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transversales
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Jorge A. Huergo
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acentúan la mirada semiótico-social, en la que se considera el discurso social
como todo lo que se dice, se imprime, se narra y se argumenta, pero además las
reglas y tópicos ordenadores, que no se dicen. El enfoque semiótico hace impacto
en los estudios del lenguaje, los rituales escolares, el curriculum y la práctica
educativa cotidiana, como componentes del horizonte cultural escolar[10]. En un
alcance más amplio, se pretende investigar las formaciones discursivas y el orden
del discurso en su relación con los regímenes de saber y de verdad, en los
procesos de producción de sentidos en educación. La comprensión sociocultural
de la educación (desde los estudios pioneros de Paul Willis) ha recorrido también
el camino del interaccionismo simbólico, la etnometodología y la etnografía. Ha
sido posible establecer, así, los alcances del desorden y de los procesos de
descentramiento cultural. En particular, ha sido posible comenzar a comprender
las alfabetizaciones posmodernas: formas de transmisión de conocimientos,
saberes, prácticas y representaciones, relacionadas con múltiples modos de
comunicación, diversas formas de estructuración de la percepción y una total
transformación en la construcción de las acciones, las aspiraciones, los
imaginarios colectivos. Estas alfabetizaciones múltiples están provocadas por los
medios y nuevas tecnologías, a la manera de una «pedagogía perpetua» que
excede el control y organización escolar[11] .
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nuestras sociedades[16]. Finalmente, las propuestas animadas por un modelo
pedagógico crítico apuntan a provocar instancias dialógicas frente al material
utilizado, lo que alienta la reflexión y la toma de posición[17], o que se centra en el
uso de los medios en la «educación popular», como una alternativa[18]. Por lo
general, el modelo crítico contiene una modalidad participativa y se procura
integrar a los medios en un «proyecto educativo». En esta línea, algunos autores
(haciendo especial referencia a la educación a distancia) plantean un enfoque
alternativo centrado en la capacidad productiva (como emisores) de los
receptores[19], o en la participación y en diferentes mediaciones pedagógicas[20].
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La cuestión, como es evidente, no puede reducirse sólo a las perspectivas
tecnófila y tecnófoba, que son opuestas y excluyentes; las ventanas por las que es
posible acceder a la relación entre tecnologías y educación se refieren a diferentes
zonas que, muchas veces, se entrecruzan y entremezclan y que dan cuenta de la
complejidad del problema. Una primera ventana ubica el problema en el debate
autonomía/dependencia en América Latina, referido a la inclusión de tecnologías
en educación[23]. Otra ventana condensa una preocupación por decidir que y
cuáles tecnologías incorporar como medios de enseñanza[24] y cómo las
tecnologías vienen a renovar la enseñanza misma[25]. La tercera ventana hace
hincapié en la necesidad de una apropiación de las tecnologías desde horizontes
pedagógicos[26], aprovechándolas para transformar la pedagogía tradicional[27]. La
cuarta platea la cuestión del conocimiento en un ecosistema comunicacional que
redefine la relación hombre/máquina[28]; en esta línea algunos se preguntan por los
alcances de la duda y la búsqueda, como motores del conocimiento crítico[29].
Aunque sin agotar los accesos, una quinta ventana propone enseñar
conocimientos tecnológicos para acceder a un caudal formidable de información
disponible, lo que provocaría transformaciones en las estructuras sociales y
económicas[30]; esta línea se ha hecho fuerte en las reformas educativas
neoliberales de los noventa.
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instituciones y proyectos que los encarnan experimentando una autoidentificación
con ellos.
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formas desordenadas de la cotidianidad al disciplinamiento social como
concreción del anudamiento entre orden y control. En concreto se refiere
a que la educación disciplina la entrada del mundo en la conciencia, un
supuesto de la concepción «bancaria» denunciado por Paulo Freire[34]
(cfr. Freire, 1970), lo que implica dos cosas: que el educando es pasivo y
que la institución escolar es la portadora y guardiana de «lo culto». Este
disciplinamiento opera no sólo en el orden del conocimiento, sino en el
de la cultura y de las prácticas. Como tal, conserva en el nicho escolar a
«lo culto», escamoteando la realidad: ya no existe «lo culto», sino la
cultura como complejidad y como pugna. Y, además, se disemina en
rituales y rutinas, en secuencias de contenidos, en administración de
espacios, en diseños arquitectónicos, en dispositivos de vigilancia, de
inspección, de registro y de examen y, en particular, en los modos de
trabajar con la comunicación.
