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aperturas psicoanalíticas

revista internacional de psicoanálisis


NÚMERO 050 2015

Conflicto, estructura y mentalización: interrelaciones y


complementariedades
Autor: Lanza Castelli, Gustavo

Palabras clave

Mentalización, Conflicto, Estructura.

En una serie de consideraciones provenientes del campo psicoanalítico y


referidas al enfoque basado en la mentalización, se tilda a éste de superficial.
Según expresan quienes opinan de este modo, dicho enfoque no tiene en cuenta
lo Inconsciente, sino que habla predominantemente de lo preconsciente, no pone
el énfasis en el concepto de defensa, desconsidera (y desaconseja) la asociación
libre, refiere en diversos textos intervenciones que tienen marcada similitud con
intervenciones más propias de la terapia cognitivo-conductual, etc. (Green,
2001).

Tal vez sea ésta una de las razones por las que este enfoque parece tener más
aceptación entre colegas que suscriben otros marcos teóricos, que entre los que
se autodenominan psicoanalistas.

Por mi parte, considero que cuando se habla de la “superficialidad” del punto de


vista de la mentalización, contraponiéndolo a la “profundidad” del abordaje
psicoanalítico, se incurre en un malentendido que consiste en ubicar a ambos
enfoques sobre un mismo eje, el de la primera tópica freudiana (consciente,
preconsciente, inconsciente), signado por la presencia del conflicto intrapsíquico.

Pero cabe pensar que lejos de estar ubicados en un mismo eje, el punto de vista
psicoanalítico y el basado en la mentalización se ubican, en realidad, en ejes
diferentes y hacen referencia a aspectos distintos del sistema psíquico, por lo
cual no ayuda a la comprensión llevar a cabo esa comparación lineal, sino que
resulta más provechoso tratar de ver qué aspectos toma en consideración cada
uno y cuáles son las relaciones que se dan entre unos y otros aspectos.

Para decirlo brevemente y anticipándome a las consideraciones que expondré a


lo largo de este trabajo, diría que el psicoanálisis clásico se ubica en lo esencial
en el eje del conflicto (“…el conflicto es el eje definidor del psicoanálisis” Smith,
2003, p. 49), mientras que la teoría de la mentalización lo hace en el eje de la
estructura.

Con el objetivo de desarrollar este modo de ver las cosas, haré primeramente
una mención sucinta de algunos trabajos que ponen el énfasis en la dimensión
estructural del paciente, y que consideran que debe tenérsela en cuenta, junto a
la dimensión del conflicto psíquico, para la comprensión de diversos desenlaces
psíquicos (normales y patológicos).

Tras estas referencias, y basándome en los desarrollos del grupo de trabajo del
Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD-2), y particularmente en los
trabajos de Gerd Rudolf y Tilman Grande, propondré -en la segunda parte de
este artículo- una comparación entre las consideraciones acerca de la estructura
forjadas por dichos autores y los desarrollos en torno a la mentalización, tratando
de mostrar sus muchas coincidencias y solapamientos, lo que constituye la idea
central de este trabajo.

Finalmente, postularé que estas concordancias deberían permitir situar con


mayor claridad el lugar del enfoque basado en la mentalización, en relación con
el punto de vista psicoanalítico, basado en el conflicto psíquico.

Conflicto, estructura y psicopatología

En un trabajo presentado en el congreso internacional de Londres en el año1975,


André Green distingue tres movimientos que pueden observarse en la evolución
de la teoría y la práctica psicoanalíticas.

El primero de ellos tiene que ver con el conflicto, lo inconsciente, las fijaciones y
la historia del paciente.

El segundo se centra en las relaciones de objeto y es caracterizado de modo


diferente por cada uno de sus muchos partidarios.

El tercero, por último, pone el acento en la estructura del paciente o en su


funcionamiento mental (Green, 1974).

Con posterioridad a esa fecha, las consideraciones acerca de la estructura


psíquica y el funcionamiento mental se han convertido en esenciales para la
comprensión de la problemática clínica, junto a la evaluación de los conflictos
intrapsíquicos y de los patrones vinculares prototípicos (Horowitz et al., 1993), si
bien con anterioridad a la misma encontramos valiosos aportes en este sentido.

Así, por ejemplo, en la psicología del yo, retomando la concepción estructural


freudiana (Freud, 1923, 1933), se interesaron detenidamente por la estructura
del yo, de sus funciones y de su desarrollo. En uno de sus libros, David Rapaport
plantea que existen factores de la personalidad, que junto con los impulsos
determinan la conducta y que tienen un ritmo de cambio más lento que estos
últimos. Tras caracterizar sus componentes, enuncia que se trata de la estructura
psíquica (1960).
Por su parte, Heinz Kohut, fundador de la psicología del self, postula inicialmente
que el punto de vista forjado por él, tenía aplicación teórica y clínica sólo para
aquellos pacientes que sufrían déficits (estructurales) en el self, pero no para los
pacientes neuróticos, que padecían las vicisitudes del conflicto psíquico (1971).

El concepto de estructura encuentra particular desarrollo en la obra de Otto


Kernberg, con ideas en progreso en 1979, 1987 y 2004. En una de sus obras
habla de la existencia de tres organizaciones estructurales amplias, la neurótica,
límite y psicótica (1987).

Estos y otros muchos autores coinciden en atribuir decisiva importancia al


concepto de estructura psíquica, tanto para comprender el desarrollo individual,
como para alcanzar una comprensión psicodinámica amplia del funcionamiento
personal e interpersonal, tanto normal como patológico. En ambos casos, resulta
esencial articularlo con la noción de conflicto psíquico (Dreher, 2006; Schüßler,
2004), ya que lo que se postula, en suma, es que los diversos trastornos
mentales han de ser comprendidos en base a dos mecanismos diferentes: los
conflictos intrapsíquicos y las fallas o déficits en la estructuración del psiquismo
(Killingmo, 1989, Sugarman, 2006).

Lo que no es tan habitual es el intento de operacionalizar estos conceptos, si


bien encontramos algunas excepciones, entre las que cabe citar el aporte de
Anna Freud (1962) y de Bellak y Hurvitch (1969).

Por su parte, el grupo de trabajo que ha producido el Diagnóstico Psicodinámico


Operacionalizado (OPD-2) procedió a la operacionalización de una serie de
conceptos psicoanalíticos (entre ellos los de estructura psíquica y conflicto) a los
efectos de crear ese instrumento.

El Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD-2)

En el año 1992, en Alemania, un grupo multidisciplinario numeroso desarrolló la


primera versión del Diagnóstico Psicodinámico Operacionalizado (OPD-1), que
fue publicada en 1996.

Tras diez años de trabajo ininterrumpido con este instrumento, tanto en la


práctica clínica, como en la investigación y en múltiples seminarios dedicados a
su difusión, tuvo lugar una nueva versión, el OPD-2, que mejora y completa el
instrumento anterior.

