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debate feminista

dirección: Marta lamas

redacción: Hortensia Moreno

realización de este número: Gabriela Cano, Teresita De Barbieri, Mary


Goldsmith, Marta Encabo de Lamas, Lorenia Parada, Sara Sefchovich,
Estela Suárez.

debate feminista: Marta Acevedo, Silvia Alatorre, Josefina Aranda,


Gabriela Cano, Teresita De Barbieri, Mary Goldsmith, Marta Lamas, Ana
Luisa Liguori, Alicia Martínez, Patricia Mercado, Hortensia Moreno,
Lorenia Parada, Verena Radkau, Sara Sefchovich, Estela Suárez, Elena
Tapia, Esperanza Tuñón, Isabel Vericat

diseño: Ileana Gamas

objeto de la portada: Carlos Aguirre ““After Giusseppe Penone””

fotografía: Salvador Luteroth y Jesús Sánchez Uribe

colaboración especial: Azul Morris

agradecimientos a: Héctor Aguilar Camín, Carlos Aguirre, Haydée


Birgin, Leticia Cufré, Alberto Davidoff, Marta Encabo de Lamas, Diego
Lamas, .Carlos Monsiváis, Beatriz Paredes, Rafael Pérez Gay, Elena
Poniatowska y Flor Vázquez.
debate feminista, marzo de 1990
Índice

Indice

EDITORIAL

DEMOCRACIA

Feminismo y democracia
Carole Pateman 3
De la revolución a la democracia
Norbert Lechner 24
Derechos humanos para la democracia
Teresita De Barbieri 40
La bandera de la democracia y el socialismo
Orlando Núñez y Roger Burbach. 46
La necesidad de un nuevo proyecto socialista
Estela Suárez 74
La democracia civilizatoria
Luis F. Aguilar Villanueva 83
El feminismo y la democratización mundial
Lourdes Arizpe 100
El contexto es lo que cuenta. Feminismo y teorías de la ciudadanía
Mary G. Dietz 105
El amor en tiempos de la democracia 131

LITERATURA

Donde acaba el deseo


Sergio González Rodríguez 135
El silencio más fino
Angeles Mastretta 138
debate feminista, marzo de 1990

El amor como género literario


Hortensia Moreno 141
De cómo robarse al viento
Juan Villoro 145

HISTORIA

El amor en las cárceles inquisitoriales


Solange Alberro 151
La politización de las feromonas
Antonio Lazcano Araujo 157
Un objeto de la ciencia histórica
Alfredo López Austin 164
La construcción del género: mujer ¿tu nombre es amor?
Julia Tuñón 169

PSICOLOGÍA

El encuentro entre iguales


Lore Aresti 179
Algo sobre el amor
Jaime de León de la Mora 185
Amor y diferencias
Luis González de Alba 195
Un enfoque psicoanalítico
Ma. Antonieta Torres Arias 202

CIENCIAS SOCIALES

Opiniones sobre el amor y la democracia


Josefina Aranda 209
Amor versus democracia
Hermann Bellinghausen 213
Índice

Procreación y uso de anticonceptivos en México


Brígida García 215
El amor en los tiempos del sida
Ana Luisa Liguori 219

POLÍTICA

El amor es pasión, la democracia ocupación


Rolando Cordera 225
Lo que no se tiene
Marta Lamas 228
El amor en (vísperas eternas de) democracia
Carlos Monsiváis 233
Nuevo Kama Sutra para militantes
Jesusa Rodríguez 237

DESDE LO COTIDIANO

La perversión del consumo y la patología de la felicidad


Nelly Schnaith 243

DESDE EL DIVÁN

Freud y la homosexualidad
Margarita Gasque 265

DESDE EL MOVIMIENTO

Lucha sindical y antidemocracia feminista


Patricia Mercado 275

DOCUMENTO

Simone de Beauvoir reseña a Lévi-Strauss


Introducción y selección de Jesús Jáuregui 295
debate feminista, marzo de 1990

Las estructuras elementales del parentesco de Claude Lévi-Strauss


Simone de Beauvoir 298

MEMORIA

Primer Congreso Feminista Panamericano. 1923


Introducción y selección de Gabriela Cano 309

LECTURAS

Persona y democracia
Salvador Mendiola Mejía 327
La cultura escondida de las otomíes
Verena Radkau 331
Mujeres, iglesia y aborto
M. Teresita De Barbieri 336
Las mujeres en el campo
Mary Goldsmith 341

ARGÜENDE

Mala
Liliana Felipe 349

COLABORADORES 355
editorial
debate feminista, marzo de 1990
Marta Lamas

Editorial

d
ebate feminista nace de la necesidad compartida entre varias femi-
nistas de disponer de un medio de reflexión y debate, un puente
entre el trabajo académico y el político, que contribuya a movilizar
la investigación y la teoría feministas, dentro y fuera de las instituciones
académicas, y ayude a superar la esterilidad de los estudios aislados del
debate político. No compartimos la concepción de las ““mujerólogas””
(especialistas en el tema de la mujer, desvinculadas del movimiento fe-
minista) y tampoco aprobamos el antiintelectualismo que tiñe algunas
posiciones en el movimiento. debate feminista es una toma de posición
frente a la fabricación de estudios banales (y su aprovechamiento curricu-
lar) y las explosiones de resentimiento a nombre de la Revolución.
Nos proponemos analizar los asuntos necesarios para el cambio
político y trabajar en la fundamentación de un programa político femi-
nista. Para transformar las condiciones de vida y la práctica política en
México, también es preciso reflexionar y teorizar sobre esas condiciones
de vida, sobre esa práctica y sobre el país.
En México hay distintas posiciones feministas. Quienes participa-
mos en esta revista no representamos, por supuesto, a todas las tendencias
ni pretendemos dar cuenta de la amplitud de las preocupaciones e intere-
ses del horizonte feminista. Sin negar ni esconder las diferencias, nos une
el deseo de un movimento feminista autónomo, fuerte y la urgencia de
participar en el debate político actual. También al rechazar la idea de la
““esencia femenina””, pensamos que el tema del feminismo no son las mu-
jeres, sino las relaciones entre el género femenino y el masculino.
debate feminista no surge de la nada. Es resultado del desarrollo del
feminismo. Nos anteceden publicaciones para nosotras complementa-
rias, especialmente la revista fem. y el suplemento doblejornada. Para el
diálogo con el movimiento feminista y los demás sectores del movimien-
to democrático, queremos buscar y preparar materiales de teoría y análi-
sis que, por su extensión, elaboración y lenguaje no suelen tener cabida
en las publicaciones que ya circulan. Aunque mucho de lo que quere-
mos publicar son textos de corte académico, también nos interesan otros
trabajos, los esbozos, notas o testimonios de muchas personas que abor-
dan cuestiones medulares. Nos proponemos dar sitio prioritario a tex-

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debate feminista, marzo de 1990

tos oportunos y útiles para el debate, coincidamos o no con ellos. En ese


sentido, volveremos a publicar ensayos poco conocidos en México.
debate feminista se involucra sin duda con el proceso político mexi-
cano, pero queremos atender la perspectiva internacional, especialmente
la latinoamericana, y trataremos de mantener un grupo de correspon-
sales en nuestro continente y sostener una sección con traducciones.
debate feminista no es sólo un equipo editorial sino también es un
grupo donde participan militantes. Esperamos que esta unión de teoría
y práctica se refleje en la revista y contribuya a darnos actualidad política y
a hacer más fructífero el diálogo en el interior del propio movimiento.
En este primer número exploramos uno de los debates de mayor
actualidad, el de la democracia. Aunque la preocupación por una prác-
tica democrática ha estado presente desde el resurgimiento del movi-
miento feminista, no hemos logrado una reflexión sistemática y rigurosa
sobre el alcance y las implicaciones de la democracia. En México las
distintas tendencias del feminismo han quedado atrapadas, en el mejor
de los casos, en denuncias de cuestiones sociales y económicas, y en el
peor, en un discurso mujerista. Por mujerismo entendemos la idea de que
las mujeres, por el hecho de serlo, poseen ciertas virtudes que las hacen
mejores que los hombres. No es mujerismo el hecho de dar prioridad
política a las mujeres, sino concepciones reduccionistas y sectarias se-
gún las cuales sólo las mujeres son capaces de cierto tipo de acción y por
eso sólo hay que trabajar con mujeres, ““las verdaderas portadoras del
cambio revolucionario””. Esta diferencia, por sencilla que parezca, es fun-
damental. Puesto que las mujeres, como grupo social ——como género——,
están en condiciones singulares de discriminación, opresión y explota-
ción, es correcto plantearse un trabajo específico con ellas.
El mujerismo es la perversión más insidiosa del feminismo. Una
lectura política del mundo de las mujeres nos lleva a un reconocimiento:
no hay asunto femenino que una, por sí, a todas las mujeres, y ni siquiera
los temas específicos de género le importan todo el tiempo a todas las
mujeres. La unidad entre las mujeres no es ““natural””, y debe ser cons-
truida políticamente, día con día, desarrollando alianzas. El gran desa-
fío es establecer una política para el género femenino que no sea mujerista:
una política feminista.
Una práctica feminista democrática supone un difícil equilibrio:
funcionar sectorialmente (género femenino) y participar en la democrati-
zación de la política nacional. En nuestro país esto implica cambios
saludables: salir de la atomización de los pequeños grupos e intentar la
x
Marta Lamas

recomposición política del movimiento. Por marginarse de la dinámica


política, centrándose en una organización informal a base de pequeños
grupos e iniciativas personales, el movimiento ha sido incapaz de una
estrategia eficaz a largo plazo. El costo político de la dispersión y deses-
tructuración de un movimiento que en México ya cumple veinte años, es
evidente y se ha pagado con creces el rechazo a toda forma instituciona-
lizada de organización y representación. Felizmente la creación de la
Coordinadora Feminista del D.F. parece revertir esa tendencia. El reco-
nocimiento de lo obvio ( cada vez más nuestra vida cotidiana se ve afec-
tada por las decisiones políticas), aumenta la necesidad de acciones
políticas más eficaces. Claus Offe1 llamó ““iniciativas ciudadanas”” a las
acciones orientadas hacia la mejora, en términos colectivos y no indivi-
dualistas, de las condiciones de vida. Este tipo de acciones ciudadanas
no se reducen a mecanismos de ayuda mutua, sino que ““dan lugar a
formas de autoorganización política que no han sido previstas por las
instituciones del sistema político””. Una dificultad que presentan dichas
formas de autoorganización radica en su fragmentación, ya que como
Offe señala, estas iniciativas no son asumidas por ““grupos homogéneos””.
Críticos de Offe2 señalan que ““la profundización en las condiciones de
lucha política organizada obligaría a las iniciativas ciudadanas a
estructurarse de una forma muy similar a la de los partidos politicos de
corte tradicional””. Así, aunque el rechazo a los partidos impulsó a la
mayoría de las feministas a buscar nuevas formas de militancia, hoy
tenemos que redefinir nuestra política de cara a partidos y a espacios
institucionales de la política. Estas cuestiones, que nos atañen induda-
blemente, derivan a una preocupación política central: ¿cómo tener acce-
so al juego político al margen de los mecanismos institucionales?
Si bien es imprescindible la reformulación de la política, también es
necesaria una recuperación. Offe define a los ““nuevos movimientos so-
ciales”” principalmentte por el ámbito de acción social que exigen para
su actuación política: estos movimientos ““reclaman ser reconocidos como
actores políticos por la comunidad ——aunque sus formas de acción no
gocen de la legitimidad conferida por las instituciones políticas estable-
cidas—— y apuntan a objetivos cuya consecución tendría efectos
vinculantes para el conjunto de la sociedad y no tan sólo para el grupo””.
Offe analiza los movimientos y los concibe como fuerza política suscep-
tible de alterar la balanza del poder político institucional, aunque su
““primitivismo organizativo”” apenas los capacita para negociar política-
mente.
xi
debate feminista, marzo de 1990

En el análisis de Offe sobre los nuevos movimientos sociales apare-


cen como problemas de primera línea la ““pobreza organizativa”” y la
debilidad inherente a su fragmentación, que los vuelve susceptibles de
ser integrados por el sistema. Las feministas mexicanas enfrentamos hoy
estos problemas. El feminismo en nuestro país está disperso y desorga-
nizado y, aunque pretende prácticas alternativas de representación, no
tiene presencia política. ¿Cómo articular, en el terreno de lo político, una
alternativa coherente con los principios feministas y viable con las re-
glas del juego político? En torno a esta interrogante planteamos el debate
sobre la democracia.
En debate feminista estamos convencidas de la necesidad de replan-
tear a fondo lo que es y lo que implica la democracia participativa. Si bien
en México grandes sectores urbanos se movilizaron por la democracia
en 1988, hoy, a principios de 1990, la democracia es más un tema de
discusión que una preocupación por actuar. ¿Cómo participar, y dónde?
Probablemente las ganas de participación de muchos de esos sectores
urbanos despertarán de nuevo ante los estímulos de las campañas para
elegir diputados en 1991. ¿Qué opciones presentará el movimiento femi-
nista? Si bien el feminista no es el único grupo político que tiene dificul-
tades en ofrecer alternativas, sí es el que tiene menos estructurada su
propuesta. En función de estas consideraciones, debate feminista armó
este número, ofreciendo varias puntas de la madeja del debate sobre la
democracia, para empezar a discutir y, esperamos, también empezar a
ponernos de acuerdo. Lo importante ahora, creemos, es una actitud polí-
tica que impulse procesos de unificación.

Marta Lamas

Notas

1
Claus Offe, ““New Social Movements: Challenging the Boundaries of
Institutional Politics””, Social Research, vol. 52, núm. 4, 1985.

2
Fco. Colom González y Salvador Mas Torres, ““Críticas y Alternativas a la
democracia representativa: En torno al pensamiento político de Claus Offe””, en
Teorías de la democracia, eds. José M. González y Fernando Quesada, Anthropos,
Barcelona, 1988.

xii
democracia
democracia

2
Carole Pateman

Feminismo y democracia

Carole Pateman

U
na feminista no se ocuparía siquiera del tema de este ensayo,
porque para las feministas la democracia no ha existido jamás.
Las mujeres nunca han sido aceptadas, y no lo son ahora, en
calidad de miembros y ciudadanos con los mismos derechos en ninguno
de los países considerados como ““democráticos””. A lo largo de toda la
historia del feminismo se repite una imagen que habla por sí sola y se-
gún la cual una sociedad liberal está compuesta por clubes de hombres
——quienes, como señala Virginia Woolf en Tres Guineas, se distinguen
por sus trajes y uniformes particulares—— como son el parlamento, los
tribunales, los partidos políticos, el ejército y la policía, las universida-
des, los lugares de trabajo, los sindicatos, las escuelas públicas (y las
privadas), los sitios exclusivos y también los centros recreativos popula-
res. De todos ellos las mujeres siempre han sido excluidas o sólo inclui-
das como meros auxiliares. Esta opinión de las feministas se ha visto
confirmada por los debates académicos sobre la democracia, en los cua-
les se concede poca importancia a cuestiones como el feminismo o la
estructura de la relación entre los sexos.
Este artículo parte de la idea de que el feminismo tiene algo impor-
tante que decirle a los teóricos de la democracia, así como a los ciudada-
nos democráticos. Obviamente, en un ensayo corto es difícil demoler
para siempre el supuesto existente desde hace dos mil años, según el
cual la ““democracia”” no es incompatible con la subordinación de las
mujeres o con su exclusión de la participación plena e igualitaria en la
vida política. Lo que estas páginas pretenden es, por supuesto, algo más
sencillo: mostrar que el feminismo le presenta hoy a la democracia su

* Este ensayo apareció en Democratic theory and practice, ed. Graeme Duncan,
Cambridge University Press, 1983.

3
democracia

desafío más importante y su crítica más amplia: tanto a la democracia en


su forma liberal actual, como en cualquier forma futura, sea ésta
participativa o autogestiva.
La objeción que sin duda se presentará en contra de las feministas
es que, puesto que ya ha pasado un siglo o más de la introducción del
sufragio universal y de otras reformas jurídicas, hoy día las mujeres ya
están en igualdad de condiciones con los hombres en el orden civil y
político, razón por la cual el feminismo tiene poco o nada con que contri-
buir al ejercicio y a la práctica de la democracia. Sólo que esta objeción no
toma en cuenta una serie de aspectos esenciales que permitirían com-
prender la verdadera índole de las sociedades democráticas liberales,
pues pasa por alto la existencia de creencias muy difundidas y tenaz-
mente defendidas, así como de las prácticas sociales que les dan expre-
sión y que contradicen esa situación civil formal (más o menos) igualitaria
de las mujeres. Pero además se trata de una objeción que se basa en el
argumento liberal según el cual las desigualdades sociales no repercu-
ten en la igualdad política, argumento que les permite a los liberales
ignorar los problemas surgidos del intento de universalizar los princi-
pios liberales haciéndolos extensivos a las mujeres, al tiempo que con-
servan la división de la vida en pública y privada, separación que es
medular para la democracia liberal y que es también una división entre
los hombres y las mujeres. Ahora bien, si los teóricos de la democracia
liberal se conformaran con eludir estas cuestiones, cabría esperar que los
críticos radicales y los partidarios de la democracia participativa las
enfrentaran con entusiasmo, pero esto no ha sido así; y aunque es cierto
que han dedicado bastante atención a la cuestión de la estructura de las
clases en las democracias liberales, y a la forma en que la desigualdad
de clases socava la igualdad política y formal, casi nunca han analiza-
do el significado que tienen la desigualdad social y el orden patriarcal
del Estado liberal para la transformación democrática del liberalismo.
Los que escriben sobre la democracia, sean defensores o detractores del
statu quo, nunca consideran si sus planteamientos sobre la libertad o el
consenso tienen alguna importancia para las mujeres; y esto es así por-
que implícitamente hablan siempre como si los términos ““individuo”” o
““ciudadano”” se refirieran sólo a los varones.
Con demasiada frecuencia se olvida que el sufragio universal o
democrático apenas fue instituido en fecha reciente. Los científicos polí-
ticos guardan un sorprendente silencio sobre la lucha por el sufragio
femenino (no se olvide que en Inglaterra la campaña bien organizada fue
4
Carole Pateman

sostenida durante cuarenta y ocho años, de 1866 a 1914) así como sobre
el significado político y las consecuencias de la concesión de los dere-
chos civiles. La situación de las mujeres, en tanto que votantes, también
presenta problemas para quienes escriben sobre democracia. Así, por
ejemplo, el influyente texto revisionista de Schumpeter, quien afirma ex-
plícitamente que el hecho de que las mujeres no tengan derecho al sufra-
gio no invalida que una organización política determinada sea
democrática, ha despertado muy pocos comentarios. O el fascinante re-
lato de Barber sobre la democracia directa en un cantón suizo en el cual
se trata de manera equívoca el sufragio femenino (que se consiguió ape-
nas en 1971), pues el autor subraya que la concepción del derecho al voto
de las mujeres fue ““justa y equitativa””, pero que se hizo al costo de ““la
participación y la comunidad””. Con esto Barber quiere decir que si bien
las asambleas crecieron enormemente, la participación disminuyó y el
individualismo atomizado logró reconocimiento oficial, de modo que ya
no fue posible justificar el concepto del ciudadano-soldado.1 El lector se
pregunta, al leer a este autor, si no hubiera sido mejor que las mujeres
sacrificaran su justa demanda en aras de la ciudadanía de los hombres.
En un estudio reciente de Verba, Nie y Kim sobre la participación políti-
ca en varias naciones, se señala el caso de Holanda que pasó del voto
obligatorio al voluntario y se afirma que ““el derecho al voto era univer-
sal””, pero una nota a pie de página apunta que en ambos sistemas elec-
torales se trataba de ““un voto por hombre””.2 Entonces nos preguntamos:
¿votaban las mujeres?.
Las ironías de la historia, que pasan tan inadvertidas, abundan en
los debates en torno a la democracia. A las feministas se nos dice que no
debemos sentirnos ofendidas por el uso de un lenguaje masculino, ya
que en realidad ““hombre”” significa ““ser humano””, y eso a pesar de que
ya en 1867, cuando se usó ese argumento para respaldar la primera ley
del sufragio para las mujeres en Gran Bretaña, se rechazó enfáticamente
que el término ““hombre”” (que hacía referencia al jefe del hogar) fuera un
genérico que incluyera a las mujeres. Un ejemplo reciente de cómo las
mujeres pueden ser excluidas de la vida política democrática está en el
libro Democracia viable de Marglis. El autor empieza presentando un
relato del ““ciudadano Brown””, hombre que, según nos enteramos, obtu-
vo en 1920 ““su último gran triunfo con la concesión del derecho al voto
para las mujeres”” 3 La historia de las luchas de las mujeres por la demo-
cracia desaparece de un plumazo y en su lugar aparece el voto como la
creación solitaria de los hombres o como su regalo.
5
democracia

Estos ejemplos resultarían divertidos si no fueran muestras de la


condición social pasada y presente de las mujeres. El feminismo, el libe-
ralismo y la democracia (entendiendo por ésta un orden político en el
cual la ciudadanía es universal y es derecho de todos y cada uno de los
miembros adultos de la comunidad) comparten un origen común. El
feminismo es el estudio crítico general de las relaciones sociales de do-
minación y subordinación sexual, así como de la perspectiva de un futu-
ro con igualdad para los sexos, y surge, al igual que el liberalismo y la
democracia, cuando el individualismo o la idea de que los individuos
son por naturaleza libres e iguales entre sí, ha alcanzado el nivel de
desarrollo de una teoría universal de la organización social. Sin embar-
go, y desde hace trescientos años, cuando los teóricos del contrato social
individualista lanzaron el primer ataque crítico contra el patriarcado, el
enfoque prevaleciente sobre la condición de las mujeres ha sido el que se
puede ejemplificar con las palabras de Fichte, quien pregunta:
¿Tiene la mujer los mismos derechos que el hombre dentro del Estado? Para
muchos, esta interrogante puede parecer ridícula, pues si la razón y la libertad
son el único fundamento de todos los derechos jurídicos, entonces ¿cómo es
posible que exista una diferencia entre los dos sexos si ambos poseen igual
razón y libertad?

El propio Fichte responde a la pregunta:


Y, sin embargo, desde que existen los hombres se ha conservado la diferencia
y el sexo femenino no ha sido puesto a la par con el sexo masculino en el
ejercicio de sus derechos. Este sentimiento universal debe tener agún funda-
mento y descubrirlo es un problema sumamente urgente, ahora más que nun-
ca 4

Ni los anti-feministas ni los anti-democráticos han pensado que


sea difícil resolver esto que Fichte consideraba ““un problema urgente””.
Las diferencias en los derechos y en la condición de las mujeres han sido
defendidas ——y aún lo son—— apelando a las diferencias ““naturales' entre
los sexos. Es a partir de esta idea que se ha llegado a afirmar que resulta
lógico que las mujeres estén subordinadas a sus padres o a sus maridos
y que el lugar que les corresponde sea el del ámbito doméstico.
El argumento de la naturaleza se remonta a la mitología y a la anti-
güedad (y hoy aparece disfrazado con la jerga científica de la
sociobiología) y su misma longevidad parece confirmar que se refiere a
una parte esencial y eterna de la condición humana. Sin embargo, lejos
de ser atemporal, se trata de un argumento que se ha formulado de mane-
ra específica en las diferentes épocas de la historia y en el contexto del

6
Carole Pateman

desarrollo de la sociedad capitalista liberal aparece de forma tal que


oculta la estructura patriarcal del liberalismo, el cual permanece por
detrás de la ideología de la libertad y la igualdad individuales.
Se supone que los teóricos del contrato social, y en particular Locke,
ofrecieron la respuesta definitiva a la tesis patriarcal según la cual el
poder paterno y el político son uno y el mismo, debido a la dependencia
natural de los hijos respecto de sus padres. Locke señaló la existencia de
una marcada diferencia entre los nexos familiares o naturales y las rela-
ciones convencionales de la vida política, y sostuvo que los hijos, cuan-
do adultos, eran tan libres como sus padres e iguales a ellos, de modo
que sólo se justificaba que fueran gobernados con su consentimiento. Sin
embargo, en general se ““olvida”” que el autor no incluyó a las mujeres
(esposas) en este argumento. Su crítica a los patriarcalistas parte de la
idea de que la libertad y la igualdad individual son naturales, pero sólo
los hombres cuentan como ““individuos”” y se supone que las mujeres
nacen para ser sometidas. Locke da por sentado que una mujer, median-
te el contrato de matrimonio, acepta estar sometida a su esposo y coinci-
de con los patriarcalistas al afirmar que el sometimiento de la esposa
está ““fundado en la naturaleza””, de modo tal que, dentro de la familia,
siempre ha de prevalecer la voluntad del marido por ser la del más ““apto
y fuerte”” sobre la de ““su mujer en todas las cuestiones de interés común.5
La contradicción entre la premisa de la libertad y la igualdad indi-
viduales y la conclusión de la base convencional de la autoridad, con el
supuesto de que las mujeres (esposas) están sometidas por naturaleza,
ha pasado inadvertida desde entonces. Tampoco se ha advertido que, en
el supuesto de que las mujeres estén sometidas por naturaleza o de que
nazcan sometidas, entonces todo lo que se diga sobre su consentimiento
o aceptación de esta situación resulta redundante. Y sin embargo, esta
contradicción y paradoja se encuentra en el centro mismo de la teoría y la
práctica de la democracia. El largo y persistente silencio sobre la condi-
ción de las esposas es prueba de la fuerza que tiene el patriarcado trans-
formado en su unión con el liberalismo. Por primera vez en la historia, el
individualismo liberal prometía a las mujeres una posición social igual
a la de los hombres como individuos libres por naturaleza; pero al mis-
mo tiempo, los cambios socio-económicos aseguraban que se siguiera
considerando natural la subordinación de las esposas a los maridos y
que esto quedara fuera del dominio de los teóricos de la democracia, así
como del de las luchas políticas por democratizar al liberalismo

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democracia

La convicción de que el lugar que corresponde a la mujer casada es


el domicio conyugal, como sirvienta de su marido y madre de sus hijos,
está tan generalizada y arraigada que aparece como una característica
natural de la existencia humana y como un resultado del desarrollo his-
tórico y cultural. La historia del desarrollo de la organización capitalista
de la producción es también la historia del desarrollo de una forma espe-
cífica de la división del trabajo por sexos (aunque esta historia no apa-
rezca en la mayoría de los libros). Cuando los teóricos del contrato social
atacaron la tesis patriarcal de una jerarquía natural de la desigualdad y
la subordinación, las mujeres no eran iguales a sus maridos, pero tam-
poco eran sus dependientes económicos. Las esposas, como socias y
compañeras en la producción económica, tenían una situación indepen-
diente, pero conforme la producción salió del hogar, se vieron obligadas
a abandonar los negocios que controlaban y pasaron a depender de sus
maridos para su subsistencia o a competir por salarios en ciertos renglo-
nes de la producción.6 Desde entonces, muchas mujeres y madres de la
clase trabajadora se vieron obligadas a buscar empleo remunerado con
el objeto de asegurar la supervivencia de sus familias, a pesar de que ya
para mediados del siglo XIX el modelo de vida ideal, natural y respetable,
pasó a ser el de la clase media con un padre de familia que ganaba el pan
y una esposa totalmente dependiente. Para entonces, la sujeción de las
mujeres era total; no tenían una posición legal o civil independiente y
habían quedado reducidas a la condición de propiedades, como lo ob-
servaron las feministas del siglo XIX cuando comparaban a las esposas
con los esclavos de las Indias Occidentales y de América del Sur. Hoy
día, las mujeres han ganado una posición civil independiente y también
el voto, y en apariencia son ““individuos”” y ciudadanos, por lo cual no
merecen atención especial en los debates sobre democracia. Y sin embar-
go, una de las consecuencias más importantes de la institucionalización
del individualismo liberal y del establecimiento del sufragio universal
es la de destacar la contradicción práctica que existe entre la igualdad
política formal de la democracia liberal y la subordinación social de las
mujeres, incluyendo su sometimiento como esposas dentro de la estruc-
tura patriarcal de la institución del matrimonio.
Un indicador de la actitud que adoptan los teóricos de la democra-
cia (y los activistas políticos) ante el feminismo es lo poco conocidas que
son las críticas que hizo John Stuart Mill a los argumentos de la natura-
leza (de las mujeres) y las lecciones que de ellas se pueden derivar. El
resurgimiento actual del movimiento feminista organizado ha empeza-
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Carole Pateman

do a rescatar el libro La sujeción de las mujeres de la oscuridad a la cual lo


habían condenado los estudiosos de Mill, a pesar de que este texto cons-
tituye una extensión lógica de los argumentos aparecidos en el célebre
libro Sobre la libertad, muy aceptado siempre en los medios académicos.
Sin duda, La sujeción es importante por su argumento central, pero tam-
bién por la posición contradictoria que adopta Mill y que ilustra lo radi-
cal de la crítica feminista en su intento por universalizar los principios
liberales para los dos sexos, esfuerzo que va más allá de los límites de la
teoría y la práctica liberales y democráticas.
En La sujeción, Mill sostiene que la relación entre hombres y mujeres,
o más concretamente, entre maridos y esposas, constituye una excepción
injustificada de los principios liberales sobre los derechos individuales,
de la libertad y el albedrío, así como de los principios de la igualdad de
oportunidades y la asignación de las posiciones laborales en función de
los méritos de cada quien, que en su opinión son los que regían a las
demás instituciones políticas y sociales. En el mundo moderno, el con-
senso ha suplantado a la fuerza y el principio del logro ha reemplazado
al de la adscripción, excepto cuando se refieren a las mujeres. Mill escri-
be que la relación conyugal es un ejemplo de que ““la condición primitiva
de la esclavitud perdura... no ha perdido la seña de su origen brutal”” (p.
130)7 La subordinación social de las mujeres es ““la única reliquia que
queda del pensamiento y la práctica de un mundo antiguo que en todo lo
demás ya se desplomó”” (p. 146).
Este autor empieza su libro haciendo algunos comentarios bastan-
te pertinentes sobre el problema que enfrentan las feministas para pre-
sentar su caso de manera convincente. La posición dominante de los
hombres está profundamente arraigada en las costumbres, así como la
idea de que la supremacía masculina es el orden correcto de las cosas
está enraizada en sentimientos viejos y profundos, más que en creencias
demostradas racionalmente (y podríamos añadir que si se convenciera
de lo contrario a los hombres, éstos tendrían mucho que perder). Luego
entonces, las feministas no pueden esperar que sus contrincantes ““aban-
donen los principos prácticos con los que han nacido y crecido, que son
la base de gran parte del orden existente en el mundo, ante el primer
ataque argumental que no pueden rebatir de manera lógica”” (p. 128).
Mill está muy consciente de la importancia que tiene el recurso de apelar
a la naturaleza, y afirma que éste no proporciona ningun criterio para
distinguir entre la subordinación de las mujeres y otras formas de domi-
nación, porque todos los gobernantes han tratado de explicar su posi-
9
democracia

ción argumentando con base en la naturaleza. Sostiene también que es


imposible decir nada sobre la naturaleza respectiva de los hombres y la
de las mujeres, porque sólo hemos visto a los sexos en una relación des-
igual, de modo que cualquier diferencia en sus capacidades morales o en
otras sólo se podrá ver hasta que ambos puedan interactuar como seres
racionales independientes e iguales.
Y sin embargo, a pesar del vigoroso ataque que hace Mill contra el
atractivo argumento representado por la costumbre y la naturaleza, ter-
mina por caer en el mismo supuesto que con tanto celo ha criticado. Las
feministas han observado su incoherencia a la hora de aplicar estos prin-
cipios a la vida doméstica, pero no han señalado que dicha inconsisten-
cia socava la defensa que hace el autor del sufragio femenino y de la
ciudadanía democrática igualitaria. El argumento central de La sujeción
es que se debe despojar a los esposos de sus poderes despóticos sobre las
mujeres, los cuales están sancionados jurídicamente. La mayor parte de
las reformas jurídicas a la ley del matrimonio que proponía Mill ya fun-
cionan en la actualidad (con la significativa excepción de la violación
conyugal, sobre la cual volveré más adelante), con lo cual ahora han
quedado totalmente manifiestas las implicaciones que entraña la falta
de interés por extender esta crítica hasta la división sexual del trabajo
dentro del hogar. Mill sostiene que las mujeres, por su educación, por su
falta de preparación y por las presiones legales y sociales a que están
sometidas, no tienen libertad para elegir si se casan o no, y sólo pueden
optar por la ocupación de ““esposa””. Este autor propone que las mujeres
deben tener las mismas oportunidades que los hombres para recibir una
buena educación que les permita ganar su sustento, aunque también
supone que, aun en el caso en que se reformara el matrimonio, la mayoría
de las mujeres no optaría por su independencia.
Mill afirma también que en esta sociedad se acepta el supuesto de
que, cuando una mujer se casa, ha elegido su carrera, de la misma mane-
ra como lo hace el hombre cuando elige su profesión. Así, cuando una
mujer se convierte en esposa, ““ha elegido administrar un hogar y criar
una familia como objetivo central de sus esfuerzos [...] y renuncia... a
todas [las ocupaciones] que no sean congruentes con dicha elección”” (p.
179). De este modo, el autor regresa al argumento de las atribuciones y a
la creencia de que la mujer ocupa, por naturaleza, un determinado lugar
y cumple con determinadas tareas. Con ello retorna a la antigua tradi-
ción de la teoría política patriarcal la cual como ha señalado Susan Okin
en su trabajo Women in Western Political Thought (Princeton, 1979) sostie-
10
Carole Pateman

ne que así como los hombres son o pueden ser muchas cosas, las mujeres
en cambio han sido colocadas en esta tierra sólo para cumplir con una
única función: la de gestar y criar hijos. Mill casi consigue evadir la
interrogante de cómo, si la tarea de la mujer está prescrita por el sexo, se
puede decir que tiene verdaderas posibilidades de elegir una ocupación,
o por qué adquiere importancia la igualdad de oportunidades para las
mujeres si el matrimonio es una ““carrera”” en sí mismo. Mill compara un
matrimonio igualitario con una sociedad de negocios en la cual los so-
cios son libres para negociar los términos de la asociación que más les
convengan, pero al sostener esto se apoya en argumentos muy endebles
que resultan contrarios a los principios liberales, y todo para sustentar
su opinión de que la igualdad no alterará la tradicional división del
trabajo doméstico. Este autor sugiere que ““el acuerdo natural”” sería que
tanto la mujer como el hombre ocuparan cada uno de manera absoluta
““la rama ejecutiva de su propio departamento... y cualquier cambio de
sistema o de principios requeriría el consentimiento de ambos”” (p. 169).
También propone que, en el contrato de matrimonio, los cónyuges con-
certaran la división del trabajo, aunque para argumentar esto supone de
partida que las esposas estarían dispuestas a aceptar el arreglo ““natu-
ral””. Mill considera que las obligaciones ya han sido divididas ““por el
consenso y por la costumbre”” (p. 170), aunque se les haya modificado en
casos particulares, pero lo que más critica en su ensayo es precisamente
esa ““costumbre general”” que constituye el baluarte de la dominación
masculina, para luego olvidarla él mismo al suponer que, por regla gene-
ral, el marido debería tener más peso en la toma de decisiones, puesto
que casi siempre tiene más años de edad. A este argumento le añade que
esto solamente ocurriría hasta que llegara el momento de la vida cuando
la edad ya no tuviera importancia. Y aquí podemos preguntarnos: ¿cuán-
do admiten los maridos que ha llegado ese momento?8 El autor también
olvida sus propios argumentos cuando sugiere que habría que conceder
mayor peso a las opiniones de aquel socio que proporciona los medios
para el sustento, ““cualquiera de los dos que sea””, siendo que ya se había
supuesto que las mujeres habían ““optado”” por ser dependientes desde el
momento en que aceptaron casarse.
Los movimientos antifeministas de la década de los ochenta y sus
seguidores también sostienen que la división del trabajo doméstico apo-
yada por Mill es la única natural. Claro que a ellos no les preocupan las
posibles implicaciones que tal arreglo entraña para la ciudadanía de las
mujeres, pero los partidarios de la democracia sí deberían preocuparse
11
democracia

por esta cuestión. Mill defendió el sufragio femenino por las mismas
razones que defendió el voto de los hombres: porque lo consideraba ne-
cesario para su propia protección o para la protección de los intereses
individuales, ya que según él, la participación política aumentaría la
capacidad de las mujeres como individuos. El problema obvio que pre-
senta este argumento es que las mujeres, en su condición de esposas,
están confinadas al pequeño círculo de la familia y a sus rutinas diarias,
y por consiguiente, sería difícil que usaran su voto de manera efectiva y
como medida de protección. Las mujeres no tendrían forma de conocer
sus intereses si carecen de experiencia fuera del ámbito doméstico.
Este último punto es importante para los argumentos de Mill que se
refieren al desarrollo político y al de la educación por medio de la parti-
cipación. El autor habla en términos generales (p. 237) del individuo
como ser que se eleva ““moral, espiritual y socialmente”” bajo un gobierno
libre, pero esta afirmación resulta demasiado extensa si se refiere tan
sólo a la emisión periódica de un voto (aunque es cierto que la transfor-
mación moral de la vida política por el derecho a votar fue un aspecto
central del movimiento en pro del sufragio femenino). El propio Mill
dudaba de que tal ““elevación”” resultara del puro sufragio, pues escribió
que la ““ciudadanía”” ——y aquí se refirió al sufragio universal—— ““sólo
ocupa un espacio mínimo en la vida moderna que ni siquiera se acerca al
que ocupan los hábitos diarios ni al de los sentimientos más profundos””
(p. 174). Y todavía va más allá al afirmar que ““la familia debidamente
constituida”” es ““la verdadera escuela”” para enseñar ““las virtudes de la
libertad””. Pero esto es tan poco probable como la afirmación sobre las
consecuencias del voto democrático liberal, pues una familia patriarcal
cuya cabeza es un marido despótico, no es ninguna base para la ciuda-
danía democrática, como tampoco lo es por sí misma una familia iguali-
taria. En sus escritos sociales y políticos, Mill sostiene que sólo la
participación en una gran variedad de instituciones, pero principalmente
en el lugar de trabajo, puede proporcionar la educación política necesa-
ria para una ciudadanía activa y democrática. Aquí, la pregunta que
surge es entonces la siguiente: ¿cómo pueden las mujeres y las esposas
que han ““elegido”” la vida doméstica tener la oportunidad de desarrollar
sus capacidades o de aprender lo que significa ser un ciudadano demo-
crático? El resultado del confinamiento de un individuo al ámbito estre-
cho de la vida familiar cotidiana sólo puede ser que las mujeres sean
ejemplos de seres egoístas, sólo interesadas en lo privado y carentes de
un sentido de justicia o de espíritu público.9 Al no cuestionar la división
12
Carole Pateman

del trabajo dentro del hogar, tan aparentemente natural, Mill hace que
sus argumentos sobre la ciudadanía democrática sólo sean aplicables a
los varones.
Se podría objetar que resulta ilógico y hasta anacrónico pedirle a
Mill ——cuyos escritos son de la década de 1860—— que critique la división
aceptada del trabajo entre marido y mujer, siendo que apenas unas cuen-
tas feministas excepcionales del siglo XIX estuvieron dispuestas a cues-
tionar la doctrina de la separación de los sexos. Pero si aceptamos tal
objeción en Mill,10 eso no es excusa para aceptar el mismo error por parte
de los teóricos contemporáneos de la democracia ni de los investigado-
res empíricos. Hasta que en fecha muy reciente el movimiento feminista
empezó a tener impacto sobre los estudios académicos, se había ignora-
do siempre la relación entre la estructura de la institución del matrimo-
nio y la igualdad formal de la ciudadanía, además de que las mujeres
ciudadanas habían sido excluidas de las investigaciones empíricas so-
bre los comportamientos y actitudes políticos, o solamente se les había
mencionado brevemente, y siempre en términos patriarcales y no cientí-
ficos.11 Una lectura de La sujeción debía haber situado estas cuestiones,
desde hace mucho tiernpo, en uno de los primeros sitios de los debates
sobre la democracia. Tal vez esto seria posible si en lugar de considerar
los escritos feministas de eminentes filósofos, se tomaran más en cuenta
los resultados de investigaciones empíricas que muestran datos. Por ejem-
plo, uno significativo: que incluso las mujeres que toman parte activa en
la política local, no se deciden a aceptar candidaturas para puestos di-
rectivos porque son responsables del cuidado de los hijos. Y eso para no
decir que aún se piensa que las mujeres no deben ocupar cargos públi-
cos, porque no es una actividad adecuada para ellas.12
Ahora bien, si los problemas que se refieren a la ciudadanía de las
mujeres en las democracias liberales han sido dejados de lado, todavía
es peor el fracaso de los teóricos de la democracia para enfrentar el tema
de la mujer y de la esposa. La ciudadanía democrática, incluso si se le
interpreta en su sentido mínimo, es decir, sólo como el sufragio universal
dentro del contexto liberal de los derechos civiles, presupone la base
sólida de un reconocimiento práctico y universal, en el sentido de que
todos los miembros de la organización política son iguales en términos
sociales y como ““individuos”” independientes, con todas las capacida-
des que implica esta condición. Sin embargo, el error más grave de la
teoría democrática contemporánea y del discurso de libertad, igualdad y
consenso, así como el del individuo, es la facilidad e indiferencia con la
13
democracia

cual se excluye a las mujeres cuando se hace referencia al ““individuo””.


De este modo, nunca surge la cuestión de si dicha exclusión refleja reali-
dades sociales y políticas. Una de las razones por las cuales no hay
conciencia de que es preciso formular esta pregunta, es que los teóricos
de la democracia por lo general consideran que su tema central abarca el
ámbito público o político, el cual, en el caso de los teóricos radicales,
incluye la economía y el lugar de trabajo. La esfera de la vida personal y
doméstica ——ámbito que es el reino ““natural”” de las mujeres—— queda
fuera del escrutinio. A pesar de que el consenso desempeña un papel
central en sus argumentos, los teóricos de la democracia no prestan aten-
ción a la estructura de las relaciones sexuales entre hombres y mujeres
ni, más específicamente, al acto de la violación y a la interpretación del
consenso o a su ausencia, que lo tipificarían como delito. Los hechos
referentes a la violación resultan medulares para entender las realida-
des sociales, pues reflejan, y en parte constituyen la forma en que usa-
mos el término ““individuo””.
Entre las críticas que formula Mill contra los poderes despóticos del
marido en el siglo XIX, se cuenta el duro recordatorio de que éste tenía
pleno derecho legal de violar a su mujer. Más de un siglo después, el
marido sigue gozando de ese derecho en la mayoría de los documentos
legales. Locke niega a las mujeres la condición de ““individuos libres e
iguales”” desde el momento en que acepta el postulado patriarcal de que
las mujeres están sometidas a sus maridos por naturaleza, y el contenido
del contrato matrimonial actual confirma que este supuesto sigue estan-
do hoy en el centro de la institución del matrimonio. El consentimiento
para su condición de subordinada, que supuestamente otorga la mujer
en un contrato libre de matrimonio, pone un toque voluntarista a una
condición de ““esposa”” que le ha sido adjudicada. Si el supuesto del
sometimiento natural no siguiera siendo válido, hace mucho tiempo que
los teóricos de la democracia liberal se habrían preguntado cómo es que
una persona ostensiblemente igual y libre acepta siempre tomar parte en
un contrato que la subordina a otro individuo, y se habrían empezado a
cuestionar el carácter de una institución en la cual el consentimiento
inicial de la esposa la priva para siempre de su derecho a retirarlo des-
pués, a la hora de proporcionar servicios sexuales a su marido, y que a él
le concede el derecho legal de obligarla a someterse. Si los teóricos con-
temporáneos de la democracia quisieran alejarse de los supuestos pa-
triarcales de sus antecesores, deberían empezar por cuestionarse cómo
es que una persona puede ser al mismo tiempo ciudadana democrática
14
Carole Pateman

libre, y esposa que cede un aspecto central de su libertad e individuali-


dad que es precisamente la libertad para negarse a consentir y para decir
que ““no”” a la violación de su integridad personal.
El derecho que tiene la mujer de negar su consentimiento es una
cuestión de gran importancia. Fuera del matrimonio, se considera a la
violación como un delito grave, a pesar de lo cual la evidencia indica que
no se procesa a la mayoría de los transgresores. Las mujeres son ejemplo
de aquellos seres que, según los teóricos políticos, no tienen capacidad
para merecer la condición de individuo o de ciudadano ni para partici-
par en la práctica del consenso; pero, al mismo tiempo, se las considera
como seres que en el caso de la vida personal siempre..consienten y cuya
negación explícita a dicho consentimiento puede ser ignorada y
reinterpretada como consentimiento. Esta visión contradictoria de las
mujeres es una de las razones que dificulta que una mujer que ha sido
violada pueda conseguir la condena de su(s) atacante (s), ya que tanto la
opinión pública como la policía y hasta los tribunales identifican la su-
misión impuesta con el consentimiento, y esta identificación es posible
precisamente porque se piensa que, cuando una mujer dice ““no””, sus
palabras carecen de significado y lo que ““en realidad”” quiere decir es
que ““sí””. Por lo general se piensa que es perfectamente lógico que un
hombre reinterprete el rechazo explícito a sus avances como 'si fuera un
consentimiento.13 De modo que las mujeres encuentran que su discurso
es sistemática y persistentemente invalidado, lo cual sería incomprensi-
ble si los dos sexos verdaderamente tuvieran la misma condición de
““individuos””. Ninguna persona que gozara de la condición reconocida
y cierta de ““individuo”” podría ser tomada como alguien que siempre
dice lo contrario de lo que quiere decir, o como alguien cuyas palabras
siempre pueden y deben ser reintepretadas por otros. Y es que la invali-
dación y la reinterpretación forman parte integral de una relación en la
cual una de las personas es considerada como subordinada natural de
la otra, y por tanto ocupa un lugar sumamente ambiguo en las costum-
bres sociales que se supone están fundamentadas en las convenciones y
en la libre aceptación y el consentimiento.
Los teóricos políticos que tomen en serio la cuestión de los funda-
mentos conceptuales y de las condiciones sociales de la democracia, no
pueden seguir eludiendo las críticas feministas al matrimonio y a la vida
personal. Sin duda estas críticas plantean algunas cuestiones espino-
sas, incluso embarazosas, pero se las debe enfrentar a fin de que la ““de-
mocracia”” llegue a ser algo más que un gran club de hombres, y si se
15
democracia

quiere de verdad cambiar la estructura patriarcal del estado democrático


liberal. Los supuestos y las prácticas que rigen las vidas personales y
cotidianas de hombres y mujeres, incluida la vida sexual, no pueden
seguirse tratando como cuestiones alejadas de la vida política o como
intereses particulares de los teóricos de la democracia. La condición de
““individuo”” que tienen las mujeres permea toda su vida social, personal
y política. La estructura de la vida cotidiana, incluido el matrimonio,
está compuesta por creencias y costumbres que parten del supuesto de
que las mujeres, por naturaleza, están subordinadas a los hombres y,
aun así, quienes escriben sobre democracia, continúan afirmando que
las mujeres y los hombres pueden interactuar libremente y que de hecho
lo hacen, como iguales que son en su calidad de ciudadanos democráti-
cos con derechos políticos.
Tanto el argumento como las críticas precedentes resultan impor-
tantes para los debates en torno a la democracia liberal y la democracia
participativa, pero particularmente para la segunda. Los teóricos libera-
les siguen afirmando que la estructura de las relaciones sociales y de la
desigualdad social no son importantes para la igualdad política y la
ciudadanía democrática, razón por la cual es poco probable que los pue-
da impresionar la crítica feminista o cualquiera otra crítica radical. Los
partidarios de la democracia participativa no han querido tomar en cuenta
los argumentos feministas, aunque éstos son, en cierto sentido, una ex-
tensión del postulado de la democracia participativa que sostiene que la
““democracia”” va más allá del Estado y que llega hasta la organización
de la sociedad. La resistencia al feminismo resulta particularmente iró-
nica, porque el movimiento feminista contemporáneo ha tratado de lle-
var a la práctica, con una serie de membretes diferentes, precisamente la
organización de la democracia participativa.14 Se trata de un movimien-
to descentralizado y antijerárquico que pretende asegurar que todas sus
participantes se eduquen de manera colectiva y consigan su indepen-
dencia por medio del proceso de autoconciencia, de la toma de decisio-
nes de manera participativa y de la rotación de las tareas y los cargos.
Las feministas niegan el postulado liberal que afirma que la vida
pública y la privada se pueden entender por separado. Una de las razo-
nes que explica por qué no se le ha puesto atención al ensayo feminista
de Mill es que, al extender los principios liberales hasta la institución del
matrimonio, pretende cerrar la brecha liberal establecida por Locke entre
el dominio paternal y el político o entre el ámbito público convencional e
impersonal y la esfera de la familia, que es la del afecto y las relaciones
16
Carole Pateman

naturales. Los partidarios de la democracia participativa han tratado de


oponerse a las concepciones comunes de lo público y lo privado cuando
éstas se refieren al lugar de trabajo, pero su intento pasa por alto los
planteamientos del feminismo. Pocas veces se reconoce que las feminis-
tas y los partidarios de la democracia participativa contemplan de ma-
nera muy diferente la división de lo público y lo privado. Desde la
perspectiva feminista, los argumentos de la democracia participativa
permanecen dentro de la separación patriarcal-liberal de la sociedad
civil y del Estado y la vida doméstica guarda una relación sumamente
ambigua con esta separación, que constituye una división dentro de la
propia vida pública. Por el contrario, las feministas consideran que la
vida doméstica ——el ámbito ““natural”” de las mujeres—— es privada, y por
consiguiente, independiente del dominio público que abarca la vida po-
lítica y la económica, que son el campo ““natural”” de los hombres.15
Al no tomar en cuenta la concepción feminista de la vida privada y
al ignorar la cuestión de la familia, los argumentos de la democracia
participativa dejan de lado uno de los aspectos centrales de la transfor-
mación social democrática (remito aquí a mi libro Participación y teoría
democrática). En los textos sobre la democracia en las sociedades
industrializadas, es difícil encontrar una valoración de la importancia
que tiene la relación integral de la división doméstica del trabajo con la
vida económica, o de la división sexual del trabajo en el lugar de labores,
para no mencionar que ni siquiera se hace referencia a las implicaciones
que tienen las cuestiones más profundas que se han tratado en este ensa-
yo. Son las feministas, y no los partidarios de la democracia en el lugar
de trabajo, quienes han realizado investigaciones sobre la enorme dife-
rencia entre la situación de las mujeres que trabajan, sobre todo las mu-
jeres trabajadoras casadas, y los empleados del sexo masculino. Quienes
escriben sobre democracia aún no han digerido el enorme volumen de
investigaciones feministas que ya existe sobre las mujeres y el empleo
remunerado, ni han reconocido que, a menos que las mujeres pasen a
formar parte del centro mismo de la reflexión, del debate y de la acción
política, continuarán en una situación tan periférica en una ““democra-
cia”” participativa futura como la que actualmente ocupan en las demo-
cracias liberales.
He llamado la atención sobre el problema planteado por el supues-
to de que el lugar natural de la mujer es el privado, en tanto que esposa y
madre en el hogar, y lo hice a fin de buscar argumentos sobre las conse-
cuencias que tiene la participación política de las mujeres en la educa-
17
democracia

ción y el desarrollo. Se puede afirmar que en la actualidad este problema


es mucho menos agobiante que en tiempos de Mill, porque ahora son
muchas las mujeres casadas que han entrado al mundo público del em-
pleo remunerado, de tal suerte que, aunque esto no les sucede aún a las
amas de casa, ya han ampliado sus horizontes y podrían hasta lograr
una preparación política si se democratizaran las empresas en donde
prestan sus servicios.. Por ejemplo, en 1977 las mujeres constituían el
35% de la población económicamente activa en Australia, y de éstas, el
63% eran mujeres casadás.16 Pero la realidad detrás de las estadísticas es
que la situación de las mujeres como trabajadoras es tan incierta y ambi-
gua como nuestra condición de ciudadanas y ambas reflejan el problema
fundamental de nuestra condición como ““individuos””. El supuesto con-
vencional que subyace a esto es que ““el trabajo”” se desempeña en un
lugar de trabajo y no en el hogar ““privado””, y que el ““trabajador”” es el
hombre que a su vez requiere de un lugar limpio para descansar, ropa
limpia, alimentos y cuidado para sus hijos, todo lo cual se lo proporcio-
na su mujer. Cuando una mujer ingresa al empleo remunerado, nadie le
pregunta quién desempeña estos servicios para ella, pues de hecho las
mujeres trabajadoras casadas cumplen con dos jornadas de trabajo: una
en su oficina o fábrica y la otra en su casa. Aquí surge la interrogante de
por qué aquellas personas que ya cargan con el peso de dos trabajos,
querrían aceptar más responsabilidades y aprovechar las oportunida-
des que les traería la democratización.
La importancia que tienen los dos componentes de la doble jornada
de la esposa, y por lo tanto, del valor que se le da a la condición de la
mujer como trabajadora, se puede observar, según afirma Eisenstein, en
la popularidad del uso del término ““madre trabajadora”” que afirma al
mismo tiempo la responsabilidad primera de las mujeres hacia la mater-
nidad y su condición secundaria como trabajadoras.17 Y de nuevo surge
aquí la pregunta de cómo trabajadoras que tienen una posición secunda-
ria podrían ocupar su lugar como participantes iguales en un lugar de
trabajo democratizado, si antes no se operan cambios verdaderamente
importantes. Es posible señalar la magnitud de los enormes cambios
requeridos haciendo breve referencia a tres características de la vida la-
boral (remunerada) de las mujeres. En primer lugar, el acoso sexual de
que son objeto las mujeres trabajadoras sigue siendo una práctica que no
se reconoce, pero que existe y pone de manifiesto el grado hasta el cual la
cuestión de las relaciones sexuales, del consentimiento y de la condición
de ““individuo”” de las mujeres es también un problema del terreno econó-
18
Carole Pateman
18
mico. En segundo lugar, las mujeres todavía tendrán que ganar la bata-
lla contra la discriminación por parte de patrones y sindicatos, antes de
que puedan participar en calidad de iguales. Y por último, hay que reco-
nocer que el lugar de trabajo está estructurado con base en la división
sexual del trabajo, lo cual plantea problemas más complejos para la igual-
dad y la participación. Las mujeres han sido segregadas a ciertas ocupa-
ciones (los ““trabajos de mujer””) y han quedado concentradas en aquellas
labores que no tienen que ver con la supervisión, que no requieren capa-
citación y que tienen posiciones inferiores. Las investigaciones empíri-
cas han demostrado que son precisamente las trabajadoras que
desempeñan estas tareas quienes tienen menos probabilidades de parti-
cipar.
El ejemplo del lugar de trabajo, sumado a los otros ejemplos que se
han tratado en este ensayo, debe bastar para demostrar la importancia
medular que tiene para la teoría y la práctica democráticas la insistencia
actual de las feministas en el sentido de que la vida personal y la política
están íntimamente relacionadas entre sí. No se podrá llegar ni a la igual-
dad de oportunidades del liberalismo ni a la ciudadanía activa,
participativa y democrática de todas las personas, sin que se produzcan
cambios radicales en la vida personal y en la doméstica. Las luchas del
movimiento feminista organizado de los últimos ciento cincuenta años
han logrado mucho. Hoy día, una mujer excepcional puede llegar a ser
primera ministra, pero este logro particular no altera en absoluto la es-
tructura de la vida de las mujeres que no son excepcionales, es decir, de
las mujeres como categoría social. Estas permanecen en una posición
incierta en tanto que individuos, trabajadoras y ciudadanas, y la opi-
nión popular sigue repitiendo aquel pronunciamiento de Rousseau se-
gún el cual ““la naturaleza misma ha decretado que las mujeres deben
estar a merced del juicio del hombre””.19 La creación de una vida personal
y sexual libre e igualitaria es el cambio más difícil de lograr de todos los
que se requieren para construir una sociedad verdaderamente democrá-
tica, precisamente porque no se trata de algo alejado de la vida cotidiana
y que pueda ser defendido con lemas abstractos, mientras que la vida y
la subordinación de las mujeres transcurren como siempre. Los ideales
democráticos y las políticas de la democracia se deben llevar a la prácti-
ca en la cocina, la habitación de los niños y la recámara matrimonial, y
deben llegar a todo el hogar, o como escribió Mill: ““A la persona y el
hogar de cada hombre cabeza de familia y de todo aquel que desee serlo””
(p. 136). Es un hecho biológico natural de la existencia humana que sólo
19
democracia

las mujeres pueden parir hijos, pero este hecho no impone de manera
alguna la separación de la vida social en dos ámbitos definidos sexual-
mente, es decir, la existencia privada (femenina) y la actividad pública
(masculina). Esta separación está fundada en última instancia en la ex-
tensión equivocada del argumento que va de la necesidad natural a la
crianza de los hijos. Pero no hay nada en la naturaleza que impida a los
padres tomar parte igual en la crianza de los hijos, aunque sí lo haya en
la organización social y en la vida económica que operan en contra de
esto. Las mujeres no podrán obtener un lugar en la vida productiva y en
la ciudadanía democrática mientras se piense que su destino es una
tarea prescrita, pero tampoco podrán los padres tomar parte igual en las
actividades reproductivas mientras no se transforme nuestra concep-
ción del ““trabajo”” y de la estructura de la vida económica.
La batalla iniciada hace trescientos años entre los teóricos del con-
trato social, con sus argumentos convencionales, y los patriarcales, con
su idea de la naturaleza, dista mucho de haber terminado y aún carece-
mos de una comprensión clara y democrática de la relación entre natura-
leza y convención. El buen término de esta larga batalla exige una
reconceptualización radical que proporcione una teoría comprehensiva
de lo que es una práctica verdaderamente democrática. La obra teórica
reciente del feminismo ofrece nuevas perspectivas y datos sobre el pro-
blema de la teoría y la práctica de la democracia, incluyendo la cuestión
del individualismo y de la democracia participativa, así como una con-
cepción muy adecuada de la vida ‘‘política””.20 Durante gran parte del
siglo pasado fue difícil imaginar qué forma podría tener una vida social
democrática. Los partidos y las sectas políticas y sus teóricos, domina-
dos siempre por hombres, han tratado de enterrar los antiguos movi-
mientos políticos ““utópicos”” que forman parte de la historia de la lucha
por la democracia y por la emancipación de las mujeres y que apoyaban
formas diferentes o previas de organización y actividad política. La lec-
ción que debemos aprender del pasado es que teoría y una práctica ““de-
mocráticas”” que no sean al mismo tiempo feministas, servirán solamente
para mantener las formas de dominación, y por consiguiente, serán
solamente una burla de los ideales y los valores que presuntamente en-
carna la democracia.

Traducción: Sara Sefchovich

20
Carole Pateman

Notas

1
B. R. Barber, The death of communal liberty, Princeton, Princeton University Press,
1974, p. 273. Este comentario respecto a los ciudadanos soldados resulta muy
revelador, pues no hay razón por la cual las mujeres no pudieran ser ciudadanas
armadas que ayudaran a defender ala patrie (francés en el original), como han
mostrado las luchadoras en las guerrillas y en los ejércitos. Sin embargo, uno de los
principales argumentos de los antisufragistas, tanto en Inglaterra como en Estados
Unidos, fue que el enrolamiento de las mujeres debilitaría al Estado de modo fatal,
pues ellas son incapaces de portar armas. Sobre este tema ya me he extendido en mi
trabajo ““Women, Nature and the Suffrage””, Ethics, 90: 4, 1980, pp. 564-75. Otros
aspectos del argumento patriarcal de la naturaleza se analizarán más adelante.

2
S. Verba, N. Nie y J. O. Kim, Participation and Political Equality, Cambridge, Cambridge
University Press, 1978, p. 8.

3
M. Margolis, Viable Democracy, Harmondsworth, Penguin, 1979, p. 9.

4
J. G. Fichte, The Science of Rights, trad. al inglés de A. E. Kroeger, London, Trubner,
1889. Ver sobre todo el ““Apéndice”” 3.1. p. 439.

5
J. Locke, Two Treatises of Government, 2a. edición, editada por P. Laslett, Cambridge,
Cambridge Univesity Press, 1967, I. 47, 48, II, 82.

6
Para una visión más amplia de estos argumentos tan breves véase T. Brennan y C
Pateman, ““'Mere Auxiliaries to the Commonwealth': Women and the Origins of
Liberalism””, Political Studies, 27, 1979, pp. 183-200.; R. Hamilton, The Liberation of
Women: A Study of Patriarchy and Capitalism, London, Allen and Unwin, 1978; H.
Hartmann, ““Capitalism, Patriarchy and Job Segregation by Sex””, Signs, I: 3, Pt 2,
1976, pp. 137-70; A. Oakley, Housewife, Hamondsworth, Penguin, 1976, Caps. 2 y 3.
7
Las páginas que aquí se citan son de la edición de J. S. Mill ““La sujeción de las
mujeres”” en J. S. Mill y H. Taylor, Essays on Sex Equality, editado por A. Rossi,
Chicago, Chicago University Press, 1970.

8
Conviene destacar que, de manera Implícita, Mill distingue entre las acciones y
creencias de los maridos individuales y el poder que le otorga la estructura de la
institución del matrimonio al ““marido”” sobre su ““esposa””. El autor observa que el
matrimonio no esta así organizado para los pocos benevolentes a quienes se dirigen
los defensores de la esclavitud marital, sino para el hombre común y corriente,
incluidos aquellos que usan su poder físico para maltratar a sus esposas. Esta
distinción es importante y por lo general pasada por alto cuando los críticos del
feminismo ofrecen sus ejemplos de los ““buenos”” maridos individuales a quienes
ellos personalmente conocen.

9
Mill, como muchos otros feministas, observa la falta de sentido de justicia (que es
consecuencia del confinamiento en el ámbito doméstico) como el mayor defecto en el
carácter de las mujeres. La afirmación de que se trata de un defecto natural de las
mujeres es fundamental para la creencia ——que ignoran quienes escriben sobre demo-
cracia—— de que las mujeres son de manera inherente subversoras del orden politico

21
democracia

y una amenaza para el Estado. Sobre este problema véase mi artículo ““The Disorder
of Women: Women, Love and the Sense of Justice””, Ethics, 91:1,1980, pp. 20-34.

10
Esto no es necesario asegurarlo. La sujeción le debe bastante al trabajo (tan olvidado)
de William Thompson Appeal of One Half of the Human Race, Women, Against the
Pretensions of the Other Half, Men, to Retain them in Political, and Hence in Civil and
Domestic Slavery, New York, Source Book, Press, 1970, libro que originalmente se
publicó en 1871 y cuyo autor tenía la mayor disposición de cuestionar estos proble-
mas desde su perspectiva de una sociedad futura cooperativa-socialista e igualitaria.

11
Para una crítica muy temprana, véase por ejemplo M.Goot y E. Reid, ““Women and
Voting Studies: Mindless Matrons or Sexist Scientism””. Sage Professional Papers in
Contemporary Sociology, 1, 1975 y para una más reciente, véase por ejemplo J. Evans,
““Attitudes to Women in American Political Sciencie””, Government and Opposition,
15, I, 1980, pp. 101-14.

12
M. M. Lee, ““Why Few Women Hold Public Office: Democracy and Sexual Roles””,
Political Science Quarterly, 91, 1976, pp. 297-314.

13
Un análisis más detallado de la manera paradójica en que los teóricos políticos se
han referido al consentimiento de la mujer, así como referencias sobre las evidencias
empíricas sobre las cuales se basan estas observaciones, se podrán encontrar en mi
artículo ““Women and Consent””, Political Theory, 8, 2, 1980, pp. 149-68. En algunos
lugares, como por ejemplo en Nueva Gales del Sur, en el Sur de Australia y en
Victoria, Australia, la violación dentro del matrimonio ya constituye hoy día una
ofensa criminal. La reforma legal es sin duda muy bienvenida, pero a pesar de ella el
problema social permanece. Una de las conclusiones más tristes a que llegué duran-
te mi investigación fue la siguiente: que en lugar de que la violación sea ““un acto
excepcional que está en completa oposición a las relaciones consensuales que
comunmente funcionan entre los sexos... en realidad aparece como la expresión más
extrema, o como la extensión de la relación 'natural' y aceptada entre hombres y
mujeres”” (p. 161).

