a parir a
una vaca, y alguna otra de la que no me acuerdo. Es decir, todas esas
que te imaginas.
P: ¿Los lugares que describes en los libros son reales?
R: Supongo que depende de lo que quieres decir con “reales”. Para mí
sí que lo son. Sin embargo, lugares como Inverness, el Lago Ness y Fort
William son reales también en el mapa, como lo son Paris,
Fontainebleau, Cabo Haitiano, etc. Si te refieres al círculo de piedras de
Craigh na Dun…
Ten en cuenta que yo nunca había estado en Escocia antes de escribir
Atrapada. Cuando finalmente viajé allí encontré, en un lugar llamado
Castlerigg, un círculo de piedras muy parecido al que yo había descrito.
Además, cerca de Inverness, existe un lugar llamado Los túmulos de
Clava -donde hay también un círculo de piedras31- y otro lugar llamado
Tonmahurich, que se supone que es una colina para las hadas, pero
nunca he estado allí, así que no sé cuánto se parece a Craigh na Dun.
En cuanto a Lallybroch…bueno, muchas veces encuentro cosas que
existen en la realidad después de haberlas escrito, así que no me
sorprendería mucho.
P: ¿Cómo creas a tus personajes? ¿Haces fichas de ellos para tenerlos
bien organizados?
R: No hago notas, ni fichas ni nada de eso con mis personajes. No
apunto nada más que el texto del libro, en parte porque si escribo algo,
luego se me olvida que lo he escrito.
En los últimos libros de vez en cuando tengo que ponerme a contar para
ver en qué mes o en qué año ocurre una determinada escena, para
poder saber cómo sería el tiempo atmosférico, pero nada más que eso.
No se me olvidan los personajes porque los puedo “ver”. A ti no se te
olvidaría como es tu compañero/a, o qué le gusta desayunar, ¿no?
(Consultar “Personajes” en la Parte Dos para una descripción más
detallada del desarrollo de los personajes).
P: ¿Eres Claire?
R: Bueno, no. Aunque por supuesto yo soy todos los personajes; tengo
que serlo, después de todo. Pero si lo que preguntas es si he basado el
personaje de Claire en mí misma, no. (Para una descripción más
detallada consultar “Personajes”).
P: He estado intentando adivinar cuáles son las reglas del juego “El gato
del pastor”. Cualquier ayuda me vendría bien.
R: El gato del pastor es un juego de palabras sencillo, que no tiene un
ganador en particular. Cada jugador tiene un turno para cada letra del
alfabeto, y ha de intentar elegir un adjetivo que sorprenda o divierta a su
oponente; la persona que encuentre el mejor adjetivo (uno que su
oponente no conoce, o que es el más original) es el ganador de esa
ronda.
El gato del pastor es un gato adiposo.
El gato del pastor es un gato adhesivo.
Ambos son buenos, pero “adhesivo” puede que sea el mejor, porque la
idea de un gato pegajoso es más divertida que la imagen de un gato
gordo.
El gato del pastor es un gato malo.
El gato del pastor es un gato “bandkerámico”.
“Bandkerámico” es un término que se usa para describir un tipo de
cerámica neolítica, caracterizada por un diseño a rayas, es decir, es un
gato rayado. Probablemente, “bandkerámico” ganaría esta ronda.
El juego puede variar, de simple a complejo, y se usa a menudo para
enseñar vocabulario. Me lo encontré en una librería en Inverness, en
concreto dos pequeños libros: El gato del pastor, que mostraba varias
alternativas para cada letra, con dibujos muy divertidos, y su versión
gaélica, que se presentaba sugiriendo que su uso era una forma eficaz
para aprender vocabulario gaélico.
Por supuesto, Roger y Brianna utilizan el juego para comunicarse
indirectamente entre sí, así como para entretenerse mientras viajan en
coche.
P: Algunos de nosotros hemos leído y releído los libros, hemos discutido
sobre ellos y tratado de adivinar por qué Claire y Jamie hacen lo que
hacen o reaccionan como reaccionan. Pero todos tenemos una
pregunta: ¿por qué era tan importante para Claire recuperar el anillo de
Frank al final de Tambores? Ninguno de nosotros lo habría hecho.
¿Puedes explicarnos por qué pensaste que ella sí lo haría? A pesar de la
historia que tuvo con Frank, su amor por Jamie era tan grande, ¿Por
qué necesitaría tener ningún otro anillo?
R: Estoy tentada de decir que esta es una de esas cosas que las ves o
no las ves, pero intentaré explicarlo. Sí, Claire tiene una historia con
Frank, mucha historia, y con un poco de todo, alegría y dolor. Él fue su
primer amor, su primer marido, y cuando se casó con él, lo hizo con toda
la intención de hacerlo de por vida. Después de todo, ella es una
persona muy leal y honesta. Para ella, haberle “dejado” y haber elegido
quedarse con Jamie fue un acto de traición, y lo sabe. Frank no hizo
nada malo; su único “crimen” fue no ser Jamie. ¿Pensáis que está bien
olvidar las promesas e irse con otro, solo porque es más atractivo que la
persona con la que uno se casó? Claire no.
Es verdad que las circunstancias eran muy estresantes, y que tenía unas
razones aplastantes –tanto físicas como emocionales- para hacer lo que
hizo, pero era traición, y este conocimiento de vez en cuando la atenaza
durante los dos primeros libros (¿te acuerdas cuando sueña con Frank y
los retratos en miniatura?). Sus sentimientos de culpa y su lealtad para
con Frank son la causa de que obligue a Jamie a no matar a Jack
Randall, para poder así salvar la vida de Frank.
Más tarde, cuando vuelve a su tiempo, embarazada y moralmente
destrozada, es Frank quien recoge los trocitos y los pega para construir
una vida para los dos. Es él quien acepta a Brianna totalmente como si
fuera suya, lo cual no es algo que todos los hombres harían; apoya a
Claire en su decisión de convertirse en médico, y valora (aunque con
envidia) su sentido del destino. Este es con toda seguridad un
comportamiento admirable por parte de un hombre honorable, y Claire lo
sabe y lo aprecia.
Pero bueno, en términos de su relación personal y sexual…ella le
abandonó, y volvió solo por necesidad, embarazada del hijo de un
hombre del que obviamente todavía está enamorada. ¿Crees que esto
era fácil de aceptar para Frank? Es un hombre muy compasivo, pero es
humano. Se esfuerza mucho para que su matrimonio funcione, y Claire
también, pero el resentimiento por su traición permanece dentro de él.
Como no puede o no quiere admitir la verdad de la historia que ella
cuenta, nunca pueden discutirlo plenamente, nunca pueden resolver la
situación; Jamie Fraser es siempre el fantasma que sobrevuela su
matrimonio. No es extraño que Frank tenga amantes de vez en cuando,
ya sea como venganza o simplemente como refugio.
Vale. Estamos en que esta es una relación difícil y compleja. Las
dificultades y las culpas no quieren decir que no haya nada de valor
entre los dos. El amor que una vez compartieron sigue estando ahí,
aumentado y cimentado por el amor que sienten los dos hacia Brianna,
disminuido y erosionado por la memoria de sus traiciones el uno al otro,
pero todavía está en pie, erguido como una roca en el desierto, retorcido
y doblado por el viento y la lluvia.
Si Claire fuera capaz simplemente de evadirse de este tipo de historia y
sentimientos, abandonando una parte enorme de su vida e identidad,
solo porque ahora estaba en un sitio diferente…bueno, no sería capaz
de amar a Jamie de la manera completa en que lo hace. No sería una
persona entera.
Más adelante se libera de la culpa de su relación imperfecta con Frank,
y es libre de guardar como un tesoro la memoria de sus buenos
momentos. Jamie, como persona de buen corazón que es, lo sabe, y
quiere que Claire sea consciente de que él puede aceptar conocer lo que
ella compartió con otro hombre, precisamente algo que Frank no podía
hacer. Esto tiene algo que ver con la naturaleza del amor y el concepto
de la obligación como parte de dicho amor. Mientras Roger contempla
explícitamente este asunto (“¿Amor? ¿Obligación? ¿Cómo puedes haber
amado sin obligación?” se preguntaba), Jamie y Claire lo están viviendo
implícitamente.
Si ella rechazara el anillo de Frank, si rechazara al fin y al cabo lo que él
era, si negara el valor de treinta años de relación compleja pero
valiosa…bueno, hubiera sido algo deshonesto y mezquino. Y ni Claire ni
Jamie lo son, ni en mente ni en corazón.
P: Estoy confundida con la carta de Frank a finales de Tambores, esa de
la que le habla Roger a Jamie. ¿Sabía Frank que Jamie había
sobrevivido y no se lo contó a Claire? ¡Eso es terrible!
R: Bueno, quizá sí y quizá no, como llega a decir el propio Jamie. Es
decir, parece claro que en un momento dado Frank averiguó lo suficiente
sobre Jamie como para sospechar, al menos, dos cosas: que la historia
de Claire era cierta y que Jamie había sobrevivido Culloden. Sin
embargo, no sabemos cuándo Frank se enteró de esto, o si estaba
realmente convencido de que era cierto.
Míralo ahora desde el punto de vista de Frank (ya lo sé; los lectores no
quieren siquiera pensar en Frank, pero de todas maneras ahí está).
Estás felizmente casado, y de repente tu esposa desaparece. Te
preocupas, te obsesionas, buscas, sufres, y finalmente consigues
asimilarlo de alguna manera…y entonces ella vuelve, embarazada de
otro hombre, y contando historias increíbles sobre dónde ha estado.
Vale. Como eres una persona honorable –y sigues amando a esa mujer-
aprietas los dientes, aceptas la situación y el niño que viene y haces lo
que puedes. Tu mujer también lo está haciendo, pero ya tienes claro que
ella sigue estando enamorada del padre de su hijo, sea quien sea. Como
eres un historiador profesional, tienes las herramientas y recursos
suficientes como para, al menos, empezar a investigar si su historia es
cierta. Probablemente pasará algún tiempo antes de que reúnas fuerzas
para hacerlo, pero una vez que lo haces…bueno, hubo un tío que se
llamó Jamie Fraser, y los trocitos de información que estás averiguando
sobre él concuerdan con lo que tu esposa te ha contado…pero ¿lo crees
realmente?
Mientras tanto, tienes una hija maravillosa, a la que amas
desesperadamente y que te adora. Tu esposa y tú tenéis algunas
dificultades pero sigues queriéndola mucho. Perder a tu mujer una vez
fue terrible, pero sobreviviste; perder a ambas ahora te destruirá.
Entonces. ¿Qué vas a hacer?
SI asumes que la historia no es verdad, O que el Jamie Fraser que
encontraste no es aquél del que habla Claire, entonces simplemente no
puedes o debes hacer nada.
Pero SI asumes que la historia ES verdad, y que este ES el Jamie Fraser
correcto…bueno, entonces tienes un pequeño dilema moral.
¿Se lo cuentas a tu esposa (y por extensión, a tu hija)? Si lo haces,
pasará una de estas cosas: o ella te abandona inmediatamente e intenta
volver con Fraser o se queda contigo, pero sólo por deber, a pesar de
seguir añorando a otro hombre, lo cual arruinará los frágiles hilos con los
que has mantenido unido tu matrimonio, con tanto dolor y dificultad. ¿Te
arriesgarías a esto, sobre la suposición de que una serie de
circunstancias, increíblemente improbables, sean ciertas, y basándote en
pequeños fragmentos de investigación histórica? (incluso aunque todo
fuera verdad, no tienes forma de saber cuánto tiempo sobrevivió Fraser
a Culloden).
Si se lo cuentas a tu mujer y ella se va, bien podría intentar llevarse
consigo a tu hija. Podrías aguantar el abandono de tu esposa; pero
sabes que no puedes soportar la idea de perder a tu hija, o siquiera
perder su amor, lo que podría ocurrir si averigua la verdad, se vaya o no
con Claire.
Si se lo cuentas a tu esposa y ella no se va, tu matrimonio será una
cáscara vacía, y todavía podrías perder la aceptación y el amor sin
reservas de tu hija. Una vez más, ¿pondrías en peligro la felicidad de
toda tu vida, a cambio de tan pocas certezas….? ¡No me lo creo!
Teniendo en cuenta sólo los sentimientos de Claire, si es que crees que
su sentido del deber la obligará a quedarse contigo, ¿es justo u honrado
revelarle la verdad? Ha hecho ya las paces con la pérdida, y ha
encontrado algo de felicidad y estabilidad contigo y vuestra hija. Incluso
aunque no tengas en cuenta tus propios sentimientos en ello, y asumas
la respuesta más honorable de ella, ¿está bien permitir que se torture
con el conocimiento de que Fraser sobrevivió, y dejarla atormentarse por
su decisión? Y una vez más….solo por la pequeña posibilidad de que
sea verdad lo que piensas. No.
Al mismo tiempo, Frank es tanto un historiador como un hombre
honorable. Sinceramente no puede ignorar del todo lo que sabe o
sospecha. SI éste es el Jamie Fraser que engendró a Brianna, entonces
existe cierta obligación hacia ella. Frank valora la verdad; todo
historiador ha de hacerlo, aunque al mismo tiempo sea consciente de
sus límites.
Cuando ese entera (como le cuenta al Reverendo) de que tiene un
problema de corazón, decide que ha de hacer algo. Existe una
posibilidad de que pueda morir en un futuro relativamente cercano. Una
vez que ya no esté, se reduce la confusa multiplicidad de posibilidades.
Una vez muerto, ni las decisiones de Claire ni las de Brianna le pueden
hacer ya daño. No puede haber para él un perjuicio directo si encuentran
a Jamie Fraser.
Al mismo tiempo, no es capaz de soportar la idea de que Brianna pueda
recordarle con ira u odio, una vez que haya averiguado la verdad. Puede
considerarlo una traición, y lo es, pero una traición que él considera más
o menos justificada; él es el padre de Brianna, tanto o más que el
hombre que la engendró, y no va a permitir que deje de quererle, ni
tolerar que ella pueda recordarle con desprecio.
¿Cómo conseguir entonces decir la verdad –una vez que esté muerto y
por tanto a salvo- sin que Claire y Brianna se enteren de que había
mantenido esta información oculta para ellas?
Se le ocurre la idea de la lápida falsa, colocada cerca de la de su propio
antepasado. Brianna siempre ha estado interesada en la historia, le ha
ayudado incluso con su trabajo, sabe quién es Jack Randall. Si piensa
mucho en Frank una vez muerto, hay muchas posibilidades de que algún
día quiera encontrar el lugar donde reposa Frank Randall, como vemos
que efectivamente hace.
SI encuentra entonces la falsa lápida y se lo dice a su madre…bueno,
entonces será decisión de Claire contarle a su hija la verdad. Brianna
sabrá quién es su verdadero padre, aliviando así el sentido del deber de
Frank hacia ella y hacia la verdad, y al mismo tiempo, nunca sabrá que
Frank le ha ocultado esta verdad.
Este no es un método completamente honesto, y Frank lo sabe; pero
aun así, es lo máximo que puede hacer en estas circunstancias. Sin
embargo, sí siente la necesidad de confesar lo que ha hecho, y por qué,
y decide contárselo al Reverendo, que sabe que le guardará el secreto.
Por tanto, esto es lo que se esconde en la carta de Frank, y la razón de
que hiciera lo que hizo. Lo que Roger –y Jamie- decidan hacer con ello…
bueno, ese es su dilema moral. Quizá conviene ser consciente de que
Jamie no duda en decidir contarle a Claire todo, confiando en que ese
conocimiento no dañará su amor por él. Frank no tenía esa seguridad.
P: ¿Está basado alguno de los personajes de ficción en figuras históricas
reales?
R: Si, algunos lo están. Después de todo, es difícil hablar del Alzamiento
jacobita del 45 sin mencionar a Carlos Estuardo.
Más allá de ello, existe una bruja real (de finales del siglo XVI) llamada
Geilis Duncane en Daemonologie, un tratado sobre brujas escrito por el
Rey Jaime de Escocia (que más tarde se convertiría en Jaime I de
Inglaterra). El libro trata del juicio de un aquelarre de brujas que según el
Rey intentaban asesinarle por medio de magia negra (ya sabéis, las
mujeres siempre están en connivencia con el demonio para hacer cosas
así). Imaginé que cualquiera que tuviera conocimientos sobre brujería en
Escocia conocería el nombre, y a los que no, no les importaría.
Por supuesto, no es el nombre real de la bruja de Forastera; la
conocemos en Atrapada bajo lo que suponemos que es su nombre
original, Gillian. Eligió deliberadamente el nombre de Geillis por el
original, que por supuesto conocía, dadas sus investigaciones sobre
brujería. Conoceremos más sobre esto cuando Roger encuentre el
grimorio de su ancestro.
Jack Randall no es real, al menos por lo que yo sé.
La Madre Hildegarde sí fue un personaje histórico real, aunque vivió en
el siglo XII en lugar de en el XVIII. De la misma manera, Monsieur Forez,
el verdugo en Atrapada, fue un verdugo público real en el París del siglo
XVIII. Y naturalmente, el Príncipe Carlos y muchos de los señores
jacobitas fueron reales (ver Parte Dos, “Personajes”).
P: ¿Quién es el fantasma en Forastera?
R: El fantasma es Jamie, pero cómo encaja su aparición en la historia lo
explicaré en el último libro de la serie.
P: ¿Has pensado alguna vez en escribir libros para niños?
R: Incluyo esta pregunta porque la gente me la hace muy a menudo, no
tengo ni idea de por qué. ¿Os parezco alguien que esté deseando
escribir libros para niños? ¿Hay algo en lo que escribo que os sugiera
que estoy dedicándome a un campo de escritura que no debo? Sean
cuales sean las razones de esta pregunta, sin embargo, me temo que la
respuesta es no, no puedo decir que alguna vez haya sentido el más
mínimo deseo de escribir libros infantiles, aunque hace unos años, un
niño del vecindario me preguntó si algún día podría escribirle un libro.
Dije no muy convencida que suponía que podría intentarlo, aunque no
tengo ni idea de cuándo. Me preguntó cómo se llamaría el libro, a lo que
le contesté (no puedo imaginarme por qué; ha sido la primera vez que se
me ha ocurrido un buen título para un libro sin siquiera proponérmelo)
que se llamaría El árbol que se comía a los niños pequeños. Así que si
veis alguna vez un libro con este título en las estanterías de la sección
infantil de una librería, sabréis que al final conseguí escribirlo. Pero tengo
unas cuantas otras cosas que hacer antes.
P: ¿Cuándo es el cumpleaños de Jamie?
R: el 1 de mayo. Hubo un lector que me lo discutía, insistiendo en que
tenía que ser Leo, pero te aseguro que no lo es. MI marido y mis hijos
son todos Tauro, y sé cómo son. Digo que el 1 de mayo (ver
“Horóscopos” en Parte Dos).
P: ¿Es real la historia del Gorropardo y del laird que se escondió durante
siete años?
R: El salto del tonel es real, como también la historia del laird que se
escondió en la cueva durante siete años, y cuyos terratenientes
llamaban el Gorropoardo, y de su sirviente, que le traía cerveza cuando
estaba oculto. ¿El nombre del laird? ¡Ah…! James Fraser. De verdad.
P: ¿Quién/qué es el Maestro Raymond? ¿Qué significado tiene?
R: Es un viajero en el tiempo prehistórico. Creo que procedía de
alrededor del año 4000 antes de Cristo, o quizá algo antes (técnicamente
no es prehistórico, pero sí es verdad que en la época en la que nació no
había registros históricos), y el siglo XVIII no fue su primera parada. Creo
que no diré más sobre él ahora, sin embargo, excepto que contaré su
historia en una serie de novelas posteriores, una vez que la saga
Forastera esté completa.
P: ¿Eran amantes el Duque de Sandringham y Jonathan Randall?
R: No, no lo eran, aunque el Duque ciertamente entendía la psicología
de Randall y sin duda lo utilizó para controlarle. El Duque era
simplemente un homosexual practicante, mientras que Randall era un
sádico de apetitos indiscriminados. Dadas sus diferentes posiciones
sociales –y el gusto del Duque por la manipulación y el poder- Randall
nunca podría haber adquirido el dominio psicológico necesario para que
pudiera existir una relación sexual entre ellos, ni tampoco se hubiera
sometido voluntariamente al Duque. Y mientras que el Duque podría
haber forzado a Randall a su voluntad, no parece probable: Randall fue
para él una herramienta muy efectiva, e involucrarse con él en una
relación sexual habría destruido esa efectividad. El Duque podría
también haber considerado a Randall como alguien que no respondía
completamente a sus gustos, que evidentemente se dirigían más a
muchachos jóvenes, guapos y de piel clara, dados sus avances
anteriores hacia Jamie.
“Amantes”, como término, implica cierta igualdad emocional, que en este
caso no existía de ninguna manera.
P: ¿De dónde procede el nombre de Laoghaire?
R: Lo saqué de un mapa.
P: ¿Por qué no usa Jamie la palabra cariñosa “mo duinne” en Viajera o
Tambores?
R: Eh…bueno…no dice “mo duinne” en Viajera porque entre Atrapada y
Viajera disfruté de la amable ayuda de un gaélico parlante nativo, un tal
Iain MacKinnon Taylor, que me aconsejó sobre todos los términos
gaélicos en Viajera y Tambores32.
El Sr. Taylor me informó de que, aunque “mo duinne” son las palabras
exactas de lo que yo quería expresar, no eran correctas desde el punto
de vista idiomático, y que la expresión correcta sería “mo nighean donn”.
Por eso la usé en los libros siguientes, procurando como siempre ser lo
más auténtica posible.
P: ¿Quiénes fueron los amantes paleolíticos en Atrapada? ¿Cuál era su
significado?
R: Realmente no tenía nada planeado sobre los amantes paleolíticos,
eran simplemente una metáfora de la brevedad de la vida y la
importancia del amor, pero también es verdad que a menudo escribo
algo con la intención de que sea solo un detalle, y al final se convierte en
algo más importante.
Hay un fantasma en Forastera, por ejemplo…
Me inspiré para los amantes en el National Geographic, de hecho. Se
trataba de una pareja de Herculano (o quizá Pompeya), cuyos
esqueletos habían sido descubiertos durante una excavación en la
postura que describí en Atrapada: los brazos de él alrededor de ella,
como si hubiera intentado protegerla cuando la lava descendió sobre
ellos. Una de las imágenes más conmovedoras que he visto nunca. Se
me quedó grabada en la mente durante años, así que estaba ahí a mano
cuando mi inconsciente la necesitó como una imagen de mortalidad y
amor33.
P: Como científica, ¿Qué piensas del monstruo del Lago Ness?
R: Bueno, cuando alguien me traiga uno para que lo vea, lo miraré bien y
te diré. Todo lo demás sería hacer hipótesis sin dato alguno, lo cual es
bastante poco fiable, desde el punto de vista científico.
Pero hablando desde el punto de vista NO científico, supongo que
pienso lo que dicen Claire y Roger en Viajera, que existe una puerta en
el tiempo bajo el lago, y que varias criaturas han entrado y salido por ella
a lo largo de los años, y que cada una de estas criaturas se quedaron
durante un período de tiempo específico. Esto explica, no solo las
descripciones no coincidentes del animal, sino también el hecho de que
las búsquedas periódicas en barcos y con sónar no han podido encontrar
ningún animal de gran tamaño (esto no significa necesariamente que no
exista en el lago ninguna criatura de mucha envergadura; es imposible
prácticamente inspeccionar en su totalidad una masa de agua de ese
tamaño).
P: ¿Qué clase de dinosaurio es Nessie?
R: El que vio Claire es probablemente un Plesiosaurio. En mi biblioteca
tengo uno de los modelos que hace el Museo Británico. Es azul…como
el monstruo de Claire. Los detalles menores, sin embargo, proceden de
mis conocimientos de anatomía básica de los reptiles.
P: ¿Dónde terminará la historia?
R: Creo que los libros de la saga terminarán hacia 1800, en Escocia. Si
esto te dice algo…
P: ¿Tendrá la historia un final feliz?
R: ¡Uy, sí! el último libro tendrá un final feliz, aunque estoy segura de que
de todas maneras los lectores llorarán a mares.
P: ¿Habrá películas basadas en los libros?
R: ¡Quién sabe! Yo no lo sé. Ha habido intentos, y los habrá
probablemente en el futuro, pero el proceso no ha ido más allá.
Tengo sentimientos contrapuestos sobre la posibilidad de que se haga
una película basada en esta historia. Podría ser una adaptación brillante,
y yo estaría feliz y encantada. Sin embargo, sabiendo lo que sé sobre la
industria cinematográfica, seguramente saldría algo horrible, y yo lo
odiaría. Para empezar, la duración media de una película es de dos
horas. Siempre le digo a las personas que me dicen que les encantaría
ver mis libros convertidos en películas: “vale. ¿Qué cuarenta páginas te
gustaría ver?”. Pero bueno, si la BBC viene a ofrecerme una miniserie de
veintiocho semanas… ¡sin problemas!
Eso también solucionaría un pequeño problema; que cualquier compañía
de producción americana casi seguro insistiría en recurrir a actores
americanos. ¿Quieres ver a Tom Cruise como Jamie Fraser? Yo no.
En cuanto a la gente que me pregunta a quién veo yo como Jamie…
bueno, la respuesta educada es que nunca he visto a un actor que se
parezca a Jamie Fraser34. Liam Neeson es lo que más se le acerca por
su tamaño, su presencia y su acento, pero creo que tendría problemas
para representar a un hombre de veintitrés años y virgen. Pero no
estaría mal verle intentarlo…
P: ¿Qué significan las letras Q, E y D que Jamie muestra a Claire en
Viajera?
R: QED es la abreviatura de una expresión latina común: “Quod erat
demonstrandum” (como queda demostrado) 35. Cuando yo era niña,
cuando se probaba un teorema, se escribía al final, al lado del resultado,
“QED”.
Pero en cuanto a Jamie y a la historia, conserva los caracteres de plomo
como recordatorio para no pasar por alto respuestas alternativas a lo que
parecen problemas insolubles. Como te acordarás, le cuenta a Claire la
historia de cómo un conocido le pedía que escribiera algo, y que él no
hacía más que ponerle reparos, diciéndole que era imposible por las
dificultades que tenía para escribir, no dándose cuenta, hasta que el
hombre se lo apuntó, que había estado manejando los caracteres con
gran facilidad (es decir, “escribiendo”) durante la conversación. En otras
palabras, “como queda demostrado”, que había otra manera de hacerlo,
una que adoptó inmediatamente.
Q.E.D.
P: ¿Qué quiere decir Roger con su comentario en Tambores “Chúpate
esa, Tom Wolfe”?
R: Esa soy yo, pasándome de lista. Se refiere (de manera indirecta) al
trabajo de Thomas Wolfe (no Tom Wolfe; el anterior), con su repetido
tema “No puedes volver a casa”. Es decir, Roger reconoce
sarcásticamente, tanto la verdad de esa declaración como el hecho
contradictorio de que la mansión del Reverendo, bajo el cuidado de
Fiona, está igual que cuando era su hogar.
P: ¿Volveremos a ver al Joven Ian?
R: Como los Mohawk lucharon en la Revolución Americana, puedes
apostar a que sí.
P: ¿Quién es realmente el padre del hijo de Brianna, Roger o Stephen
Bonnet?
R: ¡Pero bueno! ¿Te crees que yo lo sé?37
Me temo que la respuesta a esto, junto con la de muchas otras
preguntas que me hacen respecto a los acontecimientos futuros de los
Fraser y MacKenzie, tendrá que esperar a su debido tiempo y lugar, que
es en uno de los próximos libros.
Para empezar, yo no sé siempre si esto o lo otro va a suceder; no
planifico los libros con antelación. Y además, incluso cuando creo saber
lo que va a ocurrir, a menudo sale todo de manera diferente a como
esperaba. Así que no especularé antes de tiempo; algunas cosas las
escribo y luego las cambio, antes de incluirlas finalmente en un libro. No
obstante, creo que al final te enterarás.
