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PONTIFICIA UNIVERSIDAD ANTONIANUM

FACULTAD DE TEOLOGÍA
INSTITUTO TEOLÓGICO DE MURCIA OFM

Mariola A. Hernández Hernández

EL SACRAMENTO DEL ORDEN Y LA MUJER


DE LA INTER INSIGNIORES A LA
ORDINATIO SACERDOTALIS

Profesor: Emilio Martínez Torres


Asignatura: Orden y Ministerio

1
INTRODUCCIÓN.

El problema de la ordenación de las mujeres no es reciente. Ya se había planteado en


1897, en la tercera Conferencia de Laberth, que es la reunión de todos los obispos
anglicanos en comunión con la sede de Canterbury, pero se discutió en 1948 y 1978. En
septiembre de 1958, la Iglesia Luterana de Suecia, decidió admitir a las mujeres al cargo
de pastor. Esta iniciativa fue ganando terreno poco a poco entre los reformadores,
particularmente en Francia, en donde diversos sínodos nacionales emprendieron
iniciativas en este sentido. Esto no planteó un problema propiamente teológico pues
estas comunidades, cuando se separaron de la Iglesia católicas, rechazaron el
sacramento del orden.

En 1971 y 1973 el obispo anglicano de Hong Kong ordenó tres mujeres de acuerdo con
el sínodo. En julio de 1974, en Filadelfia, entre los episcopalianos, tuvo lugar la
ordenación de once mujeres, declarada inválida inmediatamente por la Cámara de los
obispos. En junio de 1975, por el Sínodo general de la Iglesia anglicana de Inglaterra, el
Dr. Coggan, arzobispo de Cantorbery, informaba al Papa Pablo VI de que se estaba
difundiendo lentamente dentro de la Comunión anglicana, la convicción de que no
existen objeciones que se opongan a la ordenación de mujeres al presbiterado.

En el encuentro del 1 de agosto de 1988 de la Conferencia de Laberth, la votación fue


masiva a favor de la ordenación al episcopado, por lo que en ese mismo año ya había
alrededor de 1200 mujeres ordenadas al sacerdocio en distintas provincias de la
Comunión anglicana. Esto creará dificultades en el interior de dicha Comunión. El
Sínodo de la Iglesia de Inglaterra decide el 11 de noviembre de 1992 permitir la
ordenación de mujeres al sacerdocio.

En 1975, se celebra, bajo los auspicios de la ONU, el Año Internacional de la Mujer. En


1973 se había constituido la «Comisión de estudio sobre la función de la mujer en la
sociedad y en la Iglesia», que tenía como objetivo hacer respetar y promover los deberes
y derechos respectivos del hombre y la mujer, lo que llevó a reflexionar sobre la
participación de las mujeres en la vida social, en la vida y en la misión de la Iglesia.

Todo esto hacía necesario la intervención del Magisterio y tiene gran repercusión desde
el punto de vista ecuménico. En la alocución del 18 de abril de 1975, el Papa Pablo VI
recuerda la enseñanza de la Iglesia en este aspecto. El 5 de octubre de 1976, la
“Congregación para la doctrina de la fe” publica la Declaración Inter Insigniores, que
responde a los distintos planteamientos teológicos y expone la enseñanza de la
Escritura, la Tradición y la Teología, sobre el acceso de la mujer al sacerdocio
ministerial.

A pesar de la Declaración de la Congregación para la doctrina de la fe, las voces no se


acallaron y el Papa Juan Pablo II consideró que era necesario que interviniera a través
de una Carta apostólica “Ordinatio Sacerdotalis”, ratificando la doctrina tradicional.

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PRIMERA PARTE

DECLARACIÓN INTER INSIGNIORES

Esta Declaración intenta responder a los diferentes planteamientos teológicos que


defienden el acceso de la mujer al sacerdocio ministerial. Va a defender su postura
utilizando lo que expone la enseñanza de la Escritura, la Tradición y la Teología. La
Congregación para la doctrina de la fe, recuerda que «la Iglesia, por fidelidad al ejemplo
de su Señor, no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación
sacerdotal». Comienza recordando que a lo largo de la vida de la Iglesia ha habido
mujeres que han actuado con decisiva eficacia: las fundadoras de las grandes familias
religiosas, así como todas las mujeres que se han consagrado al Señor en el ejercicio de
la caridad o en las misiones; también aquellas mujeres que han transmitido la fe dentro
de sus familias. Sin embargo, nuestro tiempo presenta mayores exigencias, y las vemos
formando parte activa en toda la vida social, por lo que es importante que participen en
los distintos campos de apostolado (cf Apostolicam actuositatem).

