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SOCIOLOGÍA

DE LOS
MOVIMIENTOS
SOCIALES
Érik Neveu

SOCIOLOGÍA
DE LOS
MOVIMIENTOS
SOCIALES
Segunda edición
corregida y aumentada

Abya-Yala
2000
Sociología de los movimientos sociales
Érik Neveu
Título original: Sociologie des mouvements sociaux, Collection Repères. Ed. La
Decouverte. París, 1996. ISBN-2-7071-2646-2. Con las debidas licencias.
Traducido por Ma. Teresa Jiménez

1a. Edición Ediciones ABYA-YALA


abril 2000 12 de Octubre 14-30 y Wilson
Casilla: 17-12-719
Teléfono: 562-633 / 506-247
Fax: (593-2) 506-255
E-mail: admin-info@abyayala.org
editorial@abyayala.org.
Quito-Ecuador

2da. Edición:
agosto del 2000
Corregida y aumentada a partir de la 2da. edición francesa (2000).

Impresión Docutech
Quito - Ecuador

ISBN: 9978-04-588-0

La traducción de esta obra fue posible gracias al aporte del Ministerio de la


Cultura y de la Comunicación de Francia.

Impreso en Quito-Ecuador, 2000


Sociología de los movimientos sociales 5

ÍNDICE

Prefacio a la edición ecuatoriana ................................................... 9

Introducción ................................................................................... 13

I/ ¿Qué es un movimiento social? ........................................... 16


Las dimensiones de la acción colectiva......................................... 17
El actuar en conjunto como un proyecto voluntario .......... 17
¿Está prohibido confundir las organizaciones con las
movilizaciones? ...................................................................... 19
La acción concertada en favor de una causa ........................ 21
El componente político de los movimientos sociales .................... 22
Una acción “en contra”.......................................................... 22
Las tendencias de los movimientos sociales a la
politización............................................................................. 25
Políticas públicas, opacidad y politización........................... 27
¿Hay una arena no institucional? ................................................ 29
La arena de los conflictos sociales......................................... 30
¿Hay un registro de la acción dominada?............................. 31
Los repertorios de la acción colectiva................................... 33
La cuestión de la organización.............................................. 35
El espacio de los movimientos sociales ......................................... 39
El modelo de Kriesi ............................................................... 39
Trayectorias ............................................................................ 41

II / Los obstáculos del análisis................................................... 42


Pensar relacionalmente los movimientos sociales ........................ 42
“Exit, voice and loyalty” ........................................................ 43
Una encrucijada disciplinaria ............................................... 47
6 Macroeconomía financiera

Problemas sociológicos y retos políticos........................................ 48


La sicología de las masas ....................................................... 48
El rechazo de la herencia marxista........................................ 50

III / Las frustraciones y los cálculos ........................................... 53


Las teorías del “comportamiento colectivo” ................................. 54
Una etiqueta conciliadora ..................................................... 54
¿Por qué se sublevan los hombres? ....................................... 56
Cuando el Homo œconomicus entra en acción............................ 62
La paradoja de Olson............................................................. 62
La “RAT” y el endurecimiento del modelo........................... 65
El buen uso del cálculo racional ........................................... 67

IV / La movilización de los recursos .......................................... 69


Los denominadores comunes ............................................... 69
La filiación olsoniana................................................................... 71
Los movimientos sociales como economía e
“industria”.............................................................................. 71
Empresarios y “militantes morales”...................................... 72
Sociologizar el marco teórico........................................................ 74
Partir de la estructuración social .......................................... 74
Estructura social y movimientos sociales............................. 76
El aporte de una sociología histórica ........................................... 78
La variable “organización”: de la logística a la
sociabilidad ............................................................................ 78
Estrategias............................................................................... 80
La dimensión de la larga duración ....................................... 81

V / ¿Hay “nuevos” movimientos sociales? ................................ 85


La textura de lo “nuevo” .............................................................. 85
Las luchas de la postsociedad industrial ...................................... 88
La “revolución silenciosa” del posmaterialismo................... 88
Hacia un nuevo orden social................................................. 89
Un balance por comparación ....................................................... 90
Una teoría sobre las prósperas décadas de la pre-crisis....... 90
Los dividendos de la innovación .......................................... 93
Sociología de los movimientos sociales 7

VI / El militantismo y la construcción de la identidad ............ 95


Un enfoque sociológico del militantismo ..................................... 96
Determinantes y retribuciones del militantismo................. 96
El efecto “sobrerregenerador” ............................................... 99
Las identidades militantes .......................................................... 102
Nosotros/yo............................................................................ 102
Las movilizaciones de la identidad ....................................... 104
Hacia una economía de las prácticas........................................... 110

VII / La construcción simbólica de los movimientos


sociales .................................................................................. 113
El redescubrimiento del “trabajo político” ................................... 113
Movilizar los consensos......................................................... 113
Los marcos de la experiencia ................................................ 125
El lugar de los medios de comunicación masiva en las
movilizaciones......................................................................... 117
Escenificaciones y movilizaciones de papel.......................... 117
Los medios de comunicación masiva y los actores
de los movimientos sociales .................................................. 120
El registro terapéutico ........................................................... 123
Una sociología de la construcción de los problemas
públicos ................................................................................... 124
Las modalidades de poner en la agenda los
asuntos pendientes................................................................. 125
La fuerza de lo instituido ...................................................... 126

VIII / Movilizaciones y sistemas políticos ................................... 127


La estructura de las oportunidades políticas................................ 127
Un consejo útil pero esponjoso ............................................ 127
Las dinámicas del conflicto ................................................... 130
Movimientos sociales y políticas públicas .................................... 133
Los tipos de Estado y las lógicas de la protesta .................... 133
El eslabón perdido ................................................................. 136
Conclusión ...................................................................................... 141

Bibliografía .................................................................................... 145


8 Macroeconomía financiera
Sociología de los movimientos sociales 9

PREFACIO
A LA EDICION ECUATORIANA

Para un profesor universitario siempre es motivo de regocijo ver


sus trabajos traducidos en el extranjero y así, poder ser leído y discuti-
do por otros públicos. Me siento entonces complacido por la publica-
ción que hace una editorial ecuatoriana de esta Sociología de los movi-
mientos sociales. Pero debo añadir que también me inquieta un tanto.
Esta inquietud proviene primeramente de la revisión de la tra-
ducción, por el sentimiento de etnocentrismo que puede provocar este
pequeño libro. Tenía consciencia de ello antes de que se me publicara
en un país del “Sur”. Pero el cambio de continente hace más evidente
ese hecho. La inmensa mayoría de los trabajos universitarios que cito
en este libro o bien son de autores europeos o norteamericanos, o bien
se refieren a movimientos sociales de los países del “Norte”. Hay tres ra-
zones que pueden explicarlo, aunque no justificarlo. La primera razón
es obvia: se trata de la riqueza comparativa, en hombres, bibliotecas, di-
nero y recursos de todo tipo del mundo universitario de los países del
Norte. Sin embargo, se puede objetar que esta situación no impide que
los investigadores franceses, canadienses o españoles dirijan sus estu-
dios a los países de Asia o de América Latina. Y aquí interviene una se-
gunda explicación, más etnocéntrica. Cuando los europeos o los ame-
ricanos investigan sobre los países que no son de su esfera, buscan de-
sarrollar un enfoque comparativo de los movimientos sociales y, a me-
nudo, lo hacen mediante la comparación de las experiencias europeas
y norteamericanas dejando de lado a los países del Sur. Felizmente, hay
excepciones, entre ellas: Alain Touraine (1988), Armand Mattelart
(1973) o Daniel Rothman y Pamela Oliver (1999), que han trabajado
sobre Latinoamérica; y James Scott (1985), sobre Malasia. Pero tam-
bién interviene con frecuencia otro factor que hace menos visibles esos
trabajos: muchas investigaciones sobre los países del Sur las conducen
los especialistas, de lo que las clasificaciones académicas anglosajonas
llaman los “Area Studies”; y en la Universidad existen ‘barreras aduane-
ras’ invisibles, lo que resulta en la existencia de excelentes investigacio-
10 Prefacio

nes de los especialistas en Latinoamérica, el mundo árabe o Asia sobre


los movimientos sociales que apenas leen y conocen sus vecinos de ofi-
cina especializados en ese mismo tema. También hay que añadir que el
papel que juega el inglés como lengua de intercambio científico lo pa-
gan a un costo tremendo los investigadores hispanófonos, lusófonos o
francófonos. En efecto, si no se los traduce al inglés, sus trabajos circu-
lan poco y permanecen mayoritariamente invisibles. Por eso, en este li-
bro, hay una ausencia casi total de trabajos en lengua española. Aunque
sí existan, y excelentes... no logran entrar en las bibliotecas universita-
rias (a menudo muy provincianas) de un país como Francia.
Me inquieta, asímismo, el peso que tienen las referencias ameri-
canas. Hay algo de paradójico en que sea un francés quien actúe de ex-
portador hacia América Latina de los productos científicos del fastidio-
so vecino del norte. Yo no lo lamentaría: el peso de los trabajos estadou-
nidenses proviene ante todo de su calidad y rigor. Aunque este libro se
esfuerza también en darles el lugar que se merecen, particularmente a
las contribuciones europeas, francesas e italianas.
Al revisar la traducción me he esforzado por poner un poco más
de referencias al mundo latinoamericano. Pero, en justicia, el resultado
parecerá decepcionante. ¿Es que al menos puedo justificarme? Se debe,
sobre todo, al problema ya mencionado del acceso a las investigaciones
que se llevan a cabo sobre ese Continente, que se dificulta y hasta se
agrava por mi débil dominio del castellano; y también se debe a una
forma de prudencia: en Europa, América Latina es objeto de represen-
taciones fantasmagóricas que provienen de la maravillosa literatura
novelesca de ese Continente, y olvidan que lo que nos sugieren con un
inmenso talento Roa Bastos, Gabriel García Márquez o Miguel Angel
Asturias constituye una forma de convertir en inteligible la realidad,
con las armas de lo maravilloso, de la metáfora o del realismo mágico,
todas las cuales suponen una forma de estetización y de reconstrucción
de la realidad. Así, nuestras fantasmagorías de ciudadanos del Norte se
fijan igualmente en una visión épica y reduccionista de la participación
política en América Latina, en una política únicamente hecha de gue-
rrillas, de ‘golpes de Estado’ o de imponentes movimientos sociales. Es
cierto que desde las Madres de la Plaza de mayo, hasta las luchas de los
campesinos o de las comunidades indias, el Continente sudamericano
ha ofrecido, a la vez, verdaderos prototipos de movimientos sociales y
ejemplos de lucha que suscitan respeto y, a menudo, simpatía. Pero, al
Sociología de los movimientos sociales 11

tratarse de sociedades cuya historia y estructuras sociales no conozco lo


suficiente, me parece más prudente no decir nada que contribuir a otra
forma del discurso etnocéntrico: el que hace de ese Continente una
suerte de “reserva sociológica”, un territorio poblado de buenos salva-
jes del movimiento social, un lugar donde el investigador europeo po-
dría contemplar con nostalgia un poco gratificadora, pero oculta, las
movilizaciones espectaculares, violentas o épicas de las que tendrá una
secreta nostalgia dentro de su propio país. Por su diversidad, y la rique-
za y complejidad de su historia, las sociedades de América del Sur se
merecen más que esos estereotipos.
Quisiera terminar con dos deseos. El primero, sería que este pe-
queño libro contribuya a la circularción de algunas herramientas de las
que se apropien sus lectores para desarrollar trabajos en curso sobre las
movilizaciones en sus sociedades, y no una suerte de catecismo del aná-
lisis de los movimientos sociales. El segundo deseo, más esencial, sería
que circularan más las investigaciones latinoamericanas. Los estudiosos
que me lean comprenderán que se trata de una invitación y de una
solicitud de ayuda para que una futura segunda edición sea más repre-
sentativa del aporte de los trabajos en español.
ERIK NEVEU
Liffre, 12 de noviembre de 1999
12 ¿Qué es un movimiento social?
INTRODUCCIÓN

Imaginémonos por un momento una historia de América del Sur


sin movimientos sociales. Y hagamos una pequeña lista de éstos duran-
te épocas recientes, figurándonos que nada sucedió: ni la caída de la
Junta Militar en Ecuador en 1966 tras las manifestaciones populares; ni
la manifestación del 17 de octubre de 1945 en Buenos Aires; ni el “Cor-
dobazo” en 1969, con sus consecuencias para la política argentina; ni la
gran huelga general en Bolivia en 1985; ni la “Protesta”en Chile en
1983; ni el movimiento zapatista en el Chiapas mexicano… y así po-
dríamos seguir de largo. Como se ve, los movimientos sociales pueden
tener un considerable impacto sobre la vida social. Los grandes movi-
mientos sociales marcan la memoria política. El fenómeno se da aún
más en las sociedades donde no existen verdaderas citas electorales. El
tiempo político de la Polonia socialista se mide más por las huelgas de
Gdansk, en 1970 y 1980, que por las parodias electorales de la Dieta de
Varsovia. Basta con recordar en desorden los movimientos de Mayo de
1968, los que Gandhi promovió en la India Colonial, o los de Martín
Luther King en los Estados Unidos de los años ‘60, para medir el im-
pacto de esa movilización. Pero el esfuerzo analítico de esas situaciones
raramente está a la altura de sus desafíos. En Francia, si bien Mayo del
68 suscitó suficientes testimonios y comentarios como para llenar una
bliblioteca entera, pocos trabajos permiten hacer un análisis clínico de
los “acontecimientos” y de sus continuaciones y consecuencias; más
bien, se ocupan del componente universitario de Mayo [Bourdieu,
1984]*, de ciertos aspectos del “izquierdismo” [Sommier, 1994].
Los movimientos sociales, frecuentemente provocan más reac-
ciones que análisis. Este tratamiento se presenta primeramente con una
retórica de la sospecha. Una implícita asimilación del modelo demo-
crático basado solamente en el proceso electoral hace que los movi-
mientos sociales se traten como algo sospechoso, sinónimo de irrum-

* Las referencias entre corchetes remiten a la bibliografía del final de la obra


14 Introducción

pir en las calles y de provocar desorden. La temática del misterio cons-


tituye un segundo marco para la ausencia de análisis. Los movimientos
sociales aparecen, entonces, como un tejido de enigmas. Con frecuen-
cia, imprevistos, descritos como imprevisibles, tanto en su surgimiento
como en su dinámica, se presentan como un desafío a la racionalidad,
de lo cual da fe el léxico metafórico de la explosión, del carnaval, del
contagio, del desbordamiento afectivo. La movilización pública se re-
mite así a una dimensión irracional o lúdica de los comportamientos
sociales. Esta parte misteriosa alimenta muchos comentarios apasiona-
dos que pretenden ver manipuladores, líderes clandestinos. El tercer
marco de ese flojo tratamiento teórico de los movimientos sociales es
la clasificación tranquilizadora, que enmarca a lo imprevisto en una ca-
tegoría de rutina: los ciclos primaverales de huelgas estudiantiles, los
movimientos “corporativos”, las violencias campesinas.
El análisis funciona como un eco del discurso de los grupos en
movilización (cuando es favorable), y también como una intensifica-
ción del trabajo de mantenimiento del orden (cuando condena). Esta
postura, antes que explicar, juzga. Se presta para los contrasentidos his-
tóricos, cuya lectura de las movilizaciones actuales tiene lugar dentro
de las categorías heredadas del pasado. Los actores y, una parte de los
comentaristas de la movilización pública de los estudiantes de Mayo
del 68, presentaron así a ésta, como una proyección en el mundo uni-
versitario del modelo de la lucha del proletariado contra la burguesía.
El conocimiento de las ciencias sociales permite explicar los mo-
vimientos sociales con un discurso más esclarecedor, porque atiende a
la vez tanto a los determinantes sociales profundos de las moviliza-
ciones como a los que viven y participan en la acción. Las ciencias so-
ciales están en ventaja con respecto al periodismo, en el sentido de su
distancia, el tiempo de la investigación, la comparación sistemática, la
elaboración y la verificación de hipótesis teóricamente armadas. Se dis-
tinguen del compromiso militante por la prioridad dada no a la iden-
tificación del buen proyecto de sociedad de los movimientos “progre-
sistas” o “populistas”, sino a la preocupación por desvelar las causalida-
des, de producir inteligibilidad; que son criterios convenientes para
juzgar a las ciencias sociales.
Las preguntas que suscita un análisis de los movimientos sociales
son abundantes y complejas: ¿por qué ciertos grupos se movilizan más
que otros? ¿Cuál es la “racionalidad” de las movilizaciones? ¿Cuál es el
Sociología de los movimientos sociales 15

papel de los medios de comunicación? ¿Cómo reaccionan ante éstos los


sistemas políticos? Para intentar aportar elementos de respuesta orde-
nados buscaremos primeramente dar una noción precisa de lo que es
un “movimiento social” (que a menudo es algo confuso de concebir), y
comprender en qué sentido (hablando de lo conocido, por pertenecer a
la experiencia de todos) ese registro de la protesta que expresan las mo-
vilizaciones o las huelgas, no es ni el único, ni el más evidente para uti-
lizar cuando hay tensiones o malestar social. Una ojeada a las diversas
escuelas sociológicas nos permitirá, luego, tener referencias sobre las
“herramientas” teóricas que han servido a las ciencias sociales para in-
tentar dar cuenta de los movimientos sociales. Finalmente, mostrare-
mos cómo el análisis sociológico desde hace tiempo acaba por acumu-
lar saberes, lejos de convertirse en un desfile de teorías, y da mejor cuen-
ta del lugar de las creencias y de las emociones, de la relación con la po-
lítica.
La experiencia adquirida en ese balance concierne inseparable-
mente al ciudadano y al investigador, porque en este campo, la investi-
gación se nutre del estudio de las tensiones sociales; porque lejos de ser
un objeto marginal, los movimientos sociales evocan las modalidades
del discurso en el espacio público, a menudo, de quienes tienen dificul-
tad en hacerse oír mediante las urnas, los medios de comunicación y las
autoridades político-administrativas.
16 ¿Qué es un movimiento social?

CAPÍTULO I
¿QUÉ ES UN MOVIMIENTO SOCIAL?

¿No es complicar por gusto lo que cada cual comprende como su


experiencia al introducir una explicación erudita para la noción de
“movimiento social”? Personas que a menudo pertenecen a un mismo
grupo social (jóvenes, mineros del estaño, campesinos, etc.) creen tener
una reivindicación que formular. Y expresan sus peticiones con medios
familiares como la huelga, la movilización y la ocupación de un edifi-
cio público. Lo ocurrido en diciembre de 1995 sería un claro ejemplo
de ello.
El sentido común asocia un conjunto de formas de protesta a la
idea de movimiento social. Vincula las palabras con los acontecimien-
tos y las prácticas. Pero esta constatación es precisamente la que abre
interrogantes. Nuestra capacidad de ejemplificar esta noción va acom-
pañada de una frecuente impotencia para comprender y hasta para ver
los movimientos sociales de otras sociedades o de otras épocas. Si el
historiador no nos proporcionara una forma de “subtitular” los acon-
tecimientos, ¿comprenderíamos el mensaje de conflicto social que en
1730 dirigen a su patrón los obreros de una imprenta de la calle Saint-
Séverin, al colgar a “la grise”, la gata favorita de su esposa [Darnton,
1985]? ¿Podríamos discernir, tras las procesiones de “los reinos” del
carnero, del gallo y del águila, en los que se agrupan los componentes
del centro histórico de la ciudad de Romans (en el sur de Francia) du-
rante el carnaval de 1580, los signos de una guerra social que será san-
grienta [Le Roy Ladurie, 1979]? ¿Acaso el hecho de que lleven un bra-
zalete negro los obreros de una cadena de montaje japonesa en plena
actividad nos hace entender que es la expresión de un descontento co-
lectivo?
Por el contrario, nuestra habilidad para identificar los modos de
protesta en “nuestra sociedad” plantea otra pregunta: ¿se codificarían
las formas de expresión de las emociones vinculadas al sentimiento de
injusticia lo suficiente como para que la protesta se canalice aún más
Sociología de los movimientos sociales 17

mediante modos de empleo institucionalizado (que provienen ¿de


dónde?) Aquí, lo que carece de entidad es la asociación entre movi-
miento social y la expresión de descontento. ¿De dónde viene que cier-
tos grupos no recurran casi nunca, a lo que el sentido común asocia
con los movimientos sociales? La televisión apenas presenta las movili-
zaciones de los jubilados o de los abogados. ¿Será porque estos grupos
no tienen nada que reivindicar? ¿O porque algunos grupos no llegan a
movilizarse? ¿Y por qué es así? ¿Hay otras vías aparte de la movilización
pública que puedan hacerse cargo de sus reivindicaciones? ¿Cuáles son?
Finalmente, ¿no conviene hacer algunas distinciones dentro de
los fenómenos que el lenguaje corriente asocia con los movimientos so-
ciales? ¿No es absurdo catalogar como un movimiento social a la Inti-
fada, a una huelga de hambre de los indocumentados, a una dimisión
colectiva de los bomberos voluntarios descontentos? Pero quedarse só-
lo en eso sería un reflejo del análisis superficial de lo social, impropio
del analista.

Las dimensiones de la acción colectiva

El término “acción colectiva” se emplea comúnmente, pero no


por ello deja de ser problemático. Es significativo que en francés, las
obras de síntesis que lo utilizan para proponer un panorama de los
análisis de las movilizaciones, recurran a otras expresiones suplemen-
tarias como “luchar juntos” [Fillieule y Péchu, 1993], o “movilización
pública y organización de las minorías activas” [Mann, 1991] para ex-
plicitar su propósito. Aquí la dificultad nace de la polisemia del adjeti-
vo “colectivo”. A riesgo de producir un inventario más digno de Prévert
que de Durkheim, hay que proceder a desmenuzar este término.

El actuar en conjunto como un proyecto voluntario

A partir de una definición muy floja de la acción colectiva, que la


identificaría con las situaciones en las cuales se manifiestan convergen-
cias entre una pluralidad de agentes sociales, la variable de una inten-
ción de cooperación puede ayudar para empezar nuestro intento. De-
ben aislarse, entonces, los fenómenos a los que Raymond Boudon aso-
ció con la noción de efectos perversos o emergentes. Dicha noción
abarca los procesos que resultan de la agregación de los comporta-
mientos individuales sin intención de coordinarse. La operación “cara-
18 ¿Qué es un movimiento social?

col” de los choferes de transporte, que bloquean una autopista perifé-


rica, producirá un resultado comparable al embotellamiento causado
por los vacacionistas que se precipitan con sus autos hacia las playas.
Pero hay una clara diferencia entre una acción concertada, relacionada
con las reivindicaciones, y un resultado imprevisto, a veces imprevisi-
ble, que surge de la suma de miles de salidas de vacaciones individuales.
Para avanzar hacia una definición precisa del “movimiento so-
cial”, debe enjuiciarse por una misma exclusión a los procesos de difu-
sión cultural. Lo “colectivo” está presente en los fenómenos de moda,
de difusión de estilos de vida o de innovación. Pero ese colectivo es el
resultado, por un lado, de efectos de la agregación que presenta el mer-
cado. Mediante millones de decisiones en serie y libres (dentro de los
límites de todo el trabajo de construcción de las definiciones de moda
y de lo moderno que del mercado hacen la crítica, la prensa y la publi-
cidad), la acción de los individuos engendra veredictos colectivos, do-
tados con frecuencia de una dinámica excluyente (se tiene que “ser (de)
algo”). Esos veredictos se traducen en modos de vestir y artísticos, en
consagraciones de objetos, temas (como por ejemplo, la defensa de la
naturaleza...). Pero para modelar socialmente a estos fenómenos hay
que tomar en cuenta, que en general, no resultan de una intención ex-
plícita de cooperación o de acción concertada. El éxito excesivo de una
moda puede hasta incomodar a sus seguidores, que ven en su amplia-
ción una pérdida de su distinción. Por lo demás, no basta con que se di-
funda un comportamiento para interpretar en ello una voluntad colec-
tiva de cambio sobre las formas de la vida social. Parece lógico por tan-
to remitir los fenómenos de la difusión cultural y de las modas a una
sociología de la cultura o de la innovación. Pero esos fenómenos jue-
gan un papel en la construcción de identidades, de universos simbóli-
cos, sobre los cuales puede apoyarse el surgimiento de movimientos so-
ciales. Con solo un ejemplo basta: a fines de los años ‘60 se difundió en-
tre la juventud estudiantil, un estilo inédito de vestir y de llevar el ca-
bello, una banalización del consumo de drogas, nuevas modas musica-
les (el rock, el folk), nuevas referencias intelectuales (desde los marxis-
mos a la “aldea global” de McLuhan, vía el feminismo). Estos fenóme-
nos de difusión cultural estaban entonces estrechamente vinculados al
surgimiento de movimientos sociales como el izquierdismo, el feminis-
mo y el comunitarismo. En este sentido, nunca está de más preguntar-
se sobre la manera en que las evoluciones culturales pueden ser posi-
bles indicadores o vectores para el apogeo de movimientos sociales.
Sociología de los movimientos sociales 19

¿Está prohibido confundir las organizaciones con las movilizaciones?

En una amplia acepción, la noción de acción colectiva puede apli-


carse también a la mayoría de las actividades vinculadas al universo de
la producción y la administración. El funcionamiento de una empresa
exige un alto grado de división del trabajo y estricta organización de la
acción conjunta. Las diferencias con el universo de los movimientos so-
ciales podrán parecer evidentes. ¿No se distingue la producción de bie-
nes y servicios netamente de la movilización pública, de las energías
por una reivindicación? ¿No es imposible comparar sus grados de ins-
titucionalización? La necesidad de ganarse la vida, la organización je-
rárquica de la empresa y la importancia del trabajo como elemento es-
tructurador de las existencias garantizan a priori que cada asalariado
responda a la llamada de su jefe. Los organizadores de un mitin, no dis-
ponen de recursos parecidos para asegurar la asistencia de personas,
salvo que se pague a figurantes (lo que se ha visto). Finalmente, una
comparación parecerá olvidar la dimensión de las creencias. No hay
ninguna necesidad de tener fe en los sagrados valores de la industria
automotriz para trabajar en un taller mecánico. En cambio, se impone
un mínimo de creencias para manifestarse contra el apartheid o los en-
sayos nucleares.
En pocas palabras, la evidencia parece sugerir el carácter total-
mente artificial de un acercamiento entre los fenómenos, que las clasi-
ficaciones del sentido común y de la sociología (aliados por una vez)
asocian, para unos, al análisis de las organizaciones, y para otros, al es-
tudio de la movilización. Pero un repaso crítico de esos fenómenos su-
giere más bien un conjunto de enmascaramientos problemáticos.
Cuatro ejemplos al respecto. El primero se remite a la empresa.
Una de las recientes tendencias de su administración ha sido introdu-
cir en su funcionamiento técnicas de movilización pública y de moti-
vación a menudo próximas a la de los universos militantes, hasta de las
sectas, con cuadros o contramaestres de verdaderos militantes, que
buscan producir una relación con la empresa que hace vivir al asalaria-
do bajo una forma de compromiso total al servicio de una causa [Le
Goff J.-P., 1992]. En segundo lugar, el funcionamiento de ciertas admi-
nistraciones, por ejemplo, en el campo de la salud pública, permite
constatar que, las gestiones puestas en obra para promover políticas
públicas, no dejan de tener parentesco con los objetivos y medios de ac-
ción de las agrupaciones militantes. ¿Es acaso absurdo comparar las
20 ¿Qué es un movimiento social?

campañas de prevención del SIDA o contra el alcoholismo que pro-


mueve la Salud Pública con las acciones de los movimientos de ayuda
o una asociación antialcohólica? Dos últimos ejemplos sirven para ilus-
trar los parecidos entre ciertas formas de acción militante y la lógica de
las organizaciones económicas y burocráticas. Por un lado, las lógicas
de empresa pesan, cada vez más, en el funcionamiento de muchas mo-
vilizaciones. Una de las formas de financiar y hacer popular a la vez una
causa, consiste en desarrollar una gama de “productos”: libros, camise-
tas, impresos, adhesivos y cintas de video. Por otro lado, algunas estruc-
turas de tipo asociativo y militante han experimentado recientemente
un proceso de profesionalización que se traduce en el desarrollo de un
cuerpo laboral con personal fijo y de expertos (juristas, comunicado-
res...) que concluye en una organización interna similar a la de una em-
presa de servicios.
Estas aproximaciones sirven para comprender la posición (en
principio paradójica) que tomaron ciertos enfoques sociológicos desde
fines de los años ‘60 [Olson, 1966]; éstos recurrieron a las metáforas de
la empresas o a recetas de lectura nacidas de la economía para interpre-
tar las movilizaciones y los conflictos sociales. Y, más recientemente,
Erhard Friedberg [1992], en un iconoclasta artículo, volvía a cuestionar
la pertinencia de las fisuras entre el análisis de las organizaciones, de los
mercados y de los movimientos sociales. Observaba que el análisis de
las organizaciones se hace con insistencia en «(...) el carácter formali-
zado de sus objetivos, estructuras y papeles”, en oposición a la mayor
fluidez de otros espacios de acción colectiva. “Al razonamiento, lo sos-
tiene una suerte de partición (...). Por un lado, el mundo de la organi-
zación formalizada significativa, bajo el control y la sumisión, la capi-
talización del saber, la transparencia y la previsibilidad, la estructura-
ción y la no competencia (...). De otro lado, el mundo del “mercado”,
de “la acción colectiva” o del “movimiento social”, es decir, de la com-
petencia, del surgimiento, del porvenir, de la interacción no estructura-
da, desordenada y aleatoria, de la fluidez, de la igualdad y de la ausen-
cia de jerarquía» [1992, p. 532]. Friedberg subraya el “doble error” que
funda esta visión: por subestimación del grado de organización y de es-
tructuración de universos en apariencia muy fluidos, como los movi-
mientos sociales; y por sobreestimación del rigor y la originalidad de la
formalización de los papeles y las estructuras en las organizaciones. En
este sentido, el autor invita a pensar en las organizaciones, los merca-
dos y los movimientos sociales como una escala de situaciones más o
Sociología de los movimientos sociales 21

menos estructuradas y formalizadas normas y dispositivos de regula-


ción que, a su vez, son más o menos centralizados y visibles.

La acción concertada en favor de una causa

El resultado de esta tentativa de rastrillaje de la noción de acción


colectiva es proporcionar a la vez precauciones y tipologías. Las prime-
ras remiten a la diversidad de la noción y la vinculan con una red com-
pleja de hechos sociales. Hay que reintegrar la historia de cada movi-
miento social en un contexto cultural e intelectual. Es mejor no levan-
tar una muralla china (que por lo demás podría parecerse a un colador)
entre el universo de las organizaciones y empresas y el de las moviliza-
ciones colectivas; esto requerería el concurso de herramientas de análi-
sis provenientes de la ciencia económica.
La noción de acción colectiva examinada aquí se refiere a dos cri-
terios. Se trata de una acción conjunta intencional, marcada por el pro-
yecto explícito de los protagonistas de movilizarse concertadamente.
Esta acción conjunta se desarrolla con una lógica de reivindicación y
defensa de un interés material o de una “causa”. Dicho enfoque pro-
porciona una estrecha definición que aisla un tipo particular de acción
colectiva, sin violentar lo que se podría designar como las definiciones
intuitivas de la acción colectiva, a la cual se asocian prácticas como la
huelga, la movilización y la petición. Según expresa Herbert Blumer
[1946]: esta acción concertada en torno a una causa se encarna en “em-
presas colectivas que pretenden establecer un nuevo orden de vida”. Es-
te “nuevo orden vital” puede tener por objetivo cambios profundos o,
por el contrario, inspirarse en el deseo de resistirse a los cambios; pue-
de implicar modificaciones de alcance revolucionario o limitarse a los
desafíos muy localizados. Los individuos encargados de la defensa con-
certada de una causa pueden ser, lo que en inglés se designa con el acró-
nimo peyorativo de NIMBY (los Not In My Black Yard: literalmente: los
que dicen: “¡No en [el corral de] mi casa!”) que rechazan una central
nuclear o una autopista, por el solo hecho de que está demasiado cerca
de sus casas), o los portadores de reivindicaciones más “desinteresadas”
o universales como por ejemplo, el Abad Pierre o Lech Walesa.
22 ¿Qué es un movimiento social?

El componente político de los movimientos sociales

Las formas de acción colectiva concertada en favor de una causa


se designarán en adelante con el término de “movimientos sociales”. Es-
to es por pura comodidad, pues permite designar una clase de fenóme-
nos cuya expresión es familiar; y pretende, sobre todo, enriquecer los
primeros esfuerzos definitorios al introducir en ese concepto un ele-
mento de articulación en la actividad política. Como Alain Touraine
[1978] señaló, los movimientos sociales son, por definición, un compo-
nente singular e importante de la participación política.

Una acción “en contra”

Un movimiento social se define por la identificación de un adver-


sario. Si bien, hay colectivos que se movilizan a favor de algo (un alza
salarial, un voto de ley, etc.), esta actividad reivindicativa sólo puede
desplegarse “contra” un adversario designado: el empleador, la Admi-
nistración o el poder político. Este dato implica la atribución de un es-
tatus aparte para todas las formas de acción colectiva que, al tiempo de
conformarse a los criterios anteriormente propuestos, pretenden res-
ponder a un problema o a una reivindicación mediante la movilización
pública de los medios de respuesta dentro del grupo, exclusivamente.
Este registro del self-help (la autoayuda) se refleja, en particular, a tra-
vés del movimiento mutualista y cooperativo, por el cual, el movimien-
to obrero, el campesinado y ciertos segmentos del sector público han
desarrollado una movilización pública original que, a partir de las cuo-
tas voluntarias de los afiliados, pretende poner en pie sistemas de segu-
ros, redes de abastecimiento para las necesidades profesionales (abo-
nos, por ejemplo) o para el consumo familiar, con tarifas más baratas
que las del mercado privado, o sistemas de protección contra las enfer-
medades. Una movilización pública de este tipo ronda el conflicto. Ex-
trae las energías y los recursos del seno de la comunidad para producir
“el nuevo orden de vida”, y rechaza el enfrentamiento frontal. Pero tam-
bién, aquí hay que tener cuidado de no abrir una brecha total. Las ex-
periencias de asociaciones mutualistas o cooperativas se analizan me-
jor relacionándolas con los movimientos sociales, siendo a menudo un
complemento o una alternativa.
Sociología de los movimientos sociales 23

Modelo cooperativo y politización

En el Finistère de fines del siglo XIX se vivió el desarrollo de un sis-


tema cooperativo sofisticado, federado desde 1911, mediante la Oficina
Central de Landerneau. La red cooperativa de tal naturaleza, no exige a sus
miembros una intensa participación. Les ofrece un conjunto de prestacio-
nes que pretenden responder a un máximo de problemas que pueden te-
ner los campesinos. La oferta de servicio se concentró, inicialmente, sobre
un sistema de seguros contra la pérdida de ganado, puntos de venta, don-
de los agricultores pueden comprar a menor costo los abonos y los pro-
ductos necesarios en su actividad; pero se irá diversificando con la comer-
cialización de los productos, de las explotaciones, con la formación profe-
sional y los intentos de imponer un modelo de arrendamiento rural que
prevenga los conflictos entre los colonos y los propietarios de las tierras.
“Landerneau” también controla, de hecho, las estructuras sindicales agrí-
colas del departamento canalizadas con la misma lógica corporativista que
la de la mencionada Oficina.
Este registro campesino del self-help lo promueven los católicos del
campo y lo enmarcan los aristócratas agricultores, quienes también lo con-
ciben como un instrumento destinado a preservar los equilibrios de la so-
ciedad rural tradicional y a reprimir la penetración del Estado republicano
en el campo. En 1960, un responsable de la cooperativa afirma que “duran-
te cincuenta años, la Oficina central reemplazó a los servicios agrícolas del
Estado en esta región; era como si éstos no hubieran existido”. El proyec-
to explícito de los dirigentes de Landerneau es gestionar localmente, y con
un registro corporativo que deje al Estado fuera de juego, todos los proble-
mas y tensiones (que en otras regiones asumen los partidos políticos); y
preservar así el peso y el papel de las élites rurales tradicionales. El mode-
lo de Landerneau (que dominará en ese Departamento hasta los años ‘60)
es un caso práctico de despolitización de las estructuras cooperativas,
pues éstas operan para monopolizar la gestión de los problemas sociales,
que son el objeto de políticas públicas (la política agrícola), para congelar
una sociedad rural que administra sus tensiones sin conexión con el siste-
ma político nacional y con las luchas de partido (que no deben utilizarse
para dividir al mundo campesino). Suzanne Berger subraya en un estudio
que titula significativamente Los campesinos contra la política [1975] que:
“el sistema corporativo oculta la verdad de las tensiones y los conflictos de
ideas y de intereses”.
Pero este uso despolitizador y conservador del movimiento coopera-
tivo no es ni una fatalidad para este tipo de distinciones, ni el modo obli-
gatorio de organización del mundo rural. El desarrollo del movimiento
obrero en los países de Europa del Norte se apoyó en las redes de asocia-
ciones de mutualistas y cooperativas de consumo. En la época misma del
apogeo de “Landerneau”, los campesinos del Departamento vecino de Cô-
tes-du-Nord se empeñan más en las movilizaciones vinculadas con los par-
24 ¿Qué es un movimiento social?

tidos y con los retos políticos nacionales. La hegemonía de “Landerneau”


en el Finistère se cuestionará en los años ‘60, mediante un movimiento so-
cial animado por los jóvenes campesinos que socializa la Juventud Agríco-
la Cristiana y que se movilizan mucho más y se dedican directamente a exi-
gir reformas al Estado.
FUENTES: S. Berger [1975], D. Hascoët [1992].

¿Es un movimiento social necesariamente político? Hay que defi-


nir esta noción para responder a ello. Se puede considerar, como suce-
dió en los años ‘70, “político” todo lo que proviene de las normas de la
vida en sociedad. La consecuencia (reivindicada) de una definición así
es que todo es político, especialmente los movimientos sociales. ¿Acaso
no conlleva la lucha por un alza salarial la cuestión de la distribución
social de la riqueza? Esta definición tiene un mérito: el de hacer recor-
dar las relaciones de poder y de sentido que se invierten en los actos
más banales de lo cotidiano, y el de subrayar la posibilidad de cambiar-
los por la movilización pública. Pero una concepción que mete en to-
do a la política hace imposible percibir su especificidad. El sentido que
aquí mantendremos será diferente. Un movimiento adquiere una car-
ga política cuando hace un llamado a las autoridades políticas (el go-
bierno, las colectividades locales, las administraciones...) para que res-
pondan a la reivindicación con una intervención pública, e imputa a
estas autoridades políticas la responsabilidad de los problemas que ori-
ginan la movilización. La infinita variedad de los movimientos sociales
impide considerarlos a priori como automáticamente políticos. Una
huelga limitada al espacio de la empresa, o las movilizaciones de inte-
gristas que, en 1988, querían oponerse a la difusión del libro de Rush-
die pueden constituir conflictos que se determinan entre protagonistas
privados, dentro de lo que el lenguaje corriente designa como la socie-
dad civil. La publicidad que reciben dichos conflictos en los medios de
comunicación y su discusión en el espacio público no bastan para dar-
les un carácter político. Éste sólo interviene cuando el movimiento so-
cial se vuelve hacia las autoridades políticas: en el caso de Salman Rush-
die, cuando las movilizaciones exigen al gobierno británico que prohi-
ba la venta de Versos Satánicos o, al contrario, que haga respetar la liber-
tad de expresión con la acción policial. La diversidad de las situaciones
y de los adversarios contra quienes se construyen los movimientos so-
Sociología de los movimientos sociales 25

ciales no impide resaltar las fuertes evoluciones que presentan en su re-


lación con la política.