P: ¿Se han traducido los libros de la saga a otros idiomas? ¿En cuántos
países se pueden comprar?
R: Si, hasta ahora en varios. Se han publicado (o están en el proceso de
ser publicados) en el Reino Unido (incluyendo las naciones de la
Commonwealth, Australia y Nueva Zelanda), Suecia, Francia, Alemania,
Canadá (Double Day Canadá distribuye las ediciones USA), España (y
América Latina) e Italia38. Se han vendido libros (aunque no se hayan
publicado allí) a Holanda, Rusia, Polonia y Corea. El Apéndice VI
proporciona las direcciones de distintos editores extranjeros, y una lista
de los títulos de ediciones e ISBN extranjeras.
P: ¿Cómo llegaron Fergus y su esposa al Nuevo Mundo? No estaban en
el barco (que naufragó con el huracán) con Claire y Jamie.
R: Es verdad. Asumimos que Jamie le mandó buscar, en cuanto él y
Claire consiguieron secarse. Los Fraser habrían pasado unas pocas
semanas en Les Perles, esperando a que sanara la pierna rota de Claire,
antes de empezar su viaje hacia el norte por las dos Carolinas, y esto les
llevaría tiempo suficiente como para que Fergus recibiera un mensaje en
Jamaica y acudiera a unirse a ellos. Marsali, por supuesto, se queda en
Jamaica, esperando el nacimiento de su primer hijo, y se une a ellos más
tarde, después de que el asentamiento del Cerro Fraser esté ya
funcionando.
P: Tengo una pregunta relacionada con la historia de la Dama Blanca a
la que te refieres en un par de tus libros. ¿Esta historia te la has
inventado o se encuentra algo de ella en la historia? Lo pregunto porque
estoy estudiando literatura en la Universidad de Bucknell y he
encontrado una referencia del poeta Chaucer en uno de sus poemas que
me recuerda a la historia de la “Mujer Blanca” en tus libros. Si esto es de
hecho una leyenda histórica, me gustaría investigar un poco para
averiguar más sobre ella.
R: La “mujer blanca” es una figura bien conocida en la mitología celta;
había encontrado breves menciones a ella en diferentes fuentes del
folclore y la mitología celtas. Consulta la bibliografía y el ensayo “Magia,
medicina y damas blancas” (Parte Dos) para encontrar más detalles.
P: ¿Se ha revelado alguna vez quién golpeó a Jamie en la cabeza con
un hacha, y de cuya herida fue a recuperarse al monasterio francés?
¿Fue Dougal o uno de sus hombres?
R: Todavía no se ha revelado, pero puede que lo averigüemos uno de
estos días.
P: ¿Qué pasó con el joven Hamish MacKenzie? ¿Irá también a América?
R: como todavía no he escrito todos los libros, no puedo decir qué
pasará con Hamish MacKenzie y los supervivientes de Leoch. Pero si te
sirve de algo, muchos MacKenzie se establecieron en la Isla Prince
Edward y en Nueva Escocia; y un regimiento de estos MacKenzie
atravesó la frontera para luchar (en el bando americano) en la batalla de
Saratoga, en 1777.
Sé que Jamie y Claire están en esa batalla, porque he escrito sobre los
acontecimientos que se produjeron con posterioridad39. Me sorprendería
realmente si no se encontraran con Hamish nuevamente, pero nunca se
sabe. En esa batalla pasaron muchas cosas.
P: He leído un extracto en tu página Web de Rey, adiós (King, Farewell),
en el que Jamie le escribe a Claire una carta, y en ella se muestra
apenado porque parece haber perdido su encantador acento escocés.
¿Por qué?
R: Bueno era una carta, más que un diálogo. La mayoría de la gente que
habla con acento no escribe con acento, ¿verdad? Por ejemplo, un
caballero sureño probablemente encabezaría una carta a una conocida
femenina con un “Querida Mary” en lugar de “Hola, guapa”, incluso
aunque esta última forma sea común para dirigirse a una mujer en
persona.
P: Estoy hecha un lío con una cosa: si Geillis traspasó las piedras en
1968, por primera vez, ¿Por qué llegó allí antes que Claire?
R: Todavía no sabemos todo lo que tenemos que saber sobre los
detalles del viaje en el tiempo (aunque imagino que averiguaremos más
a medida en que Claire, Roger y Brianna hablen juntos, comparen
experiencias y saquen conclusiones). Recuerda que Gillian Edgars
realizó un sacrificio de sangre cuando atravesó las piedras por primera
vez. Puede ser que tuviera razón en que este sacrificio le diera poder, y
le permitiera viajar más lejos, o que hubiera sido irrelevante, y que fuera
otro factor el que hubiera sido el decisivo.
P: Cuando Claire, Brianna y Roger estaban intentando averiguar qué le
pasó a Jamie en Culloden y después, ¿no podrían haberse ahorrado
mucho trabajo leyendo los libros de Frank? No recuerdo que se
mencionara en ningún lugar que alguien leyera en verdad sus libros, ¿y
no escribió él sobre ese período? ¿Le había seguido la pista a Jamie?
R: Claire no se sentía capaz de leer los libros porque –convencida de
que Jamie había muerto- no podía soportar revivir los días del
Alzamiento. Roger es un experto en ese período, sin embargo, y Brianna
amaba y admiraba a su padre, y quería (al principio) seguir sus pasos
como historiadora. Es casi seguro que ellos sí leyeron los libros. Y como
no mencionaron nada de ellos que les conectara con Jamie Fraser,
probablemente no había nada que tratara sobre él. Sin embargo, las
cartas entre Frank y el Reverendo Wakefield nos muestran que no sólo
buscó a Jamie Fraser, sino que lo encontró. En cuanto a lo que averiguó
y el uso que le quiso dar a esa información….bueno, puede que con el
tiempo nos enteremos.
P: ¿Alguna vez te ponen objeciones los lectores escoceses porque te
apropies de lo suyo? Es decir, ¿les parece mal que seas tú, que no eres
escocesa, quien escriba sobre personajes y asuntos escoceses?
R: Bueno, mi opinión es que la imaginación es un país en sí misma.
Además, no estoy muy de acuerdo con que una persona no pueda
escribir sobre un grupo geográfico o étnico en particular si no es
miembro genéticamente de dicho grupo. Y todavía menos estoy de
acuerdo con que alguien pueda escribir bien sobre un grupo determinado
solo porque pertenezca a él40.
Sin embargo, afortunadamente, no he recibido ninguna queja de ningún
tipo de lectores escoceses. Por fortuna los libros han sido muy populares
en Escocia; de hecho, Tambores fue el segundo en la lista de bestsellers
en Escocia (justo por detrás de El Papel Verde del Parlamento Escocés,
que fue el número uno), y con regularidad recibo cartas de fans de
Escocia, en las que muchos de ellos me preguntan: “¿Cuánto tiempo has
vivido en las Tierras Altas antes de mudarte a Arizona?”41
Cuando hice mi primer tour de promoción en Escocia, me encantó ver
que mis libros se encontraban en la sección “Ficción escocesa” de todas
las librerías en las que entraba. Siendo los escoceses muy orgullosos de
su herencia cultural y literaria, me sentí muy halagada de que mis libros
estuvieran junto a los de Robert Louis Stevenson, John Buchan, Lady
Antonia Fraser, etc. Le dije esto a un librero, que me miró, alzó las cejas
y contestó: “¡Bueno, Gabaldon es un nombre tan extraño que pensamos
que podría ser perfectamente escocés!”
Resumiendo, en lugar de que a los escoceses les siente mal que me
apropie de su voz, creo que ellos se han apropiado de mí.
1En un principio, el prólogo de Forastera no lo concebí en realidad como
sorprendida.
4A menudo, los contratos proporcionan a la empresa que publica los
en Belen fue un tal Henrique Gabaldon, que lideró una pequeña tropa de
exploradores españoles en Nuevo México a finales del siglo XVI. Al
parecer era el líder porque era el único que tenía un caballo. No puedo
confirmar que esta historia sea cierta, pero es verdad que ha habido
“Gabaldones” en Nuevo México desde hace mucho tiempo.
12Mi marido se irritó un poco cuando me negué a adoptar su nombre
que los editores extranjeros también querían que lo hiciera para ellos.
Tuve que ir a Australia, Nueva Zelanda, el Reino Unido, etc. Es divertido,
y me gusta conocer a mis lectores, pero cuando estoy viajando no puedo
escribir mucho.
24Yo tampoco sé por dónde empezar, pero eso es otra cuestión.
26¿Por qué dos? Bueno, tengo muchos amigos que son escritores, y
que era así hasta que alguien escribió para preguntarme cómo lo había
hecho. Lo raro –o no- es que La Cruz ardiente parece tener cinco voces
principales (la quinta voz es la del Joven Ian, por cierto, para los lectores
que piensen que le he abandonado con los Mohawks).
31La foto en la tapa posterior de la funda fue tomada en los Túmulos de
Clava.
32Y que también, amablemente, hizo por mí más de lo que le
correspondía confeccionando una guía de pronunciación del gaélico para
este libro.
33Y es al menos una respuesta parcial a quienes preguntan “¿de dónde
37En realidad, sí. Pero no intento revelarlo aquí. Todo lo que puedo decir
Nota del Traductor: el libro no contiene ninguna nota a pie de página con
el número 29.
PARTE DIEZ
CONTROVERSIA
COMUNICACIÓN
Realmente no me gusta la polémica, y desde luego no busco crearla,
pero si hay que tener opiniones sólidas (y me temo que yo las tengo),
más vale estar dispuesto a explicarlas o defenderlas cuando es
necesario.
SEXO
De vez en cuando –más o menos una vez cada dos años- alguien me
escribe para criticar el contenido sexual de mis novelas. Estas cartas son
siempre educadas; sus objeciones se basan normalmente en la teoría de
que la Gran Literatura no incluye escenas de sexo. Como, por otro lado,
son tan amables que consideran mis libros como merecedores de tal
clasificación, sienten que la inclusión de encuentros sexuales hace bajar
el nivel de mi trabajo, y por tanto de su calidad artística.
Aunque aprecio el interés por mi reputación literaria que expresan dichas
cartas, he de discrepar respetuosamente sobre el lugar que ocupa el
sexo en las novelas. Hay muchísimas razones por las que un autor
puede decidir incluir sexo explícito; la menos válida es, por supuesto,
provocar la excitación del lector. Y sospecho que algunos de mis lectores
sienten que esta es la única razón posible para la inclusión de dicho
material.
Pero no lo es. Los seres humanos, siendo lo que son, sienten un interés
hacia el sexo que está enraizado en la maquinaria genética, y por tanto
está detrás de gran parte del comportamiento humano, se reconozca
explícitamente o no2.
Como una parte de las novelas se dedica a la exploración de la
naturaleza del amor y el matrimonio, me parece que algunas referencias
al sexo son probablemente deseables. Es decir, puede que haya habido
en la historia muy buenos matrimonios sin sexo, pero normalmente las
cosas no son así. Y si uno está interesado en lo que funciona entre dos
personas, creo que los aspectos sexuales de su relación son ciertamente
una preocupación legítima.
Aunque me hace feliz oír que estos lectores, por lo demás, aprecian
tanto mis esfuerzos, creo realmente que las escenas de sexo son una
necesidad para esta historia en particular, sean cuales sean las
características que en nuestra opinión ha de tener la Gran Literatura.
Para evitar dar una falsa impresión, debería quizá subrayar aquí que, en
general, recibo muy pocas cartas problemáticas. Que yo me acuerde, he
tenido quizá tres (de entre unas diez mil), que ponían reparos al
contenido sexual. Por otro lado, he recibido unas trescientas pidiendo
más contenido sexual. Pero, como no soy ni un canal de televisión ni un
político, me temo que no me dejo llevar por este tipo de preferencias.
LENGUAJE SOEZ
Después de la escena en la que Jamie azota a Claire, la crítica más
común que encuentro entre quienes me escriben (hasta ahora, más o
menos unas veinte cartas) es la referida al “lenguaje soez” o a la
blasfemia: “tomar el nombre de Dios en vano”, como lo llaman ellos,
aunque de hecho lo que les preocupa a menudo es el lenguaje
meramente vulgar, más que verdaderamente profano3.
Una amable mujer de setenta y tantos años (sé su edad, porque me dijo
que había nacido en 1925), se acercó a mí un día en que estaba
firmando libros, y después de una conversación de lo más normal, en la
que me contó cuánto le gustaban mis libros, me dijo que se había
sentido un poco decepcionada con Tambores, a causa del uso que hacía
de la palabra “joder/jodido”.
No le dije que había usado la misma palabra en Forastera, Atrapada y
Viajera, donde evidentemente parece que no la había molestado lo más
mínimo. Sin embargo, sí le dije que yo sentía que el uso de esa palabra
en particular era apropiado para el momento en el que la utilizaba. Es
decir, que un joven de la edad y extracto sociocultural de Roger
Wakefield, a finales de los años 60, habría utilizado dicha expresión en la
situación, particularmente estresante, en la que se encontraba
(Tambores, capítulo 18, “Lujuria indecente”).
La mujer frunció las cejas y dijo que ella había nacido en 1925, y que
nunca usaba ese lenguaje. Yo conté hasta diez y le contesté
educadamente que yo había nacido en 1952, y que tampoco usaba ese
tipo de lenguaje, pero que Roger sí lo hacía.
El hecho es que, como resultado de una educación conservadora y la
asistencia durante mis primeros años a una escuela primaria católica,
soy totalmente incapaz de decir tacos. Puedo llegar a decir “¡maldita
sea!” ante una provocación extrema, pero la palabra que empieza por “J”
nunca ha sido pronunciada por mí en público. Por tanto, para mí es un
alivio que Claire no tenga ese tipo de inhibiciones.
Sin embargo, la palabra “jodido”, por lo que he podido saber, no era tan
popular en la época en la que Claire aprendió sus extravagantes
expresiones como lo es ahora. Así que aunque puede pronunciar aquí y
allá una blasfemia (“¡Jesús, Roosevelt y Cristo!”), no suele usar la
palabra “jodido” a menudo (solo de vez en cuando, si se encuentra en
una situación de estrés).
Lo que sigue es una muestra representativa del tipo de correspondencia
que a veces recibo sobre este asunto4:
De: Doug Toole
A: 76530.523compuserve.com Fecha: lunes, 2 de junio de 1997
Asunto: Elogios y pregunta sobre una palabra
Querida Diana:
La saga Forastera es genial. La he escuchado y leído varias veces, y se
me está haciendo muy larga la espera hasta que saque otro libro.
Gracias.
Pregunta: los primeros tres libros fueron fantásticos sin la palabra
“jodido”5, ¿es necesario utilizarla? Yo creo personalmente que la gente
en esa época no la usaba6. Seguiré leyendo y escuchando sus libros,
pero preferiría no exponer a mis hijos a esa palabra si lo puedo evitar.
Doug Toole
De: Diana Gabaldon
A: Doug Toole
Fecha: viernes 6 de junio de 1997
Asunto: Elogios y pregunta sobre una palabra
Querido Doug:
Si leyera los libros con un poco de atención, se daría cuenta de que la
palabra “jodido” no la usan en “esa época” (es decir, no la usan los
personajes del siglo XVIII). Sin embargo sí se utilizaba, con lo que a mí
me parece relativa frecuencia, tanto en los años 40 del siglo XX (donde
sin duda la aprendió Claire) como en los 60, que es donde está
ambientada Tambores. Siento tener que decirle esto, pero la gente –
especialmente hombres jóvenes cuando se enfadan- utilizaban
realmente esa palabra; en 1960 yo ya había nacido, y la escuchaba7.
Por lo demás, estoy encantada de que le hayan gustado mis libros.
Diana
De: Diana Gabaldon
A: Doug Toole
Fecha: viernes 6 de junio de 1997
Asunto: Elogios y pregunta sobre una palabra
Postdata: su comentario sobre “no exponer a mis hijos” a la palabra
“jodido” me hace pensar: ¿qué edad tienen sus hijos? Si son demasiado
jóvenes para que esa palabra les suene familiar, me temo que son
demasiado jóvenes para leer mis libros, y desde luego no por el
lenguaje.
De: Doug Toole
A: 76530.523CompuServe. COM.
Fecha: viernes 6 de junio de 1997
Asunto: Elogios y pregunta sobre una palabra
Diana,
Gracias por su rápida respuesta. La niña tiene ahora cuatro años y le
encantan los libros, ya sea impresos o en audio. Tiene razón, demasiado
joven para leer su libro. Pero como familia disfrutamos escuchándolos en
audio cuando viajamos, incluyendo los suyos. Como ejemplo, le cuento
que acabamos de volver de once días en coche desde Seattle hasta
Needles y vuelta. Así que somos conocedores del lenguaje. Sabemos
que un día aprenderá las palabras, pero nos gustaría mantenerla
inocente tanto como nos sea posible. No es necesario que me responda
a no ser que desee realmente hacerlo. Una vez más, nos encantan sus
libros y seguiremos esperando con ilusión a los que salgan en el futuro.
De: Diana Gabaldon
A: Doug Toole
Fecha: domingo, 8 de junio de 1997
Asunto: Elogios y pregunta sobre una palabra
Querido Doug:
Bueno, yo también tengo hijos (en este momento tienen 11, 13 y 15
años), e intentamos también no exponerles a “lenguaje soez”, a pesar
del hecho de que ellos ya conocen todas esas palabras (hay que insistir,
después de todo, en que son palabras no apropiadas para una
conversación civilizada).
Pero lo cierto es que mis libros están escritos (y escritos con mucho
cuidado) para adultos. Cuando utilizo lenguaje soez -aunque parezca
extraño, nunca lo hago en mi vida personal; ¡nunca!- es porque me
parece necesario, porque lo piden las circunstancias y el personaje en
cuestión. En el caso de la palabra “jodido” en Tambores (he usado esa
misma palabra en todos los otros libros, por cierto, aunque pocas veces),
es pronunciada por un joven en un momento de pasión e ira (de origen
sexual) a finales de los años 1960. Dado el personaje, la época y estas
circunstancias, su lenguaje me parece totalmente apropiado.
Una razón para insistir en que el lenguaje soez no ha de usarse en la
vida diaria es, por supuesto, que es vulgar y ofensivo. Otra razón –en mi
opinión, igualmente importante- es que dicho lenguaje tiene su propio
propósito legítimo; es decir, expresar un sentimiento que también está
más allá del discurso civilizado normal. Utilizar estas palabras de manera
casual les resta impacto.
Puede ver esto en la escena a la que nos estamos refiriendo en
Tambores. Si Roger hablara así normalmente, el lector no habría tenido
la impresión de que es un hombre que ha alcanzado un punto al que ya
no puede resistirse más, a quien le cuesta un gran esfuerzo hacer honor
a su concepto de lo que es un comportamiento decente.
Por tanto, lo que quiero decir es que, cuando uso este tipo de lenguaje,
es porque tengo una razón específica para hacerlo. Realmente no me
parece razonable erradicarlo –si se usa con cuidado y siempre con un
propósito- con el argumento de que alguien podría algún día querer
escuchar la versión en audio de un libro para adultos en presencia de un
niño. ¿No?
(Por cierto, espero que haya leído los libros; por razones de espacio,
solo más o menos una quinta parte de cada historia llega a las versiones
en audio8 ).
Cordialmente, Diana
HOMOSEXUALIDAD
Black Jack Randall
Bueno, que veamos una golondrina no quiere decir que haya llegado el
verano, y un pervertido no condena a todo un segmento del espectro
sexual. BJR es quien es, un individuo, y cumple con su propósito ficticio
en Forastera y Atrapada sin implicar de ninguna manera una visión
censurable de los hombres gais como grupo.
Además, como les digo a los lectores que ocasionalmente me escriben
preocupados por esto11, el hecho es que Black Jack Randall no es gay;
es un pervertido (y no, no es lo mismo una cosa que la otra).
Jack Randall es un sádico; obtiene placer sexual de hacer daño a la
gente. En Forastera, se describen cuatro ataques sexuales suyos, dos a
hombres y dos a mujeres (Alexander MacGregor y Jamie Fraser, Jenny
Murray y Claire Fraser). Claramente, no le importa mucho el sexo de la
persona a la que hace daño; es el dolor y el acto de dominación lo que le
excita.
Al mismo tiempo, dada la sociedad y la situación en la que vive –es
oficial de un ejército de ocupación- está claro que va a tener más acceso
a hombres como víctimas potenciales. Al comienzo de Forastera, Frank
Randall cuenta que hubo casos de “agravios inespecíficos” por parte de
su ancestro, y que éstos provocaron quejas entre la población
(Forastera, página 30, edición tapa blanda USA). Evidentemente,
pasearse por el campo persiguiendo a mujeres era un pasatiempo
arriesgado; abusar de prisioneros masculinos (o subordinados) en los
confines de una prisión gestionada por los ingleses sería bastante más
seguro.
Desde luego, existe la posibilidad de que su lado sádico se viera más
satisfecho por la respuesta de los varones, ya que ellos sufrirían dolor y
horror adicionales como resultado de un ataque homosexual, pero no
creo que haya suficiente evidencia en el texto como para asegurarlo. Por
otro lado, se puede asumir razonablemente que un hombre prisionero,
donde a nadie le importa lo que le ocurra, puede ser objeto de mucho
mayor abuso que una mujer cuyo bienestar fuera, hasta cierto punto,
responsabilidad de la comunidad, además de sus propios familiares. Así
que podemos deducir que Randall sí prefería a los hombres, pero como
resultado de su mayor vulnerabilidad, más que como resultado de su
orientación sexual.
Alexander MacGregor
Algunas otras quejas que he recibido en relación al tratamiento de los
homosexuales (casi todas procedentes de lectores que solo han leído el
primer libro de la serie) se basan simplemente en una interpretación
errónea. Dos o tres me pedían que considerara el posible mal efecto que
el suicidio de Alexander MacGregor tendría en la gente joven que lucha
por asimilar su propia orientación sexual. ¿No estaría sugiriendo que
descubrir que uno es gay es razón para suicidarse, verdad?
Sin tratar siquiera la cuestión de si es responsabilidad del novelista
ocuparse de todas las respuestas mentales posibles que cualquier lector
pueda tener (y manejarlas de tal forma que aumenten su autoestima en
el contexto del Pensamiento Ilustrado Moderno12, la verdad es que en el
texto no hay el más mínimo indicio de que Alexander MacGregor sea
gay.
En otras palabras, no se ahorcó por vergüenza al descubrir su
naturaleza sexual; se ahorcó por la razón mucho más sensible de que no
podía aguantar ser violado y torturado. Me atrevo a decir que, sin
importar sus tendencias sexuales, a la mayoría de la gente esto le
parecería angustioso.
El Duque de Sandringham
El Duque de Sandringham sí es gay; eso es evidente por la historia que
Jamie cuenta durante una cena en el Castillo de Leoch (Forastera,
páginas 482/457 en edición USA en tapa blanda). Francamente, esa
escena fue un accidente, y el Duque también.
Una de las principales razones por las que escribí Forastera fue que
quería aprender a escribir. En consecuencia, muy a menudo intentaba
escribir un tipo de escena específica, simplemente porque no sabía
cómo hacerlo, y quería aprender. Cuando escribí esta escena de la cena,
no tenía ni idea de qué se diría en ella, o cómo podría encajar en el libro
en general; simplemente, todavía no había escrito nunca (en ese
momento) una escena de diálogo en la que estuvieran involucrados más
de dos personajes.
La mayoría de las escenas de diálogo en las novelas incluyen solo a dos
personajes, por una buena razón; es muy difícil manejar una
conversación con varios participantes sin perder la pista de quién está
diciendo qué, o de confundir al lector. Yo había escrito ya varias escenas
de diálogo seguidas que incluían dos personajes –Jamie y Claire- y
había empezado a encontrarlo monótono. Por eso pensé en intentar
incluir una escena en la que participaran varias personas en una
conversación abierta, para aprender cómo hacerlo. De ahí viene la
conversación, en la mesa de Colum MacKenzie, que lleva a Jamie a
contar una historia más bien procaz, que provoca los comentarios de los
asistentes.
La historia en sí misma evolucionó así; yo no la planeé. Sin embargo, en
Forastera el Duque es un carácter oscuro que nunca aparece en el
escenario; en ese punto era solo un personaje secundario pero
necesario, y como se ve claramente por la hilaridad que provoca la
historia de Jamie, la homosexualidad no se consideraba en el siglo XVIII
con particular revulsión13. En el contexto social representado, más bien
se aceptaba simplemente como una idiosincrasia de este aristócrata en
particular. No he encontrado ninguna actitud específicamente negativa
hacia la homosexualidad en ninguna de las fuentes escocesas que he
consultado; todo lo más un rechazo más bien despreciativo al
comportamiento del Rey Jaime I14.
Como he dicho más de una vez, no planifico estos libros antes de
escribirlos, y mucho menos pensaba en toda una saga cuando comencé
(difícilmente podía hacerlo, no sabía que ERA una saga). Sin embargo,
cuando estoy trabajando en un libro, a menudo percibo de repente la
posibilidad de utilizar elementos o personajes de un libro anterior.
Así que, mientras iba escribiendo Atrapada, y me preguntaba cómo
hacer las conexiones necesarias entre los Montañeses de las Tierras
Altas y la Corte Francesa (ya que estas conexiones existían y eran
históricamente importantes), se me ocurrió utilizar al Duque. Después de
todo, era el único miembro de la aristocracia que aparecía en Forastera,
y como tal, podía perfectamente tener acceso a la corte de Luis XV, así
como estar asociado a los Estuardo.
Ya había escrito la escena (Atrapada, Capítulo 10, “Una dama con pelo
castaño lujuriosamente rizado”) en la que Claire conoce por primera vez
a Alexander Randall; la presencia del Duque proporcionaba no solo una
explicación simple para la presencia de Alex en Francia sino también
una conexión realmente útil con la familia Randall, permitiéndome así
arrastrar a Black Jack de nuevo a la historia sin tener que hacer algo
realmente complicado.
Como Black Jack Randall es como es, raramente aparece sin alguna
alusión sexual siniestra. Aun así el Duque no muestra comportamiento
vergonzoso alguno como hombre gay. Es un intrigante político de
primera, y absolutamente sin principios en cuanto a sus objetivos, pero
más allá de la historia de Jamie en Forastera y los difusos comentarios
del Duque sobre Jack Randall, nunca le vemos en un contexto sexual.
En otras palabras, su homosexualidad es incidental, simplemente una
faceta de su carácter, pero no afecta particularmente nuestra percepción
de él como individuo bueno o malo.
Cuando se reveló a sí mismo (por así decirlo) como gay en Forastera,
decidí conservarle como una especie de contrapunto a Jack Randall, es
decir, para que quedara claro que la homosexualidad por sí sola no era
ni inherentemente mala ni se la consideraba así, mientras que la
perversión particular de Jack Randall era algo totalmente diferente.
Afortunadamente, la mayoría de los lectores lo vieron también así.
Bueno, demonios, no podía dejar pasar una oportunidad de hacer las
cosas difíciles. Así que yo –y Jamie- descubro que Lord John es gay, con
las consecuentes complicaciones que ello conlleva.
Sin embargo, Lord John se revela como un hombre gay porque lo es; es
decir, esa faceta de su personalidad era clave para la parte de la historia
en la que él aparece, más que porque yo sintiera ninguna necesidad de
incluir un personaje gay “bueno” como un antídoto a Jack Randall.
Un asunto colateral:
¿Por qué se ofreció Jamie a Lord John (Viajera, capítulo 59, “En el que
mucho se revela”)? A unos pocos lectores (masculinos y femeninos) solo
pensarlo les ponía malos; muchos otros (masculinos y femeninos)
dijeron que habían encontrado la escena (páginas 929/930 versión tapa
blanda USA) intensamente excitante y emocionalmente conmovedora.
