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Alain Badiou
Extraído de:
Acontecimiento. Revista para pensar la política.Nª 7. 1994.
Esta conferencia ha sido pronunciada en 1991 a raíz de una invitación del
directorio de la Escuela de la Causa freudiana, en los locales de esta institución. Ha
sido publicada en la revista Actas -subtitulada Revista de la Escuela de la Causa
Freudiana- a fines de 1991. También ha aparecido en italiano en la revista AIgama
en Roma.
La presente versión se extrae de Conditions Ed. du Seuil, Paris 1992.
Pero, ¿qué es una elección pura, una elección sin concepto? Es, evidentemente
aquella confrontada a dos términos indiscernibles. Si ninguna fórmula discierne
dos términos de la situación, está asegurado que la elección de hacer pasar la
verificación por uno más que por el otro, no tiene ningún apoyo en la objetividad
de su diferencia. Se trata de una elección absolutamente pura, desgajada de
cualquier otra presuposición que no sea la de tener que elegir, sin marca en los
términos propuestos, aquél por el cual va a pasar en primer lugar la verificación
de las consecuencias del axioma.
Esta situación está bien señalada por la filosofía, bajo el nombre de libertad de
indiferencia. Libertad que no está normatizada por ninguna diferencia que se
pueda observar, libertad que se enfrenta a lo indiscernible. Si ningún valor
discrimina lo que ustedes han de escoger, es vuestra libertad como tal que se
constituye en norma, al punto que en realidad, ella se confunde con el azar. Lo
indiscernible es la sustracción que funda un punto de coincidencia entre el azar y
la libertad. Descartes hace de esta coincidencia un atributo de Dios. Sabemos que
llega hasta decir que el axioma de la libertad divino es tal que, si se examine la
suma 2+2, la elección de 4 y no de 5 para su resultado, es la elección entre dos
indiscernibles. Aquí es de la norma de la adición de lo que Dios está
axiomáticamente sustraído. Es su pura elección que va retroactivamente a
constituirla, es decir, a verificarla, en un sentido activo, ponerla en verdad.
Dejando a Dios de lado, se tendrá que lo indiscernible organiza el punto puro de
un sujeto en el proceso de verificación. Un sujeto es lo que desaparece entre dos
indiscernibles, lo que se eclipsa en la sustracción de una diferencia sin concepto.
Este sujeto es el golpe de dados que no abolirá el azar, sino que lo efectúa como
verificación de un axioma que lo funda. Lo que fue decidido en el punto
indecidible del acontecimiento pasará por este término, en el que se representa
sin razón ni diferencia marcada, indiscernible de su otro, el acto local de una
verdad. Fragmento de azar, el sujeto atraviesa la distancia nula que entre dos
términos inscribe la sustracción de lo indiscernible. Por lo cual el sujeto de una
verdad es, en efecto, propiamente indiferente. La bella indiferencia.
Como se ve, el acto de un sujeto es esencialmente finito, como lo es en su ser la
presentación de los indiscernibles. No obstante, el trayecto verificante se
persigue, invistiendo la situación por indiferencias sucesivas, de tal manera que lo
que aquello que así se acumula, por detrás de sus actos, dibuja poco a poco el
contorno de un subconjunto de la situación, o del universo en donde el axioma
del acontecimiento verifica sus efectos. Queda claro que este subconjunto es
infinito y que permanece inacabado. Sin embargo, se puede enunciar que
suponiendo que fuera acabado, seria, ineluctablemente, un subconjunto
genérico.
¿Cómo una serie de elecciones puras podría engendrar un subconjunto que se
deja unificar bajo una predicación? Seria preciso que el trayecto de una verdad
fuera secretamente gobernado por un concepto, o que los indiscernibles donde el
sujeto se disipa en su acto, sean en realidad discernidos por algún entendimiento
superior. Esto es lo que pensaba Leibniz, para quien la imposibilidad de los
indiscernibles resultaba del carácter calculador de Dios. Pero si ningún Dios
calcula la situación, si los indiscernibles son tales, el trayecto de una verdad no
puede coincidir en el infinito con ningún concepto, cualquiera que éste sea. En
consecuencia, los términos verificados componen, o más precisamente, habrán
compuesto, si se supone su totalización infinita, un subconjunto genérico del
Universo. Indiscernible en su acto, o como Sujeto, una verdad es genérica en su
resultado o en su ser. Ella se sustrae a toda recolección del múltiple en el Uno de
una designación.