14
Por otra parte, la experiencia de las mujeres en la ““democracia participativa”” de
la nueva izquierda significó un mayor ímpetu para el renacimiento del movimiento
feminista. En efecto, la nueva izquierda le proporcionó un lugar para la acción
política y para el desarrollo de sus capacidades, además de que ideológicamente era
igualitarista. Y sin embargo, permaneció siempre la supremacía masculina en lo
referente a su organización y, sobre todo, en las relaciones personales. Vease S.
Evans, Personal Politics, New York, Knopf, 1979.

15
Para conocer lo que opinan las mujeres sobre el lugar tan ambiguo de la familia,
véase mi texto ““The Disorder of Women””; sobre la cuestión más amplia de lo públi-
co y lo privado, véase mi artículo ““Feminist Critiques oí the Public-Private Dichotomy””
en Conceptions of the Public and Prívate in Social Life, editado por S. Benn y C. Gaus,
London, Croom Helm, en prensa.

16
El constante aumento del empleo de las mujeres casadas ha sido una de las
características más sorprendentes del desarrollo del capitalismo en la posguerra. Y
sin embargo, convendría subrayar que las esposas de la clase trabajadora siempre

22
Carole Pateman

han estado en la fuerza de trabajo asalariada. En Inglaterra, en 1851, cerca de la


cuarta parte de las mujeres casadas estaban empleadas (ver Oakley, op. cit. p. 44.).
Es más, hasta finales de los años treinta, el servicio doméstico fue una de las princi-
pales ocupaciones de las mujeres (anque en general se trataba de solteras). Una de
las razones por las cuales Mill puede pasar por alto la importancia fundamental que
tienen las tareas de crianza de los hijos que desempeñan (privadamente) las mujeres
para su situación pública, es que las madres de la clase media tenían otras mujeres
que se los cuidaran. Así también, las sufragistas de clase alta y media podían irse a
la cárcel con la seguridad de que los sirvientes domésticos se ocuparían de sus
hogares y de sus hijos. Sobre esta cuestión, véase J. Liddington y J. Norris, One Hand
Tied Behind Us: The Rise of the Women's Suffrage Movement, London, Virago, 1978.

17
Z. R. Eisenstein, The Radical Future of Liberal Feminism, New York, Longman, 1980,
pp. 207-8.

18
Sobre el acoso sexual, véase por ejemplo C. A. Mackinnon, Sexual Harassment of
Working Women, New Haven, Conn, Yale University Press, 1979.

19
J. J. Rousseau, Emile, Traducción al inglés de B. Foxley, London, Dent, 1911, p.
328.

20
Véase, por ejemplo, el debate que entabla R. P. Petchesky en ““Reproductive Freedom:
Beyond 'A Woman's Right to Choose, Signs, 5, 4, 1980, pp. 661-85.

Sobre la autora: Carole Pateman es profesora en la Universidad de Sydney,


Australia, y miembro de la Academia de Ciencias Sociales de ese mismo
país. Es autora de muchos artículos y dos libros: Participation and
Democratic Theory y The Problem of Political Obligation. Actualmente traba-
ja en cuestiones de feminismo y teoría política. El artículo que aquí se
reproduce está tomado del libro Democratic Theory and Practice, editado
por Graeme Duncan y publicado por Cambridge University Press, en
1983.

23
democracia

De la revolución a la democracia*

Norbert Lechner

1. Un cambio de perspectiva

E
n los años 60 el tema central del debate político intelectual en
América del Sur es la revolución. La situación de la región, carac-
terizada por un estancamiento económico en el marco de una
estructura social tradicional y, por otra parte, por una creciente movili-
zación popular, es interpretada como un estado prerrevolucionario. Con-
trastando los cambios rápidos y radicales de la Revolución Cubana con
los obstáculos que encuentra la modernización desarrollista, se constata
la inviabilidad del modelo capitalista de desarrollo en América Latina y,
en consecuencia, la ““necesidad histórica”” de una ruptura revoluciona-
ria. Esta perspectiva adquiere tal fuerza que incluso un partido de centro
como la democracia cristiana propone una ““revolución en libertad”” en
Chile. La revolución aparece no sólo como una estrategia necesaria fren-
te a un dramático ““desarrollo del subdesarrollo””,1 sino también como
una respuesta respaldada por la teoría social.2 El debate intelectual gira
en torno a las ““situaciones de dependencia””, sea en una interpretación
histórico-estructural del imperialismo y de las constelaciones sociopolí-
ticas en los diversos países,3 sea en una versión más doctrinaria que
plantea ““socialismo o fascismo””4 como la alternativa de las sociedades
latinoamericanas.
Si la revolución es el eje articulador de la discusión latinoamerica-
na en la década del 60, en los 80 el tema central es la democracia. Al igual
que en el periodo anterior, la movilización política se nutre fuertemente

* Este es un capítulo del libro Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y


política. FLACSO , 1988.

24
Norbert Lechner

del debate intelectual. Su inicio ——al nivel regional—— data de la conferen-


cia sobre ““las condiciones sociales de la democracia”” que organizó el
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en 1978 en Cos-
ta Rica. Esta fue la última intervención de Gino Germani y la primera
salida internacional de Raúl Alfonsín.5 Desde entonces toda la atención
se centra en los procesos de transición que de manera gradual (Brasil,
Uruguay), acelerada (Argentina) o estancada (Chile) conducen a la ins-
tauración de instituciones democráticas, relegando los obstáculos de la
consolidación democrática (Perú, Bolivia) a un segundo plano. Tras la
experiencia autoritaria, la democracia aparece más como esperanza que
como problema. Cabe entonces preguntarse si los actuales vientos de
democratización son ““climas”” coyunturales o si inician una transforma-
ción social.
Antes de reseñar el desarrollo del debate intelectual de los últimos
años, quiero destacar las dificultades del intento. Independientemente
del inevitable sesgo personal y nacional del autor, resulta difícil recons-
truir un debate latinoamericano. Se trata, por un lado, de la heterogenei-
dad estructural o, por así decir, del carácter su géneris de la región, que
requiere y a la vez refuta los conceptos elaborados en las sociedades
capitalistas desarrolladas. Junto con las dificultades estructurales para
conceptualizar, hay dificultades históricas para generalizar; un mismo
fenómeno (como por ejemplo la democratización) tiene diferente signifi-
cado en Venezuela, Perú o Uruguay. Tanto la diversidad e inestabilidad
de los procesos sociales como las distintas experiencias históricas reper-
cuten sobre la producción intelectual, que tiende a ser dispersa y volátil.
Y si además consideramos la ausencia de revistas de teoría social de
circulación regional,6 resulta sorprendente que pueda hablarse de una
discusión latinoamericana como lo es, en efecto ——por su incidencia aun
en otros países—— el debate que se desarrolla en Brasil y el Cono Sur sobre
los procesos de democratización?

2. La experiencia de nuevo autoritarismo


La perspectiva de la democracia nace de la experiencia autoritaria en los
años 70. A partir del golpe militar de 1973 en Chile, los anteriores golpes
de Brasil (1964), Perú (1968) y los posteriores en Uruguay (1973) y Ar-
gentina (1976) adquieren una significación común. Sin ignorar los ras-
gos específicos en cada país, particularmente en Perú bajo Velasco

25
democracia

Alvarado,8 el nuevo autoritarismo se constituye como una experiencia


compartida: experiencia de una violencia sistemática, de un orden
programáticamente autoritario y excluyente.
El objetivo de los golpes no es tanto el derrocamiento de determina-
do gobierno como la fundación de un nuevo orden. Se busca imponer
una nueva normatividad y normalidad mediante procedimientos pro-
pios a una ““lógica de la guerra””: la aniquilación del adversario y la
abolición de las diferencias. De ahí un primer rasgo de la discusión inte-
lectual pos-73: la denuncia del autoritarismo en nombre de los derechos huma-
nos. Los intelectuales no luchan en defensa de un proyecto, sino por el
derecho a la vida de todos. Y es en torno a los derechos humanos que se
organiza una solidaridad internacional, proyectando a los intelectuales
más allá de sus fronteras.
La crítica intelectual ya no invoca el futuro (la revolución) contra el
pasado (el subdesarrollo). Por el contrario, asume la defensa de una tra-
dición en contra de la ruptura violenta. Junto a la crítica se inicia una
autocrítica al anterior protagonismo revolucionario (del cual Régis Debray
fue la encarnación más conocida). Tiene lugar una nítida ruptura con la
estrategia guerrillera.9
La gran enseñanza de los golpes militares es que el socialismo no
puede (no debe) ser un golpe.10
Pero la principal preocupación del debate intelectual de esos años
es el análisis de los orígenes y la naturaleza del nuevo régimen autoritario. Muy
temprano queda claro que no se trata de un fascismo,11 noción relegada
al trabajo partidista de agitación. A partir del texto seminal de Guillermo
O'Donnell sobre el Estado Burocrático Autoritario,12 el Estado deviene el
eje aglutinador de la investigación social en toda la región. Tanto la
Revista Mexicana de Sociología13 como algunas antologías14 ofrecen un
panorama de la extensa producción, varias de excelente nivel.
¿Por qué se interrumpe, por 1981, el estudio del Estado? No existe
un balance crítico del debate, lo cual ilustra la escasa autorreflexión de
los intelectuales y, por ende, las dificultades a conformar una tradición
intelectual. Posiblemente la discusión sobre el Estado se agote en tanto
conlleva (al igual que anteriormente los estudios sobre la dependencia)
un factor de ““moda””; el Estado Burocrático Autoritario es una ““nove-
dad”” de la cual hay que dar cuenta. Una vez que aparece consolidado y
adquiriendo duración, se busca fuera de él la innovación, o sea, la trans-
formación del estado de cosas existentes. Ello nos sugiere una razón más
profunda para el súbito desplazamiento del debate: la crítica al Estado
26
Norbert Lechner

Autoritario desemboca en la crítica a la concepción estatista de la políti-


ca, vigente hasta entonces. En efecto, la preocupación por el desarrollo
solía ir a la par con el énfasis en el Estado como el principal agente del
desarrollo; frente a la insuficiencia o franca falsedad de la ““democracia
burguesa”” se atribuía al Estado la responsabilidad por solucionar los
problemas sociales. Particularmente en las izquierdas predominaba la
idea hegeliana del avance del Estado como despliegue de la libertad:
ampliando la intervención estatal, la gente se emanciparía de las condi-
ciones de miseria en que se encontraba alienada. Este imaginario colec-
tivo se ve cuestionado por la omnipotencia y omnipresencia de la
dictadura militar. En América Latina es el Estado Autoritario (y no un
Estado de Bienestar keynesiano) el Leviatán frente al cual se invoca el
fortalecimiento de la Sociedad Civil. De este modo, precisamente el desa-
rrollo del Estado (autoritario) obliga a repensar las formas de hacer polí-
tica.
En parte, la reflexión sobre el autoritarismo prosigue en los estu-
dios sobre el pensamiento neoliberal. Al respecto cabe destacar un ele-
mento importante. A pesar de la fuerte influencia del neoliberalismo y
neoconservadurismo en los gobiernos autoritarios, sobre todo a través
de su ““modelo económico””, no se trata de un pensamiento latinoameri-
cano propio. Son traducciones de Hayek, Huntington o de la escuela del
““public choice””. Ello remite a un fenómeno más general: no obstante el
peso de las derechas ——tradicionales o ““neocapitalistas””—— en el desa-
rrollo social y político de la región, no existe una intelectualidad de dere-
chas. Hay figuras aisladas, pero aun ellas no presentan un pensamiento
político fuerte, en polémica con el cual las izquierdas puedan elaborar
sus propias posiciones. (Pensemos en la polémica de Gramsci con Croce
o de Habermas con Luhmann). No pudiendo enfrentarse a una interpre-
tación liberal-conservadora de la realidad latinoamericana, la
intelectualidad de izquierdas tiende a elaborar su crítica a través de la
discusión europea o norteamericana, lo cual puede distorsionar sus es-
fuerzos por teorizar la práctica social en América Latina. Pero, ante todo,
oscurece la lucha por definir la significación de la democracia.

3. El nuevo ambiente intelectual


Es conocida la ““violencia institucionalizada”” que destruyó la vida uni-
versitaria y reprimió la actividad cultural. Muchos intelectuales tuvie-

27
democracia

ron que refugiarse en el exilio, otros pudieron quedarse en sus países


creando ““centros informales”” de trabajo. Una y otra ““solución de sobre-
vivencia”” modificaron la producción intelectual. Resaltaré cuatro as-
pectos que inciden en la revalorización de la democracia.
1) El golpe significa una dramática alteración de la vida cotidiana.
Aunque poco visible, este hecho tiene gran impacto en la tradición más
bien elitista y libresca de la intelectualidad. Para muchos intelectuales la
pérdida de la seguridad material y la erosión de los criterios de normali-
dad provocan una situación de incertidumbre (cognitiva y emocional)
que favorecen no sólo una revisión biográfica, sino igualmente la per-
cepción de problemas habitualmente no considerados como, por ejem-
plo, la misma vida cotidiana. Pero además la incertidumbre tiene otra
consecuencia que me parece muy importante: fomenta una apreciación
diferente de los procedimientos democrático-formales. Muchos intelec-
tuales habían vivido la ““democracia burguesa”” como una ilusión o ma-
nipulación, incapaz de asumir los imperativos del desarrollo; la
dictadura les enseña el carácter político de las cuestiones supuestamen-
te técnicas.
Si no hay una ““verdad”” establecida o hábitos reconocidos por to-
dos, entonces se hace indispensable instaurar ““reglas de juego”” que per-
mitan defender los ““intereses vitales”” y negociar un acuerdo sobre las
opiniones en pugna. La revalorización de la antes criticada ““democra-
cia formal”” se inicia, pues, a partir de la propia experiencia personal
más que de una reflexión teórica. Y no obstante el carácter primordial-
mente defensivo, esta experiencia probablemente repercuta sobre el arrai-
go afectivo que tenga la democratización en las izquierdas.
2) El exilio, pero también el trabajo en los centros privados naciona-
les conllevan una circulación internacional de los intelectuales antes des-
conocida. Santiago de Chile hasta 1973 y posteriormente Ciudad de
México se transforman en centros de un debate latinoamericano. No se
trata solamente de una ““latinoamericanización”” obligada por el exilio.
A mediados de los 70 comienzan a multiplicarse los seminarios regiona-
les y, a iniciativa de CLACSO, grupos de trabajo regionales, configurán-
dose una especie de universidad itinerante que reemplaza los claustros
vigilados. Esta transnacionalización disminuye el provincialismo (fre-
cuentemente complementado por un ““europeísmo”” acrítico) y facilita la
renovación de un pensamiento político relativamente autónomo de las
estructuras partidistas en cada país. Adquiriendo mayor autonomía res-
pecto a las organizaciones políticas, la discusión intelectual (sobre todo
28
Norbert Lechner

en las izquierdas) logra desarrollar un enfoque más universalista (me-


nos instrumental) de la política.
3) Otro aspecto particularmente relevante para los intelectuales de
izquierda fue la apertura intelectual. Los golpes militares desmistifican
la fe revolucionaria y hacen estallar un marxismo dogmatizado (recuér-
dese la influencia de Althusser y Poulantzas en los 60). De un modo
cruel y muchas veces traumático acontece una ““crisis de paradigma””,
con un efecto benéfico empero: la ampliación del horizonte cultural y la
confrontación con obras antes desdeñadas o ignoradas. Es significativo
que una editorial socialista traduzca los escritos políticos de Weber y
Carl Schmitt. La recepción masiva de Gramsci a mediados de los 70, de
Foucault posteriormente y el actual interés por Habermas señalan algu-
nas de las principales lecturas. Frecuentemente se trata de ““lecturas de
moda””, sin provocar una apropiación crítica de los enfoques. Hoy pre-
valece cierto eclecticismo en que pueden mezclarse elementos de Marx
Weber, Agnes Heller y Norberto Bobbio. Así y todo, me parece ser un
fenómeno saludable en la medida en que significa el abandono de la
exégesis o la ““aplicación”” de una teoría preconstituida y se busca dar
cuenta de determinada realidad social.
En este contexto habría que situar el papel del marxismo. Aunque
influyera en el pensamiento económico (““estructuralismo””) y sociológi-
co (““dependencia””), nunca alcanzó a tener arraigo masivo en la región.
En países con una estructura predominantemente agraria, marcada por
el mundo de la hacienda, una larga historia de caudillismo y golpes de
Estado y la experiencia siempre actualizada del imperialismo hace más
sentido el enfoque leninista. Bien visto, sin embargo, se trata de un senti-
do todavía tradicional en tanto remite a una verdad oculta que una revo-
lución podría develar y realizar. Hoy la compleja diferenciación social
en América del Sur ya no permite concebir la lucha por la libertad y la
igualdad en términos esencialistas. Desde luego, se sigue editando el
manual de Marta Harnecker,15 pero, en general, el uso de Marx ha perdi-
do su connotación cuasirreligiosa. En el caso de América del Sur (a dife-
rencia de México y América Central) quizás sea más correcto hablar de
un posmarxismo, al menos en el debate intelectual. Las críticas de Laclau
y Nun16 contra el reduccionismo o los análisis históricos sobre el deno-
minado ““desencuentro entre América Latina y Marx””17 y los avatares de
un ““marxismo latinoamericano””18 son una especie de ajuste de cuentas
con ““los marxismos”” y simultáneamente intentos de actualizar esa tra-
dición como punto de partida para pensar la transformación democrática
29
democracia

de la sociedad. Hasta ahora estos esfuerzos de renovación han quedado


reducidos al ámbito intelectual, encontrando poco eco en los partidos de
izquierda.
4) Un cuarto punto a destacar es la creciente profesionalización aca-
démica de los intelectuales, sea mediante la ampliación y moderniza-
ción de la universidad (Brasil), sea justamente a la inversa, por su
desplazamiento a un mercado informal (centros privados) sumamente
competitivo. Ambas situaciones aceleran los procesos de especializa-
ción, borrándose la imagen tradicional del intelectual como creador y
transmisor del sentido de la vida social. Vuelve a primar el crítico por
sobre el profeta y la vocación política ya no se apoya en un compromiso
de militancia partidista.
Para resumir el cambio del ambiente intelectual quiero enfatizar la
nueva densidad del debate, basada en un mayor contacto intrarregional
(especialmente en el Cono Sur), una mayor disciplina académica y una
mayor responsabilidad política. A pesar del carácter muchas veces errá-
tico de la investigación, el conocimiento de las distintas realidades na-
cionales es hoy mucho más profundo y extendido. Aunque suene
paradojal, aun bajo circunstancias tan adversas como las chilenas, las
Ciencias Sociales han tenido su mayor desarrollo en la última década,
tanto por la diversidad temática y riqueza del análisis como en términos
de productividad.19

4. Pensar la alternativa
Alrededor de 1980 y especialmente a partir de la crisis económica
agudizada en 1982, la atención se desplaza del autoritarismo hacia la
democratización. En el debate sobre la alternativa democrática sobresa-
len dos pasos que preparan una renovación del pensamiento político
latinoamericano.
Por una parte, una revalorización de la política. La izquierda, en-
frentada a la Doctrina de la Seguridad Nacional20 y la ofensiva de
neoliberales y neoconservadores,21 descubre que la política no tiene una
significación única y unívoca. Un eje fundamental de la lucha política es
precisamente la lucha por definir qué significa hacer política.22 A través
de la crítica a la doctrina militar y al pensamiento neoliberal, el debate
intelectual elabora una resignificación de la política, de la cual mencio-
naré tres características.

30
Norbert Lechner

1) La contraposición de una ““lógica política”” a la ““lógica de la


guerra””. En toda sociedad de clases las relaciones sociales son conflicti-
vas; los conflictos devienen guerra cuando la vida de un sujeto ——su
razón de ser—— depende de la muerte del otro. Interpretando las divisio-
nes sociales como antagonismos excluyentes (socialismo o fascismo, li-
bertad o comunismo), las relaciones quedan reducidas a un sólo límite
clasificatorio: amigo o enemigo. La lógica de la política no apunta al
aniquilamiento del adversario, sino, por el contrario, al reconocimiento
recíproco de los sujetos entre sí.
2) No se puede concebir una política democrática a partir de la
““Unidad Nacional”” o alguna identidad presocial, sino a partir de las
diferencias. Se trata, en palabras de Hannah Arendt, de la condición
humana de la pluralidad; la pluralidad es específicamente la condición
de toda vida política 23 Este punto, al igual que el anterior, conlleva una
autocrítica del planteo tradicional de la izquierda: la lucha de clases no
puede ser concebida ni como una guerra a vida o muerte ni como una
lucha entre sujetos preconstituidos. Sólo abandonando la idea de una
predeterminación económica de las posiciones político-ideológicas se
hace posible pensar lo político.24 Y uno de los rasgos específicos de la
construcción de un orden democrático es justamente la producción de
una pluralidad de sujetos.
3) Una revisión autocrítica de la izquierda se desprende también de
una tercera objeción a las concepciones autoritario-neoliberales: la sig-
nificación instrumentalista de la política. Tanto la tradición marxista
como la doctrina militar y el pensamiento neoliberal comparten (con
signos diferentes) un mismo esquema interpretativo: el presente como
una ““transición”” hacia la realización de una utopía. Que el futuro sea
imaginado como mercado o como sociedad sin clases, se trata de un
orden pospolítico. Y al concebir la ““abolición de la política”” como una
meta factible, la acción política presente tiene un carácter exclusivamen-
te instrumental. Para superar este enfoque se ha propuesto una recon-
ceptualización de la utopía como una imagen de plenitud imposible,
pero indispensable para descubrir lo posible.25
Por otra parte, tiene lugar una revalorización de la sociedad civil. En
algunos países, como por ejemplo Brasil, ello es el reflejo de un drástico
y exitoso proceso de modernización.26 En otros países como Bolivia y
Perú, pero también en sociedades relativamente desarrolladas como Ar-
gentina, Chile y Uruguay, se trata, por el contrario, de una profunda
preocupación por el grave deterioro de las condiciones de vida. En am-
31
democracia

bos casos el interés por la sociedad civil tiene una clara connotación
política: las condiciones sociales de la democracia. De este modo se logra
““politizar”” la preferencia de las fundaciones extranjeras por análisis
empíricos (demografía, necesidades básicas, situación de la mujer y la
juventud) sin caer en intervenciones inaceptables como el famoso Plan
Camelot de la CIA en los 60. Trátese de temas clásicos de la sociología
latinoamericana (estructura social, desarrollo agrario, sindicalismo) o
temas nuevos (movimientos sociales y regionales, violencia urbana, cul-
tura popular), los enfoques suelen enfatizar los aspectos políticos habi-
tualmente no considerados del proceso social. Al respecto nada es más
relevante que el esfuerzo de algunos de los principales centros de inves-
tigación sociológica por publicar revistas sociopolíticas para un público
amplio: por ejemplo, en Lima Qué Hacer y Socialismo y Participación por
parte de DESCO y CEDEP, respectivamente; en Sao Paulo Novos Estudos y
Lua Nova por CEBRAP y CEDEP; en Buenos Aires Punto de Vista y La Ciudad
Futura por el Club Socialista. Este intento por socializar el debate intelec-
tual no deja de ser precario (un mercado restringido por la misma crisis
económica); sin embargo, demuestra el interés de los intelectuales por
arraigar la democratización en los problemas concretos de la gente co-
mún. La preocupación por la reconstrucción del tejido social responde
desde luego a la herencia de unas dictaduras devastadoras, pero a la vez
está influida por los planteamientos neoliberales. Al recoger las objecio-
nes antiestatistas se prepara la superación de la tradición borbónica (y
napoleónica) del Estado que prevalecía en la región, aunque muchas
veces el precio de un liberalismo ingenuo. Considerando las fuertes raí-
ces del autoritarismo y del estatismo en las sociedades latinoamerica-
nas, probablemente sea una reacción inevitable para poder abordar la
cuestión del Estado en una perspectiva democrática.

5. El debate teórico sobre la democracia


Conviene distinguir entre procesos de transición y procesos de consoli-
dación democrática, pues se enfrentan a distintas prioridades de proble-
mas. En el primer caso (Chile) la discusión sobre la democracia tiende a
ser más paradigmática, buscando determinar y legitimar un orden alter-
nativo al orden autoritario. La dificultad de la reflexión teórica reside en
el hecho de que no tiene lugar una ruptura radical e integral entre dicta-
duras y democracia, sino ““situaciones de encuentro””.27 Una vez instau-

32
Norbert Lechner

rada una institucionalidad democrática, la atención se vuelca hacia pro-


blemas concretos, estructurándose el debate en torno a temáticas secto-
riales (inflación y desempleo, marginalidad urbana, reestructuración de
la universidad, etc.).
Restringiéndome a la revisión teórica de la cuestión de la democra-
cia por parte de la izquierda, destacaré, aparte de los puntos menciona-
dos en el párrafo anterior, el pacto sobre las ““reglas de juego””.
El grueso del debate político intelectual puede ser situado dentro de
la temática ““neocontractualista””. En sociedades convulsionadas, cuya
historia política se caracteriza por situaciones de empate catastrófico y
vetos recíprocos (Argentina, Bolivia), por una fuerte polarización ideoló-
gica (Chile, Perú) o bien por mecanismos tradicionales de dominación
(Brasil, Colombia, Ecuador), la idea del pacto y las estrategias de
concertación significan importantes innovaciones. Ellas responden ——
tras la experiencia de desorden bajo los gobiernos autoritarios—— a una
aspiración generalizada por una institucionalidad estable y participativa.
Recordemos el plebiscito de 1980 en Uruguay, las movilizaciones
multitudinarias en 1983 en Argentina y de 1984 en Brasil. Apoyada en
tal respaldo masivo, la noción de pacto expresa la búsqueda de un acuer-
do complejo y confuso en que se sobreponen la restauración de ““reglas
de juego”” fundamentales, la negación de un itinerario y un temario míni-
mos para la transición así como el establecimiento de mecanismos de
concertación socioeconómica.
Aunque analíticamente podamos distinguir entre pacto constitu-
cional (y el respectivo debate sobre la vigencia de una especie de ““contra-
to social”” hoy en día), un pacto político para la transición (como las
Multipartidarias en Argentina y Uruguay o la Alianza Democrática en
Brasil) y un pacto social strictu sensu (acuerdo patronal-sindical-estatal),
de hecho los tres niveles se entrelazan necesariamente en las situaciones
de transición.
Otra dificultad que enfrenta el debate sobre el pacto radica en la
tensión entre la reconstrucción del sistema político y las exigencias de
gobernabilidad. El ejemplo de Alfonsín ilustra dramáticamente cómo el
propósito de concertar un sistema político se ve interferido e incluso con-
tradicho por la urgencia de gobernar. El tema de la decisión política nos
remite a un problema clásico de la teoría democrática: la relación entre
pluralidad y voluntad colectiva. Desde este punto de vista, la situación
latinoamericana resalta algunas cuestiones de la democracia con una
fuerza mayor que el debate europeo.28
33
democracia

En América Latina la actual revalorización de los procedimientos e


instituciones formales de la democracia no puede apoyarse en hábitos
establecidos y en normas reconocidas por todos. No se trata de restaurar
normas regulativas, sino de crear aquéllas constitutivas de la actividad
política: la transición exige la elaboración de una nueva ““gramática””.29
Es decir, el inicio del juego democrático y el acuerdo sobre las reglas de
juego son dos caras (simultáneas) de un mismo proceso.
De ahí se desprenden tres tipos de problemas. Un primer eje de la
discusión se refiere a la articulación entre formas institucionales y conte-
nido político o, empleando una expresión de Angel Flisfisch, entre pacto
y proyecto. Frente a la gravedad de la crisis económica (desocupación,
inflación, deuda externa) la izquierda tiende a otorgar prioridad al dise-
ño de un proyecto de desarrollo, capaz de satisfacer lo más amplia y
rápidamente posible las reivindicaciones sociales. Presumir que las ““ne-
cesidades básicas”” son datos objetivos que puedan ser resueltos me-
diante soluciones técnicas significa, sin embargo, repetir el enfoque
tecnocrático de los gobiernos militares. Hay que enfocar la resolución de
la crisis como una decisión política. Y ello supone mecanismos institu-
cionales para la elaboración de opciones y toma de decisiones. Vale de-
cir: no hay proyecto sin pacto. La resolución de la crisis económica y la
construcción del sistema democrático han de ser abordados como proce-
sos simultáneos.
En segundo lugar, cabe preguntarse por la fuerza vinculante de los
procedimientos formales. La validez de un ““contrato”” remite a una nor-
matividad externa a él. Y no existe en estos países la norma fundamental
o un consenso social básico sobre el cual fundar un reconocimiento de
los procedimientos institucionales por parte de todos. Por consiguiente,
hay que elaborar, junto con las reglas de juego, aquel fundamento nor-
mativo por medio del cual éstas adquieren sentido.
Formulado en otras palabras: no existiendo un acuerdo común so-
bre la significación de una política democrática, no existe un horizonte
de posibilidades que ——compartido por todos encauce el cálculo estraté-
gico de cada participante. Hay que redefinir lo posible, no como perspec-
tiva unilateral de cada actor, sino como obra colectiva 30 Es por medio de
tal marco colectivo de posibilidades que una sociedad delimita qué es-
trategias son racionales y qué decisiones son legítimas.
Ahora bien, ¿cómo instituir lo colectivo en sociedades que se carac-
terizan por una profunda heterogeneidad estructural? Ello nos remite a
un tercer problema. No se puede concebir el acuerdo sobre las ““reglas de
34
Norbert Lechner

juego”” como un pacto entre sujetos constituidos ex ante. A diferencia de


Europa, donde los procesos políticos se encuentran mucho más institu-
cionalizados, en América Latina es más visible la permanente descom-
posición y recomposición de las identidades políticas. También aquí
opera la inercia histórica, pero precisamente en las situaciones de crisis
aflora plenamente la productividad de la política en tanto constitución
de sujetos colectivos. El pacto no sería algo exterior y posterior a los
sujetos, sino la institucionalidad por medio de la cual y junto con la cual
se constituyen las identidades colectivas. Por consiguiente, me parece
inadecuada la idea liberal de la democracia como ““mercado político””.
Tampoco se trata de restringirla a las corporaciones existentes. Un rasgo
sobresaliente de los procesos de transición democrática pareciera ser
justamente éste: el orden y los sujetos se forman conjuntamente en un
mismo movimiento.31
Por lo mismo, son evidentes las dificultades de una democratiza-
ción en América Latina: ¿es posible aquel reconocimiento recíproco a
través del cual se constituyen las identidades políticas bajo condiciones
de fuerte desigualdad social? En las sociedades latinoamericanas, parti-
cularmente en las andinas, las diferencias sociales (económicas, cultu-
rales, étnicas o regionales) se cristalizan en relaciones de desigualdad o
ni siquiera se integran, quedando una yuxtaposición de ““islas”” en un
archipiélago. En ambos casos no se trata de una diferencia constitutiva de
la pluralidad. Por consiguiente, los conflictos suelen acercarse más a
relaciones de guerra que de distinción competitiva. Sigue pendiente la
““cuestión nacional””32 y, más concretamente, la delimitación de un espa-
cio político.33 En estas situaciones, ¿qué vigencia puede tener la idea de
una ““comunidad de hombres libres e iguales”” como representación de ““lo
colectivo””? ¿A través de qué instancia pueden estas sociedades reconocer-
se y afirmarse a sí mismas en tanto colectividad? La instancia ““clásica”” es
la forma de Estado. Pero ésta se encuentra cuestionada por el desmorona-
miento del Estado Autoritario. Y, por otra parte, no contamos con una
reconceptualización del Estado en tanto Estado Democrático. Esta me
parece ser la laguna principal en el debate sobre la democratización.
Los problemas esbozados podrían ser resumidos en una temática
que ——de modo aún larvada—— aglutina la discusión actual: la seculariza-
ción de la política. En una región tan impregnada por la Iglesia Católica y
la religiosidad popular no es fácil renunciar a la pretensión de querer
salvar el alma mediante la política. Ello explica muchos rasgos de la

35
democracia

práctica política en América Latina. Ahora bien, tampoco hay que caer
en el extremo opuesto: una especie de hipersecularización que identifica
la racionalidad con la racionalidad formal. Lo que pareciera exigir una
concepción secularizada es renunciar a la utopía como objetivo factible,
sin por ello abandonar la utopía como el referente por medio del cual
concebimos lo real y determinamos lo posible. Queda así planteada una
tarea central de la democratización: un cambio de la cultura política. Sus
posibilidades y tendencias están condicionadas por los criterios de nor-
malidad y naturalidad que desarrolla la gente común en su vida cotidia-
na. Serán las experiencias concretas de violencia y miedo, de miseria y
solidaridad, que hacen el sentido de la democratización y del socialis-
mo.

6. El debate socialista
En fin, ¿qué se hizo de la idea motriz de la revolución: el socialismo?
También en América del Sur las izquierdas sufren una crisis de proyecto.
¿Qué transformaciones propugnan? ¿Cuál es el orden posible y desea-
do? No parece exagerado hablar de una crisis de identidad. ¿Qué significa
socialismo hoy en día en estas sociedades? La idea de una sociedad socia-
lista pareciera haber perdido actualidad. En algunos países la referencia
al socialismo aparece como un sueño nostálgico o simplemente demodée.
En otros países, donde tuvo mayor arraigo histórico, se vacían los refe-
rentes tradicionales dando lugar a un fraccionamiento organizativo. En
este contexto de disgregación, pensando a partir de la derrota, es en buena
parte mérito de intelectuales de izquierda haber planteado la democra-
cia como la tarea central de la sociedad. La construcción del orden social
es concebida como transformación democrática de la sociedad.
El vuelco de la discusión intelectual hacia la cuestión democrática
significa una importante innovación en unas izquierdas tradicional-
mente más interesadas en los cambios socioeconómicos.34 Se inicia un
proceso de renovación, cuyos resultados empero todavía no son previsi-
bles. Por su mismo carácter intelectual, más dado a la crítica y la duda
que a las consignas, el debate ha logrado cuestionar a las afirmaciones
consagradas, pero sin elaborar una nueva concepción. ¿Cómo se articu-
lan democracia y socialismo? Dos ejemplos ilustran la difícil trayectoria
de una discusión a mitad de camino entre la ortodoxia y la renovación.
Un caso significativo es el lugar privilegiado que ocupa tradicionalmen-

36
Norbert Lechner

te la lucha de clases. Criticando las connotaciones de la interpretación


leninista (antagonismo irreconciliable, la clase obrera como sujeto
preconstituido, el partido como vanguardia, la guerra revolucionaria), el
pensamiento renovador abandona el concepto de ““lucha de clases””, sin
precisar un enfoque alternativo. Pero además, primordialmente preocu-
pado por la concertación de un orden viable y estable, tiende a soslayar
el conflicto mismo. El énfasis en el compromiso ——acertado a la luz de la
experiencia histórica—— corre el peligro de impulsar una ““neutraliza-
ción”” despolitizadora de los conflictos sociales, forjando una visión ar-
moniosa y, por tanto, equivocada de la democracia.
Un segundo ejemplo es la propia noción de socialismo. Este es in-
vocado principalmente por los sectores ortodoxos, que lo siguen plan-
teando como una ““necesidad histórica””, consecuencia de la crisis y el
derrumbe del capitalismo. Las corrientes renovadoras, en cambio, privi-
legian la democracia política, sin mostrar similar creatividad para re-
pensar el socialismo. A lo más se anuncia una perspectiva: el socialismo
como profundización de la democracia? Esta perspectiva elimina las
connotaciones teleológicas y objetivistas del enfoque ortodoxo, pero plan-
tea otra interrogante: ¿cómo compatibilizar la prioridad otorgada a los
procedimientos formales con la defensa de determinados contenidos,
históricamente referidos a la superación de la explotación económica y
la desigualdad social? Al respecto se nota la ausencia de estudios deta-
llados sobre el estado actual del capitalismo en América Latina (de una
““crítica de la economía política””). Ello podría explicar, al menos en par-
te, el desconcierto de los grupos socialistas ante constricciones aparente-
mente inexorables (¿hay una política socialista de austeridad económica
en el marco de una democracia?). Se trata, en el fondo, de redefinir el
referente social para una mayoría socialista o, dicho en otros términos,
de repensar un proyecto de transformación social con el cual se puedan
identificar las amplias mayorías. En este campo los avances son míni-
mos y ni siquiera en países con una fuerte presencia de la izquierda
(Perú, Chile) puede hablarse sinceramente de un proyecto socialista.
Cabe presumir que de la misma democratización vuelva a surgir el
tema del socialismo. Su actualidad empero ya no radicaría en la creación
revolucionaria de un ““hombre nuevo”” (Che Guevara), sino en la dinámi-
ca de un proceso de subjetivación, siempre tensionado entre la utopía de
una subjetividad plena y las posibilidades de la reforma institucional.

37
democracia

Notas
1
Frank, Andre Gunder: Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Monthly
Review Press, 1967.

2
Cardoso, F. H. y F. Weffor (eds.): América Latina: ensayos de interpretación sociológico-
política, Santiago, 1970.

3
Cardoso, F. H. y Enzo Faletto: Dependencia y desarrollo en América Latina, México,
1969 (1a. ed.).

4
Dos Santos, Theotonio: Socialismo o fascismo, dilema latinoamericano, Santiago, 1969.

5
Los materiales fueron publicados en Crítica & Utopía, núms. 1, 2, y 4.

6
Con la excepción parcial de la Revista Mexicana de Sociología, Crítica & Utopía y de
Pensamiento Iberoamericano.

7
Limito mis reflexiones al ámbito sudamericano; para dar cuenta del debate intelec-
tual en México, América Central y el Caribe habría que incluir otros considerandos.

8
Pease, Henry: El ocaso del poder oligárquico, Lima, 1977.

9
Petkoff, Teodoro: Proceso a la izquierda, Barcelona, 1976.

10
Weffort, Francisco: ¿Por qué democracia? Sao Paulo, 1984.

11
Borón, Atilio: ““El fascismo como categoría histórica, En torno al problema de las
dictaduras en América Latina””, Revista Mexicana de Sociología, 1977/2.

12
O'Donnell, Guillermo: Reflexiones sobre las tendencias de cambio en el Estado Burocráti-
co-Autoritario, Documento CEDES, Buenos Aires, 1976. (También en Revista Mexica-
na de Sociología, 1977/1.)

13
Revista Mexicana de Sociología, 1977/1 y 2; 1978/3 y 4.

14
Malloy, James (ed.): Authoritarianism and corporatism in Latin American, Pittsburg
University, 1976; Collier, David (ed.): The New Authoritarism in Latin America, Prince-
ton University, 1979; Lechner, Norbert (ed.): Estado y política en América Latina, Méxi-
co, 1981 (1a. ed.).

15
Harnecker, Marta: Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, México,
1968 (la. ed.).

16
Laclau, Ernesto: Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, 1978 (la. ed.); Nun,
José: ““El otro reduccionismo””, en Zona Abierta 28, Madrid, 1983.

17
Aricó, José: Marx y América Latina, Lima, 1980.

18
Aricó, José (ed.): Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México,
1978; Portantiero, Juan Carlos: ““Socialismo y política en América Latina””, en Lechner
38
Norbert Lechner

(ed.): ¿Qué significa hacer política? Lima, 1982. Moulian, Tomás. Democracia y Socialis-
mo en Chile, FLACSO, 1983 y la revista Socialismo y Participación.

19
Portes, Alejandro: ““From Dependency to Redemocratization. New Themes in
Latin American Sociology””, en Contemporary Sociology, sept. 1984.

20
Arriagada, Genaro y M. A. Carretón: ““Doctrina de Seguridad Nacional y régimen
militar””, en Estudios Sociales Centroamericanos 20 y 21, Costa Rica, 1978.

21
Revista Mexicana de Sociología, número especial, 1981.

22
Lechner, Norbert (ed.): ¿Qué significa hacer política? DESCO, Lima, 1982.

23
Arendt, Hannah: La condición humana, Barcelona, 1978.

24
Laclau, Ernesto: Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, 1978 (1a. ed.).

25
Hinkelammert, Franz: Crítica de la razón utópica, Costa Rica, 1984.

26 Almeyda, Maria Herminia y B. Sorj: Sociedade e política no Brasil post-64, Sao


Paulo, 1983 (1a. ed.).

27
Delich, Francisco: ““Teoría y práctica política en situaciones de dictadura””, en
Crítica & Utopía 8, Buenos Aires, 1982.

28
Bobbio, Norberto y otros: Crisis della democrazia e neo contrattualismo, Roma, 1984;
Bobbio, Norberto: Il Futuro del la democrazia, Torino, 1985; Veca, Salvatore: ““Identitá
e azione collectiva””, en Materiali Filosofici, 1981/6.

29
De Ipola, Emilio y J. C. Portantiero: ““Crisis social y pacto democrático””, en Punto
de vista 21, Buenos Aires, 1984.

30
Flisfisch, Angel: Hacia un realismo político distinto, Documento FLACSO, Santiago,
1984; Landi, Oscar: El discurso sobre lo posible, Estudios CEDES, Buenos Aires, 1985.
(Ambos artículos se encuentran ahora en N. Lechner, comp.: ¿Qué es el realismo en
política? Buenos Aires, 1987).

31
Andrade, Régis: ““Sociedad, política, sujeto-variaciones sobre un viejo tema””, en
Crítica & Utopía 8, Buenos Aires, 1982; Landi, Oscar: Crisis y lenguajes políticos,
Estudios CEDES, Buenos Aires, 1982.

32
Cotler, Julio: Clases, Estado y nación en el Perú, Lima, 1978.

33
Calderón, Fernando: La política en las calles, Cochabamba, 1982.

34
Dos revistas han dedicado recientemente un número especial a las izquierdas y el
debate socialista en la región: Amérique Latine No. 21 (París, 1985) y Plural, núm. 3
(Rotterdam, 1984).

35
Moulian, Tomás: Democracia y socialismo en Chile, FLACSO, Santiago: Weffort, Fran-
cisco: ¿Por qué democracia? Sao Paulo, 1984.

39
democracia

Derechos humanos para la democracia

M. Teresita De Barbieri

E
l artículo de Norbert Lechner constituye una interesante síntesis
de algunas de las preocupaciones de los intelectuales latinoame-
ricanos acerca de las posibilidades de la democracia en la re-
gión. Tomando como eje la producción de politólogos y sociólogos, du-
rante 20 años en América Latina ——de la revolución al Estado autoritario
y a la democracia——, Lechner se pregunta acerca de la restauración y la
recreación de reglas del juego político, la relación entre pluralidad y
construcción de consensos, el reconocimiento para las constituciones de
identidades políticas. Como tema central de la democratización, percibe
el problema de la cultura política en sociedades como las nuestras, ca-
racterizadas por profundas desigualdades estructurales, y que no han
hecho más que crecer en esta última década.
Estas notas no tienen otra pretensión que agregar algunas dimen-
siones a las preocupaciones de Lechner, que desde mi punto de vista
deberían ser tenidas en cuenta en el debate sobre democracia en la re-
gión, puesto que comparto con el autor y con tantos otros la visión de que
la democracia es la mejor forma de organización de la sociedad y el
Estado; la que puede expresar y realizar de mejor manera la vigencia de
los derechos humanos; la que permite resolver las diferencias sobre la
base del acuerdo de voluntades.

Violencia: economía y política


Un primer conjunto de problemas actuales en varios países de la región
tiene que ver con los actores económicos cuyos negocios y trabajos están
ubicados dentro de lo ilícito, penado por la ley, y las repercusiones polí-
ticas de su acción. Su extensión en estos veinte años y principalmente en
los últimos diez ha trastocado no sólo la estructura económica; en algu-
nos países su dinamismo es tal que ha cambiado fisonomías sociales y

40
M. Teresita De Barbieri

culturales. Me refiero a la devastación ecológica, el narcotráfico y la fuga


de capitales.
La devastación ecológica tiene varias facetas. La tala inmoderada y
sin restitución de los bosques y selvas latinoamericanos, formados por
especies maderables con ciclos de vida de entre cien y mil años, ha reper-
cutido en los regímenes de lluvias y vientos, en la temperatura, la cali-
dad del aire y de los suelos, etcétera. Desde el punto de vista económico,
a la pérdida de recursos se agregan dificultades en la generación de
energía; además de las amenazas de catástrofes y de riesgos para la
salud de nuestras poblaciones. Desde el punto de vista social, gran parte
de la devastación se ha realizado despojando a grupos indígenas y cam-
pesinos de sus recursos, habitat y propiedades. Este despojo se realiza,
no pocas veces, mediante la violencia armada.
Aunado a lo anterior hay que tener en cuenta el deterioro ambiental
que se produce en la agricultura por el uso de sustancias químicas que
alteran suelos, cursos y mantos de agua; los que se producen en procesos
industriales y la extracción de minerales. En los últimos años se agrega
además el traslado de desechos industriales de los países ricos que ya no
tienen dónde colocarlos.
Los procesos de devastación de la naturaleza-despojo de grupos
sociales se realizan ——en no pocos casos—— mediante prácticas venales y
corruptas de las administraciones públicas y privadas, y comprometen a
capitales y empresas nacionales y transnacionales poderosos, que com-
pran al precio que sea a quien se interponga. En años recientes han
tomado estatuto público y se han realizado foros internacionales guber-
namentales y de algunos académicos preocupados. Pero no parecen in-
tegrar la agenda de la democracia.
Otro problema no menos grave es el de la producción y comerciali-
zación de narcóticos. Para algunos países están estimadas sus significa-
ciones económicas, en términos de empleos generados, volumen del
comercio, entrada de dólares, monto de los principales capitales. Se dice
que es equivalente al PIB legal en Bolivia; que produce 500 000 empleos
en Perú; que equivale a un tercio de las exportaciones en ese mismo país;
que las fortunas de los dos más grandes integrantes del cartel de Medellín
son del orden de los 2 000 millones de dólares (lo cual las sitúa entre las
cinco primeras del mundo). La producción y comercialización se realiza
con violencia, entre pluralidad de grupos armados, con niveles de co-
rrupción que llegan al sistema político, a los aparatos de justicia y de
represión de los Estados.
41
democracia

Este también es un problema de debate internacional, gubernamen-


tal, y amenaza con ser pretexto para la intervención extranjera.
Un tercer elemento que hay que tomar en cuenta es la fuga de capi-
tales, de magnitud similar a la deuda externa. Práctica delictiva, pero
tolerada, y barril sin fondo por donde se escapa el trabajo acumulado y
cada vez mayor de las poblaciones latinoamericanas.
Estos procesos han cambiado la estructura económica y social de
varios países de la región. Se han creado grupos de empresarios, inter-
mediarios y trabajadores nuevos y no hay que ser muy sutil para intuir
que han transformado la política.
Se puede argüir, y con razón, que la venalidad y la corrupción no
son nuevas en América Latina. Arrancan 500 años atrás con la violencia
instalada por la conquista y la colonización, el sometimiento de las po-
blaciones prehispánicas y sus culturas, la introducción de la esclavitud.
Pero hoy en día su magnitud en términos económicos y de población
involucrada, han alterado la correlación de fuerzas en las sociedades.
Su consideración no puede ser dejada de lado en el debate acerca del
futuro inmediato. Obligan a los intelectuales a analizarlas, reflexionar y
tomarlas en cuenta. Por ejemplo, cabe preguntarse: ¿pueden los países
latinoamericanos en la coyuntura actual ——deuda y miseria mediantes——
prescindir de la producción, transformación y comercialización de una
de las pocas mercancías que tienen valor y precio alto en el mercado
mundial? ¿Se puede permitir indefinidamente la salida de capitales?
¿Cómo asegurar calidad de vida y alimentación con recursos naturales
cada vez más escasos?
Me atrevo a sostener que como consecuencia de estos tres fenóme-
nos ——devastación ecológica, narcotráfico, fuga de capitales——, las for-
mas de la política latinoamericana se han vuelto cada vez más opacas.
Una cosa es lo que los actores políticos dicen ante la ciudadanía y la
opinión pública; otra muy diferente la que hacen cuando están frente a
los grupos económicos inmiscuidos en tales prácticas delictivas. El acuer-
do de intereses que requiere la democracia se vuelve más complejo, pues-
to que estos actores económicos y políticos ——se tengan en cuenta o no
entre los intelectuales—— están incluidos en el juego, y seguramente par-
ticipan en la negociación. Por otra parte, prescindir de ellos es dejar un
flanco abierto a la violencia y a la delincuencia que amenazan la estabi-
lidad democrática. Para lograr una paz duradera, es necesario negociar
con ellos.

42
M. Teresita De Barbieri

Si la democracia es búsqueda permanente de acuerdo, considera-


ción de intereses distintos, es necesario que todos cedan, que todos los
actores estén en disposición de lograr acuerdo. ¿Lo están los empresa-
rios nacionales y transnacionales, incluidos los que devastan la natura-
leza y contaminan el medio ambiente, y los que sacan sus capitales a
resguardos seguros en el extranjero? ¿Qué están dispuestos a ceder las
fuerzas armadas, los profesionales exitosos, los políticos venales, los
narcotraficantes y los narcoproductores? ¿Qué pueden ceder los diferen-
tes sectores de asalariados y de trabajadores por cuenta propia del mer-
cado formal y del informal, del legal y del ilegal?

Otras dimensiones de la desigualdad


Una segunda línea de preocupaciones se dirige a tomar en cuenta con
mayor profundidad algo que Lechner menciona pero ——desde mi punto
de vista—— no explicita lo suficiente. Al tratar de las heterogeneidades de
nuestra región, señala que los países andinos son Estados, pero una
pluralidad de grupos desarticulados, que no gozan del reconocimiento
como sujetos políticos. Tal vez sean ellos el caso extremo, porque el racis-
mo, la discriminación con base en algunas características corporales y la
pertenencia a culturas otras, atraviesa a todas las sociedades latinoame-
ricanas. Lo sufren las poblaciones negras, las indias, las mulatas, las
mestizas con todas las gradaciones de color de la piel y los ojos y textu-
ras del cabello. Nuestras sociedades son verdaderas cadenas de discri-
minaciones y estatus que se expresan en los distintos ámbitos sociales,
incluidos los familiares.
¿Qué decir del machismo que campea en la región? Expresión polí-
tico-cultural de sistemas de género-sexo que subordinan a las mujeres,
dan lugar a discriminaciones muy variadas y violentas en esferas públi-
cas y privadas, desde el Estado, a los ámbitos políticos y también los
hogares. Machismo que, además, excluye y margina a homosexuales y
lesbianas.
Recordemos asimismo los conflictos entre las generaciones y los
grupos de edad: a los jóvenes, los niños, los ancianos desplazados del
derecho a la palabra y siempre en minoridad.
¿Qué sectores sociales están dispuestos a reconocer como sus igua-
les a indios, negros, mestizos, mulatos, mujeres y homosexuales, a niños,
jóvenes y ancianos? ¿Qué actores políticos que consideran que todas

43
democracia

estas categorías son subhumanas, tienen intereses legítimos ante los


cuales hacer un esfuerzo de solidaridad y ceder? ¿Quiénes les reconocen
como sujetos de derechos a la vida, la libertad, la integridad física, el
libre tránsito, la expresión del pensamiento, la educación, el trabajo, for-
mar familias y parejas, no ser detenidos sin orden judicial o in fraganti
delito y ser puestos a disposición de los jueces en el lapso que marca la
ley?
Pensar en la democracia en América latina supone explicitar estas
heterogeneidades y sus articulaciones; requiere considerar que las
segmentaciones del tejido social son muy antiguas, profundas y arraiga-
das y se justifican en una impresionante gama de prejuicios y
sobrentendidos; que constituyen hechos cotidianos de la negación ——a
muchas personas—— de la calidad de sujetos de los mínimos derechos y
garantías que fundan la democracia. La gente común no es una masa
amorfa; somos mujeres o varones de etnias diferentes y grupos de edad
distintos, con preferencias sexuales diversas y que arrastramos culturas
políticas muy diversas; ¿qué consensos pueden lograrse?

La profundización de los derechos humanos


Durante muchos años los derechos humanos, pese a estar reconocidos
en las constituciones de los Estados latinoamericanos, no fueron enten-
didos como normas básicas de la convivencia humana. La coartada fácil
de los sectores conservadores ——por donde se expresa el racismo, el ma-
chismo, la discriminación general y clasista—— ha sido la falta de educa-
ción imperante en los países para la mayoría de la población. Desde la
izquierda, por razones que ameritarían un estudio detenido, tampoco se
constituyeron en demanda y bandera de lucha.
Las dictaduras militares y las guerras civiles de los años setenta y
ochenta en varios países de la región, trajeron una revitalización de los
derechos humanos, tabla que permitió salvar algunas vidas y disminuir
en algo sufrimientos físicos y morales inenarrables. También emergieron
las potencialidades de los mismos en condiciones de ““normalidad””. Muy
diversos grupos de personas que sufrieron la represión, o que fueron
solidarias con las víctimas, o que desde otras vivencias de subordina-
ción y opresión reflexionaron y reflexionan sobre sus vidas cotidianas,
caen en la cuenta de que los derechos humanos no son una bella declara-
ción que encabeza las constituciones de los Estados, ni un instrumento

44
M. Teresita De Barbieri

eficaz a utilizar en las situaciones límite contra las dictaduras y la barba-


rie de Estado. Son código ético que debe regir las relaciones de las perso-
nas con el Estado y sus aparatos represivos, pero también en las escuelas,
los centros de trabajo, las iglesias, los sindicatos, los hospitales, las ca-
lles, los hogares, las parejas.... en fin, en todos los espacios y niveles de la
convivencia humana.
¿Qué es si no el feminismo? ¿Qué son los movimientos de liberación
homosexual? ¿Qué está en la fundamentación de los grupos indígenas
movilizados, de los jóvenes, de los viejos? Más allá de las denuncias
sobre violanciones y hostigamientos sexuales, de las muertes por aborto,
de las demandas de salud, educación, vivienda, tierra, empleo, etcétera,
desde diferentes actores emergentes se expresa la voluntad de ser sujetos
de derechos inalienables e imprescriptibles.
Llama la atención, entonces, que cuando se discute el problema de
la democacia en y desde los sectores progresistas, se vuelva a desplazar
la consideración de los derechos humanos. No se tenga en cuenta la
experiencia del pasado reciente sobre el papel que su defensa y reivindi-
cación han tenido en el desgaste de las dictaduras y que llevó a la derrota
pactada de las mismas. Ni que tampoco se considere el estado de sensi-
bilización internacional al respecto.
Reconozco que traer al debate la vigencia de los derechos humanos
tiene varias aristas. Una de ellas está en el centro de los pactos de la
transición: ¿qué procedimientos seguir frente a quienes los violaron du-
rante la dictadura? Pero la potencialidad de los mismos trasciende en
mucho esos aspectos. Porqué para asegurarnos que el autoritarismo no
vuelva a resurgir, de que la democracia sea una práctica política a partir
de las diferencias, se torna indispensable ——desde los sectores progresis-
tas—— incrementar y profundizar el conocimiento de los derechos huma-
nos, las críticas múltiples a los atropellos cotidianos de los mismos y los
mecanismos para salvar los diferendos. Al final de cuentas, la condición
humana de la pluralidad se especifica en ellos. Son los que nos hacen
iguales; si bien en cada condición social particular promueven
reinvindicaciones también particulares son, hoy por hoy, el instrumento
universalmente aceptado que nos hace sujetos de derechos, condición
necesaria para transformarnos en sujetos políticos.

45
democracia

La bandera de la democracia y el socialismo*

Orlando Nuñez y Roger Burbach

C
ada vez más, la democracia se convierte en uno de los terrenos
más sensitivos de la lucha política e ideológica entre el capitalis-
mo y el socialismo. Históricamente, el imperialismo norteameri-
cano y las clases gobernantes latinoamericanas respondían a las crisis
económicas y políticas imponiendo dictaduras civiles o militares. Así
fue durante la depresión de los años 30, lo mismo en las décadas poste-
riores a la Revolución Cubana (1960-1970), en que tres cuartas partes de
los habitantes de América Latina vivían bajo regímenes dictatoriales.
Hoy en día los Estados Unidos y sus aliados burgueses en Latinoaméri-
ca están recurriendo de nuevo a mostrar la cara de la democracia repre-
sentativa a fin de recuperarse del desgaste producido por las formas
dictatoriales utilizadas en el pasado. Esta estrategia imperialista arrecia
con la toma del poder por él sandinismo en Nicaragua, y a medida que
avanza el cuestionamiento de las masas en toda América. En vez de
imponer o sostener dictaduras militares como respuesta a la profundi-
zación económica y política de la crisis, los Estados Unidos prefieren
abandonar e incluso dar de baja a sus dictadores; Argentina, Brasil, Uru-
guay y Perú, muestran el primer paso; la salida de Duvalier en Haití y de
Marcos en Filipinas ilustran el segundo.
Los Estados Unidos están obligados a anticiparse ideológica y po-
líticamente al desencadenamiento revolucionario de los hechos, ya que
son pocos los paliativos económicos que pueden ofrecer a la crisis eco-
nómica que está devastando a la mayor parte del tercer mundo.
Más aún, dado el déficit fiscal galopante norteamericano, aquellos
días en que se podían destinar billones de dólares en ayuda económica

* Este es un capítulo de su libro Democracia y Revolución en la Américas, Ed.


Vanguardia, Nicaragua, 1986.

46
Orlando Núñez y Roger Burbach

quedan cada vez más en el recuerdo. Ya pasaron también los tiempos en


que las multinacionales norteamericanas y los bancos corrían hacia
América Latina y El Caribe con decenas de billones de dólares para las
nuevas inversiones y préstamos. Los Estados Unidos pueden ofrecer
muy poca asistencia económica, limitándose a programas de austeridad
y préstamos condicionados a gobiernos pronorteamericanos como los
de Honduras, El Salvador y Costa Rica.1
En esta guerra ideológica y política, el esfuerzo fundamental norte-
americano es la promoción de procesos electorales democráticos contro-
lados y la restructuración de gobiernos para darles una fachada
reformista. Centroamérica es la muestra piloto de este proyecto. En esta
región, los Estados Unidos están financiando directamente las eleccio-
nes, canalizando torrentes de fondos hacia las arcas de sus políticos
favoritos y colocando asesores norteamericanos en ministerios claves
para modernizar y reformar la burocracia estatal. Una parte fundamen-
tal de esta escaramuza democrática ““made in USA”” es la campaña para
penetrar y controlar instituciones de la sociedad civil, sean sindicatos,
partidos políticos, gremios de prensa o instituciones académicas y pro-
fesionales.2 Expertos en relaciones públicas y especialistas en operacio-
nes psicológicas trabajan con los gobiernos locales, periódicos y
estaciones de televisión para manipular la opinión pública. En las on-
das internacionales de comunicación, los Estados Unidos utilizan la
Voz de los Estados Unidos de Norteamérica, Radio Martí (dirigida hacia
El Caribe), e incluso emisoras locales, para transmitir sus mensajes pronor-
teamericanos y anticomunistas.
Este es el programa descrito por la Comisión Kissinger en su infor-
me sobre la situación en Centroamérica en 1984. El informe instaba a la
modernización de los Estados centroamericanos y a la creación de socie-
dades permeadas de valores norteamericanos. Este documento es uno de
los aportes más valiosos en la carrera de Kissinger como defensor del
imperio. Logró mezclar el viejo programa liberal, consistente en desarro-
llar el Estado-nación en el tercer mundo, con la ardiente cruzada antico-
munista de los conservadores.3
Aquí está el desafío principal que la izquierda debe afrontar si pre-
tende ganar la guerra contra el imperialismo norteamericano. Ya no será
suficiente denunciar a los gobiernos dictatoriales y organizar movimien-
tos guerrilleros para combatirlos. Cada vez habrá menos situaciones
maniqueas como las dictaduras de Batista, Somoza o Duvalier.

47
democracia

Para poder enfrentar el desafío del imperialismo norteamericano,


la izquierda tendrá que impulsar, junto a las otras formas de lucha, la
bandera de la democracia como nunca antes lo ha hecho.
Un punto de partida para desarrollar un nuevo proyecto democrá-
tico revolucionario es el reconocimiento de que la lucha revolucionaria
en sí misma es una fuerza explosiva, democratizante, independiente-
mente de que sea orientada por reformistas o socialistas. Los movimien-
tos de masas que nacen en estas luchas son innatamente participativos,
las masas sienten que su presencia en un movimiento en particular pue-
de definirlo y que ellas pueden cambiar la realidad. Esta es la democra-
cia participativa en su forma y aspecto fundamental. En este proceso, el
individuo se identifica con las masas, absorbiendo de esta manera dos
tendencias opuestas de la sociedad contemporánea.
Más aún, las masas en los procesos revolucionarios se están
rebelando contra la alienación, el individualismo, el aislamiento y la
atomización. Están casi instintivamente demandando lo contrario: fra-
ternidad, igualdad, solidaridad y democracia. Esta dinámica básica es-
tuvo presente en las luchas políticas y sociales de los años 60 en los
Estados Unidos, en los acontecimientos estudiantiles y de masas del
mayo francés en el 68, y también estuvo presente en Nicaragua en 1978-
1979.

