Sie sind auf Seite 1von 123

La

vuelta al mundo en 80
preguntas
Diálogos secretos entre una hija y su padre
Aldo Torres Baeza
La vuelta al mundo en 80 preguntas
Diálogos secretos entre una hija y su padre

Aldo Torres Baeza

Edición digital: 1.0. Abril 2018


Imagen de portada: Padre e hijo observando el espacio exterior de Mirko Bonipozzi (con
licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0)
Este libro se encuentra bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0

Ediciones Dyskolo (www.dyskolo.cc) es un proyecto sin ánimo de lucro que busca


establecer una nueva relación entre quienes escriben y cuantas personas disfrutan de la
lectura. Dyskolo busca fomentar la difusión de la cultura de una forma abierta, libre y
participativa, publicando sus obras únicamente en formato digital, bajo licencia Creative
Commons y sin restricciones tecnológicas (DRM).
contenido
¿Por qué estas páginas?
Preguntas
Autor
¿Por qué estas páginas?
Einstein dijo “no tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente
curioso”. Y también: “lo importante es no dejar de hacerse preguntas”.
Siendo niñ@s, todos somos pequeños Einstein: el mundo entero nos
impresiona, y todo lo preguntamos. Como todos, fui un niño curioso y
preguntón (y sigo siéndolo). Mis padres me recuerdan una pregunta que,
dicen, siempre les hacía: quién gana la batalla, ¿el león o la araña? la
respuesta parece evidente, pero, bajo la imaginación de un niño preguntón,
esa respuesta se transformaba en un laberinto. Si, por ejemplo, me decían
que el león ganaba la batalla, entonces yo decía que la araña tenía la
posibilidad de picar la lengua del león justo antes de ser tragada. Si, en
cambio, me respondían que la araña ganaba porque picaba la lengua del
león, que era una manera de aprobar mi teoría y detener mi curiosidad,
entonces decía que el león podía tragarse a la araña sin necesidad de
masticarla.
Cuenta mi padre que, por el carácter de las preguntas —la existencia de
dios, la naturaleza del tiempo, la posibilidad de vida extraterrestres— ya no
pudo seguir respondiéndome cuando alcancé mis 12 años. Entonces me
derivaron a mi abuelo, ya jubilado: con tiempo. Fue a él a quien sometí a
mis incesantes interrogatorios. Y sí, me respondía. No solo eso, inventaba
largos cuentos para embellecer sus respuestas. Incentivó mi vocación de
preguntón. Probablemente, estas páginas fueron brotando desde ese
entonces. Hoy entiendo que tuve una suerte que no todos los niñ@s tienen:
la suerte de ser escuchado.
Picasso dijo que todos l@s niñ@s nacen siendo artistas. El problema,
dice también, es permanecer siéndolo al crecer. El Principito comienza con
aquel dilema. Al abrir el libro, nos encontramos con la historia de la
serpiente boa que se traga un elefante, que el principito dibuja así:

Ningún adulto comprende el dibujo. Entonces el principito debe exponer


explícitamente el elefante dentro de la serpiente:

Y se queja así: “las personas mayores me aconsejaron abandonar el


dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés
en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la
edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor”. Eso pasa
frecuentemente con l@s niñ@s: los evaluamos siendo el adulto que somos y
no el niño que fuimos. ¡Cuántas carreras habremos frustrado! El autor Ken
Robinson cuenta frecuentemente la historia de “la niña que pensaba con los
pies”. Así le llama. Su protagonista es Gillian Lynne que, de niña, era
incapaz de quedarse quieta, sentarse o responder preguntas en la escuela.
Fue diagnosticada como hiperactiva. Buscó la madre cómo solucionar el
problema. No lo deseaba, pero terminó visitando a un psicólogo. El tipo
miró unos segundos a la niña, que bailaba al otro lado de las ventanas, y le
aconsejó a su madre que la niña ingresara en una academia de danza. Hoy,
Gyllian Lyne es una bailarina, coreógrafa, actriz, directora de teatro y
directora de televisión. Así detalla Gyllian Lyne su experiencia en la
academia de danza: “fue maravilloso encontrarse con tanta gente que no
podía estar quieta y necesitaba moverse para pensar”.
Hay dos días esenciales en la vida de cualquier persona: el día que se
nace y el día que entiende para qué. La responsabilidad de incentivar la
imaginación y las aptitudes de cada niñ@ debiese ser la primera tarea de
todo padre y madre. Yo lo intento con Eloísa, una niña de 5 años, mi hija. A
su corta edad, ya he comprobado que ella también es parte del club
internacional de preguntones. Preguntona por excelencia, olímpica
preguntona. Cuando su abuela le dijo que no podía decir groserías, Eloísa
preguntó para qué existen las groserías si no se pueden ocupar. Después de
ver la película Coco, Eloísa preguntó de qué se ríen las calaveras si, se
supone, están muertas. Mientras mirábamos un acuario gigante, Eloísa
preguntó por qué hay estrellas en el fondo del mar. Cuando le enseñaba a
silbar, Eloísa preguntó quién le enseñó a silbar al viento. Jugando con dos
ponis de juguete, Eloísa preguntó si sus ponis de mentira se pueden morir de
verdad. Paseando por los parques, Eloísa ha preguntado por qué existe el
sol, los pájaros, la luna, los huevos, los frutos, la tierra y la lluvia que la
moja...
A diferencia de mi caso, no derivaré a nadie sus preguntas. Decidí
anotarlas en una pequeña libreta, eso hago hace ya tiempo, también anoto
las respuestas que le voy dando y las respuestas que me va dando el mundo;
el mundo mediante anónimas historias que explican la vida, cosas sencillas
que resumen la existencia. La vida respira en lo cotidiano. En estas páginas
expongo las preguntas de una niña de 5 años, también las respuestas que he
le transmitido y otras que imagino. Estas páginas son, por tanto, un manual
de respuestas para ella, para Eloísa. Pero son, también, un mapa donde
pueden identificarse otros preguntones. En estas páginas se unen
pensadores, sentidores e imaginadores, los que preguntan y los que
escuchan. Una pregunta late al interior de estas páginas: ¿cómo explicarle
este mundo a los niñ@s?...
Preguntas de Eloísa: el secreto de las calaveras.

—¿De qué se ríen las calaveras? —preguntó Eloísa.


Respuesta para días soleados: las calaveras se ríen porque se creen la
muerte.
Respuesta para días nublados y nubes rojas, preferentemente domingos: las
calaveras se ríen porque ya murieron, pero volvieron a nacer, y otra vez
murieron, pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir, una y otra
vez. Y nunca dejarán de nacer. Las calaveras se ríen porque la muerte es
mentira.
¿Una misma familia?

¿De dónde viene la vida?, pregunta iniciática de todo preguntón. Quienes


saben, dicen que todo estaba al interior de un punto, y dicen también que ese
punto era extraordinariamente denso. Era el huevo de la vida, dicen.
Adentro, estaba todo lo que ahora es. Por misteriosas causas, atribuidas a la
magia o el sueño, ese huevo estalló, y del huevo nacieron todos los olores,
todos los colores, todas las formas. Nació todo, también nosotros, los seres
humanos, que alguna vez estuvimos ahí dentro, cuando fuimos todos uno y
lo mismo.
¿Cuál es nuestra edad?

Edwin Hubble fue un astrónomo. Y preguntón, también. Preguntándose,


comprendió que las galaxias se están alejando unas de otras a una velocidad
constante. En el pasado estaban más juntas, pensó. Y en un pasado muy
lejano estaban muy pero muy juntas, pensó también. Dedujo la teoría del
Big Bang. Analizando estelas de luz de las estrellas más lejanas, los
científicos, preguntones profesionales, determinaron que esta explosión, el
big-bang, habría ocurrido hace unos 13,7 millones de años atrás. Esta
vendría siendo la edad del universo, y la edad de cada uno de nosotros,
porque, dado que la materia no se pierde, pero si se transforma, en un inicio
todos fuimos parte de lo mismo. Tenemos la edad del universo, y nuestra
edad se expande.
¿De qué estamos hechos?

Somos CHNOPS: Carbono (C), Hidrógeno (H), Nitrógeno (N), Oxígeno


(O), Fósforo (P) y Azufre (S). De esos seis elementos depende el nacimiento
químico de la vida. Salvo el hidrógeno, cada uno de esos elementos están
también en el cuerpo de las estrellas. ¿Polvo o barro?, ¿de arriba o abajo?,
¿de dónde venimos?...
¿Por qué los días?

Todos venimos de un punto y todas las palabras vienen de un mismo


lenguaje. Irak fue sumeria, y los astros fueron un modo de ordenar el
tiempo. Con pequeñas diferencias, aún son siete astros los siete días de la
semana: Marte es martes, Mercurio es miércoles, Júpiter es jueves, viernes
es venus… Luna es lunes.
Preguntas de Eloísa: el conejo de la luna

Eloísa preguntó por qué hay un conejo sobre la luna.


Respuesta para destruir la imaginación: en realidad son cráteres que, desde
la tierra, parecen un conejo.
Respuesta de un adulto estresado: porque sí.
Respuesta para inducir el sueño: había una vez un dios llamado
Quetzalcóatl, que, después tomar la forma de un ser humano, se fue a viajar
por el mundo. Cayó la tarde y el dios seguía caminando. Llegó la noche: se
encendió la luna. El dios Quetzalcóatl, cansado de andar, se sentó sobre la
hierba. Los truenos explotaban en su barriga: sufría una fatiga enorme, del
porte de un dios. Entonces apareció un pequeño conejo blanco, que se
detuvo a comer hierba. El conejo comía, el dios miraba. ¿Quieres?, ofreció
el conejo. No como hierbas, respondió, severo, el dios. ¿Y qué vas a hacer?,
preguntó el conejo, mirando al hombre fatigado. No sé, quizás morir de
hambre y sed, dijo el dios. El conejo, apenado ante la respuesta de este dios
disfrazado de hombre, le dijo: yo no soy más que un pequeño conejito, pero
si tienes hambre, puedes comerme. Me ofrezco a ti. El dios, conmovido por
la solidaridad de aquel animal, se acercó y lo acarició. Le dijo: eres un
pequeño conejito, pero todo el mundo, en todos los tiempos, se acordará de
ti. Entonces levantó al conejo, muy pero muy alto, como solo un dios podría
hacerlo. Lo llevó hasta la Luna, donde quedó grabada la figura de aquel
animal. Después el dios lo bajó hasta la Tierra, y le dijo: ahí tienes tú retrato
sobre la Luna. Para todos los hombres. Por los siglos de los siglos.
Preguntas de Eloísa: la fórmula para llegar al sol

Le conté a Eloísa que el hombre llegó a la luna, que caminó sobre ella, que
el acontecimiento se trasmitió al mundo… Eloísa interrumpió preguntando
si el hombre había llegado al sol.
—No —dije.
—¿Por qué? —replicó.
—Porque el calor lo impide. Se quemaría la nave, y los hombres que van en
ella.
Eloísa me miró extrañada, pensó un instante, luego propuso la solución para
que la humanidad por fin alcance su anhelado viaje al sol: ¿y si viajan de
noche?
Preguntas de Eloísa: la carta sobre la luna

Días después, Eloísa preguntó si había gente viviendo en la luna.


—No —dije.
—¿Y por qué no se quedaron después que fueron? —volvió a preguntar.
—Porque no tenían nada que hacer allá —respondí—, solo hay polvo en la
luna, polvo y piedras. Es mejor estar en la tierra.
Esas cosas dije, y la conversación terminó ahí. Le he dado vuelta a la
respuesta. La miro por aquí y por allá, y no me convence. Aquí ensayo una
nueva: en realidad, digo en esta respuesta imaginada, si se quedó un hombre
en la luna. Está solo, aún. Desde allá nos mira, noche a noche. Un día, o una
noche, ese señor abandonado en la luna decidió escribir una carta sobre el
polvo, una carta para alguien que llegase hasta allá. La carta continúa ahí,
intacta como la nada, y dice así:
Amig@: si eres un terrícola que ha llegado hasta la Luna, entonces
tengo algo que decirte: yo, desde acá, he visto la Tierra. Si te vas, y no
me ves, recuerda el lugar donde estás parado. Y cuando vuelvas a la
Tierra, ve y cuenta a los seres humanos que en la Luna no hay ojos que
brillan, ni sonrisas que abrazan, ni palabras que unen, ni pájaros de
todos los colores, ni animales de todas las formas. Cuenta que en la
Tierra todo se crea y recrea en forma única y perfecta, y que ese
milagro no sucede en la Luna. Cuéntale a los terrícolas que el paraíso
no está ubicado en ninguna otra parte, sino que ahí mismo: bajo sus
pies y frente a sus ojos. Amigo terrícola: la vida es eso que los rodea.
Por eso, no crean a nadie que les cambie esa riqueza concreta por
alguna promesa fuera de la Tierra, que nadie les arrebate la loca
aventura de vivir en ese mundo y no otro, en ese tiempo preciso y no en
la letanía de una supuesta eternidad. También cuenta que todos son
parte de la misma especie, única hasta lo visto, habitando el mismo
puntito de arena, también único, y que cualquier daño que hagan sobre
otros, lo hacen sobre sí mismos. Porque todos son uno. Por último,
cuenta que no hay peligros provenientes del espacio, que no hay armas
escondidas en el Sol o la Luna. Todo el mal que se provocan, nace de
la misma Tierra. Vivan en paz. Aprovechen el milagro de estar parados
ahí. Yo quisiera estarlo. Un abrazo con alas.
Agua

Del agua venimos, y de agua somos. Agua en el cerebro: vertiginoso océano


que forja las rutas para los barquitos del pensamiento y la imaginación.
Agua en las lágrimas y agua en las células; cuerpos químicamente hermanos
del mar. La vida emergió de los océanos y del útero los cuerpos que la
animan. Somos agua que piensa, ríe y transita por el mundo. El agua
concede la vida y une: China es China por el Río Amarillo y el Yangtsé,
Egipto por el Nilo y Grecia por el Egeo. Sin agua nada nace, y nada se une,
y nada crece. Sin agua la nada es todo.
¿Por qué las palabras?