En síntesis, estas son las argumentaciones:

1- La Tradición eclesial nunca admitió a la mujer al sacerdocio ministerial y reaccionó


cuando sectas heréticas optaron por una solución en contra. En documentos canónicos
de la tradición antioquena y egipcia el motivo esencial de ello: que la Iglesia, al llamar
únicamente a los hombres para la ordenación y el ministerio sacerdotal, quiere
permanecer fiel al tipo de ministerio deseado por el Señor y mantenido por los
Apóstoles. La teología medieval, toda la Iglesia Oriental y la tradición de la Iglesia
también han sido firmes en esto a lo largo de los siglos, por lo que no ha visto la
necesidad de defender algo que creían obvio.

2- La actitud de Cristo, no eligió a ninguna mujer para que formara parte del grupo de
los Doce, a pesar de que no recurrió a las actitudes de su tiempo en lo referente a las
mujeres, más bien las modificó. Durante su ministerio itinerante se hace acompañar no
sólo de los Doce, sino también por un grupo de mujeres. Al contrario de la mentalidad
judía, que no concedía gran valor al testimonio de las mujeres, son ellas las primeras en
tener el privilegio de ver a Cristo resucitado y las encargadas de llevar el primer
mensaje pascual incluso a los Once.

Resulta evidente que su misma Madre, asociada tan íntimamente a su misterio, y cuyo
papel sin par es puesto de relieve en los Evangelios de Lucas y de Juan, no ha sido
investida del ministerio apostólico, aspecto que inducirá a los Padres a presentarla como
el ejemplo de la voluntad de Cristo en este aspecto.

3- La práctica de los Apóstoles, la comunidad apostólica ha sido fiel a la actitud de


Jesús, después de la resurrección, a pesar de que María ocupa un puesto privilegiado
(cfr Hch 1, 14), no es llamada a entrar en el Colegio de los Doce. El día de Pentecostés,
el Espíritu desciende sobre todos, hombres y mujeres, sin embargo el anuncio del
cumplimiento de las profecías en la persona de Jesús lo hacen «Pedro y los Once».

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Incluso san Pablo, aun cuando en el ambiente pagano tuvo que apartar las costumbres
judías, pudo pensar que seguía siendo fiel al Señor confiriendo la ordenación a mujeres,
pues en el mundo helénico diversos cultos a divinidades paganas estaban confiados a
sacerdotisas. En sus cartas se manifiesta una evolución en la Iglesia apostólica respecto
a las costumbres judías, muchas mujeres ayudaron a Pablo. Los exégetas de autoridad
observan que en sus cartas utiliza el término «mis cooperadores» tanto para hombres
como para mujeres, pero se reserva el título de «cooperadores de Dios» para Apolo,
Timoteo y para sí mismo, por estar directamente consagrados al ministerio apostólico.

4- La actitud de Jesús y de los Apóstoles tiene un valor permanente, la Declaración


desarrolla el valor permanente de la actitud de Jesús y de los Apóstoles, esto no se debe
a eventos fortuitos, como la influencia de su época. Tampoco se puede apoyar en el
poder de la Iglesia para establecer cambios en la norma de los sacramentos, pues la
sustancia de estos debe ser siempre protegida. Los signos sacramentales no son
convencionales, en ciertos aspectos son signos naturales ya que responden al
simbolismo profundo de los gestos y de las cosas; aún más, están destinados
principalmente a introducir al hombre de cada época en el Acontecimiento por
excelencia de la historia de la salvación y a hacerse comprender, mediante la riqueza de
la pedagogía y del simbolismo de la Biblia, cuál es la gracia que ellos significan y
producen. La Iglesia es fiel a la conducta de Cristo, está vinculada a Él, por eso debe
discernir lo que puede cambiar y lo que no, debe permanecer fiel. Hay una tradición
constante en el tiempo, esta norma es seguida en Oriente y en Occidente, porque se le
considera conforme con el plan de Dios para su Iglesia.