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de leer y de la des-localización de los saberes, y trabaja con los medios
como si fueran libros.
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Pero, además, la tecnoutopía ha contribuido a imaginar que es posible la
construcción de redes de comunicación transparente; es decir, al segregar la
tecnología de la cultura, a la vez separa a la comunicación de los (confusos y
opacos) procesos culturales. Y es a partir de esta formación cultural emergente
que cristaliza diferentes tradiciones, que se ha reforzado un sentido que podemos
nombrar como «comunicación para la educación» y que contiene la creencia de
que la comunicación implica transparencia entendida como claridad, esto es, como
lo contrario a la opacidad de los procesos socioculturales. Y transparencia en
varios sentidos:
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resistencia, parece ser compartida por muchos investigadores actuales
relevantes[46].
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la acción transformadora de las condiciones materiales desiguales e injustas en la
producción de esas identidades.
Pero esto acontece como pugna en los escenarios educativos o escolares. Pugna
entre el desarreglo de las relaciones disciplinarias y sus imperativos y la
desimplicación de su marcaje, por un lado, y el remanente disciplinario con su
ímpetu normalizador renovado que permea en muchos proyectos e instituciones
educativas. En su lucha, la escolarización todavía pretende ser portadora y
guardiana de «lo culto», y como tal conserva en el nicho escolar a «lo culto»
(como objeto de culto laico), escamoteando o ignorando la cultura como
complejidad y como pugna por el sentido. El escenario educativo está
testimoniando la impotencia de la racionalización: se ha transformado en «campo
de juego» donde se evidencia (de manera persistente) el conflicto entre el
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horizonte cultural moderno (racional) y los residuos culturales no-modernos (no
racionales[51]). Los residuos culturales no-modernos, que no han alcanzado a ser
ordenados y controlados por la racionalización moderna, revelan el modo en que
se juega la hegemonía en el escenario escolar y en que es desafiada y contestada
la cultura dominante. Estos residuos se redefinen a través de diferentes tácticas
(de los débiles), aunque existen como dos formas paradigmáticas
«posmodernas». Una, las «formas resistentes de afirmación» de determinadas
matrices culturales, que hacen problemática el análisis de las resistencias
exclusivamente en términos de negación[52] y que evidencian la pugna por hacer
reconocibles determinadas «señas» de identidad; de modo que no son simples
«resentimientos», más propios del pulcro burgués[53], sino formas afirmativas de
resistencia. La otra, la emergencia de nuevas formas de exclusión sociocultural
articuladas con una efectiva situación de condena a «ser inferior», resultante del
cruce entre condiciones socioeconómicas de pobreza y empobrecimiento y
matrices culturales o identitarias de los sujetos.
La educación del niño entendida como preparación para, ignora y acalla las
revolturas socioculturales contemporáneas: una cultura de lo efímero, una imagen
del «joven» que deviene deseo para los adultos, una desarticulación entre
«educación para el trabajo» y el mundo del empleo, una desigualdad globalizada
en el mercado. Ignora y acalla, además, la emergencia de una cultura pre-
figurativa en la que se produce un cambio en la naturaleza del proceso cultural: los
pares reemplazan a los padres[54]. Sobre todo, la educación como preparación
para ignora o acalla una revoltura en el «estatuto de la infancia». La revoltura, que
alcanza a los sujetos de la educación, implica una cri-sis, corrimiento y redefinición
de lo que fue el «estatuto de la infan-cia», no sólo originada por el consumo
cultural de los niños (que no se corresponde con las los productos/ofertas del
mercado para niños) o por la aparición (como expresan algunos europeos
azorados) de los «teleniños», sino como consecuencia de la total depredación y
precariedad sociocultural producida por los modelos neoliberales[55].