Uno de los motivos iniciales para el desarrollo del OPD-1, consistió en la


insatisfacción con los sistemas descriptivos clasificatorios en boga (DSM-IV-R;
CIE-10), que no brindaban herramientas clínicas que permitieran conjeturar los
factores responsables de tal o cual desenlace clínico, ni proporcionaban
información útil para la indicación, planificación y desarrollo de la psicoterapia.

Otro motivo fue la consideración de que los conceptos de la metapsicología


psicoanalítica, de uso habitual entre los psicoanalistas, tenían tal grado de
abstracción que se alejaban mucho de la base empírica y resultaban, por tanto,
poco útiles para el trabajo clínico concreto, a la vez que demasiado ambiguos
como para facilitar el consenso y la comunicación entre los profesionales que
suscriben este marco teórico.

La inclusión en el diagnóstico de los conceptos de la teoría psicoanalítica,


entonces, permitía ir más allá de los sistemas descriptivos mencionados,
mientras que la cuidadosa operacionalización de dichos conceptos, evitaba la
abstracción y la ambigüedad, facilitando el intercambio entre colegas.

Los resultados de este trabajo fueron volcados en un manual, en el que es


posible diferenciar tres aspectos principales: a) el marco teórico, b) la entrevista
semiestructurada mediante la cual se busca indagar las variables decisivas para
este enfoque, c) los criterios para la selección del foco y la planificación de la
psicoterapia (Grupo de trabajo OPD, 2006).

A los efectos de este artículo, tomaré en consideración solamente el marco


teórico, basándome en las explicaciones del manual, como así también en
publicaciones de algunos de los participantes del grupo de trabajo del OPD.

Según estos autores, resulta de utilidad tomar en consideración cinco ejes, para
lograr un diagnóstico integral, que resulte de utilidad para la planificación de la
psicoterapia:

1) Vivencia de la enfermedad y prerrequisitos para el tratamiento

2) Relación

3) Conflicto

4) Estructura

5) Trastornos psíquicos y psicosomáticos según el capítulo V (F) del CIE-10.

Los primeros cuatro ejes surgen del enfoque psicodinámico y consisten en lo


siguiente:

El eje 1) toma en cuenta los síntomas del paciente, su gravedad y duración, la


forma en que éste los vive, su nivel de padecimiento y la presentación que hace
de los mismos. Se toma en cuenta también la comprensión que tiene de su
enfermedad, su concepto del cambio, el tratamiento que desea, como así
también sus recursos y obstáculos para lograr dicho cambio.

El eje 2) se basa en los conceptos psicoanalíticos de transferencia y


contratransferencia. Contempla dos aspectos: uno de ellos tiene que ver con los
temas relacionales problemáticos presentes en las verbalizaciones del paciente
y narrados desde su punto de vista, que perturban una y otra vez sus vínculos y
crean acontecimientos cíclicos maladaptativos. En estos relatos puede verse
cómo el paciente se vivencia a sí mismo, cómo vivencia a su interlocutor en las
distintas interacciones que relata, y cómo se desarrollan éstas.

El otro aspecto hace uso de la información que el terapeuta obtiene en la


interacción con el paciente, a partir del modo en que en su contratransferencia
reacciona a la propuesta relacional de aquél, logrando de este modo acceso a la
perspectiva vivencial de los otros, diferente de la que posee el paciente sobre la
interacción.

El eje 3) busca dar cabida al concepto psicoanalítico de conflicto psíquico


repetitivo, que es central en este marco teórico.

Se diferencian siete conflictos, que son: individuación versus dependencia;


sumisión versus control; deseo de protección y cuidado versus autarquía;
conflicto de autovaloración; conflicto de culpa; conflicto edípico; conflicto de
identidad (del self).

A su vez, en cada uno de estos conflictos puede prevalecer un modo pasivo o


un modo activo.

El diagnóstico del conflicto se establece en un modelo dimensional continuo, que


diferencia entre tensiones conflictivas normales, conflictos clínicamente
relevantes y esbozos de conflictos, que aparecen en estructuras poco integradas
(Cf. más adelante).

El eje 4) toma en cuenta diversos conceptos de estructura propuestos en el


psicoanálisis, priorizando la teoría de Gerd Rudolf (2004). En la medida en que
busca acercarse lo más posible a lo observable realiza una descripción funcional
de la estructura, considerada como “self en relación con los objetos” (Grupo de
trabajo, 2006, p. 139), o, más precisamente, como “la disponibilidad de funciones
psíquicas en la regulación del self y su relación con los objetos internos y
externos”, (Ibid, p. 292).

En este eje se diferencian cuatro funciones estructurales o dimensiones, cada


una de las cuales puede referirse tanto al self como a los objetos.

Dichas dimensiones son:

- Percepción del self y percepción de los objetos: incluye la capacidad de


percibirse autorreflexivamente y de percibir al otro en forma total y realista.

- Manejo del self y de la relación: abarca la capacidad de regular los propios


afectos, impulsos y autoestima, como así también la capacidad para
regular la relación con el otro.

- Comunicación emocional hacia adentro y hacia afuera: incluye la


capacidad de comunicación interna a través de afectos y fantasías, y la
capacidad de comunicación con los otros.

- Vínculo interno y relación externa: abarca la capacidad de utilizar objetos


internos buenos para la autorregulación, como así también la capacidad
de vincularse y separarse.

Por lo demás, tanto la estructura considerada en su totalidad, como cada una de


estas dimensiones, es susceptible de evaluarse según un continuo de integridad
estructural, que posee cuatro niveles: nivel alto de integración, nivel medio, nivel
bajo y nivel desintegrado.
Así, por ejemplo, si tomamos en consideración algunas de las características
generales de los niveles de integración, encontraremos que en el nivel alto el
sujeto cuenta con un espacio interno en el cual puede percibir de manera
diferenciada sus vivencias, como así también elaborar los conflictos de manera
intrapsíquica.

En el nivel medio la disponibilidad sobre las capacidades y funciones es


reducida, pero no en general, sino en situaciones particularmente perturbadoras.

En el nivel bajo la disponibilidad está general o repetitivamente ausente y el


espacio emocional interior está poco desarrollado, por lo que los conflictos no se
tramitan intrapsíquicamente sino que se actúan en el mundo externo.

En el nivel desintegrado, por último, encontramos formas restitutivas


postpsicóticas, postraumáticas o perversas.

Un aspecto particularmente importante del OPD-2 es la relación que establece


entre los distintos ejes. A los efectos de este trabajo, resultará de utilidad
destacar particularmente el que existe entre los ejes III (conflicto) y IV
(estructura).

