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686 INTRODUCCION – CLASE 6

RESEÑA: MARIANA HEREDIA, CUANDO LOS ECONOMISTAS ALCANZARON EL PODER


(O CÓMO SE GESTÓ LA CONFIANZA EN LOS EXPERTOS

4. El laboratorio y las metamorfosis de la representación 189


La representación como problema de frontera 189
Las dos almas de la sociedad argentina 193
La recomposición de los representantes 205
Los dispositivos de regulación social 218
Conclusión 228

El cuarto capítulo se ocupa de las trasformaciones en los modos de representación.


Tal como aclara la autora, lo que podemos encontrar aquí no es un análisis histórico
exhaustivo sobre el pasaje del orden político de la segunda posguerra al orden técnico-
político, sino más bien una comparación entre ambos regímenes a partir de tres criterios:
la concepción que cada uno posee respecto de la sociedad argentina, centrada en el
proceso de individuación que esboza en capítulos anteriores; las características de la
representación desde el punto de vista de los voceros/dirigentes, centrada en Las
competencias que legitiman su liderazgo; y las formas de configuración estatal, centradas
en los dispositivos de regulación social de cada uno de los regímenes. Heredia muestra
como la construcción de ese tipo de representación se articuló con la consolidación de la
inflación como problema excluyente de la economía argentina y con la escisión de la
“esfera económica” del resto de las dimensiones sociales. Este cuarto capítulo funciona
como cierre del entramado que le permite a la autora reforzar una hipótesis que atraviesa
todo el trabajo: bajo el reinado de la “razón técnica” “los” economistas fueron los expertos
por excelencia, pero esa posición privilegiada, al ser propiciada por sus aptitudes para
tratar la inflación, derivó en una sacralización de sus capacidades y contribuyó a una
transformación profunda de las subjetividades en dirección de una mayor individuación y
en desmedro de un interés colectivo.
DOMINGO, 13 DE SEPTIEMBRE DE 2015
L I B R O > E L R O L D E L O S E C O N O M I S TA S

Perplejidades en el templo
Cuando los economistas alcanzaron el poder. Cómo se gestó la utopía tecnocrática es la obra de Mariana Heredia, especialista en temas
vinculados con los think tank como el CEMA, Fiel y Fundación Mediterránea.

Por Mariana Heredia

Las experiencias económicas extremas muestran con dramatismo el lazo


que enhebra la vida de las personas con los grandes sucesos de la historia. Los
argentinos tenemos cientos de anécdotas del modo en que las decisiones
ministeriales de las últimas décadas trastrocaron nuestra suerte. Con el
Rodrigazo, muchas familias perdieron un patrimonio atesorado laboriosamente,
mientras otras, endeudadas, pasaban a pagar cuotas irrisorias. Con la tablita
cambiaria, unos pocos vivieron un festín de plata dulce, al tiempo que otros veían
quebrar sus empresas o perdían sus empleos. Pero era solo el comienzo. Poco
después vendrían la hiperinflación, la confiscación de los depósitos bancarios, la
euforia y la desilusión de la convertibilidad, las cuasi-monedas, el corralito, las
corridas cambiarias, el default.

Desde mediados de los años setenta, fuerzas impersonales e irrefrenables


parecen desatarse y adueñarse del destino del país: los precios suben, los
capitales vienen y se van, el déficit amenaza con desmadrarse, el dólar se vuelve
una obsesión desesperante. Los más avezados denuncian a los sectores
dominantes: parece que conspiran otra vez, pagan asesores, manipulan
gobiernos, imponen políticas. Difícil salir de la encrucijada: ¿se trata de un enigma
que solo los especialistas pueden resolver o del complot de un grupo de interés
que todo lo destruye a su paso?

Las ciencias económicas se fueron erigiendo en el templo donde podían


descifrarse los enigmas o urdirse los complots. A partir de la dictadura, los
economistas empezaron a participar cada vez más en los medios, fundaron
centros de investigación respaldados por organismos internacionales o
empresarios, asesoraron a militares y políticos desconcertados, accedieron a
cargos cada vez más importantes, elaboraron y tomaron decisiones de singular
osadía. Mientras vacilaban otros saberes, la disciplina se arrogaba la autoridad de
la ciencia. Ante una representación gremial y partidaria en crisis, los think tank se
convertían en un canal alternativo de acceso a la conducción del Estado. Como
fuera, la expertise económica se fue afirmando como una instancia sagrada o
misteriosa que era menester defender con encono o atacar con rebeldía.

