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Rector
Gustavo Eduardo Lugones
Vicerrector
Mario E. Lozano
Objetos para
transformar
el mundo
Alejandro Crispiani
ISBN 978-987-558-213-2
Realización:
Hernán Morfese
Ilustración de tapa:
Grupo de Diseño Industrial, cuchara de medida para leche en polvo, 1973.?????
ISBN: 978-987-558-213-2
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice
Agradecimientos 15
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Alejandro Crispiani
181 a. Juan Melé, Coplanar N° 13, óleo s/ 187 Claudio Girola, escultura realizada
hardboard, 51 x 41 cm, 1946. durante el acto poético en Cerro
b. Alberto Molenberg, Función Sombrero, 7 de agosto de 1963.
blanca, esmalte s/madera, 110 x 130 188 a. Acto poético en Puelches. Fachada
cm, 1946. de la Escuela y teatro de marionetas,
182 a. Raúl Lozza, Pintura N° 159, óleo 27 agosto de 1965.
s/madera, 100 x 85 cm, 1949. b. Fabio Cruz pintando el teatro de
b. Raúl Lozza, Pintura N° 204, óleo marionetas.
s/madera, 1947. 189 a. Acto escolar en Puelches, 28
183 a. Aníbal Biedma, Pintura Madí, agosto 1965, “Sarmiento”.
esmalte sobre cartón sobre marco b. Signo escultórico. Claudio Girola
de madera recortada y pintada, en Puelches.
1948. c. Acto poético en la nieve, 5 de
b. Jacqueline Lorin Kaldor, Objeto agosto 1965.
pintura, esmalte y alambre sobre 190 a, b y c. Acto poético en Espora,
madera, 1948. cabina telefónica y tanques pintados,
c. Jacqueline Lorin Kaldor, sin título 8 agosto 1965.
ni fecha. 191 a. Godofredo Iommi frente a signo
184 a. Gyula Kosice, Estructura lumínica escultórico de Claudio Girola, cerca de
madí A-3 bis, 1946. Estación Wagner, 5 de agosto 1965.
b. Diyi Laañ, sin título, esmalte sobre b. Henri Tronquoy, signo escultórico
madera, 1949. en los Bajos de Santa Rosa.
185 a. Diyi Laañ, Pintura articulada c. Árbol pintado, cerca de Comodoro
Madí, esmalte s/ madera terciada 65 Rivadavia, 15 agosto 1965.
x 47 cm, 1946. 192 a. Escultura con un árbol, Alberto
b. Rhod Rothfuss, Pintura Madí, Cruz, Jorge Pérez Román, Claudio
enduido y esmalte sobre madera, Girola, cerca de Comodoro
1948. Rivadavia, 14 de agosto de 1965.
c. Carmelo Arden Quin, Diablo, óleo b. Jorge Pérez Román pintando el
sobre madera, 1945. hito con cuatro inscripciones en
186 Gyula Kosice, Röyi N° 2, madera, bronce, cerca de los Bajos de Santa
1944-1993. Rosa, 23 de agosto de 1965.
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c. Jorge Pérez Román esculpiendo, 198 a. Tomás Maldonado, sin título, óleo
Tierra del Fuego, 5 de agosto de sobre tela, 1950.
1965. b. Friedrich Vordemberge-Gildewart,
193 a. Claudio Girola, Dirección oblicua parte del díptico Composición No.
abierta, barras de bronce, 220 x 190 170, óleo sobre canvas, 1947-1948.
x 45 cm, 1956. 199 a. Gerrit Rietveld, Beugeltoel, 1927.
b. Claudio Girola, Direcciones curvas b. Bonet, Kurchan, Ferrari Hardoy,
y cerradas, alambre acero trefilado, sillón bkf, 1938.
56 x 51 x 63 cm, 1957. 223 a, b y c. Primera Exposición de Arte
c. Claudio Girola, signo escultórico Concreto en Valparaíso, 1952, Hotel
en Puelches. Miramar
d. Claudio Girola, signo escultórico 226 a. Primera Exposición de Arte
en Bajos de Santa Rosa, 22 de agosto Concreto en Valparaíso, 1952, Hotel
1965. Miramar. Enio Iommi, escultura,
194 a y b. Tomás Maldonado, Catálogos perteneciente a la serie Continuidad
Galería Krayd, 1952. lineal, 1948, acero.
c. Tomás Maldonado, Catálogo b. Primera Exposición de Arte
concierto, Agrupación Nueva Música, Concreto en Valparaíso, 1952, Hotel
Buenos Aires, 1952. Miramar. Claudio Girola, esculturas
195 a y b. Tomás Maldonado, portadas de en alambre, s/d, probablemente cerca
revista Ciclo, N° 2, 1949, y del de 1947.
Boletín del Centro de Estudiantes de c. Claudio Girola en la exposición.
Arquitectura, 1949 247 a. Phàlene en el Cementerio Père
196 Alfredo Hlito, portada de Nueva Lachaise, París, frente a la tumba de
Visión, revista de cultura visual, N° 1, Guillaume Apollinaire, 11 de junio
1951. 1962.
197 a y b. Tomás Maldonado, portadas de b. Acto poético en Correze.
Nueva Visión, revista de cultura 249 a. Phálene a La Vendée.
visual, núms. 4 y 5. b. Acto poético en Buttes Chaumont,
c. Página interior, Nueva Visión, Nº 5, París, junio de 1962.
1954. Diseño Grisetti, Méndez c. Phàlene en los bosques
Mosquera, Hlito. Fontainebleau, “Buscando el
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Agradecimientos
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Introducción Objetos para
transformar
el mundo
No hay casi producto humano material que, aunque solo sea en una medida
ínfima e indeterminable, no contribuya a la transformación de la realidad.
Cualquier objeto físico creado o apropiado por el hombre tiene esta posibi-
lidad de incidir en grados variables tanto en el resto de las cosas como en el
hombre mismo. Por regla general, esta transformación de la realidad que el
objeto hace posible suele obedecer a la obtención de un determinado bene-
ficio o al cumplimiento de una finalidad específica, que puede ser práctica
o de otro tipo, pero que es a lo que más intencionadamente apunta el obje-
to con su materialidad. La transformación de la realidad en términos glo-
bales suele ser un resultado colateral de cuya extensión es imposible hacer
un cálculo preciso y que puede ser inconsciente. Hay objetos, de todas
maneras, cuya razón de ser ha sido o es, en primer lugar, propiciar la trans-
formación del mundo, es decir, lograr una totalidad diferente, aunque no
siempre definida, de lo existente. El resto de los cometidos que ellos pueden
cumplir son subsidiarios de esta razón central y primigenia. Su objetivo no
es el cumplimiento de un fin más o menos inmediato, sino algo mucho más
vasto: proceder a una transformación directa y sin acciones intermediarias
de lo que existe. Son objetos a los que inevitablemente se adhiere una cier-
ta sensación de trascendencia y de los cuales quizás los más representativos
sean los objetos mágicos de las culturas primitivas, aunque dicho esto de
manera muy liviana y sin intenciones antropológicas de ningún tipo. En el
mundo contemporáneo, muchos de los objetos de este tipo, aunque clara-
mente no todos, pertenecen al campo del arte. En estos casos también pue-
den establecerse distintos grados de intensidad en relación con la compren-
sión y el usufructo de esta capacidad común a todos los productos del
hombre, a la que en definitiva deben su existencia.
El arte del siglo xx ha sido sensible y particularmente consciente de
esta capacidad de transformación de lo existente que habita en cada
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1 Gorelik, A., “Preguntas sobre la eficacia: vanguardia, arte y política”, Punto de Vista, Buenos
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2 Arp, J., “Arte concreto”, en Melé, J., La vanguardia del 40. Memorias de un artista concreto,
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3 Pérez Oyarzún, F., “La escuela de Valparaíso”, en Pérez de Arce, R. y F. Pérez Oyarzún, Escuela
de Valparaíso. Grupo Ciudad Abierta, Madrid, Ediciones Tanais y Contrapunto, 2003, p. 11.
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4 Giunta, A., “Utopías de pura forma”, Revista Ñ, Buenos Aires, 7 de junio de 2003.
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Parte primera Invenciones
Capítulo I Las raíces
latinoamericanas
del invencionismo
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1 Stabile, B., “Esbozo de de una historia del arte abstracto”, Ver y Estimar, vol. 111, Nº 13, Bue-
nos Aires, 1949, p. 10.
2 Véanse Romero Brest, J., Arte en la Argentina, últimas décadas, Buenos Aires, Paidós, 1969;
Brughetti, R., Historia del arte en la Argentina, México, Comarca, 1965; Córdova Iturburu, C.,
La pintura argentina del siglo xx, Buenos Aires, Atlántida, 1958; Córdova Iturburu, C., 150
años de arte argentino, Buenos Aires, Peuser, 1961; Pellegrini, A., Panorama de la pintura
argentina contemporánea, Buenos Aires, Paidós, 1967; y Presta, S., Arte argentino actual, Bue-
nos Aires, Lacio, 1960.
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3 Perazzo, N., Vanguardias de la década del 40. Arte concreto invención, arte madí, perceptis-
mo, Buenos Aires, Museo de Artes Plásticas de Buenos Aires Eduardo Sívori, 1980, y El arte con-
creto en la Argentina, Buenos Aires, Gaglianone, 1983.
4 Véanse Perazzo, N.y Gradowczyk, M., Abstract Art from the Río de la Plata: Buenos Aires and
Montevideo, 1933-1953, Nueva York, The Americas Society, 2001; Gradowczyk, M., Arte abs-
tracto: cruzando líneas desde el sur, Buenos Aires, Eduntref, 2006; Lauria, A., “Arte abstracto
en la Argentina: intermitencia e instauración”, en Pacheco, M. (curador), Arte abstracto argen-
tino, Fundación Proa, Buenos Aires, 2003; Pacheco, M., “Travesías del arte no figurativo en el
Río de la Plata. Experiencias de una vanguardia ex/céntrica. 1914-1955”, Arte abstracto
argentino, op. cit.
5 Véanse Longoni, A. y D. Lucena, “De cómo el júbilo creador se trocó en desfachatez. El pasaje
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6 Perez Barreiro, G., “The Negation of All Melancholy”, en Elliott, D. (ed.) Argentina 1920-
The Geometry of Hope: Latin American Abstract Art from the Patricia Phelps de Cisneros Col-
lection, Austin, The Blanton Museum of Art, 2006.
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8 Véase Lucena, D., “Arte y diseño argentino: vínculos entre la vanguardia concreta y el construc-
tivismo ruso”, Cuartas Jornadas de Jóvenes Investigadores, Buenos Aires, Instituto de Investiga-
ciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, septiembre
2007, disponible en <http://www.iigg.fsoc.uba.ar/jovenes_investigadores/4jornadasjovenes/
principal.htm>.
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11 Véanse Perazzo, N. y M. Gradowczyk, op. cit.; Gradowczyk, M., Torres García: utopía y trans-
gresión, Montevideo, Museo Torres García, 2007; Liernur, J. F., “Abstraction, Architecture and
the ‘Synthesis of the Arts’. Debates in the Río de la Plata. 1936-1956”, en Brillembourg, C. (ed.),
Latin American Architecture 1929-1960: Contemporary Reflections, Nueva York, The Monacel-
li Press, 2004.
12 Un relato más completo, que se asemeja mucho a una autobiografía, puede verse en Good-
man, S., Carmelo Arden Quin. When art jumped out of its cage, Dallas, The Madi Museum and
Gallery, 2005.
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13 Véase Buzio de Torres, C. y A. Ranck, “Cronología del Taller Torres García”, en <http://www.
artemercosur.org.uy/artistas/torres/joa.html>.
14 Véanse Lauria, A., El arte concreto en Argentina, Buenos Aires, Centro Virtual de Arte
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15 Torres García, J., Universalismo constructivo, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 209 [prime-
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18 Torres García, J., “Querer construir”, Art Concret, N° 1, abril de 1930, citado en Valcárcel, E.,
“Vicente Huidobro y los límites de la novela. Fragmentos para una teoría de la novela de van-
guardia”, Prosa de vanguardia y otros estudios. Anales de Literatura Hispanoamericana, N°
26, II, 1997, pp. 497-507.
19 Liernur, J. F., op. cit.
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20 TorresGarcía, J., “Nuestro concepto de religión”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 502.
21Torres García, J., sin datos, citado en Bellido Gant, M. L., “Joaquín Torres García, hacia un
arte constructivista de raíz americana”, Revista de Humanidades, Jaén, septiembre de 2002.
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Cada uno de estos tres campos y los signos que los expresan está signado
por un sentido de síntesis, de conciliación y de búsqueda de “lo Uno”
entre entidades de distinta naturaleza. El triángulo, signo de la religión,
refiere a la Trinidad cristiana y a una idea conjunta de unidad y de eleva-
ción. Por otra parte, es también un signo vinculado a la figura de Dios en
la teosofía y es el que preside a todo el dibujo. La cruz de cinco puntas
probablemente se refiera a la ciencia, a la diversidad de los saberes exac-
tos que sin embargo componen un sistema y que tienen en su núcleo a la
Razón. El mar y las olas son el arte, que siempre es el mismo pero que está
en constante movimiento, productor incansable de formas únicas pero
invariables en su principio generador. Refiere también al subconsciente,
al lugar donde la verdad de la razón va a reposar, donde “tendrá la ven-
taja de ser algo viviente, incorporado al hombre y no razón fría”.22 La for-
ma plástica que representa al Hombre Universal como constructor es
expresión de esta verdad viviente y profunda.
La regla le da a cada parte su justa extensión, pero estas partes están
enfrentadas y una de ellas es superior a la otra. El dibujo muestra un com-
bate y toma partido; utilizando las palabras de Torres García, ilustra “la
gran batalla que de continuo se libra entre el Hombre Universal y el Hom-
bre Individuo”.23 Esa batalla es la batalla entre las dos naturalezas del
hombre: el impulso que lo lleva a la disgregación y la igualación con las
cosas, y el impulso que lo afirma en sí mismo, haciéndolo más humano. La
ley de la vida y la ley del hombre, como las llama Torres García.24 Ellas
desarrollan su contienda en la conciencia del hombre, ya que esta concien-
cia reproduce el orden del mundo. El sostenimiento de esta contienda es
necesario para el hombre, pero es preciso que el mayor de los términos se
imponga al otro sin anularlo. En definitiva, lo que el dibujo mostraría es:
22 Torres García, J., “Nuestro concepto de religión”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 501.
23 Torres García, J., Nueva Escuela de Arte del Uruguay. Pintura y arte constructivo, 1946;
reproducido en Ramírez, M. C. (ed.), El Taller Torres García. The School of the South and its
legacy, Austin, University of Texas Press, 1992.
24 Torres García, J., “La ley del hombre”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 530.
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El artista debe ponerse con su obra del lado del Hombre Universal: es des-
de allí que debe verse a sí mismo y tratar de que algo similar ocurra con
el espectador. Su obra plástica es un arma en esta contienda, un objeto
material que trasciende su condición de tal, que trae a presencia esa tota-
lidad que no puede ser percibida como se perciben el resto de los objetos
materiales. El arte se reviste de una función trascendental: mantener el
equilibrio, o más bien el desequilibrio, hacer que la parte grande de la
regla siga siéndolo. Hay en tal sentido un arte chico y un arte grande. El
arte chico es el naturalista, que apunta a lo particular y lo pequeño, que
está atiborrado de lo que se ofrece directamente a la percepción, que no
tiene orden y que aparece como falsamente humano. El arte grande es la
abstracción, basada en el rigor geométrico y en la estructura, en la regla,
que enmarca a los signos como otras formas abstractas. Hay que hacer un
arte grande para el hombre grande. En realidad, se trata tanto de un avan-
ce como de una vuelta a lo que verdaderamente es y ha sido. Un avance
que es en realidad un retorno. Para Torres García:
25 TorresGarcía, J., “Nuestro concepto de religión”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 502.
26 TorresGarcía, J., “Hay que deshumanizar el arte”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 88.
27 Torres García, J., “Punto de referencia en lo eterno”, Universalismo constructivo, op. cit., p.
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Resta todavía por realizar una investigación que ponga de manifiesto las
muchas fuentes del pensamiento de Torres García, y también el grado de
incidencia de cada una de ellas. Al menos en comparación con las teorías
de Mondrian, el acento dramático en el hombre es un rasgo que parece
particularmente distintivo del artista uruguayo, casi tan marcado como
su prédica con respecto a un arte americano. De hecho, la posibilidad de
un arte americano radicaría en que históricamente este continente habría
contado con un grupo de “hombres constructores”, pertenecientes a la
cultura precolombina, que habrían implantado la “Gran Tradición”. Es
probable que al menos parte de esta insistencia en el hombre se deba a la
gravitación que tuvieron en Torres García las teorías de la antroposofía,
algo con respecto a lo cual sus textos no dejan dudas aunque tampoco lo
explicitan. Como versión más occidentalizada de la teosofía, esta corrien-
te esotérica insistió mucho más en el tema del hombre, particularmente
en la figura de Cristo. Esta figura también aparece con insistencia en los
escritos y aun en la obra plástica de Torres García, como de hecho hemos
visto en el pequeño dibujo que se comentó. En distintos pasajes de sus
escritos el artista uruguayo hace mención al proceso de superación del
28 Torres García, J., “Nuestro concepto de religión”, Universalismo constructivo, op. cit., p.
502.
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29 Torres García, J., “La idea mística de Cristo”, Universalismo constructivo, op. cit., p. 784.
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30 Las ideas de Van Doesburg evidentemente eran conocidas por Torres García, quien había fre-
cuentado al pintor holandés desde 1928. Torres García consideraba que su propia pintura sería
a la vez abstracta y concreta, ya que ella representaría “esa perfecta unión de la idea y la mate-
ria que es lo que hemos designado con la denominación de hecho plástico. Para nosotros lo con-
creto es abstracto y viceversa”. Esta fusión se aplicaría solo en el campo del arte, donde él pre-
fiere seguir hablando de arte abstracto (Torres García, J., “Lo abstracto y lo concreto”,
Universalismo constructivo, op. cit., p. 241). En sus últimos años disminuyó la adscripción del
artista uruguayo a las ideas de Van Doesburg y también su consideración como pintor. En el año
1942 escribía refiriéndose a Van Doesburg: “antes de ser plasticista y arquitecto, fue un mal
pintor” (Torres García, J., “La idea mística de Cristo”, Universalismo constructivo, op. cit., p.
784). Una visión más profunda de la relación entre ambos artistas puede verse en aavv, The
Antagonistic Link: Joaquín Torres-García Theo Van Doesburg, Amsterdam, ica, 1991.
31 Maldonado, T., “Torres García contra el arte moderno”, Boletín de la Asociación Arte Concre-
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2. Creacionismo e invencionismo
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33 Se trató de la llamada Salle xiv, realizada en la Galería G. L. Manuel Fréres de mayo a junio
de 1922. Véanse Huidobro, V., Obra poética (coord. C. Goic,), Madrid, allca xx, Ediciones Crí-
tica, Colección Archivos, 2003; aavv: Salle xiv. Vicente Huidobro y las artes plásticas, Madrid,
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2001.
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Vervuert, 2007. Puede verse en esta obra un análisis detallado de cada uno de los poemas de
Huidobro.
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poco antes, en el sentido de que los poemas pintados están ajenos al mun-
do de los objetos que prestan alguna utilidad, ya que son un instrumento
de promoción del propio autor. Constituyen una manera de su prédica por
el arte actual, en el cual él se asigna un lugar central. Los poemas pinta-
dos de Huidobro no dejan de ser una variante publicitaria de su poesía,
ya que su valor sigue residiendo en ella y no en los grafismos que la acom-
pañan, y que sin ella no tendrían mayor valor.
A lo largo de toda su vida Huidobro fue un incansable promotor del
arte moderno en casi todas sus variantes y estuvo conectado en Europa
con los movimientos de la abstracción plástica. Además de estos contac-
tos, el acercamiento de Huidobro al arte abstracto puede seguirse tenien-
do en cuenta el papel que desempeñó como su temprano patrocinador en
Chile e indirectamente en América Latina. En 1933, a su regreso de
Europa, Huidobro se había puesto en contacto con el grupo de artistas
“decembristas”, primeros impulsores de la abstracción en ese país, cons-
tituido en un principio por María Valencia, Gabriela Rivadeneira, Juan
Dvoredsky, Waldo Parraguez, César Moro y Carlos Sotomayor.35 La vida
del grupo “decembrista” fue relativamente breve: se disolvió en 1935,
después de haber realizado tres exposiciones en 1933, 1934 y 1935. En
esta serie de exposiciones la nota predominante estuvo dada claramente
por la abstracción plástica, aunque después esta corriente no fuera pro-
fundizada por casi ninguno de los artistas intervinientes en ellas. En la
obra escultórica de los jóvenes arquitectos Juan Dvoredsky y Waldo
Parraguez puede verse la radicalidad que estas primeras propuestas
alcanzaron, claramente ilustrativas de una “sed de experimentación
generacional”, como la ha llamado Gonzalo Cáceres, que llevó a los
arquitectos a la construcción de esculturas con elementos y materiales
tomados directamente de objetos de uso práctico.36 Las “construcciones
plásticas” de Parraguez y de Dvoredsky, alumnos en ese momento de la 87a
Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, son probablemente
las manifestaciones más tempranas en América Latina del programa que
va a guiar a los invencionistas, aunque es probable que no hayan sido
35 Quizás el texto más completo en relación con este tema sea Rojas Mix, M., “Vicente Huido-
bro y el arte abstracto ¿o concreto?”, El Mercurio, Suplemento Artes y Letras, Santiago de
Chile, 13 de julio de 1997, pp. 4 y 5. Véanse también Lizama, P., “Huidobro y la vanguardia
de los años treinta”, disponible en <http://www.uchile.cl/cultura/huidobro/ensayo_patricio_
lizama.htm>; Caracciolo Trejo, E., La poesía de Vicente Huidobro y la vanguardia, Madrid,
Gredos, 1974; Cáceres, G., “Nexos olvidados en la historia de la vanguardia chilena: de los
decembristas a la Revista de Arquitectura (1933-1936)”, Revista arq, N° 33, Santiago de
Chile, agosto 1996, pp. 28-31.
36 Cáceres, G., op. cit., p. 29.
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invención” (mayo de 1948), “Tristán Tzara y el concepto actual de la poesía” (abril de 1948),
“El arte abstracto” (febrero de 1948), “Mimo Mena y el arte abstracto” (junio de 1948).
43 Verhesen, F., “Prefacio”, en Bajarlía, J. J., La polémica Reverdy-Huidobro. Origen del ultraís-
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44 Véase Bajarlía, J. J., La polémica Reverdy-Huidobro, op. cit.; Undurraga, A. de, “Teoría del
creacionismo”, en Huidobro, V., Poesía y prosa, Madrid, Aguilar, 1957.
45 Bajarlía, J. J., El vanguardismo poético en América y España, Buenos Aires, Perrot, 1957, p. 45.
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48 Ibid.
49 Bajarlía, J. J., La polémica Reverdy-Huidobro, op. cit., p. 15.
50 Huidobro, V., “El creacionismo”, Obra poética, op. cit., p. 1339.
51 Huidobro, V., “La creación pura”, Obra poética, op. cit., p. 1312.
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dor absoluto, del artista-dios, me fue sugerida por un viejo poeta indígena de la América del Sur
(aymará) que dice: ‘El poeta es un Dios, no cantes la lluvia, poeta: haz llover’. Aunque el autor
de estos versos cayera en el error de confundir al poeta con el mago y de creer que el artista para
mostrarse creador debe trastornar las leyes del mundo, cuando en verdad, lo que debe hacer es
crear un mundo propio e independiente paralelamente a la Naturaleza”. Huidobro, V., “La crea-
ción pura”, Obra poética, op. cit., p. 1310.
