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Botas, gotas y diccionarios

Arturo Pérez Reverte – XL Semanal – 1º / 7 / 2.019.

Se planteó hace unas semanas en nuestra comisión – de ciencias humanas, se


llama – de la Real Academia Española. Cada jueves, antes del pleno que se
celebra desde hace trescientos años, los académicos nos reunimos en
comisiones más pequeñas para actualizar definiciones anticuadas del
Diccionario o discutir las nuevas. Somos pocos y es labor ardua y prolija, pero
agradable. Y necesaria. A veces algún experto nos echa una mano. No hace
mucho, precisamente, y gracias a la eficaz colaboración del maestro Jesús
Esperanza, que tiene su galería de esgrima a pocos pasos de nuestro edificio,
nuestra comisión revisó y puso al día todos los términos del noble arte, o
deporte, del florete, el sable y la espada. Y ahí seguimos.

Hace unos jueves, como digo, se trató sobre algo que ahora se utiliza mucho
para expresar tormento; o más que tormento, tortura psicológica por
insistencia: la acción de alguien que machaca hasta la extenuación, figurada o
casi real, de sus semejantes. Gota malaya, suele decirse. Lo que, traducido en
hechos, equivaldría a un lento goteo de agua sobre la cabeza o la frente de una
víctima inmovilizada, hasta volverla más o menos majara. Con tal sentido se
usa habitualmente y cada vez más; sin embargo, la expresión es incorrecta. La
gota malaya sencillamente no existe. Los malayos no gotean, que yo sepa. Lo
que sí existe es la bota malaya. Y también la gota china.

El caso es interesante, porque demuestra hasta qué punto el habla popular, el


uso de una palabra equivocada o incorrecta, puede llegar a extenderse en
detrimento de la expresión correcta. Así es como, unas veces para bien y otras
para mal, evolucionan las lenguas. Y así es como la RAE, cuyo Diccionario es
una especie de registro notarial del castellano o español, se ve obligada a
incorporar todos esos usos, le gusten o no. Lo que no significa aprobación ni
norma, sino constancia de que los hispanohablantes hablamos así. De cuáles

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son las palabras que utilizamos y con qué significado exacto lo hacemos,
aunque éste cambie a través del tiempo.

Para los aficionados al cine clásico, lo de bota malaya no plantea dudas. En la


estupenda película de aventuras Mares de China, protagonizada en 1935 por
Clark Gable y Jean Harlow, al apuesto capitán del barco los piratas malayos lo
someten a ese tormento, que consiste en una bota de madera que mediante un
sistema de palancas comprime el pie hasta triturarlo – «Calzo un 42», desafía
Gable a los malos con mucha chulería –. Lo curioso es que siendo bota
malaya la expresión correcta, lo que todos dicen ahora es gota malaya; hasta el
punto de que el rastreo que Silvia, la eficaz filóloga de nuestra comisión, hizo
en Google, Bing y Yahoo cuando tratamos el asunto, dio como resultado sólo
2.084 usos de bota malaya, que es la expresión correcta, frente a 40.780 de la
incorrecta gota malaya. Por lo que, con gran dolor de corazón, no tuvimos otra
que incorporar también la incorrecta al diccionario. Su frecuencia de uso es una
realidad lingüística, y el diccionario está para definir realidades, nos gusten o
no, haciendo posible que cuando alguien escuche o lea una palabra en
Cervantes o en un periódico actual sepa qué significa, independientemente de
que sea peyorativa, malsonante o equivocada. Así que sirva este episodio
como ejemplo de cómo evolucionan las lenguas, y también de cómo se hacen
los diccionarios y para qué sirven.

De todas formas, ni siquiera la RAE puede averiguar siempre cuándo y por qué
se produce una transformación o un error cuyo uso se extiende luego. En este
caso sí es posible, y el responsable tiene nombre y apellidos, e incluso fecha.
En 1982, el entonces presidente Felipe González se lió entre bota y gota
cuando dijo que el político Pasqual Maragall, entonces alcalde de Barcelona
que no paraba de pedir dinero para los Juegos Olímpicos, era una gota malaya:
un pelmazo hasta el martirio. El lapsus presidencial hizo fortuna, nadie lo
corrigió públicamente, periodistas que no tenían ni idea de gotas y botas lo
repitieron hasta la saciedad, y de ahí pasó al uso general, hasta el punto de
que incluso escritores presuntamente cultos lo utilizan hoy con naturalidad. Eso
ya no hay quien lo pare, y no será este artículo el que lo consiga. Porque
además, y para que vean ustedes la singular dinámica en la evolución de una
lengua – y eso ocurre con todas las del mundo –, se da la paradoja de que, en

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la actualidad, a quienes utilizan bota malaya en su expresión correcta hay
quien les llama la atención y afea el término. Gota, hombre, les dicen en Twitter
o Facebook. Se dice gota malaya, inculto. Y es que así se escribe la historia. Y
los diccionarios

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