Como dije antes, los novelistas no pueden estar todo el rato imaginando
como van a responder los lectores a todo, porque no lo pueden saber.
Pero volviendo a la pregunta y mi respuesta: Jamie alberga un hondo (y
muy perturbador) sentimiento de deuda ante Lord John. Lord John,
después de todo, le ha salvado de un destino peligroso (ser deportado
significaba a menudo una sentencia de muerte, incluso para los que no
se mareaban en el mar) y de la separación permanente de sus seres
queridos, dándole tanta libertad como le era posible, y le ha ofrecido su
amistad sin demandar de él nada a cambio.
Lord John ha revelado que conoce el secreto de Jamie, es decir, la
verdadera paternidad de Willie, y que no solo protegerá dicho secreto,
sino también al niño. Sabiendo que Jamie debe dejar a Willie, Lord John
está dispuesto a alterar toda su vida, incluso yendo tan lejos como
casarse con Isobel Dunsany con el fin de cuidar del hijo de Jamie y
asegurarse de que seguirá teniendo algún tipo de conexión con el crío.
Jamie, en su posición actual, no puede ofrecer a Lord John nada como
gesto de gratitud o reconocimiento, nada excepto él mismo. Que él
ofrezca este regalo en particular es tanto un esfuerzo por reconocer la
gran deuda que siente hacia él como una muestra de su aceptación final
de Lord John, como amigo y como hombre.
Es decir, es consciente de que su rechazo anterior (y el método que
eligió para representarlo) ha hecho mucho daño a John. Aunque es
imposible para él superar la repugnancia que siente solo con pensarlo,
se puede obligar a sí mismo a hacerlo (Jamie se ha obligado a hacer
muchas cosas que no quería hacer, después de todo), y mostrar así a
Lord John que no le echa en cara su naturaleza, que Jamie le acepta
como es.
Aun así, Lord John es bastante consciente de los verdaderos
sentimientos de Jamie, y por tanto rechaza amablemente la oferta,
aunque acepta el regalo de la amistad ofrecida.
ABORTO
He de decir que esperaba recibir bastantes comentarios sobre la escena
del aborto en Tambores (capítulo 49, “Decisiones”), aunque sea solo
porque es un asunto en el que mucha gente tiene opiniones muy fuertes.
Pero he recibido sorprendentemente pocos comentarios sobre ello
(bueno, tampoco estoy buscando más).
Un abogado me envió amablemente un tratado de cuatro páginas sobre
el significado legal de “asesinato”, presuntamente en referencia al
comentario de Claire sobre un homicidio justificable cometido en propia
defensa (página 831, novela versión USA). Esto es irrelevante para el
libro, dado que Claire no es abogado, que no existían esas
interpretaciones en el siglo XVIII y que la ley no se aplica de todas
formas a las opiniones personales; pero yo desde luego aprecio el
esfuerzo que esta persona hizo para compartir conmigo sus
conocimientos.
Más allá de eso, solo he visto dos o tres comentarios (no dirigidos
directamente a mí, sino vistos en internet) relacionados con esta escena.
Una persona dijo que la hacía sentirse incómoda (eso espero), y
deseaba que Claire no hubiera hecho la oferta de abortar el bebé. Otras
dos dijeron que aprobaban totalmente las acciones de Claire; entendían
la angustia de Jamie, pero la decisión era de Brianna y de nadie más.
Esa es también mi opinión.
MALTRATO EN LA PAREJA
Este es, con mucha diferencia, el asunto más controvertido de los libros.
Me refiero, por supuesto, a la famosa escena en la que Jamie,
completamente harto del (en su opinión) irresponsable comportamiento
de Claire, toma medidas (Forastera, capítulo 22, “Ajuste de cuentas”).
Francamente, esta es una de mis escenas favoritas del libro. Ilustra
perfectamente las diferencias culturales y personales que hay entre los
dos personajes, y cada uno de ellos está convencido de que él o ella
tienen la razón. ¡Y los dos la tienen!
Desde el punto de vista de Claire, ella se estaba comportando con gran
coraje y responsabilidad moral. Se está alejando de Jamie a cambio de
un gran coste personal, marchándose sola a pie hacia el círculo de
piedras, en un intento de volver con Frank, su primer marido,
sacrificando sus propios sentimientos con el fin de mantenerse fiel a su
promesa a un hombre con el que ha intercambiado un juramento de por
vida. No podía explicárselo de forma razonada a Jamie esperando que le
creyera; quedarse con él más tiempo no haría sino incrementar el dolor
que él sentiría cuando ella se marchara. Había fracasado en sus
anteriores intentos de escapar; ésta parece no solo la mejor sino también
la última oportunidad que va a tener. Por casualidad, cae en manos del
Capitán Randall, lo que le traerá dramáticas consecuencias, pero eso,
piensa ella, no es su culpa.
Desde el punto de vista de Jamie, su esposa, sin otra razón aparente
más que la cabezonería, ha desobedecido flagrantemente las
instrucciones que le había dado con el fin de mantenerla a salvo, y por
su propia estupidez se ha expuesto no solo a sí misma, sino también a
Jamie y a sus hombres, a una situación de peligro. Además, ha hecho
que Jamie entre en contacto cara a cara con el hombre que más
desprecia, teniendo que revelar su presencia ante él de tal manera que
es seguro que será perseguido, y lo peor de todo, permitiendo que
Randall la asalte sexualmente.
No solo está enfadado con ella por lo que en su opinión es un
comportamiento inconsciente, sino que también está sexualmente
enfurecido por sus resultados, y como no puede pagarlo con Randall, se
ve inclinado a hacerlo con la otra persona culpable. Incluso así, podría
no recurrir a la violencia, si no fuera por dos cosas: su propia educación
en la disciplina física, que le lleva a considerar el castigo que se dispone
a infligir no solo razonable, sino bastante moderado; y más importante,
su concepto de cómo hay que comportarse (lo que incluye, aunque sea
menos importante, la presión moral de la opinión de sus compañeros).
El hombre tiene 23 años, y aunque es un guerrero consumado, es
bastante nuevo en eso de ser un esposo, y está deseando hacerlo bien.
Eso quiere decir que ha de tratar de forma responsable a su obstinada
esposa, de una manera que no solo la mantenga a salvo convenciéndola
de la conveniencia de obedecer sus órdenes, sino que además le redima
socialmente ante los demás.
Por tanto, él le declara su intención de azotarla. No está buscando
venganza personal, o ejercitando violencia sádica; está intentando hacer
justicia. Histórica y geográficamente, esto era algo enteramente
apropiado16, y Jamie no ve nada ni mínimamente cuestionable sobre
ello.
Pero Claire sí. Desde un punto de vista tanto personal como histórico (su
historia), ella sí ve muchas cosas malas en esta proposición. Al final, por
supuesto, esta confrontación de puntos de vista llega a donde tiene que
llegar irremediablemente: Jamie es casi 30 centímetros más alto que
ella, y le saca unos 36 kilos. Al final, todo se va a reducir al poder físico.
La respuesta del público a esta escena en particular es fascinante. La
mayor parte de los lectores la encuentran divertida, erótica o
simplemente muy entretenida. Unos pocos la encuentran absolutamente
inaceptable. Argumentan que un “buen” hombre, nunca pegaría a su
mujer, no importa en qué circunstancias.
Bueno, él sí podría. Puede decirse que Jamie Fraser es “un buen
hombre”, pero es un buen hombre del siglo XVIII, y actúa no solo desde
una percepción de la situación completamente diferente, sino también
desde un concepto distinto de lo que constituye un comportamiento
apropiado.
Los lectores que tienen problemas con esta escena parecen responder
de una de estas dos maneras: 1) simplemente, no pueden identificarse
en ningún caso con un hombre que recurre a la violencia, por tanto, yo
no debería haberle permitido hacerlo; 2) incluso si el comportamiento
de Jamie es históricamente apropiado, yo no debería haberlo mostrado
así, porque las mujeres que tienen una relación abusiva lo leerán y
concluirán que es aceptable que sus parejas les peguen.
No es asunto del novelista ceñirse a una agenda política. Todavía menos
es asunto de un novelista histórico ceñirse a agendas políticas
modernas. Si lo hace, privará al lector de cualquier sentido de la
perspectiva o de concepto de la ambigüedad social, y reforzará la
creencia soberbia y estrecha de mente de que los valores culturales del
occidente moderno gozan de autoridad moral, perjudicando así la
evolución del pensamiento y los valores éticos.
(Curiosamente, nadie se ha quejado nunca del terrible abuso infantil que
tiene lugar en los libros. No pasa nada porque Jamie azote a su sobrino
(Viajera, capítulo 32, “El retorno del hijo pródigo”) y su hijo adoptivo (de
unos diez años) (Atrapada, capítulo 14, “Meditaciones sobre la carne”);
y tampoco ponen ninguna objeción a las gráficas descripciones de sus
propias experiencias cuando era disciplinado en su niñez (Forastera,
capítulo 22, “Ajuste de cuentas”). Pero verle usar la violencia sobre una
mujer parece ser suficiente para causar una reacción inmediata en
algunas mujeres17. Las percepciones de la gente siempre se verán
afectadas por sus experiencias. Que se responda a ciertas cosas sobre
la base de la experiencia personal es perfectamente lógico, y empatizo
con una actitud de este tipo, pero no puedo bajo ningún concepto pensar
que han de ser relevantes para mi propio trabajo.
ASUNTOS MENORES
“Asuntos menores” son todos esos asuntos sobre los que he recibido
cartas, obviamente sinceras, pero solo de una o dos personas. Respeto
sus opiniones, pero aparentemente se engloban dentro de la clase de
respuesta que depende de la percepción y experiencia individual del
lector. A continuación expongo mis respuestas a las cartas en cuestión
(el contenido de las cartas originales queda claro al leer las respuestas).
Imagen corporal
5 de mayo de 1994
Querida S:
Gracias por su amable carta; disfruté leyéndola, y opino que su análisis
de la actitud que se tenía en la antigüedad hacia la gordura es, por
supuesto, correcto.
Sin embargo… ¿no estamos quizá teniendo una reacción exagerada
ante esto? Claire no tiene ningún trastorno alimenticio, y tampoco hay el
más mínimo signo de que lo tenga, en ninguno de los tres libros. Al
contrario, suele comer bastante, cuando tiene alimentos a su alcance
(como usted misma dice, a menudo no es así), parece disfrutarlos a
juzgar por sus descripciones de aromas y gustos, y no hay ningún indicio
de que esté a dieta, o de que esté obsesionada por la comida, ni que
permita que la comida controle su comportamiento ni que se preocupe lo
más mínimo por la cantidad que ingiere, o si está engordando o no.
Hice un esfuerzo especial para asegurarme de que no era la “heroína”
convencional, incluyendo el dato de que posee un trasero bastante
considerable y que en aquella época, como usted también había notado,
era algo apreciado. Y no lo hice por ningún tipo de idea fija sobre qué
aspecto han de tener las mujeres, sino porque me apetecía llevar la
contraria. He leído demasiadas novelas sobre delgadas heroínas de
dieciocho años. Mi intención era hacer a Claire lo más humana posible.
No sé qué es lo que quiere decir con “el segundo libro no decía ni una
palabra para describir los atributos físicos de Claire, excepto el hecho de
que Jamie los disfrutaba”. Como está embarazada durante la primera
parte de Atrapada, las descripciones de su peso o su constitución
parecían más o menos irrelevantes; ella misma describe que se siente
pesada, que “anda como un pato hacia la cama para echarse un rato”,
junto con la sensación de flojera en las articulaciones, la hinchazón de
los pechos, etc., todo lo cual no debe dar a nadie la impresión de que es
una grácil ninfa. Jamie ciertamente sigue sintiéndose atraído por ella
físicamente, embarazada o no, lo cual pienso que nos da una idea de
que la delgadez no es de su gusto, ni tampoco el de Claire. No se puede
decir que el libro “no decía ni una palabra” sobre este asunto; Claire
habla de su cuerpo y es consciente de él a lo largo de los libros; el hecho
de que se refiera constantemente o no al tamaño de su trasero parece
más bien irrelevante.
El que parece molestarle es el tercer libro: el hecho de que Claire se
observe con atención en el espejo antes de atravesar las piedras, y que
incluyera la admonición “no engordes” en su carta de consejos maternos
para Brianna.
Como ya he dicho antes, Claire es, espero, humana y creíble. No
importa si las mujeres deberían o no preocuparse sobre su aspecto en
situaciones sexuales, no tiene ninguna importancia. Simplemente, lo
hacen. Tampoco la tiene si los hombres deberían sentirse atraídos hacia
las mujeres según su aspecto. Porque lo hacen. Con esto no intento
hacer propaganda; estoy contando una historia sobre dos personas, tan
reales como me sea posible.
Si yo fuera a ver a un hombre con el que hubiera tenido una apasionada
relación física hace veinte años –con la intención específica de reanudar
dicha relación - es seguro que me miraría muy bien a mí misma y me
preguntaría lo que mi amante iba a ver, y cómo lo compararía con el
aspecto que tenía la última vez que nos vimos. Esto no es estar
obsesionado con la delgadez; es un signo de una duda y una
inseguridad muy humanas.
Puede que haya advertido que en esa escena se habla casi solamente
de tono muscular, no de gordura o delgadez. El único indicio de que
Claire se mantiene razonablemente esbelta es que su cintura es “todavía
estrecha”. No dice exactamente qué aspecto tiene su trasero, pero se
insinúa que es razonablemente robusto aunque bien tonificado (al menos
sin celulitis, piensa, después de mirarlo durante un buen rato).
Nos queda el consejo de Claire a su hija de que no engorde. Bueno,
consideremos un par de cosas. Una, estamos en el año 1968, no en los
años 90, como ahora. La gente por aquél entonces no corría, y el aeróbic
era todavía una excentricidad para locos. Las mujeres por lo general no
eran físicamente activas, y las que no tenían cuidado con su nutrición
generalmente tenían la tendencia a ponerse rollizas, a perder la forma y
a parecer de mediana edad. Junto con el consejo de “mantenerse
erguida” y la propia actitud sensata de Claire hacia la comida y el cuerpo
(que hemos visto a lo largo de los libros, de forma tanto sutil como
contundente), básicamente lo que Claire le está diciendo a su hija no es
que se mate de hambre, sino que se mantenga en forma.
Por otro lado, consideremos el ritmo de esa carta en la escena de la que
forma parte. Tenemos emociones profundas, exploraciones
desgarradoras de culpa y amor. Y entonces, al final, tenemos una
pequeña frase, corta, muy maternal, para romper la tensión, restaurar el
tono de la relación entre Claire y Brianna y –que no es menos- dar al
lector un ejemplo del sentido del humor de Claire, que es muy intenso e
inclinado a aparecer en medio de los momentos más dramáticos
(después de todo, esto no es un momento aislado; el lector ciertamente
debería tener una buena idea ya del estilo de Claire).
Así que, sí, podría haber dicho: “come verduras de hoja verde, toma
suplementos de calcio y lava antes las manzanas para quitarles los
pesticidas de la piel, o pélalas”; o cualquier otro consejo correcto,
médicamente sólido (¿no crees que ya le ha contado esas cosas a su
hija hace mucho? Yo tengo hijos. Hacemos este tipo de lavado de
cerebro de manera constante; no lo dejas para tu lecho de muerte u otra
posible despedida dramática). Pero esto no habría producido ese súbito
cambio de ritmo ni el efecto cómico que estaba buscando.
En resumen, Claire no está ofreciendo un consejo trascendental; está
reafirmando su papel como madre de Bree. Los lectores que mencionan
esta carta (y hay muchos, aunque a nadie le preocupa la actitud de
Claire hacia la comida) me han dicho que les emociona y les hace llorar.
Y que entonces leen esa frase y se ríen, con un sentimiento agridulce
repentino que hace de todo ese momento algo mucho más conmovedor
que si hubiera hecho de la carta una tragedia griega desde la primera a
la última letra. Se ven a sí mismos y a sus madres o hijas, que es por
cierto lo que yo intentaba conseguir.
¿Sabes?, yo soy escritora. No –repito, no- una feminista, ni activista
política ni portavoz de ningún grupo que se sienta con derecho a
merecer la atención de todos. Mi opinión, muy sólida, eso sí, es que no
es el deber de una novela perseguir ninguna agenda política. Hay
muchas que lo hacen, pero a mí personalmente no me gustan.
Me tomo objeciones como la suya muy en serio. Si no lo hiciera, no
habría empleado dos horas de un tiempo que no tengo en contestar a su
carta con tanto detalle. Estoy segura de que usted se tomará la mía con
la misma seriedad.
Todo lector incorpora sus propias experiencias a un libro, y por tanto, las
interpretaciones van a diferir. Siendo así, es imposible que pueda escribir
teniendo en cuenta la sensibilidad de todos. Esta actitud –intentar sobre
todo no ofender a nadie, o adherirme a algún tipo de corrección política-
trae como resultado el aburrimiento y la mediocridad. Soy una contadora
de historias, y es mi trabajo contar la de estas personas, manteniéndome
fiel a mis personajes, lo mejor que pueda. Nada más.
Sinceramente, Diana Gabaldon
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1De hecho, nunca he publicado un trabajo para atraer a agentes o
editores. Dada la forma en que funciona el mundo de la publicación,
exponerse en la red no es una manera muy efectiva de conducirse, y lo
era menos aun cuando empecé a escribir novelas hace diez años.
2En un momento de mi irregular carrera fui etóloga, alguien que se
especializa, no en ética, sino en el estudio del comportamiento animal
(no quiero decir que los animales no sean éticos, simplemente es un
concepto que no se usa con ellos).
3Mucha gente ya no hace distinciones entre obscenidad, vulgaridad y
faciales.
8Cuando tuvo lugar esta conversación solo la versión resumida de los
elaborar aquí.
15Originalmente se llamaba William; sin embargo, yo tenía mucho
empeño en llamar al hijo de Jamie Willie, como su hermano. Pero luego
pensé que dos con el mismo nombre podría dar lugar a confusión, así
que cambié de Lord William a Lord John, tan discretamente como pude.
16Historia Ilustrada de la Vara, en Bibliografía
17Esta
escena en particular evidentemente no molesta nada a los
hombres; nunca he oído mencionarla a ningún lector varón.
18Como resultado directo de esta carta, empecé a dedicar mucha
atención a las representaciones ficticias de varones asiáticos en los
libros que leo. Y es interesante, pero la mayor parte de los autores
contemporáneos ponen mucho interés en identificarles como “altos”,
aunque en la mayoría del resto de los personajes no se mencione su
talla para nada. Sin embargo, los asiáticos no son en general altos, como
tampoco son en general bajos, y aunque entiendo el deseo de los
escritores de no ofender ninguna sensibilidad, el hecho desafortunado
sigue siendo que algunos hombres chinos son de corta estatura.
19Pueden advertir el juego de nombres que tiene lugar a lo largo de
PARTE ONCE
LA CRUZ ARDIENTE
Ningún oficial inglés, con tropas inglesas, podría haber traído estas
noticias a la Reunión albergando alguna esperanza de cooperación.
Pero Hayes y sus montañeses, imponentes en sus tartanes y en sus
pieles de oso…No se me pasó por alto el hecho de que Hayes había
hecho erigir su tienda con la parte trasera justo frente a una densa masa
de pinos; cualquiera que quisiera hablar con él en secreto podría
acercarse sin ser visto a través de los árboles.
-¿Espera Hayes que alguien salga de entre el gentío, entre corriendo en
su tienda y se rinda inmediatamente?- murmuré a Jamie.
Personalmente, yo conocía al menos una docena de hombres de entre
todos los presentes que habían tomado parte en los disturbios de
Hillsborough; tres de ellos estaban tan cerca de nosotros que podía
tocarles.
Jamie se percató de a dónde se dirigía mi mirada y puso su mano sobre
la mía, apretándomela en una silenciosa petición de discreción. Fruncí
las cejas mirándole; ¿no estaría pensando que sin darme cuenta iba a
traicionar a alguien? Me dedicó una ligera sonrisa y uno de esas
molestas miradas conyugales que decían, más claramente que con
palabras: Ya sabes como eres, Sassenach. Cualquiera que te mire sabrá
lo que estás pensando.
Me acerqué a él un poco más y le di una discreta patada en el tobillo.
Puede que tuviera un rostro de cristal, ¡pero seguro que no suscitaría los
comentarios de nadie en un público como este! No dio un respingo, sino
que su sonrisa se hizo aún más ancha. Metió un brazo por dentro de mi
manto y me acercó hacia sí, su mano en mi espalda.
Hobson, MacLennan y Fowles estaban juntos de pie enfrente de
nosotros, hablando entre sí en voz baja. Los tres procedían de un
asentamiento muy pequeño llamado Drunkard’s Creek, a unos 25 Km.
de nuestro Cerro Fraser. Hugh Fowles era el yerno de Joe Hobson, y era
muy joven, no más de veinte años. Estaba haciendo lo posible para
mantener la compostura, pero su rostro se había puesto blanco y
sudoroso mientras se leía la Proclamación; el Gobernador estaba muy
enfadado con lo que había sucedido en Hillsborough hacía seis
semanas, esto estaba muy claro.
Yo no sabía lo que Tryon pensaba hacer con todo aquél de quien se
hubiera probado que había tomado parte en lo sucedido: varios edificios
habían sido destruidos y más de un funcionario público había sido
arrastrado a la calle y golpeado. Había rumores de que un -irónicamente
llamado- juez de paz había perdido un ojo por un violento golpe asestado
con una fusta de caballo, y el Juez Henderson había escapado por una
ventana y huido de la ciudad, haciendo imposible que la corte se
reuniera. Pero yo podía sentir la corriente de descontento creada por la
Proclamación del gobernador, atravesando la multitud como los
remolinos de agua pasaban por encima de las rocas en el arroyo
cercano.
Joe Hobson devolvió la mirada a Jamie, y luego la apartó. La presencia
del Teniente Hayes ante nuestra hoguera la noche anterior no había
pasado inadvertida.
Si Jamie vio esta mirada, no se la devolvió. Se encogió de hombros y
bajó la cabeza para hablarme.
-No creo que Hayes espere que alguien se entregue, no…pero es su
deber pedir información. Agradezco a Dios que no sea yo quien tenga
que dársela-. No había hablado en voz muy alta, pero sí lo suficiente
como para que alcanzara los oídos de Joe Hobson.
Hobson volvió la cabeza y le dirigió a Jamie un pequeño gesto de
reconocimiento burlón. Tocó el brazo de su yerno y ambos se dieron la
vuelta y se fueron, subiendo la ladera hacia los campamentos
diseminados arriba, donde sus mujeres cuidaban del fuego y los niños
más pequeños.
Era el último día de la Reunión; esta tarde se producirían las bodas y los
bautizos, las bendiciones formales del amor y de los frutos que
engendraron el año anterior. Por la noche se cantarían las últimas
canciones, se contarían las últimas historias y se bailaría entre las llamas
de las abundantes hogueras en la explanada, con lluvia o sin ella. Al
llegar la mañana, los escoceses y sus familias se dispersarían otra vez
rumbo a sus hogares, que se extendían desde las riberas del Rio Cape
Fear hasta las salvajes montañas al Oeste, llevando consigo las noticias
de la Proclamación del gobernador y de lo que ocurrió en Hillsborough.
Moví los dedos de los pies dentro de mis zapatos mojados y me
pregunté intranquila quién de entre el gentío podía pensar que era su
deber aceptar la invitación de Hayes a confesar o incriminar a alguien.
Jamie no. Pero otros quizá sí. Había habido muchos que presumieron de
los disturbios de Hillsborough durante la semana que duró la Reunión,
pero ni mucho menos todos los que escuchaban estaban dispuestos a
considerar héroes a los alborotadores.
Podía escuchar el murmullo de conversación que se produjo tras la
Proclamación; la gente miraba a derecha e izquierda, las familias se
juntaban, los hombres se movían de un grupo a otro, a medida en que el
contenido del discurso de Hayes se transmitía colina arriba, repetido
para aquellos que estaban demasiado lejos como para haberlo oído.
-¿Nos vamos? Todavía queda mucho que hacer antes de las bodas.
-¿Sí? -Jamie me miró-. Creía que los esclavos de Yocasta se estaban
ocupando de la comida, la bebida y de todas esas cosas. Le di a Ulysses
los barriles de whisky. Él será el Sogan Buidhe.
-¿Ulysses? ¿Se trajo la peluca?- Me entró la risa al pensarlo. El Sogan
Buidhe era el hombre que gestionaba la dispensa de bebidas y refrescos
en una boda de las Tierras Altas. El término significaba en realidad algo
así como “tipo jovial y simpático”. Ulysses, el mayordomo negro de
Yocasta, era posiblemente la persona más digna que yo había conocido
en mi vida, incluso sin su librea y su peluca de pelo de caballo
empolvada.
-Si en verdad la trajo, seguro que se le quedará pegada a la cabeza
antes de que llegue la mañana-. Jamie miró al cielo y sacudió la cabeza.
-Feliz la novia sobre la que brilla el sol, -citó-. Feliz el cadáver sobre el
que cae la lluvia.
-Eso es lo que me gusta de los escoceses, -dije secamente-. Tienen el
proverbio apropiado para cada ocasión. No se te ocurra decir eso
delante de Bree.
-¿Quién te has creído que soy, Sassenach? -Preguntó, con una media
sonrisa dirigida a mi persona-. Soy su padre, ¿no?
-De eso no hay duda-. Miré por encima del hombro para asegurarme de
que Bree no me estaba oyendo, pero no había signos de su cabellera
roja entre las personas cercanas. Ciertamente, hija de su padre. Medía
un metro ochenta descalza; casi tan fácil como Jamie de encontrar entre
una multitud.
-De todas maneras, no es de la fiesta de la boda de lo que me tengo que
ocupar; tengo que preparar el desayuno, y luego buscar a Murray
MacLeod y pedirle que venga a ayudarme con las consultas de la
mañana.
-¿Ah, sí? Creía que habías dicho que Murray era un charlatán.
-Dije que era ignorante, cabezota y una amenaza para la salud pública.
No es exactamente lo mismo.
-No exactamente, -dijo Jamie sonriendo-. ¿Cuál es entonces tu
intención, convertirle o envenenarle?
-Lo que parezca más eficaz. Aunque sea solo por pisar accidentalmente
su lanceta y romperla; esa es probablemente la única manera de que
deje de sangrar a la gente. Pero vamos ya. ¡Me estoy helando!
-Sí, nos vamos, -accedió Jamie echando una mirada a los soldados
todavía formados a lo largo de la orilla del río en posición de descanso-.
Sin duda Archie tiene la intención de mantener a sus muchachos allí
hasta que la gente se haya ido; ellos también parecen estar pasando un
frío del carajo.
Aunque plenamente armados y uniformados, la fila de montañeses
estaba en posición de descanso; su aspecto era imponente, de eso no
había duda, pero no amenazante. Algunos niños –y algunas niñas
también- se movían entre ellos, levantando un poquito los bajos de sus
kilts o tocando los brillantes mosquetes, los cuernos para la pólvora y la
empuñadura de puñales y sables.
-¡Abel, a charaid (amigo mío)! -Jamie se detuvo para saludar al último de
los hombres de Drunkard’s Creek-. ¿Has comido hoy ya?
MacLennan no había traído a su mujer a la Reunión, y por eso comía
donde podía. El gentío se estaba dispersando a nuestro alrededor, pero
él seguía estando de pie, firme, sosteniendo los bordes de una pañoleta
de franela roja que se había puesto encima de la cabeza medio calva
para protegerse de la lluvia. Probablemente, pensé yo, esperando
gorronear una invitación para desayunar.
