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FACULTAD DE TEOLOGÍA
INSTITUTO TEOLÓGICO DE MURCIA OFM
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INTRODUCCIÓN.
En 1971 y 1973 el obispo anglicano de Hong Kong ordenó tres mujeres de acuerdo con
el sínodo. En julio de 1974, en Filadelfia, entre los episcopalianos, tuvo lugar la
ordenación de once mujeres, declarada inválida inmediatamente por la Cámara de los
obispos. En junio de 1975, por el Sínodo general de la Iglesia anglicana de Inglaterra, el
Dr. Coggan, arzobispo de Cantorbery, informaba al Papa Pablo VI de que se estaba
difundiendo lentamente dentro de la Comunión anglicana, la convicción de que no
existen objeciones que se opongan a la ordenación de mujeres al presbiterado.
Todo esto hacía necesario la intervención del Magisterio y tiene gran repercusión desde
el punto de vista ecuménico. En la alocución del 18 de abril de 1975, el Papa Pablo VI
recuerda la enseñanza de la Iglesia en este aspecto. El 5 de octubre de 1976, la
“Congregación para la doctrina de la fe” publica la Declaración Inter Insigniores, que
responde a los distintos planteamientos teológicos y expone la enseñanza de la
Escritura, la Tradición y la Teología, sobre el acceso de la mujer al sacerdocio
ministerial.
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PRIMERA PARTE
2- La actitud de Cristo, no eligió a ninguna mujer para que formara parte del grupo de
los Doce, a pesar de que no recurrió a las actitudes de su tiempo en lo referente a las
mujeres, más bien las modificó. Durante su ministerio itinerante se hace acompañar no
sólo de los Doce, sino también por un grupo de mujeres. Al contrario de la mentalidad
judía, que no concedía gran valor al testimonio de las mujeres, son ellas las primeras en
tener el privilegio de ver a Cristo resucitado y las encargadas de llevar el primer
mensaje pascual incluso a los Once.
Resulta evidente que su misma Madre, asociada tan íntimamente a su misterio, y cuyo
papel sin par es puesto de relieve en los Evangelios de Lucas y de Juan, no ha sido
investida del ministerio apostólico, aspecto que inducirá a los Padres a presentarla como
el ejemplo de la voluntad de Cristo en este aspecto.
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Incluso san Pablo, aun cuando en el ambiente pagano tuvo que apartar las costumbres
judías, pudo pensar que seguía siendo fiel al Señor confiriendo la ordenación a mujeres,
pues en el mundo helénico diversos cultos a divinidades paganas estaban confiados a
sacerdotisas. En sus cartas se manifiesta una evolución en la Iglesia apostólica respecto
a las costumbres judías, muchas mujeres ayudaron a Pablo. Los exégetas de autoridad
observan que en sus cartas utiliza el término «mis cooperadores» tanto para hombres
como para mujeres, pero se reserva el título de «cooperadores de Dios» para Apolo,
Timoteo y para sí mismo, por estar directamente consagrados al ministerio apostólico.
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inaugurar y sellar la Alianza nueva y eterna en su sangre; de su costado abierto nace la
Iglesia, como Eva nació del costado de Adán. Entonces se realiza plena y
definitivamente el misterio nupcial: Cristo es el Esposo; la Iglesia es su esposa. El
sacerdote representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo; actúa in persona Christi, lo más
lógico es que sea el varón quien lo represente
Podría decirse que puesto que Cristo se encuentra actualmente en condición celeste,
sería indiferente que sea representado por un hombre o por una mujer, ya que en la
resurrección no se casarán. Este texto no significa que la identidad propia de la persona
sea suprimida en la glorificación. Es necesario recordar que en los seres humanos la
diferencia sexual juega un papel importante y profundo porque afectan a la persona
humana de manera muy íntima, pues está orientada a la comunión entre las personas y a
la generación.
Sería bueno añadir que el sacerdote cuando preside las funciones litúrgicas y
sacramentales, está in persona Ecclesiae, obra en nombre de ella y la representa. Dado
esto ¿no sería posible pensar que esta representación pueda efectuarla una mujer? El
sacerdote representa ante todo a Cristo, que es Cabeza y Pastor de la Iglesia.
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SEGUNDA PARTE
A lo largo de los años no cesaron las voces entre teólogos y en algunos ambientes dentro
y fuera de la Iglesia católica. El Papa Juan Pablo II creyó conveniente intervenir.
Escribió una Carta Apostólica que se publicó el 22 de mayo de 1994. No resultó una
novedad en la postura de la Iglesia sino una ratificación de la doctrina. A diferencia de
la Declaración clarifica cuál es la voluntad de Cristo sin presentar razones bíblicas, ni de
la Tradición ni del Magisterio, dejando sólo espacio a la teología. La Carta comienza
recordando la doctrina de Pablo VI y la suya. Para situar bien el tema distingue tres
líneas en la posición de la Iglesia:
3- Para terminar declara que la Iglesia no tiene la facultad para conferir la ordenación
sacerdotal a mujeres, por lo que este pronunciamiento debe ser mantenido
definitivamente por todos los fieles de la Iglesia.
