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Conferencia sobre la sustracción

Alain Badiou

Extraído de:
Acontecimiento. Revista para pensar la política.Nª 7. 1994.
Esta conferencia ha sido pronunciada en 1991 a raíz de una invitación del
directorio de la Escuela de la Causa freudiana, en los locales de esta institución. Ha
sido publicada en la revista Actas -subtitulada Revista de la Escuela de la Causa
Freudiana- a fines de 1991. También ha aparecido en italiano en la revista AIgama
en Roma.
La presente versión se extrae de Conditions Ed. du Seuil, Paris 1992.

Invitado a celebrar ante ustedes para quienes el silencio y la palabra es todo el


oficio, lo que se sustrae a su alternancia, es de Mallarmé de quien me autorizo
para cobijar mi soledad. Pongamos entonces como exergo de mi saludo este
fragmento del cuarto escolio de Igitur:
Yo sólo -sólo yo- voy a conocer la nada. En cuanto a ustedes vuelvan a su
amalgama Profiero la palabra para volver a sumirla en su inanidad [...]
Ciertamente hay alli un acto -es mi deber proclamarlo: esta locura existe. Tuvieron
razón en manifestarla: no crean que voy a volver a sumirlos en la nada.

Respecto de la compacidad de vuestra amalgama, vengo aquí por el deber de


proclamar que la locura de la sustracción es un acto. Mejor aún: que ella es el
acto por excelencia, el acto de una verdad, aquel por el cual llego a conocer lo
que únicamente puede ser conocido en realidad, y que es el vacío del ser como
tal.
Si la palabra, por el acto de una verdad, es vuelta a sumergir en su inanidad, no
crean que ella los sumerge a ustedes, detentadores de la razón de lo que se
manifiesta. En todo caso nosotros acordaremos, yo en el deber de hablar, ustedes
en el de hacer manifiesta mi palabra, acerca de que la locura del acto de una
verdad existe.
Nada es admitido a la existencia, entendiendo por existencia lo que una verdad
supone en su principio, que no sea en la experiencia de su sustracción.
Sustraer no es simple. La sus-tracción, porque tira por debajo, está demasiado a
menudo mezclada con ex-tracción, lo que se obtiene a partir de lo que tiene la
apariencia y el rendimiento del carbón del saber.
La sustracción es plural. El hecho de alegar la carencia, por su efecto, por su
causalidad, disimula diversas operaciones, ninguna de ellas reducible a las otras.
Estas operaciones son en número de cuatro: lo indecidible, lo indiscernible, lo
genérico y lo innombrable. Cuatro figuras forman la cruz del ser cuando en su
trayecto viene a toparse con el obstáculo extremo de una verdad. Verdad de la
que es aún demasiado afirmar que es dicha a medias, ya que, como lo veremos,
ella es poco-dicha, incluso casi-no dicha, atravesada como está por el modo
inconmensurable en que se desligan su propia infinitud y la finitud del saber que
ella agujerea.
Comencemos por el puro formalismo
[Indecidibilidad]
Sea una norma de evaluación de los enunciados en una situación cualquiera de la
lengua. Lo más corriente de estas normas es la distinción entre enunciado
verídico y erróneo. Si la lengua está recortada rigurosamente, otra norma podrá
ser la que distingue entre enunciado demostrable y enunciado refutable. Pero nos
es suficiente que haya una tal norma.
Indecidible es entonces el enunciado que allí se sustrae. O sea, un enunciado tal
que no pueda inscribirse en ninguna de las clases en las que se considera que la
norma de evaluación distribuye todos los enunciados posibles.
Indecidible es lo que se sustrae a una clasificación, supuesta exhaustiva, de los
enunciados según los valores que una norma vincula. Yo no puedo decidir ningún
valor atribuible a este enunciado, aunque la norma de atribución exista
únicamente en la suposición de su eficacia total. El enunciado indecidible es
propiamente sin valor, ése es su precio, por el que contraviene a las leyes de la
economia clásica.
El teorema de Godel establece que en la situación de la lengua llamada aritmética
formalizada de primer orden, donde la norma de evaluación es lo demostrable,
existe al menos un enunciado indecidible en un sentido preciso: ni él ni su
negación son demostrables. La aritmética formalizada no depende de una
economía clásica de los enunciados.
Durante mucho tiempo se ha ligado la indecidibilidad del enunciado de Godel con
la paradoja del mentiroso, por el hecho de tener la misma forma: enunciado que
declare su propia indemostrabilidad; enunciado que sustrae a la norma
únicamente aquéllo por lo que él significaba estar negativamente afectado. Hoy
se sabe que este lazo entre indecidibilidad y paradoja es contingente. Jeff Paris ha
demostrado, en 1977, la indecidibilidad de un enunciado, declarando que de
ninguna manera es una paradoja, sino, yo cito: un "teorema razonablemente
natural de combinatoria finita". La sustracción es una operación intrínseca, y no la
consecuencia de una estructura paradojal del enunciado respecto a la norma de la
cual él se sustrae.