5- El Sacerdocio ministerial a la luz del misterio de Cristo, esclarece la doctrina por la


analogía de la fe. La enseñanza de la Iglesia, proclama que el Obispo o el sacerdote, en
el ejercicio de su ministerio, no actúa en nombre propio, sino in persona Christi, el
sacerdote representa a Cristo que obra a través de él. Esta representación alcanza su más
alta expresión y un modo muy particular en la celebración de la Eucaristía que es la
fuente y el centro de unidad de la Iglesia. El sacerdote actúa haciendo las veces de
Cristo, hasta el punto de ser su imagen misma cuando pronuncia las palabras de la
consagración.

El sacerdocio cristiano es por naturaleza sacramental: el sacerdote es un signo, cuya


eficacia sobrenatural proviene de la ordenación recibida; pero es también un signo que
debe ser perceptible y que los cristianos han de poder captar fácilmente. La economía
sacramental está fundada sobre signos naturales, inscritos en la psicología humana.
Cuando hay que expresar sacramentalmente el papel de Cristo en la Eucaristía, no
habría la «semejanza natural» que debe existir entre Cristo y su ministro, si el papel de
Cristo no fuera asumido por un hombre. Ciertamente Cristo es el primogénito de toda la
humanidad, mujeres y hombres, pero la Encarnación del Verbo se hizo según el sexo
masculino. Esto no implica una superioridad natural del hombre sobre la mujer, está en
armonía con el plan de Dios, porque la salvación ofrecida por Dios, la Alianza, reviste
ya en el Antiguo Testamento, la forma privilegiada de un misterio nupcial: el pueblo
elegido se convierte para Dios en una esposa amada. El Verbo de Dios se encarna para

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inaugurar y sellar la Alianza nueva y eterna en su sangre; de su costado abierto nace la
Iglesia, como Eva nació del costado de Adán. Entonces se realiza plena y
definitivamente el misterio nupcial: Cristo es el Esposo; la Iglesia es su esposa. El
sacerdote representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo; actúa in persona Christi, lo más
lógico es que sea el varón quien lo represente

Podría decirse que puesto que Cristo se encuentra actualmente en condición celeste,
sería indiferente que sea representado por un hombre o por una mujer, ya que en la
resurrección no se casarán. Este texto no significa que la identidad propia de la persona
sea suprimida en la glorificación. Es necesario recordar que en los seres humanos la
diferencia sexual juega un papel importante y profundo porque afectan a la persona
humana de manera muy íntima, pues está orientada a la comunión entre las personas y a
la generación.

Sería bueno añadir que el sacerdote cuando preside las funciones litúrgicas y
sacramentales, está in persona Ecclesiae, obra en nombre de ella y la representa. Dado
esto ¿no sería posible pensar que esta representación pueda efectuarla una mujer? El
sacerdote representa ante todo a Cristo, que es Cabeza y Pastor de la Iglesia.

6- El sacerdocio ministerial en el misterio de la Iglesia, se destaca primero que la


Iglesia es una sociedad diferente a las otras sociedades, original en su naturaleza y
estructura. La función pastoral en el interior de la Iglesia está vinculada al sacramento
del Orden, no es simplemente un gobierno, como el que se da en los Estados, tal
autoridad no es designada por vía de elección: Aunque se haga una elección previa, es la
imposición de las manos y la oración de los sucesores de los Apóstoles la que garantiza
la elección de Dios, y es el Espíritu Santo, recibido en la Ordenación, el que hace
participar en el gobierno del Supremo Pastor, Cristo. El ministerio no implica un honor
o ventaja para quien lo recibe, la Iglesia no es una sociedad democrática, en la que los
ciudadanos tienen el mismo derecho de ser promocionarlos al cargo. El sacerdocio es
objeto de una vocación, totalmente gratuita, es un servicio a Dios y a la Iglesia. Exalta
la igualdad fundamental de todos los bautizados que participan en el sacerdocio de
Cristo y el ministerial ejerce un servicio sobre el sacerdocio común. Se dice a veces que
hay mujeres que sienten vocación sacerdotal. Tal atracción, no constituye todavía una
vocación, porque es reducirla a un simple atractivo personal. Para ello es necesaria la
autentificación por parte de la Iglesia, y esta autentificación forma parte constitutiva de
la vocación. Las mujeres que manifiestan el deseo de acceder al sacerdocio ministerial
están ciertamente inspiradas por la voluntad de servir a Cristo y a la Iglesia. Pero no hay
que olvidar que el Sacerdocio depende del misterio de Cristo y no forma parte de los
derechos de la persona ni puede convertirse en término de una promoción social.