La batalla ideológica por la democracia


El papel de la democracia como bandera de lucha junto al resto de ban-
deras revolucionarias, marca un giro sustancial en la forma como han
competido en el pasado los movimientos revolucionarios y el imperialis-
mo por alcanzar legitimidad ante las masas. Por varias décadas, las dos
fuerzas se enfrentaron solamente en aspectos de índole económica. La
izquierda pregonaba y reclamaba que sólo el socialismo podía cubrir las
necesidades de las masas para aliviar el hambre, el subempleo y los
problemas generales del subdesarrollo. El capitalismo respondía seña-
lando que era el sistema más eficiente en la historia de la humanidad y,
que en la medida en que el tiempo pasara, la riqueza se desbordaría
beneficiando a todo el mundo. Cada sistema ha logrado éxitos en esta
competencia. El capitalismo ha creado una maquinaria económica for-
midable no sólo en países capitalistas avanzados, sino también en mu-
chos países del tercer mundo como Brasil y Argentina. Países socialistas

48
Orlando Núñez y Roger Burbach

como Cuba han demostrado que a pesar de no ser una potencia en apli-
caciones tecnológicas ni en fuerzas productivas como el capitaismo,
pueden alimentar, proveer de techo y vestuario a su pueblo de una ma-
nera más igualitaria.
Estos temas económicos van a continuar siendo importantes en las
luchas revolucionarias, particularmente en los países en vías de desa-
rrollo. Sin embargo, la crisis económica global que afecta tanto a las so-
ciedades revolucionarias como a las capitalistas en el tercer mundo, obliga
a ambos sistemas a tomar en consideración los asuntos políticos e ideo-
lógicos a fin de legitimar sus posiciones ante las masas.
En la medida en que la crisis se acentúa en América Latina y El
Caribe, se profundiza la campaña de Estados Unidos para sostener su
hegemonía política e ideológica. Esto no quiere decir que las cosas serán
sencillas para el imperialismo norteamericano, quien acusa muchas de-
bilidades en la lucha por la bandera de la democracia. Las condiciones
de inestabilidad por las que atraviesan muchas de las democracias for-
males de América Latina en la medida en que la crisis económica se
agudiza, el apoyo histórico de la administración norteamericana a las
dictaduras, y su obsesión por prevenir el acceso al poder de cualquier
gobierno que esté abierto a las alianzas con la izquierda y partidos polí-
ticos comunistas, son los factores que dificultan a los Estados Unidos la
apropiación de la bandera de la democracia sin aparecer oportunista e
hipócrita.
Sin embargo, la izquierda también tiene un pasado poco claro cuan-
do se trata de erigir la bandera de la democracia; por años, ha ignorado
olímpicamente el asunto de la democracia política. Tanto en los Estados
Unidos como en América Latina, ha irrespetado la democracia, mientras
paradójicamente desarrolla un programa concreto que promueve su pro-
greso. El control burgués sobre las instituciones democráticas existentes
en los países capitalistas es de hecho la razón central por la cual la
izquierda se ha excluido de la discusión sobre la democracia. Esta, no
obstante, es una bandera revolucionaria, una bandera que tiene impacto
en las masas.
Por lo tanto, es imperativo encontrar formas para desarrollarla en
los Estados Unidos y América Latina, a fin de integrarla al patrimonio
revolucionario.
Hay razones históricas que explican por qué los marxistas han
encontrado difícil esgrimir la bandera de la democracia. En primer lugar

49
democracia

encontramos un gran prejuicio doctrinario por la democracia, nacido


del comportamiento farsante y cínico con que la burguesía ha manejado
este tema; en segundo lugar y ligado al primero, el socialismo ha centra-
do el alma de su doctrina en los aspectos económicos, y en este caso no
ha reconocido más democracia que la material, permitiendo que la dere-
cha usufructúe sus aspectos políticos, sociales y culturales. La mayoría
de los países socialistas ——estén en Europa del Este o en el tercer mun-
do—— no han sido democracias políticas o culturales ideales. Puede exis-
tir democracia participativa a nivel de las bases en las sociedades
socialistas, pero muchos partidos comunistas tienden a ser, como ellos
mismos lo señalan en sus repetidas autocríticas, autoritarios,
burocráticamente verticalistas y sesgan con facilidad su comportamien-
to de manera elitista.
Otro factor causante de las limitaciones democráticas en el socialis-
mo ha sido el enfoque reduccionista del marxismo-leninismo, por un
lado, y las circunstancias históricas en que nació el socialismo por otro.
La vigencia del reduccionismo económico en las sociedades en tran-
sición plantearía la prioridad del desarrollo de las fuerzas productivas,
incluso por encima de la voluntariedad del campesinado o de los traba-
jadores en general, disociando así los aspectos económicos de los políti-
cos. El reduccionismo sociológico plantearía la prioridad de la clase obrera
aun en detrimento del resto de sectores populares, olvidando que la par-
ticipación de estos sectores es parte sustancial de la estrategia del propio
proletariado. Resaltando así los aspectos coercitivos de la dictadura del
proletariado y debilitando el contenido democrático de la revolución
que tanto Lenin como Marx plantearon.
Cuando se enfrentaba el desafío del imperialismo, la visión
reduccionista de las clases y los asuntos económicos condujo a muchos
partidos comunistas a poner de relieve el concepto de la dictadura del
proletariado, entendiéndolo como la conducción vertical por el partido
en nombre de la clase obrera y excluyendo la necesidad de lograr paula-
tinamente la hegemonía basada en el consenso general.
Se priorizó el desarrollo económico en el que el gobierno jugaba un
papel central, destacando de esta manera las tendencias autoritarias del
Estado socialista. Y debido a la creencia ciega de que el proletariado
tenía que ser hegemónico antes de que finalizara el periodo de la dicta-
dura quedó poco espacio para que otros sectores sociales se integraran
en el proyecto politico de los gobiernos comunistas, olvidando que el

50
Orlando Núñez y Roger Burbach

mismo Lenin definía la ““dictadura del proletariado como una forma


especial de alianza entre el proletariado, vanguardia de los trabajado-
res, y las numerosas capas no proletarias (pequeña burguesía, pequeños
patronos, campesinos, intelectuales, etcétera) o la mayoría de ellos.4
Algunos hechos históricos específicos contribuyeron a este desa-
rrollo autoritario. Casi todos los Estados socialistas se enfrentaron inme-
diatamente a agresiones contrarrevolucionarias e imperialistas; esto los
empujó en dirección autoritaria puesto que tuvieron que poner el énfasis
en lo militar, en la seguridad nacional, y la represión de cualquier grupo
que cuestionara la revolución o se alineara con el imperialismo. Y en
cierto sentido, ello formaba parte de la estrategia imperialista.
Más aún, en las sociedades no revolucionarias como las de Améri-
ca Latina, los partidos de izquierda proclaman su compromiso con las
masas y la democracia, pero algunas veces se han dedicado más a mon-
tar acciones guerrilleras contra los gobiernos existentes que a trabajar en
los movimientos de masas. El foquismo, la creencia de que un pequeño
grupo guerrillero podía derribar un gobierno, fue la manifestación más
extrema de esta tendencia militarista en los años 60 y 70. Aún hoy, algu-
nas organizaciones político-militares de América Latina se preocupan
exclusivamente de las operaciones militares y le restan importancia al
trabajo de masas.
Otros partidos de izquierda que no están cautivados por la guerra
de guerrillas, están más ocupados en disputas sectarias que en desarro-
llar un programa democrático que refleje los intereses concretos y las
necesidades de las masas. A pesar de los significativos esfuerzos en la
República Dominicana y recientemente en México, la falta de una prácti-
ca unitaria constituye un obstáculo para enfrentar la represión y el refor-
mismo de la derecha. Muchas veces la izquierda se aferra y apela a que
tiene la verdad histórica o teórica y no se preocupa real y concretamente
por ganársela en la práctica.

Las raíces democráticas en el marxismo


Uno de los mayores problemas del marxismo es que tiene un legado
teórico ambivalente sobre el tema de la democracia. Prácticamente todos
los clásicos del marxismo, incluyendo a Marx, Engels y Lenin, tenían
una visión profundamente democrática sobre la sociedad que surgiría
después de una revolución política: pero no se abundó en señalamientos

51
democracia

o mecanismos concretos por medio de los cuales la nueva sociedad po-


dría avanzar sobre el camino de la democracia.
En sus escritos, Carlos Marx dejó planteado sin duda alguna que
una sociedad comunista sin clases solamente se podía lograr en una
democracia plena. Nunca discutió en profundidad cómo podría ser cons-
truida una sociedad comunista, a pesar de sus reflexiones sobre el levan-
tamiento de la Comuna de París en 1848, en las que planteó algunas de
las características de una sociedad ““en la que el pueblo actúa para sí
mismo y por sí mismo””. Dentro de los atributos de este tipo de sociedad
se encuentra: la abolición de un ejército permanente y su reemplazo por
el pueblo armado; la no separación de la legislación y las funciones
ejecutivas; el fin de los funcionarios y de la burocracia; las elecciones de
todos los cargos públicos, incluyendo a los jueces, a través del sufragio
universal; un constante control electoral sobre el gobierno con el derecho
de revocación, y las limitaciones de los salarios del gobierno a los sala-
rios de los trabajadores como un todo en la sociedad.5
En El Estado y la revolución, Lenin discutió en detalle el concepto del
gobierno socialista. Escrito en 1917, antes y durante el levantamiento
que guió la revolución bolchevique, Lenin argumentó que la dictadura
del proletariado es el más democrático de todos los sistemas, ya que es la
primera dictadura de las mayorías. Todos los trabajadores y sus aliados
participarían en esta sociedad, excluyendo de la participación solamen-
te a los enemigos del nuevo Estado. Hace un llamado a ““quebrar de una
vez y por todas la vieja maquinaria del burocratismo”” y ““la construcción
de una nueva que nos permitirá gradualmente ir reduciendo todos los
círculos burocráticos””. El Estado comenzaría a ““extinguirse”” y se forma-
ría un nuevo gobierno en el que las ““masas de la población accederían a
la participación””.6
Este trabajo de Lenin ha sido calificado como irreal o utópico. Murió
sin poder señalar los temas más difíciles tales como: los medios usados
para tratar a la oposición o el papel del partido o la vanguardia en la
nueva sociedad. Existen indicadores de que en 1924, en el momento de su
muerte, Lenin había revisado sus puntos de vista sobre el potencial y las
ventajas inmediatas de la democracia en la nueva sociedad, admitiendo
que Rusia era ““un Estado socialista burocráticamente deformado””7
Esta crítica al desarrollo de la política socialista no significa que no
se continúen gestando tendencias democráticas en su interior. En algu-
nos países socialistas existe una cierta tensión positiva entre las aspira-

52
Orlando Núñez y Roger Burbach

ciones democráticas de las organizaciones de masas y las tendencias


autoritarias del partido y del Estado. Asociaciones comunistas, sindica-
tos, organizaciones de mujeres o de jóvenes, organizaciones de masas en
general proveen de un contenido democrático a muchas sociedades so-
cialistas, y ello explica por qué ——con las excepciones importantes de
Polonia y Checoslovaquia en la Europa Oriental—— la mayoría de los
gobiernos comunistas han sobrevivido por décadas sin grandes convul-
siones sociales.
En América Latina, las revoluciones de Cuba y Nicaragua han avan-
zado significativamente en el desarrollo de la democracia consultiva y
participativa, tanto en los aspectos económicos como políticos e incluso,
en el caso de Nicaragua, también en asuntos relacionados con la demo-
cracia representativa.
Existe plena conciencia de que es imperativo para los movimientos
revolucionarios llevar a cabo la tarea de la construcción de la democra-
cia socialista. Es obvio, pues, que este aspecto constituye uno de los ca-
minos que los partidos revolucionarios en América Latina y en los
Estados Unidos deben seguir para adquirir legitimidad a finales del si-
glo XX; única forma de sostener la iniciativa ideológica contra el imperia-
lismo, así como de neutralizar el anticomunismo fanático de la demagogia
burguesa.

Los nuevos revisionistas


El bloqueo democrático al que se enfrenta el marxismo-leninismo es uno
de los factores que han llevado al surgimiento de la escuela revisionista-
populista en América Latina y los Estados Unidos. Muchos de los que
apoyan esta posición son revolucionarios desilusionados de los años 60
y 70. Algunos eran maoístas o trotskistas, foquistas o marxistas-
leninistas. Como consecuencia de las derrotas políticas sufridas en los
Estados Unidos, América Latina y El Caribe, estos activistas desilusio-
nados sienten ahora la necesidad de romper con el pasado, de buscar
estrategias completamente nuevas y premisas políticas para desafiar el
orden existente.
Aunque hay una gran diversidad entre aquellos que mantienen
estos puntos de vista, uno puede detectar tres temas políticos que atra-
viesan el movimiento revisonista-populista: a) la creencia de que el mar-
xismo, el marxismo-leninismo y los conceptos de la vanguardia, así como

53
democracia

el análisis de clases, han sido superados por la realidad de finales de este


siglo, b) una creencia casi romántica de que las masas y los movimientos
de masas son la única esperanza para el futuro, restando toda importan-
cia a la lucha de clases, al papel de la vanguardia y al proyecto revolucio-
nario por el socialismo, y c) la creencia de que se puede alcanzar cualquier
logro aun trabajando sólo en el marco del sistema capitalista.8
En los Estados Unidos estas posiciones están recogidas por los
socialdemócratas de América y la Escuela Democrática de Administra-
ción. Los primeros argumentan que es posible que los socialistas tomen
el control de instituciones políticas claves en los Estados Unidos como el
Partido Demócrata. La segunda sostiene que los obreros, al demandar
derechos de participación en la fábrica y aun comprando acciones de
compañías, pueden empezar a controlar sus propias vidas y avanzar en
la causa del socialismo. En Chile, Perú, Bolivia y Venezuela la posición
de los revisionistas tiene raíces en los movimientos revolucionarios de
los 60, pero hoy trabajan dentro del sistema político establecido
persiguiento metas reformistas.
Algunos intelectuales destacados en América Latina han adopta-
do posiciones similares en sus escritos. Muchos otros intelectuales y
activistas políticos, aunque no toman la causa del populismo revisionista,
se sienten desilusionados con el marxismo y desarraigados políticamen-
te. Sienten que las viejas fórmulas políticas y el lenguaje de la izquierda
son irrelevantes, pero no ven ninguna alternativa en el horizonte.
La escuela revisionista y otras de la izquierda decepcionada han
planteado correctamente la eliminación de las posiciones doctrinarias y
autoritarias que se derivan de gran parte de grupos maoístas, trotskistas
y marxistas-leninistas. Muchas de estas tendencias son los ejes de los
debates políticos sectarios que desgarran el pensamiento marxista de
izquierda en todo el mundo.
Sin embargo, la crisis de los ““ismos”” no significa que el marxismo y
lo fundamental del pensamiento y práctica revolucionaria que emana
del mismo deba desecharse. Mientras haya capitalismo, burguesía e im-
perialismo, no puede haber crisis del marxismo que elimine al marxis-
mo; a lo sumo, podrá haber crisis pero para actualizarlo, enriquecerlo o
desarrollarlo. Los pilares fundamentales de un movimiento revolucio-
nario todavía se encuentran en esta básica tradición científica. El desafío
al que nos enfrentamos como marxistas, es tomar estos pilares y aplicar-
los al mundo contemporáneo. Estamos de acuerdo en que necesitamos
desesperadamente nuevas estrategias y fórmulas políticas; sin embargo,
54
Orlando Núñez y Roger Burbach

éstas deben surgir de la tradición marxista y no dejarse arrastrar fatal-


mente por la perspectiva reformista.
El abandono de conceptos y categorías marxistas por parte de los
nuevos revisionistas conduce a dos fallas interrelacionadas en el pro-
grama político del movimiento populista: a) la falta de un análisis de
clases claro, y b) la falta de una visión estratégica del socialismo. En vez
de embarcarse en un análisis de clases sistemático de la sociedad, los
nuevos populistas postulan que hay dos fuerzas sociales fundamenta-
les: por un lado, el pueblo, las masas o los movimientos de masas, y por
otro lado, la oligarquías o los sectores conservadores dominantes. Para
ellos, los intereses de la burguesía y sus aliados por un lado, y los intere-
ses de la clase obrera con sus aliados por el otro, dejan de ser los pilares
fundamentales para abordar un análisis de la sociedad. Estos intelec-
tuales funcionalistas abundan, de forma oportunista, en aquello que le
falta a la izquierda doctrinaria (el trabajo concreto con las masas), y
esconden el elemento en que aquellos abundan, al menos teóricamente
(la estrategia del proyecto clasista).
Esta falta de un análisis de clases claro explica la segunda falla de
los revisionistas, la falta de una visión estratégica del socialismo. Al
señalar exclusivamente a las masas y rechazar la necesidad de un parti-
do de vanguardia, están adoptando efectivamente una posición empiris-
ta y romántica a la vez, ignorando la realidad de que las masas en los
inicios de la mayoría de las luchas están casi inevitablemente influidas,
si no dominadas, por los valores del orden dominante. En los Estados
Unidos, por ejemplo, el anticomunismo está profundamente arraigado
en la conciencia popular y seguirá así durante mucho tiempo.
Cualquier movimiento que quiera desafiar el orden dominante ten-
drá que trastrocar estas actitudes de las masas, y solamente podrá hacer-
lo ejerciendo un liderazgo fuerte. Es este liderazgo el que puede
transformar una visión y un programa político, no sólo luchando contra
las ideas atrasadas del movimiento, sino también confrontando a los
enemigos contrarrevolucionarios y manejando las tensiones internas de
clase dentro del movimiento. Sin un análisis marxista y una agenda
socialista, estas tensiones y contradicciones podrían conducir inevita-
blemente a la derrota o a ser ganados por elementos pequeño-burgueses
e incluso burgueses reformistas.9

55
democracia

Pluralismo en la revolución
A fin de poder acceder al reclamo de la tradición democrática revolucio-
naria, hay que empezar por reconocer que algunas de las críticas especí-
ficas que han hecho los revisionistas acerca del comportamiento de
muchos partidos marxistas-leninistas son correctas. Para contrarrestar
estas debilidades, los principios democráticos enunciados por Marx y
otras figuras revolucionarias deberán incluirse en la estrategia de la re-
volución, incorporando las experiencias reales que se han dado en el
interior de los procesos de cambio, antes y después de la toma del po-
der.10
El pluralismo en la revolución comienza con la forma de elegir las
banderas de lucha, a la hora de inventariar las necesidades y reivindica-
ciones de las masas, en el momento de incorporar las motivaciones de la
lucha en la estrategia a seguir. Durante la etapa de la toma del poder, un
primer problema surge de la forma de aplicar el centralismo democráti-
co, principio alrededor del cual se organizan los partidos marxistas-
leninistas. En teoría, esto significa que las bases pueden influir y participar
en la toma de decisiones del partido, manteniendo la disciplina aproba-
da en el cuerpo del partido. En cambio, en la práctica, muchas veces
sucede que un pequeño grupo de individuos maneja la organización
desde arriba hacia abajo, dejándose poco espacio para discusiones y
participaciones democráticas. Después de la toma del poder, la falta de
pluralismo se expresa en la concepción y en la práctica de lo que se llama
la revolución desde arriba, en que la vanguardia decide para el pueblo,
pero sin la participación de las masas en el ejercicio del poder.
Un problema similar se origina y proviene de la naturaleza subver-
siva y conspirativa del movimiento, especialmente en su etapa militar.
Efectivamente, en las situaciones revolucionarias y pre-revolucionarias
hay necesidad de cierto grado de compartimentación y de cierto centra-
lismo en la toma de decisiones debido a la naturaleza represiva del Esta-
do. Sin embargo, esta necesidad ha sido muchas veces exagerada por los
comités centrales. Más sobresaliente aún es el hecho de que estas tenden-
cias en los estilos de organización han funcionado como factores
desmovilizantes que han minado los impulsos naturales de participa-
ción de las masas en un movimiento revolucionario. Los nuevos parti-
dos de vanguardia no debieran evitar ser a su vez frentes de masas, en
los cuales las bases jueguen un papel central contribuyendo a la orienta-
ción y programa del partido. La democracia política, una cualidad que

56
Orlando Núñez y Roger Burbach

han soslayado muchos partidos revolucionarios una vez que toman el


poder, tendrá que ser parte integral en el avance y sobrevivencia del
movimiento revolucionario. Cada vez más aparece la necesidad, para
mantener la hegemonía revolucionaria, de sostener amplios debates so-
bre la propia naturaleza de los procesos revolucionarios.
En los países capitalistas avanzados y especialmente en América
Latina, la secretividad de los partidos centralizados ha limitado seria-
mente la capacidad de los revolucionarios para construir una base po-
pular. Los partidos marxistas-leninistas son fácilmente vulnerables a
las imputaciones de la burguesía de que son totalitarios y antidemocrá-
ticos por su propia naturaleza. Por supuesto que podría esgrimirse lo
antidemocráticos que son los partidos políticos de la burguesía domi-
nante en el capitalismo explotador. Sin embargo, este argumento elude
la realidad de que en los países capitalistas avanzados, las masas creen
en gran medida que viven en sociedades democráticas y que los partidos
políticos dominantes responden a sus intereses. Esta realidad tan fun-
damental sólo puede superarse si los partidos revolucionarios son capa-
ces de demostrar que sus propias estructuras políticas y sus propios
programas políticos son verdaderamente democráticos y que su lucha es
para ampliar y no para restringir el espacio de participación democráti-
ca. Ningún movimiento político podrá triunfar en las Américas ——en los
Estados Unidos, o en cualquier país de El Caribe o América Latina—— a
menos que las masas estén convencidas de que sus derechos democráti-
cos fundamentales van a ser impulsados. Habría que recordar de nuevo
que la disputa con la burguesía no es sólo una disputa en el terreno de
los principos filosóficos, sino fundamentalmente una disputa en el terre-
no de la práctica diaria, es decir, en el terreno concreto de la lucha de
clases en una formación social determinada. La democracia, no única-
mente a partir de los objetivos últimos que vislumbra la vanguardia, sino
también a partir de los objetivos inmediatos y concretos que reclaman las
masas, debe ser parte integrante de los programas y motivaciones de la
lucha: la lucha contra la explotación no podría excluir la lucha contra la
opresión, la lucha contra el sistema no podría excluir la lucha contra el
régimen, la lucha por los intereses de la clase obrera no podría excluir los
intereses de todas las clases explotadas y oprimidas de la sociedad, y en
fin, la lucha por los valores socialistas y revolucionarios no podría ex-
cluir los valores progresistas y patriotas que anidan en el pueblo.
En los Estados Unidos, el mayor problema que enfrenta la izquier-
da es el grado de separación alcanzado entre la política y la vida diaria

57
democracia

de las masas. Situación que proviene de la revolución burguesa de fina-


les del siglo XVIII en que se institucionalizaron las energías políticas de
las masas y se las redujo a las elecciones periódicas. Hoy en día, mien-
tras la burguesía se esfuerza por empadronar a todos los sectores y con-
ducirlos a las urnas electorales, profundiza simultáneamente el divorcio
entre la democracia y los problemas y necesidades diarios del pueblo en
su conjunto. La centralización del poder económico ha conllevado la
centralización del poder político. Las disputas electorales se reducen a
contradicciones en el interior de las élites dominantes y las decisiones
políticas nacionales se alejan cada vez más de los niveles locales. Ulti-
mamente, los problemas electorales giran alrededor del miedo de turno
introducido en el alma de las masas ——al comunismo, al terrorismo, a la
pérdida de seguridad nacional, a la droga, etcétera—— y las plataformas
electorales se gastan millonadas de dólares para convencer de que la
solución al fantasma se encuentra en cualquiera de las banderas parti-
darias, demócrata o republicana.
Para los marxistas, la existencia de esta estructura política e ideoló-
gica dificulta enormemente avanzar una agenda por el socialismo. Las
masas están hartas de la política y su falta de entusiasmo crece junto al
ausentismo electoral. Sin embargo, esta situación tampoco favorece a los
partidos de izquierda, en quienes no ven mucha diferencia de lo que
actualmente rechazan.
Para enfrentar estos obstáculos, los movimientos revolucionarios
tienen que luchar por eliminar el divorcio entre la política y los proble-
mas locales y concretos del pueblo. El pluralismo político incluye no
solamente la diversidad de sujetos sociales en el proceso revolucionario,
sino también la diversidad de banderas que permitan expresar las nece-
sidades cotidianas de la población.

El pluralismó político en la vanguardia


Lo mismo que pasa dentro de la revolución, ocurre en el interior de la
vanguardia donde también existen diferentes niveles de conciencia y de
compromiso. Hay clases que son más revolucionarias que otras, pero la
revolución se hace con todo el pueblo; hay sectores e individuos que son
más conscientes y comprometidos que otros, pero la vanguardia y los
frentes de lucha tienen que arrastrar a la mayor cantidad de militantes.
En otras palabras, hay vanguardia en la sociedad y vanguardia dentro

58
Orlando Núñez y Roger Burbach

de la vanguardia. Ello hace necesaria una comprensión flexible para


diferenciar lo que son cuestiones de principio y de unidad, de lo que son
cuestiones tácticas, entendiendo que tanto la revolución como la van-
guardia son procesos homogéneos-heterogéneos que se van construyen-
do en el camino. Así como el arte de la unidad y de las alianzas es el arte
de preservar la hegemonía, también el arte de la hegemonía está en la
capacidad de forjar la unidad y las alianzas dentro de sociedades
multiclasistas y donde coexisten diferentes posiciones, progresistas y
revolucionarias.
De hecho, se está dando entre los movimientos revolucionarios un
nuevo pluralismo en su perspectiva política, un pluralismo que es inno-
vador y democrático. Muchos de los llamados marxistas-leninistas son
hoy sólo una de las corrientes que existen en el tercer mundo y en los
países industrializados en el sendero de la revolución. No podríamos
seguir esgrimiendo teóricamente el monopolio dogmático de que nuestro
marxismo-leninismo es la verdad sacrosanta y que el resto no tiene nin-
guna validez práctica porque así lo definen los principios revoluciona-
rios. Hoy, el pluralismo político dentro de la conducción y dentro del
grueso del movimiento revolucionario está sobre el tapete, y hay que
reconocerlo y discutirlo. No estamos hablando de un pluralismo que
reduce la vanguardia a una coordinación o síntesis ecléctica de diferen-
tes posiciones. Nos referimos más bien a un pluralismo mediado por la
unidad alrededor de principios y de una estrategia revolucionaria.
Las dos revoluciones de las Américas ——la cubana y la nicaragüen-
se—— marcan la frontera de la ascendencia exclusiva del marxismo-leni-
nismo ortodoxo en los movimientos revolucionarios como fórmula
doctrinaria-partidaria para la toma del poder. El Movimiento 26 de Julio
que tomó el poder en Cuba en 1959, de hecho no era un partido marxista-
leninista, ni la mayoría de sus líderes eran marxistas-leninistas. Sólo
después de la incesante agresión del imperialismo norteameriano y de la
consolidación de la alianza con la Unión Soviética la dirigencia de la
Revolución Cubana se autodeclaró marxista-leninista. Debe reconocerse
también el hecho de que la vanguardia cubana, a diferencia de otros
partidos en el poder, manifestó y trabajó desde el primer día del triunfo
en mantener la participación de los otros partidos en el movimiento ge-
neral de la revolución, así como en la necesidad de ampliar la participa-
ción popular.
A la Revolución Cubana la siguió, veinte años más tarde, la Revolu-
ción Popular Sandinista que ha matizado la afirmación de muchos parti-

59
democracia

dos marxistas-leninistas ortodoxos de que únicamente hay una estrate-


gia política que puede participar en la revolución. El Frente Amplio de la
Oposición nicaragüense estaba compuesto por dirigentes de origen mar-
xista, marxista-leninista, teólogos de la liberación, social-cristianos y
socialdemócratas radicalizados. Junto a Marx aparecen señalados por
la dirigencia sandinista, líderes como Sandino (al igual que Martí en
Cuba), Benjamín Zeledón, e incluso el mismo Bolívar. Pocas revolucio-
nes triunfantes han tenido un frente ideológico tan pluralista como el
que tomó el poder en Nicargua, sin que ello haya menoscabado los prin-
cipios y el liderazgo del FSLN. Y de hecho hoy en día, el planteamiento
del FSLN sobre la liberación nacional, el antimperialismo, la economía
mixta, el pluralismo político y el no alineamiento, es parte sustancial de
la doctrina y de la práctica sandinista. En la revolución nicaragüense
conviven partidos de orientación cristiana y de orientación trotskista, al
igual que liberales, conservadores y comunistas, dentro de un proceso
que los va haciendo a todos cada día más sandinistas. La sociedad revo-
lucionaria nicaragüense es multiclasista, multiétnica, pluridoctrinaria,
económicamente mixta, pluralista políticamente, y a la cabeza de la mis-
ma no se encuentra un caudillo sino un frente amplio, y a la cabeza de
este frente amplio se encuentra un partido que está a la vanguardia de
todos ——el FSLN——, y a la cabeza del FSLN se encuentra una Asamblea
Sandinista y la Dirección Nacional como dirigente máximo, líder colecti-
vo compuesto por nueve compañeros militantes del FSLN y de la Revolu-
ción Popular Sandinista.
El gobierno de Salvador Allende en Chile, durante 1970-73, tam-
bién fue particular, en el sentido de que marcó la primera experiencia en
que una coalición de partidos políticos trató de trabajar unida para esta-
blecer una sociedad socialista en las Américas. Los esfuerzos fracasa-
ron, no porque estuviera vanguardizada por una coalición pluralista,
sino porque los partidos que comprendían el gobierno de Unidad Popu-
lar no tenían programa para la toma del poder, aunque sí para la toma
del gobierno, o al menos de una parte del gobierno (el ejecutivo). El esca-
so poder ejecutivo que tenían lo concentraron en llevar adelante cambios
sociales y económicos, descuidando el control del ejército y otras institu-
ciones del Estado dominadas por la burguesía. Este error tan fundamen-
tal tenía sus raíces, no en la composición pluripartidista del gobierno de
Unidad Popular, sino en un análisis histórico equivocado de la natura-
leza de la tradición democrática de Chile.

60
Orlando Núñez y Roger Burbach

En años recientes, a lo largo de América Latina han surgido parti-


dos no marxistas-leninistas con contenido revolucionario tales como el
Movimiento 19 de Abril (M-19) en Colombia y el Partido Revolucionario
de los Trabajadores (PRT) en Brasil. En los Estados Unidos, uno puede
inclusive referirse a la coalición del Arcoiris de Jesse Jackson en 1984,
como el primer esfuerzo inicial por construir una organización política
con una agenda revolucionaria. De nuevo aquí no hay que confundir lo
idealmente revolucionario con lo más progresista y revolucionario del
momento, y donde, como decían Marx y Engels en el Manifiesto Comu-
nista, tiene que estar el apoyo de los comunistas.
¿Qué significa toda esta nueva proliferación de movimientos? So-
bre todo refleja un pluralismo ideológico que debe tomarse en cuenta en
todos los procesos revolucionarios del futuro. Este es un fenómeno ex-
cepcional, un fenómeno que está generando un desborde enorme de ener-
gía política e intelectual creativa. Corrientes como el marxismo, el
marxismo-leninismo, el trotskismo, la socialdemocracia, el movimiento
ambientalista, los movimientos pacifistas, feministas, anarquistas, la teo-
logía de la liberación, cristianos revolucionarios y otras, no tienen que
estar por principio excluidos de la conducción del movimiento revolu-
cionario. El desafío más grande para estos grupos es garantizar el meca-
nismo de trabajo colectivo, prevenir que las diferencias ideológicas no se
conviertan en un obstáculo que los distraiga de la tarea fundamental y
que incluso pierdan de vista al enemigo principal ——el imperialismo nor-
teamericano y las clases dominantes locales. Para su éxito, durante el
curso de la lucha se debe desarrollar entre las corrientes una visión y
una estrategia política unificada. Pluralismo y alianzas en el interior del
movimiento progresista y revolucionario en el que la hegemonía no es
un negocio regateado al comienzo de la lucha para ninguno de los parti-
cipantes, sino una emulación con que la práctica histórica va decidien-
do las posiciones alcanzadas de acuerdo al grado de consecuencia en el
recorrido de la lucha.
El pluralismo político que surge entre los movimientos revolucio-
narios interacciona con el pluralismo político que ya existe entre los
sectores populares. Las masas de América Latina, así como las de los
Estados Unidos, son en extremo diferentes ——social, económica y políti-
camente——. Es lógico que tengan tendencias y programas políticos dife-
rentes, y que diferentes partidos políticos atraigan a diferentes sectores
sociales. En países como Chile, Colombia y Perú la existencia de un buen

61
democracia

número de partidos políticos de izquierda explica claramente por qué el


movimiento revolucionario sólo podría tomar el poder a través de am-
plias alianzas compuestas de una variedad de partidos y movimientos
de masas. Esto también implica la necesidad de sostener amplias discu-
siones abiertas sobre la orientación que tomarían las nuevas sociedades.
Y una vez en el poder, la disputa no excluiría el mecanismo consultivo
de la urna electoral, donde cada una de las distintas organizaciones
revolucionarias competiría con las demás alrededor de los diferentes
programas políticos.

El modelo nicaragüense de democracia participativa


La necesidad de una nueva agenda revolucionaria hace a la revolución
nicaragüense un modelo tan importante. A pesar de que Nicaragua es
un pequeño país subdesarrollado, el desarrollo de su proceso revolucio-
nario proporciona elementos y lecciones a los movimientos revoluciona-
rios a lo largo del hemisferio occidental.
La dirigencia sandinista afirma que el marxismo o el marxismo-
leninismo es solamente una de las fuentes doctrinarias de la revolución,
y la definición del movimiento se inclina más, en esta etapa, a la libera-
ción nacional que a la liberación social, o que al socialismo, entendido
éste como la superación inmediata del capitalismo. Muchos observado-
res extranjeros ven este hecho como un esfuerzo por ocultar el verdadero
contenido de la revolución, o como una forma de anular pretextos que
justifiquen la agresión de la administración Reagan u otros enemigos
internacionales. Sin embargo, el rechazo de la revolución a la adopción
de una nomenclatura socialista tiene causas y raíces más profundas,
tales como: a) los procesos internos de la revolución, b) su confrontación
con el imperialismo, y c) la fuerza que tienen para la revolución sandinista
los principios de economía mixta, pluralismo político y no alineamiento,
valores hasta ahora no identificados con las definiciones de socialismo
encontradas en las revoluciones socialistas anteriores.
El punto de partida para comprender el contenido ideológico de la
revolución nicaragüense es la declaración del Frente Sandinista en 1979,
caracterizando la revolución como ““democrática, popular y antimperia-
lista””. A primera vista, esta declaración es similar a las proclamas he-
chas en las etapas iniciales de las revoluciones rusa y cubana, por ejemplo,
en las que se erigieron frentes políticos multiclasistas.

62
Orlando Núñez y Roger Burbach

Sin embargo, en Nicaragua esta fase de la revolución se está prolon-


gando y profundizando debido a dos causas interrelacionadas. En pri-
mer lugar, la actitud desafiante del imperialismo norteamericano obliga
a la dirigencia revolucionaria a mantener el sistema más amplio posible
de alianzas de clases. Un dirigente de la revolución expresaba: ““Nuestro
enemigo principal es el imperialismo norteamericano. Esto es lo que de-
fine el curso de la revolución””.11 Un país tan pequeño (con una población
similar a la de un barrio de Nueva York o Moscú) y tan cercano a los
Estados Unidos, está encarando una agresión prolongada e intensa.
Nicaragua no tiene la ventaja geográfica de ser una isla como Cuba, lo
que podría facilitar la vigilancia o derrota de las tropas apoyadas por los
Estados Unidos que desembarcaran en sus costas. Nicaragua, por el
contrario, tiene fronteras abiertas y está rodeada de enemigos. Por esta
razón debe convocar la participación de todos los sectores de la socie-
dad, incluyendo a la burguesía patriótica, en la lucha militar, política y
económica contra el imperialismo.
La otra razón fundamental por la cual Nicaragua ha prolongado la
etapa de la liberación nacional y popular se debe a la estructura de cla-
ses de la sociedad nicaragüense. Esta no fue una revolución de la clase
obrera en el sentido clásico. En otras revoluciones como la soviética y la
cubana, la clase obrera era mucho más importante, tanto en términos
cuantitativos como cualitativos; situación que no es necesariamente ca-
racterística única de los países desarrollados. En Nicaragua, las clases
populares ——los habitantes de los barrios, los artesanos, los pequeños
comerciantes, las mujeres, los jóvenes, los intelectuales, la pequeña bur-
guesía, etcétera—— constituyeron la fuerza motriz de la revolución. El Frente
Sandinista en sí mismo refleja esta realidad. No es un partido político en
el cual la clase obrera sea predominante; es más un frente de masas
compuesto por obreros, medianos y grandes productores, campesinos,
mujeres, jóvenes, estudiantes, profesionales e intelectuales en general.
Con esta realidad, es lógico que el Frente Sandinista se centre en el con-
tenido democrático y popular de la revolución.12
Otro elemento clave para entender la naturaleza política de la revo-
lución sandinista es el reconocimiento de la internacionalización de la
lucha de clases, tal como afirmamos en la introducción de esta Agenda.
Aquí, más que la contradicción lógica de la lucha de clases, importa la
forma en que esta lucha se expresa concretamente, tanto a nivel nacional
como a nivel internacional. Y hoy en día nosotros creemos que la correla-

63
democracia

ción internacional de fuerzas en el mundo cuenta tanto como la correla-


ción interna, condicionando así a lo externo el contenido interno de las
revoluciones nacionales. La revolución sandinista en ese sentido expre-
sa las contradicciones regionales de El Caribe y de América Latina con el
imperialismo norteamericano, la contradicción entre el tercer mundo
subdesarrollado y los gobiernos de los países desarrollados. La guerra
que el sandinismo está ganándole al imperialismo es apenas una batalla
en la lucha entre América y el imperio.
También es importante el hecho que el FSLN ha estado preocupado
y concentrado responsable y fundamentalmente en aplicarse a las tareas
de la revolución en cada momento determinado, más que en ponerle
nombre y apellido doctrinario a la revolución, bastando para ello los
principios y las tradiciones democráticas, populares y antimperialistas
de las masas nicaragüenses. Incluso se podría decir que también expre-
sa el prejuicio en cuanto al papel jugado por las etiquetas de socialismo
o comunismo, especialmente en un mundo donde las masas están aún
muy prejuiciadas, tanto por los valores anticomunistas de las clases
dominantes como por el sectarismo ideológico de las propias izquier-
das.
Esta posición se vio reforzada por el hecho de que muchos de los
miembros del Frente Sandinista formaron parte del amplio movimiento
político de los años 60 y 70, abundante en desilusiones sobre las fórmu-
las marxistas tradicionales y ortodoxas. Algunos militantes del Frente
fueron miembros de organizaciones maoístas, trotskistas, marxistas-
leninistas de todos los colores, y otras. La división del Frente en tres
tendencias en 1977 constituyó parte del esfuerzo por abandonar viejas
fórmulas y desarrollar un programa viable arraigado a la realidad nica-
ragüense, sin que ninguna de ellas descuidara la tarea histórica funda-
mental: luchar política y militarmente contra la dictadura y contra el
imperialismo.
El rechazo a ponerle etiqueta socialista o marxista-leninista no sig-
nifica que el socialismo y el marxismo no estén contemplados en el pro-
grama político del Frente Sandinista. El comandante Víctor Tirado, uno
de los miembros de la Dirección Nacional, declaraba: ““El único socialis-
mo es el socialismo científico””. El comandante Humberto Ortega, miem-
bro de la Dirección Nacional afirma que ““desde el punto de vista
doctrinario nos guía fundamentalmente la doctrina científica del mar-
xismo””. El comandante Bayardo Arce, también miembro de la Dirección

64
Orlando Núñez y Roger Burbach

Nacional, sostiene que ““en Nicaragua un marxista es necesariamente


sandinista””. El comandante Wheelock, miembro de la Dirección Nacio-
nal, plantea ““que todas las revoluciones van a tener que escoger un ca-
mino no capitalista. Y si es cierto lo que dicen todos los teóricos, después
del capitalismo viene una manera de convivir y de producir de carácter
socialista””.13 Categorías marxistas tales como burguesía, proletariado,
vanguardia, colectivización e imperialismo, enmarcan el análisis políti-
co del Frente y la evolución de su programa político. La genialidad del
Frente estriba en que ha fusionado el marxismo con el sandinismo, la
tradición nacionalista y apostando políticamente por la tendencia histó-
rica-estructural de esa misma realidad, buscando estrategias alternati-
vas al modo de producción capitalista, subdesarrollado y dependiente,
pero sin abandonar las tareas tácticas dentro de la formación social ni-
caragüense; recuperando creativamente los aportes teórico-prácticos de
las revoluciones modernas y contemporáneas.
Estos factores ayudan a explicar por qué la revolución nicaragüen-
se ha respondido a desafíos internos y externos no declarando la dicta-
dura del proletariado como otras revoluciones anteriores lo han hecho,
sino ampliando el contenido democrático de la revolución, sin abando-
nar las tareas que precisamente llevan al desarrollo económico, social y
político de dicha formación social, y por ende al fortalecimiento del pro-
yecto socialista o proletario.14 Esta estrategia es evidente en cada una de
las crisis a las que la revolución se ha enfrentado. Fue evidente por pri-
mera vez en mayo de 1980, cuando las fuerzas pro-burguesas encabeza-
das por Alfonso Robelo presionaron al gobierno para que las
organizaciones no sandinistas tuvieran la mayoría en el Consejo de Es-
tado (el cual tenía poderes legislativos). El Frente Sandinista rechazó
estas presiones y respondió nombrando en el Consejo a representantes
de las organizaciones de masas. Esto hizo que sectores de la burguesía,
incluyendo a Robelo, se retiraran del gobierno, estando en minoría. Más
importante aún, este hecho marcó él inicio de un proceso en el que las
organizaciones de masas tienen cada vez un papel más amplio en el
gobierno.
Otro hecho significativo en cuanto a ampliar el papel de las clases
populares se dio en 1983, coincidiendo con la invasión de los Estados
Unidos a Grenada. En este momento, la Dirección Nacional adoptó la
consigna de ““Todas las armas al pueblo”” y comenzó a distribuir más de
200 mil armas a las milicias y organizaciones populares en todo el país.

65
democracia

Lo mismo podría afirmarse de momentos posteriores; por ejemplo, la


integración progresiva de todos los ciudadanos entre 25 y 40 años a los
centenares de Batallones del Servicio Militar de Reserva. Si a ello le agre-
gamos los jóvenes entre 17 y 25 años integrados al Servicio Militar Pa-
triótico, hoy uno de cada cinco habitantes en el país está armado y
preparado militarmente para la defensa, lo que constituye un verdadero
poder popular que tiene que alimentarse participativa e ideológicamen-
te a fin de que la revolución pueda seguir contando con él.
Existe un hecho que muestra el potencial que tiene la dinámica
democrática del proceso nicaragüense, como es el proceso de autonomía
para las comunidades indígenas de la Costa Atlántica. Sin una expe-
riencia étnica revolucionaria, sin tradición latinoamericana de progra-
mas revolucionarios exitosos en el seno de los movimientos de liberación
nacional, bajo el expediente separatista de las pretensiones imperialistas,
el FSLN logra después de sus primeros errores en relación a los miskitos,
conducir y enrumbar las contradicciones y aspiraciones de las comuni-
dades hacia el camino de la autonomía. En gran parte, gracias a la diná-
mica democrática, popular y participativa del proceso revolucionario.
Tal vez el ejemplo más claro de cómo cierto pragmatismo revolucio-
nario le ha permitido a Nicaragua realizar avances cualitativos a lo lar-
go del camino de la democracia lo podemos ver en las elecciones de 1984.
La razón fundamental para sotener estas elecciones se derivó del com-
promiso que la dirigencia sandinista hizo antes de 1979 con todas las
fuerzas populares y democráticas que dentro y fuera del país contribu-
yeron al triunfo de la revolución. Cuando a inicios de 1984 la Dirección
Nacional decidió realizar las elecciones, muchos sectores revoluciona-
rios la consideraron como mero procedimiento formal con poco signifi-
cado para el desarrollo de la revolución. Sin embargo, una vez que se
tomó el compromiso y la decisión de enfrascarse en un proceso electoral
amplio y abierto, se puso en movimiento toda una dinámica que conmi-
nó a la revolución a tomar seriamente las elecciones y a ampliar los
procedimientos democráticos del país. Las organizaciones de masas,
particularmente los Comités de Defensa, impulsaron un diálogo y un
programa educativo interno que elevó considerablemente la conciencia
popular alrededor de aspectos económicos y políticos. Como resultado
de ello, el Frente obtuvo una victoria indiscutible en el momento más
crítico de la guerra contrarrevolucionaria y de una economía en deterio-
ro. Las elecciones demostraron que un gobierno revolucionario puede

66
Orlando Núñez y Roger Burbach

consolidar su poder no a partir de medidas cada vez más dictatoriales,


sino por el contrario con medidas cada vez más democráticas.
La profundización de la reforma agraria nicaragüense constituye
un paso más en el proceso democrático de Nicaragua. La presión sobre
la tierra, particularmente en las zonas de guerra, hizo que muchos cam-
pesinos en 1984 y 1985 demandaran la expropiación tanto de fincas
estatales como de grandes productores privados. En vez de contener
estos reclamos impulsando la organización de cooperativas de produc-
ción orientadas por el Estado, el Frente decidió distribuir títulos de tie-
rras privadas y estatales a los campesinos. En el agro, esto constituyó un
reconocimiento fundamental del derecho de los habitantes rurales de
determinar las propias formas organizativas de sus comunidades y de
sus vidas. La adopción de una nueva constitución en 1986 es otro paso
adelante en el proceso democrático nicaragüense. El documento redacta-
do por la Asamblea Constituyente electa en 1984, fue sometido a discu-
sión nacional a inicios de 1986. Para facilitar el proceso de discusión, se
sostuvieron una serie de ““cabildos abiertos”” en los diferentes barrios y
comarcas del país donde el pueblo y las organizaciones de masas hicie-
ron propuestas de cambios al documento inicial. Casi de inmediato, las
organizaciones de masas y los partidos de oposición hicieron públicos
sus comentarios en relación al contenido y a la forma de las instituciones
políticas que proponía la nueva constitución. Finalmente, la constitu-
ción terminó aprobándose por consenso de todos los partidos políticos
existentes en el parlamento.
En resumen, en Nicaragua se están incorporando elementos políti-
cos que enriquecen el concepto y la práctica de la democracia socialista.
Esto no quiere decir que el país sea un Estado democrático ideal: tiene
limitaciones serias, entre ellas una burocracia con muchas trabas y debi-
lidades, la falta de cuadros técnicamente instruidos en diferentes niveles
y necesidades, una agresión sin precedentes que la obliga a tomar medi-
das de emergencia, una crisis económica que dificulta la satisfacción
igualitaria de las necesidades y, sobre todo, la falta de una tradición
democrática. Todos estos factores ayudan a explicar por qué algunas de
las tendencias autoritarias que han caracterizado a las revoluciones
anteriores también están presentes en Nicaragua. Sin embargo, salta a la
vista que en las sociedades subdesarrolladas, el aspecto político de la
democracia es tan importante como el aspecto económico, sobre todo
tomando en cuenta que las limitaciones en el orden material no impiden

67
democracia

el desarrollo de los avances en el orden politico e ideológico para el


socialismo naciente. Por el contrario, hasta podrían compensarlo.15

Los cimientos del socialismo democrático


Las experiencias cubana y nicaragüense permiten reflexionar sobre los
elementos fundamentales para la construcción de una democracia so-
cialista auténtica. Esta democracia tiene que perseguir dos objetivos fun-
damentales: a) el fin de las desigualdades económicas y sociales, y b) la
participación plena de las masas en las estructuras políticas y económi-
cas del país. Conscientes de que ambos objetivos tienen que desarrollar-
se simultáneamente, es obvio que lo primero puede darse sin lo segundo,
en cambio, lo segundo lleva necesariamente a lo primero.
Estos objetivos básicos solamente se pueden lograr creando un sis-
tema politico que combine la democracia económica con la democracia
política y, dentro de esta última, articulando los mecanismos consulti-
vos, participativos y representativos. Los componentes de la democracia
consultiva y participativa son muy conocidos en muchos países socia-
listas de democracia directa. Involucran la creación y el desarrollo de
distintas organizaciones de masas, los obreros, los campesinos, los maes-
tros, la juventud, la mujer, etcétera. La democracia participativa también
implica que muchas de estas organizaciones accederían a responsabili-
dades sustantivas en sus centros de trabajo, sean éstos fábricas, unida-
des de producción agrícola, oficinas administrativas o escuelas. La
igualdad económica y social solamente se puede alcanzar si los trabaja-
dores (en su acepción más amplia) juegan un papel en la gestión de las
instituciones económicas y administrativas creadas para su servicio.
Es importante señalar que la democracia y el pluralismo no se redu-
cen a la práctica de los partidos políticos, sino que por el contrario tienen
que introducirse cada vez más en la sociedad civil: en las asociaciones
gremiales y de todo tipo, en el campo de la cultura, en la religión (para
creyentes y no creyentes), en las actividades comunales, en el deporte, en
el campo de la educación, en las relaciones internacionales, etcétera.
La democracia representativa ha sido hasta ahora casi por entero
patrimonio de la democracia burguesa. Sin embargo, la democracia re-
presentativa no tiene por qué excluirse de la vida política en las socieda-
des socialistas si se pretenden superar sus históricas tendencias
autoritarias. En el caso de Nicaragua, los líderes de la nación fueron

68
Orlando Núñez y Roger Burbach

electos por el voto directo del pueblo con una participación variada de
candidatos y partidos políticos. Lo mismo pasó con la elección de la
Asamblea Legislativa, e igual se está proponiendo con los representan-
tes municipales.
En el campo de la democracia representativa, se observa un corte
fundamental con el sistema burgués ya que además de la representación
de los propios partidos políticos, las organizaciones de masas tienen
mecanismos directos de representatividad política, independiente de ellos.
La combinación de un parlamento donde estén representados los parti-
dos políticos con una asamblea popular donde estén representadas las
organizaciones de masas, constituiría la estructura básica de lo que de-
biera ser una democracia socialista.
El desafío más difícil para las sociedades socialistas revoluciona-
rias podría ser el desarrollo de un sistema pluralista que involucre a
partidos políticos que compitan por el poder. Como se señaló anterior-
mente, en las sociedades revolucionarias la existencia de un partido de
vanguardia no debería excluir por principio la existencia de una varie-
dad de partidos revolucionarios, cada uno con una propuesta algo dife-
rente para la construcción de una sociedad socialista. Estos partidos
tendrían que diseñar sus propios mecanismos políticos y electorales para
el debate público de sus diferentes puntos de vista, de manera tal que la
dirección específica que tome la sociedad pueda ser decidida por todo
un cuerpo político que exprese las diferencias que todavía existen en las
sociedades en transición. Más aún, si se dieran debates públicos y elec-
ciones esto implicaría que los partidos políticos tendrían que acceder
libremente a los medios de comunicación. Cada partido político necesi-
taría su propio periódico, imprenta, librerías y salas de lectura, así como
igual acceso a las estaciones de radio y televisión. Un ejemplo radical de
esta situación se llevó a cabo en la Nicaragua revolucionaria donde, a
pesar de la agresión feroz desatada militarmente por la administración
Reagan, la revolución llevó a cabo las elecciones y discutió públicamen-
te y con todos los partidos políticos el proyecto de la constitución.
La existencia de pluralismo politico entre los partidos revoluciona-
rios también hace plantearse el interrogante sobre el papel que tendrían
en una sociedad socialista los partidos no revolucionarios. Se supone
que estamos hablando de una democracia en el seno de una sociedad
revolucionaria y de un proyecto revolucionario, lo que implica un plura-
lismo a favor de cuestiones fundamental y universalmente aceptadas

69
democracia

por el pueblo y en que difícilmente podría mantenerse por mucho tiempo


un partido que en la práctica es rechazado por la mayoría del pueblo; tal
como pasa en Nicaragua con algunos partidos políticos o sectores que
están o estuvieron a favor de la intervención norteamericana. Un pano-
rama diferente estaría mostrando que no se trata de una sociedad revolu-
cionaria, salvo en lo que concierne a las intenciones de la dirigencia.
Si este fuera el caso, surgiría el interrogante sobre la instancia que
definiese cuáles son los partidos revolucionarios y cuáles no lo son. Dada
la posición hegemónica de los partidos revolucionarios en una sociedad
socialista, sería ventajoso para la sociedad en su conjunto permitir la
participación de cualquier partido. Esto serviría como válvula de escape
para los elementos inconformes y simultáneamente como barómetro po-
lítico de los partidos revolucionarios para hacer ajustes en sus líneas
revolucionarias en caso de que los partidos no revolucionarios ganaran
impulso. Las democracias burguesas cuando se sienten seguras en el
poder dan espacio a los partidos marxistas en los comicios electorales;
no hay razón por la cual en una sociedad socialista donde se gobierna a
favor de las mayorías, se tenga temor a tolerar a los partidos no revolu-
cionarios.
Estos valores democráticos son parte integral de la amplia lucha
por una sociedad comunista que enunciaran Carlos Marx y Federico
Engels en el Manifiesto Comunista hace más de un siglo. Luchamos por el
fin de la explotación del hombre por el hombre, por el fin de la aliena-
ción, de la propiedad privada, del Estado y del concepto tradicional de
la monogamia y la familia patriarcal. Estamos a favor de la descentrali-
zación, de la colectivización, de la democratización y humanización de
la familia. Parte de esa práctica significa que los revolucionarios nos
sentimos con el derecho de reflexionar, pensar, discutir, mostrar nues-
tros intereses abiertamente, decirle al mundo quiénes somos y luchar por
transformar ese mismo mundo, sin hipocresía y sin farsa, sin complejos
de culpa y sin mojigatería, ocupados radical y consecuentemente por la
justeza y eficacia de nuestros principios. En estas sociedades las creen-
cias individuales de todos deben ser respetadas. Se puede ser cristiano,
ateo, judío o islámico. Estas creencias son asunto individual; debemos
de oponernos solamente a creencias y religiones que tratan de imponer-
se a otros o se utilizan para fomentar la enajenación. Ello no quita que
cada posición trate de hegemonizar sus propias concepciones. Lo con-
trario sería erigirnos en vanguardia infalible y sacrosanta y pretender

70
Orlando Núñez y Roger Burbach

imponerle al pueblo por la fuerza nuestros más avanzados descubri-


mientos de cómo queremos que sea la sociedad; terminaríamos perdien-
do el poder antes de haberlo conquistado, tal como le ha pasado a
infinidad de grupos radicales de derecha o de izquierda.
En una sociedad socialista, también debe haber un amplio margen
para que los individuos y los grupos desarrollen sus propios intereses.
Marx decía que en el comunismo, uno podría trabajar o divertirse cuan-
do uno quisiera. Más importante aún, en una sociedad socialista debería
haber flexibilidad para que todos logren sus intereses productivos y
creativos. Las empresas personales o cooperadas entre los individuos
(en pequeñas escalas) serían elementos tolerables en una sociedad so-
cialista. Muchos desearían desarrollar sus pequeñas industrias
artesanales, sus propios centros culturales, deportivos o recreativos. Los
objetivos macroeconómicos o de gran escala tendrían que estar determi-
nados por la sociedad en su conjunto, al igual que los mecanismos para
impedir la mercantilización y diferenciación social, lo que no significa
que el espíritu emprendedor a nivel del individuo tenga que reprimirse.
Se supone que estamos hablando de una sociedad donde los intrumentos
materiales y los valores culturales excluyen todo espacio para intentar
de nuevo la ganancia, la explotación, o incluso la más mínima o simple
mercantilización de las cosas o de la cultura. La democracia como defi-
nición política de socialismo, no solamente significa el derecho a partici-
par en la orientación de la sociedad, sino, y seguramente más importante
aún, el derecho a escoger lo que cada uno quiere hacer con su vida; así, el
bien de todos sería un resultado. En última instancia, de esto trata el
comunismo: de la liberación completa del individuo para buscar intereses
que redunden en beneficio de la sociedad en su conjunto y viceversa.16

71
democracia

Notas
1
Burbach, Roger and Flynn, Patricia: The Politics of Intervention: The United States in
Central America. Monthly Review/CENSA, New York, 1984. Véase también, Robinson,
Bill and Noesworthy, Kent: David and Goliath: The U.S. War Against Nicaragua. Monthly
Review/ CENSA , New York 1986; U.S. Departament of State, Foreign Assistance
Program: FY 1986 Budget and 1985 Supplemental Request, Washington, D.C.: Bureau
of Public Aftairs, 1985.

2
U.S. Departament of State: The U.S. and Central America: Implementing the National
Bipartisan Commission Report, Bureau of Public Affairs, Washington, D.C., julio 1986.

3
National Bipartisan Commission: The Report of the National Bipartisan Commission
on Central America. MacMillan Publishing Co., New York, 1984.

4
Lenin, citado por Stalin: El gran debate (1924-1926). El socialismo en un solo país. Siglo
XXI editores, Madrid, 1976, p. 55.

5
Draper, Hal: Karl Marx and Frederic Engels: Writing on the Paris Commune. Monthly
Review Press, New York, 1971, p. 130.

6
Lenin: El Estado y la revolución. Editorial Progreso, Moscú, 1975.

7
Bengelsdorf, Carollee: ““State and Society in the Transition to Socialism””. En:
Transition and Development: Problems of Third world Socialism, Ed. Richard Fagen, et.al.
Monthly Review/CENSA, New York, 1986.

8
Un ejemplo de cómo el nuevo revisionismo intenta descartar el marxismo y su
potencial para analizar los problemas democráticos se encuentra en: Bowles, Samuel
and Gintis, Herbert: Democracy and Capitalism: Property, Community and the
Contradictions of Modern Social Thought. Basic Books, New York, 1986.

9
Hay muchas obras que discuten este tema: Sweezy, Paul M. y Bettelheim, Charles:
Algunos problemas actuales del socialismo. Siglo XXI, Madrid, 1917. Un valiente análisis
desde la izquerda sobre lo que verdaderamente pasa con el marxismo en los países
socialistas es la obra de Bahro, Rudolph: Alternativa: Contribución a la crítica del
socialismo realmente existente. Alianza Editorial, Madrid, 1980. (The Alternative in
Eastern Europe, New Left Books, London, 1978). Véase también: Deutscher, Isaac:
Stalin, biografía política, Ediciones Era, México, 1965. Bettleheim, Charles: Las luchas
de clases en la URSS, segundo periodo, 1923-1930. 2a. ed. México, Siglo XXI, 1979.

10
LacClau, Ernesto and Mouffe, Chantal: Hegemony and Socialist Strategy: ““Towards
a Radical Democratic Politics. Ed. Verso, London, 1985. Harnecker, Marta: Cuba: ¿Dic-
tadura o democracia? 8a. ed. Siglo XXI, México, 1979.

11
Wheelock Roman, Jaime: Habla la vanguardia. DAP -FSLN, Managua, 1981.

12
Vilas, Carlos M.: La revolución sandinista: liberación nacional y transformaciones sociales
en Centroamérica. Editorial Legase, Buenos Aires, 1984.

72
Orlando Núñez y Roger Burbach
13
Arce, Bayardo; Ortega, Humberto; Wheelock, Jaime: Sandinistas. Editorial Van-
guardia, Managua, 1984.

14
Centro de Investigaciones y Estudios de la Reforma Agraria: La democracia
participativa en Nicaragua. CIERA, Managua, 1984.

15
Núñez, Orlando: Luttes de classes au Nicaragua 19/9-1986. Tésis de Doctorado,
París, 1986.

16
Hay un debate sobre el socialismo y la democracia en: Petras, James: ““Authorita-
rianism, Democracy and the Transition to Socialism””. En: Socialism and Democracy:
The Bulletin of the Research Group on Socialism and Democracy, núm. 1, y Roman, Peter:
““A Critical Response to Petras””. Ibid. Véase también: Lowly, Michael: ““Mass
Organization, Party and State: Democracy in the Transition to Socialism””. En:
Transition and Development, ed. Richard Fagen, et. al. Op. cit.

73
democracia

La necesidad de un nuevo proyecto socialista

Estela Suárez

L
a bandera de la democracia y el socialismo””, de Núñez y Burbach,
es un capítulo del libro de los mismos autores reconocido con el
premio Carlos Fonseca de Ciencias Sociales de Nicaragua.1
El tema de la democracia y el socialismo es uno de los que más se
debaten en el campo del marxismo, y si bien no agota los problemas que
configuran la crisis del marxismo actual, indudablemente es uno de los
más importantes. Para mí los autores abordan el problema de la demo-
cracia desde cuatro ángulos: 1) la democracia en la práctica política de
los socialistas y la crítica de los revisionistas; 2) la democracia en la
reflexión teórica marxista; 3) el modelo nicaragüense de democracia
participativa, y 4) los cimientos de un socialismo democrático. Estos cua-
tro ejes son analizados desde las siguientes tesis formuladas a lo largo
del trabajo:
1. La crisis del marxismo no significa que ya no sean necesarios
una teoría y un proyecto revolucionario, sino que deben retomarse para
desarrollarlos con los nuevos problemas que afronta la actividad revolu-
cionaria.
2 Para desarrollar una política revolucionaria es necesario; a) un
análisis de clases preciso, b) una visión estratégica del socialismo y c) la
constitución de una vanguardia revolucionaria.
3 Para construir una democracia socialista es necesario perseguir
dos objetivos fundamentales: a) el fin de las desigualdades económicas y
sociales, y b) la participación plena de las masas en las estructuras polí-
ticas y económicas del país.
4 La estrategia de la revolución deberá incluir la bandera de la
democracia reconociendo a) el pluralismo en la revolución, es decir,
la diversidad de sujetos sociales en el proceso revolucionario y la
diversidad de banderas que los mismos demandan, y b) el pluralismo
político en la vanguardia o dentro de la conducción del proceso revo-
lucionario.
74
Estela Suárez

Este pluralismo político debe ser considerado fundamental tanto


antes como después de la toma del poder, y debe ser mediado por la
unidad alrededor de los principios y de una estrategia revolucionaria.
5 En todos los procesos revolucionarios del futuro debe conside-
rarse el pluralismo ideológico que se manifiesta en una gran prolifera-
ción de movimientos sociales y que expresa una gran energía y creatividad
política e intelectual.
Partiendo de una coincidencia básica con estas tesis, que considero
sumamente importantes para el desarrollo de una teoría y una práctica
sociales y políticas revolucionarias, me parece relevante comentar otros
aspectos de este ensayo.

1. Referencias sobre América Latina


Los autores ubican los procesos democráticos que se dan en América
Latina en los años ochenta y la caída de las dictaduras latinoamericanas
de Argentina, Brasil, Uruguay y Perú, como una ““dada de baja”” a sus
dictadores por parte de la política imperialista de EEUU. Ellos plantean
que el cuestionamiento de las masas latinoamercianas avanza, mientras
que la política estadunidense, con su hipocresía habitual, se reacomoda.
Sin dudar de las falsas preocupaciones democráticas del imperia-
lismo norteamericano y del cinismo que apenas logran ocultar los dis-
cursos de las administraciones estadunidenses en relación a la
democracia para América Latina, me parece que este tipo de afirmacio-
nes implica un conocimiento parcelado de la realidad latinoamericana.
Considero incorrecto que los autores coloquen al gobierno militar
de Perú en el mismo plano que a las dictaduras de Argentina, Brasil y
Uruguay, y que se les olvide mencionar a la de Pinochet en Chile. Tam-
bién creo que es falso que algún sector o grupo de la izquierda chilena,
que ellos caracterizan de revisionista-populista, trabaje hoy ——o sea, du-
rante la dictadura de Pinochet—— dentro del sistema político establecido
persiguiendo metas reformistas, como los autores sostienen en otra parte
del texto. Considero que esta afirmación es falsa por la simple y sencilla
razón de que la política de Pinochet no ha dejado el más mínimo resqui-
cio para que tal situación pudiera darse.
En el caso de Perú, el gobierno de Velazco Alvarado (1968-1975), si
bien se estableció por un golpe militar, fue un gobierno antiimperialista,
nacionalista, estatista, que realizó una reforma agraria, y que aunque no

75
democracia

fue democrático, tampoco se caracterizó por una violencia represiva de


asesinatos, tortura y terror, como el resto de las dictaduras del Cono Sur;
su política fue caracterizada por Fidel Castro como una ““nueva vía al
socialismo””.
Posteriormente, el gobierno militar de Morales Bermúdez (1975-
1980), que sube también por un golpe militar contra Velazco, inicia, des-
de su primera declaración pública, la apertura democrática electoral en
Perú. Por lo tanto, sea que los autores se refieran al régimen de Velazco
Alvarado, o al de Morales Bermúdez, considero que el gobierno militar
del Perú está mal caracterizado como gobierno títere del imperialismo
norteamericano.
Para ubicar correctamente las relaciones entre las burguesías lati-
noamericanas y el imperialismo yankee es necesario partir del hecho de
que las alianzas interburguesas están normadas por intereses materia-
les y no por afinidades ideológicas. Al imperialismo le convendría que
sus aliados en el continente fuesen formalmente gobiernos democráti-
cos, pero esto no siempre es posible y por eso tiene que hacer alianza con
gobiernos dictatoriales, cuando éstos tienen una posición de poder real.
Además, no a todas las dictaduras latinoamericanas les conviene siem-
pre la alianza con el imperialismo norteamericano.
Un caso significativo en este sentido es el de la dictadura militar
argentina (1976-1982) con los gobiernos militares de los generales Videla,
Viola y Galtieri, a la cual también Núñez y Burbach caracterizan equivo-
cadamente de títere del imperialismo norteamericano. Un simple ejem-
plo es suficiente: la lucha por los derechos humanos en aquella época de
terror sólo tuvo el apoyo del papa y del gobierno de Carter en la organi-
zación internacional de las Naciones Unidas. La Unión Soviética ejercía
su derecho de veto para impedir que se tratara la violación de los dere-
chos humanos en Argentina, siendo éste uno de los problemas que más
afectaban a la población y la única bandera levantada por una de las
pocas organizaciones opositoras que existían en el interior del país, Las
Madres de la Plaza de Mayo. La URSS no sólo impidió el tratamiento del
punto en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
sino que también condecoró al general Galtieri cuando éste era uno de
los triunviros del poder dictatorial en Argentina?
¿Por qué la URSS sostuvo esta política? En pocas palabras, porque
había establecido convenios comerciales y diplomáticos con la dictadu-
ra argentina, que le vendía cereales en la época del bloqueo norteameri-
cano contra la Unión Soviética. Es indudable que a la Unión Soviética le
76
Estela Suárez

hubiera gustado tratar con un gobierno argentino democrático, pero le


dio igual que fuera una dictadura, porque priorizó sus intereses materia-
les. Esto que de ningún modo es una justificación para la Unión Soviéti-
ca mostró a los argentinos en forma tangible la verdadera cara del
““socialismo real””, y a los marxistas internacionalistas, hasta dónde pue-
de llevar la razón de Estado, que en otros casos ha tenido consecuencias
más graves, como la invasión militar de los vietnamitas en Camboya, la
de la China Comunista a Vietnam, la de la Unión Soviética a Afganistán.
A pesar de la importancia que tuvo este hecho en la lucha contra la
dictadura en Argentina, también creo que sería falso afirmar que la Unión
Soviética impidió el cuestionamiento a la dictadura militar argentina
porque es una potencia socialimperialista, que promueve dictaduras, ni
que el gobierno argentino fuera en aquel tiempo, un gobierno títere de la
Unión Soviética, como lo interpretaron algunas organizaciones maoístas
argentinas. Esta sería una interpretación maniqueísta de la política in-
ternacional. Por lo mismo, si se quiere analizar con un mínimo grado de
objetividad la realidad latinoamericana es necesario abandonar el pre-
juicio de que las burguesías latinoamericanas son títeres del imperialis-
mo norteamericano. Es necesario reconocer que las burguesías
latinoamericanas tienen intereses propios, que a veces coinciden con y a
veces disienten de la política del imperialismo norteamericano, y que
precisamente en etapas de crisis económicas tan prolongadas como la
reciente, aprovechan lo mejor posible las contradicciones entre las po-
tencias, así como las contradicciones interburguesas. La burguesía, como
clase, ya sea a nivel nacional o internacional, tiene intereses comunes y
contradictorios, en constante competencia. Por todo ello, creo que cada
vez es más necesario explicar los motivos de su política analizando los
intereses de las distintas facciones de estas burguesías, así como el con-
texto internacional que las enmarca, y abandonar esquemas simplistas
donde todo lo malo se adjudica a la mano negra del imperialismo.
Creo que el imperialismo norteamericano tiene un diferente interés
político por Centroamérica que por Sudamérica. Centroamérica forma
parte de su geopolítica inmediata y directa, mientras que Sudamérica
está más lejana; por lo tanto, el nivel de intervención es mucho más fuerte
en la región centroamericana que en el resto del continente, y esta ten-
dencia se ha agudizado con la revolución en Nicaragua y la situación de
guerra de El Salvador. Es peligroso trasladar una visión nacional o local
a la problemática latinoamericana, porque se corre el riesgo de decir
falsedades.
77
democracia

2. Los problemas de los llamados ““países socialistas””


o del ““socialismo real””
Los pueblos de los países socialistas, especialmente en el curso de los
años 80, están debatiendo y cuestionando los logros y las carencias del
sistema en el que viven, disfrutan y padecen, en el marco de una profun-
da crisis económica. El tema ya no es sólo asunto de intelectuales ““secta-
rios””, ni un invento maquiavélico del imperialismo y de los que le
““vendían”” su pluma, como tiempo atrás se caracterizaba este tipo de
críticas en muchos partidos de izquierda de América Latina. Hoy por
hoy, los pueblos de estos países han puesto esta problemática en la pa-
lestra ejerciendo, con diferentes ritmos y matices nacionales, sus dere-
chos a debatir y a luchar por una mejor calidad de vida.
Sin pretender exponer aquí los complejos procesos que están vi-
viendo estas sociedades y que parecen intensificarse cada vez más, sí me
interesa señalar que un gran logro de los países socialistas o del ““socia-
lismo real”” es el haber alcanzado importantes avances económicos, y
demostrado que para ello no se requiere del lujo, el derroche y la apropia-
ción de grandes ganancias por parte de los capitalistas, ni de la desocu-
pación periódica, ni de sectores sociales sumidos en la miseria, logros
reconocidos hasta por estudiosos agudos que no se reivindican como
pro-soviéticos.3 Sin embargo, los problemas que están viviendo los pue-
blos en estas sociedades entrecruzan los aspectos derivados del poder
de una burocracia asfixiante y de la falta de democracia política, con los
de una planificación económica global. Así, el reconocimiento al dere-
cho de huelga en la Unión Soviética y Polonia tiene un significado histó-
rico especial que no tiene en otro país. La planificación centralizada es
cuestionada no sólo por aspectos económicos de eficiencia, productivi-
dad, innovación tecnológica y distribución, sino también por la falta de
libertad de trabajar donde cada quien desee, por la falta de libertad del
consumidor para adquirir lo que quiere y donde quiere.
Núñez y Burbach critican el verticalismo y el autoritarismo de los
partidos comunistas en la mayoría de los países socialistas del Este eu-
ropeo y del tercer mundo, lo cual es valioso, pero es una crítica que peca
de superficial, puesto que no analiza la situación de los países socialis-
tas y sus problemas. Este limitante del trabajo es importante de remarcar,
a pesar de que las posiciones defendidas por los autores ——de pluralis-
mo en la revolución, de democracia política y representativa antes y des-
pués de la toma del poder—— indudablemente significan un avance

78
Estela Suárez

respecto a la Perestroika de Gorbachov, porque la situación que está


viviendo el llamado mundo socialista está incidiendo, y lo seguirá ha-
ciendo, en el movimiento revolucionario del resto del mundo.
Así, por ejemplo, es muy cierto, como lo sostienen los autores, que la
izquierda tendrá que levantar la bandera de la democracia como nunca
antes lo había hecho. Pero además de ser éste un problema político de
principio, es necesario no sólo para la política del imperialismo, como se
sostiene en el texto, sino también en gran medida por el desprestigio
creciente de los llamados países ““socialistas”” y el repudio al sistema de
partido único. A ello se agrega la crisis económica global ——que recono-
cen los autores, aunque no la analizan—— que afecta tanto a las socieda-
des socialistas como a las capitalistas en el tercer mundo. Esto implica
un cambio en la relación de fuerzas a nivel mundial, y por lo tanto, la
imposibilidad de que revoluciones como la nicaragüense o luchas revo-
lucionarias como la de El Salvador cuenten con apoyo internacional de
países socialistas como el que tuvo la revolución cubana desde sus ini-
cios. La tendencia al aislamiento internacional ——en el sentido de apo-
yos de tipo estatal—— de luchas revolucionarias o revoluciones triunfantes,
es otro factor importante que exige que cada proceso revolucionario se
base sólo en sus propias fuerzas y no avance más allá de lo que amplias
alianzas se lo permitan, ya sea para tomar o conservar el poder.