[indicernibilidad]
Sea ahora una situación de la lengua donde existe, como procedimiento, una
norma de evaluación de los enunciados. Y sean dos términos cualquiera
presentados, pongamos a1 y a2. Consideremos ahora fórmulas de la lengua que
comporten dos lugares para los términos. O sea, por ejemplo, ''x es más grande
que y". Luego, fórmulas del tipo F(X,y). Se dirá que tal fórmula discierne los
términos a1 y a2 si el valor del enunciado F(a1,a2) es diferente del valor del
enunciado F(a2,a1).
Si, por ejemplo, a1 es efectivamente más grande que a2, la fórmula "x es más
grande que y" discierne a1 y a2, ya que el enunciado ''a1 es más grande que a2"
toma el valor ''verdadero" mientras que el enunciado "a2 es más grande que a1"
toma el valor "falso".
Ustedes ven que una fórmula discierne dos términos cuando al colocar uno en
lugar del otro, e inversamente, la permutación de los términos en la fórmula
cambia el valor del enunciado.
Dos términos son indiscernibles si, en la situación de una lengua considerada, no
existe ninguna fórmula que discierna a estos dos términos. Es así que, en una
lengua supuesta reducida a la única fórmula ''x es más grande que y'', dos
términos a1 y a2 que son iguales son indiscernibles. En efecto, la fórmula ''a1 es
más grande que a2'' tiene el valor falso, pero tambien lo tiene la fórmula "a2 es
más grande que a1''.
Entonces, dos términos presentados son indiscernibles respecto a una situación
de lengua, si ninguna fórmula de dos lugares de la lengua viene a marcar su
diferencia, haciendo que su permutación cambie el valor del enunciado obtenido,
al haberlos inscripto en los lugares prescriptos por la fórmula.
Lo indiscemible es lo que se sustrae a que la diferencia se marque por evaluación
de los efectos de una permutación. Indiscemible son dos términos que ustedes
permutan en vano. Estos dos términos son únicamente dos en la presentación
pura de su ser. Nada en la lengua le da valor diferencial a su dualidad. Por cierto
que ellos son dos, pero no al punto que se pueda re-marcar que lo son. Lo
indiscemible sustrae así la diferencia como tal a todo señalamiento. Lo
indiscemible sustrae el dos a la dualidad.
El álgebra se ha encontrado muy pronto con la cuestión de lo indiscernible, a
partir de Los trabajos de Lagrange.
Consideremos como lenguaje los polinomios con diversas variables y coeficientes
racionales. Fijemos asi la norma de evaluación: si, cuando se sustituye a las
variables de los números reales determinados, el polinomio se anula, se dirá que
el valor es V1. Si el polinomio no se anula, se dirá que el valor es V2.
En estas condiciones, una fórmula de discernimiento es evidentemente un
polinomio de dos variables, P(xy). Ahora bien, se demuestra fácilmente, por
ejemplo, que los dos números reales +2 y -2 son indiscernibles: para todo
polinomio P(xy), el valor de P(+2,-2) es el mismo que el valor del polinomio P(-
2,+2): si el primero -cuando x toma el valor 2 e y -2- se anula, el segundo -cuando
x toma el valor -2 e y +2- se anula también. El principio de evaluación diferencial
viene a fracasar para toda permutación de los dos números, +2 y -2.
No es para asombrarse que sea tomando el sesgo del estudio de los grupos de
permutación que Galois haya constituido el espacio teórico donde cobraba
sentido el problema de la resolución por radicales de las ecuaciones. La invención
de Galois es, en realidad, la de un cálculo de lo indiscernible. El alcance
conceptual de este punto es considerable, y será dentro de poco desplegado por
el matemático y pensador contemporáneo René Guitart, en un libro en
preparación, del cual hay que señalar que hace uso de varias categorías
lacanianas.
Retengamos que si lo indecidible es sustracción a una norma, lo indiscemible es
sustracción a una marca.
[Generabilidad]
Abordemos ahora una situación de lengua, en la que existe siempre una norma de
evaluación. Definamos un conjunto fijo de términos, de objetos, pongamos el
conjunto U. Se llamará U un universo para la situación de lengua. Consideremos
un objeto de U. digamos a1. Consideremos en la lengua una fórmula de un solo
lugar, pongamos F(x). Si al lugar marcado por x hacen venir el objeto a1, obtienen
un enunciado, F(a1), al cual la norma da un cierto valor, el de verdadero, falso, o
todo otro valor reglado por un principio de evaluación. Por ejemplo, sea a2 un
objeto fijo del universo U. Supongamos que nuestra situación de lengua admite la
fórmula ''x es más grande que a2''. Si a1 es efectivamente más grande que a2, se
tendrá el valor ''verdadero" para el enunciado ''a1 es más grande que a2'',
enunciado donde a1 es traído al lugar marcado por x.