Las tendencias de los movimientos sociales a la politización

Charles Tilly, un historiador y sociólogo estadounidense, puso en


evidencia [1976; 1986] la tendencia histórica de los movimientos socia-
les y sus raíces hacia la politización. De manera esquemática podemos
sugerir que en el caso francés, los procesos de movilización pública si-
guen siendo esencialmente locales hasta principios del siglo XIX. En
una sociedad rural, las regiones y los “países” permanecen apenas co-
nectados a un centro económico y político nacional [Weber, 1983]. Los
movimientos sociales se concentran, entonces, en los enfrentamientos
restringidos al espacio de comunidades locales, a menudo, según la ló-
gica del cara a cara directo. El blanco de las protestas pertenece, fre-
cuentemente, a un universo de conocimiento recíproco que hace del
adversario, alguien a quien se conoce antes que un representante de una
institución abstracta (la empresa o la administración).
Existen dos procesos que alteran completamente las condiciones
en las cuales se desarrolla la actividad de protesta. En primer lugar, es-
tá el movimiento de “nacionalización” gradual de la vida política, a tra-
vés de la unificación administrativa del territorio, el avance del sufragio
universal y el fortalecimiento del papel del Estado. El poder político
aparece cada vez más claramente como el centro del poder, tanto más si
la extensión del sufragio se acompaña del desarrollo de listas de prome-
sas más precisas y extensas respecto a su objeto (Garrigou, 1992) por
parte del personal político (en particular, republicano). Por lo demás, la
dinámica de la Revolución Industrial contribuye a dislocar y romper el
aislamiento de las comunidades locales, a someter las actividades eco-
nómicas a los mecanismos abstractos del mercado. A la vez, hace que
ceda la importancia de las situaciones de conocimiento recíproco, de las
relaciones cara a cara y, con ello, aleja física y simbólicamente las figu-
ras de poder de la experiencia cotidiana. Estas fuertes tendencias van
junto a un proceso de ampliación de las intervenciones del Estado. De
un lado, ese desarrollo es el hecho de iniciativas propias de los gobier-
nos y las fuerzas sociales dominantes para responder a lo que perciben
como necesidades: la formación de los cuadros dirigentes y de la mano
de obra mediante el sistema escolar, la lucha contra las “plagas sociales”
mediante las políticas de higiene y salud pública. De otro lado, dicho
26 ¿Qué es un movimiento social?

desarrollo es el fruto de movilizaciones que pretenden obtener, por vía


legal, derechos y protecciones que, las relaciones de fuerza que presiden
el contrato de trabajo no han podido hacer cumplir. Es el proceso de in-
vención del derecho social.
El resultado en que convergen estas tendencias es la producción
de una forma de ubicuidad estatal. El poder político interviene más y
sobre más cosas, es más visible y se percibe cada vez más como el des-
tinatario privilegiado de las protestas. Desde mediados del siglo XIX y,
especialmente en Francia, los movimientos sociales favorecen el recur-
so al Estado hasta en los grandes conflictos laborales (los Acuerdos de
Matignon de 1936; las negociaciones de Grenelle en 1968). Esta lógica
de politización es inseparable de la construcción del Estado social y se
motivará con otros hechos.
La historia misma de los movimientos sociales pasa por la costo-
sa experiencia de las limitaciones de victorias sectoriales, y del relativo
empequeñecimiento que representa recurrir al Estado. Los Estados
Unidos son un ejemplo esclarecedor de ello, aunque según las mitolo-
gías contemporáneas, tienen fama de ser el lugar de las iniciativas de la
sociedad civil [Oberschall, 1973; McAdam, 1982]. En la lucha contra la
segregación racial en los Estados del Sur, las organizaciones negras de
los años ‘50 organizarían, al principio, movilizaciones locales cuyos re-
tos consistían en hacer retroceder la segregación de forma concreta, en
los lugares mismos de conflicto. Así, la popularidad de Martin Luther
King se debe mucho al largo boicot de los autobuses escolares reserva-
dos a los niños negros, que él anima en 1955-1956 en Montgomery
(Alabama). La dinámica del movimiento reside, en primer lugar, en la
difusión de esas movilizaciones locales. El 1 de febrero de 1960, un gru-
po de jóvenes “negros” de un college (institución de educación univer-
sitaria) local realiza el primero de los sit-ins (movilización de resisten-
cia en la cual los participantes, generalmente estudiantes universitarios,
se sientan en las calles y otros sitios públicos estratégicos para llamar la
atención e impedir el tránsito y la normalidad cotidiana de otras acti-
vidades) en la parte reservada a los blancos de una cafetería de Greens-
boro (Carolina del Sur) y se niegan a retirarse, en tanto no se les de el
servicio. Dos meses después, se han llevado a cabo más de setenta sit-
ins en quince Estados. Pese a ello, las movilizaciones locales muestran
mucho poder y gastan mucha energía. Pero esas luchas sólo tienen efec-
tos puntuales, aun cuando acaben por tener éxito, y obliguen a que un
Sociología de los movimientos sociales 27

sheriff o el gerente de una cafetería pongan fin a las prácticas racistas.


Las victorias logradas en un condado sólo hacen que sean más visibles
las que deben obtenerse en otros cien lugares. La estrategia del movi-
miento por los derechos civiles se va a desplazar hacia el poder federal
en Washington. Desde entonces, se trata de orientar las movilizaciones
hacia una intervención federal en forma de leyes y de decisiones del
Tribunal Supremo que prohiban las prácticas racistas explícitas o larva-
das. Este llamado al poder central evita la dispersión del combate con-
tra una quincena de legislaciones de estados federados y contra cente-
nas de sheriffs. Vemos así, en qué medida las simples consideraciones
tácticas de eficacia nacidas de la experiencia de la lucha contribuyen
también a una fuerte tendencia de recurrir al Estado y a la politización
de las movilizaciones.

Políticas públicas, opacidad y politización

Otros hechos ocurridos desde la posguerra alentaron esas evolu-


ciones provenientes del lugar que toman las políticas públicas, de las
incidencias de los procesos de construcción europea y de la “globaliza-
ción” de la economía. La noción de políticas públicas [Muller, 1990]
designa la acción de las autoridades estatales, cuando tratan de diver-
sos asuntos, en contraste con el concepto de política entendido como
lucha para el ejercicio del poder. En inglés, se oponen más explícita-
mente las policies (la política agrícola, la energética, etc.) a las politics
(los programas electorales, las estrategias de partido, etc.).
Las políticas públicas son una dimensión central de la actividad
gubernamental. También son el resultado del proceso histórico de di-
visión social del trabajo que engendra una sociedad cada vez más sec-
torizada, fragmentada en microuniversos: la agricultura, la investiga-
ción, la salud pública, los transportes, etc. Cada uno de estos subuni-
versos tiende a regularse, a través de procesos de decisión nacidos de las
negociaciones entre las administraciones, los grupos de presión, las ins-
tituciones que le son propias. Por eso, si bien la definición de las polí-
ticas agrícolas se cumplió generalmente mediante un debate parlamen-
tario y el voto de leyes de orientación, esos textos no hacían más que re-
tomar en lo esencial opciones surgidas de las negociaciones entre altos
funcionarios del Ministerio de Agricultura, sindicatos campesinos, Cá-
maras de Agricultura, etc. Pero la yuxtaposición de políticas sectoriales
nacidas de una serie de universos sociales compartimentados no con-
28 ¿Qué es un movimiento social?

cluía mágicamente en una política global coherente. Las disfunciones


de un sector social son, en muchos casos, los efectos indirectos de po-
líticas públicas sobre otros sectores. Una parte del actual “problema de
los suburbios” proviene directamente de políticas de vivienda de corta
expectativa que, en los años ‘60 estimularon el acceso a la propiedad
con segundas intenciones electorales y que concluyeron en situaciones
de una mayor segregación social en el sector de la vivienda y de un
agravamiento de las condiciones de vida a falta de políticas paralelas de
control en la implantación de empleo y transporte. Resumiendo, el de-
sarrollo de las políticas públicas engendra... una necesidad de buscar
políticas públicas más racionales para anticiparse a los efectos de las
opciones tomadas en otros sectores.
El vínculo entre las políticas públicas y la hipótesis de politización
tendencial de los movimientos sociales es al menos doble. Al estabilizar
espacios y procedimientos de negociación (donde los poderes públicos
juegan un papel clave) en torno a los retos propios de cada microuni-
verso social, cada política pública suscita el deseo de los grupos en mo-
vilización de ser reconocidos por tal o cual burocracia estatal como un
legítimo interlocutor, y hace visible la necesidad de estar en el club de
los actores estratégicos para pesar en las decisiones. Pero, sobre todo,
está el hecho de que las políticas públicas son formidables instrumen-
tos de opacidad. Para los profanos, funcionan en las penumbras de los
regateos entre grupos de siglas misteriosas. Los fenómenos de interna-
cionalización (GATT, Unión Europea, MERCOSUR) multiplican los
socios, alejan espacialmente el sitio de acción y a los actores de la deci-
sión, y suscitan un sentimiento de ilegilibilidad y de opacidad de las op-
ciones. Preguntas aparentemente tan sencillas como “¿quién lo deci-
dió?”, “¿dónde?”, “¿cuándo?” y “¿por qué?” toman la forma de enigmas.
Se comprende que, a falta de un adversario identificable y de una legi-
libilidad de los fenómenos que afectan a los grupos y organizaciones,
éstos se vuelvan hacia el Estado y las autoridades políticas, que se per-
ciben como la única ventanilla accesible, como la sede de un saber y un
poder de acción (que se reivindican por lo demás en los periodos elec-
torales) en un mundo complejo y de autoridades lejanas y supranacio-
nales. El movimiento de los pescadores franceses en la primavera de
1993 puede ser un ejemplo de estos fenómenos. La cólera de los pesca-
dores, vinculada a una caída del precio del pescado, agravada por las
importaciones de países no miembros de la Unión Europea, a duras pe-
Sociología de los movimientos sociales 29

nas podía encontrar un adversario próximo e identificable. No podía


imputárseles la responsabilidad de esa crisis a los vendedores de pesca-
do de las ciudades portuarias que también resultaron afectados por
ella. Las decisiones y reglamentaciones elaboradas en Bruselas por una
Administración, a la vez lejana y poco personalizada y a un funciona-
miento misterioso, no se prestaban para identificar a un adversario con
el cual sería imposible enfrentarse. No es sorprendente, entonces, que
las entrevistas a los pescadores que publicó la prensa reflejaran un sen-
timiento de complot contra la pesca francesa y de la correspondiente
evocación de misteriosas influencias internacionales. También es com-
prensible el reflejo profesional de acudir hacia la única “ventanilla”, a la
vez cercana, identificable y supuestamente eficaz, esto es, hacia el go-
bierno francés y el ministro tutelar.

¿Hay una arena no institucional?

Según nuestra libre interpretación de los trabajos de Stephen Hil-


gartner y Charles Bosk [1988] definiremos la arena como un sistema
organizado de instituciones, de procedimientos y de actores, en el cual
hay fuerzas sociales que pueden hacerse oir y utilizar sus recursos para
obtener respuestas (decisiones, presupuestos o leyes) a los problemas
que plantean. Hay dos elementos principales. Una arena es un espacio
para trabajar sobre la visibilidad y el tratamiento de un asunto conside-
rado como un problema social. Las arenas se apoyan en procesos de
conversión de recursos. Invertir en una arena es buscar, adquirir recur-
sos o poderes de los cuales no se disponía al principio y que provienen
del proceso de las ganancias. Cuando en 1956 los trabajadores indepen-
dientes del movimiento Poujade invierten en la arena electoral y pre-
tenden obtener, mediante la transformación de una organización de ti-
po sindical en un movimiento político, un relevo en el interior del Par-
lamento que les de un poder directo en la elaboración de las leyes que
les conciernen. Cuando las asociaciones de las familias de las víctimas
del SIDA, contagiados por transfusiones sanguíneas, utilizan la arena
judicial, invierten recursos en ella (dinero, competencias jurídicas y la
capacidad de comparecer y de actuar judicialmente, según la ley de
1901 para las asociaciones) y obtienen de ella, recursos similares a los
que habían invertido (dinero en forma de indemnizaciones) y, de ma-
nera más esencial para ellas, una ganancia simbólica a través del reco-
30 ¿Qué es un movimiento social?

nocimiento, por parte de los tribunales, de una culpa y de las sanciones


que castiguen a las autoridades consideradas culpables.

La arena de los conflictos sociales

Los movimientos sociales pueden utilizar las arenas sociales ins-


titucionalizadas: los medios de comunicación, los tribunales, las elec-
ciones, el Parlamento y el Concejo Municipal. Pero quedarse en esta
observación sería dejar de lado una característica básica de los movi-
mientos sociales. Al margen de las acciones de protesta, también for-
man parte de los productores de una arena específica, la arena de los
conflictos sociales mediante las huelgas, las movilizaciones, los boicots
y las campañas de opinión. Una de las características singulares de esta
arena es la de funcionar como un espacio de apelación, en el doble sen-
tido del término. Literalmente, como un grito, es decir, la expresión de
una demanda de respuesta a un problema y también judicialmente, co-
mo el recurso a una jurisdicción más alta para obtener la modificación
de un primer veredicto considerado injusto. Al apelar a la opinión pú-
blica (como demanda o petición) a la movilización, el movimiento so-
cial también apela (como acción judicial) a lo que percibe como una
negativa a escucharlo o a darle satisfacción dentro de las arenas institu-
cionales clásicas. El auto absolutorio de 1992 para los policías de Los
Angeles considerados culpables de dar una brutal paliza al automovi-
lista negro Rodney King provocará en el espacio de algunas horas,
enormes revueltas en los barrios negros. Esa movilización pública ten-
drá, a su vez, como consecuencia emplazar a los poderes públicos a rea-
brir la arena judicial dando lugar a un nuevo proceso, al final del cual
los comportamientos racistas del departamento de policía de Los An-
geles se sancionarán en parte. Igualmente y, mediante la creación de
una nueva y enésima comisión de investigación sobre los problemas ra-
ciales, concluirá por reintroducir en el orden del día de los medios de
comunicación y de las autoridades municipales y federales, las cuestio-
nes vinculadas con las tensiones entre grupos étnicos y con las políticas
urbanas [Baldassare, 1994]. Aquí también opera la interconexión de las
arenas, esto es, la función de la arena de los movimientos sociales co-
mo espacio de acceso a las arenas institucionales.
Este esquema de análisis contiene presupuestos que conviene ex-
plicar. Describir los movimientos sociales como productores de una
arena singular, donde se expresan reivindicaciones que no encuentran
Sociología de los movimientos sociales 31

acceso o solución en las arenas más institucionalizadas, como los Par-


lamentos, los Ministerios o la prensa, equivale a identificar los movi-
mientos sociales únicamente con las movilizaciones de los grupos “do-
minados”, “excluidos” y “marginales”, según el léxico de la exclusión y el
desechamiento. Una descripción parecida corre, entonces, el riesgo de
caer en la trampa que señalaba Friedberg: oponer un universo de lo
institucionalizado, de lo organizado y regido por reglas y procedimien-
tos cerrados a la efervescencia creadora y confusa de los movimientos
sociales.

¿Hay un registro de la acción dominada?

¿Acaso hay que considerar que los movimientos sociales son, por
esencia, las armas de los débiles reducidos, en cierta manera, a manifes-
tarse y a hacer huelga a falta de poder hacerse oír mediante vías más
institucionales? Una visión así puede terminar en simplismos, lo mis-
mo que una concepción esencialista de la “dominación”. Existirían, en-
tonces, grupos y clases asignados permanentemente al triste papel de
dominados y a la obediencia desde el punto de vista del poder. La di-
versidad de las formas de dominación es un hecho ilustrado y explica-
do conjuntamente por la experiencia y la herencia sociológica a partir
de Marx y Weber. Otro hecho objetable consiste, en que algunos gru-
pos (de obreros, poblaciones colonizadas, etc.) sufran en momentos
históricos concretos, una forma de acumulación de situaciones de do-
minación económica, cultural y política. Pero si bien, las formas de do-
minación son plurales, tampoco existen más que relacionalmente. Ha-
blar de las formas de dominación desde una perspectiva sociológica su-
pone reintroducir a sus protagonistas dentro de las redes estructuradas
de interdependencias. Un grupo de negociantes de la zona portuaria de
una ciudad puede ser “dominante” en el espacio local, pero su número
es reducido y por eso “dominado” dentro de un contexto nacional o in-
ternacional. Algunos agricultores mayores pueden estar dominados y
superados en su universo profesional y a la vez encontrarse en el cen-
tro de la red de sociabilidad y de poder durante las elecciones munici-
pales. La noción de dominación que aquí sostenemos es relacional, no
prejuzgada por formas plurales de esa relación de fuerza.
Otra simplificación, que Michel Offerlé subraya [1994] consisti-
ría en construir una dicotomía rígida entre el universo (sospechoso) de
los movimientos sociales y aquel (más presentable) de los grupos de
32 ¿Qué es un movimiento social?

presión. Lo cual sería dejar escapar los elementos de continuidad y su-


perposición entre estas dos categorías que se pueden concebir en base
a un deterioro de situaciones. Un movimiento social duradero y exito-
so tiende a cristalizarse en un grupo de presión y a disponer accesos de
rutina a los lugares de decisión, como lo demuestra la historia del sin-
dicalismo europeo. Y, al contrario, un grupo de presión que no siente a
sus interlocutores lo suficientemente atentos, se esforzará en movilizar
sus respaldos. La Mutualité francesa (el conjunto de las mutualidades o
sociedades de socorro mutuo, de previsión, etc.) en Francia lo hizo en
los años ‘80, contra proyectos de reforma de la Seguridad Social.
La cuestión de la relación con la publicidad (jurídica) es proba-
blemente un punto de fisura más decisivo. Los movimientos sociales
necesitan de la publicidad: medios de comunicación, debate público y
también las palizas. Los grupos de presión pueden hacer de ello un uso
parecido, como demuestran las acciones de comunicación de las indus-
trias tabacaleras. Pero funcionan, en primer lugar, con la negociación
oculta, la asociación permanente y silenciosa en los procesos de deci-
sión para que les asegure su reconocimiento como interlocutores, por
parte de las autoridades político administrativas en cuestión. Las para-
dojas de una situación así, respecto de un ideal democrático deben re-
calcarse. Una parte central de la elaboración de políticas que afectan a
la vida cotidiana, se desarrolla en forma de discusiones entre los apara-
tos “representativos”, los grupos de presión y los segmentos de la alta
administración, sin que eso se acompañe siempre con una publicidad
de los debates y los retos en el espacio público [Rosanvallon, 1981]. En
cambio, la acción callejera, a menudo despreciada en relación a un mo-
delo liberal democrático, está limitada a desarrollarse, en las condicio-
nes de publicidad que favorecen el juicio crítico del conjunto de los ciu-
dadanos.
Si nos tomamos en serio estas reservas, ¿sigue siendo posible dar
una respuesta positiva a la cuestión planteada? Sí, los movimientos so-
ciales constituyen tendencialmente un arma de los grupos que, en un
espacio social y un tiempo dados, están del lado desfavorable de las re-
laciones de fuerza. Existe claramente una afinidad entre la posición es-
tructural de dominado y el recurso a formas menos institucionalizadas
y menos oficiales de tomar la palabra. Se podría sugerir al respecto y si-
guiendo a Offerlé [1994] una forma de ejemplo del absurdo. ¿Es co-
rriente asistir a una movilización de alumnos de la Escuela Diplomáti-
Sociología de los movimientos sociales 33

ca? ¿o a mitines de los agentes de cambio? Y al contrario, ¿tenemos mu-


chos ejemplos de coloquios de SDF (siglas en francés para los Sin Do-
micilio Fijo)?, ¿o de los relacionadores públicos de los desempleados?

Los repertorios de la acción colectiva

Tilly elaboró [1986] la noción de “repertorio de acción colectiva”,


para sugerir la existencia de formas de institucionalización propias de
los movimientos sociales. «Los “individuos concretos” no fijan un en-
cuentro por la Acción Colectiva. Se juntan para dirigir una petición al
Parlamento, organizar una campaña de llamadas telefónicas, manifes-
tarse ante el Ayuntamiento, destruir telares mecánicos y ponerse en
huelga» [1976, p. 143]. Los grupos en movilización recurren a reperto-
rios disponibles que les ofrecen géneros y/o melodías. Tilly precisa su
metáfora evocando el jazz, donde la existencia de un repertorio de pie-
zas clásicas no impide nunca la improvisación en la interpretación per-
sonal de los temas disponibles.
El sentido de la metáfora está claro. Todo movimiento social se
enfrenta a una paleta previa de formas de protesta, más o menos codi-
ficadas y desigualmente accesibles según la identidad de los grupos en
movilización. La movilización y la reunión pública son formas rutinar-
ias para expresar una causa o una reivindicación. También pueden su-
frir infinitas variaciones. Algunos organizadores de movilización se
vuelven verdaderos expertos en organizar coloridos happenings (espec-
táculos de origen estadounidense con la activa participación del públi-
co), donde el desfile puede contar con orquestas y la distribución de
productos de cultivo entre los campesinos. Estas variaciones nunca son
erráticas. Dependen, en primer lugar, de las particularidades del grupo
movilizado. Una profesión con pocos efectivos, como los procuradores
judiciales tras la reforma de las profesiones de justicia, preferirá una
campaña de prensa o un trabajo de lobbying (cabildeos de los grupos
de presión), a la movilización que requiere el peso de la cantidad. El
mundo estudiantil se prestará más al ritual de las asambleas generales
cotidianas, con sus anfiteatros que parecen estar predestinados a tal
uso; el medio campesino con su hábitat a menudo disperso,
demostrará menor propensión a torneos verbales interminables.
En un plano más profundo, el aporte de Tilly es reintegrar de
nuevo la larga duración en el análisis de los movimientos sociales. La
construcción de los Estados y el desarrollo del capitalismo causan la
34 ¿Qué es un movimiento social?

politización de los movimientos sociales y también afectan a sus reper-


torios de acción colectiva. El análisis de Tilly consiste en rodear, en un
primer momento, los repertorios típicos anteriores a la Revolución In-
dustrial, cuando las comunidades aldeanas o urbanas aún están poco
marcadas por una nacionalización sistemática de los retos sociales. Se
desprenden de ello tres características. Una, las acciones de protesta se
despliegan en el espacio local, el vivido, el de la comunidad. Dos, fun-
cionan a menudo por medio de la corrupción o “parasitaje” de rituales
sociales previos. En su estudio sobre la Restauración en la provincia del
Var, Maurice Agulhon [1970] muestra cómo ese registro permite ex-
presar simbólicamente reivindicaciones o expectaciones políticas, me-
diante las agresiones ejercidas contra un espantapájaros de paja cuya
vestimenta recuerda la de las autoridades, o con las parodias de proce-
sión, donde la efigie del santo local se reemplaza con el busto de un per-
sonaje político. La dimensión del mecenazgo constituye un tercer dato
de esos repertorios precapitalistas. Los grupos en movilización buscan
frecuentemente el respaldo de un notable local, sea como su intercesor
ante autoridades más alejadas, sea como su protector contra otros
miembros de la comunidad. Edward Thompson demostró, por ejem-
plo, cómo se basaban en la convivencia y connivencia entre campesinos
y representantes de los nobles sin título, pero con escudo de armas e in-
vestidos con misiones policiales y judiciales. Los desmanes de las fies-
tas aldeanas inglesas se presentaban en forma de ataques contra los bie-
nes y casas de los religiosos no conformistas. A mediados del siglo XIX,
ese repertorio sufrirá un conjunto de lentas, aunque radicales modifi-
caciones. Se abre en primer lugar las fronteras espaciales para ampliar
sus horizontes de acción: huelgas y movilizaciones nacionales, reivindi-
caciones dirigidas al poder central. La protesta adquiere, igualmente,
una creciente autonomía, se emancipa del mecenazgo de los notables o
del clero, se encuentra a cargo de las organizaciones ad hoc (sindicatos
o asociaciones) y toma a la vez formas más intelectualizadas y abstrac-
tas: los programas y los eslóganes la llevan a utilizar símbolos (y la in-
fluencia de las competencias electorales no le es extraña). Los registros
expresivos del descontento cesan gradualmente al derivarse de rituales
sociales previos para (re)inventar formas de acción plenamente origi-
nales, como la huelga y la manifestación. La mutación a largo plazo que
sufren los repertorios, puede concebirse también como marcada por
un proceso de pacificación, de retroceso y de dominio del uso de la vio-
Sociología de los movimientos sociales 35

lencia. (C.f. Bruteneaux sobre el uso más “contenido” de la violencia


por parte de la policía francesa hacia los manifestantes [1995]).
La problemática misma de Tilly debe interpretarse con flexibili-
dad. El cambio de los repertorios no es un acontecimiento brutal y ubi-
cado en el tiempo, sino un proceso lento, en el que la invención de for-
mas nuevas de acción va junto a la supervivencia de antiguos registros
de protesta. Las clasificaciones que propone no son, por supuesto, per-
manentes. Offerlé [1994] pudo proponer una lectura de los repertorios
contemporáneos alrededor de una trilogía de los registros de la movi-
lización pública de la cantidad, del recurso al escándalo y del discurso
de peritaje.
No es absurdo interrogarse sobre el surgimiento de una tercera
generación de repertorios. Una reflexión sobre este punto podría ali-
mentarse sobre cuatro pistas: en primer lugar, la aparición de una di-
mensión internacional de la movilización, claramente ilustrada por las
campañas de Greenpeace. Segundo, el incremento de las lógicas de per-
itaje, la necesidad que tienen los grupos intervinientes en un número
creciente de asuntos (salud pública, energía, etc.) de movilizar a su be-
neficio los argumentos de la ciencia y de los proyectos cifrados. Terce-
ro, la dimensión simbólica que Tilly asociaba al repertorio local apadri-
nado y resurgido a través de la sistematización de un trabajo volunta-
rio de puesta en escena, de construcción de imágenes en torno a gru-
pos y causas. Patrick Champagne [1990] pudo analizar así las movi-
lizaciones campesinas como el soporte constructivo de una mitología
moderna del campesino, a la vez empresario y protector de la natura-
leza. La idea de un nuevo repertorio debería tomar en cuenta, final-
mente, la manera en que las actitudes de reticencia a cualquier delega-
ción del poder especialmente en las categorías con mucho capital cultu-
ral afectan las formas de las prácticas militantes.
Aunque sigue abierto el debate sobre la evolución de los reperto-
rios, la lección que da Tilly no es ambigua. Los movimientos sociales no
constituyen universos de pura fluidez y espontaneidad; conocen di-
mensiones de institucionalización y cuadros organizadores. La cuestión
de la organización es otra faceta suya.

La cuestión de la organización

Los movimientos sociales pueden surgir sin tener su inicio en or-


ganizaciones preexistentes. En los Estados Unidos, muchas revueltas
Los repertorios de la acción colectiva
36

Francia (años 1650-1850) Francia (años 1850-1980)


Modelo comunal apadrinado Modelo nacional autónomo
1. Empleo frecuente de medios de acción normalmente reservados a 1. Empleo de medios de acción relativamente autónomos a los que
las autoridades, para ridiculizarlas y sustituirlas en nombre del las autoridades raramente o jamás recurren.
bien de la comunidad. Ejemplos: huelgas, manifestaciones, peticiones.
Ejemplo: la requisa de granos.
2. Defensa de los intereses generales de gremios o comunidades más 2. Defensa frecuente de intereses específicos por parte de grupos o
que de intereses particulares. asociaciones cuyo nombre mismo constituye el programa (Unión
Ejemplo: sabotajes de máquinas, lucha contra el cercamiento de las para ... , etc).
tierras comunales, expulsión de agentes fiscales, batallas dispuestas Ejemplo: asociaciones de la ley de 1901, sindicatos, grupos de inte-
entre pueblos. rés, huelga de empresa, y no de “oficio”.
3. Recurso a patrones poderosos para corregir los errores y represen- 3. Desafíos directos a las autoridades (esp. nacionales) y a los concu-
tar a la comunidad. rrentes, más que recurso al padrinazgo.
Ejemplo: recurso al cura y al noble como intercesores. Ejemplos : insurrecciones programadas, ocupación de edificios pú-
blicos, secuestros.
4. Predilección hacia las fiestas y las reuniones autorizadas como 4. Organización deliberada de asambleas encargadas de articular las
marco de expresión de los reclamos. reivindicaciones. Ejemplos: asambleas generales, organización de
Ejemplo: las comitivas con una intención durante las fiestas (“el Estados generales (antiguamente, asambleas convocadas por el Rey
carnaval de los romanos” que analiza Le Roy-Ladurie [1979]). para tratar los asuntos importantes del Estado).
5. Expresión repetida de los reclamos y reivindicaciones en una for- 5. Despliegue de programas, eslóganes y señales de reunión.
¿Qué es un movimiento social?

ma simbólica (efigies, pantomimas y objetos rituales). Ejemplos: campañas obreras por la jornada laboral de ocho horas
Ejemplos: colgar espantapájaros, o “la masacre de gatos” que Darn- diarias, logotipos, consignas nacionales, plataformas (electorales).
ton describe [1985].
6. Congregación en los lugares mismos de la injusticia, en las moradas 6. Acción in situ en los lugares más capaces de llamar la atención pú-
de sus autores en contraste con las sedes del poder público. blica. Ejemplos : organización de grandes manifestaciones en Pa-
Ejemplos: griterío, saqueos de casas privadas y de residencias aris- rís, movilizaciones con presencia de los medios de comunicación
tocráticas masiva.

Según Tilly [1986]


Sociología de los movimientos sociales 37

raciales corresponden a este esquema, igual que la mayoría de las vio-


lencias en los suburbios franceses desde los años ‘80. Pero no es esto lo
que sucede habitualmente. Cualquier movimiento social que intente
inscribirse en la larga duración para alcanzar sus objetivos se enfrenta
a la cuestión organizativa. La existencia de una organización que coor-
dine las acciones, reúna recursos y dirija un trabajo de propaganda pa-
ra la causa defendida, surge como una necesidad para la supervivencia
del movimiento mediante sus éxitos. William Gamson [1975] da una
prueba convincente de ello, con un estudio sobre cincuenta y tres mov-
ilizaciones en los Estados Unidos entre 1800 y 1945. Define una norma
de “burocratización” de los movimientos a partir de criterios como la
existencia de estatus escritos, de un fichero de los afiliados y una orga-
nización estructurada en varios peldaños jerárquicos. Los movimientos
sociales dotados de una organización así, logran ser reconocidos por
sus interlocutores en un 71% de los casos, contra un 28% de los movi-
mientos menos organizados. En el 62% de los casos, llevan a término
al menos una parte de sus reivindicaciones, contra un 38% para las
movilizaciones menos organizadas. Las cifras siguen mostrando que
una organización fuertemente centralizada, pero sobre todo unida, re-
sulta mucho más eficaz.
En la práctica, la inmesa mayoría de los movimientos sociales se
estructura mediante formas organizativas, más o menos rígidas: relevos
partidarios, sindicatos, asociaciones, coordinaciones y el papel central
que se devuelve a algunos animadores. Pero esa constatación deja
abierto un debate relativo a las formas de la organización. Robert Mi-
chels [1914], en base al caso de los partidos socialdemócratas de su 2ª
Internacional, lanzó la teoría de una “ley de bronce de la oligarquía”
que concluiría inevitablemente en la confiscación del poder por parte
de los funcionarios y los notables, en la asignación de un papel pasivo
a los miembros afiliados y un hastío de la combatividad de las grandes
organizaciones preocupadas en no poner sus estructuras en peligro. Es-
tas temáticas atraviesan los debates en los movimientos sociales. De-
sembocan, no tanto en la negación del imperativo organizativo como
en la búsqueda de formas de organización capaces de conjurar esos pe-
ligros; la negativa de los partidos a subordinarse en el anarcosindicalis-
mo, el principio de rotación de las nóminas administrativas y los diri-
gentes electos en las organizaciones ecologistas y el surgimiento de las
coordinaciones (Hassenteufel [1991], sobre el movimiento de las enfer-
meras de 1988).
38 ¿Qué es un movimiento social?

Los movimientos sociales, entonces no se ubican entonces inútil-


mente en el polo de la pura expresividad, de una negativa a organizar-
se de alguna manera. El debate sobre la organización y las estrategias
posibles de legalización o de domesticación de los movimientos socia-
les sugieren otra vez que, entre un movimiento social y un grupo de
presión, la diferencia no es siempre de naturaleza, sino que también
puede pensarse en términos de trayectoria, de coyunturas, de una ins-
titucionalización siempre posible, nunca inevitable.

Piven y Cloward:
¿Una sociología sobre la espontaneidad
de los movimientos sociales de los “pobres”?

En Poor People’s Movements (Movimientos sociales de los pueblos


pobres), Frances Fox Piven y Richard Cloward [1977] analizan diversos mo-
vimientos sociales dentro de las capas más desfavorecidas de la sociedad
estadounidense: los desempleados y los obreros de los años ‘30, las movi-
lizaciones negras por los derechos civiles y las luchas por los derechos so-
ciales. Descubren en ellos la preocupación constante de los cuadros mili-
tantes por estructurar la protesta con una fuerte organización y apuntan un
balance muy crítico de esa orientación. “Cuando los trabajadores se decla-
ran en huelga, los organizadores venden los carnets de afiliación; cuando
los arrendatarios se niegan a pagar los arriendos y se resisten a los agen-
tes de policía, los organizadores forman comités de inmuebles; cuando hay
grupos de gente que queman y saquean, los organizadores aprovechan
“esos momentos de locura” para redactar los estatutos (...). Los organiza-
dores no sólo fracasaron en sacar ventaja de las ocasiones ofrecidas por el
incremento de la agitación, sino que actuaron típicamente al frenar o limi-
tar la fuerza devastadora que los más desfavorecidos podían movilizar de
vez en cuando (...); el trabajo de creación de las organizaciones tendía a ha-
cer que la gente abandonara la calle para encerrase en salas de reunión (...).
Básicamente, los organizadores tienden a actuar contra las explosiones so-
ciales, porque en su búsqueda de recursos para mantener sus organizacio-
nes son llevados irresistiblemente hacia las élites y hacia los respaldos ma-
teriales y simbólicos que éstas les pueden proporcionar. Pero las élites só-
lo aflojan esos recursos porque comprenden que lo que importa a los or-
ganizadores es la creación de organizaciones, no la agitación” (p. xxi-xxii).
Piven y Cloward no pretenden elaborar una teoría general de la
“buena” organización, sino, una reflexión sobre las movilizaciones de los
“pobres” que consta de tres argumentos. El primero es el más cuestiona-
ble empíricamente. Consiste en subrayar que las movilizaciones más des-
favorecidas estallan espontáneamente. Los otros dos argumentos tienen
que ver con las reacciones de las élites amenazadas, que buscan entonces
interlocutores organizados a quienes hacer concesiones y, desde el mo-
Sociología de los movimientos sociales 39

mento en que la amenaza cede, olvidan sus promesas e, incluso, a los in-
terlocutores.
Estos dos sociólogos mismos fueron organizadores de primera línea
de los movimientos por los derechos del bienestar, en los años ‘60. Su te-
sis, inseparablemente militante y sociológica, no constituye entonces una
negativa al principio de la organización. Sugiere más bien una organiza-
ción a dos niveles. En el plano local, estructuras flexibles y descentraliza-
das que utilicen métodos de acción ofensivos y hasta ilegales para mante-
ner una movilización pública, al desarrollar una acción continua marcada
por resultados tangibles en torno a interlocutores directos (servicios públi-
cos). La fuerza acordada a un ilegalismo de masas es aquí esencial. En un
segundo nivel, una “organización de organizadores” (p. 284) hecha de tra-
bajadores sociales, religiosos y estudiantes tendría la labor de coordinar y
de elaborar de una estrategia nacional. Esta semiprofesionalización de la
estructura coordinadora pretende prevenir la pérdida de energía militante
de la base en luchas de poder internas, en un cabildeo cuidadoso de su res-
petabilidad (y por ello, no favorable a las acciones ilegales) para hacerse
reconocer por parte de las autoridades. Una mayoría de los dirigentes del
movimiento considera este segundo nivel potencialmente manipulador y
lo recusará en beneficio de una organización centralizada clásica que pro-
duzca los efectos denunciados por Piven y Cloward, lo cual impedirá que
éstos sometan su tesis a una verificación práctica.

El espacio de los movimientos sociales


El modelo de Kriesi

Haspeter Kriesi [1993] propone un enfoque de la noción de mo-


vimiento social que permite poner en perspectiva las distinciones pro-
puestas en este capítulo y, a la vez, erigir una cartografía de las dimen-
siones y dinámicas de la acción colectiva. Se trata de construir un espa-
cio de las organizaciones e inversiones militantes ligadas a los movi-
mientos sociales a partir de dos variables centrales. La primera tiene
que ver con el grado de participación de los afiliados. Puede ir del mi-
litantismo más activista a una ausencia total de participación que no
sea el pago de una cotización, es decir, una afiliación blanda. La segun-
da variable concierne a la orientación de la organización en cuestión.
Puede fijarse un objetivo exclusivo o principal de acción sobre las au-
toridades públicas o privadas, para defender una reivindicación; o, a la
inversa, puede orientarse prioritariamente hacia los afiliados o usuarios
de la organización, en forma de prestaciones de servicios y/o de oferta
de bienes.
40 ¿Qué es un movimiento social?

En el cuadro de la página siguiente, el espacio así diseñado, con-


tiene cuatro zonas. La parte inferior derecha corresponde a la defini-
ción que sostenemos del movimiento social; podría ilustrarse con las
huelgas de los mineros del cobre en Chile, o las del estaño en Bolivia.
La parte inferior izquierda agrupa a las organizaciones con misiones de
representación política (los partidos), los grupos de interés con un ac-
ceso de rutina a los lugares concretos donde se elaboran políticas pú-
blicas, para que la movilización pública militante de los afiliados no sea
una necesidad permanente. En la parte superior derecha del cuadro se
agrupan las organizaciones de autoayuda (self-help), que se vuelven ha-
cia los miembros y los simpatizantes del movimiento social y requieren
su compromiso para ofrecerles bienes y servicios individuales sin par-
ticipar directamente en la movilización pública, pero contribuyen a
garantizar la fidelidad de los respaldos hacia una sociabilidad militan-
te. Aquí se impone la densa red de las organizaciones vinculadas al
mundo de la enseñanza en Francia: asociaciones de mutualidad, coo-
perativas, campos vacacionales y clínicas mutualistas. Finalmente, en el
cuadrante superior izquierdo se encuentran las organizaciones de apo-
yo, que sin ser siempre dependientes jurídica o financieramente de las
organizaciones del movimiento social, le proporcionan un apoyo logís-
tico: imprentas y casas editoriales de la organización o del empresario
“amigo”, el papel que juegan los institutos de ciencias sociales en el tra-
bajo a beneficio de los sindicatos en la universidad francesa.