Podemos partir para ello de una referencia a la estructura, presente en un texto


de Tilman Grande (2007) “La estructura debe ofrecer un marco en el cual una
tensión conflictiva encuentre sostén y pueda desarrollar una forma precisa” (p.
149)

La estructura, entonces, sostiene a la tensión conflictiva y es un requisito para


su configuración, para que adquiera una forma.

Los autores del manual hacen referencia reiteradas veces a esta idea, por
ejemplo en la siguiente frase: “…la constitución estructural de un paciente como
un requisito, más o menos necesario, para la posibilidad de desarrollar la trama
conflictiva” (Grupo de trabajo, p. 160).

Por otro lado, en otros trabajos se plantea una relación entre la estructura y las
capacidades estructurales:
“El diagnóstico estructural describe las capacidades estructurales de una persona en
relación consigo misma y con las relaciones con los demás. Estas capacidades
estructurales son los prerrequisitos funcionales para la regulación de los procesos
psíquicos y configuran de este modo el marco arquitectónico del escenario, en el que los
conflictos pueden desplegarse” (Stauss, Fitzsche, 2008, p. 67).

En algunos momentos comparan a la estructura con el escenario de un teatro,


mientras que el drama que sobre él se desarrolla correspondería a la
escenificación de los conflictos. Cuando la estructura tiene un buen nivel de
integración y el conflicto puede conquistar una forma adecuada, el escenario se
mantiene firme y no ocupa la atención del espectador (terapeuta), que se centra,
en cambio, en los avatares de los conflictos (argumento del drama que se
representa). Esto corresponde al trabajo con los pacientes neuróticos, en que el
terapeuta trabaja centrado, básicamente, sobre el conflicto psíquico, porque el
buen nivel de integración de la estructura de su paciente no hace necesario que
se aboque a ella.

En cambio, si la estructura tiene fallas o déficits, la tensión conflictiva no


encuentra sostén ni logra una forma acabada, por lo que en el relato del paciente
los conflictos no son fácilmente identificables, o aparecen en forma transitoria
para ser reemplazados por otros y así sucesivamente, por lo que más que un
conflicto con una “forma precisa”, nos encontramos con “esbozos de conflictos”.

Siguiendo con la metáfora del escenario del teatro, podríamos decir que hay
veces en las que hay bastidores mal ubicados o parte de la escenografía
desajustada, muebles quebradizos y actores mal preparados (o sea, fallas o
déficits en la estructura). En ese caso, la obra no puede ser cabalmente
representada (no adquiere “una forma precisa”) y la atención del espectador se
dirige a estas alteraciones del escenario (Ibid, pp. 159-160).

Cabría considerar entonces que cuando hay alteraciones o limitaciones


estructurales, son éstas la fuente principal de los problemas del paciente (y no
sus conflictos), por lo cual el trabajo del terapeuta debe centrarse en ellas, lo que
lleva a una aproximación, una actitud terapéutica y una serie de intervenciones
diferentes a las que tienen lugar cuando el foco lo constituyen los conflictos
(Rudolf, 2004).

De todos modos, no siempre nos encontramos con esta disyuntiva, sino que lo
más habitual es encontrar formas mixtas en las que tanto los conflictos como las
alteraciones estructurales se hallan en la base de los problemas del paciente y
de sus relaciones interpersonales disfuncionales (Grande, 2007; Stauss,
Fitzsche, 2008).

Por otra parte, en otros casos nos encontramos con una relación diferente entre
estructura y conflicto, como cuando en el curso del desarrollo determinadas
formas de elaboración de los conflictos tienen como resultado que las funciones
estructurales se desarrollen de modo insuficiente, o estén disponibles sólo
parcialmente.

Si las funciones estructurales han sido dejadas de lado por un intento defensivo
de solucionar un conflicto, el trabajo sobre éste traerá aparejada la recuperación
de capacidades existentes, pero no disponibles hasta ese momento.

La complejidad de este estado de cosas obliga a un esfuerzo para llegar a un


diagnóstico refinado, que pueda identificar el lugar que ocupa cada una de estas
dos variables en juego, así como su mutua relación y su eventual alternancia en
el curso del tratamiento (Stauss, Fritzsche, 2008).

No obstante, más allá de estas vicisitudes, la idea en la que deseo poner el


acento es la expresada por Grande: “La estructura debe ofrecer un marco en el
cual una tensión conflictiva encuentre sostén y pueda desarrollar una forma
precisa”.

Estructura y mentalización
Si bien el constructo mentalización surgió en el contexto de la teoría del apego,
mientras que el OPD integra varias teorías psicoanalíticas y es producto de la
investigación clínica psicoanalítica, es posible advertir un solapamiento entre el
concepto de estructura del OPD y los desarrollos acerca de la mentalización, sin
pretender que la coincidencia entre ambos sea total, o que se trate de conceptos
idénticos.

A los efectos de poner de relieve este solapamiento, haré ahora una breve
sinopsis de la teoría de la mentalización, con el objetivo de llevar posteriormente
a cabo una comparación detallada de dos de las dimensiones que forman parte
de la estructura, según el punto de vista considerado hasta el momento, con
conceptos derivados de la teoría de la mentalización, forjada por Fonagy, Target
y un amplio grupo de colaboradores

La mentalización

El concepto mentalización se refiere a una actividad mental, predominantemente


preconsciente, muchas veces intuitiva y emocional, que permite la comprensión
del comportamiento propio y ajeno en términos de estados y procesos mentales.

En un sentido más amplio, alude a una capacidad esencial para la regulación


emocional y el establecimiento de relaciones interpersonales satisfactorias.

La caracterización de la mentalización no es sencilla, ya que la misma ha de


entenderse como un constructo multidimensional que implica una serie de
habilidades cognitivas, un conjunto de conocimientos, un sistema
representacional para los estados mentales y cuatro polaridades (procesos
automáticos y controlados; cognitivos y afectivos; basados en lo interno o en lo
externo; focalizados en sí mismo o en los demás). A su vez, la articulación de
este conjunto de variables da lugar a las distintas capacidades de la
mentalización, las cuales no son estáticas, sino que son procesos dinámicos
cuya puesta en juego varía dependiendo del nivel de activación, el stress, el tipo
de relación interpersonal de que se trate, etc. (Lanza Castelli, 2011).

Por lo demás, para una cabal comprensión de la mentalización haría falta


puntualizar los hitos fundamentales de su desarrollo, que tiene lugar en el interior
del intercambio intersubjetivo con las figuras de apego, categorizar
detalladamente los modos prementalizados de experimentar el mundo interno,
establecer su participación esencial en la constitución y desarrollo del self y
mostrar su relación con la regulación emocional y el control atencional (Lanza
Castelli, 2010).