Imaginemos ahora que tomamos en U todos los términos que son más grandes
que a2. Obtenemos de esta manera un subconjunto de U. Es el subconjunto de
todos los objetos a que, puestos en el lugar de x, dan el valor ''verdadero'' al
enunciado "a es más grande que a2"
De una manera general, se dirá que un subconjunto del universo U es construido
por una fórmula F(x) si este subconjunto se compone exclusivamente de todos los
términos a de U que, llevados al lugar marcado por x, dan al enunciado F(a) un
valor previamente fijado. Asi pues, todos los términos son tales que la fórmula
F(a) es evaluada idénticamente.
Un subconjunto del universo U será llamado contructible si existe en la lengua
una fórmula F(x) que lo construye.
Genérico es, entonces, un subconjunto de U que no es constructible. Ninguna
fórmula F(x) de la lengua es idénticamente evaluada por los términos que
componen un subconjunto genérico. Vemos asi que un subconjunto genérico está
sustraido a toda identificación por un predicado de la lengua. Ningún rasgo
predicativo único reúne a los términos que lo componen.
Eso significa, nótenlo bien, que, para toda fórmula F(x), existen términos del
conjunto genérico que, sustituidos a x, dan un enunciado que tiene un cierto
valor, en tanto existen otros términos del mismo conjunto que, sustituidos a x dan
un enunciado que tiene otro valor. Un subconjunto es genérico, precisamente,
porque para toda fórmula F(x), él se sustrae a lo que esta fórmula autoriza como
recorte y construcción en el universo U. El subconjunto genérico contiene, si así
se puede decir, un poco de todo, aunque ningún predicado jamás reúna todos sus
términos. El subconjunto genérico es sustraido a la predicación por exceso. La
mezcla compacta que supone, la sobreabundancia predicativa que le es propia,
hacen que nada pueda reunirlo, sosteniéndose en la potencia de un enunciado y
de la identidad de su evaluación. La lengua fracasa al construir su contorno o
recolección. El subconjunto genérico es un múltiple puro del universo, evasivo,
que ninguna construcción lingüística llega a cercar. Indica que la potencia de ser
del múltiple excede lo que tales construcciones son capaces de fijar bajo la unidad
de una evaluación. Lo genérico es propiamente lo que, del ser-múltiple, se sustrae
al poder del Uno, tal como la lengua utiliza ese recurso.
Es fácil establecer que, para toda lengua que dispone de una relación de igualdad
y de disyunción, es decir, para casi toda situación de lengua, un subconjunto
genérico es necesariamente infinito.
Supongamos, en efecto, que un subconjunto genérico sea finito. Sus términos
entonces componen una lista finita, pongamos por caso a1, a2 y asi en serie hasta
an.
Consideren la fórmula ''a=a1 ó x=a2, etc. hasta x=an''. ésta es una fórmula del
tipo F(x), porque los términos a1, a2, etc. son términos fijos, o sea que no indican
ningún lugar ''libre''. Queda claro que el conjunto compuesto de a1, a2,...,an está
construido por esta fórmula, ya que únicamente estos términos pueden validar
una igualdad del tipo ''x3=aj'', cuando j va de 1 a n. De tal manera, por ser
construible, este conjunto finito no podria ser genérico.
Luego, lo genérico es esta sustracción a las construcciones predicativas de la
lengua que autoriza en el Universo su propia infinitud. Lo genérico es, en el fondo,
la sobreabundancia del ser tal que ella elude la captura de la lengua, en cuanto un
exceso de determinación induce un efecto de indeterminación.
Cohen descubrió, en 1963, que existen, en situaciones de lengua muy fuertes, tal
como la teoria de los conjuntos, Universos donde se presentan multiplicidades
genéricas. Puesto que las matemáticas son, como lo dice muchas veces Lacan,
ciencia de lo real, nosotros podemos asi estar seguros que esta singular
sustracción del múltiple puro a la marca, por el efecto del Uno de la lengua, es
precisamente real.
He dicho que lo indecidible era sustracción a una norma de evaluación y que lo
indiscernible era sustracción a la marca de una diferencia. Agreguemos que lo
genérico es sustracción infinita de un múltiple a ser subsumido bajo el Uno de un
concepto.
[innombrabilidad]
Finalmente, supongamos una situación de la lengua y sus principios de
evaluación. Consideremos también fórmulas de un sólo lugar, del tipo F(x) . Entre
los valores admitidos por los enunciados, por ejemplo lo verdadero, lo falso, lo
posible, o cualquier otro, fijemos uno de una vez para siempre, y llamémoslo el
valor de nominación. Entonces se dirá que una fórmula F(x) nombra un término
a1 del universo si este término es el único que, puesto en el lugar marcado por x,
da al enunciado F(a1) el valor de nominación.