Entonces hay dos razones, y no una, para enunciar que una verdad es poco-dicha.
La primera es que siendo infinita en su ser, una verdad no es representable sino
en el futuro anterior. Ella habrá tenido lugar como infinitud genérica. Su tener
lugar, que es también su recaída local en el saber, es dada en el acto finito de un
sujeto. Entre la finitud de su acto y la infinitud de su ser, no hay medida. Esta
desmesura es también lo que relaciona la explicitación verificante del axioma del
acontecimiento con la suposición infinita de su terminación. O lo que relaciona la
sustracción indiscernible, donde se funda el sujeto, con la sustracción genérica,
donde se anticipa esta verdad de la cual el sujeto es el sujeto. Esta relación va de
casi nada, lo finito, a casi todo, lo infinito. De allí lo poco-dicho de toda verdad, ya
que lo que se dice es siempre del orden local de la verificación.
La segunda razón es intrínseca. Puesto que una verdad es un subconjunto
genérico del Universo, no se deja recapitular en ningún predicado, no es
construida por ninguna fórmula. Es exactamente eso: no hay fórmula de la
verdad. De donde su poco-decir, ya que finalmente la imposibilidad de la
construcción de una fórmula significa que de la verdad no sabemos sino el saber,
o sea, lo que se dispone, siempre finito, por detrás de las elecciones puras.
Que una verdad sea poco-dicha enuncia en realidad la relación gobernada por un
axioma indecidible, entre lo indiscernible y lo genérico.
Dicho esto, la potencia genérica o sustractiva de una verdad. se deja anticipar
como tal. El ser genérico de una verdad jamás es presentado, pero podemos
saber formalmente, que una verdad habrá siempre tenido lugar como infinitud
genérica. De ahí la posibilidad de hacer una ficción de los efectos de su haber-
tenido-lugar. Desde el punto de vista del sujeto, la hipótesis es siempre
practicable en un Universo donde esta verdad, en la que el sujeto se constituye,
habría acabado su totalización genérica. ¿Cuáles serán las consecuencias de
semejante hipótesis sobre el Universo donde la verdad precede al infinito?
Ustedes ven que al axioma que introduce, a partir del acontecimiento, una opción
categórica sobre lo indecidible, le sucede la hipótesis que sostiene en ficción un
Universo suplementado por este subconjunto genérico, cuyos bosquejos locales y
finitos soporta el sujeto frente a la prueba de lo indiscernible.
¿Qué es lo que hace de obstáculo a esa hipótesis? ¿Qué es lo que limita la
potencia genérica de una verdad puesta en la ficción de su acabamiento, o sea de
su todo-decir? Sostengo que este punto de tropiezo no es otro que lo
innombrable.
La hipótesis anticipante en cuanto al ser genérico de una verdad es
evidentemente un forzaje del poco-decir. Este forzaje hace las veces de ficción de
un todo-decir desde el punto de vista de una verdad infinita y genérica. Asi
grande es la tentación de ejercer este forzaje sobre el punto más intimo y más
sustraido de la situación, el que da testimonio de la singularidad, sobre aquello
que ni siquiera tiene nombre propio, sobre lo propio de lo propio, sobre io
anónimo, aquello con respecto a lo cual ''anónimo'' no es siquiera el nombre
adecuado.
Digamos que el forzaje, que representa en el futuro anterior el carácter
infinitamente genérico de una verdad, presenta como prueba radical de la
potencia del todo-decir lo siguiente: que una verdad dará por fin su nombre a lo
innombrable.
De la coacción ejercida por lo infinito, o por el exceso sustractivo de lo genérico
sobre la debilidad del Uno en el punto de lo innombrable, puede nacer el deseo
de nombrar lo innombrable, de hacer acordar lo propio de lo propio con una
nominación.
Ahora bien, yo descifro en este deseo, que toda verdad pone a la orden del dia, la
figura misma del Mal. Ya que el forzamiento de una nominación para lo
innombrable, es la denegación de la singularidad como tal; es el momento en que
invocando el carácter infinitamente genérico de una verdad, así como la
resistencia de lo que hay de absolutamente singular en la singularidad y la parte
de ser de lo propio que es sustraída a la nominación, todo esto aparece como un
obstáculo a la disposición de una verdad como imperio de la situación. En
resumen, ''I'en-pire" (3) de una verdad es forzar, en nombre de la sustracción
genérica, la sustracción de lo innombrable a desvanecerse en la luz de una
nominación.