Asimismo, haría falta caracterizar el proceso mediante el cual se forman las


representaciones secundarias para simbolizar los afectos, proceso que se
encuentra en los orígenes del mentalizar (Fonagy et al., 2002)

Dado que un desarrollo pormenorizado de estos temas excede largamente los


objetivos de este trabajo, en lo que sigue haré un listado -incompleto y
esquemático- de las cinco capacidades principales de la mentalización, que en
el modo de funcionamiento mental mentalizado trabajan adecuadamente.
Estas capacidades son:

a) Discernimiento de la naturaleza de los estados mentales: comprende la


capacidad para diferenciar los propios pensamientos de la realidad efectiva, de
modo tal que el sujeto aprehende (aunque sea de modo implícito) el carácter
meramente representacional de aquéllos y puede considerar la propia opinión
como sólo un punto de vista, una perspectiva que es relativa, limitada y
eventualmente equivocada.

De este modo, podemos decir que mediante el adecuado funcionamiento de la


mentalización se discierne (de modo explícito o implícito) la vigencia de un
territorio cualitativamente diferenciado: el territorio de lo mental, en el que se
afirma la realidad psíquica (Freud), en tanto diferente de la realidad material,
aunque relacionada con la misma.

Esta afirmación de la realidad psíquica implica la habilidad para considerar y


tramitar los estados mentales en tanto eventos subjetivos, lo cual incluye el
procesamiento simbólico de la experiencia personal, mediante el cual ésta
adquiere un carácter “como-sí”, necesario para que sea tolerada y para que sea
posible articularla cognitivamente (Lecours, 2007).

b) Comprensión de la mente ajena: el buen desempeño de esta función permite


la comprensión del comportamiento ajeno en términos de estados mentales, e
implica la aptitud para aprehender los estados mentales que subyacen al
comportamiento del otro de un modo diferenciado, plausible, descentrado y no
egocéntrico.

Esta comprensión puede ser intuitiva, automática y rápida, o reflexiva y basada


en inferencias y deliberaciones. Asimismo, dicha comprensión permite anticipar
el comportamiento del otro y prever su reacción ante una acción o verbalización
de nuestra parte.

c) Comprensión de la mente propia: supone la capacidad para adoptar una


postura reflexiva que implique una focalización de la atención en los contenidos
de la propia mente, a la vez que una toma de distancia que favorezca una
reflexión sobre la misma.

Su adecuado funcionamiento permite el registro, identificación y diferenciación


de los propios sentimientos, así como el discernimiento de aquello que les dio
origen. De igual forma, habilita para la detección de los propios pensamientos y
motivaciones, y para la reflexión sobre los mismos.

d) Descentramiento: consiste en la capacidad para advertir que los demás


poseen pensamientos y puntos de vista diferentes a los propios. Implica también
la posibilidad de reconocer que los pensamientos y sentimientos de los otros no
nos tienen como el centro de su atención, sino que poseen motivos y objetivos
por fuera de nuestra propia persona.

e) Regulación: abarca procesos de regulación atencional, emocional, conductual


y del self. En lo que hace a los afectos, la capacidad de regulación permite
interpolar un proceso de elaboración mental entre el estímulo y la reacción
emocional, que evalúe, procese y simbolice el propio sentir, modulando su
expresión de acuerdo a las posibilidades de la situación y a la captación empática
del otro, y propiciando una selección de respuesta acorde.

Si bien esta enumeración es incompleta y he agrupado procesos que deberían


diferenciarse detalladamente para mayor precisión, ya que ponen en juego
habilidades mentales distintas, creo, no obstante, que da una idea aproximada
de algunas de las capacidades que quedan englobadas bajo el término
“mentalización”, las que funcionan adecuadamente cuando predomina el modo
de funcionamiento mental mentalizado.

Comparación entre la mentalización y el eje IV (estructura) del OPD-2

En lo que sigue llevaré a cabo una comparación detallada de dos de las cuatro
dimensiones del eje estructura, con conceptos de la teoría de la mentalización.
Por razones de espacio, dejaré sin considerar las otras dos.

La primera dimensión del eje estructura del OPD

Esta dimensión tiene que ver con la percepción de sí mismo y del objeto, y es
caracterizada en el Manual en los siguientes términos (resalto en negrita aquellos
pasajes en los que se advierte un mayor solapamiento con la mentalización):

Referido al self:
“la dimensión cognitiva describe la capacidad de percibir de manera diferenciada una
imagen del propio self y de los sucesos intrapsíquicos, especialmente de los
afectos [“Los afectos pueden ser percibidos en forma diferenciada (…) pudiendo,
además, ser guía para la conducta” p. 489)]. Esto se refiere, también, a la capacidad
de mantener constante, a través del tiempo, la autoimagen en cuanto a aspectos
psicosexuales y sociales (identidad)” (p. 297).

En el capítulo 12, donde el Manual consigna las preguntas y comentarios que se


proponen para explorar esta dimensión, encontramos entre otras:
“Ya me ha contado varias cosas sobre usted, quizás se pueda describir nuevamente a
sí mismo, en lo posible, de tal manera que yo me pueda imaginar qué tipo de persona es
usted” “¿Me podría describir qué le ocurrió internamente en esa situación?” “No me
puedo imaginar bien ese aspecto suyo. ¿Puede intentar hablarme más de ello?” “¿Le
ocurre a veces que no sabe en absoluto cómo se siente?” “¿Puede usted reflexionar
sobre sí mismo?, ¿hay momentos en que también pierde esa habilidad?” (p. 514).

Referido a los objetos:


“con relación a los objetos, se trata de la capacidad de desarrollar una imagen realista
del interlocutor, en especial, consiste en poder percibir al otro como poseedor de
características individuales.

El requisito central para una percepción realista del objeto radica en poder distinguir
entre lo propio y lo de otros (diferenciación self-objeto). Esta diferenciación no sólo
es importante para una percepción realista del objeto, sino para una percepción realista
de sí mismo” (p. 297).

En el nivel alto de integración, vemos que:


“…Los sucesos intrapsíquicos pueden ser observados con interés y percibidos en
relación con sus correspondientes afectos (…) Los intereses propios se
distinguen claramente de los de otros. Así, surge una percepción diferenciada del
interlocutor, cuya imagen es básicamente constante y coherente a través del tiempo.
Aún en situaciones conflictivas y estresantes, permanece esencialmente estable” (pp.
297-298).

Por lo demás, “Los otros son vivenciados como personas con intereses,
necesidades y derechos propios; diferentes aspectos pueden ser integrados
en una imagen vitalizada” (p. 491).

En el capítulo 12 encontramos, entre otras, las siguientes preguntas:


“Usted ha hablado repetidas veces de X. ¿Me lo puede describir de manera que me lo
pueda imaginar bien?” “No puedo imaginarme bien ese aspecto de X. ¿Podría intentar
hablarme más sobre él?” “¿Cómo describiría a X diferenciándolo de usted?” “Algunos
tienen una buena capacidad de conocer a las personas. ¿Tiene usted esa capacidad?
Deme un ejemplo” (p. 515).