Por ejemplo, tomemos por universo dos términos, a1 y a2. Nuestra lengua admite
como fórmula "x es más grande que a2''. Pongamos que el valor de nominación es
el valor verdadero. Si a1 es efectivamente más grande que a2, entonces la
fórmula ''x es más grande que a2'' nombra al término a1. En efecto, "a1 es más
grande que a2'' es verdadero (valor de nominación), "a2 es más grande que a2''
es falso, no es el valor de nominación. El Universo no comprende sino a1 y a2.
Luego, a1 es el unico término del Universo que ubicado en el lugar de x, da un
enunciado que tiene el valor de nominación .
Que una fórmula nombre un término quiere decir, en realidad, que ella es el
esquema del nombre propio de este término. Lo "propio'', como siempre, se
sostiene de lo único. El término nombrado es, en efecto, único para venir a darle
a la fórmula que lo nombra el valor fijo de nominación.
Innombrable es, entonces, un término del Universo, si es el único del Uníverso que
no es nombrado por ninguna fórmula.
Tengan cuidado aquí con el redoblamiento de lo único. Nombrado, el término lo
es solamente por ser el único que da a una fórmula el valor de nominación.
Innombrable, él lo es solamente por ser el único que se sustrae a esta unicidad.
Lo innombrable es lo que se sustrae al nombre propio, y es lo único que a él se
sustrae. Lo innombrable es lo propio de lo propio. Singular de tal manera que no
tolera ni siquiera tener un nombre propio. De tal manera singular en su
singularidad que es el único que no tiene nombre propio.
Estamos aquí en los linderos de la paradoja. Ya que, siendo el único que no posee
nombre propio, pareciera que lo innombrable cae bajo el nombre, que le es
propio, de anónimo. ''Aquél que no tiene nombre'' ¿no es ése acaso el nombre de
lo innombrable? Se dijera que si, puesto que es el único que opera esta
sustracción.
Del hecho que la unicidad se redobla, podría deducirse que una arruina a la otra.
Imposible sustraerse a un nombre propio si esta sustracción, única, hace de
soporte para lo propio de un nombre.
Entonces, no habría lo propio de lo propio, o sea la singularidad de lo que se
sustrae a todo redoblamiento de si en el nombre de su singularidad. Así es. Pero
únicamente si la fórmula ''no tener nombre propio'' es una fórmula posible de la
situación de lengua en la cual uno se sostiene. O aún, si la fórmula ''no existe la
fórmula F(x), en la cual el término innombrable es el único en darle el valor de
nominación'', puede a su vez ser una fórmula de la lengua, ya que sólo esta
fórmula sobre las fórmulas puede servir para nombrar lo innombrable, cerrando
de esta manera la paradoja.
Ahora bien, en general no se da el caso de que una fórmula pueda referirse a la
totalidad de las fórmulas posibles de la lengua. El no-todo aquí viene a hacer
obstáculo al despliegue de la supuesta paradoja. Porque si ustedes dicen ''no
existe ninguna fórmula F(x) tal que esto o aquello'', es, negativamente, a partir del
todo de la lengua que ustedes suponen la inscripción en el uno de una fórmula. Es
preciso, allí, un potente repliegue metalingüístico de la situación de lengua sobre
sí misma, repliegue que ella no sabría tolerar sin producir alguna paradoja más
radical que aquella que nos ocupa.
Por otra parte, que sea consistente suponer lo innombrable ha sido establecido
por el matemático Furkhen en 1968. El presenta una situación de lengua bastante
simple -una suerte de fragmento de la teoría del sucesor aritmético, más una
pequeña parte de la teoría de conjuntos- que admite un modelo en el cual un
término y sólo uno queda sin nominación. Un modelo, en consecuencia, donde
existe indiscutiblemente lo innombrable, reduplicación sustractiva de la unicidad,
o lo propio de lo propio.
Entonces: lo indecidible como sustracción a las normas de evaluación, o
sustracción a la Ley; lo indiscernible como sustracción a la marca de la diferencia,
o sustracción al sexo; lo genérico como sustracción infinita y excesiva al concepto,
múltiple puro o sustracción al Uno, lo innombrable como sustracción al nombre
propio, o como singularidad sustraída a la singularización. Esas son las figuras
analíticas del ser. tal como resulta convocado a algún defecto de la lengua en su
captura.
Nos resta ligar, topológicamente, la dialéctica de esas figuras. El soporte del
vínculo entre ellas presentando en el esquema gama, que a mode de entreacto
enseguida les distribuyo.

Es preciso aclarar que ahora entramos en la filosofía, ya que lo precedente queda


compartido con la matemática y, en consecuencia, con la ontología.