3. La crítica al enfoque reduccionista del marxismo-leninismo


He preferido dejar este punto para el final, porque aunque los autores
apuntan a ejes importantes, creo que es necesario ir más allá, si se quiere
abordar seriamente el problema del enriquecimiento y desarrollo del
marxismo como una concepción científica y crítica de la sociedad y como
un referente teórico-ideológico para la acción revolucionaria.
Como una cuestión previa, me interesa recordar que la concepción
de democracia socialista que sostienen los autores tiene antecedentes
muy valiosos en los debates entre los clásicos del marxismo, en especial
las posiciones de Rosa Luxemburgo, con sus advertencias sobre los peli-
gros del abuso de poder y de la degeneración burocrática, así como la
defensa de un partido revolucionario independiente del Estado, des-
pués del triunfo revolucionario, implican toda una concepción de demo-
cracia socialista,4 así como los análisis de Gramsci, con su concepto de
hegemonía política.5

79
democracia

Como acertadamente señalan Núñez y Burbach el marxismo-leni-


nismo tuvo un enfoque reduccionista. El problema del reduccionismo
que tratan los autores se refiere a la etapa del llamado marxismo-leninis-
mo que se desarrolló pocos años después de la revolución bolchevique
en Rusia, en el periodo estalinista .6 El reduccionismo económico en las
sociedades de transición ——que para Marx era la construcción del socia-
lismo como transición hacia un nuevo modo de producción superior al
capitalismo, el comunismo——, al priorizar el desarrollo de las fuerzas
productivas no sólo disoció los aspectos económicos de los políticos ——
como bien se afirma en el texto—— lo cual es sumamente grave porque
llevó a sucesos lamentables como la feroz represión y explotación del
campesinado en nombre del proletariado durante el régimen de Stalin en
la URSS; el reduccionismo económico también llevó a una concepción de
desarrollo de las fuerzas productivas que negaba su base ecológica y
condujo a una disociación entre el hombre y la naturaleza similar a la
del capitalismo. Este reduccionismo, defendido además autoritaria y
burocráticamente, impidió el surgimiento de un pensamiento científico-
crítico ecologista y el desarrollo de organizaciones ecologistas como las
que en Occidente promovieron una nueva conciencia de la relación entre
los seres vivientes y su habitat, de la importancia del equilibrio ecológico
y de lo peligroso, vergonzante y bárbaro que significa concebir el desa-
rrollo técnico como ““progreso””, descuidando la conservación del medio
ambiente hasta el punto de poner en peligro la vida misma del planeta
en que vivimos. Es decir, las consecuencias negativas del reduccionismo
económico van más allá de las formuladas por los autores, por lo que es
necesario reconocer que las sociedades de los países socialistas tienen
mucho que aprender del desarrollo de la conciencia social y científica de
Occidente.
El reduccionismo sociológico es otro eje importante de análisis crí-
tico. La formación social, para utilizar la categorización de Lenin, se
estructura con base en mútliples relaciones sociales, dentro de las cuales
el marxismo ha priorizado las relaciones sociales de producción en la
medida en que éstas configuran la base material de la sociedad. Pero esto
no implica reducir las contradicciones que las relaciones sociales gene-
ran entre las personas a las que se dan entre explotados y explotadores
bajo el sistema capitalista. Para avanzar en la construcción de un pro-
yecto revolucionario que concentre y canalice todo el potencial social y
político de la rebeldía acumulada en la etapa histórica actual es necesa-
ria la construcción de un sujeto revolucionario plural ——como se afirma
80
Estela Suárez

en el texto. Pero también aquí es necesario ir más allá aún, en el sentido


de valorar y promover el desarrollo de la crítica revolucionaria y la orga-
nización independiente y autónoma de los sectores dispuestos a luchar
contra los diferentes tipos de relaciones sociales que generan desigual-
dades discriminatorias o de marginación, cuando no de represión direc-
ta contra las personas por su género, edad, raza o etnia, religión, opción
sexual o nacionalidad. La cultura política actual ha generado un nuevo
imaginario colectivo de revolución social que no puede eludirse. No ten-
dría legitimidad política una revolución futura que en nombre del prole-
tariado, el marxismo y la revolución, empañe su grandeza, como lo hizo
la revolución cubana, al reprimir a los homosexuales.
Otro factor causante de limitaciones democráticas en el socialismo,
y que está ausente en este capítulo de Núñez y Burbach, ha sido el
reduccionismo ideológico. Asumir el marxismo como la teoría revolucio-
naria más completa y avanzada no significa concebir este cuerpo teórico
como un dogma, ni reconocer la genialidad de los fundadores del mar-
xismo implica desconocer sus limitaciones históricas. Un proyecto polí-
tico revolucionario hoy, capaz de ir construyendo un nuevo poder social
y político, no puede tener como único referente teórico-ideológico al mar-
xismo, sino que debe integrar sus aspectos más revolucionarios con los
del feminismo, el ecologismo y una concepción de los derechos humanos
y de las identidades nacionales contemporáneas. Desde este marco de-
berá realizar una reinterpretación materialista de la historia, del socia-
lismo, de sus estructuras de poder y de su participación y de las
tendencias del devenir histórico en el futuro. Esto es lo que implica desa-
rrollar hoy el marxismo superando su crisis actual, como proponen
Núñez y Burbach, objetivo no sólo válido, sino necesario.
Finalmente, sólo nos queda agregar que es realmente gratificante y
alentador comprobar una vez más que la revolución nicaragüense, mien-
tras lucha diariamente contra la agresión imperialista y sus aliados re-
gionales, premia textos como éste, con reflexiones sobre temas tan
importantes para la izquierda y el movimiento democrático latinoameri-
cano, en la indudable búsqueda por construir una sociedad distinta,
más justa y más igualitaria.

81
democracia

NOTAS

1
Orlando Núñez y Roger Burbach, Democracia y Revolución en las Américas, Editorial
Vanguardia, Nicaragua, 1986.

2
Dabat y Loeunzano, Conflicto malvinense y crisis nacional, Ed. Teoría y política,
México, 1983.

3
Alec Nove, La economía del socialismo factible, Ed. Siglo XXI, México, 1987.

4
Rosa Luxemburgo, Crítica de la Revolución Rusa, Ed. La Rosa Blindada, Bs. As. 1969.

5
Antonio Gramsci, Notas sobre la política, sobre Maquiavelo y sobre el estado moderno, Ed.
Nueva Visión. Bs. As. 1979.

6
Otro punto por aclarar es que los autores ubican la comuna de París erróneamente
en 1848, siendo que se refieren a lo que Marx llamó el primer estado proletario, con
la implantación de la comuna de París en 1870.

82
La democracia civilizatoria*

Luis F. Aguilar Villanueva

P
or democracia suelen entenderse muchas cosas. Desde una re-
gla procedural de elección de legisladores y gobernantes hasta
un gran proyecto imperativo de sociedad igualitaria. La inesta-
bilidad de sus denotaciones puede ser desesperante para los ordenado-
res lógicos de la vida política, quienes en este caos conceptual verían el
origen de los males que distorsionan y pervierten la práctica real de la
democracia. La plurivocidad del concepto no debe empero ni sorprender
ni desesperar. Al corazón mismo de la lucha política moderna pertenece
el debate sobre la idea de democracia. Su angostamiento o su expansión
no es producto de una especulación neutral, de seminario de profesores.
Es una operación políticamente estratégica. Formar una cultura política
en torno de un concepto ampliado de democracia o de uno restringido,
casi técnico, acarrea efectos determinantes dentro de la arena política.
Otorgará a algunos programas y partidos significado, consenso y mayo-
ría, mientras descalificará a otros como irrelevantes y hasta nocivos.
Conocen bien esta historia tanto los partidos 'liberales”” como los ““demó-
cratas”” y ““socialistas””.
Las varias denotaciones del concepto guardan una relación directa
con el problema que la democracia pretende poder resolver o con lo que
se considera es el problema que la democracia puede resolver. En este
punto crucial, si los hay, los acuerdos son mínimos. Hay una actitud
eufórica que concede a la democracia la capacidad de resolver casi todos
los problemas públicos. Es el pathos de la ““Comuna””. Y otra más,
mesurada, que busca precisar los problemas públicos susceptibles de
tratamiento democrático. Por esta vertiente suele ser la ““Burocracia”” la

* Este ensayo es la unión de dos artículos publicados en el periódico unomásuno,


página uno, 17 de julio de 1988 / 11 de septiembre de 1988.

83
democracia

que reivindica un campo de problemas no dirimibles democráticamente.


La comuna, por exceso, y la burocracia por deformidad, terminan por
enturbiar la cuestión de cuál es el problema que puede resolver razona-
blemente bien el ejercicio democrático.

1. ““Es preferible contar cabezas que cortar cabezas””.


Algunos hemos distinguido entre el carácter ““comunitario”” (autonomía,
autogobierno, voluntad general, participación igualitaria...) y el carácter
““civilizatorio”” de la democracia. No son excluyentes, pero sí generan
diversas ópticas, comportamientos, énfasis. Si se tuviera que polarizar
incorrectamente los dos aspectos, algunos no dudaríamos en escoger el
polo civilizatorio. El programa civilizatorio de la democracia moderna
tiene como premisa el hecho de que existimos en una asociación de natu-
raleza política, en un Estado, y por tanto bajo condiciones políticas de
individualidad y libertad, de pluralidad y diferencia, de divergencia,
competición y conflicto. El problema que encara y aspira a resolver la
democracia moderna es, entonces, el de la producción de decisores y
decisiones generales, públicos, en condiciones colectivas de libertad,
pluralidad, y no de arbitrariedad ni de exclusión. ¿Cómo producir un
centro de gobierno colectivo en una sociedad de individuos indepen-
dientes que, por definición, tienden a excluirlo pero que, por sus caracte-
rísticas de pluralidad, diferencia y aun discrepancia, lo necesitan? ¿cómo
producir decisores y decisiones colectivamente vinculantes en una so-
ciedad de libres que, por ello, será incancelablemente plural y, en conse-
cuencia, tendrá diversos intereses, propondrá diversos decisores y
reclamará diversos tipos de decisión?
Si los portadores de intereses diferentes y hasta opuestos a los de
otros sujetos no han de ser excluidos ni liquidados en razón de su discre-
pancia, si la divergencia y el conflicto de opiniones, posiciones y proyec-
tos sobre la conducción del Estado no ha de dirimirse por los medios
instintivos de la fuerza, parece entonces que, ante la pluralidad incance-
lable de opciones políticas, el único camino racionalmente transitable es
el acto pacífico, civilizado, de elegir entre opciones, de extender y univer-
salizar el acto de elección, de respetar su resultado y de revisar periódi-
camente la corrección de haber seleccionado una opción de gobierno y
no otra.

84
Luis F. Aguilar Villanueva

La forma de la democracia moderna se ha forjado al calor de su


enfrentamiento con la arbitrariedad, esa forma de gobernar particularista
y unilateral, indiferente a las preferencias y opiniones que tienen los
demás sobre los asuntos públicos, excluyente de toda diferencia de
posición e incapaz de ofrecer razones de sus actos, de argumentar su
validez general, pública. Frente a la arbitrariedad la democracia supone
o exige la libertad (las libertades políticas) de los miembros de la asocia-
ción. Supone o crea una organización política cuyo eje sean relaciones
libres en pie de igualdad. Una cultura de la servidumbre, del apoca-
miento, de la subordinación no es terreno fértil de democracia y sí, en
cambio, blanco de su crítica. En el tiempo moderno, liberación de la servi-
dumbre (económica y moral) y demanda de democratización de las deci-
siones generales han sido eventos simultáneos e interdependientes. Por
ello ha reclamado el voto, la participación, la representación, la sobera-
nía popular...
Pero, hito civilizatorio decisivo e inolvidable ha sido el hecho de
que la democracia se ha rehusado a combatir arbitrariamente a la arbi-
trariedad. La paradoja de su origen, por haber tenido que enfrentar vio-
lentamente el poderío del despotismo o de la dictadura (las revoluciones
fundadoras de independencia y república), ha sido sólo la precondición
histórica para abrir corrientes de civilidad dentro de situaciones de bar-
barie. Pero índole y vocación de la democracia es desterrar la violencia
como método de dirimir la disputa entre opciones de gobierno. Es un
procedimiento electoral que antes de elegir legisladores y gobernantes
ha elegido un gobierno de razones y un gobierno de leyes. Sin esta pre-
elección fundamental pierde toda su potencia civilizatoria.
A la violencia, forma extrema de la arbitrariedad, opone la argu-
mentación racional. Tiene confianza en que la oferta recíproca de razo-
nes entre los contendientes, la revisión y comprobación de la información
ofrecida; la crítica de los argumentos, la contrapropuesta inclusiva de
los diferentes puntos de vista, depuren y enriquezcan las opciones, sus-
citen acuerdos más avanzados y generalizables y permitan entender y
reconocer las buenas razones de la discrepancia. Nada le es más ajeno a
la democracia que la creencia en que la cohesión y paz de un sistema
político dependa de un consenso unánime sobre la perfecta verdad o
corrección de una orientación o decisión de gobierno. Esta creencia
monoteísta en política no resolvería sino suprimiría contradictoriamen-
te el problema que la democracia moderna pretende abordar, el de la

85
democracia

pluralidad de opciones de gobierno. Si acaso exige un consenso, éste no


gira en torno del gobierno, de su programa o de sus actos, sino en torno
de la razón como facultad del mutuo entendimiento y en torno de las
leyes como el primer producto del entendimiento racional entre los indi-
viduos. En efecto, la orientación y acción del gobierno puede ser una
opción mayoritariamente elegida, pero también disputable y criticable.
Es posible argüir tanto la conveniencia de sus objetivos como la raciona-
lidad de sus instrumentos. En cambio, es incontrovertible la titularidad
y el derecho a gobernar de los elegidos conforme a leyes. En los asuntos
del gobierno político la ley jurídica es más racionalmente persuasiva que
la ley científica o el principio filosófico. [No hay ninguna teoría históri-
ca, económica o sociológica que exima del error a una política pública o
que en fuerza de la explicación empírica probada pueda convertir el
efecto pronosticado en algo políticamente preferible. Pero la fractura de
la legislación general del Estado o la de las normas que presiden el acto
de elección de los gobernantes se vuelve de inmediato no preferible polí-
ticamente, por reponer el arbitrio como la manera de determinar quiénes
deben ser los decisores y cuáles las decisiones políticas, extinguiendo
las condiciones de libertad y pluralismo. En sentido contrario, la obser-
vancia de la legislación exime al titular del gobierno y a sus políticas de
cargos de ilegitimidad (aunque no de error)].

2. Se vive en un Estado, no en un convento.


La pasión por la comuna, como el ejemplar de toda democracia posible,
ha aspirado siempre a trascender el Estado. Paradójicamente su pro-
puesta democrática no mira a ser un ejercicio dentro del Estado, con el
fin de elegir legisladores y gobernantes. Al contrario, es una propuesta
post-estatal. Su política es la destrucción de la política. Realizar la demo-
cracia significa la ““extinción del Estado””. Aquí la democracia denota
comunidad, no pluralidad sospechosa de intereses y opciones. Para al-
gunos la democracia comunal, unitaria, tenía y tiene la voluntad
nostálgica de restaurar los viejos tiempos de la comunidad ética, casi
doméstica, rota por la aparición del capital, el salario y la ley coactiva
impersonal. Para otros, tenía y tiene la potencia de una utopía comunita-
ria, fraternal, de sociedad sin Estado. De mala gana acepta la ““desvia-
ción”” del concepto de democracia, orientado a la producción de poderes
colectivos y no a la producción de la solidaridad.
86
Luis F. Aguilar Villanueva

La democracia como recurso civilizatorio carga con otros supues-


tos. Parte del hecho que vivimos asociados, y que la naturaleza de nues-
tra asociación exige producir normas y poderes generales. Pertenecemos
a una asociación que produce y requiere poder. Esta fue la conjetura
teórica de la filosofía política moderna con sus teoremas sobre el ““estado
natural””, el ““pacto contrato social””, el ““estado civil””. No vivimos en una
organización comunitaria, en la que todos compartimos fines no indivi-
duales, comunes, a los que además enteramente nos consagramos de
manera desinteresada y generosa. No estamos en una asociación religio-
sa o doméstica inspirada por la cooperación, la caridad y la piedad.
Estamos, a la inversa, en una asociación en la que todos, libres los unos
de los otros, perseguimos utilidades individuales, en la que establece-
mos relaciones sociales de manera calculada e interesada, con el objetivo
de dar para recibir, en la que nos instrumentalizamos recíprocamente,
cada uno siguiendo su preferencia y conveniencia, donde nada se recibe
gratis y todo supone trabajo e intercambio. La individualidad y la inde-
pendencia son componentes esenciales y distintivos de la sociedad mo-
derna, de la ““sociedad civil””. Por ello conlleva en su organización misma
la pluralidad, la distinción, la discrepancia y el conflicto. La moderna no
es una sociedad ni homogénea, ni comunitaria, ni pacífica.
En esta sociedad diferenciada y competitiva de individuos, con per-
cepciones diferentes sobre sus utilidades y sus daños, con intereses di-
versos y divergentes, también en choque, se proyectan en continuidad
con los propios intereses diversas visiones de la organización social, de
sus prioridades y de sus operaciones. Tenemos, en fin, no sólo intereses
individuales sino proyectos públicos, ““nacionales””, divergentes y en
pugna. Nuestra proximidad al conflicto para convertir nuestras prefe-
rencias individuales en ley general y programa de gobierno, nos pone al
borde de la violencia, de la barbarie. Para sostener este tipo de sociedad
con su predisposición al malentendido y al conflicto, si se quiere evitar
la solución de fuerza, no parece haber más salida que la producción de
un cuerpo de reglas generales y de un poder coactivo general. Sólo me-
diante esta estructura política nuestra sociedad acierta a ser ““civil””, civi-
lizada. Ante las visions entusiastas, ““comunales””, de una sociedad civil
colaboradora y solidaria, que puede sistemáticamente prescindir de la
norma jurídica y de la coacción, del Estado, conviene recordar que vivi-
mos (no como destino sino como cultura) una existencia social bajo el
signo de la pluralidad, el conflicto, la norma y la coacción. Normas y
expectativas de sanciones ofrecen el marco para una solución pacífica a
87
democracia

la discrepancia y la contienda social. La creación del Estado jurídico y


coactivo fue así el momento civilizatorio de la historia social. Ha sido,
por encima de las ilusiones sobre el origen y sobre el fin de la historia
humana, la manera civilizada y civilizatoria de organizarnos, de resol-
ver conflictos y de elegir entre opciones discrepantes sobre la organiza-
ción y la orientación de la vida en asociación.
La democracia pertenece a esta forma civilizada de solución estatal
del conflicto social. Si el Estado no tiene ningún significado edificante,
constructivo, y se le piensa contrariamente como uno de los monstruos
abominables que habitan esta ““prehistoria”” que llamamos la moderni-
dad occidental, entonces lo que procede es la ““revolución”” y la ““comu-
na”” del ““estado de transición””, no la democracia con su propuesta de
gobierno de leyes y razones. Hasta hace poco esta fue la posición de
muchos que abrigaron una idea cósmica de la revolución como principio
del mundo, antes de la caída.
La democracia pierde todo sentido si el Estado, las leyes, el gobier-
no también lo pierden. Si puede haber contención y resolución real, no
imaginaria, del conflicto social sin la organización estatal, la democra-
cia de elección pierde la brújula y se modifica su problema. En el interín
que a tantos impacienta, la democracia es la forma de producir gobierno
en una sociedad que no es homogénea, unitaria, unidimensional, que no
es ni una familia, ni un club, ni una capilla, ni un gremio. Al problema
serísimo, concreto de cómo gobernar la pluralidad, la diferencia, la dis-
crepancia, la contienda, el conflicto, la democracia seguirá ofreciendo
una respuesta por definición nunca resolutoria (que resuelve, extingue,
el problema de una vez para siempre), pero concerniente y racionalmen-
te sustentable.

3. Gobernar la molesta pluralidad.


Hemos inventado dos caminos de gobernar mediante razones y leyes.
Son los dos temas de la democracia moderna sobre los que hemos escrito
innumerables variaciones. Fungen de arquetipos. Uno es la democracia
comunitaria, la de Rousseau. Otro es la fórmula liberal, civilizatoria. La
primera nos es conocida y está arraigada en las maneras de concebir la
solución del problema que plantea amenazadoramente la existencia plural
de libertades. Es la propuesta de construir una ““voluntad general””, que
exige que los individuos renuncien y descalifiquen sus intereses parti-

88
Luis F. Aguilar Villanueva

culares y, dejando atrás los egoísmos de sus cálculos de utilidades, ela-


boren un ““bien común””, una norma y fin postsuperindividual: la ““res
pública””, la ““unidad nacional”” ...Aquí lo público tiene una existencia
propia e independiente de lo privado. El ejercicio democrático es la par-
ticipación igualitaria de todos en la construcción de un bien-valor total y
de un gobierno totalizador, expresivo y encargado de ese bien público
trascendente y orgánico. Esta idea de la democracia como construcción
de un proyecto social de ““vida buena””, más allá del egoísmo y de la
lucha intestina, que exige una suerte de conversión moral ——de tránsito
de la política a la ética—— ha sido siempre seductora y causa de remordi-
mientos. En esta perspectiva se ““resuelve”” el problema de la pluralidad
consustancial a la libertad, extinguiéndolo, haciendo desaparecer la plu-
ralidad política en la unidad moral de un bien social único y unitario. Se
resuelve porque desaparece el problema. Sin embargo, somos prisione-
ros de este encanto de la comunidad, de una historia sin fisuras y de un
consenso sin peros y dudas.
A esta emocionante propuesta comunitaria los liberales ofrecieron
una respuesta alternativa. En una sociedad de incancelables alternati-
vas y opciones acerca de decisores y de decisiones, de políticos y de
políticas, será necesario y relevante elegir, y, por tanto, será necesario
establecer reglas que normen y garanticen la libertad general de elección
y respeten los resultados del acto político de elegir. No se trata de una
elección moral por el bien general y por ende único de la comunidad.
Más en la tierra, se trata de una elección entre los diversos programas de
organización y gestión del Estado (coactivo e imprescindible) que diver-
sos grupos de interés proponen al conjunto de la sociedad. Se trata de
elegir entre diversas opciones de generalización de intereses, ponderan-
do cuál de ellas es inclusiva o más inclusiva de nuestros intereses parti-
culares irrenunciables. Si la primera posición exigía una lección de índole
moral, esta segunda es una elección según criterios de utilidad, casi de
costo-beneficio. El mercado, más que la comunidad, es la forma propia
de pensar sociedad y Estado: ¿cuál es la opción de gobierno que me es
favorable, la de menores desventajas o acaso la de mayores utilidades?
En esta perspectiva se forma en serio y se resuelve el problema de la
pluralidad exigiendo reglas imparciales de competición entre las opcio-
nes y respeto al resultado electoral entre opciones. Se trata claramente de
una solución legal de la política, no de su disolución en la moral. Por
ello, ““regla de la mayoría””, contra todo sueño de unanimidad, y ““dere-
cho de la minoria”” al disentir, impugnar y contraponer, para impedir
89
democracia

todo intento bruto de exclusión y discriminación, son componentes


cruciales de la respuesta.
Estas posiciones no fueron sólo teorías librescas de la democracia
sino poderosos movimientos históricos y acendrados arquetipos cultu-
rales. El formidable y promisorio debate mexicano sobre la democracia
parece fluir también, con su riqueza y peculiaridad, por estos dos gran-
des cauces.
La cuestión de la democracia en México, cuando reapareció al co-
mienzo de la década, no incluyó la cuestión de la democratización. Ni
siquiera barruntó que ésta pudiera ser un problema. Se pensó que el
reclamo de democracia política de la sociedad mexicana era tan hondo y
generalizado como su desilusión y tedio del sistema. La irritación por
los errores mortales de las políticas gubernamentales y la patética euta-
nasia de la figura capital de la presidencia llevaron a suponer que todo
mundo había decidido (o estaba por decidir) por el sistema democrático
en contra del autoritarismo tradicional y que todos por democracia en-
tendían más o menos lo mismo. La suposición de que el autoritarismo
del sistema político mexicano estaba en abierta decadencia servía de
base para la certeza de que la democracia era inminente realidad políti-
ca. Reforzaron el optimismo la rapidez con la que se abandonaron los
temas triunfalistas de los años 70 y con la que intelectuales, organizacio-
nes y público hicieron suyo el discurso democrático: México parecía fi-
nalmente listo para la democracia.

4. La democracia instantánea
En esta perspectiva optimista, la democracia fue vista como ““acaecimien-
to””: algo que sobrevendría sobre el sistema, destruyéndolo y recreándolo
en el instante. Una campaña electoral enérgica con partidos reales de
oposición, una votación mayoritaria, una organización decidida a hacer
respetar el resultado de las elecciones..., eran condiciones más que sufi-
cientes para la transustanciación del sistema. Fue natural entonces que
el debate se centrara en determinar cuál modelo democrático era el ge-
nuino, cuál debía ser elegido, y se dejó fuera de foco la interrogante de
cómo podría ser llevado a cabo, bajo cuáles condiciones su existencia
sería posible. La selección no la realización del modelo fue el problema
central y hasta único. Ella no debe causar extrañeza. La tradicional
funcionalización de la ““democracia”” mexicana hacia fines de justicia,

90
Luis F. Aguilar Villanueva

desarrollo, soberanía nacional, bienestar... había terminado por vaciarse


de toda realidad política y por desfigurar su noción. Un gobierno autori-
tario con intenciones de sociedad igualitaria era lo que solía entenderse
vagamente por democracia en nuestra cultura política. Hablar de demo-
cracia exigía entonces un trabajo previo de limpieza.
El reclamo de la ““democracia sin adjetivos”” reivindicó la casi olvi-
dada democracia política de elecciones libres y competitivas, ceñidas a
procedimientos legales, como el único método de producir gobernantes y
legisladores legítimos. La polémica no se hizo esperar. Por un lado, se
defendió con astucia la ““democracia imperfecta”” del sistema político
mexicano ante el apremio de las tesis de este modelo ““liberal””. Por el
otro, se defendieron los modelos ““participativos”” e ““igualitarios”” de de-
mocracia, por ser afines a los principios de la Revolución Mexicana o
por corregir las desviaciones de una democracia política indiferente a
las desigualdades socioeconómicas en un país de pobres y empobreci-
dos. Pese a que el debate ideológico puso de manifiesto que por democra-
cia no se entendía espontáneamente lo mismo y que las diferencias
conceptuales provocaban malos entendidos y desacuerdos no fútiles, la
cuestión del proceso de realización de la democracia no logró llamar
la atención. El debate entre proyectos de democracia olvidó la cuestión
del trayecto. Se pensó canónicamente que toda la democracia se jugaba
en el acto de elección, en el voto, y que éste, dejado a sí mismo, derrotaría
al sistema del siglo y daría a luz la democracia en México. El instante del
voto era dirimente.
Aunque aquí y allá, en seminarios académicos, algunos comenza-
ron a advertir que el debate mexicano sobre la democracia se había en-
frascado en una discusión entre modelos y había descuidado la cuestión
por mucho más crucial de la transición democrática en el país, la demo-
cratización no se volvió tema de interés público. Chihuahua 1985 y la
nueva Ley Federal Electoral fueron consideradas expresiones penúlti-
mas de un autoritarismo cada vez más obsoleto y atolondrado. No fue-
ron síntomas de lo complejo y severo que sería el tránsito hacia un
gobierno de votos, leyes y razones. Se cultivó la creencia de que el dios
vengador de la democracia vendría relampagueante del cielo y purifica-
ría con el fuego un mundo político viejo y degradado. Este instantáneo
““juicio final”” se profetizó para el 6 de julio de 1988. Hemos así vivido un
clima religioso de ““últimos tiempos””, en el mejor género de la literatura
apocalíptica, a lo largo de este aleccionador año político. Carismas,
anticristos, profetas, señales, trompetas, tribunales, cólera, condena y
91
democracia

salvación..., con todo su aparato categorial de guerra cósmica y de victo-


ria definitiva de los fieles sobre los traidores, de los santos sobre los
perversos. Dicho con toda reverencia, no es casual que el 6 de julio haya
ya alcanzado el rango de acto fundador que discrimina el antes y el
después del tiempo histórico.
Sin embargo, el caos informativo poselectoral, la presunción de frau-
de, las autoproclamaciones plebiscitarias, los triunfos inobjetables y las
acusaciones de usurpación, la prospección de escenarios de crisis cons-
titucional, la incomunicación entre los partidos, los manoteos parlamen-
tarios, el autómata de la mayoría y los rumores de golpe, nos hicieron
descubrir que la democracia no era el acaecimiento que el espíritu del
pueblo o el genio del líder podían crean en el instante. Descubrimos, en
cambio, que democracia es hoy democratización. La democracia ““sin
adjetivos”” no puede ser ““sin historia””. La literatura apocalíptica cedió
en favor de una literatura analítica y hasta ética. Toda la inteligencia del
país fue movilizada para exorcizar los demonios de la violencia, la ilega-
lidad, la intolerancia, la inflexibilidad, el caos. Ha sido el boom de la
opinión pública. Felizmente.
A partir de la segunda quincena de julio, en los artículos de opi-
nión, comenzó a aparecer con mayor frecuencia y fuerza la idea de la
transición, de la democratización. Con ello se reconocía el carácter auto-
ritario del sistema y no sólo de ““democracia imperfecta””. Se asumía tam-
bién que, aunque debía de ser dejado atrás para siempre, el autoritarismo
era el punto de partida del proceso. Sin duda hay que superar el sistema
clientelar y excluyente de decisiones políticas, con su obsoleta maquina-
ria de corporaciones ——PRI-Gobierno. Pero sería tan candorosa como ab-
surda la pretensión de que la democratización pudiera llevarse a cabo
sin ellos, como si hubieran perdido enteramente todos sus territorios y
todos sus recursos políticos. En política, no desaparecen ni se debilitan
las fuerzas en virtud del acto de su descalificación ética o de su reproba-
ción teórica. La burla catárica de los ““dinosaurios”” ha sido, contra sus
intenciones, el reconocimiento público de su fuerza social y política. Son
obligados compañeros de viaje en toda propuesta de transición hacia el
régimen democrático. Exigir su extinción es empujar al proceso en senti-
do contrario, rumbo hacia el ““estado de excepción”” de natural desenlace
autoritario. Mal nacería el pluralismo democrático con la petición de
““solución final”” para los adversarios priístas de las confederaciones
obreras, campesinas, populares y de algunos sectores empresariales y
de la administración pública.
92
Luis F. Aguilar Villanueva

Por otro lado, las fuerzas de oposición PAN y FDN, ora con razón y
ora sin razones, según los tiempos y los asuntos, empezaron también a
exhibir rasgos inconfundibles de autoritarismo: ““la rendición incondi-
cional de sus adversarios””: ““todo o nada”” (O. Paz). De golpe, nos hemos
descubierto empantanados todos, aunque no en igual manera y medida,
en una cultura autoritaria, tan arraigada en el Estado como en la socie-
dad civil. Sin embargo, el mérito histórico de la oposición, inolvidable y
decisivo, es que ellos han sacudido al sistema y lo han obligado a transi-
tar hacia la democracia: a que existan elecciones en sentido propio y
estricto, a que se respete el resultado electoral y a que las elecciones sean
el criterio básico de la titularidad de legisladores y gobernantes. Son los
partidos de oposición los que han desencadenado la democratización
en nuestro país. Si tiene algún atractivo y alguna promesa la idea de
““régimen plural de partidos””, ello se debe a que los partidos de oposi-
ción han recuperado el significado y la productividad del partido políti-
co. Si algo estaba degradado en nuestra cultura política era justamente la
idea del partido. Sin redimir primeramente su sentido, la democratiza-
ción mexicana no se pondría en marcha, ni iría a ninguna parte.

5. El trabajo de la democratización.
El resultado inesperado de la democracia instantánea ha sido la divi-
sión política de la Nación. Esté hecho tiene indudablemente el aspecto
pionero y promisorio del nacimiento del pluralismo, de la multipolaridad
de poderes, pero por ello mismo, también, el aspecto atemorizador de la
desintegración y la incomunicación. Cuando invocamos la democracia,
lo hicimos pensando en el autoritarismo, en sus arbitrariedades y erro-
res. La reivindicamos empero como forma de gobierno y dimos por senta-
do que era también grado (superior) de gobierno. No se nos ocurrió pensar
que pudiera ser deterioro de gobierno, derivar en ingobernabilidad. Aho-
ra nos encontramos en el punto incierto de no haber todavía logrado el
gobierno democrático y de tener que enfrentar la cuestión de la goberna-
bilidad de la democratización. Hemos creado ya el pluralismo pero aún
no la democracia pluralista, la poliarquía. Estamos ante un hecho histó-
rico, el de la complejidad política, para el que nuestra historia nacional
no nos ofrece lecciones de comportamiento. Las diferencias políticas en
México, cuando han sido realmente tales, han devenido contradictorios
duros, irreconciliables, regresivos, contra la idea de la dialéctica hegeliana

93
democracia

y a pesar de la noción liberal de contrato o pacto. En ese trance siempre se


ha tomado el camino del orden para el progreso. No nos es dado como
cultura concebir una unidad nacional que no cancele las diferencias o,
por lo menos, no las subordine. Puede ser que ello se deba a nuestra débil
cultura de la legalidad, la cual pone la igualdad entre los diversos, no
una unidad indiferenciada.
Ante el pluralismo y la complejidad de la vida política se ha cons-
truido la respuesta de la ““concertación””. Es una categoría central y
promisoria, pero también ambigua y aun improductiva, si no se traduce
en operaciones políticas precisas. Debe ser defendida contra los ““halco-
nes””, los ““duros”” del sistema y de la oposición. Pero las ““palomas”” de
los partidos corren el riesgo de ser devoradas si no se apresuran a con-
vertir la concertación en un procedimiento político de rendimientos cla-
ros y constructivos para el afianzamiento de la democratización. Si se
sigue a declamarla cansinamente como principio genérico de conviven-
cia, casi como regla de buenas maneras de sociedad, se desaprovecha su
potencialidad política democrática y se pierden oportunidades. Así se
enreda y se envenena la transición.
Es patente que estamos padeciendo serios problemas para poner y
mantener en movimiento la concertación. Parecen no existir las condi-
ciones para el intercambio político. Particularmente grave es la identi-
dad política confusa de los concertadores, la irrelevancia de las materias
concertables, la debilidad de las reglas y las garantías de la concertación,
la incertidumbre sobre la vigencia de los resultados. Pareciera que lo
único en lo que hemos podido ponernos de acuerdo sea en la necesidad
de encontrar un arreglo civilizado al conflicto entre los partidos políti-
cos y, por ende, en la exigencia de actuar conforme a la ética de la
concertación (no violencia, reconocimiento del adversario como interlo-
cutor por derecho propio, tolerancia, argumentación racional, legali-
dad...). Pero, de pronto, esta precondición básica desaparece, sepultada
bajo la andanada de insultos, prejuicios, prepotencias, falsedades,
intransigencias.

6. El rompecabezas de la concertación.
Aunque se pueda afirmar la composición abigarrada y contradictoria
del FDN o la coexistencia de corrientes heterogéneas dentro del PAN, un
obstáculo poderoso para la concertación es la indistinta identidad del

94
Luis F. Aguilar Villanueva

PRI-Gobierno. Es un interlocutor que cambia oportunistamente, que mo-


difica continuamente los temas, los niveles y las referencias de su len-
guaje. Ahora aparece con el personaje del partido, ahora con el personaje
del gobierno (federal, local) y aun del Estado, ahora incorpora y sobrepo-
ne sus personas y parlamentos. Su cambiante identidad termina por
emitir dobles señales, divergentes y contradictorias, por volverse ininte-
ligible. Sin tener un papel definido en la escena política resulta muy
difícil a los demás actores definir y estabilizar sus expectativas respecto
del PRI-Gobierno. Cuando hablan De La Vega o Velázquez, ¿se trata de
un pronunciamiento partidario o sólo prestan la voz al sistema, al go-
bierno? ¿Quién habla cuando alguien de ellos habla? ¿Cuál afirmación,
la del gobierno o la del partido, es la que cuenta y la que va tomada en
serio? Cuando discurso de Estado y discurso de partido se confunden, la
equivocidad se apodera de la relación política. Si se pretende llegar a un
mutuo acuerdo, debe estar previamente resuelto el mutuo entendimien-
to: el saber con quién se habla y de qué se habla. La concertación zozobra
cuando se piden peras al olmo y se reciben manzanas. Con quién concer-
tar qué cosa debe estar resuelto antes de predicar la concertación como el
método político.
Cuando un partido de oposición interpela a los poderes del Estado,
lo hace en busca de legalidad, imparcialidad, arbitraje y sanción a
infractores, esperando recibir de él estos precisos rendimientos y no otros.
Ese y no otro es el sentido y la función del Estado. Si recibe a cambio
parcialidad, acepción de personas, favoritismo, se tergiversa y frustra la
relación política de autoridad y consenso. Cuando, a la inversa, un par-
tido enfrenta competitivamente a otro partido en la arena electoral en
busca del voto de los ciudadanos y, por tanto, critica sus programas,
exhibe sus fracasos, fustiga sus errores, duda sobre la corrección legal de
sus conductas electorales o sobre la aptitud de sus candidatos para pues-
tos públicos, espera ser impugnado polémicamente por su competidor y
recibir reclamaciones, ataques, contra-pruebas, refutaciones. Este carác-
ter controversial es intrínseco al sentido de la relación social de lucha
política. Es saludable para la república y no hay nada prohibido en
discutir, dudar, disentir, criticar, objetar, desmentir... Si por ello, por sus
sospechas y sus críticas, recibe del otro partido como respuesta actos de
autoridad de Estado o es abiertamente bloqueado en el ejercicio de sus
libertades políticas, se tergiversa y frustra la competición política por el
voto ciudadano. Es muy atinada la observación de que hoy es política-

95
democracia

mente determinante la separación entre partido y gobierno, como lo fue


en el siglo pasado la separación entre Estado y Iglesia.
Otro campo problemático es la determinación de lo que es suscepti-
ble de concertación y lo que no lo es. El ámbito de las materias de
concertación tiene parámetros legales y políticos. Sin embargo, de nue-
vo, la equivocidad del concertador ocasiona problemas y enconos. Ora
transforma materias políticas claramente partidarias en disposiciones
legales, debido a su posición de autoridad estatal; ora convierte pres-
cripciones legales en materias políticamente negociables, debido a su
preferencia partidaria. ¿Es necesario dar ejemplos?
La materia de las negociaciones políticas y los términos de la tran-
sacción son prácticamente innumerables. Pero el sentido de todas ellas
es la construcción del consenso político. La concertación no tiene valor
en sí misma, es un procedimiento para la producción del consenso, del
acuerdo político e institucional. Su finalidad es lograr la legitimación
del sistema y del gobierno, por ende, también, la integración política de
las mayorías y las minorías. Por ello, cuando el bien que un opositor
recibe a cambio de apoyo al sistema o desistimiento de agresiones... es
considerado un intercambio político desigual, se está ante una
concertación políticamente irrelevante e improductiva. Se puede ya en-
trever que la cuota de poder de los concertadores está determinada por
su necesidad recíproca de reconocimiento y colaboración. Más capaci-
dad tiene un sujeto de afectar al otro mediante el retiro de su apoyo y
consenso, más valor político tendrá la oferta que haga durante el inter-
cambio. Por eso cuando las ofertas son triviales, cuando se retiran de la
concertación ciertos bienes políticos y económicos como no negociables
o se retrasa el ofrecimiento idóneo, la contraparte se verá obligada a
aumentar y a exhibir su potencial de disenso, su amenaza, su peligrosi-
dad. Movilizaciones, mítines, discursos perentorios, propuestas radica-
les suelen ser las armas. La escalada de amenazas es siempre síntoma de
que aún no se ha encontrado la reciprocidad satisfactoria en las tensas
relaciones políticas.
Si la falta de reciprocidad en la concertación es justamente el factor
que aumenta la probabilidad del conflicto político, es natural que, tarde
o temprano, la concertación decisiva se desplace a las reglas mismas de
la concertación. El último juego cae dentro del propio terreno. Se trata
entonces de concertar sobre las reglas de la concertación y, más precisa-
mente, de definir las reglas de elección de la autoridad legítima que ten-
drá a su cargo la producción y dirección de las reglas de concertación.
96
Luis F. Aguilar Villanueva

Una última observación. Aunque el Estado suele ser agente princi-


pal de la concertación (piénsese sólo en el campo de la legislación y las
políticas sociales), él es sobre todo la garantía de la concertación política.
Esta función de garantía de los pactos se debilita si los titulares de los
poderes no han sido legalmente constituidos, si producen leyes que dis-
criminan a determinados partidos o reducen sus oportunidades de acce-
so a posiciones de poder en el Estado o si, finalmente, proceden con
laxitud y parcialidad en la aplicación de las leyes, favoreciendo a simpa-
tizantes y bloqueando a reales o presuntos enemigos. Es casi imposible
sostener la exigencia de concertación en una situación de insegura o
defectuosa legalidad. El proceso de concertación supone y produce re-
glas. En un contexto de reglas rotas pierde todo sentido.
Transitar del autoritarismo a la democracia ha sido siempre un
proceso multidimensional de pactos y negociaciones entre todas las fuer-
zas, donde cada una ajusta en la marcha sus demandas y expectativas,
renunciando y rehaciendo metas, condiciones, instrumentos, tácticas.
Es un proceso en gran medida de desencantamiento, pero bien pagado
por el aprendizaje del quehacer democrático. La democracia instantánea
difícilmente se realiza según su arquetipo, pues no se realiza nunca sola.
La democracia pluralista surge dentro de una sociedad compleja con
organizaciones de interés que son fuertemente diferenciadas, poseen
amplias zonas sociales bajo su poder, son interdependentistas en la rea-
lización de sus intereses y ninguna es tan fuerte como para excluir a la
otra o imponer sin más su visión, sus reglas del juego y sus programas de
acción. La democracia contemporánea se configura dentro de una socie-
dad en condominio, de poliarquías en competición.
Cómo, por cuál rumbo, con cuánto trabajo, con cuáles riesgos, con
cuánto desperdicio, con cuáles probabilidades de beneficio, con cuántas
paradas y desviaciones..., vaya a desarrollarse la democratización resul-
ta impredecible. A la ciencia política, paradójicamente, le resulta extraño
y perturbador el tratamiento del riesgo y de la incertidumbre, rasgos
idiosincráticos del comportamiento político. Sin embargo, se puede ne-
gativamente pronosticar por donde no sólo no se llegara a ningún lado
sino que convertirían el tránsito en un laberinto angosto.
Si los concertadores no poseen o representan identidades colecti-
vas estables y si no entran en el juego materias significativas de transac-
ción que atraigan la inversión de los partidos y los líderes contendientes,
no se tendrá la oportunidad de abrir brecha y avanzar en el proceso. La
oportunidad de que partidos y líderes confirmen o reajusten sus propias
97
democracia

identidades políticas, sus objetivos estratégicos y sus procedimientos


tácticos, sumen o resten fuerzas, queden aislados o incrementen su pre-
sencia, se encuentra en esa compleja ““medición de fuerzas”” y 'lucha por
el reconocimiento““ que es el acto de concertación. En tanto se trata de
poderes negociando poder (público, legítimo), habrá alguna regla de re-
ciprocidad pero difícil una de equivalencia. Los costos y el saldo neto del
toma y daca darán el perfil político real al contratante y contendiente.
Sólo la concertación entre poderes en serio disciplina el narcisismo de
intelectuales y de políticos amateurs, a la vez que muestra que una lógica
exaltada del todo o nada termina por abandonar la arena (ante el horror
del mal del mundo o a causa del desánimo por la trivialidad de los asun-
tos públicos) o por aprender el arte y oficio de la democracia política.
Si adicionalmente no se pone a discusión el ámbito de las materias
susceptibles de concertación, las reglas que determinan la reciprocidad
en los términos del intercambio político y, en fin de cuentas, las reglas
para producir las autoridades que regulan y garantizan el acceso a la
concertación política, tampoco se avanzará mucho en la democratiza-
ción. Estas materias no pueden substraerse al intercambio sin correr el
peligro que la democratización se estanque, retroceda o se desvíe.
Es secreto a voces cuáles son o deben ser las materias relevantes de
concertación. A futuro, una nueva ley electoral bajo el principio impar-
cial de la más estricta separación entre gobierno y partidos, la orienta-
ción de las políticas federales y posiciones en la administración pública.
En el presente, las formas de calificar con certeza la titularidad de legis-
ladores y presidencia.
En la situación actual del país no hay indicios de que tengan lugar
y éxito negociaciones relevantes, a menos que se lleven a cabo secreta-
mente, fuera de los ojos de la opinión pública. Ambas probabilidades no
son hoy constructivas. De todos modos, si no hay negociaciones signifi-
cativas políticamente entre los contendientes, asistiremos cada vez más
a una escalada de malos entendidos, desconfianzas, acusaciones,
intolerancias, violencias. Con tono alarmista, el ““síndrome Weimar”” de
la ingobernabilidad de las democracias comenzaría a anidarse en las
conciencias no sólo de los bienhadados y los bienpensantes. Nos ha-
bríamos perdido en el trayecto y la democracia nos sería una vez más
funesta. Una última palabra. La concertación que debe regular todo el
proceso de democratización, debe también terminar vaciándose en su
contrario: en el valor del voto ciudadano. Ahí termina su recorrido. El

98
Luis F. Aguilar Villanueva

voto no es materia de concertación, no es negociable. Se puede y debe


concertar las reglas del voto y su ámbito de competencia y casualidad.
Pero el voto expresa de suyo la soberanía del ciudadano. Sólo una débil
cultura de la ciudadanía se atrevería a ironizar sobre la intransigencia
del voto.

99
El feminismo y la democratización mundial

Lourdes Arizpe

A
pesar de que las demandas feministas, vistas desde una óptica
política, pueden considerarse demandas democratizadoras, no
ha logrado el feminismo construir un modelo de democracia
que integre esas demandas en un contexto actual de cambio político.
Está claro, sabemos lo que no queremos; lo que no está claro es cómo
hacer compatible lo que sí queremos con el funcionamiento de un siste-
ma político general. Es decir, se trata de dar el salto que constantemente
proclamamos como deseable: pasar de la enumeración de demandas a la
formulación de una propuesta feminista para la sociedad en su conjun-
to, en este caso, en su vertiente de democracia política.
Ya no puede dejar de percibirse la movilización de las mujeres a lo
largo y ancho de los continentes, desde los ““ríos subterráneos”” que ac-
túan en los ámbitos privados y marginales, hasta las manifestaciones en
las calles y las denuncias en los medios masivos de comunicación. Su
heterogeneidad, es característica de los nuevos movimientos sociales que
proponen una identidad política fuera de las estructuras tradicionales
de clase y de organización partidaria.1
Habría que recalcar que esta heterogeneidad corresponde tam-
bién a la forma de estructurar las líneas políticas discursivas en los
sistemas políticos de las sociedades occidentales. Parten estas líneas
de un número limitado de modelos intelectuales que establecen los cau-
ces para la amalgama de demandas diversas. De hecho, forma parte del
oficio de los partidos políticos el negociar demandas de grupos múlti-
ples para presentar una plataforma política común. Pero esa misma
forma de negociar las demandas ipso facto crea barreras para la incor-
poración de las demandas y acciones de las mujeres en las actividades
de los partidos políticos y organizaciones constituidas. Porque se con-
sideran precisamente ““demandas de un grupo específico”” y se busca
insertarlas en esquemas preexistentes derivados de las teorías políti-
cas clásicas. El meollo del problema, por tanto, se encuentra en la rela-
Lourdes Arizpe

ción teoría y práctica en un periodo de cambio histórico quizás más


radical de lo que se piensa.
Dicho de otra forma, ¿cuál debe ser la tarea inmediata del feminis-
mo: repensar las teorías políticas clásicas, o construir nuevas prácticas
que rebasen las estructuras actuales y para las cuales se busquen, simul-
táneamente y a posteriori las razones y coherencias teóricas? Sin ser ex-
cluyentes, propongo que lo segundo es la vía más adecuada al momento
actual, entre muchas razones por la extraordinaria aceleración que ha
sufrido el cambio tecnológico, económico, político y social en este fin de
milenio.
Este cambio provoca fenómenos inéditos en el curso de la civiliza-
ción humana, para los que se requiere crear nuevas estructuras intelec-
tuales. Se habla de la Tercera Revolución de las sociedades humanas y,
aunque la Segunda todavía no llega a muchas regiones del Tercer Mun-
do, la misma amalgama caótica de situaciones históricas obliga a en-
frentar la realidad con enorme creatividad. Las mujeres han estado
siempre presentes en el desenvolvimiento de todo proyecto civilizacional,
pero es la primera vez en la historia en que demandan una presencia
reconocida y visible. Si es así, no pueden presentar sus ideas como sim-
ples reclamos de reivindicación, como expresiones de un grupo doliente
que pide justicia. Tienen que pedir y asumir, en cambio, el derecho a
crear un futuro conjuntamente con los hombres.
Que no es tarea fácil. Lo sencillo es oponerse a lo que existe, o a una
propuesta cualquiera. Lo difícil es proponer alternativas viables. Y en el
caso de las mujeres, quizás más que en el caso de otros proyectos políti-
cos, enfrentamos varios dilemas fundamentales que no se han querido
mirar de frente. En ello radica, por cierto, la diferencia entre hacer un
reclamo o hacer una propuesta. En la queja, la denuncia o el reclamo se
pide el deseo inmediato y, como los avestruces, se hunde la cabeza en la
arena como diciendo ——y no me importan las consecuencias que tenga
para el resto de la sociedad——. En la propuesta se dice ——queremos esto y
hay estos dilemas, busquemos pues una solución conjunta——. Entre dile-
mas te vieres.
El dilema primordial del feminismo en el campo político, tal y como
ha sido aceptado siguiendo sobre todo al feminismo norteamericano y al
europeo, y que ha sido ya señalado en muchas ocasiones es ¿cómo hacer
compatible una democracia a ultranza que implica la igualdad total con
una estructura organizativa mínima que permita el liderazgo y las accio-

101
democracia

nes concertadas? Se ha identificado bien el problema, pero no se ha lo-


grado consolidar una propuesta que lo resuelva.
Mientras el feminismo se enreda en estos dilemas, las realidades
sociales y políticas de las mujeres han cambiado tanto en todo el mundo
que se han desbordado las acciones que buscan las soluciones a esos
dilemas en la práctica. Pero no habrá manera de entender esas prácticas
si no estamos al día en comprender y analizar el contexto de procesos
sociales a nivel mundial que están afectando, irreversiblemente, la situa-
ción de las mujeres de todas las clases sociales en todos los países. Para
empezar a pensar desde esta óptica hay que acercarnos a esos procesos.

La democratización a nivel mundial


Hasta el momento, la transformación que afecta al industrialismo, tanto
de tipo capitalista como socialista, está marcada por un proceso de de-
mocratización en todos los ámbitos. En el económico, adquieren preemi-
nencia las políticas de libre mercado. En lo político, la democratización
entendida como democracia formal y como mayor participación de los
ciudadanos en la toma de decisiones. En lo social, con una apertura
hacia formaciones más flexibles en organización social, tales como la
familia, la comunidad y algunas instituciones. En lo cultural, con la
aceptación del pluralismo normativo y la multietnicidad. En todos estos
ámbitos habrá una repercusión directa de estos procesos en la vida de
las mujeres. Hay que empezar a construir un análisis de los efectos de
cada uno de ellos.
En América Latina hemos avanzado bastante en entender la inser-
ción de la mujer en la economía y, en los últimos años, gracias en parte a
los trabajos que impulsó MUDAR,2 en hacer evidentes los efectos de la
crisis económica sobre la situación de las mujeres, sobre todo las mujeres
de grupos de bajos ingresos. Pero falta saber más sobre lo que ocurrirá
con la internacionalización de las economías, con los procesos de inte-
gración regional, con la interdependencia Norte-Sur, con el cambio tec-
nológico, tema apenas abordado en América Latina.
Asimismo hemos avanzado en analizar la participación de la mu-
jer en el ámbito político a través de estudios de participación electoral,
y de los nuevos movimientos populares muchos encabezados por mu-
jeres. Sobre todo se busca una nueva definición de ““formas de hacer
política””.

102
Lourdes Arizpe

Estamos muy retrasadas en empezar a analizar las repercusiones


de fenómenos sociales en puerta. Por ejemplo, la alteración de los ciclos
reproductivos humanos como resultado de la contracepción y la genética;
su efecto concomitante en la modificación futura de las estructuras fami-
liares y de organización social; el desfase entre los sistemas formales de
educación, movilidad social y estructura del empleo; el cambio cualita-
tivo en la organización y contenido de los trabajos productivos indus-
triales.
Tampoco hay análisis sobre cómo afecta a las mujeres el quiebre de
los sistemas normativos tradicionales y el vacío ético que tiende a crear-
se. Fuera de las denuncias de que los medios masivos de comunicación
convierten a la mujer en objeto de consumo, hay pocos análisis de mayor
profundidad sobre los cambios cruciales que esta nueva forma de comu-
nicación acarrea en el ámbito de la comunicación social.

Feminismo y participación
Si el feminismo plantea que una línea de análisis fundamental para ex-
plicar la sociedad moderna es la del poder, resulta importante que apli-
que el concepto de democratización en un sentido mucho más amplio y
no ceñido únicamente al ámbito de la política tradicional. Hay que con-
tinuar con los análisis de la estructura de poder en la familia y en las
instituciones sociales.
Pero hay que ampliarlo para abordar los procesos de gran enverga-
dura que afectan actualmente a la sociedad mundial. Disminuida la
bipolaridad Estados Unidos-Unión Soviética, está emergiendo un nuevo
sistema de poder, una nueva multipolaridad que tiene implicaciones
directas para la vida política de los Estados-nación. Pierden éstos cierto
margen de capacidad de decisión en áreas económicas y políticas. ¿Cuál
será entonces la reacción hacia demandas de democratización al inte-
rior de los Estados-nación en este nuevo contexto?
No se ha delineado tampoco claramente cuál es el sentido cabal de
la acción política a partir del feminismo. El VI Encuentro Nacional Femi-
nista celebrado en Chapingo en julio de 1988 sí marcó un nuevo derrote-
ro. En sus conclusiones aseveró que no se trata simplemente de lograr
satisfacción en cuanto a las demandas planteadas como más urgentes,
sino de construir una perspectiva feminista de la sociedad y del futuro.
Para poder convertir esta propuesta en práctica habrá que abordar los

103
democracia

lineamientos y estrategias que debe desplegar hacia el futuro, tanto en


México como a nivel internacional. Hay que entender los márgenes in-
eludibles que hoy establecen los procesos mundiales que, por cierto, han
rebasado las instancias político-institucionales que existían para regu-
larlos. Si hay que crear un nuevo orden institucional-político internacio-
nal, las mujeres tendríamos que estar atentas para proponer cambios
favorables para las mujeres. Mientras se reorganiza el mundo, las femi-
nistas no tenemos tiempo que perder en ampliar nuestro análisis hacia
ciclos históricos de larga duración, hacia los fundamentos de las econo-
mías y sociedades de este siglo. Hay que subirnos al nuevo milenio, a
invitación nuestra, porque si no, nos va a dejar atrás.

Notas

1
Lamas, Marta ““Movimiento social, identidad y acción colectiva”” en Doblejornada, 4
de septiembre de 1989.

2
Mujeres para un Desarrollo Alternativo en una Nueva Era, con sede en Río de
Janeiro, Brasil. Su secretaria general es Neuma Aguiar.

104
El contexto es lo que cuenta: feminismo
y teorías de la ciudadanía*

Mary G. Dietz

E
n la intensa novela de Margaret Atwood The Handmaid's Tale1
(El cuento de la empleada de entrada por salida), Offred, la pro-
tagonista, miembro de una nueva clase de ““úteros con dos pier-
nas”” en una sociedad distópica, piensa con frecuencia para sí misma:
““El contexto es lo que cuenta””. Offred nos recuerda una importante ver-
dad: en cada momento de nuestra vida, cada uno de nuestros pensa-
mientos, valores y actos ——desde los más triviales hasta los más
sublimes—— adquiere significado y objetivo a partir de una realidad polí-
tica y social más amplia, que nos constituye y condiciona. La protago-
nista de la novela, en las limitadas circunstancias en que está viviendo,
acaba dándose cuenta de que es todo aquello que cae fuera de nuestro
alcance inmediato lo que establece la diferencia respecto de que vivamos
con mayor o menor libertad y plenitud como seres humanos. Pero se da
cuenta demasiado tarde.
A diferencia de Offred, las feministas ya hace mucho tiempo que
han reconocido como imperativa la labor de buscar, definir y criticar la
compleja realidad que rige nuestros modos de pensar, los valores que
defendemos y las relaciones que compartimos, en especial en lo que se
refiere al género. Si el contexto es lo que cuenta, el feminismo, en sus
diversas formas, está obligado a develar lo que nos rodea y revelarnos
las relaciones de poder que constituyen a las criaturas en que nos vamos
transformando. ““Lo personal es político”” es el credo de esta práctica con
sentido crítico.

* Este ensayo fue publicado en DAEDALUS, otoño 1987.

105
democracia

El contexto político e ideológico que más profundamente condicio-


na la experiencia norteamericana es el liberalismo y su conjunto conco-
mitante de valores, creencias y prácticas. No cabe duda de que la tradición
liberal cuenta con muchos adeptos, pero hay también quienes la critican.
En Estados Unidos, durante la última década, pocos críticos del libera-
lismo han sido tan persistentes o han abordado una gama tan amplia de
aspectos como las feministas. En realidad, nadie más ha estado tan dedi-
cado a la articulación de alternativas respecto de la visión liberal de
género, familia, división sexual del trabajo y relación entre el ámbito
público y el privado.2
En, este texto me centraré en el aspecto de la crítica de las feministas
que atañe a la ciudadanía. En primer lugar, trazaré los rasgos predomi-
nantes de la concepcion de ciudadanía que tiene el liberalismo y poste-
riormente expondré dos retos que las feministas plantean en la actualidad
a la concepción mencionada. En último término, lo que me interesa esgri-
mir es que, aunque ambos desafíos contienen importantes y profundas
perspectivas, ninguno de ellos conduce a una alternativa adecuada para
el punto de vista liberal ni a una perspectiva feminista política lo sufi-
cientemente precisa. En la tercera parte de este ensayo haré un esbozo
preliminar de lo que podría ser esa concepción feminista de la ciudada-
nía. En parte, reconfirmaré la idea de que ““la igualdad de oportunidades
no basta””.