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Por el camino que flanquean las estatuas, parejas de cada una de las
máquinas inventadas por el hombre se dirigen hacia una montaña, que
como Arca de las Escrituras, las acoge en su interior. Se trata de un pro-
ceso de regeneración de todos los artefactos creados por la inteligencia
humana, que se encaminan hacia un nuevo comienzo. Pero en el momen-
to en que la montaña parece haber acogido a todas las máquinas, se pro-
duce un error técnico: el techo de la montaña, formado por un gran libro
abierto, se desploma sobre los artefactos. “El esfuerzo de miles de genera-
ciones reducido a cenizas”.58
En clave mítica, el mundo de lo útil queda igualado al mundo de lo
natural, y no es menos amenazante que él ni menos autodestructivo. El
“error interno” es algo que siempre puede ocurrir y forma parte de la
naturaleza mítica de lo técnico, que paga imaginariamente con él el pre-
cio por su culto a la precisión. Huidobro no se priva de celebrarlo y de
alegrarse de su capacidad de hacer desaparecer esa cadena de inventos en
la que se han empeñado los hombres por siglos. La alegría por la inven-
ción o la creación que parecería ser su versión trascendente es superada
por la aun más prodigiosa y sin duda igualmente humana alegría por la
destrucción, que el narrador y hacedor del relato no oculta. El universo
técnico finalmente vencido por sus propias fuerzas, aplastado aparente-
mente por el conocimiento útil, y el lenguaje puesto al servicio de la utili-
dad práctica: todo esto es presentado en última instancia como un espec-
táculo no poco regocijante. Solo quedan en pie las dos estatuas
dialogantes, cuyo tema al final del relato se ha vuelto anacrónico. Ajenas
al mundo de lo útil, son lo único que queda en pie.
Pero lo útil también es una dimensión de la propia materia de la que se
vale Huidobro. El lenguaje habitual representa para el poema creacionis-
ta el universo de lo útil, un lejano horizonte donde cada palabra designa
una cosa para que pueda ser manipulada con eficiencia y pragmatismo.
Pero el objeto creacionista está destinado a romper la significación gra-
matical del lenguaje:
Uno es el lenguaje objetivo que sirve para nombrar las cosas del mun-
do sin sacarlas fuera de su calidad de inventario, el otro rompe con la
norma convencional y en él las palabras pierden su representación
estricta para adquirir otra más profunda y como rodeada de un aura
luminosa que debe elevar al lector del plano habitual y envolverlo en
una atmósfera encantada.59
58 Ibid.
59 Huidobro, V., “La poesía”, Obra poética, op. cit., p. 1296.
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Cuanto más lejos se ubique el lenguaje de la poesía del lenguaje útil, que
sirve para nombrar las cosas de modo unívoco o al menos tratando de
reducir al máximo el margen de ambigüedad, más efectivo será. El len-
guaje poético es una cuña puesta en la comunicación habitual: busca
romperla justamente para liberar los significados de las cosas. En cierta
forma es la comunicación en estado puro, cercana al grito, que busca
expresar al “espíritu” del hombre o del poeta y no las cosas del mundo.
Rotas las relaciones con las cosas, el lenguaje se libera, pero para lograr
este grado de comunicación más alto hay que ser un “pequeño dios”. El
lenguaje poético del creacionismo no es arbitrario, sino que depende de
leyes rigurosas y efectivas, pero inefables. La capacidad de conmoción de
la figura poética es un dato cierto; para Huidobro, su efectividad se impo-
ne sin dejar dudas, pero la forma en que tal efectividad se logró es algo
que sólo el poeta sabe. Al contrario de algunos poetas invencionistas, par-
ticularmente Edgar Bayley, que ven en el lenguaje poético una suerte de
desprendimiento del lenguaje de la comunicación habitual, Huidobro
piensa el lenguaje poético como anterior al lenguaje gramatical o sistema-
tizado. “La poesía está antes del principio del hombre y después del fin
del hombre. Ella es el lenguaje del Paraíso y del Juicio Final”.60 El len-
guaje usual parecería ser solo una dimensión menor del lenguaje poético.
Salir de los límites del lenguaje pragmático sería una empresa reservada
a los poetas: “El lector corriente no se da cuenta de que el mundo rebasa
fuera del valor de las palabras, que queda siempre un más allá de la vista
humana, un campo inmenso lejos del tráfico diario”.61 Explorar y dar a
conocer ese campo inmenso es la tarea del poeta creacionista. Reconocien-
do esta tarea de exploración, el invencionismo va a sumarle un nuevo sen-
tido que va a acortar la distancia de este campo con el tráfico diario, del
cual el poeta invencionista nunca va olvidar que está rodeado.
La figura central del invencionismo poético fue sin duda Edgar Bayley
(1919-1990), miembro central de la aaci, quien siguió sosteniendo las
ideas principales que informaron esta corriente durante la década de 1950
y principios de la década de 1960. Hermano mayor de Tomás Maldonado,
su obra principal se desarrolló en el campo de la poesía, pero también
incursionó en otros géneros como el ensayo o el teatro. Fue una figura clave
60 Ibid., p. 1297.
61 Ibid.
69
Alejandro Crispiani
62 Arancet Ruda, M. A., “‘Memorias’ de Edgar Bayley: del invencionismo al objetivismo”, dis-
ponible en <http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/arancet-rudama.html#2#2>.
63 Ibid.
70
Objetos para transformar el mundo
71
Alejandro Crispiani
65 Se publican en Orientación dos textos de Bayley: “Sobre arte concreto” (20 de febrero de
72
Objetos para transformar el mundo
podría postularse que así como la “imagen creada” fue pensada como la
piedra angular del creacionismo, Bayley va a hacer del “concepto inven-
tado” la base de la concepción estética de la poesía invencionista. Coinci-
diendo también con Huidobro, para Bayley este “concepto inventado” se
construiría a partir de palabras a las cuales se habría hecho estallar la
carga comunicativa habitual en ellas, rompiendo la lógica interna del len-
guaje de la comunicación. El contenido “gratuito y poético” de cada pala-
bra se liberaría del dominio del lenguaje corriente y de su lógica.
Característicamente, Bayley carga a esta operación inventiva y libera-
dora con un contenido político explícito que salta a un primer plano, dife-
renciándose así de Huidobro: “El concepto inventado, que es la base de la
nueva poesía, constituye una de las formas de la praxis revolucionaria. A
través de su invención el poeta se integra en el mundo, es decir, participa
activamente en la tarea teórico-práctica de transformarlo”.68 Cabe pre-
guntarse cuáles serían las propiedades del concepto inventado que lo
harían parte de las actividades conducentes a la revolución. La primera,
obviamente, es su novedad. El concepto inventado es siempre nuevo por
naturaleza y por lo tanto no tiene el sentido de comunicación del lengua-
je corriente; es muestra, de alguna forma, de la inestabilidad del arte, que
necesita estar en constante renovación para conmover, en principio, la
sensibilidad: “Al defender una imagen librada de la necesidad de referirse
a objetos ya existentes y proyectada sobre el porvenir, lo desconocido
adquiere un sentido nuevo, nos volvemos familiares con lo más lejano y
distinto de nosotros.”69 El concepto inventado, sobre el que se sostienen
los poemas y los versos invencionistas, ejemplificaría una forma de liber-
tad y permitiría avanzar con más seguridad hacia el futuro, pero sin des-
entenderse del presente. De hecho, lo haría a través del presente, ya que
una de las características del concepto invencionista es que nunca reniega
de su proveniencia del mundo de la práctica cotidiana, del lenguaje sig-
nado por la necesidad de poner en comunicación a los hombres. Sería, sin
dudas, “inhabitual”, pero se integraría con lo cotidiano dotándolo de una
nueva dimensión.
El invencionismo poético reconoce al lenguaje habitual, en gran medi-
da, como su materia prima. Pero como toda materia prima, el lenguaje
habitual debe ser trabajado; es solo la base desde la cual se proyecta un
sentido completamente nuevo: “Está bien decir: ‘Buenos días camarada’,
‘te quiero’ o ‘a la lucha’... pero a condición de que sepamos antes que nada,
68 Bayley, E., “Sobre invención poética”, revista Arte Concreto-Invención, Buenos Aires, agosto
de 1946.
69 Bayley, E., sin título, op. cit.
73
Alejandro Crispiani
que todo eso es lenguaje, el material con el que vamos a trabajar, con el que
tenemos que inventar un poema íntegramente”.70 El poema invencionista
quiere tender puentes hacia lo cotidiano, hacia sus formas de comunica-
ción, pero sin ser un reflejo de ellas, ya que de ser así no se comprendería
su valor específico. El poema invencionista es autónomo de la realidad
habitual y de su lenguaje, pero su autonomía es útil a esta realidad, la ilu-
mina desde afuera de sus confines, dándole una proyección hacia el futuro
que opera no en el nivel de las imágenes descriptivas o figuradas, sino en
el de la voluntad. Es por lo tanto un instrumento de afirmación del hom-
bre que le muestra su capacidad de actuar desde sí mismo.
Específicamente, el poema invencionista, y con él sus contrapartes en
las restantes artes, se orienta hacia la capacidad del hombre de producir
lo nuevo: “La Invención Concreta está infinitamente más cerca de los
hombres que cualquier Arte Figurativo. Y estar cerca de los hombres es
conquistar para sí la plenitud creadora, el júbilo intraducible e
irremplazable.”71 La capacidad de crear y de innovar en relación con ese
material particular que es el lenguaje no sería una capacidad privativa de
los poetas. Al contrario, estaría en grados diferentes en todos los hombres.
En realidad, esa capacidad no sería más que un segmento de la capacidad
creadora y transformadora general del hombre, que no tiene un solo obje-
tivo sino que se dirige hacia todo y cuyo ejercicio es fuente de alegría y
exaltación. Al exteriorizarla, no se expresa la individualidad de la perso-
na, sino que se hace emerger una fuerza común a todos los hombres. En
1952 Bayley formula con claridad este problema central del invencionis-
mo que reside en definir por qué sus obras tendrían la capacidad de
mover a la acción a quien se pusiera en contacto con ellas. En principio,
el invencionismo no haría más que tomar entre sus manos una condición
básica de toda poesía. Según señala Bayley:
74
Objetos para transformar el mundo
72 Bayley, Edgar, “Realidad interna y función de la poesía”, en Edgar Bayley. Obras, edición de
Julia Saltzmann, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999, p. 621.
73 Ibid.
74 Ibid.
75 Véase Bayley, E., “Sobre invención poética”, op. cit.
75
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77
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78 Bayley, E., “Introducción al arte concreto”, op. cit. Originariamente se trató de una conferencia
78
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79
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Esta idea también aparece sugerida en Black de Behar, L., “Abstract Art Between Images and
Words: Vision and Division in a Simple Gaze”, en Perazzo, N. y M. Gradowczyk, op. cit.
81 Bayley, Edgar, sin título, op. cit.
82 Bayley, E., “Poesía concreta: un testimonio y un manifiesto”, Obras, Buenos Aires, Grijalbo
80
Objetos para transformar el mundo
83 Ibid.
84 Arancet Ruda, M. A. op. cit.
81
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82
Capítulo II Una definición
plástica del
marxismo
1 Rothfuss, R., “El marco: un problema de la plástica actual”, Arturo, Buenos Aires, 1944; y “A
propósito del marco”, Arte Madí Universal, N° 4, Buenos Aires, 1950.
2 Véanse Goodman, S., Carmelo Arden Quin. When art jumped out of its cage, Texas, The Madi
83
Alejandro Crispiani
Museum and Gallery, 2005; y Melé, J., La vanguardia del 40. Memorias de un artista concreto,
Buenos Aires, Ediciones Cinco, 1999, p. 205.
84
Objetos para transformar el mundo
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86
Objetos para transformar el mundo
a. Jaime Dvor,
Metal, escultura, c.
1935.
b. Waldo Parraguez:
Total extra-
armónico, escultura,
metal plegado, c.
1936.
Tomadas de revista
ARQuitectura, Nº 1,
Santiago de Chile,
agosto de 1935.
87
Alejandro Crispiani
6 Parraguez, W., “Ensayo sobre plástica moderna”, Revista ARQuitectura, N° 1, Santiago de Chi-
le, agosto de 1935, p. 13.
88
Objetos para transformar el mundo
una nueva relación entre las cosas y las obras de arte. Lo que se pone en
evidencia es que estos nuevos objetos no referenciales exigían una opera-
ción de construcción de un sentido complejo y también de largos alcances.
En principio, estas obras preanuncian una vía que las llevaría a construir
una relación más eficiente y desarrollada con los objetos de uso, dado que
estas piezas permitirían experimentar problemas de forma que posterior-
mente podrían aplicarse a la producción de los objetos. Esta es la vía
intentada por la Bauhaus en sus ejercicios propedéuticos, que a su vez
estaban emparentados con las experiencias de las vanguardias construc-
tivistas soviéticas. El hecho de que tanto Waldo Parraguez como Jaime
Dvor protagonizaran en la década siguiente el movimiento más temprano
en Chile (y uno de los más tempranos en América del Sur) de renovación
de la enseñanza de la arquitectura, basado en gran medida en los métodos
Bauhaus, habla bastante a las claras de la incipiente intencionalidad de
estas piezas y también de cuál sería la vía elegida para construir este
vínculo entre ellas y los objetos de uso.
Pero en el momento de realización de las exposiciones, las cosas no esta-
ban tan claras. El hecho de que estas tres muestras fueran consideradas en
Chile como las “primeras exposiciones de arte concreto en América Latina”
(algo que parece innegable hasta el momento) y de que, al ser presentado
en Lima en 1935 por el poeta y pintor peruano César Moro, este material
fuera rotulado también como “la primera exposición surrealista de América
Latina” habla a las claras del carácter ambiguo con que podían aparecer
estos objetos, y también de ese momento de cruce inicial entre abstracción
y surrealismo, al cual tampoco fue ajena la revista Arturo. Justamente es
Jean Arp, quien mantenía estrechas relaciones con Huidobro, el artista que
más ilustra este punto de cruce entre ambas tendencias; y probablemente
esta sea la matriz con que Huidobro piensa el arte concreto.
Lo que importa señalar es que, en el momento de su aparición, estas
piezas formaron parte de un movimiento mayor de transformación cultu-
ral y también política, que buscó, en palabras de Huidobro, su principal
protagonista, “instalar la Revolución en todos los campos”,7 empezando
por el del arte. Según Patricio Lizama, “Huidobro, a diferencia de su
regreso en 1925 en que había privilegiado la política, elegía en 1933 el
campo artístico como espacio desde donde iniciar la revolución”.8 Es en
este movimiento en el que Huidobro decide involucrar a diversos artistas
jóvenes en el campo de la poesía, la música, la pintura y la escultura, en
7 Citado en Lizama, P., “Huidobro y la vanguardia de los años treinta”, disponible en <http://
www.uchile.cl/cultura/huidobro/ensayo_patricio_lizama.htm>.
8 Ibid.
89
Alejandro Crispiani
vinculación con diversas corrientes del arte moderno.9 Las piezas efecti-
vamente “concretas” de Parraguez y Dvor podían compartir el espacio
revolucionario creado por Huidobro con las pinturas abstracto-cubistas de
Carlos Sotomayor o la producción poética decididamente surrealista del
grupo La Mandrágora, por citar sólo algunos ejemplos. En rigor, todas
ellas eran herramientas para una revolución cuya meta final, al menos
para Huidobro, era la de rebasar el campo del arte y sumarse a las fuer-
zas políticas de izquierda, particularmente al Frente Popular al que él
pertenecía en ese momento, empresa política en la que lo acompañaron
varios de los decembristas. En tal sentido, las características formales
específicas de sus obras, que las presentaban de algún modo como “obje-
tos de utilidad doméstica”, valían sobre todo porque garantizaban la
novedad de estos objetos y porque permitían pensar en una nueva idea de
arte en un plano general, que podían compartir con otras obras con carac-
terísticas formales e intenciones estéticas completamente diferentes de las
de ellas, pero que igualmente podían ser pensadas como herramientas
revolucionarias. En otras palabras, no hay una estricta correspondencia
entre los recursos formales empleados en las obras y el sentido político
revolucionario con que se las creó. Por eso este sentido revolucionario
podía aplicarse a piezas muy disímiles desde el punto de vista formal; lo
importante era que constituyeran un momento de ruptura.
Esta es una de las grandes diferencias con las obras del invencionismo,
ya que estas obras buscaron un ajuste mucho más estrecho entre recursos
formales e intencionalidad revolucionaria. Por este ajuste, que se propo-
nía completo y sin fisuras, estas obras se presentaron como filosofía mar-
xista expresada con otros medios. Esta filosofía flota sobre las obras de los
decembristas, al menos en los ejercicios/esculturas de Parraguez y Dvor,
pero no hace carne en ellas.
Como ya hemos visto, la vía que tomó el invencionismo para construir
un sentido que instalara sus objetos artísticos en la realidad fue fundamen-
talmente la vía política y, por intermedio de ella, la técnica. El marxismo al
que adscribieron sus artistas les permitió colocar sus piezas en un horizon-
te de transformación universal, pero también les suministró una serie de
nociones desde las cuales podía interpretarse el fenómeno de la técnica y
de sus objetos. Hemos dicho que se trató de una vía política, pero debería-
mos también decir político-partidista, ya que, siguiendo probablemente el
mismo impulso que los llevaba a la realización de objetos concretos, los
9 También según Patricio Lizama, en este proyecto Huidobro decidió “llamar a los jóvenes de
Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay a construir una gran nación en América del Sur” en un
intento de expandir su revolución artística. (ibid.)
90
Objetos para transformar el mundo
10 Los artistas hasta aquí mencionados aparecen en el artículo “Artistas adhieren al comunismo.
Los artistas y escritores del movimiento arte concreto se afilian al partido comunista”, publica-
do en el periódico Orientación, el 19 de septiembre de 1945.
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11 Contreras, S., “Sobre las artes aplicadas a la necesidad revolucionaria y el arte de la invención
García, M. A., L. F. Serviddio y M. C. Rossi, Arte argentino y latinoamericano del siglo xx. Sus
interrelaciones, Buenos Aires, Fundación Espigas, 2004.
15 Véase Longoni, A. y D. Lucena, op. cit.
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16 Rossi, C., “Mirando al futuro: Maldonado entre las voces emergentes”, en Gradowczyk, M.
(ed.), Tomás Maldonado. Un moderno en acción. Ensayos sobre su obra, Buenos Aires, Eduntref,
de 2009. En este artículo puede encontrarse un estudio exhaustivo del escenario cultural y artís-
tico en el que se movieron los invencionistas.
17 Maldonado, T., “Sobre Humanismo”, Boletín de la Asociación de Arte Concreto-Invención, N°
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19 Véase Maldonado, T., “Picasso, Matisse y la libertad de expresión”, Orientación, Buenos Aires,
19 de noviembre de 1947.
20 Maldonado, T., “Sobre Humanismo”, op. cit.
21 Ibid.
22 Ibid.
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23 Ibid.
24 Ibid.
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28 Véase Maldonado, T., “Torres García contra el arte moderno”, Boletín de la Asociación Arte
p. 113.
30 Véase Riestra, J. y A. del Noce, Karl Marx. Escritos juveniles, Madrid, Emesa, 1975.
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31 Véase Rubio Llorente, F., “Introducción”, en Marx, K., Manuscritos: economía y filosofía,
Madrid, Alianza, 2001 (primera edición 1968).
32 Puledda, S., Interpretaciones del humanismo, Santiago, Virtual Ediciones, 1968.
33 Maldonado, Tomás, “Sobre Humanismo”, op. cit.
100
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34 Véase Lang, B. y F. Williams (eds.), “Introducción”, Marxism and Art. Writings in Aesthetics
101
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35 Carta de Rodolfo Ghioldi a Cayetano Córdova Iturburu, en Tarcus, H., “La pelea por las van-
guardias”, Clarín, suplemento Zona, 12 de julio de 1998.
36 Héctor Agosti expuso por primera vez sus ideas sobre el “nuevo realismo” en una conferencia
102
Objetos para transformar el mundo
39 Ibid., p. 15.
40 Ibid., p. 16.
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41 Ibid., p. 20.
42 Ibid., p. 26.
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Objetos para transformar el mundo
En tal sentido, el camino del “arte socialista del futuro” ya estaba trazado
y a medio construir, y no cabía poner en duda su rumbo. Bajo esta óptica,
que siguió siendo preponderante en el pca durante la década de 1940, las
pretensiones invencionistas aparecen como desproporcionadas y fuera de
lugar. Lo que importa señalar es que, de todas maneras, el invencionismo
se nutrió en algún punto de ella. Hizo también profesión de fe estalinista
y compartió la creencia de que sus proposiciones no eran utópicas, como
no era utópica la sociedad comunista del futuro para Aníbal Ponce. No
quiso ser una alternativa a la visión de este autor, sino corregirla en el
105
Alejandro Crispiani
45 Marx, K. y F. Engels, Sobre arte y literatura, trad. Jean Freville, Buenos Aires, Problemas,
1940.
46 Mondolfo, R., Feuerbach y Marx. La dialéctica y el concepto marxista de la historia, Buenos
106
Objetos para transformar el mundo
que actores y autores de ella”.47 Sus ideas apuntan a dar por superada esta
visión del pensamiento marxista: “Filosofía de la praxis significa concep-
ción de la historia como creación continua de la actividad humana, por la
cual el hombre se desarrolla, o sea, se produce a sí mismo”.48 En tal senti-
do, el hombre que Mondolfo quiere ver en la filosofía de Marx coincide con
el de los invencionistas. Es “el hombre viviente y efectivo, quien hace
todo”,49 cuyas necesidades devienen una actividad creciente que es la que
constituye la materia de la historia. De todas formas, Mondolfo no circuns-
cribe esta idea de praxis solo a las Tesis sobre Feuerbach sino que la ve
desarrollarse en obras posteriores de Marx, incluyendo, por supuesto, las
de la fase madura y particularmente El capital.
Pero es indudable que es en la Tesis sobre Feuerbach donde esta idea de
praxis se hace más explícita y manejable. Este texto constituye, según
Lang y Williams,50 un segmento importante en relación con la idea de arte
en Marx, ya que allí se pondría en evidencia que el modo de captación o
de enfrentarse a lo sensible del hombre no sería nunca puramente contem-
plativo, sino que acarrearía siempre una actividad, una suerte de experien-
cia práctica. Es muy probable que la base de la noción de praxis que mane-
jan los invencionistas esté también en estas tesis comentadas por
Mondolfo. De hecho, es uno de los pocos textos de Marx del que se hace
una referencia explícita en los escritos invencionistas. Dicha referencia
aparece en el artículo “Representación e invención”, de Alfredo Hlito.51
A esta categoría de praxis, que forma parte del conjunto de ideas deri-
vadas de la visón humanista de la filosofía de Marx que manejaban los
invencionistas, debería sumársele otro tema clave que aparece en los
Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y que tiene también un
amplio desarrollo en El capital. Se trata del análisis y la consideración
del hombre como productor y creador de objetos en los cuales se mate-
rializa su condición humana y por medio de los cuales el hombre se
humaniza, es decir, se vuelve más hombre y, por lo tanto, consciente de
sus posibilidades, que de esta manera se multiplican. Siguiendo la termi-
nología de Marx, Rubio Llorente lo explica como “la objetivación en la
47 Ibid., p. 7.
48 Ibid., p. 8.
49 Ibid.
50 Véase Lang, B. y F. Williams (eds.), op. cit., p. 21.
51 Hlito cita uno de los pasajes más comentados de la tesis, aquel en el que Marx afirma que en
Feuerbach “la práctica solo es concebida y fijada por él en su forma vil, judaica, fenomenal”.
Véase Hlito, A., “Representación e invención”, Boletín de la Asociación Arte Concreto-Inven-
ción, N° 2, Buenos Aires, diciembre de 1946.
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58 Ibid.
59 Maldonado, T., “Los artistas concretos, el ‘realismo’ y la realidad”, Boletín de la Asociación
Arte Concreto-Invención, N° 2, Buenos Aires, diciembre de 1946.
60 Marx, K., “xi Tesis sobre Feuerbach”, citado en Mondolfo, R., op. cit., p. 17.
61 Maldonado, T., “Los artistas concretos, el ‘realismo’ y la realidad”, op. cit.
62 aavv, “Manifiesto invencionista”, revista Arte Concreto-Invención, Buenos Aires, agosto de
1946.
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63 Bayley, E., “El arte, fundamento de la libertad”, en Aguirre, R. G. (ed.), El movimiento Poesía
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64 Maldonado, T., Encuesta “¿A dónde va la pintura?”, Contrapunto, año 1, N° 3, Buenos Aires,
abril de 1945.
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65 Marx, K. y F. Engels, “La ideología alemana”, Sobre arte y literatura, op. cit., p. 68.
66 Hlito, A., “Representación e invención”, op. cit.
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67 Melé, J., “Inéditos de Juan Melé”, en Siracusano, G., Melé, Buenos Aires, Fundación Nuevo
Mundo, 2005.
68 Marx, K., “El trabajo alienado”, Manuscritos: economía y filosofía, op. cit., p. 115.
69 Mimó Mena, J., Mimó Mena y el Grupo Concreto Buenos Aires, Catálogo, Taller libre de pintura,
Caracas, octubre de 1948. Citado en Melé, Juan, La vanguardia del 40..., op. cit., p. 129.