La ontología, sea dicho de paso, Lacan no vacilaba en decir que ella era más bien
una vergüenza. Una vergüenza del sentido, una vergüenza culinaria, -yo añadiría-,
una vergüenza familiarmente filosófica, no el alma de la casa sino la vergüenza de
la familia.(1) Sin embargo ''ontología'' no es para mí sino otro nombre de la
matemática -o, más precisamente, ''matemática'' es el nombre de la ontología
como situación de lengua. Así me sustraigo de la morada de la vergüenza. Esta vez
es una sustracción de toda ontología a la filosofía, la cual no es más que la
situación de lengua en la que las verdades, plurales en sus procedimientos, son
decibles como Verdad, singular en sus marcas.
Vuelvo al esquema gama
El esquema gama representa el trayecto de una verdad, cualquiera que sea su
tipo. Acaso ustedes sepan que yo sostengo la existencia de cuatro tipos de
verdades: científica, artística, política y amorosa. Nuestro esquema es filosófico,
porque composibilita (2) los tipos de verdades por un concepto formal de la
Verdad.
Observen la distribución de las cuatro figuras de la sustracción según el registro
de la multiplicidad pura, que designa también el ser latente de estos actos.
Lo indecidible y lo innombrable están apareados porque ambos suponen el Uno.
Un enunciado en el caso de lo indecidible; la unicidad de lo que se escapa a un
nombre propio, en el caso de lo innombrable. Sin embargo, la posición del Uno en
el efecto sustractivo no es la misma.
El enunciado indecidible, sustraído al efecto de la norma de evaluación, está fuera
del campo de lo que puede inscribirse, en la medida en que lo posible de la
inscripción es precisamente caer bajo la norma. Así, en el campo de lo
demostrable, el enunciado de Godel es faltante, ya que ni él ni su negación
pueden advenir. Decimos que este enunciado suplementa la situación de lengua
reglada por la norma, lo que marco con el signo + (mas) que afecta al Uno.
Lo innombrable está, por el contrario, hundido en lo más intimo de la
presentación. Testimonio de la carne de la singularidad, es como el fondo en
forma de punto de todo el orden en donde los términos son presentados: Este
por-debajo radical de la nominación, este repliegue de lo propio sobre sí, designa
aquello del ser que debilita el principio del Uno tal como la lengua, en la
nominación de lo propio, lo establece. Es este debilitamiento del Uno de la lengua
por el punto-fondo del ser lo que marco al lado del Uno con el signo - (menos).
Lo indiscernible y lo genérico están apareados en tanto que ellos suponen el
múltiple. Indiscernible se dice al menos de dos términos, porque se trata de una
diferencia sin concepto. Lo genérico, como lo hemos visto, exige la exposición de
los términos del Universo, porque es el esquema de un subconjunto sustraído a
toda unidad predicativa.
Sin embargo, aún ahí, el género de lo múltiple no es el mismo en los dos casos. El
múltiple implicado en lo indiscernible tiene por criterio los lugares marcados en
una fórmula de discernimiento. Como toda fórmula efectiva de una situación de
lengua es finita, el múltiple de lo indiscernible es necesariamente finito. Al
contrario, lo genérico exige lo infinito.
El esquema gama, en consecuencia, sobreimpone las figuras lógicas de la
sustracción a una distribución ontológica. Son puestos en el cuadrado el uno-en-
más, el uno-en-menos, lo finito y el infinito. Es en este cuadrado completo de
donaciones del ser que circula una verdad, al mismo tiempo que su trayecto
queda tomado por la lógica entera de la sustracción.
Recorramos ahora este trayecto
Para que se inicie el proceso de una verdad es precise que algo advenga. Es
necesario, diría Mallarmé, que no estemos en el caso en que nada haya tenido
lugar más que el lugar. Ya que el lugar como tal, o la estructura, no nos da sino la
repetición y el saber que allí es sabido o no sabido, saber que es siempre en la
finitud de su ser. Lo que adviene, el suplemento puro, el incalculable y
desconcertante añadido, yo lo nombro ''acontecimiento''. El es, para citar de
nuevo al poeta, lo que ha ''surgido de la grupa y del brinco''. Una verdad deviene
en su novedad -y toda verdad es una novedad- porque un suplemento azaroso
interrumpe la repetición. Una verdad comienza en el momento en que surge,
indistinta aún.
Pero este surgimiento sostiene de inmediato lo indecidible. Ya que la norma de
evaluación que regla la situación o estructura, no puede aplicarse al enunciado:
''este acontecimiento pertenece a la situación''. Si un enunciado tal fuese
decidible, resulta claro que el acontecimiento estaría de entrada plegado a las
normas de la repetición y no tendría la capacidad para ser acontecimiento. Hay
una indecidibilidad intrínseca en todo enunciado que implique la nominación de
un acontecimiento. De ningún modo constatar o nombrar pueden aquí reparar la
carencia de la norma, ya que el acontecimiento, apenas surgido, ha desaparecido.
