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vuelta al mundo en 80
preguntas
Diálogos secretos entre una hija y su padre
Aldo Torres Baeza
La vuelta al mundo en 80 preguntas
Diálogos secretos entre una hija y su padre
Le conté a Eloísa que el hombre llegó a la luna, que caminó sobre ella, que
el acontecimiento se trasmitió al mundo… Eloísa interrumpió preguntando
si el hombre había llegado al sol.
—No —dije.
—¿Por qué? —replicó.
—Porque el calor lo impide. Se quemaría la nave, y los hombres que van en
ella.
Eloísa me miró extrañada, pensó un instante, luego propuso la solución para
que la humanidad por fin alcance su anhelado viaje al sol: ¿y si viajan de
noche?
Preguntas de Eloísa: la carta sobre la luna
De pronto, saltó una chispa. Entonces, con esa primera energía que brotaba
más allá de sus límites, nuestros ancestros pudieron comer mayor cantidad
de alimentos en menos tiempo, sobrevivir en territorios fríos, cazar animales
y desarrollar herramientas. Alrededor del fuego, también, se juntaron los
primeros hombres a compartir la comida y abrazar el cielo con los ojos.
¿Por qué las palabras?
Como ayer, alrededor del fuego nos juntamos hoy. Una casa con hoguera,
con fuego llameante, se transforma en hogar. La palabra hogar viene de
hoguera.
Viento
Un día, el viento sacó sus alas y le dio por volar sobre la vida: despeinó
árboles, elevó a los pájaros, forjó el camino del polen y dio rostro a las
piedras. También se enamoró de quien más veía: el mar, y entonces nacieron
sus hijas: las olas. Como el sonido, ningún ojo pudo verlo, pero estuvo, y
está, porque se siente estar. Y ese primer viento, aquel que respiraron
nuestros abuelos, ese viento, es el mismo que respiramos hoy. El viento nos
une.
Tierra
El único animal que tortura, que inventa armas y máquinas y vive al servicio
de ellas, que ensucia la tierra con sus desperdicios y derrocha comida que
otros necesitan, el único animal que habla sin tener nada que decir, que
tropieza dos o más veces con la misma piedra y toma agua sin tener sed.
Pero, y en este pero se encierra la magia, el único que inventa sonidos con
las manos y el palpitar de las estrellas, que arma, noche tras noche, sin
descanso, una obra de arte con aspiración a trascender su muerte, que utiliza
la razón para armar una nave que lo lleve a la luna y el corazón para
defender al desvalido. Un animal capaz de lo peor, pero también de lo
mejor. La palabra terrícola viene de un animal que le da sentido a esta
comedia indescifrable que sucede sobre la tierra, esta cosa que llamamos
vida.
Diálogos con Eloísa: los gatos de Estambul y el atajo en el centro de la
tierra
—Te ves bien hoy, papá, —me dijo Eloísa mientras, sentados en el balcón,
mirábamos la inminente retirada del sol.
—¿Sí? —respondí con una especie de orgullo mecánico—. ¿Será por mis
zapatillas, por mi pantalón, por mi camisa?...
—No —explicó—, te ves bien porque estás sonriendo.
Un cuento para Eloísa: el ladrón de sonrisas
Dicen que hubo una vez un hombre muy triste. Nunca sonreía y odiaba que
los demás lo hicieran. Entonces este señor consiguió un cofre y comenzó a
robar las sonrisas y meterlas ahí dentro: robó sonrisas falsas, sonrisas
incómodas, sonrisas seductoras, sonrisas sarcásticas y todas las sonrisas que
encontraba. Un día, una niña perdida arribó a su casa. Vio el cofre. Intentaba
abrirlo cuando llegó el ladrón de sonrisas.
—¿Qué haces, niña? —gritó, muy enfadado.
Justo en ese momento la niña consiguió abrir el cofre y miles de sonrisas
salieron de ahí dentro. Algunas de ellas se ubicaron en la cara de esa niña, y
otras en la cara del ladrón de sonrisas, también en el rostro de los policías
que llegaron. Y así las sonrisas se fueron instalando en los rostros que
fueron encontrando. En eso andan desde aquel día: buscando el rostro del
que nacieron. Un secreto: nadie sonríe dos veces de la misma forma. O sí:
sucede cuando la sonrisa reencuentra su cara. A mí me encontró una tarde,
cuando el sol partía a iluminar el otro lado del mundo. Aparece todos los
días, a la misma hora.
Diálogos con Eloísa: ¿por qué las manos?
Cierra los ojos, o los tiene abiertos. Está inmóvil y rígido, como una momia.
Una mosca vuela sobre su cabeza. Él la mira pero no la mira, o sea, sus ojos
se posan sobre la mosca pero no mira a la mosca. Es una práctica milenaria
y sádica denominada como “hacerse el muerto”. Entra su hija. Vuelve a
respirar. Experimenta la trascendencia: ha sobrevivido a sí mismo.
