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Derrida nos dice en su Se ruega insertar, que las columnas (la "del así denominado Hegel" y la
"del así denominado Genet") son la figura de colosos; dos, como los colosos de Memnón que
quejumbrosos, en su doble soledad (como la de Eos y Memnón en el mito), se expresan con la
aurora. Y estos dos colosos también son flores fálicas que se interpenetran o se "comunican" si
por comunicar no entendemos la transmisión de un sentido prístino, del querer-decir. La
pregunta que resuena en derredor de ambos colosos (y que subtitula Glas) es ¿qué resta del
saber absoluto? (o más resonante: ¿qué resta del Sa?). En la columna de Hegel se puede leer:
"por otra parte, no se sabe si Sa es un texto, si ha dado lugar a un texto, si ha sido escrito o si
ha escrito, hecho escribir, dejado escribir". En una primera respuesta escueta, podemos decir,
resta del saber absoluto que éste es texto, no escapa al texto (no podría), el Sa también está
escrito y está sometido al principio de ruina presente en todo código, en todo signo.
Derrida señala que siempre se escribe a dos manos , en un juego doble por el cual se respeta,
por un lado, el juego de los conceptos pero, por otro lado, se lo desplaza, se lo lleva hasta su
no-pertinencia desde su pertenencia misma al edificio metafísico, se lo desliza hasta su
extinción y su clausura.
Los elementos de dislocación están dados en los indecidibles, Juegos derridianos para
suspender la lógica binaria, juegos en los que lo marginal, lo suplementario, lo no importante,
pasa a ocupar un lugar diverso, no por mera inversión, sino ejercitando la inversión como uno
de los modos de la mostracón de la poca importancia de las jerarquñias de los opuestos.
Todo Glas es entonces un texto "en suspensión", y un texto donde redoblan las capanas por la
muerte del significado. Glas es la puesta en obra del duelo (un duelo imposible) por la muerte
de Dios: en dos columnas se nos presentan, por un lado, la tradición occidental en sus más
altos valores, en la lectura hegeliana: la familia, la propiedad, el estado, por el otro lado, la
desacralizada visión del sexo y del amor de Jean Genet. La lectura sin trayecto nos advierte que
una de esas columnas, tan separas, estaba dentro de la otra (ovicversa)