UNA TIPOLOGÍA DE LAS ORGANIZACIONES RELACIONADAS CON


EL MOVIMIENTO SOCIAL. (SEGÚN KRIESI [1993])

Orientación hacia los afiliados/clientes

Servicios Autoayuda
Organizaciones Asociaciones de mutualidad,
de apoyo círculos de sociabilidad
Ninguna
Participación
participación
directa
directa de los
de los afiliados
afiliados
Representación Movilización
política política
Partidos, grupos Organizaciones
de interés del movimiento social

Orientación hacia las autoridades


Sociología de los movimientos sociales 41

Trayectorias
El modelo de Kriesi reintroduce una definición extensa del
movimiento social, recordando que éste también vive como red
o universo social a veces autárquico. El “movimiento obrero” de
los años ‘50 puede identificarse con sus “organizaciones de mo-
vimiento social”, con los sindicatos y las huelgas. Pero, la noción
adquiere toda su extensión al reintroducir en ella el espacio de
los partidos comunistas como relevos políticos de los lugares de
sociabilidad (colonias vacacionales, clubes de jóvenes y de es-
parcimiento, bailes, bibliotecas) organizados mediante una red
institucional de alcaldías, asociaciones y comités de empresa y el
papel de las organizaciones logísticas (escuelas de formación, ca-
sas editoriales). Más aún, el cuadro así construido puede utilizar-
se para concebir trayectorias o evoluciones: La institucionaliza-
ción convierte al movimiento social en un grupo de presión y ha-
ce que se deslice hacia la parte inferior izquierda del esquema. La
comercialización desvía el movimiento social hacia el polo supe-
rior izquierdo del cuadro y lo transforma en un simple prestata-
rio de servicios comerciales. ¿Cuántos maestros franceses afilia-
dos a la CAMIF (cooperativa de venta por correspondencia) co-
nocen su historia militante? ¿Cuántos le asocian una connota-
ción política? En el escenario de la convivencia, el movimiento
social se cierra sobre sí mismo y se vuelve un espacio de sociabi-
lidad donde el calor del estar juntos acaba por subordinar a los
empeños de movilización pública. Se podría evocar al respecto la
Liga Primrose, creada en el siglo pasado por los conservadores
ingleses para reunir en torno a las fiestas y las diversiones un cír-
culo exterior de simpatizantes, así como las organizaciones que
más tarde se convirtieron en clubes de antiguos combatientes de
lo social (en 1966 aún se celebran banquetes de antiguos miem-
bros del partido MRP, creado en 1945 y desaparecido en 1966).
Dentro del modelo de la radicalización, el movimiento social
permanece centrado en su diseño militante y su dimensión con-
flictiva y refuerza su enfrentamiento con los adversarios.
CAPÍTULO II
LOS OBSTÁCULOS DEL ANÁLISIS

Kriesi propone un enfoque esencial al invitarnos a reflexionar so-


bre las relaciones entre lo que se podría designar como el movimiento
social en sentido estricto, esto es, la movilización, y la nebulosa de las
organizaciones e instituciones sociales que constituyen al intercomuni-
carse un movimiento social en sentido amplio, es decir, un microuni-
verso nacido de la protesta. Ese enfoque consiste en relacionar el análi-
sis con otros objetos, en concebirlo relacionalmente, manteniendo al
mismo tiempo una estrecha definición del movimiento social. Esta
orientación se enfrenta en la práctica con dos obstáculos: El primero
está en la hiperespecialización actual de las ciencias sociales, que con-
vierte lentamente al estudio de los movimientos sociales en una espe-
cie de especialidad aparte, con su microcomunidad erudita, a riesgo de
olvidar las afinidades que asocian el objeto a otros hechos sociales y que
permiten aportar una profundidad analítica a ese estudio. El segundo
obstáculo es en gran parte lo contrario, debido a los retos políticos y a
la dimensión de los movimientos sociales, éstos provocan la produc-
ción de discursos híbridos. Unos enmascaran comentarios ideológicos
o políticos bajo una cubierta de discursos eruditos. Otros, muchísimo
más raros, pueden integrar fuertes intuiciones sociológicas a través de
una reflexión explícitamente política sobre un acontecimiento. Es con-
veniente discutir estas combinaciones de género para que no funcionen
como una trampa.

Pensar relacionalmente los movimientos sociales

Para pasar de una consigna abstracta a un enfoque práctico, el lla-


mado a una ampliación del análisis supone responder a dos interroga-
ciones centrales. ¿En que red de alternativas se inscribe la opción de la
movilización pública para un individuo enfrentado a motivos sociales
de descontento? ¿Con qué estructuras de investigación hay que vincu-
lar a los movimientos sociales para buscar esa opción?
Sociología de los movimientos sociales 43

Exit, voice and loyalty (“Desertar, tomar la palabra y ser leal)”

Albert Hirschman [1970] propuso un modelo analítico, elabora-


do al principio para comprender las reacciones de los consumidores
respecto a los desempeños de las empresas económicas, pero que fun-
ciona igualmente bien respecto al usuario descontento con un servicio
público y al partidario decepcionado con una causa. “Desertar, tomar
la palabra y mostrar lealtad”: dentro de este tríptico se sitúa el espacio
de las acciones posibles en caso de descontento. La deserción (exit) es
silenciosa, se manifiesta en un cambio de proveedor, la no renovación
del carnet o el retiro de la asociación. La lealtad (loyalty) a la marca o a
un movimiento hace que se acepten sus faltas y la baja de sus méritos.
Los sentimientos de fidelidad, de deber respecto de la institución o del
movimiento, y la aceptación resignada de sus defectos son lo bastante
fuertes como para hacer que los descontentos que suscita se pasen por
alto. Finalmente, la palabra (voice) expresa una protesta contra los de-
sempeños de la empresa, del servicio o del movimiento. Una tipología
así puede parecer casi simplista. Pero Hirschman hace de ella una fe-
cunda herramienta para pensar las condiciones de emergencia y no
emergencia de la acción colectiva.
Demos algunos ejemplos. Hirschman sugiere que la competencia
puede ser una arma muy eficaz de la “antitoma” de la palabra. Si un de-
tergente particular no elimina las manchas, es más sencillo comprar un
recipiente de una marca competidora que escribir al fabricante o crear
una asociación de clientes. Igualmente, es posible observar que el dete-
rioro de un servicio público como la enseñanza suscitará menos tomas
de la palabra si las familias (particularmente de los medios universita-
rios y de más alto rango que son a menudo los representantes en las
asociaciones de padres) pueden encontrar una oferta privada financie-
ramente accesible que reemplace a la escuela pública que falla. La defi-
nición de las formas del exit puede ampliarse con tradiciones naciona-
les de emigración (Italia del sur), de movilidad espacial (Estados Uni-
dos), una movilidad social importante, capaz de quitar su rango de
portavoz a los grupos sociales dominados (la 3ª República Francesa).
Todos estos fenómenos tienen efectos directos sobre los movimientos
sociales en potencia. Y, a la inversa, el cierre de las posibilidades de de-
serción presiona más el recurso a tomar la palabra. Hirschman conclu-
ye al respecto sobre las ventajas del monopolio público (escuela, trenes)
que limita a los usuarios a movilizarse para mejorarlo.
44 Los obstáculos del análisis

Bienestar privado y acción pública [1983]

Hirschman proseguirá su reflexión sobre la acción colectiva a partir


de un análisis que se presenta como ciclos y alternativas de inversión de los
agentes sociales en busca de la felicidad y el sentido que les hace oscilar,
sin cesar, entre los placeres caseros, el consumo y la intimidad, por un lado
y, por el otro, el compromiso con el servicio de causas que los superan.
La hipótesis fundamental de este autor se encuentra en el lugar que
ocupa la decepción en el centro de la experiencia social. Por este medio (y
aunque no se insista especialmente al respecto), se une a los aportes del
sicoanálisis en cuanto al carácter fluido del deseo y su imposibilidad de fi-
jarse definitivamente sobre un objeto. El estudio da cuenta de los procesos
que conducen a las decepciones privadas según el universo de las mercan-
cías concretas: desniveles entre las expectativas y la realidad, hastío, bana-
lización o merma de la calidad de la producción masiva, papel de las ideo-
logías que estigmatizan la búsqueda de las satisfacciones materiales como
elemento de consolidación de las desigualdades y como signo de un ma-
terialismo vulgar. Sobre todo cuando un acontecimiento detonador la for-
talece (puede ser la guerra de Vietnam o un dato bibliográfico), la dinámi-
ca de la decepción puede causar entonces una desilusión frente al modelo
del bienestar privado y al sentimiento de su dimensión estrecha que con-
lleva compromisos cívicos. Hirschman también insinúa el compromiso
dentro de los movimientos sociales como una respuesta a las frustraciones
y decepciones del voto. El acto electoral sería una forma tan episódica y di-
luida de acción política que sólo las inversiones más fuertes podrían res-
ponder a fuertes pasiones cívicas.
Pero este rasgo de asemejarse mucho a una ley inflexible de la de-
cepción también se da en la acción pública; ésta trae satisfacciones y un
sentimiento de obrar en pro de ideales nobles o altruistas. Pero los militan-
tes descubren los efectos negativos del compromiso excesivo sobre su vi-
da personal. Encuentran cinismo o arribismo allí donde esperaban encon-
trar virtud. No logran realizar sus programas y ven corrompidos sus idea-
les. Esta nueva decepción puede suscitar, entonces, una forma de compro-
miso cínico o hasta corrupto, o una vuelta hacia lo privado, un preludio de
un posible nuevo ciclo...
Por la importancia y la originalidad de los problemas que ocasionan
estos análisis, son sumamente elásticos y también dejan campo abierto al
debate. ¿Una coyuntura de socialización posterior a la experiencia de con-
sumo la experiencia del compromiso por una causa? ¿Por qué llevan las de-
cepciones privadas un porcentaje tan débil de individuos (y cuáles son és-
tos) hacia los movimientos sociales? Si se alternan los ciclos de compromi-
so y de repliegue, ¿cómo dan cuenta de la aparente sincronización de los
comportamientos dada la diversidad social de las experiencias decep-
cionantes? Estas lagunas provienen, parcialmente, de la insuficiente consi-
deración de las diferencias y las raíces sociales de los actores, de la parte
aún demasiado idealizada que tiene una visión del hombre como un Homo
œconomicus consumista, y de una percepción de los movimientos sociales
Sociología de los movimientos sociales 45

como simples resultantes de arbitrajes individuales, en materia de inversio-


nes afectivas y materiales. Este análisis de las inversiones alternadas de los
individuos sugiere, a la vez, el talento crítico que tiene Hirschman y la fuer-
za de economista impensado que llega a ser iconoclasta. Para completarlo
útilmente, hay que referirse a la concepción de Durkheim sobre los ciclos
sociales de efervescencia creativa y de institucionalización (Cf. Lacroix
[1981]).

El tríptico propuesto también permite comprender cómo puede


resultar catastrófico focalizar las reacciones de clientes, usuarios y afi-
liados, en una sola de esas actitudes. Demasiada lealtad impide que la
organización o la empresa se corrija; demasiada deserción la arruina o
la vacía de su fuerza, irremediablemente; tomar la palabra demasiado
puede provocar un cuestionamiento devastador. Hirschman cita a este
respecto los efectos de la movilización pública de los elementos conser-
vadores del Partido Republicano que concluye en 1964 con la investi-
dura de Goldwater... y con una derrota electoral; pues, para el electora-
do el portavoz de los participantes en las protestas aparece como extre-
mista. Hirschman propone de hecho que las organizaciones o empre-
sas tienen todo el interés de dotarse de mecanismos que eviten la pola-
rización de una reacción. Hacer que se tome la palabra puede prevenir
la deserción. Este es uno de los desafíos de la encuesta, que en 1996, la
SNCF (los ferrocarriles estatales franceses) aplicó a sus usuarios para
identificar las causas del descontento y responder a él. A la inversa, apos-
tar por el exit y la lealtad puede ayudar a canalizar la toma de la palabra.
El exit forzado que provocan las deportaciones y exilios en los días pos-
teriores a la Comuna de París, provocan una debilidad duradera del mo-
vimiento obrero en Francia. Someter la entrada de una asociación a pa-
drinazgos o actos iniciáticos que marcan y “bañan” al postulante, equi-
vale a fortalecer su propensión a la lealtad.
Estas percepciones sobre el modelo de Hirschman sugieren su
fecundidad, su capacidad de volver inteligible el carácter jamás inevita-
ble de la movilización. Pensar relacionalmente la acción colectiva, al
modo de Hirschman, es asímismo estudiar el punto medio de las op-
ciones que él presenta. Puede tratarse de esas “armas de los débiles”,
una pretendida obediencia que cubre una sorda oposición a las relacio-
nes de poder; su encarnación literaria es el personaje del “Bravo solda-
do Chveik”. Pensar relacionalmente es también preguntarse, en parte,
46 Los obstáculos del análisis

en contra de Hirschman, si su trilogía agota todas las alternativas de


respuesta a una situación problemática (cf. infra, p. 134).

El punto medio ‘voice-loyalty’. Las armas de los débiles

El etnólogo James Scott plantea la cuestión de los medios de resisten-


cia de los “débiles” en un excelente trabajo sobre una aldea de Malasia. Los
moradores más pobres del caserío de Sedaka viven una situación particular-
mente difícil. La edificación comunitaria de una aldea donde las desigualda-
des se encontraban limitadas en parte por el peso de los vínculos de la fami-
lia, la solidaridad y la contratación de los pobres por parte de los grandes te-
rratenientes se desmorona rápidamente. La llegada de las máquinas segado-
ras y trilladoras a los arrozales reduce la demanda de mano de obra asala-
riada. La monetarización de la economía se traduce en nuevas formas de re-
laciones contractuales que excluyen a los más pobres de la posibilidad de
arrendar tierras. Las desigualdades crecen abismalmente. Así, el grupo do-
minante de la aldea detenta también los poderosos recursos clientelistas que
ofrece su control de la antena local del partido oficial. En el marco de una so-
ciedad no democrática, cuya cultura además opera en el sentido de manifes-
tar suavemente la conflictividad, ¿se condena al silencio a los pobres me-
diante una relación de fuerza que parece convertir en “suicida” al conflicto
frontal, y hacer de la docilidad el precio de la supervivencia material?
Scott sugiere que los sociólogos, los historiadores y novelistas han
valorado voluntariamente a dos figuras del campesino (o del esclavo); y so-
lamente a dos. Por un lado, la figura épica de las grandes revueltas colecti-
vas; y por el otro, el personaje despreciable o abyecto del campesino sumi-
so. Lo cual equivale a olvidar lo que puede vivirse bajo la máscara de la de-
ferencia, el tejido de los actos minúsculos de resistencia que se encuentran
entre la movilización y la obediencia. De esta manera, Scott hace notar la im-
portancia de un ‘comadreo’ que desvaloriza simbólicamente a los podero-
sos, tras la fachada del consenso de una comunidad aldeana más o menos
armoniosa; este autor señala la habilidad con la cual la mayoría de los aldea-
nos representa los valores, aún legítimos, de solidaridad y de asistencia pro-
pios de una agricultura precapitalista, para lograr de los ricos asistencia y li-
mosnas. Estos dudan en negárselas, al pertenecer aún culturalmente al mun-
do que contribuyen a desmontar, quizá por su mala conciencia de pasar des-
de hace mucho tiempo cultivando sus tierras más que los vínculos de vecin-
dad. Scott observa, hasta en los momentos que parecen perpetuar mejor un
modelo comunitario, cómo deben reinterpretarse los comportamientos. La
asistencia que se presta con premura y con gusto con ocasión de la fiesta de
boda de un poderoso sólo es para sacar el mayor provecho posible y se re-
tira ostensiblemente una vez vaciados los platos. Las raterías incesantes (de
arroz, frutas aún donde sus árboles de los huertos, o aves de corral) se diri-
gen selectivamente contra las posesiones de los privilegiados. Los campesi-
nos pobres manifiestan un talento considerable para disminuir el rendimien-
to cuando son contratados por un rico, para abatir las espigas con bastante
mala voluntad para beneficiar a sus vecinos, que acuden enseguida a espi-
Sociología de los movimientos sociales 47

garlas. Piedras colocadas con toda intención en las piezas móviles estropean
las segadoras. Hasta ocurre que un potentado local, particularmente detes-
tado, tenga problemas en encontrar un equipo de asalariados cuando sus
máquinas ya no puedan penetrar un arrozal inundado.
Scott recalca que hay un gran riesgo de novelar estas formas de resis-
tencia. Las relaciones de fuerza no se ven radicalmente afectadas por dar al
propietario terrateniente un apodo grotesco y ridiculizante. El robo de un sa-
co de paddy (arroz no pilado) no adquiere automáticamente una carga sub-
versiva. Estas pequeñas resistencias pueden incluso ser los equivalentes to-
lerados de una ‘propina’ consentida por los dominadores. Pero Scott invita
a no sustituir la condescendencia con la celebración. ¿Es que los grupos so-
metidos a pesadas restricciones de sobrevivencia económica, y obligados a
resistir bajo las apariencias de la sumisión para no desencadenar la repre-
sión, tienen otras estrategias posibles? Cuando esas microrresistencias son
parte de una complicidad explícita, y legitimadas por una cultura, ¿no crean
un espacio para movilizaciones más abiertas? Si el campesino malayo no ins-
cribe a la reforma agraria dentro del horizonte de lo posible y de lo explica-
ble (en todo caso, no más que su homólogo francés de 1788), su animosidad
por los propietarios terratenientes y usureros se mostrará con todo vigor
cuando otra estructura de oportunidades políticas y de empresarios de la mo-
vilización venga a modificar el equilibrio de poderes de la aldea. Scott invita
a pensar por lo tanto el continuum complejo de las situaciones y comporta-
mientos “entre” estos polos del tríptico de Hirschman.
Fuente: Scott, 1985.

Una encrucijada disciplinaria

Pensar relacionalmente en los movimientos sociales es tomarlos


en serio para no considerarlos como un objeto menor o indigno, lo
cual fue el defecto de la universidad en Francia. Y aún más, es vincular-
los a un conjunto de cuestiones transversales de las ciencias sociales y
evitar hacer de ellos una suerte de fenómeno aparte reservado a algu-
nos especialistas.
Hay, al menos, tres dimensiones que designan su estatuto de en-
crucijada. En primer lugar, los movimientos sociales son una forma ba-
nal de participación política. Esta no podría reducirse para el solo acto
del voto, porque la evolución de las definiciones de los derechos huma-
nos tienden a integrar en ellos los “derechos” de huelga, de moviliza-
ción y de peticiones; y porque, en muchos sistemas políticos no com-
petitivos, la vía de la movilización pública directa y de la acción colec-
tiva es la única disponible, como lo demostraron los ejemplos de los
países del bloque soviético y el del apartheid en Sudáfrica.
48 Los obstáculos del análisis

Segundo, los movimientos sociales contribuyen poderosamente a


la definición de los problemas sobre los cuales se espera una acción es-
tatal. Las revueltas de “los barrios del exilio” [Dubet y Lapeyronnie,
1992] y la acción de grupos como el de Derecho a una vivienda [Péchu,
1996] contribuyeron a inscribir en el orden del día, debates e interven-
ciones públicas y el problema de los suburbios y la vivienda de los “sin
casa”. Indirectamente, lo impensable es la creación de políticas públicas
sin una consideración de los movimientos sociales que pesan en la je-
rarquía de las prioridades y la definición de redes de actores habilitados
para intervenir en la coproducción de estas políticas públicas.
Finalmente, los movimientos sociales también son espacios don-
de se expresan y se cristalizan identidades colectivas, formas de vivir y
su inserción en la sociedad. La percepción de la identidad campesina,
tanto desde los mismos agricultores, como desde otros grupos sociales,
se ve profundamente remodelada con las movilizaciones de los treinta
últimos años. El hecho de que pueda vivirse una identidad homosexual
de un modo diferente al ocultamiento y a la estigmatización, debe mu-
cho al surgimiento y las movilizaciones de las comunidades homose-
xuales desde fines de los años ‘60. En definitiva, hay muchas razones
para concebir los movimientos sociales de otro modo que no sea una
curiosidad pintoresca o sospechosa.

Problemas sociológicos y retos políticos


Debido a que tienen una dimensión política, los movimientos so-
ciales ilustran una dificultad constante de las ciencias sociales: tomar
distancia de las pasiones de la vida social sin renunciar a tratar teórica-
mente objetos “calientes” y sin ser prisioneros de los dilemas directa-
mente políticos.

La sicología de las masas


Una primera caricatura de las relaciones peligrosas entre el análi-
sis científico y un clima ideológico puede observarse en el apogeo de un
discurso erudito sobre las masas. En el último cuarto del siglo XIX
Gustave Le Bon lo expresará en forma condensada en su libro Psycho-
logie des foules (Psicología de las masas...) [1895]. La masa designa aquí:
«una reunión cualquiera de individuos, de cualquier nacionalidad,
profesión y sexo, así como las circunstancias que los reúnen». Si bien,
Le Bon trata de introducir una tipología de las masas, su definición se
Sociología de los movimientos sociales 49

extiende hasta el extremo, pues en sentido estricto, relaciona las masas


con las sectas vinculadas por una creencia, con las castas relacionadas
por una educación y un oficio, con las asambleas parlamentarias, etc.
Se justifica este agrupamiento arbitrario con el argumento de las carac-
terísticas comunes asociadas a las masas. En ellas, el individuo pierde su
autonomía y sufre procesos de contagio de las creencias y los compor-
tamientos. Las masas se consideran muy sugestionables y por ello li-
bradas a los manipuladores, no controlan sus propios afectos e instin-
tos; es decir, son emotivas, imprevisibles y peligrosas. Mediante juegos
de asociación con el consumo de alcohol y metáforas femeninas, a las
masas se las identifica sistemáticamente con un potencial desencadena-
miento de los instintos sexuales y de la violencia. Aunque Le Bon que-
de para la posteridad como el teórico de esta sicología de las masas, hay
otras representaciones similares que impregnan el clima intelectual de
la época. Se encuentran rastros en Taine, en la criminología desarrolla-
da por Lombroso, Sighele y en Tarde [1989]. Aunque no todos los tra-
bajos de éste último se reduzcan a estas simplificaciones. La literatura
sigue dando fe de ello, como muestran las páginas de La educacion sen-
timental de Flaubert sobre la Revolución de 1848. La vacuidad de estos
análisis, incluso respecto de los trabajos eruditos de ese tiempo puede
dar un aspecto misterioso a su éxito social.
La historiadora estadounidense Suzanna Barrows [1981] demos-
tró que esa literatura respondía a un contexto de “pánico moral” de las
élites sociales durante la época inmediatamente posterior a la Comuna
de París. El discurso sobre las masas se corresponde con la denuncia de
las “plagas sociales” relacionadas con “las clases peligrosas”, asociadas al
crimen, al alcoholismo y a la visita frecuente de los malos lugares. Tam-
bién se articula mediante la denuncia de la masa “femenina”, a los instin-
tos amenazadores, a las angustias sociales relacionadas con el movi-
miento de emancipación de las mujeres: las sufragistas, y las “petroleras”
(nombre dado en francés a las mujeres que durante la Comuna de París
lanzaban petróleo a los focos de incendio para avivarlos). Los temores
nacidos de los efectos del sufragio universal y del apogeo de las luchas
sociales se concentran en torno a las “masas” como símbolo de lo popu-
lar. Le Bon lo escribe claramente: «El advenimiento de las clases popula-
res en la vida política y su transformación progresiva en clases dirigen-
tes es uno de los rasgos más sobresalientes de nuestra época de transi-
ción. El conocimiento de la sicología de las masas constituye el recurso
del hombre de Estado que quiere, no tanto gobernarlas, como tampoco
ser gobernado completamente por ellas». Al movilizar el lenguaje y cier-
50 Los obstáculos del análisis

tos conocimientos adquiridos de las ciencias incipientes (la criminolo-


gía, el higienismo, la sicología), el discurso de las masas adquiere un
barniz de sabiduría respecto a los prejuicios sociales y prepara a la cien-
cia para que responda a las inquietudes políticas.

El rechazo de la herencia marxista

El legado de Marx y de los marxistas es, a la vez, un análisis teó-


rico de las condiciones históricas y de las determinantes de las movi-
lizaciones políticas y una doctrina práctica destinada a que llegue a su
término la acción revolucionaria. Además, ilustra otras facetas de los
problemas que plantea la imbricación entre un discurso erudito y un
discurso político. No existe propiamente una teoría de los movimien-
tos sociales dentro de las obras de Marx, sino que, se los integra en una
problemática general de las luchas de clases. La estructuración de las
clases en cada sociedad ofrece un formato de lectura de las moviliza-
ciones, que no es correcto reducir al esquema mecánico de una deter-
minación “en última instancia” por parte de lo económico. Engels es-
cribe en una carta a Joseph Bloch, el 21 de septiembre de 1890, que:
«Somos Marx y yo mismo, en parte, quienes debemos cargar con la res-
ponsabilidad de que a veces los jóvenes concedan más importancia que
la debida al aspecto económico. Teníamos que subrayar el principio
esencial que nuestros adversarios niegan, y por eso no encontrábamos
siempre el tiempo, ni el lugar, ni la ocasión de dar su lugar a los demás
factores que participan en la acción recíproca. Pero ya que debíamos
presentar una etapa histórica, es decir, pasar a la aplicación práctica, la
cosa cambiaba y no había ningún error posible».
Mucho más que los textos políticos o polémicos de Marx [1850;;
1852] o de Engels [1850] son sus trabajos históricos sobre Francia y
Alemania los que ofrecen un fino análisis del “grupo infinito de parale-
logramas de las fuerzas” (Engels), que originan movilizaciones y acon-
tecimientos históricos. Podemos insistir en la precisión de las páginas
que estudian la estratificación social, las condiciones materiales de exis-
tencia y sus efectos sobre el potencial y las formas de movilización pú-
blica. La consideración de los marcos culturales de una época abre, así
mismo, fuertes perspectivas, cuando Engels, en 1850, da cuenta de la
forma en que la omnipresencia de la religión cristiana limita a las mo-
vilizaciones campesinas del siglo XVI a hacer uso del lenguaje de la he-
rejía religiosa para expresar sus aspiraciones de cambios sociales. Final-
Sociología de los movimientos sociales 51

mente, y mediante la famosa distinción entre “clase en sí misma” y “cla-


se para sí misma”, Marx recalca la importancia de la construcción de
una conciencia colectiva, de una identidad de clase como elemento es-
tratégico del éxito de las movilizaciones y de la capacidad para articular
un proyecto revolucionario.
La reflexión de Marx, complementada por la de Lenín en ¿Qué
hacer? [1902], insistirá entonces, en esta lógica sobre la importancia del
factor organizativo como un elemento de coordinación de las fuerzas
de construcción de un grupo armado de militantes profesionales, aptos
para aportar “desde el exterior” de la clase obrera un marco teórico que
trasciende la experiencia de la fábrica y aporte una visión estratégica
del cambio revolucionario. El patrimonio de las reflexiones marxistas
en torno de los movimientos sociales también integra los aportes de
Gramsci sobre la noción de hegemonía. El dirigente comunista italiano
reflexiona sobre ella, en cuanto a la función de los intelectuales (inclui-
dos los de los partidos o del Estado) como productores de representa-
ciones que contribuyen a fabricar la conciencia colectiva y los consen-
sos, y a cimentar alianzas sociales o por el contrario, a hacerlas imposi-
bles.
Más allá de estas percepciones, el análisis marxista de los movi-
mientos sociales plantea incómodas cuestiones. Sus aportes manifiestan
que no existe una antinomia automática entre el objetivo de la acción
política y el conocimiento de los determinismos sociales. La acción po-
lítica puede ser portadora de conocimiento y puede incorporar en su
práctica los conocimientos adquiridos por las ciencias sociales de su
época. Al mismo tiempo, la acción militante no puede constituir jamás
una forma de poner en práctica una pura teoría erudita, la simplifica pa-
ra vulgarizar y transforma el análisis en eslogan. Busca la eficacia y la
conquista del poder antes que el saber y, por ese hecho, presenta elemen-
tos irracionales. Los marxismos son un ejemplo de ello, al hacer de los
movimientos sociales la expresión obligada de relaciones de clase que se
definen por un modo de producción, apenas pueden dar cuenta de las
movilizaciones que estructuran otras referencias de identidad (el nacio-
nalismo y los movimientos feministas). Las orientaciones que las cir-
cunstancias históricas condicionan (como por ejemplo, el modelo leni-
nista del partido de organización militar), se convierten en dogmas teó-
ricos llenos de consecuencias. Finalmente, y aún cuando constituya la
única teoría de la movilización pública-política que haya sido capaz de
52 Los obstáculos del análisis

cambiar el aspecto del mundo, el marxismo-leninismo, paradójicamen-


te, apenas hizo evolucionar la teoría de su práctica, así como la reflexión
sobre sus usos instrumentales en manos de los grupos e instituciones
que había ayudado a movilizar y a estructurar [Pudal, 1989]. En la so-
ciología contemporánea, también, hay un persistente rechazo de los te-
mas delicados que plantea la herencia marxista respecto a los movi-
mientos sociales. Mientras que hay pocas obras de iniciación que no
consagran varias páginas a las elucubraciones de Le Bon, en ellas apenas
se menciona a los marxistas, aun cuando algunos elementos del enfoque
“movilización de los recursos” [Oberschall, 1973; Tilly, 1976] verifiquen
el más duradero de los aportes de Marx. Esta asimetría señala también
el malestar de los intelectuales ante una herencia teórica mantenida co-
mo políticamente poco presentable.

Morfología social
y capacidades de movilización pública en Marx

«Los campesinos de las parcelas son una enorme masa cuyos miem-
bros viven todos en la misma situación, pero sin estar unidos entre sí por
vínculos diversos. Su modo de producción los aisla mutuamente en lugar
de llevarlos a tener relaciones de reciprocidad. Este aislamiento se hace
aún más grave por el mal estado de los medios de comunicación en Fran-
cia y la pobreza de los campesinos. Cada familia rural se basta a sí misma
casi completamente. Ella misma produce directamente la mayor parte de lo
que consume y procura sus medios de subsistencia mediante un intercam-
bio con la naturaleza, mucho más que con la sociedad. (La parcela de tie-
rra, el campesino y su familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otra
familia). Así, pues, la gran masa de la nación francesa está constituida por
una simple adición de dimensiones del mismo nombre, casi como un saco
lleno de manzanas forma un saco de manzanas. En la medida en que mi-
llones de familias campesinas viven en condiciones económicas que las se-
paran entre sí, y oponen su género de vida, sus intereses y su cultura a los
de las otras clases sociales, constituyen una clase propia. Pero no lo hacen
en la medida en que sólo existe un vínculo local entre los campesinos de
las parcelas, y en que la similitud de sus intereses no crea ninguna comu-
nidad entre ellos, ni relación nacional ni organización política alguna. Por
eso son incapaces de defender sus intereses de clase en su propio nombre.
No pueden representarse a sí mismos. Deben ser representados.»
K. MARX, El 18 Brumario de Louis Bonaparte, 1852
CAPÍTULO III
LAS FRUSTRACIONES Y LOS CÁLCULOS

Para el historiador Paul Veyne [1971], «estudiar la sociología no es


estudiar un cuerpo doctrinario, como se estudia la química o la econo-
mía; es estudiar las doctrinas sociológicas sucesivas..., pero no hay un
proceso acumulativo del saber. Esta variedad tiene igualmente un carác-
ter común: no haberse guardado nada bajo la palma». Aparentemente,
hay razones para este severo juicio. Pues, ¿qué hay de común desde el si-
glo XIX entre los análisis de Marx sobre las movilizaciones como una
lucha de clases, los de Le Bon sobre las lógicas del contagio propias de
las masas, y los de Tocqueville sobre el papel que tiene en la democracia
la vida asociativa? Los enfoques desarrollados desde hace medio siglo,
sobre los que van a tratar los siguientes tres capítulos, pueden dar una
impresión parecida de disparidad. Pero estas contradicciones no son el
reflejo de un caleidoscopio de especulaciones abstractas. Con la suce-
sión y la confrontación de teorías, la investigación de fines de los años
‘70 producirá un cerrado “zócalo teórico”, que se guarda “en la palma de
la mano” un precioso capital de saberes e instrumentos de análisis.
Lo que queda al descubierto es la inestabilidad de las construccio-
nes teóricas y la dificultad de aprehender todas las facetas de los movi-
mientos sociales. Lo que surge inmediatamente, al evocar la llamada
Escuela del “Comportamiento Colectivo” y luego de la Acción Racio-
nal, es la tensión en la que se inscribe la relación de la sociología con es-
tos fenómenos. Estos dos modelos teóricos no tienen, a priori, nada
más en común que ser los dos primeros en aparecer. Su proximidad
apenas va más allá de esta referencia temporal, pues residen en dos pro-
blemáticas contradictorias. Las teorías del “comportamiento colectivo”
(collective behaviour) esclarecen las movilizaciones por medio de una
sicosociología de la frustración social y la consideración del poder ex-
plosivo de las aspiraciones y los deseos frustrados. El modelo de acción
racional tiende, en cambio, a someter las movilizaciones a una forma
de lectura económica que las banaliza al subrayar en qué medida los in-
dividuos que participan en los movimientos sociales permanecen aten-
tos a una lógica del cálculo costo-beneficio que condiciona su compro-
miso con la probabilidad de una ganancia material.
54 Las frustraciones y los cálculos

La amplitud misma de la oposición entre estos enfoques puede


suscitar una reflexión. Ésta sugiere la dificultad que tiene la sociología
para tomar la medida exacta de los fenómenos a estudiar: primero por-
que los encuentra tan singulares que sólo el recurso a la sicología pu-
diera restituir su sentido. Segundo, porque la invocación a una explica-
ción económica pueda acabar, en cambio, por negar cualquier singula-
ridad al objeto, considerado apenas un caso particular del cálculo de los
réditos por parte de individuos calculadores. El hecho de que esos mo-
mentos teóricos se presenten sucesivamente por ruptura también seña-
la una dificultad que la investigación tardará años en superar: ¿Cómo
restituir las razones para actuar de los individuos que se movilizan al
salir de la falsa alternativa del cálculo cínico o interesado o de la explo-
sión de las frustraciones y de las emociones?

Las teorías del “comportamiento colectivo”

Una etiqueta conciliadora

La referencia a una escuela de comportamiento colectivo es enga-


ñosa. Sugiere una coherencia intelectual, allí, donde existen además
una atención compartida de los mismos objetos y una forma de migra-
ción intelectual que va a terminar por redefinir el enfoque de los mo-
vimientos sociales por caminos a veces diversos. La escuela de Chicago,
particularmente Park, luego Blumer, contribuirán en la entreguerra a
que el comportamiento colectivo entre al rango de objetos legítimos de
la investigación sociológica. Pero en esa coyuntura intelectual de los
funcionalistas como Smelser, también contribuyen autores próximos a
la sicosociología, como Gurr.
Una primera pista aparece al notar que la noción de comporta-
miento colectivo “da para largo”. Los movimientos sociales son sólo un
componente, junto al conjunto de fenómenos que engloba pánicos,
modas, movimientos religiosos y sectas. Para Blumer, el elemento fede-
rativo de estos comportamientos está en su déficit de institucionaliza-
ción, en la debilidad de los cuadros normativos que enmarcan la acción
social. Smelser [1962] insiste en la idea de una “movilización pública
basada en una creencia que redefina la acción social”. Las proporciones
de estas categorías tan extensas no siempre facilitan la percepción de las
singularidades de los movimientos sociales.
Sociología de los movimientos sociales 55
La coherencia que vincula estos enfoques se sostiene por cuatro
series de desplazamientos. El primero está en el abandono gradual de
una visión heredada de la sicología de las masas. Se pone ahora el enfá-
sis en el hecho de que las movilizaciones no son patologías sociales,
sino que poseen su racionalidad. Un segundo desplazamiento consiste
en moverse desde una visión centrada en el potencial destructivo y
amenazador de los movimientos sociales hacia una consideración de su
capacidad de crear nuevos modos de vida, normas, instituciones, es
decir, del cambio social. Esta revisión impone una tercera vía, el mode-
lo epidemiológico de Le Bon, presente también en Blumer, que intro-
ducía en el principio de “comportamientos de masas”, una lógica de
contagio, para ser reemplazadas con una problemática de la convergen-
cia. Los comportamientos colectivos nacen de la sincronización entre
creencias y frustraciones, ya presentes entre los individuos y no de fe-
nómenos de imitación.
El análisis se abre, entonces, al estudio de las ideologías y de las
creencias, a su modo de difusión. Mediante la noción de “norma emer-
gente”, propuesta por Turner y Killian [1957], y de “creencia generali-
zada” por Smelser, el papel de las representaciones ocupa un espacio
creciente. El acento se pone en el hecho de que una movilización públi-
ca no nace de la sola existencia de un descontento. Este debe encontrar
un lenguaje que le de sentido, designe a sus adversarios y legitime la rei-
vindicación con referencia a los valores. Los teóricos del comporta-
miento colectivo se encuentran con las grandes reflexiones que hace un
Tarde sobre los vectores de difusión de estas creencias, y cuya recepción
por medio de diversos medios sociales evoca Smelser a través de la no-
ción de “conductividad estructural”. Ésta designa el desigual potencial
de difusión de las creencias, los valores o rumores, según los espacios
sociales que puede ilustrar la oposición, entre la rapidez de un pánico
bursátil y la lenta difusión de un rumor en una comunidad dispersa,
débilmente conectada mediante redes de comunicación. De manera
más ambigua, estas evoluciones designan un último elemento federa-
tivo. El momento del comportamiento colectivo se inscribe en una os-
cilación entre la voluntad de socializar el análisis, de tomar en cuenta
las estructuras sociales que provocan la movilización pública y la fuer-
za de un anclaje, en la problemática tomada de la sicología, como son
las nociones de tensión o de frustración puestas en el principio de las
disposiciones individuales a movilizarse. La obra de Gurr manifiesta la
riqueza y la fragilidad de estas orientaciones.
56 Las frustraciones y los cálculos

¿Por qué se sublevan los hombres?

Con este título (Why Men Rebel?), Ted Gurr desarrolla, en 1970,
un marco analítico que será, al mismo tiempo, uno de los manifiestos
más elaborados y la última de las obras de collective behaviour. Este es
un enfoque sicosociológico. Gurr parte de la noción de frustración re-
lativa. Ésta designa un estado de tensión, una satisfacción esperada y
rechazada, generadora de un potencial de descontento y de violencia.
La frustración puede definirse como un saldo negativo entre los “valo-
res” (término que puede designar un nivel de ingresos o una posición
jerárquica, como también elementos inmateriales, como el reconoci-
miento o el prestigio) que un individuo mantiene en un momento da-
do y aquellos que se consideran como parte de las aspiraciones a las que
se tiene derecho por su condición y situación social. Si bien la frustra-
ción se manifiesta con emociones de despecho, cólera e insatisfacción,
aquí, es un hecho social, es relativa, porque depende de una lógica de la
comparación. Nace de normas sociales, de sistemas de expectativas re-
lacionados con lo que en una sociedad dada parece ser la distribución
legítima de los recursos sociales en varios grupos de referencia. Para
ponerlo claro, los miembros de un grupo social privilegiado, pero cuyo
estatus o recursos declinan (los aristócratas de ayer, los médicos gene-
rales de hoy), pueden sentir una frustración más intensa que los miem-
bros de un grupo objetivamente menos dotado, pero cuyos recursos y
estatus corresponden a lo que sus miembros habían podido prever e in-
teriorizar sobre su papel social.

LAS VARIANTES DE LA FRUSTRACIÓN RELATIVA


MODELO 1: LA FRUSTRACIÓN DE LA DECLINACIÓN (DECRECIENTE)

fuerte

Nivel de esperanza de “valores”


Nivel de valores

FRUSTRACIÓN
Satisfacción de
las expectativas

débil Transcurrir del tiempo


Sociología de los movimientos sociales 57

En este modelo, el horizonte de expectativa y las representaciones


del nivel normal de recompensas sociales que se puede esperar legítima-
mente en una posición social varían poco. Pero las representaciones del
porvenir y del presente están marcadas por la percepción (real o imagina-
ria) de una fuerte declinación de los valores disponibles. Gurr asocia a es-
te marco la descripción hecha por Marx de las primeras movilizaciones de
artesanos contra la mecanización, que se percibe como una amenaza so-
bre el estatus de trabajador libre y también la movilización pública de la pe-
queña burguesía tradicional en la génesis de los fascismos.

MODELO 2: LA FRUSTRACIÓN DE LAS ASPIRACIONES EN ALZA


(ASPIRANTE)

fuerte

Nivel de esperanza
de “valores”
Nivel de valores

FRUSTRACIÓN

Satisfacción de las expectativas

débil Transcurrir del tiempo

Aquí, los valores disponibles para el miembro de un grupo dado va-


rían poco, mientras que sus expectativas, las representaciones a las que
tiene “derecho” se elevan brutalmente sin encontrar satisfacción. Una par-
te de las sublevaciones anticoloniales de la posguerra puede responder a
este esquema. Los “colonizados”, integrados en el ejército que Leclerc
conformó en el norte de África en 1941 para liberar a Francia (que recibie-
ron insignias de grado), se sentían iguales respecto de los “metropolita-
nos” y con capacidad de gozar de sus derechos civiles. Pero una vez des-
movilizados se encuentran de nuevo sumidos en una situación colonial
que los convierte en no ciudadanos y constituirán una parte importante de
los mandos de las movilizaciones independentistas.
58 Las frustraciones y los cálculos

MODELO 3: LA FRUSTRACIÓN PROGRESIVA

fuerte

Nivel de valores
Nivel de esperanza
de “valores”

FRUSTRACIÓN
Satisfacción de
las expectativas

débil Transcurrir del tiempo

La situación corresponde a un movimiento de tijera. Las expectativas


en materia de acceso a la distribución de los recursos sociales suben,
mientras que los valores disponibles bajan sensiblemente. El proceso pro-
duce de forma brutal un gran potencial movilizador. Tocqueville describe
este fenómeno en vísperas de la Revolución Francesa, demostrando cómo
una fase de prosperidad y su relativa apertura social suscita crecientes ex-
pectativas que vienen a contrariar la conjunción de una crisis económica y
de la reacción nobiliaria.

