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ÉTICA Y ECOLOGÍA

Pablo Rivera
1. El desafío de la crisis ecológica
Ya es un lugar común declarar que vivimos inmersos en una crisis ecológica. Se trata de
un complejo multilateral que incluye cuestiones éticas, psicológicas, sociológicas,
políticas, jurídicas, pedagógicas, científico-tecnológicas, económicas, urbanísticas, etc.
El hecho de que esté constituido por múltiples perspectivas significa que es difícil
delimitar el problema ambiental de forma completa. Lo que se llama crisis ambiental es
un conjunto de fenómenos que incluye no sólo el deterioro creciente del medio natural,
el agotamiento de los recursos naturales, la lluvia ácida y el deterioro de la capa de ozono,
la deforestación o desertización o sobreexplotación de los suelos, la pérdida acelerada de
biodiversidad, la contaminación continental, marina —y ahora también espacial—, y
otros problemas en la naturaleza; sino también son problemas ambientales los
desequilibrios Norte / Sur y la falta de acceso a los recursos de los países del Sur, la
explosión demográfica de los países menos desarrollados y el envejecimiento de la
población de los países ricos, el modelo consumista occidental que se quiere imitar, las
fuertes migraciones, la feminización de la pobreza, los conflictos, la violencia y las
guerras, y otros problemas hasta ahora considerados sociales y políticos1.
La crisis ambiental nos presenta un problema de límites y de restricciones. Unos límites
no sólo de recursos naturales, sino también del crecimiento económico, de la arbitrariedad
con la que actúan los seres humanos, de las aspiraciones y las ambiciones de las
sociedades occidentales, de nuestro sueño dogmático de un desarrollo ilimitado, etc2. Pero
como otras crisis humanas, también nos enfrenta ante una serie de retos que pueden
interpretarse como posibilidades, porque nos obligan a replantear lo que consideramos
dignidad humana y, por ello, a ampliar los derechos humanos. Puesto que cuestionan
nuestras actuaciones con la naturaleza y con el resto de los seres humanos se necesita
revisar nuestras teorías del pasado, claramente insuficientes para solucionar los
problemas del presente. Crisis no significa sólo decadencia o retroceso, sino también
período de cambio, de mutación, del que se puede salir “re-novado”. La metáfora del ave
fénix que resurge de sus propias cenizas es adecuada para representar una crisis con
salida. Sin embargo, y por seguir con la metáfora, no es necesario incendiar todos nuestros

1
En este sentido tendría razón Nicolás Sosa al afirmar que crisis ecológica es una crisis civilizatoria. N.
Sosa, “Ética ecológica” en Los retos de la Ética aplicada, Iglesia Viva, Valencia, 1991, p. 84; V. Shiva,
Tomorrow’s biodiversity, Thames & Hudson, London, 2000, p. 127. En esta obra la autora nos invita a
pensar que la conservación de la biodiversidad nos ofrece una oportunidad de disminuir dos formas de
colonización: la de la naturaleza y la de otras culturas.
2
José Ferrater señala que en la época moderna se dan diferentes tipos de crisis: crisis de los pocos, de los
muchos y de todos. La crisis ecológica es un crisis de “los todos”, porque es cada ser que vive en sociedad
el que siente a la vez crisis real y la necesidad de superarla. Cf. J. Ferrater Mora, Las crisis humanas, Salvat,
Navarra, 1985, p. 94. Alarmantes y catastróficos suelen ser los informes anuales del Club de Roma. A título
de ejemplo: A. King / B. Schneider, Informe del Consejo al Club de Roma. La Primera Revolución Mundial,
Plaza y Janés, Barcelona, 1991; E. U. Von Weizsächer / L. H. Lovins / A. B. Lovins, Factor 4. Duplicar el
bienestar con la mitad de los recursos naturales. Informe al club de Roma, Galaxia Gutemberg, Círculo de
lectores, Barcelona, 1997.
bosques, esquilmar nuestros recursos o generar una atmósfera irrespirable, pues la
conciencia de crisis es hoy toda una realidad.
