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Ella creyó el misterio de la Trinidad; el ángel le dijo que el niño que concebiría en su
seno, por gracia del Espíritu Santo, sería Hijo del Altísimo y ella abriendo su corazón dijo:
“He aquí la esclava del Señor…”; estas palabras unen al cielo con la tierra, se da un paso
más hacia nuestra salvación, pues Jesucristo toma entonces nuestra débil naturaleza.
María fue perpetua en su fe y constante en confesarla. Llena de fortaleza no se apartó su
Hijo durante la pasión y postrada ante la cruz le reconoció con la esperanza de la
resurrección. Por eso le decimos: “Oh, mujer, que grande es tu fe”. (Mt. 15,28) Esta fe de
María, firme en sus principios y constante en todas las pruebas, sea modelo en nuestra fe
cuando sea tambaleada por las tentaciones y dudas que nos presenta el enemigo para
alejarnos del camino del Hijo de María. Con el auxilio de la fe el hombre descubre el camino
que Dios tiene para su salvación y este lo puede tomar libremente; si el hombre es infeliz
es porque no ha sabido hacer lo que Jesús nos dice en su Evangelio. María propicia con
su fe el primer milagro de Jesús, María sigue repitiendo hoy: “Hagan lo que Él les diga”. (Jn.
2,5)
3. Obediencia generosa de María.
María al conocer el plan de Dios, solo responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase
en mi según tu palabra” (Lc. 1,38). Por orgullo decidimos no obedecer a otros, la obediencia
a los hombres por respeto a Dios, es prueba de un corazón sumiso a la voluntad
Divina. María desde su infancia se mostró obediente a la voluntad de sus padres, al
desposarse con José, aunque ella era la reina del cielo y la madre de Dios, decidió obedecer
a un sencillo artesano.
Con resignación obedeció el edicto de Augusto, dejo su habitación y aunque estaba en
vísperas de dar a luz, partió a Belén. La ley exceptuaba a María de labores comunes a las
mujeres, por ser la madre de Dios, pero ella las realizaba como un deber para enseñarnos
a respetar la ley. La virtud de la obediencia es más sublime cuando obedecemos a alguien
inferior a nosotros. La obediencia impide los malos efectos del egoísmo y los errores a los
que nos llevan los lazos del demonio. “La obediencia es de gran mérito a los ojos de Dios,
es cierta manera iguala los méritos de los mártires”. (Tomás de Kempis)
6. Piedad de María.
La piedad es tener la voluntad pronta y fervorosa por todo aquello que nos encamina al
servicio de Dios. Después de que el ángel le dio el anuncio a la Virgen, ella profundizó
más en su recogimiento e hizo más fervorosa su oración. Si no hubiera sido por la fuerza
que le daba la oración que hacía, ella también hubiera muerto al estar al pié de la cruz.
María es modelo en todos los estados; enseña a las vírgenes el amor que deben tener a la
virginidad y el cuidado con que deben conservar este precioso tesoro, a las casadas, la
obediencia y respeto a su santo esposo y a las viudas el espíritu de recogimiento, retiro y
oración.
La verdadera devoción no consiste solamente en sentir consuelo, gusto y atractivo por
las cosas espirituales, sino una voluntad dispuesta a entregarse a Dios haciendo el bien en
la práctica de las virtudes en cada momento de nuestra vida ordinaria; así también
lograremos mantener, conservar y aumentar nuestra piedad.
7. Paciencia y fortaleza en el destierro y en el dolor:
María con fortaleza afronta las penalidades, no duda en huir a Egipto por su hijo,
permanece firme en el dolor. Ejemplo de paciencia y serenidad. La paciencia nos hace
soportar con resignación y calma los males de esta vida, persecuciones, injurias, pérdida
de bienes, enfermedades y hasta la muerte (San Agustín). Siendo las penas el patrimonio
de las almas amadas por Dios, no es regular que hubiese dejado sin ellas a ala que escogió
por madre. Sus trabajos sobrepasaron a los de todos los mártires.
