Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Palabras clave
Tal vez sea ésta una de las razones por las que este enfoque parece tener más
aceptación entre colegas que suscriben otros marcos teóricos, que entre los que
se autodenominan psicoanalistas.
Pero cabe pensar que lejos de estar ubicados en un mismo eje, el punto de vista
psicoanalítico y el basado en la mentalización se ubican, en realidad, en ejes
diferentes y hacen referencia a aspectos distintos del sistema psíquico, por lo
cual no ayuda a la comprensión llevar a cabo esa comparación lineal, sino que
resulta más provechoso tratar de ver qué aspectos toma en consideración cada
uno y cuáles son las relaciones que se dan entre unos y otros aspectos.
Con el objetivo de desarrollar este modo de ver las cosas, haré primeramente
una mención sucinta de algunos trabajos que ponen el énfasis en la dimensión
estructural del paciente, y que consideran que debe tenérsela en cuenta, junto a
la dimensión del conflicto psíquico, para la comprensión de diversos desenlaces
psíquicos (normales y patológicos).
Tras estas referencias, y basándome en los desarrollos del grupo de trabajo del
Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD-2), y particularmente en los
trabajos de Gerd Rudolf y Tilman Grande, propondré -en la segunda parte de
este artículo- una comparación entre las consideraciones acerca de la estructura
forjadas por dichos autores y los desarrollos en torno a la mentalización, tratando
de mostrar sus muchas coincidencias y solapamientos, lo que constituye la idea
central de este trabajo.
El primero de ellos tiene que ver con el conflicto, lo inconsciente, las fijaciones y
la historia del paciente.
Según estos autores, resulta de utilidad tomar en consideración cinco ejes, para
lograr un diagnóstico integral, que resulte de utilidad para la planificación de la
psicoterapia:
2) Relación
3) Conflicto
4) Estructura
Los autores del manual hacen referencia reiteradas veces a esta idea, por
ejemplo en la siguiente frase: “…la constitución estructural de un paciente como
un requisito, más o menos necesario, para la posibilidad de desarrollar la trama
conflictiva” (Grupo de trabajo, p. 160).
Por otro lado, en otros trabajos se plantea una relación entre la estructura y las
capacidades estructurales:
“El diagnóstico estructural describe las capacidades estructurales de una persona en
relación consigo misma y con las relaciones con los demás. Estas capacidades
estructurales son los prerrequisitos funcionales para la regulación de los procesos
psíquicos y configuran de este modo el marco arquitectónico del escenario, en el que los
conflictos pueden desplegarse” (Stauss, Fitzsche, 2008, p. 67).
Siguiendo con la metáfora del escenario del teatro, podríamos decir que hay
veces en las que hay bastidores mal ubicados o parte de la escenografía
desajustada, muebles quebradizos y actores mal preparados (o sea, fallas o
déficits en la estructura). En ese caso, la obra no puede ser cabalmente
representada (no adquiere “una forma precisa”) y la atención del espectador se
dirige a estas alteraciones del escenario (Ibid, pp. 159-160).
De todos modos, no siempre nos encontramos con esta disyuntiva, sino que lo
más habitual es encontrar formas mixtas en las que tanto los conflictos como las
alteraciones estructurales se hallan en la base de los problemas del paciente y
de sus relaciones interpersonales disfuncionales (Grande, 2007; Stauss,
Fitzsche, 2008).
Por otra parte, en otros casos nos encontramos con una relación diferente entre
estructura y conflicto, como cuando en el curso del desarrollo determinadas
formas de elaboración de los conflictos tienen como resultado que las funciones
estructurales se desarrollen de modo insuficiente, o estén disponibles sólo
parcialmente.
Si las funciones estructurales han sido dejadas de lado por un intento defensivo
de solucionar un conflicto, el trabajo sobre éste traerá aparejada la recuperación
de capacidades existentes, pero no disponibles hasta ese momento.
Estructura y mentalización
Si bien el constructo mentalización surgió en el contexto de la teoría del apego,
mientras que el OPD integra varias teorías psicoanalíticas y es producto de la
investigación clínica psicoanalítica, es posible advertir un solapamiento entre el
concepto de estructura del OPD y los desarrollos acerca de la mentalización, sin
pretender que la coincidencia entre ambos sea total, o que se trate de conceptos
idénticos.