El sol fecunda a la tierra, y la luna da vida al agua. El cuerpo humano es un


recipiente con 75% de agua. Cuando la luna está llena, redonda, entera, el
agua del mundo enloquece. Incluso el agua al interior de nuestros cuerpos: a
la luz de la luna llena, aumentan delitos, suicidios y locuras de la mente y el
corazón. La palabra lunático viene de luna.
Fuego

De pronto, saltó una chispa. Entonces, con esa primera energía que brotaba
más allá de sus límites, nuestros ancestros pudieron comer mayor cantidad
de alimentos en menos tiempo, sobrevivir en territorios fríos, cazar animales
y desarrollar herramientas. Alrededor del fuego, también, se juntaron los
primeros hombres a compartir la comida y abrazar el cielo con los ojos.
¿Por qué las palabras?

Como ayer, alrededor del fuego nos juntamos hoy. Una casa con hoguera,
con fuego llameante, se transforma en hogar. La palabra hogar viene de
hoguera.
Viento

Un día, el viento sacó sus alas y le dio por volar sobre la vida: despeinó
árboles, elevó a los pájaros, forjó el camino del polen y dio rostro a las
piedras. También se enamoró de quien más veía: el mar, y entonces nacieron
sus hijas: las olas. Como el sonido, ningún ojo pudo verlo, pero estuvo, y
está, porque se siente estar. Y ese primer viento, aquel que respiraron
nuestros abuelos, ese viento, es el mismo que respiramos hoy. El viento nos
une.
Tierra

Sobre ella andamos, a ella vamos. Y a ella agredimos. Ella no aguanta, no


nos aguanta a nosotros: sus hijos. Está cansada, lo advierte mediante
huracanes, nieve en el desierto y derretimiento de glaciares. Grita
clemencia, mientras sus hijos no escuchan ni ven, o no quieren escuchar ni
ver lo que pasa sobre nuestro único hogar conocido: la tierra.
¿Por qué las palabras?

El único animal que tortura, que inventa armas y máquinas y vive al servicio
de ellas, que ensucia la tierra con sus desperdicios y derrocha comida que
otros necesitan, el único animal que habla sin tener nada que decir, que
tropieza dos o más veces con la misma piedra y toma agua sin tener sed.
Pero, y en este pero se encierra la magia, el único que inventa sonidos con
las manos y el palpitar de las estrellas, que arma, noche tras noche, sin
descanso, una obra de arte con aspiración a trascender su muerte, que utiliza
la razón para armar una nave que lo lleve a la luna y el corazón para
defender al desvalido. Un animal capaz de lo peor, pero también de lo
mejor. La palabra terrícola viene de un animal que le da sentido a esta
comedia indescifrable que sucede sobre la tierra, esta cosa que llamamos
vida.
Diálogos con Eloísa: los gatos de Estambul y el atajo en el centro de la
tierra

La tierra se lanza al fuego, se empapa con agua y se revuelve al aire, así


nacen las partículas de un hogar: los ladrillos. Los ladrillos forman casas, y
en las casas pasan cosas como esta: había pasado un par de días en Estambul
y cargaba la pegajosa tristeza de no estar, pero también la alegría y la calma
de volver a Santiago, a casa. Le conté a Eloísa que en Estambul había visto
gatos negros y plomos, gatos con rayas, con ojos verdes y azules, y le dije
también que los gatos andaban en todas las calles, de noche, de día, que se
cruzaban, que se paraban en las escaleras, y en los techos, y en todos lados.
Eloísa, que ama los gatos, que los sigue y los saluda, me preguntó si podía
ver los gatos de Estambul. Antes que le mostrara las fotografías de gatos
que llevaba para ella, dijo que tenía una idea, una buena idea, ¡qué tal si
hacemos un hoyo!, exclamó con la boca y los ojos, un hoyo bien largo, un
hoyo como el hoyo que se hace para llegar a China, pero no un hoyo que
vaya a China, un hoyo que vaya a Estambul, y dejamos el hoyo abierto, y
ponemos comida en los dos extremos del hoyo, miguitas de pan o trocitos
pescados, cualquier comida que coman los gatos, entonces los gatos olerán
la comida, la seguirán, entrarán al hoyo en Estambul y llegarán hasta Chile.
Necesitamos una pala bien grande.
Diálogos con Eloísa: mundos paralelos

Tocaba el saxofón mientras Eloísa jugaba, yo en el living y ella en la


habitación. Como no la escuchaba inventar voces y conversaciones entre sus
juguetes, la llamé. ¡Eloísa!, grité. Eloísa… Eloísa, volví a llamar. No hubo
respuesta: corrí a la habitación, asustado. Ahí, me encontré con la cama
repleta de juguetes, todos amontonados, y Eloísa en el piso, apenas
asomando sus verdes ojos sobre la cama.
—¡Por qué no me contestas cuando te llamo!... ¿Te comieron la lengua los
ratones?, —exclamé.
—Shh, —dijo ella, pidiéndome silencio—. Estoy así, calladita, porque
quiero ver que hacen mis juguetes cuando no los veo. Además, los ratones
no comen lenguas, los ratones comen queso.
Diálogos con Eloísa: sonreír al atardecer

—Te ves bien hoy, papá, —me dijo Eloísa mientras, sentados en el balcón,
mirábamos la inminente retirada del sol.
—¿Sí? —respondí con una especie de orgullo mecánico—. ¿Será por mis
zapatillas, por mi pantalón, por mi camisa?...
—No —explicó—, te ves bien porque estás sonriendo.
Un cuento para Eloísa: el ladrón de sonrisas

Dicen que hubo una vez un hombre muy triste. Nunca sonreía y odiaba que
los demás lo hicieran. Entonces este señor consiguió un cofre y comenzó a
robar las sonrisas y meterlas ahí dentro: robó sonrisas falsas, sonrisas
incómodas, sonrisas seductoras, sonrisas sarcásticas y todas las sonrisas que
encontraba. Un día, una niña perdida arribó a su casa. Vio el cofre. Intentaba
abrirlo cuando llegó el ladrón de sonrisas.
—¿Qué haces, niña? —gritó, muy enfadado.
Justo en ese momento la niña consiguió abrir el cofre y miles de sonrisas
salieron de ahí dentro. Algunas de ellas se ubicaron en la cara de esa niña, y
otras en la cara del ladrón de sonrisas, también en el rostro de los policías
que llegaron. Y así las sonrisas se fueron instalando en los rostros que
fueron encontrando. En eso andan desde aquel día: buscando el rostro del
que nacieron. Un secreto: nadie sonríe dos veces de la misma forma. O sí:
sucede cuando la sonrisa reencuentra su cara. A mí me encontró una tarde,
cuando el sol partía a iluminar el otro lado del mundo. Aparece todos los
días, a la misma hora.
Diálogos con Eloísa: ¿por qué las manos?

Le conté a Eloísa el cuento del ladrón de sonrisa. Le encantó. Apenas reí,


ella aseguró que había robado mi sonrisa, luego la guardó en una pequeña
cajita de cartón que encontró por ahí. Y volví a reír, y ella volvió a robar mi
sonrisa, que metió en la misma caja de cartón. Y así anduvo por horas,
robándome sonrisas y metiéndolas en una caja. Hasta que olvidó la cajita.
La tomé, la abrí y rescaté mis sonrisas. Jugando, le dije que ahora yo robaría
sus sonrisas y las guardaría en la misma caja. Ella reía y reía, y yo robaba y
robaba sus sonrisas. Se defendió diciendo que no importaba porque tenía
miles y miles de sonrisas, y que si se le acababan podía hacerse cosquillas.
Se lanzó sobre la cama e intentó hacerse cosquillas. El juego finalizó así:
—¿Por qué no da risa cuando una misma se hace cosquillas?... ¿y si me
cuento un chiste me va a dar risa?
¿Eterno retorno?

En Bolivia, Juan Salvatierra y Rocío Quispé revuelven palabras y miradas al


calor de un fogón. La vida, convertida en fuego y viento, en piedras y
Tierra, rosa sus rostros y se les enreda en las manos. La Luna, finita, cuelga
de la noche. Juan y Rocío saben, o intuyen, que el universo está ordenado en
una gran categoría colectiva, donde cada cosa, aunque sea pequeñita y
parezca insignificante, tiene su sitio, entrelazándose con otras cosas, para
entregar al universo una organización equilibrada y armónica. Existen, por
ejemplo, piedras hembras y piedras macho: las hembras sirven para ser
talladas, las machos para los fogones. El Sol, que llaman Inti, representa al
padre. La Luna, denominada Mama Killa, representa a la madre. Todas las
estrellas, denominadas Quyllurkuna, son hijas de esta relación y hermanas
de los seres humanos, y todas las estrellas, sus hermanas arrojadas al
espacio, tiritan sobre ellos. El mundo de arriba, el Hanaq Pacha, es
masculino y se complementa con el mundo de abajo, con la madre tierra, la
Pacha Mama. Todo es armonía y complementación, el Tinku, en un flujo
inteligente de interrelaciones.
A cambio de unos palitos, el fuego sigue abrazando a Juan Salvatierra y
Rocío Quispé, palitos que serán humo, humo que llegará hasta las nubes,
nubes que arrojarán agua sobre la tierra, agua que hará nacer los árboles y
sus frutos, frutos que comerán los hombres, hombres que volverán a lanzar
palitos al fuego.
¿Milagro?

Se llama Carmen. Vive en la periferia de Santiago. Tiene tres hijos, de 4, 5 y


7 años. Todos hombres. Por unos descuentos que no entiende, gana el
mínimo del sueldo mínimo.
—¿Cómo lo hace? —Preguntó A.
—Multiplico el pan… como Jesús.
—¿Y el papá de los niños?
—Fue el espíritu santo… como María.
¿Resurrección?

Cierra los ojos, o los tiene abiertos. Está inmóvil y rígido, como una momia.
Una mosca vuela sobre su cabeza. Él la mira pero no la mira, o sea, sus ojos
se posan sobre la mosca pero no mira a la mosca. Es una práctica milenaria
y sádica denominada como “hacerse el muerto”. Entra su hija. Vuelve a
respirar. Experimenta la trascendencia: ha sobrevivido a sí mismo.
Resurrecciones

Andaba por los 22 años o 23 años y estudiaba o decía estudiar ciencia


política. Estudiaba para politólogo, pero me la pasaba más tiempo encerrado
en el cine que en las aulas, y leyendo poesía y literatura como si un pedazo
de mi espíritu se quemara en cada página. Conseguí por entonces el libro
Crimen y Castigo, de Dostoievski. Un día, entré temprano a la Biblioteca
Nacional, a leer el libro. Y leí, por horas. En el libro se me fue la mañana, y
luego la tarde. A las 6:30 me echaron de la biblioteca, y continué leyendo en
las escaleras. Cuando terminé, ahí, con Raskolnikov en Siberia y yo en las
escaleras de la biblioteca, sentí que los personajes del libro se revolvían
dentro de mí: era un poco de todos ellos. Y a ellos tendría que llevarlos para
siempre. La sensación me perturbó. Caminé desesperadamente por Santiago,
sin rumbo. Me detuve frente a un vendedor y compré una imagen de la
muerte dibujada en un disco de vinilo. Llamé a mi amigo Patricio Olivares,
poeta, profesor y psicólogo de penumbras literarias. Necesito tomar algo, le
dije. Quedamos de vernos en la calle Dieciocho con la Alameda. Llegué
antes. Sentado bajo una cornisa, moviendo nerviosamente los pies, lo vi
venir. Y apenas estuvo en frente, extendí mi mano y le regalé el vinilo con la
muerte dibujada. Te regalo la muerte, le dije. Luego confesé que había leído
Crimen y Castigo, que era el mejor libro que había leído en mi vida, que
sentía que algo se moría en mí, como si nunca más pudiese volver a ser el
que fui esa misma mañana antes de entrar a la biblioteca, porque ahora tenía
a esos personajes dentro, y que todo era muy raro alrededor, que quizás
fuésemos parte de una novela, o quizás fuésemos personajes que alguien
lleva dentro, como yo llevaba los personajes de Crimen y Castigo dentro de
mí, que qué creía él.
Comprendí entonces que se puede nacer y morir varias veces, con un libro,
con un atardecer, con puro vivir nomás. Esa noche había muerto con un
libro, pero esa misma noche renací, en la mesa de un bar, con un poeta,
brindando por la vida que nos rodeaba y la vida de los personajes que nacían
y morían cuando abríamos y cerrábamos los libros.
Preguntas sin respuestas: la Biblia

¿De verdad dios dijo lo que informa la biblia: someted la Tierra y dominad
sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella?, ¿es cierto que castiga a sus
hijos con fuego y agua, con el infierno o el diluvio universal?, ¿puede ser
compatible el amor que dice tener hacia nosotros y la venganza que le
cargan los libros que lo cuentan?
En cuanto a Adán, el primer hombre, ¿nació siendo adulto este abuelo de
todos y todas?, ¿en qué idioma hablaba?, ¿qué tipo de costillas tenía?, ¿era
negro, rubio o albino?, ¿qué receta tenia para vivir tantos años? Y en cuanto
al origen corporal de Adán y Eva. Hoy sabemos que incluso al interior del
vientre el bebe ya está comiendo, lo hace a través de un cordón atado a su
madre. El ombligo nos recuerda para toda la vida aquella hambre temprana.
Es la cicatriz de la comida. La Biblia informa que Dios formó al hombre del
polvo de la tierra, y a la mujer de la costilla del hombre. Según estos datos,
Adán y Eva nunca estuvieron en un vientre recibiendo comida por un
cordón. A un preguntón le preocupa un detalle: ¡¿tenían o no tenían
ombligo?!...
¿Y la madre?