No es sino el resplandor de una suplementación. Su empiria es la de un elipse. De
tal modo que siempre será necesario decir que él ha tenido lugar, que ha sido
dada en la situación; y este enunciado inverificable, sustraído a la norma de
evaluación, es propiamente, respecto del campo de lo que la lengua decide, una
suplementación: es este uno en más en donde se juega la indecidibilidad.
El paso que da una verdad, entonces, es la de apostar sobre el suplemento. Se
obtendrá el enunciado: ''el acontecimiento ha tenido lugar", lo que equivale a
decidir lo indecidible. Pero, por supuesto, ya que lo indecidible está sustraído a la
norma de evaluación, esta decisión es un axioma. Nada la funda como no sea la
supuesta evanescencia del acontecimiento. Así, toda verdad atraviesa la pura
apuesta con la única garantía de lo que tiene por ser su desaparecer. El axioma de
verdad, que siempre es de la forma: ''esto ha tenido lugar, que no puedo ni
calcularlo ni mostrarlo'', es el simple revés afirmativo de la sustracción de lo
indecidible.
A partir de allí se inicia el infinito procedimiento de verificación de lo verdadero, o
sea, el examen en la situación de las consecuencias del axioma. Este examen, a su
vez, no está guiado por ninguna ley establecida. Nada regla su trayecto, puesto
que el axioma que lo sostiene decidió categóricamente, excluyendo todo efecto
de las normas de evaluación. Se trata entonces de un trayecto azaroso o sin
concepto. Las opciones sucesivas de la verificación no han de apuntar a lo que sea
representable en el objeto, ni se sostendrán en un principio de objetividad.

Pero, ¿qué es una elección pura, una elección sin concepto? Es, evidentemente
aquella confrontada a dos términos indiscernibles. Si ninguna fórmula discierne
dos términos de la situación, está asegurado que la elección de hacer pasar la
verificación por uno más que por el otro, no tiene ningún apoyo en la objetividad
de su diferencia. Se trata de una elección absolutamente pura, desgajada de
cualquier otra presuposición que no sea la de tener que elegir, sin marca en los
términos propuestos, aquél por el cual va a pasar en primer lugar la verificación
de las consecuencias del axioma.
Esta situación está bien señalada por la filosofía, bajo el nombre de libertad de
indiferencia. Libertad que no está normatizada por ninguna diferencia que se
pueda observar, libertad que se enfrenta a lo indiscernible. Si ningún valor
discrimina lo que ustedes han de escoger, es vuestra libertad como tal que se
constituye en norma, al punto que en realidad, ella se confunde con el azar. Lo
indiscernible es la sustracción que funda un punto de coincidencia entre el azar y
la libertad. Descartes hace de esta coincidencia un atributo de Dios. Sabemos que
llega hasta decir que el axioma de la libertad divino es tal que, si se examine la
suma 2+2, la elección de 4 y no de 5 para su resultado, es la elección entre dos
indiscernibles. Aquí es de la norma de la adición de lo que Dios está
axiomáticamente sustraído. Es su pura elección que va retroactivamente a
constituirla, es decir, a verificarla, en un sentido activo, ponerla en verdad.
Dejando a Dios de lado, se tendrá que lo indiscernible organiza el punto puro de
un sujeto en el proceso de verificación. Un sujeto es lo que desaparece entre dos
indiscernibles, lo que se eclipsa en la sustracción de una diferencia sin concepto.
Este sujeto es el golpe de dados que no abolirá el azar, sino que lo efectúa como
verificación de un axioma que lo funda. Lo que fue decidido en el punto
indecidible del acontecimiento pasará por este término, en el que se representa
sin razón ni diferencia marcada, indiscernible de su otro, el acto local de una
verdad. Fragmento de azar, el sujeto atraviesa la distancia nula que entre dos
términos inscribe la sustracción de lo indiscernible. Por lo cual el sujeto de una
verdad es, en efecto, propiamente indiferente. La bella indiferencia.
Como se ve, el acto de un sujeto es esencialmente finito, como lo es en su ser la
presentación de los indiscernibles. No obstante, el trayecto verificante se
persigue, invistiendo la situación por indiferencias sucesivas, de tal manera que lo
que aquello que así se acumula, por detrás de sus actos, dibuja poco a poco el
contorno de un subconjunto de la situación, o del universo en donde el axioma
del acontecimiento verifica sus efectos. Queda claro que este subconjunto es
infinito y que permanece inacabado. Sin embargo, se puede enunciar que
suponiendo que fuera acabado, seria, ineluctablemente, un subconjunto
genérico.