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SEGUNDA PARTE

CARTA APOSTÓLICA ORDINATIO SACERDOTALIS.

A lo largo de los años no cesaron las voces entre teólogos y en algunos ambientes dentro
y fuera de la Iglesia católica. El Papa Juan Pablo II creyó conveniente intervenir.
Escribió una Carta Apostólica que se publicó el 22 de mayo de 1994. No resultó una
novedad en la postura de la Iglesia sino una ratificación de la doctrina. A diferencia de
la Declaración clarifica cuál es la voluntad de Cristo sin presentar razones bíblicas, ni de
la Tradición ni del Magisterio, dejando sólo espacio a la teología. La Carta comienza
recordando la doctrina de Pablo VI y la suya. Para situar bien el tema distingue tres
líneas en la posición de la Iglesia:

1- La doctrina tiene sus fundamentos en la voluntad y en el ejemplo de Cristo, y lo


vemos en la elección de los Doce. Con profundidad teológica explica que la institución
de los Doce es el resultado de una noche de oración con el Padre, por lo que la elección
es también un don del Padre. Este testimonio de la Escritura, desde el inicio, la
Tradición lo ha comprendido y vivido como un encargo de Cristo y el Magisterio es
consciente de estar al servicio de esta interpretación. Los Doce fueron asociados
especial e íntimamente a la misión del mismo Verbo encarnado. El sacerdocio no es
cuestión de decisión y aceptación de la mayoría, sino un sacramento instituido por el
mismo Cristo, por lo que la no aceptación de las mujeres al sacerdocio no significa la
disminución de su dignidad ni su discriminación.

2- Acude a la figura de María y a la importancia del papel de la mujer en la Iglesia. Que


María santísima no recibiera la misión propia de los Apóstoles ni el sacerdocio
ministerial, muestra claramente que la no admisión de las mujeres no significa una
menor dignidad ni una discriminación, sino la observancia fiel de una disposición de la
sabiduría del Señor del universo. La presencia de la mujer en la vida y en la misión de la
Iglesia, aunque no estén ligados al sacerdocio, son totalmente necesarios e
insustituibles. La Iglesia defiende la dignidad y la vocación de la mujer, mostrando
honor y gratitud para aquellas que han participado en la misión apostólica del pueblo de
Dios.

3- Para terminar declara que la Iglesia no tiene la facultad para conferir la ordenación
sacerdotal a mujeres, por lo que este pronunciamiento debe ser mantenido
definitivamente por todos los fieles de la Iglesia.

La Congregación para la doctrina de la fe a la pregunta de «si la doctrina, según la cual


la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres
propuesta en la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis”, debe considerarse definitiva y
perteneciente al depósito de la fe» responde «Afirmativamente». A esto añade una
aclaración, explicando que «esta doctrina exige un asentimiento definitivo, porque se
funda en la Palabra de Dios escrita, que ha sido constantemente conservada y puesta en
práctica por la Tradición de la Iglesia desde sus orígenes, y porque ha sido propuesta
infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal».

