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OBRAS
Libros de cuentos: Arrieros (1964) y Las trampas del diablo (1999). Novelas: El río que te ha de llevar (2000),
Matar el venado (2002), Fábula del animal que no tiene paradero (2003), Aroma de gloria (2005) y Memorias de un
naufragio (2009).
Basura
El frío de la noche había penetrado hasta torescos; en cambio él, tímido y primerizo,
sus huesos. El pobre, arrinconado contra el sar- nada conocía de la urbe, cuya atmósfera densa
dinel, estremecíase convulsivamente mien- y estridente, por ratos, cuando se acentuaba,
tras la tibieza lenta de su lengua repasaba por llenábale de temor y desconcierto. Por eso iba
sus belfos ateridos. Su pierna sangraba y la sumiso y silencioso tras de su amo, y cuando
sentía adormecida, privada de movimiento, éste volvía la mirada, echándole de menos,
como si careciera de vida. El pobre sentía frío aceleraba sus pasos menudos hasta rozarle las
y dolor en todos sus costados, aunque más vestiduras. A eso del medio día, los dos llega-
agudo y grave era el dolor que le causaban los ron hasta una fonda suburbana. Dentro, alre-
transeúntes que, mirándole de soslayo, escu- dedor de las mesas, indolentes parroquianos,
pían, se tapaban las narices y, retomando su tapándose la boca con la mano, eructaban frun-
habitual indiferencia, alejábanse por la vere- ciendo la nariz, mientras por todo el recinto se
da, inconmovibles. Sin duda para ellos, él era levantaba el tedioso bisbiseo de moscas cal-
como una carroña tiraba y maloliente. Los mas y obstinadas. Su amo acomodóse en una
carros pasaban ruidosos y mecánicos con de las mesas y pidió el almuerzo que hubieron
mayor indiferencia y rapidez que las gentes. de compartir silenciosamente. Luego, volvie-
La mañana iba adquiriendo vida, creciendo y ron al centro de la ciudad. En la violencia del
levantándose, húmeda aún, sobre las calles y calor, el sol reverberaba sobre la superficie de
edificios, sobre el pobre herido y quejumbro- algunos edificios, crudo, franco, voraz; las
so, abandonado… calles parecían más quietas, estrechas y abu-
*** rridas, y la gente, más calladas, terca y perezo-
El día anterior, muy temprano, había veni- sa. No obstante la sensación de sueño y pesa-
do con su amo desde la campiña, lugar apaci- dez, caminaron y caminaron los dos sin per-
ble de sus cotidianas andanzas. Había recorri- der el ritmo cansino de sus pasos. Pronto se
do las calles de la ciudad, alegrándose de cuán- hallaron en un lugar donde una muchedum-
ta cosa nueva podían percibir sus ojos rústi- bre se agitaba y rugía como las aguas del río
cos, acostumbrados sólo a la vastedad de los turbulento que cortaba la campiña. Se detu-
campos y los cielos nubosos. Le había maravi- vieron a prudente distancia. El febriscente
llado sobre manera la música ruidosa y sinco- espectáculo atrajo su atención hasta el punto de
pada que emergía de extraños aparatos, y el no advertir que su amo, llevado acaso por la
bullicio alegre de los niños que corrían por las curiosidad, se había ya perdido entre la masa
avenidas, ágiles y pícaros, como esos pajaritos compacta que rodeaba a un hombre desmele-
juguetones del campo, cuando en los días de nado y sudoroso, ante cuyas palabras la multi-
sol, luego de bañarse en los remansos del río, tud prorrumpía en entusiastas alaridos. Cuan-
se perseguían dando saltitos breves por sobre do absorto aún volvió los ojos para consultar la
las húmedas riberas. mirada de su amo, recién se apercibió de que se
Su amo –sin duda, conocedor de la ciudad– hallaba solo frente al escenario confuso y deli-
caminaba muy seguro, deteniéndose sólo en rante. Sin saber qué hacer, se sentó un momen-
cada esquina y en los lugares novedosos y pin- to, dubitativo.