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IES Nro.1 Dra.

Alicia Moreau de Justo

Profesorado superior de historia

Catedra: Nuevos escenarios: tecnología, cultura, subjetividad

Alumno: Nahuel, Nuñez.

Año de cursada: 2019

Trabajo práctico nro. 4: síntesis y reflexión sobre las reivindicaciones culturales

El surgimiento de la cultura como un campo de intensa controversia política es uno


de los aspectos más desconcertantes de la situación actual (Benhabid, S. 2006: p.21). Así
comienza su análisis sobre las reivindicaciones culturales Sheila Benhabid en su libro
publicado en 2006, poniendo como un ejemplo de esta clase de controversia política los
debates acerca de la enseñanza de la historia en un marco de planes multiculturales, lo que
nos enfrenta continuamente a “escaramuzas o guerras culturales” (Benhabid, S. 2006: p.21)

Benhabid nos dice que cultura se ha vuelto un sinónimo ubicuo de identidad, un


indicador y diferenciador de identidad, y que resulta novedoso que los grupos que
actualmente se construyen en torno de dichos indicadores identitarios, exigen el
reconocimiento legal y la distribución de los recursos del Estado y sus organismos para
preservar y proteger sus especificidades culturales. Visto de esta forma, da la impresión de
que Benhabid replicara el discurso contemporáneo que niega la integración de las culturas
(pongamos como ejemplo las originarias) dentro de la identidad nacional o del Estado
nacional (en términos de sus reivindicaciones), pero en rigor de verdad lo que está
marcando es la novedad de la política identitaria involucrando al Estado en las guerras
culturales (Benhabid, S. 2006: p.22). Para demostrar de alguna forma esta postura, toma
como ejemplo distintas legislaciones de distintos países, en cuanto a la cultura refieren, que
confirman ese aspecto del reclamo de la legalidad cultural.

Esto la lleva al examen de los debates actuales sobre la cultura dentro del mundo
académico y más allá de sus fronteras, en los cuales sorprende la obsolescencia del viejo
contraste entre cultura y civilización cargado de prejuicios. La postura dominante, nos dice,
se basa en una concepción igualitaria de la cultura, que deviene de la antropología
funcionalista de Malinowski, y el estructuralismo de Levi-Strauss (Benhabid, S. 2006:
p.24). Ahora bien, a este respecto debo añadir que ya en los pasados trabajos hemos visto el
carácter de la especificidad cultural (dentro del marco del multiculturalismo) de la que la
historiografía cultural hace uso. Un ejemplo pertinente de esto, sería el utilizado por
Edward Said para analizar las nociones sobre el islam en su trabajo sobre los intelectuales
(previamente citado) en el cual se vale de la multiplicidad regional que conforma a las
comunidades islámicas, y dentro de esta la multiplicidad de lenguas y representaciones que
hay sobre el mismo.

Podríamos ligar esta cuestión del lenguaje en las representaciones culturales con lo
tratado en el primer trabajo, donde Nietzsche afirma la invención de una designación
uniformemente valida y obligatoria de las cosas, donde el lenguaje proporciona las leyes de
la verdad. Esto genera, en su concepción, la diferenciación entre verdad y mentira, siendo el
mentiroso el que utiliza las legislaciones, las palabras, para hacer parecer real lo irreal
(Nietzsche. 1873: p.4) esto resulta útil e interesante en tanto que el ejemplo tomado del
trabajo de Said recorre, en cierta medida la misma línea, lo que Said intenta visibilizar es el
ideario que la gente tiene sobre el islam basado en esta concepción de una designación
uniformemente valida. Esto seria, si preguntáramos hoy a un sujeto que imagen tiene del
islam, seguramente su respuesta esté ligada a la representación que otros han impuesto
sobre el mismo y no sobre su conocimiento sobre el islam. Así, Foucault dirá que, la
voluntad de verdad es tan profundamente histórica como cualquier otro sistema de
exclusión, tan arbitraria y a la vez modificable en el transcurso de la historia (Foucault, M.
1970-71: p. 18)

En resumidas cuentas, esta cuestión de las representaciones se encuentra ligada a lo


que Nietzsche refiere, en cuanto a la verdad, como un “ejercito de metáforas”, una suma de
relaciones humanas extrapoladas, adornadas poética y retóricamente, que después de un
tiempo y un prologado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas y obligatorias- son
ilusiones que se ha olvidado que lo son- (Nietzsche. 1873: p. 6). Ligado esto a lo que con
anterioridad hemos visto de los postulados de historiadores como E. Hobsbawm sobre las
tradiciones inventadas y su anclaje en un supuesto pasado histórico.

Volvamos al postulado realizado por Sheila Benhabid. Lo que está resaltando es la


cuestión de que la mayor parte de la política cultural actual es “una extraña mezcla entre la
perspectiva antropológica sobre la igualdad democrática de todas las formas culturales y el
énfasis romántico, herderiano, en las características únicas e irreducibles de cada una de
estas formas” (Benhabid, S. 2006: p.25). En consecuencia, sean conservadores o
progresistas, estos enfoques presentan premisas epistémicas falsas: por un lado, que las
culturas son totalidades claramente definibles; en segundo término, que las culturas son
congruentes con los grupos poblacionales y que es posible realizar una descripción no
controvertida de la cultura de un grupo humano; y por último, que, aun cuando las culturas
y los grupos humanos no se corresponden entre sí, y aun cuando existe más de una cultura
dentro de un grupo humano, esto no comporta problemas a la política o las políticas
(Benhabid. 2006: p.27). En consecuencia, con estas aproximaciones, se corre el peligro de
esencializar la idea de cultura como la propiedad de un grupo étnico o raza, de deificar las
culturas como entidades separadas al poner un énfasis excesivo en su carácter definido y
delimitado, y de enfatizar demasiado la homogeneidad interna de las culturas en términos
que potencialmente puedan legitimar demandas represoras de conformidad interna
(Benhabid, S. 2006: p.27-28)

En su texto sobre la utilidad de la historia, Nietzsche afirma que “necesitamos la


historia para la vida y la acción, y no para encubrir la vida egoísta y la acción vil y
cobarde”. En este sentido, podríamos inscribir lo que Benhabid nos está mostrando dentro
de esta afirmación, pensando en la cultura como una elección subjetiva (aunque todos
vivamos en una estructura social/cultural) en la cual es el sujeto el que delimita su adhesión
a la cultura y los límites de la misma. Esto quiere decir que somos nosotros como sujetos,
los que elegimos hasta qué punto acordamos con las prácticas de nuestra cultura y que
practicas no compartimos (porque podrían estar legitimando acciones de violencia,
dominación, etc.)

En consecuencia, mirando las producciones previas y los aportes tomados del texto de
Sheila Benhabid, podemos decir que nuestra actitud como intelectuales, frente a los
peligros de estas concepciones de la cultura, a las acciones que en nombre de “prácticas
culturales” legitiman violencias, dominaciones, etc. debe ser crítica, aun cuando
compartamos en forma mayoritaria las formas que esa cultura representa.

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