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Cualquiera esperaría que las cosas trascendentales de Dios sucedan a la vista de todas las

personas.
A veces quisiéramos que las cosas que Dios haga entre nosotros sean notorias y
esplendidas, pero no nos damos cuenta que Él está trabajando en lo secreto.
Las cosas de Dios son tan importantes, sin embargo, están revestidas de lo que parece no
serlo tanto.
¿Quiénes se podían dar cuenta que en el encuentro entre María y Elizabet se estaba
moviendo el Espíritu Santo?
A veces los movimientos religiosos nos hacen pensar que el Espíritu Santo se mueve solo en
las cosas rimbombantes y descuidamos que Dios se mueve también en lo secreto y
pequeño.
Hoy en día la gente piensa que el Espíritu se mueve en las grandes iglesias con cámaras de
televisión y personajes de gran nombre. Se ha descuidado de que el Espíritu, en la Biblia, se
movía en las cosas no tan importantes ni públicas.
El Espíritu, más que moverse en los grandes nombres, se mueve en lo que nadie nota.
El nacimiento de Jesús nos recuerda que el Espíritu Santo no se mueve en los grandes
personajes de la religión, sino en gente común y corriente, sin grandes nombres ni
posiciones.
Los movimientos del Espíritu se dan a través de gente sencilla y hasta en anonimato.
En nuestra sencillez y pequeñez puede haber un movimiento del Espíritu.
En los gestos pequeños que puede hacer un servidor hay movimientos del Espíritu. Y, a
veces, en los grandes movimientos, aunque hay movimientos de dinero, personas y
recursos, no se está moviendo el Señor.
Lo que hoy leemos con gran asombroso del nacimiento de Jesús, en su momento a nadie le
importo. Sin embargo, aunque nada de lo que sucedió fue notorio, allí está moviéndose el
Espíritu para formar algo maravilloso.
Para reconocer que Dios se está moviendo entre nosotros no tiene que ser,
necesariamente, aprobado o valorado por las personas. Los movimientos maravillosos del
Espíritu siempre se dan en lo pequeño y hasta ignorado.
No nos acostumbremos a pensar que las cosas del Espíritu tienen que ver en lo resonante y
deslumbrante, porque el Señor es capaz de moverse en lo más pequeño e insignificante.
Los escenarios preferidos del Espíritu para moverse no son la grandeza y espectacularidad,
sino lo pequeño e ignorado.
En el encuentro entre María y Elizabet se encontraron el viejo vientre con el nuevo, la
antigua alianza con la nueva. Sin embargo, nadie se dio cuenta, todo sucedió en lo secreto.
A veces quisiéramos que los movimientos del Espíritu en nosotros sean visibles por todos,
pero Dios no se mueve allí, sino en lo secreto.
Uno de los valores por los que más lucha la sociedad es la “notoriedad”. Por eso todos hacen
cualquier locura con tal de que los demás los vean.
La importancia de las acciones divinas no está en relación de cuántas personas se percatan,
sino en la manera en que, aunque sean pocos, lo puedan percibir.
Para Dios los números no son tan importantes como las iglesias lo han llegado a pensar.
Cuando Jesús dijo que Él está donde dos o tres estén reunidos quiso decir que Dios no
necesita las grandes cantidades de personas para moverse de verdad. Para Él lo importante
es que la gente tenga fe para creer la Palabra.
Para Dios es más importante que sean pocos, pero que tengan una fe inquebrantable. A Él
le importan dos o tres que, aunque estén en lo secreto, se mueven con gran fuego para
servirle.
Dios está interesado más en la calidad de fe de los que acogen la Palabra que en las
multitudes que ni fe tienen.
Muchos tienen como grandes referentes a las grandes iglesias, pero a veces Dios no está
moviéndose allí, sino en aquellas comunidades pequeñas que, con gran fe, están trabajando
por el Señor.
El Dios de la Biblia es el de la genuinidad, no el de la multiplicidad. Para Él es más importante
la fe sincera y profunda que se refleja en un compromiso inquebrantable con su Reino.
