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LA POLÍTICA SEXUAL EN DÍAS DORADOS DE LA SEÑORA

PIELDEDIAMANTE, Y EN EL CORAZÓN DE LA NOCHE, DE LA


ESCRITORA URUGUAYA SYLVIA LAGO
Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología
más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto
más elemental de poder.i … el patriarcado es una ideología dominante que no admite
rival; tal vez ningún otro sistema haya ejercido un control tan completo sobre sus
súbditos.ii La estratificación de las clases sociales origina peligrosos espejismos
acerca de la situación de la mujer en el patriarcado, debido a que, en ciertas clases la
posición sexual se manifiesta bajo un cariz muy equívoco.”iii

En 1969, Kate Millet presentaba en la Universidad de Oxford, su tesis


doctoral, que sería publicada al año siguiente con el nombre de Sexual Politics
(Política Sexual). Desde los comienzos del movimiento de mujeres, se había
denunciado la profunda desigualdad existente en el ámbito de las relaciones
personales entre mujeres y hombres. Así podemos verlo reflejado en obras
como Vindication of the rights of woman, (Vindicación de los derechos de la
mujer), Mary Wollstonecraft, 1792; o Subjection of women (La esclavitud
femenina), John Stuart, 1869. Ahora bien, Kate Millet, a partir del análisis de
obras literarias de escritores de fama reconocida, como Henry Miller, Norman
Mailer, D.H. Lawrence, y Jean Genet, y de un recorrido histórico por lo que
denominó “la revolución sexual” desde 1830 hasta 1960, establece la teoría de
la política sexual, clave para el feminismo desde los años setenta del siglo XX
hasta nuestros días.
La ampliarán otras autoras, como Carole Pateman, con la publicación
del Sexual Contract (Contrato Sexual), en 1988. Ambas obras siguen siendo
fundamentales para la comprensión y la de-construcción de las situaciones de
desigualdad, opresión y violencia que se dan en las relaciones entre mujeres y
hombres en la actualidad.
Numerosas escritoras han denunciado la política sexual patriarcal en sus
obras literarias. En esta tradición, podríamos incluir autoras en habla inglesa
reconocidas internacionalmente, tales como Katherine Mansfield, Kate Chopin,
Doris Lessing, Alice Walker, Toni Morrison, Margaret Atwood, Alice Munro,
Joyce Carol Oates, Tracy Chevalier, Julia Navarro, Edwidge Danticat, Angela
Carter, Eve Ensler, entre otras muchas.
Son asimismo muy numerosas las escritoras de diferentes países
latinoamericanos que realizan en sus obras una crítica de-constructiva de la
moral sexual patriarcal, en algunos casos paralela a la crítica del sistema de
presión político-social, y muy directamente de las dictaduras. En este sentido
podemos mencionar, entre otras muchas, a Rosario Castellano (México, 1925-
1974, Lección de Cocina 1971), Luisa Valenzuela (Argentina, 1938, Cambio de
armas, 1982), Marvel Moreno (Colombia, 1939-19195, En diciembre llegaban
las brisas, 1987), Griselda Gambaro (Argentina, 1928, Ganarse la muerte,
1976), Renée Ferrer (Paraguay, 1944, Los Nudos del Silencio, 1988)…
Cronológicamente, y por lo desgarrado del relato, tanto en contenido como en
estilo, destaca la autora uruguaya Sylvia Lago, quien publica en 1965, el

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monólogo titulado Días dorados de la Señora Pieldediamante, que analizamos
en este trabajo.
Dicho monólogo ha sido calificado como una crítica a los falsos valores
de la burguesía, pero fundamentalmente, y ésta es la lectura que más nos
interesa en este trabajo, constituye una profunda crítica a lo que, pocos años
más tarde, Kate Millet analizaría como política sexual.

Desde el comienzo, el monólogo de Laura, la Señora Pieldediamante,


nos sumerge en el torbellino de sus pensamientos. Recostada en su “diván de
raso oro-radiante” nos llevará, con un lenguaje angustiosamente envolvente, a
un recorrido sin retorno a lo largo de su vida, dando saltos en el tiempo y el
espacio. Diálogo en el que la protagonista presta su voz a una polifonía de
caracteres y en el que, con frecuencia, se dirige a sí misma, desdoblándose en
la voz narrativa y la voz acusadora que la increpa. Como en un cuento infantil,
Laura se denominará a sí misma y al resto de personajes con nombres de
animales, transformando el drama de su vida en una fábula crítica y grotesca.

Laura vive en el mundo de la alta sociedad montevideana, rodeada de


lujos. Es la esposa de Alberto, un hombre rico e influyente, prestigioso abogado
al que ella denomina, en su desesperado grito sin respuesta, “el Doctor
Linceagudo Gerifalte”, moreno, barbiespeso, espejuelos de intelectual,
abogado… De lo más encumbrado de la sociedad montevideana, como lo
testimonia, usted ve, tan prestigioso apellido.”iv El esposo, el dueño, quien la
compra una y otra vez satisfaciendo sus caprichos: “Yo había ido al estudio,
como siempre, a pedirle dinero. Dármelo era su principal obligación.
Solicitárselo, un derecho adquirido. Tanto y tanto dinero como para poder
anegarme en un mar de billetes rojos y azules y amarillos en permanente
estuación… “¿Otro capricho, Laura?” “Un estupendo collar de diamantes,
Alberto; ocupa, él solo, la vidriera principal de la joyería. Todas las mujeres que
pasean por Sarandí se detienen para admirarlo. …”¿Cuánto, querida?” El
cheque, claro. Su mano impositiva, dominante, con los pelos oscuros sobre los
dedos y el anillo de oro: la argolla gruesa, bien gruesa.”v

