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LA CUARESMA

I. ¿QUE ES LA CUARESMA?

Del latín "Quadragesima", que significa "Cuadragésimo


día"; la CUARESMA es el período de 40 días que
presede la celebración principal que es la
RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO, que se festeja el
domingo de PASCUA.

La Cuaresma, que se inicia con el miércoles de Ceniza y


finaliza el Jueves Santo, es un tiempo de penitencia
para los fieles de la Iglesia Católica, mismo que significa
ser el período de preparación, purificación, reflexión y
conversión espiritual. En este tiempo se llama a los fieles a guardar ayuno y
penitencia, tal como lo hizo Jesús en el desierto. Su finalidad, es prepararnos
espiritualmente para recibir a DIOS en nuestras vidas.

Esta cifra (los cuarenta días) tiene un importante simbolismo de acuerdo a distintos
fragmentos de la Biblia, como el retiro de cuarenta días que realizó Jesús en el
desierto y el retiro de Moisés en el desierto durante la misma cantidad de días. El
diluvio bíblico, por otra parte, duró cuarenta días, mientras que el pueblo judío
marchó cuarenta años a través del desierto.

II. MIÉRCOLES DE CENIZA.


El Miércoles de Ceniza es una celebración cristiana que marca el inicio de la
Cuaresma, el tiempo de preparaci ó n para la
Pascua, que en la tradición católica es el día en
que resucitó Jesús. Se celebra siempre en mié
rcoles porque son exactamente 40 días antes del
domingo de resurrección, pero la fecha varía cada
año porque depende del calendario lunar.

Lo de la ceniza proviene de que en la misa de este


miércoles se marca a los fieles con una cruz de
ceniza en la frente mientras se pronuncia la frase
"polvo eres y en polvo te convertirás". "El gesto de cubrirse con ceniza tiene el
sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por
la misericordia de Dios".
Lo que se utiliza para este ritual de MIÉRCOLES DE CENIZA es lo que queda de
quemar los ramos de olivo bendecidos el año anterior en el Domingo de Ramos, otra
fecha que recuerda el día en el que, según la Biblia, Jesús entró en Jerusalén
aclamado por una multitud. Originalmente la cruz negra se imponía solo a los
penitentes como signo de marginación, pero se convirtió en un símbolo por el que
todos los fieles se reconocen como pecadores.

III. Cómo vivir la Cuaresma

1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome.

Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si


realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a
cabo una confesión preparada y de corazón.

Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena
confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para
llevarla a cabo.

2. Luchando por cambiar.

Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para
cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte
demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay

que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un


brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste.
Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.

3. Haciendo sacrificios.

La palabra sacrificio viene del latín sacrum−facere, que significa "hacer sagrado".
Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por
amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo.
Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su
trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de
todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.

4. Haciendo oración.

Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y
que quieres estar con Él.

Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la


Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.

IV. Ayuno y abstinencia

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en
no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el miércoles de ceniza y el viernes
santo

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los
cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo)
participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que
reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo


que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen
autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.

Semana Santa

El jueves, el viernes y el sábado santos, o triduo pascual, simbolizan el cambio del


mundo viejo al nuevo, son los días de renovación a través de la búsqueda y muerte
de Jesús. Estos días son de liturgias especiales y no se ofrecen misas personales de
ningún tipo. En estos días se recuerda la última cena de Jesús, con sus 12 discípulos;
la traición de Judas, que entregó a Jesucristo para que fuera sentenciado y
condenado a muerte; el vía crucis y la crucifixión.

El vía crusis es el camino de la cruz, el recorrido que


hace Jesús coronado de espinas, cargando el
travesaño donde será clavado, hacia la cima del
monte del Calvario. En ese recorrido Jesús recibe los
azotes e insultos de la guardia romana, cae exhausto
en tres ocasiones y vive además el inmenso dolor de
su madre, María, y de María Magdalena.
Las catorce estaciones del vía crusis simbolizan para los cristianos el camino de dolor
que lleva a la resurrección del espíritu. El viernes santo a las tres de la tarde se
cumple el episodio más triste de la Semana Santa; la muerte de Cristo.

El sábado de gloria se celebra la vuelta del espíritu de Cristo al reino de Dios. En


nuestro país, los fieles acostumbran arrojarse agua. El domingo de resurrección se
alcanza el momento de mayor júbilo en este calendario: Jesucristo vuelve desde la
muerte.

Aparece más tarde en distintas ciudades, ante algunos de sus seguidores, a quienes
pide que prosigan con la realización y difusión de su mensaje. Así concluye la Semana
Santa.

Esta fiesta que simboliza la renovación de la humanidad misma, está regida por el
calendario litúrgico de la iglesia católica, por lo que sus fechas son movibles, varían
en sus inicios entre finales del mes de marzo y principios del mes de abril de cada
año.

Una de las festividades típicas es la que se efectúa el Viernes Santo en la ciudad de


San Luis Potosí, conocida como la Procesión del Silencio, en la que el pueblo sale a la
calle a presenciar el desfile de encapuchados, diferentes cofradías de hombres y
mujeres y la exposición de grandes imágenes que muestran las etapas del
sufrimiento de Jesucristo y la Virgen María su crucifixión y muerte.

Es célebre la procesión de Taxco, Guerrero, en la que participan muchos paisanos


lacerándose, en penitencia por los pecados cometidos y en busca de recibir la gracia
de Cristo que rememoran.