Miré su sólida figura, estimando mentalmente su posible consumo de
huevos, porridge y pan tostado de entre las mermadas existencias que
quedaban en nuestras cestas. Una simple escasez de alimentos no iba a
evitar que un montañés ofreciera hospitalidad, al menos a Jamie
ciertamente no le disuadía, pues estaba invitando a MacLennan a que se
nos uniera mientras yo ya estaba dividiendo dieciocho huevos entre
nueve personas en lugar de ocho. Entonces, mejor no hacerlos fritos,
sino en buñuelos con patatas ralladas. Y más me valía pedir prestado
más café a Yocasta.
Nos dimos la vuelta para irnos, y la mano de Jamie se deslizó de pronto
hacia abajo por mi trasero. Hice un sonido poco digno, y Abel
MacLennan se giró y me miró boquiabierto. Le sonreí amablemente,
aguantándome las ganas de volver a darle una patada a Jamie, esta vez
menos discretamente.
MacLennan trepó por la ladera enfrente nuestro con entusiasmo, los
picos de su chaqueta meneándose sobre los ajados pantalones,
contento con el plan del desayuno. Jamie puso una mano bajo mi codo
para ayudarme a trepar las rocas, mientras se inclinaba para
murmurarme al oído.
-¿Por qué demonios no estás llevando ninguna enagua, Sassenach? -
me preguntó entre dientes-. No llevas nada debajo de la falda… ¡te vas a
coger un constipado de muerte!
-Ahí llevas razón-, dije, tiritando a pesar de mi manto. De hecho, llevaba
una camisola bajo mi vestido, pero era fina y casi estaba ya harapienta,
solo apta para acampar al aire libre en verano, pero bastante insuficiente
para protegerme de las ráfagas de viento invernal que me traspasaban la
falda de lino como si fuera un paño para el queso.
-Ayer por la noche tenías una buena enagua de lana. ¿Qué fue de ella?
-No quieres saberlo, le aseguré.
Enarcó las cejas al oír esto, pero antes de que pudiera preguntar nada
más, se oyó un grito detrás de nosotros.
-¡Germain!
Me di la vuelta y vi una pequeña cabecita rubia, con el pelo al viento,
mientras su propietario bajaba a toda velocidad la ladera que se extendía
bajo las rocas. Germain, de dos años, se había aprovechado de que su
madre estaba ocupada con su hermana recién nacida para escapar a su
custodia y dirigirse como una liebre hacia la fila de soldados. Evitando
ser capturado por las personas que encontraba en su camino, se dirigía
de cabeza ladera abajo, cogiendo cada vez más velocidad, como una
piedra redonda.
-¡Fergus!-, gritó Marsali. El padre de Germain, al oír su nombre, volvió la
cabeza desviando su atención de la conversación que estaba
manteniendo, justo a tiempo para ver a su hijo tropezar con una roca y
salir volando. Cosa extraña, el niño no hizo ningún movimiento para
salvarse, sino que cayó con elegancia, haciéndose una bola y rodando
como si fuera un puercoespín al caer sobre la ladera cubierta de césped
sobre uno de sus hombros. Rodó como una bala de cañón a través de
las filas de soldados, salió despedido de un saliente de roca y cayó
directamente en el río.
Se produjo un sonido general de alarma, y unas cuantas personas
corrieron colina abajo para ayudar, pero uno de los soldados ya se había
acercado a la orilla. De rodillas, hincó la punta de su bayoneta en la ropa
flotante del crío y lo llevó colgando a la orilla, calado hasta los huesos.
Fergus se tiró a por él.
-Merci, mon ami, mille merci beaucoup, -dijo al joven soldado-. Et tu,
toto, -dijo, dirigiéndose a su hijo mientras le sacudía-. ¿Comment ça va,
pequeño estúpido?
El soldado pareció sorprendido, pero no podía decir si era por el original
idioma patois que utilizó Fergus o por la visión del brillante garfio que
llevaba en lugar de su mano izquierda.
-De nada, señor, -dijo con una sonrisa tímida-. No creo que le haya
pasado nada.
Brianna apareció de detrás de un pino, con el pequeño Jemmy, de seis
meses, apoyado en el hombro. Se agachó y cogió con cuidado a la
pequeña Joan de los brazos de Marsali. Jamie se quitó su pesado manto
de los hombros y se lo dio a Marsali.
-Dile al soldado que venga a compartir nuestro fuego, -le dijo-. Podemos
alimentar una boca más, ¿no, Sassenach?
-Por supuesto-, dije, reajustando mis cálculos mentales. Dieciocho
huevos, cuatro hogazas de pan rancio para tostar…no, tenía que
guardar uno para el camino de vuelta a casa de mañana- tres docenas
de tortas de avena si Jamie y Roger no se las habían comido ya, media
jarrita de miel…
El delgado rostro de Marsali se encendió con una sonrisa, compartida
solo por nosotros tres, y entonces se fue, presta a ayudar a los
chorreantes miembros varones de su familia.
Jamie se la quedó mirando con un suspiro de resignación, mientras el
viento inflaba las mangas de su camisa y las hacía henchirse como
globos. Cruzó los brazos sobre el pecho contra el viento y me sonrió
mirándome de perfil.
-Bueno…supongo que nos helaremos los dos juntos, Sassenach. Pero
mejor así. No querría vivir sin ti de todas maneras.
-¡Já! -dije divertida-. Podrías vivir desnudo sobre un témpano de hielo,
Jamie Fraser, y además derretirlo. ¿Qué has hecho con tu manto y tu
tartán?-. No llevaba nada más que su kilt y su camisa salvo zapatos y
medias, y tenía los pómulos rojos por el frío, como las puntas de las
orejas. Pero cuando puse la mano otra vez en su brazo, estaba tan
caliente como siempre.
-Es mejor que no lo sepas- dijo sonriendo. Me cubrió la mano con la
palma de la suya, llena de callos. -Vamos; estoy muerto de hambre y
deseando tomar mi desayuno.
-Espera- dije, separándome. Jemmy no estaba muy de acuerdo con
tener que compartir los brazos de su madre con la recién venida, y
gritaba y se revolvía como protesta, con su pequeña carita redonda
poniéndose cada vez más roja de ira. Alargué los brazos y le cogí de
entre los de su madre, mientras él se quejaba.
-Bebés musicales. -Brianna sonrió brevemente, elevando a la pequeña
Joan a una postura más segura contra su hombro-. ¿Estás segura de
que quieres a ese? Ésta es más tranquila, y pesa la mitad.
-No, está bien. Calla, mi niño, ven con la abuelita-. Sonreía mientras se
lo decía, pues aún sentía esa mezcla tan nueva de sorpresa y felicidad
por ser la abuela de alguien. Me imaginaba que la novedad se iría
disipando más pronto o más tarde; después de todo, me había
acostumbrado pronto a ser “mamá”.
Al reconocerme, Jemmy cesó su berrinche y se dedicó a su rutinaria
actitud cuando estaba en mis brazos, que consistía en tirarme del pelo
con sus rollizos puños. Mientras intentaba desenredarle los dedos de mi
pobre cabellera, miré por encima de su cabeza, pero todo parecía por allí
abajo estar bajo control. Fergus, con los pantalones y medias
chorreando y con el manto de Jamie sobre los hombros, estaba
escurriendo con una sola mano la parte delantera de su camisa,
mientras le decía algo al soldado que había rescatado a Germain.
Marsali se había quitado la pañoleta y la había utilizado para envolver
con ella al niño, y su pelo rubio y despeinado ondeaba como telarañas al
viento.
El Teniente Hayes, atraído por el ruido, había salido a mirar a la puerta
de su tienda como un molusco fuera de su concha. Sus ojos se posaron
en los míos; le saludé brevemente y me di la vuelta para seguir a mi
familia de vuelta a nuestro campamento.
Jamie le estaba diciendo algo a Brianna en gaélico mientras la ayudaba
a atravesar una zona de rocas en el camino.
-Sí, estoy lista -le dijo ella, contestando en inglés-. ¿Dónde está tu
chaqueta, papá?
-Se la he prestado a tu marido - dijo él-. No queremos que parezca un
pordiosero en tu boda, ¿no?
Bree se rió, apartando un mechón de cabello rojo que se le había metido
en la boca con la mano libre.
-Mejor un pordiosero que un intento de suicidio.
-¿Qué?- les alcancé cuando abandonaban ya la protección de las rocas.
El viento soplaba con fuerza por el espacio abierto, golpeándonos con
aguanieve y gravilla.
-¡Buf! -Brianna se encogió sobre la bebita bien envuelta que llevaba en
sus brazos, protegiéndola de las ráfagas de viento-. Roger se cortó
afeitándose; la parte delantera de su chaqueta está cubierta de manchas
de sangre. Miró a Jamie, los ojos llenos de agua por la acción del aire. -
¿Dónde está ahora?
-Está entero -le aseguró-. Está hablando con el Padre Donahue. -Le
dirigió una mirada severa-. Podrías haberme dicho que el chico no es
católico.
-Podría -dijo ella sin perturbarse-. Pero no lo hice. Para mí no es nada
importante.
-Si con esa expresión en particular quieres decir que no tiene ninguna
consecuencia….- Jamie empezó con un tono inequívocamente irritado
en la voz, pero fue interrumpido por la aparición del mismo Roger en
persona, radiante en kilt y manto del verde y blanco del tartán
MacKenzie, completo con la chaqueta y el chaleco bueno de Jamie. La
chaqueta le estaba más o menos bien: ambos hombres eran de tamaño
parecido, con miembros largos y de hombros anchos, aunque Jamie era
unos pocos centímetros más alto, y la lana gris le sentaba tan bien al
pelo oscuro y tez aceitunada de Roger como al colorido de cobre pulido
de Jamie.
-Estás muy guapo, Roger –dije-. ¿Dónde te cortaste?. Tenía el rostro
color rosa, con ese aspecto crudo que tienen los hombres cuando están
recién afeitados, pero sin marca alguna; eso era una suerte, bajo las
circunstancias.
Roger llevaba el manto de tartán rojo y negro de Jamie bajo el brazo. Se
lo entregó y torció la cabeza hacia un lado para enseñarme el profundo
tajo que se había hecho justo debajo de la mandíbula.
-Justo ahí. No es mucho, pero sangraba como un pollo. No les llaman
navajas cortagargantas por nada, ¿verdad?
-Un poco tarde para eso -dijo Brianna secamente, acercándose a mí-.
Después de todo, aquí tengo un crío que necesita un nombre.
-Va a tener tantos nombres que no va a saber qué hacer con ellos -le
aseguró Roger-. Tú también, Señora MacKenzie.
Brianna se sonrojó al escuchar el nombre, y le sonrió. Roger se inclinó y
la besó en la frente, mientras cogía al bebé de sus brazos. Sus ojos
mostraron una súbita sorpresa cuando sintió el peso del fardo que
sujetaba, y lo miró boquiabierto.
-Esa no es nuestra -dijo Bree, sonriendo al verle tan desorientado-. Es la
pequeña Joan de Marsali. Mamá tiene a Jemmy.
-Gracias a Dios -dijo él, sosteniendo al bebé con mucho más cuidado-.
Pensé que se había evaporado o algo así-. Levantó un poco la toquilla,
exponiendo la diminuta carita de Joan durmiendo, y sonrió –como todo el
mundo hacía- al ver el gracioso tupé de pelo castaño, que terminaba en
una punta como la de una muñeca.
-De eso, nada -dije yo, gruñendo mientras reacomodaba a un bien
alimentado Jemmy, que ahora estaba dormido como si estuviera en
coma, en una postura más cómoda-. Creo que ha engordado uno o dos
kilos más mientras subíamos la cuesta-. Estaba congestionada por el
esfuerzo, y aparté un poco al bebé de mi cuerpo cuando una súbita ola
de calor me puso las mejillas rojas y el sudor apareció en mi cuero
cabelludo.
Jamie cogió a Jemmy de mis brazos y le acomodó expertamente bajo
uno de los suyos como si fuera un balón de fútbol americano, con la
mano bajo la cabeza del bebé.
-Entonces, ¿has hablado con el sacerdote?- dijo, mirando a Roger con
escepticismo.
-Sí -dijo Roger secamente, respondiendo a la mirada tanto como a la
pregunta-. Está satisfecho con que no sea el anticristo. Siempre que esté
dispuesto a que el niño sea bautizado como católico, no hay problemas
para celebrar la boda.
Jamie gruñó como respuesta, y yo escondí una sonrisa. Aunque no tenía
grandes prejuicios religiosos –había tratado, luchado y dirigido a
demasiados hombres, de todo tipo y origen- la revelación de que su
yerno era presbiteriano y que no tenía ninguna intención de convertirse,
había ocasionado algún comentario.
Bree me miró y me dirigió una sonrisa, y sus ojos se entrecerraron en
forma de triángulos azules.
-Ha sido muy astuto de tu parte no mencionar la religión antes de
tiempo- murmuré, con cuidado de no hablar alto para que Jamie no me
oyera. Ambos hombres caminaban por delante de nosotras, un poco
rígidos los dos. La formalidad de su postura quedaba un poco
disminuida, sin embargo, por los picos sueltos de las toquillas de los
bebés que llevaban en brazos. Jemmy protestó un poco, pero su abuelo
se lo puso al hombro sin dejar de caminar y se calmó inmediatamente,
con los ojos redondos fijos en nosotras, protegido por la manta que le
cubría la cabeza.
-Roger quería decir algo, pero le dije que se callara. -Brianna saludó a
Jemmy, y fijó la mirada en la espalda de Roger-. Sabía que papá no
montaría un numerito si esperábamos hasta justo antes de la boda”.
Comprobé tanto su astuta evaluación del comportamiento de su padre
como su buen dominio del escocés. Se parecía a Jamie en muchas más
cosas que las obvias como el aspecto y el colorido; tenía también su
talento para juzgar a los seres humanos y su gran facilidad para los
idiomas. Pero había algo en mi mente que no dejaba de dar vueltas, algo
que tenía que ver con Roger y la religión…
Nos habíamos acercado a los hombres lo suficiente como para escuchar
su conversación.
-….sobre Hillsborough, -estaba diciendo Jamie, inclinándose hacia
Roger para hacerse oír por encima del viento-. Pidiendo información
sobre los alborotadores.
Ah, ¿sí? -Roger sonaba tanto interesado como preocupado. Duncan
Innes querrá oírlo. Estaba en Hillsborough durante los disturbios, ¿lo
sabías?”
-No. -Jamie sonaba algo más que interesado-. Casi no he podido ver a
Duncan esta semana para hablar con él. Le preguntaré, quizá, después
de las bodas.
Roger se dio la vuelta, protegiendo a Joan del viento con su cuerpo
mientras se dirigía a Brianna.
-Tu tía le ha dicho al Padre Donahue que puede celebrar las bodas en su
tienda. Eso será de gran ayuda.
-¡Brrrrrr! -Bree encogió los hombros, tiritando-. Gracias a Dios. No hace
día como para casarse bajo un árbol del bosque.
Del castaño por debajo del cual pasábamos en ese momento cayó una
lluvia de hojas amarillas mojadas, como para mostrar su acuerdo. Roger
parecía un poco incómodo.
-Ya imagino que no es la boda que tenías pensada- dijo.
Brianna alzó la mirada hacia Roger y una amplia sonrisa se extendió
lentamente por su rostro. -La primera tampoco lo fue –dijo-. Pero me
gustó.
El color natural de la piel de Roger no se prestaba al sonrojo, y sus
orejas estaban ya rojas, en cualquier caso. Abrió la boca como para
responder, pero advirtió la mirada severa de Jamie y la volvió a cerrar,
con aspecto algo abochornado pero innegablemente satisfecho.
-¡Señor Fraser!
Me giré para ver a uno de los soldados subiendo la cuesta hacia
nosotros, sus ojos fijos en Jamie.
-Cabo McNair, a su servicio, señor- dijo, respirando fuerte mientras nos
alcanzaba. Inclinó la cabeza como saludo-. El teniente le manda sus
saludos y le pide que vaya a verle a su tienda-. Me vio y volvió a
inclinarse, esta vez con más ceremonia. -Señora Fraser….mis
felicitaciones, señora.
-A su servicio, señor. -Jamie devolvió el saludo al cabo-. Mis disculpas al
teniente, pero tengo deberes que requieren mi presencia en otros
lugares-. Habló con educación, pero el cabo le miró con seriedad.
McNair era joven, pero no inexperto; por su rostro oscuro y delgado pasó
una rápida expresión de entendimiento.
-El teniente me pide que solicite que le visiten en su tienda el Sr.
Farquard Campbell, el Sr. Andrew MacNeill, el Sr. Gerald Forbes, el Sr.
Duncan Innes y el sacerdote, además de usted mismo, señor.
Los hombros de Jamie se relajaron un poco.
-¿Ah, sí?- dijo secamente. Farquard Campbell y Andrew MacNeill eran
grandes terratenientes y magistrados locales; Gerald Forbes un
importante abogado de Cross Creek. Y Duncan Innes estaba a punto de
convertirse en el plantador más importante de la mitad occidental de la
colonia gracias a su inminente matrimonio con la tía viuda de Jamie,
Yocasta Cameron.
Se encogió de hombros y trasladó al bebé a su otro hombro.
-Bueno, entonces vale. Dígale al teniente que le visitaré cuando sea
conveniente. Sin embargo, si desea hablar con el Padre Kenneth, creo
que tendrá que esperar un poco. Tanto el padre como yo hemos de
asistir a una boda.
En absoluto intimidado, el Cabo McNair hizo una reverencia y se
marchó, probablemente en busca del resto de los caballeros de su lista.
-¿Qué es todo esto? -Pregunté a Jamie-. ¡Uy! -alargué una mano y
llegué a tiempo de recoger con un dedo un hilo de saliva de la barbilla de
Jemmy antes de que alcanzara la camisa de su abuelo-. Te está saliendo
un diente nuevo, ¿eh?
-Tengo suficientes dientes -me aseguró Jamie-. Y tú también, por lo que
veo. En cuanto a lo del cabo y su mensaje…Archie Hayes
probablemente está pensando en alistarme a mí, a Campbell y al resto
para que le ayudemos-. Apartó la rama mojada de un árbol para que yo
pudiera pasar; Roger y Brianna se habían adelantado.
-¿Ayudarle a qué? ¿A encontrar a los revoltosos? Nadie en el Cerro está
involucrado, ¿no?- Me incliné bajo la rama, y sentí el frío de una hoja
mojada acariciando mi mejilla.
-No. En cuanto a para qué quiere Hayes que le ayuden, no lo sé. Y
tampoco pretendo averiguarlo-. Enarcó una rojiza ceja, me miró y yo me
reí.
-¡Oh!, intuyo una cierta flexibilidad en la palabra “conveniente”, ¿verdad?
-Yo no dije que sería conveniente para él -señaló Jamie-. En cuanto a tu
enagua, Sassenach, y por qué estás correteando por la montaña con el
culo al aire… ¡Duncan, a charaid!- La mirada burlona que mostraban sus
ojos se convirtió en una de genuino placer al ver a Duncan Innes
acercarse a nosotros a través de los pinos.
Duncan saltó por encima de un tronco caído, un proceso más bien torpe
debido a la ausencia de su brazo izquierdo, y se nos unió en el sendero,
sacudiéndose gotas de lluvia del cabello. Estaba vestido para su boda,
con una camisa limpia y un pañuelo al cuello con una bonita chorrera de
encaje, y con una chaqueta de lana azul con forro de seda roja, que
tenía la manga vacía sujeta con un broche. Nunca había visto a Duncan
tan elegante, y así se lo dije.
-Bueno….-Dijo tímidamente-. La señorita Yocasta lo quiso así-.
Desestimó el piropo junto con la lluvia, retirando con cuidado las agujas
de pino muertas y los trocitos de corteza que se habían adherido a la
chaqueta cuando pasó entre los árboles.
-¡Brrrrr! Un día espantoso, Mac Dubh, sin duda alguna. -Alzó la mirada al
cielo y sacudió la cabeza-. Feliz la novia sobre la que brilla el sol; feliz el
cadáver sobre el que cae la lluvia.
-Me pregunto cuánta felicidad esperas que sienta un cadáver normal –
dije- cualquiera que sean las condiciones meteorológicas. Pero estoy
segura de que Yocasta estará bastante feliz-. Viendo la mirada de
perplejidad en el rostro de Duncan, añadí a toda prisa: -¡y tú también, por
supuesto!
-¡Oh!, sí…-dijo, un poco inseguro-. Sí, desde luego. Gracias, señora.
-Cuando vi que venías, pensé que quizá el Cabo MacNair te estaba
pisando los talones -dijo Jamie-. ¿No estarás de camino para ir a ver a
Archie Hayes, no?
Duncan pareció muy sorprendido.
-¿Hayes? no, ¿para qué querría verme el teniente?
-Se me ocurren una o dos cosas. Toma, Sassenach, coge a esta
pequeña ardilla, por favor- Jamie se interrumpió a sí mismo para
pasarme a Jemmy, que había decidido interesarse más activamente en
lo que pasaba y estaba intentando trepar por el torso de su abuelo,
clavándole los pies y emitiendo gruñidos. Pero esta súbita actividad no
era el principal motivo para que Jamie quisiera deshacerse del bulto,
como descubrí cuando acepté cogerle.
-Muchas gracias- dije, arrugando la nariz. Jamie me sonrió y se unió a
Duncan en el camino, reanudando la conversación.
-Mmmm… -dije, olisqueando con cuidado-. ¿Has terminado ya? No, ya
me lo imaginaba-. Jemmy cerró los ojos, se puso rojo brillante y emitió
un ruido como el de una metralleta. Aflojé su pañal lo suficiente como
para mirar dentro
-¡Uy! -dije, y le quité rápidamente la toquilla, justo a tiempo-. ¿Qué te ha
estado dando de comer tu madre?
Encantado de haberse liberado del pañal, Jemmy empezó a mover las
piernas como si fueran las aspas de un molino, haciendo que una
pestilente sustancia amarillenta se saliera del pañal.
-¡Buaj -dije-. Y sosteniéndole con los brazos en vilo, me salí del sendero
hacia uno de los pequeños riachuelos que bajaban de la montaña,
pensando que aunque podía prescindir de lujos como la fontanería en el
hogar y los automóviles, había veces en las que sinceramente echaba
de menos cosas como pantalones de goma con elástico en las piernas.
Y del papel higiénico ni hablaba.
Encontré un buen lugar en el borde del riachuelo, alfombrado con una
gruesa capa de hojas muertas. Me arrodillé, extendí mi manto, puse en
él a Jemmy y le quité el pañal sucio sin siquiera quitarle los imperdibles.
-¡Weeeee!- dijo, sorprendido cuando el aire frío le tocó la piel. Apretó el
gordo culete y se encorvó como un pequeño sapo rosa.
-¡Já! -le dije-. Si crees que un poco de aire frío en el culo es malo,
espera-. Cogí un puñado de hojas amarillas completamente mojadas y le
limpié con pocos miramientos. Era un niño bastante duro, y se retorció y
se revolvió, pero no chilló, aunque sí lanzaba grititos de indignación
mientras yo excavaba en sus hendiduras.
Le di la vuelta y con una mano en gesto preventivo sobre la zona de
peligro, administré a sus partes privadas un tratamiento similar, aunque
esta vez me dedicó una ancha sonrisa llena de encías.
-¡Ah! eres un montañés de pura cepa, ¿verdad?-, dije, sonriéndole
también.
-¿Y qué quieres decir con ese comentario, Sassenach?- Alcé la vista
para ver a Jamie apoyado en un árbol al otro lado del riachuelo, con los
brazos cruzados y sonriéndome. Los vívidos colores de su tartán y la
camisa de lino blanco resaltaban contra el follaje, descolorido por el
otoño; pero el rostro y el pelo le hacían parecer un habitante del bosque,
todo él bronce y caoba, con el viento ondeando su cabello de forma que
los mechones sueltos bailaban como las hojas de arce escarlata por
encima de su cabeza.
-Bueno, aparentemente no le afecta ni el frío ni la humedad- dije,
concluyendo mi tarea y tirando el último puñado de hojas sucias-.
Además de eso…bueno, no puedo decir que haya tratado con muchos
bebés varones antes, pero…. ¿no es esto un poco precoz?
Las comisuras de los labios de Jamie empezaron a elevarse, al mirar lo
que había debajo de mi mano. El minúsculo apéndice estaba erecto
como mi pulgar, y más o menos del mismo tamaño.
-¡Ah, no! –dijo-. He visto a muchos niños desnudos, como mínimo a los
tres de Jenny. Todos hacen eso de vez en cuando-. Se encogió de
hombros, y su sonrisa se hizo más amplia. -En cuanto a si les pasa solo
a los niños escoceses…no te lo podría decir….
-Yo diría que es un talento que mejora con la edad -dije secamente.
Arrojé el pañal sucio al otro lado del riachuelo, donde aterrizó a sus
pies-. Quítale los imperdibles y enjuágalo un poco, ¿vale?
Frunció un poco la nariz, larga y recta, pero se arrodilló sin mayor reparo
y lo cogió con cuidado con dos dedos.
-Ah, entonces es esto lo que habías hecho con tu enagua- dijo. Yo abrí el
bolsillo grande que llevaba atado a la cintura y extraje un rectángulo de
tela limpio y doblado. No era el lino sin blanquear del pañal que Jamie
sostenía en la mano, sino una lana gruesa, suave, muy lavada, teñida en
un tono rojo pálido con el jugo de caquis y grosellas.
Me encogí de hombros, me aseguré de que Jemmy no tenía planeadas
más explosiones y le coloqué encima del pañal.
-Con este crío, la pequeña Joanie y Germain todos ellos con pañales, y
con el tiempo demasiado húmedo para que las cosas se secaran bien,
nos estamos quedando sin repuestos limpios-. Los arbustos alrededor
del claro en el que nuestra familia había acampado estaban todos
decorados con trozos de tela ondeando al viento, la mayoría todavía
mojados, a causa del mal tiempo.
-Toma-. Jamie se estiró por encima del riachuelo para pasarme los
imperdibles que había extraído del pañal sucio.
Los cogí con cuidado para que no cayeran en el agua. Tenía los dedos
agarrotados y helados, pero los imperdibles eran valiosos; Bree los
había fabricado con alambre caliente, y Roger había tallado los ganchos
en madera, según el diseño que ella le había dibujado. Eran imperdibles
normales y corrientes, aunque quizá algo más rústicos que la versión
moderna. El único defecto que tenían era el pegamento utilizado para
sostener las cabezas de madera: un pegamento de caseína hecho con
leche hervida, que no era en absoluto resistente al agua, y que por tanto
nos obligaba a volver a pegar los ganchos de vez en cuando.
Envolví bien a Jemmy con el pañal y clavé dos imperdibles en la tela,
sonriendo al ver el gancho de madera. Roger había grabado una
pequeña y graciosa rana en los dos, cada una con una sonrisa ancha y
sin dientes.
-Vale, ranita, ahí te quedas-. Una vez que el pañal quedó bien sujeto, me
senté y puse a Jemmy en mi regazo, recolocándole la ropa e intentando
volverle a envolver en la toquilla.
-¿Dónde ha ido Duncan? –pregunté-. ¿A visitar al teniente?
Jamie negó con la cabeza, inclinada mientras seguía con su tarea.
-Le dije que no fuera. Estuvo en Hillsborough durante los incidentes. Es
mejor que espere un poco; y si Hayes pregunta, puede jurar
honestamente que no hay aquí ningún hombre que tomara parte en los
disturbios. -Alzó la vista y sonrió, sin humor alguno-. Y por la mañana, ya
no lo habrá.
Miré sus manos, grandes y capaces, escurriendo el pañal lavado. Las
cicatrices de su mano derecha eran normalmente casi invisibles, pero
ahora se veían muy bien, líneas blancas e irregulares sobre la piel fría y
enrojecida. Todo este asunto me hacía sentir incómoda, aunque no
parecía tener ninguna conexión directa con nosotros.
