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TEMA 11

TENDENCIAS DE LA POESÍA DE 1939 A1975. CLAUDIO RODRÍGUEZ

Antes de desglosar el panorama poético en la segunda mitad del siglo XX, es


necesario recordar la figura de Miguel Hernández (muerto poco después del final
de la guerra civil, en 1942, pero de gran influencia en la poesía posterior), cuya
poesía está impregnada de una emoción intensa y de un hondo contenido humano,
todo ello enmarcado en unos versos de gran perfección formal. Sus temas
recurrentes son el amor, el dolor (por sus propias vivencias personales), todo ello
con un profundo vitalismo, basado en la esperanza. Sus principales títulos son El
rayo que no cesa, que presenta magníficamente la unión de una técnica rigurosa
con el sabor popular. Sus temas son el amar, la vida amenazada por el rayo de la
muerte. Elegía a Ramón Sijé y Viento del pueblo, airada protesta frente al
sufrimiento de los pobres y sobre la necesidad de comprender al pueblo.
Cancionero y romancero de ausencias recoge los poemas escritos en prisión. El
lenguaje es sencillo y los temas dolorosos: el amor a la esposa y al hijo, la libertad.
De entre ellos destaca Nanas de la cebolla, dedicado a su hijo.

AÑOS 40

En los años cuarenta conviene hablar de la división entre poesía arraigada y


poesía desarraigada.

Poesía arraigada

Era la poesía de quienes se sentían cómodamente instalados en la España


vencedora. Habían salido de la guerra con una voluntad de orden, de armonía. La
realidad, para ellos, tenía sentido. Les animaba una inquebrantable fe en el mundo,
en la vida. Esta corriente tuvo sus poetas, que se agrupan en varias revistas, como
Garcilaso, elegido como modelo porque representaba el ideal del caballero
cortesano (hombre de armas y de letras) y El Escorial, tomado como referencia
por ser “religioso de oficio y militar en estructura”.

Para estos poetas el mundo tenía sentido, se sentían así “arraigados” en la


realidad. Los principales temas de sus obras son el amor, el paisaje, un hondo
sentimiento religioso unido a temas familiares.

Los principales poetas arraigados fueron José García Nieto, Dionisio Ridruejo,
Leopoldo Panero y Luis Felipe Vivanco. Pero, por encima de ellos sobresale la

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figura de Luis Rosales, cuya poesía se vincula a la temática religiosa; alcanzó su
plenitud con la obra La casa encendida, escrita en lenguaje coloquial.

Poesía desarraigada

Era la de quienes se sentían angustiosamente instalados en la España del


momento, veían un mundo caótico, deshecho; para ellos la vida sólo suponía dolor y
angustia. Tiene como centro una doble angustia: la permanente y esencial en todo
hombre (viene de la literatura existencial) y la peculiar en estos tristes años de
derrumbamiento. Fue Dámaso Alonso, en un ensayo, quien propuso la definición de
“poesía desarraigada”.

La fecha clave es 1944, con la publicación de Hijos de la ira, del propio D.


Alonso. En esta obra se aprecian temas como la soledad del hombre, el vacío
personal y el desarraigo, presentando la muerte como único destino cierto. El
hombre se siente en absoluta soledad, sin un Dios que sirva de referente; ante
esto, la solución posible es seguir luchando por los ideales de justicia social y
libertad. Utilizó la forma del versículo, así como un vocabulario nada poético, con
abundantes repeticiones y también hace uso de la acumulación de imágenes, como
expresión de la violencia.

Ese mismo año se publica en un tono muy parecido Sombra del paraíso, de
Vicente Aleixandre, que muestra el descontento del ser humano desde un
presente que añora el paraíso perdido.

Esta poesía ha sido calificada como existencialista, se centra en el sufrimiento


del ser humano, los poetas expresan su dolor existencial, su soledad e indefensión.
Los temas son la búsqueda de Dios o su silencio, la angustia por la muerte.

AÑOS 50

Suponen una nueva etapa. En un país en el que toda forma de protesta está
ausente de los medios de comunicación, la poesía, por su forma densa y breve,
estará llamada a cubrir necesidades y carencias (“ La poesía es un arma cargada de
futuro”, decía Gabriel Celaya). La poesía desarraigada deriva hacia una poesía
social, se trata de una literatura que se propone denunciar o dar testimonio de
miserias e injusticias. En esta década, 1955 es un año crucial, con la publicación de
dos obras clave: Cantos iberos de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra, de
Blas de Otero.

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Gabriel Celaya

Sus primeras obras están próximas a las vanguardias, sobre todo al


surrealismo, de ahí pasará a una poesía existencial, acercándose a la vida
cotidiana con un lenguaje coloquial, como en Tranquilamente hablando.
Considerado como uno de los pilares de la poesía social, inicia el compromiso ético
con el momento. Suele decirse que con él comienza el paso del “yo” al “nosotros”:
la voz poética se identifica con un nosotros que representa a toda la sociedad, a la
“inmensa mayoría”, apareciendo en la poesía conceptos como la solidaridad. Llega a
la cima de esta poesía social con Cantos iberos, obra en la que defiende la función
de la literatura como arma de lucha social.

Blas de Otero

Tras una primera etapa dentro de la poesía que podría denominarse religiosa,
con obras como Cántico espiritual, introduce un cambio en su trayectoria, con
títulos como Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, fusionadas luego
en un único libro, Ancia. Los versos de esta etapa reflejan la angustia del hombre
frente a la muerte. El “yo poético” se siente solo, abandonado y dirige a Dios
preguntas desesperadas, que no obtienen respuesta. Ese silencio provoca el
enfrentamiento del hombre con Dios, al final queda el vacío, una sensación de
enorme soledad.