“Al principio dios creó”, anuncia la Biblia. Lo que en hebreo sería “myhla
arb tysard”. Este Dios creador se denomina Elohim (myhla, en hebreo). La
etimología de Elohim resultaría así: “El” (la) se refiere a un dios masculino.
Pero también contiene una forma femenina, que es “Eloah” (h), que
significa diosa. La palabra Elohim es plural, y significa dioses y diosas. Esta
idea de un dios andrógeno se repite en otras cosmovisiones: el Andrógeno
Shiva, de la doctrina Hindú. O el Macho-hembra creador, que los sabios
aztecas —o Anáhuac— llamaban Ometecuhtli y Omecihuatlen, señor y
señora, águila y serpiente. Según la antropología gnóstica, Lemuria fue un
continente muy extenso que ocupó todo el Océano Indico. Los lemures eran
una raza de gigantes cíclopes con estaturas de cuatro, cinco o seis metros, en
la raza lemur no existían los sexos separados, la raza era hermafrodita. Cada
individuo lemur tenía los órganos sexuales (masculino y femenino)
desarrollados totalmente y su sistema de reproducción era por gemación.
Estos seres habrían sido creados a imagen y semejanza de su Dios. El Alah-
ha del Islam, en una exacta interpretación, también es un dios andrógino,
que es Unión, Uno, Todo. De hecho, en las enseñanzas interiores del Islam,
se alude a su esencia como forma femenina, y la divinidad se menciona
como la Amada, mientras que el rostro que tiene vuelto hacia el mundo
como creador y sustentado se contempla en forma masculina.
Fe de erratas

Padre y madre nuestr@s, que estas en los cielos y en la tierra:


Santificado sea tu hombre y tu mujer, venga a nosotr@s y nosotras tu amor,
Hágase tu voluntad de vida en la tierra como en el cielo.
Perdona a quienes dudamos cuando ofenden nuestra inteligencia diciendo
que en tu nombre se sacrifica la tierra y los terrícolas.
No nos dejes caer en la tentación de hacer el mal, pero si en la tentación de
hacer el bien.
Líbranos de tu club de fans, que en tu nombre asesinan inocentes, invaden
países, sacrifican animales y te cargan mentiras.
Ámen.
La fe según Galeano

De los miedos nacen los corajes; y de las dudas, las certezas. Los sueños
anuncian otra realidad posible y los delirios, otra razón. Al fin y al cabo,
somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una
pieza de museo, quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis
de las contradicciones nuestras de cada día. En esa fe, fugitiva, creo. Me
resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho
humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo.
Diálogos con Eloísa: cómo multiplicar los deseos

—¿Que le pedirías a una estrella fugaz? —le pregunté a Eloísa, mirando el


cielo.
—Que te de poderes de mago a ti, papá —dijo, tocándose el mentón.
—¿Poderes de mago? —repetí—. ¿Por qué poderes de mago?
—Para que hagas magia y crees muchas estrellas fugaces en el cielo. Y así
pedir más de un deseo, muchos deseos.
Diálogos con Eloísa: cómo descubrir a un extraterrestre

La teoría de los reptilianos, entre otras teorías afines, asegura que una raza
de extraterrestre viviría encubierta entre los humanos. Es difícil
descubrirlos, aseguran sus seguidores.
Hay un método, sin embargo. Eloísa probó el salmón al horno.
—¡No esta rico! —exclamó—. ¡Esta riquísimo! Si una persona prueba este
pescadito y dice que no le gusta, esa persona no puede ser de la tierra, es de
otro planeta.
Ya saben los seguidores de las teorías reptilianas: cuando duden de un
posible extraterrestre camuflado entre los seres humanos, consigan un
salmón, prepárenlo con cebolla y ajo, al horno, luego inviten a comer al
sospechoso. Si prueba y no le gusta: ¡en su mesa tiene a un extraterrestre!
Diálogos con Eloísa: ¿por qué el ser humano?

—Vas a cumplir cinco años —le dije a Eloísa, mostrándole los cinco dedos
de mi mano.
—¿Por qué tenemos cinco dedos y no cuatro, o siete, o 4.140 (ese número
utilizó: 4.140)? —preguntó ella, mirando mi mano abierta.
Entonces ensayé una respuesta, digamos, religiosa: dije que así fuimos
creados, me arrepentí inmediatamente de la comodidad explicativa y pasé a
hablar de la evolución, mencioné que los caballos alargaron sus pezuñas
para correr más rápido y que el conejo se blanqueó para engañar al zorro y
que, posiblemente, por un tema evolutivo llegamos a tener cinco dedos, pero
luego dije que en realidad la teoría de Dios y la de la evolución pueden
convivir, y que…
—¡Ya sé! —interrumpió Eloísa, mostrando su mano—, tenemos cinco dedos
porque este dedito compró un huevito, el otro lo cocinó… ¿qué sigue
después?
Sonriendo, continué con la historia de los dedos: el otro le echó la sal, el
otro lo revolvió, vino el dedo gordo y se lo comió. Eloísa remató la
conversación con otra pregunta: ¿por qué el dedo gordo se comió el huevo si
no hizo nada para prepararlo?...
Preguntas de Eloísa: ¿quién le enseñó a silbar al viento?

Es un lío enseñarle a silbar a un niño. Lo intenté, con resultados


catastróficos. Tiempo después, Eloísa escuchó a alguien decir que el viento
silbaba. Corrió hacia mí, y me preguntó que quién le había enseñado a silbar
al viento. Contesté que se dice que el viento sopla, así como también se dice
que corre, pero que eso no significa que silbe o corra como lo hacen los
seres humanos. Eso dije, o algo parecido a eso, y ahora, claro, le doy vueltas
a eso que dije. He pensado en otras respuestas. De todas, me inclino por
decirle que nadie le enseñó a silbar al viento, que aprendió solo, y que la
cosa en realidad es al revés, porque fue el viento el que nos enseñó a silbar a
nosotros, así como la luna nos enseña a soñar o el agua nos enseña a nadar,
y que yo, en lo personal, aprendo mucho del otoño, pues considero que esa
estación es la más sincera de todas: el otoño no busca prolongarse
artificialmente. Al contrario, vive intensamente su caída, arrojando sus
hojas, cambiando sus colores. Lo hace porque sabe que volverá a existir:
conoce la naturaleza del tiempo. El otoño es un maestro, y los maestros
enseñan. ¿Fue, por tanto, el otoño quien le enseño a silbar al viento?...
Enseñanzas de los otros: al Sur

Las aves vuelan formando una letra V, así rompen la fuerza del viento en
contra. Cuando el ave de adelante se cansa, la de atrás vuela hacia adelante,
y así se turnan para avanzar y descansar. Las serpientes cambian su piel y
son otras. Los elefantes (dato para un preguntón: los elefantes son los únicos
animales que no pueden saltar) caminan kilómetros hasta alcanzar el
descanso. Sin hablar, los animales enseñan, nos enseñan: trabaja en equipo,
enseñan las aves; duerme más, enseñan los gatos; esfuérzate, enseña la
hormiga; ama sin juicios, enseña el perro; cuida a tus hijos hasta que puedan
volar, enseñan los pájaros. Las vacas, que pastan de norte a sur siguiendo el
campo magnético de la tierra, enseñan el camino para pensar, sentir e
imaginar un nuevo mundo.
Enseñanzas de los ancestros: somos porque otros fueron

Nuestros ancestros: sin colmillos, sin garras, sin patas, no volaban, no se


mimetizaban, no cazaban clavando los colmillos, ni escalaban árboles, ni
corrían a toda velocidad. Ahí estaban, en medio de otros seres con colmillos,
con garras, con patas, que volaban, que cazaban, que escalaban árboles y
corrían a toda velocidad. ¿Habrían podido sobrevivir sin la tecnología que
crearon —palos con punta, casas, cantaros— y la colaboración que en torno
a ella se produjo?, ¿qué hubiese sido de ellos sin la capacidad de cooperar,
construir y compartir?
Enseñanzas de un amigo: el juego

Paul Leyton debía enseñarme cómo manejar la página de internet de la que


ambos éramos y somos miembros. En cinco minutos creímos tener todo
resuelto. Entonces comenzamos una larga conversación sobre lo que
significa vivir. Yo aburrí hablando de la explotación moderna, de la
alienación y el sometimiento virtual, bordé distintas teorías sobre la libertad,
cité frases, mencioné otros modos de vivir… Por fin Paul interrumpió, y
dijo:
—¡La vida es un juego! No hay que aprender a vivir, hay que aprender a
jugar.
Bienvenida a la vida

“Es@s niñ@s están muy solos”, así se llama la historia, la escribe Gabriela
García. Ahí, la periodista relata cómo abandonan a l@s niñ@s en el
Hospital San José; cuenta que Diego nació el 22 de junio a las 10:02 de la
mañana, que pesó 3.055 gramos y midió 50 centímetros, que su madre no
quiso amamantarlo, que tampoco lo vistió, que lo miró de reojo, que no lo
tomó en brazos, que se fue del hospital, sin Diego. También cuenta que
Eduardo Jaar, sicoanalista del Hospital San José, abraza a es@s niñ@s
abandonados, regala abrazos con brazos que son brazas, las primeras brazas
en abrazos de fuego, de suave fuego.
Bienvenida a una ciudad

Barren las calles de un país extraño, frio y ajeno. Limpian la basura de otros
y levantan edificios que jamás habitarán. Se acumulan en la periferia, en los
rincones perdidos de una ciudad nueva, que miran y exploran a pie. Trajeron
sus manos, sus sueños, una mochila y un papelito con las indicaciones de no
sé qué suburbio, donde los espera no sé quién. Y allá llegan: habitan
húmedas habitaciones que se confunden con la noche y el barro, desde ahí
lloran a sus hijos, a sus madres, a los suyos. Y resisten el frío de mierda que
se apodera de Santiago en inverno, se congelan esperando el calor de ese
abrazo que jamás llega. Uno de ellos murió. Murió de frío. Murió
congelado. Otros también han muerto. Nadie los reclama. Nadie los llora.
Anónimos sin voz ni rostro. Hijos de nada, ninguneados. Nadies
disolviéndose en la nada, o en esa especie de nada donde hoy está Benito
Lalane, el haitiano que murió congelado en un suburbio de Santiago.
Son haitianos, miles de haitianos que han elegido a Chile para salvarse del
infierno en el que han convertido su país. País prohibido, gente negada.
Llegan a Chile, en masa. Pasan del hacinamiento de los aviones truchos al
hacinamiento de los refugios truchos donde resisten la vida. No conocen una
palabra de español, pero sonríen, nos sonríen. Con los ojos dicen gracias, así
agradecen y saludan. “Deme un salmón de mil", era lo único que Benito
Lalane sabía decir. Yo les devuelvo las sonrisas, los busco para sonreírles,
he pensado en iniciar una campaña para regalarles sonrisas. A veces pienso
que escribir es otra forma de sonreírles, y de abrazarlos.
Dichos en duda: ¿ojos que no ven corazón que no siente?

Un preguntón se ha preguntado sobre todos los dichos que se repiten como


ciertos. Asegura un dicho que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Sin
embargo, la vida dice otra cosa. La vida dice que el corazón sigue sintiendo
aunque nada vea. En 1983, agentes de la dictadura militar chilena asesinaron
por la espalda a Rafael y Eduardo Vergara Toledo, dos hijos de la misma
madre. Y en 1988, otros agentes de la misma dictadura asesinaron a Pablo
Vergara Toledo, otro hijo de la misma madre. Esa madre se llama Luisa
Toledo. Ella, que los bañó en las aguas de su útero, que tomó sus manitos de
niño y los invitó a caminar la vida, que los alimentó con la leche que
mágicamente brotó de sus pechos, ella no volvió a experimentar nunca más
el calor de sus presencias. No volvió a escuchar sus voces, ni a mirar sus
ojos, ni a tocar las manos. Nunca, nunca más. Pero su corazón siguió
sintiéndolos aunque nunca más los vio. Y aun los siente, a sus tres hijos.
Pero no los ve.
Preguntas de Nicanor

Qué vale más, ¿el oro o la belleza? ¿Vale más el arroyo que se mueve o la
chépica fija en la ribera? A lo lejos se oye una campana que abre una herida
más, o que la cierra. ¿Es más real el agua de la fuente o la muchacha que se
mira en ella? ¿Es superior el vaso transparente o la mano del hombre que lo
crea?
Preguntas de Neruda

¿Si todos los ríos son dulces de dónde saca sal el mar? ¿Cómo saben las
estaciones que deben cambiar de camisa? ¿Por qué tan lentas en invierno y
tan palpitantes después? ¿Y cómo saben las raíces que deben subir a la luz?
¿Y luego saludar al aire con tantas flores y colores? ¿Siempre es la misma
primavera la que repite su papel?
¿Por qué los signos?

El origen del signo de interrogación se remonta a la palabra del latín


quaestio (pregunta), la cual comenzó a ser abreviada como Qo. La Qo pasó
a definirse en minúscula: qo. Con el paso del tiempo, esta abreviación se
convirtió en un signo.
Preguntas que buscan respuesta: ¿el huevo o la gallina?

Desde Aristóteles, en siglo IV a.C., a Stephen Hawking, en el XXI, hay


preguntas que lleva siglos buscando respuesta. He aquí una: ¿qué fue
primero, el huevo o la gallina? Los últimos preguntones fueron los
miembros de la comunidad Big Van, científicos sobre ruedas, que han dado
respuesta a la pregunta en forma de esquema evolutivo. ¿Su conclusión?:
fue antes el huevo. ¿Por qué?: los huevos aparecieron con los reptiles como
tortugas, lagartos, serpientes y cocodrilos, que son anteriores en la línea
evolutiva a las aves. ¿Cómo nacieron las aves, y las tortugas, los lagartos,
las serpientes y los cocodrilos?, se pregunta un preguntón.
Por qué los perros

¿Tiene baño la casa de los perros?, ¿los perros toman desayuno?, ¿cuál es el
postre preferido de los perros?, ¿los perros se ríen con la cola?, ¿los perros
pueden ocupar la cola para rascarse la espalda?, ¿a los perros se les arruga la
cara con el limón?, ¿saben los perros que comiendo zanahoria podrían saltar
como los conejos y comiendo pasas podrían memorizar como los elefantes?,
¿los perros ven televisión?, ¿los perros sueñan?, ¿los perros tienen
pesadillas?, ¿se entiende un perro chino con un perro chileno?, ¿qué
significa guau?, ¿los perros entienden el lenguaje de los pájaros o los gatos?,
¿qué prefieren los perros, la luna o el sol?, ¿existe un CENSO para contar a
los perros?, ¿por qué los perros sacan la cabeza de los autos, les gusta el
viento o les gusta mirar el paisaje?, ¿los perros saben ladrar por teléfono?,
¿los perros pueden tocar la guitarra?, ¿quién le enseñó a nadar a los perros?,
¿saben silbar los perros?, ¿escuchan música los perros?, ¿por qué los perros
esconden sus huesos?, ¿podemos pedirle a los perros que nos ayuden a cavar
el hoyito que nos llevará a China?...
Un cuento para Eloísa: el misterio de los calcetines perdidos

Le conté a Eloísa que hubo una vez una casa donde desaparecían todos los
calcetines. ¿Adónde iban los calcetines?, ¿cómo desparecían?, ¿alguien los
robaba? Súper E, una niña de cinco años, se propuso descubrir el misterio.
¿Su estrategia? fue dejando los calcetines tirados en distintos lugares de la
casa, entonces descubrió que Pepa, su perrita negra, tomaba los calcetines
con su hocico y los metía en su casa de madera. Al entrar ahí dentro, la niña
detective descubrió cientos de calcetines que la perrita utilizaba como
almohada y frazadas. ¡Por fin se había resuelto el caso de los calcetines
perdidos! Fin.
Ese fue el cuento que conté a Eloísa, por lo menos mi parte, porque ella lo
extendió: y además, dijo, la perrita Pepa se robó las sillas de la casa, y la
mesa, y las plantas, y las hoyas, y la escoba, y entonces armó su propia casa
dentro de su casa de perro, y como la familia se quedó sin cosas se mudaron
todos hasta la casa de Pepa, y ahí dentro vivieron felices hasta que llegó el
invierno, y les dio mucho pero mucho frío, y entonces todos volvieron a la
casa antigua, y se taparon con los calcetines que Pepa había robado.
Diálogos con Eloísa: decir sin palabras

Eloísa inventaba diálogos entre sus juguetes. Se detuvo.


