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UN CORAZÓN COMPROMETIDO A ORAR

INTRODUCCIÓN
Ilustración
LA ORACIÓN: UNA VERDAD NO NEGOCIABLE
Imagínate que te diagnostican con una enfermedad letal, que el doctor te ha
dicho que morirás dentro de unas horas a menos que tomes una medicina
determinada, una píldora cada noche antes de irte a dormir. Imagínate que se
te informó que nunca podrías dejar de tomarla o morirías. ¿Olvidarías
tomarla? ¿Dejarías de tomarla algunas noches? No. Sería tan importante que
no lo olvidarías. Bien, si nosotros no oramos a Dios, no vamos a lograrlo
debido a todo lo que tenemos que enfrentar. Tenemos que orar; simplemente
no podemos descuidarnos en esto.
La oración a la luz del testimonio bíblico
“Es la manifestación de una relación personal del creyente con Dios”.
REQUISITOS FUNDAMENTALES DE LA ORACIÓN
1. Conciencia de nuestra necesidad. Primordialmente se trata de nuestra
necesidad de Dios mismo. Dios debe ocupar un lugar prioritario en
nuestra vida, pues es la fuente de todo bien. No podemos olvidar que
mucho más importante que las bendiciones de Dios es el Dios de las
bendiciones. (Salmos 73:25 – 26). Pero también debemos ser
conscientes de los innumerables problemas, conflictos y necesidades,
tanto temporales como espirituales, que ponen al descubierto lo
limitado de nuestras posibilidades para hacerles frente con éxito.
(Salmos 40:17).
2. En el nombre de Jesús. Seis veces, en su discurso de despedida, Jesús
indica a sus discípulos que lo que pidieran al Padre debían hacerlo en
Su nombre (Juan 14:14, 26; 15:16, 21; 16:24, 26). Cristo es el
fundamento, la justificación y la legitimación de nuestras oraciones.
Sin la mediación de Jesucristo, la santidad de Dios vedaría nuestro
acceso a Él. Nuestra propia conciencia de indignidad paralizaría todo
intento de aproximación a Aquel ante quien los serafines cubren sus
rostros y dicen a voces: “Santo, Santo, Santo, es Yahvéh de los
ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). Pero esto
no puede hacerse a la ligera, como si fuese una expresión mágica. Orar
en el nombre de Jesús sólo tiene sentido verdadero y eficacia cuando
nos identificamos con Cristo de modo tal que su voluntad viene a ser
nuestra voluntad; cuando nuestros supremos intereses son los intereses
de Su Reino. Dicho de otro modo, no podemos sellar con el nombre
de Jesús peticiones que él jamás habría hecho.
3. Fe. La fe es primordial en la oración (Hebreos 11:6; Mateo 21:21 –
22; Santiago 1:5 – 7). Ahora, hay que hacer una distinción
fundamental. Existen dos clases de duda. Una que nos aleja de Dios y
otra que nos lleva a él. La primera acaba hundiéndonos en la
incredulidad, en la renuncia a la esperanza e incluso en la rebeldía. El
segundo caso, la duda es un acicate que mueve al creyente a buscar
con mayor ardor la ayuda del Señor. (El caso de Juan el Bautista,
Mateo 11:1 – 2). Gracias a Dios, la eficacia de nuestras oraciones no
depende de la intensidad o de la pureza de nuestra fe, sino de pese a lo
débil de nuestra confianza, acudimos ante el trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro
(Hebreos 4:16).
4. Obediencia. Si el hombre quiere vivir en comunión con Dios y gozar
del privilegio de invocarle en oración, ha de hacerlo en un plano de
comportamiento moral acorde con las santas leyes de Dios. En el A.T.
se observa que la oración debía ser más que una mera práctica
litúrgica. Los sacrificios y las ofrendas carecían de valor cuando eran
presentados por personas alejadas de Dios y rebeldes. Esta falsa
religiosidad era un insulto a Dios. Con ella se pretendía ganar el favor
divino sin necesidad de renunciar a la iniquidad. Esta inconsecuencia
absurda forzosamente había de provocar la indignación y el repudio
por parte de Dios (Isaías 1:15). La desobediencia deliberada y
persistente rompe todo vínculo de relación con Dios y reduce la
oración a una farsa abominable. El mensaje del N.T. Confirma esa
verdad. El valor de una súplica a Dios no depende de que se invoque
el nombre de Cristo diciendo con vehemencia: ¡Señor!, ¡Señor!, sino
el cumplimiento de Su voluntad (Mateo 7:21; 1 Juan 3:21 – 22, Salmos
68:18 – 19).
5. Sumisión a la soberanía de Dios. Vivir en actitud constante de
obediencia al Padre celestial contribuirá en gran manera a que nuestros
deseos y su voluntad coincidan, lo que asegurará una respuesta
positiva a nuestras oraciones. En algunos casos, creyentes dotados de
especial percepción y sensibilidad espiritual llegan a tener una certeza
casi absoluta de que lo que piensan y hacen corresponde plenamente