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TERCERA PARTE
COMENTARIO PERSONAL
A lo largo de los años se han manifestado numerosas objeciones por parte de teólogos y
estudiosos a estas declaraciones, pero para poder entender la postura de la Iglesia es
necesario profundizar en los términos que utiliza. Para ello debemos recurrir a la
Escritura, la Tradición, al Magisterio y a la Teología. Pero este es un pequeño trabajo y
sólo me limitaré a enfocarlo desde la naturaleza del sacerdocio ministerial.
De estas palabras se desprende que Dios Padre es el origen último del ministerio
sacerdotal por ser la fuente de todo lo que existe, de toda vida, así como de toda la
misión salvadora; por lo tanto, toda la economía de la salvación hay que referirla a Él.
El Verbo, enviado por el Padre y realiza de una vez y para siempre los misterios de los
que vive la Iglesia (encarnación, muerte y resurrección); en su vida, Cristo dio los pasos
necesarios para el nacimiento de la Iglesia y entre ellos está la elección de los Doce
como símbolo y germen del sacerdocio ministerial, que se hace realidad a través del
sacramento del Orden por el don del Espíritu Santo. En resumen; para poder
comprender teológica y adecuadamente el ministerio, las dimensiones trinitarias,
cristológicas, pneumatológicas y eclesiológicas son inseparables, pero consideradas en
armonía jerárquica.
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La dimensión cristológica y trinitaria surge directamente del sacramento que configura
al ordenado con Cristo Sacerdote, Maestro Santificador y Pastor de su Pueblo, este es el
primer fundamento del sacerdocio ministerial y no el ser creado por parte de la Iglesia
como una función necesaria por problemas de organización.
La Iglesia tiene una peculiaridad que no comparte con otras organizaciones, es una
comunidad escatológica, es el Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, obra de Dios Padre y
que por el Espíritu Santo recibe y transmite la salvación. No nace de la unión
espontánea de personas que desean ser el Pueblo de Dios y que se dan a sí mismas una
constitución, sino que es la comunidad llamada, constituida y reunida por el Padre que
la convoca en Jesucristo por la acción del Espíritu. Ella es creación del Logos divino.
Estas particularidades de la Iglesia afectan todas sus instituciones; así, por la ordenación
que se realiza dentro y por la Iglesia, el ministro recibe una responsabilidad que
proviene de Cristo para ejercerla en la comunidad eclesial. Por lo que el carisma
ministerial no es una simple función ni un carisma más, sino es el que preside a los
demás. Esto significa que la acción de Cristo se identifica con la Iglesia Cuerpo de
Cristo, pero que es a la vez Esposa de Cristo. Lo propio del sacerdocio ministerial
consiste en ser signo de Cristo glorificado en cuanto Cabeza, Pastor y Esposo de la
Iglesia.
El ser del sacerdocio ministerial tiene su origen y fundamento en Cristo, pues ha sido
instituido por Él y Su sacerdocio lo configura continuamente. La ordenación sacerdotal
no capacita solamente para la responsabilidad pública en la realización de tareas
eclesiales, ni es una simple delegación de la comunidad, sino que habilita para actuar in
persona Christi. La Lumen Gentium dice que «Los sacerdotes de forma eminente y
visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice y obran en su nombre»
(nº 21). Pablo VI escribía en su Carta Encíclica sobre el celibato «el presbítero ha sido
elegido para personificar a Cristo» (AAS 59).
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los términos signo, instrumento, in persona Christi, la tradición, el magisterio conciliar
y posconciliar y la teología manifiestan el convencimiento de que tanto el Obispo como
el presbítero, en virtud del sacramento del Orden, representan la persona y la acción de
Cristo resucitado actuando ante y para la Iglesia, su Cuerpo y Esposa. El ministro es la
visualización del Cristo presente en la vida de la Iglesia. El ministro es el instrumento
mediante el cual Cristo, único mediador realiza por la intervención del Espíritu su
mediación salvífica en favor de la Iglesia y el mundo. Por eso escogió a hombres entre
sus discípulos para que ejercieran esta función.
El sacramento del orden establece entre el sacerdocio ministerial y el de los fieles una
distinción «esencial y no de grado»; el ministerial se ordena y está al servicio del
sacerdocio de los fieles. El sacerdocio ministerial se encuentra debajo del sacerdocio
común, porque está a su servicio y sin él no tendría ninguna razón de ser, pero al mismo
tiempo está encima porque el sacerdocio común sin el ministerial sería imposible. El
sacerdocio común es ofrenda personal, mientras que el ministerio pastoral es
manifestación de la mediación sacerdotal de Cristo.
La Declaración alega que «el sacerdote es un signo, cuya eficacia sobrenatural proviene
de la ordenación recibida; pero es también un signo que debe ser perceptible y que los
cristianos han de poder captar fácilmente». El sacerdocio ministerial es signo e
instrumento de Cristo, pues posibilita la unión de cada cristiano en su propia existencia,
a la de Cristo; así como estructura el Cuerpo de Cristo, dándole unidad y comunión. El
sacerdote es el signo y el instrumento de la auténtica comunión en la Iglesia.