Desde niña, Laura ha sido obligada a cumplir los mandatos patriarcales


impuestos por su madre, para convertirse en una mercancía deseable. Como
dice Kate Millet, “El patriarcado gravita sobre la institución de la familia. Ésta
es, a la vez, un espejo de la sociedad y un lazo de unión con ella; en otras
palabras, constituye una unidad patriarcal dentro del conjunto del patriarcado…
la familia suple a las autoridades políticas o de otro tipo en aquellos campos en
que resulta insuficiente el control ejercido por éstas… No sólo induce a sus
miembros a adaptarse y amoldarse a la sociedad, sino que facilita el gobierno
del estado patriarcal”vi.

El único hombre que Laura recuerda haber amado fue Ernesto, un joven
pobre, idealista, estudiante de Bellas Artes como ella. Triste y violento el
recuerdo del último encuentro con él. “Vivo mi rato de placer –qué lejano, qué
irreconocible; quién es, quién es esa muchacha, tendía en un camastro, dócil a
la total caricia de su cuerpo –y no sé por qué causa- o sí lo sé, ahora, pero qué

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importa si ahora ya no sirve-, no sé por qué causa reñimos siempre después
que nos amamos y él amenaza con irse. “¿A dónde, a dónde?”, lo desafío. “A
cualquier lugar, Laura; cualquier sitio donde me sienta vivir; lejos de aquí, a
luchar por la causa del hombre…” “¡Del hombre!” me burlo. “Lo que pasa es
que tenés miedo de quedarte, Ernesto; de enfrentar lo que está aquí,
cerquita… La miseria, por ejemplo. Y, además, no confiás en tu arte”. Las
figuras mutiladas, sin concluir, captan nuestra tensión desde su ceguera
inmóvil…”Sos un cobarde, Ernesto”. “Sí, sí lo soy, pero no más que vos. Vení
conmigo, a ver: dejá tu casa, atrévete”. Tengo miedo pero no se lo digo: le digo
en cambio, que lo desprecio, que me dan asco sus desplantes, que no voy a
volver. Me abofetea.”vii Incluso esta primera historia de amor, que recuerda
como la única auténtica en su vida, está marcada por la incomunicación, fruto
en gran parte de la inseguridad de los dos, y queda cerrada por un acto de
violencia física. La bofetada, el castigo, la rabia, la frustración, la desesperación
del hombre desahogada sobre la mujer, que, a su vez, lo insulta y lo desprecia.

Al llegar esa noche a su casa, su madre, que acaba de organizar un


matrimonio de conveniencia para Hilda, la hermana mayor, la hija fea de la
familia, la increpa: “Mala hija, revolcate, nomás, con ese muerto de hambre;
hasta que no te haga un crío tan muerto de hambre como él no parás; pero te
vas a arrepentir, te lo juro.”viii Esa será la única vez en que Laura se rebele
realmente contra su madre. A su grito: “Callate… ¡Qué ha sido tu vida!”ix la
madre controladora y aparentemente dominante, expresa su propio fracaso:
“Pura desgracia, sí, mi vida. Por eso es que no la quiero para ti. Te hice Linda,
Laura. No sé cómo, porque el infeliz de tu padre es un deshecho humano y yo
soy fea. Pero me propuse desesperadamente hacerte linda y lo conseguí.
Quiero que seas feliz, que seas feliz.”x

Laura huye de su casa, dispuesta a partir con Ernesto, pero éste ya se


ha marchado, tras destruir frenéticamente la obra artística de ambos, sus
creaciones, sus recuerdos. … “Lo llamo, temblorosa. No responde… Enciendo
la luz y allí está la catástrofe: todo hecho añicos, pulverizado, destrozado a
golpe de hacha, de machete, tal vez de puños frenéticos. Nuestro universo
yace, contorsionado, agonizante, como si una legión de enanos enloquecidos
hubiera galopado sobre cada uno de los objetos en esa habitación
destartalada. Salgo a la calle y ya no tengo miedo aunque sé que se ha ido que
y que nunca volveremos a buscarnos, a encontrarnos.”xi

Nos preguntamos, ¿hubiera sido “feliz” la vida de Laura con Ernesto,


idealista y violento, o fue, simplemente, la primera de las múltiples relaciones
frustrantes que han marcado su vida? Lo que sí supone esa noche es la toma
de una decisión ante la visión de la madre dormida en el sillón de la sala. “La
miro y entre brumas, empiezo a comprender. Comprendo que tal vez sea mejor
que él se haya ido y que no vuelva. Comprendo que puede ser verdad lo que
ella ha asegurado en su vehemencia: que es necesario que yo sea feliz y que
no era feliz con Ernesto; que debo procurarme otro hombre, sí, “procurármelo”;
que urge encontrarlo para mi madre, para mi padre desechohumano, mi abuelo
paralítico, mi hermana fea y sobre todo para vos, para vos, grandísima
farsante, a quién vas a engañar, a quién.”xii No sabe ya si fue sólo la influencia
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de su madre a quien desprecia, o su propio deseo de conseguir lujo y
comodidad, lo que la llevó a venderse (dentro de las normas establecidas, eso
sí) al mejor postor. “pensaste, sí, en medio del naufragio, que la felicidad no se
hacía en un camastro desvencijado sino en un lecho color de oro: que la
felicidad era dorada, biendorada y que era cierto, naturalmente cierto,
irrevocable, lo que ella acababa de enrostrarte: habías elegido la hermosura no
para Ernesto el Hipogrifo, con sus manos modeladoras del amor tanto como de
la arcilla o del hierro, sino para otro, otro con distinto ademán en las suyas,
manos abarcadoras y seguras, garras construyemundos, destrozamundos,
porque son mundos armados a resorte por ellas, dominados por ellas, de
ellas.”xiii

