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Esto la lleva al examen de los debates actuales sobre la cultura dentro del mundo
académico y más allá de sus fronteras, en los cuales sorprende la obsolescencia del viejo
contraste entre cultura y civilización cargado de prejuicios. La postura dominante, nos dice,
se basa en una concepción igualitaria de la cultura, que deviene de la antropología
funcionalista de Malinowski, y el estructuralismo de Levi-Strauss (Benhabid, S. 2006:
p.24). Ahora bien, a este respecto debo añadir que ya en los pasados trabajos hemos visto el
carácter de la especificidad cultural (dentro del marco del multiculturalismo) de la que la
historiografía cultural hace uso. Un ejemplo pertinente de esto, sería el utilizado por
Edward Said para analizar las nociones sobre el islam en su trabajo sobre los intelectuales
(previamente citado) en el cual se vale de la multiplicidad regional que conforma a las
comunidades islámicas, y dentro de esta la multiplicidad de lenguas y representaciones que
hay sobre el mismo.
Podríamos ligar esta cuestión del lenguaje en las representaciones culturales con lo
tratado en el primer trabajo, donde Nietzsche afirma la invención de una designación
uniformemente valida y obligatoria de las cosas, donde el lenguaje proporciona las leyes de
la verdad. Esto genera, en su concepción, la diferenciación entre verdad y mentira, siendo el
mentiroso el que utiliza las legislaciones, las palabras, para hacer parecer real lo irreal
(Nietzsche. 1873: p.4) esto resulta útil e interesante en tanto que el ejemplo tomado del
trabajo de Said recorre, en cierta medida la misma línea, lo que Said intenta visibilizar es el
ideario que la gente tiene sobre el islam basado en esta concepción de una designación
uniformemente valida. Esto seria, si preguntáramos hoy a un sujeto que imagen tiene del
islam, seguramente su respuesta esté ligada a la representación que otros han impuesto
sobre el mismo y no sobre su conocimiento sobre el islam. Así, Foucault dirá que, la
voluntad de verdad es tan profundamente histórica como cualquier otro sistema de
exclusión, tan arbitraria y a la vez modificable en el transcurso de la historia (Foucault, M.
1970-71: p. 18)
En consecuencia, mirando las producciones previas y los aportes tomados del texto de
Sheila Benhabid, podemos decir que nuestra actitud como intelectuales, frente a los
peligros de estas concepciones de la cultura, a las acciones que en nombre de “prácticas
culturales” legitiman violencias, dominaciones, etc. debe ser crítica, aun cuando
compartamos en forma mayoritaria las formas que esa cultura representa.