Gurr describe el sufrimiento social sin correlación con normas


absolutas (el umbral de la pobreza...), sino concebido como la miseria
de posición, el desnivel entre las expectativas socialmente construidas y
la percepción del presente. Para aprehender el objetivo de Gurr puede
ayudar la imagen del plan de carrera, respecto del cual, un asalariado
puede medir si su éxito se sitúa o no en la norma y verse así satisfecho
o frustrado en diversos momentos de su vida. Pero el modelo de este
autor también considera la forma en que la cotización social de los va-
lores fluctúa y modifica los horizontes de expectativa de los diferentes
grupos: por ejemplo, poseer un auto no es un “valor” idéntico en 1930
que en 1990, tal y como los “valores” que puede esperar un individuo
que se compromete en el oficio de maestro de escuela difieren según
comience en uno u otro de esos años. La hipótesis de Gurr consiste en
considerar la intensidad de las frustraciones el combustible de los mo-
vimientos sociales. Franquear colectivamente esos umbrales de frustra-
Sociología de los movimientos sociales 59

ción es la clave de cualquier gran movimiento social. El marco interpre-


tativo distingue aquí una serie de casos de frustración relativa (Cf. el
cuadro anexo anterior). Y también explicita variables que permiten
evaluar la probabilidad de un paso a formas conflictivas de acción: la
intensidad de la variación mensurable entre las expectativas y sus satis-
facciones, el grado en que sobresale y se desea un recurso y la existen-
cia de una pluralidad de caminos para acceder a los valores deseados (el
análisis se encuentra aquí con la problemática del exit de Hirschman).
El mérito de Gurr también busca (siguiendo a Smelser) dar una
auténtica profundidad sociológica a su modelo. La frustración es un
simple potencial de movilización pública y de violencia que no se pro-
duce mecánicamente por ella. Gurr presta mucha atención a los datos
culturales y a la memoria colectiva. ¿Hay en el grupo o en el país en
cuestión una tradición de movilización pública o una cultura del con-
flicto? ¿O una memoria de episodios o victorias que legitimen la hipó-
tesis de recurrir a la fuerza, como el recuerdo de la Revolución Zapatis-
ta mexicana, o el del movimiento Tupac Amaru peruano?

Una cultura nacional de la protesta

Los movimientos sociales argentinos se presentan tradicionalmente


en dos registros principales: el de las huelgas (entre ellas, la huelga gene-
ral) y el de la manifestación. El lugar de la actividad de las manifestaciones
se explica, a la vez, por el extraordinario porcentaje de población que vive
en la aglomeración (urbana) de Buenos Aires, por la precoz existencia de
partidos políticos y por la importación de ese repertorio de acción por par-
te de los inmigrantes, entre los cuales figuraban militantes activos socialis-
tas y anarquistas. La frecuencia de las épocas de gobierno dictatorial con-
tribuirá paradójicamente a hacer del recurso a la manifestación callejera el
único registro de expresión asequible durante largos periodos de la pos-
guerra.
Desde 1945, la historia argentina contribuyó a consolidar, en una cul-
tura nacional de la protesta, el lugar estratégico de la manifestación y el de
un sitio, la Plaza de Mayo, punto central de los desfiles oficiales y de las vi-
sitas de los gobernantes extranjeros, situada en el centro de Buenos Aires
frente a la sede de la Presidencia.
El proceso de construcción de este sitio como un verdadero lugar de
memoria (y de poder) de la protesta empieza con la gigantesca manifesta-
ción del 17 de octubre de 1945, que será el catalizador de la salida de los
militares y, luego, de la llegada de Perón. El régimen peronista contribuirá
igualmente a consolidar ese estatus al organizar una manifestación de la
fidelidad cada 17 de octubre en la Plaza de Mayo, donde también se orga-
60 Las frustraciones y los cálculos

nizan las celebraciones del 1 de mayo. En 1969, otras manifestaciones con-


tribuirán a la caída del régimen de Onganía. El estatus de esta “simbólica
catedral de las manifestaciones” y el poder casi mágico asociado a esos lu-
gares se convertirán en lo que son hasta para las autoridades guberna-
mentales que usarán ocasionalmente el arma de la manifestación. En 1982,
la Junta Militar provocará manifestaciones para mantener la toma de con-
trol de las islas Malvinas. Y, en abril de 1987, el presidente Alfonsín convo-
ca el domingo de Pascua a una manifestación en la cual 500.000 personas
se reúnen en la Plaza de Mayo en respuesta al desarrollo en marcha de una
insurrección militar, que de este modo se deslegitimará.
En una sociedad donde los sondeos de opinión juegan aún un papel
moderado, las manifestaciones de Buenos Aires funcionan como indicador
eficaz de las legitimidades y de las expectativas sociales. La escasa asisten-
cia a las celebraciones del aniversario peronista el 17 de octubre de 1955,
se percibirá como el signo del aislamiento del jefe del Estado, preludio de
su destitución. Y a la inversa, la cultura política nacional tiene la convicción
de que los principales cambios políticos y sociales pueden alcanzarse por
medio de una manifestación exitosa. Asímismo, debe entenderse dentro
de este contexto el célebre movimiento de las “Madres de la Plaza de Ma-
yo” durante la dictadura militar (1976-1983). Dado el terror que desata el
Estado y que vuelve imposible el recurso a la manifestación, las madres de
personas “desaparecidas” (de hecho, asesinadas por la Junta) tomarán la
costumbre de marchar cada jueves en silencio y durante tres horas, en los
caminos peatonales de esa plaza, con la cabeza cubierta (como antes en las
iglesias) con un pañuelo que lleva el nombre del desaparecido, la fecha de
su secuestro, y llevando a veces una pancarta y la foto de sus hijos. Aun
cuando varias de esas madres fueron a aumentar la lista de los desapare-
cidos, la Junta jamás pudo encontrar la respuesta adecuada a esa forma de
reconquista del espacio simbólico de expresión callejera que suscita el res-
peto y la simpatía de la opinión pública. FUENTE: CHAFFEE [1993].

“La asociación que hace Gurr entre protesta y violencia es re-


duccionista y no carece de ambigüedades. Tomada en retrospectiva,
también parece tener el auténtico mérito de obligar a pensar sociológi-
camente las condiciones en las que surge la violencia. Habrá que espe-
rar entonces a la descomposición de los izquierdismos y a los ‘años de
plomo’* para que la literatura refleje sobre la acción colectiva y con se-
riedad estas cuestiones” [Della Porta, 1990; Sommier, 1998].

* ( “années de plomb” [sic]: Referido a los años más duros de la represión


de las dictaduras militares, como la chilena, desde 1973: Nota de la Tra-
ductora).
Sociología de los movimientos sociales 61

Why Men Rebel? también se ocupa del trabajo de movilización


pública. Este conlleva una dimensión cognitiva y simbólica. Un movi-
miento social exige un trabajo de producción discursiva de imputación
de responsabilidad, de inyección de sentido en las relaciones sociales
que se viven y de producción de símbolos y llamadas al orden. Este tra-
bajo no es lo único que hace un grupo movilizado. El “control social”
que puede ejercer el Estado no se limita solamente al uso de las fuerzas
policiales; también pasa por un trabajo preventivo de legitimación de
las instituciones, del régimen y descalificación de las formas más vio-
lentas de cuestionamiento. A falta de disipar siempre las tensiones, el
“control social” juega igualmente con lo simbólico y con los gestos que
marcan la preocupación por responder a ellas. El autor recuerda, por
ejemplo, el papel de la requisición de viviendas como un fuerte signo
de la autoridad que se ocupa de ese problema. Por eso no es sorpren-
dente que Gurr sea uno de los primeros en introducir los medios de co-
municación en el rango de objetos de la sociología de la movilización
pública.
Pese a su densidad, el trabajo de Gurr no deja de asemejarse a una
brillante posdata de todos sus escritos sobre “los comportamientos co-
lectivos”, muy pronto enviados a un purgatorio erudito. Las razones de
esta marginación se deben, en primer lugar, a las fallas de la problemá-
tica. El concepto de frustración es difícil de objetivar porque proviene
de las creencias y las percepciones que soportan, en parte, los datos ma-
teriales, como el prestigio. De este modo, el análisis amenaza frecuen-
temente con hacer la corte a un ejercicio tautológico consistente en
probar la frustración mediante el surgimiento de la movilización pú-
blica que la existencia de una poderosa frustración explica (Cf. Dobry
[[1986], p.53-56)]. Por lo demás, si estas críticas no afectan en nada a
las ricas evoluciones relativas, a las condiciones sociales en que surgen
los movimientos sociales, éstos seguirán siendo un programa de inves-
tigación con la forma de un complejo sistema de hipótesis sin verifica-
ción empírica sistematizada con casos concretos. Pero, lo que desplaza-
rá permanentemente los formatos de análisis hacia un marco prove-
niente de la economía es sobre todo la llegada del modelo de Olson al
mercado teórico. Este nuevo marco analítico hará olvidar los méritos
del marco sociológico que desarrollaron Smelser o Gurr. Pero con él
persistirá el inconveniente de hacer que los investigadores se priven du-
rante veinte años de los recursos intelectuales que una reflexión sobre
62 Las frustraciones y los cálculos

los aportes de la sicología podía ofrecer para la comprensión de lo que


se vive en la movilización pública.

Cuando el Homo œconomicus entra en acción

El economista Mancur Olson publica en 1966, The Logic of Co-


llective Action (La lógica de la acción colectiva). Con este libro, que se
inscribe en una lectura “económica” del conjunto de los comporta-
mientos sociales, contribuirá al surgimiento de una verdadera ortodo-
xia de la acción racional que pesará poderosamente en las ciencias so-
ciales de Norteamérica y luego de Europa.

La paradoja de Olson

El punto de partida del análisis de Olson descansa en una fecun-


da paradoja. El sentido común sugiere que la acción colectiva se desen-
cadenará por sí sola desde el momento en que un conjunto de indivi-
duos pueda ver una ventaja en acudir a la movilización pública y que
tenga conciencia de ello. Ahora bien, la objeción de Olson consiste en
demostrar que un grupo con esas características puede perfectamente
no hacer nada. En efecto, es incorrecto imaginar que un grupo latente
(individuos con intereses materiales comunes) sea una suerte de enti-
dad dotada de voluntad colectiva, allí donde el análisis debe considerar
también la lógica de las estrategias individuales. Y si la acción colectiva
se da por hecho, al considerar al grupo como el titular de una voluntad
única, las racionalidades individuales estorban. Un ejemplo de ello es el
movimiento antifiscal que ilustra el anexo siguiente. La movilización
pública es rentable, tanto más si es masiva. Pero esto olvida el guión del
“polizón” (free-rider). Hay una estrategia más rentable que la moviliza-
ción pública: mirar a los demás en las movilizaciones. El clásico caso
del no huelguista que se beneficia con el incremento de su remunera-
ción lograda por la huelga, sin haber sufrido las retenciones salariales
consecutivas, es un ejemplo llevado a su extremo. Esta lógica hace im-
posible cualquier movilización pública. Las racionalidades individuales
juntas de diez inquilinos en paro que acuden a una movilización públi-
ca de otros para beneficiarse con ella, concluyen en la inacción y dejan
la presión fiscal en su punto máximo.
Sociología de los movimientos sociales 63

Los rendimientos de la movilización pública


y de la abstención

En una comuna, el impuesto a la vivienda se eleva a 5.000 francos


por persona. Diez inquilinos deciden movilizarsepúblicamente para que
baje. La hipótesis (arbitraria) es que este acto pueda situarlo hasta en 3.000
francos. La reducción está en función de la cantidad de inquilinos en mo-
vilización: (diez logran una baja de 2.000 francos, nueve, de 1.800 francos,
ocho de 1.600 francos, etc.). La participación en la acción conlleva costos
(de creación de una asociación, de distribución de panfletos, del tiempo
dedicado a las reuniones y gestiones). Estos costos se fijan convencional-
mente en 500 francos por persona.

Número de participantes en el movimiento antifiscal


1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Ganancia teórica
por miembro 200 400 600 800 1.000 1.200 1.400 1.600 1.800 2.000
Costo por
miembro 500 500 500 500 500 500 500 500 500 500

Ganancia real
respecto de –300 –100
100 300 500 700 900 1.100 1.300 1.500
los costos Zona de pérdida

Ganancia de
un “polizón” 200 400 600 800 1.000 1.200 1.400 1.600 1.800

Esta paradoja parece desembocar en un punto muerto. El énfasis


sobre los efectos de las racionalidades individuales sugiere la improba-
bilidad de la acción colectiva. Pero, la experiencia hace manifiesta su
existencia. El modelo de Olson se enriquece entonces, con la noción de
incitación selectiva. Existen técnicas que permiten acercar los compor-
tamientos individuales a lo que sería, en lo abstracto, la racionalidad de
un grupo con una voluntad colectiva. Para ello basta con bajar los cos-
tos de la participación en la acción o con aumentar los de la no parti-
cipación. Las incentivos selectivos pueden ser prestaciones y ventajas
otorgadas a los miembros de la organización que convoca a manifes-
tación. La American Medical Association (Asociación Médica de los
EE.UU.) ofrece a sus afiliados médicos una formación continua, segu-
ros, servicio jurídico y una revista profesional reconocida, todo lo cual
64 Las frustraciones y los cálculos

hace rentable el pago de sus alícuotas. En cambio, un médico no afilia-


do debe recurrir a seguros privados costosos y arriesga que sus colegas
se cierren al contacto con él. Las incentivos selectivos también pueden
presentarse como restricciones. El caso más claro es el llamado sistema
del closed-shop, que el sindicato del libro de la CGT o el de los estiba-
dores han practicado durante mucho tiempo en Francia: la contrata-
ción está condicionada por la adhesión a la organización, lo que elimi-
na a cualquier polizón. Notaremos de paso que la Ley Wagner de los Es-
tados Unidos, generalizó este sistema entre 1936 y 1947, y que una re-
flexión sobre este tema debe interrogarse a la vez sobre el estorbo a la
libertad que conlleva... y sobre sus efectos en la construcción de pode-
rosos “socios sociales” en las relaciones laborales.
Un conjunto de trabajos empíricos vino a fortalecer los análisis
de Olson sobre el papel de estos incentivos selectivos. Gamson [1975]
pudo demostrar, en base a un amplio abanico en los Estados Unidos,
que los interlocutores de una organización que ofrece incitaciones co-
lectivas las reconocen en un 91% de los casos y tiene éxito en el 82%,
contra el 36% y el 40% para las organizaciones que no tienen acceso a
ese recurso. En este mismo sentido se desarrolla un estudio de David
Knokke [1988], sobre el mundo asociativo de la aglomeración de Min-
neapolis. Los afiliados a las asociaciones “menos políticas” (asociacio-
nes deportivas, clubes de coleccionistas, etc.) sólo se declaran dispues-
tos en un 2% a seguir siendo miembros, si su asociación no hiciera más
que un trabajo de grupo de presión: Un 70 % declara poder aceptar
una asociación prestataria pura, mientras que un 23% condicionan su
adhesión a tomar a su cargo esas dos funciones.

¿Cómo deshacerse de los polizones?

En un trabajo sobre las movilizaciones campesinas en la Bretaña


Francesa durante los años ‘60, Fanch Elegoët, pudo demostrar en qué con-
sistían las estrategias sindicales de los productores de legumbres inter-
pretadas ampliamente como un sistema que clausuraba las posibilidades
de actuar como un pasajero clandestino, es decir, como un “polizón”. La
organización de base del sindicato a nivel del “barrio” (hameau) permite
un control mutuo, así como la identificación de los explotadores que rom-
pen la solidaridad frente a los negociantes. La siembra centralizada de los
retoños de las plantas de alcachofa (llamadas “drageons” en francés) y la
inmediata destrucción controlada de todos los drageons sobrantes (como
Sociología de los movimientos sociales 65

estrategia sindical para impedir que se vendan y planten en otras regiones


cuya producción compite con la de esa región), pone fin a la provisión de
plantas en zonas competitivas de producción, a la vez que reduce a casi na-
da el costo de la participación individual de este bloqueo. Una circular del
líder sindical Gourvennec indica, a propósito de los que se resisten, que
éstos se exponen a “la expulsión de los organismos recíprocos y coopera-
tivos, exclusión de las redes de ayuda mutua, exclusión en el barrio, (in-
cluido el caso de un tropiezo en la granja), la designación del vendedor (sin
publicarlo, ni ponerlo en cartelera), o a señalar un hombre con el dedo en
la calle y a veces con grandes letras escritas en su carga de legumbres”…,
sin olvidar las molestias de toda naturaleza: desinflarles los neumáticos
(por la válvula), poner azúcar en la gasolina, mojar el Delco, etc.” (p.153).
Es justamente la construcción de las instituciones y dispositivos téc-
nicos del mercado en la esfera obligatoria lo que puede interpretarse co-
mo la maquinaria “anti polizón”, debido a la despersonalización de las
transacciones y al suscitar una transparencia y una publicidad de cualquier
venta que cierre el espacio del mercado que haga imposibles las negocia-
ciones secretas o los tratamientos a favor, por lo que, los expendedores y
los mayoristas dejan de solidarizarse con los campesinos.
FUENTE: ELEGOËT [1984]

La “RAT” y el endurecimiento del modelo

El modelo que Olson construye también recibe de su autor algu-


nas limitaciones explícitas. Se aplica a las movilizaciones que buscan
obtener “bienes colectivos”, es decir, bienes que benefician al conjunto
de miembros de la colectividad en cuestión: un retroceso de la polución
del aire beneficia por definición a toda la población. Pero Olson subra-
ya ante todo la singularidad de los grupos pequeños. Algunos de ellos
pueden corresponder a situaciones en las cuales un miembro puede to-
mar a su cargo todos los costos de la acción y, sin embargo, hallar ven-
taja en ello. Más aún, en los grupos pequeños el sentimiento de pesar
en las decisiones es más fuerte y movilizador. También hay presiones
sociales y morales más presentes y eficaces entre miembros de los gru-
pos pequeños. Finalmente, Olson subraya que su formato analítico co-
rre el riesgo de “no aportar mayor cosa” al estudio de los grupos “filan-
trópicos o religiosos que defienden los intereses de quienes no son
miembros suyos” (p. 183-184). Se puede plantear la pregunta si la aten-
ción que presta este autor a los efectos sociales o afectivos en la diná-
mica movilizadora propia de los grupos pequeños no mina la fuerte
66 Las frustraciones y los cálculos

coherencia de su modelo. Los fenómenos vinculados con la sociabili-


dad y las relaciones interpersonales y afectivas se traducen difícilmente
al lenguaje del cálculo económico. Por lo demás, el embrollado trata-
miento que Olson reserva para esta variable es significativo. Los ele-
mentos “afectivos o ideológicos” pronto se eliminan por ser poco im-
portantes y por ello, poco eficaces. (p. 34-35). En otros casos, se consi-
deran como incentivos selectivos secundarios (p. 84); por ejemplo, la
fidelidad al grupo juega en favor de la solidaridad. Finalmente, cuando
el peso empírico de estos datos afectivos e ideológicos crea hechos que
la teoría no puede digerir, se crea una “categoría escoba” (en el sentido
de que se encarga de “limpiar los restos” que no entran en las otras ca-
tegorías) para las acciones colectivas no racionales y se las asocia con
los elementos estrafalarios (los lunatic fringes del original inglés); y lue-
go, para desembarazarse de ella, se la deja en las buenas manos de los
sicólogos (p.185).
La prudencia inicial de Olson se verá gradualmente eliminada a
comienzos de los años ‘80 por el apogeo de una rational action theory
(teoría de la acción racional) cuyos adeptos (llamados RAT’s, en razón
de las siglas en inglés de esa teoría) pretenden aplicar el modelo del Ho-
mo economicus a todos los hechos sociales con la gracia de una aplana-
dora. Los economistas James Buchanan y Gary Becker ilustrarán este
enfoque sobre el postulado económico (en el doble sentido) de una po-
sible interpretación de todos los fenómenos, con la referencia de actores
racionales, para quienes la participación en la acción colectiva es un pu-
ro enfoque de cáculo del rendimiento de las energías y recursos inverti-
dos en la acción. Sin embargo, es posible mostrar algunas insuficiencias
internas (aunque sin desarrollar por el momento una crítica de los fun-
damentos mismos de este modelo analítico de la acción colectiva).
Si los potenciales participantes en la acción colectiva son calcula-
dores racionales tentados por la posición del polizón, ¿por qué no iría
su sentido de la anticipación racional hasta el punto de anticipar las an-
ticipaciones parecidas de los demás? ¿Es disparatado postular que un
individuo en situación de participar en una movilización puede actuar
como un jugador de cartas o de ajedrez y preguntarse lo que hará acto
seguido su contrincante? Este modelo de sofisticación del cálculo (que
no ignora la microeconomía moderna) podría empujar hacia la movi-
lización y hasta en grado excesivo dado el desastroso rendimiento de
una abstención generalizada. ¿Cómo no recalcar de paso que los ejem-
plos cifrados de los RAT’s y de la escuela del “individualismo metodo-
Sociología de los movimientos sociales 67

lógico” (la correspondiente a los diez inquilinos mencionados en un


anexo anterior) a menudo son de un simplismo que los hace más dig-
nos del estatus de los cantos infantiles que designan lúdicamente los
roles que de las demostraciones sociológicas?
Pierre Favre [1977] propuso en este campo cuadros de rendi-
miento netamente distintos de los imaginados por Boudon en su Pre-
facio a la edición francesa de Olson; Favre presenta hipótesis ni más ni
menos realistas que las de estos autores que toman en cuenta las eco-
nomías de escala de una importante movilización y los “efectos de um-
bral”. Con ello, presenta situaciones en las cuales la participación acti-
va se muestra más rentable que la estrategia del polizón. Este contrae-
jemplo no invalida la tesis de Olson, sino que sugiere que la actitud del
free-rider no es de ninguna manera la más rentable universalmente.
¿Cómo hay que interpretar en términos de acción racional una parte de
los resultados, esta vez empíricos, de la mencionada investigación de
Knokke, que, en la categoría de las asociaciones “altamente políticas”
(ecologismo, antiracismo ...), constata que sólo un 34% de los miem-
bros condicionan su apoyo a que se les proporcione algunos servicios,
mientras que un 35% seguirían afiliados aunque no se les ofreciera ser-
vicios ni hubiera un trabajo eficaz como grupo de presión? La lista de
los puntos débiles del modelo de Olson puede ampliarse fácilmente. El
postulado de la acción racional reside en la idea de acciones orientadas
hacia la satisfacción de preferencias que funcionan como “cajas negras”
cuyo modelo teórico no explica ni el origen ni la naturaleza. Al respec-
to, uno de los méritos de los trabajos históricos de Tilly es señalar có-
mo los efectos conjuntos del capitalismo, la dividión del trabajo y el
empeño de las lógicas burocráticas en el universo profesional pueden
crear efectivamente actitudes y condiciones a través de las cuales el Ho-
mo œconomicus se vuelve empíricamente observable.

El buen uso del cálculo racional

Una crítica razonada no consiste en negar que el modelo del cál-


culo costos-beneficios pueda esclarecer los comportamientos durante
ciertas movilizaciones, y ante todo, las que tratan sobre reivindicacio-
nes económicas. Justamente, lo que comporta la fecundidad de la ima-
gen del Homo œconomicus es la connotación cínica que se le puede aso-
ciar en fuerte contraste con las ingenuas y “encantadas” representacio-
nes de cualquier militantismo movido por un puro desinterés. Olson
68 Las frustraciones y los cálculos

formula su paradoja como un saludable desafío al análisis sociológico.


En el centro de la polémica sitúa un auténtico desagrado hacia los aná-
lisis que pretenden la simplicidad: la movilización colectiva jamás es al-
go dado. Esta constatación obligará a toda una generación de investiga-
dores a aceptar ese desafío para dar cuenta de las condiciones de desa-
rrollo de los movimientos sociales. Reconocer el honor que le corres-
ponde a Olson no impide para nada que se exijan más precisiones so-
bre la “racionalidad” que él considera central en los comportamientos
y sobre sus condiciones de existencia ni que se inquiera sobre los lími-
tes de aplicación de este esquema. Durante un congreso de sociólogos
estadounidenses en 1983, Joseph Gusfield había observado con ironía
que si el modelo de Olson a veces parecía ser irreal, esta falla incumbía
a los individuos movilizados que no siempre habían leído La Logique
de l’action collective. ¿Se trata de una fórmula provocadora? No, si pre-
tende sugerir la muy desigual interiorización de una disposición para
el cálculo económico según los medios y las épocas. No, si viene a re-
cordar que la probabilidad de tratar los problemas en términos del cál-
culo racional difiere según las circusntancias (no es lo mismo una per-
sona que hace compras o que asiste a una reunión de una organización
católica de beneficencia o de la Liga contra el cáncer). No, si ayuda a
conjurar el riesgo de cualquier análisis erudito: el objetivismo, esto es, la
confusión entre modelos teóricos de explicación (incluso fecundos)
que el erudito elabora para dar cuenta de regularidades objetivas en los
comportamientos, y las motivaciones que los agentes sociales en acción
viven subjetivamente durante la huelga o la manifestación. Un enfoque
así supone considerar el personaje del militante y del individuo que
participa en una movilización desde otra realidad social diferente a la
de una máquina de cálculo (Cf. capítulo VI).
CAPÍTULO IV
LA MOVILIZACIÓN DE LOS RECURSOS

Los años ‘70, dan lugar en los Estados Unidos al surgimiento de


un nuevo marco analítico de los movimientos sociales: la teoría de la
movilización de los recursos. El contexto político no es indiferente. Es
el período del Movimiento: agitación de los campus, movimiento ne-
gro, movilizaciones feministas y ecologistas. Como Gamson observa
[1975], la irrupción de la historia imponía a los investigadores un ob-
jeto de investigación y quienes participaban en esas luchas difícilmen-
te podían encontrarse dentro del legado correspondiente a la collective
behaviour, con su insistencia en el peso de las frustraciones y hasta de
la dimensión patológica de las movilizaciones más conflictivas. Una re-
novación de los interrogantes y de los conceptos progresará a través de
los aportes fundadores de Oberschall [1973], Gamson [1975], Tilly
[1976] y McCarthy y Zald [1977]. Desde los años ‘80, la “movilización
de recursos” conquistará el estatus de marco teórico de referencia.

Los denominadores comunes

Sería imprudente subestimar la coherencia del paradigma de la


movilización de los recursos. Por un lado, los trabajos asociados con es-
ta etiqueta funcionan de hecho como un continuum que va desde el po-
lo economista y tributario de Olson, a un análisis más preocupado por
una consideración de variables históricas y sociológicas. De otro lado,
el movimiento de la investigación suscita desplazamientos de proble-
máticas y de objetos. Se puede sugerir la existencia de un proceso len-
to de emancipación respecto a los enfoques económicos, de una cre-
ciente atención hacia la dimensión política y a las significaciones vivi-
das por los agentes en movilización. Hay cuatro series de referencias
que pueden ayudar a despejar los grandes rasgos de este enfoque.
La “movilización de los recursos” resulta ancha, pero redefine las
fronteras de la acción colectiva. Rompe con la fascinación por las situa-
ciones de la masa y de la movilización violenta propias del collective be-
70 La movilización de los recursos

haviour, con la prioridad que Olson da a las movilizaciones de retos di-


rectamente materiales. Todas las formas de movimientos sociales se to-
man en cuenta, y por ello, las de dimensiones ideológicas y políticas
más explícitas, pero también los fenómenos de sectas y las cruzadas
morales.
La movilización de los recursos desplaza definitivamente la cues-
tión fundadora del análisis de los movimientos sociales. Ya no se trata,
como en el modelo collective behaviour, de preguntarse: ¿por qué se mo-
vilizan los grupos? sino ¿cómo se desencadena, se desarrolla y triunfa o
fracasa la movilización? La posición de McCarthy y Zald [1977] pre-
senta, por su propio radicalismo, el mérito de la claridad. Siempre hay
en cualquier sociedad suficiente descontento como para originar mo-
vilizaciones; y esos motivos de descontento pueden “definirlos, crearlos
y manipularlos empresarios de ‘causas’ y de organizaciones”. La cues-
tión correcta es, entonces, aprehender los determinantes de su apogeo
y de su rechazo.
De este enfoque se desprende un acercamiento dinámico a los
movimientos sociales, concebidos como un proceso de construcción de
una relación de fuerza y de sentido. En este modelo, los grupos (la cla-
se obrera, los militantes por los derechos civiles...) no aparecen nunca
como datos u objetos reales, sino como construcciones sociales. Una
cuestión central es entonces comprender lo que hace que un grupo
“arraigue”, mientras que otros igual de plausibles (por ejemplo, los an-
cianos o los televidentes) no logren existir como grupos de moviliza-
ción. “La movilización hace referencia al proceso de formación de las
masas, de los grupos, de las asociaciones y organizaciones para satisfa-
cer objetivos comunes. A menudo se forman unidades sociales durade-
ras, con dirigentes, legalismos, identidades y objetivos comunes”
[Oberschall, 1973, p. 102]. Desde esta problemática se desprende una
atención central hacia la organización como un elemento que estructu-
ra al grupo y reúne los recursos para la movilización.
La teoría de la movilización de los recursos se construye también
a la sombra de la estatua del comendador Olson. Todos los trabajos ini-
ciales se plantean como prolongaciones de esta matriz y de las tentati-
vas que pretenden responder a la famosa paradoja y a “sociologizar” al
homo œconomicus con la introducción de la diversidad de las situacio-
nes concretas de movilización en la problemática de la cátedra social.
La noción esencial de recurso dice bastante de esta referencia a los con-
ceptos económicos. El lugar que se da a la organización hace de ella la
Sociología de los movimientos sociales 71

herramienta básica de una empresa de protesta que reúne medios (a los


militantes, el dinero, los expertos y el acceso a los medios de comuni-
cación) para invertirlos de manera racional con el fin de llevar a cabo
las reivindicaciones. Los progresos científicos que acumularán los in-
vestigadores de esta corriente les permitirán liberarse gradualmente de
esta tutela inicial, no con olvido del reto de Olson, sino tomándolo en
serio para superarlo.

La filiación olsoniana

La teoría de la movilización de los recursos puede introducirse a


partir de unos de sus clásicos tardíos. El enfoque de McCarthy y Zald
[1977] presenta a la vez la ventaja de dar una brillante visibilidad a la
herencia olsoniana y de hacer inteligible el proceso de excederla.

Los movimientos sociales como economía e “industria”

A primera vista, el modelo de McCarthy y Zald puede parecer en-


durecedor de la lectura de Olson. El recurso a las analogías económicas
ya no se limita a la explicación de las opciones individuales frente a las
movilizaciones y a el léxico del mercado que coloniza todas las dimen-
siones del movimiento social. ¿Qué es un movimiento social? “Un con-
junto de opiniones y de creencias de una población, que representa
preferencias para cambiar los componentes de la estructura social”. Es-
ta noción económica de “preferencia”, remite a la imagen de una estruc-
tura borrosa de peticiones y expectativas de cambio social, que requie-
ren de un empresario para cristalizarse como movilizaciones. Y real-
mente ese modelo describe las social movements organizations (SMO)
en términos de una estructura de oferta que responde a esas preferen-
cias difusas. La SMO equivale, funcionalmente, a la empresa en el mer-
cado: “es una organización que identifica sus objetivos con las metas
del movimiento social o de un contramovimiento y trata de satisfacer
sus objetivos”. El conjunto de las SMO se orienta hacia una causa (por
ejemplo, todas las organizaciones humanitarias) que constituye una ra-
ma coherente, una social movement industry (SMI). Finalmente, el con-
junto de las SMI constituye el social movement (SMS), del que podría-
mos determinar el peso que tiene en la riqueza nacional, tal como
sucede con la industria química o automotriz. El alcance del peso del
SMS se analiza como una característica de las sociedades, donde se ase-
72 La movilización de los recursos

guran las necesidades materiales primarias (alimentación, vivienda) de


lo esencial de la población y donde la acumulación de riquezas permi-
te responder a demandas más “cualitativas”.
El punto clave de este marco consiste en subrayar que el “movi-
miento social” como expectativa más o menos formalizada de una cla-
se de cambio nunca se moviliza plenamente y es un potencial de acción.
Son entonces las SMO (a la vez, estructuras de oferta y motores de la
movilización) las que impulsan las energías de la protesta. Las organi-
zaciones que se encargan de un movimiento social son las instancias es-
tratégicas donde las expectativas difusas se transforman en reivindica-
ciones y se centralizan recursos de acción. Al referirse a los trabajos de
los economistas de la “opción racional” (Buchanan, Downs, Tullock),
McCarthy y Zald desarrollan una forma de teoría económica de la em-
presa y del mercado que se aplica a las SMO. Subrayan la importancia
de las estrategias publicitarias en la colecta de los fondos y el papel de
auténticas “imágenes de marca” con las cuales estas organizaciones
consolidan o pierden su credibilidad, como lo demostró, entre otras, las
crisis financiera de la Cruz Roja francesa cuando fue cuestionada su
gestión en los años ‘90. Este modelo analítico propuesto también insis-
te en los efectos de la competencia que en un sector sustentador termi-
na por multiplicarse en organizaciones cada vez más aisladas, como pa-
rece ilustrarlo actualmente la fragmentación de las organizaciones mé-
dicas humanitarias (Médicos sin Fronteras, Médicos del Mundo, Far-
macéuticos sin Fronteras, Handicap (Discapacidad) international, CA-
RE, etc.). Los fenómenos de profesionalización de las SMO también se
enfatizan. De ello da fe la reciente evolución de Greenpeace, que desde
hace tiempo dirige el ecologist manager (literalmente, administrador
ecologista) Thilo Bode, quien ha logrado la cifra récord de 800 millo-
nes de francos por recaudaciones en 1995, al racionalizar los métodos
de colecta con un sistema de descuentos automáticos para los do-
nantes.

Empresarios y “militantes morales”

Así presentada, la movilización de los recursos puede parecer una


simple puja del modelo de Olson. Pero esto sería perder de vista una
respuesta inédita que aporta a la paradoja olsoniana a través de una
tipología de apoyos. La noción de los adherentes (término literalmente
traducido del original francés para este contexto y que, hasta ahora,
Sociología de los movimientos sociales 73

correspondió a “afiliados”) toma aquí un sentido particular para desig-


nar a las personas y organizaciones que “adhieren” a las reivindicacio-
nes de una causa y simpatizan, por ejemplo, con la protección a los ani-
males. Se distinguen de los “miembros activos” (constituents), quienes
aportan a las SMO tiempo, dinero y apoyos concretos. Entre estos
miembtos activos interviene una distinción más original. Unos sacarán
provecho personal del éxito de la organización y se les designará como
“beneficiarios potenciales”; tal sería el caso de los negros de Estados
Unidos comprometidos con el movimiento de los derechos civiles;
otros, sostienen la organización sin obtener de ella un beneficio direc-
to y se les llama “los militantes morales”, por ejemplo, los estudiantes
blancos que Doug McAdam estudia [1988], quienes, durante el verano
de 1964, irán al Mississippi para contribuir con la campaña de
empadronamiento de los negros en las listas electorales. La inyección
de recursos militantes o financieros en beneficio de una causa que con-
llevan esos militantes morales, aporta una respuesta empírica inédita a
la paradoja de Olson. Estos recursos exteriores bajan los costos de la ac-
ción colectiva para los grupos directamente involucrados y modifican
en un sentido favorable el rendimiento de la participación. La historia
del movimiento negro en los Estados Unidos ofrece muchos elementos
para ilustrar dicha tesis. Su radicalización a fines de los años ‘60 y la
aparición de grupos como las Black Panthers (Panteras Negras), que
pasan de un discurso de los “derechos cívicos” a un discurso que “mez-
cla la lucha de las clases y la de las razas”, suscitarán un sensible retiro
de los apoyos financieros de los medios liberales blancos, lo cual deses-
tabilizará las capacidades financieras de las organizaciones negras mo-
deradas como la NAACP [McAdam, 1982].
El militante moral puede encarnarse en la figura específica del
empresario de la protesta, (un auténtico seguidor de Schumpeter del
movimiento social), sin poder encontrar un interés material inmedia-
to en su compromiso. Este movimiento juega el papel de portavoz y or-
ganizador de una SMO, que trae del exterior experiencia, redes de apo-
yo y logística que ese grupo latente (por atomizado, desarmado cultu-
ralmente y estigmatizado) no logra construir a partir de sus propios re-
cursos. Figuras como Ralph Nader (para los consumidores estadouni-
denses), Abad Pierre o el padre Wrezinski (para los sin casa), o las fa-
milias del Cuarto Mundo sugieren que ese personaje puede ser algo di-
ferente de una invención sociológica. ¿Cómo no subrayar también de
paso la relación de primacía que mantiene este modelo sociológico con
74 La movilización de los recursos

el personaje del militante revolucionario, que trae del exterior la con-


ciencia crítica de la clase obrera en el modelo leninista... y forzosamen-
te, algunas sensibilidades sociológicas entre los responsables políticos?
La construcción teórica de McCarthy y Zald da mayor sistemati-
zación y sofisticación al modelo olsoniano y encuentra una alternativa
a la explicación de la acción por medio de los incentivos selectivos.
También tropieza con una idéntica contradicción: los militantes mora-
les y los empresarios de la protesta esclarecen la resolución de la para-
doja para provocar una nueva. Pues la teoría no dice lo que hace correr
y militar. El modelo de análisis económico debe apelar aquí a un deus
ex machina liberado de las trivialidades del cálculo de los rendimientos,
una verdadera antítesis del homo œconomicus, para resolver las parado-
jas surgidas de la lógica económica. Claro que es posible considerar que
los militantes morales encuentran “beneficios” y “gratificaciones” en el
sentimiento de consagrarse a una causa justa, y que algunos adquieren
celebridad y se vuelven asalariados del movimiento. Pero atarlos así a
una explicación económica plantea tantos problemas como los resuel-
ve, tal como se verá más adelante.

Sociologizar el marco teórico

Los escritos de Oberschall [1973] serán una verdadera prepara-


ción de la exageración sociológica de la paradoja de Olson. Con una
fórmula felizmente ambigua, Oberschall define su intención de “ensan-
char” ese modelo olsoniano. Nada nos impide recordar que en francés
este verbo (élargir) también designa la acción de liberar a un prisio-
nero...