El objetivo es ahora obtener un buen marido proveedor, y para ello es


preciso cumplir el mandato patriarcal de llegar virgen a la noche de bodas
(virginidad real o fingida y recompuesta la víspera de la boda, eso poco
importa). Y poco o nada importa el amor o el deseo.

La hipocresía de un noviazgo de farsa, en el que la moral imperante


permite al novio el desahogo en el burdel utilizando el cuerpo de una mujer
desconocida, conducirá a una noche de bodas en que brutalmente el
respetable novio se convierta “por derecho y por fuerza”, en el esposo
todopoderoso que tiene acceso al cuerpo de la esposa, también comprado con
su poder y su dinero. “Querías mantener hasta el fin tu papelito de novio formal.
Ser novio hasta la noche de bodas en que, brutalmente y bajo una apariencia
alambicada, habrías de convertirte, por derecho y por fuerza, por obra y gracia
de un solo triunfo avasallante, en Gran Marido gerifalte. Porque un Linceagudo
sabe que puede fregarse a la que va a ser su Respetableesposa y llevarse
luego la calentura al prostíbulo y dejar que su novia solitaria se consuele en el
recato silencioso de su cama de virgen, pudoroso refugio de la noche, mientras
él acomete contra esa carne desconocida e innombrable, abandona en
cualquier agujero cálido –sólo eso exige- el avieso producto de su dulce pasión
bien contenida.”xiv

Ambos cumplen los roles abyectos de la falsa moral sexual. “Gemí y


lloré en mi noche de bodas. Resolví mi papel de joven núbil tan a la perfección
como él había resuelto el de novio correcto y bienintencionado. No fue nada
difícil. Todo habría de realizarse ajustadamente, sin catástrofe, en este
universo alzado sobre resortes infalibles, en el que las radiantes estructuras
tendían jubilosamente a la consumación del Gran Fósil: la Felicidad. Las
predicciones de la Doctora Quebrantahuesos, gran rapaz de la montaña, se
cumplieron rigurosamente. Se sangra como la primera vez. Aunque no duele,
claro. Pero él creyó o fingió creer que me dolía.”xv

La vida de Laura está vacía de sentido. Tras el matrimonio, no se


cumple su esperanza de volver a la Escuela de Bellas Artes. El primer
embarazo, de su hija Laurita, fruto de ese matrimonio basado en la falsedad y
la falta de comunicación “Acaso si alguna vez hubiéramos hablado, Alberto…
Si nos hubiéramos atrevido a despojarnos de nuestras caretas bestiales…”xvi
se convierte para ella en un motivo más de encierro en una jaula de oro. Las
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náuseas del embarazo son imagen de la rabia y el asco que siente, que
desearía gritar a Alberto, algo que sólo hará ahora en su monólogo ahogado en
whisky. “Si aquella otra noche, Laura, cuando ya embarazada de Laurita,
revuelto tu organismo en náusea permanente, en medio de tu furia y de tu
asco, lo hubieras abordado, hubieras osado enfrentarlo y decirle: “¿Qué te
crees? Sé muy bien que no fue un accidente, que me preñaste a sabiendas
para meterme dentro de esta casa, de esta cárcel con rejas de oro, a cuidarte
la cría gerifaltina, a amasar mansedumbre como la esclava un pan, a
convertirme en una bestia domesticada y muda, a anularme en un rumiar
eterno, sin concesiones, y eso que me habías anunciado que viviría
libremente…” Si hasta pensé que podría volver a la Escuela de Bellas Artes,
recobrar el encanto perdido de la arcilla modelada por mis manos, nacida de
mis manos como antes, cuando quería ser escultora…”xvii

Busca escapar de su hastío de madresposa burguesa en los brazos de


diferentes amantes. Uno de ellos será Daniel, “Daniel, Daniel querido, segundo
amante, rubio, jovenzuelo, violinista, vástago-único-heredero de Papá-industrial
y Mamá-matrona, suave Pinzón-canoro hecho para la melodía….frágil,
nervioso, reconocible en sus aleteos de timidez”xviii, quien llega a Montevideo
desde Paysandú para estudiar en el Conservatorio Musical, y cuyo padre lo
confía al esposo de Laura, para que le preste apoyo en sus primeros tiempos
en la ciudad. Laura lo invita a alojarse en su propia mansión y organiza toda
una ceremonia de seducción, tras invitarlo a tomar una copa. “Fingiste una vez
más. Hipócrita… Fingiste para que él te acompañara tomándote del brazo.
Porque tenías miedo de tu propia actitud de intrepidez, porque te atrevías y no
te atrevías, porque siempre vacilabas después que te habías lanzado. Miedosa.
No es verdad. Estaba borracha y se lo dije. “Borracha, sí, joven Daniel; nada de
“ligeramente”. Completamente borracha”. Y me caí sobre él. Me recibió en los
brazos y allí mismo, en la hamaca…Qué furor coloreado de melodías… Cómo
danzaba el mundo mientras Laurita lloraba a un millón de kilómetros de
distancia, allí tan cerca, en el dormitorio que también daba a la terraza. Un
ardor desatado y ansioso, avasallante y desesperado. Como dos enemigos que
se ahogan en el mismo mar y deben asirse uno al otro. Con asco y con
rabia.”xix De nuevo la relación sexual es un espacio violento de desprecio
mutuo. “Me reí, apartándome. Gritó: “¿Borracha!” Me mofé suavemente: “Ne-
ne-de-ma-má. Voy a darte la teta”. Clamó : “¡Todas sois iguales ! ¡Damas de
sociedad! ¡Borracha inmunda, me das asco !” Yo también estaba repugnada,
pero no era nuevo. Asco de sus mejillas congestionadas, de mi borrachera
estéril, de su furia juvenil, inconsistente como una tormenta de verano. De sus
dedos temblorosos que hacían tintinear el hielo en el vaso. Volví a hostilizarlo:
“¿Es la primera vez, verdad?” “¡Puta!”, gritó, “ahora será la segunda”.xx