—¿Cómo será la verdadera voz de mis juguetes? —preguntó.
—¿Por qué dices eso? —respondí.
—Porque en realidad la voz de mis juguetes es mi voz. Yo hablo por ellos.
Me gustaría saber qué voz tienen. Mira —me dijo, y me pasó una de las
muñecas—. Habla como la muñeca. Será tu voz, pero uno finge que es de la
muñeca. Y se puede hacer con cualquier cosa: se puede hablar como la
mesa, como el piso o la escoba... ¿Por qué solo hablan los humanos y no las
demás cosas?... ¿Por qué?
Entonces pensé que las palabras son solo un modo de decir. Hoy, sobre la
tierra se derriten los polos, cae agua en el desierto, aumentan los ciclones, lo
huracanes y las inundaciones. La naturaleza está hablando, nos grita. Pero
sin palabras.
Preguntas del Principito /1

Principito: ¿y de qué te sirve poseer las estrellas?


Hombre rico: me sirve para ser rico.
Principito: ¿y de qué te sirve ser rico?
Hombre rico: me sirve para comprar más estrellas.
Preguntas del Principito /2

—¿Qué significa "domesticar"?


—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos..."
—¿Crear vínculos?
—Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil
muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí
y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes.
Pero si tú me domésticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú
serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
Preguntas del Principito /3

Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada
uno pueda encontrar la suya.
Preguntas del Principito /4

A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo,
jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar
mariposas?' Pero en cambio preguntan: '¿Qué edad tiene? ¿Cuántos
hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?' Solamente con estos
detalles creen conocerle.
Preguntas para responder en casa

¿Cuántas lágrimas caben en un ojo?, ¿cuántas cosas caben en un segundo?,


¿quién encerró al tiempo en los relojes?, ¿si el reloj se rompe el tiempo se
escapa?, ¿es realmente una joroba o los camellos tienen la panza en la
espalda?, ¿las hienas se ríen de la muerte?, ¿los unicornios son caballos con
cuernos, o los caballos son unicornios sin cuerno?, ¿las cebras son negras
con rayas blancas o blancas con rayas negras?, ¿un cuadrado es la suma de
dos rectángulos o un rectángulo es un cuadrado partido en dos?, ¿por qué las
cigüeñas levantan una pata?, ¿de qué se ríen las brujas?, ¿dónde se
consiguen las escobas de las brujas?, si nadie lo ve ¿por qué amanece en el
desierto?, ¿adónde van los globos que vuelan al cielo?, ¿todas las estrellas
serán estrellas fugaces?, ¿cuántos deseos se esconden en el cielo?, ¿el viento
gira en círculos alrededor de la tierra?, ¿por qué la tierra se llama tierra si
tiene más agua que tierra?, ¿por qué el mar muerto está muerto?, ¿es cierto
que ni las uñas ni el pelo se enteran de la muerte de su dueño?, ¿hay lugares
en el mundo que nadie aun ha pisado?, ¿hay imanes o cebollas en el centro
de la tierra?, ¿cuánto pesa un diente?, ¿por qué lloran los sauces?, ¿por qué
el agua de los mares es salada y llega hasta ahí?, ¿cómo suena el universo?,
¿son primos las luciérnagas con los camaleones?, ¿los loros repiten lo que el
eco dice?, ¿los espejos reflejan el miedo o la tristeza?, ¿por qué no se cae la
luna?, ¿sirve la tela de las banderas para lustrarse los zapatos?, ¿sirve el
papel del dinero para hacer fogatas?, ¿sirve el metal de las armas para hacer
puentes?, si la naturaleza se disfrazara de banco ¿la salvarían los gobiernos?,
si hubiese tomates y no petróleo en algunos países ¿los invadirían otros
países?, ¿quién vende las armas cuando hay guerras?, ¿por qué un país se
hace llamar como un continente?, ¿adónde van las lágrimas que no se lloran
y los sueños que no se sueñan y las promesas que no se cumplen?, ¿al otro
lado de la luna?, ¿adónde?...
Pregunta de Bolaño, respuesta de Eloísa

En Los Detectives Salvajes, Roberto Bolaño, que nació más en los libros
que en la vida, y vivió más en su imaginación que en los países que habitó,
se pregunta qué hay detrás de la ventana. En el libro se dice que una estrella,
respuesta que, por supuesto, no convence a los preguntones.

Según Eloísa, eso es una carpa de indio puesta de lado; adentro, dice, hay
lápices, mucho humo, una cama de paja y un plástico para cubrirla en caso
de lluvia.
El vendedor de Palomas

En el centro de Santiago abundan las palomas; las hay de todo tipo. Un día,
un señor llevó hasta allá una bolsa repleta de migas que lanzó en todas
direcciones, las palomas descendieron para comer las migas. El señor se
rodeó de ellas, y entonces gritó: ¡A quinientos las palomas, dos en mil, lleve
las palomas, son las últimas que me quedan, dos en mil, dos en mil!...
Desde aquel día, ese señor se transformó en El Vendedor de Palomas. Fui a
conocerlo. Mirándolo, me pregunté entonces y me pregunto ahora por qué
solo anuncia la paz una paloma blanca y no una paloma anónima de la miles
que abundan en todos los parques del mundo, ¿será que solo traen la paz las
palomas blancas o será que el ojo ve lo que ve porque la ventana mediante
la cual nos asomamos al mundo muestra solo la fracción de la realidad que
el dueño de la casa, donde está ubicada la ventana, necesita que veamos?...
Más allá de la ventana: ojos de niñ@

New York. Un hombre toca el violín en una estación del metro. Es una fría
mañana a principios de enero. La música se cuela en medio de los apurados
transeúntes. El hombre sigue tocando, seis obras de Bach vuelven a nacer
con su violín. Al cabo de unos minutos, una señora se detiene, le lanza un
dólar y sigue caminando. Alguien más lo observa, solo unos segundos, mira
su reloj y sigue caminando. El resto simplemente pasa de largo, miles y
miles de anónimos sin mirar al violinista. Quien más prestó atención fue un
niño de unos tres años. El niño, curioso, se detuvo frente al músico. Su
madre lo tiró del brazo, una y otra vez. Pero el niño seguía frente al
violinista, con los ojos abiertos y el corazón latiendo con fuerza. La madre
seguía tirándolo del brazo, así hasta que consiguió llevárselo. Cuando el
niño ya se marchaba, volteó la cabeza para seguir mirando al violinista.
Nadie lo supo, pero ese hombre anónimo era Joshua Bell, uno de los
mejores violinistas del mundo, tocando con un violín Stradivarius tasado en
3,5 millones de dólares. Un par de días antes, Bell había repletado un teatro
en Boston. Las entradas al concierto promediaban los 100 dólares. Este
experimento social fue organizado el año 2007 por el diario The Washington
Post, intentaban comprobar si percibimos la belleza en un ambiente trivial y
a una hora inconveniente.
Conclusión: l@s niñ@s aún ven cuando ven.
Diálogos con Eloísa: ¿por qué las convenciones sociales?

Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido


engañados. Recordé esa frase de Mark Twain después de una conversación
con Eloísa.
—¿Por qué la gente aplaude? —me preguntó Eloísa, mientras mirábamos el
show de un payaso.
—Porque es una tradición mediante la cual la gente demuestra que algo le
gusta —respondí.
—¿No podrían gritar, saltar, llorar? No sé, otra cosa. ¿Por qué la gente
aplaude?
—La verdad es que no sé porqué ese gesto y no otro demuestra aprobación
—dije—. Seguramente a alguien se le ocurrió y la gente ahora lo sigue.
La gente cambió el show del payaso por un largo aplauso cerrado y
homogéneo. Yo, sin decir, pensé por qué no gritar, o saltar, o tirarse los
pelos, ¿por qué aplaudir?
(A veces, Eloísa juega a decir no con la cabeza pero significa un sí; o a decir
sí con la cabeza que significa no. O a probar la comida y decir: mmmm, qué
malo; o guácala, qué rico).
Un cuento para Eloísa: ¿por qué los días?

Un perro ladraba a la luna. Otro perro lo escuchó, y también ladró a la luna.


Como los bostezos de los hombres que no podían dormir, los ladridos
también se contagiaron: todos los perros ladraron a la luna. Un día, la gente
decidió juntarse para remediar los bostezos y el insomnio. Como no podían
explicarles a los perros que la luna no les haría daño, ni tampoco podían
cubrir la luna para que los perros no la vieran, como, en fin, no podían
ponerse de acuerdo con los perros, decidieron vengarse de ellos. El último
día de cada año, justo antes de las 12:00, los hombres lanzan fuegos
artificiales hacia el cielo, revientan bombas y meten mucho ruido. La fiesta
de Año Nuevo es una venganza contra los perros.
Eloísa escuchó este cuento y dijo que no había que vengarse de los perros,
que sería más fácil darle un hueso y agua y así se quedarían calladitos,
porque no era a la luna a lo que ladraban: los perros, en realidad, ladraban
porque tenían hambre. Los perros hablan ladrando, aseguró.
Diálogos con Eloísa: ¿qué ser?

El tráfico es irritante. Las bocinas me aturden. Sonriendo, Eloísa confiesa


que cuando sea grande quiere ser bailarina, doctora de animales y juguetes,
astronauta y cuidadora de la naturaleza. Yo, cansado del día, con dolor de
rutina, le digo que cuando sea grande quiero ser como ella.
Respuesta a Eloísa: las estrellas en el fondo del mar

¿Por qué hay estrellas en el fondo del mar?, preguntó Eloísa.


Respuesta científica: en realidad las estrellas del cielo no tienen la forma
que tienen las estrellas del mar.
Respuesta mística: lo que está arriba también está abajo, porque el
microcosmos se repite en el macrocosmos. El Kybalion entrega más
detalles.
Respuesta literaria: las estrellas estaban pegadas al cielo. Pero, en un pasado
muy lejano, hubo un diluvio en la tierra, entonces todo se repletó de agua,
tanta agua cayó que el cielo se mezcló con el mar, y entonces las estrellas
del mar fueron al cielo y algunas del cielo fueron al fondo del mar. Hay que
rescatar las estrellas del fondo del mar y volverlas a pegar en el cielo.
Posibles diálogos: ¿y las raíces?

En realidad, no supe qué decir cuando Eloísa preguntó por qué había
estrellas en el fondo del mar. Y como no quiero volver a quedarme mudo,
ensayo aquí posibles respuestas a la historia de las estrellas, el agua y el
pegamento. Si, por ejemplo, Eloísa me pregunta por qué los árboles no
fueron a dar al cielo cuando la tierra se llenó de agua, le diré que fue por las
raíces, que son las piernas de los árboles. Con las tormentas, las lluvias y los
relámpagos, las raíces crecen más fuertes. Eso diré. Y también diré que
cuanto más grande es la tormenta, más grande también es la raíz. El tamaño
de la raíz es proporcional a la tormenta, así como el carácter humano es
proporcional a sus catástrofes espirituales. Por eso las raíces mantuvieron a
los árboles en la Tierra. No así a las estrellas del fondo del mar ni las del
cielo, que no tenían raíces. Las raíces nos mantienen en la tierra.
Las preguntas de Eloísa: ¿cómo se oyen los colores?