Partir de la estructuración social

A partir del análisis de las formas de sociabilidad, intensidad y


naturaleza de los vínculos que asocian entre sí a los miembros de un
grupo o de una comunidad y que los relacionan con las diversas auto-
ridades sociales, Oberschall introduce una materia social en modelos
de análisis, a menudo más abstractos que teóricos. Su aporte se cons-
truye al principio dentro de la crítica de las tesis relativa a la “sociedad
de masas”. El análisis de los regímenes totalitarios había suscitado un
conjunto de reflexiones centradas en la imagen de la desorganización
social y de la atomización de los individuos que sería el terreno abona-
Sociología de los movimientos sociales 75

do para los movimientos totalitarios. Hannah Arendt [1951], que de


paso apela solícitamente a Le Bon, describe a las masas así: “gentes, que
debido simplemente a su cantidad, o por indiferencia, o bien por estas
dos razones, no pueden integrarse en ninguna organización fundada
sobre el interés común (...) son extrañas a todas las ramificaciones so-
ciales y a cualquier representación política normal (...). La principal ca-
racterística de un hombre de masa es (...) el aislamiento y la falta de “re-
laciones sociales normales” (p. 32 y 39). En contra de estas explicacio-
nes (ver también Kornhauser, [1959]), Oberschall subraya que la Ale-
mania de Weimar no puede reducirse a una sociedad atomizada por la
crisis de 1929. El país conserva, en cambio, una densa red de vínculos
asociativos y de sociabilidades religiosas o profesionales. Pero, contra-
riamente al modelo de la “red de pluralismo” en que las afiliaciones a
diversos grupos voluntarios generan una mezcla social en iguales con-
diciones (un obrero socialista puede jugar al fútbol en un club parro-
quial y cantar con comerciantes en un coro), Weimar tiene como carac-
terística la “segmentación superpuesta”. La pertenencia al SPD o al
mundo católico asigna redes de sociabilidad que no se superponen, si-
no que se encuentran entre sí en un tipo de coral o de club deportivo.
Al apoyarse en los trabajos de los historiadores, Oberschall demuestra
que los éxitos políticos de los nazis residen en la captación de una par-
te de estas redes intercomunicadoras, en una movilización transmitida
y estructurada por medio de vínculos de conocimiento recíproco y de
solidaridad preexistentes. El sentido de este sinuoso trayecto está claro.
Cualquier trabajo sobre los movimientos sociales implica partir de la
estructura social y de las redes previas de solidaridad, ya que hasta un
tipo de movilización que se presenta como típica de una sociedad en
descomposición revela el peso de las estructuras sociales de solidari-
dad.
Oberschall desarrolla entonces, una cartografía social original.
Una primera variable (la vertical en el cuadro), concierne a los víncu-
los entre el grupo que se estudia y los otros elementos de la sociedad en
cuestión, especialmente, los grupos e instituciones titulares de una po-
sición de influencia o de poder. Un grupo está integrado cuando dispo-
ne de conexiones estables que le dan la oportunidad de hacerse oír por
las autoridades superiores (mecanismos de representación, clientelis-
mo, etc.). Un grupo está en situación segmentada cuando no dispone
de tales relevos y se encuentra aislada en relación a los otros grupos y a
76 La movilización de los recursos

los centros de poder. Los sentimientos de opresión y control exterior


sobre la comunidad tienen, entonces, la oportunidad de experimentar-
se con mayor fuerza. Una segunda serie de variables (eje horizontal)
concierne a la naturaleza de los vínculos dentro del grupo analizado. Y
el modelo retoma entonces la pareja comunidad/sociedad. En el primer
caso, una organización tradicional, estructura fuertemente la vida co-
mún y ordena en ella todas las dimensiones de la vida social (la tribu,
la comunidad tradicional de la aldea o el pueblo). En el segundo caso,
una estratificación social más compleja se acompaña de la existencia de
una red de grupos y asociaciones de toda naturaleza (religiosa, depor-
tiva, cultural, política). En tercer lugar están los grupos débilmente or-
ganizados, que no pueden disponer de ninguno de estos principios fe-
derativos. Se puede soñar en el caso extremo de los grupos muy domi-
nados o estigmatizados (vagabundos y prostitutas), en el conjunto de
las situaciones en las que se desecha lo comunitario sin que se hayan
cristalizado aún las estructuras asociativas voluntarias. El juego de las
dos variables da una tipología a tales situaciones.

LA TIPOLOGÍA DE OBERSCHALL

Vínculos dentro del grupo


Vínculos con los grupos Modelo Poca Modelo
superiores y los poderes comunitario organización asociativo
Integrado A B C
Segmentado D E F

Estructura social y movimientos sociales

El modelo desemboca en un instrumento de lectura de las formas


y potenciales de los movimientos sociales. En la primera línea horizon-
tal, la existencia de conexiones en los grupos superiores y los poderes
garantiza una forma de relevo de las reivindicaciones, sea porque el
grupo dispone de portavoces “naturales”, en el caso A (el jefe de la al-
dea, el pueblo, o un miembro de la nobleza en la Inglaterra del siglo
XVII), sea porque las organizaciones existentes (sindicatos y cámaras
de comercio) dan un potencial de movilización (aunque también de
bloqueo si no cambian el descontento) en el caso C. El caso B, marca-
do por la debilidad de los vínculos internos del grupo, la lucha indivi-
dual por la promoción, hace posible la elección del clientelismo y has-
Sociología de los movimientos sociales 77

ta del bandolerismo al servicio de un patrón (los modelos mafiosos de


las sociedades rurales del sur de Italia). En la línea horizontal inferior,
la ausencia de relevos institucionalizados exige movilizaciones más
fuertes para hacerse oír por las autoridades. En el caso D, la dimensión
comunitaria hace posible movilizaciones rápidas y enérgicas cuando el
grupo se siente amenazado. Oberschall cita aquí el movimiento Mau-
Mau en la Kenya colonizada. El caso E presenta las situaciones más ex-
plosivas. La débil integración grupal unida a su débil organización acu-
mulan obstáculos durante la movilización. Cuando advienen, a menu-
do son breves y violentas y débilmente organizadas por falta de dirigen-
tes: las revueltas frumentarias del siglo XVIII y las insurrecciones en los
guetos estadounidenses, durante los años ‘60. También se sugerirá que
estas situaciones son las que ofrecen un espacio a empresarios de la
protesta externos al grupo. El modelo F se parece al anterior, pero las
formas de los movimientos sociales varían mucho (los movimientos de
liberación nacional milenaristas) según el grado de cristalización de las
redes asociativas y el surgimiento de dirigentes y organizaciones aptos
para formular programas.
La enseñanza más clara de estos análisis de Oberschall consiste
claramente en subrayar el peso de los datos referentes a la estructura-
ción social y a las redes de solidaridad y con ello ayuda a explicitar la no-
ción de movilización de los recursos. El peso de un grupo en un movi-
miento social depende de un capital de medios, de “recursos”. Estos pue-
den provenir preferentemente de “la masa”, del grupo (número, poder
económico, intensidad de los vínculos objetivos), de la fuerza de su sen-
timiento de identidad (aquí se encuentra la cuestión de conciencia de
constituir un “nosotros”, una “clase por sí misma”). Los recursos pue-
den, incluso, designar una capacidad de acción estratégica (poder de
perjuicio grupal, capacidad para producir un discurso de legitimación
que tener acogida social y perspicacia táctica de los dirigentes). Final-
mente, los recursos se refieren a la intensidad y la variedad de las cone-
xiones existentes en los centros sociales de decisión.
A decir verdad, es vano querer cerrar la infinita lista de los recur-
sos que sólo existen relacionalmente en un contexto concreto de inter-
dependencias. Su cotización varía según las configuraciones de conflic-
to. Para un Estado mayor sindical, la habilidad para relacionarse con los
medios de comunicación es secundaria en 1950 y estratégica en el 2000.
Los recursos sólo son un potencial que hay que activar y movilizar (mi-
litarmente) cuando se busca una acción estratégica en torno a las orga-
78 La movilización de los recursos

nizaciones o de los dirigentes. Oberschall subraya en qué medida éstos


últimos, a menudo, manifiestan propiedades sociales atípicas para su
medio, particularmente en términos de nivel de instrucción. La dimen-
sión dinámica de las movilizaciones también tiene por efecto crear au-
ténticas carreras de dirigencia, por profesionalización y fascinación ha-
cia las satisfacciones que proporciona el poder. Pero también, de una
forma más limitada: cuando los compromisos militantes son una de las
únicas promociones abiertas a los dominados cuando el militantismo
obliga a franquear puntos sin vuelta atrás al prohibir el acceso a ciertas
profesiones y también al afirmar una identidad de portavoz que no
puede abandonarse sin tener que renegar de toda una existencia.

El aporte de una sociología histórica

Tilly [1976] presenta la obra más acabada de la primera genera-


ción de los trabajos de la “movilización de los recursos”. Los grandes
marcos analíticos que despliega no rompen fundamentalmente con el
modelo de Oberschall. De una manera ya clásica, Tilly analiza las con-
diciones sociales de la movilización. ¿Qué conciencia de sus intereses
tiene un grupo? ¿Qué formas de solidaridad le hacen mantenerse? ¿Qué
estrategias despliega? ¿Cómo puede favorecer o inhibir la protesta el
contexto macrosocial? Pero, si la mayoría de las preguntas son clásicas,
hay varias respuestas innovadoras porque afinan la reflexión sobre la
sociabilidad, las estrategias y la política y toman en cuenta su larga du-
ración.

La variable “organización”: de la logística a la sociabilidad

En la obra de Tilly, la primera ruptura tiene que ver con la noción


de organización. ¿Qué significa el hecho de que una causa o un grupo
esté “organizado”? McCarthy y Zald proponen ante todo una concep-
ción que podríamos llamar logística. “Estar organizado” se refiere a dis-
poner de empresarios de la protesta, de una estructura (una asociación,
un sindicato, etc.) que agrupa recursos y define objetivos y estrategias.
El enfoque de Oberschall combinaba una consideración de los víncu-
los internos en el grupo. Tilly coloca la sociabilidad en el corazón de la
definición del grupo organizado. Hay dos variables para definir una or-
ganización. La netness (término del original inglés que viene de net,
una red de intercomunicación) se refiere a la red de las sociabilidades
Sociología de los movimientos sociales 79

voluntarias. Los agentes sociales son los arquitectos de estas formas de


sociabilidad que funcionan en base a una lógica electiva. La masa de un
estadio encarna el grado cero de anulabilidad y la asociación en una
forma elevada, por voluntaria. Tanto más elevada cuando esta coope-
ración voluntaria imprime su marca a facetas importantes de la vida
cotidiana. La catness (término formado a partir de category) designa,
por contraste, las identidades categoriales a las que se asigna a las perso-
nas por medio de las propiedades objetivas. Ser mujer, ser negro o ser
ecuatoriano son categorías no elegidas. Esta observación vale amplia-
mente para las situaciones profesionales. Una identidad obrera o la ca-
tegoría de politécnico no se modifican tan fácilmente como la perte-
nencia a un club de enología. Estos dos campos de la sociabilidad se
combinan en el término catnet (catness + netness). Esta será muy fuer-
te si las dos variables convergen allí donde, dentro del partido socialde-
mócrata alemán (SPD) de Kautsky o del partido comunista francés
(PCF) de Thorez, por ejemplo, una fuerte identidad obrera se asocia
con la sociabilidad voluntaria de los sindicatos, las asociaciones y los
clubes de jóvenes. La catnet puede ser débil cuando la sociabilidad ama-
ble, asociativa y lúdica se disocia ampliamente del universo del grupo
categorial. La hipótesis general de Tilly consiste en sugerir que un gru-
po está mejor “organizado” para defender lo que percibe como sus in-
tereses cuanto más se caracteriza por una fuerte catnet.

El declive de un sistema de catnet

La evolución del mundo de los maestros de primaria franceses ofre-


cen un terreno pertinente para hacer funcionar las hipótesis de Tilly. El mo-
delo de “los húsares negros de la República” deja ver un alto índice de cat-
net (Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, Gallimard, 1973). Estos
maestros interiorizan una fuerte identidad pofesional al socializarse en es-
cuelas normales cuyo funcionamiento conlleva parecidos con las “institu-
ciones totales” (el internado, la disciplina y la referencia a una misión). De-
sarrollan también una intensa sociabilidad voluntaria (netness) centrada
en el grupo profesional. La importancia de los matrimonios entre miem-
bros de esta profesión, el desarrollo de cooperativas y de asociaciones de
mutualidad y la inversión en las asociaciones culturales, agrupaciones lai-
cas y organizaciones de jóvenes, nos dan un ejemplo de ello, de igual mo-
do que la considerable presencia dentro de la SFIO del Partido Socialista
Francés. Este fuerte catnet se manifiesta en el alto índice de sindicalización
80 La movilización de los recursos

dentro del sindicato nacional de los maestros de escuela y una gran fuer-
za de movilización.
La crisis del sindicalismo de estos maestros alcanza su apogeo en los
años ‘80, y puede interpretarse, en parte, como el contragolpe de una ero-
sión del catnet. El funcionamiento de las escuelas normales (que pierden
el monopolio del reclutamiento) tiende a aproximarse al de los segmentos
ordinarios del mundo universitario. La devaluación del estatus del maestro
de escuela produce un debilitamiento de la identidad profesional, que se
acentúa en la entrada a las escuelas normales de estudiantes que ingresan
en ellas por una opción negativa (imposibilidad de acceder a su verdadera
opción) antes del fin del primer ciclo y, posteriormente, de los titulares del
segundo y el tercer ciclo, que encuentran allí un concurso-refugio. La am-
pliación de la gama de reclutamiento social y el crecimiento del porcenta-
je de maestras de escuela casadas con extraños del mundo de la enseñan-
za o del sector público igualmente reducirán el catnet. Todos estos facto-
res contribuyen a la baja de la sindicalización, a que se presenten relacio-
nes con un aspecto más consumista en las asociaciones de este medio, y
al surgimiento de modos inéditos de movilización como son las coordina-
ciones; también, van contra el SNI, que simboliza el estado anterior de ese
medio.
FUENTE: GEAY [1991]

Estrategias

Otro aporte importante de Tilly tiene que ver con las aclaraciones
que proporciona acerca de la dinámica de los enfrentamientos dentro
de los movimientos sociales. A continuación nos detenemos en tres de
dichos aportes.
Tilly subraya, en primer lugar, el hecho de que la forma en la cual
los agentes sociales determinan una estrategia no es el efecto de una
disposición hereditaria al cálculo racional. El autor reconstruye la gé-
nesis de estas actitudes a través de los progresos de las lógicas del mer-
cado, de la burocracia y del contrato y sus efectos sobre las culturas y
las mentalidades; y ésto ayuda a comprender cómo pudieron evolucio-
nar concretamente disposiciones que pueden identificarse con las del
Homo œconomicus. Tilly también recalca que los agentes en moviliza-
ción no se sujetan nunca a un solo tipo de racionalidad. El modelo ol-
soniano de los agentes que no tienen la intención de gastar más recur-
sos de las ganancias que esperan es para ese autor un simple caso sim-
bólico. De hecho, hay una gama de estrategias provenientes de los mo-
delos culturales que pesan en lo que los jugadores de una movilización
Sociología de los movimientos sociales 81

aceptan apostar, y de la naturaleza de los bienes colectivos que desean.


Algunos bienes, como la independencia nacional y el reconocimiento
de la dignidad pueden suscitar comportamientos de fanáticos (en in-
glés, zealots) dispuestos a soportar costos de acción colectiva aparente-
mente prohibidos respecto de una evaluación material del bien que se
pretende.
Los modelos teóricos desarrollados insisten también fuertemente
en la consideración del particularismo de cada movilización. No existe
un “movimiento social” abstracto, sino manifestaciones campesinas
con fecha y huelgas de agentes fiscales. Una misma intensidad de mo-
vilización origina efectos distintos en un periodo preelectoral. Los po-
deres públicos “aceptan” desigualmente a los grupos y formas de ac-
ción. Las violencias de los campesinos o comerciantes se reprimen me-
nos que las de los estudiantes; es menos fácil actuar contra la opinión
de las enfermeras que contra la de jóvenes inmigrantes desempleados.
La dimensión de las representaciones y percepciones constituye tam-
bién un elemento fuerte (y no económico) de las estrategias.
Finalmente, Tilly insiste en el componente político de los movi-
mientos sociales. Insiste en la división fundamental entre grupos de
participantes que disponen de un acceso de rutina a los centros de de-
cisión política; y los challengers (sic), cercanos a los “segmentados” de
Oberschall. Pero aquí se presenta además un elemento dinamizador:
Tilly subraya que en la sociedad organizada políticamente, la polity
nunca se estanca. Los challengers pueden agruparse y construir alianzas
con los participantes en posición de inferioridad, y acceder así a los cen-
tros de decisión. Así lo ilustra el reconocimiento tardío por parte de un
gobierno socialista francés de la representatividad de la Confederación
campesina, fruto de las movilizaciones y los resultados electorales del
movimiento y de la preocupación de la izquierda por liberarse del en-
frentamiento con el bloque sindical conservador de la FNSEA-CNJA.

La dimensión de la larga duración

El historiador Tilly reintegra finalmente la larga duración en el


análisis de los movimientos sociales. El partido que toma por las com-
paraciones sistemáticas repartidas durante varios siglos [1986] le per-
mite comprender las evoluciones lentas y las rupturas que oculta la
atención única al presente. La presentación de la noción de repertorio
ya permitió una comprensión de este aspecto. Si bien los repertorios
82 La movilización de los recursos

cambian según los siglos, una observación parecida sirve para la natu-
raleza misma de las interacciones conflictivas, lo que Tilly llama sus re-
gistros. Hasta comienzos del siglo XVII domina el registro competitivo.
Se trata de reivindicar o de defender recursos en competencia con
otros, dentro de la comunidad o respecto de una comunidad vecina
(una aldea o pueblo). En esta “economía moral”, la comunidad consi-
dera que tiene derechos sobre su producción y su riqueza. Un ejemplo
de esto es la gritería que ocasionan a menudo los jóvenes que van a
echar pullas o a multar a un viudo o un habitante del pueblo vecino
que contrae matrimonio con una joven de la aldea, con lo cual se que-
da con un posible “partido” de la joven generación local [Thompson,
1993]. El siglo XVII, con el progreso de la centralización estatal y el si-
glo XVIII, con las primicias de la Revolución Industrial, desplazarán el
registro dominante de los movimientos sociales hacia lo reactivo. Esta
vez, se trata de una lucha defensiva contra la intrusión de fuerzas socia-
les más lejanas y externas a la comunidad: agentes estatales, grandes
propietarios y negociantes. Podemos integrar a este registro las resis-
tencias a la conscripción y las luchas contra el nuevo cuestionamiento
de los derechos de pastizales en las tierras comunales y el rechazo al
hecho de que las cosechas locales (granos) se destinen a los mercados
urbanos.
El siglo XIX ve surgir finalmente al registro proactivo que luego se
impondrá. Esta vez se trata de reclamar derechos que jamás habían
existido ni habían sido reconocidos. El movimiento obrero y la con-
quista de los derechos sociales son un ejemplo de ello. Este último re-
gistro puede explicarse, en parte, por la fuerza que adquiere una clase
obrera espacialmente concentrada, por las facilidades de coordinación
que aportan los medios de comunicación masiva y por el papel de las
elecciones como espacio y escuela de elaboración de programas reivin-
dicativos.

¿Puede considerarse la caza furtiva


como un movimiento social?
El Parlamento británico vota en 1723 una ley extraordinariamente re-
presiva contra la caza furtiva en los bosques, la llamada Black Act. Su tex-
to obedece a la importancia de las prácticas de la caza furtiva que a veces
responde a la acción de bandas organizadas. Pero el análisis de los archi-
vos penales muestra que los delitos de esta clase no los hacen los grupos
Sociología de los movimientos sociales 83

más pobres, sino también artesanos y campesinos propietarios de tierras


con la complicidad de gente próspera del campo, y hasta miembros de la
nobleza. Por su misma amplitud, la caza furtiva y los robos de madera ma-
nifiestan en realidad la existencia de una movilización de tipo reactivo. Se
trata de reafirmar con hechos los derechos tradicionales de la gente del
campo y de las comunidades sobre los bosques (los pastizales, el acceso y
la tala de madera), especialmente porque durante el período de las revolu-
ciones de 1648-1688 hubo un relajamiento simultáneo en el ejercicio de los
derechos señoriales. Al cercar los bosques para instalar en ellos parques
de gamos para la caza y confiscar los prados comunales para destinarlos a
la piscicultura, la aristrocracia Whig combate violentamente estos dere-
chos tradicionales. Esta secuencia ilustra, de hecho, dos deslizamientos de
este registro. Las comunidades de los pueblos se movilizan a la defensiva
de manera reactiva. Pero la aristrocracia Whig ascendente define a través
de una ley una nueva concepción de la propiedad indivisible que priva a la
gente del campo del recurso a sus tradiciones, desde hace tiempo sin va-
lor jurídico y heredadas de la “economía moral” y que hace de la ley civil
y penal un vector privilegiado de redefinición en su propio beneficio de la
noción misma de derecho. La aristrocracia desarrolla una acción proactiva,
que afirma un derecho de propiedad absoluta sin precedentes.
FUENTE: E. P. THOMPSON [1975]

La movilización de los recursos se instala entonces a fines de los


años ‘70 como el marco teórico de referencia, y permanecerá por largo
tiempo. Hay muchas razones que justifican este éxito. Es un nuevo en-
foque que permite superar las ambigüedades de la noción de frustra-
ción y de salir de lo que se pudo identificar como el “atomismo sicoló-
gico” propio del modelo de collective behaviour; integra las saludables
precauciones de Olson dentro de un enfoque de los movimientos so-
ciales que los toma en serio sociológicamente al dejar de delegar su tra-
tamiento a los sicosociólogos y economistas. Las ganancias son espe-
cialmente claras para la comprensión de la desigual capacidad de mo-
vilización de los grupos, a partir de la atención otorgada a los fenóme-
nos de estructuración social y a las sociabilidades; también son claras
en cuanto a la creciente atención que aportan los movimientos sociales
como procesos y a las variables de las interacciones estratégicas, con el
papel clave de las organizaciones. Pero el intentar un balance también
debe anotar las debilidades. Muchos textos ofrecen ambiciosas con-
strucciones teóricas. Pero ¿dónde sitúa Tilly las comprobaciones siste-
máticas de esos modelos en un terreno preciso? ¿Basta con distinguir a
los integrados de los challengers para decir que se ha considerado la di-
84 La movilización de los recursos

mensión política? ¿Es la invención de los “militantes morales” una for-


ma satisfactoria de tratar los problemas que ocasiona la contribución
de los economistas? ¿Y cómo no recalcar el poco interés que se da en
estos trabajos a las ideologías, a lo que viven las personas durante la
movilización?
CAPÍTULO V
¿HAY “NUEVOS” MOVIMIENTOS SOCIALES?

La noción “nuevos movimientos sociales” hace referencia a dos


fenómenos entrelazados. Se trata de una designación utilizada para
identificar formas y tipos originales de movilización que surgen en los
años ‘60 y ‘70. Pero el fenómeno se vuelve también teórico y suscita el
desarrollo de una serie de trabajos que se apoyan en las singularidades
de esas movilizaciones y busca renovar así el análisis de los movimien-
tos sociales y la reflexión sobre el advenimiento de una sociedad pos-
tindustrial. El trabajo sociológico sobre los nuevos movimientos socia-
les implica igualmente la particularidad de desarrollarse básicamente
en Europa, mediante las múltiples indagaciones del equipo de Tourai-
ne [1978, 1980, 1984] y los análisis de Melluci [1977] en Italia, Offe en
Alemania (en Dalton y Kuechler [1990]), Kriesi [1995, 1996] en Suiza
y Klandermans (en Dalton y Kuechler [1990]) y Koopmans [1993] en
los Países Bajos.

La textura de lo “nuevo”

La temática de los nuevos movimientos sociales (NMS) es inse-


parable de las movilizaciones contestatarias nacidas a fines de los años
‘60. En un inventario que contiene no menos de trece títulos, Melluci
identifica estas nuevas formas de movilización en el feminismo, el eco-
logismo, el consumismo y los movimientos regionalistas y estudianti-
les, en los de la contracultura joven y los movimientos anti-institucion-
ales y las luchas obreras que ponen en acción a los inmigrantes y los jó-
venes obreros. Esta lista se asemeja mucho al índice de materias de una
historia épica de los años incluidos dentro del encabezado “1968”. La
mayoría de los analistas de los NMS concuerda en identificar cuatro di-
mensiones de una ruptura con los movimientos “antiguos” simboliza-
dos por el sindicalismo y el movimiento obrero.
Las formas de organización y los repertorios de acción hacen reali-
dad una primera singularidad. Los NMS rompen con el funcionamien-
86 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

to de las estructuras sindicales y de partido y así, desafían explícitamen-


te a los fenómenos centralizadores que delegan la autoridad a lejanos
“Estados mayores” en beneficio de la asamblea general y del control de
los dirigentes. Sus estructuras son más descentralizadas y dejan una
amplia autonomía a los componentes de base. Su enfoque consiste,
además, en trabajar sobre una sola agenda (single-issue organization) y
una sola reivindicación concreta, cuya realización hace desaparecer una
organización “biodegradable”, a través de los procedimientos que
recurren al referendo de iniciativa popular, como en el caso de Suiza.
Los NMS se caracterizan así mismo por una capacidad de inventiva
para poner en funcionamiento formas de protesta poco institucionali-
zadas (sit-ins, ocupación de locales y huelgas de hambre), al añadirles
con frecuencia una dimensión lúdica y una anticipación sobre las ex-
pectativas de los medios de comunicación masivos.
Una segunda línea de fisura está en los valores y reivindicaciones
que acompañan a la movilización. Los movimientos sociales clásicos
tienen que ver sobre todo con la redistribución de la riqueza y el acce-
so a los espacios de decisión. Los NMS enfatizan la autonomía y la re-
sistencia al control social. Sus reivindicaciones a menudo no son nego-
ciables, por ser más cualitativas: una exigencia de clausura de una cen-
tral nuclear o de revocación de leyes contra los homosexuales es menos
comprometedora que una reivindicación salarial. Estas reivindicacio-
nes conllevan una fuerte dimensión expresiva, de afirmación de estilos
de vida o de identidades, tal como lo sugiere un término como gay pri-
de (orgullo gay u homosexual). Melluci subraya al respecto el lugar que
toma la corporalidad en estas movilizaciones (lucha femenina, mino-
rías sexuales y salud pública). Y distingue esta valoración del cuerpo,
del deseo, y de la naturaleza de la reivindicación de relaciones que es-
capan a la racionalidad calculadora y cuantitativa del capitalismo mo-
derno.
La relación con lo político contiene indirectamente una tercera di-
ferencia. En los movimientos sociales del periodo 1930-1960 funciona
regularmente un binomio sindicato-partido. La conquista del poder es-
tatal y el acceso a lo que Tilly llama polity constituyen un reto esencial.
La valoración de la autonomía modifica radicalmente los objetivos. Se
trata, en menor grado, de desafiar al Estado o de apoderarse de él que
de construir espacios de autonomía en su contra y de reafirmar la in-
dependencia de formas de sociabilidad privadas contra su empresa.
Sociología de los movimientos sociales 87

La novedad de estos movimientos sociales se vincularía finalmen-


te a la identidad de sus actores. Los movimientos de la sociedad indus-
trial se ven a sí mismos como identidades de clase. ¿No se hablaba de
un movimiento obrero, un Frente popular o un sindicato campesino?
Las nuevas movilizaciones ya no se autodefinen como una expresión de
clases o de categorías socioprofesionales. Definirse como musulmán,
hispanófono, homosexual o antillano, o pertenecer a los “Amigos de la
Tierra” se refiere en todos los casos a otros principios de identidad. Pe-
ro Touraine invita a permanecer atento a las nuevas formas del conflic-
to de clase. Las representaciones de los agentes en movilización son im-
portantes. El peso constante de las clases medias asalariadas con mu-
chos diplomas en los NMS y la persistencia de fisuras sociales tradicio-
nales dentro de formas inéditas de movilización son también hechos
que no quieren desaparecer.

El análisis de Alain Touraine

Touraine se distingue de la corriente de “movilización de los recur-


sos”, él critica la visión de los movimientos sociales como simples sopor-
tes de reivindicaciones materiales por considerarla “pobre y superficial”.
Esta visión reduce las movilizaciones sólo a grupos de presión y desprecia
sus contenidos ideológicos y las dimensiones de solidaridad y hostilidad
con el adversario. Pero la definición del movimiento social de Touraine es
así mismo muy particular dentro del enfoque NMS. Para él, hay en cada so-
ciedad un único movimiento social situado en el corazón de las contradic-
ciones sociales y que encarna no una simple movilización, sino un proyec-
to de cambio social y de “dirección de la historicidad, es decir, de los mo-
delos de conducta a partir de los cuales una sociedad crea sus prácticas”.
Para alcanzar este estatus de movimiento social, una movilización debe ser
capaz, al mismo tiempo, de definir claramente a un adversario social y de
darse una identidad en la forma de un proyecto que contenga la visión de
otra organización social y no de una simple reivindicación puntual. El tra-
bajo de Touraine y sus colegas (F. Dubet, M. Wieviorka) sobre las moviliza-
ciones estudiantiles, regionalistas y antinucleares adquiere así la connota-
ción de una búsqueda del movimiento social capaz de tomar el relevo del
movimiento obrero. “En este contexto histórico, ahora se comprende me-
jor el objetivo central de nuestra investigación: descubrir el movimiento
social que en la sociedad programada ocupará el lugar central que tuvo el
movimiento obrero en la sociedad industrial y el movimiento por las liber-
tades civiles en la sociedad mercantil”, [1978, p. 40]. Pero esta búsqueda
también es un trabajo de duelo constante. Hasta las potencialidades que se
consideran fuertes en el movimiento antinuclear (1980) se hunden en los
88 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

desafíos locales, en la tentación de repliegue comunitario, en la impoten-


cia para producir un marco teórico que identifique claramente sus valores
y la designación de un adversario (¿el átomo, el gobierno de derechas, el
poder tecnocrático?).
El enfoque de Touraine se identifica también con un método: el de la
intervención sociológica, que Touraine teoriza ampliamente [1978, 1980].
Los sociólogos deben entrar en contacto directo con el movimiento social
y tener interacción con sus actores. Deben obligar al grupo en movilización
a explicitar el sentido de su acción mediante un doble proceso de confron-
tación intelectual entre este grupo y sus adversarios (por ejemplo, con la
invitación a que un responsable de EDF (siglas en francés para el monopo-
lio público de la electricidad en Francia) acuda a ver a los antinucleares), y
entre el grupo y el análisis de los sociólogos sobre su acción. Este proce-
so estimula un autoanálisis por parte del grupo en movilización y provoca
el reconocimiento de nociones que, aunque no conscientes, ya tenía inte-
riorizadas, lo que a su vez, permite que los actores expliciten el sentido de
su lucha y que los sociólogos construyan su análisis.

Las luchas de la sociedad post-industrial

El reto del debate sobre los nuevos movimientos sociales no se li-


mita a identificar una renovación de las formas de la movilización. Lo
que está en juego es todo un diagnóstico de cambio social, el posible
paso a un nuevo “registro” (según el término de Tilly) posmaterialista
de la acción colectiva.

La “revolución silenciosa” del postmaterialismo

Los trabajos del estadounidense Ronald Inglehart [1977] aportan


un importante segundo plano al análisis de los NMS. Su tesis central
subraya que en las sociedades occidentales la satisfacción de las necesi-
dades materiales básicas se desplaza hacia demandas por reivindicacio-
nes más cualitativas de participación, preservación de la autonomía,
calidad de vida y control de los procesos de trabajo. Inglehart también
asocia este deslizamiento “postmaterialista” de las expectativas a la va-
loración de las cuestiones de identidad y de la búsqueda de una autoes-
tima. Subraya, igualmente, los efectos del proceso de escolarización co-
mo un elemento explicativo de una menor disposición de las nuevas
generaciones hacia las prácticas de delegación y de sumisión a un or-
den organizativo fuertemente jerárquico. Estos datos, en realidad, son
Sociología de los movimientos sociales 89

parte de un conjunto de trabajos sociológicos más antiguos cuya hipó-


tesis central gira alrededor de una forma de superación del modelo de
la sociedad industrial y de sus conflictos. Daniel Bell lo había califica-
do con la idea de una sociedad “postindustrial”; Inglehart identifica un
llamado “postmaterialismo”, y también se esfuerza en aportar elemen-
tos de objetivación de esta tendencia mediante la aplicación de encues-
tas y la construcción de indicadores. Al comparar los sistemas de acti-
tudes y de jerarquías de valor en seis países de Europa occidental, pone
en evidencia la constante subida de un universo de valores “postmate-
rialistas”, apenas perceptibles en las generaciones antiguas, pero ya do-
minantes en las primeras generaciones de los baby-boomers. Y al ocu-
parse de los Verdes alemanes (en Dalton y Kuechler [1990]), se suma a
los análisis de los teóricos de los NMS para ver una movilización carac-
terística de las nuevas tendencias culturales, tanto en las reivindicacio-
nes del movimiento como en su organización (que se pensó como oli-
gárquica), lo cual es el signo de ingreso en una era nueva social.
Hacia un nuevo orden social
Toda la originalidad y hasta lo bien fundado de la literatura de los
nuevos movimientos sociales entran en juego aquí. Para los autores de
esta corriente, lo que interesa no sólo es la manifestación de una reno-
vación de los movimientos sociales, sino que esto sirve como revelador
de un “después” del movimiento obrero, de la sociedad industrial y de
las luchas centradas en la fábrica. Los teóricos de los NMS expresan una
fuerte ambición teórica: la de partir del análisis de las movilizaciones
para comprender la naturaleza misma de las sociedades contemporá-
neas. Y recalcarán en qué medida la función de la técnica marca al ca-
pitalismo contemporáneo, y la importancia de las competencias de ges-
tión que se conjugan para provocar un poder tecnocrático.
En este sistema cada vez más mundializado y complejo y también
capaz de centralizar datos e informaciones de todo tipo las posibilida-
des de dominio y control del desarrollo social y de la “historicidad” au-
mentan y deben utilizarse imperativamente para evitar los efectos per-
versos y los resbalones en el desarrollo. La “sociedad programada” que
Touraine evoca también se emparenta con la “sociedad del riesgo”, con-
cepto más desarrollado en los años ‘90. El lugar que ocupa la dimen-
sión administrativa, la recolección de la información y el conocimien-
to de los comportamientos sociales también conlleva una dimensión
90 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

informativa y comunicativa en el corazón del nuevo orden social. Me-


lluci utiliza la imagen de las expropiaciones a los campesinos durante
la Revolución Industrial para proponer la metáfora de una segunda ex-
propiación (cultural y simbólica) por parte del capitalismo moderno.
Hay dos ejemplos para explicitar esta imagen. El muy reciente de-
sarrollo del mercado de los cosméticos masculinos sólo ha podido ocu-
rrir mediante un trabajo simbólico (vía la publicidad y el discurso mé-
dico en particular) que redefinirá la relación del sexo masculino con el
envejecimiento y reelaborará así la misma identidad masculina; con es-
to también se devaluarán las anteriores representaciones de virilidad si-
tuadas dentro de la sociedad. Si las políticas de prevención del riesgo
(por tabaco, alcohol, consumo de grasas, enfermedades sexualmente
transmisibles y cánceres) parten de un conocimiento académico de los
comportamientos, también pueden producir consecuentes denuncias o
estigmatización de los estilos de vida “de riesgo”, “arcaicos” y, por exten-
sión, desestabilizar ciertos estatus de identidad. El funcionamiento pa-
ralelo de las políticas públicas y de los imperativos de creación de nue-
vos mercados adjudica desde hace tiempo un lugar central a las activi-
dades de tratamiento de la información y de manejo de símbolos en la
labor de los poderes sociales. Ya que estas intervenciones afectan las
imágenes sociales y los estilos de vida de grupos enteros, la sociedad
“programada” o “de información” actúa sobre elementos constitutivos
de la identidad. Este hecho explica así mismo por qué surge como un re-
to político la cuestión de la identidad, de un modo tanto reactivo como
proactivo. Los análisis relativos a los nuevos movimientos sociales hacen
inteligible esta dimensión de una parte importante de las movilizacio-
nes contemporáneas.

Un balance por comparación

Una teoría sobre las prósperas décadas de la pre-crisis

La sociología de los NMS se zambulló con pasión en el análisis de


las nuevas formas de movilización que acompañaron al apogeo de los
prósperos años de la postguerra. Pero no hay seguridad para afirmar
que este corpus investigativo haya aportado una caja de herramientas
muy fecunda. La literatura sobre los NMS pierde fuerza pronto, en par-
te porque al elaborarse era prisionera de ese presente.
Sociología de los movimientos sociales 91

Un primer defecto consiste en la fascinación por el objeto y una


impaciencia por teorizar lo inmediato, que a veces acaba en una cele-
bración cómplice de la novedad. Sin embargo, se encuentran fácilmen-
te muchas características asociadas a lo “nuevo” en diversas secuencias
de movilizaciones “antiguas”. ¿No era cualitativa la reivindicación de la
jornada de trabajo de ocho horas por parte del movimiento obrero a
comienzos de este siglo? ¿No encarnaban las ocupaciones de fábricas y
las marchas de los desempleados que marcaron los años ‘30 algunas in-
novaciones tácticas comparables a las de las “nuevas” movilizaciones
recientes? ¿No era eminentemente cualitativa la reivindicación de la
igualdad de derechos que estructuró durante los años ‘50 y ‘60 el “vie-
jo” movimiento negro por los derechos civiles? En cambio, se puede
observar que una parte de los “nuevos” movimientos que habían pro-
vocado trabajos de teorización sufrieron procesos de institucionaliza-
ción avanzados (por ejemplo, el ecologismo en Alemania o en Francia).
Sin postular una suerte de “historia natural” de los movimientos socia-
les que los enfriaría inmediatamente hacia la categoría de grupo de pre-
sión, trabajos como los de Tarrow [1989] sobre el “vil” mayo italiano de
1967 a 1973, o de Klandermans ([1990] en Dalton y Kuechler) sobre el
pacifismo en los Países Bajos, demuestran que los líderes de los “nue-
vos” movimientos pueden ser ex dirigentes de organizaciones “anti-
guas” y que las coyunturas de dislocación organizativa a menudo acer-
can de forma sorprendente las estructuras y los actores de lo antiguo y
lo nuevo. En pocas palabras, pensar lo nuevo como algo legible en tér-
minos de un momento dentro de una trayectoria de institucionaliza-
ción puede evitar el anuncio de novedades engañosas, si se comparan
los movimientos sociales de hace un siglo (los sindicalismos y el movi-
miento obrero) con las incipientes movilizaciones.
Un segundo defecto del análisis de los NMS tiene que ver con la
posible sobreestimación de la importancia y durabilidad de ciertas for-
mas de movilización. A veces sería cruel preguntar “¿en qué se convir-
tió lo nuevo?”. ¿Dónde fueron a parar en Francia los movimientos fe-
ministas y regionalistas? ¿Y qué hay de las movilizaciones anti-institu-
cionales sobre las prisiones o los hospitales psiquiátricos? El peso de los
años de crisis y el desempleo también contribuyeron a volver a dar
fuerza a las reivindicaciones “materialistas”. Al final de una considera-
ble indagación sobre la actividad de las manifestaciones en Francia en
los años 80, Fillieule [1996] pudo establecer irrefutablemente que las
92 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

movilizaciones con objetivos “materialistas” (salarios, empleos, lo so-


cial) siguen siendo el componente dominante de las manifestaciones.

La doble dinámica
de las movilizaciones modernizadoras

Melluci [1990] pudo evocar la ambigüedad modernizadora de los


NMS. Estos deben una parte de su éxito inicial y de su reabsorción a veces
rápida a dos factores inseparables. Primero, a menudo se enfrentan a los
segmentos más arcaicos de las instituciones políticas o sociales (los hos-
pitales psiquiátricos, las prisiones, la institución judicial y las legislaciones
relativas a la sexualidad y al aborto). Estas movilizaciones encontraron en
el mismo corazón del Estado y de las élites modernizadoras, las simpatías
que contribuyeron a los cambios. En otro plan, el énfasis que ponen los
NMS en la cuestión de las identidades y el rechazo de la normalización en
materia de relación con el cuerpo, la naturaleza y el trabajo igualmente pu-
dieron acabar por crear “mercados” por cuya intermediación el consumo
de bienes y servicios adecuados pudo aparecer como una forma de susti-
tuir agradablemente las movilizaciones. Esta hipótesis puede ilustrarse con
el uso masivo del argumento “verde” en la publicidad y con la aparición
de marcas que proponen al consumidor productos alimenticios cultivados
“tradicionalmente” y mejor pagados, cuyo consumo (por ejemplo, de una
marca de café) se vuelve a la vez económico y antii-imperialista. Aquí ha-
bría que añadir la explosión de la oferta de las prestaciones en materia de
terapia psíquica o sexual y el desarrollo en Londres o en París de calles
gays, con sus almacenes y cafés.

Los límites de las teorías de los NMS también se refieren a las


complejas relaciones que los investigadores tejen con su objeto. Ant-
hony Giddens pudo describir las ciencias sociales como el objeto de
una “doble hermenéutica” donde los investigadores se apropian de los
discursos de los actores para interpretarlos, mientras que los actores se
apropian de los trabajos académicos para comprender y/o legitimar al-
go. El enfoque de la intervención sociológica de Touraine propone una
suerte de diagnóstico crítico en caliente del sentido de la movilización
y hace una opción estimulante y peligrosa al respecto. Aunque favore-
ce un conocimiento íntimo del terreno, la relación que se establece en-
tre investigadores y militantes lleva al extremo esta dinámica circular y
vuelve las fronteras entre el discurso de los actores y los análisis socio-
lógicos tanto más porosas cuanto que los grupos movilizados también
Sociología de los movimientos sociales 93

se caracterizaban por su fuerte capital cultural y una capacidad de alis-


tar el discurso sociológico. La circularidad de los discursos resultante
puede ser ambigua [Ollitrault, 1996], y esta ambigüedad se acentúa por
los aspectos normativos que implica la búsqueda del “verdadero” mo-
vimiento social.