A la vez y dando respuesta a este conjunto de problemas ambientales, nos encontramos
con diferentes movimientos sociales que constituyen uno de los fenómenos sociales y
políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, y que siguen actualmente
ejerciendo mucho poder ya que intervienen de un modo decisivo en nuestras vidas y en
nuestras ideas. Su influencia ha llegado a provocar actuaciones políticas poderosas y lo
más importante, es que ha generado en muy pocas décadas una cultura ecológica en forma
de conciencia ambiental dentro de la sociedad civil.
Sin embargo, no todas las exigencias que provienen de la sociedad civil, en forma de
movimientos ecologistas o de partidos verdes, pueden ayudar a resolver el problema.
Existe una idea generalizada de que es la razón humana la que nos ha llevado a la crisis
ecológica, por eso no son pocos los ecologistas que proponen una “razón alternativa” que,
de tan alternativa que es, deviene en irracional. Así, encontramos en gran parte de la
literatura ecologista nuevos planteamientos, nuevos movimientos y nuevas propuestas,
etc. porque en lo viejo encuentran el problema. Rotura, discontinuidad, fragmentación
parecen los términos claves, pero esconden una visión reduccionista del problema.
La reflexión ética es necesaria, no sólo por la importancia de la crisis ambiental que
cuestiona nuestro modo de vida y de consumo, nuestros conocimientos y sus aplicaciones
prácticas, sino porque las respuestas dadas desde otros ámbitos necesitan un análisis
desde la razón práctica que analice los presupuestos que subyacen a sus planteamientos y
sus respuestas, porque la renuncia a la reflexión es muy peligrosa.
La ética contemporánea debe responder a este desafío porque la degradación ambiental
está afectando a toda la humanidad, presente y futura. Se introduce así un nuevo hecho
moral sobre el que reflexionar, un nuevo objeto de conocimiento que no es la naturaleza,
sino el conjunto de fenómenos que hoy está poniendo en peligro la supervivencia de la
especie humana y de los restantes seres vivos. Y, además existe otro motivo, que ahora
sólo se puede señalar, porque es objetivo de este trabajo mostrar que la crisis ecológica
también pone en peligro la emancipación humana —de determinadas sociedades, de las
generaciones futuras o de las mujeres en algunas culturas. Decir que la ética tiene que
ocuparse del problema ecológico o del medio ambiente, implica una definición amplia de
ecología y de medio ambiente. El medio ambiente es una realidad compleja que engloba
fenómenos naturales, biológicos, físicos, etc. —como tradicionalmente se ha entendido—
y como se defenderá en esta investigación también incluye aspectos sociales, políticos,
culturales, etc; por eso la ecología no puede ser entendida sólo como una ciencia natural
o parte de la biología. Y sólo así entendidas, la ecología y el medio ambiente pueden ser
objeto de la ética.
La respuesta dada a este desafío contemporáneo no será una respuesta más a considerar
junto a las otras, porque tomar en serio la crisis en ética significa buscar razones y, con
ellas, orientaciones normativas que muevan a actuar de un modo ambientalmente
correcto. Así, el modo de dar una respuesta desde la ética será inverso al de los científicos
que, primero, identifican los conflictos ambientales y después descubren las causas de
estos problemas con el fin de solucionarlas. Aquí no se trata de reconstruir desde los
problemas ambientales, sino desde los modos de pensamiento que subyacen a nuestra
visión del medio ambiente, que es lo mismo que decir de nuestro decir y actuar ante
nuestro entorno natural. No se trata de analizar las actuaciones ambientales, sino de
analizar las exigencias que actualmente tenemos con respecto al medio ambiente.
Una vez aclarado el punto de partida, el trabajo no ha hecho más que comenzar, porque
el punto de llegada no es el acuerdo más o menos generalizado sobre tales exigencias
ambientales, sino el descubrimiento de las razones que conceden validez o legitimidad a
tales exigencias3. La ética, desde el giro lingüístico-pragmático, tiene como misión dirigir
la atención hacia las estructuras lingüísticas que hacen posible los procesos de
socialización y mostrar cómo esas estructuras contienen un núcleo universal, también
llamado punto de vista moral. Porque los imperativos hoy ya no vienen diferenciados por
su forma lógica, sino, por la fuente de la obligatoriedad, que es la exigencia de
universalidad4. Por eso este trabajo comenzará a explicitar las exigencias que actualmente
tenemos con respecto al medio ambiente, con el fin de descubrir en algunas de ellas una
dimensión moral, un núcleo universal que convertirá tales exigencias en legítimas o
válidas.