Bajábamos del cerro el Panul, en La Florida. Eloísa me pidió oler esas hojas
de distintos aromas —pino, lavanda, etcétera— que se cuelgan en el
retrovisor de los automóviles. Se la pasé. Lo olió, y preguntó si todo lo que
tiene color rosado huele bien. No, dije, y agregué que un gorro o una casa
rosada no siempre huelen bien, que el color es el color y el olor es el olor.
Entonces Eloísa me preguntó por el café. El café huele bien, dijo. Qué café,
pregunté. El café que tú tomas, ese café huele rico, respondió. Entonces le
expliqué que el café que se toma tiene el mismo nombre que el color café,
así como la naranja que comemos tiene el mismo nombre que el color. Pero
que el color no huele bien ni mal, porque es distinto al olor. La
conversación, extraña, como casi todas, quedó ahí. Yo, preguntón por
excelencia, me quedé dándole vueltas.
Más tarde, investigando en internet, supe que los colores no se pueden oler,
pero si se pueden oír. Hay una persona en el mundo que lo hace, se llama
Neil Harbisson, y nació con una enfermedad que le impedía diferenciar los
colores. Para solucionar el problema, en su cerebro se le instaló una antena
que funciona traduciendo los colores en ondas sonoras. El audio es
transmitido a través de vibración de su cráneo a su oído interno y, de ese
modo, Harbisson escucha y siente los colores. Confiesa Harbisson que oye
más de 200 colores; yo me preguntó cómo se oye la sinfonía de un arcoíris,
o todas las melodías de un atardecer, o el réquiem durmiente de una noche.
¿Cómo se oyen los colores de la vida?, ¿cómo?...
Diálogos con Eloísa: una casa mágica

Eloísa dijo que su sueño es tener una casa en el árbol, y saltar con las manos
abiertas hacia el pasto, y tener un gato con ojos verdes adentro de la casa, y
flores de colores, y al abrir la puerta trasera aparecer en el mar, y luego
volver a su casa, y al abrir la ventana mirar el campo y las gallinas y las
vacas, y por las noches abrir una ventana en el techo y mirar la luna y contar
las estrellas, y meterse en una puerta subterránea, y agacharse hasta llegar a
las raíces del árbol, y ponerles pegamento para que sostengan por siempre la
casa y no se caiga ni con el viento ni con la lluvia ni con nada, y así seguir
mirando el mundo desde su casa en el árbol.
Preguntas de Eloísa: la anónima muerte de un poni sin nombre

Eloísa jugaba con dos ponis pequeños, uno de color morado y otro rosado.
Imitando la voz de uno de ellos, dijo:
—¡Oh, amiga, creo que moriré, adiós!
Entonces dejó caer a uno de los ponis sobre el piso. Se mantuvo con el poni
apoyado a la tierra, en silencio. Al rato se volteó. Con ojos inquietos,
preguntó si su poni de mentira se podía morir de verdad.
Dije que sí, luego que no, que dependía... Desde ese día que ando
buscándole respuestas a la pregunta de los ponis. He pensado en decir que
los ponis son reales y nosotros de mentira, o que no puede morir lo que
nunca vivió, y, en fin, muchas otras respuestas. Pienso, también, en algo más
sencillo: decirle a Eloísa que nombre a sus ponis de juguete, y así, cada vez
que ella mencione sus nombres, los ponis revivirán, porque las palabras dan
vida, y lo que se nombra nunca muere. Algo así.
Las palabras no mueren

Quizás le cuente la historia de Claudio “Pocho” Lepratti, que nació en 1966,


en Concepción del Uruguay, Argentina. Estudió derecho, pero abandonó la
carrera. En 1990 se mudó a uno de los barrios más pobres de Rosario, ahí
estaba su vocación: quería dar su vida por los pobres. Religioso por
vocación, no por acomodo. Pocho creía en el Jesús que echó a los
mercaderes del templo, ese que se arrimaba a los pobres y luchaba por la
justicia. También creía en lo que decía Gandhi: se tú el cambio que quieres
ver en el mundo. Por eso organizaba a los chicos, por eso fundó un
periódico, por eso fue seminarista salesiano por 5 años. Decidió hacer y no
padecer la vida. Se ganaba la vida trabajando como asistente de cocina en
los comedores de una escuela de barrio.
Corría el año 2001. Los argentinos salían a las calles a protestar. De la Rúa
decretaba estado de sitio. El 19 diciembre, Pocho Lepratti estaba al interior
de la escuela en que trabajaba, ayudando en la cocina y sirviendo comida a
los niños. Al escuchar el alboroto de las calles, los bombazos y los gritos,
salió a la azotea de la escuela. Desde arriba miró el caos. Los policías
disparaban hacía el fondo de la escuela. Y entonces, de su voz nació una
frase, sólo una frase. Pocho gritó: ¡bajen las armas, que aquí sólo hay pibes
comiendo!
Pero los policías no bajaron las armas, y una de las balas le apuró la noche.
“Cambiamos ojos por cielo, cambiamos fe por lágrimas”, dice León Gieco,
que cantando resucita la memoria de Pocho. También lo recuerdan la calle y
la plaza que llevan su nombre. Pero por sobre todo, a Pocho, al Pocho
hormiga, lo recuerdan las paredes, las paredes que hoy gritan el eco de su
última frase: Bajen las armas, que aquí sólo hay pibes comiendo.
Diálogos: ¿qué coleccionar?

Estábamos de vacaciones en el sur de Chile y Eloísa ansiaba tener una


colección de algo, lo que sea. Probó con palos, piedras, huevos, cuescos,
monedas, bichos, pétalos, conchitas de mar y otras posibilidades. Tomaba,
digamos, una rama y decía que haría una colección de ramas, pero luego
aparecía una piedra y decía que mejor haría una colección de piedras. Y así
anduvo probando con distintas cosas, sin convencerse. El último día de
vacaciones, Eloísa dijo que no importaba de qué fuera la colección, lo
importante es que las cosas sean especiales para el coleccionista. Hoy, sobre
mi biblioteca, tengo un palo ovalado, una papa con cara y una piedra que
flota. Su colección de cosas especiales.
Diálogos con Eloísa: ¿quién es realmente el mejor amigo del hombre?

Las estrategias militares parten de una premisa elemental: el enemigo de mi


enemigo es mi amigo. Eloísa preguntó por qué el perro es el mejor amigo
del hombre, a esa pregunta le siguieron una serie de reflexiones cruzadas:
por qué razón el gato era enemigo del ratón, y el perro enemigo del gato, y
el hombre enemigo del ratón, pero amigo del gato. Las especulaciones eran
infinitas, y se sustentaban en Tom y Jerry y otras importantísimas fuentes.
Todo terminó con una conclusión paradigmática: en realidad, el gato debiese
ser el mejor amigo del hombre, porque ambos, humano y gato, combaten a
un enemigo común: el ratón. El perro, en cambio, es amigo del ratón, que es
enemigo del ser humano, de modo que no puede ser el mejor amigo del
hombre un animal que es amigo de un enemigo.
(Hace poco, Eloísa dijo que la vaca también debiese ser amiga del hombre,
porque la vaca da leche, y con leche crecen los bebes).
Lecciones de filosofía para Eloísa: Sartre y el existencialismo

No lo volteó la tortura, ni la cárcel, ni el exilio. Si las tripas: Agustín


Holgado, papá de Berta, cayó enfermo por una sobredosis de un
medicamento llamado Viadil. Y ahí, sobre la camilla del hospital, me contó
que estaba leyendo para matar o vivir el tiempo, y que leyendo había
recordado unos cursos de filosofía que tomó en la universidad, unos cursos
sobre el existencialismo, Jean Paul Sartre y otras vainas de esos señores
griegos que se vestían con sabanas.
Y dijo también que un día, mucho antes de caer enfermo, manejaba su
automóvil al borde de un barranco, entonces había recordado esa frase de
Sartre que decía que el hombre estaba condenado a ser libre, y que ahí,
bordeando el barranco, había entendido la frase esa: pensé en mi libertad,
confesó, si soltaba el volante me caía barranco abajo…
Lecciones de sociología para Eloísa: la identidad

Con Jotape y Cecho llegamos el 2001 a Argentina. La crisis estaba en las


calles, en los rayados sobre los bancos y en el rostro de la gente. Una noche,
nos instalamos cerca del obelisco. A mirar Buenos Aires. Y estábamos en
eso cuando se nos acercó un argentino. No era cualquiera: su ropa y zapatos
estaban repletos de hoyos, no le quedaban dientes, olía a vino, y a cervezas,
y a tierra, y a noches. A pesar de las evidencias, que teníamos frente a los
ojos y la nariz, ese rioplatense, levantado el pecho, nos dijo que bebía los
mejores licores del mundo, y que era amigo de las mejores minas del
mundo, y que había visto a los mejores jugadores del mundo, rodeado de la
mejor hinchada del mundo, en la cancha más grande del mundo, y que esa
noche podíamos darnos un lujo, y beber con él, ahí, en su propia casa: las
calles de Buenos Aires, las mejores calles del mundo.
Lecciones de literatura para Eloísa: la telepatía de las palabras

El 2017 Chile fue el país que más inmigrantes recibió en toda


Latinoamérica. Checho Hirane, pinochetista, (por tanto) humorista y
comentarista radial chileno, comentó que le preocupaba que se perdiera la
raza chilena ante tanta inmigración. La pelotudez me encendió la cabeza, y
se me escaparon las palabras. Entonces escribí que viajan los pájaros, los
peces, el polen, la música y el viento, y viajan los buscadores de futuro,
dejando cielos, queriendo vida… también escribí que la solidaridad rompe
las fronteras del espacio, el tiempo y la piel. Y que el amor tampoco respeta
las fronteras de los mapas y las razas, y nadie, ni ese señor, ni nadie,
impedirá que un blanco se enamore de una negra, o una negra de un blanco,
y que las razas se mezclen como se mezcla la noche con el día o el agua del
rio con el agua del mar. Porque eso somos, un andar de piernas y una
mixtura de vida, porque en realidad no somos si no que estamos siendo.
Una madre venezolana leyó la columna, consiguió mi teléfono, y me
escribió. ¿Cómo lo supo?, me preguntó. Cómo supe qué, pregunté. ¿Cómo
supo usted lo que yo tenía que decir?
Lecciones del profesor para Eloísa: ¿qué es el anarquismo?

Andaba por los 16 o 17 años y anidaba en mi interior la misión existencial


de molestar. Para concretar tal fin, creamos en la escuela un centro de
alumnos integrado por otros molestosos más. Nos declaramos anarquistas.
Un día, Benedicto Catalán, profesor de historia y de la vida, se me acercó y
me preguntó si era cierto eso de que éramos anarquistas. Sí, respondí, lo
somos. Yo, que creía que ser anarquista era un modo de seguir molestando
por otros medios, recibí de ese profesor una lección de política que aún
conservo: dijo que declararse anarquista significaba dejar de confiar el
manejo de nuestras vidas a un gobierno, un rey o un cura, y, por tanto, el
anarquismo, a diferencia de las otras corrientes políticas, que dependían del
Estado o el mercado, demandaba la máxima responsabilidad del espíritu
humano: la conciencia de ser uno, de autogobernarse sin depender de
dogmas y reglas, y así asumirnos como lo que somos: seres dotados de
razón y espíritu, viviendo en medio de otros seres con sus propias razones y
espíritus. Ser anarquista es la máxima responsabilidad que puede asumir un
ser humano, dijo ese profesor.
Preguntas de Eloísa: ¿dónde buscar la luz?

¿Por qué hay tantas polillas en las noches? preguntó Eloísa. Porque siguen
la luz de los focos que se encienden en las noches, respondió Berta. Pero si
siguen la luz, dijo Eloísa, no sería mejor que salieran en el día, y no en la
noche.
Escuché esta historia y pensé en Nasredín, personaje cuyas historias sirven
para introducir las enseñanzas sufíes, la rama mística del islam. Cuenta uno
de los cuentos que Nasredín buscaba una llave de su casa a la luz de un
farol.
—¿Qué estás haciendo, Nasredín? —le pregunta un vecino.
—Estoy buscando mi llave —responde Nasredín.
Se le unió el vecino en la búsqueda. Y luego otro vecino, y luego otro más.
Al cabo de un rato, uno de los vecinos de Nasredín dice: hemos buscado tu
llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
—No, dice Nasredín.
—¿Dónde la perdiste? —pregunta el vecino.
—En mi casa.
—Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
—Porque aquí hay más luz.
Lecciones de un huevo: los cambios

La vida termina si el huevo se rompe por una fuerza externa. La vida


empieza si el hueve se rompe desde adentro. ¿Nos enseña un huevo que las
grandes cosas comienzan desde adentro, y que esas cosas necesitan de una
decisión, y que esa decisión, al fin y al cabo, se manifiestan como un simple
acto en un día cualquiera?...
Un día

En una esquina, cualquiera esquina de las miles que forman y deforman


Santiago, un inmigrante colombiano lanza pelotas al aire a cambio de unas
monedas. A unos metros, alguien da de comer a su gato, gato que minutos
después sube al tejado de su casa para observar a un hombre caminar en
medio de edificios y calles grises, hombre que camina pensando en sus
deseos de convertirse en pájaro y arrancar de su trabajo y su vida. Lejos de
ahí, un desempleado toca puertas buscando convertirse en lo que el hombre
que busca ser pájaro es y quiere dejar de ser. Mientras eso pasa, un anciano
jubilado riega sus rozas, y un niño toma la mano de su madre. A unos
metros, una mujer está dando a luz y, un piso más abajo del mismo hospital,
un hombre da su último suspiro. Todo sucediendo hoy. Hoy, ¿el último día
para ser quien fuimos y el primer día para ser quien seremos?
¿Cuántas cosas caben en un día?

Junto a mi amigo JP arribamos a México el 19 de septiembre del 2017. El


avión llegó de madrugada y el próximo que abordaríamos, a Londres, salía
de noche. Teníamos, por tanto, un día para recorrer el D.F. A las 6:00 de la
mañana ya estábamos al interior del metro. Nos separamos. Ahí dentro
escuché a un señor anunciar que “se venía un terremoto durante la tarde”.
¡Justo ese día! Cuando bajamos del metro, se lo comenté a JP. Él, que ya
había estado en México varias veces y conocía a los mexicanos mejor que
yo, dijo que esas son huevadas que salen en el periódico Crónica, que la
gente las cree, y que no hay que tomar mucho en cuenta. Al rato olvidamos
el dato del desconocido del metro y comenzamos a discutir respecto a qué
lugares iríamos durante ese día: yo me inclinaba por las pirámides de
Teotihuacan, JP por un paseo por el centro del D.F. Era solo un día, me
recordó varias veces, y en México “pasan cosas”, dijo también. A las 7:00 y
algo de ese día, de ese único día, ya estábamos en la estación de metro
Isabel la Católica. A la 8:00 nos encontrábamos caminando hacia el Zócalo,
pasamos por el palacio de Bellas Artes, recorrimos el paseo de la Reforma,
y luego caminamos hacia la plaza Garibaldi. A las 12:00 y algo almorzamos
en el mercado San Juan. Al rato fuimos por unos libros a la Biblioteca de
México. A las 13:30 mirábamos las nubes en una plaza afuera de la
Biblioteca, a las 14:00 entramos al mercado artesanal "La Ciudadela". A las
14:40 horas empezó a moverse el piso. A las 14:41 la gente corría sin
rumbo, desesperada. A las 14:42 no podíamos mantenernos en pie. A las
14:43, en medio de una sirena taladrante, de gritos desesperados y ruidos de
edificios que se venían abajo, entendía que había viajado miles de
kilómetros para sobrevivir un terremoto fuera de Chile, el país más sísmico
del mundo. Salí del mercado. A mi espalda, una señora me preguntó por la
estación de metro más cercana. El acento era inconfundible: era chilena. Me
volteé. ¿Eres chilena? pregunté. Sí, dijo. Yo también, le dije. Reímos,
nerviosos. Trajimos los terremotos, dije yo o dijo ella. Al rato me encontré
con JP. Por una extraña razón, sonreímos; fue una sonrisa macabra,
nerviosa, indefinible. Nos detuvimos en medio del caos a escuchar las
ambulancias, los gritos, los llantos y los vidrios que caían de los edificios.
Una señora, arrodillada en el piso, pedía clemencia a la virgencita de
Guadalupe. Pedimos internet en un hotel para avisar a nuestras familias en
Chile que estábamos bien, a salvo. Al escuchar nuestro acento, las
trabajadoras del hotel nos preguntaron que qué se hacía en esos casos, que
nosotros debíamos saber porque veníamos de Chile y ellas habían visto en la
televisión que en Chile siempre había terremotos. Cual psicólogos, dijimos
que se calmaran, que ya pasó, que todo volvería a la normalidad. Como no
había metros funcionando, como era imposible avanzar en taxi, como la
ciudad estaba paralizada y no podíamos llegar al aeropuerto salvo
caminando, cuestión que nos demoraría, calculamos, unas seis horas, le
propuse a mi compañero entrar a un bar y esperar a que las cosas se
calmaran. Aceptó. En las noticias pasaban las imágenes del terremoto:
vimos un hospital derrumbado, vimos casas demolidas, vimos un colegio en
ruinas, vimos y, sobre todo, sentimos que vivíamos un acontecimiento
trascendente en la historia mexicana. Y todas esas imágenes catastróficas
que veíamos, que se trasmitían en vivo para todo el mundo, todo eso sucedía
a unas cuadras de aquel bar donde esperábamos la calma, nuestro refugio.
—Viste que tenía razón el señor del metro —le dije a JP.
—Y tú querías ir a las pirámides de Teotihuacán —respondió mi amigo—.
Viste que en un día no alcanzábamos.
Momentos: ¿mirar o no mirar la lluvia?