Resurrecciones
¿De verdad dios dijo lo que informa la biblia: someted la Tierra y dominad
sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella?, ¿es cierto que castiga a sus
hijos con fuego y agua, con el infierno o el diluvio universal?, ¿puede ser
compatible el amor que dice tener hacia nosotros y la venganza que le
cargan los libros que lo cuentan?
En cuanto a Adán, el primer hombre, ¿nació siendo adulto este abuelo de
todos y todas?, ¿en qué idioma hablaba?, ¿qué tipo de costillas tenía?, ¿era
negro, rubio o albino?, ¿qué receta tenia para vivir tantos años? Y en cuanto
al origen corporal de Adán y Eva. Hoy sabemos que incluso al interior del
vientre el bebe ya está comiendo, lo hace a través de un cordón atado a su
madre. El ombligo nos recuerda para toda la vida aquella hambre temprana.
Es la cicatriz de la comida. La Biblia informa que Dios formó al hombre del
polvo de la tierra, y a la mujer de la costilla del hombre. Según estos datos,
Adán y Eva nunca estuvieron en un vientre recibiendo comida por un
cordón. A un preguntón le preocupa un detalle: ¡¿tenían o no tenían
ombligo?!...
¿Y la madre?
“Al principio dios creó”, anuncia la Biblia. Lo que en hebreo sería “myhla
arb tysard”. Este Dios creador se denomina Elohim (myhla, en hebreo). La
etimología de Elohim resultaría así: “El” (la) se refiere a un dios masculino.
Pero también contiene una forma femenina, que es “Eloah” (h), que
significa diosa. La palabra Elohim es plural, y significa dioses y diosas. Esta
idea de un dios andrógeno se repite en otras cosmovisiones: el Andrógeno
Shiva, de la doctrina Hindú. O el Macho-hembra creador, que los sabios
aztecas —o Anáhuac— llamaban Ometecuhtli y Omecihuatlen, señor y
señora, águila y serpiente. Según la antropología gnóstica, Lemuria fue un
continente muy extenso que ocupó todo el Océano Indico. Los lemures eran
una raza de gigantes cíclopes con estaturas de cuatro, cinco o seis metros, en
la raza lemur no existían los sexos separados, la raza era hermafrodita. Cada
individuo lemur tenía los órganos sexuales (masculino y femenino)
desarrollados totalmente y su sistema de reproducción era por gemación.
Estos seres habrían sido creados a imagen y semejanza de su Dios. El Alah-
ha del Islam, en una exacta interpretación, también es un dios andrógino,
que es Unión, Uno, Todo. De hecho, en las enseñanzas interiores del Islam,
se alude a su esencia como forma femenina, y la divinidad se menciona
como la Amada, mientras que el rostro que tiene vuelto hacia el mundo
como creador y sustentado se contempla en forma masculina.
Fe de erratas
De los miedos nacen los corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños
anuncian otra realidad posible y los delirios, otra razón. Al fin y al cabo,
somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una
pieza de museo, quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis
de las contradicciones nuestras de cada día. En esa fe, fugitiva, creo. Me
resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho
humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo.
Diálogos con Eloísa: cómo multiplicar los deseos
La teoría de los reptilianos, entre otras teorías afines, asegura que una raza
de extraterrestre viviría encubierta entre los humanos. Es difícil
descubrirlos, aseguran sus seguidores.
Hay un método, sin embargo. Eloísa probó el salmón al horno.
—¡No esta rico! —exclamó—. ¡Esta riquísimo! Si una persona prueba este
pescadito y dice que no le gusta, esa persona no puede ser de la tierra, es de
otro planeta.
Ya saben los seguidores de las teorías reptilianas: cuando duden de un
posible extraterrestre camuflado entre los seres humanos, consigan un
salmón, prepárenlo con cebolla y ajo, al horno, luego inviten a comer al
sospechoso. Si prueba y no le gusta: ¡en su mesa tiene a un extraterrestre!
Diálogos con Eloísa: ¿por qué el ser humano?
—Vas a cumplir cinco años —le dije a Eloísa, mostrándole los cinco dedos
de mi mano.
—¿Por qué tenemos cinco dedos y no cuatro, o siete, o 4.140 (ese número
utilizó: 4.140)? —preguntó ella, mirando mi mano abierta.
Entonces ensayé una respuesta, digamos, religiosa: dije que así fuimos
creados, me arrepentí inmediatamente de la comodidad explicativa y pasé a
hablar de la evolución, mencioné que los caballos alargaron sus pezuñas
para correr más rápido y que el conejo se blanqueó para engañar al zorro y
que, posiblemente, por un tema evolutivo llegamos a tener cinco dedos, pero
luego dije que en realidad la teoría de Dios y la de la evolución pueden
convivir, y que…
—¡Ya sé! —interrumpió Eloísa, mostrando su mano—, tenemos cinco dedos
porque este dedito compró un huevito, el otro lo cocinó… ¿qué sigue
después?