70 Vardánega, G., citado en Pellegrini, A., Artistas abstractos de la Argentina, Buenos Aires-
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74 Maldonado, T., “Los artistas concretos, el ‘realismo’ y la realidad”, revista Arte Concreto-
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76 Hlito, A., “El arte concreto”, en Henríquez Ureña de Hlito, S. (comp.), Alfredo Hlito: Escritos
sobre Arte, Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1995, p. 72 [originalmente en
Revista de la Universidad, N° 3, Universidad Nacional de La Plata, enero-marzo 1958].
77 Hlito, A., “Representación e invención”, op. cit.
78 Hlito, A., “El arte concreto”, op. cit., p. 72.
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81 Marx, K., Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Moscú, Editorial Progreso, 1988, p.
89.
82 Ibid., p. 90.
83 Ibid.
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86 Ibid.
87 Hlito, A., “Representación e invención”, op. cit.
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pero no nos quedamos allí (ese fue el error de Peri) sino que buscamos
comprender la utilidad y real trascendencia de esta conquista. Repa-
ramos entonces en que el “cuadro o marco recortado”, como dimos en
llamarlo, espacializaba el plano; no podíamos ser indiferentes al hecho
de que de ese modo abríamos las compuertas y que el espacio pene-
traba en el cuadro, participando como un elemento más, estéticamen-
te beligerante. Al mismo tiempo, repetimos las experiencias de Ben
Nicholson y de Domela: materializamos figuras, las hicimos formas
(Maldonado, Pratti, Lozza, Caraduje). Pero a esta altura nos sorpren-
dimos buscando una solución tridimensional al problema bidimensio-
nal: repetíamos el error... y nos detuvimos. Nos propusimos firmemen-
te que si salíamos al espacio iba a ser siempre después de una solución,
nunca como desviación ante un escollo en lo bidimensional. Reinicia-
mos en profundidad el estudio del problema del “cuadro o marco
recortado”. Comenzamos por otorgarle más importancia al espacio
penetrante que al cuadro mismo (Molemberg, Lozza, Nuñez). Y por
este camino llegamos al descubrimiento máximo de nuestro movi-
miento: la separación en el espacio de los elementos constitutivos del
cuadro sin abandonar su disposición coplanaria (Molemberg, Lozza).
De este modo, el cuadro como organismo continente quedaba abolido.
Después de tantos años de lucha, lo concreto había sido logrado y
recién a partir de ese instante la composición no representativa podía
ser una verdad, lo era ya de hecho.88
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90 Véase Gradowczyk, M., “Maldonado y la pintura”, en Gradowczyk, Mario (ed.), Tomás Mal-
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a. Alfredo Hlito,
cuadro s/d.
b. Alfredo Hlito,
cuadro s/d.
c. Tomás
Maldonado, cuadro
s/d.
Ilustraciones
tomadas de Revista
de Arte Concreto
Invención, Buenos
Aires, agosto de
1946.
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91 Esta hipótesis fue planteada, entre otros, en Axelos, K., Marx, pensador de la técnica, Barce-
lona, Fontanella, 1969.
92 Maldonado, T., “Sobre Humanismo”, op. cit.
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93 Citado en Rotzler, W., Constructive concepts. A History of Constructive Art from Cubism to the
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1947.
96 Ibid.
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97 Ibid.
98 Ibid.
99 Brughetti, R., “Un mundo más puro y sencillo. El arte abstracto en la Argentina”, Cabalgata,
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101 Maldonado, T., El arte concreto y el problema de lo ilimitado. Notas para un estudio teórico,
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Capítulo III Bajo el dominio
del arte
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1 Texto de Raúl Lozza publicado en el catálogo Raúl Lozza. Primera exposición de pintura per-
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2Lozza, R., “Algo más sobre fundamentos del perceptismo”, Perceptismo, Nº 2, Buenos Aires,
agosto 1951, s/p.
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1952, s/p.
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4 Lozza, R., “La nueva estructura de la pintura perceptista”, Perceptismo, Nº 4, Buenos Aires,
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Lozza: “El color en el arte”, Perceptismo, N° 1, Buenos Aires, octubre de 1950; “La dinámica
del perceptismo”, Perceptismo, N° 2, Buenos Aires, agosto de 1951; “La nueva estructura”, Per-
ceptismo, N° 3, Buenos Aires, noviembre de 1951; “La nueva estructura”, Perceptismo, N° 5,
Buenos Aires, agosto de 1952.
8 Posteriormente este artículo fue publicado en el catálogo Raúl Lozza. Retrospectiva. 1939-
150
Objetos para transformar el mundo
9 Tomasini, M. C., Una revisión a la relación arte-ciencia en la obra de Raúl Lozza, Buenos
den ser distinguidos por el ojo en un sistema personal de clasificación. Cada color es denotado
por una letra y un número, que indican sin lugar a confusión a qué gama pertenece y cuál es su
grado de saturación. Sus estudios de color proceden según un análisis de variables separadas.
Las variables en este caso son forma, color y campo. En primer lugar estudia las variaciones de
la relación forma-color, con auxilio de la cualimetría y sin presencia del campo. Luego estudia
las relaciones color-campo, en este caso sin recurrir a la cualimetría, Finalmente reúne las tres
variables en estudios que incluyen tanto el campo como la cualimetría. En esta tercera etapa los
colores son identificados por códigos que indican sus gamas, grados de saturación y potenciali-
dad. Mediante este procedimiento logra aislar los efectos de las relaciones mutuas entre campo,
forma y color” (Tomasini, M. C., op. cit.). Lo que permanece sin esclarecerse, y por lo tanto sin
posibilidad de comprensión precisa, es el interior de estas operaciones, que se supone han de ser
relaciones formalizadas matemáticamente.
151
Alejandro Crispiani
lo estipulado por Lozza según los propios medios reclamados como funda-
mento de su obra. Esto deja al perceptismo suspendido en una indetermi-
nación y en un grado de generalidad que no se condice con su deseo de no
dejar ningún resquicio de sentido sin ajustar.
En distintas oportunidades se ha hablado de la incidencia que las
nuevas teorías de la física, que venían abriéndose camino ya desde prin-
cipios de siglo, habrían tenido en el pensamiento y en la obra de Lozza.12
Ya él mismo había señalado estas afinidades en la década de 1950 (y
seguiría haciéndolo prácticamente en los mismos términos hasta el pre-
sente siglo):
12 Véanse Siracusano, G., “Punto y línea sobre el campo”, en Wechsler, D. B. et al., Desde la otra
vereda: momentos en el debate por un arte moderno en la Argentina, 1880-1960, Buenos Aires,
Ediciones del Jilguero, Colección Archivos del Centro Argentino de Investigadores de Arte,
1998; Siracusano, G., “Arte y ciencia: lo escrito y lo hecho”, Segundas jornadas de teoría e his-
toria de las artes: articulación entre el discurso escrito y la producción artística en la Argentina
y Latinoamérica, siglos 19 y 20, caia, Buenos Aires, Contrapunto, 1990; Siracusano, G., “En
busca del paradigma oculto: una reflexión sobre la obra y el universo epistémico de Raúl
Lozza”, Sextas jornadas de teoría e historia de las artes: el arte entre lo público y lo privado,
caia, Buenos Aires, 1995; Tomasini, M. C., op. cit.
13 Lozza, R., “La dinámica del perceptismo”, Perceptismo, N° 2, Buenos Aires, agosto de 1951.
152
Objetos para transformar el mundo
sus cuadros trabajarían antes que con planos con un sistema de relaciones
complejo y cuyas variables formales podrían ser asimiladas a fuerzas. En
tal sentido, e independientemente de que quizás no sea completamente
necesario recurrir a Maxwell para entender la idea de campo de Lozza, su
pintura no se priva de reclamar para sí contenidos científicos precisos. Sin
embargo, como hemos visto, en el momento de exponer este contenido
científico se sustrae justamente a las formas científicas, particularmente
a la condición de total exposición de estos contenidos para permitir su fal-
sabilidad o su verificación.
Evidentemente, puede decirse que la verificación del método de Lozza
no debería medirse en términos científicos sino estéticos. Pero habría que
partir por señalar que la estética que Lozza pretende fundar es no solo
una estética práctica y materialista, sino también exacta, tanto en sus
resultados como en sus métodos, de modo que la relación entre ambos,
como ocurre en la ciencia, queda bajo el imperativo de transparencia y de
ajuste verificable con la realidad. Esta relación entre resultado y método
es lo que en principio aparece roto en su obra. En sus escritos aparecen
las razones de su proceder, pero el método supuestamente riguroso y con
base numérica en que se apoya su obra no se presenta de modo inteligible
y examinable a la luz de sus resultados. Paradójicamente esto coloca a
Lozza dentro de lo que él llama la etapa primitiva de la pintura, de la cual
pretendía ser un estadio superior al reclamar para sí, como no había ocu-
rrido hasta ese momento en el arte, la ausencia de cualquier arbitrariedad
o cualquier sentido que no pudiera ser meticulosamente controlado y
sometido al examen de la realidad y la cientificidad. Cuando se dice de su
obra que responde a una “precisa anotación proyectual y una compleja
codificación”, en algún punto se está haciendo un acto de fe.14
Por otra parte, a partir de esta supuesta conquista, se atribuye a estas
piezas una capacidad de transformación que va mucho más allá del arte
y de la percepción estética, que hace profundamente a su naturaleza y de
la cual se derivaría un accionar y un sistema de relaciones objetivo y tam-
bién verificable con campos como el de la ciencia o la sociedad misma.
Ahora bien, esta capacidad de transformación extra estética, en rigor,
nunca se somete a una verificación que no sea estética. La pintura de
Lozza siempre reclamó para sí un sentido científico y social “objetivo”,
vale decir, preciso y corroborable, derivado de su propia estética racional
y objetiva. Pero esta corroboración es siempre estética; nunca se supone
necesario verificar su efectividad fuera del ámbito del arte.
14 López Anaya, J., “Raúl Lozza. El fin de la ficción pictórica”, Catálogo Raúl Lozza. Pintura y
arte concreto. 1945-1955, Buenos Aires, Fundación Banco Patricios, septiembre de 1993.
153
Alejandro Crispiani
154
Objetos para transformar el mundo
17 Ibid., p. 40.
155
Alejandro Crispiani
156
Objetos para transformar el mundo
Todo el arte moderno ha sido rebasado por la invención pura; los que
se reconocen solamente en el sexo, la ilusión, los orígenes elementales
y las emisiones de timbres de correo, están del otro lado. La invención
no es un grito, es una disciplina que se refiere a todos los “tiempos”
que integran la vivencia total: Filosofía, Política, Física... inclusive las
ciencias latentes.19
18 Kosice, G., “Arte y estilo de Madí”, en “Arte Madí Universal”, Buenos Aires, 1948, folleto pro-
pagandístico.
19 Kosice, G., texto sin título en el folleto “Invención”, Buenos Aires, Optimus, 1945.
157
Alejandro Crispiani
Escrito en 1945, este párrafo expresa una idea de invención que poste-
riormente Kosice fue variando. En principio, esta categoría parece haber
desplazado a la de creación: se la juzga como lo constante en el ser
humano a través de la historia, el principio eterno que da lugar a obje-
tos en algún punto también eternos, destinados a permanecer y a seguir
actuando con el correr del tiempo, como fue, por ejemplo, la rueda. Son
objetos conquistados por la humanidad entera en su desarrollo, al que
significativamente Kosice asocia la creciente capacidad de movimiento
del hombre: “Toda agrupación humana ha coincidido en el sentido de
traslación mecánica, desde la rueda, invención netamente utilitaria,
hasta los cohetes interestelares”.20 La invención queda asociada no solo
a la transformación en términos genéricos, sino particularmente al movi-
miento, a la conquista de un determinado medio físico. Esta idea tuvo
importantes repercusiones en la producción plástica de Madí, y de hecho
hemos visto cómo también estaba presente en los invencionistas en el
sentido de dinamizar plásticamente a sus cuadros. El dominio del espa-
cio, que estuvo entre las intenciones centrales del invencionismo, cobra
en Madí un sentido mucho más literal, vinculado sobre todo a la idea de
captura literal en sus obras del espacio o bien del movimiento. Cabe
señalar también las coincidencias con las ideas del “Manifiesto blanco”
de Lucio Fontana, publicado en 1946 y evidentemente conocido por los
artistas de ambos grupos.
Madí introdujo también en sus planteos teóricos la idea de creación,
que los invencionistas taxativamente evitaron por sus asociaciones román-
ticas e idealistas. Esto no lo llevó a dejar de lado la categoría de invención
ni tampoco a desconocer la raíz marxista de esta categoría; simplemente
le sumó un sentido de creación más alto, que de hecho ya hemos visto en
Torres García y también en Huidobro. Según se expresa en el manifiesto
del grupo, Madí tendría la capacidad de conciliar estas dos categorías,
retrotrayendo la invención principalmente al campo de la técnica y hacien-
do del artista un creador absoluto, que aunque se apoya en el invento y
su sentido material y racional, va más allá de él:
20 Ibid.
158
Objetos para transformar el mundo
21 Ibid.
22 “Manifiesto Madí”, en Kosice, G., Arte Madí, Buenos Aires, Ediciones de Arte Gaglianone,
1982. Si bien en la publicación que se cita se pone como fecha para este texto el año 1946, el
manifiesto Madí se publicó por primera vez en el número 0 de la revista Arte Madí, Buenos Aires,
1947. También se ha planteado la controversia en relación con la autoría de este manifiesto.
Según Arden Quin, habría sido escrito y leído en público por él en 1946, y luego apropiado por
el grupo Madinemsor (véase Goodman, S., Carmelo Arden Quin. When art jumped out of its
cage, Dallas, The Madi Museum and Gallery, 2005). Sin embargo, la referencia explícita al pen-
samiento de Marx y de Hegel parecen conducir efectivamente a Arden Quin.
159
Alejandro Crispiani
En el párrafo citado aparecen con claridad las dos grandes deudas que
tiene Madí con el arte concreto. En primer lugar, el valerse de los elemen-
tos esenciales de cada una de las expresiones artísticas, definidos desde un
punto de vista material o a partir de los datos sensoriales objetivos. Esto
es lo que Kosice llama, en resumidas cuentas, la esencialidad de Madí. A
partir de aquí se trataría de definir aquello que es particular de cada una
de las artes; es decir, los problemas, recursos o campos de acción que le
competerían específicamente a cada una ellas. Está claro que en este pun-
to Madí coincide con las teorías del arte concreto, aunque carece del gra-
do de rigor y sistematicidad con que esta tarea fue encarada por sus teó-
ricos. En segundo lugar, y al igual que en el arte concreto, la esencialidad
madí no supone la aparición de nuevos géneros de arte que dejen comple-
tamente atrás la organización clásica, sino más bien una renovación de su
sentido. A partir de esta renovación de los géneros plásticos, Madí propug-
na “el ordenamiento armónico de una nueva estructuración estética”
basada en la especificidad y “esencialidad” de cada género y en la plura-
lidad del todo resultante.24 Apelando a una idea que puede detectarse
también en Max Bill, Kosice habla de la continuidad de la experiencia
estética, que sería una expresión de la armonía alcanzada por cada una
de las artes en su esencialidad y que estaría dada por el impulso invencio-
nista y la aspiración a una creación totalizante. Esencialidad y continui-
dad son, entonces, dos ideas derivadas directamente del arte concreto, e
incorporadas por Madí sin grandes aportes.
Algo que distinguió claramente a Madí tanto de los invencionistas como
del perceptismo fue la voluntad de hacer efectiva esta concurrencia de
diversas expresiones artísticas en su movimiento. Intentó, de manera más
consistente que los grupos anteriores, ir más allá de las artes plásticas o las
23 Ibid.
24 Volante del movimiento Madí, en Arte Madí Universal, N° 0-1, Buenos Aires, 1947.
160
Objetos para transformar el mundo
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Alejandro Crispiani
162
Objetos para transformar el mundo
25 Texto que acompaña la reproducción de sus pinturas. Kasak, N., Arte Madí Universal, N° 5,
163
Alejandro Crispiani
164
Objetos para transformar el mundo
165
Alejandro Crispiani
Una parte importante de los objetos de uso son una extensión intenciona-
da del cuerpo. Las formas de los cuadros articulados madí reaccionan
poco frente a estos dos hechos. Ejercen una atracción algo infantil, con sus
formas ingenuas y perfectamente acabadas pero algo desordenadas; sin
embargo, no son atractivas para la mano y el juego de combinaciones que
proponen es limitado y parece de antemano predecible. Por sobre todo,
quieren hacer del espectador un artista madí, un revolucionario según la
visión que Madí tuvo de sí mismo. Siguiendo la senda del invencionismo,
son en algún punto instrumentos de proselitismo que reclaman no solo
una reflexión sino una acción, aunque en este caso esa acción tenga un
sentido exclusivamente estético.
Como ya se ha señalado, estas pinturas no solo se vinculan a objetos
cotidianos, como podrían ser los juguetes, sino que también incursionan en
el campo de la escultura. Registran uno de los recursos principales de lo
más representativo de la escultura madí, el hecho de estar compuesta por
partes móviles. Sin embargo, esta capacidad de movimiento tiene conse-
cuencias distintas cuando se la considera en relación con la escultura.
En primer lugar, el sentido táctil que proponen las pinturas articuladas
madí no resulta particularmente disolvente cuando se lo aplica a una
escultura. Independientemente que se pueda tocar o no, la escultura ha
reconocido tradicionalmente este sentido táctil, ha estado más cerca del
cuerpo. Resta, por supuesto, la novedad de su manipulación y la inesta-
bilidad formal, dentro de ciertos límites, que esta manipulación supone.
Las posibilidades de variación formal en la escultura, al no restringirse al
plano de la pared, como ocurre en las pinturas articuladas, son mucho
mayores, de modo que se evita esa predecibilidad que hemos señalado en
el caso de las pinturas.
En segundo lugar, la movilidad de los elementos no deriva tan directa-
mente en la desaparición del basamento o pedestal que en términos clá-
sicos ha ocupado en la escultura el papel del marco (aunque el pedestal
no tuvo el sentido constitutivo que tiene éste en la pintura). Un basamen-
to tradicional puede convivir con una escultura de partes móviles. Pero
aunque este basamento desapareciera, esto no conllevaría una ruptura
tan grande con los ejemplos tradicionales como la que implica pensar en
una pintura sin la idea de marco. Además, el basamento siempre ha esta-
do más cerca de la pieza escultórica que el marco de la tela, tanto por su
materialidad como por el hecho de que ambos se comprenden tridimen-
sionalmente. De allí, en parte, que los experimentos de Madí en torno de
la base de la escultura no hayan tenido la espectacularidad del marco
recortado, aunque estos experimentos existieron y tuvieron una intencio-
nalidad similar.
166
Objetos para transformar el mundo
A pesar de que no resulta posible identificar con precisión las obras que
se mencionan en este párrafo, no cuesta encontrar los puntos centrales de
la argumentación en la propia producción escultórica de Kosice; por
ejemplo, en el Móvil en madera con una rueda y la famosa escultura arti-
culada Royi, también en madera. Ambas fueron presentadas en las prime- 186
ras exposiciones de Madí y aparecen ilustrando el folleto Invención de
Gyula Kosice, de 1945.27 La atracción que ambas obras ejercen sobre la
mano es directa. En el primer caso, se trata de una suerte de construcción
móvil, una rueda con dos asas de distinta forma y tamaño pero claramen-
te aprensibles. Aquí la mano cumple una función conductora y dinamiza-
dora del objeto, que tiene sus propias reglas de movimiento. Se apela a
una ley mecánica básica y se hace alusión a la rueda, ese invento seminal
del que se apropia y al que toma como referencia Kosice. Royi pone en
juego otras posibilidades. Es una construcción formada por cuatro piezas
de madera, de forma más o menos cilíndrica y alargada, unidas entre sí
por un juego de rótulas y con una serie de plaquetas que permiten diver-
26 Kosice, G., “Escultura madí”, Arte Madí Universal, N° 2, Buenos Aires, 1948.
27 Kosice, G., Invención, op. cit.
167
Alejandro Crispiani
sos juegos entre ellas. Las cuatro piezas de madera moldeada, lejanamen-
te parecidas a un bate de béisbol, parecen estar puestas para despertar la
capacidad prensil de la mano La forma, la materia y el tratamiento de la
materia se aúnan con este fin. Pero cada movimiento que se aplica a un
bastón repercute casi siempre sobre el resto del conjunto, haciendo com-
pleja la manipulación. Las diversas formas que puede adoptar la escultu-
ra no parecen fáciles de deducir a simple vista, por lo que es necesario
experimentar con el objeto para descubrirlas. La mano y la vista se com-
plementan en este juego exploratorio. Más que una extensión del cuerpo,
como es el caso de las asas de las herramientas, la escultura se comporta
como otro cuerpo dotado de una cierta rebeldía, con sus propias leyes de
articulación y sus posibilidades de movimiento, que se ofrece a la mani-
pulación. Parece tener una base, una pequeña pieza semicircular que le
sirve de apoyo para muchas de sus posiciones. Pero, como se aclara en el
artículo, cada posición de la obra determina qué pieza oficia de base, ya
que esta función puede ser desempeñada por cualquier pieza de la obra.
La base ya no es un pedestal, es solo un anclaje o un punto de apoyo. Ha
sido absorbida por la escultura así como también esta ha absorbido cua-
lidades y formas de los objetos de uso, que han sido liberados de su fun-
ción práctica para quedar sujetos ahora a una función plástica.
En su intención de hacer una escultura móvil, Madí apeló también al
movimiento mecánico en obras accionadas, como los artefactos domésti-
cos, por la electricidad. Se trata de una familia de piezas poco conocida,
de la que forman parte prominentemente los rotores de Rodolfo Urrichio,
que se mostraron en los primeros números de Arte Madí Universal a fina-
les de la década de 1940. Aparentemente, estas esculturas estaban forma-
das por un conjunto de piezas en rotación, movidas mecánicamente de
manera tal que el movimiento resultara impredecible, a diferencia de los
instrumentos mecánicos que se basan en la repetición y predictibilidad.
Kosice también produjo, en los primeros años de Madí, una serie de escul-
turas móviles accionadas por electricidad, a partir de la utilización de un
interruptor o, según se especifica en algunos escritos, de un control remo-
to. El ejemplo más conocido de esta familia de piezas es la escultura Una
169ab gota de agua acunada a toda velocidad, de 1948, que ha sido señalada
como la primera obra hidrocinética del autor. Sobre una suerte de pedes-
tal, chato y alargado, se levanta una pieza prismática metálica de media-
nas dimensiones. Se trata en realidad de dos planchas metálicas unidas
en su base pero separadas entre sí. En el intersticio de ambas placas se
coloca una cinta metálica con forma de semicircunferencia, que contiene
en uno de sus extremos una caja transparente con una gota de agua. A
partir de su accionamiento eléctrico, la cinta puede obedecer a rápidos
168
Objetos para transformar el mundo
a y b. Gyula Kosice,
Una gota de agua
acunada a toda
velocidad, 1948 (en
Kosice. Obras
1944/1990. Museo
Nacional de Bellas
Artes, Buenos Aires,
abril/mayo de
1991).
169
Alejandro Crispiani
movimientos oscilatorios que agitan el agua hasta que esta pierde su for-
ma de gota. Probablemente, la escultura estaba pensada para ponerse en
acción cada cierto tiempo, pero también estaba la posibilidad de que fue-
ra el espectador quien la pusiera en funcionamiento. Hace pensar, eviden-
temente, en la tradición de las máquinas inútiles que el arte moderno
desarrolló desde Duchamp y el dadaísmo. Sin embargo, la escultura madí
tiene un cometido, en algún caso no tan distante del de algunos electro-
domésticos; sirve, digamos, para la pulverización de una cierta cantidad
de agua. El fin de la escultura es poner en escena esta pulverización, no
utilizarla para un fin práctico, como sería el caso de los electrodomésticos.
