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Los militares se entretenían en los cuarteles entre batalla y batalla, para los oficiales era fácil

obtener permisos, ellos y los hijos del rey intentaban siempre pasarlo lo mejor posible. Un día en
el que estaban bebiendo en la tienda de Sexto Tarquinio, era una cena en la que participaba
Tarquinio Colatino, hijo de Egerio, la conversación que mantenían recayó sobre la virtud de sus
esposas. Cada uno alababa a la suya; la discusión se fue acalorando y Colatino dice que su mujer
Lucrecia está por encima de las demás: “Dado que somos jóvenes y fuertes, ¿por qué no
montamos a caballo vamos a cerciorarnos personalmente del comportamiento de nuestras
mujeres? Que cada uno dé un valor definitivo a lo que vea con sus propios ojos ante la llegada
inesperada del marido.”Iban cargados de alcohol: “¡Vamos ya!”, dicen todos; a galope hacia Roma.
Llegan al empezar a oscurecer; continúan hasta llegar a Colacia, y allí encuentran a Lucrecia, no
como a las nueras del rey, a las que habían visto entreteniendo el tiempo con sus amigas en un
fastuoso banquete, trabajando la lana bien entrada la noche sentada en medio de su casa rodeada
por sus esclavas. Lucrecia es la ganadora frente al resto de mujeres, por su derroche de virtud. La
llegada de su esposo y de los Tarquinios fue bien recibida. El marido ganador tiene la cortesía de
invitar a los jóvenes príncipes. Entonces se apodera de Sexto Tarquinio el deseo de poseer por la
fuerza a Lucrecia, seducido por su belleza unida a su recatado comportamiento.

Pasados algunos días, Sexto Tarquinio, a espaldas de Colatino, vuelve a Colacia con un solo
acompañante. Ajenos a sus propósitos, lo recibieron atentamente; después de la cena fue
conducido al aposento de los huéspedes. Encendido por la lujuria, aprovechando la tranquilidad
de la casa ya que todos estaban dormidos, desenvainó su espada, se acercó a Lucrecia, que estaba
dormida, y apretando el pecho con la mano izquierda le dice: “Silencio, Lucrecia; soy Sexto
Tarquinio; estoy empuñando la espada; si das una voz, te mato.” Al despertar despavorida la
mujer, se vio sin ayuda ninguna y al borde de una muerte inminente; entretanto, Tarquinio le
confesaba su amor, suplicaba, alternaba amenazas y súplicas, trataba por todos los medios de
doblegar la voluntad de la mujer. Al verla firme y sin ceder ni siquiera ante el miedo a morir,
acentúa su miedo con la amenaza del deshonor: le dice que junto a su cadáver colocará el de un
esclavo degollado y desnudo, para que se diga que ha sido muerta en degradante adulterio. El
miedo a tal deshonor doblegó aquella virtud inquebrantable y Tarquinio, como si hubiese sido la
pasión la que había salido triunfante, se marchó orgulloso de haber arrebatado el honor a una
mujer. Lucrecia, abatida por tan tremenda desdicha, envía a un mensajero a su padre a Roma y a
su marido a Árdea a decirles que vengan cada uno con un amigo de su confianza, que es preciso
actuar inmediatamente, que ha ocurrido algo horrible. Espurio Lucrecio acude con Publio Valerio,
hijo de Voleso, y Colatino con Lucio Junio Bruto, con el que casualmente volvía a Roma cuando
encontró al emisario de su mujer.
Encuentran a Lucrecia sentada en su aposento, sumida en el abatimiento. Al llegar los suyos,
rompió a llorar y, al preguntarle su esposo: “¿Estás bien?”, contestó: “No. ¿Cómo puede estar bien
una mujer que ha perdido el honor? Colatino, hay huellas de otro hombre en tu lecho; ahora bien,
únicamente mi cuerpo ha sido violado, mi voluntad es inocente; mi muerte te dará fe de ello. Pero
dadme la diestra y la palabra de que el culpable no quedará sin castigo. Es SextoTarquinio el que,
comportándose como un enemigo en lugar de como un huésped, la pasada noche vino aquí a
robar, armado y por la fuerza, un placer funesto para mí, y para él si vosotros sois hombres”.
Todos dan su palabra, uno tras otro, y tratan de mitigar su intenso dolor responsabilizando de la
culpa al autor del atropello, y no a la que se ha visto forzada; que es la voluntad la que comete la
falta, no el cuerpo, y no hay culpa donde no ha habido intencionalidad. “Vosotros veréis –
responde – cuál es su merecido; por mi parte, aunque me absuelvo de culpa, no me eximo de
castigo; en adelante ninguna mujer deshonrada tomará a Lucrecia como ejemplo para seguir con
vida”. Se clavó en el corazón un cuchillo que tenía oculto entre sus ropas, y doblándose sobre su
herida se desplomó, moribunda, entre los gritos de su marido y de su padre. Bruto entonces
arrancó el puñal de su pecho y dijo: “por esta sangre pura, yo juro delante de los dioses que
perseguiré a Lucio Tarquinio Soberbio y a toda su cruel familia con fuego, hierro, o de la materia
que pueda y que ninguno de esos, ni otro alguno, será de hoy en adelante rey de Roma”.