Sonriendo, continué con la historia de los dedos: el otro le echó la sal, el
otro lo revolvió, vino el dedo gordo y se lo comió. Eloísa remató la
conversación con otra pregunta: ¿por qué el dedo gordo se comió el huevo si
no hizo nada para prepararlo?...
Preguntas de Eloísa: ¿quién le enseñó a silbar al viento?
Las aves vuelan formando una letra V, así rompen la fuerza del viento en
contra. Cuando el ave de adelante se cansa, la de atrás vuela hacia adelante,
y así se turnan para avanzar y descansar. Las serpientes cambian su piel y
son otras. Los elefantes (dato para un preguntón: los elefantes son los únicos
animales que no pueden saltar) caminan kilómetros hasta alcanzar el
descanso. Sin hablar, los animales enseñan, nos enseñan: trabaja en equipo,
enseñan las aves; duerme más, enseñan los gatos; esfuérzate, enseña la
hormiga; ama sin juicios, enseña el perro; cuida a tus hijos hasta que puedan
volar, enseñan los pájaros. Las vacas, que pastan de norte a sur siguiendo el
campo magnético de la tierra, enseñan el camino para pensar, sentir e
imaginar un nuevo mundo.
Enseñanzas de los ancestros: somos porque otros fueron
“Es@s niñ@s están muy solos”, así se llama la historia, la escribe Gabriela
García. Ahí, la periodista relata cómo abandonan a l@s niñ@s en el
Hospital San José; cuenta que Diego nació el 22 de junio a las 10:02 de la
mañana, que pesó 3.055 gramos y midió 50 centímetros, que su madre no
quiso amamantarlo, que tampoco lo vistió, que lo miró de reojo, que no lo
tomó en brazos, que se fue del hospital, sin Diego. También cuenta que
Eduardo Jaar, sicoanalista del Hospital San José, abraza a es@s niñ@s
abandonados, regala abrazos con brazos que son brazas, las primeras brazas
en abrazos de fuego, de suave fuego.
Bienvenida a una ciudad
Barren las calles de un país extraño, frio y ajeno. Limpian la basura de otros
y levantan edificios que jamás habitarán. Se acumulan en la periferia, en los
rincones perdidos de una ciudad nueva, que miran y exploran a pie. Trajeron
sus manos, sus sueños, una mochila y un papelito con las indicaciones de no
sé qué suburbio, donde los espera no sé quién. Y allá llegan: habitan
húmedas habitaciones que se confunden con la noche y el barro, desde ahí
lloran a sus hijos, a sus madres, a los suyos. Y resisten el frío de mierda que
se apodera de Santiago en inverno, se congelan esperando el calor de ese
abrazo que jamás llega. Uno de ellos murió. Murió de frío. Murió
congelado. Otros también han muerto. Nadie los reclama. Nadie los llora.
Anónimos sin voz ni rostro. Hijos de nada, ninguneados. Nadies
disolviéndose en la nada, o en esa especie de nada donde hoy está Benito
Lalane, el haitiano que murió congelado en un suburbio de Santiago.
Son haitianos, miles de haitianos que han elegido a Chile para salvarse del
infierno en el que han convertido su país. País prohibido, gente negada.
Llegan a Chile, en masa. Pasan del hacinamiento de los aviones truchos al
hacinamiento de los refugios truchos donde resisten la vida. No conocen una
palabra de español, pero sonríen, nos sonríen. Con los ojos dicen gracias, así
agradecen y saludan. “Deme un salmón de mil", era lo único que Benito
Lalane sabía decir. Yo les devuelvo las sonrisas, los busco para sonreírles,
he pensado en iniciar una campaña para regalarles sonrisas. A veces pienso
que escribir es otra forma de sonreírles, y de abrazarlos.
Dichos en duda: ¿ojos que no ven corazón que no siente?
Qué vale más, ¿el oro o la belleza? ¿Vale más el arroyo que se mueve o la
chépica fija en la ribera? A lo lejos se oye una campana que abre una herida
más, o que la cierra. ¿Es más real el agua de la fuente o la muchacha que se
mira en ella? ¿Es superior el vaso transparente o la mano del hombre que lo
crea?
Preguntas de Neruda
¿Si todos los ríos son dulces de dónde saca sal el mar? ¿Cómo saben las
estaciones que deben cambiar de camisa? ¿Por qué tan lentas en invierno y
tan palpitantes después? ¿Y cómo saben las raíces que deben subir a la luz?
¿Y luego saludar al aire con tantas flores y colores? ¿Siempre es la misma
primavera la que repite su papel?
¿Por qué los signos?