De pronto, nubes grises cubrieron al sol. El aspecto del cielo auguraba la


inminente lluvia. Sin embargo, y ante las evidencias que teníamos sobre
nosotros, los lugareños nos advirtieron que en el Valle del Elqui nunca
llueve en verano, que solo una vez, hace muchos años, pasó, pero que no
pasaba. Pero pasó. Y lo vimos.
Estábamos acampando en el Valle del Elqui con Eduardo y José, mis
compañeros de universidad, cuando, contra todo pronóstico, comenzó a
llover en pleno verano. Entonces José comenzó a proteger su carpa. Con
Eduardo, en cambio, nos paramos bajo las nubes grises, a sentir las gotitas
caer sobre el rostro y escuchar los truenos y la lluvia. Mientras tanto, José
extendía cuerdas sobre la carpa, martillaba las estacas, pasaba de un lado al
otro, y nos advertía que había sido boy scout por muchos años, y que esas
cosas le habían pasado muchas veces, por eso había que refugiarse pronto de
la lluvia, ¡pronto!, porque de noche sería imposible, que qué esperábamos
para proteger la carpa. Pero no: con Eduardo seguíamos hipnotizados,
mirando llover. Apenas José terminó de proteger su carpa y se acercaba a
nosotros, la lluvia se detuvo, de improviso. Y no volvió a caer ninguna
gotita más. Al rato, salió el sol de entre las nubes. Y se quedó allá arriba,
intacto, como si todo hubiese sido un desliz, un frágil instante en que perdió
el control sobre el cielo y se le colaron esas nubes grises. Pero Eduardo y yo
presenciamos el incidente. Vivimos ese momento. José no.
(Wu-Men, poeta chino, escribió: diez mil flores en primavera. La luna en
otoño. Una fresca brisa en el verano. Nieve en invierno. Si tu mente no está
nublada con cosas innecesaria, esta es la mejor época de tu vida).
¿Qué es la felicidad?

Catherine Lutz, una antropóloga que convivió con la tribu de los ifaluk en
un atolón de la Melanesia, cuenta que ese pueblo, que vive en un clima
hostil, a merced de los ciclones y del inclemente mar, desconfía de la
felicidad personal, porque cree que quien se siente satisfecho con su suerte,
su situación o sus propiedades, se va a desentender del destino de los demás.
Desconocía la existencia de los ifaluk cuando ingresé de voluntario a una
escuela de educación popular: la Escuela Libre de Renca. En el acto de final
de año, Gabriel, uno de sus organizadores, habló de la felicidad: dijo que
nadie puede ser feliz sabiendo que su vecino vive preocupado por la
enfermedad incurable de su hijo, también dijo que la felicidad individual es
un truco del sistema capitalista, porque esa felicidad es un acomodo, una
ceguera que separa a unos de otros; porque la felicidad no consiste en
llenarse de cosas, adornarse de marcas y competir con el vecino. Ya al final,
Gabriel dijo que eso que hacíamos ahí, enseñar enseñándonos, liberar
liberándonos, era un modo de ser felices, de todos, de todas,
horizontalmente, al mismo tiempo.
La felicidad de Jorge Teillier: ¿un leve deslizarse de remos en el agua?

Bajo el cielo nacido tras la lluvia escucho un leve deslizarse de remos en el


agua, mientras pienso que la felicidad no es sino un leve deslizarse de remos
en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco, esa luz que aparece y
desaparece en el oscuro oleaje de los años lentos como una cena tras un
entierro.
O la luz de una casa hallada tras la colina cuando ya creíamos que no
quedaba sino andar y andar.
Eso fue la felicidad: dibujar en la escarcha figuras sin sentido sabiendo que
no durarían nada, cortar una rama de pino para escribir un instante nuestro
nombre en la tierra húmeda, atrapar una plumilla de cardo para detener la
huida de toda una estación.
Así era la felicidad: breve como el sueño del aromo derribado, o el baile de
la solterona loca frente al espejo roto. Pero no importa que los días felices
sean breves como el viaje de la estrella desprendida del cielo, pues siempre
podremos reunir sus recuerdos, así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos. Pues siempre
podremos estar en un día que no es ayer ni mañana, mirando el cielo nacido
tras la lluvia y escuchando a lo lejos un leve deslizarse de remos en el agua.
Un cuento para Eloísa: ¿el camino o la meta?

Un hombre quería alcanzar el sol. Sonriendo, lanzaba semillas mientras


caminaba hacia él. Jamás alcanzó el sol, pero sembró un bosque.
Un cuento para Eloísa: ¿el camino o la meta?

Ganó el premio mayor en la lotería. Saltó de alegría. Años y años


esperándolo. Por fin había alcanzado su meta: fue feliz. Salió a la calle. Se
suicidó.
Las preguntas de Eloísa: la memoria

Le hablé de Víctor Jara a Eloísa, comenté que había sido actor de teatro y
cantante, que cantó canciones valientes, también le dije, escuetamente, casi
sin decir, cómo había muerto Víctor Jara. Y no lo olvidó.
Meses después de aquella conversación, nos encontramos con otro cantante
chileno en el colegio de Eloísa: con Subverso. Entonces le conté a Eloísa
que Subverso era un cantante que cantaba verdades, que era valiente, y que
se parecía a Víctor Jara. Los ojos se le llenaron de preguntas, pero solo dijo
una: ¿y no le van a cortar las manos por cantar verdades?...
Lo importante de agradecer

En la India los campesinos llevan siglos sembrando la tierra, y esperando a


la tierra, y volviéndola a sembrar y volviéndola a esperar. Lo hacen con las
manos y las piernas. Un día, una ONG decidió regalarles un tractor. El
tractor simplificaría las labores, explicaron los miembros de esa ONG.
Meses después, volvieron a ver cómo el tractor había solucionado la vida de
los trabajadores. Pero el tractor estaba guardado con los caballos y la paja,
en un rebaño. Y no estaba como lo recibieron: lo habían pintado de colores,
tenía telas, velas y dioses encima. No servía de mucho, dijeron los
trabajadores, pero lo agradecían de todos modos.
Diálogos: ¿al infinito y más allá?

A Eloísa le preocupa su crecimiento. Cada cierto tiempo se instala a mi lado


y me dice cosas así: ahora te llego hasta aquí, cuando tenga 7 años llegaré
hasta tu ombligo, y después hasta los hombros, y después hasta la cabeza.
En una de esas ocasiones, me preguntó por qué crecíamos hacia arriba.
Porque vamos al infinito, dije, sonriendo, ¡al infinito y más allá! Ella me
miró sorprendida.
—A mí no me gustaría crecer hasta tan arriba —dijo, mirando el cielo con
cierto miedo—, porque me enredaría en los cables si juego a la pinta con
mis amigos. Además, no podría esconderme en ningún lado si jugamos a la
escondida, me encontrarían muy fácil.
Diálogos: el gigante, su saxofón y las dimensiones del mundo

En uno de sus haiku, Borges se preguntaba: ¿es un imperio esa luz que se
apaga o una luciérnaga? Recordé aquel haiku después de una conversación
con Eloísa. Alguna vez le conté que el viento se producía porque un gigante,
escondido tras la cordillera, se asomaba sobre ella y soplaba. Olvidé esa
historia que alguna vez imaginé. Meses después, Eloísa, al verme soplar el
saxofón, me preguntó cómo se tocaba aquel instrumento.
—Se sopla por esta boquilla —dije.
—¡Y el gigante del viento! —interrumpió ella— ¿también toca saxofón?
—¡Que gigante! —exclamé, sin entender.
—El gigante que vive detrás de la cordillera y que sopla para que exista el
viento.
Mientras buscaba en mi memoria aquella historia, Eloísa dijo que ella creía
que el gigante del viento sí tenía un saxofón, pero que no sonaba como el
mío, pero sí como el viento. Cuando hay mucho pero mucho viento, es
porque el gigante está tocando muy pero muy fuerte su saxofón, aseguró. Se
detuvo un instante, yo permanecía en silencio. Cerró la conversación con
una pregunta:
—¿Tal vez tú seas un gigante que les tira aire a las hormigas cuando soplas
el saxofón?
Preguntas de Eloísa: la verdad de las palabrotas

Eloísa preguntó a su abuela para qué servían las groserías si no se pueden


ocupar.
Respuesta sincera: sí sirven, y se deben utilizar contra los envenenadores de
agua, contra los estrujadores de la tierra, contra los traficantes de sueños y
los desdichados por indolencia. Yo conozco varios.
Respuesta intermedia: no es que no se puedan ocupar, es que deben
ocuparse en el momento indicado. Pueden juntarse, y salir cuando necesitan
salir.
Respuesta literaria: las palabrotas son, en realidad, palabras mágicas, así
como abracadabra o pata de cabra, y solo se deben utilizar en los momentos
indicados. La humanidad desconoce este secreto. El producto de pronunciar
las palabras mágicas, incluidas las groserías, no están bien estudiadas:
cuando alguien insulta a la persona indicada utilizando una palabrota puede
nacer un árbol o una ola en el mar, pero una palabrota mal utilizada también
puede envenenar un rio o llevar a un loco a la presidencia del país más
poderoso del mundo. Las combinaciones son infinitas.
Dichos en duda /2

Dice el dicho que “la justicia tarda pero llega”. Pero, como decía Pierre
Dubois, ¿es realmente justa la justicia que no se ejerce cuando corresponde?
Otro dicho asegura que “más vale tener un pájaro en la mano que cien
volando”, ¿no será mejor que todos vuelen y no tener ningún pájaro en la
mano? Dicen que si el rio suena es porque piedras trae ¿y si trae un payaso,
un piano o un acordeón?, ¿por qué solo piedras? “Siempre hay una luz al
final del túnel”, asegura otro dicho, ¿y si esa luz es la luz de un ferrocarril
que viene a toda velocidad a estrellarse de frente?...
¿Por qué los dichos?

Dice el dicho que hay que “ponerle el cascabel al gato”. Respecto a esto,
cuenta un pajarito que hubo una vez una familia de ratones que vivían
encerrados en sus cuevas por temor al gato de la casa. Como no soportaban
el constante y claustrofóbico encierro, celebraron una asamblea para
solucionar el problema.
—¡Pido la palabra! —dijo un ratoncillo—. Atemos un cascabel al gato, así
podremos salir de las cuevas, y podremos escuchar cuando se acerque.
Todos aceptaron. Por fin sus tormentos se resolvían. La libertad se acercaba.
En medio de la celebración, del fondo de la asamblea, un ratón gritó: todos
de acuerdo, pero ¿quién de todos le pondrá el cascabel al gato? Un silencio
impenetrable se apoderó de la asamblea, y en silencio regresaron los ratones
a sus cuevas.
Apenas terminé el cuento, Eloísa preguntó que qué pasó después.
—Eso pasó —respondí—, que los ratones se fueron y nadie le puso el
cascabel. Nadie se atrevió. La moraleja es esa: que hay que atreverse. Eso.
Entonces Eloísa dijo que imagináramos que un ratón salió de su cueva, de
noche, mientras el gato dormía, y que ese ratón fue hasta donde el dueño del
gato y le dijo al oído: hay que ponerle el cascabel al gato, hay que ponerle el
cascabel al gato, hay que ponerle el cascabel al gato, hay que ponerle el
cascabel al gato. Entonces el dueño del gato se levantó hipnotizado, caminó
como los sonámbulos y le puso el cascabel al gato. Mejor aún, le puso una
luz de esas que se ocupan para las bicicletas, y se la puso en el collar y no en
la cola, porque el cascabel en la cola se podía caer si el gato se rascaba.
Un cuento para Eloísa: el cascabel al gato

Montgomery, Alabama, 1955. Los autobuses recorren las calles. Solo


pueden sentarse gente de tez blanca en la parte delantera de ellos; los negros
deben ir relegados a la parte de atrás del mismo autobús. Si un negro va
sentado en la parte de adelante y sube un blanco, entonces aquel negro debe
pararse, agachar la cabeza y caminar al fondo del autobús. No solo en los
autobuses sucede esto, las denominadas “leyes de Jim Crow” dictaban una
segregación racial en todos los espacios públicos: transporte, escuelas,
cines, baños y restaurantes.
El jueves 3 de diciembre de 1955, Rosa Park, una humilde señora de raza
negra, termina su trabajo como costurera. Se dirige a tomar el autobús. En la
primera fila hay lugares libres, y ella se sienta en uno de estos asientos. El
conductor del autobús le pidió que se parase para dejar una nueva fila a los
blancos. Rosa Parks se negó. El conductor subió la voz; le exigió volver a la
parte de atrás. Rosa Parks volvió a negarse. Miró alrededor, vio como los
otros negros se levantaban de sus asientos. Pero ella había dicho que no, que
no más, que no. Terminó arrestada. El arresto fue el inicio del boicot
organizado por la comunidad negra en contra del sistema de autobuses:
taxistas negros cobraron el mismo precio del autobús, la gente comenzó a
caminar o a utilizar la bicicleta, se generó un sistema de automóviles
comunitarios que llevaba a los negros a sus destinos. Al poco tiempo, el
boicot superó los límites de Alabama: en las iglesias de todo el país
recaudaban dinero para financiar la medida, además de calzado para
remplazar los viejos y gastados zapatos de los ciudadanos negros de
Montgomery. El 13 de noviembre de 1956, 381 días después del pequeño
acto de esa humilde señora, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos
decreta unánimemente que la segregación en los autobuses de Montgomery,
Alabama, es anticonstitucional. Así lo relata Martin Luther King: “El
corazón me latía con una alegría imposible de explicar. El humilde desafío
de Rosa Park había concluido con una gran victoria”. Un proverbio chino
dice que “para recorrer mil kilómetros, primero hay que dar un paso”. Y otro
dice que “hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los
dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las
conciencias de los hombres”. Yo digo que a veces hay que ponerle el
cascabel al gato.
Un cuento para Eloísa: ¿destino?