Pero también en estos hay algo de puesta en escena del proceso que llevan
a cabo. Las licuadoras de la década de 1950, con su vaso de vidrio, tam-
bién querían hacer visible el trabajo de las afiladas cuchillas y mostrar el
proceso de transformación de la materia expuesta a ellas y a su vertigino-
so movimiento que conmociona el pequeño interior. En un espacio ínfimo,
pasible de ser contenido en un recipiente manipulable y transparente,
toda la velocidad exaltada por los futuristas en automóviles y locomotoras
se pone de manifiesto. Esta velocidad envasada es también la que le inte-
resa a este objeto madí. El arco metálico al que se adhiere la caja trans-
parente con agua está para dramatizarla, como una suerte de péndulo fre-
nético que se pone en acción con un simple movimiento de dedos. También,
al igual que en el caso del aparato electrodoméstico, el proceso que se lle-
va a cabo en el interior del pequeño envase transparente está más allá de
las capacidades mecánicas del cuerpo humano, al menos en términos de
tiempo. La electricidad “ahorra tiempo”; la velocidad envasada es tam-
bién tiempo envasado. En tal sentido, puede creérsele a Kosice cuando
dice que los objetos madí absorben de manera directa, sin acudir a nin-
guna representación, los cambios en la relación con la materia y el tiempo
que la técnica moderna ha introducido en la vida cotidiana del hombre.
Un paso más en esta cadena de apropiaciones, por parte de madí, de
las condiciones de existencia de los objetos de uso, era que sus obras
aceptaran entre sus partes un objeto técnico reconocible y finalmente un
cierto cometido práctico. Tal es el caso del Artefacto con luz, móvil, gira-
171 ble realizado por Kosice en 1946. Su punto de partida es el cuadro de
marco recortado sin tela, como el Objeto pintura de Jacqueline Lorin-
Kaldor ya visto. El vacío dejado por la tela ha sido llenado en este caso
por dos objetos lineales, dos tubos fluorescentes que siguen haciendo
alusión a la retícula originaria que supuestamente conformaba el tema
de la tela y de la cual el marco derivaba también su perímetro. Estos
tubos pueden ser encendidos y, por lo tanto, la escultura puede cumplir
la función de iluminar, ya que, además, se la suspende en el espacio de
170
Objetos para transformar el mundo
Gyula Kosice,
artefacto con luz,
móvil, girable, 1946
(en Gyula Kosice:
Arte Madi, Buenos
Aires, Ediciones de
Arte Gaglianone,
1982).
171
Alejandro Crispiani
172
Objetos para transformar el mundo
173
Alejandro Crispiani
espacio como base sin límite y no la corteza terrestre como único sostén,
se habrá conseguido en parte el objetivo primordial: la función de estruc-
turas for living liberadas y de traslación en el espacio”.30
En definitiva, puede decirse que la posición de Kosice consiste básica-
mente en tomar el supuesto poder activador del objeto madí para trasla-
darlo a la arquitectura y desde ella a la ciudad. Este movimiento estaría
acompañado por la “liberación” de todas las artes y, con ellas, de toda
actividad humana: “Nuestro propósito es que Madí, llegado a adulto, ten-
ga el poder suficiente de disolver la política en arte”.31 Esta había sido la
aspiración de gran parte de las vanguardias de la década de 1920, con el
movimiento De Stijl y las teorías de Piet Mondrian en primera línea. La
renovación del repertorio formal de Madí no alcanza para borrar esta
filiación evidente, que también le deparó un lugar incómodo en la década
de 1960, cuando tanto la arquitectura moderna como el arte concreto fue-
ran descalificados de una manera mucho más radical de lo que intentara
Madí. El camino trazado por Madí, que va desde la obra artística a la ciu-
dad, sigue una línea recta e imperturbable, tan original en los detalles
como predecible en el resultado final. Los recursos que garantizaban la
autonomía de la pintura y la escultura se expanden indefinidamente,
como si en su camino nada les saliera al cruce, absorbiéndolo todo. Inclu-
so la ciencia y la tecnología son dóciles frente a sus objetivos.
La arquitectura madí y la ciudad madí no conocieron un proyecto que
nos permita visualizarlas, o al menos si estos proyectos existieron no
alcanzaron un grado de difusión mínimo. En la Antología de la poesía
Madí (Buenos Aires, s/f), se hace referencia al libro Madí y la arquitectu-
ra, cuyos autores serían Guillermo A. Gutiérrez y Beatriz L. Herrera, con
respecto al cual no se proporcionan más datos y cuya existencia hasta el
momento no ha podido ser comprobada.32 En lo que hace a la ciudad
madí, puede señalarse un proyecto urbanístico concreto, que en cierta
manera se trató de vincular a Madí. Se trata del “Proyecto para una ciu-
dad hexagonal”, de Ricardo C. Humbert, que fue publicado en la revista
Arte Madí Universal, N° 0, de 1947. Sin embargo, este proyecto en nada
refleja lo propuesto para la ciudad madí. Explícitamente, el proyecto de
Humbert se basa en la Carta de Atenas, las conclusiones del cuarto
30 Ibid.
31 Kosice, G., “Manifiesto preasistemático”, Catálogo Arte Madí Internacional, Buenos Aires,
Galería Bonino, 1956.
32 Estos artistas se incorporaron al grupo Madí en el año 1954, después de haber incursionado
en el campo de las letras. Hacia 1955, ambos eran estudiantes de Arquitectura en la Universi-
dad de Buenos Aires. En la década de 1960, se integraron al grupo filomadí Diagonal, de La
Plata.
174
Objetos para transformar el mundo
33 A pesar de lo breve de su aporte, Humbert siguió siendo considerado por Kosice como uno de
los miembros de su movimiento. El proyecto de Humbert para la ciudad hexagonal fue desarro-
llado a principios de la década de 1940. Una primera etapa se concluyó en París hacia 1942.
Posteriormente, en 1944, Humbert publicó un libro dando a conocer la versión definitiva
(Humbert, R., La ciudad hexagonal, Buenos Aires, Vasca Ekin, 1944).
34 Cabe aclarar que las proposiciones que caracterizan a la ciudad madí y su arquitectura pue-
175
Alejandro Crispiani
su dominio. Las pinturas y las esculturas madí llevan a cabo este movi-
miento de manera gráfica y literal. En relación con la arquitectura y la
ciudad, esto se da en términos de expresión de deseos. Pero en ambos
casos se pone en juego lo que podríamos llamar una autonomía absor-
bente, claramente distinta de la autonomía útil de Bayley.
En muchos aspectos, Madí se encuentra en las antípodas del perceptis-
mo. Su persistente movimiento expansivo contrasta, en todos los aspectos,
con la concentración de Raúl Lozza. Ambas corrientes, sin embargo,
tuvieron algo de desmesurado, una ambición de abarcarlo todo. En el
caso de Madí, esto es literal; intenta que el universo entero se transforme
según su filosofía y sus parámetros formales. La operación del perceptis-
mo obedece también a un deseo de totalidad, pero diferente, ya que supo-
ne la creación de un objeto que espeje en su resolución un nuevo universo,
del que no se espera que siga los moldes formales de este objeto, pero que
se halla contenido en él. Esta ambición de totalidad pasa, en los dos casos,
por reconocer que la técnica moderna y la ciencia que esta contiene son
el ámbito donde se piensa y se gesta el mundo moderno. En los dos casos,
se trata de construir un dominio, el domino del arte, hacia el cual traer a
esta técnica para medirse con ella.
En los capítulos siguientes veremos otro intento de construir también
un dominio del arte, que en varios de sus temas centrales puede remon-
tarse al arte concreto-invención.
176
Objetos para transformar el mundo
a. Vicente Huidobro,
Piano, poema
pintado, serigrafía.
b. Vicente Huidobro,
Marine, poema
pintado.
Páginas de Salle
XIV. Vicente
Huidobro y las artes
plásticas, Madrid,
Museo Nacional
Centro de Arte
Reina Sofía, 2001.
177
Alejandro Crispiani
a. Carmelo Arden
Quin, Composición,
óleo s/cartón y
madera, 1945.
Museo de Arte
Moderno.
b. Raúl Lozza,
Pintura N° 27, óleo
s/madera, 62 x 48
cm, 1945. Colección
privada.
178
Objetos para transformar el mundo
a. Manuel Espinosa,
Pintura, óleo s/
hardboard, 1945.
Colección privada.
b. Raúl Lozza,
Estructura amarilla
o Pintura 82,
esmalte y cinta de
algodón sobre
madera, 1946.
Colección privada.
Tomadas de Arte
abstracto argentino,
catálogo de la
exposición, Buenos
Aires, Fundación
Proa, 2003.
179
Alejandro Crispiani
a. Tomás
Maldonado, sin
título, témpera s/
cartón montada en
madera esmaltada,
1945. Colección
privada.
180
Objetos para transformar el mundo
a. Juan Melé,
Coplanar N° 13,
óleo s/hardboard,
51 x 41 cm, 1946.
Museo de Arte
Latinoamericano de
Buenos Aires.
b. Alberto
Molenberg, Función
blanca, esmalte s/
madera, 110 x 130
cm, 1946. Colección
privada.
181
Alejandro Crispiani
182
Objetos para transformar el mundo
183
Alejandro Crispiani
a. Gyula Kosice,
Estructura lumínica
madí A-3 bis, 1946
(en Kosice. Obras
1944/1990. Museo
Nacional de Bellas
Artes, Buenos Aires,
abril-mayo de
1991).
184
Objetos para transformar el mundo
185
Alejandro Crispiani
186
Objetos para transformar el mundo
Claudio Girola,
escultura realizada
durante el acto
poético en Cerro
Sombrero, 7 de
agosto de 1963
(Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso, caja II).
187
Alejandro Crispiani
a. Acto poético en
Puelches. Fachada
de la Escuela y
teatro de
marionetas, 27
agosto de 1965.
b. Fabio Cruz
pintando el teatro de
marionetas.
Fotografías del
Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso (caja X).
188
Objetos para transformar el mundo
a. Acto escolar en
Puelches, 28 agosto
1965, “Sarmiento”.
b. Signo escultórico.
Claudio Girola en
Puelches.
c. Acto poético en la
nieve, 5 de agosto
1965.
Fotografías del
Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso (a y b,
caja X; c, caja I).
189
Alejandro Crispiani
a, b y c. Acto poético
en Espora, cabina
telefónica y tanques
pintados, 8 agosto
1965.
Fotografías del
Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso (caja II).
190
Objetos para transformar el mundo
191
Alejandro Crispiani
192
Objetos para transformar el mundo
a. Claudio Girola, Dirección oblicua abierta, barras de bronce, 220 x 190 x 45 cm, 1956.
Colección particular (en catálogo Claudio Girola. Esculturas, exposición retrospectiva
presentada en el Instituto de Arquitectura Universidad Católica de Valparaíso, Museo
Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile, abril de 1961).
c. Claudio Girola, signo escultórico en Puelches (en Browne, Tomás, Cecilia Brunson y Sylvia
Arriagada (eds.), op. cit.).
d. Claudio Girola, signo escultórico en Bajos de Santa Rosa, 22 de agosto de 1965 (Archivo
José Vial Armstrong, Escuela de Arquitectura y Diseño, Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso, caja VIII).
193
Alejandro Crispiani
a y b. Tomás
Maldonado,
Catálogos Galería
Krayd, 1952.
c. Tomás
Maldonado,
Catálogo concierto,
Agrupación Nueva
Música, Buenos
Aires, 1952.
Tomadas de Escot,
Laura, Tomás
Maldonado.
Itinerario de un
intelectual técnico,
Buenos Aires, Rizzo
Patricia Editora,
Banco Finansur,
2007, p. 92).
194
Objetos para transformar el mundo
a y b. Tomás
Maldonado,
portadas de revista
Ciclo, N° 2, 1949, y
del Boletín del
Centro de
Estudiantes de
Arquitectura, 1949
(en Escot, Laura,
Tomás Maldonado.
Itinerario de un
intelectual técnico,
Buenos Aires, Rizzo
Patricia Editora,
Banco Finansur,
2007, p. 71.)
195
Alejandro Crispiani
Alfredo Hlito,
portada de Nueva
Visión, revista de
cultura visual, N° 1,
1951.
196
Objetos para transformar el mundo
a y b. Tomás
Maldonado,
portadas de Nueva
Visión, revista de
cultura visual,
núms. 4 y 5.
c. Página interior,
Nueva Visión, Nº 5,
1954. Diseño
Grisetti, Méndez
Mosquera, Hlito.
197
Alejandro Crispiani
a. Tomás
Maldonado, sin
título, óleo sobre
tela, 1950. Museo
Eduardo Sívori,
Buenos Aires.
b. Friedrich
Vordemberge-
Gildewart, parte del
díptico Composición
No. 170, óleo sobre
canvas, 1947-1948
(en Vordemberge-
Gildewart. The
Complete Works, ed.
Dietrich Helms,
Munich, Prestel,
1990).
198
Objetos para transformar el mundo
a. Gerrit Rietveld,
Beugeltoel, 1927.
b. Bonet, Kurchan,
Ferrari Hardoy,
sillón bkf, 1938.
Tomadas de
Charlotte y Meter
Fiell, Modern
Chairs, Taschen,
1993, pp. 20 y 50.
199
Parte segunda Signos
Capítulo IV Arte concreto en
Valparaíso. ¿Qué
es una exposición?
203
Alejandro Crispiani
1Es bien conocido el caso de Tomás Maldonado, pero también otros integrantes de la aaci pasa-
ron a formar parte de una cierta “cultura de izquierda”. Tal es el caso de Enio Iommi, quien en
una entrevista declaró: “No hay que olvidarse que nosotros éramos afiliados al partido comu-
nista. Es decir, los ideales eran muy grandes, hacíamos un arte de vanguardia y estábamos en
un partido revolucionario, lo cual combinaba perfectamente. En una reunión partidaria, se
manifestaron las diferencias con nosotros; nosotros no estuvimos de acuerdo y nos fuimos. Pero
no es que uno haya roto con una idea de izquierda, sino con el partido”. Véase Cecilia Fiel,
“Entrevista a Enio Iommi”, Universidad Nacional Tres de Febrero, agosto 2004, disponible en
< http://www.untref.edu.ar/documentos/iommi%20entrevista.pdf>.
204
Objetos para transformar el mundo
2 Claudio Girola aparece como uno de los firmantes del artículo “Artistas adhieren al Comunis-
mo. Los artistas y escritores del movimiento arte concreto se afilian al Partido Comunista”, apa-
recido en la revista Orientación, Buenos Aires, 19 de septiembre de 1945.
205
Alejandro Crispiani
3 Pérez, F., “Guillermo Jullian, Valparaíso y los años formativos”, Massilia 2007, Santiago, Edi-
206
Objetos para transformar el mundo
207
Alejandro Crispiani
4 Según el testimonio de Gerardo Mello, en realidad la idea original de Godofredo Iommi habría
sido comenzar el viaje en Tahití, hacia donde se habrían dirigido desde Río de Janeiro.
208
Objetos para transformar el mundo
5 Entrevista realizada por Alejandro Crispiani y Rafael Moya Castro, en el marco del proyecto
de investigación “La Escuela de Valparaíso y sus inicios: una mirada a través de testimonios
orales”, dipuc, 2002.
6 Ibid.
209
Alejandro Crispiani
210
Objetos para transformar el mundo
211
Alejandro Crispiani
212
Objetos para transformar el mundo
9 También en este punto existe una clara convergencia con Carmelo Arden Quin, admirador de
Huidobro y los simbolistas, quien habría escrito al poeta chileno solicitándole una colaboración
para Arturo. El nombre de la revista sería, a su vez, un homenaje a Arthur Rimbaud, autor cla-
ve en el pensamiento de Iommi. Por otra parte, Arden Quin señala que Godofredo Iommi habría
tenido un cierto papel en Arturo, ya que sería gracias a los integrantes brasileños de la Herman-
dad de la Orquídea que habría podido ponerse en contacto con Vieira da Silva.
213
Alejandro Crispiani
214
Objetos para transformar el mundo
op.cit.
215
Alejandro Crispiani
12 Iommi, G., “Segunda carta sobre la phalène”, Dos conversaciones con Godofredo Iommi, Viña
del Mar, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura de la ucv, 1984. Estas con-
versaciones tuvieron lugar en 1969.
13 Para ver más en detalle este punto, véase Iommi, G., “Hay que ser absolutamente moderno”,
216
Objetos para transformar el mundo
217
Alejandro Crispiani
218
Objetos para transformar el mundo
16 Véanse, entre otros, Navarro Daniels, V. y F. Pauker Nogués, “El proyecto social de Jacques
219
Alejandro Crispiani
17 Iommi, G., “De la reforma”, Anales de la Universidad de Chile, Nº 150, Santiago, 1969.
220
Objetos para transformar el mundo
18 Véase Rossi, C., “Aventura y peripecia: en la obra sobre papel de Claudio Girola”, en Browne, T.,
C. Brunson y S. Arriagada (eds.), Claudio Girola. Tres momentos de arte, invención y travesía
1923-1994, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile y Fundación Telefónica, 2007.
221
Alejandro Crispiani
19 Ibid.
222
Objetos para transformar el mundo
a, b y c. Primera
Exposición de Arte
Concreto en
Valparaíso, 1952,
Hotel Miramar
(Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso).
223
Alejandro Crispiani
20 Informe con respecto a la exposición de arte concreto argentino, obrante en los archivos de la
224
Objetos para transformar el mundo
225
Alejandro Crispiani
226
Objetos para transformar el mundo
227
Alejandro Crispiani
21Ibid.
22Véase “Primera exposición de arte concreto”, firmado por G, La Unión de Valparaíso, 17 de
octubre de 1952, p. 7.
228
Objetos para transformar el mundo
23 Ibid.
24 Ibid.
229
Alejandro Crispiani
Esta idea de la “pureza de mirada”, este volver a ver las cosas, transita
por todo el arte y la estética modernos con variadas acepciones. A ella
25 Ibid.
26 Ibid.
230
Objetos para transformar el mundo
no es ajena, por supuesto, la “nueva visión” que por estos mismos años
estaban tratando de pensar y de implementar los artistas concretos
argentinos, siguiendo el movimiento del arte concreto internacional.
Esta “nueva visión”, más nítida y depurada, se presentaba como la base
de una nueva cultura material que abarcaría lo artístico y lo extraartís-
tico. En el caso de Iommi, el sentido parece ser el inverso. La “pureza de
mirada” no tiene que ver solo con las formas, sino también con el espec-
tador, con la depuración de las intenciones con que debe acercarse a una
obra de arte. En el párrafo ya citado de Iommi se reconoce la idea hei-
deggeriana de que no se conoce una obra de arte mediante una intención
de conocimiento predeterminada, sino que es la obra la que actúa sobre
el espectador, que debe abrirse a ella y permitir que este movimiento se
realice. La “pureza de mirada” apuntala la autonomía de la obra de
arte, ya que le permite afectar al espectador desde ella misma. También
es lo que requiere su excepcionalidad que no es compartida por ningún
otro objeto. Frente a la obra de arte no caben otros parámetros que los
que ella misma posee e instala.
De ahí que, aunque a veces parecen deslizarse en sus formulaciones
ciertos sentidos trascendentes, Iommi pueda postular que el acercamiento
a la obra de arte debe darse excluyendo cualquier consideración religiosa,
política, moral o vinculada a necesidades prácticas. En sus palabras:
27 Ibid.
231
Alejandro Crispiani
28 Ibid.
29 Ibid.
232
Objetos para transformar el mundo
Como los actos poéticos que ya por estos años estaba realizando Iommi con
los miembros del Instituto de Arquitectura, la exposición tenía en su núcleo
una obra o un conjunto de obras que respondían al formato tradicional,
cuadros o esculturas. Lo importante era hacerlas hablar en sus propios tér-
minos, y también hacer receptivo el entorno a este lenguaje. O más que eso,
poner en evidencia que la dirección va de la obra a su entorno físico o cul-
tural, y no al revés. Por eso el cuidadoso montaje que merecieron estas
obras es completamente distinto al usual en las galerías, en que se trata de
aislar a la obra para su comprensión. Aquí se la expone a su entorno, para
hacer patente la verdadera dirección. La “pureza de la mirada” no se
lograría al aislarla sino al exponerla. La verdadera obra de arte se sobre-
pondría con su sentido al entorno: no sería afectada por él sino que, al con-
trario, ella lo dotaría de significado. Ahora bien, para Iommi, la dirección
que va de la obra a quien la contempla tendría el sentido de un ofrecimien-
to: “A quien se convierte en interlocutor, las obras que allí se exponen, las
obras que allí hacen cumbre de un espacio configurado, regalan la visible
generosidad de su esplendor, y comunican con el estremecimiento espiri-
tual que hace al hombre, también, criatura artística”.30 Este es un punto
particularmente importante, de hecho, tanto para la filosofía como para el
hacer de la eav, en los que esta noción de regalo, también de extracción hei-
deggeriana, se carga claramente de humanismo cristiano, aunque sin negar
ese punto central para los invencionistas de que sus obras conectaban con
el impulso creador que hace a la condición humana.
Además de esta gratuidad, como todo acto poético, la exposición de
arte concreto se propuso construir un ámbito dirigido hacia lo público en
el que el arte “hable su lenguaje”. La nueva obra de arte en realidad es
este ámbito, que no sería posible sin las obras específicas, con sus forma-
tos más o menos establecidos por la tradición, pero que va más allá de
ellas. Contiene también a quienes están dirigidas, a ese interlocutor de su
lenguaje. Por eso Godofredo Iommi podía decir que sus actos poéticos
eran arte hecho por todos.
Concebida entonces en sí misma como obra de arte, lo que se buscó para
la exposición fue que tuviera un impacto fuerte en la realidad cultural tan-
to de Valparaíso como de Santiago. Como lo registran los archivos de la
escuela, se llevó a cabo una decidida campaña de prensa que hizo que la
exposición ocupara un lugar en los medios gráficos de ambas ciudades. Los
resultados, si bien pusieron en evidencia las carencias tanto del medio cul-
tural capitalino como de Valparaíso para recibir este tipo de manifestacio-
nes del arte moderno, no fueron desalentadores, especialmente si se
30 Ibid.
233
Alejandro Crispiani
31 En estas elecciones, que tuvieron lugar el 4 de noviembre, resultó vencedor Carlos Ibáñez del
Campo.
32 Entre otros artículos pueden citarse: Última Hora, “Arte concreto. Nuevas oportunidades para
Chile”, 10 de noviembre de 1952; Las Últimas Noticias, “Artistas concretos llaman la atención”,
11 de noviembre de 1952; El Imparcial, “Primera exposición de arte concreto presentan en Minis-
terio de Educación”, 12 de noviembre de 1952; El Diario Ilustrado, “Una exposición de arte con-
creto en el M. de Educación”, 12 de noviembre de 1952; Las Últimas Noticias, “La nuestra es
época de desintegraciones. Arte concreto: bomba atómica en plástica”, 18 de noviembre de 1952;
Romera, Antonio, “Las últimas exposiciones”, El Mercurio, Santiago, 20 noviembre de 1952.
33 Informe con respecto a la exposición de arte concreto argentino obrante en los archivos de la
234
Objetos para transformar el mundo
34 Carvacho, V., “Polémica del arte concreto”, El Debate, Santiago, 11 de noviembre de 1952.
235
Alejandro Crispiani
236
Objetos para transformar el mundo
237
Capítulo V El acto poético
1 Entrevista a Fabio Cruz realizada por Alejandro Crispiani y Rafael Moya Castro en el marco
del proyecto de investigación “La Escuela de Valparaíso y sus inicios: una mirada a través de
testimonios orales”, dipuc, 2002.
2 aa. vv., Amereida. Volumen segundo, Viña del Mar, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela
de Arquitectura y Diseño, ucv, 1986, p. 213 (texto escrito probablemente por Claudio Girola).
239
Alejandro Crispiani
3 Iommi, G., Carta del Errante, Viña del mar, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de
Arquitectura y Diseño, ucv, 1976 (publicado por primera vez en la revista Ailleurs, N° 1, París,
verano de 1963).
240
Objetos para transformar el mundo
4 Entrevista a Fabio Cruz realizada por Alejandro Crispiani y Rafael Moya Castro en el marco
del proyecto de investigación “La Escuela de Valparaíso y sus inicios: una mirada a través de
testimonios orales”, dipuc, 2002.
241
Alejandro Crispiani
5 Los orígenes de la idea de phalène y de acto poético no son claros. Es probable que se trate de
una invención personal de Iommi que con el tiempo se fue enriqueciendo de distintas fuentes.
Por ejemplo, la idea de “acto” en relación con la arquitectura ya aparece y ocupa un lugar cen-
tral en las teorías de Juan Borchers, destacado arquitecto chileno conocido y probablemente
cercano a Iommi a finales de las décadas de 1940 y 1950.