¿Tiene baño la casa de los perros?, ¿los perros toman desayuno?, ¿cuál es el
postre preferido de los perros?, ¿los perros se ríen con la cola?, ¿los perros
pueden ocupar la cola para rascarse la espalda?, ¿a los perros se les arruga la
cara con el limón?, ¿saben los perros que comiendo zanahoria podrían saltar
como los conejos y comiendo pasas podrían memorizar como los elefantes?,
¿los perros ven televisión?, ¿los perros sueñan?, ¿los perros tienen
pesadillas?, ¿se entiende un perro chino con un perro chileno?, ¿qué
significa guau?, ¿los perros entienden el lenguaje de los pájaros o los gatos?,
¿qué prefieren los perros, la luna o el sol?, ¿existe un CENSO para contar a
los perros?, ¿por qué los perros sacan la cabeza de los autos, les gusta el
viento o les gusta mirar el paisaje?, ¿los perros saben ladrar por teléfono?,
¿los perros pueden tocar la guitarra?, ¿quién le enseñó a nadar a los perros?,
¿saben silbar los perros?, ¿escuchan música los perros?, ¿por qué los perros
esconden sus huesos?, ¿podemos pedirle a los perros que nos ayuden a cavar
el hoyito que nos llevará a China?...
Un cuento para Eloísa: el misterio de los calcetines perdidos
Le conté a Eloísa que hubo una vez una casa donde desaparecían todos los
calcetines. ¿Adónde iban los calcetines?, ¿cómo desparecían?, ¿alguien los
robaba? Súper E, una niña de cinco años, se propuso descubrir el misterio.
¿Su estrategia? fue dejando los calcetines tirados en distintos lugares de la
casa, entonces descubrió que Pepa, su perrita negra, tomaba los calcetines
con su hocico y los metía en su casa de madera. Al entrar ahí dentro, la niña
detective descubrió cientos de calcetines que la perrita utilizaba como
almohada y frazadas. ¡Por fin se había resuelto el caso de los calcetines
perdidos! Fin.
Ese fue el cuento que conté a Eloísa, por lo menos mi parte, porque ella lo
extendió: y además, dijo, la perrita Pepa se robó las sillas de la casa, y la
mesa, y las plantas, y las hoyas, y la escoba, y entonces armó su propia casa
dentro de su casa de perro, y como la familia se quedó sin cosas se mudaron
todos hasta la casa de Pepa, y ahí dentro vivieron felices hasta que llegó el
invierno, y les dio mucho pero mucho frío, y entonces todos volvieron a la
casa antigua, y se taparon con los calcetines que Pepa había robado.
Diálogos con Eloísa: decir sin palabras
Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada
uno pueda encontrar la suya.
Preguntas del Principito /4
A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo,
jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar
mariposas?' Pero en cambio preguntan: '¿Qué edad tiene? ¿Cuántos
hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?' Solamente con estos
detalles creen conocerle.
Preguntas para responder en casa
En Los Detectives Salvajes, Roberto Bolaño, que nació más en los libros
que en la vida, y vivió más en su imaginación que en los países que habitó,
se pregunta qué hay detrás de la ventana. En el libro se dice que una estrella,
respuesta que, por supuesto, no convence a los preguntones.
Según Eloísa, eso es una carpa de indio puesta de lado; adentro, dice, hay
lápices, mucho humo, una cama de paja y un plástico para cubrirla en caso
de lluvia.
El vendedor de Palomas
En el centro de Santiago abundan las palomas; las hay de todo tipo. Un día,
un señor llevó hasta allá una bolsa repleta de migas que lanzó en todas
direcciones, las palomas descendieron para comer las migas. El señor se
rodeó de ellas, y entonces gritó: ¡A quinientos las palomas, dos en mil, lleve
las palomas, son las últimas que me quedan, dos en mil, dos en mil!...
Desde aquel día, ese señor se transformó en El Vendedor de Palomas. Fui a
conocerlo. Mirándolo, me pregunté entonces y me pregunto ahora por qué
solo anuncia la paz una paloma blanca y no una paloma anónima de la miles
que abundan en todos los parques del mundo, ¿será que solo traen la paz las
palomas blancas o será que el ojo ve lo que ve porque la ventana mediante
la cual nos asomamos al mundo muestra solo la fracción de la realidad que
el dueño de la casa, donde está ubicada la ventana, necesita que veamos?...
Más allá de la ventana: ojos de niñ@
New York. Un hombre toca el violín en una estación del metro. Es una fría
mañana a principios de enero. La música se cuela en medio de los apurados
transeúntes. El hombre sigue tocando, seis obras de Bach vuelven a nacer
con su violín. Al cabo de unos minutos, una señora se detiene, le lanza un
dólar y sigue caminando. Alguien más lo observa, solo unos segundos, mira
su reloj y sigue caminando. El resto simplemente pasa de largo, miles y
miles de anónimos sin mirar al violinista. Quien más prestó atención fue un
niño de unos tres años. El niño, curioso, se detuvo frente al músico. Su
madre lo tiró del brazo, una y otra vez. Pero el niño seguía frente al
violinista, con los ojos abiertos y el corazón latiendo con fuerza. La madre
seguía tirándolo del brazo, así hasta que consiguió llevárselo. Cuando el
niño ya se marchaba, volteó la cabeza para seguir mirando al violinista.