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TERCERA PARTE

COMENTARIO PERSONAL

En los documentos expuestos en este trabajo, el primero del año 1976 de la


Congregación para la doctrina de la fe, Inter Insigniores y el segundo, una Carta
Apostólica del Papa San Juan Pablo II del año 1994, Ordinatio sacerdotalis defienden
una misma postura que está en continuidad con el Concilio Vaticano II y el Concilio de
Trento. En resumen, no se le puede conceder el sacerdocio a las mujeres porque la
Tradición eclesial nunca las admitió al sacerdocio ministerial; Cristo eligió sólo a
hombres para que formaran parte del grupo de los Doce; la comunidad apostólica ha
sido fiel a la actitud de Jesús; el Sacerdocio ministerial debe verse a la luz del misterio
de Cristo, la Iglesia proclama que el Obispo o el sacerdote, en el ejercicio de su
ministerio, no actúa en nombre propio, sino in persona Christi; y el sacerdocio
ministerial en el misterio de la Iglesia, posee una naturaleza y una estructura muy
original, diferente a las demás organizaciones. Retoma lo planteado en Trento «Que la
Iglesia tiene potestad para alterar la administración de los sacramentos, menos en
aquello que afecta a la substancia de los mismos».

A lo largo de los años se han manifestado numerosas objeciones por parte de teólogos y
estudiosos a estas declaraciones, pero para poder entender la postura de la Iglesia es
necesario profundizar en los términos que utiliza. Para ello debemos recurrir a la
Escritura, la Tradición, al Magisterio y a la Teología. Pero este es un pequeño trabajo y
sólo me limitaré a enfocarlo desde la naturaleza del sacerdocio ministerial.

La identidad del sacerdocio ministerial se plantea desde dos aspectos: la institución de


los Doce por Cristo; y la sacramentalidad del ministerio y su relación con el don del
Espíritu. La Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis en el nº 12 nos ofrecen la
clave para interpretar la naturaleza del sacerdocio ministerial: «La identidad sacerdotal
—han afirmado los Padres sinodales—, como toda identidad cristiana, tiene su fuente en
la Santísima Trinidad», que se revela y se autocomunica a los hombres en Cristo,
constituyendo en Él y por medio del Espíritu la Iglesia como «el germen y el principio
de ese reino».

De estas palabras se desprende que Dios Padre es el origen último del ministerio
sacerdotal por ser la fuente de todo lo que existe, de toda vida, así como de toda la
misión salvadora; por lo tanto, toda la economía de la salvación hay que referirla a Él.
El Verbo, enviado por el Padre y realiza de una vez y para siempre los misterios de los
que vive la Iglesia (encarnación, muerte y resurrección); en su vida, Cristo dio los pasos
necesarios para el nacimiento de la Iglesia y entre ellos está la elección de los Doce
como símbolo y germen del sacerdocio ministerial, que se hace realidad a través del
sacramento del Orden por el don del Espíritu Santo. En resumen; para poder
comprender teológica y adecuadamente el ministerio, las dimensiones trinitarias,
cristológicas, pneumatológicas y eclesiológicas son inseparables, pero consideradas en
armonía jerárquica.

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La dimensión cristológica y trinitaria surge directamente del sacramento que configura
al ordenado con Cristo Sacerdote, Maestro Santificador y Pastor de su Pueblo, este es el
primer fundamento del sacerdocio ministerial y no el ser creado por parte de la Iglesia
como una función necesaria por problemas de organización.

La Iglesia tiene una peculiaridad que no comparte con otras organizaciones, es una
comunidad escatológica, es el Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, obra de Dios Padre y
que por el Espíritu Santo recibe y transmite la salvación. No nace de la unión
espontánea de personas que desean ser el Pueblo de Dios y que se dan a sí mismas una
constitución, sino que es la comunidad llamada, constituida y reunida por el Padre que
la convoca en Jesucristo por la acción del Espíritu. Ella es creación del Logos divino.
Estas particularidades de la Iglesia afectan todas sus instituciones; así, por la ordenación
que se realiza dentro y por la Iglesia, el ministro recibe una responsabilidad que
proviene de Cristo para ejercerla en la comunidad eclesial. Por lo que el carisma
ministerial no es una simple función ni un carisma más, sino es el que preside a los
demás. Esto significa que la acción de Cristo se identifica con la Iglesia Cuerpo de
Cristo, pero que es a la vez Esposa de Cristo. Lo propio del sacerdocio ministerial
consiste en ser signo de Cristo glorificado en cuanto Cabeza, Pastor y Esposo de la
Iglesia.