A esto lo nombramos un desastre. El Mal es el desastre de una verdad cuando se
desencadena en ficción el deseo de forzar la nominación de lo innombrable.
Comúnmente se sostiene que el Mal es la negación de lo que está presente y
afirmado, que él es el homicidio y la muerte que se opone a la vida. Yo preferiria
decir que es la denegación de una sustracción. El Mal no afecta a lo que es en la
afirmación de si, sino que afecta siempre a lo que se encuentra retirado y
anónimo en la debilidad del Uno. El Mal no es el no-respeto de un nombre del
Otro, es, en todo caso, la voluntad de nombrar a cualquier precio.
Comúnmente se sostiene que el Mal es mentira, ignorancia, mortifera necedad.
Por desgracia, el Mal tiene más precisamente como condición radical, el proceso
de una verdad. No hay Mal sino cuando hay un axioma de verdad en un punto de
indecidible, un trayecto de verdad en un punto de indiscernible, una anticipación
de ser en cuanto a la verdad en un punto genérico, y el forzaje en verdad de una
nominación en el punto de innombrable.
Si el forzaje de la sustracción innombrable es un desastre es que afecta a la
situación en su totalidad, hostigando allí a la singularidad como tal, cuyo emblema
es lo innombrable. En este sentido, el deseo en la ficción de suprimir la cuarta
operación sustractiva, libera una capacidad de destrucción latente en toda
verdad, en el sentido mismo en que Mallarmé ha podido escribir que ''la
Destrucción fue su Beatriz".
La ética de una verdad, a partir de alli, cabe íntegramente en una suerte de
retención con respecto a sus poderes. Es importante que el efecto combinado de
lo indecidible, de lo indiscernible y lo genérico, o aún, del acontecimiento, del
sujeto y de la verdad, admita como limitación principal de su trayecto este
innombrable, del cual Samuel Beckett ha hecho el titulo de un libro.
Samuel Beckett no ignoraba ciertamente el estrago latente que el deseo de
verdad inflige a la sustracción de lo propio. Más aún, él veia la violencia
ineluctable del pensamiento, cuando le hace decir a su Innombrable: ''Yo sólo
pienso una vez superado un cierto grado de terror''. Pero también sabia que la
garantia última de una posible paz entre las verdades reside en la reserve de un
no-decir, en el limite de la voz respecto de lo que se muestra, en lo que es
sustraido al imperativo absoluto de decir la verdad. Otro tanto ocurre, cuando
recuerda en Molloy, que ''volver a traer el silencio, es el rol de los objetos'', o,
cuando en Comment c 'est se felicita de que ''la voz esté hecha de tal manera que
en nuestra vida entera ella no dice sine las tres cuartas partes".
Sustraer es aquello de lo que precede toda verdad. Pero la sustracción es quien
norma y limita, bajo las especies de lo innombrable, el trayecto sustractivo. Hay
solamente una máxima en la ética de una verdad: no sustraer la última
sustracción.
Es lo que dice exactamente Mallarmé, en compañia de quien quiero concluir, en
Prose (pour des Esseintes). La amenaza consiste en que una verdad, aun errante e
inacabada,se tome, según la expresión del poeta, por una ''era de autoridad''. Ella
quiere entonces, que todo sea triunfalmente nombrado en el Estio de la
revelación. Pero el corazón de lo que es, el Mediodia de nuestra inconsciencia de
ser, no tiene y no debe tener nombre. El paraje de lo verdadero, sustractivamente
edificado, o aún, como lo dice el poeta, ''flor que un contorno de ausencia ha
separado de todo jardin'', queda él mismo en lo intimo de sí, sustraido a un
nombre propio. El cielo y el mapa testimonian que ese pals no existió. Pero si
existe, y es lo que perturba a la verdad autoritaria para quien sólo existe lo que es
nombrado en la potencia de lo genérico. Es necesario profundizar este desorden
mediante el cuidado de lo propio y de lo sin-nombre . Para concluir, leamos esto,
donde todo lo que he dicho está dado en un centelleo.
La era de autoridad se turba
Cuando sin motivo alguno, se dice
De este mediodia que muestra doble
Inconsciencia profundiza
Que, suelo de los cien iris, su sitio
Ellos saben si en realidad ha sido
No lleva nombre que cite
El oro de la trompeta de Estío