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Los ámbitos educativos, entonces, se han transformado en los lugares donde
diversas formas de resistencias se ponen de manifiesto. Así, es imprescindible
poner atención a la autonomía parcial (o «autonomía relativa») de las culturas que
juegan (y se juegan) en el escenario escolar, y al papel del conflicto y la
contradicción existente en el proceso de reproducción social. Por este camino es
posible comprender los modos en que trabaja la dominación política aun cuando
los estudiantes rechacen desde sus culturas la ideología que está ayudando a
oprimirlos.
Lo que comunica esta revoltura, todo este desorden, es que la comunicación, lejos
de haber contribuido a configurar un mundo más armonioso, se encuentra con un
mundo infinitamente más complejo y conflictivo: revela un mundo más desdichado.
La utopía tecnológica según la cual los avances y las nuevas modalidades de
comunicación mediada por tecnologías cada vez más sofisticadas estarían
directamente vinculados con una vida social más armoniosa y más justa, no
parece ser más que una ilusión.
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La pregunta, más allá de las respuestas preconcebidas, puede estar animada por
ciertas continuidades: reflexiones e investigaciones que existieron en la historia
latinoamericana y que partieron del reconocimiento de la relación entre
educación/comunicación, cultura y política. Una de ellas, que consideramos
tradición residual, es la del pedagogo argentino Saúl Taborda (1885-1944), quien
investigó las prácticas, las formas y las instituciones culturales en Argentina,
llegando a sostener que los principios pedagógicos deben deducirse del hecho
educativo, y no de la doctrina política liberal de la igualdad, que hace que las
diferentes manifestaciones populares que son múltiples, plurifacéticas y diferentes,
queden aplanadas y sometidas al Estado[59]. De allí que intente rastrear en la vida
comunal las bases de la pedagogía, articulada con una teoría política del
«comunalismo federalista». Taborda también desarrolla una investigación de las
instituciones socioculturales que han generado muchas veces un divorcio con la
vida cotidiana, porque las instituciones «copiadas» suelen tener en sí las
impresiones de contiendas ideológicas propias de los contextos en los cuales se
han instituido. El esfuerzo instituyente desde una matriz «facúndica»[60] no es una
propuesta utópica, sino que aparece en la observación crítica de nuestra historia,
en las luchas, en las prácticas y en las significaciones de un formato cultural
propio. De modo que, si prestamos atención crítica a las investigaciones y las
teorías de Taborda, podremos encontrar los rastros de un saber indiciario que
podría constituir una tradición residual que presta atención a las mediaciones y a
las matrices culturales, desde una mirada pedagógica. Su esfuerzo tiene como
resultado dos inicios fundamentales: la interpretación y reconstrucción discursiva
del sujeto pedagógico, por un lado, y los principios para un «estudio cultural» de la
comunicación educativa, más allá de la escolarización.
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por la escolarización y entretejiendo una comunicación que se reavive en formas
de resistencia y transformación. Sin reconocimiento no es posible el proceso
educativo, pero tampoco existe sin él la comunicación. Sin reconocimiento hay
sólo comunicación instrumental (controladora, autorregulada, teleológicamente
determinada, dominadora); hay formas monológicas de comunicación. Es decir,
por el reconocimiento se instituye el diálogo; y más: en el reconocimiento nacen
las formas dialógicas de comunicación. Y es en ese nudo entre el reconocimiento
y el diálogo donde se inscribe la educación como proyecto de autonomía. Lo que
implica que no hay regulaciones ni controles de antemano: ni burocráticos, ni
institucionales, ni teóricos (aunque se denominaran «críticos»), sino que hay
asombro: la sorpresa del acontecimiento, de la creatividad y la autonomía,
inscriptas como posiciones histórico-sociales y aún como reconocimiento de la
trama de los controles, restricciones y marcajes existentes.
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sobre, o contra el otro), sino con el otro, en el proceso de organización de los
oprimidos.
Nunca existe un diálogo aislado que se produzca en una relación recortada entre
los individuos, sino que todo diálogo se realiza dentro de un espacio de
intersecciones: un espacio de intertextualidad y de prácticas cruzadas,
intercambiadas en múltiples direcciones, como la «gran» historia y la propia
biografía de cada dialogante. Como toda práctica cultural, el diálogo se entreteje
en el conjunto complejo y conflictivo de las prácticas sociales; por lo que es parte
indisociable de una subjetividad, constituida y simultáneamente constituyente del
diálogo, en la trama de las condiciones materiales y simbólicas en las que se ha
producido.