2. Una ética para una época de crisis
Emprender un trabajo de ética implica comenzar con una referencia casi obligada a
Aristóteles, concretamente a su definición de la ética como saber de lo práctico, es decir,
de aquellas cosas que siendo como son, pueden ser de otra manera. El significado a pesar
del tiempo sigue vigente, pues introduce una diferenciación de saberes marcada por una
distinción entre dos ámbitos de realidad: el ámbito del ser, del que se ocupan las diferentes
ciencias y la filosofía, y el ámbito del deber ser, sobre el que versan otros saberes llamados
prácticos, entre los que se encuentran además de la filosofía moral o ética, la filosofía del
derecho, la filosofía política y la filosofía de la religión.
Si el objetivo principal de este trabajo es presentar una propuesta de ética ecológica que
pueda dar respuesta a los principales problemas ambientales y sociales de nuestro tiempo,
después de la revisión de la definición aristotélica se plantean al menos dos interrogantes:
¿Cómo es posible que la ética pueda pretender “hacerse cargo” de una realidad tan natural
—es decir más propio del ámbito del ser que del deber ser— como es el medio ambiente?
¿Y por qué la ética tiene que posicionarse ante este asunto?
Con respecto a la primera cuestión, la dificultad es aparente, pues ni el medio ambiente
es tan poco humano, ni “hacerse cargo” puede implicar sólo un análisis científico o de
tipo filosófico-teórico. Pero fundamentalmente porque el ámbito del deber ser y del ser
no están separados, ni constituyen dos esferas aparte, mas bien la primera se encuentra
dentro del mundo que es, es decir, de la realidad que nos rodea. Por eso se buscará la
dimensión moral en la realidad, en las actuaciones humanas, en los saberes teóricos y
prácticos, en las relaciones interhumanas, etc.

3
Cf. T. McCarthy, Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea,
Tecnos, Madrid, 1992, p. 29. Según este filósofo, una pretensión es válida no porque estemos de acuerdo,
sino que estamos de acuerdo porque tenemos razones para concederle validez.
4
Cf. D. García-Marzá, “Deber” en A. Cortina (dir.), 10 palabras claves en ética, Verbo divino, Navarra,
1994, pp. 87-88.
Ahora bien, explicitar la dimensión moral del medio ambiente y dar una respuesta a la
crisis ambiental es una tarea que parte de dos presupuestos: en primer lugar, una
definición amplia de medio ambiente que incluye consideraciones sociales, culturales y,
en definitiva, éticas, y que se irá completando a lo largo del trabajo a medida que se
aborden las diferentes perspectivas de la realidad ambiental. Y, en segundo lugar, un
posicionamiento crítico ante este ser y deber ser con el objetivo de “hacerse cargo” de la
crisis ambiental.
“Hacerse cargo”, en terminología de Aranguren, hace referencia a la necesidad que el ser
humano tiene de ajustarse con su entorno, de dar una respuesta al mundo que le rodea,
frente al animal que da una respuesta que le viene dada por naturaleza. Pero, además, el
ser humano tiene que ajustarse a su entorno de un segundo modo, y es que debe justificar
los actos que realiza, porque ha de responder de forma justa, ajustada con el medio. Esta
doble dimensión hace referencia a la distinción entre moral como contenido y moral como
estructura5. Pues bien, este trabajo analiza las formas de entender y de situarse ante el
medio ambiente, para más adelante proponer una posición determinada, justificándola
como la que más puede “a-justarse” —en el sentido de más justa o con “más justeza”—
a la realidad natural, pero también a la realidad social y humana. Porque una de las
conclusiones de este trabajo será que no hay modo de lograr una justicia ambiental sin
justicia moral y, a la inversa, alcanzar justicia moral, sin justicia ambiental.