Jueves Santo

El Jueves Santo abre el Triduo pascual con la Eucaristía vespertina porque así como la
Cena del Señor marcó el inicio de la pasión mientras Jesús se encamina a la donación
de su vida en sacrificio expiatorio para la salvación del mundo, establece su
mediación objetiva en el rito convivial de la nueva alianza, y releva su inmensa
caridad, que es la base de su pasión y de su muerte.

La Eucaristía, símbolo y fuente de caridad, sugiere una respuesta de amor agradecido


mediante la adoración del Santísimo Sacramento (en el lugar de la reserva solemne)
hasta la media noche, cuando comienza la memoria de la pasión y de la muerte.

Viernes santo

El Viernes Santo es el día de pasión y muerte del Señor y del ayuno pascual como
signo exterior de nuestra participación en su sacrificio.
Este día no hay celebración eucarística, pero tenemos la acción litúrgico después de
medio día para conmemorar la pasión y la muerte de Cristo. Cristo nos aparece como
el Siervo de Dios anunciado por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la
salvación de todos.

La cruz es el elemento que domina toda la celebración iluminada por la luz de la


resurrección, nos aparece como trono de gloria e instrumento de victoria; por esto es
presentada a la adoración de los fieles.

El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa


contemplación del sacrificio redentor del que brotó la salvación. Cristo no es un
vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda, que libera y
reconcilia, por eso nuestra alegría.

Sábado santo

El Sábado Santo es el día de la sepultura de Jesús y de su descenso al lugar de los


muertos, es decir, de su extremo abajamiento para liberar a los que moraban en el
reino de la muerte.

Este es el día de espera litúrgica por excelencia, de espera silenciosa junto al sepulcro:
el altar está desnudo, las luces apagadas; pero se respira un ambiente de fervorosa
espera, llena de paz y cargada de esperanza.

Vigilia pascual

Esta Vigilia es la más grande y santísima noche del año, la celebración antigua, más
importante y más rica de contenido.

No se vela porque Cristo resucitó en la noche o para esperar la resurrección, sino


para expresar que vivimos en espera, en la vigilancia y en la esperanza de la venida
del Señor, del cumplimiento del nuevo y definitivo paso con él.

En el centro de los ritos iniciales se encuentra el cirio, símbolo de Cristo resucitado; a


su luz se escucha luego la lectura de la Palabra de Dios en la que se evoca la historia
de la salvación desde la creación hasta la resurrección y exaltación de Cristo; sigue la
primera participación en la Pascua por medio de la recepción del Bautismo o de la
renovación de los compromisos bautismales con la profesión de fe; y por último la
Eucaristía, banquete de la nueva alianza, en que Cristo, Cordero pascual que se ha
hecho nuestro alimento, destruye la muerte nos da nueva vida.

Domingo de ramos
En la Semana Santa se celebran los misterios de salvación realizados por Cristo en los
últimos días desde su entrada mesiánica en la ciudad de Jerusalén.

La semana santa comienza con el domingo de Ramos de la Pasión Señor, que une el
triundo de Cristo−aclamador como Mesías por los habitantes de Jerusalén y hoy en el
rito de la procesión de las palmas por los cristianos− y el anuncio de la pasión con la
proclamación de la narración evangélica en la Misa.

Los ramos no son algo así como un talismán, ni un simple objeto bendito, sino el
signo de la participación gozosa en el rito procesional, expresión de la fe de la Iglesia
en Cristo, Mesías y Señor, que va hacia la muerte para la salvación de todos los
hombres. Por eso, este domingo tiene un doble carácter, de gloria y de sufrimiento,
que es lo propio del Misterio Pascual.

Los días que van hasta el jueves santo pertenecen al tiempo cuaresmal, pero están
caracterizados por los últimos acontecimientos de la vida del Señor, con exclusión de
otras celebraciones.

En la mañana del Jueves Santo (o en otro día cercano), el obispo celebra, junto con
su presbiterio, la Misa Crismal o de los Santos Oleos, en la que se bendicen los óleos
que se usarán para la celebración de los sacramentos.

Indicaciones Litúrgicas Pastorales

* Las tres formas de realizar la celebración:

1) La Procesión.

Es la forma más expresiva, aunque también la más difícil, pues requiere de dos
lugares diferentes de celebración: un lugar donde se congrega al pueblo, se bendicen
los ramos, se acompaña procesionalmente al celebrante, que presenta a Cristo, con
la palma o ramos en la mano, entonando cantos de victoria, hasta la Iglesia en donde
se va a celebrar la Eucaristía.

2) La Entrada solemne.

Si no se dispone de un lugar adecuado, distinto de la iglesia, se puede recurrir a esta


modalidad. En un espacio conveniente de la misma iglesia se bendicen los ramos y se
lee el evangelio de entrada de Jerusalén, y desde allí el sacerdote celebrante, con los
ministros y algunos fieles, desde sus lugares, siguen con sus palmas y cantos de
aclamación esta marcha. No tiene sentido hacer la procesión saliendo de la iglesia
para entrar de nuevo en la misa.

3) La Entrada sencilla.
Si no se puede hacer ni la procesión desde fuera ni la entrada solemne desde otro
espacio de la iglesia, se debe al menos dar un relieve especial al canto de entrada de
la Misa. A través del canto y de las moniciones los fieles aclaman al Señor victorioso
que inicia su Misterio Pascual. Se podría hacer también que el pueblo repitiera
solemnemente la antífona de entrada del Misal, junto con el Salmo 23 que da
sentido a la fiesta.

En cualquiera de estas formas hay otro aspecto que no convendría olvidar. El papel
de los niños, así como a Jesús lo aclamaron en Jerusalén. Ha sido tradición
antiquísima de la iglesia el canto y el protagonismo de los niños en esta celebración.

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