I
El terreno del liberalismo es vasto y, a lo largo del siglo pasado, se ha
revisado extensamente su base histórica en la teoría social, política y
moral.3 Voy a exponer el esqueleto de la concepción liberal de la ciudada-
nía, pero esta estructura basta para desencadenar las críticas feministas
que enunciaré a continuacion. Con esto en mente y la advertencia de que
todas las concepciones cambian a lo largo del tiempo, podemos dar inicio
a la enumeración de los rasgos que han caracterizado con mayor o menor
constancia las opiniones y puntos de vista de los pensadores políticos
liberales.
Ante todo está la noción de que los seres humanos son agentes autó-
nomos y racionales, cuya existencia y cuyos intereses son ontológicamente
previos a la sociedad.4 En la sociedad liberal podría decirse que el contex-
to no lo es ““todo””. Es más bien nada, porque el liberalismo concibe las

106
Mary G. Dietz

necesidades y capacidades de los individuos como si fueran indepen-


dientes de cualquier condición social o política inmediata 5 Lo que cuenta
es que entendamos a los seres humanos como individuos racionales con
su propio valor intrínseco.
Un segundo principio del pensamiento político liberal es que la so-
ciedad debería garantizar la libertad de todos sus miembros para que
éstos realizaran todas sus capacidades. Este es el principio ético central
de la tradición liberal occidental. Tal vez la formulación clásica sea la
observación que hace John Stuart Mill respecto de que ““la única libertad
que merece tal nombre es la de perseguir cada quien su propio bien a su
manera, en la medida en que no tratemos de despojar a otros del suyo o de
obstaculizar los esfuerzos que hagan por obtenerlo.6
Vinculada estrechamente al principio de la libertad individual hay
una tercera característica: la insistencia en la igualdad humana. Puede
que los teóricos liberales difieran en las formulaciones de este principio,
pero coinciden en el carácter crucial que tiene. Locke, por ejemplo, defen-
día que la ““razón es la norma y la medida común que Dios ha dado al
género humano””; por tanto, se ha de considerar a todos los hombres crea-
dos iguales y de ahí que todos ellos merezcan la misma dignidad y respe-
to. Bentham esgrimía ——no siempre con congruencia—— que la cuestión de
la igualdad se basaba en el hecho de que todos los individuos tienen la
misma capacidad de placer y de ahí que la felicidad de la sociedad se
incremente cuando todos tienen la misma cantidad de riqueza o de ingre-
sos. En su ““Legislación liberal y libertad de contratación””, T. H. Green
proclamaba que ““cada quien tiene interés en garantizar a todos los de-
más el libre uso, disfrute y disposición de sus posesiones, en la medida en
que esta libertad de parte de uno no interfiera con una libertad similar de
parte de otros, porque esta libertad contribuye al desarrollo igual de las
facultades de cada quien, lo cual es el bien supremo de todos' .7 Como las
teorías liberales suelen comenzar con alguna versión del supuesto de la
perfecta igualdad entre los individuos, no distan tanto de la argumenta-
ción bastante relacionada de que la justicia social implica sufragio igual
y donde cada persona debería ser tenida en cuenta, como dice Herbert
Spencer, ““tanto como cualquier otro individuo de la comunidad”” 8 Como
lo expresa Allison Jagger, ““La creencia del liberalismo en el valor defini-
tivo del individuo se expresa en el igualitarismo político””.9
Este igualitarismo adopta la forma de lo que los teóricos llaman
““libertad negativa””, a la cual Isaiah Berlin en su ensayo clásico sobre la
libertad caracteriza como ““la zona en la que un hombre puede actuar sin
107
democracia

ser obstaculizado por los demás””.10 Es la ausencia de obstáculos a posi-


bles opciones y actividades. En esta concepción liberal lo que está en
juego no es ni la elección ““correcta”” ni la ““buena”” acción, sino simple-
mente la libertad del individuo para escoger sus propios valores o fines
sin que interfieran otros, y de acuerdo con una libertad similar para los
demás. En el meollo de la libertad negativa hay, pues, un cuarto rasgo del
liberalismo que se dirige al individuo en su faceta política de ciudadano:
la concepción del individuo como ““portador de derechos formales””, que
están calculados para protegerlo de la infracción o interferencia de los
demás y para garantizarle las mismas oportunidades o ““acceso igual””
que a los demás.
El concepto de derechos es de importancia fundamental en la visión
política liberal. En A Theory of Justice, John Rawls expone su clásica for-
mulación del punto de vista liberal: 'Toda persona posee una inviolabili-
dad basada en la justicia que ni siquiera la sociedad del bienestar en su
conjunto puede pisotear... Los derechos garantizados por la justicia no
están sometidos a regateos políticos ni al cálculo de intereses sociales””.11
El concepto de derecho no sólo refuerza los principios liberales sub-
yacentes de la libertad individual y la igualdad formal, sino que establece
también la distinción entre ““privado”” y ““público”” que inspira gran parte
de la perspectiva liberal sobre la familia y las instituciones sociales. Los
derechos individuales corresponden a la noción de un ámbito de libertad
privado, separado y distinto del público. Pese a que los teóricos liberales
no coinciden con respecto al carácter y grado de intervención estatal en el
ámbito público ——y ni siquiera acerca de lo que cuenta como ““público””——
aceptan no obstante la idea de que determinados derechos son inviolables
y existen en un ámbito privado en el que el Estado no puede interferir
legítimamente. Para el liberalismo, en el pasado este ámbito privado abar-
có casi siempre, en palabras de Agnes Heller, ““las emociones domésti-
cas””, es decir, matrimonio, familia, trabajo doméstico y cuidado de los
niños. En suma, la noción liberal de ““lo privado”” ha abarcado lo que se
ha denominado ““esfera de la mujer”” como ““propiedad del varón”” y no
sólo ha tratado de defenderlo de la interferencia del ámbito público, sino
que también ha mantenido aparte de la vida de lo público a quienes ““per-
tenecen”” a esa esfera: las mujeres.12
Otra característica del liberalismo, vinculada con todo lo dicho has-
ta ahora, es la idea del individuo libre como competidor. Para entenderla,
vamos a rememorar el contexto propio del liberalismo, su historia y ori-
gen particulares.13 El liberalismo surgió en medio de la desintegración
108
Mary G. Dietz

final de lo que Marx denominó aquellos ““abigarrados vínculos feuda-


les””, en la decadencia de la aristocracia y el surgimiento de un nuevo
orden de comerciantes y empresarios con una ““propensión natural””, como
dijo Adam Smith, ““a traficar, transportar y trocar””. O sea que la vida del
liberalismo empezó en las sociedades capitalistas de mercado y, como
propugnó Marx, únicamente se puede abarcar en su totalidad en función
de las instituciones sociales y económicas que lo conformaron. Según
Max Weber, el pensamiento político liberal heredó la gran transforma-
ción forjada por el protestantismo y una nueva ética del propio yo y del
trabajo que pronto sustituyó al privilegio, a la norma y a la primacía de
rango. Tanto Marx como Weber reconocieron que el liberalismo fue la
conciencia práctica o la legitimación teórica de los valores y prácticas que
emanaron de la reciente aparición de la sociedad de mercado. En efecto, el
liberalismo prestó apoyo a la búsqueda activa de cosas que beneficiaran
a un sistema económico basado en la producción en aras de la ganancia.
Entre esas ““cosas provechosas”” se cuenta la noción del hombre ra-
cional como individuo competitivo que tiende naturalmente a perseguir
su propio interés y a obtener el máximo de ganancia. Aunque sería una
equivocación sugerir que todos los teóricos liberales conciben la natura-
leza humana como egoísta, la mayoría de ellos arguye que las personas
tienen una tendencia natural en esa dirección y han de tratar de desarro-
llar capacidades morales que contrarresten sus egoístas y adquisitivas
inclinaciones fundamentales.14 Así pues, al menos en términos generales,
podemos llegar a la conclusión de que, para los liberales, la fuerza
motivadora de las acciones humanas no se encuentra en ningún noble
deseo de alcanzar ““la buena vida”” o ““la sociedad moralmente virtuosa””,
sino más bien en la inclinación hacia el progreso individual o ——en térmi-
nos capitalistas—— en la búsqueda de la ganancia de acuerdo con las
reglas del mercado.15 Visto a esta luz, el individuo liberal es el empresario
competitivo, la sociedad civil liberal es un mercado en términos económi-
cos, y su ideal, las oportunidades iguales para, como dijo Adam Smith,
involucrarse en ““la carrera por la riqueza, los honores y los privilegios””.
En esta carrera es vital el aspecto que nos interesa, o sea, la igualdad
de oportunidades para acceder a la propia carrera, a la sociedad de mer-
cado. En este contexto, lo que a fin de cuentas significa la libertad es un
conjunto de garantías formales para el individuo de que él (y después
ella) podrán gozar de un comienzo justo en la ““carrera”” de Smith. Lo que
acaba significando la ciudadanía al modo liberal es algo así como ser
miembros iguales en la esfera económica y social, más o menos regulada
109
democracia

por el gobierno y más o menos abocada al supuesto de que ““el mercado


hizo al hombre””.16 Para decirlo de otra manera, en el liberalismo la ciuda-
danía llega a ser no tanto una actividad colectiva y política como una
actividad individual y económica: el derecho a perseguir los propios inte-
reses sin impedimentos en el mercado. De manera similar, la democracia
está más relacionada con un gobierno representativo y con el derecho a
votar que con la idea de la actividad colectiva y participativa de los ciuda-
danos en el ámbito público.
Esta concepción del ciudadano como portador de derechos, de la
democracia como sociedad capitalista de mercado y de la política como
gobierno representativo es precisamente lo que hace que el liberalismo ——
a pesar de su admirable y vital insistencia en los valores de libertad e
igualdad individuales—— parezca tan estéril políticamente a algunos de
sus críticos, tanto del pasado como actuales, tanto conservadores como
radicales. En lo que respecta al feminismo, tal vez sea Mary Shanley la
que mejor sintetice el problema que plantea el liberalismo:
¿¿¿¿¿cita
Si bien los ideales liberales han demostrado ser eficaces en acabar
con las restricciones que sufrían las mujeres como individuos, la teoría
liberal no proporciona el lenguaje ni los conceptos que puedan ayudar-
nos a entender las diversas clases de interdependencia humana que for-
man parte de la vida tanto de las familias como de los gobiernos, ni a
articular una concepción feminista de ““la buena vida””. Las feministas se
encuentran, pues, en la difícil posición de tener que recurrir a la retórica
cuando se refieren a un Estado que no describe los fines de ellas de mane-
ra adecuada y que puede tratar de debilitar los intentos que ellas hacen de
inaugurar nuevas formas de vida.17

II
Por buenas y obvias razones, sería de esperar que el mejor comienzo para
una crítica feminista al liberalismo consista en dejar al descubierto la
realidad que se esconde tras la idea de la igualdad de oportunidades. El
acceso igual no es únicamente un principio crucial del pensamiento libe-
ral, sino que es también un elemento conductor de nuestro discurso polí-
tico contemporáneo, al que se recurre tanto para atacar como para
defender alegatos especiales en relación con los derechos de las mujeres.
Es precisamente esta crítica la que se emprende en este texto.

110
Mary G. Dietz

Pero un acercamiento complementario no está fuera de lugar. En mi


opinión, es meritoria la argumentación de que empezar por la cuestión de
la igualdad de oportunidades significa garantizar demasiado, repartir
demasiadas cartas altas a la parte liberal.
Literalmente: ““el acceso no basta””, ya que una vez en el terreno de
““el acceso igual””, quedamos atrapadas en toda una red de conceptos
liberales: derechos, intereses, contratos, individualismo, gobierno repre-
sentativo, libertad negativa. Todos ellos abren el paso a algunos canales
del discurso, pero al mismo tiempo bloquean otros. Como Shanley impli-
ca, suscribir esos conceptos, para las feministas puede significar nublar
en vez de iluminar una concepción de la política, la ciudadanía y la
““buena vida”” adecuada a los valores e intereses feministas.
Con esto no es mi intención sugerir que las feministas que proceden
a partir de la cuestión del acceso estén haciendo algo inútil o carente de
importancia. Al contrario: al valerse del género como unidad de análisis,
las feministas académicas han puesto de manifiesto la falta de igualdad
existente tras el mito de las oportunidades iguales y nos han hecho saber
cómo estos supuestos niegan la realidad social del trato desigual, la dis-
criminación sexual, los estereotipos culturales y la subordinación de las
mujeres tanto en la casa como en el mercado. En la medida en que este tipo
de análisis basado en el género lleva a programas políticos positivos ——
prolongación de las licencias de embarazo, planes de acción afirmativa,
instalaciones para el cuidado de los niños, salarios de valor comparable,
leyes contra el hostigamiento sexual, ventajas en el cuidado de la salud——
, las feministas están otorgando una ayuda indispensable a la práctica
liberal.
No obstante, no deberíamos dejar de lado el hecho de que los límites
de este tipo de análisis están determinados por los conceptos del libera-
lismo y las cuestiones que implican. Así pues, por ejemplo, cuando se
concibe el poder en función del acceso a las instituciones sociales, econó-
micas o políticas, hay otras posibilidades (incluyendo la radical de que el
poder no tiene nada que ver con el acceso a las instituciones) que no se
tienen en cuenta. Además, para tomar otro ejemplo, si se establece el dis-
frute de derechos o la búsqueda del libre mercado como criterio de ciuda-
danía, concepciones alternativas como la actividad cívica y el autogobierno
participativo se dejan de lado. El liberalismo tiende a ambas interpreta-
ciones: a entender el poder como acceso y a una concepción de la ciuda-
danía como libertad civil. Lo que yo quiero destacar es que ninguna de

111
democracia

estas formulaciones es idónea en y por sí misma o adecuada para una


teoría política feminista.
Para muy pocas teóricas feministas resultarán sorprendentes o
novedosas esas observaciones. Empero, gran parte del pensamiento fe-
minista reciente (no obstante el feminismo liberal) se ha abocado a poner
de manifiesto los problemas que plantea una teoría política liberal a una
perspectiva de la liberación de las mujeres y de la emancipación humana.
Se ha ido articulando una serie de argumentaciones y de enfoques. Algu-
nos de ellos se han centrado en las raíces epistemológicas y ontológicas
del liberalismo, otros en las implicaciones que éste tiene en la compren-
sión ética de la persona y, finalmente, otros en los supuestos en los que
descansa la metodología liberal.18
Por lo que se refiere al aspecto político en relación con la teoría libe-
ral de la libertad, el papel del Estado, lo público y lo privado, el capitalis-
mo y la democracia, las críticas feministas parecen pertenecer a dos
campos: las marxistas y las que denominaré maternalistas.19 Ambos cam-
pos tienen una importancia primordial en los temas de este ensayo debi-
do a que versan sobre asuntos como ““la buena vida”” y, con mayor
precisión, sobre el carácter de la comunidad política. Una ojeada somera
a ambos bastará para actualizarnos acerca de las alternativas feministas
a la concepción liberal del ciudadano, alternativas que no son, como
seguiré demostrando, plenamente satisfactorias como contraparte del
punto de vista liberal, pese a que constituyen aportaciones atractivas al
debate político y provocan ideas nuevas.
Primero las marxistas. Las feministas que trabajan dentro de la tra-
dición marxista tratan de poner al descubierto las bases capitalistas y
patriarcales del Estado liberal, así como la opresión inherente a la divi-
sión sexual del trabajo, además de, como lo manifiesta una pensadora,
““las consecuencias de la contribución dual de las mujeres a la subsisten-
cia en el capitalismo.20 En esta crítica económica está en juego, como adu-
ce otra teórica, la noción de ““la participación del Estado ——en la protección
del patriarcado como sistema de poder, en gran parte de la misma manera
que protege al capitalismo y al racismo ...””21 Por cuanto suponen que el
Estado participa en la opresión de las mujeres, las feministas marxistas
esgrimen la idea de que la garantía de los derechos del ciudadano por el
Estado es una impostura, una conveniente ficción ideológica que contri-
buye a nublar la realidad subyacente de una clase dominante masculina
que gobierna. Como propugnan estas teóricas, la liberación de las muje-
res será posible únicamente cuando el Estado liberal sea derrocado y
112
Mary G. Dietz

desmantelada su estructura capitalista y patriarcal. Lo que surgirá en-


tonces será el fin de la división sexual del trabajo y ““una política feminis-
ta que vaya más allá del liberalismo”” 22 Según parece, lo que la mayoría
de las feministas marxistas entienden por esta política es el
reordenamiento igualitario del trabajo productivo y reproductivo y el
logro de relaciones humanas verdaderamente liberadoras, una sociedad
de ““productores de valores de uso que carezcan de propiedades .23
La fuerza y validez de esta crítica parece obvia. Las feministas mar-
xistas nos harían reconocer que, por debajo de la ideología liberal, hay
todo un sistema económico y de género implantado en las estructuras
capitalistas predominantemente masculinas, desde la noción de hombre
independiente y racional hasta la concepción de ámbitos separados para
lo privado y lo público; desde el valor del individualismo hasta la equiva-
lencia de libertad y libre comercio. En tanto tal, el análisis feministamar-
xista pone al descubierto numerosas insuficiencias en la posición
feminista liberal, y en particular en el punto de vista predominante que
ésta sustenta sobre el trabajo de las mujeres y la confianza que le confie-
ren a la ley, el Estado, los grupos de interés y las reformas instituidas por
el Estado como fuente de justicia social, igualdad individual y ““acceso””.
La ventaja del punto de vista feminista marxista no consiste únicamente
en la crítica que le hace al capitalismo, en la que revela el carácter explo-
tador y socialmente construido del trabajo de las mujeres, sino también
en la crítica política que sostiene y que plantea un reto al supuesto liberal
de que el gobierno representativo es el único santuario de la política y el
árbitro legítimo del cambio social.
No obstante, aun cuando la crítica feminista marxista tenga mucho
que ofrecer desde el punto de vista del materialismo histórico, no tiene
mucho que decir con respecto al tema de la ciudadanía. Como Sheldon
Wolin ha observado, ““A muchos marxistas les interesan las 'masas' o los
obreros, pero desdeñan la ciudadanía como una noción burguesa, formal
y vacía...””24 Desafortunadamente, las feministas marxistas no son una
excepción a esta generalización. Ciudadanía es un término que raras
veces aparece en su vocabulario y mucho menos aún cualquiera de los
demás conceptos pertenecientes a la misma familia: participación, ac-
ción, democracia, comunidad y libertad política.
En la medida en que las feministas marxistas analizan en algo la
ciudadanía, lo hacen por lo general combinándola con trabajo, lucha de
clases y revolución socialista; también con el advenimiento del cambio
social y de ciertas condiciones económicas. En su opinión, la verdadera
113
democracia

ciudadanía se realiza con la propiedad colectiva de los medios de pro-


ducción y con el fin de la opresión en las relaciones de reproducción. Las
feministas marxistas asocian ambas ideas con la acción revolucionaria
y la desaparición del Estado patriarcal. En su planteamiento de la ciuda-
danía, tienden a restringir la política a la lucha revolucionaria, las muje-
res a la categoría de ““reproductoras”” y la libertad a la realización de la
igualdad económica y social y al derrocamiento de la necesidad natural.
Una vez alcanzada la libertad ——parecen decir—— la política termina o se
convierte en poco más de lo que el propio Marx denominó alguna vez ““la
administración de las cosas””.
Nadie negaría en la actualidad que la igualdad económica y la jus-
ticia social habilitan y confieren poder a la gente. La sociedad que valora
y lucha por alcanzarlas, pensando tanto en hombres como en mujeres,
merecen admiración y respeto. Lo que yo insinúo es que, como el feminis-
mo marxista se detiene en este punto, su perspectiva liberadora de cómo
serán las cosas ““después de la revolución”” es incompleta porque lo que
aparece es una imagen de libertad económica y no política y una socie-
dad de seres sociales autónomos y satisfechos y no un gobierno de ciuda-
danos. El resultado es que se deja de lado o se ignora todo un conjunto de
preguntas políticas vitales: ¿Qué es libertad política? ¿Qué significa ser
ciudadano? ¿Qué requiere una conciencia política expresamente femi-
nista? O, para plantearlo más abiertamente, ¿hay algo más en la política
feminista que la lucha revolucionaria contra el Estado?
El segundo campo de las teóricas feministas, las maternalistas, res-
ponderían a la última pregunta con una ampulosa afirmación. Nos ha-
rían reconsiderar las opiniones sobre la ciudadanía tanto liberales como
marxistas25 y se identificarían con una concepción de la conciencia polí-
tica femenina asentada en las virtudes de la esfera privada de las mujeres,
primordialmente en la maternidad. A diferencia de las feministas marxis-
tas, las feministas maternales sostienen que, por muy importante que sea
la justicia social, no es condición suficiente para una política feminista
verdaderamente liberadora. Hay que referirse a las mujeres como madres
y no como ““reproductoras””, y como participantes en el ámbito público y
no sólo como miembros de los órdenes social y económico.
No obstante, lo mismo que las feministas marxistas, las feministas
maternales eluden la noción liberal del ciudadano como portador indivi-
dual de derechos que protege el Estado. Para las maternalistas, tal noción
es, en el mejor de los casos, moralmente vacía y, en el peor, moralmente
subversiva puesto que descansa en una concepción claramente masculi-
114
Mary G. Dietz

na de la persona como ser independiente, interesado en sí mismo y eco-


nómico. Cuando se traslada esta noción a una concepción más amplia
de la política ——aduce la feminista maternal—— queda únicamente una
idea de los ciudadanos como comerciantes competitivos y detentadores
de empleos para quienes la actividad cívica consiste, a lo sumo, en ser
miembros de grupos de interés. Así pues, la feminista maternal negaría
precisamente lo que la liberal defendería: una concepción de la ciudada-
nía individualista, basada en derechos y contractural, y una imagen del
ámbito público como terreno de competencia. Como manifiesta una
maternalista:
El problema ——o uno de los problemas—— con una política que em-
pieza y termina en la movilización de recursos, el logro de repercusio-
nes máximas, el cálculo prudencial, la articulación de los reclamos de
los grupos de interés... y así sucesivamente, no es únicamente su pro-
funda falta de imaginación, sino su incapacidad para involucrarse en
una solidaridad reflexiva y en una lealtad comprometida de ciudada-
nos. En un exceso de simplicidad podría decirse que no hay ningún
sentido esencial de virtud cívica ni una visión de la comunidad política
que pueda servir de punto de partida para una vida en común y que sea
posible en el seno de una vida política dominada por un individualis-
mo de intereses egoístas y depredador.26
El feminismo maternal está expresamente concebido para contra-
rrestar lo que en su opinión son las áridas y poco imaginativas cualida-
des del punto de vista liberal predominante y, con mayor énfasis aún,
para ofrecer un sentido alternativo de la virtud cívica y de la ciudadanía.
Como primer paso, quiere establecer la primacía moral de la familia. Aun-
que esto pueda parecer a algunos un extraño inicio para una política
feminista, las maternalistas nos harían repensar la rígida distinción libe-
ral de los ámbitos público y privado y nos invitarían a considerar en vez
de ello, que lo ““privado”” es el lugar de una posible moralidad pública y
un modelo para la actividad de la propia ciudadanía. Además, para po-
nerlo de otra manera, el feminismo maternal critica a la política ““estatista””
y a las personas individuales y ofrece en su lugar la única alternativa
diferente que ve: una política inspirada en las virtudes del ámbito priva-
do y una individualidad comprometida con sus capacidades de relación
con los demás, el amor y el cuidado de los otros.
Lo que hace de éste un punto de vista expresamente feminista (más
que, por así decirlo, tradicionalmente conservador) es que reconoce la
experiencia de las mujeres como madres en el ámbito privado, como
115
democracia

donadoras de una especial capacidad y de un ““imperativo moral”” para


contrarrestar tanto la concepción individualista del mundo masculino y
liberal como su noción masculinista de ciudadanía. Jean Bethke Elshtain
describe la maternidad como una ““actividad complicada, rica, ambiva-
lente, fastidiosa y gozosa”” que mantiene el principio de que ““la realidad
de un sólo ser humano es lo que [hay que] mantener en mente””.27 Para
ella, las implicaciones de la maternidad en la ciudadanía son claras: ““Si
se tomara el pensamiento maternal como la base de la conciencia femi-
nista, se abriría de inmediato una veta para analizar un mundo público
cada vez más excesivamente controlado””28
El pensamiento maternal no sólo depuraría lo público ““arrogante””
(a saber, masculino); proporcionaría además la base para una concep-
ción del poder totalmente nueva, así como de la ciudadanía y del ámbito
público. El ciudadano que surge es un ser afectuoso que, en las propias
palabras de Elshtain, está ““dedicado a la protección de la vulnerable vida
humana”” y trata de hacer de las virtudes de la maternidad el ““molde”” de
un nuevo mundo público más humano.
Gran parte de la argumentación maternalista se inspira o encuentra
apoyo en la teoría psicoanalítica de las relaciones de objeto de Nancy
Chodorow y en la teoría del desarrollo moral de Carol Gilligan.29 Estas
académicas sostienen que entre hombres y mujeres existen contrastes sor-
prendentes que pueden ser comprendidos en función de algunas diferen-
cias en las experiencias de las primeras etapas de su desarrollo. En el
punto crucial de los hallazgos de Chodorow y Gilligan está la implica-
ción de que la moralidad de las mujeres está vinculada a un conjunto más
maduro y humano de valores humanos que la de los hombres. Gilligan
identifica una ““ética del cuidado”” femenina que difiere de la ““ética de la
justicia”” masculina. La ética del cuidado gira más bien en torno de la
responsabilidad y las relaciones que de los derechos, y más en torno de
las necesidades de las situaciones específicas que de la implicación de
normas generales de conducta. Las feministas maternales se apoderan de
esta ““oposición binaria”” psicológica y, en efecto, la politizan. En sus tra-
bajos, ““la voz masculina”” es la del individualista liberal que representa
lo opuesto a la mujer, cuya voz es la de la ciudadana compasiva como
madre amante. Para las feministas maternales así como para las psicólo-
gas feministas no cabe duda acerca de cuál es el lado de la oposición
normativamente superior y merecedor de ser tomado tanto como base de
la conciencia política cuanto como una manera ética de ser. Puede ser que
las maternalistas digan que la moralidad femenina de la responsabilidad
116
Mary G. Dietz

““debe extender su imperativo a los hombres””; pero pese a todo, confieren


un lugar de honor a las mujeres y a la ““esfera de las mujeres””, la familia,
como fuente de este nuevo ““modo de discurso público”” 31 Las
maternalistas también sostienen que el discurso público y la ciudadanía
deberían estar inspirados en las virtudes de la maternidad ——amor, aten-
ción, compasión, cuidado y ““absorción””—— en suma, en todas las virtu-
des que el ámbito liberal estatal y público desdeña.
¿Qué vamos a hacer con esta concepción de la ciudadanía feminis-
ta? En mi opinión, hay mucho de aprovechable en la perspectiva
maternalista, sobre todo si la examinamos en el contexto de los puntos de
vista liberal y feministamarxista. En primer lugar, el maternalista es casi
el único entre todos los demás ““feminismos”” que se preocupa por el signi-
ficado de la ciudadanía y de la conciencia política. Aunque podamos
disentir de sus formulaciones, merecen ser apreciadas por haber hecho
de la ciudadanía un asunto de interés en un movimiento que (al menos en
su aspecto académico) con demasiada frecuencia queda atrapado en lo
psicológico, lo literario y lo social, más que en los problemas de teoría
política que las feministas tienen que enfrentar. En segundo lugar, las
maternalistas nos recuerdan lo inadecuado y las limitaciones de una
concepción del individuo basada en los derechos y de la justicia social
como igualdad de oportunidades. Nos hacen entender las dimensiones
de la moralidad política de otras maneras y la propia política como po-
tencialmente virtuosa. En tercer lugar, en una época en la que la política
se ha convertido en todos los aspectos en algo así como una mala palabra,
las feministas maternales han rehumanizado nuestro modo de pensar
acerca de la participación política y nos han hecho reconocer cómo, en
tanto individuos interrelacionados, podemos pugnar por una comuni-
dad más humana, relacionada y compartida de lo que nos permiten nues-
tras actuales circunstancias políticas.
Sin embargo, a pesar de estas aportaciones, hay algo muy perturba-
dor acerca de la concepción de la ciudadanía que tienen las maternalistas.
Adolece de los mismos problemas que todas las teorías que sostienen que
un lado de la oposición es superior al otro. Para las maternalistas, las
mujeres son más morales que los hombres porque son o pueden ser (o son
criadas por) madres y porque la misma maternidad es, necesaria y uni-
versalmente, una actividad afectiva, cuidadosa y de amor. Dejando de
lado lo que tendría que ser el obvio y problemático carácter lógico y soció-
logo de estas pretensiones, baste decir que las maternalistas corren el
peligro de cometer precisamente el mismo error que ellas encuentran en el
117
democracia

punto de vista liberal: amenazan con convertir a mujeres históricamente


caracterizables en entidades ahistóricas y universalizadas.32
Más grave aún es que las maternalistas estén convencidas de que
las feministas han de escoger entre dos mundos: el masculinista, compe-
titivo, público, estatal, y el maternal, afectuoso, privado, virtuoso. Argu-
yen que escoger el mundo público es caer presa de una política y una ética
que recapitulan los rasgos deshumanizadores del Estado capitalistalibe-
ral. Sin embargo, escoger el mundo privado significa no sólo reafirmar el
valor de un ““reino de mujeres””, sino también la adopción de una ética
maternal que es potencialmente adecuada para la ciudadanía y una al-
ternativa profundamente moral a la liberal y estatista 33
Cuando buscamos en la maternidad una concepción de la ciudada-
nía feminista nos equivocamos de lugar o, en el lenguaje de las
maternalistas, de ““mundo””. En el centro de la actividad maternal no se
encuentra el vínculo político distintivo entre ciudadanos iguales, sino el
vínculo íntimo entre madre e hijo. Pero las maternalistas no nos dejan
ninguna opción al respecto: debemos decantarnos por lo ““privado ínti-
mo”” porque lo ““público estatista”” está corrupto. Pero esta opción es enga-
ñosa porque, si equiparamos lo público con la política estatal y lo privado
con la virtud de la intimidad, el feminismo maternalista resulta ser más
afín con el punto de vista liberal de lo que podíamos suponer al principio.
Así pues, es susceptible de ser objeto de la misma acusación que el libera-
lismo: la concepción que tiene de la ciudadanía está inspirada en una
defectuosa concepción de la política en tanto que gobierno impersonal y
representativo. Que el liberalismo se contente con mantener una concep-
ción tal y que el maternalismo feminista quiera sustituirla por una serie
de recetas extraídas de lo privado no es el verdadero problema. El proble-
ma para una concepción feminista es que nada de lo que acabamos de
mencionar sirve porque ambas concepciones nos dejan con una opinión
parcial de la política y, por lo tanto, de la ciudadanía. Lo que necesitamos
es una concepción enteramente diferente. En lo que resta de este ensayo
trataré de esbozar una base alternativa para una concepción política fe-
minista con una perspectiva para desarrollar una concepción feminista
más minuciosa en el futuro. Propongo las recomendaciones que siguen
más como un esbozo programático que como una teoría comprehensiva.

III

118
Mary G. Dietz

El punto de vista básico que yo sostengo es franco: para una concepción


de la ciudadanía, las feministas deberían acudir a las virtudes, relaciones
y prácticas que son expresamente políticas y, con mayor precisión, de
participación y democráticas. Entre otras cosas, lo que esto requiere es
una susceptibilidad para percibir la política como ni las liberales ni las
maternalistas la perciben: como una actividad humana que no es necesa-
ria ni históricamente reductible al gobierno representativo ni al ““ámbito
público, arrogante y masculino””. Al aceptar este tipo de opiniones, las
feministas corren el peligro de perder una valiosa concepción alternativa
de la política que es históricamente concreta y forma parte de la vida de
las mujeres. La mejor denominación que se pueda dar a esta concepción
tal vez sea la de democrática y concibe a la política como el compromiso
colectivo y de participación de los ciudadanos en la resolución de los
asuntos de su comunidad. La comunidad puede ser el barrio, la ciudad,
el estado, la región o la misma nación. Lo que cuenta es que todos los
asuntos relacionados con la comunidad se asumen como ““asunto de la
gente””.34
Desde un ángulo ligeramente diferente, podemos entender la demo-
cracia como la forma de la política que reúne a la gente en tanto ciudada-
na. En verdad, el poder de la democracia reside en la capacidad que tiene
para transformar al individuo en tanto maestro, comerciante, ejecutivo,
niño, pariente, trabajador, artista, amigo o madre, en un tipo especial de
ente político, un ciudadano entre otros ciudadanos. Así pues, la demo-
cracia nos ofrece una identidad que ni el liberalismo, con su propensión
a contemplar al ciudadano como individuo portador de derechos, ni el
maternalismo, con la atención que presta a la maternidad, nos proporcio-
nan. La democracia nos da una concepción de nosotros mismos en tanto
que ““hablantes de palabras y hacedores de actos””, participando mutua-
mente en el ámbito público. Para decirlo de otra manera, la concepción
democrática no legitima la prosecución de cada interés individual y por
separado ni la transformación de las virtudes privadas en públicas. En la
medida en que deriva su significado del compromiso colectivo y público
de los pares, no contempla a los ciudadanos ni como precavidos extraños
(tal como el mercado liberal lo plantearía) ni como ““íntimos cariñosos””
(como la familia maternalista imagina).
Para regresar a mi anterior punto de vista, la ciudadanía democráti-
ca es una práctica que no tiene parangón; goza de un conjunto de relacio-
nes, virtudes y principios propios. Su relación es la de los pares cívicos; la
virtud que la orienta es el respeto mutuo; su principio primordial es la
119
democracia

““libertad positiva”” de la democracia y el autogobierno y no simplemente


la ““libertad negativa”” de la no interferencia. Así pues, suponer que las
relaciones concomitantes con el mercado capitalista o las virtudes que
emanan de la experiencia íntima de la maternidad son los modelos para
la práctica de la ciudadanía es percibir equivocadamente las característi-
cas distintivas de la vida política democrática y construir desatinada-
mente sus relaciones, virtudes y principios especiales.
Las maternalistas quisieran hacernos creer que esta condición polí-
tica democrática fluiría, en realidad, de la ““inserción”” de las virtudes de
las mujeres como madres en el mundo público. No hay razón para creer
que la maternidad induce necesariamente el compromiso con las prácti-
cas democráticas. No existen tampoco buenas bases para aducir que un
principio como el de ““cuidar la vulnerable vida humana”” (por muy noble
que sea este principio) implique por definición una defensa de la partici-
pación de los ciudadanos. El despotismo ilustrado, el estado del bienes-
tar, una burocracia monopartidista y una república democrática, todos
estos sistemas pueden respetar a las madres, proteger las vidas de los
niños y mostrarse compasivos para con lo vulnerable.
La preocupación política de las feministas no ha de consistir única-
mente en si se protege a los niños (o cualquier otro fin deseable y logrado),
sino en cómo y quién determina estos fines. En tanto las feministas se
centren únicamente en cuestiones de interés social y económico ——cues-
tiones acerca de niños, familia, escuelas, trabajo, salarios, pornografía,
aborto, abuso—— no articularán una concepción verdaderamente política
ni encararán el problema de la ciudadanía. Unicamente cuando acen-
túen que el logro de esos intereses sociales y económicos se ha de empren-
der mediante su incorporación activa como ciudadanas en el mundo
público y cuando declaren que la actividad de la ciudadanía es un valor,
las feministas podrán reclamar como propia una política verdaderamen-
te liberadora.
Espero que quede claro que lo que trato de defender es la democrati-
zación de la política y no la política de grupos de interés o en torno a un
solo problema como es habitual. El compromiso feminista con la ciuda-
danía democrática no se ha de confundir ni con la política liberal de
grupos de presión y gobierno representativo ni con la idea de que des-
pués de la victoria o la derrota respecto de un asunto se terminó el juego y
podemos ““regresar a casa””. Como expresa un teórico de la democracia:
El demócrata radical no está de acuerdo en que... después de resolver [un]

120
Mary G. Dietz

problema lo mejor sea abandonar la lucha democrática y desbandar las orga-


nizaciones... El demócrata radical no cree que cualquier arreglo institucional o
social pueda dar una solución automática y permanente a la cuestión principal
de la virtud política ni pueda ahuyentar la que problablemente sea la única ley
científica que la ciencia política haya producido: el poder corrompe 35

Aquí la idea clave es que la ciudadanía se ha de concebir como una


actividad continua y un bien en sí, y no como un compromiso momentá-
neo (o una revolución socialista) con la vista puesta en un objetivo final o
en un arreglo social. Claro está que esto no significa que los ciudadanos
democráticos no persigan fines sociales y económicos específicos. De esto
se trata la política en definitiva y las discusiones y debates entre pares
cívicos estarán centrados en temas de interés social, político y económico
para la comunidad. Pero al mismo tiempo, la concepción democrática es
——y la ciudadanía feminista debería ser—— algo más que esto. Tal vez sea
mejor decir que se trata de una concepción que no se fija en un fin sino a
la que inspira más bien un principio ——la libertad—— y una actividad polí-
tica ——la libertad positiva. Esta actividad es un proceso exigente que no
termina nunca, porque significa involucrarse en el debate público y com-
partir la responsabilidad del autogobierno. Estoy tratando de presionar,
tanto en la teoría como en la práctica, sobre una revitalización feminista
de esta actividad.
El lector que me haya seguido hasta este punto quizás se esté pre-
guntando si lo que he hecho no ha sido simplemente reducir la concien-
cia política feminista a la conciencia democrática, y no dejar nada del
propio feminismo en esta concepción de la ciudadanía. Al poner fin a
estas reflexiones, permítaseme insinuar por qué creo que la revitalización
de la ciudadanía democrática es una labor especialmente adecuada para
ser emprendida por las feministas. Aunque el razonamiento se podría
plantear en términos más generales, me voy a dirigir el feminismo en los
Estados Unidos.
Como Offred en The Handmaid's Tale, los norteamericanos vivimos
en circunstancias restringidas en términos políticos.
La manera que tenemos de entendernos a nosotros mismos como
ciudadanos tiene poco que ver con las normas y valores democráticos que
acabo de defender, y probablemente sea justo decir que la mayoría de los
norteamericanos no piensa para nada de esta manera en la ciudadanía.
Parece que estemos hipnotizados por una concepción liberal de la ciuda-
danía como un conjunto de derechos, un incontrovertible consumismo
que confundimos con la libertad y una ética capitalista que asumimos

121
democracia

como nuestra identidad colectiva.36 Sheldon Wolin ha observado que en


la tradición política norteamericana existen dos ““cuerpos”” dentro del
histórico ““cuerpo del pueblo””: una colectividad inspirada por prácticas
democráticas, por una parte, y una colectividad a la que inspira una
economía política antidemocrática, por otra.37 La última es una ““ciuda-
danía capitalistaliberal”” que en la actualidad ha salido triunfante. Las
prácticas verdaderamente democráticas han dejado de ser parte de la
política en los Estados Unidos. Existen únicamente en los márgenes. Y lo
que es incluso más perturbador en mi opinión, es que hasta el recuerdo de
estas prácticas parezca querer eludir nuestra imaginación colectiva. Como
dice Hannah Arendt, la ciudadanía es el ““tesoro perdido”” de la vida
política norteamericana.
Lo que quiero defender es que todavía estamos a tiempo de recupe-
rar el tesoro. Podemos ser capaces de inspirar un nuevo soplo de vida en
el otro ““cuerpo”” de la gente, en nuestros ““yo”” democráticos. Este proyecto
nos remite al feminismo, y creo que es una fuente potencial de la resurrec-
ción política que necesitamos. El feminismo ha sido algo más que una
causa políticosocial; ha sido un movimiento político con sus atributos
particulares. A lo largo de la segunda ola de feminismo que ha habido en
los Estados Unidos, el movimiento ha estado animado por la práctica y la
organización democráticas: las reuniones espontáneas y las marchas,
diversos y multitudinarios grupos de acción, asambleas cara a cara, toma
de decisiones mediante consenso, estructuras de poder no jerárquicas,
expresión verbal abierta y debate 38 Es decir, hay formas de libertad, en-
carnadas en el pasado político inmediato del feminismo en este país, que
son mucho más compatibles con el ““cuerpo democrático”” de la experien-
cia norteamericana que con el capitalistaliberal 39 Estas formas feministas
particulares son compatibles, potencialmente al menos, con la idea de
una ciudadanía colectiva y democrática a escala más amplia.
Y digo ““potencialmente”” porque las feministas primero tienen que
transformar sus propias prácticas democráticas en una teoría de la ciu-
dadanía que sea más comprehensiva, antes de que puedan llegar a una
alternativa de la teoría liberal no democrática. La práctica política femi-
nista no se convertirá de manera automática en la inspiración de una
nueva ciudadanía. Las feministas se han de convertir en cambio, en pen-
sadoras políticas autoconscientes ——defensoras de la democracia—— en la
tierra del liberalismo. Cierto que la tarea no es fácil ni puede completarse
en un corto plazo; pero las feministas pueden emprenderla con resolu-
ción, porque los cimientos ya están puestos en las propias experiencias
122
Mary G. Dietz

del movimiento, en la persistente atención que éste presta a los asuntos


de poder, estructura y democracia, y en el precedente histórico de las
mujeres que han actuado como ciudadanas en los Estados Unidos.40
No obstante, hay que hacer una advertencia. Lo que debe evitar a
toda costa la defensa feminista de la democracia es la tentación del
““mujerismo””. Prestar atención a las ““mujeres de la república”” y a la orga-
nización feminista en busca de inspiración para articular los valores de-
mocráticos es una cosa; otra muy diferente es llegar a la conclusión de que
en eso reside la prueba de la ““naturaleza democrática superior”” de las
mujeres o de su voz política ““más madura””. Una defensa verdaderamen-
te democrática de la ciudadanía no puede permitirse lanzar su llamado
desde una posición de oposición de género y de superioridad de las mu-
jeres. Una premisa tal propondría como punto de partida precisamente lo
que una actitud democrática debe negar: que un grupo de voces de ciuda-
danos es generalmente mejor, merece mayor atención, es digno de mayor
estímulo y es más moral que otros. Una feminista democrática no puede
ceder a este tipo de tentación, a menos que la democracia misma pierda su
significado y la ciudadanía su carácter especial. Con esto en mente, un
buen consejo para las feministas sería que aseguraran la defensa política
de su teoría de la ciudadanía democrática, no sólo en su propio territorio,
sino también en la diversidad de los territorios democráticos: históricos y
contemporáneos, masculinos y femeninos. Podríamos incluir los munici-
pios y consejos de la América revolucionaria, la populista Alianza Na-
cional de Agricultores, las huelgas y sentones de la década de los treinta,
el movimiento por los derechos civiles, los soviets de la Rusia revolucio-
naria, los clubes políticos franceses de 1789, los grupos de afinidad
anarquistas españoles, el KOR (Comité 1e Defensa de los Trabajadores) en
Polonia, las madres de los desaparecidos en Argentina y otros muchos.
En resumen, el propósito de este feminismo político sería recordar y traer
a la luz los múltiples ejemplos de prácticas democráticas ya experimenta-
das y valerse de ellos como inspiración para una forma de vida política
que desafíe a la liberal dominante41 Para lograr este objetivo se requiere no
sólo que el feminismo se resuelva a evitar un ““mujerismo”” que se restrin-
ge a los asuntos de las mujeres para comprometerse activamente con la
ciudadanía, que incluye y requiere de la participación de los hombres.
He empezado estas reflexiones coincidiendo con Offred en que el
““contexto es lo que cuenta””. Las termino con lo que espero que sea una
nota complementaria y no excesivamente optimista. Es cierto que esta-
mos condicionados por los contextos en los que vivimos, pero somos
123
democracia

también los creadores de nuestras construcciones políticas y sociales y


podemos cambiarlas si estamos resueltos a hacerlo. La reciente historia
de la política democrática en este país no ha sido en conjunto muy feliz,
pese a los movimientos espontáneos y a las conquistas periódicas. Antes
que causar desesperación, darnos cuenta de lo que ha sucedido tal vez
pueda contribuir a fortalecer y renovar nuestro sentido de la premura en
lo que respecta a nuestra condición actual y todo lo que se ha de hacer.
En primer lugar, no obstante, se ha de sentir la urgencia y se ha de
avivar el ánimo necesario para revitalizar a la ciudadanía en el ámbito
público. En otras palabras, la democracia está a la espera de sus ““prime-
ros impulsores””. Mi propósito ha sido defender que uno de estos
impulsores podría ser el feminismo y sugerir por qué creo que el feminis-
mo es idóneo para cumplir con esta exigente y difícil tarea que nos bene-
ficiaría a todos.

Traducción: Isabel Vericat

Notas

1
Margaret Atwood, The Handmaid's Tale, Nueva York, Simon & Schuster, 1986.

2
Sobre la amplia gama de críticas feministas que se hacen al liberalismo, véase: Irene
Diamond (ed), Families, Politics, and Public Policy: A Feminist Dialogue on Women and the
State, Nueva York, Longman, 1983; Zillah Einsenstein, The Radical Future of Liberal
Feminism, Nueva York, Longman, 1981; Jean Bethke Elshtain, Public Man, Private Woman,
Princeton, N. Y., Princeton University Press, 1981; Sandra Harding y Merril Hintikka,
Discovering Reality: Feminist Perspectives on Epistemology, Metaphysics, Methodology, and
Philosophy of Science, Dordrecht, Reidel, 1983; Alison Jagger, Feminist Politics and Human
Nature, Nueva York, Rowman and Allenheind, 1983; Juliet Mitchell y Ann Oakley, The
Rights and Wrongs of Women, Harmondsworth, Penguin, 1976; Linda Nicholson, Gender
and History, Nueva York, Columbia University Press, 1986; y Susan Moller Okin,
Women in Western Political Thought, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1979.
Para una crítica feminista a la teoría del contrato social, véanse Seyla Benhabib, ““The
Generalized and Concrete Other: The Kohlberg-Gilligan Controversy and Feminist
Theory””, en Praxis International 5 (4), 1986, pp. 402-424; Christine Di Stefano,
““Masculinity as Ideology in Political Theory: Hobbesian Man Considered””, en Women's
Studies International Forum 6 (6), 1983; Carole Pateman, ““Women and Consent””, en
Political Theory 8 (2), 1980, Ipp. 149-168; Carole Pateman y Teresa Brennan. ““Mere
Auxiliaries to the Commonwealth: Women and the Origins of Liberalism””, en Political
Studies 27 (2), 1979, pp. 183-200; y Mary Lyndon Shanley, ““Marriage Contract and
Social Contract in Seventeenth Century English Political Thought””, en Western Political
Quarterly 32(1), 1979, pp. 79-91; Para una crítica al ““hombre rational””, véase Nancy
Hartsock, Money, Sex, and Power, Nueva York, Longman, 1983; Genevieve Lloyd, Man
of Reason, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1984; e Iris Marion Young,

124
Mary G. Dietz

““Impartiality and The Civic Public: Some Implications of Feminist Critiques of


Moral and Political Theory””, en Praxis International 5, (4), 1986, pp. 381-401; Sobre
Locke, véanse Melissa Butler, ““Early Liberal Roots of Feminism: John Locke and the
Attack on Patriarchy””, en American Political Science Review 72 (1), 1978, pp. 135-150;
Lorenne M. G. Clark y Lynda Lange (eds.), The Sexism of Social and Political Theory,
Toronto, University of Toronto Press, 1979; y Carole Pateman, ““Sublimation and
Reification: Locke, Wolin, and the Liberal Democratic Conception of the Political””,
en Politics and Society 5, 1975, pp. 441-467. Sobre Mill, véanse Julia Annas, ““Mill and
the Subjection of Women””, Philosophy 52 (1977), pp. 179-194; Richard W. Krouse,
““Patriarchal Liberalism and Beyond: From John Stuart Mill to Harriet Taylor””, en
Jean Bethke Elshtain (ed.), The Family in Political Thought, Amherst, University of
Massachusetts Press, 1982; y Jennifer Ring, ““Mill's Subjection of Women: The
Methodological limits of Liberal Feminism””, en Review of Politics 47 (1), 1985. Sobre
teoría moral liberal, véase Lawrence Blum, ““Kant and Hegel's Moral Paternalism: A
Feminist Response””, en Canadian Journal of Philosophy 12, 1982, pp. 287-302.

3
Para una interpretación del desarrollo histórico e intelectual del liberalismo en los tres
últimos siglos, véanse (en orden cronológico): L. T. Hobhouse, Liberalism, Londres,
1911; Guido de Ruggiero, The History of European Liberalism, Oxford, Oxford University
Press, 1927; Harold Laski, The Rise of European Liberalism, Londres Allen & Unwin,
1936; George H. Sabine, A History of Political Theory, Nueva York, Holt, 1937; Charles
Howard Mcllwain, Constitutionalism and the Changing World, Nueva York, Macmillan,
1939; John H. Hallowell, The Decline of Liberalism as an Ideology, Berkeley, University of
California Press, 1943; Thomas Maitland Marshall, Citizenship and Social Class,
Cambridge, Cambridge University Press, 1950; Michael Polanyi, The Logic of Liberty,
Chicago, University of Chicago Press, 1951; Louis Hartz, The Liberal Tradition in Ame-
rica, Nueva York, Harcourt Brace, 1955; R. D. Cumming, Human Nature and History, A
study of the Development of Liberal Democracy, 2 vols., Chicago, University of Chicago
Press, 1969; C. B. MacPherson, The Life an Times of Liberal Democracy, Oxford, Oxford
University Press, 1977; Alan Macfarlane, Origins of English Individualism, Oxford,
Oxford University Press, 1978; Steven Seidman, Liberalism and the Origins of European
Social Theory, Berkeley, University of California Press, 1983; y John Gray, Liberalism,
Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986.

4
Aunque Thomas Hobbes no estaba dentro de la principal tradición de la teoría liberal
——definida en términos muy amplios—— que abarca, pero no se reduce, a Locke, Kant,
Smith, Madison, Montesquieu, Bentham, Mill, T. H. Green, L. T. Hobhouse, Dewey y,
recientemente, a Rawls, Dworkin y Nozick fue él quien preparó el terreno para una
concepción del hombre que más tarde caracterizó al pensamiento liberal. En De Clive,
Hobbes escribió, ““imaginemos que el hombre brotó y sigue brotando de la tierra, y de
repente, como llegan los hongos a su plena madurez, sin ningún tipo de involucra-
miento unos con otros””. ““Philosophical Rudiments Concerning Government and
Society””, en Sir W. Molesworth (ed.), The English Works or Thomas Hobbes, Londres,
Longman, 1966, p. 102. Esta invocación a contemplar al hombre como un ““ser””
autónomo fuera de la sociedad se encuentra, en diversas formas, en el estado de
naturaleza de Locke tanto como en el ““velo de ignorancia”” de Rawl. Los críticos
contemporáneos del liberalismo se refieren a esta formulación en términos del ““yo sin
impedimentos””; véase Michel Sandel, ““The Procedural Republic and the Unencumbered
Self””, en Political Theory, 12 (1), 1984, pp. 81-96.
En este debate me valdré del referente masculino por dos razones: en primer

125
democracia

lugar, porque sirve como recordatorio del discurso exclusivamente masculino que se
ha empleado en la teoría política tradicional, incluyendo a los escasos teóricos que
están dispuestos a conceder que he/him significa ““todos””. En segundo lugar, muchas
teóricas feministas han definido convincentemente el término hombre, tal como lo
utiliza el pensamiento liberal, no simplemente como un recurso lingüístico o una
etiqueta genérica, sino como símbolo de un concepto que refleja tanto los valores y
virtudes masculinas como las prácticas patriarcales. Véase Brennan y Pateman, ““Mere
Auxiliarles to the Commonwealth””.

5
Tal como observan Brennan y Pateman en ““Mere Auxiliaries””, la idea de que el
individuo es libre por naturaleza ——es decir, al margen de los vínculos sociales, histó-
ricos y de la tradición—— la transmitieron al liberalismo los teóricos del contrato social.
En el siglo XVII, el surgimiento de esta idea no marcó únicamente ““una ruptura decisi-
va con el punto de vista tradicional de que los individuos estaban 'naturalmente'
vinculados unos a otros en una jerarquía de desigualdad y subordinación””, sino que
también estableció una concepción de la libertad individual ““natural”” como el estado
de aislamiento individual con respecto de los demás, previo a la creación (artificial) de
la ““sociedad civil””.

6
John Stuart Mill, ““On liberty””, en Max Lerner (ed.), The Essential Work of John Stuart
Mill, Nueva York, Bantam, 1961, p. 266.

7
T. H. Green, ““Liberal Legislation and Freedon of Contract””, en John R. Rodman (ed.),
The Political Theory of T. H. Green, Nueva York, Crofts, 1964.

8
Citado en Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little, Brown, 1963.

9
Jagger, Feminist Politics, p. 33.

10
Sir Isaiah Berlin, ““Two Concepts of liberty””, en Four Essays on Liberty, Oxford Oxford
University Press, 1962, p. 122. Berlin prosigue con la observación de algo que será
importante para el razonamiento que sostengo en la sección III, a saber, que la libertad
(en su acepción negativa) no está conectada, en ningún caso lógicamente, con la
democracia o el autogobierno... La respuesta a la pregunta '¿Quién me gobierna?' es
distinta lógicamente de la pregunta '¿En qué medida el gobierno interfiere conmigo?' ““
(pp. 129-130). Como veremos, la última pregunta es de interés primordial para el
ciudadano liberal; la primera atañe al ciudadano democrático y, en consecuencia, al
pensamiento político feminista.

11
John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1971.

12
La negación de la ciudadanía a las mujeres es obviamente una característica histó-
rica y no contemporánea del liberalismo. No obstante, vale la pena señalar que, al
menos en el pensamiento liberal de los comienzos, los principios éticos que distinguían
al liberalismo ——libertad individual e igualdad social—— no se ponían en práctica (y con
frecuencia ni siquiera en la teoría) en relación con las mujeres, sino únicamente en
relación con los ””hombres racionales““, cuya ””racionalidad““ estaba ligada a la propie-
dad privada.

13
El contexto del liberalismo en la actualidad es un conjunto sumamente complejo de

126
Mary G. Dietz

situaciones sociales, políticas, e históricas cambiantes. No hay que olvidar que en


sus primeras manifestaciones (siglos XVII y XVIII), con los Levellers, Los True Whigs,
los Commonwealthmen y los ””patriotas““ revolucionarios, la proclamación de los
derechos individuales y de la igualdad social fueron actos de rebelión contra el rey y
la corte. El terreno del ””individualismo posesivo““ capitalista se desarrolló en un
conjunto de prácticas aparte, aunque relacionadas con aquéllas. Así pues, el legado
del liberalismo es tanto radical como capitalista.

14
Véase Jagger, Feminist Politics, p. 31.

15
Como observa C. B. MacPherson con acierto en The Life and Times of Liberal Democracy,
p. 2, una de las mayores dificultades del liberalismo es que ha tratado de combinar la
idea de la libertad individual en tanto que ””autogobierno””, con la noción empresarial
del liberalismo en tanto que ““el derecho del más fuerte a embaucar al más débil
mediante el apego a las normas del mercado””. Pese a los esfuerzos hechos por J. S.
Mill, Robert Nozick y otros para reconciliar la libertad de mercado con la libertad de
autogobierno, no se ha llegado todavía a una fructífera solución. MacPherson sostiene
que ambas libertades son profundamente inconsistentes, pero también afirma que la
posición liberal no tiene por qué ““depender siempre de una aceptación de los supues-
tos capitalistas, aunque históricamente haya sido así”” (p. 2). Esta realidad histórica es
en la que yo me centro en mi texto y es la que, en mi opinión, predomina en la
concepción norteamericana liberal de ciudadanía. No obstante, al igual que MacPherson,
yo no creo que el liberalismo esté necesariamente ligado (conceptualmente o en la
práctica) a lo que él denomina la ““envoltura capitalista del mercado””.

16
Ibid., p. 1.

17
Mary Lyndon Shanley, ““Afterword: Feminism and Families in a Liberal Polity””, en
Diamond, Families, Politics, and Public Policy, p. 360.

18
Por ejemplo, véase Jagger, Feminist Politics; Naomi Scheman, ““Individualism and
the Objects of Psychology””, en Harding y Hintikka, Discovering Reality; Jean Grimshaw,
Philosophy and Feminist Thinking, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986;
Nicholson, Gender and History, y Young, ““Impartiality and the Civic Public””.

19
A propósito dejo fuera de este debate al feminismo radical, no porque sea insignifi-
cante o carezca de importancia, sino porque hasta la fecha no ha llegado a una
posición política consistente acerca de las cuestiones que ahora nos interesan. Para
una valiosa crítica de las fallas teóricas del feminismo radical, véase Jagger, Feminist
Politics, pp. 286-290, y Joan Cocks, 'Wordless Emotions: Some Critical Reflections on
Radical Feminism““, en Politics and Society 13 (1), 1984, pp. 27-57.

20
Al esbozar esta categoría no es mi intención empañar o borrar las distinciones, muy
reales, entre las diversas clases de feministas marxistas o atenuar la importancia de
””patriarcado versus capitalismo““. Para una interpretación de la diversidad del femi-
nismo marxista (o socialista), véanse: Mariarosa DellaCosta y Selma James, Las mujeres
y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI , 1975; Hartsock, Money, Sex, and
Power; Zillah Eisenstein, Capitalist Patriarchy and the Case for Socialist Feminism,
Nueva York, Monthly Review Press, 1978; Catherine A. Mackinnon, ””Feminism,
Marxism, Method and the State: An Agenda for Theory””, en Nannerl O. Keohane,

127
democracia

Michelle Rosado y Barbara Gelpi (eds.), Feminist Theory: A Critique of Ideology, Chica-
go, University of Chicago Press, 1981; Sheila Rowbotham, Women, Resistance, and
Revolution, Nueva York, Vintage, 1974; y Lydia Sargent (ed.), Women and Revolution,
Boston, South End Press, 1981. Las citas provienen de Hartsock, Money, Sex, and
Power, p. 235.
21
Eisenstein, The Radical Future of Liberal Politics, p. 223.

22
Ibid., p. 222.

23
Hartsock, Money, Sex, and Power, p. 247.

24
Sheldon Wolin, ““Revolutionary Action Today””, en Democracy 2 (4), 1982, pp. 17-28.

25
Para diversos puntos de vista maternalistas, véanse entre otros, jean Bethke Elshtain,
““Antigone's Daughters””, en Democracy 2 (2), 1982, pp. 46-59; Elshtain, ““Feminism,
Family and Community””, en Dissent 29 (4), 1982, pp. 442-449; y Elshtain, ““Feminist
Discourse and Its Discontents: Language, Power, and Meaning””, en Signs 3 (7), 1982,
pp. 603-621; también Sara Ruddick, ““Maternal Thinking””, en Feminist Studies 6 (2),
1980, pp. 342-367; Ruddick, ““Preservative Love and Military Destruction: Reflections
on Mothering and Peace””, en Joyce Treblicot (ed.), Mothering: Essays on Feminist Theory,
Totowa, N. J., Luttlefield Adams, 1983; y Hartsock, Money, Sex, and Power en su
““punto de vista feminista””, Hartsock incorpora tanto las perspectivas marxistas como
las maternalistas.

26
Elshtain, ““Feminist Discourse””, p. 617.

27
Elshtain, Public Man, Private Woman, p. 243, y Elshtain, ““Antigoné s Daughters””, p. 59.

28
Elshtain, ““Antigone's Daughters””, p. 58.

29
Véase Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology
of Gender, Berkeley, University of California Press, 1978, y Carol Gilligan, In a Different
Voice: Psychological Theory and Women's Development, Cambridge, Harvard University
Press, 1982. (Hay traducción al español: El ejercicio de la maternidad, Gedisa, Barcelona,
y La moral y la teoría. FCE., México).

30
Lo califico de ““implicación”” porque Gilligan no es para nada congruente acerca de
si la ““voz diferente”” es exclusiva de las mujeres o está abierta a los hombres. Para una
interesante crítica, verse Joan Tronto, ““Women's Morality: Beyond Gender Difference
to a Theory of Care””, en Signs 12 (4),1987, pp. 644-663.

31
Elshtain, ““Feminist Discourse””, p. 621.

32
Para una crítica complementaria y elegante a los razonamientos de oposición binaria,
véase Joan Scott, ““Gender. A Useful Category of Historical Analysis””, en American
Historical Review 91 (2), 1986, pp. 1053-1975.

33
Para una crítica más minuciosa, véase Dietz, ““Citizenship with a Feminist Face: The
Problem with Maternal Thinking””, en Political Theory 13 (1), 1985, pp. 19-35.

128
Mary G. Dietz
34
La concepción alternativa que introducimos aquí ——de la política como participa-
ción y de la ciudadanía como compromiso activo de los pares en el ámbito público——
ha despertado un interés considerable entre los teóricas políticos y los historiadores a
lo largo de los últimos veinte años y ha sido desarrollada más minuciosamente como
una alternativa al punto de vista liberal. Es necesario que ahora las feministas consi-
deren la importancia de esta perspectiva en relación con sus propias teorías políti-
cas. La exponente contemporánea más sobresaliente de la política como la vida
activa de los ciudadanos tal vez sea Hannah Arendt, The Human Condition, Chicago,
Chicago University Press, 1958 y On Revolution, Nueva York, Penguin, 1963. Pero
también se han explorado alternativas al liberalismo como ““republicanismo cívico””
en la obra de J.G.A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and
the Atlantic Republican Tradition, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1975, y
en el reciente ““giro comunitario”” que ha articulado Michael Sandel en su crítica a la
tradición de pensadores de Kant a Rawls, Liberalism and the Limits of Justice, Cambridge,
Inglaterra, Cambridge University Press, 1982. Para otras críticas ““democráticas”” al
liberalismo véanse Benjamín Barber, Strong Democracy: Participatory Politics for a New
Age, Berkeley, University of California Press, 1984; Joshua Cohen y Joel Rogers, On
Democracy: Toward a Transformation of American Society, Nueva York, Penguin 1983;
Russell Hanson, The Democratic Imagination in America, Princeton, N.J., Princeton
University Press, 1985; Lawrence Goodwyn, Democratic Promise: The Populist Movement
in America, Nueva York, Oxford University Press, 1976; Carole Pateman, Participation
and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1970;
Michael Walzer, Radical Principles, Nueva York, Basic Books, 1980; y Sheldon Wolin,
Politics and Vision, Boston, Little, Brown, 1963. Véase también la efímera pero útil
publicación periódica Democracy (1981-1983).

35
C Douglas Lummis, ““The Radicalization of Democracy””, Democracy 2 (4), 1982,
pp. 9-16.

36
Yo reiteraría, sin embargo, que a pesar de su propensión histórica a plegar la
democracia a una ética económica capitalista, el liberalismo no carece de sus propios
principios éticos vitales (a saber, libertad individual e igualdad) que los demócratas
corren el riesgo de ignorar. La tarea de los 'liberales éticos““, como dice MacPherson en
The Life and Times of Liberal Democracy, consiste en separar estos principios de los
””supuestos del mercado““ del capitalismo e integrarlos a una visión verdaderamente
democrática de la participación ciudadana. Por lo mismo, la tarea de los demócratas
que apoyan la participación es preservar los principios de libertad e igualdad que
constituyen el legado específico del liberalismo.

37
Sheldon Wolin, ““The Peoples' Two Bodies””, en Democracy 1 (1), 1981, pp. 9-24.

38
Mi intención no es implicar que el feminismo sea el único movimiento democrático
que haya surgido en el pasado reciente norteamericano o que sea el único del que
podemos sacar ejemplos. Hay otros, como el movimiento por los derechos civiles, la
resurgencia populista, las asambleas políticas colectivas originadas por la crisis de los
agricultores en los años ochenta, el movimiento de liberación gay y demás. Pero en su
organización y prácticas descentralizadoras, el movimiento feminista ha sido el más
congruente democrático, a despecho de su NOW, grupo de interés y liberal.

39
La frase ““formas de libertad”” proviene de Jane Mansbridge, ““Feminism and the

129
democracia

Forms of Freedom””, en Frank Fischer y Carmen Siriani (eds.), Critical Studies in


Organization and Bureaucracy, Filadelfia, Temple University Press, 1984, pp. 472-486.

40
Algunos de los precedentes históricos que tengo en mente los desarrolla linda Kerber
en Women of the Republic, Nueva York, Norton, 1980, en especial en el capítulo 3,
““The Meaning of Female Patriotism””, en el que la autora reconsidera el activismo
político de las mujeres en la América revolucionaria. Otros precedentes activistas
que las feministas contemporáneas no deberían olvidar y tendrían que preservar los
analizan Sara M. Evans y Harry C. Boyteen en Free Spaces: The Sources of Democratic
Change in America, Nueva York, Harper & Row, 1986; estos antecedentes abarcan el
movimiento abolicionista, el movimiento sugrafista, la Women's Christian Temperance
Union, el movimiento por la vivienda estable y la National Women's Trade Union
League, así como las formas contemporáneas de organización y acción feministas.