Encontró petróleo en medio del desierto, pero murió de sed.


Un cuento para Eloísa: ¿destino? /2

Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de


riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa
de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.
Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su
jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una
moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a
buscarla". A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y
afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras,
de los ríos, de las fieras y de los hombres.
Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche
y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita,
una casa y por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones
atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se
despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos
también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió
con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.
El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El
Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de
la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó
buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria?" El otro declaró: "Soy de
la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí". El
Capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?" El otro optó por la verdad y le
dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí
estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió
deben ser los azotes que tan generosamente me diste".
Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del
juicio y acabó por decirle: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he
soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín,
y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego
de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor
crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio,
has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te
vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete".
El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín
(que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio
bendición y lo recompensó.
Diálogos con Eloísa: ¿hay vida más allá?

A Eloísa le da nervio (ese adjetivo usa: nervio) la sangre y los esqueletos.


—¿Todos tienen sangre y esqueleto? —me preguntó.
Asentí.
—¿Y no se puede vivir sin sangre ni esqueleto?
—No, no se puede.
—Y como las flores y los árboles. No tienen sangre ni esqueleto, pero igual
viven.
No dije nada en aquel instante. Sí pienso que la vida va más allá de nosotros
los humanos: mientras gira, la tierra mezcla los componentes físicos,
químicos y biológicos exactos para generar la vida, como solo un organismo
vivo puede hacerlo. Además, y con idéntica exactitud, equilibra sus balances
de temperatura, la composición química en el mar y la biosfera. La Tierra
alberga vida, pero ella misma también lo está: entrega signos de su vitalidad
cuando agita sus placas, cuando sacude los circuitos del agua, cuando gira
en sí misma o alrededor del Sol. También respira: la vegetación inhala de la
atmósfera unos 450 mil millones de toneladas de CO2 al año, que luego
exhala a través de la fotosíntesis, la quema natural de materia orgánica y
otros procesos. La Tierra vive, y nos concede las condiciones exactas para
que nosotros, los seres humanos, la habitemos. Y dentro de todas las
especies a nosotros nos fue asignada una tarea esencial: cuidar la vida de la
tierra. ¿Somos vida con una vida a cargo?
Respuesta de Eloísa: ¿cuál es el color de tus ojos?

Mis ojos tienen el color del universo.


Mis ojos cambian de colores.
A veces son verdes, a veces son azules.
Es verdad.
Mírame, mírame a los ojos.
Ves que cambian de colores,
¿Lo ves?...
Las dudas de Mafalda: prioridades

Mirando las estrellas, Mafalda se preguntaba: ¿por qué habiendo mundos


más evolucionados yo tenía que nacer en éste? Manfred Max Neef dio una
charla en la Universidad de Andalucía, España. Según la FAO, dijo Max
Neef, se necesitan US$ 30.000 millones anuales para alimentar a los 1.000
millones de personas que sufren hambre a diario. Ante la crisis del 2008-
2009, seis bancos centrales invirtieron US$ 17 trillones de dólares (o sea: 17
millones de millones de dólares) para salvar bancos privados. Al dividir los
US$ 17 trillones de dólares por los US$ 30.000 millones, se obtienen 600
años de un mundo sin hambre.
Es cierto: el mundo prefiere salvar bancos y no salvar vidas. Con razón
Mafalda se interrogaba así: ¿no sería hermoso el mundo si las bibliotecas
fueran más importantes que los bancos?...
Las dudas de Mafalda: ¿adónde vamos?

En las 7 décadas trascurridas tras la segunda guerra mundial, se han


consumido más recursos planetarios que en toda la historia de la humanidad.
En las últimas tres décadas se ha perdido cerca de la tercera parte de toda la
riqueza natural. Cada año se cortan 16 millones de hectáreas de bosque.
Hoy, necesitamos un planeta y medio para abastecer las necesidades de
consumo de la humanidad. De mantenerse esta paranoia, para el 2050
necesitaríamos tres planetas como éste para generar la vida.
Mafalda se preguntaba: ¿no sería más progresista preguntar dónde vamos a
seguir, en vez de dónde vamos a parar?...
Las dudas de Mafalda: el poder del mundo

Se denomina como pensamiento divergente a la capacidad de encontrar


diferentes respuestas a la misma pregunta. Ken Robinson dio una charla
llamada Do schools kill creativity? sobre pensamiento divergente; contó de
un experimento en el que se les preguntó a 1.600 niñ@s de 5 años los
diferentes usos que puede tener un tenedor. Considerando una medición de
acuerdo a la creatividad y número de respuestas, los resultados fueron
sorprendentes: el 98 por ciento de l@s niñ@s era considerado como genio. 5
años después se realizó el mismo experimento a l@s mism@s niñ@s, que
entonces tenían 10 años. En esta oportunidad, solo el 38 por ciento
conservaba su genialidad. 5 Años después, cuando l@s niñ@s tenían 15
años, solo el 12 por ciento conservó su genialidad inicial. La prueba,
además, se realizó con 280.000 adultos. La decepción fue total: solo el 2 por
ciento era considerado genio.
Así advertía Mafalda a sus amigos: ¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si
uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia
a uno!
Preguntas de Eloísa: ¿por qué tiritan las estrellas?

Mirando el cielo en el sur de Chile, Eloísa preguntó por qué tiritan las
estrellas.
Respuesta científica: no tiritan. Es, en realidad, una reacción de la retina y el
espacio.
Respuesta climática: tiritan de frio porque el universo es helado como un
hielo.
Respuesta artística: las estrellas son actores y actrices y el cielo es el
escenario. Arriba se abre la función, entonces el león se come a la serpiente,
y después viene una flecha que la saca de su barriga. En otra escena el Sol
se casó con la Luna, y tuvieron muchos hijos e hijas, que son todas las
estrellas. Y en otra escena, la vía láctea se convirtió en un rio de leche que
fluye al interior del cielo. El final de la comedia es trágico: las Tres Marías
son tres hermanas hijas del Sol y tiritan para que su padre, que desconoce
tener esas hijas, las vea.
Respuesta posible: las estrellas tiritan de miedo a que un día las alcancen los
seres humanos y las atesten de cemento, ruido y contaminación.
Diálogos con Eloísa: ¿qué mundo?

Estábamos en la cama, mirando por la ventana hacia afuera. Eloísa


permaneció largo rato mirando. A su espalda yo pensaba en qué pensaba. Se
volteó, y me hizo una de las preguntas que me llevaron a comenzar a
escribir estas páginas:
—¿Por qué existen todas las cosas?
—¿Qué cosas? —repliqué.
—Los edificios, las casas, los automóviles, los televisores… toda las cosas.
¿Y por qué todas las cosas la hicieron los hombres?
Me quedé sin palabras. Nervioso, dije que las cosas servían para vivir, algo
así, le hablé de los cavernícolas, que no tenían ni casas, ni autos, ni nada de
eso. Pero no era eso lo que más me impresionó. Fue lo otro, eso de los
hombres como artífices de todas las cosas: ¿por qué pensaba eso?, ¿qué veía
en su mundo de niña?, ¿de dónde interpretaba que todo lo habían hecho los
hombres? Se lo pregunté, y me dijo que lo había visto: que veía hombres
construyendo edificios, hombres haciendo cosas, siempre más hombres que
mujeres. Le hablé de Violeta Parra, de Gabriela Mistral, le hablé de mujeres
maravillosas que fecundaron la tierra. Y en fin, desde ese día que recopilo
historias de mujeres y se las cuento. Me tortura una pregunta: ¿qué mundo
hemos armado los adultos que tenemos que explicarle cuestiones así a las
niñas?
El peligro de tener todas las respuestas

Hay quienes tienen respuestas, y hay quienes tienen preguntas. Los primeros
los saben todo, o aseguran saberlo, los segundos no saben que están
sabiendo mientras preguntan. Un político es un respondedor profesional; un
artista, en cambio, es un preguntón intuitivo. Un profeta tiene preguntas, un
revolucionario preguntas. Las respuestas cierran un camino; son una
concreción. Las preguntas abren caminos; son un camino en sí. Las
respuestas implican certezas y las respuestas implican dudas.
Los que preguntan aseguran que la naturaleza es sabia: nos dio dos orejas y
una boca para escuchar más que hablar, nos hizo la cabeza redonda para que
las ideas circulen y nos dio la capacidad de pensar para evaluar
constantemente lo que creemos como verdad. Esos mismos preguntones
dudan cuando alguien asegura poseer todas las respuestas, porque eso,
dicen, implica subestimar la realidad, que está hecha de misterios,
contradicciones y preguntas. Además, al tener todas las respuestas se
abandona la duda, lo que transforma la vida en una especie de siesta
existencial, un acomodo. Cuando cayó el muro de Berlín, y se abría un
nuevo mundo, este mundo, Benedetti se lamentaba así: cuando tuvimos
todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.
Paradigmas: del norte al Sur

Se pasaba todo el día en la biblioteca pública, cautivado por las lecturas de


Hegel y Marx. De ahí sacó todas las respuestas a su tiempo y su gente. Paz y
tierra, dijo que necesitaba el pueblo ruso. También dijo que el movimiento
revolucionario necesita de una teoría revolucionaria; de ahí la necesidad de
un partido de vanguardia. Fue Lenin, intérprete e instrumento del pueblo
ruso y las masas oprimidas del mundo. Un hombre de respuestas.
Un siglo después, en México, el EZLN llamó la Otra Campaña a una
iniciativa de participación y construcción social que buscaba escuchar al
pueblo mexicano. La Otra Campaña iba desde el retaguardismo, que va
preguntando y escuchando, en lugar del vanguardismo de Lenin, que va
predicando y convenciendo. Como dice Ramón Grosfoguel, el andar
preguntando está ligado al concepto tojolabal de democracia, entendida
como mandar obedeciendo; donde el que manda obedece y el que obedece
manda, lo cual es muy distinto de la democracia occidental, en donde el que
manda no obedece, y el que obedece no manda. Hoy, preguntando, desde
abajo y a la retaguardia, se organizan los preguntones en las selvas
mejicanas.
Pensar fuera del sombrero

¿Será que eso, el preguntar, hemos perdido como civilización?, ¿será que
nos hemos llenado de respuestas de las empresas de publicidad, de los
políticos, de los economistas, de todos? Nunca en la historia tuvimos tantas
respuestas: los seres humanos hemos aprendido a controlar el cuerpo
humano, hemos modificado la tierra, hemos alcanzado el espacio. Sin
embargo, aún no entendemos qué cosa somos nosotros mismos. Por eso, el
peligro más latente para la humanidad sigue estando en la mente humana: si
no sabemos lo que somos es imposible saber adónde vamos. Pero vamos, y
aseguramos que vamos bien. Tan bien, que nos apuramos. Y, apurados,
llenamos a l@s niñ@s de respuestas mientras vamos. Les decimos cómo se
vive, cómo no se vive, en qué creer, en qué no creer, y qué cosas estudiar
para tener un buen futuro. Los subimos al carro del mundo con respuestas
que a nosotros nos dieron; así, les traspasamos las metas que a nosotros nos
dijeron que debíamos cumplir. Les heredamos el miedo. ¿Pero realmente
sabemos adónde vamos?, ¿tenemos el camino y las respuestas?...
Un cuento para Eloísa: un viaje sin rumbo

El escritor británico G. K. Chesterton viajaba en tren cuando se le acercó el


auxiliar para pedirle su billete. Chesterton lo buscó en sus bolsillos, en su
chaqueta y su bolso. No dio con él. Al verlo nervioso, el auxiliar intento
calmarlo diciéndole que no se preocupara, pues no pensaba hacerlo pagar
otro billete. No me preocupa pagar, respondió el escritor, lo que me
preocupa es que olvidé a qué lugar me dirijo.
¿Qué mundo verán l@s niñ@s?