De esa relación, con rasgos de engaño y violencia, nacerá su segundo


hijo, varón heredero del gran hombre, Alberto. Un segundo hijo, rubio como
Daniel, a quien rechazará aún más que a Laurita, y a quien ni siquiera se
sentirá capaz de amamantar. Laura seguirá ahogando en alcohol la angustia
inagotable, mientras Alberto fingía no saber, prefería no saber, preocupado por
mantener las formas y el prestigio social…”nunca se atrevió a mirarme
verdaderamente. ¿Qué tiene que ver eso que vivimos, esta miseria, nuestro
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amor, con el amor? Amor, una palabra más, hueca, incongruente, gastada por
el uso, que jamás entendimos. Quedó allí, abandonada sobre la mesa de mi
tocador, como un pote vacío. Los dos inútiles, falsos, lejanos… Armadillo y
lincegerifalte: cruza imposible…”xxi

La voz crítica de su madre la sigue acompañando, voz que oculta y


disimula las historias de adulterio de que Laura fue testigo en su infancia,
cuando la tenía que acompañar a la consulta del dentista-amante. La espiral de
mentiras de su matrimonio avanza con el nacimiento de este segundo hijo,
engendrado en una relación esporádica denigrada por el alcohol y los insultos.
La madre-comadreja (guardadora de los mandatos de una moral sexual falsa y
opresora) le recuerda qué mandato no ha sabido cumplir: hay que guardar las
formas, mantener la hipocresía, la falsedad. “Meterle cuernos, bueno, hacelo si
lo sabés hacer discretamente. Pero endosarle un hijo de otro…”xxii

El alcohol tampoco colmará el vacío, ni lo hará la aparición de un tercer


amante: “… rubicundo, ojos celestes, bigote ralo, dorado como el borde de las
nubes que vagan en el cielo. Un verdadero arcángel. ¿Miguel, Gabriel, Rafael?
No; el arcángel Esteban. Esteban Picorreal,… fuerte plumaje, pico recio,
potente y puntiagudo.”xxiii Este arquitecto, contratado para dirigir la construcción
de una nueva mansión en el terreno comprado por el suegro “Tiranosauro,
Unicorne, Cuernoantediluviano, Cuernoinmenso”xxiv, a quien conoce en el
despacho de Alberto, pertenece también a la alta sociedad. Es un hombre con
poder, con dinero, con una reconocimiento social por su profesión, en contraste
con la mujer cuyo único “poder” reside en vender su sexo y su belleza: “posee
mirada tan penetrante como la del lince: puede traspasar las paredes. Lo sabe
todo, loconocetodo. Folia ordenadamente los actos de la vida con su infalible
pico de halcón. Porque es, asimismo un gerifalte. Espécimen singularísimo
entre las aves de cetrería, gran porvenir, genealogía que se remonta, por vía
paterna, orden tiranosáuricos, a la era antediluviana.xxv

Laura abandonó sus estudios, su vocación de escultora, depende


económicamente de Alberto, y únicamente tiene una actividad intelectual
cuando se vuelca en la lectura durante sus embarazos, intentando escapar a la
náusea permanente. La vida de esposa y madre “ejemplar” no la satisface, y
tampoco existe ningún otro ámbito de realización personal para ella. Como
dama de la alta sociedad, Laura está claramente alejada de las condiciones de
vida de las mujeres pobres, sin embargo, tras su aparente “libertad” y el lujo y
molicie en que transcurren sus días, comparte con ellas el estar situada en un
nivel diferente del que corresponde a los varones de su clase.

El relato que Laura hace de sus encuentros sexuales con Esteban, nos
acercan a los relatos de sexo como ejercicio del poder que analiza Kate Millet
en la literatura de Miller y Mailer. “Me mira y finge paradisíacos arrobos.
Parecería que está pensando que soy virgen. Que necesita que sea virgen
para llevarme a la cabina de su lancha a motor, arremeter contra mi cuerpo,
subirse sobre él -¡oh poderosa fuerza desatada!- y consumar su acto de amor
en uno, dos, tres, cinco movimientos precisos de estratego mecidos por el
balanceo cómplice de la lancha que a su vez acomete contra el lecho del río. Y
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así sentirse todopoderoso sobre mí. Inexpugnable. Lástima que no soy virgen y
él lo sabe.”xxvi