Respecto al segundo de los interrogantes surgidos a raíz de la definición aristotélica, hay
que reconocer que todos los saberes humanos son indispensables para dar una respuesta
a ese conjunto de problemas que viene llamándose crisis ambiental. Pero lo cierto, es que
ni los saberes teóricos logran atrapar la compleja realidad ambiental, ni sus aplicaciones
tecnológicas han logrado hacer frente a los problemas ambientales. Entre los saberes
prácticos hay que reconocer que el derecho y la política son indispensables para resolver
los conflictos y los problemas de la convivencia humana en el funcionamiento actual de
nuestras sociedades, y también para los conflictos que se derivan de la escasez de los
recursos naturales o de la degradación del entorno natural. Pero, en ocasiones, éstos se
muestran insuficientes para orientar la conducta humana, pues en multitud de ámbitos,
pero especialmente en el medioambiental, es característica la existencia de vacíos
jurídicos y políticos6.
Por todo ello, en mi opinión, la ética es necesaria como horizonte último de legitimidad
política, jurídica y también científica. Que es lo mismo que afirmar que es indispensable
el recurso a la racionalidad práctica —además de la científica-técnica— que es aquella
que establece los deberes que deben cumplirse para respetar los mínimos incondicionales
que hoy consideramos que delimitan lo justo e irrenunciable para una vida digna. Y entre
esos mínimos hoy se encuentra un medio ambiente sano, es decir, un entorno que permita
una vida con calidad. Con ello no se pretende afirmar que la ética sea necesaria porque
los demás saberes no pueden con ella; sino que la dimensión moral está incorporada

5
Cf. J. L. L. Aranguren, Ética, Alianza, Madrid, 1981, especialmente capítulo 7 .
6
Como afirma Adela Cortina, no estamos en una época postmoral, no bastan el derecho y la política para
resolver los conflictos humanos. Cf. A. Cortina, Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1992. Y, en mi opinión,
como se tendrá ocasión de justificar, mucho menos los actuales problemas ambientales.
dentro de los demás saberes, como se tendrá ocasión de mostrar en los dos siguientes
capítulos.
3. La preocupación por el medio ambiente y por el ser humano
El sentido último de este trabajo que se ocupa de nuestra responsabilidad por el medio
ambiente es una “pre-ocupación” por el ser humano. Como trabajo de ética, el punto de
partida de esta reflexión es el ser humano, único ser moral, porque a diferencia de los
animales no humanos, como decía Aranguren, nuestra vida está por hacer, no está
determinada. Y la ética se ocupa de esta moralidad que nos es esencial, porque constituye
como una especie de segunda naturaleza; segunda, pero naturaleza al fin y al cabo. Por
eso una búsqueda guía estas páginas: reflexionar sobre el sentido de la humanidad, con la
convicción previa de que es necesario, en este nuevo siglo, ampliar lo que deba entenderse
por este sentido, con el fin de incorporar otra “pre-ocupación”: la del entorno natural7.
El camino se inicia con varios propósitos, entre ellos la búsqueda de formas de vida más
dignas, más humanas, más justas y, por tanto, más racionales. Para ello, se necesita saber
de qué sentido de humanidad se parte y cuál se desea, para después fundamentarlo
racionalmente. Un criterio de humanidad así formulado y fundamentado puede
convertirse en un criterio de racionalidad porque señala, partiendo de las necesidades y
de los intereses humanos, cuáles son los fines, los ideales racionales para la humanidad,
aquí se llamará el horizonte utópico.
Iniciar el camino de la búsqueda de un criterio que defina una vida digna para toda la
humanidad, conforma la tarea ética desde sus inicios, aunque no siempre se haya buscado
y encontrado en el mismo lugar. La ética clásica buscó dentro de lo que se llama el
paradigma ontológico, la ética moderna en el de la conciencia y la ética contemporánea
indaga las posibilidades del criterio de humanidad en el discurso, pues entiende que el
fenómeno o hecho moral se encuentra en el lenguaje.
Desde el giro lingüístico-pragmático, la filosofía moral ha reconocido la intersubjetividad
del conocimiento y, con el paso contemporáneo de la razón monológica a la dialógica, la
reflexión ética se ocupa no del contenido de las normas, principios o reglas que rigen en
la moral de una sociedad, sino del discurso que se emplea para favorecer u oponerse a
determinadas conductas o prácticas. Esta idea contemporánea del discurso y del diálogo
será el hilo conductor de este trabajo. Pero antes es conveniente profundizar en la
preocupación por el ser humano, porque aparentemente se perderá de vista en más de una
ocasión y, sin embargo, constituye la clave de nuestra responsabilidad por el medio
ambiente.