Los dividendos de la innovación

Las lagunas de las tesis sobre los nuevos movimientos sociales no


deben causar desprecio hacia la importancia de esta corriente en los re-
cientes progresos del análisis científico. Estos trabajos han tenido el
mérito de ampliar el enfoque y de contribuir a conectar el estudio de
las movilizaciones y la reflexión sobre los grandes cambios sociales re-
lacionados con el peso de la técnica, del saber y de la comunicación. La
destreza de los seguidores de Touraine en cuanto a las encuestas de
campo se plasmó en ricos análisis sobre la crisis de identidades sociales
populares y sus efectos sobre los potenciales de movilización [Dubet,
1987; Dubet y Lapeyronnie, 1992].
Más aún, el tardío encuentro de esta corriente con la de la movi-
lización de los recursos permitirá conjugar el riesgo de una “ronro-
neante” ortodoxia que ponía en peligro la investigación a mediados de
los años ‘80. La conjunción entre las interrogaciones críticas de ciertos
partidarios de la movilización de los recursos en los Estados Unidos y
las problemáticas europeas desembocará en tres series de cuestiona-
mientos que aún hoy son los motores de la investigación [Laraña, John-
son y Gusfield, 1994].
Un primer movimiento crítico tiene que ver con el objetivismo fre-
cuente de los enfoques relacionados con la “movilización de recursos”.
Todo ocurre como si los progresos cognoscitivos respecto de las condi-
ciones estructurales de desarrollo y de éxito de los movimientos socia-
les fueran el precio de una marginación de sus protagonistas, prisione-
ros de los mecanismos “objetivos” a los que el análisis pone en eviden-
cia. Melluci [1990] habla de “acciones sin actores”, McAdam [1982] con-
sidera que algunas versiones del modelo no son más que un “manual pa-
ra un organizador de campañas de fondos”. Cualquier experiencia vivi-
da por los agentes que se movilizan, sus emociones y sus motivaciones
funcionan como una gran caja negra que el analista se niega a abrir.
El peso constante del legado economicista olsoniano concluye, en
segundo lugar, en una forma de estrategismo, que reduce la relación con
94 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

la acción de los individuos a movilización con cálculos de rentabilidad


y tácticas de batalla. Esta dimensión estratégica está realmente presen-
te; pero sería imprudente pensar que agota las significaciones que los
participantes invierten en la lucha. De estas primeras críticas se des-
prenden dos campos de investigación. La reflexión sobre los NMS re-
habilita un análisis de las dimensiones culturales e ideológicas de la mo-
vilización, y también de su contexto político. La atención dada a las ma-
quinarias organizativas y a los recursos disponibles a veces hizo olvidar
lo que constituye una de las condiciones de la movilización y de su
comprensión: el papel de las creencias, del sentimiento de la injusticia
y de la convicción de la buena fundamentación de la protesta. Craig
Calhoun [1995] lo subraya a propósito de los estudiantes chinos de la
“Primavera de Pekín”: las estructuras sociales y los marcos culturales
son inseparables. La herencia de los repertorios de la protesta propios
de una cultura, la visibilidad de los temas en debate por parte de los
medios de comunicación masiva y la producción cultural y la fuerza de
los sentimientos de incertidumbre sobre la identidad, son las variables
necesarias para comprender la “liberación cognitiva” que hace posible
la expresión pública de reivindicaciones en la China de 1989.
CAPÍTULO VI
EL MILITANTISMO Y LA CONSTRUCCIÓN
DE LA IDENTIDAD

El riesgo de los cuestionamientos que el enfoque de los NMS sus-


cita, consiste en reducirse a uno de esos procesos que acercan la socio-
logía a la alta costura: la sucesión de las modas. El juego consiste en rei-
vindicar así la invención de un “paradigma” que supere a los anteriores
y, generalmente, va junto a una costosa amnesia de las experiencias y
conocimientos adquiridos anteriormente. No han dejado de aparecer
nuevas etiquetas teóricas: el “paradigma de identidad” [Cohen, 1985] y
el “modelo del proceso político” [McAdam, 1982]. Pero la dinámica de
la investigación contemporánea sigue siendo coherente con una opción
por la globalización y la ampliación de las problemáticas. Hay tres pro-
cesos híbridos que se cuelan en este zócalo de las experiencias de la
“movilización de los recursos”. El primero volvió a concentrar la aten-
ción en las vivencias de los actores que habían manifestado la coyuntu-
ra collective behaviour (Gusfield, en Laraña e. a. [1994]). El segundo to-
ma prestadas de los NMS las problemáticas de la identidad, la sensibi-
lidad hacia los contenidos del cambio social y la búsqueda del sentido
y de un nuevo orden de vida. Finalmente, la atención prestada a la di-
mensión política y al papel de los medios de comunicación masiva y las
representaciones de los movimientos sociales en el espacio público de-
pende de las referencias a las problemáticas “constructivistas”.
Los tres capítulos siguientes permitirán seguir la progresión hacia
esta problemática global: el análisis del militantismo, el del papel de las
ideologías y la consideración del sistema político.
El casting de los movimientos sociales en su versión de “moviliza-
ción de los recursos” requería de pocos personajes. En el centro de la
escena estaba el empresario de la protesta, estratega y organizador. Más
96 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

atrás, la tropa de los constituyentes (miembros activos), personajes bas-


tante visibles a pesar de su diversidad, pues su propensión a movilizar-
se o no parece desprenderse mecánicamente de las estructuras sociales
a las que pertenecen, y su densidad sicológica se reduce en general a las
variaciones de una tendencia común al cálculo racional de los rendi-
mientos de la acción. Y finalmente, en la parte superior de la escena, el
deus ex machina del militante moral, que el escenificador hace descen-
der en el momento patético para deshacer la paradoja de Olson y au-
mentar la rentabilidad de la participación. El desarrollo de trabajos em-
píricos y de una etnografía de campo sobre los compromisos militan-
tes permitirá aportar mayor riqueza y realidad a este cuadro. Así
mismo, mostrará la dimensión del sentido en el compromiso y la for-
ma en la cual éste también se traduce en la constitución de una identi-
dad inseparablemente personal y colectiva. Este desplazamiento de vi-
sión concluirá en una superación definitiva de los modelos reduccio-
nistas heredados del análisis económico.

Un enfoque sociológico del militantismo

La atención de la sociología política hacia el militantismo se limi-


tó durante mucho tiempo a dos campos. Privilegió su compromiso con
los partidos políticos y, sobre todo, se concentró en objetivar ciertos de-
terminantes del militantismo como el estatus social y la socialización
familiar. Correlativamente, se interesó menos en los compromisos de
tipo asociativo. Especialmente prestó especialmente poca atención a la
experiencia vivida por los militantes y a las actividades cotidianas en las
que se manifiesta su compromiso.

Determinantes y retribuciones del militantismo

Uno de los puntos débiles de los trabajos sobre “movilización de


los recursos” consistía en no trascender una visión estructural y macro-
sociológica del compromiso respecto de este tema. El modelo de la cat-
net (ver pp. 42 y 43) y la tipología de Oberschall dan cuenta de las pro-
babilidades de que surjan energías militantes. En cambio no permiten
comprender por qué algunos individuos militan mientras que otros
Sociología de los movimientos sociales 97

permanecen pasivos dentro de un grupo dado. Mc Adam [1988] en-


frentará este enigma y pondrá en evidencia tres variables al trabajar con
los historiales individuales que llenaron algunos estudiantes volunta-
rios del movimiento por los derechos civiles y encontrar una gran par-
te de los protagonistas en esta movilización. En efecto: cuanto más con-
tacto previo tiene con personas comprometidas en la acción militante,
más minimiza su situación personal con respecto a las limitaciones
profesionales y familiares y, cuanta más aprobación reciben sus proyec-
tos de compromiso por parte de quienes le profesan cercanía afectiva,
mayores son las probabilidades de verle militar.
Es lamentable que el análisis de McAdam considere poco los per-
files sociales de su población (el origen familiar y las trayectorias) para
trabajar sobre ellos, y no pueda movilizar un grupo testigo de estudian-
tes sin ningún compromiso, con lo que deja abierta la cuestión previa
de qué es lo que hace ingresar solamente a algunos estudiantes en las re-
des asociativas. Pero hay un conjunto de trabajos que vienen a fortale-
cer sus análisis sobre estos puntos básicos y a subrayar especialmente la
importancia de un parámetro sicoafectivo. El apoyo de las personas
cercanas y la inversión de los amigos en un movimiento social son po-
derosos factores explicativos para los reclutamientos. El fenómeno se
observa con fuerza en situaciones donde el control policial hace de las
sociabilidades privadas uno de los únicos soportes confiables de movi-
lización, como pasó en Alemania Oriental durante las movilizaciones
que precedieron a la caída del Muro [Opp y Gern, 1993]; e igualmente,
con el reclutamiento para los movimientos pacifistas o de las sectas re-
ligiosas estadounidenses [Snow et al., 1980].

Freedom Summer
Los determinantes
de un compromiso militante exigente

La investigación de McAdam aprovecha 959 carpetas de aplicación.


Este autor seguirá la pista de 556 voluntarios y obtendrá respuestas escri-
tas o entrevistas de 384 antiguos militantes. Su análisis incita a la distin-
ción entre los candidatos que efectivamente participaron en el movimien-
to dentro de las comunidades negras del Missisippi y los “desertores” que
tras aplicar, no acudirán a su puesto por falta de disponibilidad o por temor
98 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

a los riesgos que corrían (varios participantes fueron muertos o heridos


por organizaciones racistas desde la primera semana).
Cuantos más amigos o familiares militantes tenga alguien, mayor es
su probabilidad de aplicar y participar. Así, cuando uno de los padrinos re-
queridos para entregar la carpeta de aplicación es un participante del mo-
vimiento, el índice de deserción cae solamente en una media de 25% al
12%. Igualmente, estar inmerso en alguna red asociativa es un factor fuer-
temente predictivo. Los voluntarios de Freedom Summer generalmente ya
participaban en las asociaciones de estudiantes; y la pertenencia a las or-
ganizaciones vinculadas con los derechos cívicos y con la política era en
esta materia más predictiva que la pertenencia a organizaciones puramen-
te corporativas (fraternidades, etc). Esta fuerte inserción en las redes aso-
ciativas provoca una forma de cristalización de la identidad: 57% de los
participantes efectivos declaran espontáneamente en su aplicación una au-
todefinición de identidad (“como cristiano, ...” o “como socialista, ...”) con-
tra un 29% de los que desertan.
La “disponibilidad biográfica” es un fuerte factor de repartición por
niveles dentro de una población de candidatos con compromisos bastante
homogéneos. La participación aumenta con el hecho de ser mayor de
edad, soltero, de haber franqueado la etapa más importante y difícil de los
cursos universitarios y/o de no encontrarse comprometido profesional-
mente (o de disponer de vacaciones de verano largas); mientras que las
características inversas la frenan.
Finalmente, la variable más predecible tiene que ver con la actitud de
la gente más próxima (los amigos, los parientes). Si éstos no manifiestan
una fuerte oposición, y más aún, si expresan un deseo o simpatía hacia el
compromiso proyectado, ese apoyo se presenta como un dato estratégico
para aprehender la repartición por niveles entre los desertores y los parti-
cipantes efectivos.

FUENTES : MC ADAM [1988], MC ADAM Y PAULSEN [1993]

Una mejor comprensión del militantismo implica también pen-


sarlo para lo cotidiano y comprender el tejido de relaciones e interac-
ciones que provoca el compromiso. Daniel Gaxie [1977] será uno de los
primeros en esbozar una teoría de la práctica militante a partir de un
trabajo sobre los partidos. Gaxie parte del modelo de Olson para com-
poner una lista (que sirve para muchas formas de militantismos) de
incentivos selectivos que puede aportar un partido: puestos de respon-
sabilidades, empleos permanentes, y también adquisición de una cultu-
ra, de un capital social que pueda tener una rentabilidad profesional y
de posiciones de visibilidad por ser un experto organizador. Más allá de
Sociología de los movimientos sociales 99

estos beneficios (capaces de traducirse en equivalentes monetarios),


consta también toda una dimensión de integración social que Gaxie
subraya: la emoción compartida que puede conllevar la tensión de la
pega de carteles en periodo electoral, el calor del “puchero” tras una
reunión y el sentimiento gratificante de participar en un combate jus-
to y de pertenecer a una gran familia que da sentido a todas las facetas
de la vida social. Las páginas donde Mc Adam restituye, a partir de en-
trevistas, la experiencia de los militantes del Freedom Summer esclare-
cen este tema por su vinculación con una experiencia extrema, arries-
gada y de compromiso militante. Los antiguos participantes insisten en
la intensidad de los lazos emocionales que suscita el descubrimiento si-
multáneo de la vida de las comunidades negras y de la experiencia iné-
dita de las violencias racistas, y el nacimiento de relaciones afectivas y
a veces amorosas entre negros y blancos. Uno de los participantes com-
parará la fuerza de las emociones sentidas con el shock que produce to-
mar LSD por primera vez. La experiencia así vivida sacude las persona-
lidades y suscita una profunda modificación de los esquemas de per-
cepción de la vida, con un modo más comunitario; también sugiere la
visión de una existencia más excitante, la cual adquiere un sentido más
intenso mediante la participación en un movimiento cuyos retos supe-
ran los proyectos y el bienestar individuales [Passerini, 1988].

El efecto “sobrerregenerador”

Gaxie designa con esta metáfora la capacidad de ciertas estructu-


ras militantes para producir “igual combustible de lo que consumen en
exceso”; dicha capacidad permanece oculta a los modelos basados en la
movilización de los recursos pero se puede observar en los militantis-
mos activistas, y aporta un desmentido empírico a los análisis funda-
dos en la idea de un cálculo de las inversiones militantes, ya que la in-
tensidad de las satisfacciones y del sentimiento de participar en una
aventura llena de sentido aumenta con la aventura del compromiso y la
dedicación. Este fenómeno puede esclarecerse con otra metáfora, la del
peregrinaje que Hirschman propone [1983]. Este autor observa que pa-
ra el peregrino en busca de una aventura espiritual, los riesgos e inco-
modidades del peregrinaje no se ven como algo que disminuye el sen-
tido de su experiencia, sino que lo aumentan. Hirschman cita en este
punto a Golda Meir, y explica por qué ella fue a Palestina, en su calidad
de militante sionista, en una época en que la lucha allí era peligrosa:
100 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

«He decidido que no la llevarán a cabo solos, sin que yo esté allí (...) ha-
cía falta que yo formara parte de esa lucha. Supongo que era un egoís-
mo puro y simple». Hirschman concluye que «el beneficio individual
de la acción colectiva no es la diferencia entre el resultado que espera el
militante y el esfuerzo que aporta, sino la suma de estas dos magnitu-
des».
Esta hipótesis permite explicar así mismo la aparente huida hacia
adelante del activismo, que se asemeja al ritmo normal de funciona-
miento de ciertos grupos militantes intensivos. Como dice Gaxie: «Una
organización de masas que se apoya en el militantismo sólo puede sub-
sistir si funciona de manera continua a un ritmo bastante cercano del
que es necesario alcanzar en las grandes coyunturas. Aceptar que el mi-
litantismo vaya más lento es interrumpir las satisfacciones que se ob-
tienen de él y arriesgarse a perder afiliados en el tiempo» (p. 49). El sen-
tido práctico de los organizadores no está desprovisto de la intuición de
estos fenómenos. El perfil del “oficio” de militante y organizador con-
siste en mantener este activismo y sus satisfacciones y en crear interac-
ciones que “comprometan” a los agentes en movilización, hagan primar
el imperativo de solidaridad en los cálculos individuales y presionen así
hacia el funcionamiento “sobrerregenerador” de los nuevos contingen-
tes de militantes.
El efecto “sobrerregenerador” no puede aplicarse sin más a todos
los movimientos sociales. Se observa especialmente en las organizacio-
nes que presentan parecidos con el modelo de la “institución total” de
Goffman [1968], es decir, que exigen de sus miembros una forma de
orientación global de las prácticas en todos los momentos de la vida
pública y privada y proponen un ideal de militancia limitante. Las or-
ganizaciones revolucionarias son su terreno privilegiado, pero se pre-
senta igualmente dentro de las sectas religiosas y de los movimientos
milenaristas. Las situaciones de movilización intensa, que causan así
mismo un desplazamiento de las fronteras de la vida pública y la vida
privada, y una estructuración provisional de cualquier experiencia vi-
vida en torno a un conflicto (se pueden imaginar situaciones de ocu-
paciones de empresas o de movimientos prolongados), permiten ob-
servar, a corto plazo, situaciones idénticas. Tal régimen de militancia
apenas puede existir en organizaciones donde la afiliación se aproxima
a la simple búsqueda de una prestación de servicio y no estructura de
forma significativa la identidad de los miembros.
Sociología de los movimientos sociales 101

El análisis de las organizaciones revolucionarias sugiere también


que incluso en ellas, el efecto “sobrerregenerador” raramente puede
perpetuarse indefinidamente a escala individual. Esta constatación re-
mite entonces a las cuestiones de la profesionalización y al carácter
rutinario de la actividad militante y de la gestión de la decepción. Igual-
mente sugiere (con la prudencia del caso para evitar las asimilaciones
polémicas o políticamente interesadas) la utilidad de una articulación
entre el estudio del funcionamiento de las sectas y el de ciertas formas
de movilización, porque uno de los imperativos (y de las características
del savoir-faire, es decir, una habilidad) de las sectas religiosas es cons-
tituir mediante diversas técnicas un rompimiento con el mundo lo bas-
tante fuerte como para perpetuar el compromiso y arruinar material o
sicológicamente el exit.

Las tecnologías de la militancia

Al observar una movilización anti-apartheid en el campus de La Uni-


versidad de Columbia en 1985, Eric Hirsch se apropia en vivo de la puesta
en funcionamiento de técnicas militantes que buscan aumentar el compro-
miso y producir una inversión emocional que haga solidaria la moviliza-
ción. Hirsch demuestra que la comprensión de los reclutamientos y de la
implicación en los movimientos sociales es más conveniente a partir del
grupo pequeño, para descubrir en él interacciones cuya dinámica misma
consiste en la lógica individualista del cálculo costo/beneficio.
En este movimiento, difícilmente explicable por los beneficios perso-
nales de los participantes, Hirsch identifica cuatro habilidades militantes. El
ascenso a la toma de conciencia corresponde a un trabajo de politización,
que difunde herramientas cognitivas y marcos perceptivos de la injusticia
privilegiando intercambios directos cara a cara, dentro del marco de espa-
cios de conocimientos interactuantes como las ciudades universitarias. Es-
te trabajo concluirá después de dos años con un voto unánime (y sin nin-
gún efecto) de las autoridades estudiantiles y docentes electas al Consejo
universitario, que exigía a los administradores de la Universidad de Co-
lumbia no poner sus capitales en forma de acciones de sociedades comer-
ciales que operasen en Sudáfrica. Entonces interviene la técnica del ascen-
so al poder colectivo (empowerment), que consiste en conducir al movi-
miento a formas más directas de enfrentamiento, presentadas como la
condición del éxito. Una manifestación acabará en una larga ocupación no
anunciada del edificio administrativo. El grupo descubre en ello su poder
de acción. Este ascenso de la conflictividad origina a su vez una situación
de polarización en la tensión (la administración hace grabar películas de
los ocupantes y les amenaza con despedirlos). La situación que se crea así
fortalece a los participantes en su sentimiento de pertenencia a un campo
102 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

de acción, y le pone en la alternativa de retroceder con un componente de


humillación sicológica, o de reforzar su identificación con la causa. Un par-
ticipante señalará que: “había sudafricanos comprometidos en el movi-
miento (...). Sentí que no podía dejarlos caer. También pensé que era como
el representante de un montón de gente ocupante, y me pareció que no po-
día crear un precedente al abandonarla...” Finalmente, la deliberación co-
lectiva utiliza procedimientos como las asambleas generales para producir
decisiones consensuales que obligan a los participantes a persistir en su
acción con tanta fuerza como lo decidieran.
FUENTE: HIRSCH [1988]

Las identidades militantes

Calhoun [1995] evoca la acción de los Flying Tigers en su análisis


de la “Primavera de Pekín”, de la cual fue un observador directo. Se tra-
ta de microempresarios que pudieron acceder al modesto lujo de un ci-
clomotor gracias a una tienda de madera o comercio callejero. Su iden-
tidad es incómoda, por aparecer como unos privilegiados a los ojos de
muchos, y como un menú insignificante para los nuevos ricos. Muchos
de ellos utilizarán su ciclomotor para servir de estafetas a los manifes-
tantes y avituallarlos. En el curso de una entrevista, uno de ellos expli-
cará su arriesgada participación en el movimiento por el hecho de que
finalmente encuentra una forma de reconocimiento social, y descubre
en él el sentimiento de ser útil a los ojos de los demás y a los suyos pro-
pios. Los movimientos sociales son igualmente momentos privilegia-
dos de construcción y mantenimiento de las identidades.

Nosotros / yo

En las ciencias sociales la noción de identidad es tanto más pro-


blemática cuanto que lo invade todo en este campo científico. Nos que-
daremos con dos rasgos de lo que es un proceso para Claude Dubar
[1991]. La identidad es a la vez el sentimiento subjetivo de una unidad
personal y de un principio federador y duradero del Yo, y un trabajo
permanente de mantenimiento y de adaptación de este Yo a un me-
dioambiente móvil. La identidad también es el fruto de un trabajo in-
cesante de negociación entre actos de atribución, principios de identi-
ficación que vienen de los demás y actos de pertenencia que quieren ex-
presar la identidad para sí mismo, y las categorías en las que creemos
Sociología de los movimientos sociales 103

que nos comprenden como personas. La acción de protesta es un terre-


no propicio para este trabajo de identidad. Constituye un acto público
de toma de posición que puede ser eminentemente clasificador tanto
para el individuo movilizado como para la miradas de terceros; el he-
cho de enarbolar la insignia de Solidarnosc en la Polonia de los años ‘80
es un ejemplo. Esta acción de protesta permite apelar a los estatus y ti-
pificaciones que las clasificaciones sociales de más peso asignan a una
persona. Participar en el movimiento de los derechos civiles es para un
negro estadounidense de Alabama reivindicar derechos, pero también
rechazar la imagen despreciativa del “negro” que la mirada de los blan-
cos le asigna; una imagen que ha podido interiorizar como un menos-
precio de sí mismo, tan dolorosamente expresado en las novelas de To-
ni Morisson.
El militantismo constituye, así mismo, una forma de instituir el
reaseguro permanente de una identidad valorizadora por estar vincu-
lada a una causa que se vive como trascendental en la biografía indivi-
dual. En el curso de una observación etnográfica de los militantes pa-
cifistas tejanos, Hunt y Benford [1994] ponen en evidencia lo que de-
signan como un juego de conversación de identidad (identity talk). Las
conversaciones entre los militantes reactivan diariamente el sentimien-
to de pertenencia a un grupo escogido. Estas charlas se refieren a imá-
genes obligadas: relatos de antiguos combatientes, evocación de los trau-
mas que llevan a la revuelta (como el militante que se acuerda con ho-
rror de los comentarios de su padre sobre las imágenes televisadas de la
guerra del Vietnam, como si fuera un juego de fútbol), y del encuentro
que hace descubrir finalmente la asociación adecuada; éste es un traba-
jo de conversión constante de las experiencias cotidianas en lenguaje de
la causa a la fórmula de lo personal es político, y un proceso clave de co-
nexión entre el “nosotros” del movimiento y la definición del “yo”.
La identidad individual y la identidad colectiva no son dos cate-
gorías antagónicas a priori. La participación en lo colectivo ofrece al in-
dividuo la posibilidad de reivindicar la pertenencia. En cambio la im-
posibilidad para dotarse individualmente de una identidad social acep-
table puede bloquear a un movimiento social. Una de las causas de la
no movilización de los desempleados está en la dificultad de apoyarse
en una identidad poco valorizadora y una experiencia desestructura-
nte, como posible soporte de acción [Fillieule, 1993; Demazière, 1995].
La capacidad grupal para dotarse de una identidad fuerte y valorizado-
104 El militantismo y la construcción de la identidad

ra (aunque sea imaginaria) constituye un recurso de primera impor-


tancia para que sus miembros interioricen una visión de su potencial
de acción, y para que el colectivo se afirme en el espacio público tal co-
mo lo demuestra el análisis de las movilizaciones campesinas desarrol-
lado por Champagne [1990]. No es descabellado el vincular estas cons-
tataciones a la importancia que Marx da al paso a la “clase para sí mis-
mo” y a la toma de conciencia colectiva de una identidad y de un papel
histórico posible.
La referencia a la identidad debe evitar que los individuos en mo-
vilización sean estrategas a cada instante. Los sistemas de representa-
ción de la singularidad colectiva o individual no son vestidos que los
agentes sociales pueden elegir por catálogo y ponerse a voluntad. De-
penden de sus propiedades sociales y de sus disposiciones. También
ocurre que experiencias particularmente fuertes y emocionales de la
movilización funcionan como una coyuntura de conversión de la iden-
tidad que impulsa a los individuos hacia trayectorias que nunca habían
programado. Se puede recurrir de nuevo a la experiencia shock del Free-
dom Summer. La comparación de las trayectorias biográficas posterio-
res entre militantes y “desertores” es un ejemplo apasionante. Aun con-
densada en varias semanas, la experiencia de este militantismo extremo
será lo bastante fuerte como para pesar a menudo y de manera defini-
tiva en las biografías. Ya sea que se trate de una participación duradera
en los movimientos vinculados a los derechos civiles y luego al pacifis-
mo, de una opción matrimonial o de carrears profesionales marcadas
por la inestabilidad y la ocupación de los puestos de trabajo relaciona-
dos con alguna causa o al trabajo social, los destinos de los militantes
se desmarcan objetivamente de los desertores y, con más razón, de los
de los estudiantes sin compromisos. Estos datos invalidan los discursos
distorsionados sobre los militantes de los años ‘60, que se han vuelto
conservadores o yuppies, estos datos manifiestan el poder remodelador
de la identidad de experiencias límites de movilización cuando inter-
vienen en coyunturas donde las posibles biografías están abiertas ...

Las movilizaciones de la identidad

Aunque la dimensión de la identidad es parte integrante de los


movimientos sociales, adquiere un lugar eminente en una serie de mo-
vilizaciones específicas. Así, se asocia con el término de “retribución del
militantismo” que Gaxie propone según una acepción amplia que en-
Sociología de los movimientos sociales 105

globa valores tan diversos como la autoestima, el sentimiento de amor


propio y sensaciones gratificantes.
Esta centralidad de lo perteneciente a la identidad pone en evi-
dencia el caso que se presenta en los movimientos nacionalistas cuyo re-
to (si sigue conteniendo dimensiones vinculadas con lo económico) es
precisamente obtener el reconocimiento de una identidad en la forma
“absoluta” de soberanía estatal o de autonomía jurídica del grupo [An-
derson B., 1983].
A partir del estudio de los movimientos contra el consumo de al-
cohol y partidarios de su prohibición en los Estados Unidos, Joseph
Gusfield [1963] puso en evidencia otra categoría de movilizaciones
fuertemente enraizada en una dimensión de la identidad: la de los mo-
vimientos de estatus. En estas movilizaciones, el reto es preservar y for-
talecer el estatus social de un grupo, esto es, su prestigio y la considera-
ción que cree merecer. El proceso pasa por la afirmación (o la reafirma-
ción, dada la dimensión reactiva de estos movimientos, a menudo vin-
culados con grupos en declive social) de los valores y del estilo de vida
del grupo, propuestos como las normas legítimas de comportamiento.
Los movimientos estadounidenses por la moderación serán, en primer
lugar, a comienzos del siglo XIX, un fenómeno de los patricios federa-
listas que reaccionan contra la subida de los advenedizos de la era de
Jackson. Cincuenta años después, el centro de gravedad del movimien-
to se desplaza hacia las clases medias protestantes, rurales y “nativas” de
los Estados Unidos en su movilización contra el peso que los nuevos in-
migrantes, católicos y urbanos, adquieren, y que se ve como una ame-
naza. En los dos casos el principio de la movilización es idéntico. Una
característica cultural del grupo, la moderación ligada a una forma de
atletismo moral protestante, se erige en vector de una esencia de lo que
es ser estadounidense. La posición partidaria de la prohibición permi-
te que el grupo se presente como la encarnación de los valores de iden-
tidad nacional y, al mismo tiempo, que estigmatice a los advenedizos o
a las clases peligrosas, intemperantes y moralmente desarmadas, lo bas-
tante no estadounidenses como para necesitar del magisterio moral del
grupo depositario de lo esencial de la identidad comunitaria.
La dimensión de la identidad adquiere un lugar aún más singular
en el trabajo de movilización de los grupos que se enfrentan a una fuer-
te estigmatización y que deben gestionar imágenes sociales muy negati-
vas. Al razonar sobre el caso de los homosexuales, se puede lanzar la hi-
106 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

pótesis de que la movilización de estos grupos pasa por una coyuntura


de la identidad inicial en la que el militantismo no se despliega “contra”
un adversario, sino como trabajo del grupo sobre sí mismo. En el caso
de las lesbianas estadounidenses que Verta Taylor y Nancy Whitter ana-
lizan (en Morris y McClurg-Mueller [1992]), esta acción pasa por la
implementación de una red de instituciones comunitarias en los cam-
pos del ocio, la cultura, la salud y la prensa. Esta red constituye el so-
porte de un trabajo simbólico que construye la identidad lesbiana po-
sitiva contra el estigma. Básicamente, esta etapa de valorización de la
identidad puede tener también efectos contramovilizadores, al fijar el
movimiento en un estatus de comunidad marginal y autárquica.
Mary Bernstein [1997] hace una estimulante contribución en
base a la consideración del estatus peyorativo que a menudo deben ma-
nejar las comunidades homosexuales. Esta autora enfatiza uno de los
dilemas estratégicos de la movilización de los homosexuales gays y les-
bianas. ¿Es que hay que hacer notoriamente pública una identidad de
ruptura, o reivindicar ofensivamente una diferencia irreductible que
pueden simbolizar en una manifestación de las drag-queens (sic)? ¿O es
mejor recalcar, sin buscar notoriedad, que aquello que reivindican los
homosexuales no es más que lo que poseen los heterosexuales, o sea, el
derecho de vivir en paz y sin vergüenza una relación sexual y afectiva?
Tratar esta cuestión presenta un interés doble, dentro de una lógica
comparativa a partir de la observación de las movilizaciones en varios
Estados y ciudades de los EE UU: Hacer pública la superposición cons-
tante de la dimensión de la identidad y de una acción orientada hacia
los desafíos prácticos; y, a la vez, manifiestar la importancia del marco
político (ver infra p.p 138 -145) sobre las modalidades de expresión de
la dimensión de la identidad. A este respecto, Bernstein propone un
juego de distinciones. La identidad puede pensarse primeramente co-
mo el simple sentimiento de pertenecer a un nosotros, como un recur-
so obligado de consolidación (empowerment ) de todo grupo que se
moviliza contra un “ellos”. Segundo, para los grupos estigmatizados,
puede ser el objetivo de un trabajo de legitimación y afirmación den-
tro del espacio público. Pero estas dimensiones no deben hacer sombra
a una tercera lectura, la de la identidad como estrategia de la acción co-
lectiva. Esta puede hacerse pública de múltiples maneras, entre un re-
gistro crítico que puede asociarse a la idea de estrategias de provoca-
ción, y un registro educativo que se emplea para hacer percibir la iden-
Sociología de los movimientos sociales 107

tidad grupal como algo perfectamente compatible con valores sociales


dominantes. Para los homosexuales, el juego estratégico puede consis-
tir entonces en reivindicar con humor o agresividad su estigma de “pla-
ga social”, o bien, en poner en escena la reivindicación más consensual
del derecho a una conyugalidad en paz. Por lo tanto, Bernstein dedica
todo su trabajo a mostrar que la elección de estas estrategias depende
menos de diferencias radicales de naturaleza entre organizaciones ho-
mosexuales, que del grado de estructuración de una comunidad gay ,
de las posibilidades que le ofrece el sistema político y de la existencia o
ausencia de movimientos homófobos organizados. Las estrategias
agresivas de “celebración” de la identidad se desplegarán sobre todo
cuando se enfrente a los homosexuales con la tarea inicial de crear una
comunidad, sin disponer de ningún contacto dentro de las institucio-
nes político administrativas. Por el contrario, las situaciones donde ya
existe una comunidad gay organizada y donde hay apoyos instuciona-
les (como en el Estado de Vermont, donde los Demócratas elegidos al
parlamento de ese Estado hacen pública su homosexualidad) son mu-
cho más propicias para estrategias “educativas”, mediante las cuales los
gays banalizan su situación. El Estado de Oregon, donde existe una
coalición antihomosexual activa, ilustra un caso donde una relación de
fuerzas amenazadora explica ampliamente la elección dominante de
una estrategia defensiva, que suaviza la expresión de la singularidad de
la identidad gay , y además, enfatiza que los homosexuales son unos
ciudadanos “como los demás”, en reivindicación del simple aspecto de
su libertad afectiva y sexual.
La atención que los sociólogos prestan a la identidad plantea fi-
nalmente la pregunta de en qué referentes teóricos se apoyan. ¿Puede
pensarse un objeto así sin la ayuda de la sicología? En este sentido se
presenta una clara actualización, (aggiornamento). Aunque no hablan
de rehabilitación, algunos autores (Larana, 1996) invitan a que por lo
menos se revisen las obras basadas en la perspectiva de Collective Beha-
vinour, cuya maquinaria sicológica se ha subvalorado desde hace tiem-
po ya que también Gusfield o Mc Adam recurren al aporte de los cono-
cimientos sicológicos. Esta reorientación se ilustra con los trabajos de
Bert Klandermans el cual desarrolla una “expansión sicosociológica de
la movilización de los recursos” [1984] para analizar una movilización
sindical en favor de la semana de treinta y cinco horas en los Países Ba-
jos. El estudio muestra en qué medida se conjugarán las dudas sobre la
108 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

eficacia de las treinta y cinco horas como una respuesta al desempleo y


el extendido temor de una movilización modesta, para provocar la caí-
da del movimiento.
Este análisis aclara, desde la sicología cognitiva, la forma en la que
los obreros gestionan una situación de incertidumbre respecto de la
participación de sus colegas e integran en sus comportamientos un
pronóstico sobre el éxito del movimiento. También limita su propósi-
to: “El acento no se pone en características de personalidad o de los es-
tados sicológicos, sino en el proceso sicológico de evaluación de los cos-
tos y los beneficios” (p. 597). ¿Se puede sugerir que mientras se con-
sidere la sicología una ciencia auxiliar del cálculo económico, su imple-
mentación individual equivale a utilizar la sicología por debajo de sus
posibilidades? ¿O que una sicología que se niega a considerar los deseos
y los afectos no tiene poder? Las pistas que Philippe Braud descubre a
propósito de las motivaciones sicológicas del compromiso en las carre-
ras políticas [1991, cap. 5], y las que, a partir del compromiso de Solye-
nitsin, propone Serge Moscovici [1979] para construir un modelo del
comportamiento de “las minorías activas” y de las formas y límites de
su poder de atracción, pueden parecer más fecundas.

El sexo de los movimientos sociales

Particularmente en Europa, la posición marginal de los Gender Stu-


dies (estudios de género) no ha permitido aún integrar una verdadera pro-
blemática de las incidencias de la variable de “género” a la reflexión sobre
los movimientos sociales. Pero el peso y el lugar respectivo de los hom-
bres y de las mujeres en las movilizaciones son muy importantes para
comprender en concreto las formas de organización y los repertorios de
protesta que se utilizan. Hay dos ejemplos que pueden evidenciar la posi-
ble fecundidad de tal esclarecimiento.
Primero está la convergencia de los trabajos estadounidenses (Mc
Adam, 1988), italianos (Passerini, 1988) y franceses (Picq, 1992) que subra-
yan la importancia de la contribución femenina a las evoluciones de las for-
mas del militantismo “de los ‘60”. Efectivamente, el funcionamiento de las
organizaciones contestatarias o izquierdistas de los años ‘60 se acompaña
de una división sexual del trabajo de los más tradicionalistas. El poder y la
palabra pública seguían siendo mayormente atributos masculinos. Y se re-
servaban tareas materiales o domésticas para las militantes: “El efecto de
esta política era que los proyectos reproducían la división tradicional en-
tre los sexos y las tareas. Los hombres saldrían cada mañana para trabajar
mientras que las mujeres se quedarían alrededor de las freedom houses y
Sociología de los movimientos sociales 109

se ocuparían de los niños (en la práctica, de los estudiantes)... Luego, cuan-


do volvieran los hombres, fatigados de haber conducido y militado en con-
diciones muy estresantes, ellas les darían de comer” (Mc Adam, en el Free-
dom Summer). Y luego, se debe considerar la existencia de una represen-
tación guerrera de la lucha que valoraba las disposiciones masculinas. Co-
mo observaba una militante de la Liga Comunista Revolucionaria, ¿cuál es
la categoría de una mujer en una organización donde la calidad más pre-
ciada era “tener huevos” (sic)? Esta tensión entre los sexos es a la vez una
de las claves para entender la descomposición de las organizaciones iz-
quierdistas y un elemento de interpretación del surgimiento de nuevas for-
mas de militantismo (los “nuevos movimientos sociales”), más relaciona-
das con los desafíos de la vida cotidiana y a la temática de los derechos de
las futuras generaciones.
Más allá de estas observaciones, los recientes trabajos del equipo de
Daniele Kergoat respecto del gran conflicto de las enfermeras francesas,
sugieren asímismo el interés que tiene el concepto del “movimiento social
sexuado”. Una de las paradojas de esta movilización es organizarse en tor-
no a la reivindicación del reconocimiento de una identidad y de una com-
petencia profesional, sin que ello se traduzca en demandas de reformas de
las categorías. Kergoat sugiere que esta focalización en el reconocimiento
de una competencia profesional se explica por el sentimiento de que las
cualidades “femeninas” de abnegación y dulzura hacia los enfermos, que
pertenecen a las destrezas de las enfermeras, no se ven precisamente com-
o pruebas de competencia profesional, sino como simples atributos feme-
ninos…; lo que traduce bien el eslogan de su movimiento: Ni nonnes, ni
bonnes, ni connes (literalmente: “Ni monjitas, ni sirvientas, ni estúpidas”),
enteramente elaborado contra los estreotipos del papel femenino. El aná-
lisis del movimiento sugiere también que su composición femenina no de-
ja de tener relación con la importancia que en él adquieren los procedi-
mientos de la Asamblea General, y la desconfianza respecto del acapara-
miento de las responsabilidades por parte de los profesionales de la repre-
sentación.
Volviendo a la problemática de Daniele Kergoat, su objetivo no es in-
ventar una teoría gendered (de género) de los movimientos sociales, sino
introducir las relaciones sociales de los sexos en el análisis de esos movi-
mientos. Esta perspectiva abre vastos y estimulantes horizontes de traba-
jo, e invita a reflexionar sobre la relación de los sexos con la violencia, con
la inhibición o la expresión de las emociones, y con los juegos y seduccio-
nes del poder y de la palabra. También presupone interrogarse sobre los
temas y objetos que movilizan diferentemente a los sexos (¿Por qué son
las mujeres las que a menudo dirigen las asociaciones de víctimas de aten-
tados o accidentes de tráfico? Cf. el caso del MADD americano: Mothers
Against Drunk Drivers, en español literalmente: Madres Contra los Conduc-
tores Ebrios). Y aún más, remite a la forma en que, debido a la desigual re-
partición de los compromisos profesionales y domésticos, pueden los dos
sexos tejer vínculos sociales (la CATNET ) y movilizarlos en la acción. En
110 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

este campo, resultan muy interesantes los testimonios de mujeres latinoa-


mericanas comprometidas en los movimientos sociales, como los de Rigo-
berta Menchú en Guatemala (1983) y Domitila en Bolivia.
Finalmente, la atención prestada a los problemas de género sugiere
que se retomen las perspectivas de Skockpol (1994) sobre el “género” de
los Estados providencialistas (los construidos para proteger a las madres,
los antiguos combatientes y los asalariados). Hay entonces que ver el pro-
ceso dialéctico de construcción de las políticas (especialmente las sociales)
por medio de movilizaciones marcadas por las relaciones sociales de se-
xo... y el de construcción de los papeles sexuales por medio de los dispo-
sitivos del Estado providencia.