Esta primera dimensión pone el acento en las capacidades cognitivas necesarias


para aprehenderse a sí mismo y al otro, de manera realista (esto es, no
distorsionada por proyecciones, idealizaciones, etc.).

El solapamiento con el enfoque basado en la mentalización es muy grande, si


bien cabe decir que Fonagy y colaboradores han profundizado en este punto
más de lo que lo hace el OPD, a la vez que este último incluye ítems que no han
sido considerados desde el punto de vista de la mentalización. Pero este tema
es tan amplio, que no resulta posible incluirlo en este artículo.

Por lo demás, es necesario subrayar que hay cierta diferencia de énfasis entre
un enfoque y el otro, ya que el punto de vista de la mentalización hace foco de
un modo más decidido en la aprehensión de los estados mentales (propios y
ajenos), mientras que el OPD incluye esta dimensión, pero le hace lugar también
a la percepción de las “características individuales”, concepto más amplio y
abarcativo que el de estado mental (si bien puede, sin duda, incluirlo).

Algunos de los rendimientos que la teoría de la mentalización identifica,


relacionados con el primer aspecto de esta dimensión del eje IV del OPD-2, esto
es, con la percepción del self, son: el sujeto que mentaliza es capaz de discernir
que experimenta determinadas emociones, aunque manifieste que siente otras;
puede reconocer las propias limitaciones para comprenderse a sí mismo;
identifica mecanismos internos que utiliza para evitar el dolor psíquico (no
pensar, distraerse, etc.); se encuentra en condiciones de dar explicaciones
plausibles de su conducta en función de determinados estados mentales que la
motivaron (deseos, afectos, etc.); le es factible advertir que determinada reacción
emocional que ha tenido no es consistente con la situación en que se produjo y
que obedece a otras razones; toma conciencia de cómo la interpretación que
hizo de determinado hecho estuvo distorsionada por la emoción del momento;
reconoce la incidencia que sus estados mentales pueden haber tenido en las
reacciones o actitudes de los demás; se interesa por lo que ocurre en su mundo
interno; diferencia con claridad su propia mente de la de los demás, etc.
En lo que hace a los rendimientos relacionados con la percepción del otro,
podríamos decir que el sujeto que mentaliza advierte que los estados mentales
del otro son opacos y que no es posible saber con certeza lo que otro siente o
piensa; es capaz de anticipar una respuesta psicológica esperable en cierta
situación específica; puede dar explicaciones verosímiles del comportamiento
ajeno en términos de estados mentales; logra tomar conciencia de que la imagen
que los otros tienen de él, está relacionada -en parte, al menos- con actitudes
suyas hacia los demás; piensa espontáneamente en los pensamientos y
sentimientos de los otros, diferencia claramente las motivaciones, afectos,
creencias, etc., de los otros, de las suyas propias, etc. (Fonagy et al., 1998).

En lo que hace al solapamiento con el OPD, podríamos decir que estos


rendimientos en relación al self, que he presentado de manera específica y
detallada (aunque incompleta), pueden quedar englobados en la expresión más
general: “la capacidad de percibir de manera diferenciada una imagen del propio
self y de los sucesos intrapsíquicos”, presente en el OPD.

Y en lo que hace a la percepción del otro, lo mismo podría decirse en relación a


la expresión del OPD: “la capacidad de desarrollar una imagen realista del
interlocutor, en especial, consiste en poder percibir al otro como poseedor de
características individuales”.

No obstante, solapamiento no es identidad, ya que podemos ver que en este


punto la teoría de la mentalización aprehende una variedad de procesos más
rica y compleja que el OPD, dentro de lo que es “percepción del self y del otro”.
Para dar sólo dos ejemplos de este aserto, en dicha teoría se tiene en cuenta la
capacidad del entrevistado para advertir cambios en los estados mentales
(propios y ajenos) debidos al paso del tiempo o a la evolución psicológica, como
así también procesos transaccionales en el interior de una familia, en los que los
estados mentales se determinan e influyen recíprocamente (Fonagy et al., 1998).

La tercera dimensión del eje estructura del OPD

Tiene que ver con la capacidad emocional y la comunicación, tanto con el propio
self como con el otro. En lo que sigue transcribo algunos pasajes particularmente
elocuentes de la descripción de esta dimensión, según el Manual, y resalto en
negrita aquellos pasajes que tienen mayor solapamiento con la mentalización:
“Referido al self: la comunicación emocional puede ser entendida intrapsíquicamente
como la capacidad de llevar diálogos internos y de entenderse uno mismo. La
capacidad de dejar que surjan los afectos en uno y de vivirlos es un requisito para
lograr esa comunicación” (p. 305).

En el capítulo 12, cuando habla de las preguntas y comentarios que se proponen


para explorar esta dimensión, encontramos entre otras:

“¿Le resulta fácil comprender lo que ocurre dentro de usted? ¿Qué tan bien
cree que conoce sus necesidades? ¿Le ayudan a veces las imágenes internas
para saber qué es lo que hay qué hacer?
Con lo que usted me acaba de relatar me dio la impresión de que usted no
entendió bien por qué se comportó de esa manera. Pareciera que a menudo no
sabe usted lo que le ocurre (pp. 519-520).

“Referido al objeto: la comunicación generalmente se refiere al intercambio


emocional entre el self y el otro. En ese sentido, esta dimensión estructural alude
al establecimiento de contacto emocional entre personas, la comunicación de
los propios afectos y la capacidad de dejarse «tocar emocionalmente» por los
afectos de otros, así como la comprensión mutua y el sentimiento del
«nosotros» de la reciprocidad.

La empatía es un proceso interpersonal e intrapsíquico a la vez, y se la define


como la capacidad de entrar temporalmente con la propia vivencia psíquica en
el mundo interno del otro y de vincular su punto de vista con el propio, todo lo
cual supone un requisito para la capacidad de entender realmente a alguien”
(p. 306).

En el nivel alto de integración ocurre que: “Los procesos intrapsíquicos del


otro pueden ser comprendidos con interés; la persona puede ponerse
empáticamente en el lugar del otro, participando de su experiencia”.

En el capítulo 12 encontramos las siguientes preguntas: ¿Puede imaginarse lo


que la otra persona está sintiendo? ¿Siente que puede tener empatía con los
demás? ¿Le es difícil expresar sus emociones?

Al describirme la situación que tuvo con X me dio la impresión de que usted no


se podía imaginar lo que a él le estaba ocurriendo. Quizás a usted le resulta
difícil demostrar lo que siente porque ha tenido la experiencia de que no se
debe hablar sobre lo que lo mueve internamente. ¿Quizás usted evita hablar de
sus sentimientos por temor a ser rechazado?” (p. 521).