242
Objetos para transformar el mundo
6Entrevista realizada a Miguel Eyquem por Alejandro Crispiani y Rafael Moya Castro Alejan-
dro Crispiani y Rafael Moya Castro en el marco del proyecto de investigación “La Escuela de
Valparaíso y sus inicios: una mirada a través de testimonios orales”, dipuc, 2002.
243
Alejandro Crispiani
7 Ibid.
244
Objetos para transformar el mundo
8Goodman, S., Carmelo Arden Quin. When art jumped out of its cage, Dallas, The Madi Muse-
um and Gallery, 2005, p. 255 (traducción de Alejandro Crispiani).
245
Alejandro Crispiani
9Iommi, G., “Carta del Errante”, Ailleurs, N° 1, París, verano de 1963, pp. 15-24, disponible
en <http://ead.pucv.cl/1976/carta-del-errante/>.
246
Objetos para transformar el mundo
NO SEÑALADA
247
Alejandro Crispiani
10 Ibid.
248
Objetos para transformar el mundo
249
Alejandro Crispiani
Para Iommi, el surrealismo habría dado pie a “la esperanza de otra cosa
que la literatura”,13 pero esto finalmente no habría ocurrido: “se ha per-
manecido en la expresión del procedimiento, en el esquema y en las
obras de arte”.14 El acto poético intentaría dar ese paso que el surrea-
lismo no dio, pensar otro tipo de poesía y de obra de arte a partir del
camino abierto por él.
Ese nuevo tipo de poesía que encarnaría el acto poético se piensa, en
una medida muy significativa, a la luz de las ideas de Martin Heidegger
en relación con la obra de arte. Como en muchos otros puntos, estas
ideas le sirven a Iommi para pensarse a sí mismo y a lo que debería res-
ponder su obra. En la “Carta del Errante”, Iommi parte de la siguiente
definición:
11 Véase Iommi, G., “¿Por qué, cómo y cúando hay arte?”, Revista Universitaria, N° 19, Santia-
250
Objetos para transformar el mundo
15 Ibid.
251
Alejandro Crispiani
16 Véase Iommi, G., “Por qué, cómo y cuándo hay arte”, op. cit.
17 Iommi, G., “Carta del errante”, op. cit.
252
Objetos para transformar el mundo
Para calibrar esta novedad resulta importante ver cómo fueron estas
phalènes de inicios de la década de 1960, aunque reconstruir su experien-
cia resulte imposible. Una de ellas se describe en un relato de Francisco
Méndez:
18 Méndez, F., “El cálculo pictórico”, en Cruz, A., C. Girola, G. Iommi y F. Méndez, “Cuatro talle-
253
Alejandro Crispiani
árbol sería ese signo, que no alcanza a ser una obra pero que constituiría
un “hecho plástico”, según Méndez. En tal sentido, y a partir de la incor-
poración de las artes plásticas, en el acto poético no es solo el acto lo que
cuenta, sino que finalmente queda un residuo físico de él, que responde a
parámetros formales ya existentes. Como se ve en el párrafo de Méndez,
la efectividad del acto poético en relación con la pintura termina por veri-
ficarse a través de una obra, de un objeto. Lo que ocurre en la poesía es
que esta obra no sobrevive para ser verificada, ya que se da solo en acto,
pero si siguiéramos la lógica de Francisco Méndez, si estuviera por escrito,
debería poder ser juzgada como cualquier poema. El signo, ya sea escul-
tórico o pictórico, es también una obra de una naturaleza no tan distinta
de las pinturas o esculturas. En algún punto, el acto poético parece un for-
mato de arte que todavía mantiene un cierto equilibrio entre el interés por
el objeto y el acto en sí.
También se preserva la división entre las distintas expresiones artísti-
cas. Esta también es una diferencia grande con la mayoría de las corrien-
tes de la década de 1960 referidas al arte como experiencia que permite
abolir completamente los antiguos formatos y sus divisiones. Por el con-
trario, el acto poético de alguna manera consolida las distintas expresio-
nes artísticas, ya que las reclama en su afán de ser un arte colectivo, hecho
por todos. Pero esto no implica borrar las diferencias ni entre los distintos
tipos de arte ni finalmente entre público y artista.
Este es otro punto a remarcar. Sin bien se trata de una experiencia
colectiva, hecha por todos, el acto poético está comandado por un artis-
ta. Mantiene justamente el sentido alto e inclusive hasta trágico del
artista. En tal sentido, es ajeno, también, a ese tipo de experiencias artís-
ticas que buscaron trastocar las relaciones entre espectador y artista. El
acto poético es jerárquico: el poeta que lo encabeza y que lo abre es una
suerte de médium, quien supuestamente instala la posibilidad de hacer
arte, y a quien le suceden los otros artistas. El acto poético presupone
que es el poeta el gran transformador, quien tiene este don de creación
que opera sobre la materia del lenguaje y quien lo trasmite o lo revita-
liza en el resto de los hombres. Por lo tanto, esta capacidad de creación
y de transformación opera en unos pocos y el acto poético refleja esto en
su propia estructura. Pero también implica un acercamiento de la obra
de arte a los no artistas, gracias a su propio formato de acto, que sería
un tipo de obra particular que habría justamente “roto el marco” del
poema escrito tradicional. Habría liberado al poema de sus ataduras
materiales para llevarlo en la persona misma del artista directamente a
los demás, que lo reciben sin pedirlo. Un tanto a la manera del cuadro
de marco recortado, intenta insertarse más en la realidad ordinaria,
254
Objetos para transformar el mundo
para mostrar allí su diferencia sustancial con ella. El acto poético acen-
túa tanto el acercamiento como la distancia entre ese ser extraordinario
que es el poeta y los demás. En las propias palabras de Iommi: “Es nece-
sario que estos seres [los artistas] no se mezclen demasiado, que ellos
sepan reconocer exactamente y sin pasión la distancia que los separa de
los demás, y que este conocimiento les dicte lo que deben hacer y lo que
deben padecer; si ellos se aíslan demasiado se pierde la eficacia”.19
El sentido de regalo o donación del acto poético se afirma en la jerarquía
que hay entre quien da y quien recibe. Qué es lo que el artista da y el res-
to recibe fue uno de los puntos sobre los que Iommi no dejó de pensar y
especular a lo largo de su vida. Puede decirse que en el acto poético está
presente la intención de hacer surgir la capacidad creadora de sus partici-
pantes, esta condición humana por excelencia, pero en rigor apunta a una
experiencia mucho más trascendente, una experiencia que se propone ser
ni más ni menos que una revelación, la revelación de “lo ordinario en tan-
to que ordinario por medio de lo extraordinario”. Pretende ser una expe-
riencia que traduzca en acto ese “asombro por el ser” que Heidegger con-
sideraba muerto en la filosofía occidental casi desde sus inicios.
Pero volvamos a otro punto del texto de Francisco Méndez ya citado,
que es ilustrativo del alcance que se plantea para estos actos. Allí se des-
cribe que en principio el autor había pensado en poner la piedra sobre
el árbol y usarla a la manera de una tela, con el árbol como caballete, lo
que llama una relación pictórica convencional. Pero a mitad de camino
se le presenta lo que debía hacer, dejar la piedra sobre el árbol sin pin-
tar, lo que llama “situación pictórica albergada por la poesía”. Méndez
interpreta lo que va sucediendo a partir de una matriz de significado
que es de importancia en el pensamiento de Iommi y lo va a ser también
en la eav. En el transcurso de un intento que terminará por ser fallido
(pintar la piedra), la solución aparece y se revela lo que había que hacer
efectivamente. En términos de Heidegger, el objetivo no se cumple yen-
do directamente hacia él, sino preparándonos para recibirlo, en este caso
y en general equivocando el objetivo primero. La valoración del error, la
resignificación del fracaso, es un tema de la poesía simbolista que apa-
rece también en la obra de Jacques Maritain (de hecho, una situación
relativamente similar a la anterior abre su libro Humanismo integral).
Según el relato de Arden Quin,20 la mayoría de las travesías realizadas
por el grupo La phalène habrían tenido un objetivo muy poco probable
19 Iommi, G., “Teoría de la interrupción”, en Iommi, G., A. Cruz, C. Girola y M. Eyquem, Diez
separatas del libro no escrito, Valparaíso, Escuela de Arquitectura y Diseño, ucv, 1985.
20 Goodman, S., op. cit., p. 254.
255
Alejandro Crispiani
256
Objetos para transformar el mundo
23 Arden Quin, C., “Dès le seuil”, Ailleurs, N° 2, París, junio de 1964, pp. 3-10.
257
Alejandro Crispiani
1. El llamado de América
24 Iommi, Godofredo, “América, Américas mías”, Atenea, Nº 447, separata, Concepción, Univer-
del proyecto de investigación “La Escuela de Valparaíso y sus inicios: una mirada a través de
testimonios orales”, dipuc, 2002.
26 Iommi, G., Eneida-Amereida, Viña del Mar, Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de
258
Objetos para transformar el mundo
respuesta de igual índole que proviniera del campo del arte. En principio,
la intención sería “preguntarse por América con la antorcha de la Eneida”.27
Simplificando un argumento que para Iommi tendría múltiples resonan-
cias, podría decirse que, así como el viaje de Eneas narrado por Virgilio
mostraría el pasaje de la tradición cultural griega a la italiana, Amereida
sería un fundamento de la misma naturaleza para la cultura americana.
En la opinión de Iommi, que en este punto se inscribe en una larga tradi-
ción acerca de lo americano, esta nueva cultura carecería de una épica, de
una obra primordial que reflejara su condición. El viaje/poema de Amerei-
da vendría a cumplir esta misión, ya que intentaría “reparar la ausencia
de palabra mítica” que acompañaría a lo americano como renovación de
esta cultura latina. Particularmente, entiende Iommi, esto se debía a ese
viaje primero y fallido, cuyo destino habría sido otro y sobre el que sin
embargo se funda el mundo contemporáneo. El viaje/poema espejaría este
hecho primario de lo americano como tal. También se desarrollaría en lo
que postula como el “mar interior americano”, la porción de territorio
interna de América del Sur que históricamente se habría resistido más a
ser tratada por la cultura y que habría permanecido oculta en gran medi-
da para el arte. En esta línea de pensamiento, Amereida se propuso revelar
esta realidad desconocida que no habría sido mostrada en su propia natu-
raleza y que requeriría nuevas formas de arte, como el acto poético.
En tal sentido, el acto poético está en el corazón de Amereida. El viaje
sería el ámbito o la situación madre en que se desarrollarían estos actos. El
poema en sí mismo implicaba, evidentemente, el retorno a la escritura que
había sido rechazado por Iommi para acentuar la radicalidad de los actos
poéticos y su nueva naturaleza que se agotaba en el presente. La vía míti-
ca, el “surco de la leyenda”, fue la manera que Iommi ideó para que este
viaje y los actos poéticos alojados en él se proyectaran. El poema Amereida
intenta inscribirse en la dimensión de los actos poéticos sin renunciar a la
escritura. En tal sentido, se presenta como un poema épico, como un escri-
to anónimo que antes de seguir los carriles tradicionales de cualquier libro
opta por la vía del mito. Se trata de un objeto destinado a circular de otra
manera, particularmente por medio del regalo. El poema Amereida, por
otra parte, no contiene los poemas que fueron recitados o improvisados en
los actos poéticos durante el viaje; estos se limitaron a la oralidad. Tampo-
co es un relato del viaje, ya que no sigue un orden cronológico ni los mate-
riales que van apareciendo guardan una relación entre sí. Ofrece una suer-
te de collage de diversos estilos personales y géneros, alternando entre el
259
Alejandro Crispiani
28 Pérez de Arce Antoncich, R., “Tan lejos, tan cerca. La Ciudad Abierta y las travesías“, en Pérez
260
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29 O’Gorman, E., La invención de América, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, p. 12.
264
Objetos para transformar el mundo
30 La editorial argentina Nueva Visión publicó en 1968 una traducción al español. Véase Gras-
265
Alejandro Crispiani
34 Ibid., p. 97.
35 Idem.
36 Para Grassi, que en este punto se relaciona con las ideas de Malraux, expresamente citado en
el libro, hablar de “obra de arte religiosa” sería un contrasentido. La apreciación estética, que
sería la condición necesaria para que algo se presente como arte, sería insuficiente y en gran
medida ajena al hacerse y al percibirse del objeto religioso, que contendría otro grado de verdad
tanto para su creador como para el receptor.
266
Objetos para transformar el mundo
267
Alejandro Crispiani
De esta forma se describe el paisaje del valle central de Chile, con el trans-
fondo del macizo de la cordillera de los Andes. El caos de los sentidos rei-
na absoluto; ni siquiera algo tan universal y ubicuo como la percepción
de la luz puede ser reconocido, y la experiencia artística, que en realidad
no es tal, más que operar como un principio de orden agrega un elemento
más a la desorientación de los sentidos. No es la naturaleza virgen, es una
naturaleza a la cual no se le puede aplicar ninguna idea de orden huma-
no, sin historia y sin tradición cultural. No existe ninguna huella que con-
duzca nuestro pensamiento y nuestra imaginación hacia ella. El arte
construye un sentido que termina por impregnar a un determinado uni-
verso físico; en realidad es esta impregnación la que lo constituye como
tal. El arte dota al espacio físico de un sentido humano que es reconocido
como tal, que se identifica en cierta forma con este trabajo cultural previo
que no es meramente “historia” sino memoria, algo enraizado en la mis-
ma persona y que si bien se relaciona con un pasado tiene la capacidad
inmediata de actuar en el presente cubriéndolo de comprensibilidad. Es
el arte el que permite el diálogo entre el hombre y el mundo que lo rodea;
antes del arte, fue el mito el que cumplió esta función. El problema del
paisaje americano no sería evidentemente su geografía, por desmesurada
que esta pueda aparecer, sino el hecho de que nadie respondiera a su lla-
mado y la ordenara en los términos del arte.
Como puede verse, no se trata solo de la naturaleza no tocada por el
hombre, aunque esta tiene su lugar en el libro de Grassi. Esta carencia
de significación también afecta al ambiente humano y a los hombres
insertos en este paisaje mudo. Si bien pueden encontrarse huellas huma-
nas, como casas, caminos o sembrados, estas intervenciones del hombre
solo hablan el lenguaje de la empeiria. Tienen un significado, evidente-
mente, pero solo en el nivel de lo empírico, que es uno de los niveles de
orden más bajos de la cultura humana, y por lo tanto más cercanos al
angustiante estado de desorden original. En medio del paisaje america-
no, Grassi se encuentra con lo empírico premoderno. Pero sin un mito
que lo apuntale, el espectáculo es inquietante. En la parte final del libro,
Grassi describe un poblado en un golfo sobre el Pacífico en el extremo
sur de Chile, en la Finis Terrae:
268
Objetos para transformar el mundo
Aquí los hombres no dominan la vida, sino que la vida domina a los
hombres, como la especie domina al animal aislado. Pero esto es trá-
gico: los hombres arrastrados afuera del grande y silencioso orden de
la vida instintiva quedan varados en una extraña ribera que no ha lle-
gado a ser su hogar. La vida y no el hombre parecen haber levantado
aquí las humildes chozas que con sus muros blancos brillan, fosfores-
centes en la nada. [...] Ninguna campana divide aquí al tiempo huma-
no, un presente desgarrado y pobre se arrastra a lo largo de la vida;
sin contemplación, el pasado fluye hacia el presente y nada cambia de
un modo previsto, solo una sorda necesidad divide el hacer.
¿No estamos aquí frente a la conmovedora experiencia de una dis-
gregación que lo abarca todo, ante el astillamiento de todos los fenó-
menos sensoriales, que nos acosan porque los hombres de este mundo
no fueron capaces de dominarlo con una perspectiva mítica o
artística?38
38 Ibid., p. 167.
39 Rivano, J., “La América ahistórica y sin mundo del humanista Ernesto Grassi”, Mapocho, t.
ii, N°1, Santiago, Biblioteca Nacional, 1964, pp. 114-131.
269
Alejandro Crispiani
270
Objetos para transformar el mundo
271
Capítulo VI La obra
y sus bordes
273
Alejandro Crispiani
274
Objetos para transformar el mundo
relación entre el acto poético y el viaje. Este último podría ser pensado como
el nicho o el “hueco” en que se dan los actos poéticos, la posibilidad que los
alojaría y sobre la cual se sustentarían. Una suerte de realidad preparatoria
que no es del todo ajena al carácter de aquellos pero contra la cual se recor-
tan, de todas maneras, nítidamente. Es la misma fórmula que se aplica para
pensar la relación entre la vida del artista y su obra. Como ya hemos visto
en la “Carta del errante”, para Iommi la vida del artista es básicamente una
instancia de posibilidad para la creación de obras; en su caso, los actos poé-
ticos. Así como el artista debe empezar por crear su propia vida, que de esta
manera se impregnaría de un cierto sentido estético, también el viaje en tra-
vesía significaría una estetización de la realidad, sin llegar a ser en sí una
obra artística. Constituiría, por lo tanto, una suerte de realidad intermedia
entre la obra de arte entendida como acto y la realidad cotidiana.
Según se relata en el capítulo final del segundo volumen de Amereida,
los primeros actos poéticos se realizaron bajo la modalidad de conferen-
cia o exposición colectiva. Se realizaban en un lugar público, como cines
o salas de reunión pública, al cual se invitaba a los habitantes del pobla-
do o la ciudad que era visitada por el grupo de artistas. El acto poético
asumía así la forma de un espectáculo público. Este fue el caso, por ejem-
plo, del acto poético realizado en la Casa de España de Punta Arenas, el
3 de agosto de 1965: “Abre el acto Godo, continúa Michel, que leerá un
poema que hizo en Punta Arenas, sigue Edy, luego Boulting, después
Fedier, enseguida Alberto y cierra Godo. Descolgamos todos los cuadros
del salón y Fabio dispone las sillas, en un rollo de diez metros Jorge y yo
pintamos tres temas dejando huecos en blanco para que Alberto dibuje
durante su exposición”.3 Actos similares a este tuvieron lugar también en
las ciudades de Cerro Sombrero y Río Gallegos. Muy tempranamente,
esta modalidad fue abandonada. Evidentemente, tenía muy poco de jue-
go y mucho de espectáculo. Estaba demasiado cercana a las formas tra-
dicionales de la representación teatral y de la conferencia, y aparente-
mente tenía un poco de cada una. De todas formas, parte del espectáculo
lo constituía la creación de obras que podríamos llamar plásticas, aunque
el grado de improvisación no era muy alto. Se esperaba, de todas mane-
ras, que se generara una cierta producción artística que se exponía colec-
tivamente frente a un público. Los primeros tres actos preanuncian una 187
forma artística que luego será explorada por Godofredo Iommi en la
década de 1970. Se trata de las llamadas “odas”, que constituyen un for-
mato mucho más teatralizado que los actos poéticos, en el que intervie-
nen actores u otro tipo de artistas de la escena.
3 Ibid., p. 154.
275
Alejandro Crispiani
4 Ibid., p. 179.
276
Objetos para transformar el mundo
Desazón. Alberto le pide a Jorge unas pinturas para pintar una case-
ta telefónica. Se decide bajar las pinturas. Se decide no volver a Som-
brero, sino esperar allí el cruce. Poco a poco nos vamos integrando
todos a la actividad iniciada por Alberto seguido de Jorge. Godo dice,
oculto en la noche y la niebla, palabras, frases. Edy y Boulting tam-
bién. Alberto y Jorge comienzan a pintar una caseta telefónica en la
orilla. Yo encuentro más allá unos cables de acero, comienzo a erigir-
los. Fedier se pone a pintar la tercera cara de la caseta. Va aclarando.
En la niebla el foco de la barcaza produce un halo enorme de luz en
el lugar en el que estamos. Se bajan más tarde los implementos de
cocina, a las diez de la mañana la actividad está generalizada. Fabio
también pinta. Tomamos café con galletas y salame. Jorge comienza
a pintar unos tanques de petróleo. Junto a la caseta se unen cajones,
cañas, elementos varios. Se forma un conjunto. Alberto pacientemen-
te sigue pintando a su lado. Jorge impacientemente pinta todo lo que
encuentra a su paso.6
277
Alejandro Crispiani
7 Ibid., p. 166.
278
Objetos para transformar el mundo
Son varios los actos poéticos de este tenor que se realizaron en la trave-
sía. En ellos puede verse la aparición de esta categoría de objetos que ya
había sido postulada por Godofredo Iommi, los signos, particularmente
los pictóricos o escultóricos como los realizados por Claudio Girola, Jor-
ge Pérez Román y Henri Tronquoy. Los signos realizados durante la tra-
vesía son claros ejemplos de un formato de arte que supone una alter-
nativa a la obra escultórica en sí. Es un tipo particular de obra que se
inserta dentro de otra obra de arte que lo supera y en la que adquiere
sentido, que es el acto poético. Para insertarse en él, la escultura, como
género originario de la que el signo se deriva, debe replantear su senti-
do. Este movimiento que va de la obra escultórica al signo supuso que
las piezas de Girola se cargaran de un significado nuevo, relacionado
con la impregnación heideggeriana que tiene la idea misma de signo
escultórico.
Es importante señalar que la elaboración de la idea de signo es poste-
rior a la realización de la travesía de Amereida. Este tema apenas aparece
en el primer volumen de Amereida, escrito en 1967. Adquiere desarrollo
teórico en el segundo volumen, que data del año 1986. Esto tiene que ver
con la intención de Amereida de ser una experiencia fundacional y mítica,
hacia la que pueda volverse en busca de sentido. Se reflexiona sobre lo ya
hecho; lo dado durante la travesía es la base para ir construyendo un sen-
tido, que se expande y se densifica con el correr del tiempo. En esta
expansión, el pensamiento de Heidegger fue ganando terreno, en desme-
dro de esa base de corte surrealista sobre la que se apoya la idea de acto
poético. En la travesía del año 1965, el núcleo de estos actos seguía sien-
do en muchos casos la práctica de un cierto automatismo, entendido como
un estado de euforia creativa que estaba destinado a significar un lugar,
como se muestra claramente en la experiencia de Espora. Pero este núcleo
se reducirá cada vez más, dando lugar a nuevas asociaciones con el pen-
samiento de Heidegger y otras fuentes. El acto poético, por ejemplo, es
presentado en el segundo volumen de Amereida de manera muy cercana
a la idea de acontecimiento. El tema del signo constituye un estadio
importante de esta resignificación.
8 Ibid., p. 190.
279
Alejandro Crispiani
1. Signo y obra
9 Ibid., p. 216.
10 Idem.
11 Girola, C., “Contemporaneidad de la escultura”, en Browne, T., C. Brunson y S. Arriagada
(eds.), Claudio Girola. Tres momentos de arte, invención y travesía 1923-1994, Santiago, Pon-
tificia Universidad Católica de Chile y Fundación Telefónica, 2007, p. 250.
280
Objetos para transformar el mundo
12 Girola, C., “Acerca del equilibrio y la densidad del primer signo escultórico”, “Archivo de la
281
Alejandro Crispiani
13 Heidegger, M., Ser y tiempo, trad. J. E. Rivera, Santiago, Editorial Universitaria, 2005, p. 104.
282
Objetos para transformar el mundo
14 Idem.
15 Girola, C., “Experiencia americana”, en Browne, T., C. Brunson y S. Arriagada (eds.), op.
cit., p. 223.
16 Ibid., p. 230.
283
Alejandro Crispiani
284
Objetos para transformar el mundo
19 Heidegger, M., Caminos del bosque, trad. H. Cortés y A. Leyte, Madrid, Alianza, 1996, “El
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Alejandro Crispiani
20 Van Doesburg, T., “Comentarios a la base de la pintura concreta”, Scritti di arte e di architettura,
ed. Sergio Polano, Roma, Officina Edizioni, 1979, p. 504 (traducción de Alejandro Crispiani).
