Sor Juana Inés de la Cruz, retratada siendo una adolescente, antes de coger los hábitos.
Fue una niña prodigio y una mujer de portentoso talento. De madre criolla analfabeta y padre
militar español, aprendió a leer a muy corta edad (cuentan que a los tres años) en el nada
feminista siglo XVII y tuvo la osadía de consagrar su vida al estudio y la escritura y no a su
marido y a su progenie. Para ello se hizo monja, primero carmelita y luego jerónima, no tanto
por vocación divina como por necesidad de encontrar un espacio para sí misma y para
dedicarse al conocimiento. Convirtió su celda en una gran biblioteca y en un punto de
encuentro cultural. Fue una poeta intelectual, según Octavio Paz. Gracias a su determinación,
la literatura tardía del Barroco, el Siglo de Oro de las letras en español, ganó una de sus
escritoras más insignes y la lucha por la igualdad de las mujeres, a uno de sus referentes
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protofeministas. Fue Juana de Asbaje o Juana Ramírez,nacida en 1648 (puede que en 1651)
en la población mexicana de Nepantla y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, aunque muy
pronto se la conoció como sor Juana Inés de la Cruz.
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Poeta, ensayista, crítico y editor, Sergio Téllez-Pon (Ciudad de México, 1981) responde por
correo electrónico a algunas preguntas formuladas por este periódico a propósito de la
publicación el 3 de abril de la recopilación de la obra de sor Juana Inés de la Cruz, en la que
confluye la sociedad de la Nueva España, el culteranismo de Góngora y la influencia de
Quevedo y Calderón.
Respuesta. Surgió a partir de la muerte de Antonio Alatorre, eminente sor juanista y quien fue
mi profesor en la universidad, específicamente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM,
donde junto con él leí la obra de sor Juana Inés de la Cruz. Él cuenta en su edición de 2009 de
la Lírica personal de sor Juana que le habría gustado poner en un apartado todos los poemas
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que la monja le escribió a la virreina. Pero esto no fue posible porque no se lo permitieron en el
Fondo de Cultura Económica (editorial mexicana). Así que yo retomé la idea y, en homenaje a
él, lo hice pues, desde 1689 Francisco de las Heras, el secretario de la virreina y el primer
editor de sor Juana, se propuso poner los poemas dispersos para que el lector no se pudiera
dar cuenta bien a bien de cómo fue esta intensa relación. De manera que a lo largo de más de
tres siglos no hemos podido leer esta veta de la poesía de sor Juana.
Mi propósito es invitar al lector que ya conoce la obra de sor Juana o que se acerca por primera
vez, a que la lea sin una venda en los ojos, sin prejuicios ni tabús sexuales. Que lea cómo las
relaciones humanas son lo mismo de apasionadas sin importar el género o la sexualidad de los
enamorados.
P. ¿Cree que su visión sobre la relación amorosa y lésbica entre sor Juana Inés y María Luisa
Gonzaga Manrique de Lara levantará ampollas entre la legión de seguidores de la escritora?
R. No lo creo, por fortuna, este tema ha sido estudiado por otros “sor juanistas”, lo que pasa es
que esos estudios por lo general surgen en la academia, en las universidades, y allí se quedan.
Lo que yo he hecho, por decirlo de alguna manera, es sacarlo del armario y sacarlo de las
aulas y los cubículos de investigación. Ahora bien, para los muchísimos lectores de sor Juana
será otra forma de leerla: justamente en eso consiste esta antología, en proponerle al lector
otra forma de leer a la monja jerónima, sin espesos velos hagiográficos, es decir, haciéndola
más humana, y por eso mismo sin prejuicios ni tabús sexuales. Estoy seguro de que así,
leyéndola de forma más humana, sus innumerables lectores la sentirán más cerca y hasta más
actual.
R. ¡En muchísimos! Son casi 50 poemas dedicados o escritos tan solo para María Luisa pero
va un ejemplo: [Lisi es uno de los nombres con los que sor Juana Inés de la Cruz se refería a la
virreina]
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En ese soneto, sor Juana deja claro que ama a la condesa, no importa si es correspondida o
no, pero le expresa su sentir y, sobre todo, sabe que este amor no puede ir más allá porque
para que el deseo se mantenga vivo no debe realizarse, su consumación sería su propio
fracaso. Es un tópico poético muy usado por los poetas: obstinarse en no saciar la sed, viajar
sin llegar al destino, como Ulises, porque el viaje es la experiencia y llegar a Ítaca es la
conclusión de todo lo que se aprende en el viaje. Sor Juana no quiere consumar su amor y es
que tampoco puede porque por una parte, ella obedece sus votos de castidad y, por la otra, la
jerarquía de la condesa no le permitiría mantener una relación sexual con una plebeya.