Hacia una economía de las prácticas

Una sociología empírica del militantismo es uno de los terrenos


más fecundos para acantonar en sus justas proporciones al modelo del
Homo œconomicus calculador como principio explicativo de movi-
mientos sociales. La sociología de Pierre Bourdieu [1994] ofrece a este
respecto una conceptualización particularmente intensa.
Toda sociología de los movimientos sociales se enfrenta a una va-
riedad de situaciones en la que es tan observable la dimensión del cál-
culo de los beneficios materiales como el dominio de motivaciones más
desinteresadas. Es posible encerrarse en una explicación económica, sea
al comisionar hacia otras disciplinas (como la sicología) los casos que
se resisten al modelo, sea al hacerles entrar a la fuerza en él, mediante
“incentivos selectivos” a las dimensiones simbólicas de identidad. Es
más fructífero buscar una teoría de la acción atenta a la diversidad de
las movilizaciones y, por tanto, lo bastante plástica como para tomarla
en cuenta.
Hay tres series de consideraciones que pueden ayudar a avanzar
en este camino. La primera consiste en tomar en serio la diversidad de
los mundos sociales y de los campos en los cuales se desarrollan las mo-
vilizaciones. La socialización en esos universos engendra sistemas de
disposiciones o habitus y de inversiones (en todas sus acepciones y con-
notaciones) profundamente diferenciadas. La noción de illusio, como
creencia, inversión de energía y de deseo, y fundadora de la pertenen-
cia a un campo social, puede ayudar a comprender que los individuos
situados en campos diferentes pueden desear formas de reconocimien-
to y de bienes no comparables entre sí. Esta illusio puede tomar la for-
Sociología de los movimientos sociales 111

ma de comportamientos explícitamente antieconómicos que se presen-


tan en las sociedades regidas por el honor, en el que “mantener el ran-
go” y preservar el prestigio propios puede llevar a la ruina a familias y
grupos enteros. Algunos segmentos del mundo intelectual o artístico
también ejemplifican la especificidad de espacios sociales en los que las
creencias compartidas hacen que se consideren de menos valor ciertas
formas de éxito material y de consagración por parte de un mercado
que no sea el de los iniciados.
Este punto de partida permite superar la noción reductora de la
racionalidad a partir de un cálculo costos/beneficios para sustituirla
por el criterio de la acción razonable, cuyos actores o cuyo análista pue-
den satisfacer las imprecisiones. La violenta manifestación comunista
organizada en 1954 contra la presencia en Francia del general estadou-
nidense Ridgway no puede explicarse dentro del modelo del cálculo ra-
cional. Esta acción se reintegra en el universo de la sociabilidad comu-
nista y se piensa en relación con el placer de manifestar en la calle la
fuerza del partido, de expresar un ideal de virilidad propia del mundo
obrero y de arreglar cuentas con las fuerzas policiales; y encuentra con
ello un sentido y se vuelve razonable en tanto que adecuada en un uni-
verso de significaciones. La participación en la acción colectiva tam-
bién puede ser razonable y hasta racional sin que eso suponga un pro-
ceso reflexionado de deliberación o de cálculo. La fuerza de la emoción
y las reacciones nacidas de los hábitos a menudo bastan para provocar
compromisos inspirados por la solidaridad, la indignación y un senti-
do práctico que no implica una postura contable. «Existe una econo-
mía de las prácticas, es decir, una razón inmanente en las prácticas que
no se origina ni en las ‘decisiones’ de la razón como cálculo consciente,
ni en las determinaciones de mecanismos exteriores y superiores a los
agentes (...). Sin reconocer ninguna otra forma de acción que no sea la
acción racional o la reacción mecánica, está prohibido comprender la
lógica de todas las acciones que son razonables sin ser el producto de
un decisión razonada, o más aún, de un cálculo racional» [Bourdieu,
1980, p. 85-86].

¿Se trata de una movilización racional o razonable?

El estudio de Elegoët [1984] sobre las luchas campesinas en el Léon


subraya la existencia de una contramovilización de “los independientes”
112 ¿Hay ‘nuevos’ movimientos sociales?

frenta a los campesinos en movilización para racionalizar el mercado. El


análisis muestra que la hostilidad de “los independientes” hacia el cambio
puede explicarse por el hecho de que apenas encuentran ventajas en él.
Estos campesinos se concentran en la zona costera y sus cosechas se be-
nefician de condiciones climáticas que les garantizan maduración precoz y
venta antes de que se presente la coyuntura de una sobreproducción. Tam-
bién son campesinos de más edad, menos comprometidos en la fase ini-
cial de un ciclo de inversiones y menos presionados por desembolsos de
préstamos que exigen un ingreso regular. ¿Es esto un ejemplo de la mara-
villosa fuerza de la explicación económica? Pero su hostilidad se debe así-
mismo a que el mercado regulado por plazos pone fin a las largas nego-
ciaciones en el café, un momento privilegiado de la sociabilidad masculi-
na, y supone sobre todo un pago al productor con un cheque, que median-
te la relación detallada del Crédito agrícola descubre a la esposa el secre-
to de las entradas monetarias reales de la granja, con lo cual queda ame-
nazada la autonomía que estos hombres de más edad no quieren cuestio-
nar. Se pueden traducir estos datos a un lenguaje económico en términos
de control de los ingresos dentro de la pareja. ¿Pero qué se gana con eso?
¿Qué se pierde con ello en comprensión de los marcos culturales y de los
datos de sociabilidad en cuanto determinantes de una acción razonable,
pero no reductora, del cálculo económico?

El reto no consiste en negar lo que puede aportar la econo-


mía. Muchos casos de movimientos sociales (y sin duda, más ca-
sos aún de ausencia de movilizaciones) pueden ser mejor com-
prendidos al tomar en consideración los retos materiales y los
cálculos que les asocian los agentes sociales. El enfoque socioló-
gico invita simplemente a considerar el peso eminentemente va-
riable del cálculo “racional” y de la búsqueda de la rentabilidad
material entre la diversidad de las movilizaciones y de sus espa-
cios de desarrollo. También pide hacer una explicitación de có-
mo nacen y se interiorizan las disposiciones calculadoras allí
donde parece pertinente una lectura “éconómica”; en pocas pa-
labras, busca considerar tales actitudes como un hecho que ex-
plicar, no como una explicación.
CAPÍTULO VII
LA CONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DE
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

El despliegue analítico de los movimientos sociales pasa por la re-


habilitación de una dimensión claramente percibida por la escuela
basada en la collective behaviour: la de las creencias y las ideologías. Pe-
ro las problemáticas contemporáneas no se reducen a un redescubri-
miento de las experiencias y saberes adquiridos en los años ‘50. Movi-
lizan marcos analíticos nacidos del “interaccionismo simbólico” (sym-
bolic interactionism). Recurren a la sensibilidad “constructivista” que
subraya en qué medida los grupos y los problemas sociales no son ob-
jetos que se encuentran, ni naturales, sino el fruto de interacciones que
los construyen y les dan consistencia. El movimiento de búsqueda se
enfrenta con los objetos que provocan cambios sociales, por ejemplo, el
papel de los medios de comunicación masiva que contribuye a modifi-
car las condiciones de construcción y de representación en el espacio
público de los grupos y las reivindicaciones.

El redescubrimiento del “trabajo político”

Movilizar los consensos

Con las nociones de “creencia generalizada” o de “norma emer-


gente”, la escuela del comportamiento colectivo había subrayado que
los movimientos sociales no nacen mecánicamente de una acumula-
ción de frustraciones. El paso a la acción colectiva supone un trabajo
sobre las representaciones que da una expresión lingüística al descon-
tento. Adam Michnik, consejero de Solidarnosc, lo expresaba maravillo-
samente al escribir en 1981, en un sistema en donde el marxismo se ha-
bía convertido en el lenguaje del Estado, desde su original esencia, co-
mo un lenguaje de muchas protestas, que: «El debate sobre el lenguaje
es el debate central sobre el que giró la vida intelectual (...) a lo largo de
114 La construcción simbólica de los movimientos sociales

estos años, la mayoría de la sociedad había perdido su lenguaje. La rea-


lidad era terrible, espantosa, no se la podía nombrar».
Dotar a la protesta de un lenguaje significa transformar el males-
tar que se vive en una injusticia y un escándalo, y legitimarlo respecto a
un sistema de normas y de valores; en síntesis, “disponer en generali-
dad” y transformar en causa un caso. En las sociedades democráticas, la
categoría del “derecho a ...” es particularmente propicia a este proceso,
tal como lo es la referencia al discurso de expertos que se otorga a la ra-
cionalidad técnica. También, dar un lenguaje es designar responsables
y formular reivindicaciones en forma de soluciones. Las dimensiones
simbólicas de este recurso al lenguaje son entonces diversas. Hay una
dimensión cognitiva en las palabras, las clasificaciones y las explicacio-
nes que ordenan el mundo. Esta dimensión cognitiva no se reduce a la
ideología, que se considera como una ilusión o una creencia falsa. El
análisis de los NMS subrayó el componente reflexivo de las moviliza-
ciones y su capacidad para incorporar hasta los discursos académicos.
La dimensión simbólica también es normativa, pues designa las causas
y los responsables. Dice cuál es el bien y el mal, el “nosotros” y el “ellos”
y contiene también un componente de la identidad. Finalmente, abre un
registro expresivo al hacer posible la formulación de las quejas y las pe-
ticiones.
Klandermans y Oegema [1987] trabajaron sobre la movilización
pacifista en una pequeña ciudad de la aglomeración urbana de Amster-
dam y mostraron la dimensión estratégica de ese “trabajo político” de
difusión de un discurso explicativo y normativo. Proponen particular-
mente que cualquier movimiento social se descompone en dos secue-
ncias. La “movilización del consenso” se ubica en esta actividad de pro-
paganda que, mediante un trabajo militante (carteles, reuniones y fo-
lletos), pretende producir la difusión de una visión sobre el mundo, el
“problema” en cuestión y la constitución de un público favorable a la
causa que se defiende. Solamente cuando concluye este trabajo en pro-
fundidad puede desarrollarse la “movilización de la acción” para trans-
formar el capital de simpatía en compromisos precisos, en nuestro ca-
so, la participación en una manifestación. El estudio holandés demues-
tra la posible falta de continuidad entre estos dos momentos del movi-
miento social, pues el 76% de la muestra interrogada declara compar-
tir los objetivos de los pacifistas, pero sólo el 10% se declara dispuesto
Sociología de los movimientos sociales 115

a participar en una manifestación, lo que excede en el 4% a quienes


realmente se identifica como participantes.
Es muy significativo que desde hace algunos años, vuelvan a apa-
recer en las revistas científicas trabajos sobre objetos un poco descuida-
dos, como los folletos, el material de propaganda y el programa de ba-
se de los organizadores de una movilización. Si bien estos análisis tie-
nen el mérito de proponer la cuantificación y lectura fina de estos ma-
teriales y de su recepción, también provocan un cierto malestar porque
contienen descubrimientos que no se practican. Efectivamente, basta
tener un poco de familiaridad con el material de los marxismos para
encontrar allí textos que revelan un dominio práctico y una teorización
misma de la importancia del trabajo político sobre las representaciones
y las ideologías, previa a la acción. Igualmente, ocultar esta herencia pro-
duce igualmente efectos científicos perversos.

A propósito de la creación del periódico L’Iskra


“El periódico no sólo es un propagandista colectivo y un agitador co-
lectivo; también es un organizador colectivo. En este sentido se lo puede
comparar con la cerca levantada alrededor de un edificio en construcción;
traza los contornos del edificio y facilita las comunicaciones entre los dife-
rentes constructores a quienes permite repartirse las tareas y abarcar el
conjunto de los resultados que se obtienen con el trabajo organizado (...).
Este periódico sería como una parte de un gigantesco fuelle de fragua que
atiza cada chispa de la lucha de clases y de la indignación popular para
provocar un inmenso incendio. En torno a esta obra, aún muy inocente y
diminuta por sí misma (...), se reclutaría sistemáticamente y se instruiría a
un ejército permanente de luchadores comprobados”.
FUENTE: LENIN [1902]

Los marcos de la experiencia

Una de las dimensiones innovadoras de la atención que se presta


al trabajo político de difusión de esquemas de percepción del mundo
social proviene de la utilización del frame analysis. Este análisis de los
“marcos de percepción” o de “experiencia” es un aporte de Goffman
[1991] para designar lo que permite a los individuos «localizar, perci-
bir, identificar y clasificar los acontecimientos de su medio ambiente,
de su experiencia y de su mundo».
116 La construcción simbólica de los movimientos sociales

Snow y Benford [1986], así como Gamson [1989], indujeron este


modelo que pretende identificar repertorios de marcos perceptivos.
Puede ser la noción de “derecho a ...”, del uso de referencias proverbia-
les o míticas, como la idea del pacto con el diablo, para hablar de los
riesgos de lo electronuclear, de conceptos tomados de una cultura jurí-
dica (servicio público y principio de publicidad) y de la inducción de
estereotipos sociales o nacionales. Estos reservorios de marcos percep-
tivos y de construcción de legitimidad de la causa son objeto de ince-
santes desviaciones y reelaboraciones propias. Snow y sus coautores
proponen a través de ellos una ingeniosa tipología que ayudaría a com-
prender la imagen del fotógrafo profesional que trabaja en enmarcar su
negativo para construir la imagen que más satisfaga a sus clientes. La
operación más radical es la transformación completa del marco. Se tra-
ta de invalidar un marco social de percepción para reemplazarlo con
otro formato de lectura totalmente diferente. Toda la acción del movi-
miento MADD (Mothers against drunk drivers, literalmente: Madres
contra los conductores ebrios) que en Estados Unidos formaron las
madres de víctimas atropelladas, se construye entonces en base a cam-
pañas repetidas para modificar la percepción de los accidentes debidos
al alcohol. Contra la percepción de rutina que ve estos accidentes como
un simple dato estadístico, una fatalidad de los sábados por la noche o
una tontería de conductores imprudentes, MADD difundió la imagen
dramática y cargada emocionalmente del chofer asesino y de la ebrie-
dad criminal.
La conexión de los marcos (el bridging, término inglés original)
consiste, menos ambiciosamente, en subrayar las convergencias entre
temas comunes a dos movilizaciones. Para ensanchar sus apoyos, los
pacifistas tejanos subrayan la carga ecológica de la lucha contra las ar-
mas nucleares. La extensión del marco produce una asociación entre la
causa defendida y prácticas que el grupo apuntado valora y que se pro-
mueven como intrínsecamente ligadas a la movilización: los conciertos
de SOS Racismo, o la temática Rock against racism (el rock contra el ra-
cismo) en Gran Bretaña son ejemplos de ello. Uno de los intereses de
estos enfoques es reintegrar al análisis de los movimientos sociales una
dimensión de lo cultural, de subrayar en ese análisis el incesante traba-
jo de reciclaje de las creencias, de las referencias históricas, de los este-
Sociología de los movimientos sociales 117

reotipos y de los saberes compartidos en el trabajo de legitimación, y de


hacer así inteligible la fuerza de los movimientos que también pueden
movilizar lo que Gamson denomina las “resonancias culturales”, o un
sentido común del tiempo o del grupo.

El lugar de los medios de comunicación masiva en


las movilizaciones

El análisis de las representaciones y de las creencias en las movi-


lizaciones depende también del que hacen los medios de comunicación
masiva, que son el principal foro de representación de los movimientos
sociales. El lugar que ocupan particularmente los medios audiovisua-
les, unido a los procesos de nacionalización y, a veces, de inter-
nacionalización de las movilizaciones, hace que una “buena” cobertura
de las protestas por parte de los medios de comunicación masiva sea es-
pecialmente estratégica. Estos medios no son, en este sentido, un sim-
ple soporte sobre el cual se proyectan los discursos de los grupos en
movilización, sino que, desde hace tiempo, forman parte, en gran me-
dida, de las interacciones del movimiento social [Neveu, 1999].

Escenificaciones y movilizaciones de papel

Uno de los retos centrales del frame analysis tiene que ver con su
capacidad de relacionar las representaciones de los grupos en moviliza-
ción y las de los medios de comunicación masiva, con mayor rigor que
el de las referencias a las ideologías y discursos dominantes, a menudo
difusas y denunciadoras. Los trabajos de Gamson [1992] desarrollan
una comparación sistemática y cuantificada de los contenidos de los
medios de comunicación masiva y de las representaciones observables
en diversos medios sobre un conjunto de temas intensamente movili-
zadores. Aunque los medios de comunicación masiva se consideran un
recurso cognitivo de primera línea, Gamson demuestra que los diver-
sos públicos raramente son receptores acríticos de estos medios. De
manera más original, pone en evidencia dos características del discur-
sos periodístico que son desfavorables para los movimientos sociales:
en ellos, los problemas y desafíos se problematizan muy raramente
118 La construcción simbólica de los movimientos sociales

dentro de un “marco de injusticia” que designa víctimas y responsables;


la idea de que en estos desafíos existe un poder de influencia por me-
dio de la acción colectiva apenas se conoce en el discurso de la prensa.

Las escenificaciones de lo nuclear

Gamson y Modigliani examinan y codifican muy rigurosamente un


considerable material de prensa estadounidense en su estudio para identi-
ficar los diferentes “paquetes” de medios de acción de que dispone la
prensa escrita y audiovisual para interpretarlo. Uno de estos “paquetes”
(package) combina un marco interpretativo central (ejemplo: átomo = pro-
greso), y un juego de metáforas, de imágenes (el cliché de una sala de con-
trol ultramoderno de una central nuclear), de acontecimientos referencia-
les y de temas que vinculan el discurso con una cultura y lo difunden. Ade-
más, puede tener variaciones; la idea de progreso puede asociarse al cul-
to de la técnica, o a la idea de un bienestar compartido.
Hasta los años ‘60, los “paquetes” exclusivos consisten en un mode-
lo tipo Progreso que subraya las potencialidades extraordinarias del átomo
con una muy débil dimensión crítica sobre los riesgos. En los años ‘70 apa-
recen dos nuevos “paquetes”. El de Soluciones suaves insiste en la nece-
sidad de explorar otros modos, más ecológicos, de producción enérgetica.
El de Control público introduce un marco de análisis que utiliza los movi-
mientos consumistas simbolizados por Ralph Nader, y así insiste en la au-
sencia de control público en las firmas del sector electronuclear. A fines de
los años ‘70 surge el “paquete” Runaway que, con estilo fatalista, desarro-
lla la imagen de un Frankenstein nuclear que se escapa de sus creadores.
Tras el accidente de Three Miles Island aparecerá el modelo El mercado del
diablo, que subraya los endemoniados e inevitables costos adjuntos a las
ventajas atómicas.
El análisis insiste en tres variables que determinan la recepción e in-
tegración de estos “paquetes” por parte del discurso de los medios de co-
municación masiva. ¿Cuáles son los ecos culturales de un “paquete”? El
modelo del progreso concuerda perfectamente con los valores de la
América triunfante y segura de sí misma de los años de crecimiento. ¿Cuá-
les son los posibles promotores de un “paquete” y cuál es su fuerza social?
¿En qué favorecen o no a este “paquete” las prácticas profesionales de los
periodistas? El peso que las rutinas profesionales dan a las fuentes institu-
cionales es para favorecer el discurso oficial de las autoridades federales y
de las empresas. Pero el ejemplo en cuestión sugiere la capacidad de mo-
vimientos sociales para hacer entrar en el universo mediático “paquetes”
interpretativos disonantes (como Control público más que Soluciones dul-
ces) cuyos promotores son poco confiables y estructurados a los ojos de
los periodistas. Los “paquetes” mediáticos ayudan a comprender cómo
puede encargarse un movimiento social de un desafío potencial, según
Sociología de los movimientos sociales 119

existan referencias cognitivas (lo que pasó después de 1970) o no (antes de


esa fecha), y marcos interpretativos que hacen posibles la difusión y la re-
cepción de un trabajo de movilización del consenso.
FUENTE: W. GAMSON y A. MODIGLIANI [1989]

La importancia de los medios de comunicación masiva también


resulta de la interiorización, por parte de los grupos movilizados, de los
imperativos de una acción relevante. Durante la toma de rehenes en la
sede parisina de una empresa turca, un negociador oficial conseguirá la
rendición del comando al recalcar que postergarla dejaría al grupo sin
posibilidad de imágenes ni declaraciones en el telediario de las ocho de
la noche. Con la observación de los telediarios se pueden descubrir
muchas situaciones en las que los manifestantes agitan letreros en in-
glés para que la CNN y los medios internacionales de comunicación
masiva los filmen. Los trabajos de Champagne [1984, 1990] pusieron
en evidencia la forma en la que se añaden manifestaciones “de segun-
do grado” a las tradicionales, que se construyen especialmente para
crear una relación de fuerza y permitir la expresión grupal. Esas mani-
festaciones secundarias se organizan, a veces, con el apoyo de conseje-
ros en comunicación que recurren voluntariamente a elaboradas repre-
sentaciones para producir una imagen valorizadora del grupo y de sus
reivindicaciones dentro de los medios de comunicación. Su desafío es
ante todo producir en la prensa del día siguiente una “manifestación de
rol” que presente al grupo clara y destacadamente, suscite simpatía en
el cuerpo social y llene las revistas de prensa destinadas a los ministros
y altos funcionarios a partir de la revisión de las operaciones diarias de
escrutinio de los medios de comunicación masiva que sus servicios
realizan.
El análisis del rol de los medios de comunicación masiva en los
movimientos sociales sigue corriendo un importante riesgo, especial-
mente en la pluma de universitarios destronados de su magisterio inte-
lectual por los periodistas: el de desplazarse de la constatación a la de-
nuncia del “poder de los medios de comunicación masiva” o a la cele-
bración de sus virtudes democráticas. Hay tres puntos útiles antes de
buscar la explicitación de ese “poder” de los medios de comunicación
masiva sobre los movimientos sociales. En primer lugar, se debe subra-
yar que los hechos y las creencias se separan con dificultad. El “poder”
120 La construcción simbólica de los movimientos sociales

real de los medios de comunicación masiva, respecto de muchas movi-


lizaciones, a menudo es difícil de medir objetivamente. Pero desde el
momento en que los protagonistas de un movimiento social se persua-
den de que ese “poder” existe y exige una atención particular, actuarán
en consecuencia e imputarán a la prensa sus fracasos, y más raramen-
te, sus éxitos. En segundo lugar, se debe señalar que la “cobertura” de
las movilizaciones y por tanto, el posible papel de la prensa son muy
dispares. Muchas micromovilizaciones locales reciben una cobertura
modesta. En otros casos, algunos artículos poco visibles en un segmen-
to de la prensa especializada pueden jugar un importante papel para
esa asociación. Pero aún más, no todas las formas de acción concerta-
da en favor de una causa buscan la misma relevancia en los medios de
comunicación masiva. Muchos grupos (los industriales, las grandes
corporaciones estatales...) se conectan institucionalmente con los cen-
tros de decisión, y por ello, en general, hacen uso moderado de los me-
dios de comunicación masiva debido a que las intervenciones más en-
cubiertas les permiten defender sus reivindicaciones. Finalmente y
sobre todo, hay que cuestionar las ambigüedades de la palabra “poder”.
Lo que respecto a la cobertura del evento se describe como el poder de
la prensa (de dar o no un lugar importante a un movimiento, o hablar
de él crítica o favorablemente), se podría analizar también en términos
de impotencia o de límitación de la difícil actividad periodística. Difi-
cultad de liberarse de las fuentes institucionales, de desarrollar un pe-
riodismo de investigación y explicación de complejas carpetas de asun-
tos y de superar formas de etnocentrismo pofesional y dar cuenta (sin
complacencia pero con entendimiento pleno) de las movilizaciones
surgidas en los medios sociales muy alejados del de las élites periodís-
ticas. Hay que concebir el poder de los medios de comunicación masi-
va (que es real) en términos de las interdependencias dentro de la red
de protagonistas (los grupos en movilización, los diversos componen-
tes del mundo de la comunicación masiva, los consejeros comunicado-
res y las autoridades públicas); en ella, nadie dispone nunca de un to-
tal control de la “cobertura” del movimiento social.

Los medios de comunicación masiva, actores de los movimientos sociales

Los periodistas y profesionales de los medios de comunicación


masiva pueden convertirse en los actores de tiempo completo de los
movimientos sociales. Son muchas las situaciones en las que los activis-
Sociología de los movimientos sociales 121

tas y los periodistas se encuentran en una relación de ambigüedad de


asociados y/o rivales (ver Juhem [1999], para el caso de SOS Racisne).
El celo con el cual se reproducen en los medios de comunicación ma-
siva franceses esas “fotos de grupo con Kalachnikof ”, que tanto apre-
cian los corsos clandestinos, o cubren en vivo y en directo y durante
horas un atentado sobre el que no tienen ninguna información perti-
nente, conviene como servicio de comunicación a quienes recurren a la
violencia. Oberschall [1993] pudo demostrar en qué medida el Movi-
miento contestatario de los años ‘60 en los Estados Unidos había instru-
mentalizado (y a veces, teorizado: cf. Rubin, Do it! Seuil, 1971) los me-
dios de comunicación masiva. Sin disponer de una oganización muy
estructurada, ni de una gran coherencia ideológica, los activistas con-
testatarios utilizarán los medios de comunicación masiva como el
substituto de una estructura de coordinación que actúa en los momen-
tos dramatizados de una movilización; por ejemplo, los ocurridos du-
rante la Convención Demócrata de Chicago de 1968 que los medios ali-
mentaron con su cobertura. Pero al evitar así los costos de manteni-
miento de una fuerte organización, los activistas fragilizaban la movi-
lización. La sofocación de ese Movimiento y el desplazamiento del in-
terés de los medios de comunicación masiva hacia otros asuntos pro-
vocarán una rápida caída del impacto de la agitación, lo que acelera
brutalmente su dispersión por faltar una relevancia movilizadora de los
reportes regulares en los telediarios. El libro de Gitlin (1980) acerca del
tratamiento que los medios de comunicación masiva estadounidense
dan al SDS, constituye uno de los más densos estudios casuísticos dis-
ponibles respecto de las formas y la realidad de las influencias que tie-
nen los medios de comunicación sobre un movimiento contestatario.
Estas influencias van desde estimular olas de adhesión hasta convertir
en vedettes a los líderes, pasando por una completa reorientación de las
energías militantes, desplazadas desde un trabajo de campo cotidiano
hasta gestos simbólicos con fuerte potencial de significado.
El papel de actor de los medios de comunicación masiva provie-
ne igualmente de las modalidades de “enmarcamiento” que imponen a
algunos asuntos. Esta construcción que hacen los medios de comuni-
cación masiva sobre los movimientos y malestares sociales no es bási-
camente el resultado de un designio político explícito de los periodis-
tas o de los jefes de prensa, sino que, de forma más complicada y me-
nos intencional, proviene de la red de interacciones que estructuran el
122 La construcción simbólica de los movimientos sociales

trabajo de los medios de comunicación, especialmente en la televisión.


Allí se entrecruzan los imperativos de la velocidad y la información en
el tiempo real, la frecuente imposibilidad de una indagación seria en
esas condiciones, el poco trabajo que hace una parte de los periodistas
sobre los asuntos, los efectos del deseo de sobresalir, y la presión por
producir imágenes de fuerte carga emocional y espectáculo, vinculada
asímismo con la búsqueda de máximas audiencias y de financiamien-
tos publicitarios (Accardo [1995], sobre la cobertura televisada de la
movilización de los marinos pescadores).
El resultado de estos procesos es característico en el asunto de los
suburbios o ciudades dormitorio [Champagne, 1991]. La mitología del
gueto utilizada abusivamente acaba en análisis simplistas y estigmati-
zantes sobre sus habitantes. En Vaulx-en-Velin se verá cómo una cade-
na de televisión encarga a una agencia de imágenes un reportaje cuyas
“estrellas” debían ser un dealer (sic en el original en francés refiriéndo-
se a un comerciante-tratante) y un vándalo destructor, y así evitar a la
vez la difusión de un reportaje centrado en lo que tienen que decir los
responsables asociativos del barrio y los agentes realmente movilizados
para responder al malestar de los residentes. Aun sin dejarse llevar por
la ilusión de una restitución pura y fiel de las movilizaciones, sólo es
posible subrayar la importancia de las parcialidades de facto y de los fa-
voritismos interpretativos que descubre esta forma de trabajar; respec-
to a los receptores poco familiarizados con el asunto tratado, termina
por suscitar una percepción privada de la dimensión histórica y la ex-
plicación de las complejas causas de las movilizaciones; presiona a que
los poderes públicos a menudo traten las apariencias de los malestares
sociales en función de prevenir las manifestaciones más que para com-
batir sus causas. Por eso, el tratamiento político de muchos problemas
sociales se ve frenado y complicado por la preocupación periodística
por aportar una visión simplista e impactante sobre él.

Las grandes huelgas francesas de diciembre


de 1995 en la televisión

La cobertura del movimiento de diciembre de 1995 es típica del pa-


pel que juegan los medios de comunicación masiva. Los telediarios conce-
dieron un lugar considerable a las reacciones de los “usuarios” parisinos
privados de los transportes públicos mediante la emisión de micro repor-
Sociología de los movimientos sociales 123

tajes “en los andenes”, con un contenido informativo repetido. Los repor-
tajes sobre los huelguistas eran con frecuencia muy superficiales y se limi-
taban a algunas frases de los interlocutores reunidos en torno a un fotogé-
nico brasero. La organización de los debates tenía muy en cuenta a los pro-
fesionales del comentario habituados a los canales de televisión, pero
raramente permitía que los interlocutores poco familiarizados con los ri-
tuales de los estudios televisivos presentaran testimonios y análisis con un
tiempo mínimo necesario para expresar sus experiencias y explicitar sus
dificultades.
El comportamiento de los presentadores y animadores de los deba-
tes muestra asímismo que, aunque a menudo conozcan superficialmente
los asuntos sociales, quieren conservar el control de los temas que tratan
y se oponen a la irrupción de problemáticas no programadas. Se sitúan en
una posición desplomadora, que obliga a que los participantes en el movi-
miento tengan que justificarse por las molestias que causan y los daños in-
flingidos a la economía nacional. El comportamiento de los periodistas
también manifiesta un tratamiento diferenciado (marcas de deferencia,
tiempo para hablar, interrupciones a los locutores, ...) según sea el estatus
de los invitados. La representación de un debate aparentemente democrá-
tico (por funcionar con el cara a cara de los protagonistas), acaba por ha-
cer que se beneficien de una ventaja estructural quienes, por formación o
por práctica, son profesionales de la palabra y de los registros de expre-
sión eruditos, simplistas o emocionales que los medios de comunicación
masiva privilegian.
Para más información sobre este tema, consultar la polémica que
P. Bourdieu y D. Schneidermann sostuvieron en Le Monde diplomatique de
abril y mayo de 1996.

El registro terapéutico

El papel de los medios de comunicación masiva respecto de los


movimientos sociales no se limita a las secuencias de una movilización.
La manera en que los medios de información y un conjunto de profe-
sionales orientados hacia un trabajo simbólico toman a cargo los desa-
fíos sociales, contribuye igualmente a disolver la posibilidad de ver los
sufrimientos individuales ligados a una respuesta respecto de los pro-
blemas sociales. Por eso, al reflexionar sobre los movimientos, hay que
integrar la posición de las emisiones tipo reality show o las nuevas for-
mas de foros televisados. Uno de los elementos convocantes de estos
programas consiste en la puesta en escena de un conjunto de dificulta-
des y malestares experimentados al proponer un tratamiento sobre
ellos que los remita a las dificultades relacionadas a las carencias comu-
124 La construcción simbólica de los movimientos sociales

nicativas, a la escucha y al establecimiento de lazos adecuados con los


demás [Mehl, 1995]. Uno de los efectos resultantes es la serialización
del malestar, su individualización y el envío hacia las “víctimas” del
encargo de buscar remedio por ellas mismas a través de un trabajo te-
rapéutico. Los medios de comunicación masiva no son el único espa-
cio de esta modalidad de gestión individualizada de las tensiones y los
conflictos, como queda patente con el apogeo de múltiples actividades
de consejo y terapia síquica, conyugal, de comunicación y de “gestión
de los recursos humanos”.
Estas evoluciones sociales proponen añadir una cuarta rama al
tríptico de Hischman: la terapia. Una de las consecuencias de lo que
Robert Bellah llama el “esquema de sicosalvación” es reducir la poten-
cialidad de la expresión verbal pública, pues las fuentes de descontento
se remiten entonces a un déficit de comunicación o de la capacidad de
adaptación de los protagonistas de la relación. La categoría del “proble-
ma de comunicación” [Neveu, 1994] juega un papel particularmente
estratégico. Se la utilizó para explicar las huelgas, los conflictos sociales,
y las crisis de confianza en los gobiernos. Esta seudoexplicación para
todo funciona dentro de una lógica de despolitización y borra la exis-
tencia objetiva de situaciones de descontento o desigualdades. Lleva la
conflictividad a una patología nacida de las carencias pedagógicas de
los poderosos para explicar tanto las decisiones impuestas como las
crispaciones de los trabajadores ante cualquier cuestionamiento de su
situación debido a los imperativos de la modernidad o del mercado
mundial.

Una sociología de la construcción de los problemas públicos

La creciente atención dada a las dimensiones simbólicas e ideoló-


gicas y a las interacciones entre los medios de comunicación masiva, los
movimientos sociales y las autoridades, permite liberar el análisis de los
movimientos sociales y de su aislamiento como paréntesis de protesta,
para reintegrar su acción en una problemática más amplia de construc-
ción de los problemas sociales. La pregunta subyacente puede formu-
larse con sencillez, aunque sea compleja: ¿Qué es lo que hace que, en-
tre toda su variedad, algunas situaciones posibles de conflicto y de exi-
gencia de que intervenga lo político logren acceder a la visibilidad? ¿O
a la categoría de “problemas” en las columnas de los semanarios y las
agendas gubernamentales? ¿Y otras no?
Sociología de los movimientos sociales 125

Las modalidades de poner en la agenda los asuntos pendientes

Los “problemas sociales” no son objetos que se encuentran sin


más. Nacen de un trabajo de transformación (y eventualmente de crea-
ción) de los descontentos y las reivindicaciones argumentadas, y de
construcción de relaciones de fuerza para obtener respuestas y medi-
das. Pero los movimientos sociales sólo constituyen una de las puertas
de entrada a los problemas pendientes de los medios de comunicación
masiva y de las autoridades [Garraud, 1990]. El proceso también pue-
de provenir de una oferta política, cuando un partido convierte un
asunto sin gran repercusión en su caballo de batalla. Los medios de co-
municación masiva igualmente pueden jugar un papel autónomo, co-
mo lo muestra la reglamentación del financiamiento de los partidos en
Francia que proviene en gran medida del tratamiento periodístico de
diversos escándalos. Y aún más corrientemente, el simple seguimiento
de los asuntos de rutina por parte de los administradores estatales y
una acción corporativa de grupos de presión pueden acabar en el tra-
tamiento del problema sin una gran repercusión pública. Poder articu-
lar la acción de los movimientos sociales en estas modalidades más co-
munes de construcción de los problemas públicos es de utilidad.
La pluralidad de estas puertas de entrada significa que los respon-
sables de los movimientos sociales tienen interés en buscar conexiones
duraderas con los otros circuitos de tratamiento de los problemas so-
ciales, para no ver la resolución de su “problema” como exclusivamen-
te dependiente de una costosa movilización difícil de mantener. Algu-
nas modalidades de este enfoque se conocen ya, como por ejemplo, la
creación de acontecimientos o de mensajes a voluntad de los medios de
comunicación masiva, como los filmes con imágenes impactantes de
los ecologistas que impiden el paso a los balleneros islandeses, ofreci-
das generosamente a las cadenas de televisión por parte de la organiza-
ción Greenpeace. La búsqueda de relevancia a favor puede ser otra tác-
tica. Pero el complemento más eficaz en el proceso de movilización si-
gue siendo introducirse permanentemente en las negociaciones con las
autoridades administrativas y gubernamentales y penetrar en el círcu-
lo de los agentes que se consideran capaces de administrar una clase
particular de asunto, a quienes Gusfield [1981] llama “los propietarios
de los problemas públicos”. Aunque estas estrategias parecen una serie
de alternativas, en realidad están fuertemente unidas. Acceder a la cate-
goría de propietario significa ser reconocido en un sistema de campos
126 La construcción simbólica de los movimientos sociales

de batalla interconectados donde se alinean actores asociados por su


inversión en un problema: por ejemplo, periodistas, médicos, indus-
triales, farmacéuticos, investigadores, sindicatos de médicos o adminis-
traciones sanitarias y sociales en el caso de la salud pública.

La fuerza de lo instituido

Para un movimiento social, ahorrar permanentemente en la ges-


tión de un problema público implica una lógica de institucionaliza-
ción. Ésta puede resultar contradictoria con respecto a los repertorios
más enérgicos de la acción colectiva. Actualmente, implica una fuerte
inversión en el registro de peritaje. Gusfield [1981] lo demuestra con
ironía mediante el caso de las movilizaciones contra el alcohol al volan-
te: una gestión tecnocrática de los problemas implica tener a favor las
cifras y la ciencia, y consagrar una energía considerable a componer te-
mas. La participación en las instancias burocráticas de negociación
también consume mucho tiempo militante. Una de las causas de la cri-
sis sindicalista francesa debe buscarse dentro de la absorción de sus di-
rigentes en una multitud de comisiones y comités burocráticos parita-
rios que acentúan la ruptura entre los representantes y una base tenue.
Aquí vemos la tensión ante la cual se encuentra cualquier movi-
miento social. O bien, sólo representa el registro de la movilización, lo
cual es una arriesgada estrategia que puede arrinconarlo en una cate-
goría de agitador, al cual se trata de forma represiva; o bien, intenta su-
mar el registro de movilización a otros modos de mantener “su” pro-
blema en la agenda y se arriesga entonces a entrar en un guión de do-
mesticación. A decir verdad, este dilema sólo existe allí donde un “pro-
blema” ya cuenta con un mínimo de institucionalización, y donde hay
una “red de operadores” [Hilgartner y Bosk, 1988] y de ventanillas ha-
cia las que puede girar el movimiento. Esto puede explicar en cambio
la opción obligada del registro de movilización por parte del movi-
miento ecologista durante un largo periodo donde no existían ni admi-
nistraciones a cargo del asunto, ni periodistas especializados, ni siquie-
ra una espesa trama de asociaciones en torno a esta causa [Anderson
A., 1991]; y análogamente, sus posibilidades de institucionalización a
medida que se consolida una red de agentes y de instituciones capaces
de asegurar el seguimiento de ese asunto.
CAPÍTULO VIII
MOVILIZACIONES Y SISTEMAS POLÍTICOS

El análisis de los movimientos sociales sufrió permanentemente


de un déficit de atención hacia la diversidad de los sistemas políticos.
Hasta los modelos sensibles a ese factor seguían sin pulirse. (Ej: la tipo-
logía de Oberschall, o la polity en Tilly). La cuestión de lo político pa-
rece limitarse al acceso que tienen los movimientos a las autoridades y
al tratamiento diferenciado que se reserva a los manifestantes según se
perciba la amenaza que representan para el sistema. En cuanto a las po-
líticas públicas, en general, apenas se mencionan, como si constituye-
ran un universo desconectado de la movilización. Por tanto, no es exa-
gerado fijar en los años ‘80 la consideración por parte del análisis de los
sistemas políticos e institucionales.