El diálogo no tiene tanto que ver con el orden del conocimiento, de los códigos o
de los mensajes; tiene más relación con el orden del reconocimiento, de las
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matrices y de los formatos culturales. De manera que las diferencias (constituidas
a través de historias de lucha material y simbólica y constitutivas de nuestra
identidad) se «encuentran» y se «reconocen» en el diálogo (y no siempre de
manera armoniosa y feliz); y al reconocerse y encontrarse se refiguran. Y se
encuentran a partir de encuentros y de reconocimientos previos, multitemporales;
a partir de matrices de sentido que anteceden esos encuentros y reconocimientos;
matrices ya constituidas pero en permanente proceso de constitución,
precisamente en esos acontecimientos de encuentro y reconocimiento.
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mediaciones culturales ha de promover la comprensión más la acción
transformadora, politizando la cultura, esto es: descifrando los modos de
producción cultural de los grupos subalternos (desarrollando una teoría de la
significación), para analizar en qué medida revelan una limitación y favorecen el
conformismo o, por el contrario, posibilitan la apropiación y la transformación
social.
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en comunicación». En este horizonte restrictivo (represivo) naturalmente se
producen ciertos desplazamientos representativo-conceptuales adyacentes: la
«educación en comunicación» es entendida solamente como «educación para la
comunicación», y esta significa, regularmente, «escolarizar la comunicación».
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organización racional, eficiencia, claridad y distinción, y que construyan la
autonomía: imposibilidad lógica (del legein instituido) a la vez que íntegra y radical
posibilidad creativa.
Notas:
[1] J. Huergo y otros, Comunicación/Educación. Ámbitos, prácticas y perspectivas, La Plata, Ed. de
Periodismo y Comunicación, 1997; cap. 1.
[2] La bitácora es una especie de armario, inmediato al timón de una nave y fijo a la cubierta. En
ella se pone la «aguja de marear», es decir: la brújula. El cuaderno de bitácora es el libro donde se
anota la velocidad, rumbo, maniobras y otros accidentes de la navegación. Este trabajo puede ser
considerado una forma de navegación configurada por múltiples velocidades, rumbos y
contrarrumbos, estratagemas y maniobras más amplias, que muchas veces son organizados no
por el navegante, sino por los horizontes que inscribe la brújula.
[3] Hicimos ya un intento previo por describir los modos de relacionar comunicación y educación,
en el libro Comunicación/Educación. Ámbitos, prácticas y perspectivas, cap. 2, ya citado.
[5] Lectura de la situación realizada, en particular, por la UNESCO, Un solo mundo, voces
múltiples, México, FCE, 1980. También R. Roncagliolo y N. Janus, "Publicidad transnacional y
educación en los países en desarrollo", en La educación en materia de comunicación, París,
Unesco, 1984.
[7] Cfr. O. Landi, Devórame otra vez, Bs. As., Planeta, 1992.
[8] F. Gutiérrez, El lenguaje total. Pedagogía de los medios de comunicación, Bs. As., Humanitas,
1973.
[10] Este tipo de estudios ha sido relevante en España, en principio. Véanse de J. L. Rodríguez
Diéguez, "Textualidad e intertextualidad en el análisis del cu-rrículum", en Revista Española de
Pedagogía, Madrid, Nº 162, 1983 y Currículum, acto didáctico y teoría del texto, Madrid, Anaya,
1985. Además, la compilación de J. Rodríguez Illera, Educación y comunicación, Barcelona,
Paidós, 1988.
[12] Esta línea ha impregnado propuestas como las de R. Aparici. Ver la compilación de este autor
Educación audiovisual. La enseñanza de los medios en la escuela, Bs. As., Novedades
Educativas, 1995.
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[13] Aquí están permeando las concepciones de Paulo Freire y Antonio Pasquali. Véanse los
trabajos de F. Gutiérrez El lenguaje total. Pedagogía de los medios de comunicación, Bs. As.,
Humanitas, 1973 y Pedagogía de la comunicación, Bs. As., Humanitas, 1975.