Quizá a los ojos de la gente, de los políticos los grandes nombres de iglesias apantallas y
atraen; pero Dios, a veces, pasa de largo. Es que, para Él, sus verdaderos referentes son los
pequeños, los que no valen nada para los demás.
La religión y los políticos se fijan en las grandes figuras, pero para Dios son más importantes
aquellos que, con sinceridad, están construyendo su Reino desde lo pequeño.
Navidad nos recuerda que los grandes referentes de Dios no son los que a todos apantallan,
sino todos aquellos que, desde lo ignorado, estaban construyendo su propósito en la
historia.
Navidad nos recuerda que Dios no se fijó en Herodes ni en los sacerdotes, sino en una
humilde familia de Nazaret para construir su propósito con ellos.
La notoriedad que da la religión no significa que, automáticamente, seamos referentes de
Dios. A veces, los que ni se notan en la comunidad, son más valorados por el Señor.
La navidad nos recuerda que los valores de Dios son al revés del mundo: que lo grande es
pequeño y que los ignorados por los hombres son importantes para Él.
Quizá hay muchos que no tienen ninguna importancia para los hombres, pero para Dios son
lo más valorado.
Con Navidad debemos recordar que Dios no le anunció lo más importante de la historia a
los líderes de la religión, sino a unos inmundos pastores.
Era tan irónico que los pastores que cuidaban los rebaños del templo, no podían entrar en
él, porque eran inmundos por ese trabajo. Sin embargo, Dios los escogió a ellos para
anunciarles que va a nacer el hijo de Dios. Así invierte Dios las cosas.
La Navidad nos recuerda que la importante es relativa, que no depende de lo que la gente
piensa que es más grande, sino de lo que Dios ha visto para usarlo de manera maravillosa.
Muchos, en sus “posiciones” eclesiales, han olvidado que su importancia no está en el honor
del cargo, sino en que Dios se mueve a través de ellos.
Muchos se han quedado cuidando la visibilidad del cargo eclesial, pero ya no se mueve Dios
a través de ellos.
El sacerdote tenía la majestuosidad de su posición, pero Dios no se quiso mover en él, sino
en lo secreto del campo.
Muchos líderes han apagado el movimiento del Espíritu en ellos, porque solo mantuvieron
la teatralidad del cargo y descuidaron su verdadera importancia. Por eso perdieron la
alegría.
A veces solo ocupamos cargos, pero ya no hay mover de Dios.
Dios no quiso moverse en la majestuosidad del templo y sus sacerdotes y decidió irse a
moverse en las dos panzas unas embarazadas.
Hay gente que está ocupando cargos de responsabilidad, pero ya no está presente el Señor.
María, la madre de Jesús, ante el anuncio del ángel, experimentó una resurrección: muere
a su vida comprometida con José, para comprometerse con el propósito de Dios.
La resurrección no es un acontecimiento del pasado ni solo del futuro, sino una experiencia
maravillosa que nos levanta, a partir de la Palabra, para recomponer todas nuestras
agendas.
Resurrección es reordenar las prioridades de la vida, es descubrir una nueva agenda, la del
Espíritu; es nacer en una nueva perspectiva.
Resurrección es responder con fe a un proyecto que me plantea el Espíritu en la Palabra.
Cuando abrimos el corazón a la Palabra experimentamos una resurrección
Muchos se mueren en el liderazgo, porque dejan de resucitar. Pasan los años, pero solo
están en un círculo repetitivo sin poderse levantar en nueva vida que da la Palabra.
Cuando estamos postrados, sin sentido para seguir, la Palabra nos resucita y nos da un
nuevo sentido de vida.
Mucha gente espera que un evento le traiga algo “mágico” a su vida. Sin embargo, la
verdadera resurrección es la que da la Palabra y el Espíritu.
Cuando la Palabra determina nuestra vida despertamos a una nueva vitalidad y frescura.
Si lo que estamos pensando para este nuevo año tiene que ver con dejar de servir al Señor,
necesitamos una resurrección del Espíritu y la Palabra.
Los propósitos para este próximo año en la obra de Dios no vienen de la creatividad, sino
de permitir a la Palabra y el Espíritu resucitarnos.