Nadie lo supo, pero ese hombre anónimo era Joshua Bell, uno de los
mejores violinistas del mundo, tocando con un violín Stradivarius tasado en
3,5 millones de dólares. Un par de días antes, Bell había repletado un teatro
en Boston. Las entradas al concierto promediaban los 100 dólares. Este
experimento social fue organizado el año 2007 por el diario The Washington
Post, intentaban comprobar si percibimos la belleza en un ambiente trivial y
a una hora inconveniente.
Conclusión: l@s niñ@s aún ven cuando ven.
Diálogos con Eloísa: ¿por qué las convenciones sociales?
En realidad, no supe qué decir cuando Eloísa preguntó por qué había
estrellas en el fondo del mar. Y como no quiero volver a quedarme mudo,
ensayo aquí posibles respuestas a la historia de las estrellas, el agua y el
pegamento. Si, por ejemplo, Eloísa me pregunta por qué los árboles no
fueron a dar al cielo cuando la tierra se llenó de agua, le diré que fue por las
raíces, que son las piernas de los árboles. Con las tormentas, las lluvias y los
relámpagos, las raíces crecen más fuertes. Eso diré. Y también diré que
cuanto más grande es la tormenta, más grande también es la raíz. El tamaño
de la raíz es proporcional a la tormenta, así como el carácter humano es
proporcional a sus catástrofes espirituales. Por eso las raíces mantuvieron a
los árboles en la Tierra. No así a las estrellas del fondo del mar ni las del
cielo, que no tenían raíces. Las raíces nos mantienen en la tierra.
Las preguntas de Eloísa: ¿cómo se oyen los colores?
Bajábamos del cerro el Panul, en La Florida. Eloísa me pidió oler esas hojas
de distintos aromas —pino, lavanda, etcétera— que se cuelgan en el
retrovisor de los automóviles. Se la pasé. Lo olió, y preguntó si todo lo que
tiene color rosado huele bien. No, dije, y agregué que un gorro o una casa
rosada no siempre huelen bien, que el color es el color y el olor es el olor.
Entonces Eloísa me preguntó por el café. El café huele bien, dijo. Qué café,
pregunté. El café que tú tomas, ese café huele rico, respondió. Entonces le
expliqué que el café que se toma tiene el mismo nombre que el color café,
así como la naranja que comemos tiene el mismo nombre que el color. Pero
que el color no huele bien ni mal, porque es distinto al olor. La
conversación, extraña, como casi todas, quedó ahí. Yo, preguntón por
excelencia, me quedé dándole vueltas.
Más tarde, investigando en internet, supe que los colores no se pueden oler,
pero si se pueden oír. Hay una persona en el mundo que lo hace, se llama
Neil Harbisson, y nació con una enfermedad que le impedía diferenciar los
colores. Para solucionar el problema, en su cerebro se le instaló una antena
que funciona traduciendo los colores en ondas sonoras. El audio es
transmitido a través de vibración de su cráneo a su oído interno y, de ese
modo, Harbisson escucha y siente los colores. Confiesa Harbisson que oye
más de 200 colores; yo me preguntó cómo se oye la sinfonía de un arcoíris,
o todas las melodías de un atardecer, o el réquiem durmiente de una noche.
¿Cómo se oyen los colores de la vida?, ¿cómo?...
Diálogos con Eloísa: una casa mágica
Eloísa dijo que su sueño es tener una casa en el árbol, y saltar con las manos
abiertas hacia el pasto, y tener un gato con ojos verdes adentro de la casa, y
flores de colores, y al abrir la puerta trasera aparecer en el mar, y luego
volver a su casa, y al abrir la ventana mirar el campo y las gallinas y las
vacas, y por las noches abrir una ventana en el techo y mirar la luna y contar
las estrellas, y meterse en una puerta subterránea, y agacharse hasta llegar a
las raíces del árbol, y ponerles pegamento para que sostengan por siempre la
casa y no se caiga ni con el viento ni con la lluvia ni con nada, y así seguir
mirando el mundo desde su casa en el árbol.
Preguntas de Eloísa: la anónima muerte de un poni sin nombre
Eloísa jugaba con dos ponis pequeños, uno de color morado y otro rosado.
Imitando la voz de uno de ellos, dijo:
—¡Oh, amiga, creo que moriré, adiós!
Entonces dejó caer a uno de los ponis sobre el piso. Se mantuvo con el poni
apoyado a la tierra, en silencio. Al rato se volteó. Con ojos inquietos,
preguntó si su poni de mentira se podía morir de verdad.