A los efectos de poner de relieve este solapamiento, haré ahora una breve
sinopsis de la teoría de la mentalización, con el objetivo de llevar posteriormente
a cabo una comparación detallada de dos de las dimensiones que forman parte
de la estructura, según el punto de vista considerado hasta el momento, con
conceptos derivados de la teoría de la mentalización, forjada por Fonagy, Target
y un amplio grupo de colaboradores
La mentalización
En lo que sigue llevaré a cabo una comparación detallada de dos de las cuatro
dimensiones del eje estructura, con conceptos de la teoría de la mentalización.
Por razones de espacio, dejaré sin considerar las otras dos.
Esta dimensión tiene que ver con la percepción de sí mismo y del objeto, y es
caracterizada en el Manual en los siguientes términos (resalto en negrita aquellos
pasajes en los que se advierte un mayor solapamiento con la mentalización):
Referido al self:
“la dimensión cognitiva describe la capacidad de percibir de manera diferenciada una
imagen del propio self y de los sucesos intrapsíquicos, especialmente de los
afectos [“Los afectos pueden ser percibidos en forma diferenciada (…) pudiendo,
además, ser guía para la conducta” p. 489)]. Esto se refiere, también, a la capacidad
de mantener constante, a través del tiempo, la autoimagen en cuanto a aspectos
psicosexuales y sociales (identidad)” (p. 297).
El requisito central para una percepción realista del objeto radica en poder distinguir
entre lo propio y lo de otros (diferenciación self-objeto). Esta diferenciación no sólo
es importante para una percepción realista del objeto, sino para una percepción realista
de sí mismo” (p. 297).
Por lo demás, “Los otros son vivenciados como personas con intereses,
necesidades y derechos propios; diferentes aspectos pueden ser integrados
en una imagen vitalizada” (p. 491).
Por lo demás, es necesario subrayar que hay cierta diferencia de énfasis entre
un enfoque y el otro, ya que el punto de vista de la mentalización hace foco de
un modo más decidido en la aprehensión de los estados mentales (propios y
ajenos), mientras que el OPD incluye esta dimensión, pero le hace lugar también
a la percepción de las “características individuales”, concepto más amplio y
abarcativo que el de estado mental (si bien puede, sin duda, incluirlo).
Tiene que ver con la capacidad emocional y la comunicación, tanto con el propio
self como con el otro. En lo que sigue transcribo algunos pasajes particularmente
elocuentes de la descripción de esta dimensión, según el Manual, y resalto en
negrita aquellos pasajes que tienen mayor solapamiento con la mentalización:
“Referido al self: la comunicación emocional puede ser entendida intrapsíquicamente
como la capacidad de llevar diálogos internos y de entenderse uno mismo. La
capacidad de dejar que surjan los afectos en uno y de vivirlos es un requisito para
lograr esa comunicación” (p. 305).
“¿Le resulta fácil comprender lo que ocurre dentro de usted? ¿Qué tan bien
cree que conoce sus necesidades? ¿Le ayudan a veces las imágenes internas
para saber qué es lo que hay qué hacer?
Con lo que usted me acaba de relatar me dio la impresión de que usted no
entendió bien por qué se comportó de esa manera. Pareciera que a menudo no
sabe usted lo que le ocurre (pp. 519-520).
La forma compleja queda ilustrada por aquellos casos en los que el paciente
puede discernir los nexos que existen entre distintos afectos (por ejemplo, el
registro que alguien puede tener de que cada vez que se enoja, vira hacia la
ansiedad).
Sin embargo, en toda una serie de situaciones, la expresión exterior del afecto
no es aconsejable. En esos casos es posible expresar los afectos interiormente,
hacia uno mismo, lo cual requiere mentalizar la emoción, en el sentido de
reflexionar sobre el afecto en medio del arousal emocional.
En el contexto de esta dimensión, que tiene que ver con la emoción, se entiende
que este entenderse, comprender, conocer y saber se refiere a las emociones y
a las necesidades emocionales o teñidas de emoción.
Vale decir que lo que en el OPD aparece diferenciado en dos (o tres, si incluimos
también la primera) dimensiones distintas (aunque interrelacionadas), en el
concepto de afectividad mentalizada se encuentra entrelazado en una tríada:
identificación-modulación-expresión. Pero lo importante es que en ambos
enfoques hay un énfasis muy similar en aquello que se destaca y que se realza
como importante.
En lo que hace a la empatía, son varios los lugares en los que Fonagy y
colaboradores se ocupan de ella.