R. Al igual que Francisco de las Heras, Octavio Paz y Antonio Alatorre, creo que así fue: una
relación intensa pero casta. Para enamorarte de alguien no necesitas llegar hasta la cama.
Ahora existe el término “sapiosexual”, es decir, que te enamoras de la inteligencia de alguien
más que de su cuerpo o de su estatus y, vaya, viéndolo retrospectivamente, creo que en el
caso de sor Juana y María Luisa se enamoraron intelectualmente, pero se enamoraron al fin.
R. Desde luego, María Luisa era una persona muy importante para ella, fue quien la ayudó a
quitarse de encima al odioso padre Núñez de Miranda, quien la estimulaba creativamente, con
quien compartía muchas cosas en común. Así que las muestras tiránicas de la virreina la
agobiaban mucho. Cualquier señal, gesto tierno o desdén por parte de María Luisa la
entusiasmaba o la agobiaba. Los enamorados de ahora nos molestamos porque la persona que
amamos (que es alguien muy importante para nosotros) no nos contesta el móvil o nos deja
con dos palomitas vistas en el Whatsapp y, bueno, eso también les pasó a ellas: cuando sor
Juana no le escribía desde el convento, María Luisa se lo reclamó; y cuando la virreina la fue a
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P. ¿Comparte la afirmación del prologuista, Ramón Martínez, de que la poesía de sor Juana
Inés de la Cruz forma parte definitivamente del corpus literario más propio de las personas no
heterosexuales? ¿Por qué?
R. Por supuesto. Otros estudiosos queer como Judith Butler y Didier Eribon han escrito que los
gais tenemos un “canon alterno” de obras literarias que, dice Butler y la secunda Eribon,
ayudaron a la creación de la identidad gay (ellos mencionan a autores en lengua inglesa y
francesa, lógicamente, pues Butler es estadounidense y Eribon francés: Melville, Whitman,
Wilde o Proust, André Gide, Jean Cocteau y Jean Genet). Y lo mismo se puede decir de los
poemas amorosos de sor Juana. Lo que pasa es que en la lengua española nos hemos tardado
en asumir y reivindicar a nuestros escritores gais para alimentar nuestra identidad y cultura gay.
Espero que este libro sea el inicio para que otros estudiosos lo hagan con otros escritores gais
del pasado: sería interesante sacar de las obras completas, la poesía homoerótica de Vicente
Aleixandre, un poeta que pocas veces asume que el inspirador de sus versos es otro hombre o
que ya sin el ojo de la familia, se puedan leer los poemas gais de García Lorca. Con Cernuda,
por fortuna, la cosa es más fácil pues él fue el más radical de todos ellos: Cernuda fue como la
sor Juana del 27: sin prejuicios, sin tabús, cantó siempre su amor por otro hombre.
P. ¿Y la opinión de Octavio Paz relativa a que sor Juan Inés estaba absorbida por la pasión del
conocimiento, que, precisamente por ella, "tiene que neutralizar su sexo para poder acceder al
ansia de conocer"?
R. Bueno, Paz se refiere a que sor Juana tuvo que hacerse pasar por hombre para ingresar a la
universidad y así saciar su sed de conocimiento, ¡pero es que hasta en eso fue muy radical
esta monja! Querer estudiar, aprender, no era precisamente algo que se les permitiera hacer
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tan fácil a las mujeres durante el virreinato, así que ella se las ingenió para romper con ese
supuesto. Y luego, tampoco entró al convento por ser muy beata o piadosa: si lo hizo, ella
misma lo escribió, fue porque no quería que la casaran, tener que pasar sus días atendiendo a
un marido y a los hijos: lo que ella quería era leer y aprender y el único lugar donde la podían
dejar en paz para hacerlo era en un convento, así que allí fue a dar. Y finalmente, también
rompió toda relación con el tiránico padre Núnez de Miranda en tiempos en que se creía que
las mujeres eran inferiores intelectualmente y que para dar cualquier paso necesitaban del
consejo de un hombre: romper con él fue otra de las muestras de su genialidad, de que ella
sola se valía por sí misma. Fue así como rompió con los paradigmas de su sexo (el “sexo
débil”, según la misógina definición de la RAE) en pos de su vida intelectual y también, por qué
no, de su sexualidad.
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