[14] Como ejemplos: R. Follari, "Recuperar la palabra (Para una crítica de la comunicación
educativa)", en Práctica educativa y rol docente, Bs. As., Cuadernos Aique, 1992; M. Kaplún,
"Repensar la educación a distancia desde la comunicación", en Cuadernos de Diá·logos, Lima,
Cuad. Nº 23, 1992; D. Prieto Castillo, Comunicación y educación, Quito, Cuad. Chasqui, Ciespal,
1992.
[15] Sobre el uso educativo de diferentes producciones mediáticas, véase (por ejemplo): J. Vioque
Lozano, La utilización de la prensa en la escuela, Madrid, Cincel, 1984; M. Kaplún, A la educación
por la comunicación, Santiago de Chile, UNESCO/OREALC, 1992; J. Ferrés, Televisión y
educación, Bs. As., Paidós, 1995; P. Valdevellano, El video en la educación popular, Lima, IPAL-
CEAAL, 1989, entre otros innumerables materiales.
[16] Véase, por ejemplo, el manual de A. Peña Ramos y F. Viveros Ballesteros, Educación para los
medios. Desarrollo de la visión crítica, 3 vol., México, SEP, 1997.
[17] Cabe mencionar en esta línea el trabajo de P. Ramos Rivero; véase de este autor "El otro lado
de la imagen", en revista Diá·logos de la Comunicación, Nº 37, Lima, 1993.
[18] Por ejemplo: G. Daza Hernández, Imagen y educación. La imagen electrónica como alternativa
de educación popular en Latinoamérica, Madrid, Ed. Universidad Complutense, 1986; M. Kaplún, A
la educación por la comunicación, citado. En el ámbito de la práctica, muchos educadores han
proporcionado herramientas para poder leer ciertos tipos de mensajes de los medios. Esto significa
un valioso avance, siempre que no se quede atrapado en un análisis del «código» exclusivamente.
[19] Por ejemplo, la insistencia de los procesos en que los educandos se transforman en emirec
(emisor + receptor), como en M. Kaplún, "Repensar la educación a distancia desde la
comunicación", en Cuadernos de Diá·logos, Lima, Cuad. Nº 23, 1992.
[20] Como lo hacen D. Prieto Castillo y F. Gutiérrez, en Las mediaciones pedagógicas. Apuntes
para una educación a distancia alternativa, San José de Costa Rica, RNTC, 1991.
[21] Debemos mencionar en esta línea de trabajo a G. Orozco Gómez; véase Recepción televisiva,
México, Universidad Iberoamericana, 1991; "Televisión, receptores y negociación de significados",
en Televisión y producción de significados, México, Universidad de Guadalajara, 1994; con M.
Charles, Educación para la recepción. Hacia una lectura crítica de los medios, México, Trillas,
1990, entre otras obras. También a los chilenos V. Fuenzalida y M. E. Hermosilla; véase de V.
Fuenzalida, Educación para la comunicación televisiva, Santiago de Chile, Ceneca/Unesco, 1986,
y "El programa CENECA en recepción activa de la TV", en rev. Diálogos de la Comunicación, Nº
19, Lima, 1988; de M. E. Hermosilla, Explorando la recepción televisiva, Santiago de Chile,
Ceneca/Cebcisep, 1987.
[24] Problema planteado desde la tradición de la UNESCO hasta la actualidad. Ver UNESCO,
Nuevos métodos y técnicas de educación, Serie "Estudios y documentos de educación", París,
1963; A. Piscitelli, "Tecnología, antagonismos sociales y subjetividad. Explorando las fronteras del
diálogo hombre/máquina", en rev. Diálogos de la Comunicación, Nº 32, Lima, FELAFACS, 1992.
21
[25] Por ejemplo, A. Battro y P. Denham, La educación digital, Bs. As., Emecé, 1997.
[26] Como G. Orozco Gómez, "La computadora en la educación: dos racionalidades en pugna", en
rev. Diálogos de la Comunicación, Nº 37, Lima, 1993.
[28] Como E. Litwin y otros, Tecnología educativa. Políticas, historias, propuestas, Bs. As, Paidós,
1995.