Las evaluaciones iniciales, llevadas a cabo con la escala que evalúa FR (Fonagy
et al., 1998) y con la que evalúa el eje estructura del OPD, mostraron que todas
las pacientes tenían puntajes bajos al comienzo de la psicoterapia.
Considero que lo más destacable de dicho trabajo -para el objetivo de este
escrito- es la alta correlación hallada, establecida empíricamente, entre los
valores de la FR y los del eje estructura del OPD.
En línea con lo propuesto en este articulo, los autores del trabajo mencionado
destacan que
“…ambos modelos tienen mucho en común. La FR puede ser entendida como un
aspecto estructural de la personalidad, que forma la base para aquellos procesos
psíquicos que expresan la estructura del self en su relación con otras personas. Las altas
correlaciones positivas entre las subescalas del eje de la estructura y la FR, apuntan
hacia un solapamiento entre ambos modelos” (Ibid, p. 491).
En otro trabajo, Juen, Schick, Cierpka y Benecke (2009), muestran cómo los
niños en edad preescolar que han desarrollado la capacidad de identificar
intenciones y emociones en los demás, tienen menos problemas de
comportamiento que aquellos que no lo han logrado. En ese trabajo homologan
la capacidad de mentalizar con el primer ítem del eje IV (estructura) del OPD-2.
Estos autores parten de la base de que en los primeros tiempos de la vida los
afectos consisten para el bebé en una activación fisiológica y visceral que no
puede controlar ni significar. Para ello hace falta la respuesta de la figura de
apego a la exteriorización de dichos afectos. Esta respuesta, cuando es
adecuada, consiste en un reflejo del afecto en cuestión: la madre manifiesta su
captación y empatía con expresiones faciales y verbales acordes al afecto
experimentado por el niño, de forma exagerada o parcial y con el agregado de
algún otro afecto combinado simultánea o secuencialmente (por ej. el reflejo de
la frustración del niño, combinada con preocupación por él) y con claves
conductuales, como las cejas levantadas que encuadran la expresión ofrecida a
la atención del infans. La observación de este reflejo parental ayuda al niño a
diferenciar los patrones de estimulación fisiológica y visceral que acompañan los
distintos afectos y a desarrollar un sistema representacional de segundo orden
para sus estados mentales, mediante la internalización de dicho reflejo. Como
dicen Bateman y Fonagy:
“La internalización de la respuesta reflejante de la madre al estrés del niño (conducta de
cuidado) viene a representar un estado interno. El niño internaliza la expresión empática
de la madre desarrollando una representación secundaria de su estado emocional, con
la cara empática de la madre como el significante y su propia activación emocional como
el significado. La expresión de la madre atenúa la emoción al punto que ésta es separada
y diferenciada de la experiencia primaria, aunque -de forma crucial- no es reconocida
como la experiencia de la madre, sino como un organizador de un estado propio. Es esta
“intersubjetividad” el cimiento de la íntima relación entre apego y autorregulación” (2004,
p. 65).
Esta respuesta reflejante, que provee los inicios de un sistema simbólico para el
bebé, ha de estar “marcada” de algún modo para que éste no la confunda con
una expresión de los sentimientos de la madre, lo cual sería particularmente
problemático cuando esta última se encuentra reflejando los sentimientos
negativos de aquél, en cuyo caso dichos sentimientos se incrementarían en lugar
de disminuir. Esta “marca” se logra en la medida en que la madre produce una
versión exagerada (o atenuada) de la emoción del niño, mezclada, además, con
otros sentimientos, tal como fue señalado más arriba.
Otro factor importante para que el niño reconozca que la expresión de la madre
tiene que ver con los sentimientos que él experimenta, es que la misma aparece
en forma concordante con la expresión de dichos sentimientos por su parte y no
cuando se halla libre de ellos.
De ahí lo interesante que resulta pensar en una articulación entre los dos
modelos, o, mejor aún, en una situación según la cual el OPD-2 haga las veces
de un marco (con cinco ejes) en el cual se engarce la teoría de la mentalización
que, a su vez, puede enriquecer el eje estructura con la complejidad mencionada
más arriba, pero también con su estudio sobre los modos prementalizados del
funcionamiento mental, las polaridades de la mentalización, etc.
Por lo demás, ambos enfoques postulan que el abordaje interpretativo que busca
develar conflictos inconscientes, tiene sentido cuando lo determinante del cuadro
clínico son dichos conflictos (como en la neurosis). En ese caso, tanto la terapia
basada en la mentalización como la centrada en la estructura, dejan paso, por
así decir, al enfoque psicoanalítico habitual, con su énfasis en la interpretación
(Fonagy et al., 1993, Rudolf, 2004).