Porque la sexualidad es el campo quizás más marcado por el orden


cultural, “el coito no se realiza en el vacío; aunque parece constituir en sí una
actividad biológica y física, se halla tan firmemente arraigado en la amplia
esfera de las relaciones humanas que se convierte en un microcosmo
representativo de las actitudes y valores aprobados por la cultura.”xxvii Así será
también la relación sexual con Alberto, el esposo. “Sabía, cada uno, lo que
quería del otro. Jugamos solapadamente, sí, pero conscientes de nuestra
falacia. Sin comentar jamás los trucos silenciosos, como gente bien educada.
Cama bien educada, bien cubiertos encuentros bajo la sábana bordada y
luchas cuerpo a cuerpo con placer, sin placer, siempre en la oscuridad para
que aquella imagen de la Vergine Assunta que señorea sobre el gerifaltino
lecho real no pudiera enterarse, no vislumbraran sus ojos recatados que allí,
justo debajo de sus manos asidas en actitud orante y sus pies levantados sobre
cuernos de luna, una mujer y un hombre engendraban sin hablarse, resistían
sin gemidos, ahogaban en contenida, inconfesable furia, sus secretas
vergüenzas.”xxviii

Los sucesivos amantes no significan venganza ni odio contra Alberto.


Más bien parece que toda la vida de Laura ha girado en torno al sexo, su única
posibilidad de conseguir poder económico, estatus social y la siempre
inalcanzable “felicidad”. Sin embargo, todas las referencias a su vida sexual
nos muestran que el sexo ha sido para ella, ni siquiera fuente de placer físico,
sino un camino de autodestrucción. Una autodestrucción que es la muestra
más extrema de la automisoginia. El patriarcado es un sistema que desprecia a
las mujeres, que las reduce a falsas muñecas vendedoras de sexo, negándose
el derecho a la construcción de un proyecto personal, un sistema basado en
gran parte en la misoginia, ampliamente asentada en el discurso religioso,
filosófico, médico y científico. La misoginia convierte a las mujeres en enemigas
entre sí y, sobre todo, en las principales enemigas de ellas mismas.

Probablemente, la frigidez que experimenta en sus relaciones sexuales


y, más concretamente, con Esteban, se pueda entender como parte del
autocastigo que se impone a sí misma. “Le callé mi fracaso. Qué iba a entender
Esteban Picorreal, rubio y hermoso, todo él ocupado en sí mismo, en sus
construcciones alígeras a la orilla del río, en su bigote de hebras doradas; con
qué tacto podría palpar ese caparazón de brillantes plaquetas multiformes con
el que me iba acorazando, que se me iba encostrando sobre la tersa piel,
pieldediamante, sí, de brillo duro y frío…”xxix

El vacío se acrecienta al entregarse a un solícito doctor, Alexis, su cuarto


amante, su confidente, buscando la causa de su permanente frigidez. Recordar
su despertar al deseo sexual cuando de niña escuchaba los gemidos de sus
padres no la ayudará, sino que más bien la hará sentirse doblemente invadida,
en su cuerpo frígido y en lo más profundo de su ser. Le quedará de este último
amante el recuerdo amargo del aborto a que se somete para huir de un nuevo
embarazo del que hubiera sido para ella el tercer hijo, nuevamente no deseado.
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Al huir de su lado, tras evocar los recuerdos de la infancia mientras hacen el
amor, Laura huye quizás de enfrentarse con los fantasmas del pasado y con la
posibilidad de luchar por su libertad. “El último recuerdo de él es el aborto sin
consuelo. Lo demás: manotazos de ciega en el vacío, coces enloquecidas del
armadillo a quien alguien perverso le concede, de pronto, una semiconciencia
que no ha solicitado. ¿Abrazar una causa? ¿Volver al arte? ¿Trabajar? ¿Ganar
mi dinero? ¿Estudiar? El universo se hunde en una lama blanquizca e
indiferenciada. Solo una extensa llanura inabarcable y sin embargo, tan
próxima, tan piadosamente devoradora… Y la última resolución: destetarme a
mí misma de un solo tirón, de un solo golpe.”xxx

Es la propia Laura quien nos cuenta su historia, ella es la narradora y la


protagonista, y lo hace a punto de morir, tras haber intentado romper la espiral
de sinsentido que ha sido su vida ingiriendo una sustancia venenosa mezclada
con el whisky, su fiel compañero. Vida, eso sí, perfectamente cumplidora, en
apariencia, de los mandatos sociales y culturales impuestos. Su relato es una
crítica despiadada del marido, los diferentes amantes, su familia, su madre, a
quien desprecia, y, sobre todo, de sí misma. Relato cargado de automisoginia,
buen ejemplo de que una genealogía de mujeres, cuya única libertad ha
consistido en el engaño para sobrevivir en la jaula patriarcal, continúa
reproduciendo los mismos patrones en las descendientes. Sola, sin el apoyo
sórico de otras mujeres, perdida en la trampa bien armada que es su vida,
Laura recurre a su autodestrucción completa, siendo juez y víctima de sí
misma. Ningún asomo de esperanza nos deja la autora para la niña Laurita,
tras el desenlace final, en que Laura sólo encuentra salida al vacío de su vida
en el suicidio.

Quiero mencionar finalmente otro relato de Sylvia Lago, El Corazón de la


noche (1987), en el que nuevamente asistimos a un monólogo, o más bien
diálogo interior consigo misma, en el que Inés, la protagonista, también al
borde de la muerte a causa de un cáncer de útero, nos mostrará los oscuros
caminos que marcaron su vida y su sexualidad.