[29] Como lo hace H. Schmucler, "Tecnologías para la educación o educación para la tecno-logía",
en Novedades educativas, Nº 50, Bs. As, 1995.
[31] Estoy asumiendo los conceptos de teoría cultural de R. Williams, Marxismo y literatura, 1997.
[34] P. Freire, Pedagogía del oprimido, Bs. As., Siglo XXI, 1970.
[35] Cfr. R. Kusch, América profunda, Bs. As., Bonum, 1986 y Geocultura del hombre americano,
Buenos Aires, García Cambeiro, 1976.
[39] Véase H. Arendt, La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993; pp. 169-170.
[40] Véase J. Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones, Bogotá, Convenio Andrés Bello,
1998; Prefacio: p. xix.
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[44] Véase, por ejemplo, W. Buckley, La sociología y la teoría moderna de sistemas, Bs. As.,
Amorrortu, 1982; A. y M. Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación, Barcelona, Paidós,
1997.
[45] Véase la formulación de J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, 2 vol., Buenos Aires,
Taurus, 1992, y K.-O. Apel, La transformación de la filosofía, 2 vol., Madrid, Taurus, 1985; esta
posición está emparentada con la tradición contractualista liberal.
[46] Como por ejemplo, en diferentes vertientes, J. Lull, "Recepción televisiva, reforma y resistencia
en China", en G. Orozco Gómez (comp.), Hablan los televidentes. Estudios de recepción en varios
países, México, Universidad Iberoamericana, 1992; K. Jensen, "La política del multisignificado.
Noticias de la televisión, conciencia cotidiana y acción política", en la misma compilación de G.
Orozco; J. Fiske, Television Culture, Londres, Methuen, 1987; I. Chambers, Popular Culture: The
Metropolitan Experience, Londres, Mathuen, 1986.
[50] Sobre los acontecimientos que determinan el carácter de la época moderna, véase H. Arendt,
"La vita activa y la época moderna", en La condición humana, citado, pp. 277-ss.
[51] J. Huergo, "Las alfabetizaciones posmodernas, las pugnas culturales y los nuevos significados
de la ciudadanía", en Rev. Nómadas, Nº 9, Santafé de Bogotá, Universidad Central, 1998.
[55] Véase M. Barberena y M. B. Fernández, "Infancia: un viejo sujeto, un nuevo sentido", ponencia
en el IX Encuentro de FELAFACS: Los desafíos de la comunicación globalizada, Universidad de
Lima, Perú, 1997.
[57] Simmel, Georg, Sociología. Estudio sobre las formas de socialización, 2 Vol., Bs. As., Espasa
Calpe, 1939; pp. 1-ss. La sociedad constituye una representación imaginaria que contiene la
totalidad de las variedades y la cristalización de la mutabilidad de toda/cualquier «sociedad».
23
[58] Cfr. Simmel, Georg, Sobre la diferenciación social (Leipzig, 1890).
[59] Las principales obras de S. Taborda son Investigaciones pedagógicas, 4 tomos, Córdoba,
Ateneo Filosófico de Córdoba, 1951; La crisis espiritual y el ideario argentino, Santa Fe, Instituto
Social de la Universidad Nacional del Litoral, 1934, y El fenómeno político, Córdoba, Instituto de
Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, 1936.
[60] El término que utiliza Taborda: «facúndico», hace referencia al caudillo riojano Facundo
Quiroga, quien representaba las fuerzas comunales calificadas como «bárbaras» por Domingo F.
Sarmiento.
[61] P. Freire, Pedagogía del oprimido, Buenos Aires, Siglo XXI, 1970.
[62] La idea la tomo del sugestivo título del libro de M. López de la Roche y M. Gómez Fries, Los
niños cuentan. Libro de prácticas comunicativas, Bogotá, Ministerio de Comunicaciones-DNP-
UNICEF, 1997.
[66] De este reconocimiento es del que habla la tradición residual representada por las
investigaciones del pedagogo argentino Saúl Alejandro Taborda. Véase J. Huergo y otros,
Comunicación/Educación. Ámbitos, prácticas y perspectivas, Cap. 1, y J. Huergo y M. Fernández,
Territorios de Comunicación/Educación, Cap. 2.
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