En general, podía pensar en el Gobernador Tryon sintiendo poco más
que una ligera sensación de ansiedad; después de todo, estaba
afortunadamente a buen recaudo en su nuevo palacio en New Bern,
separado de nuestro pequeñísimo asentamiento en el Cerro Fraser por
casi 500 Km. de ciudades y pueblos costeros, plantaciones en el interior,
bosques de pinos, el Piamonte americano, montañas sin caminos y unas
tierras absolutamente salvajes. Con todas las demás cosas de las que
tenía que preocuparse, como los Reguladores que habían aterrorizado
Hillsborough, y los sheriffs y jueces corruptos que habían provocado el
terror, pensé que no le quedaría tiempo para dedicarnos ni un minuto a
nosotros ni a nuestra pacífica existencia.
Pero no se podía evitar el hecho incómodo de que Jamie seguía siendo
el propietario de una cesión de tierras en las montañas de Carolina del
Norte como un regalo del Gobernador Tryon, y que Tryon, a su vez,
guardaba en el bolsillo de la pechera de su casaca un detalle pequeño
pero importante: Jamie era católico. Y las cesiones reales de tierras, por
ley, solo se podían otorgar a protestantes.
Dado el pequeño número de católicos en la colonia y la falta de
organización entre ellos –no había iglesias católicas, no había
sacerdotes católicos residentes…el Padre Donahue, que iba a celebrar
las bodas esta tarde, había emprendido el arduo viaje desde Baltimore-
la cuestión de la religión casi nunca era un problema. La tía de Jamie,
Yocasta Cameron, y su marido fallecido habían sido muy influyentes
entre la comunidad escocesa durante tanto tiempo que nadie se habría
planteado cuestionar su pertenencia religiosa, y pensé que
probablemente pocos de los escoceses con los que habíamos convivido
toda la semana sabían que éramos papistas.
Pero se iban a dar cuenta enseguida. Bree y Roger, que se habían
casado por un simple rito de unión de manos entre los dos hacía un año,
celebrarían su boda oficial con el sacerdote hoy mismo, junto con otras
dos parejas católicas de Barbecue Creek y con Yocasta y Duncan Innes.
-Archie Hayes -dije de pronto-. ¿Es católico?
Jamie colgó el pañal mojado de una rama cercana y se escurrió las
manos de agua.
-No le he preguntado –dijo-. Pero no creo. Al menos, su padre no lo era;
me sorprendería si lo fuera, siendo demás un oficial.
-Es verdad-. Las desventajas de nacer escocés, pobre, y encima ser ex
jacobita eran de por sí bastante abrumadoras; ya era asombroso que
Hayes las hubiera podido superar y hubiera alcanzado su posición
actual, sin la carga adicional de ser papista.
Pero lo que me preocupaba no era el Teniente Hayes y sus hombres; era
Jamie. Hacia el exterior, estaba tranquilo y seguro como siempre, con
una ligera sonrisa que escondía siempre en la comisura de su boca.
Pero yo le conocía muy bien; había visto los dos dedos rígidos de la
mano derecha –destrozados en una prisión inglesa- crisparse contra su
pierna mientras intercambiaba chistes e historias con Hayes la noche
anterior.
Había llegado tarde a nuestra improvisada cama, y había yacido a mi
lado sin conciliar el sueño, dando vueltas y vueltas de pura intranquilidad
que se debía a algo más que la incomodidad de dormir sobre ramas de
cedro y hojas amontonadas. Incluso ahora, podía ver la delgada línea
que se le formaba entre las cejas cuando estaba intranquilo, y no era
preocupación por lo que estaba haciendo.
-….un presbiteriano -estaba diciendo. Me miró con una sonrisa irónica-.
Como nuestro Roger.
De pronto, el pensamiento que no había conseguido atrapar a pesar de
llevar ya un rato circulando por mi cabeza me vino a la memoria con
claridad.
-Lo sabías –dije-. Sabías que Roger no era católico. Le viste bautizar a
ese niño en Snaketown, cuando….cuando le rescatamos de los indios-.
Demasiado tarde, vi la sombra que le cruzó el rostro, y me mordí la
lengua. Cuando rescatamos a Roger y dejamos en su lugar al sobrino de
Jamie, al que tanto amaba.
Pero sonrió, apartando el recuerdo de Ian.
-Sí, lo sabía-, dijo.
-Pero Bree….
-Se hubiera casado con el muchacho aunque hubiera sido un hotentote -
me interrumpió-. Todo el mundo puede verlo. Y yo no puedo decir
tampoco que me hubiera opuesto a Roger si de verdad fuera un
hotentote -añadió, para sorpresa mía.
-¿Ah, no?
Jamie se encogió de hombros y cruzó de una zancada el riachuelo hacia
mí, secándose las manos mojadas con una esquina del tartán.
-Es un muchacho valiente, y es buena persona. Se ve que ha aceptado
al niño como suyo, sin decirle nada a Brianna. No todos los hombres lo
harían.
Miré sin querer a Jemmy. Intentaba no pensar en ello, pero no podía
evitar de vez en cuando fijarme de cerca en sus rasgos para poder
encontrar algo que confirmara su paternidad verdadera. En este
momento se estaba mordisqueando el puño, con un gesto feroz de
concentración, y con su suave pelusilla rojiza y dorada al único a quien
se parecía era al mismo Jamie.
-Mmmmm… ¿por qué entonces esta insistencia en que a Roger le
apruebe un sacerdote?
-Bueno, se van a casar de todas maneras -dijo con lógica-. Pero yo
quería que al niño le bautizaran como católico-. Puso una mano grande
en la cabeza de Jemmy, y le acarició con el pulgar las minúsculas cejas
rojas. -Así que pensé que si yo mismo ponía algún problema con Roger,
serían más propensos a aceptar a este pelirrojo, ¿no?”
Me reí al oír esto, y envolví la cabeza de Jemmy en su toquilla.
-¡Y yo que creía que Brianna ya te tenía bien calado!
-Y es verdad- dijo sonriendo. De pronto, se inclinó y me besó.
Sus labios estaban suaves y muy cálidos. Sabía a café y a miel, y olía
mucho a humo de madera y a varón sin asear, con un ligero tufillo a
pañal.
-¡Oh!, esto me gusta -dije con aprobación-. ¡Hazlo otra vez!.
El bosque a nuestro alrededor estaba quieto, como lo suelen estar los
bosques. Sin pájaros, sin animales, solo el susurro de las hojas por
arriba y el fluir del agua por debajo. Movimiento constante, sonido
constante, y en el medio de todo ello, una paz perfecta. Había mucha
gente en la montaña, y la mayoría no estaban muy lejos de nosotros, sin
embargo justo aquí, justo ahora, era como si estuviéramos solos en
Júpiter.
Abrí los ojos y suspiré, con sabor a miel en los labios. Jamie me sonrió y
me quitó una hoja amarilla del pelo. El bebé yacía en mis brazos, como
un peso pesado, cálido, el centro del universo.
Ninguno de los dos dijo nada, no queríamos molestar la quietud. Era
como estar en la punta de una peonza, pensé. Un torbellino de
acontecimientos y personas a nuestro alrededor, y un paso en una
dirección o en otra nos volvería a incluir en ese frenesí que daba vueltas
y vueltas, pero aquí, en su mismísimo centro, era un remanso de paz.
Extendí una mano para retirar de su hombro unas semillas de arce. Me
cogió la mano y se la llevó a la boca con una intensidad tan súbita que
me asustó. Y sin embargo sus labios eran tiernos, la punta de la lengua
cálida en la parte carnosa de la base de mi pulgar. El monte de Venus,
se llama, donde reside la sensualidad.
Alzó la cabeza y sentí ahí un frío repentino, justo donde la vieja cicatriz
resaltaba blanca como el hueso. Una letra “J”, grabada en la piel, su
marca en mí.
Puso la mano en mi rostro, y yo la apreté ahí con la mía, como si pudiera
sentir la borrosa “C” contra la fría piel de mi mejilla. Ninguno de los dos
habló, pero la promesa estaba hecha, como también la habíamos hecho
antes, en un lugar que fue nuestro santuario, procurando no caer del
minúsculo trozo de roca en el que se posaban nuestros pies en medio de
las arenas movedizas de una guerra amenazada.
No iba a ser dentro de poco; todavía no. La oía venir, en el sonido de los
tambores y la Proclamación, la veía en el brillo del acero, conocía su
miedo en el corazón y en los huesos cuando miraba a Jamie a los ojos.
El frío había desaparecido, y en mi mano latía sangre caliente como si
quisiera abrir la vieja cicatriz y derramar la sangre de mi corazón por él
una vez más. Llegaría, y no podría pararla.
Pero esta vez, no le abandonaría.
MORCILLA
(Nota del Traductor: Este fragmento figura en esta enciclopedia
como parte del libro La cruz ardiente, sin embargo al final la autora
debió de cambiar de opinión ya que en la realidad, está integrado
dentro del siguiente libro en la saga, Viento y ceniza, que ella al
principio llamó Rey, adiós)
Estaba inmersa en el proceso de hacer morcilla cuando Ronnie Sinclair
apareció en el patio llevando en las manos dos pequeñas garrafas de
whisky. Otras las traía atadas como en cascada sobre la espalda, lo que
le hacía parecer una especie exótica de oruga que se balanceara
precariamente en medio del proceso que la convertiría en crisálida. Era
un día fresco, pero sudaba copiosamente tras subir la larga cuesta hasta
la casa, y de su boca salían todo tipo de improperios.
-¿Por qué demonios se le ocurrió a Él construir la jodida casa aquí arriba
en las nubes? -preguntó sin otra ceremonia-. ¿Por qué no donde una
maldita carreta pueda llegar hasta el patio?-. Posó con cuidado las
garrafas en el suelo, y luego pasó la cabeza por las correas del arnés
para quitarse el caparazón de madera. Suspiró de alivio, masajeándose
los hombros donde las tiras de cuero habían mordido la piel.
Ignoré las preguntas retóricas y seguí removiendo, señalando con la
cabeza hacia la casa a modo de invitación.
-Hay café recién hecho –dije-. Y bollos con miel también-. Mi propio
estómago se revolvió un poco al pensar en comida. Una vez
condimentada, rellena, hervida y frita, la morcilla estaba deliciosa. Pero
los primeros estadios de su elaboración, en los que había que meter los
brazos hasta los hombros en un barril lleno de sangre de cerdo
semicoagulada, eran bastante menos apetecibles.
Por el contrario, Sinclair parecía más feliz que yo ante la mención de
alimentos. Se pasó la manga por la frente sudorosa y asintió con la
cabeza, girando en dirección a la casa. Pero de repente se detuvo y
volvió sobre sus pasos.
-¡Ah!, se me olvidó, Señora. También tengo un mensaje para usted-.
Empezó a darse palmaditas con cuidado a la altura del pecho, luego más
hacia abajo, palpándose las costillas hasta que al final encontró lo que
estaba buscando, y lo extrajo de entre las capas de ropa caladas de
sudor. Sacó unos papeles y me los dio, expectante, ignorando el hecho
de que mi brazo derecho estaba cubierto de sangre casi hasta el
hombro, y que el izquierdo no estaba en mucho mejor estado.
Intenté apartarme el pelo de la cara con el codo izquierdo, que estaba
limpio, pero no lo conseguí.
-Póngamelo en la cocina, por favor -le sugerí-. Él está dentro. Entraré tan
pronto como termine con esto. ¿De quién…?- Empecé a preguntarle de
quién era la carta, pero con mucho tacto conseguí cambiarlo a tiempo a
“¿quién se la dio?”. Ronnie no sabía leer, aunque la verdad es que yo
tampoco había visto nada escrito en el papel exterior.
-Me la dio un hojalatero que iba de camino a Belem’s Creek- dijo-. No me
dijo quién se la dio a él, solo que era para la sanadora.
Frunció el ceño al mirar los papeles, pero vi como sus ojos se fijaban en
mis piernas. A pesar del fresco, estaba descalza y me había quedado
solo con la enagua, sin más que un sucio delantal atado a la cintura.
Ronnie había estado buscando una esposa desde hacía meses, y por
tanto había adquirido la inconsciente costumbre de calibrar los atributos
físicos de todas y cada una de las mujeres con las que se encontraba,
sin importarle edad ni disponibilidad. Notó que me había dado cuenta, y
desvió su mirada a toda prisa.
-¿Eso fue todo? –pregunté- ¿La sanadora? ¿No mencionó mi nombre?
Sinclair pasó una mano por su escaso cabello rojizo, de forma que sobre
las orejas enrojecidas le quedaron dos mechones en punta, lo que no
hizo sino aumentar su aspecto naturalmente taimado y zorruno.
-No hacía falta, ¿no?- Sin intentar siquiera prolongar la conversación,
desapareció rumbo a la casa buscando comida y a Jamie. Soplé hacia
arriba, intentando quitarme el pelo de los ojos, pero al poco rato renuncié
y volví a mi sanguinaria tarea.
La peor parte era limpiar la sangre; meter el brazo hasta el fondo del
barril lleno de esa sustancia oscura y hedionda para quitar los hilos de
fibrina que se formaban cuando la sangre empezaba a coagularse.
Cuando los hilos se me pegaban al brazo los sacaba y me lo lavaba
repetidamente hasta que me deshacía de ellos. Aun así era algo menos
desagradable que la tarea de limpiar los intestinos que se utilizaban
como envoltorio de las salchichas; Brianna, Lizzie y Marsali estaban
haciéndolo, abajo en el río.
Miré los últimos resultados: no había fibras visibles en el limpio líquido
rojo que goteaba de mis dedos. Volví a meter el brazo otra vez en el
barril de agua que estaba al lado del barril de la sangre, equilibrados
ambos sobre unas tablas sostenidas por un par de caballetes colocados
bajo el castaño grande. Jamie, Roger y Fergus habían llevado al cerdo al
patio, le habían golpeado entre los ojos con un mazo, le habían colgado
de las ramas con el cuello rajado y habían dejado que la sangre fluyera
dentro del barril.
Roger y Fergus se habían llevado a continuación el cuerpo, ya
destripado, para escaldarlo y quitarle los pelos; la presencia de Jamie
había sido requerida para atender al Coronel Richards, que había
aparecido de repente, jadeando y resollando por la subida hasta el cerro.
Entre las dos tareas, pensaba que Jamie habría preferido sin duda
atender al cerdo.
Terminé de lavarme las manos y los brazos –trabajo inútil, pero
necesario para mi paz mental- y me sequé con una toalla de lino. Eché
en el barril dos puñados cogidos de los recipientes de cebada, avena y
arroz cocido, sonriendo un poco al acordarme del rostro rojo brillante del
Coronel y de las quejas de Ronnie Sinclair. Jamie había elegido este
emplazamiento en el Cerro con mucho cuidado, precisamente por las
dificultades que entrañaba acceder a él.
Me aparté el pelo de la cara, cogí aliento y metí otra vez el brazo limpio
en el barril. La sangre se estaba enfriando rápidamente. Rebajada su
intensidad gracias al cereal, el olor era ahora menos penetrante que el
hedor metálico de la sangre fresca. La mezcla estaba todavía caliente,
sin embargo, y los granos formaban en la sangre elegantes espirales
blancas, como pálidos remolinos, mientras la removía.
Ronnie tenía razón; no había sido necesario identificarme más que con
el título de “la sanadora”. Aparte de mí, no había otra hasta Cross Creek,
a menos que uno tuviera en cuenta los chamanes indios, cosa que la
mayor parte de los europeos no harían.
Me pregunté quién había enviado la nota, y si sería un asunto urgente.
Probablemente no, al menos no parecía ser un parto inminente o un
accidente serio. Lo más normal es que las noticias de ese tipo de
acontecimientos llegaran por medio de una persona, un amigo o un
pariente. No se podía esperar que un mensaje escrito confiado a un
hojalatero llegara a su destinatario con prontitud; los hojalateros se iban
o se quedaban en algún lugar dependiendo del trabajo que encontraran.
En realidad, los hojalateros y los tramperos raramente llegaban hasta el
Cerro, aunque habíamos visto a tres de ellos en el último mes. No sabía
si esto era resultado del crecimiento de nuestra población –el Cerro
Fraser contaba ahora con casi cuarenta familias, aunque las casas
estaban diseminadas a lo largo de unos ocho kilómetros de laderas de
montañas cubiertas de bosque- o de algo más siniestro.
-Es uno de los signos, Sassenach -me había dicho Jamie, frunciendo el
ceño mientras veía como el último de ellos abandonaba el Cerro-.
Cuando el aire huele a guerra, los hombres se echan al camino.
Estaba de acuerdo con él; recordaba a los merodeadores por los
caminos de las Tierras Altas, llevando consigo los rumores sobre el
Alzamiento Jacobita. Era como si los temblores de los disturbios civiles
desarraigaran a aquéllos que no estuvieran firmemente anclados a un
lugar por amor a la tierra o a la familia, y como si las peligrosas
corrientes de la disensión les hicieran avanzar, como los primeros signos
premonitorios de una explosión a cámara lenta que lo destrozaría todo.
Me dio un escalofrío, y sentí la brisa fresca atravesándome la enagua.
El líquido había alcanzado la consistencia apropiada, como si fuera una
crema muy densa de color rojo oscuro. Me deshice de los granos y
especias que se me habían quedado en los dedos y cogí con la mano
izquierda limpia el cuenco de madera con cebollas picadas salteadas,
que estaba ya preparado y a mano. El fuerte olor a cebollas, agradable y
doméstico, se impuso al aroma de la matanza.
La sal estaba ya molida, y también la pimienta. Lo único que me
faltaba…como si me hubiera leído la mente, Roger apareció doblando la
esquina de la casa, con una palangana grande en las manos, llena de
grasa de cerdo troceada.
-Justo a tiempo -dije, y señalé con un gesto el barril-. No, no lo eches
todavía, hay que medirlo, más o menos-. Había usado diez dobles
puñados de avena, diez de arroz y diez de cebada. Volví a apartarme el
pelo de los ojos, cogí con cuidado un doble puñado del contenido de la
palangana, y lo añadí al barril.
-Estás bien, ¿no?- pregunté. Le señalé con la barbilla un taburete
mientras empezaba a incorporar la grasa a la mezcla de la sangre con
los dedos. Roger estaba todavía un poco pálido y desencajado, pero me
dedicó una sonrisa irónica mientras se sentaba.
-Estoy bien-.
-No tenías que hacerlo, ¿sabes?
-Sí tenía que hacerlo -el tono irónico de su voz se hizo más profundo-.
Es solo que me habría gustado hacerlo mejor.
Me encogí de hombros y cogí la palangana que me tendía. -Se necesita
práctica.
Roger se había prestado como voluntario para matar al cerdo. Jamie
simplemente le había dado el mazo y se había retirado dos pasos hacia
atrás. Yo había visto a Jamie antes matar cerdos; pronunciaba una breve
oración, bendecía al cerdo y luego le destrozaba el cráneo con un
tremendo golpe. A Roger le había costado cinco intentos, y el recuerdo
de los gritos del animal seguía poniéndome la carne de gallina incluso
ahora. Cuando terminó, dejó el mazo, se fue tras un árbol y vomitó
violentamente.
Añadí otro puñado. La mezcla se estaba haciendo más densa, y adquiría
una textura grasienta.
-Debería haberte enseñado a hacerlo.
-No creo que hubiera nada técnicamente difícil -dijo Roger secamente-.
Después de todo, no tiene ningún misterio destrozarle la cabeza a un
animal.
-Físicamente, quizá -coincidí. Añadí más grasa, trabajando ahora la
mezcla con ambas manos-. Existe una oración para esto, ¿sabes?
Quiero decir…para sacrificar a un animal. Jamie debería habértelo dicho.
Pareció bastante sorprendido.
-No, no lo sabía. -Sonrió, se iba encontrando un poco mejor-. Los últimos
ritos para el cerdo, ¿no?
No creo que sea por el bien del cerdo- dije secamente. Nos quedamos
en silencio unos momentos, mientras removía el resto de la grasa junto
con la mezcla de sangre y cereales, deteniéndome ocasionalmente para
retirar los fragmentos de cartílago. Podía sentir los ojos de Roger en el
barril, vigilando la curiosa alquimia del arte de cocinar, ese proceso que
hace que la transferencia de la vida de un ser a otro sea apetitosa.
-Los arrieros de las Tierras Altas a veces sacan uno o dos tazones de la
sangre de uno de sus animales y la mezclan con avena para comérselo
en el camino –dije-. Nutritivo, supongo, pero menos sabroso.
Roger asintió, distraído. Había dejado en el suelo la palangana, ahora
casi vacía, y estaba limpiándose sangre seca de debajo de las uñas con
la punta del puñal.
-¿Es la misma que la de los venados? –preguntó-. La oración. Le he
oído a Jamie pronunciarla una vez, aunque no entendí la mayoría de las
palabras.
-¿La oración de las vísceras? No lo sé. ¿Por qué no le preguntas?
Roger, con los ojos fijos en su mano, se afanaba con la uña del pulgar.
-No estaba seguro de si pensaba que tenía que conocerla. Quiero
decir…como no soy católico….
Jamie se había quedado muy sorprendido cuando descubrió que su
nuevo yerno era presbiteriano, pero se tranquilizó cuando Roger no puso
reparos a que le casara un sacerdote, o al bautizo de Jemmy. Había
dejado de observar a Roger con los ojos entornados cuando bendecía
las comidas.
Fijé los ojos en la oscura mezcla, escondiendo mi sonrisa.
-No creo que importara gran cosa. Esa oración particular es mucho más
antigua que la Iglesia de Roma, si no estoy equivocada.
El rostro de Roger mostró un súbito interés. Su instinto académico salía
a la luz.
-Creía que el gaélico era muy antiguo, incluso más antiguo del que oyes
en esta época…quiero decir…ahora-. Se sonrojó un poco, dándose
cuenta de lo que había dicho. Yo asentí, pero no dije nada.
Me acordaba de cómo era; ese sentimiento de estar viviendo un teatro
muy elaborado. El sentimiento de que la realidad existía en otro tiempo,
otro lugar. Me acordaba, y de repente, para mi sorpresa, me di cuenta de
que ahora era solo un recuerdo, que para mí el tiempo había cambiado
de lugar.
Ahora era mi tiempo, mi realidad era el trozo de madera y la grasa que
cubría mis dedos, la posición del sol que imponía el ritmo a mis días, la
cercanía de Jamie. Era el otro mundo, el de los coches y los teléfonos
sonando, los despertadores y las hipotecas, el que parecía remoto e
irreal, el material del que se componen los sueños.
Pero ni Roger ni Bree habían hecho todavía esa transición. Podía verlo
en el modo en el que se comportaban, oírlo en los ecos de sus
conversaciones privadas. Probablemente era porque se tenían el uno al
otro; podían mantener el otro tiempo vivo, como un pequeño mundo
compartido entre los dos. Para mí, el cambio era más fácil. Había vivido
aquí antes, había venido a este tiempo voluntariamente, después de
todo, y tenía a Jamie. No importaba lo que le contara del futuro, nunca
podía verlo más que como un cuento de hadas. Nuestro pequeño mundo
común estaba construido sobre cosas diferentes.
¿Pero cómo se las iban a arreglar Bree y Roger? Era peligroso tratar el
pasado como a veces lo hacían, como algo pintoresco y curioso, como
una condición temporal de la que se podía escapar. Pero no había
escape para ellos; ya fuera amor o deber, Jemmy les sujetaba a los dos,
un pequeño anclaje pelirrojo con el presente. Sería mejor, o al menos
más seguro, que aceptaran este tiempo del todo como suyo.
-Los indios lo tienen también -le dije a Roger-. La oración de las
vísceras, o algo parecido. Es por eso que te dije que pensaba que era
más antigua que la Iglesia.
Roger asintió, interesado.
-Creo que ese tipo de oraciones eran práctica común en todas las
culturas primitivas. En cualquier lugar donde los hombres mataran para
comer.
Culturas primitivas. Me mordí el labio inferior, absteniéndome de decir
que, primitivas o no, si quería que su familia sobreviviera, él mismo se
vería personalmente obligado a matar para ellos. Pero entonces ví su
mano, frotándose distraídamente la sangre seca de entre los dedos. Él
ya lo sabía. Sí tenía que hacerlo, había dicho, cuando le dije que no
tenía por qué.
Alzó la vista, fijó los ojos en los míos y me dedicó una sonrisa tenue y
cansada. Lo entendía.
-Creo que quizá…es que matar sin una ceremonia parece asesinato -dijo
lentamente-. Si tienes una ceremonia…alguna especie de ritual que
reconozca tu necesidad…
-Necesidad, y también sacrificio. La voz de Jamie se escuchó suave por
detrás de mí, sorprendiéndome. Volví la cabeza rápidamente. Estaba de
pie en la sombra de la gran pícea azul; me pregunté cuánto tiempo
llevaba allí.
-No te oí salir- dije, girando mi rostro para que me besara mientras se
acercaba-. ¿Se ha ido el coronel?
-No -dijo besándome entre las cejas, uno de los pocos sitios que me
quedaban limpios-. Le he dejado un rato con Sinclair. El Comité de
Seguridad, ¿no?- Hizo una mueca y me miró sonriendo. Se sacó un
pañuelo limpio del bolsillo, me apartó de la cara unos largos mechones
de cabello y me los echó hacia atrás, sujetándolos bien con el pañuelo
doblado y anudado alrededor de la cabeza.
-¡Uy gracias!- dije aliviada. Me tocó ligeramente la parte de atrás del
cuello como reconocimiento, y se volvió hacia Roger.
-Sí, tienes razón –dijo-. Matar nunca es un asunto agradable, pero es
necesario. Aunque si hay que derramar sangre, está bien hacerlo con
agradecimiento.
Roger asintió, mirando la mezcla en la que yo estaba trabajando con los
brazos metidos hasta los codos en la sangre.
-¿Entonces la próxima vez me dirás las palabras que tengo que
pronunciar?
-No es demasiado tarde para esta, ¿no? -dije yo. Ambos hombres
parecieron sorprendidos. Alcé una ceja como preguntándole a Jamie,
luego a Roger-. Dije que no era para el cerdo.
Jamie me miró a los ojos con humor, pero asintió con seriedad.
-Servirá.
Cogió el pesado tarro de las especias: la mezcla molida de nuez
moscada y mejorana, salvia y cayena, perejil y tomillo. Roger extendió
las manos, ahuecadas, y Jamie se las llenó. Entonces Roger restregó las
hierbas lentamente entre sus palmas, y las partículas verdosas y grises
cayeron en el barril, su intenso aroma mezclándose con el olor de la
sangre, mientras Jamie pronunciaba las palabras lentamente, en una
lengua arcaica que procedía de los tiempos de los normandos.
-Dila en inglés- dije, viendo en el rostro de Roger que aunque repetía las
palabras, no las reconocía todas.
-Oh señor, bendice la sangre y la carne de esta criatura que me has
dado- dijo Jamie en voz baja. Cogió él también una pizca de las hierbas
y las frotó entre pulgar e índice, provocando una cascada de polvo
fragante.
-Creada por tu mano como creaste al hombre.
Vida dada por vida.
Que yo y los míos podamos comer con agradecimiento por el regalo,
Que yo y los míos te demos las gracias por tu propio sacrificio de sangre
y carne, vida dada por vida.
Las últimas partículas de verde y gris desaparecieron en la mezcla bajo
mis manos, y el ritual de la morcilla terminó.
+++++++++++++++
-Estuviste bien, Sassenach -dijo Jamie más tarde, secando mis manos,
mojadas pero limpias, con una toalla. Señaló con un gesto la esquina de
la casa por la que había desaparecido Roger con un aspecto algo más
tranquilo para ayudar con el resto de la matanza-. Pensé en decírselo
antes, pero no se me ocurrió cómo.
Hizo una mueca y se retiró de la cara un mechón de pelo que se le había
soltado de la cinta a causa del viento.
-¿Te has dado cuenta de esa manera que tiene de mirarme como si
fuera un naturalista y yo un escarabajo pequeñito que ha atrapado con
su red?
