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AÑOS 40
Poesía arraigada
Los principales poetas arraigados fueron José García Nieto, Dionisio Ridruejo,
Leopoldo Panero y Luis Felipe Vivanco. Pero, por encima de ellos sobresale la
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figura de Luis Rosales, cuya poesía se vincula a la temática religiosa; alcanzó su
plenitud con la obra La casa encendida, escrita en lenguaje coloquial.
Poesía desarraigada
Ese mismo año se publica en un tono muy parecido Sombra del paraíso, de
Vicente Aleixandre, que muestra el descontento del ser humano desde un
presente que añora el paraíso perdido.
AÑOS 50
Suponen una nueva etapa. En un país en el que toda forma de protesta está
ausente de los medios de comunicación, la poesía, por su forma densa y breve,
estará llamada a cubrir necesidades y carencias (“ La poesía es un arma cargada de
futuro”, decía Gabriel Celaya). La poesía desarraigada deriva hacia una poesía
social, se trata de una literatura que se propone denunciar o dar testimonio de
miserias e injusticias. En esta década, 1955 es un año crucial, con la publicación de
dos obras clave: Cantos iberos de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra, de
Blas de Otero.
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Gabriel Celaya
Blas de Otero
Tras una primera etapa dentro de la poesía que podría denominarse religiosa,
con obras como Cántico espiritual, introduce un cambio en su trayectoria, con
títulos como Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, fusionadas luego
en un único libro, Ancia. Los versos de esta etapa reflejan la angustia del hombre
frente a la muerte. El “yo poético” se siente solo, abandonado y dirige a Dios
preguntas desesperadas, que no obtienen respuesta. Ese silencio provoca el
enfrentamiento del hombre con Dios, al final queda el vacío, una sensación de
enorme soledad.
La siguiente etapa puede considerarse como poesía social. Se inicia con Pido la
paz y la palabra (1955). Poemas como “A la inmensa mayoría” reflejan claramente
su cambio de actitud, en esta nueva etapa, dos palabras son claves: la palabra, que
permite a todo hombre gritar su protesta, y la paz, para que España pueda vivir sin
la presencia de la muerte y la injusticia.
José Hierro
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AÑOS 60
Su obra clave es Las personas del verbo, que recoge los poemas de
Compañeros de viaje (sobre el mundo de la infancia, la ciudad, el amor terminado
o el sufrimiento de España), Moralidades (refleja la irrealidad del pasado) o
Poemas póstumos (pesadumbre por el paso del tiempo).
CLAUDIO RODRÍGUEZ
Con tan solo 19 años gana el premio Adonais, el más importante para jóvenes
poetas, con su poemario Don de la ebriedad (1953). Seis años antes, había
fallecido su padre, de quien adquirió el gusto por la lectura, motivo que supondrá
su inicio en la labor poética, en la que se muestra el carácter observador del
poeta, su necesidad incansable de caminar (a las orillas del Duero) y su profunda
lectura de los clásicos españoles, en especial de los místicos (Santa Teresa, San
Juan de la Cruz y Fray Luis de León), de los que adopta su actitud
contemplativa, y también de los poetas franceses del XIX (Baudelaire, Verlaine,
Rimbaud).
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con la precoz madurez mostrada en su primera obra. También se hace amigo de
Leopoldo Panero y Luis Rosales. Tras trabajar varios años en Inglaterra como
lector de español, regresa de nuevo a Madrid, donde se dedica a la poesía y a la
enseñanza universitaria. En 1992 ingresa en la RAE, con un discurso sobre la
“Poesía como participación: hacia Miguel Hernández”. Fallece en 1999, dejando sin
terminar un último poemario cuyo nombre era Aventura.
En 1983 agrupa su producción poética hasta la fecha en Desde mis poemas, que
obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Tres años después le otorgaron el Premio de
las Letras de Castilla y León. En 1993, fue galardonado con el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras.
Finalmente, Casi una leyenda (1991) rompe con la oposición de contrarios de sus
libros anteriores y, tras quince años de silencio, establece la muerte como solución
a los conflictos anteriores, aceptada de modo sereno y sin negar la vida, pues
ambas se necesitan como productos naturales que son.