41
Lo que pretendo aquí no es tanto que los soviets de 1917 o el KOR polaco de 1978
puedan servir de modelos para la participación ciudadana en los Estados Unidos de
fines del siglo XX, sino más bien que una alternativa de la ciudadanía liberal puede
adquirir arraigo únicamente si se destila en un marco de nociones conceptuales. Los
momentos históricos a los que yo aludo (y otros más) proporcionan la realidad de
experiencias y prácticas para un marco de referencia conceptual y, por tanto, merecen
ser incorporados a la política democrática feminista. Además, como dice Arendt en
On Revolution, ““Lo que rescata los asuntos de los moralistas de su futilidad inherente
es que no dejan de hablar de ellos, lo cual a su vez sigue siendo fútil, a no ser que de
ello surjan algunos conceptos, algunos puntos de orientación para que sean recorda-
dos en el futuro y simplemente como pura referencia”” (p. 20). Acéptense las diversas
prácticas que se han mencionado como puntos de orientación y referencias capaces de
inspirar un espíritu democrático, más que como ejemplos literales a ser seguidos
manteniéndose en ese mismo espíritu.

130
El amor en tiempos de la democracia

El amor en los tiempos de democracia

Este primer ciclo de mesas redondas organizado por debate feminista se


llevó a cabo durante todos los martes del 14 de febrero al 14 de marzo de
1989, en El Hijo del Cuervo. El título del ciclo llamó la atención tal vez
porque en él se mezclan dos cosas que, por lo general, no suelen ir juntas.
Desde luego, un propósito deliberado de debate feminista es llevar a la
discusión pública aquellos asuntos que no tienen aún cabida dentro de
ella; y para conseguirlo habrá de seguir reuniendo, en el mismo espacio
de confrontación, problemáticas, cuestionamientos, instituciones, profe-
siones y, sobre todo a personas que en otras circunstancias no suelen
reunirse.
El resultado de nuestro primer intento fue el de cinco nutridas dis-
cusiones alrededor de los problemas del amor y la democracia. Cada uno
de los ponentes interpretó el título del ciclo como quiso y los textos que
presentamos ahora son sus contribuciones al debate. La organización de
las mesas obedeció a un criterio profesional. Queríamos ver cómo se
modificarían las perspectivas sobre el amor y sobre la democracia desde
las posiciones de los escritores, los psicólogos y psicoanalistas, los his-
toriadores, y los científicos sociales. La última mesa fue la más
heterogénea; el tema fue la política y las invitaciones no respondían a un
criterio profesional, sino que en ella iban a hablar ““feministas y simpati-
zantes””.
Las múltiples respuestas de nuestro auditorio fueron alentadoras y
nos aseguran que existe un público interesado en las discusiones que
queremos seguir provocando. Es por ello que publicamos, en este primer
número de debate feminista, las ponencias del ciclo ““El amor en los tiem-
pos de la democracia””. Su signo principal es el de la diversidad. Diversi-
dad de interpretaciones, diversidad de orientaciones, diversidad de
planteamientos, diversidad de exposiciones. Diversidad en el fondo y en
la forma. Las contribuciones dejan ver que no existe, hasta ahora, una
respuesta definitiva y segura a partir de la cual resolver los problemas
implicados en la frase que convoca esta discusión. Seguramente, esa
respuesta definitiva y segura no llegará a elaborarse nunca; pero habrán
de irse hilvanando las respuestas personales y provisionales que cada
quien vaya necesitando al enfrentarse con las exigencias específicas de
131
debate feminista, marzo de 1990

cada situación particular. Y, desde luego, también, las respuestas


grupales ——pero no por ello menos provisionales—— que vaya exigiendo
cada situación social.
Al publicar las ponencias de este ciclo nos encontramos con limita-
ciones que son propias de la traducción del lenguaje oral al lenguaje
escrito. Es obvio que no podremos reconstruir el ambiente ni recuperar
las intervenciones del público. Tampoco conseguiremos reproducir mu-
chos de los elementos de improvisación y de humor que estaban implica-
dos en una circunstancia irrepetible. Algunos de estos textos (en particular
los de la mesa de literatura) probablemente serán mejores leídos en silen-
cio, de lo que fueron leídos en voz alta. Otros, en cambio (como el de Jesusa,
que no fue precisamente leído, sino actuado) perderán mucho de su en-
canto al reducirse a la tipografía.
Finalmente, el debate nos interesa porque nos interesa ponemos de
acuerdo y el acuerdo no es previo a la discusión. Nos interesa saber qué
es lo que piensan los demás, tanto como nos interesa que los demás se
enteren de lo que pensamos nosotras. Estamos seguras de que hace falta
plantear problemas nuevos y replantear problemas antiguos. Escuchar y
ser escuchadas hasta en los asuntos que se supone ya pertenecen a lo
definitivo, a lo sabido, a lo inamovible e intocable.

H. M.

132
Sergio González Rodríguez

literatura
literatura

134
Sergio González Rodríguez

Donde acaba el deseo

Sergio González Rodríguez

N
o se necesita citar a ningún filósofo célebre para saber que el
amor es un gran malentendido. Si a esto se agrega que alguien
lo orilla a uno a expresar puntos de vista, impresiones o chistes
sobre el amor se redondea el escenario del absurdo o la imaginación. El
colmo de todo viene cuando al tema del amor se le encadena la literatura,
y entonces se roza el abismo donde aguarda el lugar común, la palabra
con pretensiones sublimes, la confesión familiar o el desparpajo como
estrategia defensiva. El amor desde la literatura es una suma, de
malentendidos. No porque no puedan hacerse referencias literarias so-
bre ese tema de temas, sino porque en la convocatoria de los grandes
teóricos ——y para muestra basta un botón—— hay algo de optimismo ver-
gonzante, ese acto de protegerse en el fichero para hablar del amor. De
nada sirve invocar a Denis de Rougemont, a Stendhal, a Fromm, a Barthes,
a Kristeva, a Alberoni. Tampoco sirve acogerse a la sabiduría de los amo-
rosos de Sabines, a San Álvaro Carrillo, o la fresca inteligencia del pen-
sador inglés que responde al nombre de Johnny Walker. Como se ve, y
como se suele experimentar, el amor está en la zona de la vida que más
atrae por lo que representa de contrario a toda certeza: la incertidumbre,
la ambigüedad, lo múltiple, lo perverso, el gozo de lo contradictorio.
¿En qué consistiría el gran malentendido del amor? En que, contra
la idea mustia de que el amor es algo desinteresado que se vive en favor
del otro, la realidad muestra que casi nadie se enamora de otro sino de la
imagen que tiene del otro. El imaginario de los enamorados es tan poten-
te que el hábito consigue ganarle la partida al deseo y las promesas o la
nube del futuro a la riqueza del azar momentáneo. Por eso los amores se
acaban mucho antes de lo que quieren aceptar los involucrados: los amo-
res se acaban cuando se destruye por alguna razón la imagen que se
tiene del amante. El amor es el estuche de la fantasía íntima y pobre de
aquel que no actúe en consecuencia, será inferior al sueño del amante;
sin darse cuenta terminará solitario e indigente.
135
literatura

El amor se vuelve literatura sólo como memoria. En este sentido hay


quienes viven los amores perdidos al modo que los escritores se compor-
tan frente a sus libros impresos. Algunos amantes se niegan a reconocer
el monstruo doméstico que construyeron con otro, que dejaron crecer con
pedazos inconexos de esperanza o complacencia contumaz hasta que
adquiriera rango de Frankestein, y al que aprendieron a solapar por
cada mirada de melancolía y cementerio anticipado que expresaba. Poco
a poco supieron domar al monstruo y entregarle la comida enlatada de
sus resignaciones. Esos amantes quisieran corregir en la distancia las
líneas escritas, el vocabulario o el fraseo arrítmico de una vida en común,
quisieran resituar algunos datos y mejorar párrafos completos, o cance-
lar otros donde al amparo de una magia imposible pudiera recomponer-
se el pasado. La idea que siguen es corregir por siempre el mismo libro en
lugar de escribir uno nuevo, y si encuentran otro amor, vuelven sobre sus
pasos: han escrito el único libro que los acompañará siempre.
Otros amantes, en cambio, deciden olvidar con radical entereza su
pasado; cancelan amores como algún escritor cancela libros escritos y
aborda géneros distintos, juega a la versatilidad, inventa mundos fres-
cos o aparece y reaparece ante sus lectores con disfraces o prestidigita-
ciones asombrosas. Esos amantes logran borrar de su vida personas
completas, viajes, cuartos de relumbre antiguo, caricias que administra-
ron, y se comportan ante el presente con la elegancia cínica que sólo
igualaría un adúltero impune. Cada amor se convierte en una obra dife-
rente que se aprovecha de las experiencias en la medida del olvido.
Sin duda pueden reconocerse otros amantes que no pertenecen a
los que se encierran en el pasado o los que hacen de la amnesia una obra
de arte. En los amantes que son terceros en discordia late la indecisión, el
placer de entrar al amor con ganas de hallar sorpresas, de resbalar, de
tener miedo, de ser infieles, de hacer que el deseo anide en sus bolsillos,
de frotar el talismán del dolor a fuerza de negarse al sufrimiento, de urdir
proyectos vencidos de antemano, de guardar en un puño los días anti-
guos y también el instante, esa paradoja que se dice fácil y cuesta a veces
una vida ya no entenderla, sino coexistir con ella cuando se le descubre.
No debiera hablarse del amor sin un recuerdo de los amantes falli-
dos o inconclusos. No nada más porque el mundo está lleno de ellos sino
porque son la muestra viviente de nuestros límites amorosos. La idea de
los amores logradísimos, de las pasiones plenas, de los amantes
estatuarios en la sabiduría erótica, o de las historias al borde del puro
sentimiento, resulta al final una idea predecible y vana como la retórica
136
Sergio González Rodríguez

mala. Parece que lo esencial aguarda en lo contrario de los valores he-


chos y derechos, en los herejes que contradicen el dogma del amor y en
lugar de la vida en pareja persiguen la soledad. Hay mejores lecciones de
amor en un solitario que en una pareja, en un infiel que en un monógamo.
De ahí que los amantes preferibles sean de algún modo los renuentes a
toda seguridad: son ellos y ellas quienes desatan el deseo ajeno.
No es extraño que el relato de Hermann Broch titulado Zerline ——frag-
mento de la novela Los inocentes—— crezca con el tiempo y sea reputado
como la más bella historia de amor de la literatura alemana del siglo XX: se
trata de un fragmento extraído del olvido, de la muerte, el estigma del
deseo y el rencor, de la conjura destructiva con el hilo de la culpa. La
espléndida acrobacia de un furor posesivo y lúcido que desdeña cualquier
enseñanza edificante. El amor desde la literatura llamaría a señalar lo
inasible donde se funde el peso del cuerpo y las levitaciones trascendenta-
les: no puede darse una cosa sin otra. Y el cuerpo es la geografía de los
erráticos, de los resentidos, de los volátiles y los aviesos que sin embargo
quisieran perdurar en aquello que es maligno sin maldad: el deseo en su
pureza. El amor hondo es privilegio de los ganosos, como el vicio y la
virtud lo es de unos cuantos selectos.
Imaginemos la escena donde un amante se despide del amor que
sospecha irrepetible: un cuarto silencioso y desnudo aunque esté lleno
de muebles y objetos, un puñado de cartas que secretan su rumor inerme,
una tonada atmosférica que podría ser ““Round Midnight”” de Thelonious
Monk, ““Will you love me tomorrow?”” de Carole King o ““Así estoy yo sin
ti”” de Joaquín Sabina. Y en el alma la oquedad que desemboca en el
estómago como callejon de mala muerte apenas iluminado por un foco.
Esa escena que todos vivimos en algún momento con matices distintos,
lleva algo de parodia, de chiste malo, de lugar común, de contradicción,
de pedantería precaria, de tango mexicano, de felicidad en gotero, de
película de suspenso no exenta de humor. Entonces cada quien se siente
capaz de quemar afectos igual que algunos escritores queman sus ma-
nuscritos, porque al fin pueden leer el mensaje cifrado con tinta invisible
sobre sus actos pretéritos y que dice así: la literatura comienza donde
acaba el deseo.

137
literatura

El silencio más fino

Angeles Mastretta

E
n qué necedades nos metemos algunas personas. Miren ustedes
que aceptar la locura de discurrir en público sobre el amor, co-
mo si el amor fuera una torta de jamón o un postulado político,
como si cada torta de jamón no fuera siempre irrepetible y fugaz, me-
morable y fatal.
¿Hay un amor? ¿Es el amor el único postulado politico capaz de
provocar desasosiego?
Casi todos los grandes libros no sólo hablan del amor sino que lo
tienen como materia prima, mejor aún los grandes amores están sacados
muchas veces de los libros y cuando los recordamos no podemos pensar
en un solo amor sino en un amor diferente en cada caso: no se quieren
igual Paris y Helena en ““La Ilíada”” que el príncipe Andrés y Natasha en
““La guerra y la paz””. No es lo mismo el amor de Don Quijote y Dulcinea
que el de Otelo y Desdémona, Dante y Beatriz, Fausto y Margarita,
Hipólito y Fedra, Orlando y Rosalinda, Jasón y Medea, Abelardo y Eloísa,
Ursula y Aureliano Buendía, Oliveira y la Maga, Pedro Páramo y Susana
San Juan.
Cada historia es tan excluyente de las otras que no tiene nada de
rara la certidumbre de cada pareja que cuando se enamora cree estar
fundando un sentimiento al que los demás no tendrán acceso nunca.
Todos los amores, lo mismo los dichosos que los desafortunados o los
bobos generan la sensación de que uno es excepcional mientras los goza,
los padece o simplemente los recuerda y echa de menos.
Los analistas hacen diferencias, hasta se dan el lujo de creer que es
posible clasificar los amores. Con toda tranquilidad los llaman norma-
les o perversos, conyugales o ilícitos, infantiles y adultos, románticos o
realistas. También se atreven a mezclar y desaparecer la anterior clasifi-
cación para formar otra igual de arbitraria. Dividen los amores entre los
amistosos, los de parentesco, los filiales, los maternales, los que se sien-
ten por los compatriotas o por el país o por Dios o por la pareja. Nosotros
138
Angeles Mastretta

podríamos hacer usa clasificación que dividiera a los amorosos entre los
bizcos, los cuerdos, los epilépticos, los sidosos, los esterilizados, los abu-
rridos, los cursis, los calculadores, los talentosos, los genios, los sosos,
los litigantes, los modernos y los desempleados. Lograríamos explicar
más o menos lo mismo: nada. Esto del amor sólo lo entienden los poetas
y los cancioneros y eso a veces, porque el amor doméstico ——que lo hay——
transcurre por caminos tan extravagantes que so has podido ser descri-
tos con tino si por los mismísimos poetas.
Clasificar el amor puede ser muy fácil o dificilísimo pero de cual-
quier masera usa actividad inútil para quienes lo que pretenden es vivir,
poseídos por el placer y la pesa que de él se derivas. No porque anden
buscando usa vida de privilegio, sino porque so das para otra cosa.
Dice nuestro sabio Sabises: el amor es el silencio más fino. Si es así
la mayoría de nosotros so lo practica cuando ostenta su casa es común,
sus hijos, sus delirios es ruidosa comunidad. Dice alguien más, los ena-
morados se engañan, siempre se muestras mejores ante el otro. Si es así la
verdad de la mascarilla que va y viese por la casa y el señor que siempre
deja sus calzones sembrados es mitad del cuarto so es amor entonces
¿Qué es esa fraternidad a la que inevitablemente se llega después de
cinco años de matrimonio, que diría el doctor Juvesal?
Es el tema de muchas novelas, que quienes vives del amor es silen-
cio tembloroso quisieras convertirlo es eso, es un asusto de todos conoci-
do, es fidelidad, es un modo práctico de acompañarse la existencia. Pero
al revés, cuántos arriesgas la paz, el patrimonio, la amistad, la complici-
dad y los hijos es común con tal de poseer por un tiempo el insoportable
silencio de los amorosos.
Tantas y tan distintas cosas se has dicho del amor, tantas y tan
fascinantes son capaces de inventar quienes se empeñas es vivir es la
cresta de la ola o es la punta de la rueda de la fortuna que sueles abrumar
su vida imponiéndose el deber de conocerlas todas antes de que el desti-
no sosiegue su voluntad. Todas las cosas que se cuestas del amor son
atractivas, lo mismo las de Salomós que las de Santo Tomás de Aquino,
igual las del vertiginoso Stesdhal que las de Masters y Johnson, tanto las
de Rubén Darío como las de José Alfredo Jiménez, las de Sor Juana que
las de nuestra mejor amiga.
¿Quién no ha tenido un amor de los cristalizan a la persona ama-
da? ¿Quién no ha convertido a otro en algo tan perfecto como remoto al
que sin embargo habría que acompañar al final del arcoiris o a la guerra?
¿Quién no se ha sorprendido con la piel en carne viva el día enque levan-
139
literatura

tó los ojos y descubrió la más bella máquina humana apretando su mano


sólo para decir ““Buenas tardes””. ¿Quién no quisiera decir como Darío
““Plural ha sido la celeste historia de mi corazón?”” O como Sor Juana: ““El
mundo iluminado y yo despierta.”” como José Alfredo Jiménez ““¿Cuánto
me debía el destino que contigo me pagó?””
Unos apelan a nuestros deseos, otros a nuestra fantasía, otros a
nuestro líquidos más inmediatos, y a uno le gustaría protagonizar cada
verso para ver si así entiende algo o de plano se decide a no entender
nada del amor. Dicen que Santa Teresa podía sentir y estremecerse hasta
la lucidez con sólopensar en Dios. dichosa ella que se encontró un Dios
que tanto la quiso, por eso pudo decir: ““quién a dios tiene nada le falta,
solo Dios basta””. Ella sí que dio con un super Valentine.
En cambio nosotros, seres comunes y corrientes, con citas en la
tierra, con pulmones que intentan habituarse al aire negro y deseos que
se pudren intentando habituarse a lo permitido tenemos un quehacer
menos divino, destinatarios y envíos menos perfectos y por lo tanto amo-
res, pasiones, desvaríos y lucideces más tormentosos y menos eternos.
Amores para los que no tenemos más explicación que ellos mismos, de-
beres y romances que se ponen de mal humor, llegan tarde, o trabajan
demasiado. Amores menos glamorosos que los que vibran en las televi-
siones o en los místicos. Tenemos la dicha espantosa de ser queridos
como dioses y el infortunio de ser abandonados como cualquiera. Tene-
mos, la curiosidad y la esperanza, la idiota certidumbre de que el amor
eterno dura tres meses después de los cuales puede llegar ¿el amor?
Dice Heráclito: ““Inútil es luchar contra los deseos del corazón, lo
que quiere lo compra con el alma””
Y como el alma es esa sofisticación que no se gasta por más que la
gastemos, hemos de estar dispuestos a comprar cualquier deseo, sobre
todo los del corazón.

140
Hortensia Moreno

El amor como género literario

Hortensia Moreno

P
ara poder ser fiel al tema de estas mesas redondas, tendría que
comenzar explicando mi personal concepto de la palabra ““demo-
cracia””.
En la actualidad, hablar de democracia no implica solamente discu-
tir acerca de las posibilidades de participación política, de las formas de
la representación, de la limpieza en las elecciones o de la definición del
término ““ciudadanía”” (los filólogos dicen que la palabra ciudadanos
simplemente significa: ““encerrados en ciudades””). Creo que, precisa-
mente, la riqueza de esta idea se origina en que nos permite pensar más
allá de la política.
Un pensar democrático, entonces, no sería solamente aquel que se
preocupa por plantear las condiciones en que es posible la igualdad de
los derechos políticos y civiles del conjunto de todos los ciudadanos;
sino también aquel que tiene clara conciencia de que existen desigualda-
des. Aquel que advierte que lo humano no es regular. Aquel que no escu-
cha exclusivamente la voz de las mayorías, sino que es capaz de captar
¡o que dicen las minorías, los marginados, los excéntricos. Aquel que
entiende lo que Hans Mayer (en su bellísimo libro Historia maldita de la
literatura) llama ““el monstruo””.
Es por ello que yo sitúo a la literatura como el espacio democrático
por excelencia. Y esto lo han sabido siempre los regímenes autoritarios,
que mandan quemar libros unos días antes de comenzar a quemar per-
sonas. Los pensamientos más totalitarios prohiben la lectura como un
peligro cuyo verdadero alcance nunca se enuncia con claridad, pero sin
duda se sospecha.
El tema de la literatura es la subjetividad. Trata de las cosas excep-
cionales: de aquellos que son capaces de salirse de la norma. Los perso-
najes de la literatura son los anormales, solitarios, parecidos a todos e
iguales a nadie, enfrentados a lo ““establecido”” con dolor, y muchas ve-
ces, a su pesar. Por eso se lleva mal con las consignas de uniformar,
desconocer las diferencias o destruir las singularidades.
141
literatura

En La antorcha al oído, Elías Canetti cuenta lo difícil que fue para él,
a los veintidós años, resolver ante su madre la relación amorosa que
empezaba a establecer con Veza, quien habida de convertirse, a la larga,
en su esposa. Canetti tenía con su madre una relación estrecha y tormen-
tosa. En La lengua absuelta, ya nos había relatado los pormenores de ese
amor materno-filial lleno de ansias de control, exigencias de exclusivi-
dad y violentas demostraciones de celos. En La antorcha al oído, pues, el
intenso afecto que él había ejercido durante la infancia en contra de la
posibilidad de que su madre, viuda, volviera a casarse, se voltea en su
contra. Ahora es ella, la madre, quien se opone explícitamente contra
cualquier mujer que intente ingresar en la vida de su hijo. Canetti habla
así de aquella situación: ““...[M]e di cuenta de que había un solo medio de
aliviar el sufrimiento de mi madre y, lo que me interesaba aún más, de
proteger a Veza contra su odio: inventarme mujeres [...] Lo más difícil de
todo era que debía tener informada a Veza. Sin que ella lo supiera, sin su
consentimiento, no podía yo inventar ni seguir tramando esas historias,
por lo que no pude evitar decirle poco a poco, en pequeñas dosis y con el
máximo tacto posible, la verdad sobre la profunda animosidad de mi
madre contra ella. Por suerte Veza había leído suficientes buenas nove-
las como para entender lo que pasaba””. Este es el pasaje que mejor re-
cuerdo de La antorcha al oído. Lo que dejó tan honda huella en mi memoria
fue la sorpresa de leer esa última frase:
Veza había leído suficientes buenas novelas como para entender.
¿Para entender qué? Para entender su propia historia de amor. Veza
entiende el lío en el que se está metiendo; y, me imagino, desde sus lectu-
ras, lo asume.
Lo interesante de esta idea es que implica la diversidad. Cuando
Canetti utiliza el adjetivo ““buenas””, tal vez no está realizando una ex-
clusión de textos, sino una inclusión de lecturas. Las ““buenas novelas””
no están contenidas en esa lista que nuestro cura y nuestro barbero per-
sonales han elaborado para dirigir nuestra educación sentimental. Las
““buenas novelas”” son ““buenas”” porque están en plural; no nos dirigen,
porque se mueven en múltiples direcciones. Porque exponen diversas
maneras de comportarse, diversas maneras de ver el mundo, diversas
maneras de ser. Diversas maneras, en fin, de asumir el amor en que debe
estar fundada toda democracia.
De tal forma que la literatura, en lugar de orientar el sentido de los
afectos dentro del terreno de lo correcto, lo unívoco, lo adecuado, lo de-
cente; en lugar de describir la sumisión a una norma, nos habla precisa-
142
Hortensia Moreno

mente de las dificultades que ciertos seres humanos (los marginales, los
monstruos, los excéntricos, los locos) experimentan para someterse a las
reglas del juego.
Esas reglas que nadie entiende, pero que todo el mundo trata de
seguir al pie de la letra. Aunque no haya tal letra. Las novelas exploran
la interioridad de esas personas que se niegan, por voluntad o por inca-
pacidad, a amar como se debe. Y en esa forma, ponen en tela de juicio que
se deba amar de una sola manera. No toda la gente está dispuesta a ser
matrimonial y familiar; no toda la gente puede amar adecuadamente.
Pareciera que, en ese terreno, todos estamos en el riesgo de equivocarnos
de lugar, de tiempo, de persona. En todo caso, lo que las novelas ponen
en duda es que pueda obligarse a todas las personas, en todas las cir-
cunstancias, a ser monogámicas, fieles a sus cónyuges, nacionalistas,
adultas, heterosexuales, reproductivas y legales todo el tiempo.
Tal parece que el marco dentro del cual hemos metido los afectos
humanos es demasiado estrecho. Hay quienes tienen que sentirse cons-
treñidos, restringidos, mutilados, dentro de esos límites impuestos úni-
camente por la experiencia vivida y sin ninguna argumentación racional.
De ellos da testimonio la literatura; de quienes no son normales ——por-
que no pueden o porque no quieren.
No sé si leer suficientes buenas novelas nos permita manejar de
una manera más eficaz, más conveniente, más exitosa, nuestras relacio-
nes amorosas. (Ni siquiera sé si todos los lectores de novelas terminarán
convirtiéndose, como Don Quijote, en locos peligrosos.) Aquí quiero ha-
blar solamente de mi exótica y desordenada y permanente afición a la
lectura de novelas. Lugar ilimitado cuyo encanto reside, indudablemen-
te, en que realiza el reino de la posibilidad y se opone al encadenamiento
inevitable de los sucesos materiales.
Ha sido en las novelas donde he podido pensar el amor como algo
distinto de lo que sucede en las historias reales. En la literatura, el amor
se desliga de las negociaciones administrativas de la vida y aparece en
una extraña complejidad; las novelas desbaratan esa maraña real de
intereses y regateos en que lo menos visible es, precisamente, la profun-
da solidaridad en que nos comprometemos cuando amamos a alguien.
Ha sido la literatura la que nos ha permitido pensar que el amor puede
realizarse en libertad y realizar la libertad.
Para terminar, creo que esa confrontación con caracteres intensa-
mente involucrados en sentimientos y emociones que no siempre se pa-
recen a los que dice experimentar la gente común, nos conduce a la
143
literatura

posibilidad de pensar que el amor es un afecto modelado por la cultura


y, por lo tanto, modelable por la conciencia. De tal manera que dejamos
de ser víctimas indefensas del amor y comenzamos a reconocer que so-
mos autores de nuestra propia desdicha. Ya don José Ortega y Gasset ha
dicho que el amor, más que un poder elemental, parece un género litera-
rio. Sólo las novelas nos dejan creer que estamos escribiendo nuestra
propia historia amorosa.

144
Juan Villoro

De cómo robarse el viento

Juan Villoro

nada se da el cuerpo a disfrutar, sino simulacros tenues


mísera esperanza que suele robarse al viento
LUCRECIO

Plegarias escuchadas

S
egún San Juan de la Cruz, las únicas plegarias preocupantes
son las que obtienen respuesta. Un ejemplo noticioso: el caso de
Salman Rushdie revela que para un escritor la fama puede ser
tan castigadora como el olvido. Sus Versos satánticos le otorgaron la para-
dójica notoriedad de un desaparecido. Justo el día de San Valentín, la
furia de Jomeini puso a Rushdie en todas las portadas y lo borró del
mapa.
Ovidio fue quizá el primer campeón del establishment literario que
padeció el búmerang de los muchos seguidores. Ya antes que él Lucrecio
había despachado inflamadas visiones eróticas en De la natura de las
cosas ('Irritados de semen se hinchan los lugares, y ocurre la voluntad de
echarlo adonde tiende la fiera libídine””), pero este inmenso y desaforado
poema se presenta ——con la venia de Epicuro—— como una experiencia
irrepetible, singularísima. Lucrecio no vacila en beber pócimas amatorias
para acceder a momentos de inspiración impar. El cosmos todo se redefine
ante las pupilas dilatadas del poeta. A diferencia de Lucrecio, Ovidio es
un proselitista. Después de sus primeros poemas elegíacos escribe es-
pléndida literatura utilitaria: Arte de amar y Remedios de amor contienen
copiosos tips para la conquista o la separación de los amantes. El éxito
de estos prontuarios poéticos es tan grande que Ovidio puede darse el
lujo de que los lean sus personajes: en las Heroidas Paris recurre a varias
estratagemas propuestas en Arte de amar (tomar la copa de la amada y
beber en el mismo sitio donde ella ha bebido, escribir su nombre con vino
145
literatura

en el mármol de la mesa). Ovidio pudo ufanarse de cambiar los usos y las


costumbres de su tiempo hasta que el novedoso ars amandi llegó a pala-
cio: gracias a los rítmicos consejos ovidianos dos parientas de Augusto
incurrieron en amores de baja estofa. Al menos esto juzgó el emperador
al desterrar al poeta.
Como Lucrecio, Ovidio es un iconoclasta estético; sin embargo, su
castigo se debe a una violación civil (más que la Obra, se cuestionan sus
efectos en la sociedad, vale decir en casa del emperador). Augusto, villa-
no de esta historia, tiene un carácter contradictorio. Su intolerancia nun-
ca fue tan extrema como la del Califa que mandó quemar la biblioteca de
Alejandría (obedeciendo al peregrino teorema de que sus libros, o bien
repetían lo dicho en el Corán, y por lo tanto eran superfluos, o bien lo
negaban, y por lo tanto eran blasfemos) y sin embargo condenó al poeta.
Aunque algunos biógrafos afirman que la cólera imperial se debió a que
Ovidio pertenecía a una secta neopitagórica, para fines ejemplares con-
viene apegarse a la otra versión: el poeta fue castigado por su propia
moda, por los demasiados oídos que lo escucharon.
La sonrisa vertical
Desde hace al menos 2000 años los transgresores literarios caminan so-
bre hielo muy delgado. Colmarle el plato al César, al Buró Político, a la
Junta Militar o al Ayatola no es asunto novedoso. La suerte de Ovidio es
un claro ejemplo de la frágil alianza individuo-sociedad y su obra arroja
una luz primera sobre los misterios de la literatura amorosa (““primera””
para efectos de esta exposición: ignoremos las banderitas de los explora-
dores anteriores y la mala noticia de que ya los sumerios habían pasado
por ahí).
Las Heroidas son cartas en las que una veintena de heroínas (y tres
héroes de excepción) levantan un inventario pasional: las flamas nobles
arden en la hoguera de los celos, el engaño, el duelo, el despecho; el amor
sólo existe orbitado de iniquidades. Una frase de las Heroidas cifra la
literatura amorosa entera. Paris suplica a Helena: ““haz, te lo ruego, que yo
sea tu única culpa””. Amar es transgredir, encontrar una culpa compartible.
El enredo que Ovidio ata y desata es la base del teatro isabelino, la
comedia del arte italiana, los romances cátaros, los repetidos engaños de
Arthur Schnitzler, el doble cortejo de Humbert Humbert (a la madre y a
su adorable ninfeta) y los amantes imaginarios de Harold Pinter. Las
afinidades electivas (Goethe) desembocan en relaciones peligrosas (La-
cios).
146
Juan Villoro

El amor cumplido es literariamente inerte. Al inicio de Vanity Fair,


la protagonista Becky Sharp está a punto de lograr un enlace afortuna-
do, pero fracasa y Thackeray comenta con alivio: ““gracias a esto existe la
novela””. La felicidad no tiene historia. Un romance sin altibajos puede
entibiar un hogar de la colonia del Valle pero no una novela. En la litera-
tura el amor es interesante como complicación o como forma del fracaso.
Lo primero contribuye a vivificar la trama (los muchos cabos sueltos, los
susurros, el ojo de la cerradura, la carta interceptada, las equivocacio-
nes). Sade somete a Justine a toda suerte de violencia pero la mantiene
virgen hasta la página 70; de ahí en adelante el libro se puede seguir
leyendo con una sola mano, pero no despierta curiosidad: el autor ya no
tiene ases en la manga. Lo segundo, la pasión no correspondida, tiene
que ver con el temperamento de una obra, la melancolía, el amor platóni-
co, la tristeza buena de Pessoa, los sentimientos inconclusos: ““¡Y pensar
que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte
y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que
no me gustaba, que no era mi tipo!””, escribe famosamente Proust.
De pecatis tuis
La literatura amorosa se funda en una ruptura: el primer mordisco, el
espejo roto, los límites astillados. En los cerca de 2000 años transcurri-
dos desde la petición de culpabilidad de Paris, el género mantiene un
mismo temple. En 1988, entre nosotros, Rafael Pérez Gay renueva la con-
signa: Me perderé contigo. La pasión sigue causando el mismo vértigo: no
hay entrega sin pérdida. La pareja Ocampo-Bioy Casares remata el tema:
Los que aman odian.
Un pornógrafo, un adusto candidato al premio Nobel o un indus-
trioso autor de fotonovelas rosas se enfrentan por igual al reto de cometer
un acto de diferencia, una obra que los distinga. La literatura erótica se
mueve a contrapelo de las sociometrías: lo interesante es lo que escapa a
la tendencia, lo que está fuera de las coordenadas éticas y estéticas, los
puntos excéntricos en los que se pulveriza algún tabú o se reinventa el
oficio. Sin embargo, la fuerza con que un autor tritura las convenciones
no siempre determina el precio de su cabeza. La reacción de la sociedad
depende de sus resortes más profundos, de sus diversas tradiciones. En
un mundo habitado por menonitas, mahometanos, caballeros de Colón,
neonazis, drusos, harikrishnas, travestis y poblanos no es de extrañar
que haya distintas nociones del pecado. Y también del placer, a juzgar
por lo que cristaliza en las estudiantinas, el masaje tailandés, los himnos
147
literatura

órficos, los condones con espuelas y los bombones de San Valentín. A


pesar de las películas de Lando Buzzanca y los infinitos artículos de
Cosmopolitan sobre el furor vaginal el planeta todavía no se unifica. En la
televisión norteamericana la Dra. Ruth Wetheimer pregunta a los invi-
tados a su programa si consideran que los tamaños de sus penes son
adecuados; en México, el grupo Pro Vida ha decidido defender una con-
cepción de la moral que parece previa al menos al Concilio de Trento. Y
aun en nuestra serenísima república hay variantes: la capacidad de pro-
vocación puede depender de la influencia que el Club de Leones o las
seguidoras de la Divina Infantita tengan en una localidad.

““Ella se tordulaba los hurgalios””


Más allá de los escándalos que fulminan o establecen reputaciones, la
literatura erótica deriva su calidad de su compromiso con la inteligen-
cia. De Ovidio a Luis Zapata, las grandes obras del género no se basan
en una virtuosa exposición de genitales sino en los trabajos de la mente,
en los resquemores, azotes, truenes, dudas, pérdidas, anhelos, en la ““mí-
sera esperanza que suele robarse al viento””. Caso límite de esta tendenia
es el capítulo 68 de Rayuela, que logra una alta temperatura sexual con
palabras que no vienen en los diccionarios. En un libro la principal zona
erógena es la mente y el placer se basa en su estimulación. La llana
pornografía, que depende tanto del recambio de secreciones y las posibi-
lidades biológicas de ensamblaje, caduca tan rápido como una ejaculatio
praecox.
En la literatura, el triunfo es un ingrediente tan difícil de manejar
que suele ocurrir fuera de la obra: el final feliz sólo tiene sentido si se
proyecta al futuro. La última línea de El amor en los tiempos del cólera es,
justamente, la anticipación de una dicha que no podría pasar en el libro
sin volcarlo a la sensiblería. Las hazañas, al contrario de los jarabes, se
tragan si dejan un regusto amargo: el mismo Casanova se cuida en sus
Memorias de acentuar los descalabros y resaltar el carácter avieso de
ciertas conquistas.
De los dísticos a los videoclips hay un sinfín de insuficientes reme-
dios del amor. El mayor legado de tan espléndidos infortunios parece ser
la opción de tratar de nuevo. Y otra vez la literatura amorosa, la maravi-
lla leve de robarse el viento.

148
Solange Alberro

historia

149
historia

150
Solange Alberro

El amor en las cárceles inquisitoriales

Solange Alberro

E
1 tema que voy a abordar es el amor en las cárceles inquisitoria-
les en los siglos XVI y XVII. Por paradójico que pueda parecer, efec-
tivamente, hubo amor en las cárceles inquisitoriales en lo que no
era propiamente una democracia, sino en lo que yo llamaría más bien
una monarquía teocrática anárquica.
Las cárceles inquisitoriales se encontraban en el edificio que todos
ustedes conocen, al lado de Santo Domingo. Como los medios financie-
ros de la Inquisición siempre fueron muy raquíticos, cuando ésta no
estaba en quiebra francamente, faltaban alcaides, o los alcaides eran
corruptos, o bien faltaba vigilancia. Se llegó incluso a alquilar los calabo-
zos a artesanos, a prostitutas y a gente perseguida por la policía, nada
más para conseguir un poco de dinero.
La época a la que voy a referirme más comúnmente es el siglo XVII y,
un poquito, los fines del XVI. En las cárceles inquisitoriales, uno disfruta-
ba de un calabozo muy distinto según tuviera o no medios económicos,
puesto que el fisco real era el que normalmente sostenía a los presos. Si a
uno lo mantenía el Fisco Real, tenía derecho a una ración determinada
de comida y un calabozo bastante mediano. Ahora bien, todo cambiaba
cuando los reos tenían dinero. Algunas gentes malintencionadas me
dicen que todavía perdura esta costumbre. Pero yo no lo creo.
¿Cómo sabemos lo que ocurría en estas cárceles? Gracias a un me-
canismo muy sencillo: el de los soplones. Había soplones de la Inquisi-
ción, pero también los había espontáneos. Era muy frecuente que los
propios reos fueran a referir todo lo que oían al Tribunal, con el fin de
conseguir mayor indulgencia en el momento del fallo. También éste era
un mecanismo obligado dentro del proceso. Al final del juicio se le pre-
guntaba al reo si había oído comunicaciones en las cárceles, y todo lo
que contaba quedaba registrado por escrito. De ahí que tengamos toda
una información sumamente interesante y muy abundante sobre lo que
ocurrió en las cárceles inquisitoriales.
151
historia

Hubo un periodo muy particular que es el que corresponde a los


años 1640-48, cuando se da la llamada ““Complicidad grande”” o sea la
gran persecución en contra de los judíos conversos que seguían siendo
judíos clandestinamente, a pesar de ser oficialmente católicos. Durante
esta época, hay tantos reos en los calabozos que tienen que juntar varios
en cada celda, por lo que sobre esta época tenemos mayor información
porque obviamente hubo más casos de comunicaciones y de relaciones
dentro de las cárceles. Termino con lo que se refiere al marco, de manera
muy general. Ahora, el amor.
En realidad, no vamos a definir qué es el amor. Nada más quisiera
decir que en las cárceles inquisitoriales se dan muchos tipos de amor. En
primer lugar, hay que tomar en cuenta que las condiciones carcelarias
exacerban todo lo que es sensación y sentimiento. Es un fenómeno que
conocen todos los que han estado en prisión. Los sentimientos de deses-
peración y de angustia eran especialmente intensos entre los reos de la
Inquisición a causa del secreto inquisitorial. Los presos no sabían de qué
se les acusaba, lo cual constituía una fuente tremenda de angustia y de
desesperación. Y, por supuesto, la tardanza de los trámites inquisitoria-
les aumentaba la angustia. Esta tardanza burocrática se explica primero
por la desidia y la flojera de los funcionarios, pero también por el trámite
inquisitorial en sí; en muchísimos casos, era necesario consultar a las
autoridades en España. Estas condiciones muy particulares de desespe-
ración vienen del hecho de estar encarcelado por muchos años. Guillén
de la Palma, por ejemplo, estuvo 18 años encarcelado.
Por otra parte, la idea de la muerte nunca está expresada ——los reos
nunca hablan de la muerte—— pero se siente constantemente su presencia
como amenaza real. En estos tipos de encarcelamiento, que podían durar
tantísimos años, unos se volvían locos, otros se morían de enfermedad,
de vejez, o de depresión.
El primer tipo de amor es el de hombre y mujer. Les dije cómo en
algunas circunstancias se reunían varios reos dentro del mismo calabo-
zo. El primer factor para juntar varios presos en una celda era el exceso
de población en una cárcel. El segundo factor era que los reos fueran
buenos confidentes. Se reunía a una misma familia si el marido y la
mujer, ““se portaban bien”” frente a los inquisidores, en otras palabras, si
decían todo lo que se les pedía. Cuando los inquisidores tenían la impre-
sión de haberles sacado más o menos toda la información posible, enton-
ces los juntaban en el mismo calabozo. Esto se verificó varias veces, y, en
uno de esos casos, la coexistencia conyugal llevó al nacimiento de un
152
Solange Alberro

niño dentro de las cárceles inquisitoriales. Eso no planteó ningún pro-


blema; se bautizó al niño, y el notario inquisitorial resultó ser el padrino.
El caso es el de Isabel de Silva y su marido Caravallo.
También el amor como sentimiento aunque no expresado puede
sostener a la gente. Estoy pensando en el caso de una mujer judeoconversa,
Isabel Tristán, quien era aristócrática, rígida, orgullosa. Un día, le llegó
la noticia, por las comunicaciones del calabozo, de que su amante había
muerto. La mujer no dijo una palabra, se derrumbó en su cama y se puso
a llorar durante varios días, sin decir nada. ¿Cómo lo sabemos? Por su
compañera de calabozo que lo comentó con los demás reos y como había
soplones por todas partes, todo esto llegó hasta el tribunal. Por lo tanto,
el amor puede ser un sostén, un consuelo, un alivio. También hay relatos
curiosos e interesantes de amores antiguos: ¿te acuerdas cuando en tal
año fuimos a la huerta del gobernador de Texcoco, y nos bañamos en las
acequias, encuerados? y todos empiezan a contar amores pasados. En
un recuerdo que da consuelo; es nostálgico, obviamente, pero también
proporciona una pizca de alegría a través de las experiencias vividas.
Esto lo encontré por lo menos dos veces con la madre y las hijas Campos.
La madre recuerda escenas que se parecen mucho a orgías en sinagogas
portuguesas, durante la clandestinidad. Otro caso es el de la familia
Núñez. Las hijas y nueras, que refieren escenas donde los maridos se
había ido a sus negocios en la provincia, y las mujeres, con sus amantes
y la mamá de ellas, habían acudido a la huerta de Tlatelolco, donde
habían pasado días muy placenteros.
Ya expliqué cómo las condiciones carcelarias comunican a los
sentimientos amorosos y a las pulsiones, aspectos muy rudos y muy
directos. Estoy pensando concretamente en un caso muy peculiar (des-
graciadamente es imposible estudiar el proceso porque está en un tomo
completo que se encuentra en un estado espantoso de deterioro y no
puede leerse). Pero conocemos parte del caso a través de las comuni-
caciones de los demás reos. Curiosamente es el caso de un fraile domini-
co que estaba en Chiapas, encarcelado por haber solicitado de sus
penitentes femeninas innumerables veces actos ““torpes y deshonestos””
y porque, en muchas ocasiones, hizo mucho más que solicitar. En algu-
nos casos, cuando las indígenas chiapanecas no aceptaban sus requeri-
mientos, parece ser que muy a menudo optaba por la acción directa. Fray
Diego de Onrubia, a pesar de ser fraile dominico, no ha renunciado a los
delitos camales y estando preso se las arregla para entrar a la celda
vecina donde se hallaba una portuguesa venida de Veracruz, arrestada
153
historia

por hechicería. Y ¿cómo se las arregla?; ¿con cohechos al alcaide? Esto


dura algún tiempo. ¿Cómo lo sabemos? Porque la portuguesa tenía una
compañera de cárcel, y también, porque el dominico Onrubia, compartía
su calabozo con un compañero, un muchacho que se llevaba bien con él
y que fue después a contar todo. En este caso las condiciones carcelarias
permiten este tipo de comunicación. Pero hubo otros casos un soplón
refiere que una de las muchachas de una familia judaizante ——los Rive-
ra—— tiene los pies muy largos. Para conocer un detalle tan íntimo de
alguien se puede pensar que, efectivamente, las condiciones carcelarias
son muy flexibles. Otro testimonio de estos apetitos, son las pláticas pi-
carescas que se dan con mucha frecuencia entre los reos; son ejemplos de
un lenguaje erótico, con metáforas interesantes y divertidas. En estas
pláticas se nota claramente una noción de compensación, de desahogo,
necesaria en una situación de tensión y de angustia. Es un fenómeno que
podemos encontrar, por ejemplo, en películas. Estoy pensando en Ceni-
zas y diamantes de Wajda, o en todas las películas de amor en tiempos
de guerra, o de resistencia, donde efectivamente las tensiones están im-
pregnadas de una especie de angustia y de urgencia mayor por vivir.
Ahora, dentro del amor entre hombre y mujer, obviamente, tenemos el
amor conyugal. Algunos maridos piden la compañía de su mujer, aun-
que en algunos casos, existe cierta ambigüedad. Estoy recordando un
caso en donde el marido pide la compañía de su mujer, pero existe casi la
seguridad que no es tanto por amor, sino porque la quiere tener a su lado
para ponerse de acuerdo acerca de lo que van a callar y de lo que van a
declarar. Eso también es amor: una prueba de confianza, de solidaridad,
efectivamente.
Existe una leve sospecha de homosexualidad acerca del pobre frai-
le dominico; él es un hombre fornido y robusto, y después de la salida de
Mariana Gómez, cuando los inquisidores se dan cuenta de lo que ocu-
rría, la mandan a la cárcel pública y meten a otra mujer, otra hechicera de
Veracruz, pero con ella no sucede nada. No porque Leonor se muestre
huraña, sino que las condiciones cambiaron y no hay manera de poder
comunicarse. El alcaide ya no deja las llaves a la mano. Entonces empie-
za el fraile a tener pláticas de tono muy subido con su compañero que es
un muchacho, Diego de Monroy, un horrendo soplón, quien corre al
Tribunal a decir que ya empieza a tener dudas, que se le quiere tentar
““por el pecado nefando””.
Ahora, hay también otro tipo de amor. No seamos intolerantes con
la noción de amor. Existe el amor entre padres e hijos. Un padre duro y
154
Solange Alberro

enérgico, llora al pedir noticias de su hija, que quedó fuera, y no está


encarcelada. La única ocasión en que se enternece este hombre es cuan-
do pide noticias de su hija. Una madre que está encarcelada con varias
de sus hijas, se las arregla para recibir una cofia de su hija, la tiene en sus
manos y llora sobre ella como si tuviera una prenda de su amante, la
huele, la besa. Una muchacha también, bastante liviana, llega a tener un
hijo en la cárcel. Estaba embarazada cuando entró, y el niño se le quita
porque no lo puede amamantar. Pero, después se le regresa, y la mucha-
cha pide varias veces ropita para el niño, grasa, manteca para untarlo ——
no había aceite Nivea. También una cartilla para enseñarle a leer porque
dice que la que tenía se la comieron los ratones. O sea que también tene-
mos diversos testimonios de amor entre padres e hijos.
Encontramos también hermosísimos testimonios de amor fraterno;
estoy pensando concretamente en esas cartas maravillosas que Luis de
Carvajal mandaba a sus hermanas y a su madre. Son realmente cartas
místicas, donde el amor fraterno se mezcla con el amor divino.
Y en fin, si tomamos en cuenta que los que están dentro de los
calabozos son reos arrestados por cuestiones religiosas, no podían faltar
en cárceles inquisitoriales los testimonios de amor a Dios. Es el caso
particular de todos los judíos que a fines del XVI y mediados del XVII
estaban encarcelados. Manifiestan su amor a Dios por una serie de prác-
ticas que son suicidas si se toma en cuenta el hecho de que las están
llevando a cabo dentro de la Inquisición. Se las arreglan para ayunar
dentro de la Inquisición. Usan una serie de términos para no decir ayu-
nar, porque es un término demasiado peligroso, dicen hacer el cro, hacer
el suchit ——palabra náhuatl——, también hacer trenzas. Pronuncian ora-
ciones y mantienen relaciones con la divinidad mediante sueños; la tra-
dición del Antiguo Testamento está muy viva
aquí. Este amor a Dios les confiere confianza, esperanza, la entere-
za suficiente para sobrevivir. Ahora, materialmente, ¿cómo se pueden
manifestar estos tipos de amor? Ustedes podrían pensar: ““están encarce-
lados, ¿qué pueden hacer?”” Se mandan cartas, regalos por medio de los
esclavos que sirven en las cárceles. Los esclavos están dispuestos a lle-
var cartas y recados a cambio de un dinerillo, o de cualquier regalito: una
pulsera, una sortija. Circulan cartas entre los Carvajal de fines del XVI,
pero también vemos muchísimos regalos de cajeta, como se le llamaba
entonces al ate de frutas. Se mandan uno a otro cajeta de durazno, choco-
late, y cualquier chuchería, en este ambiente, aparte de su materialidad,
tiene importancia como símbolo afectivo. Y espiritualmente, el amor, in-
155
historia

cluso el amor carnal más burdo, les confiere a todos consuelo, esperan-
za, fuerza. De hecho, el amor carnal corresponde a una voluntad de vivir
aunque sea como criatura viva y animal. Ahora bien, no hay que hacerse
ilusiones, la función del amor en las cárceles inquisitoriales es impor-
tante hasta cierto punto, llega un momento, cuando la desesperación es
demasiado grande, la espera demasiado larga, en que ni el amor impor-
ta. El único amor que sobrevive es el amor a Dios, que es el más firme, más
duradero y, después, el amor de padre a hijos, y el más frágil, desgracia-
damente, es el amor entre hombre y mujer. Llega entonces un momento
en que lo único que queda es el amor de Dios o la voluntad animal de
sobrevivir, de salir de la cárcel. En este sentido el amor, durante una
etapa solamente, desempeña una función tan importante, como el odio.
Pero eso ya es otra historia.

156
Antonio Lazcano Araujo

La politización de las feromonas

Antonio Lazcano Araujo

Para Ana Luisa Liguori y Marta Lamas

D
omingo a domingo, fieles a un calendario regido por la memo-
ria colectiva y por la posibilidad del descanso laboral, las mu-
chachas de Satélite y Atzcapotzalco, las sirvientas de zapatos
nuevos y vestidos de colores eléctricos, la piel brillante gracias a las
dosis generosas de Crema Nivea, se dan cita en la Plaza de Tacuba. Se
ríen recargándose unas en otras y se toman de la mano, hablando con
sus lenguas de pajaritos, mientras en torno suyo, formando grupos entre
audaces y tímidos, los muchachos, los obreros, los soldados de casquete
corto, los mozos, giran siguiendo el ritmo silencioso de un cortejo ritual,
sonríen, se acercan, bromean, son rechazados, son aceptados. Es como
un cuadro de Guzaguin: las pieles morenas, las enormes cascadas de
pelo negro, los colores brillantes, los ojos iluminados por el deseo, en
una atmósfera de una sensualidad que apenas si alcanza a ser conteni-
da por la hora y el sitio.
Al igual que ocurre en otras especies animales, nuestra conducta
sexual está regida y estimulada por un sinnúmero de señales en donde
los olores y los perfumes acompañados de gestos sexuales, el despliegue
de colores y de ornamentos juega un papel esencial en la reproducción.
¿Hasta qué punto es legítimo comparar la conducta sexual de nuestra
especie con los cortejos de los peces, los pavos reales, las cebras o los
tlacuaches pintos? Responder a esta pregunta no es una tarea fácil. Es
cierto que muchos gustan de señalar las similitudes que existen entre la
conducta humana y la de otras especies de mamíferos como una eviden-
cia del origen evolutivo, es decir, biológico, del orden humano. El ejem-
plo obvio: la predominancia de los machos entre muchas especies
animales justifica, ante los ojos de algunos, la opresión ““natural”” de la
que son víctimas las mujeres.

157
historia

Sin embargo, antes de entusiasmarse con las posibilidades


epistemológicas que estas comparaciones implican hay que señalar dos
puntos importantes. En primer lugar, las descripciones científicas de los
fenómenos naturales, especialmente aquellos que afectan de manera di-
recta la comprensión de la naturaleza humana, suelen estar plagadas de
prejuicios que se han ido modificando a lo largo de la historia. En segundo
lugar, quienes nos dedicamos al estudio de la evolución sabemos que a
menudo características, similares en diferentes especies no implican un
origen común, sino un fenómeno de convergencia. El cuidado que una
madre humana brinda a sus hijos es, por ejemplo, de naturaleza totalmen-
te diferente al que una perra le brinda a sus cachorros, aunque la imagen
de esta última sirva como anuncio para las ofertas del 10 de mayo.
Nuestra especie está estrechamente relacionada a los gorilas y a los
chimpancés. Desde un punto de vista genético sabemos que nuestra es-
pecie y los chimpancés se parecen en un 99% (basta asomarnos breve-
mente a la anatomía de los guaruras de cualquier político para darnos
cuenta de que en muchos casos la similitud puede ser aún mayor). Es
evidente, por lo tanto, que podemos comprender mucho mejor nuestros
orígenes estudiando la conducta de los simios. Sin embargo, desde va-
rios años atrás los biólogos se han dado cuenta de los prejuicios
antropocéntricos con los que se ha descrito el comportamiento de otras
especies animales. Por ejemplo, solemos hablar de las jerarquías en las
manadas de simios a partir de un macho dominante, el alfa, que despla-
za a otros de menor jerarquía, los beta, en el momento de comer o de
reproducirse. Pero Lee Drickamer, del Williams College, ha demostrado
que en muchas ocasiones los investigadores definen como macho domi-
nante al chango más conspicuo o exhibicionista, e Irwin Berstein, del
Yerkes Primate Research Center, ha insistido en las insuficiencias meto-
dológicas de los conceptos de jerarquía que se aplican al estudio de gru-
pos animales, que con frecuencia son observados en condiciones de
cautiverio completamente artificiales. Cuando Bernstein estudió con téc-
nicas bioquímicas las relaciones familiares en una manada de.monos
rhesus, se encontró con que los machos no dominantes ni agresivos te-
nían más hijos que los alfa. Solíamos pensar que las monas giraban
solícitas en torno a los antojos del macho alfa, sólo que en los últimos
años hemos descubierto, que las hembras gozan de una enorme libertad
sexual de elección y se cruzan alegremente con los simios con los que les
da la gana, ajenas por completo a las restricciones que les impone el
alfabeto griego.
158
Antonio Lazcano Araujo

La conducta de los machos dominantes de otros grupos animales,


como los peces tropicales, es mucho más difícil de generalizar a los hu-
manos. Cuando existen demasiados machos y la competencia por la
reproducción es complicada, a los peces macho sólo les queda un recur-
so: el de su transformación en hembras. El mundo de los animales es
mucho más complejo de lo que solíamos imaginar: las leonas son bastan-
te promiscuas, no es fácil distinguir a una hiena hembra de un macho, el
homosexualismo es un fenómeno frecuente entre las vacas, muchas la-
gartijas mexicanas se reproducen sin necesidad de machos, los ornito-
rrincos son víctimas del maltrato de las hembras de su especie, y los
caballitos de mar son padres ejemplares (hasta que se hartan de su papel
paradigmático y se comen a sus crías).
Nadie puede negar el valor didáctico de las Fábulas de Esopo y de
La Fontaine, pero la conducta humana no se puede explicar en términos
analógicos tan directos. El cortejo y la fecundación en las chinches, los
zorillos y los rinocerontes son actos extraordinariamente violentos que
suelen dejar a las hembras en estados lastimosos. Pero ello no significa
que la violencia sexual en contra de las mujeres y los niños tenga raíces
biológicas. En primer lugar, en los humanos la violación no es un acto
sexual; es una agresión. En segundo lugar, como señaló hace algunos
años Peggy Reeves Sanday, una antropóloga de la universidad de
Pennsylvania, el análisis de diferentes culturas ha demostrado que la
violencia contra las mujeres depende, entre otras cosas, del status social
de éstas, de la relación social entre los sexos, y de las conductas que son
enseñadas a los niños.
Al igual que ocurre con las abejas y las cigüeñas, los humanos
somos una especie diótica, es decir, nuestra reproducción requiere de la
participación de dos individuos que difieren entre sí en una serie de
características morfológicas, fisiológicas y conductuales que por lo ge-
neral, nos permiten distinguir con cierta facilidad a un sexo del otro.
Esta no es una ley biológica inexorable. Por ejemplo, existen microorga-
nismos en donde la vida erótica, aunque minúscula, presenta muchos
atractivos: ¡existen 16 sexos diferentes! Es relativamente fácil diferenciar
a una gallina de un gallo, o a una vaca de un toro. Tampoco es tan difícil
——a pesar de las excusas a posteriori de muchos machos probados—— dis-
tinguir a una mujer de un hombre. Como entre muchos animales, las
profundas diferencias que existen entre los machos y las hembras de
nuestra especie reflejan una secuencia de adaptaciones que han ocurri-
do a lo largo de millones de años de evolución biológica. Pero no nos
159
historia

olvidemos que las mujeres son más mujeres que los hombres, hombres.
Mientras que ellas poseen la pareja cromosómica XX, nosotros somos XY:
por algo todos los machos de nuestra especie poseemos pezones.
La descripción científica de las similitudes y las diferencias entre
los sexos no ha servido para promover la igualdad entre los seres huma-
nos. El conocimiento biológico de nuestra especie no ha sido una fuente
de liberación de las mujeres ni de las minorías (minusválidos, indíge-
nas, homosexuales, bisexuales), sino que se ha convertido en un podero-
so instrumento de opresión, engalanado con la pretensión de lo científico.
Por ejemplo, es bien sabido que el cerebro femenino pesa menos que el de
los hombres, lo que sirvió en el siglo XIX como un argumento biológico
para justificar la opresión a las mujeres, que se vieron destinadas a ocu-
par el mismo nicho social que los niños de raza blanca, los adultos de las
llamadas razas inferiores, y los animales. En 1879 un destacado
antropólogo francés escribió que ““...entre las razas más inteligentes, como
la de los parisinos, existe un gran número de mujeres cuyos cerebros
tienen un tamaño más parecido al de los gorilas que al de los cerebros
masculinos más desarrollados””'. Lejos de promover una situación de
igualdad, las ciencias de la biología y la antropología adecuaron la in-
terpretación de sus resultados al orden existente; en 1869 James McGregor
Allen declaró ante la Sociedad Antropológica de Londres que: ““durante
la menstruación las mujeres no pueden realizar ningún esfuerzo físico o
mental considerable. Sufren de una languidez y de depresiones que las
descalifican para actuar o pensar, y es de dudarse hasta qué punto se
pueden considerar como individuos responsables mientras les dura esta
crisis. En las labores intelectuales el hombre ha superado, supera y se-
guirá siempre superando a la mujer, por la sencilla razón de que la natu-
raleza no interrumpe de manera periódica ni su pensamiento ni su
dedicación””. Pocos años después, Louis Irwill escribió que: ““uno sólo
puede estremecerse ante las conclusiones a las que una bacterióloga o
una históloga pudieran llegar durante el periodo menstrual, en el que
todo su sistema, tanto físico como mental, se encuentra dislocado, para
no decir nada de los errores espantosos que una cirujana pudiera come-
ter al trabajar bajo condiciones similares””. No existe ninguna diferencia
entre estas ideas y las que escribió hace dos mil años Plinio el Viejo,
cuando afirmó que la presencia de una mujer menstruante arruina el
vino, seca las plantas, y provoca que las frutas se caigan con estrépito de
los árboles, y basta su mirada para que los espejos se empañen, los cu-

160
Antonio Lazcano Araujo

chillos pierdan su filo, las abejas se mueran en masa y se oxiden los


instrumentos de metal.
Estos no son prejuicios decimonónicos; hace unos diez años Edward
O. Wilson, uno de los más importantes estudiosos de las sociedades
animales y un destacado evolucionista, escribió que: ““... en las socieda-
des de recolectores y de cazadores son los hombres quienes cazan y las
mujeres quienes permanecen en el hogar. Esta tendencia persiste en casi
todas las sociedades agrícolas e industriales, y por ello, parece tener un
origen genético... Aun con educación idéntica y con iguales posibilida-
des de acceso a todas las profesiones, probablemente serán los hombres
quienes continuarán jugando un papel de mayor importancia en la vida
política, los negocios y la ciencia””.
Sin duda alguna, nuestro comportamiento real y potencial está cir-
cunscrito por nuestra biología. Pero ello no significa que debamos ver a las
feministas como a la reencarnación de las lagartijas partenogénicas. Como
lo muestra el análisis histórico y la comparación de las distintas socieda-
des humanas, la diversidad conductual de nuestra especie es una eviden-
cia clara de nuestra enorme plasticidad adaptativa. Nuestra herencia
biológica no nos condena a seguir una sola dirección; por el contrario, nos
permite exhibir una amplia gama de conductas a menudo determinadas
socialmente como resultado de complejos procesos históricos.
En rigor, nuestra conducta sexual tiene una base biológica pero se
expresa en términos culturales. Y si reconocemos que parte del orden
sexual existente es de origen social e histórico, es fácil concluir que tam-
bién su ruptura lo es. Quizás por ello ha sido durante las etapas más
álgidas y frescas de las revoluciones, cuando aún no se establece plena-
mente el poder de las burocracias, cuando mayor libertad y frescura han
podido alcanzar las relaciones sociales que determinan la conducta
sexual de los humanos. Sin embargo, la conducta de la mayoría de los
dirigentes revolucionarios no ha sido precisamente una prédica de la
igualdad. Basta recordar el machismo de Lenin y el rechazo nada sutil
que sufrió Alejandra Kollontay, el discreto silencio de Trotsky en torno a
la libertad sexual, o los ataques de Kautzky, el ginecólogo desviacionista,
en contra de la liberación sexual que Wilhem Reich preconizaba.
““La importancia que la revolución social atribuyó a la revolución
sexual está expresada claramente en los edictos de Lenin que fueron
proclamados el 19 y el 20 de diciembre de 1917, en donde se abolían las
leyes y reglamentos que regulaban las relaciones entre hombres y muje-

161
historia

res en detrimento de estas últimas””, escribió Reich a propósito de Iá


revolución bolchevique. ““Ambas leyes quitaron a los hombres el derecho
a tener una posición dominante en la familia, le dieron a la mujer una
absoluta autodeterminación sexual y económica, y mostraron que la mujer
podía determinar de manera libre su nombre, domicilio y ciudadanía...
De acuerdo con la tendencia soviética hacia la simplificación de la vida,
la disolución de un matrimonio era mucho más fácil. Una relación sexual
que aun era conocida como un 'matrimonio' se podía disolver con la
misma facilidad con la que se había establecido. No era ya el Estado el
que determinaba la relación de la pareja, sino la pareja misma. Si uno de
ellos quería acabar con la relación sexual, ni él ni ella estaban obligados
a proporcionar argumentos. El matrimonio y el divorcio se convirtieron
en asuntos privados, y el principio de la 'culpa' o de la 'incompatibili-
dad' le era completamente ajeno al sistema jurídico de los Soviets.””
Los bolcheviques no tardaron, agrega Reich, en abolir las viejas
leyes zaristas en contra de la homosexualidad, y en fomentar la educa-
ción sexual. Pero fue una fugaz primavera de libertad. En marzo de 1934
Kalinin, que no era precisamente un paradigma de la tolerancia, firmó
un edicto en el que se prohibía y se castigaban los actos homosexuales
masculinos, luego de una larga campaña en donde la homosexualidad
se presentó como una ““...manifestación de la degeneración fascista de la
burguesía””. Cualquier similitud con lo que ha ocurrido luego en Cuba,
China, Camboya o en la misma URSS, no es desde luego, mera casuali-
dad, como tampoco es lo ocurrido, a una escala mucho más modesta
pero no por ello menos represiva, en la mayoría de los partidos y las
organizaciones de izquierda de nuestro país.
La abstención de la izquierda política mexicana no detendrá los
impulsos eróticos, pero no está por demás insistir en que, a diferencia de
la izquierda social, ha permanecido ajena a problemas como el de la
opresión a mujeres, la lucha por los derechos de las minorías sexuales, el
derecho al aborto o las campañas de la sociedad civil contra el SIDA. Pero
algún día hasta los del PPS tendrán que aceptar, condón en mano, lo que
Gerome Ragni y James Rado, los autores de ““Hair””, hacen cantar a sus
personajes:

Sodomía, fellatio, cunilingus,


pederastia,
Oye papá ¿por qué dicen que estas palabras
son majaderas?
162
Antonio Lazcano Araujo

¡La masturbación puede ser divertida!


¡Únanse todos a la orgía sagrada!
¡Deseamos el Kamasutra, pero lo queremos ahora!