¡Qué dolor cuando San José quiso abandonar a María!
¡Qué dolor cuando vio nacer a su hijo en un establo!
¡Que dolor cuando vio derramarse la sangre de su hijo en la circuncisión, anuncio
de su sangre que iba a derramar en la Cruz!
¡Qué fatiga al buscar asilo en Egipto, entre pueblos desconocidos e idólatras!
¡Cuál su desasosiego cuando tuvo noticias de la crueldad de Herodes!
¡Cuántas las aflicciones en los años de vida pública de su hijo!
¡Qué sentimiento al oír las imprecaciones y blasfemias contra su hijo, las trabas para
perderle!
¡Qué situación al ver próximo el sacrificio de su hijo, al verlo abandonado al poder
de las tinieblas, rodeado de gente armada, atado como un malhechor, golpeado, burlado,
lleno de escarnio, de tribunal en tribunal, con oprobios, maldiciones y blasfemias!
¡Inundada de dolor al ver moribundo al hijo, al escuchar “he ahí a tu hijo”, sino por
una gracia especial en ese instante hubiera expirado!
Sufrió un tormento superior al dolor de todos los mártires juntos, siempre grabó en
sus ojos y su corazón el recuerdo de la Pasión de su hijo.
Y nosotros nos quejamos de sufrimientos inferiores cuando bien los merecemos
8. Pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor
María entendió el “si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y sígueme” (Lc.
19,21). Ella se entrega sin reservas a plan de Dios, su corazón es del Señor, por ello es
sagrario de la Trinidad. María es rica en su pobreza, ella lo manifiesta en el Magnificat. Su
pobreza fue voluntaria, tomó por esposo a un descendiente de David pero que se sostenía
con el trabajo de sus manos, dio a luz en un establo por obedecer una orden injusta, su hijo
es envuelto en pañales entre animales. A los cuarenta días de su alumbramiento ofrece en
el Templo lo que los pobres: palomas. Ciertamente el oro regalado por os magos pudieron
enriquecerla, pero dice San Buenaventura que éste ya había pasado a manos de los pobres
por la sensibilidad de María ante la miseria. En Egipto se halló falta de recursos, en país
extranjero, desconocidos, igual a su retorno. Después de la Ascensión de Cristo vivió en
casa de San Juan. Ella nació pobre, vivió pobre y exhaló pobre, había dejado todo como
los Apóstoles para seguir el camino de la Cruz. A sus seguidores, Dios les recomienda la
pobreza para librarlos de los lazos terrenos y el afecto a las cosas para ser libres en la
entrega a Dios, para apartaros del abuso de las riquezas, para que amen con pureza a
Dios. Los que tienen bienes poseerlos como si no los tuvieran, desprenderse de todo afecto,
usarlo conforme a las máximas del Evangelio, derramarlos entre los pobres, y nunca
adquirir un bien ilícitamente, cuando algo perdemos conformarnos con la Voluntad de Dios.
Hacer de los bienes medios y no impedimentos para llegar a Dios.
9. Esperanza de María:
“Yo soy la madre de la Santa Esperanza” (Eclo. 24,24). María vive en Jesús hasta las
últimas consecuencias. Se esmera en el servicio de su hijo. Esperanza es: virtud
sobrenatural que Dios infunde en el alma cristiana para confiar en el auxilio del cielo y
mediante los buenos obas alcanzar la vida eterna. Debe ser firme y constante para que sea
virtud cristiana, no excluye el temor o incertidumbre de nuestra salvación, pero cuanto
mayor la virtud, menor el temor. Produce confianza. María se entregó en manos de Dios
cuando José quiso dejarla por ignorar lo de su embarazo, no dudó que esto fuera para
mayor gloria de Dios. Ella esperó que su hijo salvaría al linaje humano y reinaría en cielo y
tierra aun viéndolo en manos de los verdugos y la muerte, nunca dudó que su hijo
resucitaría.