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Se ruega insertar

Derrida nos dice en su Se ruega insertar, que las columnas (la "del así denominado Hegel" y la
"del así denominado Genet") son la figura de colosos; dos, como los colosos de Memnón que
quejumbrosos, en su doble soledad (como la de Eos y Memnón en el mito), se expresan con la
aurora. Y estos dos colosos también son flores fálicas que se interpenetran o se "comunican" si
por comunicar no entendemos la transmisión de un sentido prístino, del querer-decir. La
pregunta que resuena en derredor de ambos colosos (y que subtitula Glas) es ¿qué resta del
saber absoluto? (o más resonante: ¿qué resta del Sa?). En la columna de Hegel se puede leer:
"por otra parte, no se sabe si Sa es un texto, si ha dado lugar a un texto, si ha sido escrito o si
ha escrito, hecho escribir, dejado escribir". En una primera respuesta escueta, podemos decir,
resta del saber absoluto que éste es texto, no escapa al texto (no podría), el Sa también está
escrito y está sometido al principio de ruina presente en todo código, en todo signo.

Derrida señala que siempre se escribe a dos manos , en un juego doble por el cual se respeta,
por un lado, el juego de los conceptos pero, por otro lado, se lo desplaza, se lo lleva hasta su
no-pertinencia desde su pertenencia misma al edificio metafísico, se lo desliza hasta su
extinción y su clausura.

Si pensamos el logocentrismo desde la lógica binaria que se hace patente en el pensamiento


platónico (sensible/inteligible, opinión/conocimiento, etc), la escritura se halla del lado oscuro
y engañoso de la tabla, en la medida que representa una materialización de la voz. Derrida
remite al mito de la escritura que Platón indica en el Fedro: la escritura fue un regalo de Theut,
hijo de Amón, al rey egipcio Thamus. La escritura es un "phármakon" de la memoria. Pero el
rey (que es voz, padre de familia, origen del logos) no tiene necesidad de la escritura, y la
misma deja de ser un regalo, para ser un peligro: puede provocar el olvido d ela memoria,
puede dispersar la palabra lejos de su origen (veneno). La escritura es contraria a la vida, en
tanto supone un desplazamiento (de la voz, de la presencia, de la palabra proferida, del dador
de sentido). La escritura dispersa la palabra viva, la disemina con respecto al padre, ese falo
que se erige como significante último de todos los significados posibles. Phármakon,
indecidible, que escapa a la lógica binaria de la filosofia d ela presencia.

Frente a la importancia concedida a la presencia (la idealidad del significado y la meterialidad


del significante) en todo el logocentrismo, Derrida indica la necesidad de la ausencia y la
diferencia: para que exista significacón, la presencia del significado ha de estar "diferida". La
historia de la lengua es una historia de huellas y diferencias, en la que la palabra plena no
existe, como tampoco esa coincidencia entre decir y querer decir, que es la ilusión del logos.

Los elementos de dislocación están dados en los indecidibles, Juegos derridianos para
suspender la lógica binaria, juegos en los que lo marginal, lo suplementario, lo no importante,
pasa a ocupar un lugar diverso, no por mera inversión, sino ejercitando la inversión como uno
de los modos de la mostracón de la poca importancia de las jerarquñias de los opuestos.

La escritura de Derrida (siguiendo la apuesta Nietzcshiana) es una continua diseminación con


respecto a todo sentido, en ese arriesgarse a "no querer decir nada". La filosofía que se escribe
intenta romper con la voz-que-se-oye-hablar del logos padre y dador de sentido, desplazando
y diseminando el sentido. Este desplazamiento se muestra gráficamente (Glas) en una
dislocación de las oposiciones centro/periferia, dentro/fuera, arriba/abajo.

"resto" es lo que impide la totalización, el cierre dialectico en la sintesis.

Todo Glas es entonces un texto "en suspensión", y un texto donde redoblan las capanas por la
muerte del significado. Glas es la puesta en obra del duelo (un duelo imposible) por la muerte
de Dios: en dos columnas se nos presentan, por un lado, la tradición occidental en sus más
altos valores, en la lectura hegeliana: la familia, la propiedad, el estado, por el otro lado, la
desacralizada visión del sexo y del amor de Jean Genet. La lectura sin trayecto nos advierte que
una de esas columnas, tan separas, estaba dentro de la otra (ovicversa)

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