Precisamente por esta centralidad, los economistas ofrecen una clave para
comprender la historia reciente. En tanto intérpretes privilegiados y herramientas
fundamentales en la comprensión, la resolución y el agravamiento del desorden,
su experiencia nos permite asomarnos al reordenamiento (a la vez económico,
social y político) de nuestro tiempo. Cuando me acerqué a conversar con ellos en
2003-2004, el momento era propicio. Ante el desmoronamiento de la
convertibilidad se abrían interrogantes que habían estado clausurados durante
años. Conversaron conmigo jóvenes y viejos, ortodoxos y heterodoxos,
funcionarios y académicos, observadores independientes y protagonistas de los
grandes acontecimientos. Los grandes diarios, las publicaciones científicas y otras
huellas me ayudaron a poner en perspectiva los testimonios. Al encontrarlos con la
guardia baja, me fue posible atravesar las puertas del templo y la experiencia me
deparó grandes sorpresas. Tomemos aquí solo tres de ellas.

La primer sorpresa fue que aunque había signos que hoy consideraríamos
preocupantes, los problemas argentinos no se definían en los años cincuenta o
sesenta como “problemas económicos”. Para la mayor parte de las elites del
momento, el desafío no era garantizar la estabilidad y el crecimiento sino alcanzar
el desarrollo y lograr la integración de las mayorías. En ese entonces, los
economistas eran personajes inexistentes o muy secundarios, que ni siquiera
competían con los empresarios, los militares y los sindicalistas en la interpretación
de los acontecimientos. Lejos de oponerse al avance de la intervención pública,
los economistas fueron originariamente una profesión de Estado, formada sobre
todo por las universidades públicas y con la aspiración de contribuir a la
planificación del progreso. En una Argentina donde se sucedían gobiernos
militares y civiles, los ministros económicos eran los más inestables de todo el
gabinete. Más allá de su orientación, las medidas solían tener un espíritu más bien
gradualista y ninguna logró contrapesar de manera durable la vocación
intervencionista del Estado nacional.

La segunda sorpresa es que aunque fuera un fenómeno de larga data, la


inflación se erigió a partir de mediados de los años setenta en el principal
termómetro de la crisis y este modo de tematizar las dificultades del país
acompañó y justificó rupturas trascendentes. Entre 1945 y 1974, la media de
incremento anual de los precios se situó en torno del 28 por ciento, y estos valores
estuvieron por encima de los promedios del mundo entero. No obstante, fue recién
con el salto de 1975 y la instauración de la dictadura que la inflación dejó de ser
considerada un mal menor para convertirse en la gran preocupación de los
gobiernos. Mientras los especialistas se concentraban en la explicación y el
tratamiento de este fenómeno, las autoridades les atribuían cada vez más
potestades para resolverlo. Más que en un consenso en pos de las reformas de
mercado o en un enfrentamiento encarnizado entre dos proyectos de país
contrapuestos, fue en la dialéctica entre inflación y política antiinflacionaria donde
se jugó la reformulación del orden de posguerra.

La tercera sorpresa es que aunque los expertos fueron alcanzando más


visibilidad e influencia, rara vez se pusieron de acuerdo sobre los modos de
interpretar la crisis y de intentar solucionarla. Contrariamente a lo que puede
pensarse, la discusión económica fue álgida durante la dictadura y no solo
participaron de ella economistas cepalinos, keynesianos, desarrollistas sino
también hombres de negocio y medios de comunicación que resistían el avance
del monetarismo. Aunque la controversia se circunscribió luego al enfrentamiento
entre heterodoxos y ortodoxos, no había hacia 1990 un consenso absoluto entre
los especialistas. De hecho, la convertibilidad se adoptó contra las
recomendaciones del Consenso de Washington, del FMI y de gran parte del
empresariado. Fue el éxito de la medida el que le otorgó poderosos aliados. Si los
argumentos ortodoxos parecieron verdaderos en la victoria, las objeciones
heterodoxas se tornaron plausibles en la triste crónica del final. Como afirma con
honestidad un ministro de Alfonsín: “No teníamos la certeza de que pudiéramos
estar a la altura de lo que el país necesitaba. [...] Una de las dificultades de tener
responsabilidades políticas es que la gente confía en uno más de lo que uno cree
que merece”.

Como los médicos del cuadro de Rembrandt, los economistas lograron


consolidar una confianza que los autorizó a operar de modo incisivo y
determinante sobre el cuerpo social. Eso no los exoneró de avanzar en la
incertidumbre, de escoger entre imperativos contradictorios, de provocar
consecuencias tal vez más graves que el mal que intentaban conjurar.

* Socióloga UBA y doctora en Sociología por la Ecole des Hautes Etudes de


París. Investigadora adjunta del Conicet y del Idaes/Unsam.

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