María, cuando recibió el anuncio del ángel, recibió una vitalidad que la hizo salir de prisa a
casa de Elizabet. Si el servidor pierde el entusiasmo, es porque ya no está abierto a la
Palabra que lo levanta.
Si hemos perdido la alegría del llamado, debemos preguntarnos si la vida de Dios está
muriendo en nosotros y si solo estamos obrando por responsabilidad.
Cuando María ya tenía todo planeado, el Espíritu llegó para trastornarla y cambiarle toda
su agenda. Su respuesta favorable a la Palabra la levanta y la empuja, con alegría, a correr
a donde Elizabet.
A veces ya tenemos planeado cómo haremos las cosas, pero en eso aparece el Señor para
replantearnos el camino que Él quiere.
La verdadera alegría en el ministerio viene de saber que estamos en el camino señalado por
el Señor.
Las cosas más valiosas e importantes de Dios no son para los que ya se acomodaron y
buscan lo más fácil, sino para aquellos que, con fe y alegría, se van por lo más difícil.
La dejadez y apatía que acompaña a muchos es necesaria que quede atrás por la
resurrección que da la Palabra y el Espíritu.
El aborto, como medida para escapar de las responsabilidades, no debe ser aprobado. Sin
embargo, si la vida de la madre o de la misma creatura, debe considerarse.
En el Evangelio,
¿Por qué la primera vez que recibimos un privilegio nos emocionamos y hasta nos sentimos
afligidos, pero hoy lo hacemos con indiferencia y hasta con aparente solvencia?
Cuando somos pequeños en lo que nos ponen a hacer, nos preocupamos; sin embargo,
cuando sentimos que ya lo controlamos y que somos más grandes que eso, lo hacemos con
dejadez.
Muchos han llegado a pensar que el lugar que Dios les ha dado es por su grandeza, casi que
están a la par de Dios.
A veces se nos olvida que lo que “ya podemos hacer” en el ministerio, apenas es la primera
grada de tantos niveles que aún faltan por escalar.
Cuando caemos en el hastío, nos vamos dando libertades y hasta prescindimos de dones y
talentos que Dios nos ha dado para servir.
Debe ser nuestra permanente actitud a los nuevos niveles que Dios quiere traer a nuestra
vida: profundidad, alcance, altura.
Algunos se conforman con tener unos cuantos centímetros de profundidad en su ministerio,
no se dieron cuenta de que había tanto por avanzar.
Las dos o tres cosas que aprendimos a hacer en nuestro ministerio se agotaran en unos
cuantos años y terminaremos hastiados de todo.
¿Cuáles son las sorpresas de Dios para cada uno de los siervos y ministerios de la iglesia?
Todo esto hay que descubrirlo.
Tomar decisiones en la carne es hacerlo en nuestra propia capacidad y lógica.
Carne es la manera humana de vivir, fe, en cambio, es la manera divina.
A veces nos cansamos de la fe, por la falta de fe y preferimos descansar en nuestros propios
proyectos.
La fe nos lleva a asumir caminos que son tan complicados, por eso muchos se cansan y
prefieren vivir en la carne, en sus propias posibilidades.
La fe siempre nos planteará realidades difíciles e imposibles, pero maravillosas. Por eso es
que la fe no es para cobardes ni acomodados.
La fe no es sustitución de valentía, trabajo y empeño, sino el potencial divino para ponernos
a hacer lo imposible con estas cosas.
Muchos dicen que van en el camino de la fe, pero no hacen nada, piensan que tener fe es
que Dios va a hacer todo.
La fe es el respaldo divino para tomar caminos difíciles y complicados y que no se ven con
futuro. Sin embargo, con la valentía que da la fe, estos caminos se van abriendo con
esperanza y alegría.
¿Qué perspectiva tenía Abraham y Sara de ser padres de multitudes? Ninguna. Por eso, la
convocatoria de la fe parece ser un proyecto fracasado, pero, para los que creen, les abre
caminos maravillosos.
La fe da coraje y valentía para poder caminar en donde todos piensan que es inútil. Dichosos
los que han creído.
Felices los que caminan en la vida en el sendero de la fe. Estos descubrirán cosas
maravillosas.
Hay gente común y gente de fe. Ojalá aprendamos a ser gente de fe.

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