Comienza el relato con la narración de un sueño recurrente en el que


Inés se ve a sí misma como una garza-bruja cuyo vuelo triunfante es truncado
bruscamente para caer, empapada en sangre, de cabeza a un pantano. Los
recuerdos de Inés nos llevan al momento en que descubrió la primera señal
(unas una puntada intensa y breve de dolor y unas gotas de sangre) del cáncer
en su cuerpo, tras contemplar en el espejo del baño, comprobando que ella,
mujer ya de cuarenta años, era todavía “hermosa, eras-para-el-placer (si lo
querías), y para-conquistar-el mundo-de-la-erótica (si lo querías) tal como lo
enseñaba la revista italiana, la francesa y la yanqui mostrándote-señalándote-
imponiéndote esa crema, esa pócima, esa postura: siempre el embrujo,
siempre.”xxxi Ese dolor y esa sangre la llevan a rememorar el coro de mandatos,
prohibiciones y tabúes asociados a la menstruación desde la menarquía,
(impuestos por su madre y su abuela, siendo, de nuevo, las mujeres, las
ascendentes quienes imponen los mandatos patriarcales, cumpliendo a su vez
el destino que se les ha impuesto), mientras busca calmar el dolor masajeando
el bajo vientre: “Otras veces lo habías hecho, Inés, desde tus primeras
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menstruaciones, asesorada por mamá que, con gesto compungido, te
compadecía cuando “aquello” se hacía presente. “Aquello”: el prematuro
fantasma con quien tuviste que familiarizarte, el monstruo que sacaba cada
mes su lengua sangrante y había que ocultarlo, taponear la oscura salida con
algodón, ah, “ponete la bombacha ajustada, Inesita, para que no se te note;
para que ellos no se den cuenta”.xxxii

El primer contacto de la niña Inés con su sexualidad de mujer es algo


peligroso, sucio, doloroso, incomprensible y vergonzoso, que debe de
ocultarse, una especie de maldición que pesa sobre todas las mujeres, que la
obligaba a renunciar a los juegos, los deportes, la libertad de la infancia,
permitidos a su hermano. “Allá quedaba oculto, entrepañado –como entre mis
piernas el algodón oprobioso- un lapso de mi pubertad con bicicleta y carreras
y salto a la cuerda y rayuela, marcado por las inexorables sentencias maternas:
“Ningún ejercicio violento durante esos días. Reposo y tranquilidad. Te sentás
en la hamaca sin agitarte mucho porque”xxxiii.

El androcentrismo queda perfectamente reflejado en la posición de


privilegio del hermano: “esa vez, claro, fue el ciclomotor para él, para mi
hermano; fue la calle, la libertad, las distancias abiertas, sin que le resultara
imprescindible su condición de niño-bueno; él “era”, nomás, “era” sin adjetivos y
el orbe todo estaba hecho a su medida, no a la mía.”xxxiv

Para el hermano, el hombre, el varón, la admiración orgullosa de la


madre y de la abuela. Para la niña, la protección y las veladas prohibiciones. La
menstruación la ha hecho mujer y con ello ha quedado sometida al destino
inexorable de las mujeres. “sonreías (abuela) y me tendías, cada tanto, tu
mano empalidecida, resquebrajada, y las dos nos uníamos compartiendo
vagamente un sentir común: la misma limitación, sí, tú eras la vejez, la seca-
paulatina-inexorable de la sangre y la piel, los miembros que, oh dolor, pronto
pasarían a ser fúnebres ramos; yo era el racimo fresco pero avergonzado-
humillado-atrapado ya desde el principio de la vida; mujer-marcada-para-
siempre por la Biblia, por ti, por mamá, por “ellos” y “todos los demás”, aunque
ninguna de las dos lo supiéramos.”xxxv

Pero hubo también un despertar al placer, cuando en las noches de


verano, la niña Inés se dejaba bañar por la luz de la luna y el aroma de la
dama-de-la-noche y sus manos, “impulsadas por quién sabe qué energía
surgida del hechizo nocturno empezaban a deslizarse –también ellas ninfas
peligrosamente traviesas, peligrosamente mágicas- para encontrar las zonas
más sensitivas de aquel molusco vivo, expectante, que mis piernas oprimían
celosamente”.xxxvi

Dos mundos opuestos: la sensualidad que despertó en la infancia y el


radical mandato que le impone en la adolescencia: ser “huerto-cerrado”,
mantener intacto el Himen, algo tan frágil y delicado que “hay que cuidarlo igual
que si fuera de oro, Inesita”xxxvii…”era lo-más-leve-lo-más-delicado-lo-más-
frágil, ah, y si se rompe. “Cuidado con el chorro del bidet, Inesita; que no salga
con fuerza porque entonces el himen”.”xxxviii
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En ese mundo oscuro, de veladas referencias a la sexualidad siempre
desde el miedo y la prohibición, Inés descubre el sexo masculino, (“la pija” que
rompe el himen de las mujeres en palabras de su compañera del colegio), y el
acto sexual, al pasar las horas de siesta en el dormitorio de sus padres durante
el verano. Educada en una religión férrea, representada por su abuela, las
monjas del colegio y su confesor, ahogará la culpabilidad de su descubrimiento
con la penitencia de una salve y tres avemarías. Avanza en su adolescencia
odiando al hermano, varón privilegiado, odiando-queriendo a su padre y
soportando, “en afanosos ejercicio de represión” a su madre y su abuela. La
habían hecho odiar la menstruación y el himen, pero no se atrevía a derribar
por sí misma las barreras y los tabúes.