Tanto la Declaración como san Juan Pablo II en su Carta, defienden que la Iglesia tiene
el poder para establecer cambios en la norma de los sacramentos, pero la sustancia de
los mismos debe permanecer protegida. La fórmula salva eorum substantia fue afirmada
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en el Concilio de Trento y la repitió Pío XII el 30 de noviembre de 1944 en la
Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis. Los poderes que tiene la Iglesia son
limitados; y afirmó, que la Iglesia tiene potestad sobre la materia y la forma de los
sacramentos, y en el mismo expresa «Declaramos y, en cuanto preciso sea, decretamos
y disponemos: Que la materia única de las sagradas órdenes del diaconado,
presbiterado y episcopado es la imposición de las manos, y la forma, igualmente única,
son las palabras que determinan la aplicación de esta materia»1. Pío XII precisa que la
sustancia es «todo lo que Cristo, el Señor; según el testimonio de las fuentes de la
revelación, quiso que se mantuviera en el signo sacramental»
Debe quedar claro que pertenece a la substancia del sacramento aquello que desde la
insinuación divina queda indicado como la finalidad sobrenatural de cada uno de los
sacramentos. La sustancia pertenece al derecho divino y es inmutable para el poder de la
Iglesia. La insinuación divina la encontramos en la Sagrada Escritura, se ha de buscar en
el conjunto de la predicación de Jesucristo el mandato institucional y no momentos
institucionales. Por mandato institucional hay que entender aquellas insinuaciones sobre
los sacramentos que pertenecen al mensaje de Jesucristo. Estas insinuaciones
sacramentales forman parte de la predicación de Jesucristo por lo que tienen un valor
sobrenatural objetivo y pertenecen al derecho divino. La Iglesia, bajo la acción del
Espíritu Santo y en la medida que ha ido profundizando en el conocimiento de la fe, se
ha ido percatando del contenido sacramental de cada una de ellas y ha terminado
reconociendo en las mismas los siete sacramentos instituidos por Jesucristo, entre ellos
el sacramento del Orden. «Así, pues, la adaptación a las civilizaciones y a las épocas
históricas no puede abolir; en los puntos esenciales, la referencia sacramental a los
acontecimientos fundamentales del cristianismo y a Cristo mismo». Y por último, es la
Iglesia, mediante la voz de su Magisterio, la que «asegura el discernimiento entre lo que
puede cambiar y lo que debe seguir siendo inmutable»
CUARTA PARTE
1 S.S. Pío XII, Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, nº 4
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CONCLUSIÓN
Por la pequeñez de este trabajo no se puede dar respuestas a todas las objeciones
planteadas. Pero quiero mencionar un argumento que me parece interesante que se deba
profundizar. Hans Urs von Balthasar, en un artículo en el que comentaba la Declaración
Inter Insigniores se pregunta sobre el significado antropológico de varón-mujer y la
diferencia sexual, afirmaba que «el misterio redentor Cristo-Iglesia es el sobreabundante
cumplimiento del misterio de creación entre hombre y mujer…La natural diferencia
sexual tiene, en cuanto diferencia, un valor sobrenatural que ella misma no conoce, de
modo que fuera de la revelación cristiana se pueden dar diversas deformaciones de esta
diferencia, como, por ejemplo, en un matriarcado o en un patriarcado unilaterales, en un
menosprecio de la mujer… Y sólo a partir de la indestructible diferencia entre Cristo y
la Iglesia se refleja la luz decisiva sobre la auténtica reciprocidad entre varón y mujer».2
También debemos meditar sobre la naturaleza del poder, su origen y ejercicio, pues
muchas de las objeciones tienen su raíz en tratar a la Iglesia como una organización más
y a su doctrina como a una ideología que debe ir cambiando con los tiempos. Por lo
tanto, así se entendería bien que el sacerdocio ministerial no es un derecho pues ni varón
ni mujer pueden reclamar el derecho a la ordenación sacerdotal, porque no forma parte
del derecho de la persona, es un don y un poder que se confiere a través de la Iglesia a
quienes ella considera idóneos.
Nuestra sociedad tiene una mentalidad muy racionalista, queremos que hasta las
verdades religiosas reveladas sean medidas por el método cartesiano. Somos fruto de la
crisis sociorreligiosa actual en la que el hombre no cuenta con la tradición ni respeta las
2 Hans Urs von Balthasar, Importancia de la Tradición ininterrumpida, en Comentarios a la Declaración
Inter Insigniores de la Congregación para la doctrina de la fe, 2005, 115-116.
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figuras parentales. Las feministas desafían a la Iglesia católica con una visión errada,
tienen la idea de que el papa y los obispos ejercen un poder y no una autoridad, por eso
piensan que ellos pueden permitir el divorcio, el matrimonio entre homosexuales, la
ordenación de la mujer, el aborto y otros actos basados en el poder. Quieren
promocionar a la mujer llevándola a desentenderse del hogar, el matrimonio, la familia
y la maternidad. Ellas piensan que el sacerdocio dará a las mujeres acceso al poder en la
Iglesia.
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