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Carlos Muñiz

He encontrado, en fin, en Buero, ese amigo y ese compañero que no ha dudado


en bajar unos cuantos peldaños para ponerse a mi altura. Me ha llamado
compañero cuando yo sólo había estrenado en teatro experimental, por la
mañana, mi primera obra, J . Y me ha convencido para que siguiera
adelante, cuando estaba desanimado y decidido a abandonar este oficio tan duro
del teatro. Perdonad, si he hablado de mí más de la cuenta, pero lo consideraba
necesario para trazar este tan tosco como bien intencionado perfil del dramaturgo.

La obra de Buero es algo así como el espejo donde proyecta toda su humanidad y
toda su moral. La obra de Buero no engaña. Es absoluta y sincera consecuencia
del hombre. No se puede separar de él. En ella va reflejando sus inquietudes
sociales y metafísicas; sus casi infinitos amores por todo lo humano; su piedad por
el vicio; su impecable y feroz condena de la injusticia; su repugnancia por el
despotismo; su esperanza; su conciencia de la patética y limitada condición del
hombre, expresada a través de esa ceguera obsesionante

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Grancisco García Pavón

Buena prueba de esta autenticidad de su pensamiento y discreción en el decir -si


se tratase de un «listo» lo llamaría astucia- fue —   
   .
Conseguir en 1949 el premio Lope de Vega y estrenar en el teatro Español una
pieza que denunciaba tantas cosas y renovaba en los escenarios la lucha por una
sociedad más justa, sin que nadie se diese cuenta hasta producirse el éxito, creo
que es paradigma fidelísimo de su autofidelidad, de su invulnerable talante
personal. Sin molestar, pero en su puesto. El nexo con la tradición, por su
costumbrismo de cierta manera sainetero, encubría a los ojos poco atentos una
serie de novedades formales y de intención, tales como el protagonista colectivo,
la variedad de acciones, sutil mezcla de lo épico con lo dramático; no sé qué
angustia a la española, unamuniana; recursos del mejor psicologismo; y al tiempo,
la denuncia social implícita, expresada con alusiones indirectas y actitudes
inéditas.
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Buero es un autor discutido. Tiene secuaces y detractores. En medio de las


grandes ovaciones que suelen acompañar a sus finales de acto, o a alguno de sus
parlamentos, no dejan de oírse voces discordantes o de verse rostros
descontentos. Estoy seguro de que la discordancia y el descontento obedecen no
a la naturaleza dramática de las obras de Buero, sino al contenido de su
pensamiento. Excluyo, naturalmente, de esta afirmación el fracaso y el medio
fracaso que recuerdo: ½  
     e      , donde se
rechazaron las comedias en sí, en su forma teatral, en sus palabras, y no el
pensamiento que encerraban. Tampoco quiero meterme ahora a dilucidar -cosa
difícil- si los fracasos fueron justos o injustos. Me basta con afirmar que, en
general, los disconformes con Buero son, ante todo, disconformes con su
pensamiento. Pero como nadie se muestra disconforme con lo que no existe de
algún modo, apuntemos la realidad de un pensamiento de Buero Vallejo, un
pensamiento que se expresa dramáticamente. Lo cual nos autoriza a «ficharlo»
por el equipo de los dramaturgos trascendentes. (Que no es lo mismo, ¡ojo!, que
trascendentales.)


 
 




  
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cceptado o rechazado el mensaje de Silvano (c 


    ), se ha
formulado y, aunque de manera insuficiente, se ha transmitido. cl quedar fiel a sí
mismo, o simplemente al quedar lo que es, sin más, Buero Vallejo demuestra la
posibilidad de ello; pero sus luchas recientes y antiguas nos recuerdan lo difícil
que resulta mantener esa autenticidad y lo mucho que puede costar la fidelidad a
sí mismo. No obstante importa subrayar que el «imposible histórico» que parece
acechar al novel dramaturgo de 1949, lleva en sí su propia superación. En efecto,
las circunstancias de entonces hacían casi imposible el acceso de aquel hombre
«comprometido», no solamente al primer rango de los autores dramáticos de su
país -lo que de hecho se realizó-, sino también a cualquier rango de relativa
importancia. chora bien, fueron aquellas mismas circunstancias, a primera vista
tan negativas, las que dieron a —   
    la enorme repercusión
que tuvo. Por sus cualidades intrínsecas, la obra no podía pretender producir el
gran revuelo que sabemos. El «imposible colectivo» en el que la España de
aquellos años estaba sumergida compensó el «imposible individual» que se cernía
sobre su autor: éste supo escribir la obra que se esperaba, que se necesitaba; o
sea, supo expresar, además de su propia tensión íntima, el desgarramiento de su
sociedad toda. Cualquier situación política suscita «su teatro».
Este último punto nos introduce ya en la principal relación entre arte y política.

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12818302026708273321435/p
0000001.htm

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