A los dieciséis, descubrirá el alcoholismo del padre, cuando acude a


comunicarle su decisión de ser actriz. Nunca llevará a cabo su deseo, pese al
apoyo paterno, por la férrea negativa de su madre y su abuela. Frustrada e
intentado vengarse de la moral impuesta, buscará una primera relación sexual
(romper por fin el sagrado Himen), sin placer, con un profesor de la
universidad, casado, padre de dos hijos y quizás ocultamente homosexual.
Tras la muerte de su abuela, su madre procura un matrimonio de acuerdo con
las convenciones sociales. “Habría matrimonio, sí, no obstante el duelo reciente
y el himen roto y el padre-estragado-por-el-vicio (eras entonces una sombra
indecisa, papá, hundido visceralmente en el alcohol y en tus libros); no
obstante la inercia soporosa que me había ganado y que me sumergiría en un
limbo sin formas ni movimiento.”xxxix

Al igual que en caso de Laura, se trata de un matrimonio sin amor, sin


deseo, y que supone el sacrificio de todo proyecto vital personal en aras de
cumplir el rol de esposa legítima y madre. Pero en este caso, Inés se rebela
durante el banquete, antes de la noche de bodas, y busca la complicidad de su
padre para huir. “Ignoro a qué alta hora te confío mi plan; solo recuerdo una
leve sonrisa esbozada en tus labios pálidos. Y fue la aceptación y otra vez la
conjura aunque muy poco hablamos: no habría noche-de-bodas-en-la-suite, no
habría manos de Agustín Nicanor explorando mi cuerpo, no habría horribles
estalactitas de la luna en busca de pasivas estalagmitas terrestres; tú y yo
solos, confabulados, íbamos a fugarnos sin fugarnos pero sería igual casi igual,
padre- a si nos fugáramos realmente: me tendí en la alfombra y apoyé la
cabeza en tus rodillas y empezamos, otra vez, a beber: había sobre la mesa, a
tu costado, una buena reserva de champaña y de whisky. Entonces recorrimos
juntos, por única vez, todos los paraísos y todos los infiernos.” ¿Incesto?
¿Fantasía?... Así los encuentran a la madrugada…”tirados sobre la alfombra,
arrojados en el mundo, borrachos, completamente ajenos. Purificados tal vez
en la llama voraz que había brotado de nosotros mismos. Sumergidos para
siempre en un universo que nada se relacionaba con el de los otros; habíamos
roto, por fin todos los lazos. …. ¿los habíamos roto, realmente? ¿O solamente
estábamos hundidos, ahora por propia determinación, en el oscuro fondo de la
noche, igual que en este momento, papá, cuando no pudo resolverme a
arriesgar el último salto?”xl

10
La vergüenza, el oprobio, la destrucción del matrimonio apenas
comenzado. Poco después, la muerte del padre. Y para Inés, años de huída,
de búsqueda de una felicidad que, al igual que en el caso de Laura, nunca
llega. “Querías sentir, gozar y, sobre todo, papá, deseaba olvidarte, matarte
definitivamente para hacer, oh ilusa, mi propia vida.”xli

Y un día, invadiendo ese mundo pequeño, pobre, endogámico, ajeno a


la injusticia, a la represión, a la dictadura que asolan el país, rompiendo la
cáscara del Huevo gigantesco en que Inés y su familia se habían refugiado
toda la vida, aparecen los ojos de un niño que vuelven ahora en esta noche
oscura, quizás la última de Inés. “Sí, la situación del país había cambiado: la
gente carecía de trabajo y había hambre; muchos luchaban y la lucha era
muerte. Había enfrentamientos callejeros, represión, presos, asesinados. Todo
eso a lo que yo me había obstinado en permanecer ajena… Todo eso, sí,
mamá, papá, abuelita; la realidad que no habíamos querido ver, trepados como
estábamos en el huevo gigantesco, trastabillando cada uno en su propia
soledad”. Fue otra noche, cuando una joven vecina llamó a su puerta para
pedirle que se quedara con su niño. Una noche que Inés pasó en vela,
observando al niño dormido en el sofá. El único contacto de Inés con otra
realidad que hubiera podido salvarla. El único acto de generosidad, de una
salida al mundo que quizás hubiera podido dar sentido a su vida.

En ambos relatos, la autora nos lleva de la mano por el angustioso


monólogo de una mujer al final de su vida, trazando una acertadísima crítica de
la hipocresía de la alta burguesía y de la política sexual patriarcal.