Las consideraciones de la comunicación emocional referidas al self tienen un


notable solapamiento con lo que Fonagy et al. (2002) entienden por afectividad
mentalizada (o mentalización de la experiencia emocional).

También encontramos este solapamiento en la primera dimensión (percepción


diferenciada de los afectos, etc.) y en la segunda (regulación del self y del
objeto). Si he decidido consignar en este punto algunas reflexiones en torno a la
afectividad mentalizada, ha sido porque la dimensión “comunicación emocional”
tiene relación más directa con lo emocional, pero es claro el enlace existente
entre ambas dimensiones (primera y tercera), como así también el solapamiento
de la afectividad mentalizada con las tres dimensiones mencionadas
(percepción, regulación, comunicación).

En lo que hace, entonces, a la afectividad mentalizada, cabe decir que Fonagy y


colaboradores la consideran como una forma sofisticada de la regulación
emocional, que implica que los afectos son experimentados a través de los lentes
de la autorreflexividad, de modo tal que se hace posible comprender el
significado subjetivo de los propios estados afectivos.
Estos autores consideran que es dable suponer que cuanto mayor sea la
familiaridad con la propia experiencia subjetiva, más efectiva podrá ser la
regulación emocional, ya que ésta supone un agente autorreflexivo. La expresión
“afectividad mentalizada”, entonces, describe cómo la regulación emocional es
transformada por la mentalización.

A través de la mentalización de la vida emocional es posible lograr una


comprensión más profunda de la propia experiencia afectiva y advertir nuevos
significados en los afectos, o diferenciar los diversos componentes de un estado
emocional complejo.

En su esencia, la afectividad mentalizada designa la necesidad humana de


entender y reinterpretar los movimientos afectivos, supone un interés en los
mismos y queda particularmente ejemplificada a través de la expresión interior
de los afectos (Jurist, 2005, 2008; Lanza Castelli, 2013).

En lo que hace a los componentes de la afectividad mentalizada, Fonagy et al.


(2002) enumeran tres: identificación, modulación y expresión de los afectos.
Cada uno de ellos tiene una forma básica y una compleja.

La identificación de los afectos es un preludio para su modulación, de la que


depende, a su vez, la expresión, que puede ser tanto externa como interna.

La forma básica de la identificación consiste en identificar y poder denominar el


afecto que se experimenta, lo cual no es sencillo para ciertos pacientes, que
ignoran lo que sienten o están confundidos al respecto. Tampoco es fácil
respecto a ciertos sentimientos, que tienen forma poco definida y son
experimentados como vagos, o respecto a otros que son contradictorios o
conflictivos y son experimentados como confusos (Jurist, 2005).

La forma compleja queda ilustrada por aquellos casos en los que el paciente
puede discernir los nexos que existen entre distintos afectos (por ejemplo, el
registro que alguien puede tener de que cada vez que se enoja, vira hacia la
ansiedad).

Asimismo, la identificación de los afectos comprende la posibilidad de entender


las razones de su surgimiento en una situación determinada, como así también
el discernimiento del desarrollo histórico de la respuesta emocional en una
relación interpersonal específica y su nexo con relaciones anteriores.

La modulación del afecto implica, en su forma básica, la modificación del mismo,


sea en su duración o en su intensidad. En cuanto a lo primero, cabe considerar
aquellos pacientes que logran, después de un tiempo de trabajo, soportar los
afectos displacenteros de los que fugaban antes rápidamente, mediante distintos
recursos. La modificación de la elevada intensidad (su aminoración) se revela
deseable en múltiples caso, por ejemplo, en el caso de pacientes que padecen
ansiedad o depresión intensas, en el de aquellos otros que se aferran a
sentimientos de rencor que colorean sus vidas, etc.
La intensidad puede también modificarse cuando ésta es muy baja, debido a
evitaciones o a diversas defensas. En este caso, el trabajo sobre estas últimas
permitirá un mayor nivel de activación emocional percibido.

La forma compleja de la modulación tiene que ver con la reevaluación de los


afectos, con la reinterpretación del sentido de los mismos, a través de la cual se
llega a tener una mayor comprensión de la complejidad de la propia experiencia
afectiva, en la medida en que se la mira en relación con los acontecimientos de
la propia historia y de la experiencia personal.

El tercer componente consiste en la expresión de los afectos. En su forma


básica, tiene que ver con la opción entre refrenar dicha expresión o dejarse ir. La
identificación del afecto es un prerrequisito para su expresión, y la modulación
del mismo lo es para su expresión eficaz en el terreno interpersonal, que implica
la expectativa de cómo dicha expresión será recibida por el partenaire, así como
el deseo de ser entendido y respondido en alguna forma.

Sin embargo, en toda una serie de situaciones, la expresión exterior del afecto
no es aconsejable. En esos casos es posible expresar los afectos interiormente,
hacia uno mismo, lo cual requiere mentalizar la emoción, en el sentido de
reflexionar sobre el afecto en medio del arousal emocional.

Si intentamos ver ahora los puntos en los que encontramos un solapamiento,


podemos advertir que el OPD menciona un requisito, consistente en el dejar que
surjan los afectos y vivirlos. Este punto no suele ser aclarado en forma explícita
por Fonagy, pero se encuentra implícito en muchos de sus trabajos (Fonagy et
al., 2002; Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

Son varias las referencias presentes en el OPD respecto al “entenderse uno


mismo”, “comprender” lo que ocurre dentro de uno mismo, “conocer” las propias
necesidades, “saber” lo que a uno le ocurre.

En el contexto de esta dimensión, que tiene que ver con la emoción, se entiende
que este entenderse, comprender, conocer y saber se refiere a las emociones y
a las necesidades emocionales o teñidas de emoción.

Y no otra cosa es la afectividad mentalizada, que busca identificar los afectos,


lograr una comprensión más profunda de la propia experiencia afectiva y advertir
nuevos significados en la misma.

Otro aspecto de la afectividad mentalizada, la expresión de los afectos, también


es mencionado en el OPD, ya que se alude al intercambio emocional con el otro,
que no es posible sin la expresión de los propios afectos. También se encuentra
en la pregunta: “¿Le es difícil expresar sus emociones?”

Por último, un hecho clave de la mentalización de la afectividad, esto es, la


regulación de la misma, no es mencionada en esta dimensión del OPD, pero sí
en la segunda de las cuatro dimensiones, que tiene que ver con la regulación de
afectos e impulsos (entre otras preguntas dirigidas a evaluar esta dimensión, en
el capítulo 12, podríamos citar la siguiente: “¿Puede describirme una situación
en la que haya tenido que luchar con fuertes emociones? ¿Qué emociones eran
y cómo las manejó?”, p. 516).