Hacer una apuesta por una mayor humanidad significa elaborar una propuesta que sirva,
además de para lograr una justicia efectiva, para que se puedan llevar a cabo proyectos
individuales y colectivos de vida buena, de vida felicitaria para toda la humanidad. El
problema es que en los propios seres humanos algunas de sus creencias y muchos de sus
conocimientos científico-tecnológicos están impidiendo que tales proyectos de justicia y

7
Hans Jonas, un autor clave cuando se habla de responsabilidad medioambiental, afirma que la destrucción
ambiental es una muestra de una humanidad que se está suicidando. Cf. H. Jonas, Técnica, medicina y ética.
La práctica del principio de responsabilidad, Paidós, Barcelona, 1997, p. 11.
de vida buena puedan llevarse a cabo. Por eso, si el significado de justicia constituía hasta
hace bien poco lo reflejado en los derechos de la igualdad y los derechos de la libertad,
hoy se necesita ampliar el concepto de los derechos humanos, bajo la convicción firme
que guía este trabajo: no puede haber una sociedad justa, si no existe justicia ambiental.
Dicho de otro modo, es imprescindible un entorno natural adecuado para poder llevar una
vida humana con dignidad.
Se busca, por tanto, un criterio en el que esté representado toda la humanidad — todas las
generaciones, todas las culturas, todas las mujeres y todos los varones. En este caso lo
más importante del criterio no puede ser el contenido, sino la forma, porque se exige que
sea universalizable. Y como no se trata de saber qué hemos de hacer para ser respetuosos
con el medio ambiente, sino por qué debemos de hacerlo, también será necesario
fundamentar, es decir, aportar buenas razones. O dicho de otro modo, se trata de averiguar
qué es lo ecológicamente racional ofreciendo argumentos que pueden ser universalmente
aceptados.
Un criterio de racionalidad así planteado no puede, a mi juicio, más que consistir en un
procedimiento lógico que permita discernir cuándo algo conviene a la humanidad, es
decir, cuándo se adecua al proyecto de humanidad, a los fines que persigue toda la
humanidad. Esta idea de la búsqueda del criterio racional se llama también la búsqueda
del punto de vista moral o principio moral porque, sin marcar el camino a seguir, orienta
hacia dónde comenzar a caminar y cómo caminar para el logro de los objetivos 8.
La ética discursiva interpreta el punto de vista moral como un principio discursivo, según
el cual sólo pueden considerarse válidas aquellas normas que puedan obtener el
consentimiento de todos los afectados posibles como participantes de un discurso
práctico9. Así el punto de vista moral consiste en un procedimiento para enjuiciar la
validez moral o justicia de las normas e instituciones. Se trata de un principio que puede
marcar cuándo algo conviene a la humanidad, porque está fundamentado en las relaciones
de reconocimiento recíproco que implica toda forma de vida configurada
comunicativamente10. Y ese algo conviene a la humanidad cuando puede ser justificado
desde el punto de vista de la consideración recíproca de todos los intereses en juego, o
dicho de otro modo, desde el punto de vista de aquello que es bueno para todos. Donde
“todos” hace referencia a toda la humanidad, porque “todos” los sujetos son considerados
como interlocutores válidos11.
En resumen, se busca un nuevo criterio de humanidad más adecuado para dar una
respuesta a la crisis ecológica, sin alejarnos, sino acercarnos, al ideal de seres humanos
que previamente se ha forjado. Un criterio de racionalidad con pretensión de
universalidad, que pueda servir de crítica desde donde enjuiciar la validez de nuestras

8
Cf. A. Piepper, Ética y moral, Crítica, Barcelona, 1990, p. 83.
9
Cf. J. Habermas, Facticidad y validez, Trotta, Valladolid, 1998, p. 138.
10
Cf. D. García-Marzá, “Drets humans i democracia” en V. Martínez / I. Comins (eds.), Terra i drets. Els
drets humans i la pau a la fi del mil·leni, Agrupació Borrianenca de Cultura, Borriana, 1999, p. 79; J.
Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985.
11
Cf. A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993; D. García-Marzá, Ética de la
justicia, Tecnos, Madrid, 1992.
normas, juicios, acciones e instituciones humanas, porque necesitamos tal criterio para
distinguir qué formas de vida son más dignas, más racionales y, por tanto, más humanas.