Como hemos visto el sentido de la leyenda de la violación de la matrona Lucrecia por Sexto
Tarquino, no es otro que el de explicar el paso de la Monarquía a la República en Roma. Ella se
mata para lavar su honor, pero es una rebelión contra el tirano y así poder dar la bienvenida a un
nuevo régimen político.

Esto causó la ira de los familiares, que mataron al hijo del rey y expulsaron a Tarquinio de Roma,
proclamando la República. Eligieron un Senado con Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino.
Corría el año 509 A.d.C cuando a Lucio Junio Bruto le correspondió el honor de ser el fundador de
la República en Roma.

Tarquinio el Soberbio volvió para intentar recuperar el trono, Bruto murió en combate, pero el
tirano no consiguió hacerse con el poder y la República sobrevivió.
Según la tradición, Tarquinio el Soberbio fue destronado en el año 509 a. C. mediante un golpe
palaciego que se desencadenó cuando el hijo de Tarquinio, Sexto Tarquinio, violó a Lucrecia, una
joven patricia que a raíz de ello se suicidó. Entre los líderes de la revuelta estaban el sobrino del
rey, Lucio Junio Bruto, el esposo de Lucrecia, Lucio Tarquinio Colatino, y el padre de la joven,
Espurio Lucrecio, junto con su poderoso amigo Publio Valerio Publícola.

Tarquinio, que se encontraba combatiendo en Ardea, regresó rápidamente a Roma, pero en su


ausencia perdió el apoyo del ejército y tuvo que exiliarse a Etruria. Allí convenció a las ciudades de
Caere, Veyes y Tarquinia de que atacaran Roma, pero resultaron derrotadas en la batalla de la
Selva Arsia, donde pereció Bruto. Tarquinio recurrió entonces al rey de Clusio, Lars Porsena, que
atacó Roma en 508 a. C. aunque finalmente se vio obligado a retirarse. Por último se dirigió a
Tusculum, gobernada por su yerno Octavio Mamilio, que movilizó a la Liga latina en contra de
Roma, rebelión que acabó siendo sofocada después de la batalla del Lago Regilo (499 a. C. o 496 a.
C.). Derrotado, Tarquinio consiguió el asilo del tirano Aristodemo de Cumas donde murió en 495 a.
C.

Derrocado el rey, Bruto y Tarquinio Colatino fueron los primeros en ser nombrados cónsules (en
los comienzos de la República se les llamaba pretores) y se decidió castigar con la muerte a
cualquiera que quisiera reinstaurar la monarquía. Además se castigó con el destierro a toda la
familia de los Tarquinios, lo que le costó el puesto al mismo Colatino, que fue sustituido por Publio
Valerio Publícola.14

https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/tarquinio_8358/6

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