Vale decir que lo que en el OPD aparece diferenciado en dos (o tres, si incluimos
también la primera) dimensiones distintas (aunque interrelacionadas), en el
concepto de afectividad mentalizada se encuentra entrelazado en una tríada:
identificación-modulación-expresión. Pero lo importante es que en ambos
enfoques hay un énfasis muy similar en aquello que se destaca y que se realza
como importante.

En lo que hace a las consideraciones del OPD referidas a la comunicación con


el otro, en el Manual se pone el acento en el intercambio emocional, para el cual
son necesarias la expresión de los propios afectos (ya mencionada) y la empatía,
esto es, la comprensión de los procesos intrapsíquicos del otro (motorizada por
el interés en dichos procesos y que se vale del imaginar lo que el otro
experimenta) y el resonar con ellos, que permite ponerse en su lugar y participar
de su experiencia.

En el enfoque de Fonagy un interés en aprehender los procesos mentales que


subyacen al comportamiento propio y ajeno es un indicador clave del buen
mentalizar (Fonagy et al., 1998).

En lo que hace a la empatía, son varios los lugares en los que Fonagy y
colaboradores se ocupan de ella.

La sitúan dentro de la polaridad self/otro, como aquella acción mentalizadora que


identifica los sentimientos y pensamientos ajenos y, además, reacciona en
sintonía emocional con lo que el otro está sintiendo. La diferencian del contagio
afectivo en la medida en que en este último falta la diferenciación entre el self y
el otro, que es esencial en el empatizar (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).

Las consideraciones desarrolladas hasta este punto, en relación al solapamiento


entre la mentalización y el eje estructura del OPD-2, pueden ponerse en relación
con las reflexiones presentes en un trabajo que relata un estudio llevado a cabo
en el Hospital de la Universidad de Frankfurt. El interés de ese trabajo no radica
tanto en las consideraciones teóricas que incluye, sino en la investigación
empírica que relata, y ésa es la razón por la cual lo incluyo en este punto.

La investigación, llevada a cabo por Muller, Kaufhold, Overbeck y Grabhorn


(2006), se realizó sobre 24 pacientes entre 18 y 55 años, que padecían anorexia
nerviosa y trastornos depresivos. En ella se indagó si había algún tipo de
correlacion entre la Función Reflexiva (operacionalización de la mentalización) y
el eje “estructura” del OPD.

La psicoterapia se llevó a cabo durante tres meses y las pacientes fueron


evaluadas antes y después de terminado el tratamiento.

Las evaluaciones iniciales, llevadas a cabo con la escala que evalúa FR (Fonagy
et al., 1998) y con la que evalúa el eje estructura del OPD, mostraron que todas
las pacientes tenían puntajes bajos al comienzo de la psicoterapia.
Considero que lo más destacable de dicho trabajo -para el objetivo de este
escrito- es la alta correlación hallada, establecida empíricamente, entre los
valores de la FR y los del eje estructura del OPD.

De hecho, todas las subescalas de la escala estructura tuvieron una correlación


muy alta con los resultados de la evaluación de la FR, siendo las que alcanzaron
un valor más alto la de “autopercepción” y la de “comunicación”.
“En otras palabras, las pacientes que tienen buenas habilidades de autopercepción y
comunicación, así como un nivel estructural general mejor integrado, muestran una FR
más alta que aquellas otras que poseen un menor desarrollo de dichas habilidades”
(2006, p. 490).

En línea con lo propuesto en este articulo, los autores del trabajo mencionado
destacan que
“…ambos modelos tienen mucho en común. La FR puede ser entendida como un
aspecto estructural de la personalidad, que forma la base para aquellos procesos
psíquicos que expresan la estructura del self en su relación con otras personas. Las altas
correlaciones positivas entre las subescalas del eje de la estructura y la FR, apuntan
hacia un solapamiento entre ambos modelos” (Ibid, p. 491).

Subrayan por ultimo lo siguiente


“…los datos del presente estudio proveen un estimulo a la idea de situar a la FR en el
centro del diagnostico estructural y de las consideraciones terapéuticas, a los efectos de
beneficiarse de las conexiones entre la investigación del apego y la investigación
psicoanalítica en la práctica clínica” (Ibid, p. 492).

En otro trabajo, Juen, Schick, Cierpka y Benecke (2009), muestran cómo los
niños en edad preescolar que han desarrollado la capacidad de identificar
intenciones y emociones en los demás, tienen menos problemas de
comportamiento que aquellos que no lo han logrado. En ese trabajo homologan
la capacidad de mentalizar con el primer ítem del eje IV (estructura) del OPD-2.

Por su parte, Gerd Rudolf dice que su psicoterapia centrada en la estructura,


tiene similitudes con el proceder de la psicoterapia basada en la mentalización
(2007, 2010).

El establecimiento de este solapamiento entre estructura y mentalización, nos da


pie para conjeturar la relación que podemos encontrar entre mentalización y
conflicto. Dado que desde el punto de vista de la mentalización no se han
realizado estudios en tal sentido, las consideraciones al respecto sólo pueden
ser conjeturales.

En primera instancia, podríamos suponer entonces que así como la estructura


implica una serie de funciones y actividades que permiten tomar forma a los
conflictos y que, recién entonces, éstos pueden tener lugar (en vez de quedar
como “esbozos de conflictos”), otro tanto podríamos decir de la mentalización:
también un adecuado nivel de capacidad mentalizadora es necesario para que
el conflicto encuentre sostén y tome una forma definida (tal como sucede con la
estructura, según la expresión de Tilman Grande, citada más arriba).
Ahora bien, más allá del solapamiento que hemos podido establecer,
¿Encontramos en la teoría de la mentalización algún desarrollo que pueda
sustentar, también desde otro lugar, esta pretensión?

Considero que sí es posible encontrarlo y que se halla en las consideraciones de


Fonagy y colaboradores acerca de la constitución de las representaciones
secundarias para simbolizar los afectos.

Estos autores parten de la base de que en los primeros tiempos de la vida los
afectos consisten para el bebé en una activación fisiológica y visceral que no
puede controlar ni significar. Para ello hace falta la respuesta de la figura de
apego a la exteriorización de dichos afectos. Esta respuesta, cuando es
adecuada, consiste en un reflejo del afecto en cuestión: la madre manifiesta su
captación y empatía con expresiones faciales y verbales acordes al afecto
experimentado por el niño, de forma exagerada o parcial y con el agregado de
algún otro afecto combinado simultánea o secuencialmente (por ej. el reflejo de
la frustración del niño, combinada con preocupación por él) y con claves
conductuales, como las cejas levantadas que encuadran la expresión ofrecida a
la atención del infans. La observación de este reflejo parental ayuda al niño a
diferenciar los patrones de estimulación fisiológica y visceral que acompañan los
distintos afectos y a desarrollar un sistema representacional de segundo orden
para sus estados mentales, mediante la internalización de dicho reflejo. Como
dicen Bateman y Fonagy:
“La internalización de la respuesta reflejante de la madre al estrés del niño (conducta de
cuidado) viene a representar un estado interno. El niño internaliza la expresión empática
de la madre desarrollando una representación secundaria de su estado emocional, con
la cara empática de la madre como el significante y su propia activación emocional como
el significado. La expresión de la madre atenúa la emoción al punto que ésta es separada
y diferenciada de la experiencia primaria, aunque -de forma crucial- no es reconocida
como la experiencia de la madre, sino como un organizador de un estado propio. Es esta
“intersubjetividad” el cimiento de la íntima relación entre apego y autorregulación” (2004,
p. 65).