4. Necesidad de la ética ecológica
En un tema como éste es conveniente partir de una cautela conceptual que se irá
complicando a medida que se avance en el trabajo. No es el momento ahora de trazar las
diferencias que pudieran haber entre una ética ecológica y una ética ambiental, de
momento se utilizarán como sinónimas, sólo más adelante se intentará borrar los límites
imprecisos de estas denominaciones. La imprecisión en este ámbito puede explicarse
porque aunque la preocupación ecológica ha sido una constante la última mitad del siglo
XX, lo cierto es que la ética ecológica apenas hace unas décadas ha comenzado a ser
centro de reflexión en la teoría. Anteriormente el entorno natural como problema, cuando
existía, quedaba subsumido dentro de otros aspectos filosóficos.
Es cierto que se puede encontrar la expresión ética ecológica en las teorías de algunos
científicos. Pero entonces nos encontramos más con una propuesta ideológica que con
una ética auténtica, es decir, un modelo de pensamiento universalizable. Se trata de
propuestas con orientaciones individuales realizadas desde una racionalidad mermada, de
tipo místico, fundamentada sobre premisas premodernas, que por valorar en exceso el
medio ambiente olvida al ser humano y su dignidad, que es el único punto de partida
válido de la ética.
El problema ambiental como otras cuestiones de ética aplicada -ética económica,
empresarial, bioética, etc.- ha obligado a replantear desde hace unas décadas la pregunta
sobre qué sea lo ético. Se pueden señalar, al menos, cuatro razones de por qué es necesario
una reflexión de ética ecológica.
En primer lugar, porque es necesario que el mundo de lo no humano entre en el campo
de la ética. Si antes la ética sólo se ocupaba de las relaciones interhumanas, ahora tendrá
que habérselas con animales y otros seres vivos, pero también con especies enteras y con
entidades no vivas. Esta novedad obliga a reflexionar sobre cómo garantizar nuestras
obligaciones con respecto a los seres no humanos y el medio ambiente en general.
Asimismo, porque también es necesario que se consideren nuestros deberes para con las
generaciones futuras. Es decir, se introduce la problemática de cómo dar cuenta de las
obligaciones con los que todavía no tienen derechos. Esta novedad implica repensar
conceptos como deber hacia el ámbito de lo indefinido o responsabilidad por seres futuros
con los que no mantenemos una relación de reciprocidad
Además, se hace imprescindible, replantear también nuestras relaciones interhumanas y
revisar las bases antropológicas sobre nuevos criterios más racionales. Porque si bien el
origen de la crisis ecológica está en las actuaciones humanas, el problema no está en la
humanidad, sino en una determinada concepción del ser humano.
Y, finalmente, porque el problema ambiental nos sitúa no ante una actividad — como
ocurre con el resto de las éticas aplicadas— sino con una vertiente presente en muchas
actividades humanas. Eso obliga a la teoría ética a reflexionar sobre cada uno de estos
ámbitos, porque es necesario tomar en consideración sus resultados y sus perspectivas.
En mi opinión, todas estas novedades o diferencias con respecto a otros asuntos morales,
señalan la necesidad de que la ética se ocupe de estas cuestiones y de todas aquellas
generadas por nuestra preocupación por el medio ambiente. La siguiente cuestión es cómo
ocuparse del medio ambiente, o dicho de otro modo, aclarar cómo es posible, es decir,
desde qué paradigma es apropiado comenzar hacer ética ecológica, y si es necesario
proponer nuevas éticas o suficiente con reformular las éticas tradicionales para incluir la
problemática ambiental.
Son diferentes las respuestas que se han dado a esta cuestión. Así por ejemplo, para
McCloskey y Passmore, dos autores claves por su preocupación ambiental, no hay
necesidad de una ética específicamente ecológica para dar cuenta de nuestras obligaciones
hacia la naturaleza. Para el primero, la responsabilidad hacia nuestro entorno natural sigue
dentro del ámbito de deberes y derechos morales y, por tanto, puede ser explicado desde
algunas teorías éticas; y de la misma opinión es Passmore, para el cual la solución no
viene de la renuncia a la difícil conquista que es nuestra tradición racional 12.