En el año 2016, se publicó un estudio donde se estima que el 65% de l@s


niñ@s que hoy entra a la educación primaria, terminará trabajando en un
puesto que aún siquiera existe. ¿Adónde irán l@s niñ@s del futuro cuando
la inteligencia artificial resulte menos costosa y más eficiente?, ¿qué rol
cumplirán las drogas y los juegos virtuales si seguimos educando a l@s
niñ@s con mecanismos de hace tres siglos?, ¿qué mundo les legaremos a
l@s niñ@s? Ya en el año 2003, Eric Schmidt, entonces director de Google,
afirmaba que en toda la historia de la humanidad se habían creado 5
Exabytes de información. En este mundo, esa misma información se crea en
2 días. Un par de datos: en un minuto, se envían más de 200 millones de
correos electrónicos, se realizan más de 2 millones de consultas a Google, se
suben 48 horas de vídeo a YouTube y 6.000 fotografías a Instagram y Flickr.
Inmediatez que crece y crecerá. Dicen que vivimos la Cuarta Revolución
Industrial, la era de nanotecnologías, neurotecnologías, robots, inteligencia
artificial, biotecnología, sistemas de almacenamiento de energía, impresoras
3D, algoritmos, smart cities, internet de las cosas o big data. Bienvenidos al
presente: momento de la historia donde lo físico, lo digital y lo biológico se
unen. Según el historiador Yuval Noah Harari, el momento que vivimos es
el punto culmine de la evolución humana tras cuatro millones de años. Hasta
hoy, la evolución humana estuvo limitada al reino orgánico. O sea, a
entidades provistas de vida que subsistían mediante lo que Darwin
denominaba como selección natural, es decir: la sobrevivencia del más apto
en un ambiente determinado. Hoy, esto comienza a modificarse: el diseño
inteligente reemplazará cientos e, incluso, miles de años de evolución. De
aquí a poco, se modificará la biología para crear humanos con, por ejemplo,
mayor resistencia física, inteligencia o inmunidad a un determinado entorno.
También se manipula ese entorno: todo el reino biológico está a disposición
de la voluntad humana: plantas y animales sufren la intervención genética.
Esto modifica aún más la idea que tuvimos de la tierra. Eric Hobsbawm
explicaba que, en el siglo XX, la humanidad, después de siete mil años de
vida centrada en la agricultura, dejó de ser una especie rural. Hoy, hay
alrededor de 7.500 millones de personas rebalsan las ciudades de este
mundo; en apenas cuatro días se suma un millón de personas a las filas de la
humanidad, personas que buscarán trabajo, necesitarán comer, vestirse y
vivir en, probablemente, alguno de los miles y miles de edificios que se
levantan diariamente. Menos árboles, más vacas; menos tierra, más
cemento. Del comunismo rural del siglo XX al consumismo urbano del
siglo XXI. Como sea, la tierra paga las consecuencias: en las últimas tres
décadas se ha perdido cerca de la tercera parte de toda la riqueza natural.
Según los biólogos Wilson y Ehrlich, desaparecen entre 70 a 100 mil
especies de seres vivos por año. Vivimos el mundo de la eficiencia, la
optimización y el rendimiento, incluso en la extinción de especies. La
consecuencia es clara: nuestro planeta perdió el equilibrio. Christian de
Duvé, premio Nobel de biología (1974), advierte que este tiempo rememora
una de aquellas importantes rupturas en la evolución, señaladas por grandes
extinciones masivas. Sin embargo, esta extinción (la sexta, dicen los
científicos) no se generaría por algún objeto externo que irrumpa en el
mundo, como la provocada por aquel meteorito que casi eliminó la vida
sobre el planeta, si no que nace de lo más genital de lo terrestre: el ser
humano, que sigue cortando la rama donde estamos parados. ¿Qué mundo
verán l@s niñ@s?, ¿quedará mundo para sus nietos?...
¿Respuestas o explicaciones?

Más que respuestas, lo que debiésemos dar son explicaciones: explicar a


l@s niñ@s, por ejemplo, que en este mundo que rebalsa de riquezas, que
puede alimentar al doble de la población mundial, aún siga habiendo niñ@s
que mueran de hambre, ¿con qué eufemismo explicamos esta tragedia en la
que vivimos y toleramos vivir?, ¿cómo explicarle este mundo a l@s niñ@s?,
¿cómo le explicamos a l@s niñ@s refugiad@s, que deben abandonar a sus
amig@s, sus casas y sus juegos, que todo les pasa porque los adultos se
están matando en nombre de dioses o el poder que entrega el control de la
tierra y los recursos?, ¿con qué palabras les explicamos que hay gente
torturando animales, envenenamos el agua, el cielo y la tierra, y que todo
eso se define como progreso?, ¿podemos seguir contándoles cuentos de
pollitos cuando los sometemos a los peores suplicios?, ¿podemos contarles
cuentos de bosques cuando los arrasamos? Expliquémosles a l@s niñ@s
qué cosa entendemos por progreso, a ver qué les parece ese eufemismo que
justifica el aniquilamiento de la naturaleza y los seres vivos.
¿Realmente tenemos las respuestas que l@s niñ@s necesitan?, ¿o será que
la cosa es al revés y somos los adultos quienes debemos aprender de l@s
niñ@s?, ¿será necesario volver a asombrarse ante lo cotidiano que nos
permite vivir y ponernos feliz con lo simple?, ¿será que para sanarnos
necesitamos mirar el mundo con otros ojos y sentirlo con otro corazón, con
ojos y corazón de niñ@?, ¿será que debiésemos ver el mundo desde la
mirada de l@s niñ@s para volver a mirar lo que hemos dejado de mirar?
Transformaciones

En el libro Así habló Zaratustra, Nietzsche relata las transformaciones del


espíritu humano. Son tres, dice: camello, león y niñ@. Hoy, el espíritu del
hombre experimenta muchas otras mutaciones, pero a diferencia de las
transformaciones nietzscheanas, acá no hay carga, revelación ni liviandad.
Para la escuela, l@s niñ@s se transforman en alumnos. Para las empresas
privadas, los hombres se transforman en mano de obra. Para la televisión,
los hombres se transforman en telespectadores. Para la democracia, los
hombres se transforman en votos. Para el mercado, los hombres se
transforman en compradores. Para las empresas funerarias, los hombres, aún
vivos, se transforman en clientes. ¿Será que mucho nos obligan a hacer, lo
que nos impulsa a confundir entre parecer y ser? Nietzsche terminaba la
transformación de los espíritus con la imagen de un niñ@, que aún es. El
niñ@ se impresiona con el transcurso de la vida, porque el niñ@ vuelve a la
inocencia; y en la inocencia todo es nuevo. El niñ@ no está contaminado
todavía por propósitos y metas. El niñ@ juega sin saber que juega, como
canta el pájaro sin saber que canta. El niñ@ no busca razones ni pregunta
por qué, sencillamente vive. Fluye. No tiene planes ni proyecciones. Vive
sin esperar nada. Vive, se vive.
La responsabilidad del ejemplo

Eloísa jugaba a imitar todo lo que yo hacía y decía. Levantaba un brazo y


ella levantaba un brazo, decía hola y ella repetía el hola. Y así anduvo mi
sombra por largo rato. Entonces pensé en un experimento que realizó Albert
Bandura para su obra “La sociedad de la desconfianza. Polémica para un
futuro mejor”. Bandura exhibió un film ante un grupo de niñ@s. Dos
realidades se mostraban. En una, una persona maltrataba a unas muñecas. Al
mismo tiempo, otro grupo de niñ@s presenció una película en la que una
persona trataba cariñosamente a las muñecas. ¿Qué sucedió?: l@s niñ@s
que habían observado el modelo agresivo trataron sus muñecas con
agresividad, mientras que los que habían visto el modelo cariñoso se
comportaron amablemente. L@s niñ@s imitaron lo que vieron. ¡Cuánta
responsabilidad hay en el ejemplo! Aristóteles decía que el primer principio
de la educación se desarrollaba como imitación (mimesis). Y tenía razón.
Esperando que Eloísa repitiera mis palabras, dijimos, yo primero y luego
ella, algo así: soy única. Nunca antes existió otra como yo. Soy un milagro.
Si me esfuerzo y tengo constancia, puedo llegar a ser una gran bailarina, una
cuidadora de la naturaleza o lo que sea. Todo lo que quiero ser. Mi papá me
acompañará.
Más allá del margen

Eloísa pintaba un oso y, según no sé qué reglas, no podía salir del margen.
Salió del margen. Me equivoqué, dijo, con cierto miedo. No solo eso,
dudaba de mostrarme el dibujo. No importa, le dije cuando logré que me
diera el oso, y se lo dije porque en l@s niñ@s no existe el error. Al tener
miedo a equivocarse, l@s niñ@s abandonan la experimentación. Un
periodista le preguntó a Thomas Alba Edison por los cerca de mil intentos
fallidos para crear la bombilla eléctrica. Edison dijo: "no fracasé, sólo
descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”. El fracaso es solo
un cambio de ángulo para observar el mismo dilema. En l@s niñ@s, el error
es una forma de experimentar. Castigar el error es castigar la creatividad.
Cambiamos las reglas del dibujo: ahora, solo pintaríamos cosas fuera del
margen. Y entonces, al oso lo acompañó un árbol que volaba con las raíces,
una montaña con ojos, una tortuga con zapatillas, una gallina que ponía
flores en vez de huevos, un arcoíris que una niña utilizaba como trampolín y
un sol que regalaba manzanas.
Diálogos con Eloísa: las cosas del mundo

En una carpeta tenemos guardados los trabajos que Eloísa realizó mientras
fue al jardín infantil. Los sacamos y los vimos, uno por uno. Pintó o dibujó
árboles, frutas, automóviles, lápices, bicicletas. De todo.
—¿Cuantas cosas hay en el mundo? —preguntó Eloísa, mirando sus propios
dibujos.
—Muchas —respondí—. Millones de cosas.
—¿Podemos hacer un listado con toda esas cosas? —propuso.
—Es que son muchas cosas —expliqué.
—Por favor, papá…
Cedí. Sobre un papel, escribí el siguiente título: LISTADO DE TODAS
LAS COSAS DEL MUNDO. Abajo, las cosas que Eloísa me iba dictando,
entre ellas estaban el sol, la luna, arboles, pelusas, los Beatles, zancudos. De
pronto, Eloísa comenzó a dibujar un huevo en medio de las palabras y otros
dibujos, dijo que así era más fácil resolver cuántas cosas hay en el mundo,
porque en su colegio la profesora dijo que la vida venía de los huevos, y
que, entones, dentro de ese huevo que dibujó estarían guardadas todas las
cosas del mundo.
Desde ese día, en el dibujo de un huevo descansa todo lo que fue, todo lo
que es, y todo lo que será en el mundo. ¡El tesoro que conservo en casa!
El cartero de muñecas

Berlín, 1929. Paseaba el escritor Franz Kafka por un parque de Berlín


cuando vio a una niña llorar. Se acercó y le preguntó qué le pasaba, entonces
Elsi, la niña que lloraba, le respondió que había perdido su muñeca.
Intentando consolarla, Kafka le dijo que, en realidad, la muñeca se había ido
de viaje.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Elsi.
—Soy el cartero de muñecas —respondió Kafka—. Y ella me ha escrito una
carta que tengo en casa. La carta es para ti.
Durante varias semanas Kafka se dedicó a escribir cartas de una muñeca a
una niña, cartas donde la muñeca contaba sus viajes por Londres, París y
Berlín, cartas donde escribía lo que veía y sentía en distintos lugares del
mundo. Según Jordi Sierra i Fabra, en las cartas decían cosas así:
Las personas, Elsi, y las muñecas estamos hechas de sentimientos y
emociones que hay que ir gastando de a poco. Son nuestra energía vital.
Algún día, cuando deje de escribirte, las dos sabremos que la una sin la otra
no habríamos llegado nunca tan lejos. Viviremos cada cual en la memoria de
la otra. Y eso es la eternidad, Elsi, porque el tiempo no existe más allá del
amor.
El mundo que olvidamos

Fui, soy y seré del Colo-Colo. Camila, mamá de Eloísa, es de otro club de
fútbol: la Universidad de Chile. Eloísa está en el medio. Le cuesta decidir.
Dice que es de uno, a veces del otro. No quiere dañar a nadie. Un día, Eloísa
trasladó su duda hacia las muñecas.
—¿Qué equipo te gusta? —preguntaba una de ellas.
—Me gusta el Colo-Colo —respondía la otra muñeca—. Pero también me
gusta un poquito la U. ¿A ti cuál te gusta?
—A mí me gusta la U, pero también me gusta un poquito el Colo-Colo —
decía la otra muñeca.
Entonces las muñecas se daban un abrazo y decían que serían amigas,
porque en realidad no importaba que fueran de equipos distintos.
En el mundo de las muñecas de Eloísa, así como en el mundo de la muñeca
de Elsi, no existen las diferencias, ni las fronteras, ni las razas, ni las
divisiones que nos inventamos los adultos. El mundo de las muñecas es el
mismo mundo de l@s niñ@s. Un mundo que alguna vez habitamos quienes
hoy somos adultos.
Cuando yo era niño, después de los partidos de fútbol, mi equipo y los
rivales, de Colo-Colo y la U, todos abrazados, cantábamos el mismo canto:
¡ganamos, perdimos, igual nos divertimos!
Fórmula secreta para solucionar la congestión vehicular

No importa que no avancemos, papá.


Yo puedo jugar con mi imaginación.
Puedo hacer que volemos.
Puedo hacer que seamos invisible.
Puedo hacer cualquier cosa con mi imaginación.
Tú también puedes jugar con ella.
Cierra los ojos y juega con tu imaginación, papá.
Aldo Torres Baeza, latinoamericano y padre de una niña, nació en los 80:
de ahí que siga viendo en blanco y negro.
Sus padres cuentan que fue un niño preguntón y curioso. Tenía 4 años
cuando su hermano mayor le enseñó a leer, a esa misma edad lo acusaron a
su madre por difamar a Pinochet en la escuela. A los 9 años ya era un
preguntón profesional y sometía a su abuelo a extensos interrogatorios que
incluían preguntas sobre dios, el tiempo, los mundiales de fútbol, los
dinosaurios, la vida extraterrestre y otras menudencias. De la escuela
recuerda que, fruto de las incontables expulsiones de la sala de clases,
conoció a una señora que llamaban “tía rosita” en una cosa que llamaban “la
biblioteca”: desde ese día, ella comenzó a pasarle libros que él leía.
Comprendió entonces que podía mantenerse quieto, ¡por fin!, leyendo
literatura fantástica.
Estudió ciencia política (hasta hoy, asegura que la política nada tiene de
ciencia) y distintos postgrados de los que, reconoce, poco recuerda. Hoy,
expulsa la entropía cerebral soplando un saxofón, moviéndose arriba de una
motocicleta y pateando pelotas de fútbol. Dicen que duerme poco, pero que
imagina mucho, y que cree que las uvas están hechas de vino y nosotros de
palabras que cuentan lo que somos, y que podemos contarnos de distintos
modos, o por lo menos eso intenta mediante una pócima que insiste e insiste
en utilizar: mezclar las palabras.

Das könnte Ihnen auch gefallen