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Si le gustara el trago, podría consolarse, como Valencia, con unos aguardientes, pero el
ex presidente es abstemio.
Si le interesara la filología podría escribir un diccionario, como aquel otro Uribe, Uribe
Uribe, o traducir la Eneida, como Caro. Si le gustara la comida, si tuviera sentido del
humor, podría al menos dedicarse a comer, y a contar chistes, como Samper. Pero se
sabe que Uribe ni siquiera entiende los chistes.
Si tuviera buenos amigos, podría viajar contento por cientos de países, en compañía de
otros jubilados jóvenes, como Pastrana. Pero él no tiene amigos, sino aliados, que más
que amarlo le temen.
Entonces, como el ex presidente Uribe sólo tiene el vicio incurable del poder, la adicción
al mando, la costumbre irrefrenable de llevar siempre las riendas, las espuelas y la fusta,
entonces ahí lo tendremos, vociferando en Twitter, enviando comunicados de muy dudosa
lógica jurídica o política, rojo de indignación, verde de rabia, enfermo de ira, regañando a
los columnistas, insultando a los jueces, manoteando contra los traidores, aconsejando
exilios a sus ex funcionarios (no para protegerlos sino para que al fin, en la desesperación
de los interrogatorios, no acabe por zafárseles la verdad).
Si el FBI o la CIA hubieran hecho esto en Estados Unidos, las consecuencias para el
gobierno que hubiera instigado semejante insulto se oirían durante siglos. No es posible
chuzar a la Corte Suprema y luego pretender que la Corte Suprema se cruce de brazos.
Porque ordenarles a los servicios de inteligencia chuzar a los altos magistrados y a los
principales periodistas y opositores políticos del país es un delito más grave, muchísimo
más grave que el escándalo de Watergate.
¿Por qué se va al exilio la señora Hurtado? Para no tener que decir de dónde venía la
orden de oír a los jueces, a los políticos y a los periodistas, ya que confesar esa verdad
era lo mismo que poner una lápida en su pecho. Mejor callada en Panamá que acorralada
aquí entre la pared de la verdad y la espada del miedo.
Uribe y sus aliados son poderosos, pero hoy son los huérfanos y las viudas del poder.
Nosotros, los periodistas, podemos convertirnos en los altavoces, en los amplificadores de
sus rabietas y diatribas, o simplemente dejarlo que grite y vocifere a solas en su
Blackberry.
No le demos más prensa ni le prestemos más atención a tanta rabia. Bajémosle la fiebre a
todo esto hundiendo ese pedal que en el piano se llama sordina. Que grite solo, como
Chávez. Y preguntémonos en silencio, simplemente, de cuando en cuando, por qué no se
callará. Porque eso sería lo mejor para todos: que se callara.