¿Cómo una serie de elecciones puras podría engendrar un subconjunto que se
deja unificar bajo una predicación? Seria preciso que el trayecto de una verdad
fuera secretamente gobernado por un concepto, o que los indiscernibles donde el
sujeto se disipa en su acto, sean en realidad discernidos por algún entendimiento
superior. Esto es lo que pensaba Leibniz, para quien la imposibilidad de los
indiscernibles resultaba del carácter calculador de Dios. Pero si ningún Dios
calcula la situación, si los indiscernibles son tales, el trayecto de una verdad no
puede coincidir en el infinito con ningún concepto, cualquiera que éste sea. En
consecuencia, los términos verificados componen, o más precisamente, habrán
compuesto, si se supone su totalización infinita, un subconjunto genérico del
Universo. Indiscernible en su acto, o como Sujeto, una verdad es genérica en su
resultado o en su ser. Ella se sustrae a toda recolección del múltiple en el Uno de
una designación.
Entonces hay dos razones, y no una, para enunciar que una verdad es poco-dicha.
La primera es que siendo infinita en su ser, una verdad no es representable sino
en el futuro anterior. Ella habrá tenido lugar como infinitud genérica. Su tener
lugar, que es también su recaída local en el saber, es dada en el acto finito de un
sujeto. Entre la finitud de su acto y la infinitud de su ser, no hay medida. Esta
desmesura es también lo que relaciona la explicitación verificante del axioma del
acontecimiento con la suposición infinita de su terminación. O lo que relaciona la
sustracción indiscernible, donde se funda el sujeto, con la sustracción genérica,
donde se anticipa esta verdad de la cual el sujeto es el sujeto. Esta relación va de
casi nada, lo finito, a casi todo, lo infinito. De allí lo poco-dicho de toda verdad, ya
que lo que se dice es siempre del orden local de la verificación.
La segunda razón es intrínseca. Puesto que una verdad es un subconjunto
genérico del Universo, no se deja recapitular en ningún predicado, no es
construida por ninguna fórmula. Es exactamente eso: no hay fórmula de la
verdad. De donde su poco-decir, ya que finalmente la imposibilidad de la
construcción de una fórmula significa que de la verdad no sabemos sino el saber,
o sea, lo que se dispone, siempre finito, por detrás de las elecciones puras.
Que una verdad sea poco-dicha enuncia en realidad la relación gobernada por un
axioma indecidible, entre lo indiscernible y lo genérico.
Dicho esto, la potencia genérica o sustractiva de una verdad. se deja anticipar
como tal. El ser genérico de una verdad jamás es presentado, pero podemos
saber formalmente, que una verdad habrá siempre tenido lugar como infinitud
genérica. De ahí la posibilidad de hacer una ficción de los efectos de su haber-
tenido-lugar. Desde el punto de vista del sujeto, la hipótesis es siempre
practicable en un Universo donde esta verdad, en la que el sujeto se constituye,
habría acabado su totalización genérica. ¿Cuáles serán las consecuencias de
semejante hipótesis sobre el Universo donde la verdad precede al infinito?
Ustedes ven que al axioma que introduce, a partir del acontecimiento, una opción
categórica sobre lo indecidible, le sucede la hipótesis que sostiene en ficción un
Universo suplementado por este subconjunto genérico, cuyos bosquejos locales y
finitos soporta el sujeto frente a la prueba de lo indiscernible.
¿Qué es lo que hace de obstáculo a esa hipótesis? ¿Qué es lo que limita la
potencia genérica de una verdad puesta en la ficción de su acabamiento, o sea de
su todo-decir? Sostengo que este punto de tropiezo no es otro que lo
innombrable.
La hipótesis anticipante en cuanto al ser genérico de una verdad es
evidentemente un forzaje del poco-decir. Este forzaje hace las veces de ficción de
un todo-decir desde el punto de vista de una verdad infinita y genérica. Asi
grande es la tentación de ejercer este forzaje sobre el punto más intimo y más
sustraido de la situación, el que da testimonio de la singularidad, sobre aquello
que ni siquiera tiene nombre propio, sobre lo propio de lo propio, sobre io
anónimo, aquello con respecto a lo cual ''anónimo'' no es siquiera el nombre
adecuado.
Digamos que el forzaje, que representa en el futuro anterior el carácter
infinitamente genérico de una verdad, presenta como prueba radical de la
potencia del todo-decir lo siguiente: que una verdad dará por fin su nombre a lo
innombrable.
De la coacción ejercida por lo infinito, o por el exceso sustractivo de lo genérico
sobre la debilidad del Uno en el punto de lo innombrable, puede nacer el deseo
de nombrar lo innombrable, de hacer acordar lo propio de lo propio con una
nominación.
Ahora bien, yo descifro en este deseo, que toda verdad pone a la orden del dia, la
figura misma del Mal. Ya que el forzamiento de una nominación para lo
innombrable, es la denegación de la singularidad como tal; es el momento en que
invocando el carácter infinitamente genérico de una verdad, así como la
resistencia de lo que hay de absolutamente singular en la singularidad y la parte
de ser de lo propio que es sustraída a la nominación, todo esto aparece como un
obstáculo a la disposición de una verdad como imperio de la situación. En
resumen, ''I'en-pire" (3) de una verdad es forzar, en nombre de la sustracción
genérica, la sustracción de lo innombrable a desvanecerse en la luz de una
nominación.