Para finalizar, desearía expresar que con las reflexiones expuestas en este
trabajo he intentado dar sólo un paso en la comparación entre la teoría de la
mentalización y el concepto de estructura de Rudolf y el grupo de trabajo del
OPD-2.
Vale decir que es mucho el trabajo que puede hacerse en esta línea, que
considero tan promisoria, de articular un modelo con el otro.
Espero haber contribuido, con el presente trabajo, a transitar algún paso en esa
dirección.
Referencias
Allen, J.G., Fonagy, P., Bateman, A. (2008) Mentalizing in Clinical Practice . London: American
Psychiatric Publishing.
Bellak, L., & Hurvich, M. (1969). Systematic study of ego functions. Journal of Nervous and Mental
Diseases, 148, 569-585.
Dahlbender, R.W., Rudolf, G. y el grupo de trabajo del OPD, (2006) Psychic Structure and Mental
functioning: Current Research on the Reliable Measurement and Clinical Validity of
operationalized Psychodynamic Diagnostics (OPD) System. De libre acceso en internet.
Dreher, C. (2006) Persönlichkeitsstrukturelle und symptombezogene Veränderungen während
der psychoanalytische orientierten Psychotherapie im stationären Behandlungssetting. Eine
naturalistische Verlaufuntersuchung in der Littenheid Klinik für Psychiatrie und Psychotherapie.
Dissertation zur Erlangung der Würde einer Doktorin der Philosphie vorgelegt der Philosophisch-
Historischen Fakultät der Universität Basel.
Fonagy, P., Moran, G.S., Edgcumbe, R., Kennedy, H., Target, M. (1993) The Roles of Mental
Representations and Mental Processes in Therapeutic Action. The Psychoanalytic Study of the
Child, 48:9-48
Fonagy, P., Target, M., Steele, H., Steele, M. (1998) Reflective-Functioning Manual, Version 5.0
forApplication to Adult Attachment Interviews. London: University College London.
Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E., Target, M. (2002) Affect Regulation, Mentalization, and the
Development of the Self. New York: Other Press.
Gergely, G. & Watson, J. (1996): The Social biofeedback theory of parental affect-
mirroring. International Journal of Psychoanalysis, 77:1181-1212.
Grande, T. (2007) Wie stellen sich Konflikt und Struktur in Beziehungen dar? Z Psychosom Med
Psychother 53, 144-162.
Horowitz, M.; Kernberg, O.; Weinshel, E. (1993) Psychic Structure and Psychic Change. Essays
in Honor of Robert S. Wallerstein, M.D. Madison: International Universities Press, Inc.
Juen, F., Schick, S., Cierpka, M. und Benecke, C. (2009) Verhaltensprobleme und das Erkennen
mentaler Zustände im Vorschulalter.Prax. Kinderpsychol. Kinderpsychiat. 58/2009, 407-418.
Jurist, E. L. (2008) Minds and Yours. New Directions for Mentalization Theory, en Jurist, E.L.,
Slade, A., Bergner, S. (eds.) Mind to Mind. Infant Research, Neuroscience and Psychoanalysis.
New York: Other Press.
Kernberg, O. (1977). La teoría de las relaciones objetales y el psicoanálisis clínico. Buenos Aires:
Editorial Paidós, 1987 (2ª. Reimpresión).
Kohut, H. (1971) Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la
personalidad. Buenos Aires: Amorrortu editores, 2001.
Muller, C., Kaufhold, J., Overbeck, G., Grabhorn, R. (2006) The importance of
reflective functioning to the diagnosis of psychic structure. Psychology & Psychotherapy: Theory
Research and Practice, 79 (Pt 4): 485-494.
Schüßler, G. (2004). Innerpsychischer konflikt und struktur: Wo steht das unbewusste heute? In
R. W. Dahlbender, P. Buchheim, & G. Schüßler (Eds.), Lernen an der praxis. OPD und die
qualitätssicherung in der psychodynamischen psychotherapie (pp. 181-192). Bern: Huber.
Smith, H.F., (2003), Conception of conflict in psychoanalytic theory and practice. Psychoanalytic
Quarterly. 72: 49-96.
Zimmermann et al. (2012) Assessing the Level of Structural Integration using Operationalized
Psychodynamic Diagnosis (OPD): Implications for DSM-5. Journal of Personality Assessment,
94(5):522-32.