Las historias de Laura e Inés, su iniciación a la sexualidad, las normas


impuestas en el ámbito familiar, la represión religiosa, pueden parecernos
pertenecientes a otra época, pero es importante recordar que el patriarcado,
como sistema de opresión bien arraigado, es capaz de adaptar su discurso a
diferentes momentos para seguir manteniendo un mismo orden de relaciones
humanas. En los países en que se ha avanzado considerablemente en el logro
de derechos y libertades para las mujeres, podemos considerar que han
quedado atrás ciertos tabúes, normas y prohibiciones, y se supone que no
encontramos ya patriarcados basados en la coacción a través de imposiciones
legales. Más bien, vivimos en el patriarcado del consentimiento. Al igual que en
los relatos de Sylvia Lago, Laura ha “decidido libremente” casarse por dinero, y
caer en el vacío de los sucesivos amantes, e Inés “decide” aceptar el
matrimonio impuesto con Agustín Nicanor. También en nombre de la libertad
individual se construye actualmente el discurso del “mito de la libre elección”,
para seguir manteniendo una doble moral sexual, que permite y justifica la
existencia de un mercado internacional de trata de mujeres y niñas prostituidas
y el sometimiento de las mujeres de países “desarrollados y democráticos” a
múltiples tabúes patriarcales. Sin visibilizar y cuestionar la doble moral sexual
que continúa en la base de la desigualdad entre mujeres y hombres, no es
posible lograr la deconstrucción de la sociedad patriarcal, pese a los logros
conseguidos en otros campos. …”la sexualidad ha modulado y ha reproducido
las relaciones de desigualdad entre hombres y mujeres. Los hombres han sido
el Sujeto en casi todos los sentidos posibles y, como tales, definieron la
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sexualidad como su sexualidad. … En este reparto, los hombres establecieron
distintas instituciones que les garantizaban tanto la permanencia como la
variedad en sus parejas sexuales.”xlii Las obras de ensayo de Kate Millet y
Carole Pateman siguen estando vigentes en el momento actual. Y también
merecen ser leídas en la actualidad obras como los relatos de Sylvia Lago, que
contribuyen a la visibilización, crítica y de-construcción de la política sexual
patriarcal, con un lenguaje y una estructura narrativa de alto valor literario.

Breve reseña biográfica de Sylvia Lago (Montevideo 1932). Novelista,


cuentista, crítica literaria, catedrática de literatura uruguaya y directora del
Departamento de Literatura Uruguaya y Latinoamericana en la Facultad de
Humanidades de Montevideo. En sus obras combina con gran maestría el uso
del lenguaje y la crítica de diferentes formas de abuso e injusticia, desde la falta
de sentido en la vida de una mujer, cuyo monólogo pone de manifiesto todas
las contradicciones del patriarcado, hasta las formas más despiadadas de
crueldad en la guerra o bajo la dictadura. OBRAS: Novelas: Trajano (1960),
Tan solos en el verano (1962), La última razón (1970), Saltos mortales (2000).
Relatos: Detrás del rojo (1967), Las flores conjuradas (1972) y El corazón de la
noche. (1985). Muchos de estos relatos están recogidos en las colecciones
Días dorados, días en sombra (1996), y La adopción y otros relatos. Antología
personal (2008). Desde la penumbra (2012).
Enlaces:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/lago_sylvia/index.htm
http://www.mec.gub.uy/academiadeletras/Boletines/01/Lago.htm
http://www.ucm.es/info/especulo/numero21/s_lago.html
http://www.larepublica.com.uy/mujeres/293536-sylvia-lago-abrace-la-
literaturaconviolenciay-con-pasion
http://fp.chasque.net/~relacion/0711/lago.htm
http://www.elpais.com.uy/cultural/convocando-fantasmas-sylvia-lago.html

Texto completo de Días Dorados de la Señora Pieldediamante. http://letras-


uruguay.espaciolatino.com/lago_sylvia/dias_dorados.htm

i
Kate Millet. La Política Sexual. Edit. Cátedra. Col. Feminismos. Madrid, 2010 . Pág. 70
ii
Íbid. Pág. 82
iii
Íbid. Pág. 88
iv
Sylvia Lago. Días Dorados de la Señora Pieldediamante, en La Adopción y otros relatos. Planeta.
Montevideo, 2007. Pág. 55
v
Sylvia Lago. Días Dorados de la Señora Pieldediamante, en La Adopción y otros relatos. Planeta.
Montevideo, 2007. Pág. 55
vi
Kate Millet. La Política Sexual. Edit. Cátedra. Col. Feminismos. Madrid, 2010 . Pág. 83
vii
Sylvia Lago. Días Dorados de la Señora Pieldediamante, en La Adopción y otros relatos. Planeta.
Montevideo, 2007. Pág. 65
viii
Íbid. Pág. 65
12
ix
Íbid. Pág. 66
x
Íbid. Pág. 66
xi
Íbid. Pág. 66-67
xii
Íbid. Pág. 67
xiii
Íbid. Pág. 67-68
xiv
Íbid. Pág. 59
xv
Íbid. Pág. 62
xvi
Íbid. Pág. 62
xvii
Íbid. Pág. 62-63

xviii
Íbid. Pág. 69
xix
Íbid. Pág. 70-71
xx
Íbid. Pág . 71
xxi
Íbid. Pág. 72-73
xxii
Íbid. Pág. 73
xxiii
Íbid. Pag. 54
xxiv
Íbid. Pág. 60
xxv
Íbid. Pág. 55
xxvi
Íbid. Pág. 54-55
xxvii
Kate Millet. op. cit. Pág. 67
xxviii
Íbid. Pág. 69
xxix
Íbid. Pág. 60
xxx
Íbid. Pág. 79
xxxi
Sylvia Lago. El Corazón de la Noche, en La Adopción y otros relatos. Planeta. Montevideo, 2007.
Pág.130-131
xxxii
Íbid. Pág. 131
xxxiii
Íbid. Pág. 132
xxxiv
Íbid. Pág. 132
xxxv
Íbid. Pág. 133
xxxvi
Íbid. Pág. 135
xxxvii
Íbid. Pág. 136
xxxviii
Íbid. Pág. 136
xxxix
Íbid. Pág. 159
xl
Íbid. Pág. 162
xli
Íbid. Pág. 165
xlii
Ana de Miguel. Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Cátedra. Col. Feminismos. Madrid.
Pág. 125

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