A esto lo nombramos un desastre. El Mal es el desastre de una verdad cuando se
desencadena en ficción el deseo de forzar la nominación de lo innombrable.
Comúnmente se sostiene que el Mal es la negación de lo que está presente y
afirmado, que él es el homicidio y la muerte que se opone a la vida. Yo preferiria
decir que es la denegación de una sustracción. El Mal no afecta a lo que es en la
afirmación de si, sino que afecta siempre a lo que se encuentra retirado y
anónimo en la debilidad del Uno. El Mal no es el no-respeto de un nombre del
Otro, es, en todo caso, la voluntad de nombrar a cualquier precio.
Comúnmente se sostiene que el Mal es mentira, ignorancia, mortifera necedad.
Por desgracia, el Mal tiene más precisamente como condición radical, el proceso
de una verdad. No hay Mal sino cuando hay un axioma de verdad en un punto de
indecidible, un trayecto de verdad en un punto de indiscernible, una anticipación
de ser en cuanto a la verdad en un punto genérico, y el forzaje en verdad de una
nominación en el punto de innombrable.
Si el forzaje de la sustracción innombrable es un desastre es que afecta a la
situación en su totalidad, hostigando allí a la singularidad como tal, cuyo emblema
es lo innombrable. En este sentido, el deseo en la ficción de suprimir la cuarta
operación sustractiva, libera una capacidad de destrucción latente en toda
verdad, en el sentido mismo en que Mallarmé ha podido escribir que ''la
Destrucción fue su Beatriz".
La ética de una verdad, a partir de alli, cabe íntegramente en una suerte de
retención con respecto a sus poderes. Es importante que el efecto combinado de
lo indecidible, de lo indiscernible y lo genérico, o aún, del acontecimiento, del
sujeto y de la verdad, admita como limitación principal de su trayecto este
innombrable, del cual Samuel Beckett ha hecho el titulo de un libro.
Samuel Beckett no ignoraba ciertamente el estrago latente que el deseo de
verdad inflige a la sustracción de lo propio. Más aún, él veia la violencia
ineluctable del pensamiento, cuando le hace decir a su Innombrable: ''Yo sólo
pienso una vez superado un cierto grado de terror''. Pero también sabia que la
garantia última de una posible paz entre las verdades reside en la reserve de un
no-decir, en el limite de la voz respecto de lo que se muestra, en lo que es
sustraido al imperativo absoluto de decir la verdad. Otro tanto ocurre, cuando
recuerda en Molloy, que ''volver a traer el silencio, es el rol de los objetos'', o,
cuando en Comment c 'est se felicita de que ''la voz esté hecha de tal manera que
en nuestra vida entera ella no dice sine las tres cuartas partes".
Sustraer es aquello de lo que precede toda verdad. Pero la sustracción es quien
norma y limita, bajo las especies de lo innombrable, el trayecto sustractivo. Hay
solamente una máxima en la ética de una verdad: no sustraer la última
sustracción.
Es lo que dice exactamente Mallarmé, en compañia de quien quiero concluir, en
Prose (pour des Esseintes). La amenaza consiste en que una verdad, aun errante e
inacabada,se tome, según la expresión del poeta, por una ''era de autoridad''. Ella
quiere entonces, que todo sea triunfalmente nombrado en el Estio de la
revelación. Pero el corazón de lo que es, el Mediodia de nuestra inconsciencia de
ser, no tiene y no debe tener nombre. El paraje de lo verdadero, sustractivamente
edificado, o aún, como lo dice el poeta, ''flor que un contorno de ausencia ha
separado de todo jardin'', queda él mismo en lo intimo de sí, sustraido a un
nombre propio. El cielo y el mapa testimonian que ese pals no existió. Pero si
existe, y es lo que perturba a la verdad autoritaria para quien sólo existe lo que es
nombrado en la potencia de lo genérico. Es necesario profundizar este desorden
mediante el cuidado de lo propio y de lo sin-nombre . Para concluir, leamos esto,
donde todo lo que he dicho está dado en un centelleo.
La era de autoridad se turba
Cuando sin motivo alguno, se dice
De este mediodia que muestra doble
Inconsciencia profundiza
Que, suelo de los cien iris, su sitio
Ellos saben si en realidad ha sido
No lleva nombre que cite
El oro de la trompeta de Estío

(1) Juegos de sentido en virtud de la homofonia entre las palabras "ontologie"


(ontologia) y 'honte au logis" (vergüenza de la casa o de la familia) (Nota del
traductor)
(2) Conpossibilise: componer las posibilidades (Nota del traductor)
(3) Juego de palabras sobre la homofonia de "de pire-en-pire'' (cada vez peor) y
"I'empire" (el imperio)(Nota del traductor)

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