La estructura de las oportunidades políticas

Un consejo útil pero esponjoso

Con McAdam [1982] se inicia la problemática de la estructura de


oportunidades políticas, pero su sistematización vendrá con el estudio
de Sidney Tarrow sobre el “vil mayo” italiano (1989). Fundamenta-
lmente, esta noción designa el estado de una estructura de juego en la
que se desarrolla un movimiento social. Pretende medir el grado de
apertura y vulnerabilidad del sistema político en las movilizaciones.
Como ejemplo, se puede proponer que, con iguales movilizaciones, los
contextos políticos aumentan o disminuyen las oportunidades de éxito
de los movimientos sociales. El movimiento de 1986 contra la ley De-
vaquet y las movilizaciones contra los Smic jeunes sacaron ventaja del
contexto de “cohabitación” y de la proximidad de las elecciones. En
cambio, el movimiento de los indocumentados, en el verano de 1996,
se desarrolla en una coyuntura política más desfavorable y marcada por
la preocupación gubernamental de no alienar a los electores sensibles
con el discurso xenófobo del Frente Nacional, debido a la poca relevan-
128 Movilizaciones y sistemas políticos

cia política en la movilización, sin mencionar siquiera la dificultad de


movilizar apoyos a mediados de agosto en Francia.
La problemática de Tarrow pone en evidencia cuatro factores. El
primero tiene que ver con el grado de apertura del sistema político: en
función de las tradiciones democráticas, de la cultura política y de las
orientaciones de los gobernantes, el despliegue de las actividades de
protesta dará lugar a una tolerancia y receptividad muy diferentes. Ma-
nifestarse es más arriesgado cuando un país está gobernado por una
junta militar o cuando existen grupos paramilitares, que dentro de un
marco democrátrico. Las reivindicaciones de los movimientos vascos o
bretones se recibirán diferentemente en el contexto jacobino de los
años ‘60 y durante la implementación de las leyes descentralizadoras. A
los criterios de Tarrow hay que añadir la desigual capacidad que los
partidos y fuerzas políticas pueden demostrar para integrar a los por-
tavoces de los movimientos sociales en las filas de sus autoridades. Una
parte del éxito electoral local del Partido Socialista, a partir de 1977, se
explica por su capacidad para acoger en sus listas a personalidades ac-
tuales del mundo de las asociaciones y de la militancia.
El segundo elemento concierne al grado de estabilidad de las
alianzas políticas. Cuanto más se fijen las relaciones de fuerza políticas
y se estabilicen los resultados electorales, menos movimientos sociales
pueden esperar sacar ventaja de los juegos de las alianzas o de las nece-
sidades electorales de los partidos para hacerse oir. McAdam demues-
tra así que una de las claves del éxito del movimiento de los derechos
civiles en los Estados Unidos durante los años ‘60 se relaciona con los
datos de la sociología electoral. El peso de los negros va en progreso
dentro del cuerpo electoral y los movimientos migratorios le confieren
importancia hasta en los Estados del norte. El desarrollo de un electo-
rado negro republicano provoca también un doble movimiento, favo-
rable al voto de leyes antiracistas, de interés entre algunas autoridades
republicanas y de reconquista del voto negro en el partido demócrata.
En cambio, el sistema italiano de la época, bloqueado por el peso de la
Democracia Cristiana y por la posición fuera del sistema del PCI, es
muy poco permeable a las exigencias de los movimientos sociales, co-
mo lo demostrará el bloqueo de la reforma de divorcio que, sin embar-
go, fue objeto de movilizaciones reales.
Se simplifica el modelo de Tarrow al asociar en una tercera varia-
ble la cuestión de la posible existencia de fuerzas relevantes en posicio-
Sociología de los movimientos sociales 129

nes estratégicas y la de divisiones elitistas. Un ejemplo de esto es la bre-


cha que había durante la IV República entre una alta administración
modernizadora y atenta a la internacionalización de la economía y un
personal político más “provincial” y tradicional. Una situación así per-
mite que los portavoces de las grandes empresas encuentren en las ad-
ministraciones centrales interlocutores más atentos que los ministros
en ejercicio. Recibir al abad Pierre en el palacio de Matignon (la sede
del gobierno francés), en diciembre de 1993, mientras se extendían por
doquier las ocupaciones de inmuebles parisinos, no dejaba de relacio-
narse con las divisiones en el partido RPR dentro de la perspectiva de
las elecciones presidenciales. Finalmente, las oportunidades políticas
dependen igualmente de la capacidad de un sistema político para desa-
rrollar políticas públicas, y para dar respuestas a los movimientos socia-
les. Esa tarea no se plantea en los mismos términos según se trate de go-
biernos inestables, ejecutivos sin poderes de decisión o equipos guber-
namentales seguros de su continuidad y en línea con administraciones
eficaces.
La conjunción de estas variables permite elaborar indicadores de
sensibilidad de los sistemas políticos en los movimientos sociales. Pero,
tal como subraya McAdam, la percepción (justa o falsa) de esta estruc-
tura de oportunidades por parte de un grupo movilizado también pro-
duce efectos considerables en la representación de las oportunidades de
una movilización. Los sondeos realizados en los Estados Unidos mues-
tran que entre los negros la percepción optimista de las posibilidades
de cambio en la educación de los niños, de los salarios y la promoción
social se vuelve mayoritaria a fines de los años ‘50. Dichas representa-
ciones también reactivan al movimiento, pues en 1963 el 47% de los
negros del sondeo se declaran dispuestos a ir a prisión por defender su
causa.
La problemática de las oportunidades suscita muchas preguntas
en cuanto a su delimitación. ¿Hay que integrar, tal como hace Tarrow,
la consideración de ciclos de protesta comparables a los económicos?
¿Una extensión así no sitúa precisamente en la explicitación lo que hay
que explicar? ¿Hay que interpretar los yerros y torpezas tan frecuentes
en la historia política durante las secuencias de la implementación de
los movimientos sociales como una creación de oportunidades? El de-
tonador del conflicto de las enfermeras en 1988 fue el decreto que su-
primía el requisito del Bachillerato para acceder a esa profesión, lo que
130 Movilizaciones y sistemas políticos

se recibió como una señal de menosprecio hacia ella. La cuestión de las


lentas evoluciones de las estructuras sociales, como los datos demográ-
ficos, los modelos culturales y los cambios económicos, plantea otros
problemas. La historia del movimiento negro estadounidense es inin-
teligible si no abarca la crisis algodonera y la emigración masiva hacia
el norte en los años ‘20. Pero aunque el análisis de los movimientos so-
ciales deba insertarse dentro de una consideración de los datos de la
morfología social, debe distinguir las oportunidades políticas, so pena
de vaciar de sentido esa palabra, “y también debe desconfiar de los usos
poco rigurosos... o derrotas previsibles”.
Como observan Gamson y Meyer (en Mc Adam, McCarthy &
Zald, 1996): “El concepto de estructura de oportunidades políticas es-
tá en dificultades y en peligro de convertirse en una esponja que absor-
be prácticamente todos los aspectos del medio ambiente de los movi-
mientos sociales: las instituciones políticas y la cultura, las crisis de to-
do tipo, las alianzas políticas y el completo y brusco cambio de las po-
líticas públicas. Por querer explicar demasiado, bien podría no explicar
nada”. Por lo demás, varios textos recopilados recientemente en la edi-
ción de Mc Adam, McCarthy y Zald (1996) intentan apoyar las aclara-
ciones que se han vuelto indispensables sobre un concepto cuya suerte
toma giros sospechosos (Cf. también a Tarrow, 1994).

Las dinámicas del conflicto

En los últimos tiempos, la reflexión sobre el concepto de las opor-


tunidades políticas se ha traducido en una mayor atención a la lógica
de las confrontaciones y los intercambios tácticos entre los protagonis-
tas dentro de las secuencias de movilización.
Un primer eje de reflexión se manifiesta en la inédita atención
que se concede al comportamiento de las instituciones represivas del
Estado. Esta variable figuraba ya en los trabajos de Tilly; en ella han in-
vertido recientemente algunos investigadores franceses e italianos cu-
yos trabajos han contribuido a articular la sociología de los movimien-
tos sociales y la sociología de la acción policial. Uno de los puntos de
convergencia de dichos trabajos es la proposición de una forma de “ci-
vilización” (en el sentido que le da Norbert Elias) del uso de las fuerzas
del orden. La gestión policial de los movimientos sociales a largo plazo
tiende a minimizar las formas más violentas de uso de la represión fí-
sica y a sustituirlas con estrategias de intimidación y de mantenimien-
Sociología de los movimientos sociales 131

to a distancia de los manifestantes (Bruneteaux, 1995). Donatella Della


Porta y Herbert Reiter (1996) proponen un modelo analítico que su-
giere el cambio de una política gubernamental por una ‘política ciuda-
dana’. Esta transición se traduce en el retroceso tendencial de las estra-
tegias de confrontación violenta y de represión pura contra las activi-
dades de protesta en beneficio de un modelo negociado de manteni-
miento del orden, donde el despliegue de las actividades de protesta en
el espacio público se hace en base a la cooperación y acuerdo previo en-
tre las fuerzas policiales y los organizadores de la movilización. Inclu-
so, durante los años ‘70 se verán en Alemania a policías (desarmados)
de los discussionkommando que, mediante el diálogo, buscaban preve-
nir los excesos de los manifestantes más decididos. Della Porta y Reiter
esbozan la idea emergente de lo que podría designarse como un tercer
repertorio policial: el modelo informativo. El trabajo de la policía con-
siste, entonces, en conjugar los medios tradicionales de vigilancia y de
conocimiento de los activistas (el fichaje o el seguimiento a la prensa
militante) y el uso de tecnologías de vigilancia del espacio público (la
vigilancia por vídeo de los lugares públicos) que permiten identificar e
individualizar a los manifestantes cuyas acciones violentas rompen el
consenso de la protesta negociada. Estos análisis describen la firme
tendencia que puede objetivarse en datos como las cifras de las víctimas
de los enfrentamientos con la policía o el examen del equipamiento de
las fuerzas policiales, aunque deben tomar en cuenta el peso de una
cultura “viril” de la fuerza dentro del personal de la policía y la gendar-
mería (Fillieule, 1996), así como la persistencia de numerosos casos en
los que las lógicas de situación del mantenimiento del orden se tradu-
cen en el resurgimiento de comportamientos violentos; por ejemplo, la
ejecución a sangre fría de varios secuestradores en Nueva Caledonia en
1986 o el sangriento fin de la toma de rehenes en la embajada del Japón
en Perú. Los análisis de Donatella Della Porta (en McAdam, McCarthy
& Zald, 1996) subrayan también el valor como variable estratégica de
las políticas represivas o negociadoras. El comportamiento de las fuer-
zas policiales y represivas, tanto en términos de vigilancia y de control
de las organizaciones de movimiento social (posibilidad de disolver las
organizaciones o régimen de todo a la vista) como de las formas de sus
intervenciones en el espacio urbano, constituye uno de los signos cla-
ves que pueden considerar las autoridades políticas en cuanto a la
estructura de oportunidades políticas. Estas estrategias policiales jue-
132 Movilizaciones y sistemas políticos

gan asímismo un papel determinante respecto a las formas de las orga-


nizaciones y a los repertorios de protesta que utilizan los movimientos
sociales.
Al ampliar la reflexión sobre los procesos de constitución y de
modificación de alianzas políticas, los trabajos recientes también han
contribuido a enriquecer la sensibilidad hacia la dinámica de las movi-
lizaciones. La imagen reduccionista de un movimiento que se desarro-
lla en contra del Estado o de un adversario institucional (una empresa
o la burocracia) se ha hecho más compleja por la atención inédita pres-
tada al fenómeno de los contramovimientos (Meyer y Staggenborg,
1996), cuyas reivindicaciones vienen a oponerse a las de los grupos mo-
vilizados, como lo ilustra el caso de las luchas entre Pro-Choice y Pro-
Life, a propósito del aborto en los Estados Unidos. Una de las proposi-
ciones paradójicas de este depósito de investigación es mostrar que los
éxitos de un movimiento, lejos de poner fin a la movilización, suscitan
en más de un caso la contramovilización de los grupos que se conside-
ran perjudicados por las reformas. Un ejemplo reciente de ello es el jue-
go de las movilizaciones y contramovilizaciones ocurridas en Chile,
con ocasión del enjuiciamiento a Augusto Pinochet en España. Y lo que
estimula en particular esa movilización de los contramovimientos es lo
que algunos autores denominan el efecto radical-flank: la aparición
marginal de una movilización de grupos radicales ocurre especialmen-
te para provocar una contramovilización. Gitlin (1980) presenta un ca-
so típico al demostrar cómo las derivaciones radicales y violentas de los
movimientos estudiantiles estadounidenses en la época de la guerra del
Vietnam permitieron que se cristalizara una oposición “razonable” y
moderada al compromiso estadounidense en Indochina. La dinámica
movimientos/contramovimientos constituye entonces un excepcional
factor analizador de los efectos de las oportunidades políticas vincula-
das a las estructuras institucionales. En efecto, la existencia de un siste-
ma federal y la disponibilidad de recursos legales permiten que un pro-
tagonista derrotado en una arena de combate (por ejemplo, parlamen-
taria) abra nuevos frentes (el judicial, por ejemplo), se convierta de lo
federal a lo federado y provoque en los procesos de movilización una
guerra de movimiento, de la que un ejemplo perfecto son las luchas en
torno al derecho al aborto.
Sociología de los movimientos sociales 133

Movimientos sociales y políticas públicas

Tomar en serio la dimensión política es así mismo concebir a los


gobernantes no como simples interlocutores o adversarios de los gru-
pos en movilización, sino como los instigadores de políticas públicas y
de programas que buscan anticipar la gestión de una agenda de asun-
tos y de un sector social particular. Estas políticas públicas afectan do-
blemente a los movimientos sociales. Pueden traducir las intervencio-
nes que reclaman éstos y responderles, pero también y, a la vez, apaci-
guarlos y constituir herramientas de integración de los participantes en
la protesta y de conformación de los repertorios de la acción colectiva.

Los tipos de Estado y las lógicas de la protesta

Herbert Kitschelt [1986] partió de una comparación de las polí-


ticas nucleares para proponer un modelo analítico que permitiera arti-
cular la estructura de oportunidades políticas y las políticas públicas.
Este modelo clasifica los sistemas políticos según sea su grado de recep-
tividad y de apertura a las demandas (los inputs). Un sistema abierto
corresponde a una estructura de oportunidades favorable a los movi-
mientos sociales. Entre los indicadores de la apertura están el grado de
fragmentación de los partidos políticos y los grupos parlamentarios, lo
que da entonces un poder de influencia hasta a las pequeñas formacio-
nes necesarias para formar una mayoría. El mismo sentido tienen la in-
fluencia y el peso real de lo legislativo frente a lo ejecutivo. La existen-
cia de mecanismos de concertación institucionalizados, que dan a los
grupos de presión y a los actores de una movilización un poder sobre
la definición de las políticas públicas, es otro elemento de apertura.
(Aquí se puede hacer referencia al modelo “neocorporativo”). Un siste-
ma cerrado se identifica por sus características opuestas: partidos poco
fragmentados y alianzas políticas estables; un Parlamento con débil in-
fluencia, un ejecutivo fuerte y administraciones poco dadas a compar-
tir su poder con la modalidad de cogestión, especialmente si estas de-
mandas de participación toman la forma de movilizaciones. Un siste-
ma político así permite poco espacio en el sistema político administra-
tivo para quienes participan en la protesta.
Kitschelt es más original cuando explicia la noción de apertura de
un sistema político en torno a tres dimensiones. Un movimiento social
puede obtener resultados de procedimiento, en términos de su acceso a
134 Movilizaciones y sistemas políticos

las instancias de concertación y de la obtención del estatus de interlo-


cutor oficial. Los resultados pueden ser substanciales, es decir, traducir-
se en medidas concretas: reformas, leyes y cambios de orientación. Fi-
nalmente, los beneficios pueden ser estructurales, es decir, producir una
modificación de la estructura misma de las oportunidades políticas, tal
como la implementación de elecciones anticipadas y la ruptura de una
coalición gubernamental. En este campo, hay que volver a los trabajos
de Michel Dobry [1986], que aclaran la génesis y las singularidades de
las situaciones de crisis política, cuya característica principal es una
“desectorización” y una desaparición de los múltiples tabiques y fron-
teras sociales que, en las sociedades con una fuerte división del trabajo,
forman habitualmente una suerte de aislante contra el contagio de las
movilizaciones.
Análogamente a esta capacidad de acoger las demandas y las mo-
vilizaciones (inputs), hay una segunda variable que mide el grado de la
capacidad del sistema para definir y dirigir políticas públicas (outputs).
Un sistema marcado por la estabilidad, la centralización y un fuerte
sector público podrá producir políticas públicas netas. La V República
francesa ofrece claros ejemplos de ello: cuando en 1967 se adoptó una
importante reforma de la Seguridad Social mediante una técnica jurí-
dica (las ordenanzas) que trastornó al Parlamento; o cuando se impu-
so la modernización económica pese a las resistencias de las clases me-
dias tradicionales. En cambio, la sucesión de equipos de gobierno, el
sistema federal y los recursos jurisdiccionales capaces de obstaculizar
las políticas públicas son variables que hacen probable una débil pro-
ducción de output. En este punto se puede hacer referencia a la mane-
ra en la que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos pudo invalidar
(o vaciar de esencia) temporalmente ciertas leyes básicas del New Deal
de Roosevelt, que a veces se expidieron en respuesta a las expectativas
de los grupos en movilización por la crisis de 1929. Igualmente, las ga-
rantías (aunque modestas) que confiere la ley Taft-Hartley al desarro-
llo de la actividad sindical en los Estados Unidos, se fortalecen de facto,
con una mayoría de los Estados del sur, por legislaciones federadas más
representativas que vacían esa ley (concebida en su principio de 1947
como un compromiso entre el poder federal y los sindicatos) de todo
alcance general y de toda efectividad.
Los recientes trabajos de la historiadora estadounidense Theda
Stocpol (1993, 1994) pueden servir de ejemplos de estos juegos de in-
Sociología de los movimientos sociales 135

fluencia recíproca entre los movimientos sociales, los sistemas políticos


y las políticas públicas. En estas investigaciones relativizadoras de la
imagen de los Estados Unidos como sociedad eternamente retrasada en
materia de protección social, Stockpol subraya dos datos en especial.
Las formas de la política social en los Estados Unidos son en parte el re-
flejo de las movilizaciones que la hicieron nacer: las de los antiguos
combatientes de la posguerra de Secesión y las de la poderosa red de las
asociaciones feministas (la Federación general de los clubes de muje-
res) de principios del siglo XX. El modelo estadounidense de protec-
ción social obtiene de ellas su estilo “matriarcal” y la singularidad de un
sistema de pensiones, precozmente extendido, pero así mismo reserva-
do a los antiguos combatientes. A su vez, la dimensión federal, el papel
político de los tribunales y el peso constante de un grupo de presión
parlamentario del sur, explican la imposibilidad de transformar estos
elementos de la política social en un sistema de protección universal
basado en el modelo de los estados sociales europeos.
Kitschelt parte de las políticas relativas a lo nuclear para delinear
una tipología de las relaciones entre el tipo de Estado, los movimientos
sociales y las políticas públicas. En el modelo “abierto - fuerte”, que
Suecia ilustra, domina una estrategia asimilativa mediante la cual las
autoridades se muestran atentas a la protesta y se esfuerzan por incli-
nar las políticas públicas en función de las movilizaciones. Hay fuertes
beneficios de procedimiento y cambios substanciales, pero por el juego
de las concesiones y de la integración de la protesta, el sistema político
amortiza el choque de los movimientos sociales que no lo cuestionan.
El modelo “abierto - débil” de los Estados Unidos se puede comparar
en gran medida con el sueco y se caracteriza también por una lógica
asimilativa (que simboliza claramente la institucionalización del lobb-
ying, o la actividad de los grupos de presión) e importantes beneficios
de procedimiento. En cambio, los beneficios substanciales son menos
netos, especialmente por el hecho de una estructura federal que multi-
plica los centros de impulso de las políticas públicas y reduce la cohe-
rencia de los outputs, y con ello, la posibilidad de inclinarlos hacia un
nivel central. Francia encarna un modelo “cerrado - fuerte” cuyas ca-
racterísticas son simétricas a las del modelo sueco. En el modelo fran-
cés domina una lógica de confrontación (uno de cuyos símbolos sería
la violenta represión de los manifestantes contra el reactor Super-Phé-
nix, debido a que produce mayor cantidad de materia de fisión de la
136 Movilizaciones y sistemas políticos

que consume). Los movimientos sociales apenas obtienen beneficios


significativos. Este bloqueo los lleva a ejercer fuertes presiones estruc-
turales sobre el sistema político al cuestionarlo de manera conflictiva o
“extraparlamentaria” al intentar penetrar directamente (con la crea-
ción de partidos ecologistas) en un sistema favorable que se percibe co-
mo impermeable a las demandas.

UNA TIPOLOGÍA DE LAS MOVILIZACIONES Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS

Modalidad de acogida
Estructura de los outputs de las demandas políticas
(capacidad para dirigir (inputs)
políticas públicas)
Abierto Cerrado

Fuerte Suecia Francia


Débil Estados Unidos Alemania

El modelo de Kitschelt puede parecer simplificador, a pesar de los


diversos parámetros a los que recurre. Según el autor, deben detallarse
las dicotomías abierto-cerrado y más todavía, fuerte-débil. Asímismo,
es dudoso que esas variables funcionen de igual manera con todos los
movimientos sociales y todos los asuntos. El sistema francés “cerrado”
se descubre notablemente abierto a las reivindicaciones de la joven ge-
neración campesina de los años ‘60 a través de la aprobación de las le-
yes de orientación que Edgar Pisani defiende. Este sistema “fuerte” tie-
ne, en cambio, mayor dificultad para crear con coherencia políticas pú-
blicas en el campo universitario. Igualmente convendría integrar mu-
chos otros parámetros, sobre todo, el perfil político de los gobernantes
y el de los participantes en la protesta, tal como lo demuestra el aban-
dono del proyecto de la central nuclear de Plogoffpor parte del gobier-
no Mauroy, en vísperas de las elecciones legislativas de 1981.

El eslabón perdido

La problemática de Kitschelt tiene el mérito de hacer que la


estructura de oportunidades políticas se vea no como un simple coefi-
ciente de probabilidad para el éxito de los movimientos sociales, sino
como una mediación esencial que permite vincular a los grupos en mo-
Sociología de los movimientos sociales 137

vilización con sus estrategias y, al mismo tiempo, reflexionar sobre la


capacidad del Estado para canalizar las formas de protesta.
Los grupos en movilización integran la estructura de oportu-
nidades políticas en el desarrollo de sus estrategias. Esta percepción
puede tomar la forma primera “prereflexiva”, sin ningún cálculo y ali-
mentada por reminiscencias históricas (Hay que reunir los “estados ge-
nerales”, “se distribuye como en el ‘36” ...), por repertorios tradiciona-
les de un grupo (que pueden perpetuarse de forma casi fetichista por-
que provocan victorias históricas), y por una cultura política conden-
sada a veces en convicciones elementales (“Con ellos sólo cabe la vio-
lencia”). Esta forma de cultura de la protesta puede terminar en con-
trasentidos dentro de la evaluación de las relaciones de fuerza y de las
modalidades de movilización eficaces, tal como la ilusión de “volver a
hacer el ‘68” en las huelgas estudiantiles posteriores.
Esa cultura no por ello deja de ser la interiorización de una for-
ma de sabiduría de protesta respecto del arte de llevar el combate y de
utilizar repertorios y oportunidades. En cambio, la gestión de la estruc-
tura de oportunidad puede tomar la forma de cálculos tácticos próxi-
mos al modelo de la acción racional: el visible debilitamiento de un go-
bierno, un fracaso electoral y el fiasco de las medidas represivas son en-
tonces el signo de un aumento de la movilización. Finalmente, la acti-
vidad táctica sirve también para la elección de los espacios y lugares. La
experiencia de la protesta consiste igualmente en identificar las buenas
“entradas” y los procedimientos eficaces. Los movimientos ecologistas
y las asociaciones de vecinos constataron hace mucho que las peticio-
nes y la participación en las comisiones extra municipales eran medio-
cremente eficaces para frenar un gran proyecto de remodelación o un
equipamiento pesado urbano. Y percibieron a la vez el considerable re-
curso que les ofrecían la complejidad y el formalismo de los procedi-
mientos indagatorios de utilidad pública y las posibilidades ampliadas
de promover acciones judiciales. Los tribunales administrativos blo-
quearon así más depósitos urbanos que las manifestaciones.
Pero la estructura de oportunidades no constituye una resultante
de las relaciones de fuerza con los participantes en una protesta, ni de
las fluctuaciones del sistema favorable o de las alianzas parlamentarias,
que los gobernantes sufren pasivamente; las autoridades también la
138 Movilizaciones y sistemas políticos

construyen al instituir estructuras de concertación, abrir recursos juris-


diccionales, estimular o reprimir formas de organización o de expre-
sión y otorgar monopolios jurídicos de representación. Así pues, en el
caso suizo, Kriesi y Wisler [1996] pudieron demostrar la ambivalencia
de las técnicas de democracia directa, como la del referendo de inicia-
tiva popular. Estas técnicas abren a los participantes de la protesta una
“entrada” en apariencia fácilmente accesible (en Zurich basta con una
petición firmada por menos del 2% de los electores). Pero aunque es-
tas técnicas de toma de la palabra provocan una “civilización” de la pro-
testa, la negativa a recurrir a ellas concluye así mismo con una forma de
descalificación de los que protestan y con un tratamiento represivo de
sus movilizaciones.
En síntesis, hay que subrayar que a veces los poderes públicos tam-
bién pueden modelar, canalizar y crear los movimientos sociales. Los tra-
bajos sobre el neocorporativismo [P. Schmitter y G. Lehmbruch, 1992;
Hassenteufel, 1990] contribuyeron a visibilizar esta verdad tan contra-
ria a la rutinaria oposición entre el Estado y la sociedad civil. Basta con
prestar atención a este fenómeno para identificar rápidamente los múl-
tiples modos en que los poderes públicos conforman algunas posibili-
dades de la acción de protesta: el pago de subvención cuya renovación
puede estar condicionada, el monopolio sindical para la presentación
de los candidatos a las elecciones profesionales, alistamiento de las ór-
denes profesionales encargadas de administrar ciertos problemas cor-
porativos y apoyo para las organizaciones profesionales consideradas
más razonables. La historia de las formas de esta intervención pública
también podría dar lugar a una teoría de los “repertorios de acción es-
tatal” sobre las movilizaciones, y explicar muchas evoluciones de los re-
gistros de la protesta. Gosta Esping-Andersen habla al respecto de “for-
mularios de reivindicaciones”, para sugerir la capacidad que tienen los
poderes públicos de actuar como canalizadores hasta el nivel de la pro-
testa, al proponerles verdaderos caminos comprobados: entradas o in-
terlocutores claramente identificables y una definición implícita o ex-
plícita de comportamientos que provocarán la represión; o, por el con-
trario, la benevolencia y los procedimientos de encuadramiento jurídi-
co del recurso a la acción, como los múltiples casos de reglamentación
del derecho a la huelga.
Sociología de los movimientos sociales 139

Una de las hipótesis que se desprenden de estos trabajos y de sus


conclusiones podría resumirse en la imagen de una tendencia general
al mimetismo entre las estructuras de las organizaciones de protesta y
las de los Estados con los que se enfrentan [Giugni, 1996], bien sea que
se trate de su estructuración sobre el territorio en función de los recor-
tes administrativos, o de los efectos del recorte de aparato estatal en Mi-
nisterios y administraciones especializadas. Así, la organización ecolo-
gista WWF está fuertemente centralizada en Francia, pero en Suiza se
encuentra descentralizada a nivel cantonal.
Hay muchos ejemplos sobre estas estrategias de las autoridades
que pueden consistir en responsabilizar administrativamente a los po-
tenciales participantes de la protesta. La gestión de los sistemas de pro-
tección social por parte de los sindicatos de asalariados y la auténtica
cogestión corporativa del Ministerio de Agricultura son dos ejemplos
concretos. También pueden funcionar algunas técnicas de descalifica-
ción. Tarrow subraya hasta qué punto la elección de una política fuer-
temente represiva pretendía llevar a los movimientos extraparlamenta-
rios italianos hacia la elección entre la pacificación de la protesta o la
completa clandestinidad. En una forma más discreta, es probable que
la legislación fiscal sobre el timbre permitiera al Segundo Imperio dar
un golpe de timón a una literatura de baratijas y a algunos periódicos
que los poderes públicos veían como los soportes de un mal espíritu de
protesta. Darle al Estado el estatus de protagonista a tiempo completo,
y no de un simple objeto de las reivindicaciones de los movimientos so-
ciales, no es entonces una simple cláusula de estilo, sino una condición
para la comprensión de las formas y los destinos de las movilizaciones.

La institucionalización de los nuevos movimientos sociales

Los nuevos movimientos sociales se presentan como instancias típi-


cas de oposición al Estado y a los mecanismos de institucionalización, y
por eso, constituyen un excelente terreno para relativizar la pertinencia de
la oposición entre la sociedad civil y el Estado.
Los poderes públicos franceses estimulan el desarrollo de algunos
de esos movimientos sociales. Efectivamente, desde 1951 agrupan a diver-
sas estructuras vinculadas al asunto del consumo en la Unión Federal de
los consumidores, que alcanza el reconocimiento de su categoría de inter-
140 Movilizaciones y sistemas políticos

locutora oficial y exclusiva para estos asuntos. El informe Rueff-Armand de


1959 subrayará la contribución que pueden ofrecer los consumidores en
movilización para la modernización económica. La consecuencia será la
creación de nuevas estructuras (CNC) dentro del Ministerio de Economía.
El Instituto Nacional del Consumo se creó en 1967 con un estatus jurídico
de establecimiento público y, bajo el impulso de Henri Estingoy, se consti-
tuirá en uno de los catalizadores del movimiento consumista a través de su
revista Cinquante Millions de consommateurs, con una tirada de 280.000
ejemplares a principios de los años ‘70. Por su parte, desde 1975, el Minis-
terio del Medioambiente organiza períodos prácticos de formación para los
dirigentes de los movimientos asociativos.
La colaboración conflictiva entre las administraciones y los movi-
mientos sociales puede observarse todavía en las relaciones que estable-
cen los Ministerios “nuevos” (del Medio Ambiente, del Consumo y de la
Condición Femenina) con los grupos en movilización. Estas administracio-
nes, a menudo, se ubican en una posición dominada al interno de las es-
tructuras político-administrativas y no disponen ni de la relevancia de los
“grandes cuerpos” ni de presupuestos y servicios exteriores muy abun-
dantes; por eso, buscan el apoyo de las asociaciones que trabajan en su
sector. El Ministerio del Medio Ambiente intervino en 1983 con la moviliza-
ción de las asociaciones de pescadores contra el trabajo de los grupos de
presión (lobbying) parlamentaria de EDF, para hacer aprobar una ley con
fuertes restricciones en materia de protección a los peces de los ríos.
Estas relaciones concluyen en situaciones en las que se superponen
“administraciones militantes” cuyos responsables simpatizan a menudo
con las causas que deben gestionar, y movimientos sociales parcialmente
absorbidos por una colaboración institucionalizada para conseguir la defi-
nición y la implementación de las políticas públicas. Las asociaciones eco-
logistas participan en el Consejo Nacional de Protección de la Naturaleza,
en la Comisión Superior de las Reservas Ecológicas, en el Consejo Supe-
rior de las Instalaciones Clasificadas, en el Consejo Nacional del Ruido y en
el Consejo de la Información sobre la Energía Nuclear, sin contar las estruc-
turas de las colectividades locales. Una inversión así supone un gran tra-
bajo de peritaje y especialización en los asuntos que contribuye a modelar
el estilo del ecologismo militante. El desarrollo de la capacidad de actuar
en justicia, que las leyes francesas reconocen a las asociaciones de defen-
sa de la naturaleza, y los recursos jurídicos que les ofrece el derecho co-
munitario, también forzaron a las organizaciones ecologistas a frecuentar
más los tribunales de justicia que la calle.
Pero la dimensión del conflicto no desaparece. La administración
(incluso si es “nueva”), debe seguir las prioridades políticas del gobierno
y actuar solidariamente. Las asociaciones, las autonomías y la existencia
de asuntos y de organizaciones más conflictivos pueden ocasionar enfren-
tamientos. Pero hasta a éstos los pacificará a menudo la mediación de la
justicia o del peritaje. FUENTES: OLLITRAULT [1996], SPANOU [1991]
CONCLUSIÓN

Los movimientos sociales expresan los malestares sociales y las


modificaciones culturales y revelan el surgimiento de solidaridades co-
lectivas o la dispersión de los grupos cuya coherencia acabó por pare-
cer evidente; por eso, son a la vez una constante de la vida social y un
fenómeno que cambia sin cesar. No es probable entonces que una so-
ciología de los movimientos sociales fuera un saber definitivo o una
construcción acabada.
Este libro vería cumplido su objetivo si pudiera demostrar la
complejidad de estos procesos, muy poco compatibles con los diagnós-
ticos simples y perentorios que a menudo van junto a los comentarios
en caliente sobre aquellos; y sugerir simultáneamente que no todo aná-
lisis puede permear dicha complejidad, por lo cual el investigador de-
be dotarse de una caja de herramientas teórica.
A veces se reprocha a las ciencias sociales su parecido con una co-
lección de modelos teóricos en la que el último en llegar tiene mayores
posibilidades de superioridad provisional. Pero la evolución del análi-
sis de la acción colectiva desde hace un cuarto de siglo invalida esta des-
cripción. Uno de los aspectos más apasionantes de los recientes traba-
jos es poder escapar finalmente a la alternativa de las grandes maqui-
narias teóricas adornadas con ilustraciones superficiales o con análisis
de casos detallados, pero no generalizables. Los conocimientos acumu-
lados permiten desde entonces que se articulen lo “macro” y lo “micro”,
así como las estructuras sociales y la experiencia de los individuos en
movilización.
Una obra de iniciación debe aportar el gusto por las nuevas lec-
turas. Aunque es lamentable que sea obligatorio saber inglés para fami-
liarizarse con las obras de referencia, la lectura de los recientes trabajos
de McAdam [1982, 1988] o de Oberschall [1993] evidenciará los pro-
gresos alcanzados. Oberschall estudia el nuevo derecho cristiano de Ca-
rolina del Norte, lo que es un ejemplo de la tendencia hacia un patrón
de lectura global. Vuelve a las herramientas de análisis elaboradas en
1973 y subraya la fuerza del entretejido de los vínculos asociativos y pa-
142 Conclusión

rroquiales en el universo de las clases medias bajas, que son la base de


lo corriente, su posición “segmentada”. Pero la atención también se des-
plaza hacia las ideologías del grupo, los efectos de sus creencias religio-
sas y su estilo de vida, que convergen para valorar la convivialidad y la
moralidad compartidas dentro de la comunidad, mucho más que el
ideal poco accesible de la promoción social. El intento de imponer a to-
da la población, con la ley y la intervención del Estado, una ética cris-
tiana integrista se interpreta entonces como una estrategia para salvar
una sociabilidad comunitaria que da sentido a las existencias y para im-
pedir una poco armoniosa socialización de los jóvenes por parte de los
medios de comunicación masiva o de un mundo escolar secularizado.
Estos trabajos contribuyen a que la sociología de las movilizaciones en-
tre en una óptica auténticamente “comprensiva”: atenta a la experien-
cia de la gente y que ayuda a comprender antes que a juzgar o a con-
fundir, denuncia con justificación. En este sentido, quedan aún tres ob-
servaciones finales que hacer.
La primera es lamentar una especie de “Yalta” disciplinaria por la
cual los sociólogos se ocupan casi exclusivamente de los países desarro-
llados y dejan a los especialistas las “áreas culturales” y, a veces, a los
editorialistas, la tarea de interpretar al Tercer Mundo. Una cooperación
entre los especialistas enfrentaría a la sociología con objetos inéditos y
reduciría la oleada de comentarios insignificantes que aún corren en
los medios de comunicación masiva sobre temas como el Islamismo. A
este respecto, los trabajos como los de Olivier Roy [1992] expresan
la fuerza que tienen esas cooperaciones entre disciplinas de estudio.
La segunda observación consiste en subrayar que “comprender”
los movimientos sociales no acaba en absoluto en una postura relati-
vista suave consistente en percibirlos como puros objetos de intelec-
ción e indiferente a sus contenidos. Para el ciudadano preocupado por
actuar o reaccionar frente a las movilizaciones que cuestionan princi-
pios de justicia social y ponen en peligro valores universalistas nacidos
de las grandes revoluciones del siglo XVIII, comprender los movimien-
tos sociales que, a veces, parecen movilizar contra sus intereses a los
más desprotegidos, puede ser el acto previo de una acción eficaz.
Finalmente, aunque la sociología no reparta buenas notas para
los movimientos sociales, sí puede recalcar ciertas significaciones polí-
ticas de las movilizaciones contemporáneas, sin abandonar el terreno
de los hechos. En la mayoría de los Estados del Tercer Mundo, donde
Sociología de los movimientos sociales 143

no existen ni los procedimientos y tradiciones de las democracias occi-


dentales, ni las condiciones socioeconómicas objetivas capaces de dar-
les un mínimo de eficacia, recurrir a las movilizaciones sigue siendo el
elemento estratégico de los empeños de cambio político. Las evolucio-
nes de países tan diversos como Irán, Haití, Palestina o Corea del Sur
contrastan entre sí por sus dinámicas, y con frecuencia provocan con-
flictos entre los occidentales que pudieron entusiasmarse con esos mo-
vimientos sociales del hemisferio sur.
En los países del “Norte”, asociados a las variantes del modelo de-
mocrático, la persistente vitalidad de los movimientos sociales también
es de gran alcance. En grandes segmentos de su población, esa vitalidad
manifiesta una relación de desconfianza hacia el modelo representati-
vo clásico fundado sobre una delegación permanente de la autoridad a
los gobernantes. De una manera más innovadora, esta permanencia de
los movimientos sociales también sugiere los límites de lo que algunos
analistas señalaron como la forma contemporánea de la participación
política: la democracia de opinión, en la que el juego de los sondeos, la
información de los expertos y la atención a la opinión pública permiti-
rían una “continua” intervención de la vox populi y una consideración
real de las expectativas sociales entre dos elecciones. Aunque traten de
levantar acta de las evoluciones objetivas del modelo democrático y
puedan suscitar una fecunda reflexión, esas representaciones también
son formas de las ideologías profesionales de aquellos (los periodistas
o los encuestadores) cuya razón social radica en convertirse en porta-
voces de la opinión pública. El debate sobre la “democracia de opinión”
exige una reflexión digna de ese nombre sobre lo que es la “opinión pú-
blica” y sus significaciones [Gaxie, 1990]. También supone que la natu-
raleza de los problemas sociales de las portadas y la manera de proble-
matizarlos y darles respuesta mediante políticas públicas o gestos sim-
bólicos, se interpreten como los resultados de las luchas e interdepen-
dencias entre las fuerzas sociales (y no como datos que se impondrían
objetivamente).
Muchos movimientos sociales, igualmente, pueden leerse como
una crítica en acto de esa “democracia de opinión” cuando cuestionan
la autoridad con la que los expertos de toda clase, y, en primer lugar, los
expertos en traducir lo que quiere la opinión pública, pretenden legis-
lar sobre cuestiones que conciernen a lo cotidiano, sin escuchar atenta-
mente a los grupos y personas afectadas y sin considerar la diversidad
144 Conclusión

de los intereses y creencias. El sentimiento que muchas movilizaciones


recientes proclaman experimentar al no ser entendidas, escuchadas ni
respetadas, invita, además, a meditar sobre la paradójica conjugación
entre lo que se considera el reino de la “opinión pública” y el sentimien-
to de abandono que viven muchos titulares de esa soberanía estadísti-
ca.
Una de las características comunes de numerosos movimientos
sociales consiste en el cuestionamiento que hacen de un mundo políti-
co, que por actuar ante el objetivo de las cámaras y el flujo de los son-
deos, se cierra cada vez más sobre sus propios desafíos ocultos y sobre
las modalidades de tratamiento tecnocrático de esos desafíos. La mag-
nitud de los movimientos sociales sugiere finalmente la conveniencia
de interpretarlos como el indicador de situaciones de exclusión políti-
ca en las que los mecanismos de la representación política y de las pu-
jas neocorporativas, del acceso a los foros de los medios de comunica-
ción masiva o de la movilización de reglas legales ya no funcionan co-
mo instrumentos de participación, sino como filtros o censuras que de-
jan problemas sin respuestas y grupos sin representantes. Esto significa
que la investigación de los movimientos sociales también es un fecun-
do enfoque para interpretar tanto las nuevas expectativas como las de-
silusiones que provoca el modelo democrático tal y como se constituye.
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