286
Objetos para transformar el mundo
21 Cruz, A., “Una presentación de Claudio Girola”, en Browne, T., C. Brunson y S. Arriagada
287
Alejandro Crispiani
dolas más de cerca, se puede ver en ellas huellas del cambio de sentido
que se produce al pasar de la obra al signo. En los signos, el pedestal es
considerado como una suerte de nicho que prepara la presencia de la obra
y constituye un elemento que puede no estar pero que, cuando existe,
reclama un sentido intencionado. Si bien queda asociado formalmente a
la obra, refuerza de todas maneras su papel tradicional en la construcción
del aura de esta. La barra inferior vertical es lo que permite que las cin-
tas, que ya no están a la mano sino a la vista, se retiren y se muestren a la
vez. El signo implica una lugarización de la obra, pero no solo porque va
hacia un entorno determinado sino también porque supone que ese entor-
no a su vez va a terminar yendo hacia él. Lo que se quiere del signo es que
se exponga, pero también que se retire a su interior de obra de arte, arras-
trando en este movimiento a lo que lo rodea. El pedestal puede contribuir
a este retiro, sin el cual no habría arte. Es una de las posibles técnicas para
lograrlo. En la travesía se intentaron otras y no solo en relación con la
escultura. Por ejemplo, en algunos casos se decidió ocultar en el interior
de las esculturas poemas escritos ya fuera por Iommi u otros de los poe-
tas; en otros casos se decidió enterrar estos poemas en la base de los sig-
nos artísticos realizados. Aun el hermetismo de la poesía de Iommi y de
algunos de sus ensayos forma parte de esta intencionada operación de
retiro de las cosas, que pretende dejar siempre la pregunta abierta. Se tra-
ta de una operación voluntarista y gratuitamente oscura, que parece
hacer de esta distancia un mandato.
Luego de la travesía de Amereida, la producción de Claudio Girola
parece haber recogido esta experiencia en algunas de sus obras escultóri-
cas propiamente dichas. Las grandes dimensiones de algunas sus piezas
creadas a partir de la década de 1970, su dispersión y su ambición espa-
cial registran también esa idea propuesta por Heidegger según la cual la
escultura permitiría al hombre pensar el espacio y tendría como papel
principal crear lugares. Este punto, y el contacto que desde allí se estable-
ce con ciertas corrientes de las vanguardias de las décadas de 1960 y
1970, particularmente con el land art, se va a hacer más evidente en las
obras que Girola realiza para las travesías organizadas por la eav durante
la década de 1980, cuando se decide retomar la experiencia de Amereida.
Cecilia Brunson ha señalado ya la cercanía y las diferencias entre ciertos
sectores del land art y la travesía de Amereida.22 Pero más allá de la cer-
canía o distancia con el land art, Amereida se inscribe en un acercamien-
to a la filosofía de Heidegger que también reconocieron muchas otras
22 Brunson, C., “Originalidad y vacío. Dos preguntas escultóricas”, en Browne, T., C. Brunson y
288
Objetos para transformar el mundo
2. Un espejismo
289
Alejandro Crispiani
23 Iommi, G., Hoy me voy a ocupar de mi cólera, Valparaíso, Instituto de Arte ucv, 1983. Trans-
290
Objetos para transformar el mundo
a. Claudio Girola,
paralelepípedo de
mármol blanco con
bronce, colección
particular (en
Browne, Tomás,
Cecilia Brunson y
Sylvia Arriagada
(eds.), Claudio
Girola. Tres
momentos de Arte,
Invención y Travesía
1923-1994,
Santiago, Pontificia
Universidad
Católica de Chile y
Fundación
Telefónica, 2007).
b. Hospedería
Doble, Alberto Cruz,
Juan Marcantonio et
al., Ciudad Abierta,
1974 (Archivo José
Vial Armstrong,
Escuela de
Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso).
c. Ciudad Abierta, El
camino y las Torres
de Agua (en Pérez
de Arce, Rodrigo y
Fernando Pérez
Oyarzún, Escuela de
Valparaíso, Grupo
Ciudad Abierta,
Madrid, Tanais
Ediciones, 2003, p.
65).
291
Alejandro Crispiani
25En relación con este tema, véanse Brunson, C., “Originalidad y vacío...” op. cit.; aa. vv., “Clau-
dio Girola en el interior de la Escuela de Arquitectura de Valparaíso”, Taller de Investigación vii,
segundo semestre 2008, a cargo Alejandro Crispiani, Escuela de Arquitectura, Pontificia Uni-
versidad Católica de Chile.
292
Objetos para transformar el mundo
a. Ágora de
Tronquoy, Alberto
Cruz, Jorge Sánchez
et al., Ciudad
Abierta, 1970.
b. La Vestal, Fabio
Cruz, Ciudad
Abierta, 1970.
c. El Puente, Jorge
Sánchez, Ciudad
Abierta, 1970.
Fotografías del
Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso.
293
Alejandro Crispiani
294
Objetos para transformar el mundo
se pretendía dar al ágora: “De harto con ser y convivir súbito surge
chispa de luz y ella misma a sí misma alimenta”. Se pone de relieve así el
sentido de autopoiesis de toda la empresa de Ciudad Abierta. A alojar este
proceso de autocreación estaría dedicada el Ágora de Tronquoy, “lugar de
las apariciones” en palabras de Iommi. Desde allí se habrían de tomar las
decisiones con respecto al desarrollo de Ciudad Abierta, que no obedece a
ningún tipo de planificación ni de proyecto previo, sino que lo que se
espera es que de alguna manera ella vaya surgiendo por sí misma. Los
elementos del ágora son los elementos básicos de Ciudad Abierta: el cami-
no, el lugar de reunión, el recinto y la obra de arte. Era en todo sentido un
lugar seminal, que refería al futuro pero también a la muerte. Fue dedi-
cada a Henry Tronquoy y los actos poéticos que dieron inicio a este con-
junto comenzaron el día del centenario de la muerte de Hölderlin. La
apertura total y lo desconocido absoluto comparecen, por lo tanto, tam-
bién en este lugar.
La escultura de Girola para esta primera construcción de Ciudad
Abierta consistió en una pieza vertical de aproximadamente seis metros
de altura, que intentaba proyectarse nítidamente por encima de las
dunas y ser un elemento de referencia y de orientación hacia ese lugar
donde Ciudad Abierta se generaría y se representaría a sí misma. Un sig-
no, de cierta manera, de la propia Ciudad Abierta, que no señala su
emplazamiento específico, sino su lugar de germinación que no está
entre el resto de las construcciones. Constaba de tres partes: un basa-
mento de ladrillo en forma de cruz, un primer tramo formado por un
tubo de acero y un segundo tramo constituido también por un tubo
metálico pero de diámetro menor. Este tubo metálico en dos tramos 297ab
tenía adosado un conjunto de piezas triangulares de aluminio que, como
pequeñas capas, trepaban por él, reduciéndose en la parte superior. El
tubo enhebraba estas piezas, que le daban a la escultura un cierto espe-
sor sin perder la dominante dimensión vertical. Según una idea de José
Balcells, colaborador de Girola en esta obra, estas capas de aluminio
estaban pintadas con diversos colores en su cara superior, lo que no
podía apreciarse desde abajo, pero se reflejaba y daba un tinte a la par-
te inferior de la capa siguiente. Se trataba, como ha señalado José Manuel
Monge,26 de una escultura coloreada, una familia particular dentro de
la obra de Girola que implicaba un giro con respecto al uso de los mate-
riales. En este caso, se acentuaba decididamente la cualidad reflectante
del aluminio; sin mostrar la cara pintada y manteniendo a la vista el
26 Monge, J. M., “El azar creativo como complemento de la planificación en el Ágora de Tron-
quoy”, en ibid.
295
Alejandro Crispiani
27 Véase Pérez de Arce Antoncich, R. y F. Pérez Oyarzún, Grupo Ciudad Abierta, Santiago, Con-
trapunto, 2007.
296
Objetos para transformar el mundo
297
Alejandro Crispiani
298
Objetos para transformar el mundo
28 En relación con estos puntos, véanse también Brunson, C., “Originalidad y vacío...”, op. cit.
y Figueroa Donoso, I., “Claudio Girola y la escultura en extensión”, en aa. vv., “Claudio Girola
en el interior de la Escuela de Arquitectura de Valparaíso”, op. cit.
299
Alejandro Crispiani
300
Objetos para transformar el mundo
dades civiles. También se tomó contacto con los vecinos cercanos al lugar
de emplazamiento del paseo y con el arzobispo de La Serena.
El Paseo de los oficios, como fue llamada esta intervención, constaba
en primer lugar de siete pabellones, que fueron construidos por alumnos
y que estaban a cargo de sendos profesores de la sección Arquitectura de
la escuela. Estos pabellones eran: Pabellón del Oficio de las Ciencias
Naturales (Miguel Eyquem), Pabellón de la Nutrición (David Jolly), Pabe-
llón del Teatro (Víctor Boskovic), Pabellón del Oficio de la Oración (Patri-
cio Cáraves), Pabellón de la Poesía, el Arte y las Matemáticas (Isabel Mar-
garita Reyes), Pabellón del Oficio de la Hospitalidad (Tomás Browne) y
Pabellón de la Reflexión (Alberto Cruz). Todos ellos fueron construidos uti-
lizando el mismo material base, postes delgados de madera de alrededor de
cinco metros de altura y planchas de madera aglomerada, lo que le daba
una cierta unidad a las intervenciones arquitectónicas. El área de Diseño
Gráfico participó con la realización de unas piezas de cobre esmaltado, pla-
nas, en las que se pintaron las figuras de Santa Rosa de Lima, Sor Teresa
de Los Andes y Laura Vicuña. Estas figuras se fragmentaron y se distribu-
yeron de manera aparentemente aleatoria en relación con los pabellones,
constituyendo un relato paralelo. Además del campamento y el transporte,
el área de Diseño de Objetos tuvo a su cargo la construcción de una serie de 302bc
zócalos o conjuntos de piezas de distinta altura donde los paseantes, o quie-
nes intervinieron en la construcción del parque, pudieran sentarse, apoyar-
se o realizar actividades de esparcimiento y descanso.
El conjunto de los pabellones y las otras intervenciones se inscribían den-
tro de una superficie romboidal alargada. La distribución no respondía a
un orden evidente, a un paseo de recorrido más o menos fijo, sino que se
presentaba como un conjunto más bien aleatorio. El signo escultórico rea-
lizado por Claudio Girola, con anterioridad a los pabellones y bajo el nom-
bre de Pliegues y repliegues, buscaba constituirse como un hilo conductor
para el conjunto. Si los pabellones se caracterizaban por su liviandad, su 304
altura y su transparencia, el signo de Girola apuntaba a las cualidades abcd
opuestas: era bajo, estaba construido con planchas triangulares y evidente-
mente buscaba la relación con el suelo. Pero al contrario de los pabellones,
que se levantaban directamente sobre la arena y que no tenían ningún pavi-
mento por debajo, las esculturas de Girola se apoyaban en una plancha de
madera lisa para que la sombra que proyectaban respondiera a la pieza, no
al suelo, y por lo tanto formara parte de los pliegues. Girola llamó al con-
junto “signo escultórico de fragmentación mixta”,30 ya que era una serie
30 Girola, C., “Escritos. De la ubicación del cuerpo respecto al signo en Travesía (1988)”, Archi-
301
Alejandro Crispiani
a. Claudio Girola,
Dispersa II,
escultura, Galería
Carmen Vaugh,
1987, colección
particular Galería
Carmen Vaugh.
b y c. Travesía a La
Serena, 1988,
pabellones. En el
suelo esculturas de
Claudio Girola.
Fotografías del
Archivo José Vial
Armstrong, Escuela
de Arquitectura y
Diseño, Pontificia
Universidad
Católica de
Valparaíso.
302
Objetos para transformar el mundo
formada por siete piezas dispuestas de manera tal que el conjunto com-
pletara una forma y pudiera leerse como una sola obra. Todas las piezas
respondían al mismo principio formal, estaban hechas con el mismo mate-
rial y tenían dimensiones equiparables. La idea de la Dispersa III puede
llevarse hasta los coplanares invencionistas y la liberación de las formas
que estos propusieron. En este caso, esa liberación se da en el territorio y
sobre el suelo. Al igual que en los coplanares, el problema era cómo garan-
tizar la cohesión de la obra. Pero dado que aquí se busca incorporar tam-
bién la extensión del lugar, este problema adquiere otro peso. Se plantea
por lo tanto, la secuencialidad, la direccionalidad y el recorrido a pie. A
partir de la liberación de las formas, que los coplanares y la pintura madí
también habían explorado, la Dispersa III construye un paseo. Pero, ade-
más, sobre cada una de sus partes se levanta una cierta construcción, un
pabellón, que en gran medida la oculta pero también la proyecta vertical-
mente, o al menos señala donde está situada. De esta manera, los pabello-
nes impiden ver esa cohesión originaria de toda la obra. Sin embargo, la
reflejan, ya que su posición obedece a las reglas de distribución de las par-
tes que guían a ella. La arquitectura, por lo tanto, sigue el orden de la
escultura, sin hacer ninguna referencia formal a ella. Claudio Girola lla-
mó a este procedimiento la generación de un “hueco o vacío escultórico
co-arquitectónico”. 31
De esta manera, el papel que desempeñó la Dispersa III en la conforma-
ción de todo el paseo fue decisivo. Según el testimonio de Tomás Browne:
31 Ibid.
32 Entrevista realizada a Tomás Browne por Alejandro Crispiani, enero de 2007.
303
Alejandro Crispiani
304
Objetos para transformar el mundo
305
Alejandro Crispiani
36 Ibid., p. 17.
37 Ibid., p. 19.
306
Objetos para transformar el mundo
El texto citado formó parte de una clase, con las simplificaciones a veces
impuestas por esta circunstancia. Pero aquí se pone de relieve hasta qué
punto la eav, al menos en la opinión de Iommi, se piensa a sí misma
siguiendo punto por punto la idea de obra de arte que profesa. Esta idea
deriva, en muchos de sus rasgos centrales, de las vanguardias de la déca-
da de 1920 y de la fe que depositaban en el papel revolucionario del arte,
como el surrealismo y las corrientes ligadas a la abstracción. Su radical
autonomía ni siquiera condesciende a la crítica de la realidad existente.
No es de extrañar que una de las preocupaciones centrales de la arquitec-
tura de Ciudad Abierta y también de las obras de algunas travesías, par-
ticularmente del caso ya visto de La Serena, sea la definición del “borde”.
Con su lenguaje, su filosofía, su espacio construido, su cultura material y
sus ritos, la eav supo construir este borde, que sin dejar de ser considera-
do como un lugar de contacto refleja también ese retiro del mundo, como
expresa Iommi. Como la obra de arte moderna, como el arte concreto en
particular, gran parte de sus esfuerzos se dirigen a generar su propia rea-
lidad, que tendría como característica principal constituir lo verdadera-
mente nuevo. Es una nueva realidad que se ofrece a la otra realidad, nece-
sariamente retrasada en su movimiento. Como la obra de arte
vanguardista, también la eav intenta transformar el mundo, y piensa esta
transformación desde su diferencia con ese mundo, porque en el interior
de este nada nuevo podría darse.
Pero, además, se trata de una obra dentro de cuyos bordes habitan otras
obras, que parecen tomar allí su sentido más pleno. Este sentido, claro está,
no es el revolucionario de las experiencias vanguardistas, empezando por el
surrealismo y siguiendo por el invencionismo. Pero tampoco reniega de esta
herencia. Claudio Girola lo hizo explícito en una de sus clases:
307
Alejandro Crispiani
Ese lugar de reposo equivalente a un mundo que crea la obra de arte abs-
tracto se emparenta también con la calma frente a las circunstancias his-
tóricas que reclama Godofredo Iommi. En ambos casos se presenta un
reflejo evidente de la “serenidad” propiciada por Heidegger frente a la
técnica moderna y sus objetos, que formarían la manera que Occidente
habría tomado desde hace siglos para asumir su destino y que harían tan-
to de la naturaleza como del trabajo de los hombres meras “existencias”
disponibles para su dominio. En su famoso Ensayo sobre la técnica, Hei-
degger recomienda tomar distancia de este mundo, “construir un nuevo
suelo” a la espera de que Occidente vuelva finalmente a sus orígenes,
cuando la palabra griega techné significaba tanto arte como técnica. La
eav hace suya esta recomendación en su retiro del mundo, corporizado por
la Ciudad Abierta y sus travesías, al generar una técnica que finalmente
reconoce su origen en el arte (la poesía) como instancia de creación pri-
mera. Podría decirse que la eav es un ejercicio de preparación para ese
momento en el que “el misterio de la esencia de la técnica”, usando las
palabras de Heidegger, se reencuentre con el misterio de la obra de arte.
En los capítulos siguientes veremos otra trayectoria del invencionismo,
en que se conectó con la técnica moderna, dejando atrás estos dominios
del arte y dando por descontado que este ya no era una actividad conduc-
tora y que la vanguardia artística era cosa del pasado, aunque sin renun-
ciar en ningún momento a sus intenciones de “transformar el mundo” por
medio de objetos que ya no serían artísticos pero que no dejarían de ser
radicalmente nuevos.
39 Girola, C., “Clases para Diseño Gráfico. Clases de acto y poesía/dicción. Acerca del quehacer”,
308
Parte tercera Productos
Capítulo VII El problema
de la realidad
1 Maldonado, T., Catálogo Exposición Arte Concreto. Pinturas, esculturas, dibujos, Buenos
311
Alejandro Crispiani
también la del objeto técnico con respecto a ella. Allí radica una de las
preocupaciones más importantes de Maldonado que, como veremos, ter-
minó por desplazar su interés fuera del campo del arte.
La búsqueda de un encuentro efectivo con la realidad productiva estu-
vo entre las preocupaciones de los artistas concretos argentinos, al menos
en su programa general diseñado en gran medida por Maldonado y
poniendo en suspenso el caso de Claudio Girola. Esto tuvo lugar a finales
de la década de 1940 e inicios de la década de 1950, una vez disuelta la
aaci y desmanteladas las intenciones de sumarse con su producción y sus
ideas a la acción política desarrollada por el Partido Comunista de la
Argentina. En este momento, se abre camino la idea de que una de las
competencias que le cabían al arte concreto, como etapa más avanzada
de la abstracción, era incidir en la forma de los objetos de uso producidos
masivamente. En su apertura, aunque solo fuera como posibilidad, hacia
el diseño de objetos industriales, los artistas concretos siguieron fieles a la
ambición de transformar la realidad en su totalidad, apuntando a uno de
sus puntos neurálgicos y sin apelar a ninguna solución fragmentaria.
Como se ha señalado desde la historiografía del arte concreto argentino,
esta apertura hacia el diseño fue liderada básicamente por Tomás Maldo-
nado, pero de una u otra manera gravitó sobre el trabajo de todo el grupo
de artistas modernos, proveyéndolo de un horizonte de realización que le
permitió mantener, en teoría, sus presupuestos revolucionarios.
Este reconocimiento del universo de los objetos de uso como área no
ajena a los problemas de la forma no solo los consolidaba como artistas
concretos, sino que significaba también una manifestación de la supera-
ción de la etapa invencionista. Si bien, como ya hemos visto, el invencio-
nismo intentó también construir una relación con el diseño y la arquitec-
tura fundada en la no representación, esta relación fue siempre genérica.
La pintura de Lozza, por ejemplo, solo reconoce el muro. En este elemen-
to agota todas sus proposiciones con respecto al edificio y al espacio habi-
table que habría de contenerla. Quizás reconoce, implícitamente, una
relación de parentesco con la arquitectura moderna, en la medida que en
ella el muro es valorado por lo que es, pero no avanza más. El concretis-
mo va a definir una relación específica con una porción particular de la
arquitectura y el diseño industrial y gráfico modernos, en el cual incur-
sionan algunos de sus artistas. En tal sentido, la figura del artista concre-
to contiene a otro personaje, que había estado ausente en el artista inven-
cionista y gracias al cual va a poder conservar muchas de sus ambiciones
originarias: el diseñador moderno. Técnico y artista a la vez, el descubri-
miento de la figura del diseñador enlaza de manera casi natural con la
categoría de invención sostenida hasta la disolución de la aaci. Como se
312
Objetos para transformar el mundo
verá más adelante, el sentido práctico del arte, tan apreciado por el Mal-
donado marxista e invencionista, se dota de esta manera de un nuevo
ámbito de acción.
El giro hacia el diseño industrial tuvo, en lo que hace a Tomás Maldo-
nado, dos frentes complementarios. En primer término, su actividad como
crítico y teórico de temas relativos al diseño industrial y sus áreas colin-
dantes, particularmente la cultura industrial contemporánea. Esta etapa
se inicia en 1949 con el artículo “Diseño industrial y sociedad” y repre-
senta quizás el sector más fructífero de su carrera como intelectual, y el
trabajo por el cual va a ser más reconocido en el ámbito internacional des-
de fines de la década de 1950. En esta misma línea se inscribe también su
participación en algunos emprendimientos editoriales, de los cuales el
más importante fue, como ya se ha señalado, la creación en 1951 de la
revista Nueva Visión, de la cual fue director hasta su último número apa-
recido en 1957. A esta actividad como intelectual, Maldonado le sumó,
característicamente, la práctica del diseño. Se desempeñó como diseñador
gráfico, publicista, diseñador de stands y también, aunque muy fugaz-
mente, como arquitecto, hasta el momento de su partida a Alemania, en
1954. Las primeras incursiones de Maldonado en el diseño gráfico moder-
no datan de 1949 y están referidas a dos emprendimientos editoriales, el
Boletín del Centro de Estudiantes de Arquitectura (en el cual se publicó
el artículo ya mencionado) y la revista Ciclo. En ambos se ponía de mani-
fiesto la búsqueda de una cierta transversalidad entre las distantes artes
y las disciplinas proyectuales. En este campo de actividades, se destaca
también la creación de la agencia de publicidad Axis, junto con Alfredo
Hlito y el arquitecto Carlos Méndez Mosquera (con quien Maldonado ya
había colaborado en las revistas mencionadas) hacia 1952.2
Según han señalado el propio Maldonado y la historiografía del arte
concreto en la Argentina, su decisiva entrada en el campo del diseño tuvo
como detonante la realización de su viaje a Europa en 1948, durante el
cual conoció la obra en el campo del diseño de diversos artistas concretos
o afines a esta corriente, principalmente Max Bill, Friedrich Vordember-
ge-Gildewart, Max Huber y Bruno Munari. El período que media entre
su vuelta a Buenos Aires, a mediados del mismo año 1948, hasta su par-
tida para Ulm, seis años más tarde, constituye un segmento particular-
mente relevante en la trayectoria de Maldonado, en el cual conviven tres
facetas de su actividad como hombre público que luego aparecerán sepa-
2Con respecto a esta actividad de Maldonado como diseñador gráfico, véase Méndez Mosquera,
C. A. y M. A. García, “Notas sobre la revista Nueva Visión y sus recorridos”, en aavv, Tomás Mal-
donado. Un itinerario, Buenos Aires, Skira/Museo Nacional de Bellas Artes, 2007.
313
Alejandro Crispiani
3 Maldonado, T., “Actualidad y porvenir del arte concreto”, Nueva Visión, N° 1, Buenos Aires,
diciembre de 1951, p. 5.
4 Ibid.
5 Maldonado, T., nota introductoria a su artículo “Actualidad y porvenir del arte concreto”, en Van-
guardia y racionalidad. Artículos, ensayos y otros escritos. 1946-1974, Barcelona, Gustavo Gili,
1977, p. 41. Artículo original aparecido en Nueva Visión, N° 1, Buenos Aires, diciembre de 1951.
314
Objetos para transformar el mundo
315
Alejandro Crispiani
7 Maldonado, T., “Diseño industrial y sociedad”, Boletín del Centro de Estudiantes de Arquitec-
tura, N° 2, Buenos Aires, octubre y noviembre de 1949.
8 Ibid.
316
Objetos para transformar el mundo
9 Ibid.
10 Ibid.
11 Maldonado, T., “Sobre Humanismo”, Boletín de la Asociación de Arte Concreto-Invención, N°
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Objetos para transformar el mundo
319
Alejandro Crispiani
19Maldonado, T., nota introductoria a su artículo “Actualidad y porvenir del arte concreto”, op. cit.
20 Herbert Read fue un autor de referencia en los círculos de la abstracción argentina. Es cono-
cida, por ejemplo, la relación epistolar que Read tuvo con Gyula Kosice. Artista plástico y poe-
ta, como Jean Harp, y una de las figuras más admiradas por Read en el panorama del arte
moderno, Kosice fue valorado por Read como un “sobresaliente escultor”. No es sorprendente
esta valoración, sobre todo teniendo en cuenta la particular apreciación por parte de Read de la
“abstracción intuitiva”. Pero también fue un autor que tuvo recepción en el Movimiento Arte
Concreto-Invención. En particular, fue apreciado por Edgar Bayley, quien tradujo para la edi-
torial Nueva Visión la obra de Read Forma y poesía moderna en el año 1956 (Form and modern
poetry, 1936). Un capítulo de este libro ya había sido publicado en la revista Poesía Buenos
Aires en 1953. Posteriormente, la editorial Infinito, que puede considerarse como sucesora de
Nueva Visión, publica tres libros más de Read: Arte e industria. Principios del diseño industrial,
(1961), La décima musa (1971) y El arte ahora (1973).
