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Comentario
Nos damos cuenta de estas vidas de que fueron tan importantes, aunque vemos como
que fue un poco difícil de llegar a ser líder, pero vemos que cuando la familia es
cristiana nos animan a seguir a Dios y eso facilita. Pero uno de estos trató de huir por un
tiempo pero luego decidió regresar a su pueblo y confesó de que hizo lo malo; y es lo
que debemos hacer rendirnos ante los pies de Cristo.
Dios ordenó que todas las cosas fueran producidas, de modo que hubiera comida
en común para todos, y que la tierra fuese la heredad común de todos. Por tanto, la
naturaleza ha producido un derecho común a todos; pero la avaricia lo ha vuelto el
derecho de unos pocos. Ambrosio de Milán
Entre los muchos gigantes cristianos que el siglo IV produjo, ninguno llevó una vida
tan interesante como Ambrosio de Milán.
Comentario
Una vez nos damos cuenta de la vida de Ambrosio, según los escritos este hombre no
quería ejecutar el obispado, y trató de huir pero no tuvo éxito. Que aprendemos acá
mucho. Aprendemos que el miedo está en todo hombre y en todo tiempo; y luego
aceptó él que su ministerio también fue efectivo e hizo muchas cosas.
CAPITULO 22: JUAN CRISOSTOMO
Para Juan, sin embargo, el púlpito no fue sencillamente una tribuna desde donde ofreció
brillantes piezas de oratoria. Fue más bien expresión oral de su vida toda, escenario de
su batalla contra los poderes del mal, vocación ineludible que al postre le costó el
destierro y hasta la vida.
Comentario
Este hombre como vemos el actuaba bien no solo en un momento de su vida sino en
toda su vida. Aprendo nuevamente de él muchas cosas, él fue también perseguido,
siempre hay enemigos de la cruz que no permiten que el evangelio siga expandiéndose.
Pero Dios es fiel a sus siervos porque él los ama y nos ama.
De todos los gigantes del siglo cuarto, ninguno es tan interesante como Jerónimo. Y es
interesante, no por su santidad, como Antonio el ermitaño, no por su intuición religiosa,
como Atanasio, no por su firmeza ante la injusticia, como Ambrosio, no por su
devoción pastoral, como Crisóstomo, sino por su lucha gigantesca e interminable con el
mundo y consigo mismo. Aunque se le conoce por “San Jerónimo”, no fue de los santos
a quienes les es dado gozar en esta vida de la paz de Dios. Su santidad no fue humilde,
apacible y dulce, sino orgullosa, borrascosa y amarga. Jerónimo deseó siempre ser más
que humano, y por tanto no tenía paciencia para quienes le parecían indolentes, ni para
quienes de algún modo se atrevían a criticarle. Entre las muchas personas que fueron
objeto de sus ataques hirientes se contaban, no sólo los herejes, los ignorantes y los
hipócritas, sino también Juan Crisóstomo, Ambrosio de Milán, Basilio de Cesarea y
Agustín de Hipona. Quienes se atrevían a criticarle no eran sino “asnos de dos patas”.
Pero a pesar de esta actitud —y en parte debido a ella— Jerónimo se ha ganado un lugar
entre los gigantes del cristianismo en el siglo IV.
Pero todo esto no bastaba. Jerónimo sentía todavía un amor ardiente hacia las letras
paganas y hacia la vida sensual.
Comentario
Comentario
Al ver la historia de Agustín es también interesante para nosotros, aunque por un tiempo
apoyó el maniqueísmo pero después se dio cuenta de que era un error, al final tuvo
muchos escritos en contra de eso y ha influenciado mucho a la iglesia en su vida.
Al morir Agustín, los vándalos le ponían sitio a la ciudad de Hipona. Poco después, eran
dueños de todo el norte de África —hasta los límites del viejo imperio occidental—.
Unos años antes, en el 410, la capital del Imperio, Roma la eterna, había sido tomada y
saqueada por Alarico y sus tropas godas. Aún antes, en el 378, en la batalla de
Adrianápolis, un emperador había sido derrotado y muerto por los godos, cuyas tropas
habían llegado hasta las afueras mismas de Constantinopla. Lo que sucedía era que el
viejo Imperio —al menos en su porción occidental— se desmoronaba. Durante varios
siglos las legiones romanas habían contenido a los pueblos germánicos tras las fronteras
del Rin y del Danubio. En la Gran Bretaña, una muralla separaba la parte romanizada de
la que quedaba bajo el dominio de los “bárbaros”. Pero ahora todos esos diques estaban
rotos. En una serie de oleadas al parecer interminables, los diversos pueblos bárbaros
atravesaban las fronteras, saqueaban villas y ciudades, y por fin iban a establecerse
permanentemente en algún territorio hasta entonces romano. Allí fundaban sus propios
reinos, a veces teóricamente sujetos al Imperio, pero siempre independientes. La unidad
del viejo Imperio había llegado a su fin.
El gran tema que de un modo u otro domina todo este período es el de las relaciones
entre la fe y la cultura —o, en sus términos institucionales, entre la iglesia y el estado—.
En Constantino y sus seguidores, el estado decidió tomar el nombre de Cristo. A esto la
iglesia no podía oponerse con éxito alguno. Pero sí podía seguir varias alternativas. El
retiro de los monjes y el cisma de los donatistas son en cierto sentido respuestas
radicales al reto planteado por Constantino. En el extremo opuesto se encuentra Eusebio
de Cesarea —y probablemente otros millares de cristianos cuyos nombres la historia no
ha registrado— desde cuya perspectiva lo que estaba sucediendo era casi el
cumplimiento de las promesas bíblicas. Entre estos dos extremos, sin embargo, se halla
la mayoría de los “gigantes” a quienes hemos dedicado la presente sección. Los
repetidos exilios de Atanasio, la firmeza de Ambrosio ante Teodosio, los sermones de
Ambrosio y de Juan Crisóstomo contra la injusticia social, y la resistencia de Basilio
ante Valente, son muestra de que estos gigantes de la fe no capitularon, ni se dejaron
arrastrar por el poder, el prestigio y las promesas del Imperio.
Comentario
Desde aquí en adelante todas las cosas se cambiaron, aquí termina una era muy
importante donde sí lucharon contra la mentira, contra el error. Pero llega un momento
donde se pone frio la cosa, la presión es menos de parte de la iglesia. Pero hasta aquí he
sido bendecido por la vida de los grandes líderes en la iglesia de esta era que su historia
queda acá.