163
historia

Un objeto de la ciencia histórica

Alfredo López Austin

A
los historiadores nos competen asuntos que van de lo común y
banal ——dígase, si no, las biografías de los próceres—— a lo inusi-
tado, como el ejercicio de la imaginación para saber qué puede
ser ““el amor en los tiempos de la democracia””. Nos competen estos asun-
tos porque somos los encargados de encontrar bajo el azar aparente de los
acontecimientos toda una red de hilos causales. Como técnicos de la com-
pañía telefónica, indagamos el orden del cableado en el subsuelo social.
Dictaminamos cuáles son los cables maestros (determinaciones en última
instancia) y cómo los ramales se van convirtiendo en conductos cada vez
más sutiles hasta llegar a una superficie colorida, rica en acontecimientos,
pero insuficiente para explicarse por sí misma. De donde nuestra función
es descubrir que tanto lo que parece indeterminado como lo que parece
una maraña de determinaciones no son sino madejas dendrológicas
causales, pasibles de análisis racional. En términos menos rebuscados,
que tenemos como funciones entender y explicar cómo y por qué se va
transformando este objeto tan complejo que llamamos sociedad.
Todo lo anterior justifica que las compañeras de debate feminista,
organizadoras de este ciclo, nos hayan invitado a los historiadores a
participar en una de las sesiones. El tema, como se sabe, es ““El amor en
los tiempos de la democracia””. Elijo de él una cuestión: ¿Es posible estu-
diar desde el punto de vista histórico lo que es el amor en los tiempos de
la democracia?
En la primera sesión del ciclo hubo entre el público quien cuestionó
la relación entre el amor y la política. Fue justificable la duda, dado el
santoral: era el 14 de febrero. En ese día se piensa en el amor como algo
absoluto. Hoy podemos responder con una seguridad casi dogmática
que en la enorme red causal el amor se vincula con la política, y con el
arte, y con la economía, y con la poesía, y con la semiótica... en fin, y en
muy pocas palabras, que el amor está intensamente entrelazado en la
complejidad social y es, por tanto, un objeto de la ciencia histórica.
164
Alfredo López Austin

Hasta aquí no hay más problema que nuestro fervor casi dogmáti-
co. Los verdaderos problemas empiezan cuando caemos en cuenta que
la relación amorosa, para ser historiable, ha de ser sensacional. O sea
que al tratar de la relación amorosa, la ciencia de la historia se inclina al
amarillismo. La historia no registra los actos de amor más plenos. Los
actos de amor más plenos son los de maravillosa cotidianeidad, en los
que el ser humano integra la unidad social primaria: la pareja. Pero estos
actos cotidianos no son noticia. Tienen que apartarse de su naturaleza
habitual para fundar prototipos. En efecto, ¿cuáles son los grandes amo-
res de la historia? Los fallidos, los obstaculizados, los fracasados, y en la
trama de los relatos deben ser piezas fuertes la angustia, la traición, el
abandono, hasta la castración, el éxtasis, el asesinto o el suicidio. ¡Cuán-
tos rodeos de la historia ejemplar! ¡Cómo tiene que alejarse del amor para
ensalzarlo! Sin embargo, no toda la historia del amor cae en la categoría
de historia ejemplar, y su temática trasciende ampliamente el campo de
los grandes amores. Para apreciar la trascendencia es necesaria una pre-
cisión terminológica.
Confronto aquí dos términos: sexualidad y amor. Ambos poseen tal
ambigüedad que no sólo no se corresponden en forma precisa, sino que
en la laxitud de las concepciones se incluye la sexualidad entre las posi-
bles formas del amor o, por el contrario, el amor es visto como uno de los
aspectos de la sexualidad. Propongo, para los efectos de mi interven-
ción, que incorporemos el término sexualidad al discurso y que entenda-
mos por él todo el conjunto de relaciones sociales que se establecen con
base en el carácter sexual del ser humano, carácter que incluye la divi-
sión de los sexos, la fisiología sexual y la función reproductiva de la
especie. Quedarán fuera de definición amores tales como el amor a la
sabiduría, el amor al ocio y el irracional amor al trabajo. Quedará dentro
de la definición el erotismo con sus formas extremas, entre ellas el amor
'udrí o cortesano y el éxtasis místico. Creo que es compatible esta defini-
ción con la idea que debate feminista propone para feminismo, aunque
rechazo de su propuesta el término género.
La historia de la sexualidad ——decía—— trasciende con amplitud las
historias de los grandes amores. La historia de la sexualidad es también
historia del trabajo, historia demográfica, historia de la explotación, de
la familia, de las epidemias, de la prostitución, de los crímenes masivos,
del comerció... No hay duda de que la sexualidad es un asunto profun-
damente politico desde el remoto pasado.

165
historia

Entre todas estas historias hay una que es mi tema predilecto: cómo
las relaciones entre los sexos sirven de, modelo para la explicación del
movimiento cósmico. Los antiguos nahuas (como el resto de los mesoame-
ricanos) concibieron el nacimiento de la secuencia temporal como el pro-
ducto de un coito enorme. En el principio existía el caos, Cipactli, o sea el
gran monstruo acuático y femenino. Dos dioses partieron al monstruo
por mitades para crear con ellas Cielo y Tierra. Así nació el orden con los
sexos: arriba el macho celeste, vital, luminoso, caliente, y abajo la hembra
terrestre, ser de muerte, de oscuridad, de humedad y de frío. La diosa
original luchaba por unir sus partes; pero los dioses colocaron cuatro
postes para impedir el retorno del caos. Los postes, huecos, fueron vías
exiguas que conjugaron porciones de las sustancias de aquellos dos cuer-
pos ahora diferenciados en naturalezas opuestas y complementarias. El
enorme deseo de recomposición de la diosa se transformó en flujos que
corrieron a encontrarse en el interior de los postes, y la unión fue vehe-
mente como el roce de los dos maderos que producen el fuego. El fruto fue
el tiempo, que se desborda para vertirse sobre la superficie de la tierra en
forma de lucha de opuestos: surge como días, como meses, como años,
primero por el poste oriental, luego por el del norte, luego por el occiden-
tal, y por el meridional, para volver a salir por el oriente en una secuencia
de ciclos que parece infinita. La supremacía social del varón (su luz, su
calor, su vitalidad) se transportó a la superioridad del Cielo. Es la visión
de sociedades en las que el dominio del varón fue manifiesto. Si bien en
muchos de los pueblos mesoamericanos la mujer pudo destacar en la
producción, en el comercio, en la expresión artística y aun en el gobierno,
el predominio varonil fue la regla generalizada, y la concepción del cos-
mos siguió las pautas de la vida diaria. Siguió sus pautas, y además las
confirmó y abrió la posibilidad de asimetrías mayores, porque a partir de
la cristalización del gran modelo universal, las acciones sociales, con
todas sus desigualdades, pudieron ser sancionadas por los dioses. Pero
he de hablar, al menos en los últimos minutos de mi intervención, del
tema que me fue asignado por debate feminista: no amor y política en
general, sino amor y democracia.
Los historiadores ——dije—— tenemos por oficio buscar vínculos so-
ciales, y el tema propuesto no es sencillo. ¿Acaso los cinco presentes no
corremos el riesgo de inventar relaciones inexistentes? Porque mientras
que el amor es connatural al hombre y ubicuo en la sociedad, la democra-
cia parece estar fuera de nuestro tiempo y de nuestro espacio. En efecto,
ya Lévi-Strauss situó en la prohibición del incesto el punto de confluen-
166
Alfredo López Austin

cia de lo social y lo natural. El amor humano perdió en definitiva su


pureza natural a partir de la primera impronta de la sociedad: existe en
cuanto nodo de relaciones y no hay aspecto de lo social que le sea ajeno.
Esto lo hace, repito, siempre presente en el hombre; y lo hace la fusión
natural/social por excelencia. En cambio la democracia parece ubicarse
en la abstracción de las ideas guías o en la concreción de un sistema
político aún no alcanzado. El tiempo de la democracia ——un futuro in-
cierto—— no parece coincidir con el tiempo del amor... a menos que conci-
bamos la democracia, además, como un ejercicio gradual y cotidiano.
Este ejercicio sí podemos relacionarlo con todo el complejo formado
por la sexualidad. Tiene un presente concreto. Es la democracia en lu-
cha, con tantas vías y tiempos como los que permiten que la razón popu-
lar se imponga para transformar una realidad económica, jurídica y
política: al luchar por la democracia nos incluimos íntegramente en la
realidad que transformamos. Con nuestra lucha nos forjamos otra con-
cepción del mundo, y ésta transforma en nosotros el amor. Así nuestra
sexualidad adquiere, en virtud de un ejercicio democrático, el doble ca-
rácter de campo de acción y producto depurado de la lucha. La relación
temporal es completa.
En conclusión, contesto la pregunta que elegí al principio de mi
intervención: es pertinente, desde el punto de vista de la historia, estu-
diar el amor en los tiempos de la democracia. Y amplío con unas cuantas
palabras más.
Vivimos hoy, año de 1989, tiempos de democracia. Sí; todo es cues-
tión de grado. Son tiempos de democracia limitada, pero en los que la
participación ciudadana empieza a dar frutos. ¿Qué ha ocurrido en la
vida política durante las últimas semanas?Amplios sectores sociales
impugnaron la tortura, y su voz tuvo efectos políticos. No importa que el
gobierno aún no reconozca que las impugnaciones populares hacen mella
en él: según la versión oficial hubo una renuncia burocrática. Pero más
allá del reconocimiento gubernamental, se hace presente otra voluntad
de transformación que empieza a imponerse.
Hoy vivimos una democracia limitada. ¿Cómo será un futuro en el
que se haya conquistado una democracia más amplia? ¿Cómo será el
amor en ese futuro? Aunque me está mal la capa de profeta, espero que el
amor en los tiempos de [más plena] democracia haya remontado las
ideas de pecado, las censuras, la prostitución, las violaciones, la igno-
rancia, la discriminación... En resumen, espero que el amor ya no tenga
entonces necesidad de las historias ejemplares de los grandes amores.
167
historia

Será tal vez un amor más íntegro y menos espectacular. Y espero que en
una nueva concepción del mundo, la sexualidad ni obedezca ni justifi-
que asimetrías.
¿Utopía? No. No creo en una democracia absoluta, sino en la posi-
bilidad de una democracia progresiva. Todo es cuestión de grado. Y la
democracia siempre será una lucha.

168
Julia Tuñón

La construcción del género: mujer,


tu nombre es ¿amor?

Julia Tuñón

H
ablar de la relación entre el amor y la democracia desde una
perspectiva histórica implica, de entrada, una concepción pe-
culiar del amor, de la democracia y de la historia. Una historia
tradicional, afortunadamente cada vez más superada, alude tan sólo a
los hechos trascedentales del mundo público, los que afectan a los gran-
des colectivos humanos o a las élites del poder. El término democracia se
refiere al ámbito político; ligarlo al amor implica darle otra dimensión: al
aplicarlo al comportamiento privado del ser humano se alude, pienso, a
la capacidad de respetar al otro en su diferencia, sus necesidades, gustos
y espacios, a la de compartir las acciones más que ordenarlas u obede-
cerlas y, en el amor, acompañarse dos como seres completos, con exceso
de faltas, más que solicitar la supresión de las capacidades de uno u otro
en aras de la comodidad. El ejercicio consciente de lo anterior indudable-
mente enriquecería las relaciones amorosas.
Hablar del amor entraña los sentimientos más frágiles e íntimos del
individuo, es excepcional para quien lo vive y no trasciende su secreto
más que en la confidencia amistosa o literaria, confesionario o diván de
psicoanalista. Historiar al amor subvierte la idea de la historia como lo
público y del amor como lo privado para mezclar sus aguas: la historia
entra a lo emocional, harina del pan humano, en su intento por com-
prender, y se encuentra con que ese sentimiento que cada uno de noso-
tros vivimos como único, forma parte del mundo: lo puede subvertir,
contradecir o conmover, permite escapar de sus fastidios, olvidar por un
rato las crisis, todo eso que todos sabemos, pero finalmente, desde cada
uno de nosotros, forma parte de él. Para quienes buscamos a la mujer en
la historia la cuestión es fundamental, porque el género ha sido asociado
al amor desde tiempos remotos:
““Amor: tu nombre es mujer””. ¿No era Diótima, acaso, la experta que
iluminaba a Sócrates en sus misterios? A la sombra del amor la mujer ha
169
historia

sido, en nuestro mundo, construida socialmente deviniendo en género.


En su nombre se han apretado los lazos de la opresión aunque, yo creo,
también en su nombre ellas lo han soltado para el goce.
Considero que uno de los obstáculos para precisar el peso concreto
de lo anterior estriba en la ambigüedad de la palabra amor, en la que
caben muchas cosas: amor de madre, fraterno, a Dios, de mujer a hombre.
El amor se engancha, ¿y cómo no?, con la sexualidad, el erotismo, la
confianza. Con su nombre se llama a las diferentes etapas de un proceso.
Todo ello produce la confusión. Bajo su signo se ha construido al género
femenino, pero ¿qué se entiende por amor en diferentes etapas históri-
cas? ¿qué entiende cada mujer particular ——Juana o Lola—— por lo que se
le explica desde la iglesia, la familia, la poesía o la escuela? ¿Cómo se
ejerce en la historia más privada de cada quien? Quizá los historiadores
nunca logremos más que hipótesis, pero existe la inquietud por acceder
a esa emoción soterrada en lo individual de alguien que vivió hace años
o siglos: sus representaciones han nutrido el mundo del arte o la literatu-
ra y eso estimula el interés. Una manera de acercarse es escuchar los
casos límite, esos de nota roja en que el amor subvertía los valores esta-
blecidos. Otra es encontrar alguna fuente excepcional: una colección
epistolar o el diario de mi abuelita, por ejemplo. También leer entre líneas
la moral oficial de un tiempo, ver qué se decreta y preguntarse (el histo-
riador es un gran preguntón) por qué se hace así, por qué la moral oficial
decretó x o y, por qué insiste más o menos, cómo concibe el amor: ¿Eros o
Agathodemon?, ¿existía acuerdo entre la norma y los amantes?, ¿hasta
dónde?, ¿cómo se condicionaba al género femenino para ejercer en ese
ámbito que se le consideraba propio?
Un primer punto tendría que precisar quién dicta la moral y cómo
se ejerce socialmente por hombres y mujeres. A partir de la lectura de
fuentes originales parece claro que existe un miedo profundo a dejar
suelto el sentimiento amoroso y por eso se regula. Uno se pregunta por
qué. Espero que la lectura de algunos textos pueda sugerir posibles res-
puestas, o mejor aún, posibles preguntas para seguir buscando.
Lo que nos ha llegado del mundo prehispánico sólo nos permite
adivinar. Sahagún ha transmitido una serie de consejos que se daban a
hombres y mujeres y debían pautar la vida social y sexual. Por supuesto
que en ellos vemos la concepción cristiana. Muestran a una cultura te-
merosa ante el mundo y sus placeres, que coarta la espontaneidad en el
amor y en la sexualidad: 'No escojas entre los hombres al que mejor te
parezca [...““no hagas como se hace cuando se crían las mazorcas verdes,
170
Julia Tuñón

que son elotes, que se buscan las mejores y más sabrosas; mira que no
desees a un hombre por ser el mejor dispuesto; mira que no te enamores
de él apasionadamente””.1 Entonces, ¿cómo?: la mujer debía ser dócil para
aceptar al marido elegido por el grupo familiar ““Quienquiera que sea tu
compañero vosotros juntos tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agá-
rrate de él, cuélgate de él aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo
un aguilita, un tigrito, un infeliz soldado, un pobre noble, tal vez cansa-
do, falto de bienes, no por eso lo desprecies””.2 Adivino el miedo al olvido
que puede provocar el amor y la necesidad de control social. Al ver tanta
regulación una duda de que en la práctica se cumpliera y adivina que el
peso de la colectividad no propiciaba el desarrollo de esa prerrogativa
tan individual e individualista del amor.
Siguieron tres siglos de Colonia, casi el doble de lo que llevamos
de vida independiente y tampoco en ellos floreció lo que hoy entende-
mos por democracia. En esos tiempos la influencia de la Iglesia era
fuerte, el amor por excelencia se consideraba el dedicado a Dios y el
estado ideal el de la castidad, aunque ““más vale casarse que abrasar-
se””. La moral propuesta establecía un tipo de conducta amorosa que en
la práctica cada grupo social y étnico transgredía en forma particular,
pero evidente. Se propiciaba el casamiento, pero las irregularidades
parecen haber sido constantes. La cada vez mayor insistencia en el
matrimonio arreglado por los padres puede verse como una pedrada
contra el amor liberador y romántico, pero también como un medio de
proteger a la mujer popular que, en la confusión sexual de los primeros
años, resultó muy lastimada.
Resulta claro que en las dificultades cotidianas que la institución
matrimonial conlleva es la mujer quien debía supeditarse, en aras del
amor. En teoría y de acuerdo con la Iglesia, Eva nació de la costilla de
Adán, de su costado, no de sus pies o cabeza, para ser su compañera. El
marido debe reprenderla si ella actúa mal, incluso administrándole lige-
ros castigos que en la práctica, según los papeles relativos al divorcio,
parecen haber sido con frecuencia grandes palizas. Para lograr la armo-
nía conyugal, o sea el éxito del amor, es la esposa quien debe suprimir
sus impulsos. En un sermonario del siglo xvii se aconseja a una esposa
quejosa de los descomunales pleitos con su marido que tome un agüita-
mágica, y la conserve en la boca mientras dure el pleito, con la salvedad
de que debe evitar tanto escupirla como tragarla: a la semana la mujer va
a agradecer la misteriosa pócima, para enterarse de que es simple y llana
agua de beber lo que propició su silencio y, por tanto, la paz 3
171
historia

En esta sociedad que hombres y mujeres han de construir para la


vida, ambos deben suprimir opciones: es la tesis de la complementarie-
dad para hacer un solo cuerpo, que hoy conocemos como la media na-
ranja y que pretende entre dos construir una unidad frente a la alternativa
de relación de dos partes completas. El siglo xix parece insistir en esta
idea: ““si él es reflexivo, ella sensible, si él enérgico y tenaz, ella llena de
contradicciones y misterios; el hombre creado para luchar por la exigen-
cia de la vida material, la mujer para preservar el hogar”” .4 La existencia
de la complementariedad lleva ineludiblemente a la supresión de capa-
cidades, la estereotipación de las diferencias y, quizá lo más grave, la
calificación de ellas, la jerarquización, de manera que los democráticos
tratos del respeto al otro suenan, a lo menos, remotos.
Si la relación amorosa y el orden social es el resultado de dos par-
tes, es importante precisar su peso: ““No es pues, una cosa indiferente la
mujer: todo bien o todo mal puede nacer de ella: cual el pan místico
puede dar o quitar la vida [...) es preciso con ella ser muy feliz o muy
degraciado””. No se trata, pues, de ser un débil, por el contrario, en esa
sociedad que se procura, el socio es peligroso, poseedor de muchas capa-
cidades. ¿Cómo controlarla?: ““Por eso el legislador ha tenido razón en
procurar conciliarse su benéfica influencia y apartar de la sociedad la
mala. ¿Lo ha conseguido empero? Ha conseguido siempre asociarla a
sus designios, porque hay en la naturaleza de la mujer una inmensa
simpatía, un deseo inextinguible de ofrecerse en sacrificio, una pronti-
tud admirable para confundir su suerte con la del hombre y marchar con
él, ora sea entre rosas o precipicios, porque la mujer sabe amar y no
decidirse por sí propia””. La misión ““generosa y casi divina”” de la mujer
es ““vivir en el hombre y para el hombre, producirle y criarle, dulcificar
sus penas y moderar sus alegrías...”” El amor ha permitido la domestica-
ción de la fiera y el argumento oscila entre lo natural y lo divino: se le
regatea lo simplemente humano que suena peligroso por incontrolable:
Yo pregunto ¿los seres humanos pueden realizarse como tales pautados
por escalas zoológicas o divinas? Lo que parece claro es que con tales
argumentos se controla la situación: la mujer ——dicen—— es un ser más
débil, ““su organización física, su temperamento húmedo, su aspecto es-
tertor convencen de esta verdad””, no puede valerse por sí misma y debe
depender del hombre, el que debe ser cuidadoso, tierno ““...no porque es
el rey debe consentirse que tiranice a la familia””.
““El lado flaco á la par que el más interesante de la mujer es el cora-
zón y por él está inhabilitada de poder representar en la escena del mun-
172
Julia Tuñón

do un papel, reservándose sus triunfos y coronas para todo lo que es


íntimo y privado””. Pero también en él queda sujeta, ““...la inferioridad de
la mujer debe ser eterna como la naturaleza””.
Si me remito a la idea de democracia que aquí había propuesto, me
encuentro con que en esta moral oficial no se respeta la diferencia, antes
bien se enarbola como argumento para minimizar al otro. El amor en lo
que tiene de afecto individual puede trastocar esa precaria (por ficticia)
construcción. Se insiste, por ello, en sus riesgos; ¿qué es finalmente ese
sentimiento?, ¿cuál es su componente?: ““Análisis químico del amor: se
compone de lo siguiente: 4 libras de ilusión, 4 de orgullo, 4 de vanidad, 4
de capricho, 4 de tontera y 5 de locura; mezclados estos ingredientes y
mezclados en una vasija que se llama cerebro resulta una arroba de pa-
sión que se evapora las más de las veces con el calor del matrimonio””.5 Se
trata, pues, de un sentimiento vano que no procura bienestar: ““...cuando
las jóvenes se consideran enamoradas rara vez o ninguna, en llegando a
casarse con el que es objeto de su amor logran ser felices.6 Más vale antes
calcular, distinguir entre amor, cariño y afecto, porque ““el amor conyugal
dura muy poco si es amor; se entibia con el tiempo si es cariño, y sólo crece
y dura si es afecto””.7 Es importante no olvidar que: ““El amor es más daño-
so a las mujeres que a los hombres. En las jóvenes solteras se disimula y
aún se mira como cosa natural; si las hace desgraciadas se las compade-
ce [...1 al contrario sucede con las casadas; en ellas sea cual fuere la
causa el amor es una deshonra, una ignominia, un crimen””.8
No debemos confundir el ser con el deber ser. La ideología domi-
nante sólo es tal en su pretensión, porque en la práctica está obligada a
mediar, pero parece claro que Agathodemon apretaba con sus lazos al
sector femenino no tan dulcemente como dice el mito, y quizá hacía sus-
pirar a muchas por las radicales flechas de Eros.
La revolución abrió otras opciones: los grupos populares encontra-
ron su propia participación, las adelitas le entraron a la lucha y se abrie-
ron las leyes a la igualdad ciudadana. El ““deber ser”” femenino puede
ser, entonces, otro que implique menor sujeción. Sin embargo es claro
que las estructuras mentales se modifican a un ritmo propio que no corre
necesariamente parejo con los cambios de índole política y aún social.
Así una nota de consultorio sentimental de 1935 nos dice: Tara la mujer
es ley que en el amor sea orgullosa y fuerte y que luego se someta; y la.
esencia del amor estriba para el hombre en que primero suplique y des-
pués domine' .9 Se mantiene la idea de diferencia y complementariedad,
pero lo más grave es que implica jerarquía y supeditación.
173
historia

Los nuevos tiempos parecen buscar nuevos modelos: ““El cine como
escuela de amantes. No se explica por qué se han de conceptualizar
como desmoralizadoras las lecciones que del cine se desprenden, cuan-
do al cine debemos [...] un gran bien: nuestro nuevo modo de amar, nues-
tro selecto comportamiento en el terreno harto gastado de hacer el amor
[...] El cine es el gran libro iluminado que con sus imágenes nos muestra
tan exquisito y delicioso aprendizaje. Cualquier mujer podrá vanaglo-
riarse de lograr la atención y el cariño del hombre elegido si sabe poner
en práctica una mirada candeosa a lo Norma Shearer o misteriosamente
prometedora a lo Marlene Dietrich [...] podrá languidecer como ellas lan-
guidecen en brazos de sus galanes””.10
Los mensajes son contradictorios: junto al consejo de ser hacen-
dosa conviven los mensajes de Agustín Lara y la glorificación de la
mujer mundana. Los boleros hablan del amor y el sufrimiento que con-
lleva, pero con el mensaje de que, con todo, vale la pena entrarle (““una
mujer, que no sabe querer, no merece llamarse mujer””). El crecimiento
económico que trae la segunda guerra incide en la participación de la
mujer: trabaja más afuera de casa, se educa... la democracia se ha con-
vertido en el deseo de muchos. 68 abre, a nivel de la mentalidad, un
montón de puertas. Se supondrían cambios de fondo. Se ven cambios:
““Amar a un hombre joven es una buena inversión. Al sellar un contrato
sentimental analice todas las cláusulas: talento, sexo, fama, juventud,
dinero... ¿es equitativo el negocio?””.11 O este otro: ““Cómo es la chica
cosmo? Una mujer que sabe lo que quiere y dice lo que siente: desde
luego me interesa mucho el sexo opuesto, al fin y al cabo es el hombre
quien le da sentido a mi vida””.12
De este texto tan reciente sabemos bien que es parcial, resulta más
obvio que respecto a otras épocas porque nosotras mismas somos fuen-
tes de información. Quizá nunca podamos entender del todo los amores
pasados, yo sí creo que el amor tiene ese ingrediente único, personal y
exclusivo que nunca nadie puede entender del todo. Creo, sí, en la posi-
bilidad de realizar ese deseo humano, no masculino o femenino, sino
humano, con lo que lleva de comunicación, crecimiento, creatividad y
bienestar, pero creo también que las normas sociales se introyectan y, si
no necesariamente dominan, sí hacen ruido, a veces tanto que no se
escuchan las palabras del otro. Sabemos que los procesos ideológicos
son lentos. Que aún cuando el pasado 6 de julio hubiera ——ganado la
democracia eso no llevaría aparejados, automáticamente, sus usos en el
ámbito privado. Existen las continuidades, pero también los cambios y
174
Julia Tuñón

así como la mujer se sitúa hoy de otra manera en la sociedad, creo que las
posibilidades del amor pueden ser otras. Apostemos por ellas.

Notas

1
Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de la Nueva España, Libro VI, Cap.
XVIII .

2
Cit. por Miguel León Portilla, ““La educación del niño nahoa””. Nicaragua indígena.
En Antología Ilustrada de la Mujer mexicana. Seminario: Participación social de la
mujer en la historia de México. Dirección de Estudios Históricos. INAH.

3
Juan Martínez de la Parra. Luz de verdades católicas. En Antología... op. cit.

6
Rivero. El destino de la mujer, 1846. En Antología... op cit. Las citas que siguen,
hasta nuevo aviso, son del mismo texto.

5
La Ilustración. Semanario de las señoritas. 1870. En Antología... op.cit.

6
Semana de las señoritas mexicanas. 1851. En Antología... op. cit.

7
L. de la Huerta. ““Sinónimos””. La Camelia. 1853. En Antología... op. cit.

8
P. M. O. ““Sinónimos””. La Camelia. 1853. En Antología... op. cit.

9
““El hombre, el amor y cupido””. El cine gráfico. Sep. 1935.

10
Cosmopólitan. 1973.Cit. por Carola García Calderón. Revistas femeninas. La mujer
como objeto de consumo. México, El Caballito.

11
Id.

12
Id.

175
historia

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Lore Aresti

psicología

177
psicología

178
Lore Aresti

La posibilidad del encuentro entre iguales


a pesar de la diferencia

Lore Aresti

R
ecibo una invitación para hablar sobre ““El amor en los tiempos
de la democracia””. La reunión será en Coyoacán, en el teatro-
bar lugar de encuentro y encuentros-desolladero de-cuna de-
lugar también de des-encuentros, El Hijo del Cuervo. ¿Cómo negarme?
Acepto gustosa. Mi primera idea es preparar algo psicoanalítico, sofisti-
cado, liviano y feminista. ¿Cómo lograr esta combinación imposible? Lo
pienso, leo cosas, medito, me devano y rebano los sesos... y nada. En este
intento se van pasando los días y llega la fecha del compromiso amoroso
en El Hijo del Cuervo. Finalmente decido compartir con los que asistan a
la charla una serie de reflexiones poéticas que he escrito sobre el amor,
algunas logradas y otras malogradas, pues no soy poeta.
Estos últimos años han sido intensos y difíciles en mi búsqueda del
amor y del amado. Salir del amor novelado, de la versión hollywoodense
sobre el amor que nutrió mis años mozos en Venezuela, no me ha sido
fácil. Más de veinticinco añso he pasado en esa búsqueda, en sus sinra-
zones, en los encuentros y desencuentros amorosos, en los pleitos de
vida o muerte, en las pasiones y pseudo pasiones, en la huida a la entre-
ga absoluta, en el miedo a amar a fondo por temor de tocar el fondo, en la
curiosidad sobre lo prohibido y en la angustia frente a lo encontrado.
Veinticinco años buscando, huyendo, tratando, meditando y amando.
Al mirar hacia atrás ——como la mujer de Lot——, no sólo no me he
convertido en estatua de sal, sino que de hecho me siento afortunada por
las múltiples vivencias, experiencias y conocimientos que los dioses me
otorgaron en y a través del amor; en y a través de las pasiones, en y a
través de la ternura... en y a través de los otros.
En abril de 1986, cuando Reagan y los suyos atacaron Trípoli y
bombardearon Bengazzi, pensé en un holocausto final. Frente a una po-
sible tercera y última guerra, comprendí cómo mujeres y hombres estába-
mos presos en nuestras cárceles del cuerpo, presos en la diferencia, presos
179
psicología

en los roles que la pertenencia al género nos impone. Comprendí cómo


todos éramos víctimas y victimarios... presos en un terrible desencuen-
tro, del cual, en última instancia, ni hombres ni mujeres somos culpa-
bles.
Reagan y los suyos,
enojados patriarcas del holocausto atacan Trípoli
Bombardean Bengazzi.

Mi hijo imagen
me avisa de este hecho.
Mi pequeño Iñaki
se pregunta, me pregunta
si valdrá la pena analizar
su angustia o anestesiar mi dolor
ya que el fin parece cerca.

Pensé hablarte esta noche


para despedirme y decirte
que te amo y para darte las gracias por lo que
a mi vida trajiste.

Pienso hablarte para decirte


que quizás no podamos vernos más,
para decirte que te amé
aún en medio
de mis dudas y distancias.

Pensé hablarte a ti también,


amado mío
Pensé hablarte para decirte
que nunca quise dañarte
aunque contigo fui dura,
injusta y a veces cruel,
que nunca entendí tu dolor,
no te escuché
porque no hablabas, casi
de tus cosas.

180
Lore Aresti

Quise hablarte para decirte


que amé tu cuerpo
y deseé tu piel
canela dulce,
en la que quise
perderme muchas veces.

Para decirte que los desencuentros


no fueron
tu culpa ni la mía.
Que nos separó el género
y nuestros erotismos
de macho y hembra.
Tus focos pasionales tan ajenos
a las difusas olas que de mi cuerpo fluían
y que mi erotismo demandaba.

Para decirte que nos separó


esta trágica división de especie:
hombre de falo
mujer de mar
Erección pronta la tuya
frente al deseo mío...
tan lento, difuso ... insaciable.

Necesidad de mando la tuya.


Necesidad de iguales, la mía.

De tu parte, pocas palabras


para expresarlo todo.
De mi parte vueltas y re-vueltas
del discurso
para hablar lo mío.

Que nos separó el género


cuerpo, palabra y mando.

181
psicología

Quise hablarte para contarte


sobre nuestra trágica separación
a partir de la diferencia,
para decirte cómo, a pesar de todo,
en algunos momentos místicos y mágicos
logramos amarnos
cual andróginas criaturas
de una especie nueva,
aún inédita,
que quizás se dé
si no la trunca
el holocausto.

Amanece, oigo los pájaros


y a los árboles, quiere decir que aún
no estalla la guerra
que quizás habrá tiempo para
verte
y para encontrarnos de nuevo
andróginos y desnudos.

Abril de 1987. Estamos trabajando en el Círculo Psicoanalítico Mexi-


cano, en el seminario ““Sexualidad femenina””. Llevamos trabajando jun-
tos más de siete meses. Somos un grupo de doce o catorce adultos. Por
una de esas azarosas divisiones que tiene la vida, a mí me ha tocado ser
la maestra. Todos son profesionales y, por alguna ““pasión perversa””,
desean ser psicoanalistas.
Coordino los seminarios ““Sexualidad I y II””. Me hubiese gustado
coordinar un seminario sobre la sexualidad de Freud, pero ni modo: me
tengo que conformar con coordinar los seminarios sobre los desarrollos
teóricos de Freud en relación con la sexualidad.
Durante el primer seminario hemos leído los textos generales so bre
sexualidad. En este segundo seminario estamos intentando discutir y ana-
lizar los textos de Freud sobre las ““perversiones”” y sobre la sexualidad
femenina. ¿Irán juntos? Son textos difíciles y contradictorios, en los cua-
les permanentemente se cuela una buena dosis de mentiras, secretos y
silencios por parte de los que tratamos de estudiar y trabajar dichos textos.
Cansada de escuchar ““Freud habla, Freud señala, Freud especifica,
Freud dice, dice, dice...””, propongo a los alumnos que escriban algo so-
182
Lore Aresti

bre la sexualidad humana a partir de sí mismos, que intenten hacer una


integración de lo que han estudiado, oído y vivido, que dejen de hablar
no sólo a su intelecto, sino también a su cuerpo en y a través del desliza-
miento de su propio deseo. No es necesario que entreguen lo que han
escrito; lo que deseo es que se atrevan a confrontar lo leído y lo vivido,
que escuchen no sólo al autor, sino a su propia memoria y a las huellas
escritas sobre sus cuerpos.
Como estamos en una institución que intenta ser democrática, los
alumnos me piden que haga lo mismo; como yo, al igual de la institu-
ción, intento ser democrática, acepto la petición-demanda y comienzo a
recordar, a poner palabras a mi deseo, a enfrentar la ambigüedad de lo
vivido y de cómo es el desfiladero de mi-s deseo-s.
Ante el ““ejercicio””, los alumnos empiezan a suspirar, se miran, mi-
ran el techo y señalan que les cuesta mucho trabajo escribir así, por la
libre, sin repetir y sin guiarse por algún autor... en este caso, Freud. Creo
que a nadie le cuesta más trabajo escribir sobre la vida y sus vicisitudes
que a los psicoanalistas. Escribimos y hablamos mucho a partir de los
autores clásicos y sus teorías, pero nos cuesta mucho trabajo hablar y
escribir desde nosotros mismos, desde nuestras vivencias, desde nues-
tro propio cuerpo; y más aún, desde nuestras incertidumbres, confusio-
nes y sufrimiento.
¿Qué escucho, qué veo?
Mujeres insatisfechas, hartas de penetraciones biológicas, ausen-
tes de erotismo, de placer, de goce. Mujeres que dicen ““las mujeres no
cedimos el placer del clítoris a la vagina; lo que cedimos es todo nuestro
cuerpo para que sea penetrado, usado, eyaculado, y todo a cambio de
nada””. Lo que veo y escucho son mujeres que pasan de un amante a otro,
a otro y a otro; que pasan de un maltrato a una desolación a una nada, en
una búsqueda sin fin y a veces sin esperanza ——un fin de siglo de muje-
res solas.
Como si el encuentro sexual gozoso fuera casi un imposible para
todos.
¿Qué escucho?
Hombres que se preguntan: ““¿Qué quiere ella?”” Que dicen: ““hice lo
mejor que pude, y sin embargo, para ella no fue suficiente””. Hombres
abrumados por la búsqueda, la demanda y el deseo de ellas. Hombres
asustados por la vivencia de su propia carencia ——a pesar de la posesión
de un pene—— en pleno uso de sus facultades. Hombres asustados por el

183
psicología

miedo de perder a las mujeres a pesar de su empeño en complacerlas.


Hombres que interrogan con la mirada a toda amiga o amante sobre
cómo y qué hacer para llenarla de goce, para no perderla, para quitarse el
miedo, el pánico frente a la demanda casi infitina que ellas le plantean.
Como si el encuentro sexual-gozoso-no abrumante fuera casi un
imposible ——un fin de siglo de hombres asustados.
Veo desesperanza y, finalmente, resignación frente al desencuen-
tro. Aunque a veces veo en ellos, en ellas, en él y en mí, a veces percibo esa
mirada que atestigua que fue posible el mágico y misterioso encuentro de
dos en la diferencia, como si fuésemos andróginas criaturas de una espe-
cie nueva, que se dará si no la trunca el holocausto.

184
Jaime de León de la Mora

Algo sobre el amor

Jaime de León de la Mora

L
a historia del amor es una historia de encuentros y desencuentros
de sus dos ingredientes esenciales: la corriente tierna y la corrien-
te sensual; es una historia de ilusiones y desengaños, de esperan-
zas y desistimientos; es una historia que da cuenta de los mayores éxtasis
y de los más grandes sufrimientos. Es la historia de las interdicciones
¿Pues, acaso no nace la civilización por obra de una renuncia, impuesta,
al amor? Es, también, la de las admoniciones y aforismos: ““Amaos los
unos a los otros””... ““Amarás a tu prójimo como a ti mismo””: Advertencia,
esta última, en la que ya se reconocía el poder del narcisismo.
Unos viven el amor. ¿Quién no lo ha sentido-sufrido? Algunos se
inmortalizan por él; otros lo declaman y enaltecen: ¿No es la poesía un
acto de amor al amor? No pocos enferman de amor, quizá sean los que en
mayor número ocurren al diván en busca de remedio. Los menos lo escu-
driñan; y es que el aproximarse siquiera periféricamente a su compren-
sión expone a indecibles dificultades e incertidumbres.
Hablemos del amor. ¿O deberíamos decir de los amores? ¿Se justifi-
ca el uso de un solo vocablo para esa multiplicidad de sentimientos-
sensaciones que se engloban bajo este significante? Existe, sin duda, en
él una polisemia y, sin embargo, la sabiduría popular y la intuición poé-
tica han sostenido su univocidad presintiendo, quizá, el origen común
de sus diversas expresiones.
Pero el amor implica ——aunque no siempre—— relaciones entre in-
dividuos. Ello ha concitado la permanente intervención del orden so-
cial, en lo que considera su jurisdicción, para determinar y reglamentar
lo íntimo. Este aspecto del problema lo abordaré someramente después
de un riesgoso intento de clarificación desde el psicoanálisis, y más
específicamente, desde Freud; y digo riesgoso porque el tema nos lleva
justo a algunos tópicos en los que el maestro mostró ambigüedades,
imprecisiones e inconsistencias que han dado pie a muy diversas inter-
pretaciones.
185
psicología

Riesgoso también porque un desmontaje aún minucioso de los ele-


mentos discernidos ¿garantiza aprehender la esencia del amor? Muchos
dudarían que un acercamiento psicoanalítico pudiera penetrar y dar
cuenta cabal de su compleja naturaleza. Pues, ¿cómo explicar esas subli-
mes y trágicas pasiones, desde los dinamismos freudianos?
En su inalterable y persistente esfuerzo por arrancar sus secretos al
alma, Freud va a encontrar desde el inicio de sus indagaciones que el
amor ocupa un lugar central en la comprensión de la psique humana.
Creo, incluso, que no sería muy atrevido ni alejado de la realidad el ver al
freudismo, mucho, como una psicología del amor.

Las dos corrientes psíquicas


La concepción básica que sostuvo Freud hasta sus últimos escritos fue
que el amor es el resultado, como ya dijimos al inicio, de la confluencia
de dos corrientes psíquicas, la tierna y la sensual.
En sus ““Tres ensayos”” afirma lo siguiente: ““A lo largo de todo el
periodo de lactancia, el niño aprende a amar a otras personas que reme-
dian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades. Lo hace siguiendo
en todo el modelo de sus vínculos de lactante con la nodriza, y prosi-
guiéndolos. Tal vez no se quiera identificar con el amor sexual los senti-
mientos de ternura y el aprecio que el niño alienta hacia las personas que
lo cuidan; pero yo opino que una indagación psicológica más precisa
establecerá esa identidad por encima de cualquier duda””.
Páginas antes sostiene que: ““Sólo la indagación psicoanalítica es
capaz de pesquisar, ocultas tras esa ternura, veneración y ese respeto,
las viejas aspiraciones sexuales, ahora inutilizables, de las pulsiones
parciales infantiles””.
Poco tiempo después, en 1907, reitera con mayor énfasis ““(...) reuni-
mos bajo el nombre del amor a todos los múltiples componentes de la
pulsión sexual (..j””. Vemos así, que en estos primeros planteos sobre el
problema considera, definitivamente, al amor como un derivado, una
expresión de la sexualidad. La corriente tierna surge de una mutación de
la sensual.

El Narcisismo
Vayamos ahora hacia ese otro registro del amor que se constituye como
un escenario privilegiado para hacer inteligibles muchos de sus secre-
186
Jaime de León de la Mora

tos. Me refiero al narcisismo. ¿No es el de Narciso, acaso, el mito del


origen del amor? ““El enamorado es un narcisista que tiene objeto”” afir-
ma Kristeva.
Se inviste el propio sujeto, se ama a sí mismo, se inviste a los objetos,
se ama a los objetos. Es un eterno vaivén que alcanza extremos de oposi-
ción, que clama por una solución dialéctica. Uno puede llegar a amar a
otros sin dejar de amarse a sí. He ahí un equilibrio constantemente inten-
tado. Los límites son enfermedad. ““Un fuerte egoísmo preserva de enfer-
mar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y
por fuerza enfermará si como consecuencia de una frustración no puede
amar””, diría Freud.
Libido del yo, libido de objeto, son las nuevas premisas del amor.
““El estado de enamoramiento se nos aparece como la fase superior del
desarrollo que alcanza la segunda (la libido de objeto); la concebimos
como una resignación de la personalidad propia en favor de la investi-
dura de objeto (...).””
De acuerdo a esta fórmula, Freud concibe al amor como la coloca-
ción de la libido, sustraída del yo, en un objeto, o, como lo repitiría más
adelante, ““el enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica
sobre el objeto””. Reitera permanentemente esta explicación del amor por
la sexualidad, incluso en ““Pulsiones y destinos de pulsión”” la extrema
en una fórmula muy reduccionista. ““De vernos precisados, podríamos
decir que una pulsión 'ama' al objeto al cual aspira para su satisfacción
(...)”” Pero en esta, misma obra afirma que el ““(...) Amor es la expresión de
la aspiración sexual como un todo (...)””. ¿Qué abarca ese ““todo””? Desde
luego hace intervenir a otro elemento que' está de siempre en la base del
movimiento pulsional, la consecución del placer.
““La palabra 'amar' se instala entonces, cada vez más en la esfera
del puro vínculo del placer””, dirá. Pero además, esa ““aspiración sexual
como un todo”” implica la síntesis cumplida, la integración y subordina-
ción de las pulsiones parciales.
¿Se queda ahí Freud?, no, y aclaro aquí que es él quien involucra en
este proceso al yo-total y no Klein, como algunos afirman ““(...) caemos en
cuenta que los vínculos de amor y odio no son aplicables a las relaciones
de las pulsiones con sus objetos, sino que están reservados a las relacio-
nes del yo-total con los suyos””.

187
psicología

El Yo
Amplía así Freud, de un golpe, todas sus consideraciones previas sobre
el amor. Y esto es inevitable. El yo se constituye, inicialmente, con base en
las identificaciones primarias, las cuales se establecen, con los objetos
que satisfacen las necesidades primordiales; cabría decir, según lo ya
señalado, con los objetos que se aman tiernamente. Con posterioridad se
agregan las identificaciones secundarias con los objetos que se aman de
manera plena esto es, tierna y sensualmente.

El amor está en el origen del yo


En ““Psicología de las Masas y Análisis del Yo””, matiza y precisa el sig-
nificado del vocablo amor sin apartarse de la concepción original de sus
dos corrientes constitutivas. Ello da pie para considerar, por vez prime-
ra, la ventaja funcional que se deriva del desarrollo social como una
forma de presión selectiva a favor de la sobrevivencia de la especie.
Allí especifica que ““en una serie de casos, el enamoramiento no es
más que una investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales con
el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa, lograda la cual se extin-
gue (...)””. Este sería el amor sensual o amor ““terreno””. El otro sería el
amor no sensual, de meta inhibida, al que también denomina ““celestial””,
y es el que permite medir el grado dee enamoramiento. A diferencia del
primero es más estable y permanente, en virtud de que no es susceptible
de una satisfacción plena, razón por la cual no se agota fácilmente. Los
sentimientos tiernos que lo representan ““(...) son particularmente aptos
para crear ligazones duraderas (...)””.
El hombre, debido a las grandes deficiencias que comporta, en com-
paración con otros animales menos evolucionados, se vio obligado a
desarrollar a un nivel sin precedente la vida social para posibilitar su
existencia. Las parejas requerían de un vínculo permanente, que no se
agotara con la satisfacción del deseo, para poder enfrentar la crianza y
demás demandas vitales de la especie.
La madre necesitaba desarrollar un sentimiento que la ligara fuer-
temente a su cría, mínimamente durante el largo periodo de indefensión,
para asegurar su sobrevivencia. Los hombres en conjunto, requerían ge-
nerar sentimientos que los unieran y contrarrestaran la agresión que los
separaba, con el fin de lograr la organización fundamental que les per-
mitiera enfrentar las demandas perentorias imposibles de cumplir en
forma aislada.
188
Jaime de León de la Mora

Sólo el amor tierno y sus derivados o variantes podrían cumplir con


estos cometidos. Es por ello quizá, por su alto valor de sobrevivencia, que
ha sido promovido intensamente en todas las épocas desde el inicio de
la humanidad.
No así el amor sensual, que al lograr descagarse tiende a extinguir-
se por periodos de duración variable. Se tiene que considerar también
que el amor sensual es disruptivo, propicia rivalidades y luchas que
pueden llevar a enfrentamientos entre los individuos, de forma que ame-
nazan la necesaria integración y colaboración. Es por ello, posiblemente
——entre otras razones—— que se le proscribe con rigor inicialmente a tra-
vés de las estructuras elementales del parentesco. Se favorece así, la unión
de los grupos y, al mismo tiempo, se impulsa la apertura al intercambio
y a otras formas de relación con grupos externos, propiciándose de esta
manera el desarrollo social tan fundamental.
Son ventajas grandes, aunque necesariamente traen aparejadas no
pocas desventajas para la constitución armónica del individuo, pues
éste se verá obligado muy tempranamente a renunciar a su objeto de
amor primordial, y a disociar en consecuencia, las dos corrientes del
amor, lo que más tarde repercutirá en una extendida dificultad para su
integración plena en un mismo objeto.
Veremos más adelante que no exclusivamente en el individuo con-
creto, sino en grupos específicos de épocas y culturas diferentes, se ha
promovido la orientación de cada una de ellas a objetos diversos, segu-
ramente también por razones de conveniencia para el sistema.
Otra ventaja funcional que encuentra Freud en el fortalecimiento de
los sentimientos tiernos tiene que ver con la prevención de la neurosis.
Esta ““aparece donde quiera que el pasaje de las pulsiones sexuales di-
rectas a las de meta inhibida no se ha consumado felizmente, y responde
a un conflicto entre las pulsiones acogidas en el yo, que han recorrido
aquel desarrollo, y las partes de las mismas pulsiones que, desde lo in-
consciente reprimido aspiran ——lo mismo que otras mociones pulsionales
cabalmente reprimidas——, a su satisfacción directa””.

Amor y muerte
Considero ahora, otro elemento importante que se presenta siempre in-
disolublemente unido al amor. Tanto en la literatura universal como en
la percepción que singularmente tenemos de éste, lo encontramos de
manera irremediable, aparejado al sufrimiento.
189
psicología

El amor feliz no es tema de poetas ni de literatos. Los viejos sabios


previenen contra él por lo que saben de su destino. Probablemente sólo
una ilusión enraizada en los deseos de la infancia puede hacer encon-
trar la felicidad en ese sentimiento.
Este destino, que en no pocas ocasiones llega a ser trágico, solamen-
te puede esclarecerse por la intervención de la pulsión de destrucción, de
muerte.
Las dos clases de pulsiones, vida y muerte, se hacen presentes des-
de el origen y, en la vida afectiva, toman la forma de amor y odio. ““(...) el
odio no sólo es, con inesperada regularidad, el acompañante del amor
(ambivalencia), no sólo es hartas veces su precursor en los vínculos entre
los seres humanos sino también que, en las más diversas circunstancias,
el odio se muda en amor y el amor en odio (...)””. Con esta aseveración,
Freud abre el camino que conduce al esclarecimiento de la desventura
del amor.
Y, es que, desde el inicio las dos pulsiones operan cada una para
cumplir su destino opuesto. Se mezclan, entonces, para neutralizarse,
pero no se anulan. Eros se confunde con la destrucción para orientarla
fuera del individuo y evitar su autoaniquilamiento y, a partir de ese
momento, actuarán conjuntamente sobre los mismos objetos, dominan-
do en momentos una, en otros la otra.
La desmezcla de las pulsiones, en sus distintos grados, será la res-
ponsable de la intensidad con la que actúe la destrucción liberada, por
así decirlo, de su control.
Desde esta perspectiva, podemos considerar al amor como el in-
tento repetido ——a veces compulsivamente—— de la superación de la
muerte. El amante se aferra a su objeto, o lo substituye frecuentemente,
para negar su destino; para eternizarse a través de un vínculo que le
crea la sensación de plenitud; pero la trampa oculta no deja de hacerse
presente muy pronto, en esa misma realización encuentra la muerte, en
la ruptura.
A este respecto, nos dice Caruso: ““El problema de la separación es
el problema de la muerte entre los vivos. La separación es la irrupción de
la muerte en la conciencia humana ——no en forma 'figurada', sino de
manera concreta y literal. La separación puede convertirse en un 'escán-
dalo' superior al producido por la muerte física, porque ——para salva-
guardar la supervivencia—— da muerte a la conciencia de un viviente en
un viviente””.

190
Jaime de León de la Mora

““(...) Es la muerte en la conciencia ——en la propia y en la del otro—— y


la muerte de la conciencia””.
La separación, la pérdida del objeto amado ¿no es un destino inevi-
table en la relación amorosa? Retomando algo que ya dije en otra oportu-
nidad, ““se hace evidente que nuestra existencia está signada por la
separación, por la pérdida de los objetos de nuestros deseos. Perdemos el
pecho, la madre, el padre... ¿Cómo sobreponer este destino si, por la es-
tructura misma del deseo, lo que alcanzamos nunca es lo que deseamos
y por ello cada vez resignificamos las pérdidas originarias?
““La pareja se convierte así en el vehículo de objetivaciones de otros
tiempos y espacios. Se pretende como la posibilidad de concreción de
aquello que no se puede sostener ligado sólo a los objetos internos; es la
escena en la que se juegan temas de otro lugar””.
¿Y los amores que no culminan con la separación? ““Es la organiza-
ción pulsional fundamental en la cual se oponen y conjugan dialéctica-
mente las tendencias básicas vida y muerte, el modelo y la matriz en los
que se resolverán los avatares de estas relaciones, a través de diversas
dualidades antitéticas: amor-odio, idealización-desencanto, cercanía-
distancia, admiración-desprecio, encuentro-desencuentro, deseo-indife-
rencia, etc.””
Estas relaciones permanentes procuran constantes percepciones
de muerte: la ausencia, la anticipación de la pérdida, el conflicto frecuen-
te, el engaño, el lento y paulatino agotamiento del deseo, la desilusión, el
deterioro de la sobreestimación. Todo ello confluye para degradar la sen-
sación de plenitud vital protectora y negadora de la muerte. Todo ello
lleva al dolor intenso y al sufrimiento insoportable, en los que se hacen
patentes destrucción y muerte.

Algo de la Historia
En la vida de la humanidad, el amor, ya en alguna de sus expresiones, ya
en alguno o algunos de sus elementos intervinientes (sujeto, objeto, acto,
momento) se ha visto sojuzgado, reglamentado, castigado, limitado, se-
gún las épocas y las culturas.
La prohibición del incesto desde los orígenes mismos, piedra angu-
lar en la posibilidad de la civilización, ha sido la primera, y seguramente
la más trascendente de las interdicciones. No obstante, en una medida
importante, a partir de ella se inicia el desprendimiento de la humani-
dad de la vida regida por la inmediatez.
191
psicología

En los primates no humanos, se sabe ahora, el precaverse del inces-


to, cuando éste es el caso, obedece a mecanismos puramente fortuitos, no
hay ley; en el hombre, en cambio, la inaugura.
Con el tiempo, se ha ido agregando una amplia gama de coerciones
a la expresión del amor. Sobre la Época Clásica, por ejemplo, sería caer
en el error el suponer que la permisividad era casi absoluta. Cierto que la
Erótica emanada de los filósofos y los médicos que marcaba las directri-
ces, seguramente no coincidía puntualmente con la práctica cotidiana;
pero, aun así, se establecían claramente los paradigmas a seguir.
Entonces, se promovía una ascesis rigurosa en el ámbito de los
deseos y los placeres; la templanza, la austeridad, eran postuladas como
el estado al que debería aspirar todo hombre digno. Los excesos y las
indiscriminaciones eran reprobados porque desbordaban la posibilidad
de control y porque, necesariamente, acarrearían perjuicios a la salud, a
la libertad, a la ética y a la moral.
La vida de templanza para Platón es una existencia ““benigna ante
todos los ojos, con dolores tranquilos, placeres tranquilos, deseos dulces
y amores sin furor...””
La pasión, por lo mismo, no era bien vista, mediante una serie de
técnicas y estrategias se la evitaba.
Se demandaba una necesidad permanente de control, dominio,
atemperamiento, haciendo eco a una moral derivada de una estética de
la existencia.
No es que se descalificara la sexualidad por considerarla en sí mis-
ma o por naturaleza, mala, sino que se trataba de moderarla y sujetarla a
un régimen que contemplaba la salud, la inquietud por la progenie, el
dominio de sí mismo y el objeto del deseo como lo que se debería cuidar
y preservar.
Además de la templanza, y quizá más significativa aún, otra cuali-
dad caracterizaba a la aphrodisia, la actividad. Lo más condenable y des-
honroso a los ojos de los griegos, era la asunción de una posición pasiva
(recuérdese que se trataba de una Erótica hecha por hombres para hom-
bres).
De acuerdo con Foucault, se establecía un ““isomorfismo entre la
relación sexual y la relacion social (...) La relación sexual ——siempre pen-
sada a partir del acto-modelo de la penetración y de una polaridad que
opone actividad y pasividad—— es percibida como del mismo tipo que la
relación entre superior e inferior, el que domina y el que es dominado, el
que somete y el que es sometido, el que vence y el que es vencido (...)””.
192
Jaime de León de la Mora

Ello nos permite captar el lugar que ocupaba la mujer en la relación


de pareja, y en la vida social en general. Su pretendida pasividad, marca
una inferioridad de naturaleza y de condición. El célebre aforismo de
Demóstenes lo ilustra: ““Las cortesanas existen para el placler, las concu-
binas, para los cuidados cotidianos; las esposas para tener una descen-
dencia legítima y una fiel guardiana del hogar””.
Concepción que varios siglos después, en la Alemania nazi sería
ampliada con las famosas tres K, imponiéndola como modelo paradig-
mático del estatuto femenino: Kuche, Kirche, Kinder.
Se desprende de lo anterior que el amor y la sexualidad circulaban
preferentemente fuera del matrimonio, y que, en forma privilegiada se
orientaran hacia los jóvenes, quienes en su condición de hombres ocu-
paban una posición superior a la de las mujeres. Pero, precisamente
porque algún día serían ciudadanos libres, tendrían que ser cuidadosos
mediante una serie amplia de interdicciones que limitaban mucho las
posibilidades de posesión y satisfacción.
Se llegó a considerar que el verdadero amor era el que se profesaba
a ellos. Pero, claro, se ponderaba el amor del alma sobre el del cuerpo y al
logro de este ideal iban encaminadas las reflexiones de los filósofos y
moralistas.
El amor se ligaba a la belleza y a la verdad. Mediante una cadena de
desplazamientos y generalizaciones se llegaba a la sublimación de los
deseos, ““de un bello cuerpo, hacia los bellos cuerpos (...) y luego de éstos
hacia las almas, más tarde hacia lo que hay de bello en las ocupaciones””.
Tuvieron que pasar varios siglos para que Eros recobrara la impor-
tancia que tuvo en la Epoca Clásica. En el siglo XII se inicia esa irrupción
con el amor cortés, que resulta, a fin de cuentas, una variante del amor
platónico. Tanto el caballero bretón como el trovador meridional de ese
tiempo, cultivan la intensidad de su amor en función de la renuncia. Las
leyes de la ““cortesía”” limitan, posponen y, más aún, impiden la realiza-
ción del deseo. Cuando ésta se logra surge la tragedia. Probablemente
sea el Quijote la síntesis más acabada de ese ideal. Su amor tan místico,
abstracto y despegado de una posibilidad concreta, se juega sólo en el
plano de lo imaginario.
El tiempo y el espacio para esta exposición se agotan y queda tanto
por decir. Mucho, muchísimo habrá que indagar, dilucidar y explicar
sobre el tema para lograr una comprensión de mayor certidumbre.
Quise solamente destacar, sintéticamente, algunos de los elemen-
tos constitutivos de la compleja naturaleza del amor y con mayor breve-
193
psicología

dad todavía, ilustrar el hecho que, aún en sus periodos de esplendor,


paralelamente a su decantamiento ——y quizá en virtud de él——, se ha
intentado con porfía desde diversos lugares de influencia y/o poder:
reorientar, convertir, sujetar y hasta anular ese poderoso sentimiento, a
la vez tan anhelado y temido.