Dije que sí, luego que no, que dependía... Desde ese día que ando
buscándole respuestas a la pregunta de los ponis. He pensado en decir que
los ponis son reales y nosotros de mentira, o que no puede morir lo que
nunca vivió, y, en fin, muchas otras respuestas. Pienso, también, en algo más
sencillo: decirle a Eloísa que nombre a sus ponis de juguete, y así, cada vez
que ella mencione sus nombres, los ponis revivirán, porque las palabras dan
vida, y lo que se nombra nunca muere. Algo así.
Las palabras no mueren
¿Por qué hay tantas polillas en las noches? preguntó Eloísa. Porque siguen
la luz de los focos que se encienden en las noches, respondió Berta. Pero si
siguen la luz, dijo Eloísa, no sería mejor que salieran en el día, y no en la
noche.
Escuché esta historia y pensé en Nasredín, personaje cuyas historias sirven
para introducir las enseñanzas sufíes, la rama mística del islam. Cuenta uno
de los cuentos que Nasredín buscaba una llave de su casa a la luz de un
farol.
—¿Qué estás haciendo, Nasredín? —le pregunta un vecino.
—Estoy buscando mi llave —responde Nasredín.
Se le unió el vecino en la búsqueda. Y luego otro vecino, y luego otro más.
Al cabo de un rato, uno de los vecinos de Nasredín dice: hemos buscado tu
llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
—No, dice Nasredín.
—¿Dónde la perdiste? —pregunta el vecino.
—En mi casa.
—Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
—Porque aquí hay más luz.
Lecciones de un huevo: los cambios
Catherine Lutz, una antropóloga que convivió con la tribu de los ifaluk en
un atolón de la Melanesia, cuenta que ese pueblo, que vive en un clima
hostil, a merced de los ciclones y del inclemente mar, desconfía de la
felicidad personal, porque cree que quien se siente satisfecho con su suerte,
su situación o sus propiedades, se va a desentender del destino de los demás.
Desconocía la existencia de los ifaluk cuando ingresé de voluntario a una
escuela de educación popular: la Escuela Libre de Renca. En el acto de final
de año, Gabriel, uno de sus organizadores, habló de la felicidad: dijo que
nadie puede ser feliz sabiendo que su vecino vive preocupado por la
enfermedad incurable de su hijo, también dijo que la felicidad individual es
un truco del sistema capitalista, porque esa felicidad es un acomodo, una
ceguera que separa a unos de otros; porque la felicidad no consiste en
llenarse de cosas, adornarse de marcas y competir con el vecino. Ya al final,
Gabriel dijo que eso que hacíamos ahí, enseñar enseñándonos, liberar
liberándonos, era un modo de ser felices, de todos, de todas,
horizontalmente, al mismo tiempo.
La felicidad de Jorge Teillier: ¿un leve deslizarse de remos en el agua?
Le hablé de Víctor Jara a Eloísa, comenté que había sido actor de teatro y
cantante, que cantó canciones valientes, también le dije, escuetamente, casi
sin decir, cómo había muerto Víctor Jara. Y no lo olvidó.
Meses después de aquella conversación, nos encontramos con otro cantante
chileno en el colegio de Eloísa: con Subverso. Entonces le conté a Eloísa
que Subverso era un cantante que cantaba verdades, que era valiente, y que
se parecía a Víctor Jara. Los ojos se le llenaron de preguntas, pero solo dijo
una: ¿y no le van a cortar las manos por cantar verdades?...
Lo importante de agradecer
En uno de sus haiku, Borges se preguntaba: ¿es un imperio esa luz que se
apaga o una luciérnaga? Recordé aquel haiku después de una conversación
con Eloísa. Alguna vez le conté que el viento se producía porque un gigante,
escondido tras la cordillera, se asomaba sobre ella y soplaba. Olvidé esa
historia que alguna vez imaginé. Meses después, Eloísa, al verme soplar el
saxofón, me preguntó cómo se tocaba aquel instrumento.
—Se sopla por esta boquilla —dije.
—¡Y el gigante del viento! —interrumpió ella— ¿también toca saxofón?
—¡Que gigante! —exclamé, sin entender.
—El gigante que vive detrás de la cordillera y que sopla para que exista el
viento.
Mientras buscaba en mi memoria aquella historia, Eloísa dijo que ella creía
que el gigante del viento sí tenía un saxofón, pero que no sonaba como el
mío, pero sí como el viento. Cuando hay mucho pero mucho viento, es
porque el gigante está tocando muy pero muy fuerte su saxofón, aseguró. Se
detuvo un instante, yo permanecía en silencio. Cerró la conversación con
una pregunta:
—¿Tal vez tú seas un gigante que les tira aire a las hormigas cuando soplas
el saxofón?
Preguntas de Eloísa: la verdad de las palabrotas
Dice el dicho que “la justicia tarda pero llega”. Pero, como decía Pierre
Dubois, ¿es realmente justa la justicia que no se ejerce cuando corresponde?