Esta respuesta reflejante, que provee los inicios de un sistema simbólico para el
bebé, ha de estar “marcada” de algún modo para que éste no la confunda con
una expresión de los sentimientos de la madre, lo cual sería particularmente
problemático cuando esta última se encuentra reflejando los sentimientos
negativos de aquél, en cuyo caso dichos sentimientos se incrementarían en lugar
de disminuir. Esta “marca” se logra en la medida en que la madre produce una
versión exagerada (o atenuada) de la emoción del niño, mezclada, además, con
otros sentimientos, tal como fue señalado más arriba.

Otro factor importante para que el niño reconozca que la expresión de la madre
tiene que ver con los sentimientos que él experimenta, es que la misma aparece
en forma concordante con la expresión de dichos sentimientos por su parte y no
cuando se halla libre de ellos.

Otra característica necesaria de la respuesta materna es su congruencia con el


sentimiento vivenciado y expresado por el niño. Mediante la misma, este último
va adquiriendo una comprensión de sus propios estados internos, a la vez que
comienza a poder regularlos, ya que mediante la expresión de sus afectos logra
un control sobre la conducta de la madre que acude a consolarlo y a ofrecerle el
reflejo mencionado. El niño asocia entonces el control que posee sobre las
conductas reflejantes de la madre con el subsiguiente cambio positivo en su
estado emocional, con lo cual comienza a experimentar al self como un agente
autorregulador (Gergely, Watson, 1996).

El establecimiento de estas representaciones de segundo orden crea las bases


para la regulación del afecto y el control de impulsos y provee una pieza esencial
para el posterior desarrollo de la mentalización.

Podríamos decir entonces que sin la constitución de estas representaciones, sin


la disponibilidad de mecanismos reguladores, sin la posibilidad de habilitar un
espacio mental en el que procesar las representaciones que simbolizan la
emoción y elegir un curso de acción adecuado, sin la posibilidad de anticipar las
reacciones del otro a la expresión emocional que se traduzca en acción, las
tensiones emocionales no tendrán un marco que les dé contención, forma y un
curso adecuado e interpersonalmente satisfactorio. Otro tanto cabe decir de las
tensiones conflictivas, aunque su desenlace no conlleve satisfacción, sino más
bien frustración.

No obstante, es importante reconocer que en la teorización de Fonagy y


colaboradores falta casi por completo un estudio del conflicto tan detallado como
el que se encuentra en el OPD. Falta también, por lo tanto, una reflexión acerca
de la relación entre la dimensión estructural -propia de la mentalización- y los
avatares del conflicto psíquico, cuya conceptualización y abordaje clínico son
centrales en el enfoque psicoanalítico.

De ahí lo interesante que resulta pensar en una articulación entre los dos
modelos, o, mejor aún, en una situación según la cual el OPD-2 haga las veces
de un marco (con cinco ejes) en el cual se engarce la teoría de la mentalización
que, a su vez, puede enriquecer el eje estructura con la complejidad mencionada
más arriba, pero también con su estudio sobre los modos prementalizados del
funcionamiento mental, las polaridades de la mentalización, etc.

Por lo demás, ambos enfoques postulan que el abordaje interpretativo que busca
develar conflictos inconscientes, tiene sentido cuando lo determinante del cuadro
clínico son dichos conflictos (como en la neurosis). En ese caso, tanto la terapia
basada en la mentalización como la centrada en la estructura, dejan paso, por
así decir, al enfoque psicoanalítico habitual, con su énfasis en la interpretación
(Fonagy et al., 1993, Rudolf, 2004).

Cuando, por el contrario, lo determinante son los déficits estructurales o las


perturbaciones del mentalizar, se hace necesario otro abordaje terapéutico,
diferente al anterior y no basado en la interpretación, que tome como objeto
dichos déficits y perturbaciones. Este abordaje es el que proponen, con
similitudes y diferencias, ambos enfoques, de ahí la importancia que poseen para
la clínica con los pacientes cuyo padecer obedece primariamente a estos déficits
y perturbaciones, y lo útil que resultaría comparar y articular los abordajes
clínicos que plantean uno y otro modelo, ya que en ambos encontramos un rico
acervo de sugerencias, en parte concordantes y en parte complementarias, que
suministran una serie de recursos para el abordaje de estas patologías
(Bateman, Fonagy, 2004, 2006; Rudolf, 2004, 2007, 2010).
En las formas mixtas, que representan la mayor parte de los casos en
tratamiento, el terapeuta deberá refinar su aprehensión del caso y del proceso,
para emplear una u otra técnica, según el emergente predominante en distintas
sesiones, o aún dentro de la misma sesión (Stauss, Fritzsche, 2008).

Para finalizar, desearía expresar que con las reflexiones expuestas en este
trabajo he intentado dar sólo un paso en la comparación entre la teoría de la
mentalización y el concepto de estructura de Rudolf y el grupo de trabajo del
OPD-2.

Entiendo que para profundizar en esta comparación haría falta, asimismo y en


primer término, tomar en consideración las otras dos dimensiones de la
estructura (regulación, vínculo) y analizarlas de un modo similar al utilizado en
este caso.

En el mismo sentido, sería también importante comparar la escala que evalúa


FR con los niveles de organización de la estructura, para cada una de las cuatro
dimensiones del eje estructura.

De igual forma, sería de utilidad interrogar y comparar los supuestos teóricos de


ambos modelos sobre el self y su evolución, como así también sobre una serie
de parámetros de la teoría que sustenta cada uno.

Asimismo, sería deseable llevar a cabo investigaciones empíricas más


sofisticadas y abarcativas que la que he mencionado en este trabajo, que se
centren en esta comparación, e incluyan también las intervenciones terapéuticas
propuestas por cada uno de estos enfoques y los resultados logrados mediante
su utilización.

Vale decir que es mucho el trabajo que puede hacerse en esta línea, que
considero tan promisoria, de articular un modelo con el otro.

Espero haber contribuido, con el presente trabajo, a transitar algún paso en esa
dirección.
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