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¿Para qué enseñar filosofía?

Autor: Giovanny Carreño Díaz

Cada vez que se inicia un curso de filosofía los


estudiantes se preguntan ¿y para qué sirve esta
materia? Como profesores podemos dar desde las
respuestas más complejas hasta las más sencillas.
Algunos pueden responder con alguna proposición
abstracta y elevada. Otros pueden indicarles a sus
discípulos que la materia es muy fácil y que no deben
temer, porque realmente lo importante es desarrollar
algunas competencias con las cuales puedan
desenvolverse en el ámbito académico y en la vida
cotidiana.

A la base de la pregunta del para qué la enseñanza de


la filosofía, subyace otra: ¿qué es la filosofía?
Podemos contestar con la respuesta de Heidegger en su trabajo del mismo título "Filosofía
es traducir al lenguaje la llamada del ser del ente." Pero si contestamos de esta manera, lo
más probable es que nuestros alumnos se sientan confundidos y crean que la labor será
inútil y aburrida. No basta con indicarle al alumno que la filosofía es la disciplina máxima
del saber y que en ella están contenidos un sin número de teorías y autores dedicados a
pensar lo más complejo de la realidad. De acuerdo a lo anterior, en las siguientes líneas se
exponen cuatro razones básicas por las cuales es imprescindible la enseñanza de la
filosofía.

Enseñar filosofía para recuperar el sentido de los valores

Cotidianamente se escucha decir que la sociedad actual vive una crisis de valores. Los
mayores acusan a los jóvenes de no tener una escala de valores que les permita vivir
auténticamente. Añoran las épocas pasadas e incesantemente cuestionan la forma en que se
vive. La sociedad oferta gran cantidad de posibilidades que hacen del ser humano un
individuo vulnerable y presa del facilismo. No es que en la actualidad se niegue la
existencia de los valores. El problema radica en la vertiginosa mutación de valores. Otrora
existían mayores seguridades e instituciones que proporcionaban las tablas axiológicas. El
bueno era quien obedecía y cumplía fielmente lo que unos cuantos proponían. En el
presente hay una fuerte tendencia al cambio. Sin embargo, ello no justifica que todo
comportamiento sea válido, como pretenden afirmar ciertas esferas de la sociedad.
Debemos enseñar el sentido que tiene para el ser
humano guiarse de acuerdo a unos valores. Es decir,
de acuerdo a unas realidades que aparecen intangibles,
pero que se materializan en el comportamiento. Y
cuando digo enseñar, no estoy afirmando que debemos
llenar a los alumnos con un cúmulo de conceptos en
donde ellos recitan literalmente las definiciones dadas
por los autores. Una de las formas más indicadas para
enseñar los valores es la práctica. Resulta inoficiosa la
prédica si en realidad no logramos transmitir el
sentido de los valores. Y el sentido se logra sólo a
través del ejemplo. Es decir, no pretendamos que
nuestros hijos y estudiantes asuman valores si
nosotros les demostramos con nuestra actuación que
todo da lo mismo. Con actitudes tales como ser fiel o
infiel es cuestión de gustos y preferencias; ser
honrado o deshonesto depende de la situación; decir la
verdad o engañar es asunto del momento, sólo
logramos perpetuar un relativismo moral a través del
cual falseamos los comportamientos correctos.
Nosotros damos sentido a los valores cada vez que asumimos posiciones firmes y
decididas; no dogmáticas y totalitarias. Actuemos con convencimiento y no flaqueemos.
Seamos tolerantes con los asuntos triviales, pero no mostremos tolerancia ante las
situaciones que degradan la dignidad humana. Andemos con la verdad, es decir, con
transparencia, porque sólo así estaremos en condiciones de exigirles a las nuevas
generaciones la construcción de un mundo más humano.

A través de la filosofía es posible que el alumno confronte su escala de valores y decida


libremente optar por la vida en abundancia o por el escurridizo laberinto de la destrucción.
Puestas así las cosas, la enseñanza de los valores conduce a indagar por su esencia y
significado. Debemos preguntar a los alumnos por sus aspiraciones más altas y desde allí
direccionar el sentido de los valores. Resulta fundamental transmitir pasión por la vida y no
dejar que ellos se pierdan en los supuestos valores que coloca la sociedad, porque si al ser
humano le arrancáramos el mundo de las valoraciones y quedaran éstas encerradas en una
esfera subjetiva, se provocaría una profunda deshumanización y la tierra se convertiría en
un lugar inhabitable.