Otro dicho asegura que “más vale tener un pájaro en la mano que cien
volando”, ¿no será mejor que todos vuelen y no tener ningún pájaro en la
mano? Dicen que si el rio suena es porque piedras trae ¿y si trae un payaso,
un piano o un acordeón?, ¿por qué solo piedras? “Siempre hay una luz al
final del túnel”, asegura otro dicho, ¿y si esa luz es la luz de un ferrocarril
que viene a toda velocidad a estrellarse de frente?...
¿Por qué los dichos?
Dice el dicho que hay que “ponerle el cascabel al gato”. Respecto a esto,
cuenta un pajarito que hubo una vez una familia de ratones que vivían
encerrados en sus cuevas por temor al gato de la casa. Como no soportaban
el constante y claustrofóbico encierro, celebraron una asamblea para
solucionar el problema.
—¡Pido la palabra! —dijo un ratoncillo—. Atemos un cascabel al gato, así
podremos salir de las cuevas, y podremos escuchar cuando se acerque.
Todos aceptaron. Por fin sus tormentos se resolvían. La libertad se acercaba.
En medio de la celebración, del fondo de la asamblea, un ratón gritó: todos
de acuerdo, pero ¿quién de todos le pondrá el cascabel al gato? Un silencio
impenetrable se apoderó de la asamblea, y en silencio regresaron los ratones
a sus cuevas.
Apenas terminé el cuento, Eloísa preguntó que qué pasó después.
—Eso pasó —respondí—, que los ratones se fueron y nadie le puso el
cascabel. Nadie se atrevió. La moraleja es esa: que hay que atreverse. Eso.
Entonces Eloísa dijo que imagináramos que un ratón salió de su cueva, de
noche, mientras el gato dormía, y que ese ratón fue hasta donde el dueño del
gato y le dijo al oído: hay que ponerle el cascabel al gato, hay que ponerle el
cascabel al gato, hay que ponerle el cascabel al gato, hay que ponerle el
cascabel al gato. Entonces el dueño del gato se levantó hipnotizado, caminó
como los sonámbulos y le puso el cascabel al gato. Mejor aún, le puso una
luz de esas que se ocupan para las bicicletas, y se la puso en el collar y no en
la cola, porque el cascabel en la cola se podía caer si el gato se rascaba.
Un cuento para Eloísa: el cascabel al gato
Mirando el cielo en el sur de Chile, Eloísa preguntó por qué tiritan las
estrellas.
Respuesta científica: no tiritan. Es, en realidad, una reacción de la retina y el
espacio.
Respuesta climática: tiritan de frio porque el universo es helado como un
hielo.
Respuesta artística: las estrellas son actores y actrices y el cielo es el
escenario. Arriba se abre la función, entonces el león se come a la serpiente,
y después viene una flecha que la saca de su barriga. En otra escena el Sol
se casó con la Luna, y tuvieron muchos hijos e hijas, que son todas las
estrellas. Y en otra escena, la vía láctea se convirtió en un rio de leche que
fluye al interior del cielo. El final de la comedia es trágico: las Tres Marías
son tres hermanas hijas del Sol y tiritan para que su padre, que desconoce
tener esas hijas, las vea.
Respuesta posible: las estrellas tiritan de miedo a que un día las alcancen los
seres humanos y las atesten de cemento, ruido y contaminación.
Diálogos con Eloísa: ¿qué mundo?
Hay quienes tienen respuestas, y hay quienes tienen preguntas. Los primeros
los saben todo, o aseguran saberlo, los segundos no saben que están
sabiendo mientras preguntan. Un político es un respondedor profesional; un
artista, en cambio, es un preguntón intuitivo. Un profeta tiene preguntas, un
revolucionario preguntas. Las respuestas cierran un camino; son una
concreción. Las preguntas abren caminos; son un camino en sí. Las
respuestas implican certezas y las respuestas implican dudas.
Los que preguntan aseguran que la naturaleza es sabia: nos dio dos orejas y
una boca para escuchar más que hablar, nos hizo la cabeza redonda para que
las ideas circulen y nos dio la capacidad de pensar para evaluar
constantemente lo que creemos como verdad. Esos mismos preguntones
dudan cuando alguien asegura poseer todas las respuestas, porque eso,
dicen, implica subestimar la realidad, que está hecha de misterios,
contradicciones y preguntas. Además, al tener todas las respuestas se
abandona la duda, lo que transforma la vida en una especie de siesta
existencial, un acomodo. Cuando cayó el muro de Berlín, y se abría un
nuevo mundo, este mundo, Benedetti se lamentaba así: cuando tuvimos
todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.