El ser del sacerdocio ministerial tiene su origen y fundamento en Cristo, pues ha sido
instituido por Él y Su sacerdocio lo configura continuamente. La ordenación sacerdotal
no capacita solamente para la responsabilidad pública en la realización de tareas
eclesiales, ni es una simple delegación de la comunidad, sino que habilita para actuar in
persona Christi. La Lumen Gentium dice que «Los sacerdotes de forma eminente y
visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice y obran en su nombre»
(nº 21). Pablo VI escribía en su Carta Encíclica sobre el celibato «el presbítero ha sido
elegido para personificar a Cristo» (AAS 59).

El sacerdocio de Cristo como mediación no acepta sucesores ni suplentes porque es


sacerdote para siempre, el único Sacerdote de la nueva alianza; por eso, los términos
representar y representación no debemos entenderlos como una sustitución moral o
jurídica, como si fuera el representante de un ausente, sino como hacer presente –en el
sentido simbólico-sacramental- es una presencia eficaz a través del signo sacramental,
de manera que el representante está sólo al servicio de la realidad que representa. La
expresión in persona Christi nos devuelve a la terminología patrística signos, símbolos,
imágenes de Cristo sacerdote, rey y profeta. Es el medio personal viviente por el que
Cristo predica, ordena, bautiza, santifica, perdona y juzga. Los Padres tenían plena
conciencia de que Cristo habla y actúa por y en sus ministros.

La tradición ha entendido la presencia de Cristo en sus sacerdotes como presencia


sacramental, verdaderamente real, ya que por medio de las palabras y las acciones de
sus ministros es el mismo Cristo, ya que el sacerdote le presta sus labios y sus manos,
Cristo habita en su ministro, haciendo de este casi un sacramento suyo. Con esta
dimensión cristológica se define la identidad propia, la naturaleza del ministerio. Con

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los términos signo, instrumento, in persona Christi, la tradición, el magisterio conciliar
y posconciliar y la teología manifiestan el convencimiento de que tanto el Obispo como
el presbítero, en virtud del sacramento del Orden, representan la persona y la acción de
Cristo resucitado actuando ante y para la Iglesia, su Cuerpo y Esposa. El ministro es la
visualización del Cristo presente en la vida de la Iglesia. El ministro es el instrumento
mediante el cual Cristo, único mediador realiza por la intervención del Espíritu su
mediación salvífica en favor de la Iglesia y el mundo. Por eso escogió a hombres entre
sus discípulos para que ejercieran esta función.

El Concilio Vaticano II pone de manifiesto la eclesialidad del ministerio sacerdotal, en


cuanto que representa a la Iglesia, ya que el sacerdote ha sido ordenado para servirla y
que sin ella no tiene sentido su sacerdocio, del mismo modo como lo ilustra Pablo en la
Carta a los Efesios «Maridos, amen a sus esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se
entregó por ella, para santificarla» (Efesios 5, 25-26), del mismo modo que dentro de
una familia, en la que el varón la representa, la sirve y cuida. En la liturgia Dios habla a
su pueblo y Cristo sigue anunciando el Evangelio a la comunidad eclesial. Cuando la
comunidad responde a Dios con el canto y la oración el sacerdote actúa in nomine
Ecclesiae, representándola en las oraciones presidenciales, siendo su personificación. La
dimensión cristológica y eclesiológica se hallan mutuamente implicadas y confluyen en
una unidad orgánica de la acción ministerial.

La Declaración exalta la igualdad fundamental de todos los bautizados que participan en


el sacerdocio de Cristo y el ministerial ejerce un servicio sobre el sacerdocio común.
Ambos sacerdocios participan de la triple función de Cristo, ambos deben transmitir
fielmente la tradición apostólica aunque cada uno a su nivel, ambos son «alter
Christus». La diferencia radica en el modo de participar y hacer vida estas notas. Ambos
pueden acercarse a Dios y ofrecer sus sacrificios, su propia vida a ejemplo de Cristo.