Me reí al oír esta descripción, pero tenía que admitir que era muy
apropiada; Roger se comportaba de vez en cuando como si Jamie fuera
un objeto fascinante, y le hacía repetir sus historias y cuentos de la
sabiduría popular de las Tierras Altas una y otra vez para poder
aprendérselas de memoria hasta que tuviera la ocasión de anotarlas.
Jamie se prestaba a ello con paciencia y elegancia, pero alguna que
otra vez ponía los ojos en blanco cuando no le estaba mirando.
-Es la manera que tiene de intentar comprender -dije. Alcancé con la
mano un mechón de pelo suelto y se lo coloqué tras la oreja-. Después
de todo, su padre no pudo enseñarle la oración de las vísceras.
Sonrió burlonamente. -Sí, lo sé. Pero no me veía aquí de pie en el patio,
intentando explicárselo, con un cerdo de cien kilos descoyuntándome los
brazos y Roger mientras tanto diciéndome: ‘a ver, es carne y sangre o
sangre y carne y Fergus insultándonos a los dos en francés.
Me reí otra vez y me acerqué más a él. Era un día frio y ventoso, y ahora
que había terminado mi labor, el frío me hizo buscar su calor. Me
envolvió con sus brazos, y sentí la calidez tranquilizadora de su abrazo,
pero también el ruido que hizo el papel dentro de su camisa.
-¿Qué es eso?
-¡Ah! una carta que ha traído Sinclair -dijo, apartándose un poco para
cogerla del bolsillo-. No quería abrirla delante del coronel, y no me fiaba
de que no la fuera a leer cuando salí y le dejé solo.
-De todas maneras, no es para ti -dije, cogiéndola-. Es mía.
-¿Ah, sí? Sinclair no me lo dijo, solo me la dio.
-¡Típico de él!- No era inusual. Ronnie Sinclair me consideraba (bueno,
en realidad, a todas las mujeres) simplemente como un apéndice menor
de mi marido. La verdad es que me daba pena la pobre que un día se
convertiría en su esposa.
Desdoblé la nota con cierta dificultad; había estado tanto tiempo en
contacto con una piel sudorosa que los bordes estaban medio
deshechos y pegados unos con otros.
El mensaje era breve y críptico, y muy intranquilizador. Estaba
garabateado en el papel con lo que parecía un palo afilado, utilizando
una tinta que recordaba siniestramente a la sangre seca, aunque lo más
probable es que fuera jugo de bayas.
-¿Qué dice, Sassenach?- viéndome fruncir el ceño al leer, Jamie se puso
a mi lado para poder hacerlo él mismo. Se la di.
Muy abajo, en una esquina, escrito en letras muy pequeñas y borrosas,
como si el remitente hubiera esperado que al hacerlo así no se notara,
aparecía la palabra Faydree. Arriba, en letra más firme y gruesa, se leía:
YU CUM.
REY, ADIÓS
EL ACERO DEL
CIRUJANO
Se puso de pie a su lado, mirándome con sus ojillos de ratón, brillantes y
vigilantes. Se inclinó y rebuscó entre la hierba, y encontró el trozo de
hierro.
-Apártala, mamá -dijo, con la voz todavía ronca por la fuerza de mi
brazo-. Yo me ocuparé de él.
Con el rabillo del ojo yo ya había visto el brillo de metal, medio enterrado
en la hierba.
-¡Espera! -dije, y di un paso atrás-. No le mates. No lo hagas-. Un paso a
un lado, otro hacia atrás. -Me iré, os lo dejaré a vosotros, pero…- Me
lancé hacia un lado y mi mano encontró la fría empuñadura de metal.
Había cogido más veces la espada de Jamie. Había sido confeccionada
para él, más grande y pesada de lo normal. Debía pesar cinco kilos al
menos, pero yo no lo noté siquiera.
La cogí con las dos manos y tracé un arco en el aire que pareció
cortarlo e hizo sonar el metal.
Madre e hijo dieron inmediatamente un paso atrás, con idénticas miradas
de cómica sorpresa en sus rostros, redondos y sucios.
-¡Fuera de aquí!- grité.
La boca de la mujer se abrió, pero no dijo nada.
-Siento lo de tu hombre –dije-. Pero este es el mío. ¡He dicho que os
vayáis!- Alcé la espada, y la mujer se echó a toda prisa hacia atrás,
arrastrando al niño del brazo.
Se dio la vuelta y se marchó, murmurando maldiciones hacia mí por
encima del hombro, pero yo no presté atención a lo que me decía. Los
ojos del niño, mientras se alejaba, se fijaron en los míos, como carbones
negros en la oscuridad. Si me viera otra vez, me reconocería, y yo a él.
Desaparecieron en la niebla y yo bajé la espada, que de pronto pesaba
demasiado para mí. La solté en la hierba y caí de rodillas al lado de
Jamie.
Mi propio corazón me latía en los oídos y las manos me temblaban,
como reacción a lo que acababa de ocurrir, mientras le buscaba el pulso
en el cuello. Le giré la cabeza y pude al fin encontrarlo, latiendo
ininterrumpidamente bajo la mandíbula.
-¡Gracias a Dios! -dije para mí misma-. ¡Oh, gracias a Dios!
Pasé las manos rápidamente por todo su cuerpo, buscando alguna
lesión antes de moverle. Pensé que los carroñeros no volverían; podía
oír las voces de un grupo de hombres, lejanos en el cerro detrás de mí:
una avanzadilla de los rebeldes que venía a recoger a los heridos.
Tenía un enorme chichón en la frente, que se estaba ya poniendo
morado. Nada más que yo pudiera ver. El niño había tenido razón,
pensé, agradecida; no estaba malherido. Pero entonces le día la vuelta
para que yaciera boca arriba y vi su mano.
Los escoceses de las Tierras Altas estaban acostumbrados a luchar con
la espada en una mano y en la otra un escudo, un pequeño objeto de
cuero que se usaba para desviar el golpe del oponente. Jamie no tenía
ninguno consigo.
La espada le había cortado la mano derecha entre los dedos tercero y
cuarto, provocándole una herida profunda y fea que le había abierto la
palma por la mitad, a medio camino hacia la muñeca.
A pesar del aspecto horrible de la herida, no había mucha sangre; la
mano había quedado atrapada por su cuerpo, cuyo peso había actuado
como una venda de compresión. Tenía la parte delantera de la camisa
cubierta de sangre. Se la abrí y le palpé por dentro, para asegurarme de
que la sangre procedía de la mano, y así era. El pecho estaba frío y
húmedo por la hierba, pero indemne, y tenía los pezones hundidos y
rígidos por el frío.
-Eso….hace cosquillas- dijo con voz soñolienta. Empezó a darse
torpemente palmadas al pecho con la mano izquierda, intentando
apartarme la mano.
-Lo siento- dije, aguantándome las ganas de reír por la alegría de verle
despierto y consciente. Le pasé un brazo por los hombros y le ayudé a
sentarse. Parecía borracho, con un ojo medio cerrado por la hinchazón y
hierba en el cabello. También actuaba como si lo estuviera,
balanceándose alarmantemente de lado a lado.
-¿Cómo te sientes?- pregunté.
-Mal- dijo brevemente. Se inclinó a un lado y vomitó.
Le ayudé a echarse otra vez en la hierba y le limpié la boca, y a
continuación me puse a vendarle la mano.
-Alguien vendrá pronto -le aseguré-. Te meteremos en la carreta y me
podré ocupar de esto.
-Mmmmm -gruñó mientras le apretaba bien la venda-. ¿Qué pasó?
-¿Que qué pasó? -Dejé de hacer lo que estaba haciendo y me lo quedé
mirando-. ¿Me lo preguntas tú?
-Quiero decir, qué sucedió en la batalla -dijo pacientemente, mirándome
con su único ojo bueno-. Ya sé lo que me pasó a mí, más o menos-
añadió cuando le toqué la frente.
-Sí, más o menos- dije secamente-. Te han cortado en trocitos como a un
cerdo en la matanza, y la mitad de la cabeza la tienes hecha un Cristo.
¡Que has sido un maldito héroe otra vez, eso es lo que te ha pasado!
-Yo no….- Empezó a decir, pero le interrumpí enfurecida, ya superado mi
alivio inicial al ver que estaba vivo.
-¡No tenías que ir! ¡No deberías haber ido! ‘Sólo me dedicaré a escribir y
a imprimir’, dijiste. Que no ibas a combatir a menos que no tuvieras más
remedio. Bueno, no tenías que ir, pero sin embargo fuiste, ¡pedazo de
escocés presumido, cabezota y fanfarrón!
-¿Fanfarrón?- preguntó.
-¡Ya sabes lo que quiero decir, porque eso es lo que has hecho:
fanfarronear! ¡Te podían haber matado!
-Sí -añadió arrepentido-. Pensé que estaba perdido cuando me atacó el
soldado a caballo. Pero grité como un loco y el caballo se asustó- añadió
algo más alegremente. -Se levantó a dos patas y me golpeó en la cara
con la rodilla.
-¡No cambies de tema!- le grité.
-¿No es el tema el hecho de que no me hayan matado?- preguntó,
intentando alzar una ceja y fracasando, pero frunciendo el ceño al sentir
el dolor.
-¡No! ¡El tema es tu estupidez, no tu maldita cabezonería egoísta!
-Ah, eso...
-¡Sí, eso, pedazo de….de….buey! ¿Cómo te atreves a hacerme esto?
¿Crees que no tengo nada mejor que hacer con mi vida que trotar detrás
de ti, volviéndote a coser los miembros que vas perdiendo?- En este
momento, ya le estaba chillando como una posesa.
Me sonrió, y el ojo medio cerrado le dio una expresión chulesca que me
enfureció todavía más.
-Habrías sido una buena verdulera, Sassenach –dijo-. Tienes la lengua
apropiada para ello.
-¡Cállate, jodido maldito…..!
-Te van a oír-, dijo con calma, señalando el grupo de soldados
continentales que se acercaban a nosotros bajando por la ladera.
-¡No me importa quién me oiga! ¡Si no estuvieras ya herido, no sé qué te
haría!
-Cuidado, Sassenach- dijo aun sonriendo-. No creo que quieras
arrancarme más trocitos de mi cuerpo; luego tendrías que volver a
cosérmelos, ¿a que sí?
-¡No me tientes, maldito seas!- dije entre dientes, echando una mirada a
la espada que había dejado caer al suelo.
Jamie la vio y la intentó coger, pero no lo consiguió. Con un gesto de
desdén, me incliné por encima de su cuerpo, la agarré por la
empuñadura y la puse en su mano. Escuché un grito de los hombres que
bajaban por la colina y me di la vuelta para saludarles.
-Cualquiera que te oyera ahora mismo pensaría probablemente que no
te importo mucho, Sassenach-, dijo detrás de mí.
Me volví y le miré. La sonrisa insolente había desaparecido, pero seguía
sonriendo.
-Tienes la lengua de una arpía venenosa –dijo-. Pero eres una buena
espadachina, Sassenach.
Abrí la boca, pero las palabras que acababan de salir de ella hacía un
momento, tan fáciles y abundantes, se habían evaporado como la niebla.
Sentía la espada fría y pesada en mi mano.
-Más tarde te diré por qué -dijo en voz baja, poniendo su mano sana en
mi brazo-. Pero por ahora, a nighean donn, gracias por salvarme la vida.
Cerré la boca. Los hombres casi habían llegado ya hasta nosotros, y su
parloteo y sus exclamaciones silenciaban los gemidos cada vez más
débiles de los heridos.
-De nada- dije.
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-Hamburguesa-, dije tan bajito que casi ni se oía, pero no lo suficiente.
Me miró y alzó una ceja.
-Carne picada- expliqué.
-Ah, sí, sí lo es. Detuve un sablazo con la mano. Por desgracia no tenía
un escudo; podía habérselo devuelto fácilmente.
-Ya…- tragué saliva. No era la peor herida que había visto, ni mucho
menos, pero aun así me revolvió un poco las tripas. La punta de su
cuarto dedo había sido amputada limpiamente, justo por debajo de la
uña. El corte le había rebanado también un trozo de carne de la parte
interior, y había producido un desgarro entre el tercero y el cuarto,
partiendo la mano en dos hasta la mitad, a medio camino hacia la
muñeca.
-Debes haberla cogido cerca de la empuñadura -dije intentando
calmarme-. Si no, se habría llevado también la mitad exterior de la mano.
-Mmmmm…- La mano no se movió mientras tocaba y palpaba, pero
tenía el rostro empapado en sudor, y no pudo evitar un breve gemido de
dolor.
-Lo siento- dije automáticamente.
-No importa-, dijo igual de automáticamente. Cerró los ojos y los volvió a
abrir.
-Quítamelo- dijo de repente.
-¿Qué?- me eché para atrás y le miré, sorprendida.
Señaló su mano.
-El dedo. Quítamelo, Sassenach.
-¡No puedo hacer eso!- pero incluso mientras lo decía, sabía que tenía
razón. Aparte de las heridas en el dedo mismo, el tendón estaba muy
dañado; la probabilidad de que pudiera volver a moverlo, y no digamos
hacerlo sin dolor, eran mínimas.
-No me ha hecho ningún buen servicio en los últimos veinte años- dijo,
mirando sin pasión el muñón mutilado- y no creo que me lo vaya a hacer
ahora. Como sobresale tanto, me he roto el maldito dedo como media
docena de veces. Si me lo amputas, al menos ya no me dará problemas.
Quería discutir, pero no había tiempo. Además, los hombres heridos
empezaban a dirigirse hacia la carreta. Eran milicianos, no del ejército
regular; si hubiera un regimiento cerca, podría disponer de un cirujano,
pero yo estaba más a mano.
-Una vez un puto héroe, siempre un puto héroe -murmuré por lo bajo. Le
puse en la mano ensangrentada una compresa y se la até bien fuerte
con una venda de lino-. Si, tendré que amputarlo, pero más tarde. Estáte
quieto.
-¡Ay! -dijo en voz baja-. Dije que no era un héroe.
-Si no lo eres, no será porque no lo intentes lo suficiente -dije, atando
con los dientes la venda con un nudo muy fuerte-. ¡Ale!, esto tendrá que
bastar de momento; lo haré cuando tenga tiempo-. Le cogí la mano
vendada y la metí en la pequeña palangana llena de agua y alcohol.
Se puso blanco como la leche cuando el alcohol atravesó la tela y
alcanzó la carne. Cogió aire con los dientes apretados, pero no dijo nada
más. Le señalé autoritariamente la manta que había extendido en el
suelo y se echó en ella obedientemente, encogiéndose bajo la protección
de la carreta, con el puño vendado apretado contra el pecho.
Me puse de pie, pero dudé un momento. Entonces me volví a arrodillar y
le besé la parte posterior del cuello con rapidez, apartando la coleta
sucia de barro medio seco y hojas muertas. Alcanzaba a ver solo la
curva de su mejilla; se tensó un poco al sonreír, y luego se relajó.
Se había corrido la voz de que la carreta-hospital había llegado; ya se
había formado un grupo de heridos que habían caminado hasta aquí
para recibir atención médica, y podía ver pequeños grupos subiendo la
ladera, hombres llevando en sus brazos o medio arrastrando a sus
compañeros heridos. Iba a ser una noche movida.
Echaba muchísimo de menos a Marsali y al Joven Ian. El Coronel
Everett me había prometido dos asistentes, pero a saber dónde estaba
en este momento el coronel. Me tomé un minuto para observar el grupo
que se iba formando, y elegí a un hombre joven que acababa de
depositar a un amigo herido bajo un árbol.
-Tú -dije, tirándole de la manga-. ¿Te da miedo la sangre?
-Solo si es mía señora, y hasta ahora no lo es, gracias al Señor.
-Entonces ven conmigo -le dije, devolviéndole la sonrisa-. Vas a ser mi
ayudante para catalogar a los heridos.
-¿Cómo? ¡Eh, Harry! -gritó a su amigo-. ¡Me han ascendido! ¡Dile a tu
madre la próxima vez que la escribas, que después de todo Lester va a
hacer algo en la vida!- Me siguió, pavoneándose, todavía sonriendo.
Su sonrisa se desvaneció rápidamente, sin embargo, convirtiéndose en
una mirada de concentración, cuando le conduje rápidamente a lo largo
de la fila de heridos, señalando los niveles de gravedad.
-Los hombres que sangran son la primera prioridad -le dije. Le puse en
las manos un montón de vendas de lino y una bolsa de compresas.
-Dales esto. Di a sus amigos que aprieten bien fuerte la compresa en las
heridas o que hagan un torniquete al miembro por encima de la herida.
¿Sabes lo que es un torniquete?
-Ah, sí, señora -me aseguró-. Ya he hecho uno una vez, cuando una
pantera le dio un zarpazo a mi primo Jess, en el Condado de Carolina.
-Estupendo. Pero no malgastes el tiempo haciéndolo tú mismo a menos
que no tengas más remedio, que lo hagan sus amigos. Los huesos rotos
pueden esperar un poco. Colócales allí bajo ese haya. Las heridas en la
cabeza y las heridas internas que no están sangrando, ahí atrás, bajo el
castaño, si puedes moverlos. Si no, yo iré a ellos-. Señalé detrás de mí,
y me di media vuelta para escanear el terreno.
-Si ves a un par de hombres ilesos, mándales poner la tienda del
hospital; que la monten ahí, en ese sitio más bien llano. Y luego que
otros dos excaven una letrina…allí, creo.
-¡Sí, señor! ¡Señora, quiero decir! -Lester asintió con la cabeza y agarró
la bolsa con las compresas-. Lo haré enseguida, señora. Aunque de
momento, yo no me preocuparía por la letrina –añadió-. La mayoría de
estos chicos ya se han cagado encima de miedo-. Sonrió, asintió una
vez más, y se marchó a cumplir con sus tareas.
Tenía razón; en el aire había un ligero olor a heces, como siempre era el
caso en los campos de batalla, un olor más entre el de la sangre y el
humo.
Dejé a Lester ordenando a los heridos, y me preparé para el trabajo que
me tocaba a mí, con mi maletín médico, la bolsa con las suturas y una
palangana con alcohol dispuestos en la parte trasera de la carreta, y un
barril para que se sentaran los pacientes, al menos los que podían
sentarse.
Las peores heridas eran las de bayoneta; por fortuna no se había
utilizado metralla, y los hombres heridos por bala de cañón ya habían
pasado el punto en el que yo habría podido serles de ayuda. Mientras
trabajaba, escuchaba con medio oído la conversación de los hombres
que esperaban ser atendidos.
-¿A que ha sido la cosa más increíble que has visto en tu vida?
¿Cuántos tíos había?- le preguntaba un hombre a su vecino.
-No tengo ni puta idea -contestó su amigo, negando con la cabeza-.
Durante un momento, todo lo que veía era rojo. Entonces una bala de
cañón cayó muy cerca, y no vi ya nada más que humo durante mucho
tiempo-. Se frotó el rostro; las lágrimas le caían de los ojos irritados
formando líneas blancas en la suciedad de hollín que le cubría desde el
pecho hasta la frente.
Volví a mirar hacia la carreta, pero no podía verla por debajo. Esperaba
que el shock y la fatiga hubieran hecho que Jamie se quedara dormido, a
pesar de su mano, pero lo dudaba.
Aunque casi todos a mi alrededor estaban heridos de una u otra manera,
el ánimo general era de júbilo y alivio exuberantes. Más abajo de la
colina, entre la niebla cercana al río, podía oír los gritos y las risas de la
victoria, y el jaleo indisciplinado de flautas y tambores, que sonaban
excitados y eufóricos.
Entre el ruido, una voz más cercana se hizo oir; un oficial uniformado,
montado en un alazán.
-¿Alguien ha visto a ese hijo de puta pelirrojo que rompió el ataque?
Se produjo un murmullo y todos se miraron unos a otros, pero nadie
respondió. El jinete desmontó, y anudando las riendas en la rama de un
árbol, se abrió paso entre la cola de heridos en dirección a mí.
-Sea quien sea, os digo, tiene unos huevos tan grandes como balas de
cañón- comentó el hombre cuya mejilla estaba yo en ese momento
cosiendo.
-Y una cabeza de la misma consistencia- murmuré.
-¿Eh?- me miró de refilón, sorprendido.
-Nada- dije-. Estese quieto un momentito más; casi he terminado.
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-Quiero que te quede una mano con la que puedas trabajar -le dije con
firmeza-. Sin infección, sin un muñón que supure constantemente, sin
una mutilación torpe y –eso espero- sin dolor, una vez que se haya
curado.
Al oír eso alzó las cejas. Nunca lo había mencionado, pero yo era
consciente de que su mano derecha y su problemático cuarto dedo le
había causado dolores intermitentes a través de los años, desde que se
lo destrozaron en la Prisión de Wentworth, cuando estuvo allí prisionero
en los días previos al Alzamiento Jacobita.
-Un trato es un trato -dije, con un gesto hacia el vaso que tenía en la
mano. Bébetelo.
Alzó el vaso y metió en él su larga nariz, poco convencido. Los orificios
nasales se abrieron y cerraron ante el dulce olor del láudano. Dejó que el
líquido oscuro le tocara la punta de la lengua y puso una cara muy rara.
-Me hará ponerme enfermo.
-Te hará dormir.
-Hará que tenga sueños horribles.
-No importa- le aseguré. Se rió a su pesar, pero lo intentó una vez más.
-Sabe como esa mierda que se mete en las pezuñas de los caballos.
-¿Y cuándo fue la última vez que chupaste la pezuña de un caballo?-
pregunté con las manos en las caderas. Le dediqué una mirada de
mediana intensidad, apropiada para la intimidación de burócratas
menores y funcionarios del ejército de nivel bajo.
Suspiró.
-¿Vas en serio, no?
-Sí.
-Bueno, pues vale-. Con una mirada de reproche y resignación, echó la
cabeza atrás y se bebió el contenido del vaso de un solo trago.
Se estremeció de forma convulsiva, e hizo un ruido como si se estuviera
ahogando.
-Dije que le dieras sorbos pequeño -le reprendí con amabilidad- . Si
vomitas, te obligaré a chuparlo del suelo.
Dada la cantidad de suciedad y de hierba pisada que había en el suelo,
estaba claro que esta era una amenaza infundada, pero apretó
fuertemente los labios, cerró los ojos y volvió a posar la cabeza en la
almohada, respirando profundamente y tragando de forma compulsiva
cada pocos segundos. Acerqué un taburete pequeño y me senté al lado
del camastro a esperar.
-¿Cómo te sientes?- pregunté unos minutos después.
-Mareado -contestó. Abrió un ojo y me miró por la estrecha rendija azul,
luego gruñó y lo cerró-. Como si me estuviera cayendo de un acantilado.
Es una sensación muy desagradable, Sassenach.
-Intenta pensar en alguna otra cosa durante un minuto- sugerí-. Algo
agradable, algo que te distraiga.
Frunció el ceño un momento y luego se relajó.
-Ponte de pie un momento, anda- dijo. Le hice caso, preguntándome qué
quería. Abrió los ojos y con su mano buena me agarró el culo con
firmeza.
-Esto –dijo-. Esto es lo mejor que se me ocurre. Cogerte bien el culo me
hace sentir siempre fuerte y seguro.
Me reí, y me acerqué a él unos centímetros más, de forma que su frente
tocaba mis muslos.
-Bueno, al menos es un remedio portátil.
Cerró los ojos y se agarró fuerte, respirando lenta y profundamente. A
medida en que la droga empezaba a hacer efecto, las duras líneas de
dolor y extenuación en su rostro empezaron a suavizarse.
-Jamie -dije en voz baja un minuto después-. Lo siento.
Abrió los ojos, miró hacia arriba y sonrió, apretándome ligeramente el
trasero.
-Si…bueno- dijo. Las pupilas habían empezado a encogerse; los ojos se
habían oscurecido, insondables, como si estuviera mirando desde muy
lejos.
-Dime, Sassenach -dijo un momento después-. Si alguien te pusiera un
hombre delante de ti, y te dijera que si te cortaras el dedo el hombre
viviría, y que si no lo hacías, moriría, ¿lo harías?
-No lo sé -dije un poco sorprendida-. Si esa era la elección, y si no
tuviera ninguna duda, y si se tratara de un buen hombre…si, supongo
que sí lo haría. Pero no me gustaría nada- añadí de manera práctica, y
su boca se curvó en una sonrisa.
-No -dijo. Su expresión se iba haciendo suave y soñolienta-. ¿Sabías…-
dijo un momento después…-que un coronel vino a verme mientras
estabas atendiendo a los heridos? El Coronel Johnson; Micah Johnson,
era su nombre.
-No; ¿qué quería?
Su mano en mi trasero empezaba a perder fuerza; puse la mía sobre la
suya, para mantenerla en su sitio.
-Era su compañía la que luchó en la batalla. Parte de la de Morgan, y el
resto del regimiento de la colina, en el trayecto de los británicos. Si la
carga hubiera seguido adelante, habrían perdido la compañía seguro,
me dijo, y Dios sabía qué habría pasado con el resto-. Su acento de las
Tierras Altas se hacía cada vez más marcado, y tenía los ojos fijos en mi
falda.
-Entonces tú les salvaste -dije suavemente-. ¿Cuántos hombres hay en
una compañía?
Ruiseñor
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Una y dos y tres y cuatro…
Me di cuenta de pronto de que mi propio corazón latía más despacio. El
pulso en las yemas de mis dedos era el mismo que el de la muñeca de
Jamie, latido a latido, lento y fuerte. Si estaba esperando un signo,
suponía que podía ser éste. Preparados, listos, ¡ya!, pensé. Y cogí el
escalpelo.
Hice una incisión horizontal sobre los nudillos cuarto y quinto, y luego
otra más hacia abajo, cortando la piel casi hasta la muñeca. Aparté con
cuidado la carne con la punta de las tijeras, la retiré con una larga pinza
de acero y la clavé en la blanda madera de la tabla.
Tenía un pequeño vaporizador, lleno de una solución de agua destilada y
alcohol; como la esterilización total era imposible, lo utilizaba para añadir
una fina niebla de desinfectante en el campo de operación y limpiar la
primera oleada de sangre. No había demasiada, el vasoconstrictor que le
había dado estaba funcionando, pero el efecto no duraría mucho.
Separé suavemente las fibras del músculo –las que estaban todavía
enteras- para exponer el hueso y el tendón que lo cubría, que brillaba
como la plata entre los colores brillantes del interior de la mano. La
espada había cercenado el tendón casi por completo, dos o tres
centímetros por encima de los huesos carpianos. Corté las pocas fibras
restantes, y la mano se contrajo de forma inquietante como reflejo. Me
mordí el labio, pero todo iba bien; aparte de la mano, no se había
movido. Su tacto era distinto; la carne estaba más viva que la de un
hombre bajo los efectos del éter o el pentotal. No estaba anestesiado,
solo drogado y aletargado; su piel se notaba elástica, no dócilmente
flácida como aquélla a la que yo estaba acostumbrada en mi trabajo en
el hospital, en mi propio tiempo. Pero a pesar de ello, estaba muy lejos,
para mi tremendo alivio, de sufrir las terribles convulsiones que había
sentido bajo mis manos en la tienda de campaña donde se llevba a cabo
la cirugía.
Aparté el tendón seccionado con los fórceps. Ahí estaba la honda rama
del nervio ulnar, un hilo delicado de mielina blanca, con sus ramas
pequeñitas extendiéndose hasta la invisibilidad, en las profundidades del
tejido. Bien. Estaba lo suficientemente lejos del quinto dedo como para
poder trabajar sin daños para el tronco principal del nervio.
Nunca se sabe; las ilustraciones de los libros de texto son una cosa,
pero lo primero que aprende un cirujano es que los cuerpos son
asombrosamente únicos; un estómago está más o menos donde uno
espera que esté, pero los nervios y las venas que lo alimentan pueden
estar en cualquier lugar dentro de una zona, y probablemente además
pueden variar en cantidad y forma.