Paradigmas: del norte al Sur
¿Será que eso, el preguntar, hemos perdido como civilización?, ¿será que
nos hemos llenado de respuestas de las empresas de publicidad, de los
políticos, de los economistas, de todos? Nunca en la historia tuvimos tantas
respuestas: los seres humanos hemos aprendido a controlar el cuerpo
humano, hemos modificado la tierra, hemos alcanzado el espacio. Sin
embargo, aún no entendemos qué cosa somos nosotros mismos. Por eso, el
peligro más latente para la humanidad sigue estando en la mente humana: si
no sabemos lo que somos es imposible saber adónde vamos. Pero vamos, y
aseguramos que vamos bien. Tan bien, que nos apuramos. Y, apurados,
llenamos a l@s niñ@s de respuestas mientras vamos. Les decimos cómo se
vive, cómo no se vive, en qué creer, en qué no creer, y qué cosas estudiar
para tener un buen futuro. Los subimos al carro del mundo con respuestas
que a nosotros nos dieron; así, les traspasamos las metas que a nosotros nos
dijeron que debíamos cumplir. Les heredamos el miedo. ¿Pero realmente
sabemos adónde vamos?, ¿tenemos el camino y las respuestas?...
Un cuento para Eloísa: un viaje sin rumbo
Eloísa pintaba un oso y, según no sé qué reglas, no podía salir del margen.
Salió del margen. Me equivoqué, dijo, con cierto miedo. No solo eso,
dudaba de mostrarme el dibujo. No importa, le dije cuando logré que me
diera el oso, y se lo dije porque en l@s niñ@s no existe el error. Al tener
miedo a equivocarse, l@s niñ@s abandonan la experimentación. Un
periodista le preguntó a Thomas Alba Edison por los cerca de mil intentos
fallidos para crear la bombilla eléctrica. Edison dijo: "no fracasé, sólo
descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”. El fracaso es solo
un cambio de ángulo para observar el mismo dilema. En l@s niñ@s, el error
es una forma de experimentar. Castigar el error es castigar la creatividad.
Cambiamos las reglas del dibujo: ahora, solo pintaríamos cosas fuera del
margen. Y entonces, al oso lo acompañó un árbol que volaba con las raíces,
una montaña con ojos, una tortuga con zapatillas, una gallina que ponía
flores en vez de huevos, un arcoíris que una niña utilizaba como trampolín y
un sol que regalaba manzanas.
Diálogos con Eloísa: las cosas del mundo
En una carpeta tenemos guardados los trabajos que Eloísa realizó mientras
fue al jardín infantil. Los sacamos y los vimos, uno por uno. Pintó o dibujó
árboles, frutas, automóviles, lápices, bicicletas. De todo.
—¿Cuantas cosas hay en el mundo? —preguntó Eloísa, mirando sus propios
dibujos.
—Muchas —respondí—. Millones de cosas.
—¿Podemos hacer un listado con toda esas cosas? —propuso.
—Es que son muchas cosas —expliqué.
—Por favor, papá…
Cedí. Sobre un papel, escribí el siguiente título: LISTADO DE TODAS
LAS COSAS DEL MUNDO. Abajo, las cosas que Eloísa me iba dictando,
entre ellas estaban el sol, la luna, arboles, pelusas, los Beatles, zancudos. De
pronto, Eloísa comenzó a dibujar un huevo en medio de las palabras y otros
dibujos, dijo que así era más fácil resolver cuántas cosas hay en el mundo,
porque en su colegio la profesora dijo que la vida venía de los huevos, y
que, entones, dentro de ese huevo que dibujó estarían guardadas todas las
cosas del mundo.
Desde ese día, en el dibujo de un huevo descansa todo lo que fue, todo lo
que es, y todo lo que será en el mundo. ¡El tesoro que conservo en casa!
El cartero de muñecas
Fui, soy y seré del Colo-Colo. Camila, mamá de Eloísa, es de otro club de
fútbol: la Universidad de Chile. Eloísa está en el medio. Le cuesta decidir.
Dice que es de uno, a veces del otro. No quiere dañar a nadie. Un día, Eloísa
trasladó su duda hacia las muñecas.
—¿Qué equipo te gusta? —preguntaba una de ellas.
—Me gusta el Colo-Colo —respondía la otra muñeca—. Pero también me
gusta un poquito la U. ¿A ti cuál te gusta?
—A mí me gusta la U, pero también me gusta un poquito el Colo-Colo —
decía la otra muñeca.
Entonces las muñecas se daban un abrazo y decían que serían amigas,
porque en realidad no importaba que fueran de equipos distintos.
En el mundo de las muñecas de Eloísa, así como en el mundo de la muñeca
de Elsi, no existen las diferencias, ni las fronteras, ni las razas, ni las
divisiones que nos inventamos los adultos. El mundo de las muñecas es el
mismo mundo de l@s niñ@s. Un mundo que alguna vez habitamos quienes
hoy somos adultos.
Cuando yo era niño, después de los partidos de fútbol, mi equipo y los
rivales, de Colo-Colo y la U, todos abrazados, cantábamos el mismo canto:
¡ganamos, perdimos, igual nos divertimos!
Fórmula secreta para solucionar la congestión vehicular