El sacramento del orden establece entre el sacerdocio ministerial y el de los fieles una
distinción «esencial y no de grado»; el ministerial se ordena y está al servicio del
sacerdocio de los fieles. El sacerdocio ministerial se encuentra debajo del sacerdocio
común, porque está a su servicio y sin él no tendría ninguna razón de ser, pero al mismo
tiempo está encima porque el sacerdocio común sin el ministerial sería imposible. El
sacerdocio común es ofrenda personal, mientras que el ministerio pastoral es
manifestación de la mediación sacerdotal de Cristo.

La Declaración alega que «el sacerdote es un signo, cuya eficacia sobrenatural proviene
de la ordenación recibida; pero es también un signo que debe ser perceptible y que los
cristianos han de poder captar fácilmente». El sacerdocio ministerial es signo e
instrumento de Cristo, pues posibilita la unión de cada cristiano en su propia existencia,
a la de Cristo; así como estructura el Cuerpo de Cristo, dándole unidad y comunión. El
sacerdote es el signo y el instrumento de la auténtica comunión en la Iglesia.

Tanto la Declaración como san Juan Pablo II en su Carta, defienden que la Iglesia tiene
el poder para establecer cambios en la norma de los sacramentos, pero la sustancia de
los mismos debe permanecer protegida. La fórmula salva eorum substantia fue afirmada

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en el Concilio de Trento y la repitió Pío XII el 30 de noviembre de 1944 en la
Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis. Los poderes que tiene la Iglesia son
limitados; y afirmó, que la Iglesia tiene potestad sobre la materia y la forma de los
sacramentos, y en el mismo expresa «Declaramos y, en cuanto preciso sea, decretamos
y disponemos: Que la materia única de las sagradas órdenes del diaconado,
presbiterado y episcopado es la imposición de las manos, y la forma, igualmente única,
son las palabras que determinan la aplicación de esta materia»1. Pío XII precisa que la
sustancia es «todo lo que Cristo, el Señor; según el testimonio de las fuentes de la
revelación, quiso que se mantuviera en el signo sacramental»

Debe quedar claro que pertenece a la substancia del sacramento aquello que desde la
insinuación divina queda indicado como la finalidad sobrenatural de cada uno de los
sacramentos. La sustancia pertenece al derecho divino y es inmutable para el poder de la
Iglesia. La insinuación divina la encontramos en la Sagrada Escritura, se ha de buscar en
el conjunto de la predicación de Jesucristo el mandato institucional y no momentos
institucionales. Por mandato institucional hay que entender aquellas insinuaciones sobre
los sacramentos que pertenecen al mensaje de Jesucristo. Estas insinuaciones
sacramentales forman parte de la predicación de Jesucristo por lo que tienen un valor
sobrenatural objetivo y pertenecen al derecho divino. La Iglesia, bajo la acción del
Espíritu Santo y en la medida que ha ido profundizando en el conocimiento de la fe, se
ha ido percatando del contenido sacramental de cada una de ellas y ha terminado
reconociendo en las mismas los siete sacramentos instituidos por Jesucristo, entre ellos
el sacramento del Orden. «Así, pues, la adaptación a las civilizaciones y a las épocas
históricas no puede abolir; en los puntos esenciales, la referencia sacramental a los
acontecimientos fundamentales del cristianismo y a Cristo mismo». Y por último, es la
Iglesia, mediante la voz de su Magisterio, la que «asegura el discernimiento entre lo que
puede cambiar y lo que debe seguir siendo inmutable»

CUARTA PARTE
1 S.S. Pío XII, Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, nº 4

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CONCLUSIÓN

Por la pequeñez de este trabajo no se puede dar respuestas a todas las objeciones
planteadas. Pero quiero mencionar un argumento que me parece interesante que se deba
profundizar. Hans Urs von Balthasar, en un artículo en el que comentaba la Declaración
Inter Insigniores se pregunta sobre el significado antropológico de varón-mujer y la
diferencia sexual, afirmaba que «el misterio redentor Cristo-Iglesia es el sobreabundante
cumplimiento del misterio de creación entre hombre y mujer…La natural diferencia
sexual tiene, en cuanto diferencia, un valor sobrenatural que ella misma no conoce, de
modo que fuera de la revelación cristiana se pueden dar diversas deformaciones de esta
diferencia, como, por ejemplo, en un matriarcado o en un patriarcado unilaterales, en un
menosprecio de la mujer… Y sólo a partir de la indestructible diferencia entre Cristo y
la Iglesia se refleja la luz decisiva sobre la auténtica reciprocidad entre varón y mujer».2