Enseñar filosofía para adquirir una conciencia crítica de la realidad y superar el


conformismo

De nada sirve en la vida asumir posiciones neutrales o pasivas, pues quienes así lo hacen
pierden el auténtico derrotero de la existencia. Durante una época no muy lejana, en
América Latina, se propuso a nivel pedagógico que la enseñanza debería contener un alto
sentido crítico. Las teorías pontificaron demasiado al respecto y parece que las grandes
aspiraciones porque el mundo obtuviera un orden social más justo y humano se
difuminaron rápidamente. Hoy se afirma que debemos formar en los jóvenes un sentido
crítico. Debemos enseñarles, por lo menos así se sostiene en teoría, a descifrar los lenguajes
que se ocultan detrás de la realidad.

En oportunidades creemos que formar un juicio crítico consiste en que el alumno asuma
posiciones de rebeldía frente a las instituciones. La formación del juicio crítico se inicia en
el momento en que el individuo contrasta los elementos teóricos con su más inmediata y
emergente situación. Una conciencia crítica implica ser consciente de lo que se aprende y la
significación de lo aprendido. La crítica es cambio y si lo que elaboran los alumnos a nivel
humanístico no transforma su condición personal no es posible hablar que han adquirido
conciencia crítica.

Parece que como sujetos de una sociedad estuviéramos condenados a permanecer


conformes. La conformidad se homologa con la pasividad. Si asumimos actitudes pasivas
es difícil que logremos dar un nuevo giro a la sociedad. La tendencia a asumir los
dictámenes de un orden establecido es cada vez más creciente y sus consecuencias pueden
ser nefastas. Por ello, de nuestras aulas debemos desterrar los comportamientos
conformistas y llevar a los alumnos a adquirir formas de cambio constante. Y cambio
constante significa ver la existencia con ojos renovados, sin caer en pesimismos o utopías
fantásticas; poner en escena las habilidades personales al servicio de los otros, ser diferente
en la manera de proyectar la existencia sin desconocer que el otro también es
responsabilidad mía y que los niveles de deshumanización no pueden ser el común
denominador de la historia.

Tener conciencia crítica se traduce en la actitud que describe Platón en la alegoría de la


Caverna, cuando el hombre que se libera y sale de las tinieblas y ve la luz del sol siente la
imperante necesidad de ir y comunicar a los otros que la realidad que ven es falsa y
engañosa; que las sombras mantienen al ser humano enajenado y no es posible estar
viviendo en un mundo de oscuridades e incertidumbres. Ojalá los alumnos al terminar un
curso de filosofía puedan identificar las sombras que la sociedad les propone y sientan la
necesidad de abandonar el mundo oscuro de la sensación, el cual en el fondo se convierte
en la negra noche donde resplandecen y ruedan fuegos enceguecedores e inverosímiles.

Enseñar filosofía porque, hoy como ayer, es necesario andar por el camino del amor

El amor es una dimensión que reta nuestra condición


humana. Gran parte de la crisis que viven los
individuos se cifra en no saber cómo y a quién
realmente amar. El amor se asemeja a un manantial de
agua, el cual si no se sabe utilizar y cuidar puede
llevarnos a la muerte, quizás no física, pero sí
emocional. La cátedra amatoria no se puede enseñar a
través de las fórmulas y los teoremas. Teorizar sobre
esta dimensión del ser humano puede resultar
escurridizo, especialmente cuando queremos que los
otros sigan los parámetros a través de los cuales
nosotros hemos alcanzado la satisfacción o el fracaso.
Si bien es cierto que la fórmula secreta para el amor no
se saca de los laboratorios o de las aulas, si es posible
dar orientaciones con las cuales nuestros jóvenes se
enfrenten al arte de amar.

El amor como realidad que se va conociendo debe

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