320
Objetos para transformar el mundo
21 Read, Herbert, Arte e industria. Principios del diseño industrial, Buenos Aires, Infinito, 1961,
p. 51.
22 Ibid. p. 53.
23 La denominación de “arte abstracto” utilizada por Read se corresponde bastante cercana-
mente con la idea de “arte concreto” sustentada por Van Doesburg y los artistas argentinos, aun-
que Read prefiere seguir refiriéndose al “arte abstracto” y no al “arte concreto”. En su opinión:
“Los diversos elementos que se encuentran en una obra de arte ‘abstracta’ –los materiales, los
colores, texturas y dimensiones– son en realidad ‘concretos’, pero puesto que solo configuran
una obra de arte cuando se les impone una organización intelectual, no constituye esto una obje-
ción válida para el uso de la palabra abstracto.” Read, Herbert, Arte e industria. Principios del
diseño industrial, op. cit., p. 51.
24 Ibid., p. 53.
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Objetos para transformar el mundo
29 Véase Huttinger, E., Max Bill, Nueva York, Rizzoli International Publications, 1978, p. 26.
30 Bill, M., “Concrete Art”, en Huttinger, E., op. cit.
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Alejandro Crispiani
también la misión que se espera del objeto artístico desde el punto de vis-
ta materialista desarrollado por los invencionistas, ya que, según Bill, “es
por medio de la escultura y de la pintura concreta que estos logros del
hombre, que permiten la percepción visual, se materialicen”.31 A partir de
los medios de cada arte, el artista da forma a objetos en los que se criba la
percepción humana; esto es así porque estos materializan de manera con-
creta “ideas abstractas que previamente solo existían en la mente”.32 Como
a todos los productos auténticos de la actividad humana, lo que caracteri-
za a estos objetos es la tensión hacia la perfección. Las obras de arte, al
hacer materia las ideas y ofrecerlas a la percepción, hacen sensible un
conocimiento, que como todo conocimiento humano tiende a la exactitud.
Posteriormente, acusando la cercanía a las ideas de Max Bense, Bill se
refiere a los objetos de arte como contenedores de una específica “informa-
ción estética”, como detonadores de procesos mentales que aspiran tam-
bién a la exactitud del conocimiento, por medio de la percepción de formas
en sí mismas. Allí radicaría su completa diferencia con los otros objetos de
la civilización: “la función de las obras de arte es clara y simple, su utilidad
reside en ser adecuadas para un uso mental, dentro de nuestro mundo de
objetos (el cual se interesa exclusivamente, la mayoría de las veces sobre
bases cuestionables, en la mera utilidad material de las cosas) y aun más
allá de sus límites; ellas son objetos de uso mental”.33 En tal sentido, según
Max Bill estas obras podrían operar en un nivel simbólico que, si bien él
nunca desarrolló, se relacionaría con la capacidad de las obras de arte de
hacer presente un cierto orden, que iría justamente más allá de su mate-
rialidad. Este orden sería algo imposible de traducir en palabras, se resis-
tiría a la conceptualización, a la traducción en un lenguaje que no sea el
de los colores, la luz y las superficies.
Si bien los artistas argentinos rechazan esta valencia simbólica para sus
obras, entre los artistas concretos quizás sea Bill el que más cercano estu-
vo a la idea de invención. Cada cuadro o escultura es para Bill la resolu-
ción de un problema, la puesta en forma de una idea que en muchos casos
se presenta como un desafío cuya solución puede ser corroborada. De
hecho, Bill suscribe a la idea de invención con posterioridad al invencio-
nismo argentino: “Podríamos considerar al arte como esencialmente iden-
tificable con la invención, invención de medios de expresión; el primer
impulso hacia ámbitos que contienen problemas estéticos y formales toda-
31 Ibid.
32 Ibid.
33 Bill, M., “Statement 1974-77”, en Huttinger, E., op. cit., p. 212.
324
Objetos para transformar el mundo
34 Bill, M., “Structure as art? Art as structure?”, en Huttinger, E., op. cit., p. 154.
35 Ibid.
36 Bill, M., “Statement 1974-77”, op. cit.
37 Bill, M., “Form et Art”, en Form. Eine Bilanz uber die Formentwicklung um die Mitte des xx.
Jahrhunderts, Basilea, Verlag Karl Werner, 1952. Una nota bibliográfica sobre esta obra firmada
por Horacio Baliero apareció en la revista Nueva Visión, Nº 5, Buenos Aires, 1954, p. 49.
325
Alejandro Crispiani
ser juzgados. Además, para Bill, una característica central es que la for-
ma está referida a algo material, a algo que está en el espacio; en defini-
tiva, “forma es todo lo que podemos ver”.38 Para que algo pueda ser vis-
to tiene que tener forma, aunque esta se manifieste negativamente y se
ponga en evidencia por su ausencia. La forma es un principio de orden
deliberado y, por lo tanto, una elección consciente. En muchos aspectos,
la forma se identifica con la belleza (de hecho, en el caso de los objetos
concretos, puede entenderse como sinónimo de ella), pero no es lo mismo.
En principio, la forma sería para Bill “belleza intencionada”. La belleza,
tal como la entiende Bill, es una categoría abstracta, una idea en un sen-
tido casi platónico, que puede cargarse de muy distintas intenciones y
dar lugar a distintas clases y categorías de formas: “formas de cristales,
formas de máquinas, formas de muebles. Estas categorías pueden a su
vez subdividirse según el destino y el uso. Sabemos que las formas difie-
ren por la materia con que están hechas y por la función a la cual están
destinadas; por lo tanto, ambas ejercen una influencia determinante en
la génesis de la forma”.39
Cuando la intención que moldea a la belleza y da lugar a una forma es
la de expresar o dar existencia plástica a una cierta idea abstracta, nos
encontramos en presencia del arte: “la forma en su existencia más autó-
noma representa una idea y se identifica así con el arte”.40 Las otras cate-
gorías de la forma no tienen por qué responder a este principio, ya que
tienen su propia función. Sin embargo, veremos que en muchos aspectos
tampoco escapan a él. En la obra de arte, la forma, para representar la
idea, trabaja racional e inventivamente. No se trata de un mero traspaso
de la idea a otros términos, sino que se genera algo nuevo, se crea una
“nueva legalidad” que alumbra a la idea originaria, como las propias
esculturas de Bill ilustran la cinta de Moebius. Sin desdecirse de su racio-
nalidad, la forma artística reconoce un alto grado de libertad, y esto vale
para todas las formas, aun la forma de los objetos técnicos.
Cuando una forma responde a una utilidad práctica, pierde autonomía
y pasa a responder a una racionalidad que es exterior a ella. Siguiendo
una idea ya apuntada por Tomás Maldonado, podría decirse que esta
racionalidad de los objetos es una racionalidad abierta. Ni los problemas
relativos a la materia ni los de la función podrían ser definidos de mane-
ra absoluta, en la medida en que entran en contacto entre sí. Además, no
es posible agotar la comprensión de la función ni de las propiedades de la
38 Ibid.
39 Ibid.
40 Ibid.
326
Objetos para transformar el mundo
materia. En tal sentido, para Bill, la forma de los objetos de uso obedece
a una racionalidad que puede ser verificable pero no es absolutamente
necesaria. No está completamente determinada por los problemas que le
dan origen, sino más bien contenida por ellos y dentro de ellos. Como acto
humano que tiene que ver con otros actos humanos, la forma del objeto
útil responde no solo a los datos de un problema, sino también a “la legi-
timidad de un inexplicable elemento de libertad de acción”.41 Dentro
de ese grado de libertad, que de ninguna manera implicaría una pérdida de
racionalidad, sino más bien la existencia de racionalidades paralelas y
alternativas, muchos factores podrían empujar hacia una elección formal
u otra. Entre ellos, la sensibilidad o la personalidad de quien tuviera que
solucionar estos problemas o los patrones culturales existentes en una
cierta época o lugar.
Lo que Max Bill llama la “forma del producto”, Produktform, debe res-
ponder a la complejidad de los mismos y a sus múltiples racionalidades,
y aparecer como “la unidad armoniosa de la suma de todas las funciones”.42
La racionalidad por la que aboga Bill en relación con los productos de la
técnica tiene muy poco en común con la necesidad desnuda e inflexible de
los objetos dominados por una finalidad, como propuso en su momento
la neue sachlichkeit. La corrección técnica, por lograda que sea, no alcan-
za a constituir la forma del producto. La Produktform engloba a la técni-
ca, la supera y le permite instalarse de una manera armoniosa con el res-
to del mundo, tanto humano como natural. Es una instancia de mediación
que convierte algo puramente técnico en una obra humana compatible
con las otras formas humanas. El objeto dominado por la Produktform no
es un objeto unidimensionalmente técnico.
En tal sentido, Max Bill se opone tajantemente a considerar que la
industria suponga una instancia completamente distinta a los otros pro-
cedimientos de dar forma o de diseñar un producto que han existido his-
tóricamente. La industria, por sí sola, no genera “nuevas formas”, vale
decir, objetos con una cualidad formal desconocida que respondan a un
proceso de creación novedoso:
41Ibid.
42Bill, M., “Forme, fonction, beauté”, en Maldonado, T., Max Bill, Buenos Aires, Nueva Visión,
1955, p. 120.
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47 Ibid.
48 Bill, M., “Art as non changeable fact”, en Huttinger, E., op. cit., p. 170.
49 Ibid.
330
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lin.de/~roehrigw/spanisch/spa4.htm>.
331
Alejandro Crispiani
mfehler.de/es/>.
54 Véase Zurich Design Museum (ed.), Good Design: An exhibition by Max Bill, 1949, Introduc-
332
Objetos para transformar el mundo
333
Alejandro Gabriel Crispiani
a. Imágenes de
Form. Walter Jernke,
cucharas de acero
inoxidable
b. Imágenes de
Form. Herman
Graber, cabriolet.
c. Imágenes de Form.
Robert Maillart,
puente en hormigón.
Tomadas de Max
Bill, Form, Basilea,
1952, pp. 51, 122 y
127.
334
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335
Alejandro Gabriel Crispiani
a. Imagen de Form.
Max Bill, lámpara.
b. Imagen de Form.
Bernard Rudofsky,
sandalias.
Tomadas de Max
Bill, Form, Basilea,
1952, pp. 74 y 114.
336
Objetos para transformar el mundo
58 Ibid., p. 8.
59 Ibid.
60 Ibid., p. 9.
337
Alejandro Crispiani
dicional y al arte concreto sin más, este grado de apertura se había per-
dido. Pero se había ganado otro, el que garantizaba su acceso a la realidad
por medio del objeto técnico industrializado. Este campo también podía
ser espinoso, pero prometía enormes posibilidades, aun según la crítica
internacional. El diseño industrial operaba esa apertura con respecto al
cuadro tradicional, que en rigor dejaba de ser tal excepto en su formato,
que quizás también en algún momento el artista debía abandonar. Al res-
pecto, un punto de divergencia entre Bill y Maldonado es que Bill nunca
consideró necesario poner en duda la permanencia del cuadro de marco
tradicional. En 1955, en su ensayo sobre Bill, Maldonado aceptó esta
perdurabilidad, pero no la juzgó indefinida: “Mientras el trabajo artísti-
co dependa de los recursos artesanales, mientras la energía nuclear y los
mecanismos electrónicos, por ejemplo, no se pongan al servicio de la
creación espiritual, sino, en cierta medida, contra ella, el cuadro seguirá
siendo la solución más lógica y la que mayores garantías ofrece al
artista”.61 La esperanza de la etapa invencionista en los nuevos formatos
que reflejarían una nueva era y una nueva forma de hacer y de absorber
arte no se ha perdido, aunque ya no depende tanto de la revolución social
y política sino de una más vaga revolución científica y cultural. La
supuesta “utopía soviética”, caída por las razones que fueran, no ha
podido ser reemplazada por nada con rasgos tan precisos, pero la espe-
ranza subsiste. Este es un punto de apoyo que Maldonado va a tratar, con
posterioridad, de construir teóricamente.
Si bien la buena forma se presentaba como el resultado de la lección
que dejaba el primer modernismo en el plano estético y formal, lo que la
convertía en un proceso dinámico que contenía un grado de libertad pre-
viamente ausente, no dejaban de flotar ciertas dudas con respecto a cómo
se evitaría su absorción por parte de la industria (lo que efectivamente le
ocurrió al ala marxista del diseño industrial durante la década de 1960
frente a la gran industria alemana). Si nos remitimos a la posición de Max
Bill, esto no sería posible ya que la buena forma sería un principio moral,
que tendría como objetivo la verdad de la forma. Una forma que mani-
festaría la verdadera naturaleza del objeto, en sus materiales, en su fun-
ción y en el resto de las demandas que convergen en él. La buena forma
es intransigente y no autoriza ninguna manipulación del objeto. La visión
de Maldonado con respecto al programa de Bill es diferente. Hace más
hincapié en el dinamismo que supone la idea de la buena forma, su posi-
bilidad de cambiar y de acoger en el tiempo esos impulsos de renovación
y esa voluntad de transformación que el primer modernismo no habría
61 Ibid.
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62 Ibid., p. 11.
63 Idem.
64 Ibid., p. 9.
65 Ibid., p. 13.
339
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Las obras de arte de Bill, al igual que los objetos de uso diseñados por él,
son un anuncio de lo que vendrá. El futuro se dirige hacia ellas, encarna
en ellas y aun en el propio Bill como persona: “Pintor, escultor, arquitec-
to, gráfico, diseñador, es el tipo moderno del ‘artista total’, anticipo del
‘hombre total’ que todavía debe conquistarse”, expresa Maldonado66. En
última instancia, Max Bill es presentado como el habitante de ese mun-
do, donde el arte sería anónimo y la invención una práctica cotidiana y
continua para todos los hombres, hacia el que también se dirigía el
invencionismo y cuyas raíces marxistas ya hemos visto. Este sustrato
marxista no se pone en juego en la imagen que se brinda de Bill, pero sin
embargo aflora, y puede decirse que sobre él se apoya también la mane-
ra de pensar la buena forma de Maldonado.
66 Ibid., p. 7.
67 Entrevista realizada por Alejandro Crispiani en febrero de 2005.
340
Objetos para transformar el mundo
68 Liernur, J. F., “Abstraction, Architecture and the ‘Synthesis of the Arts’ Debates in the Río de
la Plata. 1936-1956”, en Brillembourg, C., (ed.), Latin American Architecture 1929-1960:
Contemporary Reflections, Nueva York, The Monacelli Press, 2004. Véase también Liernur, J. F.,
“Williams, Amancio”, en Liernur, J. F. y F. Aliata (comp.), Diccionario de Arquitectura en la
Argentina, Buenos Aires, Clarín Arquitectura, 2004.
69 Liernur, J. F., “Abstraction, Architecture and...”, op. cit.
70 Bill, M., Robert Maillart, Zúrich, Verlag für Architektur ag, 1949.
71 Véase Giedion, Sigfried, Espacio, tiempo y arquitectura, Barcelona, Científico-Médica, 1955,
p. 241.
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Alejandro Crispiani
72 Véase Giedon, S., Espacio, tiempo y arquitectura, Barcelona, Ed. Científico-Médica, 1955, p. 241.
73 Véase Rogers, E. N., “Ubicación del arte concreto”, Ciclo, Nº 1, Buenos Aires, noviembre-
diciembre de 1948.
74 Bayley, E., “Nuevas realidades”, Ciclo, Nº 1, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 1948, p. 88.
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a y b. César
Jannello, silla W,
Buenos Aires, 1947.
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75 Véase Crispiani, A., “Belleza e invención”, Block, Nº 1, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di
Tella, 1997.
349
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a. Eames Office,
sillas dcm, lounge y
dining (en Pat
Kirkham, Charles
and Ray Eames, mit
Press, 1995, p. 226).
b. Alexander Calder,
Red Flock, móvil en
metal, c. 1949, The
Phillips Collection
(en Bourdon, David,
Calder. Mobilist/
ringmaster/
innovator, Nueva
York, McMillan
Publishing, 1980).
350
Objetos para transformar el mundo
351
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352
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78 Bayley, E., “La poesía como realidad y comunicación” (1958), Obras, op. cit., p. 654.
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79 Bayley, E., “Realidad interna y función de la poesía” (1952), Obras, op. cit., p. 621.
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80 Bayley, E., “Riesgo y ventura del poeta contemporáneo” (1954), Obras, op. cit., p. 641.
355
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83 Ibid., p. 23.
84 Idem.
85 Ibid., p. 25.
86 Idem.
87 Maldonado, T., “Actualidad y porvenir del arte concreto”, op. cit., p. 12.
88 Idem.
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89 Véase Escot, L., Tomás Maldonado. Itinerario de un intelectual técnico, Buenos Aires, Patri-
cia Rizzo editora, 2007. Véase también aa. vv., Tomás Maldonado. Un itinerario, op. cit.
359
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360
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por Max Bill entre 1935 y 1938. Hay algunas diferencias, pero lo impor- 362b
tante es que se trata de un conjunto círculos alternadamente blancos y
negros que van de menor a mayor pero que no se ordenan concéntrica-
mente, sino que se tocan generando un sentido de rotación interna, que
también recuerda a ciertas experiencias de Marcel Duchamp. El resultado
es una combinación de figuras circulares con figuras en “media luna” que
genera un movimiento envolvente pero discontinuo, zigzagueante, muy
libre en comparación con la ordenación concéntrica, dinámico como lo
quería el invencionismo y expresivo de esa “imprecisa precisión” que Mal-
donado admira en Bill y que encuentra constitutiva del arte concreto. Evi-
dentemente, no es una forma que alcance para constituir un cuadro, sino
que se trata de una forma germinal. En algunos cuadros de Maldonado,
por ejemplo, el trabajo sobre la superposición y la fragmentación de
varios círculos es motivo de una exploración más compleja. En las Quince
variaciones... de Max Bill, esta forma se entiende dentro de una cadena de
operaciones, como parte de un desarrollo mayor. Pero si podemos asignar-
le un sentido plástico menor, su utilización como imagen-tipo de una
agencia de publicidad suple esta carencia con un sentido práctico, inten-
cionado. En primer lugar, pone de relieve su capacidad de evocar un ojo
en movimiento, esa nueva visión dinámica y penetrante que pretendía
para el mundo moderno Moholy Nagy. Pero también alude a lo que la
agencia declara ser desde su nombre, Axis: Organización de publicidad
integral. El logo ilustra la idea de integración que se intenta buscar: una
libertad en orden entre diferentes campos. Los círculos tienen su centro
en puntos distintos; sin embargo, se relacionan entre sí rítmicamente,
constituyendo una unidad abierta, dado que la agregación podría conti-
nuar hasta el infinito. El logo aparece entonces como el segmento de una
progresión que podría ampliarse o reducirse, avanzar hacia lo microscó-
pico o lo macroscópico, ir de la cuchara a la ciudad como rezaba el lema
de la buena forma. Al ser secantes entre sí, la distancia que separa a los
campos nunca es fija, no es una constante predecible, sino que varía den-
tro de un rango amplio. Mirada, orden, multiplicidad, son mensajes que
sutilmente emite la imagen, que a la vez que cumple su cometido partici-
pa de la belleza moderna y del espíritu de las matemáticas y de las cien-
cias por los que se supone que está animada. Todo un programa para el
mundo moderno contenido en cuatro círculos en blanco y negro. Un ejem-
plo de economía visual, una forma tan saturada de sentido como los obje-
tos invencionistas, pero de un rango distinto. Podría vérsela también
como un signo de Claudio Girola, una forma que renuncia consciente-
mente a su complejidad formal para dotarse de una cualidad vinculada a
una intención exterior a ella. Un reconocimiento de la realidad.
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Alejandro Gabriel Crispiani
a. Tomás
Maldonado, isotipo
de la firma Axis,
1951 (en Escritos
preulmianos,
Infinito, Buenos
Aires, 1997, p. VI).
b. Max Bill,
Variación N° 13, de
16 variaciones sobre
un mismo tema,
1939.
362
Objetos para transformar el mundo
Entre los diseños realizados por Maldonado, el que más difusión alcan-
zó, por el número de ejemplares realizados y por la proyección nacional e
internacional que obtuvo, fue la portada de la revista Nueva Visión. Crea-
da en 1951 con Tomás Maldonado como director y Alfredo Hlito y Carlos
Méndez Mosquera como sus colaboradores inmediatos, el diseño editorial
de la revista estuvo a cargo a de estos últimos. A partir del segundo núme-
ro se sumó a este emprendimiento Jorge Grisetti, quien pasó a desempe-
ñarse como secretario de redacción y luego creó la editorial Nueva Visión,
cuyo primer libro fue Max Bill. Según el testimonio de Carlos Méndez
Mosquera,90 ya desde el año 1949 existía la intención de fundar una revis-
ta de los nuevos intereses que guiaban a los artistas concretos y que eran
compartidos por arquitectos y artistas de otras áreas como la música o las
letras. El primer número de la revista, diseñado íntegramente por Hlito y
Méndez Mosquera, apareció en diciembre de 1951. El segundo número,
cuyo diseño de portada (que sería el definitivo) estuvo a cargo de Tomás
Maldonado, vio la luz en enero de 1953 y era un número doble. El núme-
ro 4 apareció a finales de 1953; el 5 en 1954; los números 6, 7 y 8 en 1955
y el 9 en 1957. En la redacción de la revista se desempeñaron Alfredo Hli-
to, Juan M. Borthagaray, Francisco Bullrich, Jorge Goldemberg, Jorge Gri-
setti, Edgar Bayley, Rafael Iglesia, Mauricio Kagel, Guido Kasper y Hora-
cio Baliero. Durante toda su existencia, Nueva Visión fue dirigida por
Tomás Maldonado, quien, de todos modos, se hizo eco del amplio rango
de intereses de las personas que participaron tanto en la secretaría como
en el comité de redacción.91
Graciela Silvestri ha descrito con agudeza el desplazamiento en el uni-
verso de problemas que guió el itinerario de la publicación.92 De la preocu-
pación por la buena forma en los primeros números, que inevitablemente
llevaba al arte concreto y a la consideración de una belleza alumbrada por
la ciencia, la revista pasó en sus últimos números a una “mirada técnica”
que asumía ribetes políticos más precisos que el “vago misticismo socialis-
ta” del que hablaba Maldonado a finales de la década de 1940. Este des-
plazamiento se explica, en gran medida, por la preponderancia que cobró
el grupo de arquitectos vinculados a la revista, sobre todo a partir de la
90 Véase Méndez Mosquera, C. A. y M. A. García, “Notas sobre la revista Nueva Visión y sus reco-
argentino de los años cincuenta, véase García, M. A., “La ilusión concreta: un recorrido a través
de Nueva Visión. Revista de cultura visual. 1951-57”, en Gradowczyk, M. (ed.), Tomás Maldo-
nado. Un moderno en acción. Ensayos sobre su obra, Buenos Aires, Eduntref, 2009.
92 Véase Silvestri, G., “Nueva Visión”, Liernur, J. F. y F. Aliata (comp.), op. cit., t. I/N, pp. 205-
207.
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cuerpo más bien pequeño y uniforme del resto de las tipografías usadas
en la portada. Esta es la única imagen, si se puede llamar así, que apa-
rece. De la ordenación en bandas anterior solo queda un muy sutil resa-
bio. La tapa aparece como un paisaje tipográfico, como una “portada/
página” y no como una “portada/afiche”, como en el número 1. El juego
de las líneas entrando en la página del texto como desde el espacio exte-
rior a ella para ajustar el orden de las formas tipográficas recuerda a
ciertos cuadros de Maldonado, que a su vez recuerdan a algunas obras de 198a
Vordemberge-Guildewart,94 en las que estas líneas intrusas ordenan for- 198b
mas plásticas.
Este diseño se mantuvo hasta el último número de Nueva Visión, con
una variante leve: la eliminación del segmento que arma el sumario coin-
cidiendo con el eje central de ordenación (una forma que era redundante).