Pero ahora conocía los secretos de esta mano. Podía ver su ingeniería,
las estructuras que le proporcionaban forma y movimiento. Ahí estaba el
fuerte y bello arco del tercer metacarpiano, y la delicadeza de la red de
canales sanguíneos que lo recorrían. Salía sangre, lenta, vívida: un rojo
fuerte en la zona abierta, un escarlata brillante donde cubría el hueso
cortado; azul oscuro en la minúscula vena que pulsaba bajo la
articulación, negro en los bordes de la herida original, donde se había
coagulado.
Sin saber cómo, yo ya estaba segura de que el cuarto metacarpiano
estaría destruido; y lo estaba; la espada había golpeado cerca del
extremo central, astillando el pequeño hueso cerca del centro de la
mano.
Así que habría que amputarlo también; en cualquier caso, tendría que
retirar los trozos de hueso para que no irritaran los tejidos cercanos.
Amputar el dedo de la articulación metacarpiana permitiría que el tercer y
quinto dedo se fueran juntando poco a poco, y eso tendría como efecto
que la mano se haría más estrecha y se eliminaría el incómodo hueco
que dejaría el dedo amputado.
Tiré fuerte del dedo destruido, para abrir el espacio entre las
articulaciones, y luego usé la punta del escalpelo para cercenar el
ligamento. Los cartílagos se separaron con un pequeño pero sonoro
“pop” y Jamie dio un respingo, gruñó y agitó la mano.
-Shhhhhhh -le susurré, sujetándole la mano-. Shhhh, todo va bien. Estoy
aquí, todo va bien.
No podía hacer nada por los muchachos que morían en el campo, pero
aquí, para él, podía hacer magia, y sabía que el hechizo sería duradero.
Jamie me oyó, desde las profundidades de los sueños que proporcionan
las drogas; frunció el ceño y murmuró algo ininteligible, luego suspiró
profundamente y se relajó, y la muñeca quedó nuevamente inerte entre
mis manos.
En algún lugar cercano cantó un gallo, y miré la pared de la tienda.
Estaba notablemente más iluminada, y el débil viento del amanecer se
colaba por la abertura detrás de mí, refrescándome la nuca.
Separé el músculo que hay debajo con el mínimo daño posible. Até la
pequeña arteria del dedo y otras dos venas que parecían lo
suficientemente grandes como para que fuera necesario hacerlo, corté
las últimas fibras y restos de piel que sostenían el dedo, y lo liberé, con
el metacarpo colgando blanco y desnudo, como la cola de una rata.
Era un trabajo limpio y eficaz, pero sentí una breve sensación de tristeza
cuando aparté el trozo de carne destrozada. Tuve una visión pasajera de
Jamie sosteniendo a Jemmy, recién nacido, contando los minúsculos
dedos de sus manos y pies, el rostro expresando felicidad y asombro. Su
padre también lo habría hecho con él.
-Todo va bien -susurré, tanto para él como para mí-. Todo va bien. Se
curará.
El resto fue rápido. Utilicé los fórceps para retirar los pequeños
fragmentos de hueso roto. Limpié la herida tan bien como pude,
liberándola de trozos de hierba y suciedad, incluso de una minúscula
partícula de tela que se había quedado incrustada en la carne. Luego fue
solo cuestión de limpiar los bordes irregulares de la herida, cortando el
exceso de piel y suturando las incisiones. Apliqué una pasta de ajo y
hojas de roble blanco, mezclada con alcohol y extendida generosamente
sobre la mano, le puse una compresa y gasa, y una prieta venda de lino
y cinta adhesiva, para reducir la hinchazón y provocar el acercamiento
mutuo de los dedos tercero y quinto.
El sol ya casi había salido del todo; el farol parecía dar una luz débil. Me
escocían los ojos del trabajo minucioso y el humo de las hogueras. Se
escuchaban voces afuera; voces de oficiales, moviéndose entre los
hombres, despertándoles para que se enfrentaran al día ¿y al enemigo?
Coloqué la mano de Jamie en el camastro, cerca de su cara. Estaba
pálido, pero no excesivamente, y sus labios tenían un color rosa claro,
no azul. Puse los instrumentos en un cubo con alcohol y agua,
demasiado cansada para limpiarlos correctamente. Envolví el dedo
amputado en una venda de lino, sin saber muy bien qué hacer con él, y
lo dejé en la mesa.
-¡A levantarse tocan! ¡A levantarse tocan!- llegaba el grito rítmico del
sargento desde fuera de la tienda, contestado por todo tipo de groseras
respuestas por parte de los reacios soldados.
Ni me molesté en desvestirme; si iba a haber combate hoy, me
despertarían enseguida. Pero Jamie no. No tenía de qué preocuparme;
pasara lo que pasara, hoy no lucharía.
Me solté el pelo y sacudí la cabeza para que me cayera por los hombros,
suspirando de alivio. Luego me eché en el camastro a su lado, sintiendo
la curva musculosa de sus nalgas, suave bajo la manta que le cubría.
Sin pensarlo, le puse la mano en el culo y se lo apreté.
-Que duermas bien –dije- y dejé que el cansancio me invadiera.
EL ARTE DEL CANIBAL
Pongo el jardín de las setas en una mesa en el piso de abajo, donde no
se me olvidarán (al lado de una pila de exlibris a la espera de ser
firmados, lo que siempre me esfuerzo en olvidar, pero la secretaria viene
el lunes para asegurarse de que esto no ocurra) y me voy arriba,
contenta de haber encargado ya para mi hermana una pistola Archie
McPhee que dispara balas de patata para la próxima Navidad.
Me siento y vuelvo a leer las seis frases que tengo en la pantalla,
metiéndome otra vez en escena. ¿Cuánto tiempo esperará la mujer
hasta empezar a ponerse a buscar al hombre perdido? Fuera está
oscuro, cada vez hace más frío. Ha avivado el fuego, pero aún tiene las
manos frías. Está haciendo la cena, pero no tiene hambre, y el olor a
comida no la consuela. Si ha tenido un accidente…el teléfono suena y lo
oigo, cosa rara. El asistente de la editorial, informándome de que todavía
no saben si tengo que ir a algún sitio, pero que si tengo que ir sería a
mediados de junio, así que si quiero puedo ir a Utah.
Mientras tanto, mi marido llega, quejándose de que le duele mucho el
pie, preguntando: 1) ¿me acordé de comprarle un quita verrugas? y 2)
¿me apetece ir a comerme un perrito caliente con él? La respuesta es sí
a las dos, y me voy a comer salchichas polacas con sauerkraut y
mostaza, mientras hablamos de si debo ir en mayo a Utah o no. Cuando
se entera de que me ofrecen 1000 dólares por ir y hablar, mi marido está
de acuerdo en que debería asistir, y deja caer casualmente que siempre
ha querido comprar un kit para construir una avioneta casera.
Vuelvo a casa (en el coche, me veo agazapada tras una pantalla de
rocas y palos. Hay indios a los que no reconozco, que pasan en fila india
por el bosque a unos pocos metros de mí. Llevan el rostro pintado, y se
dirigen en la misma dirección a la casa que acabo de dejar) y me
encuentro con que ha venido otro hombre de Federal Express, pero que
no estaba la asistenta, y que ha dejado una nota en la puerta. Subo
arriba, chequeo los mensajes rápidamente, y luego me siento, con una
lista en la mano, y trato de organizar el resto del día. Suena el teléfono:
mis suegros nos invitan a que nos pasemos a tomar el postre después
de cenar. Suena el teléfono; una mujer en Alabama quiere obtener una
copia firmada de Tambores como regalo de Navidad para su hermana.
Le explico educadamente que todavía no lo he terminado, y me callo
unos cuantos comentarios poco caritativos que me vienen a la cabeza
cuando ella exclama: “¿Pero por qué no?”.
La pequeña viene del colegio.
Tengo cinco minutos para hacerle algo de comer, escuchar lo que me
cuenta de su día y oírla quejarse de sus dientes (necesita ortodoncia, y
justo ayer le pusieron los primeros brackets), y a continuación me voy a
recoger a los otros dos.
Descubro que mi hijo no ha dado a sus profesores las notas que había
escrito para ellos. Le agarro metafóricamente de la oreja y le arrastro
hasta los despachos de los mismos. Consigo que dos de ellos me den la
lista de trabajos y deberes retrasados, pero el tercero ya se ha ido a
casa.
Deposito a los tres en casa, distribuyo comida y alimentos para todos,
cojo a la pequeña, que quiere venir conmigo, y me voy a hacer los
recados de la tarde. Tengo que ir a la tienda de comida para animales y
comprar doscientos kilos de avena y un morral para un viejo caballo que
no es ya capaz de comer el alimento que le corresponde sin ayuda; a
Alphagraphics para el nuevo suministro de exlibris; y al supermercado,
porque no tenemos leche ni atún, y porque la pequeña tiene una fiesta
de Navidad al día siguiente en la que ella y seis amigos más van a
decorar pastas, entre otras cosas.
Vuelvo a casa, habiendo descubierto cuando estaba en el coche que los
indios son verdaderamente siniestros, Mohawk lejos de su territorio
habitual, que están realizando una incursión con propósitos
desconocidos (¿tiene esto algo que ver con el Padre Alexandre, el
misionario jesuita, cuya carne es débil y a quien conoceremos bastante
más tarde?). Hago la cena, me trago más medicinas homeopáticas y
vitamina C contra la gripe y me voy a tomar el postre con mis suegros.
Vuelvo (le ha encontrado, resguardado en una cavidad bajo un montón
de matorrales. Una pequeña banda de indios Tuscarora, a la que sí
reconocen, está siguiendo silenciosamente a los Mohawk). Superviso los
deberes mientras hago diez docenas de pastas de azúcar. -¿Sabes? -
dice la pequeña, que está (ja, ja…..) “ayudándome” a hacerlas- me
siento un poco mal. -¿Todavía te duelen los dientes?- pregunto. –No –
dice- pero estaba pensando… dentro de un ratito estaré en la cama, y tú
todavía estarás haciendo pastas. Me hace sentir un poco culpable-.
Aunque satisfecha ante esta evidencia del incipiente desarrollo de la
conciencia moral de mi hija, le aseguro que no importa, me gusta hacer
pastas (es verdad, pero….), y subo al piso de arriba para buscarle a Sam
un rotulador negro que necesita para sus deberes).
Mi hija mayor viene a preguntarme si puedo pasarle a máquina un
trabajo que está haciendo, porque ella lo hace muy despacio y esta
noche está sobrepasada por la tarea. Le digo que sí, y cojo el
documento y lo pongo al lado de mi ordenador, para no olvidarlo.
Meto a todo el mundo en la cama. Tomo más remedios contra la gripe
mientras escucho a mi marido quejarse de lo cansado que está. Le meto
en la cama y me como un cuenco de arroz y de carne china que ha
quedado de la cena, bebo más coca cola light y subo a trabajar.
Contesto algunos mensajes, hago un solitario, me doy cuenta de que me
estoy quedando dormida, me echo en el suelo y duermo una hora. Me
despierto, pero no consigo permanecer despierta, escribo una o dos
frases, pero descubro que no tienen sentido. Decido que la carne y la
sangre tienen sus límites, y me arrastro al piso de abajo para cerrar con
llave, echar un vistazo a los niños y a los animales, apagar las luces,
alimentar a los conejos y a los hámsteres, etc. Cuando me dirijo al
dormitorio me doy cuenta de que no he pasado a máquina el trabajo de
Laura, que necesita urgentemente llevar a clase a la mañana siguiente.
Vuelvo a subir a mi despacho…vuelvo a bajar a las 2.30, tomo más
vitamina C y caigo en la cama como una piedra. El resultado, en cuanto
al libro, es que quizá he conseguido escribir 300 palabras, lo que sería (y
es) bastante decepcionante si lo comparamos con mi objetivo diario de
2000, pero sé muchísimo más sobre lo que va a pasar que lo que sabía
por la mañana y, de hecho, se puede decir que no he dejado de escribir
en todo el día. Y tal vez mañana colgaré esta escena particular.
Así que, al final, lo conseguiré. Si no me muero antes.
Diana
ANOTADO
BIBLIOGRAFÍA
APÉNDICE I
ERRATAS
FORASTERA
Página 3: “1945”
Fecha de inicio. Bueno, este es uno de esos errores que no es
exactamente un error, pero bueno…cuando vendimos Forastera en los
EEUU, el libro empezaba en 1945, porque cuando consulté brevemente
un resumen de la II Guerra Mundial (una vez que decidí que ese era el
mundo del que procedía Claire), señalaba 1945 como el fin oficial de la
guerra, y como ésta no era el trasfondo principal del libro (y como de
todas maneras, pensaba que no iba a enseñar el libro a nadie), no miré
bien la cronología. Por tanto, un año después de vender el libro a un
editor norteamericano, lo vendimos en el Reino Unido, momento en el
que le dije (al editor británico): “¡Por lo que más queráis, que lo lea un
escocés antes de publicarlo; en realidad, yo nunca he estado en
Escocia!”
Reay Tannahill, una escocesa, historiadora y ella misma una buena
novelista histórica, leyó amablemente el manuscrito y me envió una serie
de pequeñas notas y correcciones, todas las cuales las incorporé al
borrador de Forastera; con una excepción.
Reay me dijo que 1946 sería una fecha mucho más conveniente, en
términos de las condiciones posbélicas que describía, ya que el
racionamiento, por ejemplo, era todavía normal en la Gran Bretaña de
1945. Pero el editor americano no quiso cambiar la fecha de inicio
(porque esto requeriría volver a copiar y editar todo el manuscrito, para
asegurarse de que se cambiaban todas las fechas coherentemente), y la
fecha de su publicación era inminente. “Además”, añadió, “en los
Estados Unidos nadie se dará cuenta” (por cierto, en esto tenían –casi-
toda la razón).
Sin embargo, por el bien de la exactitud –y porque más tarde causó otro
error más importante en la cronología de Atrapada- la fecha de inicio
debería haber sido en realidad 1946 en lugar de 1945.
Página 6:
Claire se refiere al “tatatatatatarabuelo” de Frank, mientras que en otros
lugares a Jack Randall se le menciona como el “seis veces abuelo” de
Frank. Quiero creer que Claire, como no tiene prácticamente ningún
interés (en este momento) por los detalles más minuciosos de la
genealogía, no está muy preocupada por ser precisa.
Página 28/29:
Frank y el Reverendo anuncian a Claire que han encontrado “noticias” de
Jack Randall, que Claire calcula que son de “alrededor de 1750”. Si Jack
Randall murió en 1746, no podía haber estado “acosando a la población
de la campiña” en 1750. Y como acababa de llegar a Fort William como
comandante cuando Jamie fue azotado en octubre de 1739, la fecha que
da Claire debería ser probablemente 1740. Por otro lado, Claire no es
historiadora, y no tiene conocimiento de la historia de Randall, por tanto
una desviación de una estimación a ojo de buen cubero de diez años
está bastante bien.
Página 62: “Espaldas de langosta”
Es un término que se usaba realmente para describir a los soldados
ingleses, pero no en Escocia. Fue de uso común algunos años después,
durante la Revolución Americana, pero probablemente no estaba
extendido en las Tierras Altas escocesas en 1743.
Página 105: La oración de Selkirk
La oración que pronuncia el joven Hamish es en realidad muy conocida;
se llama “La oración de Selkirk”. Es un fragmento auténtico de cultura
escocesa; sin embargo, fue escrita (o al menos a él se le atribuye) por
Robert Burns, que por desgracia no había nacido todavía en 1743.
La inclusión de esta oración fue una especie de accidente irónico;
originalmente me la encontré en una colección de poesía multicultural
para niños, donde se titulaba simplemente “Oración escocesa”, y era
atribuida a nuestro viejo amigo Anónimo. De todas maneras,
probablemente la habría reconocido si no fuera porque estaba evitando a
toda costa leer los libros de Robert Burns, porque sabía que todavía no
existía en la época de la que yo trataba, y quería evitar accidentalmente
utilizar su material anacrónicamente. Irónico, como digo.
Hace un año más o menos, me reuní con la Doctora Sheila Brock,
conservadora del nuevo Museo de Escocia. Al escucharla mencionar
que iba a empezar a leer Punto de Cruz, le advertí (con un poco de
alarma) que habían aquí y allá algunos errores (por ejemplo, la
substitución del inocuo y absurdo “cuchillo del calcetín” por el término
gaélico sgian dhu, y la Oración de Selkirk).
La Dra. Brock se rio y dijo: “Bueno, la oración de Selkirk se le atribuye a
Burns, pero no hay en realidad ninguna prueba de que fuera él quien la
escribiera. Creo que lo mejor que puedes hacer es decir que
probablemente Burns la extrajo de algún relato del folclore local”. Me
pareció un buen consejo, así que lo mantengo.
Página 105: “MacTavish”
Esto fue un poco torpe de mi parte. Al principio, había elegido para
Jamie el alias “Jamie MacTavish” cuando conoce a Claire, cuando los
escoceses no sabían quién era ella, pero sospechaban que era una
espía, y no querían revelar la identidad real de Jamie. Sin embargo, el
fragmento en el que se le presenta con ese nombre quedó fuera del
manuscrito cuando hice el reparto y encaje final de todos ellos. Y ni yo,
ni el editor, ni el corrector, nos dimos cuenta de este detalle, que ahí
quedó.
Página 160: “Cerezas y albaricoques”
Horticultores amigos me han informado de forma fiable de que en ese
período del año no había todavía ni cerezas ni albaricoques. ¿Soy
botánica? No.
Página 184: “Je suis prest”
Esta es una de esas cosas que no son un error, pero a menudo la gente
piensa que lo son. Sí, ya sé (como varias docenas de personas me han
dicho ya) que la forma correcta de escribirlo es “Je suis prêt”. Sin
embargo, el jodido hecho es que el lema de la familia Fraser es “Je suis
prest”. El “prest” es una forma obsoleta de escribirlo; la “s” fue sustituida
por la “ê” en algún momento durante el siglo XIX o XX, pero en el XVIII
era “prest” y en “prest” lo dejé.
Página 196:
“…La sangre de su corazón manchando las mismas hojas, teñidas por la
sangre del animal que le mató” debería ser “…la sangre de su corazón
manchando las mismas hojas teñidas por la sangre del animal que le
mató”.
Página 197: “Sirope de Nasturtium”
Mi experto botánico me informa de que la planta a la que los americanos
se refieren normalmente como “nasturtium” no se encontraba en Escocia
en el siglo XVIII, ya que su origen estaba en el Nuevo Mundo. Sin
embargo, otra planta (cuyo nombre se me olvida siempre) también
conocida comúnmente como “nasturtium” en el Viejo Mundo sí se
encontraba en Escocia. De todas formas, es la primera de la que se
obtiene un remedio para la indigestión; no creo que la planta del Viejo
Mundo tenga ningún uso médico.
Página 218: “Cerezo”
Vale, esto es lo que pasa cuando se escriben escenas sin orden y luego
se pegan unas a otras. Te encuentras con gente dando puñetazos a
cerezos en flor, cuando otros están ya cogiendo cerezas un mes antes
(aunque no deberían haberlo hecho). Y yo digo: ¡a la mierda todas las
cerezas!
Página 276: “Mi padre era un Fraser, por supuesto, un medio hermano
más joven del actual Señor de Lovat”.
Esto claramente debería haber sido un “medio hermano mayor”, ya que
Brian Fraser era considerablemente mayor que Simon, el Señor de Lovat
(a quien se describe, adecuadamente, como casi de la misma edad que
Jamie en Atrapada en el tiempo).
Página 277: “…que van uno al lado del otro desde la costa”.
Esto no es precisamente un error, pero suena mal. Debería haber puesto
algo así como “que van uno al lado del otro desde Inverness”. Aunque
Inverness está en el Estuario de Forth (que a su vez es una entrada del
mar), nadie lo describiría realmente como una ciudad que está “en la
costa”.
Página 286: “Balcón” debería ser “galería”.
Página 312: “Brian Dhu” debería probablemente ser “Brian Dubh”. No
existe una ortografía “correcta” del gaélico (ya que durante mucho
tiempo no se escribía, no hubo ningún intento importante de estandarizar
su ortografía hasta el momento presente), pero algunas formas están
más normalizadas y aceptadas que otras.
La ortografía gaélica no es nada consistente, especialmente si se
consultan documentos antiguos (bueno, para ser justos, la ortografía
inglesa tampoco lo es), y yo he visto “Dhu” usado como apodo escrito de
esa manera. Sin embargo, mi experto en gaélico dice que debería ser
“Dubh”, y él sabe mucho más que yo.
Página 313: “mo duinne” debería ser “mo nighean donn”.
Esto fue un intento por mi parte de convertir en gaélico, con la ayuda de
un diccionario, el término “mi castaña”. Mi experto en gaélico, Iain Taylor
(que se ofreció amablemente para el puesto después de leer los
primeros dos libros), me dice que la forma correcta debería ser “mo
nighean donn”, (mi chica de pelo color castaño), por eso lo pongo así en
mis libros posteriores.
Página 316: “Lag Cruime”
No sé si esto es exactamente un error, pero tmpoco es gaélico. Me lo
inventé.
Página 337: “Grants, supongo. O Campbells”.
“Campbells” debería ser “Chisholms”.
Página 445: “gris” debería ser “verde”.
Página 582: “Fergus nic Leodhas” debería cambiarse a “Fergus mac
Leodhas”; “nic” es “hija de”, mientras que “mac” es “hijo de”.
Página 584: la fecha de nacimiento del Joven Jamie.
Jenny le dice su hermano que su hijo cumplió dos años “el agosto
pasado”. Como esto lo dice a finales de octubre de 1743, Jamie Murray
habría nacido en agosto de 1741. Sin embargo, Jenny también dice que
su hijo “fue concebido seis meses después de ver a Randall por última
vez”. Si vio a Randall por última vez en 1739, cuando se llevó a Jamie
Fraser al Fuerte William, entonces Jamie Murray habría sido concebido
en abril de 1740, y nacido en enero de 1741, no en agosto.
Vaaaaaaaaaaaaale. Entonces cambiar “Agosto” por “enero”.
Página 586: “mi dhu” debería ser “mo nighean dubh”, según el uso
correcto del gaélico. Quiere decir “mi chica de pelo negro”.
Página 637: cambiar “ruadh” por “ruaidh”.
Página 691: “los números eran uno, nueve, seis y siete”. Esto se refiere
al año 1967 (ver página 692), y debería ser “uno, nueve, seis y ocho”
(1668). Mirad “1645”, p. 519; también “De dónde vienen los títulos”.
Página 692: Cambiar “mil novecientos sesenta y siete” a “mil novecientos
sesenta y ocho”.
Página 778: “el hábito negro de un franciscano”; bueno, esto también
podría ser un error, o no. Un investigador especializado en historia de la
iglesia me aseguró, después de leer Forastera, que los franciscanos
llevaban hábitos marrones. Pero al estudiar el tema más
concienzudamente, descubrí que había varias órdenes inferiores de
franciscanos que parecen haber llevado hábitos de todos los colores,
desde marrón a negro o gris (estos últimos eran llamados “los frailes
polvorientos” como consecuencia de ello). Por tanto, puede ser que el
Padre Anselmo hubiera llevado el hábito marrón de los franciscanos,
pero puede ser también que no.
Página 803: “hojas de mirra”; borrar “hojas”. La parte de la planta
Commmiphora myrrha que se usa como esencia aromática es el jugo
cristalizado, no las hojas.
Página 833: “1745” ha de cambiarse por “1746”.
Página 834: “El gráfico -¡ese maldito gráfico!- mostraba la fecha de su
matrimonio en algún momento del año 1744. Y el nacimiento de su hijo,
el cinco veces abuelo de Frank, poco después”. De hecho, Jack Randall
se casó a principios de 1746, pero seguro que a estas alturas ya
sabemos lo poco exactos que pueden ser los documentos históricos…
Página 834: “1744” debería ser “1745”.
Miscelánea
ATRAPADA EN EL TIEMPO
Página 778: “Pero las manos me empezaron a sudar solo de pensarlo, y
me las sequé discretamente en la túnica”. En realidad, en este momento
Claire todavía lleva su vestido, lleno de barro y sal. No se pone la túnica
del Padre Fogden hasta la página 779. Así que cambiad “túnica” por
“falda”. Por favor.
Página 913: “1968”. Esto no es un error si se ajustan las fechas de
Forastera de 1945 a 1946 y de 1967 1968 (consultad la cronología en
“De dónde vienen los títulos”). Pero si no están corregidas, entonces sí
es un error.
VIAJERA
Página 120: Cambiar “ajedrez” por “dados”.
Página 145: ¿a charaid(h)?
Página 244: cambiar 1945 por 1946.
Página 373-374: tenemos una prostituta llamada Mollie en una página, y
Millie en la siguiente. Elegid el que queráis, pero que sea el mismo
nombre en las dos páginas.
Página 681: “Tenía los ojos fijos en Fergus, que estaba haciendo
cosquillas a Marsali debajo de la barbilla con la pluma de un albatros,
sujetándola de un brazo, mientras ella luchaba sin éxito por apartarse”.
Bueno, este es otro de esos errores o quizá no tan errores. Como ya me
han dicho varios lectores astutos, Fergus solo tiene una mano, por tanto
lo lógico es que le fuera difícil sostener una pluma de albatros con el
garfio. Esto es verdad; pero por otro lado, no estoy tan segura de que no
pueda agarrar a Marsali del brazo con el garfio y usar la mano para
sostener la pluma. Naturalmente, no podría sujetarla muy bien así, pero
obviamente sí puede, si no Marsali no podría luchar “sin éxito”, ¿no?
Página 709: “Gideon y su hija”.
Vale, es justo. Claire no es una experta en la biblia, y yo tampoco. No era
Gideon, era Jephthath (Libro de los jueces, 12).
Página 822: MacKimmie/Joyce
Vale. Lo admito. Durante un tiempo perdí la cuenta de los maridos de
Laoghaire. Tuvo dos antes de casarse con Jamie: Hugh MacKenzie, uno
de los recaudadores de Colum, y luego Simon MacKimmie, el padre de
Marsali y Joan, que murió en prisión. Solo que no me había anotado el
nombre de Simon apropiadamente, y en un sitio le tenía como Simon
MacKimmie y en otro como Simon Joyce; y cuando escribí este
fragmento en particular, todavía no me había decidido sobre cuál iba a
elegir, así que incluí ambos nombres con la intención de borrar más
tarde el que no había elegido. Pero no lo hice.
Página 848: “¿Cuánta sangre dices que tiene una persona en el cuerpo?
Preguntó. “Unos siete litros y medio”, dije, sin entender. “¿Por qué?”. En
este momento de la historia, Claire está sufriendo mucho estrés, ha sido
atacada por un pirata y herida de gravedad. Por tanto, se puede
entender que haya tenido un momento de desconcentración, porque
seguro que sabe que el cuerpo humano contiene una media de unos 5
litros.
TAMBORES DE OTOÑO
Página 83: Al llamar a los clanes, me informan fuentes fiables, el uso
común dice que el representante de los MacDonald debería decir “Clan
Donald está aquí”, en lugar de “MacDonald está aquí”. Este es el uso
razonable, ya que “MacDonald” en realidad significa “hijo(s) de Donald”;
por otro lado, MacLeod, McKuen, MacLaren y (por lo que yo sé) todos
los demás clanes con “Mac” no hacen esto, sino que se llaman según la
versión con “Mac” del nombre. Y por otro, nadie dice que la costumbre
haya de ser consistente, y si el Clan Donald se quiere llamar a sí mismo
así, por mí no hay problema.
Página 94: los mismos horticultores vigilantes que me corrigieron sobre
la época de la cosecha de cerezas en Escocia me llaman la atención
sobre el momento en que se cosechan los melocotones en Las
Carolinas. Mmmm…. ¿Posiblemente no se les ocurre a estas almas tan
generosas que los patrones del clima pueden haber sido algo diferentes
en el siglo XVIII que ahora? (quizá no lo eran, pero me defiendo como
puedo).