La siguiente etapa puede considerarse como poesía social. Se inicia con Pido la
paz y la palabra (1955). Poemas como “A la inmensa mayoría” reflejan claramente
su cambio de actitud, en esta nueva etapa, dos palabras son claves: la palabra, que
permite a todo hombre gritar su protesta, y la paz, para que España pueda vivir sin
la presencia de la muerte y la injusticia.

José Hierro

También cabe destacar la obra de José Hierro, autor difícilmente encasillable en


una sola tendencia; él mismo dividió su obra en reportajes (poemas narrativos con
lenguaje coloquial) y alucinaciones (con predominio de subjetividad). Hierro
entendía la poesía como testimonio del tiempo que el hombre ha vivido, con títulos
como Alegría, sobre el paraíso perdido de la juventud, mezclado con el dolor y la
muerte y el sentimiento amoroso, o Quinta del 42, que podría encuadrarse como
poesía social, defiende la solidaridad entre los hombres. .

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AÑOS 60

En los años 60 aparece un grupo de poetas, conocidos como promoción o grupo


poético de los 50, que entienden la poesía como un proceso de conocimiento.
Parten de la poesía social hacia una poesía centrada en lo individual y lo subjetivo,
con una mayor elaboración del lenguaje literario. Las características comunes más
importantes son el análisis de la experiencia individual, el paso del tiempo y el
amor, ligado a cierta dosis de erotismo, o la metapoesía. También se aprecia un
componente religioso en algunos autores (Rodríguez, Valente)

Están orientados en torno a dos núcleos fundamentales, Madrid y Barcelona. En


Madrid se dan cita autores como José Ángel Valente, Ángel González y Claudio
Rodríguez. En Barcelona, el máximo representante es Jaime Gil de Biedma, quien
muestra un marcado escepticismo, que proviene de su visión del ser humano
centrado en la derrota. El tema central de su obra es el paso del tiempo, vinculado
con experiencias personales. A ello se une el amor, todo ello en unos espacios
urbanos muy presentes en sus textos.

Su obra clave es Las personas del verbo, que recoge los poemas de
Compañeros de viaje (sobre el mundo de la infancia, la ciudad, el amor terminado
o el sufrimiento de España), Moralidades (refleja la irrealidad del pasado) o
Poemas póstumos (pesadumbre por el paso del tiempo).

CLAUDIO RODRÍGUEZ

Con tan solo 19 años gana el premio Adonais, el más importante para jóvenes
poetas, con su poemario Don de la ebriedad (1953). Seis años antes, había
fallecido su padre, de quien adquirió el gusto por la lectura, motivo que supondrá
su inicio en la labor poética, en la que se muestra el carácter observador del
poeta, su necesidad incansable de caminar (a las orillas del Duero) y su profunda
lectura de los clásicos españoles, en especial de los místicos (Santa Teresa, San
Juan de la Cruz y Fray Luis de León), de los que adopta su actitud
contemplativa, y también de los poetas franceses del XIX (Baudelaire, Verlaine,
Rimbaud).

Su traslado a Madrid, le permitió conocer a Clara Miranda, su fiel compañera, y


frecuentar la compañía de Vicente Aleixandre, quien había quedado impresionado

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con la precoz madurez mostrada en su primera obra. También se hace amigo de
Leopoldo Panero y Luis Rosales. Tras trabajar varios años en Inglaterra como
lector de español, regresa de nuevo a Madrid, donde se dedica a la poesía y a la
enseñanza universitaria. En 1992 ingresa en la RAE, con un discurso sobre la
“Poesía como participación: hacia Miguel Hernández”. Fallece en 1999, dejando sin
terminar un último poemario cuyo nombre era Aventura.

En cuanto a su obra poética, muy breve, se inicia con la ya mencionada Don de la


ebriedad, un libro difícil, aun siendo su autor un adolescente, marcado por la
presencia de imágenes surrealistas, aparentemente realista (se presenta como un
paseante solitario), pretende mostrar al lector la armonía, unidad y eternidad de
la experiencia poética, de manera que presenta como temas fundamentales la
confirmación de que el mundo “está bien hecho”, siguiendo a Jorge Guillén, y que
posiblemente, algo o alguien nos separa dramáticamente de él.

En su siguiente libro, Conjuros (1958), profundiza en la fórmula del anterior, si


bien avanza hacia conceptos antitéticos, contrarios, como la luz y la sombra, la
unión y la separación, o el instante y el recuerdo.

Con Alianza y condena (1965), Premio de la Crítica, continúa jugando con la


contraposición entre la armonía del hombre consigo mismo y con la esperanza
(alianza) y la ruptura de unión entre los hombres, la mentira (condena).

El vuelo de la celebración (1976) mantiene los temas anteriores, aunque aquí se


introduce el erotismo, el amor carnal, como símbolo de la felicidad, de estar vivo
en la tierra.

En 1983 agrupa su producción poética hasta la fecha en Desde mis poemas, que
obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Tres años después le otorgaron el Premio de
las Letras de Castilla y León. En 1993, fue galardonado con el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras.

Finalmente, Casi una leyenda (1991) rompe con la oposición de contrarios de sus
libros anteriores y, tras quince años de silencio, establece la muerte como solución
a los conflictos anteriores, aceptada de modo sereno y sin negar la vida, pues
ambas se necesitan como productos naturales que son.

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