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Se atribuye al pitagórico Eudemo la hipótesis del "eterno retorno de todas las cosas".

También
encontramos en Platón la idea del movimiento circular en que caen las almas (recordemos
que la idea sobre la reencarnación proviene de Egipto y llega a Grecia gracias a Pitágoras. De
allí es retomada por Platón, en concordancia con la existencia de un "mundo de las ideas",
paradigmáticamente expuesta en su diálogo Fedón).
Pero para Nietzsche parece ser más que ello, recordemos sus palabras: "todo vuelve y retorna
eternamente, cosa a la que nadie escapa!", " el principio de la persistencia de la energía
exige el Eterno Retorno", " la medida de la fuerza (como dimensión) es fija, pero su esencia
es fluida ", "el mundo, es un círculo que ya se ha repetido una infinidad de veces y que se
seguirá repitiendo in infinitum"

Una conversación entre Robotrix y SamCorco a propósito dle inicio de la Insoportable levedad
del ser, me hizo pensar en el buen Friedrich y su idea del retorno eterno de todas las cosas.

Alojado en esta casa, en Sils-Maria, escribe su exposición sobre el Eterno retorno: "a primeros
de agosto de 1881, en Sils-Maria, a 6000 pies sobre el nivel del mar y a mucha más altura
sobre las cosas humanas".
La idea le sobrevino como una revelación, pero sin el éxtasis reservado a los místicos: más
bien, con la desgarrada certeza que entraña la lucidez cuando acomete y jaquea a la razón
(la angustia brutal, despótica / sobre mi cráneo inclinado planta su bandera negra:
Baudelaire: Spleen).
Todo vuelve, el "laurel florece cada 700 años", el movimiento de translación d elos planetas,
las estaciones, las enfermedades periódicas, la repetición de fases históricas, formación y
caída de imperios, etc.: ¿la creación no tendrá otro objeto que repetir de modo constante,
ineluctable, por siempre, los mismos fenómenos físicos, biológicos y morales?

Para Nietzsche, no puede exisitir un devenir siempre nuevo hacia el infinito. Es más: la idea
de "infinitud" se contradeciría con la de "fuerza". Así, el mundo de las fuerzas no tiene
equilibrio ni reposo, la cantidad de fuerza y movimiento son iguales en todo tiempo. La vida
corre sobre un mismo eje: cada dolor y alegría, cada placer, cada melancolía, cada amigo y
enemigo: todo está condenado a repetise, como el rayo de luz de las mañanas. Coma la somra
de la noche. Una y otra vez.
La sucesión en el tiempo no es otra cosa que el desarrollo de todas las diferencias posibles.
Cada acto nuevo vibrará eternamente aunque sea interrumpido o mutado por otros actos, los
cuales, a su vez, también esperan la eternidad.
Como nuestra mirada humana está acostumbrada a avistar sólo actos parciales, esta sería la
causa de que a veces nos parezca carente de sentido. Pero todo volverá a ocurrir. Entonces
debemos echar mano a nuestra voluntad de poder, de tal modo que deseemos volver a vivir,
incluso cada acto lamentable: así lo quise, así lo quiero, así lo querré.
Los antiguos teólogos, para escapar de las aporías de un dios omnisapiente que conociendo el
futuro pudiese dejar un margen de libertad a sus criaturas (libre albedrío en contra de la
predestinación), decían, "dios conoce el futuro y todos sus futuribles", vale decir, todas las
posibilidades.
Al elegir una acción eliminamos otras tantas, junto con las ramificaciones que éstas hubiesen
tenido en el futuro (las paradojas sobre mundos paralelos siguen este principio). Por eso que
elegir es doloroso, como afirmaba Sartre: eligiendo algo dejo de elegir otra cosa. Pensar es
doloroso, dice Anzieu, siguiendo a Freud, porque pensar significa anteponer el principio de
realidad al del placer.
Esto está sublimemente reseñado en la película de Woody Allen Crimes and misdemanors,
cuyas últimas consecuencias son llevadas al paroxismo en Match point.

Por ello, volviendo a Nietzsche, debemos aceptar el deber del momento, tal como viene,
amando todas las formas de vida y luchando contra quienes quieren volver sospechoso el valor
del discurrir vital: es éste y no otro el valor de la vida eterna.
Como toda su filosofía Nietzsche pensaba que poco importa que una doctrina sea verdadera o
falsa: lo que interesa es ver en ella un rasgo de expresión personal, una actitud frente a la
vida (aunque veremos, luego, la ambivalencia que esta teoría en particular le causaba).
Para Freud, el retorno eterno se vincularía con la idea de la "compulsión a la repetición": se
deja de repetir determinada acto displacentero cuando se es capaz de comprender las causas
que nos llevan a realizarlo. Aquí, repetir es sinónimo de buscar un significado, una
explicación: como si cada vuelta a la fijación del evento doloroso fuese una manera de
intentar comprenderlo.
Por otra parte, luego de los años veinte y hasta el final de su obra, Freud se preguntará si
realmente podremos dejar de repetir, hablando de un carácter "diabólico" en la compulsión
de repetición asociándola, después, a lo que llamará Pulsión de muerte.

Lou Andreas-Salomé (confidente y amante, años después, discípula de Freud)) nos dice que
Nietzsche, aquél para quien el fin último de su filosofía sería divinizar la vida, vivía aterrado
con la sola idea de que el sufrimiento hubiese de repetirse... nos dice que la sóla idea de vivir
todo, nuevamente, le agobiaba. ¿Qué sino el spleen bajo una capa de demoníaco aspecto?
Según Andreas-Salomé, Nietzsche deseaba viajar a París o a Viena para estudiar física y acaso,
de esta manera, comprobar científicamente que su teoría era falsa.

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