Su planteamiento va en consonancia con la Carta de Juan Pablo II, para quien la


voluntad de Cristo no es arbitraria ni utilitaria, sino que necesita de «motivaciones
antropológicas para comprender su voluntad». Una profundización en este aspecto nos
ayudaría a interpretar la decisión de Jesús de escoger a doce sólo entre varones. Pienso
que el Magisterio tendría un buen argumento descubriendo así el sentido de la acción de
Cristo, pues la llamada de Jesús constituye un elemento esencial de la Revelación,
completada con los Apóstoles. Por eso discrepo con san Juan Pablo II en su Carta
cuando dice que lo dicho hasta ese momento debe considerarse como definitivo, pues
profundizar teológicamente sobre el verdadero significado de la diferencia varón-mujer,
así como en las funciones no biológicas de los sexos, resultaría positivo en este debate.
Además, podrían darse argumentos no pensados hasta ahora, por lo que la actitud de la
Iglesia debe ser mantener el debate abierto a nuevas aportaciones.

Debemos meditar mejor acerca de la naturaleza de la igualdad de los bautizados,


igualdad no significa identidad dentro de la Iglesia, que es un cuerpo diferenciado en el
que cada uno tiene su función, no dan pie a superioridad de unos sobre otros ni ofrecen
pretexto para la envidia: el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad:
los más grandes en el cielo no son los ministros sino los santos.

También debemos meditar sobre la naturaleza del poder, su origen y ejercicio, pues
muchas de las objeciones tienen su raíz en tratar a la Iglesia como una organización más
y a su doctrina como a una ideología que debe ir cambiando con los tiempos. Por lo
tanto, así se entendería bien que el sacerdocio ministerial no es un derecho pues ni varón
ni mujer pueden reclamar el derecho a la ordenación sacerdotal, porque no forma parte
del derecho de la persona, es un don y un poder que se confiere a través de la Iglesia a
quienes ella considera idóneos.

Nuestra sociedad tiene una mentalidad muy racionalista, queremos que hasta las
verdades religiosas reveladas sean medidas por el método cartesiano. Somos fruto de la
crisis sociorreligiosa actual en la que el hombre no cuenta con la tradición ni respeta las
2 Hans Urs von Balthasar, Importancia de la Tradición ininterrumpida, en Comentarios a la Declaración
Inter Insigniores de la Congregación para la doctrina de la fe, 2005, 115-116.

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figuras parentales. Las feministas desafían a la Iglesia católica con una visión errada,
tienen la idea de que el papa y los obispos ejercen un poder y no una autoridad, por eso
piensan que ellos pueden permitir el divorcio, el matrimonio entre homosexuales, la
ordenación de la mujer, el aborto y otros actos basados en el poder. Quieren
promocionar a la mujer llevándola a desentenderse del hogar, el matrimonio, la familia
y la maternidad. Ellas piensan que el sacerdocio dará a las mujeres acceso al poder en la
Iglesia.

Debemos desterrar la visión piramidal de la jerarquía de la Iglesia, pues durante siglos


se ha proyectado una visión de superioridad del ministro ordenado. Debemos
concientizar en la vocación del laicado del modo como lo subrayó el Vaticano II y como
lo recordó san Juan Pablo II diciendo que el laicado está llamado a «consagrar el mundo
mismo a Dios», ayudar a profundizar en el sacerdocio común. Nuestra sociedad necesita
de laicos coherentes que prediquen son su vida y sepa llevar el Evangelio a todos los
rincones. La Iglesia no inventa lo que quiere hacer sino que descubre lo que debe hacer
escuchando a su Señor.

Buscar: alocución de Pablo VI a los miembros de la «Comisión de estudio sobre las


funciones de la mujer en la sociedad y en la Iglesia» 18 de abril de 1975

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