Como se ha visto más arriba, Habermas tampoco considera que sea necesaria, pero por
un motivo diferente. Aunque reconoce la necesidad de que la ética dé respuesta a “las
cuatro grandes cargas moral-políticas que pesan sobre nuestra existencia” — hambre y
miseria del Tercer Mundo, tortura y violaciones de la dignidad humana, desempleo y
desigual reparto de la riqueza social y del riesgo autodestructivo que implica la carrera
armamentística—, no cree que pueda ir más allá de las ciencias históricas y sociales, pues,
a su juicio, sólo desde una consideración materialista de estos problemas se pueden
alcanzar auténticas soluciones13.
Al contrario que estos autores, para Jonas es totalmente imprescindible, además de
urgente, una nueva ética; y eso es lo que intenta mostrar en su libro El principio de
responsabilidad, una obra utilizada como referente en gran parte de las éticas ecológicas.
Estas posturas divergentes serán analizadas con más detenimiento a lo largo de estas
páginas.
Según una clasificación de Ferrater Mora existen dos modos de entender la ética
ecológica:14
1. Las extensivas o amplificadoras que comparten el entender la ética ecológica
como una prolongación de otras ramas de la ética. Se trata de propuestas con éxito
porque surgieron con el intento de dar un fundamento moral a diversos
movimientos sociales de liberación o emancipación. Pero éstas no siempre se
fundamentan éticamente, como tendremos oportunidad de mostrar. Les
caracteriza el formar parte de un abanico grande de propuestas que se diferencian
según realicen una mayor o menor ampliación de lo que entienden por comunidad

12
Cf. H. J. McCloskey, Ética y política de la ecología, FCE, Méjico, 1988; J. Passmore, La responsabilidad
del hombre frente a la naturaleza, Madrid, Alianza Universidad, 1978. Entre nosotros, por razones similares
M. Antonieta La Torre no encuentra necesario elaborar una ética para el entorno, cuando es suficiente con
un estudio de la conducta más adecuada para el uso del entorno. “No hay necesidad de nuevas normas
éticas, porque posición “instrumental” no significa interés ética generalista por lo particular.” Cf. M. A. La
Torre, Ecología y moral, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1993, p. 144.
13
Cf. J. Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, op. cit., p. 33.
14
Cf. J. Ferrater Mora / P. Cohen, Ética aplicada, Alianza Editorial, Madrid, 1992, pp. 150 y ss.
moral —primates, mamíferos, seres sintientes, animales, seres vivos, ecosistema,
etc.
2. Y las primarias o fundacionales, que al contrario, entienden que son las demás
ramas de la ética las que han de subordinarse a la ética ecológica. Eso implica que
las normas que se establezcan para regular moralmente la conducta humana han
de fundamentarse en las normas sentadas por dicha ética. Eso significaría que es
primera y fundamental desde el punto de vista de sus principios, de su alcance y
de su rango.
El autor no está de acuerdo con ninguna de las dos por los siguientes motivos: frente a la
primera, porque estas éticas se distinguen por la progresiva ampliación de la comunidad
moral, lo que implicaría que sólo la ética de mayor alcance tendría más potencia para
defender más y mejores razones para una ética ecológica; pero frente a las segundas,
Ferrater opina que suponer que la ética ecológica es la única ética posible “equivale a
cerrar los ojos a la complejidad y variedad de las cuestiones morales”. Por eso propone
una ética que ni tenga que subordinarse a otras, ni que éstas tengan que subordinarse a
ésta. No requieren del mismo fundamento y, aunque en ocasiones compartan problemas
comunes, no necesariamente se ha de dar una respuesta desde una ética u otra 15.
De acuerdo con Ferrater la ética ecológica más apropiada no encuentra su lugar ni en las
extensivas ni en las fundacionales, pero en mi opinión, sí es necesario definir el lugar que
ocupa con respecto a las otras éticas y especialmente es necesario fundamentarla, es decir,
justificar racionalmente la necesidad de una ética ecológica.
Por eso hay que continuar reflexionando sobre el estatuto de la ética ecológica.

___________________________________________
Referencia bibliográfica:
Rivera, P. (2018). Etica, Quito: Universidad Politécnica Salesiana- Area de Razón y Fe
(Texto en construcción).

15
Cf. Ibíd., p. 156.

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