a la intención divina. Pero una pretensión de certidumbre absoluta
respecto al conocimiento de la voluntad de Dios tiene sus riesgos. Es
muy posible que aun en los momentos de mayor discernimiento y de
más íntima comunión con Dios tengamos ideas equivocadas acerca de
Su voluntad y que, como consecuencia, hagamos peticiones contrarias
a ellas. Si Él nos niega lo que le pedimos no lo hace arbitrariamente,
sino porque tiene para nosotros propósitos superiores a nuestros
deseos. Como Padre amante, jamás nos dará algo que pueda
perjudicarnos; ni siquiera nos dará lo bueno si nos tiene reservado lo
mejor. Dios no puede – no debe – acceder a todas nuestras suplicas de
acuerdo con nuestros deseos. No faltan en la Escritura ilustraciones de
lo desastrosa que puede ser la concesión de peticiones inspiradas en
ambiciones malsanas (El caso de Lot, Gen. 13). Por otro lado, la
negativa divina a nuestras peticiones muchas veces dan lugar a una
manifestación gloriosa del poder y la gracia de Dios (El caso de Marta
y María, Juan 11:6…; Pablo y el aguijón en su carne…2 Corintios
12:7 – 10, El caso más grande, el caso de Cristo, Marcos 14:36).
6. Perseverancia. Es frecuente la experiencia de la persona que ora
durante un tiempo con una petición concreta. Lo hace persuadida de
que el objeto de su oración es razonable, justo, no contrario a la
Palabra de Dios. Pero transcurren días, meses, años, y todo sigue igual.
Dios no responde. En algunas situaciones este silencio de Dios puede
hacerse amargamente angustioso. Y la petición se convierte en
turbación y queja (Ver Salmos 22:2; Habacuc 1:2). La espera
prolongada puede producir desánimo, cansancio y decepción.
Finalmente, en muchos casos, el creyente acaba callando también,
dejando de orar. Esta decisión puede parecer natural y casi justificada,
pero no es correcta. Revela miopía espiritual, incapacidad para
entender el concepto divino del tiempo. (Tenemos nuestro propio
sistema cronológico). Por otro lado, juzgamos nuestras situaciones
según la limitada perspectiva de nuestra propia vida. Dios jamás
defrauda a quienes confían en Él. Pero no siempre obra con la rapidez
con que sus hijos desearían. Ni del modo que ellos esperan. La
respuesta de Dios, si la petición es conforme a su voluntad, llegará en
el momento oportuno. La larga espera tiene efectos saludables para el
alma piadosa: (1) Robustece la fe y la paciencia, esenciales para la
maduración espiritual. (2) La perseverancia en la oración aviva la
comunión con Dios.
7. Disposición para el compromiso. La oración no solo nos introduce a
la presencia de Dios; también nos asocia a Él. Y nos obliga.
Frecuentemente es nuestra necesidad lo que nos mueve a dirigirnos a
Dios; pero, en comunión con Él, pronto nos son reveladas Sus
necesidades y somos requeridos a suplirlas (El caso de Nehemías. El
caso de la mies es mucha y la elección de los discípulos, Mateo 9:36
– 10:1.). La multiplicación de los panes y los peces fue obra de Cristo,
pero una vez que hubo sido realizado el milagro a los ojos de la
multitud, Jesús entregó la gran provisión a sus discípulos para su
distribución. No podemos orar frívolamente. Lo que pedimos nos
compromete. Rogar a Dios su bendición para que el Evangelio se
extienda nos obliga a considerar seriamente nuestra participación en
la tarea de la evangelización. Oración y acción.

PREGUNTAS SOBRE LA ORACIÓN


1. Un Dios tan grande como el revelado en la Biblia ¿Va a interesarse
por mí? Él Dios del macrocosmos es también el Dios del
microcosmos.
2. ¿Por qué orar si Dios ya conoce nuestras necesidades? El propósito de
orar no es informar a Dios acerca de nuestras necesidades, ni de
persuadirle para que intervenga, ni de instruirle en cuanto al modo de
contestar nuestras oraciones. Somos nosotros los que necesitamos la
oración. En la experiencia de pedir y recibir adquirimos plena
conciencia de la realidad de nuestra relación Padre e Hijo. (el caso de
Elías).
3. La oración ¿No fomenta la pasividad? Muchos de los textos usados
para apoyar la pasividad, son muchas veces sacados de contexto. En
realidad hay momentos en que Dios manda a su pueblo a solo esperar
en Él, pero aquello se encuentra ligado a un contexto. Por lo general,
la oración va siempre acompañada de acción.
4. ¿Puede la oración cambiar la voluntad de Dios? Existen decretos que
son incondicionales, los cuales no pueden cambiarse. Sin embargo hay
decretos divinos que son condicionales y que pueden ser cambiados al
orar. (Lucas 13:34; Mateo 19:6)

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