Cada número se diferenciaba del anterior principalmente por el color. Se
expresa así esa capacidad de permanencia de lo que tiene forma frente a
lo informe y seudocomunicativo de la cultura de masas. No cambia por-
que es una forma-guía hacia el futuro, una forma que señala un orden
posible para quien la percibe, que de esta manera es educado. La educa-
ción de los diseñadores también debería orientarse hacia ellas, y así lo va
a reconocer Maldonado en su primer momento como profesor en Ulm:
“En el fondo, y una vez más, de lo que se trata es de favorecer la inven-
ción de formas que puedan llegar a actuar como arquetipos, como situa-
ciones guía para el progreso cultural y social del hombre”.95 Frente a las
formas de la cultura de masas y de la sociedad del consumo que son pura
“actualidad”, que se consumen no solo sin dejar rastro sino también sin
producir la menor orientación, el diseñador de objetos o de hechos cultu-
rales (que en principio son lo mismo) debe tratar de dejar “un rastro que
no sea un hecho fortuito sino una señal perfectamente descifrable por el
porvenir –un objeto difícil de borrar (al menos por un tiempo) por la pri-
sa o la indiferencia”.96
Objetos como Nueva Visión apuntaban a un futuro complementario del
futuro contenido en las obras invencionistas. Un futuro que, más que cer-
teza científica, ha comenzado a tomar la forma de una esperanza. Si la
obra invencionista prometía el desarrollo pleno de la capacidad inventiva
94 Este parentesco no parece nada casual. Vordemberge-Guildewart fue un artista concreto par-
ticularmente admirado por Maldonado y con una vasta trayectoria en el diseño gráfico y la
publicidad. No se ha calibrado todavía la profunda influencia que ejerció sobre la plástica de
Maldonado.
95 Maldonado, T., “La situación social del creador en la Escuela Superior de Diseño”, Nueva
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97 Ibid.
368
Capítulo VIII Objetos
revolucionarios bajo
formas familiares
1 Carta de Tomás Maldonado a Jorge Grisetti, Ulm, 20 de septiembre de 1957, Archivo Fun-
dación Espigas, Buenos Aires. Esta carta fue enviada como respuesta y aclaración a una car-
ta anterior de Max Bill a Grisetti, donde se cuestiona duramente la actuación de Maldonado
en la HfG.
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2 Spitz, R., HfG Ulm. The View behind the Foreground. The Political History of the Ulm School
of Design, Londres/Stuttgart, Axel Menges, 2002.
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Objetos para transformar el mundo
fía que se instaló en Ulm fue sin duda central. No sería erróneo, tampoco,
localizar en la polémica con Bill uno de sus puntos álgidos.
En principio, la crítica central de Maldonado tiene como eje la idea de
la buena forma o Gute Form, idea que en su momento había abrazado y
que estaba en el centro del pensamiento de Bill sobre arte y diseño, según
hemos visto. En la carta que le envió a Grisetti aparece bien en claro su
nueva posición: “Él [Max Bill] quería una Bauhaus donde se enseñara a
producir buenas formas. Estas buenas formas deberían ser producidas
desde fuera de la industria por artistas puros e inspirados a los cuales la
industria debía someterse”. A partir de ahí, la idea misma de “forma” es
rechazada como concepto válido para el diseño de productos industriales:
“¿Qué quiere decir forma industrial? Existe solo la industria, con su vul-
garidad y sus milagros, con sus miserias y sus contribuciones revolucio-
narias. Existen también los productos de la industria. Los productos nece-
sitan formas cuando la inmadurez de la técnica o del orden social impiden
la existencia del producto desnudo”.3 La escuela, por lo tanto, debía dejar
atrás su prehistoria y su inmadurez, sus sueños de continuidad con el arte,
para dar paso a otro tipo de relaciones con el orden social, la ciencia y la
técnica. La situación en 1957 demandaba estos cambios: “El orden social
ya está en transformación, los métodos y la filosofía de la técnica también.
La industria capitalista –o no– se está desinteresando paulatinamente del
problema de la forma. La gran batalla de los años venideros no se librará
desde fuera sino desde dentro de la industria”.4 Hacia dónde se dirigiría
la transformación del orden social es algo que no se especifica, pero lo
importante es que el diseñador industrial debe prepararse para trabajar
dentro de esa técnica madura que marcará los tiempos por venir. Ese nue-
vo diseñador industrial debería formarse en un nuevo molde, completa-
mente alejado del modelo del artista y su arrogancia, y también del halo
mítico que suele formarse sobre su accionar. En su discurso inaugural del
segundo semestre de 1957, Maldonado lo expresa claramente: “De un
tiempo a esta parte, hemos dejado atrás la idea de que el diseño es una
fórmula mágica que se supone sirve para resolver todos los problemas del
mundo que nos rodea”.5 El arte pertenece a una esfera de conocimientos
y de prácticas, y el diseño a otra. La gran síntesis de Max Bill ya no ten-
dría cabida en la escuela, ni en su filosofía ni en sus programas de estudio.
Lo que se preconiza es un tipo de diseñador pensado como un técnico del
producto en su totalidad, que ha de manejar las cuestiones técnicas de
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9 Véanse Palmarola Sagrado, H. A., “Diseño industrial estatal en Chile. Grupo Bonsiepe. Proyec-
to y contexto. 1968-73”, tesis para el título profesional de Diseñador, Escuela de Diseño, Pon-
tificia Universidad Católica de Chile, Santiago, diciembre 2003; Palmarola Sagrado, H. A.,
“Productos y socialismo. Diseño industrial estatal en Chile”, en Rolle, C. (coord.), 1973. La vida
cotidiana de un año crucial, Santiago, Planeta, 2003.
10 Véase Bonsiepe, G., Manual de diseño 1969/70, Santiago, oit, 1970.
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1973.
12 Bonsiepe, G., Teoria e pratica del disegno industriale. Elementi per una manualistica critica,
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15 Publicado por Giulio Einaudi Editore, Turín. Primera edición en castellano: Maldonado, T.,
Ambiente humano e ideología. Notas para una ecología crítica, Buenos Aires, Nueva Visión, 1972.
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17 Ibid.
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El operar técnico y los fines que lo motivan son un blanco fácil de las
flechas de la crítica a la ideología y con la misma facilidad son denun-
ciados, si no directamente discriminados, como práctica afirmativa.
Entre los escombros de la voluntad proyectual nadie osa buscar una
alternativa factible. Las grandes reivindicaciones anunciadas una vez,
los programas de transformación de la sociedad a través de la proyec-
tación del ambiente material, han sido pulverizados. Y lo que parece
moverse bajo los escombros recibe el nombre de “regeneración refor-
mista del sistema”.
Independientemente del hecho de la pérdida de legitimidad de la
actividad proyectual, el statu quo continúa tranquilamente su curso
–evidentemente menos contrariado que nunca. Esta consideración
todavía no dispensa de investigar en la gama de posibilidades que
pueden subsistir entre una praxis proyectual decididamente integrada
y un gesto que quiere trascender el sistema y envía la praxis a un futu-
ro demasiado lejano, con la excusa, demasiado fácil, de que el oscure-
cimiento del presente habría llegado a ser casi total. El operar tecno-
lógico, que comprende también al diseño industrial, participa de
modo mediato en el proceso de transformación social, a través de la
praxis de cada disciplina específica. Por lo tanto se opone a ese tipo
de acción que –obsecuente con el fanatismo de la inmediatez– quiere
sobrevolar a toda prisa sobre estos paisajes intermedios y se auto asig-
na, con seráfica despreocupación, un papel de vanguardia en el pro-
ceso de liberación. Una praxis de este tipo se reduce a un intransigen-
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25 Bonsiepe, G., Teoria e pratica del disegno industriale, op. cit., pp. 9-10.
26 La referencia al pensamiento de Marcuse y la deuda con este se puede constatar en los escri-
tos de Bonsiepe de estos años. La mención de la “nueva tecnología” de Marcuse (como se verá
más adelante), el uso de ciertas categorías como la de “lo obsceno” para referirse a la produc-
ción industrial y toda una batería de ideas y de términos, en muchos casos derivados de la lec-
tura de Un ensayo sobre la liberación (1967), Las ideas acerca de la Teoría crítica de la socie-
dad (1969), El hombre unidimensional (1963) y las Respuestas a Herbert Marcuse (1968,
editado por J. Habermas), informan la posición de Bonsiepe.
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cit., p. 121.
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Entre estos proyectos, las realizaciones del Grupo de Diseño liderado por
Bonsiepe no alcanzaron a estar en ningún momento en la primera línea
de la “batalla por la producción”, como llamó Salvador Allende al proce-
so que se desató a partir del año 1972, pasada la euforia del primer año.
Ninguno de sus proyectos llegó a fabricarse de manera masiva y, por lo
tanto, a jugar un papel efectivo en las políticas económicas que el gobier-
no intentaba implantar. Proyectos realizados por otros organismos, en
cambio, llegaron a la fase de producción y distribución, incidiendo a su
33 Palmarola Sagrado, H., Diseño industrial estatal en Chile..., op. cit., p. 28.
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34 Ibid.
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recer, no en contra de los demás, sino a favor de una vida mejor para
todos”.41 El reconocimiento explícito del “individuo completo”, que si bien
es común a todo el marxismo fue subrayado especialmente por el marxismo
humanista, había llegado al poder. Curiosamente, una persona lejanamen-
te conectada al invencionismo, Gui Bonsiepe, se encontraba en la situación
de colaborar desde su puesto de productor de objetos instrumentales con
esa revolución marxista-humanista, oportunidad que le fue negada al
invencionismo. No es menor que no se trate ya de objetos pertenecientes al
ámbito del arte. De todas maneras, los objetos diseñados por Bonsiepe y el
objeto invencionista (proyecto él también, al fin y al cabo) tienen un punto
en común inescindible: se someten al programa revolucionario prestándole
su forma y su proceso de hacerse. En el caso de Bonsiepe, el segundo va a
ser más importante que la primera, pero esto no quiere decir que la forma
de sus objetos sea menos intencionada políticamente. Las “formas nunca
vistas” de los invencionistas tenían un claro sentido revolucionario; las for-
mas comunes y familiares de los objetos de Bonsiepe, también.
La identificación comprometida de Bonsiepe con el pensamiento de la
up aparece, por lo tanto, como natural. Existe en sus escritos de ese
momento la convicción de estar siendo parte activa de un giro fundamen-
tal en la historia, como habría sido la Revolución Rusa o más. En tal sen-
tido, no habría duda con respecto a la empresa a realizar, que había sido
enunciada por la dirección del Estado: “Nuestra tarea es definir y poner
en práctica como la vía chilena al socialismo un modelo nuevo de Estado,
de economía, de sociedad, centrado en el hombre y sus aspiraciones. Para
ello es preciso el coraje de los que osaron repensar el mundo como un pro-
yecto al servicio del hombre. No existen experiencias anteriores que poda-
mos usar como modelo [...]”.42
Esta tarea va a ser asumida desde el campo del diseño industrial y
desde el puesto correspondiente. Como ya se ha señalado, el Grupo de
Diseño pertenecía al intec, que a su vez formaba parte de la Corporación
de Fomento, una institución que, como todo el Estado chileno, debía
reformularse y cargarse de un nuevo sentido, acorde a la nueva econo-
mía socialista que propugnaba relaciones de producción cualitativa-
mente distintas a las existentes en el capitalismo. En principio, y como
resulta bien conocido,43 el programa económico de Allende contemplaba
41 Ibid., p. 38.
42 Ibid.
43 Dentro de la muy amplia bibliografía con respecto al gobierno de la Unidad Popular, pueden
consultarse en relación con este punto el texto oficial Martner, G. (ed.), El pensamiento econó-
mico del gobierno de Allende, Santiago, Editorial Universitaria, 1971.
393
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44 Valenzuela, J., “Apuntes sobre la política de acción del intec”, intec. Revista del Comité de
Investigaciones Tecnológicas de Chile, Nº 1, diciembre de 1971, p. 11.
45 El tema de la nueva tecnología y sus posibilidades es recurrente en los discursos de Allen-
de y del gobierno de la up en general. En ellos, Allende sigue las líneas generales del pensa-
miento marxista, señalando la necesidad de apoderarse de la tecnología y orientar su desa-
rrollo hacia otros objetivos. Pero hay un nuevo sentido que también aparece en Marcuse: la
posibilidad de construir la nueva sociedad inmediatamente, sin esperar el arribo de ningún
futuro mediato: “Es este un tiempo inverosímil, que provee los medios materiales de realizar
las utopías más generosas del pasado. Solo nos impide lograrlo el peso de una herencia de
codicias, de medios y de tradiciones institucionales obsoletas. Entre nuestra época y la del
hombre liberado a escala planetaria, lo que media es superar esta herencia. Solo así se podrá
convocar a los hombres a reedificarse no como productos de un pasado sino como realización
consciente de sus más nobles potencialidades”. Allende, S., “Nuestro camino al socialismo”,
op. cit., p. 37.
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46 Valenzuela, J., “Apuntes sobre la política de acción del intec”, op. cit., p. 22.
47 Idem.
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48En relación con esta producción, véase Bonsiepe, G., “Diseño industrial, tecnología y subdesa-
rrollo”, op. cit. También puede consultarse el mismo artículo en Bonsiepe G., Diseño industrial.
Artefacto y proyecto, op. cit. Para un análisis crítico véase Palmarola Sagredo, Hugo Andrés, Dise-
ño industrial estatal en Chile. Grupo Bonsiepe. Proyecto y contexto. 1968-73, op. cit.
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a y b. Grupo de
Diseño Industrial,
juego de loza para la
Fábrica Nacional de
Loza (Fanaloza),
1972 (en Bonsiepe,
Gui, Design im
Übergang zum
Sozialismus,
Hamburgo,
Redaktion
Designtheorie,
1974).
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1972, Santiago.
50 Véase <www.cybersyn.cl>.
398
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a. Grupo de Diseño
Industrial,
mobiliario para
kindergarten, silla
alternativa B y mesa
de marco de madera
para cuatro niños,
1972.
b. Grupo de Diseño
Industrial,
mobiliario para
kindergarten,
pizarra con caballete
plegable, 1972.
Tomadas de
Bonsiepe, Gui,
Design im Übergang
zum Sozialismus,
Hamburgo,
Redaktion
Designtheorie, 1974.
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debía primar no era el interés en el objeto mismo, sino en las acciones que
este desencadena. Estas debían proyectarse con el rigor, la intencionalidad
y la exactitud que rigen para las características técnicas de cualquier arte-
facto. O quizás más. En tal sentido, el nuevo diseño debía orientarse, más
que a las cualidades materiales de los objetos, a las que por otra parte no
renuncia, a colaborar en la construcción de una sociedad “donde no priman
productosmateriales,sinoproductossocialesen forma decomportamientos”.54
El diseño, de esta manera, queda comprometido en igual grado con las
acciones que sus objetos posibilitan en el usuario y con las de quien lo fabri-
ca o proyecta. El objeto de diseño se dirige tanto a sus usuarios o consumi-
dores como a sus productores. Por otra parte, interesa proyectar el ciclo
completo de la vida del objeto, desde el momento en que se genera su nece-
sidad hasta los procesos que han de llevar a su destrucción, una vez termi-
nada su vida útil. En rigor, se trata de que toda su vida sea útil, no solo el
momento en que es poseído por el usuario o consumidor. El denominador
común a todas estas acciones desencadenadas por el objeto, entre las cuales
debe también contarse el proyecto, es la racionalidad: “El universo del
socialismo no se genera sobre la base de los Abstrichen del irracionalismo
capitalista, sino que es algo cualitativamente nuevo. La racionalización de
la producción tiene que desarrollarse en paralelo a un racionalismo en el
consumo”.55
Esta ampliación de la práctica del diseño se logra, en la transición al
socialismo, a partir de una completa impregnación institucional del objeto.
Un gran porcentaje de las nuevas formas del Estado que la up se empeñó
en establecer estaban destinadas a reemplazar al mercado, a generar un
nuevo sistema, más racional, de producción y distribución de los objetos
necesarios para la vida de los habitantes y la economía del país. Un sistema
predecible y manejable por la acción política, que respondiera justamente
a la planificación global. La práctica del diseño debía ser en todo solidaria
con esta planificación para lograr que “las fronteras entre la actividad de
diseño y la actividad de planificación se desdibujen, se entrelacen la una en
la otra y se requieran mutuamente”.56 Esta planificación, en realidad, tam-
bién podía verse como una suerte de macroproyecto en el cual estaban
implicados todos los actores sociales y que era instrumentado desde el Esta-
do por la conducción política. Por su propia naturaleza, entonces, el diseño
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a. Grupo de Diseño
Industrial, cuchara
de medida para
leche en polvo,
1973.
b. Grupo de Diseño
Industrial,
sembradora
combinada, 1971.
Tomadas de
Bonsiepe, Gui,
Design im Übergang
zum Sozialismus,
Hamburgo,
Redaktion
Designtheorie, 1974.
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58Véase, entre otros, Steiner, A., “Los trabajadores y el cambio tecnológico”, intec. Revista del
Comité de Investigaciones Tecnológicas de Chile, N° 4, Santiago, junio de 1973.
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–que nada que tiene que ver con las formas para canalizar propuestas
de una empresa capitalista– debiera desde un principio mejorarse la
factibilidad de diseño en términos de producción técnica y reducirse
el tiempo de producción.59
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a, b y c. Grupo de
Diseño Industrial,
mobiliario básico
para vivienda, 1971
(en Bonsiepe, Gui,
Design im Übergang
zum Sozialismus,
Hamburgo,
Redaktion
Designtheorie,
1974).
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trum, 2006.
68 Ibid., particularmente el análisis de la crisis económica del gobierno de la up que figura en el
408
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Por lo tanto, el trabajo sobre la forma visual pasaba a tener un valor rela-
tivo, aunque tampoco había razón para no tenerlo en cuenta. La nueva
cultura material era mucho más que un nuevo universo de formas. La
verdadera forma revolucionaria se escondía bajo una forma familiar, se
volvía invisible pero agudamente eficaz; a esto aspiraban muchos de los
objetos diseñados por el Grupo Bonsiepe. Su estética es una estética com-
prometida con el objeto pero que renuncia a hacer de lo nuevo un espec-
táculo. No remite a ningún futuro. Es un instrumento entre otros en la
generación del producto y no intenta ser otra cosa. No escenifica nada;
la revolución es un acto, no una representación. En tal sentido, podría
decirse de estos objetos que son concretos: no se cargan de ninguna ilu-
sión ni apelan a ningún espejismo. Empujan a la acción tal como preten-
69 Ibid.
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Epílogo Dos proyectos
1Entre los varios escritos de Garaudy donde da a conocer su postura al respecto, véanse Garau-
dy, R., El gran viraje del socialismo, Caracas, Tiempo Nuevo, 1970; y Garaudy, R. y Q. Lauer,
Marxistes et chrétiens face à face: peuvent-ils construire ensemble l’avenir?, París, Arthaud,
1969.
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2 Véase Giunta, A., “Una vida susceptible de adoptar todas las formas”, en aa. vv., Tomás Mal-
donado. Un itinerario, Buenos Aires, Skira, Museo Nacional de Bellas Artes, 2007, pp. 12-32.
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3 Rykwert, J., “Introducción”, en Pendleton, A., The road that is not a road and the open city.
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está también presente entre las intenciones del grupo. En tal sentido, la
práctica que ha de derivarse de la teoría adquiere una doble dimensión:
productiva y pedagógica. Muestra cómo hacer y cómo enseñar. Resuelve
el problema de la alienación de la enseñanza respecto de la práctica,
entendida esta última como llegada al “aquí y ahora”. Pero no debe olvi-
darse que esta enseñanza se daba en el interior de un proceso revolucio-
nario. Ejercicio del diseño y enseñanza confluían como prácticas revolu-
cionarias. No postulaban una nueva realidad, sino que también la hacían.
La experiencia del Grupo Bonsiepe también resuelve otro problema, que
era el de cómo darle una dimensión de práctica a la enseñanza sin volver-
la afirmativa y garantizando su acceso “a las cosas mismas”.
Este era también, a finales de la década de 1960, uno de los problemas
que más inquietaba a Ernesto Grassi, en esos momentos profesor de la
Universidad de Munich. Docente universitario y filósofo volcado central-
mente al estudio de la tradición del humanismo italiano, Grassi asume
como uno de sus principales problemas el vacío en que estarían movién-
dose estas actividades y hace suya la demanda cada vez más radical de
sus alumnos de que la filosofía salga de su aislamiento. Esta demanda ya
estaría presente de manera sustancial en esa tradición humanista; de
hecho, va a llevar a Grassi a acercarse al análisis marxista, con el cual
encuentra no pocas coincidencias. Efectivamente, en su obra Humanismo
y marxismo. Crítica de la independización de la ciencia4 va a adoptar
parte del pensamiento de Marx para referirlo al estado del conocimiento
en general pero también de la educación universitaria, a la que sería nece-
sario volver a reconducir hacia la realidad:
Gredos, 1977.
5 Ibid., p. 21.
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Nos parece que América tiene base para abrirse y extender una posi-
ción adecuada a la necesidad que se esboza en los movimientos estu-
diantiles. [Las universidades] deben pasar de ser comunidades abs-
tractas o meramente jurídicas a ser comunidades reales de vida,
trabajo y estudio fundadas en la libertad y la verdadera autogestión.
6 Iommi, G., “De la reforma”, Anales de la Universidad de Chile, Nº 150, Santiago, 1969.
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7 Ibid.
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8 Bonsiepe, G., “Piruetas del neocolonialismo”, Diseño industrial. Artefacto y proyecto, Madrid,
424
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9 Ibid.
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sus verdaderos destinatarios, los usuarios. Junto con la eliminación del valor
de cambio, la participación en todos los niveles de decisión del producto de
todos los actores involucrados en su existencia era la piedra angular de ese
nuevo tipo de diseño industrial que debía, en principio de verdad, buscar un
nombre que lo diferenciara de las antiguas prácticas. Este nuevo diseño no
era el producto de una ensoñación académica, sino que era algo en curso.
Era algo para lo que todavía no existían las instancias educativas adecuadas,
y por lo tanto debía aprenderse en el interior de la transición al socialismo.
Si la historia había de seguir su curso, competería, en diverso grado, a toda
la realidad futura. La participación, regulada institucionalmente, pondría
sobre nuevas bases las disciplinas proyectuales.
En el caso de la Escuela de Valparaíso, la participación adquiere un sen-
tido distinto, pero no menos tendiente a hacer permeable el ambiente a las
fuerzas creativas de la comunidad que lo habita, en este caso reconociendo
la posibilidad que tienen tanto la arquitectura como el diseño para con-
vertirse en una empresa colectiva, de la misma manera que el arte. Es
sabido, y se ha mencionado en este trabajo, que la eav desarrolló distintas
formas de creación colectiva, particularmente en el campo de la arquitec-
tura. De ellas, quizás la más explícita sea la phalène, aunque como hemos
visto, en ella perdura la autoridad del artista. Pero también se experimen-
taron otras formas de creación colectiva aunque menos formalizadas,
como la intervención en el diseño de una obra por quienes la construyen,
por lo general alumnos, de los que también se espera que tomen decisiones
sobre la marcha. Fernando Pérez ha señalado que, por más que las cons-
trucciones en Ciudad Abierta tengan cada una un cierto “autor”, son obra
de la comunidad educativa en su conjunto, son resultado de esa idea de
“arte grupal” que no necesariamente implica el anonimato de la obra, sino
más bien la apropiación y la significación colectiva que se le da.10 Sin
hacer proselitismo a favor de ella, la participación constituye un rasgo dis-
tintivo de la manera de hacer arquitectura que tiene esta escuela como
institución y comunidad, una manera marcadamente distinta de aquella
que responde a las fuerzas de producción imperantes. Es una de las prin-
cipales armas pedagógicas de la escuela, que acompaña el afán por cons-
truir y operar prácticamente que la define y del cual se derivan Ciudad
Abierta, las travesías y otras experiencias anteriores o contemporáneas a
ellas. La participación de alumnos y profesores en la construcción y el
diseño de las obras que la escuela ha tomado como propias no solo impli-
ca la unidad del grupo humano en el hacer y el crear, sino que también
ayuda a sostener ese “ni a favor ni en contra” de la realidad existente que
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11 Véanse al respecto Bonsiepe, G., Del objeto a la interfase. Mutaciones del diseño, Buenos Aires,
Infinito, 1998; Maulen de los Reyes, D., “Nodo construct. Una formulación sudamericana del
concepto de interfase. Epistemología, tecnología y política de experiencias proyectuales chilenas
entre los años 1925–1973”, en <www.cybersyn.cl>; y Valdivia Carlsson, H., “La racionalidad
en la obra de Gui Bonsiepe”, trabajo de investigación, Universidad de Barcelona, disponible en
<www.guibonsiepe.com/pdffiles/analisis_textos_bonsiepe>.
12 Bonsiepe, G., “Design and Democracy”, conferencia brindada en la Universidad Tecnológica
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