Página 131: un amable lector de habla francesa me escribió para
preguntarme por qué había puesto el nombre de “Germaine” al hijo varón
de Fergus, ya que esta es la ortografía femenina de dicho nombre.
Bueno….porque no hablo francés, y ninguno de mis diccionarios
franceses incluía nombres. Por eso. Cambiar “Germaine” por “Germain”
siempre que lo veáis, por favor.
Página 420: moravos. Esto fue para mí un asunto algo confuso, porque
distintas fuentes me informaron de que los moravos eran: a) de Moravia
(bastante posible), que es parte de la actual República Checa, y que por
tanto hablan checo y que b) los moravos que se asentaron en Carolina
del Norte hablaban alemán. Como necesitaba germano parlantes (pensé
que no sería muy creíble que Jamie hablara checo o eslovaco, pero
sabía que sí hablaba alemán), opté por mencionar solamente a los
moravos en tono dubitativo, y presentar a los Mueller y al Pastor
Gottfried como luteranos alemanes, que seguro que sí estaban allí y que
hablaban alemán.
Sin embargo, ahora sí que sé de buena fuente que los asentamientos
moravos en Salem (que puede que aparezcan en futuros libros) se
componían de personas que hablaban alemán, a quienes se les llamaba
moravos porque el movimiento religioso al que pertenecían se había
originado en Moravia. Así que, ahí está, todo claro. No es que sea muy
importante, ya que no hay en realidad moravos en ninguno de los cuatro
primeros libros, pero hay que ser siempre lo más exacto posible.
Página 520: tejer. Una vez más, he aquí uno de esos errores/no errores.
Sabía que existían las agujas de tejer rectas en el siglo XVIII, pero eso
es todo lo que sabía de ellas. Por tanto, le pregunté a una de mis amigas
expertas en artesanía sobre la historia de las agujas de hacer punto,
queriendo saber si en esa época existían cosas como las agujas
circulares.
Me dio mucha información útil y valiosa, incluyendo una descripción de
un artilugio llamado “funda de tejer”, hecho de alambre de acero, y que
(supuse) se utilizaba para sujetar el exceso de puntadas cuando se
estaba confeccionando una pieza grande. Eso, por supuesto, es lo que
hacen las agujas circulares, y yo hice inmediatamente un salto mental,
haciéndolas a ambas equivalentes, y poniendo unas agujas de tejer
circulares en la cesta de Claire junto con las agujas de doble punta
cuádruples para remendar los talones de las medias.
Como supe más tarde gracias a los expertos del Foro de Artesanía de
CompuServe, una funda de tejer no es lo mismo que una aguja circular,
y aunque las agujas de doble punta son históricamente rigurosas, las
circulares no lo son. Por otro lado, me dijeron todos, les encantó la
escena. Y estamos escribiendo ficción más que historia, ¿no os parece?
Bajo ningún concepto pretendo que esta lista de erratas esté completa.
De vez en cuando recibo cartas muy interesantes o correos electrónicos
que me advierten sobre alguna pequeña inexactitud (real o no), que
obligatoriamente terminan con el remitente asegurándome amablemente
que todo está muy bien hecho, que solo ha encontrado un error menor
entre un montón de páginas….Le doy las gracias humildemente, y evito
mencionarle los errores de los que no se ha dado cuenta.
APÉNDICE II
GAELICO (GAIDHLIG)
RECURSOS
APÉNDICE III
POEMAS Y CITAS
Uno de los aspectos de la literatura y de las cartas del siglo XVIII que me
gusta especialmente es el uso fácil y frecuente de citas y alusiones
clásicas. En aquel tiempo, un hombre culto (o una mujer, había unas
cuantas) habría conocido a los escritores clásicos más importantes, y era
común utilizar referencias específicas o alusiones menos directas no
solo como forma de hacer visible el estatus social de uno mismo sino
también, supongo, por puro entretenimiento.
Una de las pequeñas ventajas de escribir ficción histórica sobre un
período bien documentado es la posibilidad de usar elementos del estilo
de dicho período en la narración del libro. Si se hace bien, proporciona a
la historia una atmósfera creíble que contribuye a la impresión general
de autenticidad (cuando no se hace bien, cuanto menos se diga, mejor.
Este es uno de los trucos estilísticos que se puede volver contra uno, si
el escritor no lo controla de manera apropiada).
Esta técnica particular es más obvia en libros ambientados durante la
Guerra Civil Americana. Casi nunca he visto un libro famoso de este tipo
que no use de alguna forma el lenguaje cortés, formal y bíblico que
aparece en los documentos del siglo XIX. De hecho, los lectores de
libros de la Guerra Civil están tan acostumbrados a este estilo que sería
difícil producir un libro ambientado en este período y que pretendiera ser
popular que no se valiera de esta manera de hablar.
Como los libros de la saga Forastera se narran principalmente desde el
punto de vista de Claire Beauchamp Randall, la forma de hablar que
predomina no es el escocés del siglo dieciocho, si no el de la II Guerra
Mundial –inglés británico-, articulado, educado, pero coloquial y
humorístico, aquí y allá condimentado con algo de blasfemia. Sin
embargo, las partes de los libros posteriores que se narran, por ejemplo,
desde el punto de vista de Jamie Fraser o Lord John Grey tienden a
utilizar los circunloquios y las elegantes estructuras gramaticales del
siglo XVIII.
Tanto para la persona de los años 1930 y 1940 como la de la mitad del
siglo XVIII con educación universitaria1, sin embargo, la lectura y la
facilidad para las citas eran atributos normales. Por tanto, para Jamie era
natural haber hecho grabar en el anillo de Claire una breve frase de
Cátulo, como también era lógico para Claire citar a Housman y
Coleridge.
Como yo no soy ni británica ni una experta en los clásicos, pregunté y
busqué, con el fin de encontrar las expresiones y la poesía apropiada.
Algunos poemas y citas me los enviaron amigos que sabían lo que
estaba haciendo y se habían topado con algo que pensaban que podía
servirme alguna vez; otros los encontraba durante mis investigaciones
para las novelas, y otros simplemente los había descubierto yo misma
gracias a mi intensa actividad lectora.
También utilicé frecuentemente citas y alusiones bíblicas porque eran de
uso común en el período en el que transcurren los libros, porque
sintonizaban con las cuestiones metafísicas y espirituales que éstos
plantean y, simplemente, porque resulta muy bonito.
No estoy segura de si he de sentirme desairada o no, pero no recibo
muchas cartas de prisioneros. Se podría pensar que los libros
voluminosos habrían de ser apreciados por ellos, pero quizá no…
Hasta ahora, creo que solo he recibido tres cartas de personas
encarceladas (no me quejo, no creáis). Pero una de ellas era de un
caballero que me pidió el texto completo del poema de Catulo al que
Jamie se refiere en Forastera. Me decía que el concepto le pareció
enormemente romántico, y que le gustaría escribir el poema con su
propia mano como un regalo para su esposa, añadiendo que ella lo
había pasado muy mal y que quería obtener así su perdón.
No podía negarme a una petición como esta, así que le envié el poema.
Desde entonces me lo han pedido muchas veces, éste y otros citados en
la saga, y por tanto he decidido hacer una lista de mis fuentes para
poesía y citas usadas en las novelas2 para quien tenga curiosidad.
En algunos casos, donde lo permiten los derechos de autor, he incluido
el texto entero de poemas cortos. Cuando un poema no está disponible o
es demasiado largo para reproducirlo entero, solo lo hago con el
fragmento al que se refiere la cita.
POESÍA LATINA
He utilizado perqueños fragmentos de varias invocaciones y oraciones
de esta monumental colección, cuando me parecían apropiadas para la
ocasión. Se trata de las siguientes:
- The Battle to Come, Volumen 1, página 113
- Soul Peace, Volumen 1, página 121
- The Soul Leading, Volumen 1, página 117
- House Protecting Volumen 1, página 103
- The Driving (An Saodachadh), Volumen IV, página 43
- The Death Blessing, Volumen 1, página 119
“Novelas”
Tras la publicación de Viajera, recibí cartas de algunos lectores
intrigados por los paralelismos entre lo que leían Claire y Jamie: Claire
estaba leyendo una novela romántica moderna (The Impetuous Piétate)
en las páginas 255-256, mientras que Jamie estaba leyendo lo que se
asumía que era su equivalente para el siglo XVIII. De hecho, lo que está
leyendo Jamie es Fanny Hill; Memoir of a Woman of Pleasure, una pieza
bastante notable de pornografía del siglo dieciocho de John Cleland,
publicada en 1747 (De hecho, Jamie también lee “historias de amor”.
Cuenta historias de The Adventures of Roderick Randoma y de The
History of Tom Jones, a Foundling a sus hombres de Ardsmuir, y más
adelante habla sobre Pamela, de Samuel Richardson (que es en cierta
manera más parecido a una historia romántica moderna en términos de
su asunto) con Lord John Grey, pero probablemente está leyendo Fanny
Hill con otros propósitos además de solo para distraer la mente).
En otro momento (Viajera, p.80/81), se muestra a Jamie leyendo lo que
parecen ser extractos del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, un cuento
popular –e incluso se puede decir que profético- de naufragio y aventura.
“Esta violenta lluvia me obligó a una tarea nueva, cortar un agujero a
través de mi fortificación, como un sumidero para que el agua pudiera
salir, ya que si no mi cueva se habría inundado. Después de haber
estado en ella durante un tiempo, y al no notar ninguna otra sacudida
posterior al terremoto, empecé a calmarme; y ahora, para elevar mi
espíritu, algo que verdaderamente necesitaba, me dirigí a mi pequeña
despensa y le da un buen trago a la botella de ron, lo cual hacía siempre
muy de vez en cuando, sabiendo como sabía que una vez que se
terminara no tendría manera de conseguir más.
Siguió lloviendo toda la noche y gran parte del día siguiente, por lo que
no pude salir al exterior; pero como estaba más tranquilo, empecé a
pensar….”
De Robinson Crusoe, Daniel Defoe (16660-1731)
1Aunque Claire no había recibido una formación universitaria en el
sentido más usual de la palabra, sí que tiene una base cultural
equivalente, debido a su educación tan poco ortodoxa y a su matrimonio
con un intelectual.
2Tanto como puedo. No pretendo que este apéndice sea absolutamente
APENDICE IV
RAÍCES
BREVE MANUAL SOBRE INVESTIGACIÓN
GENEALÓGICA
APÉNDICE V
(No traducido)
APÉNDICE VI
EDICIONES USA
Casa editorial: Delacorte Press (Dell) Bantam Doubleday Dell Inc. 1540
Broadway New York, NY 10036.
Forastera, tapa dura
ISBN 0-385-30230-4
Todavía se sigue imprimiendo, y aún con su cubierta original, que me
gusta mucho. El excelente artista que diseña todas las cubiertas de la
versión USA de tapa dura, Kinuko Craft, lee realmente los libros antes de
diseñarlos, detalle que yo aprecio mucho.
Forastera, tapa blanda, edición limitada a bajo precio; ya no se imprime.
Para facilitar la exposición de la serie a lectores nuevos,
simultáneamente a la publicación de Tambores, Dell lanzó una edición
especial limitada de Forastera en tapa blanda, a un precio de 3.99$; sin
embargo, esta edición se agotó y no se ha vuelto a lanzar. El diseño de
la cubierta (y el contenido, por supuesto), es idéntico al de la versión de
tapa blanda de precio normal; la única diferencia es el ISBN y el precio.
Forastera, tapa blanda
ISBN 0-440-21256-1
Este libro de bolsillo ha tenido hasta ahora dos cubiertas: la primera
tenía algunos elementos del diseño para la versión de tapa dura,
incluyendo el reloj, el puñal, el collar y el tartán. Sin embargo, también
mostraba una cubierta secundaria realmente desafortunada (una
cubierta interior, cuando se abre la exterior. Ésta, sin embargo, queda
visible a través de la cubierta exterior, que tiene un trozo cortado que
permite ver a un rostro saliendo a través del reloj), con dibujos que
intentan ilustrar la historia. Vale, el dibujo de Jamie no está mal. No se le
parece mucho, pero al menos es un joven medianamente atractivo con
cabello rojo, y tiene en su mano una espada del período y diseño
correctos. La mujer (se supone que es Claire)…..bueno, tiene el pelo
liso, pelirrojo, y se parece mucho al caballo que sujeta. La cubierta
exterior tiene también dorados por todas partes.
La siguiente cubierta es simplemente una buena adaptación (para un
tamaño más pequeño) de la de la tapa dura, con bandas de colores
sólidos arriba y abajo, donde pone el título y el nombre del autor. Muy
atractiva.
Atrapada en el tiempo (tapa dura)
ISBN 0-385-30231-2
Siempre me ha gustado esta cubierta en particular, tanto porque es muy
atractiva como porque es la primera sobre la que pude opinar. El artista
hizo algunos dibujos preliminares de la escena general, y el editor me los
envió, diciéndome que el dibujo necesitaba un “objeto central” de algún
tipo, y preguntándome si podía sugerirles algo.
“Bueno”, dije, frotándome las manos “se llama Libélula en ámbar
(traducción directa del título del libro en inglés). ¿Crees que sería ir
demasiado lejos si ponemos en la cubierta una libélula?”. Rápidamente
les envié dibujos (de mis propias fuentes de investigación) de distintas
copas y cálices escoceses de la época y…. ¡qué suerte!....de una libélula
suspendida encima de una copa rellena con un líquido (probablemente
debería haber sido un líquido rojo, “Sangre del dragón”, preparada por el
Maestro Raymond, pero supongo que pensaron que parecería
simplemente vino, mientras que el líquido verde que pusieron parecía
más como un veneno).
ESPAÑA/LATINOAMÉRICA
APÉNDICE VII
LA LISTA METADONA
Bueno, vale, soy lenta. O al menos, me cuesta más tiempo escribir estos
libros que lo que le cuesta a los lectores leerlos. Por tanto, una cuantas
personas me han preguntado si hay otros autores que escriban libros
como los míos, para poder tener algo que leer mientras esperan que
salga el siguiente libro de la saga Forastera.
Me sería difícil recomendar libros como los míos, porque tiendo a pensar
que los míos son únicos. Sin embargo, hay unos cuantos libros
excelentes que también son únicos, y que de la misma manera podrían
gustar a los lectores a quienes les gustan los míos.
He ordenado esta lista (más o menos) por secciones, según los
elementos o géneros principales de las historias. A aquéllos a quienes
les gusta más el argumento del viaje en el tiempo o los elementos
fantásticos de la saga disfrutarán probablemente los libros de la lista
Fantasía o Fantasía histórica, mientras que los que aprecian
especialmente los detalles históricos podrían preferir la lista histórica
pura y dura, y quizá los otros no les interesen tanto.
Aun así, recomiendo encarecidamente a la mayoría de los escritores que
aparecen en esta lista por mi experiencia personal como lectora; he
añadido alguno que no he leído, pero he oído críticas excelentes sobre
su obra. Probadlos. ¡Espero que os gusten!
FANTASÍA HISTÓRICA
FANTASÍA
Laurell K. Hamilton
The Anita Blake, Vampire Hunter Series
Una saga única (son unos nueve libros), que trata las aventuras de Anita
Blake, con licencia para ejecutar vampiros y resucitadora de zombis
que, en el curso de la saga, es cortejada por un hombre lobo y un
vampiro, y que se enfrenta a la mayor variedad de criaturas
sobrenaturales que yo he visto nunca. Es extremadamente violenta y
sangrienta, pero nunca gratuitamente. La acción nunca se detiene, pero
el aspecto más interesante de la saga es la creciente complejidad de las
cuestiones morales que plantea, mientras el personaje principal explora
sus propios poderes con mayor profundidad y comienza a preguntarse
cuáles son exactamente las diferencias entre los humanos y los
monstruos.
Lois McMaster Bujold
Shards of Honor
Es una historia que se desarrolla en el futuro, pero con personajes y
valores instantáneamente reconocibles aquí y ahora. Narra una gran
aventura, con una historia de amor central fuerte.
Anne McCaffrey
Es una excelente narradora –y prolífica escritora- que escribe sobre
dragones, telepatía y otros elementos de aventura.
Raymond Feist
Faerie Tale
The Riftwar Saga (serie de seis libros)
Todos sus libros son buenos; los seis de la Saga Riftwar los recomiendo
para los que disfruten especialmente de la mezcla entre fantasía y
aventura. Faerie Tale es un único libro, y en mi opinión el más
interesante de todos, en el que mezcla lo sobrenatural con la sexualidad
de una forma muy curiosa.
Richard Adams
Watership Down
Este libro te proporciona aventura y entretenimiento, junto con la
sensación de estar completamente rodeado por otro mundo. En este
caso, una madriguera de conejos.
FICCIÓN HISTÓRICA
Jack Whyte
Sus libros (seis hasta ahora) tienen como argumento la Gran Bretaña
anterior al Rey Arturo, e incluyen personajes tales como Merlyn y el
propio Arturo, pero son ficción histórica pura, sin tintes de magia o
fantasía. Como Jack dice, “quería averiguar cómo la maldita espada
quedó clavada en la piedra –y cómo el muchacho consiguió extraerla-
sin tener que invocar a la magia”. Y lo ha conseguido. Y a la vez,
proporciona una imagen detallada y absorbente de lo que sucedió en
Gran Bretaña cuando las legiones romanas recogieron sus tiendas y se
marcharon, dejando que los colonos romanos que quedaban lidiaran con
las tribus celtas locales y lucharan para preservar su concepto de
civilización.
Dorothy Dunnett
The Lymond Chronicles (seis libros)
The Niccolo Series (ocho libros)
Dunnett escribe grandes y voluminosas novelas históricas, con ricos
argumentos y mucho detalle. Las crónicas Lymond están ambientadas
en el siglo XV, la Serie Niccolo en el XIV. Ambas cubren mucho territorio,
incluyendo la mayor parte de los países europeos y el Mediterráneo.
Dunnett es uno de esos autores a quienes la gente odia o ama; sin
término medio. Su estilo de escribir es rico y su prosa a menudo muy
bella, aunque a veces encuentro que hace demasiados rodeos.
Jennifer Roberson
Lady of the Forest
Lady of the Glen
Lady of the Forest es un recuento de la leyenda de Robin Hood, desde el
punto de vista de la doncella Marian. Lady of the Glen es una historia
mucho más directa: una narración bastante precisa, aunque con ficción,
de la Masacre de Glencoe.
NIgel Tranter
The MacGregor Trilogy
Y otros
Tranter es un autor británico muy popular de ficción histórica. La Trilogía
MacGregor trata de la era jacobita de la historia escocesa, pero tiene
otros muchos títulos muy interesantes que tratan de otras épocas del
pasado de Gran Bretaña.
Robert Louis Stevenson
Antiguo, pero bueno. Si no habéis leído La isla de tesoro o Secuestrado
recientemente, daos el gusto de volverlo a leer.
Morgan Llywelyn
Sus libros tratan a veces de personajes legendarios y otras de
personajes y eventos históricos. Lo ambienta en la historia celta, que
investiga muy bien, y sus historias son absorbentes.
Charles Palliser
Quincunx
Si Charles Dickens hubiera estado interesado en escribir historias
entrelazadas, habría escrito esta. Es un libro enorme, con múltiples
tramas interrelacionadas, todas escritas en un estilo victoriano muy
auténtico. Muy evocador y tremendamente interesante, pero no es fácil
de leer.
Brian Moore
Black Robe
Ambientado a finales del siglo XVII, es un libro pequeño pero muy
evocador; es la historia de un joven sacerdote francés, enviado a
convertir y servir a los Hurones.
Para aquéllos que, una vez que han encontrado algo que les gusta,
puedan seguir y seguir. Estas sagas son excelentes. Algunas están
basadas en eventos históricos, otras utilizan solo marcos históricos para
elaborar aventuras ficticias, pero sin ser fantásticas.
Patrick O’Brian
Las sagas Aubrey/Maturin
O’Brian es el más famoso de los novelistas históricos navales. Su serie
(el primer libro es Master and Commander), que nos presenta al Capitán
Jack Aubrey y su amigo y cirujano Dr. Stephen Maturin, transcurre
durante las guerras napoleónicas. Grandes personajes, un lenguaje
maravilloso y excelente detalle histórico.
C.S. Forester
La serie de Horatio Hornblower
No tan sofisticado como O’Brian, pero también un buen contador de
historias. La saga Hornblower cubre el mismo período y ambiente –la
marina británica durante las guerras napoleónicas- que O’Brian, pero es
muy diferente en carácter y estilo.
Sharon Kay Penman
Penman escribe sobre acontecimientos históricos británicos importantes,
utilizando personajes históricos tanto reales como ficticios.
Bernard Cornwell
La saga Sharpe
He leído un par de los otros libros de Cornwell, que me parecieron bien
investigados. Todavía no he leído la serie Sharpe. Lo estoy guardando
para un momento especial, para cuando termine el siguiente manuscrito,
pero me lo han recomendado mucho. El canal PBS hizo una miniserie
basada en alguno de los libros, que fue bien recibida. El período es el
mismo que el que cubren O’Brian y Forester, las guerras napoleónicas,
pero Sharpe es un soldado en lugar de marino.
George MacDonald Fraser
La serie Flashman
Flashman es un hombre a quien odias o amas. Un tramposo, un
sinvergüenza, un acosador, un canalla, va dando saltos por la historia y
el lector le vitorea. Estos libros son no solo increíblemente entretenidos,
sino que además están muy bien investigados. La carrera de Flashman
recorre buena parte del siglo XIX, y varios continentes.
Winston Graham
La serie Poldark
Ambientada en Cornualles a finales del siglo XVIII. Es como una
telenovela histórica muy buena, con personajes extremadamente
interesantes.
MISTERIOS HISTÓRICOS
Anne Perry
Perry ha escrito dos series, ambas ambientadas en el Londres
victoriano. Una trata de un matrimonio: Thomas Pitt (un policía) y su
mujer, Charlotte. La otra serie trata de Edward Monk, un policía que se
despierta en el primer libro de la saga (The Face of a Stranger) en un
hospital, sin memoria alguna de quién es o cómo llegó allí. Ambas sagas
son excelentes en cuanto a detalle y asuntos sociales. Muy buena trama.
Steven Saylor
La saga de Saylor nos presenta a Gordianus el Inventor, y transcurre en
Roma durante el primer siglo antes de Cristo. Escrito con un estilo
literario excelente y mucha sensibilidad ante la antigua Roma.
Lindsey Davis
Es una serie diferente ambientada en la Roma antigua, nos presenta a
Marcus Didius Falco, un detective del siglo IV, y su amiga, Lady Helena
Justina. Mucho más ligero que los libros de Saylor, y una cuestión de
gustos; a mucha gente le gusta, a otros no.
Sharan Newman
La saga de Catherine LeVendeur (hasta ahora cuatro libros) ambientada
en la Francia medieval. Personajes muy interesantes, con sentido del
humor.
Walter Satterthwait
Walter ha escrito una saga de misterios contemporáneos excelente, pero
también un par de misterios históricos de un solo volumen. Uno de ellos
–Wilde West- por desgracia ya no se edita, pero merece la pena
buscarlo; presenta a Oscar Wilde como detective. Tiene otros dos
misterios más recientes: Escapade (con Harry Houdini) y Masquerade,
con Beaumont, un agente Pinkerton.
Dorothy L. Sayers
Una de las escritoras que más influencia ha ejercido en mí. Aunque no
se escribieron originalmente como misterios “históricos” –en ese
momento eran contemporáneos- los misterios de Lord Peter Wimsey son
de los mejores, en términos de representación de ambiente físico y
social, con personajes ricos, de tres dimensiones, tramas entretenidas y
lo que mi marido se refiere como Profundo Significado (es decir,
cuestiones morales con implicaciones que van más allá de la historia
inmediata. “¿Tiene esto mucho Significado Profundo?” pregunta cuando
le doy un fragmento mío nuevo para leer).
FICCIÓN CONTEMPORÁNEA
Sharyn McCrumb
La Saga de los Apalaches: If I Ever Return, Pretty Peggy-O, The
Hagman’s Beautiful Daughter, She Walks These Hills, The Rosewood
Casket, The Ballad of Frankie Silver.
McCrumb ha escrito una serie de misterios contemporáneos ligeros, que
a mí también me gustan, pero recomiendo en particular las novelas de
“Baladas”, ambientadas en Los Apalaches de hoy en día, pero con
fuertes raíces en el pasado de la región.
Dana Stabenow
Los misterios de Stabenow están bien construidos, y tienen como
protagonista a un personaje principal fascinante: Kate Shugak, una
investigadora de las islas Aleutianas, que vive en su casa de campo en
Alaska; pero los incluyo aquí por su calidad en el detalle y las emociones
de una cultura diferente.
Reginald Hill
Uno de los mejores escritores británicos de crimen contemporáneos. Hill
tiene dos series y unos pocos títulos sueltos. Me gustan todos, pero los
que más, sus libros de Pascoe y Dalziel y su serie más reciente,
protagonizada por Joe Sixsmith.
FICCIÓN ESCOCESA
Iain Banks
The Crow Road, Complicity, Feersum Endjinn, The Wasp Factory
Los demás libros de Banks son probablemente también buenos –al fin y
al cabo es uno de los escritores escoceses modernos más populares-,
pero estos son los que he leído hasta ahora y puedo recomendar
personalmente. Algunos de sus libros se clasifican como ciencia ficción,
otros como ficción. Abarca una amplia gama de estilo y carácter, y es un
escritor muy dotado.
M.C.Beaton
La serie que trata de Hamish Macbeth es muy ligera y fácil de leer, pero
tiene mucho encanto y consigue transmitir mucho afecto por el policía
desgarbado y pelirrojo de las Tierras Altas que es su protagonista.
William McIlvanney
Al otro lado de la escala literaria, tres de los cuatro libros de McIlvanney
tratan de un policía de Glasgow, John Laidlaw (el cuarto, el Kiln, es una
novela autobiográfica, también muy buena). Muy líricos, muy crudos; no
es una combinación fácil. También muy escoceses.
John Buchan
John Macnab Witch Wood
Cuentos escoceses clásicos
D.K. Broster
La trilogía jacobita
Tres novelas interrelacionadas, ambientadas en 1745.
John Greig
El retorno de John Macnab
Es un recuento del cuento de Buchan; es decir, una historia diferente
(contemporánea) pero basada en –y que explora algunos de los mismos
asuntos que- el John Macnab original.
Irvine Welsh
Trainspotting, Marabou, Stork Nightmares, The Acid House, Ecstasy,
Filth
Irvine Welsh no es para almas delicadas. Estos libros son al mismo
tiempo horribles e hilarantes. También conmovedores. Además,
Trainspotting, Filth (y partes de Marabou) están escritos enteramente en
un fuerte dialecto de Edimburgo, que a algunos lectores les puede
parecer pesado.
Ian Rankin
Knots and Crosses, Wolfman, Strip Jack, The Black Book, Mortal
Causes, Black and Blue, The Hanging Garden.
Rankin es a veces difícil de encontrar en los EEUU, aunque se está
haciendo más popular; algunos de estos títulos pueden ser ediciones
británicas. Disponibles a través de librerías de misterio especializadas y
en internet. Los libros mencionados arriba son de tema policial, que
transcurren en Edimburgo y nos presentan al Detective John Rebus. Son
historias duras, pero bien escritas y con una buena caracterización de
los personajes.
ROMANCE
Para aquéllos a quien les gustan más las historias de amor, estos son
varios buenos escritores de romance puro (es decir, romance sin mezclar
con otros géneros).
Laura Kinsale
Susan Elizabeth Phillips
Judith McNaught
Nora Roberts
No he hecho una lista de títulos individuales, porque todas estas
escritoras son bastante prolíficas.
LIBROS RAROS
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Delacorte Press
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Copyright 1999 por Diana Gabaldon.