194
Luis González de Alba

Amor y diferencias

Luis González de Alba

E
l planteamiento sobre el amor en los tiempos de la democracia se
basa en que, para hacer efectiva la democracia, sea en el amor o
en la política, es indispensable asumir las diferencias. Esto, que
se sabe muy bien en política (pregúntenselo a los partidos de oposición)
no está tan claro en el amor. Hombres y mujeres somos diferentes en
muchos aspectos importantes. Asumámoslo para amarnos a pesar de
las diferencias y poder ser iguales en otros sentidos.
Creo que las grandes diferencias entre el amor heterosexual y el
amor homosexual proceden precisamente de estas diferencias entre los
sexos. Un ejemplo ilustrativo es el cortejo, que es exigencia de las hem-
bras (incluida la humana). Recuerden ustedes, el cortejo es la exigencia
de la hembra a que el macho haga algo antes de que aquello ocurra.
Dependiendo de la especie, la hembra plantea cortejos muy distintos; si
se trata de alces, la hembra exige: acaba con estos diez que están aquí; si
se trata de faisanes argos, la hembra pide: enséñame las alas, y ella ob-
serva de las alas solamente las plumas remeras y el que las tiene más
largas es el elegido. Eso es el cortejo en las especies no humanas.
La hembra humana también exige cortejo, como lo saben muy bien
todos los aquí presentes que han tenido que pagar, al menos, una coca
cola. La hembra pone los requisitos porque para ella la inversión de
economía orgánica en la reproducción es mayor que en el macho. Porque
él no tiene ningún requisito, es que se da la falta de cortejo entre machos
humanos.
Paso a afirmar, y luego a demostrar en la medida de lo posible, que sí
existe una naturaleza o esencia femenina y otra masculina. La diferencia
está presente tanto en lo anatómico (lo cual es obvio) y lo fisiológico (tam-
bién lo es) como en lo cognitivo y lo psicológico (lo cual es preciso demos-
trar). Las diferencias no hacen a un sexo superior al otro, salvo en aspectos
circulares y autorreferenciales. Por ejemplo, los hombres tienen mejores
bigotes que las mujeres y éstas tienen mejores senos que los hombres.
195
psicología

Los hombres, como sexo socialmente dominante, han valorado todo


lo que les es propio como superior a lo femenino. Y valoran todo, lo
importante y lo superficial. Vean si no cómo, hasta los pasatiempos que
son más típicos de hombres, son vistos como más serios que los realiza-
dos por mujeres. Por ejemplo, no entiendo por qué, salvo por esta valora-
ción masculina, el dominó, muy jugado por hombres y mucho menos por
mujeres, es considerado un pasatiempo más serio, al que se le dedica
más tiempo de estudio, referencias en los diarios, etcétera, que a otros
juegos, igualmente arbitrarios, que realizan las mujeres, como la canasta
uruguaya. No son más que dos juegos, pero las mujeres que juegan ca-
nasta son vistas como viejas flojas y canasteras y los hombres que juegan
dominó son valorados como sesudos e inteligentes, casi se diría que son
unos matemáticos que exhiben su profunda capacidad. Estos dos juegos
de salón están divididos con valores tan distintos porque uno lo juega el
sexo dominante.
Así como han hecho con los juegos, los hombres han hecho con
todo el mundo. Los hombres han construido el mundo a su imagen y
semejanza: la política y la religión, la ciencia y el arte. La sociedad y el
ejército están construidos según la manera de pensar de los hombres.
Por lo pronto, cuando una mujer ocupa un espacio tradicionalmente
masculino debe actuar, a su pesar, según los esquemas de los hombres
que lo diseñaron. No se feminiza la presidencia de la República, diga-
mos, ni la gerencia de un consorcio porque las ocupen mujeres; más bien
se masculinizan la presidenta y la gerenta.
Son muchos los elementos que permiten sostener la existencia de
dos psicologías, de dos formas de ver el mundo, de dos tipos de procesos
cognitivos o de conocimiento de la realidad, uno masculino y otro feme-
nino. Hoy solamente voy a hacer referencia a uno muy sencillo: el depor-
te. No sé si se habrán preguntado ustedes por qué los grupos feministas
no han exigido que desaparezcan de los juegos olímpicos las horribles y
sexistas diferencias entre hombres y mujeres. Tal vez alguna feminista lo
haya planteado, pero no es una demanda feminista internacional que se
elimine la diferencia de categorías masculinas y femeninas. ¿Por qué
nadie pide que hombres y mujeres corran juntos, levanten pesas juntos,
salten garrocha juntos? Pregúntense por qué.
Segunda cuestión. ¿Por qué el comité olímpico realiza pruebas de
sexo cromosómico a las atletas mujeres, pero no a los atletas hombres?
Esta prueba tiene como finalidad detectar a un hombre cromosómico que

196
Luis González de Alba

teniendo una apariencia un tanto femenina, se cuele a la categoría fe-


menina para correr o saltar con las mujeres. A los hombres no se les hace
la prueba de sexo cromosómico. Al comité olímpico no le importa en
absoluto que una mujer quiera competir con los hombres. Puede hacerlo.
Lo que no se permite es que un hombre participe en la categoría femeni-
na. Esta prueba cromosómica se exige porque sería fácil para algunos
hombres hacerse pasar por mujeres, no tanto porque ellos tengan un
aspecto particularmente femenino, sino porque usualmente las grandes
atletas de carrera de obstáculos, de maratón, de salto con garrocha, tie-
nen una conformación que se considera masculina. Esto es, generalmen-
te son de cadera más estrecha y senos poco abundantes.
Así como los hombres han construido la política, la religión, el arte,
la ciencia, en fin, la sociedad entera, a su imagen y semejanza, igual han
hecho con el deporte. Los hombres han hecho los deportes como una
prueba de los límites del cuerpo masculino. Habría pruebas en donde
las mujeres tendrían ventaja, pero no han sido desarrolladas porque los
hombres, como sexo dominante, no han tenido interés en desarrollar
algo donde van a perder. Es bien conocida la diferencia que existe en la
forma de expresión de la energía en hombres y mujeres. En ellos se expre-
sa de manera instantánea, rápida, y se agota pronto; en ellas, se expresa
de manera lenta, prolongada, y no se agota pronto. Las mujeres tienen,
como todos hemos observado, mayor reserva energética que se acumula
en lugares propicios del cuerpo en forma de grasa. Precisamente la grasa
es para dar una mayor resistencia al sexo que, de los dos, es el menos
sustituible. Por el papel que tienen en la reproducción los machos son
sustituíbles, las hembras no. Hembra perdida es cría no nacida; en cam-
bio un macho muerto puede ser sustituido fácilmente por otro.
Bien, el deporte es una investigación sobre los límites del cuerpo y,
como todas las investigaciones realizadas en las fronteras de lo desco-
nocido, trae peligros: desde tobillos luxados y huesos rotos hasta cuer-
pos destruidos y muerte. Freud sostiene que el deporte posee un
componente autoerótico que sustituye el placer sexual por el placer de
movimiento. El deporte implica, pues, un análisis y una reflexión sobre
lo que somos. Pero nada más sobre lo que somos los hombres, ya que
todos los deprotes están hechos a la medida del cuerpo masculino. Como
son hechos por y para los hombres, no existe uno solo donde sea ventaja
tener las caderas anchas o pechos prominentes. Por esta misma razón
las mejores atletas mujeres son las que, de entrada, poseen una anatomía

197
psicología

próxima a la masculina. Y exactamente por lo mismo siempre existen


categorías femeniles y nadie protesta por ellas. Es preciso evitar la com-
petencia desventajosa de los hombres.
Pero que no existan deportes en los que se investigue aquello que es
propio y particular del cuerpo femenino de ninguna manera significa que
no pueda haberlos. No se han creado simplemente porque esa demanda
no podría venir más que de las propias mujeres (por eso yo no creo en los
feministas) y éstas han visto impedido su desarrollo en muchos ámbitos
por parte del sexo dominante. No ha sido la falta de participación femeni-
na, que hoy hasta se alienta, la que ha coartado la creación de deportes
típicamente femeninos. En muchos países, como la Unión Soviética, se
toma desde muy pequeñas a las jovencitas y se les entrena y alienta, pero
en deportes hechos para hombres. Es la dominancia masculina la que ha
coartado la creación de deportes típicamente femeninos, esto es, aquellos
en los que las mujeres tendrían ventaja sobre los hombres.
Como los cuerpos de cada sexo son tan diferentes, esto le da a las
mujeres una desventaja de inicio, un handicap, pues el deporte es en
buena medida, mecánica: un asunto que se puede medir en términos de
palancas, resistencias y puntos de apoyo. Jamás un corredor de piernas
cortas le ganará a uno que las tenga más largas. Nunca un hombre de
piernas delgadas podrá levantar grandes pesos, etcétera. Otro tanto le
ocurre a las mujeres, si no consideramos sus anatomías y fisiologías.
Pero hay un deporte en el cual podemos imaginar que las mujeres
tendrían ventaja por sus características fisiológicas. Recordemos que los
hombres gastan su energía a tasas más altas que las mujeres, pero que les
dura menos. Esto es, son capaces de grandes esfuerzos siempre y cuando
no sea preciso mantenerlos mucho tiempo. En cambio, el cuerpo femeni-
no está dotado de mayores y mejores depósitos de aquellos elementos
que se procesan para producir energía. Esto quiere decir que si hubiera
una carrera de resistencia, en la que no importara llegar primero, sino
llegar después de un prolongado esfuerzo, serían más las mujeres que
alcanzarían la meta que los hombres. No es el caso de la carrera de
maratón, calculada en el límite de la resistencia masculina, pero domi-
nada por la velocidad. El maratón localiza el punto de balance para el
cuerpo masculino.
Con este ejemplo del deporte hemos podido ver cómo los hombres
construyen todo a su propia medida. Esto no es, a mi juicio, un acto de
maldad, sino un reflejo simple y llano como el de acomodar el asiento
cuando nos subimos a un coche y lo ponemos de acuerdo al largo de
198
Luis González de Alba

nuestras piernas. Así se han hecho las cosas, tanto los objetos como las
instituciones. Y las diferencias entre hombres y mujeres también se expre-
san en cómo ven el mundo, cómo conocen el mundo y, por lo tanto, cómo
investigan el mundo (y de ahí vienen la religión, el arte y la ciencia).
Una diferencia importante entre hombres y mujeres es la asimetría
cerebral. Las dos mitades que conforman el cerebro, llamadas hemisfe-
rios, no funcionan al unísono. Esto se sabe hace tiempo y se conoce como
asimetría cerebral. También se sabe que dicha asimetría es más marcada
en los hombres. Janet Mc Glone revisó 33 reportes experimentales en
Behavioral and Brain Sciencies y concluye: ““en los últimos veinte años
han aparecido reportes sobre diferencias sexuales en el grado de espe-
cialización hemisférica. Hay una acumulación de evidencia que sugiere
que el cerebro masculino está más asimétricamente organizado que el
femenino.”” Nuestro hemisferio cerebral derecho analiza las relaciones
espaciales mientras que el izquierdo se especializa en los procesos ver-
bales. Ambos están interconectados por medio de una estructura llama-
da cuerpo calloso y es probable que estas conexiones sean más
abundantes en las mujeres. También los zurdos poseen esta ventaja, sos-
tiene la psicóloga Sandra Witelson, de la universidad Mac Master de
Canadá. Francesca Simon, del Instituto de Psicología de Roma, reporta
en Perceptual and Motor Skills diferencias relacionadas con el sexo en las
asimetrías hemisféricas al procesar figuras geométricas simples. Nora
Newcombe, Judith Semon, Pamela Cole, publican en Neuropsychologia 19
(5) ——noten que todas son mujeres—— que los electroencefalogramas mues-
tran asimetría en los hombres y homogeneidad en las mujeres. Barbara
Page y Linda Martin en el Journal of Social Psychology revisaron datos
etnográficos de ochenta y ocho sociedades preindustriales de Africa,
Asia, Oceanía y Norteamérica. La hipótesis de que las niñas son más
fácilmente educadas que los niños en las normas sociales apareció fuer-
temente apoyada como un resultado de su temprana ventaja verbal, de-
bida ésta a la lateralización cerebral diferente.
No sé si las madres aquí presentes hayan observado que sus niñas
hablan más pronto y mejor que sus niños. El decir gua-guá, pu-pú, y
demás son tonterías de los niños. Las niñas muy pocas veces empiezan
a hablar así; hablan y ya. Está ampliamente documentado que las niñas
aprenden a hablar antes que los niños. Bonnie Burstein sostiene en Human
Development: ““Muchachas y mujeres alcanzan mejores puntajes en habi-
lidades verbales mientras muchachos y hombres los tienen en habilida-
des espaciales””. Claro que inmediatamente los valores masculinos las
199
psicología

califican no como capaces, sino como argüenderas. ¿Ven? esa es la ma-


nera masculina de interpretar la ventaja verbal. Si la ciencia médica (que
es masculina) dictaminara que es mejor tener un cerebro asimétrico que
homogéneo estaría imponiendo un valor masculino. Y si nuestras inves-
tigadoras mujeres aceptaran la valoración masculina se meterían en el
lío de probar que el cerebro del hombre no es tan asimétrico o que el de las
mujeres es tan asimétrico. En vez de negar la evidencia científica lo que
hay que hacer es rechazar la valoración masculina de la diferencia. Con-
tinuando por esta vía nos podríamos preguntar si la mayor afluencia de
mujeres a carreras humanistas se debe al mayor empleo de habilidades
verbales en estas carreras. La hipótesis tradicional es que las carreras
humanistas son inferiores a las científicas y por esa razón los hombres
se las dejan a las mujeres. Ya de entrada suponer que el humanismo es
inferior me resulta aberrante.
La editorial de MIT publicó un volumen basado en la sesión de
trabajo del programa para la investigación de las neurociencias donde
se intenta una explicación de las diferencias arriba mencionadas. El li-
bro, precioso y muy bien editado, se llama The Sexual Differentiation of the
Brain y contiene una hipótesis (que no les va a gustar) que se llamó hipó-
tesis organizacional. Brevemente explicada ésta diría: en los mamíferos
hay cerebros masculinos y femeninos. Los primeros se organizan a par-
tir de la aparición de ciertos mensajeros químicos, que también organi-
zan los órganos reproductivos masculinos. Si impedimos la producción
de estos mensajeros químicos, el cerebro y los órganos sexuales de un
macho se organizarán de acuerdo a un patrón femenino. En cambio, si
hacemos lo mismo con una hembra, su cerebro y órganos sexuales segui-
rán siendo femeninos.
Bien, así como la testosterona indica con su aparición el momento
de dotar al feto de órganos sexuales masculinos y de esta manera se pone
en práctica el mensaje de los genes, también orquesta importantes dife-
rencias en la organización cerebral. Una estructura localizada en la base
del cerebro, cuya diferenciación depende sustancialmente de los
andrógenos y hormonas masculinas es el hipotálamo. Y, de nuevo, así
como el desarrollo de los genitales femeninos no requiere de un mensaje-
ro químico específico y se produce hasta en la completa ausencia de
ovarios, así la organización femenina del hipotálamo tampoco requiere
de órdenes producidas hormonalmente. En el macho, en cambio, el men-
saje contenido en los genes no es suficiente; requiere de un transmisor
químico y además, debe darse en cierto periodo, que varía según las
200
Luis González de Alba

especies, pero que no permite errores. Si falla, el resultado no será una


malformación, sino una organización femenina del macho genético. Un
macho cromosómico tendrá apariencia de hembra. Parece, pues, como si
existiera un ““cauce”” femenino que se expresa en ausencia de las condi-
ciones virilizantes.
El hipotálamo, recordemos, regula tanto la conducta sexual como
las expresiones de cólera o de ira, por lo cual no debe asombrarnos que
una parte de la conducta de cortejo del macho sea indiscernible de la
conducta agresiva de dominación. Pensemos también cómo en nosotros
hay mucho de esa combinación, sin que esta afirmación busque jusfiticar
la violencia, sino observar estas posibles fuentes y quizás a partir de eso
remediarla. Dejemos pues planteado que poseemos diferencias notorias
en el hipotálamo.
La ideología de derecha pretende que las mujeres son inferiores al
hombre. La ideología de izquierda, en cambio, supone que son iguales.
Como toda ideología que se respeta ambas ignoran los hechos y hasta la
anatomía. Sara Blaffer, socióloga y feminista, autora de The Woman that
Never Evolved (La mujer que nunca evolucionó), dice: ““Se piensa a veces
que la biología ha trabajado contra la mujer. Algunos supuestos sobre la
naturaleza biológica de hombres y mujeres han sido usados frecuente-
mente para justificar roles femeninos sometidos a inferiores. Las femi-
nistas, en particular, se revelan ante la idea de buscar en la ciencia de la
biología información de qué luz sobre la naturaleza humana””.
Regresando a mi planteamiento inicial sostengo la necesidad de
reconocer las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Creo que
nuestra lucha contra el seximos debería implicar una transformación
femenina al mundo masculino, y no una asimilación. Que la mujer modi-
ficara el mundo masculino sería una verdadera aportación. Hasta el
momento lo que vemos es lo contrario: cuando las mujeres llegan al ám-
bito masculino, se masculinizan: cuando son primeras ministras, son
como Margaret Thatcher, más macha que cualquier otro. Yo diría que la
silla modela a quien se sienta en ella. Una esperanza sería que las muje-
res modificaran este mundo horrible que hemos hecho los hombres y que
dejaran de decirnos que pueden ser tan violentas y tan agresivas como
nosotros.

201
psicología

Un enfoque psicoanalítico

Ma. Antonieta Torres Arias

H
ablar del amor en tiempos de democracia es admitir que se pue-
de hablar de una historia del amor, es decir, que el modo como
se aman dos seres depende en mucho de la época, del país y del
medio al que pertenecen. En la actualidad nadie se bate a muerte por
celos o infidelidad, el adulterio y el divorcio han cambiado de estatuto; el
matrimonio, a diferencia de los siglos precedentes, se realiza por amor.
Aunque para la mujer del siglo xx el amor signifique la libre elección de
la pareja, algo que permanece invariable es que no pierde de vista una de
las metas del matrimonio: poseer una casa y procrear familia. Cuando
por una u otra razón no puede casarse, es raro que renuncie a una unión
considerada por ella como la realización del amor.
Sin embargo, podemos pensar que si a algo ha llevado al hombre la
cultura actual es a escindir cada vez más el amor del deseo. Se da culto al
deseo de sí, a la mismidad, en todos los órdenes de discurso, lo que abre
cada vez más la brecha entre el amor y la sexualidad y más contradicto-
rio se muestra el concepto del amor. Problemática de la que no queda
exento el discurso psicoanalítico.
Pero ¿cómo y desde dónde definir al amor? Es una cuestión que ha
sido abordada por diversas disciplinas: la filosofía, la sociología, la his-
toria, la poética y el psicoanálisis. Este último, desde Freud, trata de dar
cuenta del amor como producto: por un lado, de la sublimación de la
pulsión sexual, es decir que sería una pulsión de meta inhibida, desviada
de su fin; el fin ya no es, entonces, la satisfacción sexual sino los senti-
mientos tiernos y amorosos. Por el otro, que la corriente tierna, a diferen-
cia de la sensual, es la primera y más antigua y que se origina en la infancia,
en los primeros años de vida y tiene por fundamento los intereses de la
pulsión de autoconservación. Se apoya en las personas que cuidan con
ternura al ““infans””, la cual no deja de poseer un carácter erótico.
Pero como consecuencia del dualismo pulsional, el amor está acom-
pañado por su contrario: el odio, como producto de la pulsión de des-
202
Ma. Antonieta Torres Arias

trucción. Es así que de entrada se plantea que toda relación con una
figura significativa para el sujeto es siempre y de entrada ambivalente
con predominio de un sentimiento o de otro. No solamente se ama y se
odia al mismo objeto, sino que es condición necesaria, dice Freud, que la
escisión que se produce entre la corriente tierna y la sensual logre una
conjunción hacia una persona para poder acceder a una vida amorosa
apenas refinada. También nos dice que cuando ellos aman no desean y
cuando desean no pueden amar; y añade: para ser en la vida amorosa
verdaderamente libre y, por consiguiente, feliz, es preciso haber supera-
do el respeto por la mujer y haberse familiarizado con la representación
del incesto con la madre o la hermana. Para Freud, esta conjunción ideal
de las dos corrientes es un imposible o, si llegara a cumplirse, lo haría de
manera imperfecta pues el sujeto no renuncia tan fácilmente a los objetos
infantiles investidos eróticamente durante la infancia.
En este mismo sentido el psicoanálisis contemporáneo, específica-
mente Lacan, plantea que la relación sexual no existe. Existe el acto sexual,
pero no la relación sexual desde la subjetividad. Pero entendamos que la
cópula sxual existe como necesidad de reproducción, de conservación
de la especie; pero el sujeto hablante, desprendido para siempre del or-
den de la pura satisfacción de la necesidad, puede tener acceso al acto
sexual que tiene otro sentido: la búsqueda de algo más allá de la simple
descarga corporal, la búsqueda del goce fálico, y el encuentro con el Otro
que le procure el goce. En otras palabras, lo que cada sujeto va a buscar
en el acto sexual es algo imposible, prohibido, perdido para siempre
desde su entrada en el mundo del lenguaje, porque el goce habla del Uno
totalizador de la célula narcisismo-madre fálica.
Cuando un otro se constituye en la razón y causa de deseo de un
sujeto, el acto sexual deja de ser la simple satisfacción de una necesidad,
ya que ese otro de la satisfacción pasa a ser tanto o más importante que lo
realmente necesitado. Es en este punto donde la necesidad se convierte
en demanda y toda demanda es demanda de amor. Todo sujeto deman-
da del otro que sea la razón y causa de su deseo, es decir, lo que desea es
el deseo del otro.
El punto donde la mujer y el hombre se encuentran es en la castra-
ción, como una dimensión omnipresente en las relaciones entre ambos,
la castración ——que evoca una falta—— es el paso obligado al amor, ya que
sólo se desea lo que no se es ni se tiene. Hay una barrera infranqueable
que se levanta en la relación amorosa; teatro de una apuesta. Ambos se
demandan algo: ella conocer la verdad de su propio sexo, la de esa au-
203
psicología

sencia que la ubica como incompleta en relación al hombre, buscando


completarse con él. Demanda, por tanto, una respuesta que atribuye al
hombre. El hombre le demanda a la mujer la verdad de los origenes de su
ser, a los que cree que ella tiene acceso. Es como si cada uno fuera depo-
sitario de un saber cuya posesión reclamara el otro.
Es en el juego del amor donde aparecen las promesas y donde uno
y otro creerán que esos dos que son podrán hacer uno. Lo que de imposi-
ble hay en el acto sexual; lo que falta, se sustituye con el amor.
Cuando Lacan dice que el amor es ““caridad””, ““mujer””, indica que
el rol del amor está designado como medio por el cual la muerte se une
con el goce. La relación del cuerpo y de la muerte está articulada por el
amor divino, de tal manera que haga, por un lado, que el cuerpo se con-
vierta en muerte y, por el otro, que la muerte se convierta en cuerpo. Esto
se realiza por medio del amor. Inversamente a este amor, está aquel que
se define en el registro imaginario como señuelo, trampa u objeto de
relleno y que no es más que una apariencia de éxito de haber alcanzado
la realización del deseo.
Si el amor llega a ser, dice Lacan, el medio por el que la muerte se
une al goce, el hombre a la mujer, el ser al saber, el amor no se define más
que como falla. Postulado como tal, el amor descansa sin embargo en
una relación que no alcanza a cumplirse plenamente.
La profundización de la distancia entre un hombre y una mujer
hace que éstos sean irreconciliables; la relación heterosexual se apoya en
un desconocimiento recíproco que los condena a estar exilados uno del
otro. Por ello, justamente es en la heterosexualidad donde lo imaginario
está más presente.
Marguerite Duras dice que la heterosexualidad es más peligrosa, es
allí donde uno se siente tentado a alcanzar la dualidad perfecta del de-
seo. En la heterosexualidad no hay solución. El hombre y la mujer son
irreconciliables, y es esta tentativa imposible y renovada en cada amor lo
que le da su grandeza.
El muro que separa los sexos, hace del amor algo solitario,
incomunicable. ¿Será de ahí la fascinación por las historias de amor, los
grandes mitos como el de Tristán e Isolda, por la versión de las teorías?
Cabe preguntarse si los amores modernos son más triviales, si hoy
en día no tenemos un discurso de amor porque nuestras relaciones se
basan en la satisfacción narcisista y en la idealización. No se trata de
establecer paralelismos entre determinada formación cultural y determi-
nado drama individual, señala Julia Kristeva; sino de intentar ——por
204
Ma. Antonieta Torres Arias

alusión y a distancia—— abrir la experiencia amorosa del ser que habla a


la compleja gama de su pasión imposible, incluidos el paraíso y el infier-
no. Sin negar el ideal, pero sin olvidar tampoco su precio.
Freud había pensado proponer como remedio al malestar en la cul-
tura, la relación amorosa, pero renunció a ello porque pensaba que, aun-
que el amor procura el sentimiento oceánico del narcisismo colmado,
nada hiere más que una ruptura amorosa que marca con heridas
imborrables la imagen del ideal.
El psicoanálisis no tiene más que decir, sólo tal vez pueda intentar
descifrar lo engañoso e imaginario del amor, de su imposibilidad. Sin
embargo, a pesar de los cambios profundos que alejan al siglo XX de los
precedentes, el amor triunfa allí justamente donde el narcisista se vacía
y la civilización se pervierte.

205
psicología

206
Josefina Aranda

ciencias sociales

207
ciencias sociales

208
Josefina Aranda

Opiniones sobre el amor y la democracia

Josefina Aranda

C
uando me invitaron al ciclo de conferencias El amor en los tiem-
pos de la democracia, y acepté participar, me quedé un poco con-
fundida y asustada. ¿Cómo se les ocurrió invitarme?, ¿de qué
hablaré?, ¿quién asistirá?, etcétera.
No sé muy bien, pero me parece que fui invitada a participar porque
hace unos años realicé una investigación sobre el tema del matrimonio
en una comunidad campesina, y en ese trabajo se revisa la construcción
social de la desigualdad genérica, partiendo de la idea de que el matri-
monio es una relación en donde se puede observar claramente la interac-
ción de las relaciones hombre-mujer, pues es considerado socialmente
(independientemente de la forma que adopte) ““la manera”” adecuada de
vivir durante la vida adulta.
Sin embargo, le daba vueltas y vueltas al tema del evento y me pre-
guntaba ¿y el matrimonio qué tendrá que ver con eso del amor y la demo-
cracia?, ¿cómo juntarlos? La única conclusión que me pareció
medianamente aceptable, aunque parcial en relación con el tema, fue
que el amor y el matrimonio no siguen siempre el mismo camino, y tam-
poco se oponen, pero definitivamente algo tienen que ver el uno con el
otro.
Me puse a leer algo sobre el asunto, pero lo único que encontraba
eran manuales de esos de la pareja feliz... o cómo triunfar en el matrimo-
nio, que me indicaban recetas más o menos complicadas sobre cómo
vivir cuando se casa uno o una. También revisé un interesante trabajo de
Paul Veyne, en donde plantea que la asociación entre amor y matrimonio
comienza más claramente con la era cristiana, a partir de la cual se reco-
mienda (cita a San Pablo) que los maridos amen a su mujer como su
propio cuerpo, y que las mujeres sean sumisas, como expresión del amor
conyugal.
Bajo esta perspectiva, pensé echarme un rollo sobre la influencia de
la tradición judeocristiana en las concepciones actuales de amor y ma-
209
ciencias sociales

trimonio, pero me seguía dando vueltas qué iba a decir sobre la democra-
cia; no sabía por dónde amarrarla.
Consideré que ninguno de los dos temas eran tratables ““en seco”” y
decidí que mi tarea era darles algún contenido. Comenzaron a surgir
adjetivos, artículos y verbos pertinentes, así como definiciones de los
conceptos. Finalmente, opté por dos cosas: limitar el asunto de la demo-
cracia a un espacio y tiempo definido a mi arbitrio, y preguntar sobre el
tema a un sector social, para comentar aquí los resultados.
Así, en el marco de una lucha social y política que pronto cumple
un decenio, y que reivindica explícitamente el derecho a la democracia
sindical; y aprovechando la etapa de movilización de los participantes
de esa lucha en la ciudad de Oaxaca, le pregunté a maestros y maestras
democráticos de la Sección XXII del SNTE qué opinaban sobre el amor y la
democracia.
¿Qué pregunté? Sin adjetivos y sin tiempos, les trasladé la misma
pregunta que yo me hacía: maestra(o) ¿para Ud. qué es el amor?, ¿para
ud. qué es la democracia?
¿A quiénes les pregunté? A más de 20 maestros en plantón, y como
en la variedad está el gusto, me acerqué a conocidos y desconocidos,
jóvenes y maduros, indígenas y mestizos, dirigentes y de base. Además,
más de la mitad de los interrogados fueron mujeres, porque hay más
maestras que maestros en el conjunto de la sección sindical, aunque no
en la dirección.
¿Qué me respondieron? Después de risitas y suspiros abiertos y
encubiertos, las respuestas a la primera pregunta se dirigieron a lo que
llamaré tres distintos tipos de concebir el amor.
En primer lugar, uno al que le coloqué el nombre ““amor de televi-
sión””. Caben aquí todas las contestaciones relacionadas con el amor en
el estilo a que nos ha acostumbrado (y continúa haciéndolo) la famosa
caja idiota: ““es querer a mi novio(a)””, ““es muy bonito””, ““es dar la vida
por el otro(a)””; en fin, es algo color de rosa.
En segundo término, está el amor ““a la manera de los Beatles””. Aquí
se hace referencia al amor como un ““sentimiento profundo””, ““que permi-
te que el mundo medio camine”” y que es la respuesta a los problemas que
nos aquejan: 'lo que se necesita es más amor””. También se agrupan aquí
las concepciones vinculadas a lo cotidiano, como son el sentimiento ha-
cia los hijos, o hacia la lucha, ya sea por sobrevivir o por obtener mejores
condiciones de vida, es decir, en ambos casos el ““amor a la vida””.

210
Josefina Aranda

Finalmente, etiqueté otras respuestas como el amor ““de locura”” o el


sexual. Entran en este tipo todos los conceptos del amor que aluden
directamente al enamoramiento y al amor entre dos personas. Por ejem-
plo, ““el amor es como el cristal de sus anteojos (se refiere a los míos); se ve
todo diferente cuando se los pone o quita. Igual, cuando se está enamora-
do de una persona todo cambia””, o también es ““la pasión por una mujer,
hacer de todo para estar siempre juntos””, etcétera.
Desde luego, cuando pregunté a maestras(os) conocidas(os) se de-
sató una plática más extensa sobre el tema, sobre el amor en el matrimo-
nio y fuera de él, sobre el hecho de que muchas parejas nuevas han
surgido durante las movilizaciones, etcétera.
Indiscutiblemente, en todos los tipos señalados hay similitudes y
diferencias, el ejercicio de clasificarlos sólo intenta demostrar que hay
diversos énfasis en las contestaciones de los entrevistados. En la gran
mayoría, la referencia obligada cuando se habla de amor, es la pareja,
pero también la vida es un concepto estrechamente ligado.
Si se distinguen las respuestas en función del sexo, la edad y el
origen de los entrevistados, encontramos que las contestaciones de las
mujeres se agruparon mayoritariamente en las dos primerass clasifica-
ciones, y las de los varones se refirieron en una alta proporción al tercer
tipo de respuestas. Aunque parezca contradictorio, las maestras habla-
ron mucho más de un amor ideal pero posible, y los hombres se ajusta-
ron al amor actual.
Mientras que en el grupo de las(os) maestras(os) más jóvenes se
hizo mayor referencia al amor ““de t.v.”” y al ““sexual””, entre los maduros
no se distinguió un tipo en especial.
En las respuestas de las(os) maestras(os) de origen indígena, en-
contré las concepciones más amplias ——el amor por los hijos, por la lu-
cha, a la vida——; por ello creo que pusieron mucho mayor énfasis en los
conceptos alrededor del amor al estilo de los Beatles, lo que no encontra-
mos en el grupo de origen mestizo.
La segunda pregunta (¿qué es la democracia?) también arrancó
suspiros a los entrevistados, pero además levantó gestos de coraje y re-
flexiones sobre el movimiento magisterial. Así, opinaron que la demo-
cracia ““es poder escoger y que se respete esa elección””, ““es el derecho que
tenemos de elegir a nuestros dirigentes””, ““es la manera de decidir quié-
nes serán los líderes o las autoridades, o cualquier del gobierno””, ““es que
decida la mayoría””, etcétera.

211
ciencias sociales

La concepción de democracia que arrojaron las distintas contesta-


ciones se centró en el hecho de considerarla como algo factible o posible,
pero no en sí misma, sino en la medida en que se lucha por ella.
Lo anterior se explica por el contexto en que se efectuaron las pre-
guntas; es decir, la noción de democracia está muy relacionada con la
lucha gremial y centrada en la idea de que hablar de democracia es tocar
el tema de la democracia sindical, porque a quienes cuestionamos fue a
un sector de maestras(os) movilizadas(os).
Sin embargo, la idea de democracia que manifestaron las(os)
maestras(os) se complementó también con su reflexión inmediata sobre
la forma de gobierno de las comunidades oaxaqueñas (especialmente las
pequeñas): la elección de autoridades en asambleas comunitarias, el res-
peto a las decisiones y acuerdos tomados en ellas, etcétera.
Así, la concepción de democracia que explicitaron constituye no
sólo una aspiración por la que luchan, sino también una práctica coti-
diana de las comunidades y, por lo tanto, una posibilidad concreta para
ejercer en su movimiento y demandar ““en todos los niveles de la socie-
dad””.
Las conclusiones sobre este leve intento por asomarnos a lo que un
sector de la población piensa respecto del amor y la democracia son
múltiples; las dejo en sus manos.

212
Hermann Bellinghausen

Amor versus democracia

Hermann Bellinghausen

A
travesamos una zona opaca de la así llamada transición; según
esto, ya no estamos donde estábamos y nos dirigimos quién sa-
be a dónde, un reino de lo posible donde habrá ——ya hay, casi,
dicen mucho—— democracia. En su añeja ruta hacia la democracia, los
mexicanos buscan un Santo Grial, andan en pos de su Itaca por vocación
histórica, pero como que no se les hace llegar ni muestran tantas ganas
de hacerlo. Una ligera demora, al ratito nos vamos, al fin que ya falta
poco.
Estas épocas de supuesto cambio tienden al relajamiento de las
coerciones sociales; muchos se deschongan y no a todos se los descuen-
tan por pasarse de lanza según el de la macana. Los campesinos, los
obreros, los adolescentes urbanos, los adultos ilustrados en edad de ra-
zón se rebelan, votan como se les pega la gana, se revientan y opinan en
voz alta sobre el país que se imaginan y no esta farsa que etcétera.
Y que lo personal es político no hace falta andarlo repitiendo: ya
todos lo saben y asumen. De manera similar, los paradigmas de la Revo-
lución Mexicana y la Revolución Ideal, por ejemplo, parecen ir a la baja;
de lo público a lo hormonal se buscan nuevos lenguajes, se intentan
cosas por las buenas aunque nunca falta uno que se deje ir a las patadas.
Computadoras en el buró diciendo buenos días con un banco de datos
que ni Alfonso Reyes en su respectiva materia, videos que sustituyen a
muchedumbres cuyo orden parece adocenamiento y luego fase superior
de la civilización, y todo para qué, para seguir enamorándose como co-
razones simples y pensar en el amor aun después de libradas y ganadas
las batallas del sexo. Se rumora que hubo una revolución sexual. Hoy,
con amor y sexo venden religión, perfumes y coca cola.
Algo tan primitivo como el amor (sexual o del otro) ¿tiene que ver
con la democracia? Muchos sostendrán que sí, sobre todo quienes han
sufrido marginación y sometimiento ——en su mayoría mujeres——: ““Una
democratización de las vidas privada y colectiva permitirá prácticas más
213
ciencias sociales

libres del amor””. No sé si sea cierto, pero al menos suena mejor que los
anteriores proyectos de porvenir para damas: macramé, modales y re-
postería.
La parte masculina de la patria, identificada con la gran escenogra-
fía del machismo, participa, no pocas veces de buena gana, de las conse-
cuencias del aliviane de sus antes bestias sometidas, mujeres que ahora
resultan compañeras o buenas enemigas.
Y así se siguen, mujeres y hombres, más o menos democráticos en
sus chambas y en sus camas, hasta que se encuentran de nuevo una
libertad que los asusta. La cosa no ha cambiado desde Adán y Eva: un vil
procedimiento antidemocrático.
La democracia clama por los límites. El amor, por naturaleza, pro-
cura brincarse las trancas, y sigue creyendo en la influencia de la luna 20
años después de que la pisaron los astronautas.
En el fondo, el amor y la democracia se desasemejan. La democracia
tiene medida, el amor no necesariamente; la democracia es asunto de
muchos (de todos), el amor se dirime entre pocas personas (casi siempre
poco más de una); la democracia tiene procedimientos y finalidad, el
amor no necesariamente. La democracia presupone escuchar a todos;
uno de los síntomas cardinales del amor es la sordera selectiva ——sólo
una voz cuenta.
En principio, el amor en una democracia socialista debía encontrar
climas favorables; lo mismo la prensa, las distracciones públicas, las
posibilidades de reunión, la impartición de justicia, los servicios que
ayudan a vivir sanos y salvos a los ciudadanos. No estamos en una
democracia socialista (¿quién lo está y en dónde?), ni siquiera en una
democracia a secas, pero el amor y sus entuertos se las arreglan para
sobrevivir a las culpas, las prohibiciones y el miedo. Pueden robarnos
urnas o salario, pero no la espiral del sueño, el deseo y los asientos
traseros de un Volkswagen, los besos robados y la noción innata de que
en alguna parte debe existir un paraíso.
El amor da una lección de humildad a la altiva democracia. A doña
democracia no le queda sino llegar, es una promesa por cumplir. Al
amor en cambio le quedan la reiteración y la fuga: el viaje de su horizonte
imaginario nunca es poca cosa.

214
Brígida García

Procreación y uso de anticonceptivos


en México

Brígida García

U
na de las principales contribuciones que puede hacer una
demógrafa a este ciclo sobre ““Amor en los tiempos de la demo-
cracia””, es transmitirles algunos resultados de investigación en
torno a la procreación, a la fecundidad de la población mexicana, que en
principio debería ser producto de un acto de amor. Hacia el final de esta
pequeña colaboración también quiero expresar algunas ideas sobre la
mortalidad, componente esencial de la reproducción de nuestra pobla-
ción. Conviene aclararles desde el inicio que las pautas de procreación,
así como las de enfermedad y de muerte ente varones y mujeres, no sue-
len cambiar muy rápidamente, por lo que sería artificial buscar transfor-
maciones en unos cuantos meses, en los que sí ha cambiado la vida
política de la nación. Por esto considero más útil referirme a lo ocurrido
en el mediano plazo, digamos a partir de los años setenta, y motivar de
esa manera la reflexión sobre la pertinencia actual de diversos tipos de
problemas.
El principal cambio social en el terreno legislativo que afectó las
pautas reproductivas en el país en el paso reciente fue la promulgación
de la Ley General de Población en 1973. A partir de entonces se estable-
ció el derecho constitucional a escoger y espaciar libremente el número
de hijos. Asimismo, se rompieron las trabas para la comercialización de
anticonceptivos y los médicos privados y el sector salud en general pa-
saron a desempeñar el papel más protagónico de los tiempos modernos
en la modificación de dichas pautas reproductivas. Hoy muchos médi-
cos hacen sentirse culpable a la mujer que quiera tener hijos después de
los 35 años, y está ampliamente difundida la noción de que la matriz
después de los 40 años ha cumplido su ““función”” en el cuerpo humano,
que es la de tener hijos.
Conforme a lo anterior, a partir de mediados de los años setenta se
ha observado en México un importante descenso de la fecundidad. El
215
ciencias sociales

número promedio de hijos al final de la vida reproductiva de las mujeres


ha cambiado de 6.3 en 1973, a 3.8 en 1986. Contrario a lo que comúnmen-
te se supone, este cambio se ha observado en las áreas urbanas y en las
rurales, aunque en estas últimas los niveles eran más altos y se mantie-
nen de esa manera. El descenso ha sido más pronunciado entre los gru-
pos sociales que poseen mayor escolaridad, como son los grupos medios
de profesionales y técnicos. Sin embargo, las diferencias más relevantes
se presentan entre las mujeres que completan la primaria y aquellas que
no alcanzan a terminar ese ciclo escolar básico, incluyendo a las que
nunca asistieron a la escuela.
¿Cuáles han sido los medios para alcanzar tan importante descen-
so en el número de hijos promedio en el país? Los cambios en la edad al
casarse o unirse no han sido significativos en los últimos lustros, pero sí
el uso de anticonceptivos. En 1976, 30% de las mujeres unidas usaban
anticonceptivos; en 1987 esta cifra se elevó a 57%. Es impresionante este
cambio cuantitativo, pero lo son aún más las transformaciones que se
han observado en el tipo de anticonceptivos utilizados. Cinco encuestas
nacionales de fecundidad y dos referidas a las áreas rurales, llevadas a
cabo desde principios de los años setenta, permiten documentar de ma-
nera fehaciente este proceso.
En 1976 el método más utilizado entre la población femenina de 15
a 49 años era la pastilla (36%). En 1987 se invirtió el orden de ““preferen-
cias””, ocupando la esterilización femenina el primer lugar con una cifra
también de 36%. La esterilización fue reportada como más frecuente en-
tre las mujeres con 3 hijos o más, pero no era inexistente entre las mujeres
con 1 y 2 hijos.
El uso prioritario de la esterilización femenina como método anticon-
ceptivo es algo que se está presentando en muchos países en desarrollo.
Como bien planteaba de manera reciente Luis Astorga, investigador del
Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, paradójicamente hoy
nuestros países se caracterizan por el uso de métodos ““modernos””. En
cambio, en los países desarrollados, con mujeres y varones mejor infor-
mados y por tanto más cuidadosos de sus cuerpos, se recurre de manera
más frecuente a métodos ““tradicionales”” como sería el condón. En este
contexto conviene recordar los bajos niveles de escolaridad que aún hoy
prevalecen entre nuestra población femenina. En la más reciente encues-
ta de fecundidad, 42.2% de las mujeres de 15 años y más no alcanzaban
a completar la educación primaria. Ante esta situación, se puede com-
prender la facilidad con que alguien como un médico, investido de la
216
Brígida García

autoridad en la materia, puede convencer a la mujer de que se practique


la ligadura de trompas en circunstancias específicas. Sin descartar tam-
poco que muchas de nosotras, con escasa información sobre el asunto,
también recurrimos a la esterilización sin conocer lo suficiente sobre su
carácter definitivo y las repercusiones que trae sobre la salud en general.
Es ilustrativo el hecho de que en las encuestas de fecundidad las
mujeres reportan un uso de anticonceptivos mínimo por parte de sus
parejas. En 1987, sólo se registró 1.9% de uso de preservativos y 0.9% de
vasectomías. Debe constituir una demanda mínima de los movimientos
de mujeres una difusión mayor en el país de las ventajas y limitaciones de
los anticonceptivos masculinos. La vasectomía, por ejemplo, se ha di-
fundido de manera moderada en varios países en desarrollo donde es
posible plantear, por lo menos en términos hipotéticos, que la prevalen-
cia del machismo es análoga a la existente en el país.
La mayor necesidad de los servicios de salud por parte de la pobla-
ción femenina en edades reproductivas, la cual se refleja en el costo dife-
rencial de las pólizas de seguro médico entre mujeres y varones, podría
llevar a plantear la posibilidad de niveles más elevados de mortalidad
entre las primeras. Sin embargo, en México y muchos otros países, la
esperanza de vida femenina es mayor que la de los varones y el diferen-
cial se mantiene en aumento.
Las estimaciones varían, pero en la actualidad, aproximadamente
las mujeres mexicanas viven en promedio 68 años y los varones sólo 63.
¿Cómo se explican estas cifras? No se trata de que las mujeres seamos el
género biológicamente más fuerte y que ““aguantemos”” más los costos de
la reproducción y de su control en todo sentido. Las diferencias se expli-
can por patrones de vida distintos, social y culturalmente muy arraigados.
En los estudios demográficos tradicionales se sostenía que los accidentes
de trabajo y aquellos que provienen en general de las actividades fuera de
la casa, tenían un papel más determinante en la mortalidad de la pobla-
ción masculina. En un estudio que realicé con Orlandina de Oliveira
pudimos comprobar que, efectivamente, el rubro de muertes violentas
era el principal responsable por las diferencias en esperanza de vida de
varones y mujeres. Sólo que, en este rubro se incluyen no sólo los acciden-
tes, sino también los homicidios y los suicidios. Este hecho ha sido sosla-
yado de manera tradicional. En su interpretación no hay que olvidar que,
aunque los varones sean las principales víctimas y actores en las muertes
violentas, el estilo de vida que demanda de ellos este comportamiento es
compartido socialmente también por muchas mujeres.
217
ciencias sociales

En síntesis, las reflexiones anteriores ilustran cómo la dimensión


demográfica tiene mucho que aportar al entendimiento de la subordina-
ción femenina. Es preciso tenerla en cuenta en la búsqueda de relaciones
más igualitarias entre varones y mujeres.

218
Ana Luisa Liguori

El amor en los tiempos del sida

Ana Luisa Liguori

P
ensándolo bien, no nos fue tan mal. Por lo menos ——nos tocó vi-
vir la gloriosa época de la revolución sexual de los setenta. Por-
que en la década anterior, las mujeres que perdían la virginidad
antes del sacrosanto matrimonio lo vivían por lo general con mucha
culpa y procuraban que quedara en la clandestinidad. Conocí a más de
una amiga que para reparar el ““daño”” sufrido se hizo cirugía del himen.
A principios de los setenta muchas mujeres entramos al movimien-
to feminista. Ahí fuimos descubriendo juntas que teníamos derecho a
nuestros cuerpos, al placer, al orgasmo, a la masturbación y fuimos ha-
blando de cosas que hasta hacía poco no nos atrevíamos a admitir casi
ni a nosotras mismas. Descubrimos el gusto de vivir experiencias nue-
vas y el gusto a veces aún mayor de platicárselas a las compañeras.
Este proceso no estuvo exento de dolor. Nos llegó a preocupar mu-
cho el saber cómo decidir con quién tener o no un acostón. Por supuesto
siempre existía el anhelo de encontrar la relación y el hombre perfectos,
porque no merecíamos nada menos que la perfección y ni el movimiento
feminista pudo hacernos entrar en razón. Si íbamos a una fiesta y cono-
cíamos a alguien que nos gustara razonablemente ¿qué hacer? Coger o
no coger, ésa era la pregunta. Y no era tanto que el galán te fuera a presio-
nar con que ¿no que muy liberada? El problema era de una. No había
ninguna presión moral para no hacerlo, ¿pero teníamos ganas, lo que se
llaman ganas de hacer el amor con esa persona? O pesaba más la curio-
sidad ¿cómo cogerá? O ¿me gustaré yo reflejada en él? A veces cogíamos
por razones que no pasaban por las ganas o los sentimientos. Y de algu-
na manera fuimos perdiendo el contacto con nuestra tripa, por no decir
corazón. Pero con todo y todo bien valió la pena. Aquí se me ocurre la
pregunta de qué es mejor ¿haber nacido ciego o haber mirado por años y
sólo después perder la vista? La metáfora es pertinente en nuestra reali-
dad actual. Porque otra vez un fantasma recorre el mundo y desafortu-
nadamente no es al que se refería Marx. Me temo que este ciclo debería
219
ciencias sociales

más bien llamarse ““El amor en los tiempos del sida”” que, aunque ya no
es un título original, resulta adecuado. Sí, ese fantasma al que me refería es
el del sida.
Al final de la década anterior empezamos a tener noticias de que
algunas nubecillas amenazaban nuestra revolución sexual. El herpes
genital, que existía ya desde hacía tiempo, parecía estar proliferando. En
Estados Unidos ——tan dados a realizar todo tipo de estadísticas—— 20
millones de personas lo tenían. Esta enfermedad incurable, sexualmente
transmitida, dolorosa y muy desagradable para quien la padece, se vol-
vió un estigma. En más de una ocasión conocidas mías se abstuvieron de
tener relaciones sexuales con hombres de quiénes se sabía que tenían
herpes. En México todo se sabe y a esas alturas no habíamos tomado
todavía en serio al condón, y seguramente tampoco se trataba del amor
de sus vidas.
Pero si el herpes genital y otros padecimientos como el micoplasma,
la cándida, etc. eran unas nubecillas, a principio de los 80 nos cayó la
tormenta, qué digo tormenta: el cielo entero. El sida nos agarró despreve-
nidos y sobre él no podemos más que hablar en serio.
Estoy segura de que a ustedes no hay que explicarles qué es el sida,
ni cómo se transmite. Lo que sí tenemos que repetir una y mil veces es
que, como lo han dicho Carlos Monsiváis, Luis González de Alba y mu-
chos otros, TODOS ESTAMOS EN LOS GRUPOS DE RIESGO. Si bien es cierto
que en nuestro país en un principio los afectados eran básicamente hom-
bres horno y bisexuales, podemos afirmar que eso fue circunstancial y
que la tendencia es que la enfermedad ataque a la población en general.
Cuándo en México se empezaron a registrar casos de sida, la proporción
era de aproximadamente 25 hombres por cada mujer. Para octubre del
año pasado ya eran 9 hombres por cada mujer, cifra que aún continúa
vigente. De los 2158 casos que había para el 1° de febrero del año en
curso, 222 eran mujeres. A pesar de que los hombres homo y bisexuales
siguen siendo los más afectados, con el 72.2% de los casos, su propor-
ción relativa ha ido disminuyendo constantemente, en parte porque los
otros factores de riesgo han cobrado mayor importancia, pero también
porque muchos de los hombres gays han tomado en serio las medidas
preventivas. El contagio heterosexual, en constante aumento, fue a prin-
cipios del mes pasado el responsable del 13.5% de los casos. Antes la
enfermedad se duplicaba cada 11 meses, hoy se duplica cada 7. De con-
tinuar la tendencia actual se calcula que para 1991 habrá cuatro y medio
millones de personas infectadas por el VIH, si consideramos conserva-
220
Ana Luisa Liguori

doramente que puede haber 50 infectados por cada uno de los 90 000
enfermos que se calcula habrá para entonces. Esta es una enfermedad
terrible que conlleva un grado increíble de dolor humano.
Necesitamos reflexionar sobre todas las maneras en que el sida está
cambiando nuestras vidas. Ya al final de los años setenta se hablaba
mucho de un regreso a valores conservadores. Esto se notaba entre otras
cosas en el desencanto por la lucha política de izquierda tanto en nues-
tro país como en otros. Muchas mujeres que habíamos estado militando
en el feminismo y preocupándonos por hacer nuestras carreras, empeza-
mos a acercanos a nuestro límite biológico para procrear y los bebés
empezaron a aparecer como hongos. Pero esto fue pecata minuta. El pro-
blema verdadero han sido las fuerzas más conservadoras y reacciona-
rias de nuestro país (así como de otros) que han emprendido una
verdadera cruzada en contra de todas las luchas libertarias. Esto lo he-
mos padecido en diversas instancias. En lo cultural, por ejemplo, recuér-
dese la invasión de pro-vida al Museo de Arte Moderno y los ataques a
jesusa en su Concilio de Amor. Pero donde esas fuerzas han encontrado
su arma más letal ha sido en la utilización del sida. Porque su campaña
contra el condón sólo se puede calificar de criminal. Y si las autoridades
de Salubridad, a pesar de sus buenas intenciones, no le hacen frente a
esos grupos, anteponiendo la salud pública a sus presiones, se volverán
sus cómplices. Las sesiones de quemar condones, las conferencias, los
pasquines que han editado explicando cómo el sida es un castigo divi-
no, son criminales. La iglesia y sus secuaces tienen la solución clara: las
personas deben de casarse vírgenes ——tanto hombres como mujeres—— y
después mantener un vínculo monógamo para siempre y punto final. El
problema es que el mundo no es así. Quien quiera seguir esos sagrados
preceptos, que lo haga, pero no puede ser la única alternativa. La psique
humana es muy compleja y son muchos los factores que llevan a un
individuo a tener determinadas prácticas o preferencias sexuales. Ade-
más, muchas veces el amor se acaba y en tiempos de democracia, o si se
quiere pseudodemocracia, eso todavía tiene remedio. En contra de la
posición de las fuerzas reaccionarias, pensamos que de lo único de que
se trata es de no poner nuestras vidas y las de los otros en peligro. ¿Es
demasiado pedir que se use sistemáticamente el condón? En teoría pare-
cería que no, pero la realidad es muy diferente. Entre mis amigas feminis-
tas he pontificado sobre las bondades del condón. Pero cuando las veo
después de haber tenido una nueva aventura y les pregunto: ¿y entonces
qué, lo usaste?, la respuesta siempre es negativa. O porque era un cuate
221
ciencias sociales

muy decente, o porque se les olvidó, o porque no se atrevieron a plantear-


lo. Sabemos que es mucho más peligrosa una relación desprotegida que
muchas protegidas. Me preocupa que personas con toda la información
necesaria a su disposición no sean consecuentes. Yo no quiero tener más
amigos y amigas muertos para que se tome en serio el condón. Creo que
a quienes nos interesa defender las libertades del individuo, desde las de
expresión hasta la de que ““cada quien hace de su vida un papalote””,
tenemos que discutir la problemática que ha abierto el sida. ¿Por qué
resulta tan difícil cambiar los hábitos sexuales? ¿Por qué tenemos ver-
güenza de protegernos y también de proteger al otro? ¿Por qué pensamos
que sólo se mueren los demás, que las tragedias sólo les ocurren a los
otros? ¿Por qué la negación? Para buscar las alternativas que nos permi-
tan vivir como lo decidamos conscientemente, que queremos hacerlo,
tenemos que enfrentar nuestras resistencias, analizarlas, discutirlas, re-
visar nuestras contradicciones frente al sida. Todos sabemos de qué se
trata. Yo les pregunto: ¿quién de ustedes usa condón?

222
Rolando Cordera

política

223
política

224
Rolando Cordera

El amor es pasión, la democracia ocupación

Rolando Cordera

U
n antiguo gurú mío, conocido entonces como Carlos Monsiváis,
que dejó de serlo porque pasó al nivel superior de militante po-
lítico, se ha encargado de mostrar cómo la pasión no tiene por
qué separarse de la acción calculadora que caracteriza o debería caracte-
rizar a la política. Años antes, cuando el post68 amenazaba sofocarnos,
la búsqueda de una relación digamos positiva entre lucidez y compromi-
so colectivo y entrega con la causa de la libertad política, consigna maes-
tra del mismo gurú, nos llevó a muchos, tal vez no tantos como entonces
pensábamos, pero muchos al fin y al cabo, a hurgar en la maraña de las
relaciones interpersonales buscando ya no tanto vínculos positivos, o
constructivos, del tipo haz el amor y no la guerra o la imaginación al
poder, etc., sino tan sólo posibilidades o esperanzas de no destrucción,
íntima y también grupal, grande o pequeña, pero de todos modos colec-
tiva. Empezamos a imaginar que desde ya se podía ampliar la frontera
de lo político, aspiración que quedó debidamente plasmada como para-
digma en ““lo personal es, yo agregaría también, político””.
Con el tiempo, al instalarse la desesperación y el acoso, la concien-
cia de que se empezaba a entrar en un tiempo difícil, junto con la renuen-
cia a aceptar que la explosión de los sesenta había ya pasado, vinieron y
nos vinieron los slogans, las fórmulas cosificadas que disfrazaban de
liberación lo que en buena medida era impotencia, y que ofrecían cami-
nos de redención que más que ampliar los límites de lo político en reali-
dad reducían a éste a las esferas rutinarias de lo que se entendía hacían
o pensaban los políticos. La política era puesta a un lado, convertida en
actividad especializada y aun denostada, propia de los simuladores al
servicio del poder y la riqueza, y la pasión, la transformación, se instala-
ba en las ciudadelas de lo íntimo, de lo privado, dando paso a formas
supuestamente locas de exploración de lo personal, que sin embargo
ponían a la pasión misma al margen de toda posibilidad de apropiación
racional y social.
225
política

Por fortuna, en medio de todo esto, e incluso en nuestro medio tan


rechazante y no sólo por el machismo, el feminismo irrumpió y le abrió
paso a formas más promisorias y radicales pero también sociales y no
personales, de ampliar de modo efectivo los espacios del quehacer polí-
tico. En nuestro caso, además, el surgimiento de la postura feminista se
da en el marco de una movilización social, obrera, campesina y de po-
bres de las ciudades, que aun dominada en esencia por el particularismo
que es propio de los movimientos sociales, logra durar, hasta hoy, im-
pregnando y tal vez marcando la pauta o una de sus pautas primordia-
les, del vasto oleaje de ciudadanía y democratización que irrumpió en
las elecciones presidenciales pasadas.
No debe ser demasiado difícil ilustrar la idea de que, con todo y su
profundidad y grandeza, la intimidad y la fantasía responden al final
de cuentas a imperativos más o menos inapelables, aunque no siempre
identificables, de una estructura social que a través de la cultura define
ritmos y alcances al sentimiento y la acción. Si nos atrevemos a ver el
amor no sólo ni principalmente como un sentimiento sino como una
clave que puede permitirnos descubrir cómo construir unas formas po-
sitivas de comunicación, entonces tal vez podríamos estar más cerca de
proponer algun contacto discernible entre amor y democracia, o aun
pretender establecer una correspondencia entre unas formas de hacer
la política y recrear el poder, la democracia, digamos, y unas formas de
buscar o tener correspondencias interpersonales, de hacer el amor, di-
gamos.
Pero esta pretensión me parece desmedida, y dudo mucho que nos
permitiera llevar a buen término la última consigna de este gurú hoy
vuelto aguerrido demócrata, quien en medio o debajo de los abrumado-
res relámpagos del 83, cuando de a de veras se nos vino encima la
crisis, ya no clamó por mantener la lucidez sino sólo aconsejó evitar
volvernos locos.
No hay una relación fuerte entre amor y democracia, me ha instrui-
do José Woldenberg que afirme. Mucho menos necesita esta última que le
inventen novias o le adjudiquen viudas. Hay, sí, formas distintas, no
casuales, de vivir y pretender el amor, que encuentran sus raíces en la
historia y la estructura social, pero que parecen imperturbables ante las
formas políticas más genéricas, léase aquí de nuevo democracia. El amor
victoriano o el amor pasión francés, dice Luhman, tienen diferencias
determinadas por conexiones previamente condicionadas, como la pa-
sión de Ana Karenina o Vivien Leigh en Lo que el Viento se llevó difícil-
226
Rolando Cordera

mente podría ser reproducida satisfactoriamente en la Mujer descasada o


Manhattan, o Annie Hall. Bergman no conoció ni probablemente se intere-
só por la guerra civil o la revolución, o no más que por las mujeres o el
pago de impuestos, del mismo modo como Fellini apela a las prohibicio-
nes morales de su época de descubrimiento del sexo y el amor, para
encontrar contemporáneamente un componente digamos positivo al sida,
como factor límite, de contacto con la muerte, que podría si no retrotraemos,
sí reubicarnos en nuestra manera de hacer y entender el amor.
Mal haría, si después de toda esta cascada de evasiones, les pro-
pusiera aquí que la guerra y la revolución producen amor loco o amor
pasión, mientras que la democracia, que implica normas, códigos es-
trictos, especialistas, paciencia y parsimonia, no puede sino promete-
mos tedio y rutina en lo íntimo, pasión acotada y con horario. Más
igualdad entre los iguales, entre los que forman pareja casual o inten-
cionada, puede, ha tenido que reconocer Hermann B., llevar a formas
más fuertes, superiores de relación íntima. Puede, a su vez, enriquecer
o coadyuvar a hacerla más llevadera, una forma general de comunica-
ción político social que, como la democracia, no sobrevive sino con
base en el trabajo diario, el compromiso, la creación de, a la vez que el
respeto a, las instituciones, en fin, el reconocimiento de la necesidad
del otro no como gran posibilidad de descubrimiento súbito, erótico o
existencial, sino como una especie de resignación racional ante nues-
tra mutua imperfección y conveniencia y, desde aquí, si se quiere, como
promesa lejana de enriquecimiento general.
Una buena consigna democratizante con visión, proveniente de
aquellos auténticos tiempos de cólera, bien podría exigir amor como pa-
sión, democracia como construcción. Si así se encuentran, bienvenidos,
pero no los carguemos al uno y a la otra de milagros que por su natura-
leza terrenal sabemos de antemano que no pueden realizar.
Pueden sumarse y combinarse, pero no sustituirse o intercambiar-
se. El amor loco, o la pasión, son, por lo menos, ambiciones cultivables,
aunque su logro esté casi siempre lejos de nuestra mano. Pero cargarle
a la democracia, a la construcción de una forma de hacer política, nues-
tras frustraciones en aquella ambición, o lo peor, pedirle que dé cuerpo
y alma a nuestras fantasías, que se vuelva también vehículo de ángeles
y demonios de la mente y la libido además de todos aquellos que Hobbes
tan bien descubrió en el estado de naturaleza, es pedir demasiado,
tanto como empezar a idear una relación amorosa con diario de los
debates.
227
política

Lo que no se tiene

Marta Lamas

N
o existe un amor natural ni hay una naturalidad en el amor. Las
personas llamamos amor a la forma en que encauzamos y domes-
ticamos nuestras pulsiones, a la manera en que ritualizamos
ciertos intercambios personales. Nuestra ““educación sentimental””, que
se lleva a cabo principalmente de manera no consciente, nos hace intro-
yectar esquemas de percepción y de regulación de las pasiones: normas,
prohibiciones y tabúes. Por eso los sentimientos y las acciones amorosas
tienen que ver en gran medida con imperativos culturales.
El psicoanálisis devela cómo las pulsiones y las emociones se van
estructurando psíquicamente conforme a un código familiar, que refleja
valoraciones sociales, culturales y de clase. La antropología permite una
toma de conciencia de cómo las personas, y sus relaciones con los de-
más, se convierten en el objetivo de complejos sistemas de ritos y ceremo-
nias. Tanto el psicoanálisis como la antropología, refuerzan la idea de
que lo simbólico priva sobre lo biológico.
Ciertos historiadores y sociólogos han hecho con nosotros lo que
los antropólogos con las culturas ajenas o extrañas: desmontar la idea
de ““naturalidad”” de nuestros sentimientos y prácticas amorosas. Norbert
Elias ha mostrado cómo un arduo trabajo de siglos ha sido dedicado a
moldear gestos y sentimientos, a cuidar la presentación, a reglamentar
los modales, las buenas maneras, para así convertirnos en ““civiliza-
dos””. El trabajo de Elias coincide mucho con el de Michel Foucault, que
también cuestiona la supuesta naturalidad de la sexualidad humana, y
analiza cómo se ha organizado e institucionalizado el sexo en las socie-
dades occidentales modernas. Para comprender los emergentes proce-
sos de individualización y privatización en la sociedad occidental, Elias
y Foucault utilizan distintas referencias. Elias analiza la formación del
Estado moderno y las relaciones de fuerza que se establecen entre los
diversos grupos sociales, mientras que por su parte Foucault explora
con minuciosidad y rigor la sexualidad.
228
Marta Lamas

Las transformaciones históricas de lo que en la cultura occidental


llamamos amor han tenido varios investigadores. Estos nos han habla-
do de la diferencia entre Eros y Agape en los griegos, del surgimiento de
la caridad entre los cristianos, del nacimiento del amor cortés, de los
ritos del amor pasión del siglo XVII, de la noción en el xviii de que en el
amor se está obligado a la infidelidad y de la pretensión de que el amor
alcance una validez general e interclasista en el xix. Para Niklas Luhmann,
éstos son cambios semánticos, explicables a partir del proceso evolutivo
de la estructura social, que desata una transformación de los conceptos
vigentes sobre el amor y de sus formas de codificación.
El desarrollo del capitalismo conlleva una autonomización de las
relaciones amorosas. Anteriormente, las antiguas ordenaciones que pe-
saban sobre la sociedad dejaban poco espacio libre para las relaciones
íntimas. Las personas que empezaban una relación amorosa ya se cono-
cían en otro tipo de relaciones y el, establecimiento de relaciones más
estrechas no significaba una ampliación notable de ese conocimiento
mutuo. El factor más importante para una armonización en las relaciones
personales se encontraba en la consonancia con las relaciones externas.
La sociedad moderna radicaliza la diferencia entre las relaciones
personales y las impersonales. Este cambio, que Philip Slater llama ““re-
presión social””, disminuye el apoyo externo a las relaciones íntimas y
hace que las tensiones internas se acentúen. La estabilidad se hace posi-
ble sólo mediante los recursos personales de cada quien. Bajo las moder-
nas condiciones de vida, la persona queda sometida a un ritmo y unas
relaciones generalmente lo suficientemente indiferentes como para no
registrar las discrepancias entre el ser y la apariencia. Por eso, según
Luhmann, lo que se busca en las relaciones íntimas es la validación de la
autoexposición. La capacidad para hablar de sí mismo parece ser la
condición previa para el inicio de una relación íntima; estimula a la otra
persona que, a su vez, habla de sí misma. Luhmann afirma que la sexua-
lidad ya no puede simbolizar de manera suficiente el amor, puesto que
por ese camino no es seguro que pueda llegar a ser satisfecha la necesi-
dad de comunicación íntima. Esto marca un cambio sustantivo en la
concepción moderna de la relación amorosa, que se orienta hacia el en-
cuentro con un interlocutor.
Luhmann aborda el amor como un código simbólico que estimula
la génesis de los sentimientos correspondientes. Sin la existencia de ese
código, la mayoría de los seres humanos no alcanzarían tales sentimien-
tos. Luhmann utiliza el concepto de interpenetración intrahumana para
229
política

referirse a que, en sus relaciones amorosas, las personas cruzan el um-


bral de la relevancia: lo que para una de ellas resulta relevante, también
lo es para la otra. Los amantes pueden hablar entre sí incansablemente
porque todas las vivencias tienen suficiente valor para ser transmitidas
y todas ellas encuentran resonancia comunicativa entre ellos. Otra ca-
racterística de la interpenetración es que renuncia a unirlo todo en una
totalidad. Así, las acciones tienen que ser incorporadas al mundo de las
vivencias del otro sin perder con ello su libertad, su capacidad de libre
albedrío, su valor expresivo. No deben ser sumisión ni complacencia. Se
trata de hallar sentido en el mundo del otro, de coincidir. Esto resuelve y
sustituye la metáfora de la fusión.
Pero las relaciones amorosas enfrentan problemas y frecuentemen-
te se rompen al tratar de realizar sus exigencias y requerimientos. En las
sociedades muy desarrolladas, en la democracia, la tendencia de los
paradójicos requerimientos del amor es, como consigna Erik Erikson, un
desplazamiento hacia una alta compatibilidad con la autorrealización
individual. La búsqueda de la realización propia limita la relación con
el otro. Luhmann piensa que la conflictividad en el amor tal vez se deba
al hecho de que sólo existe el marco de la comunicación personal como
campo donde dirimir las diferencias sobre las que el amor desea estar de
acuerdo: diferencias de opinión con respecto a acciones concretas, dife-
rencias de concepto individual del papel reservado a cada uno, diferen-
cias de ideas, gustos y valorizaciones. Además, el mismo Luhmann señala
que resulta muy arriesgado el proceso de recargar las expectativas, las
exigencias y las reivindicaciones amorosas con modelos culturales exa-
gerados y se pregunta si sigue siendo necesaria todavía una semántica
de la pasión, del exceso, de la extravagancia, de la irresponsabilidad de
los propios sentimientos.
La práctica de cargar las expectativas amorosas con los códigos
culturales se lleva a cabo de manera no consciente. Las sociedades legi-
timan ciertos usos y costumbres amorosos, con variaciones y matices
referidos a las jerarquías expresadas en su interior: sexo, edad, clase
social. Si la vivencia del amor está marcada por las coordenadas socio-
políticas de quienes la viven y se expresa con códigos amorosos preesta-
blecidos, que se asientan en el entramado cultural, ¿qué significado cobra
la diferencia entre los sexos? ¿Aman diferente las mujeres de los hom-
bres?
Yo pienso que todavía hoy los puntos de apoyo para lo que Luhmann
llama la codificación del medio de comunicación amor están culturalmen-
230
Marta Lamas

te marcados por el género. Aunque en algunas sociedades la acentuación


de la igualdad social entre los sexos está borrando la diferencia de sus
actuaciones sexuales, aún nos encontramos con códigos amorosos feme-
ninos y masculinos. La perspectiva femenina ——que no feminista—— del
amor plantea que las mujeres aman más, que ““aman demasiado””, iden-
tificando ““amor”” con una disponibilidad mayor a la fusión. La mayoría
de las veces, este ““amor”” se vuelve una trampa para las mujeres: en su
nombre se ““sacrifican””, se autoexplotan y se enajenan. Para muchísi-
mas mujeres esta vivencia del ““amor”” sirve para evadir un,compromiso
con ellas mismas, para su realización como personas en el trabajo.
El hecho de que la cantidad de tiempo y energías que las mujeres
dedican al amor sea superior a la de los hombres no quiere decir que
ellas amen más o mejor. Mientras que el proyecto vital de los hombres es
el trabajo, para las mujeres las relaciones afectivas constituyen el suyo.
Lacan dice: ““El amor es dar lo que no se tiene””. Desde ahí la desmedida
conducta amorosa de las mujeres indica la existencia de una gran caren-
cia. Si aman demasiado a un hombre es porque no tienen otros proyectos
que amar. Obviamente, en sociedades muy desarrolladas la diferencia
entre los sexos, que ha sido destacada en todos los códigos del amor y
que se fomentó hasta hace poco, tiende a disminuir. Desmontada la ar-
mazón de las constricciones culturales, surge entonces la pluralidad
humana y aparece con más nitidez la cuestión profunda de las relacio-
nes amorosas: la intersubjetividad.
Más allá de los imperativos culturales, en la relación entre dos per-
sonas se produce esa vivencia que llamamos amor. Es la comunicación
intersubjetiva la instancia que produce la subjetividad del sujeto. La re-
lación con el otro nos constituye. Ya Freud mostró cómo la relación con el
otro precede a la formación del yo. Buscando al otro nos encontramos.
Sartre lo reconoció: el ser humano es para el otro. Y en esa relación de
alteridad, en la que se juega todo para los implicados, se transgreden
normas, prohibiciones y tabúes.
De ahí la radical subversión del amor. Para el amor no cuentan las
diferencias de edad, de raza, de credo; tampoco es un obstáculo tener el
mismo cuerpo. Si la vivencia intersubjetiva compartida entre dos perso-
nas no encuentra expresión en la semántica amorosa, crea una nueva
semántica, que, a su vez, facilita el reconocimiento de otras personas con
una intimidad similar.
Las complicaciones de la vivencia intersubjetiva del amor tienen
mucho que ver con la dificultad de aceptar al otro como otro, no como
231
política

espejo. Es el verdadero reconocimiento de la diferencia lo que permite


asumir al otro en toda su complejidad y su vulnerabilidad. Por ello, tanto
en el amor como en la democracia la tolerancia es una cualidad necesa-
ria. La diferencia también expresa poder. Josep Ramoneda dice que jus-
tamente el poder es la expresión de la diferencia entre las personas. Si
toda relación es una relación de poder, ¿qué ocurre entonces en el amor?
El amor pretende ser un acto libre: dos personas que se encuentran y se
entregan, pero ¿qué pasa con el poder? Ramoneda habla de un mecanis-
mo de ““suspensión de poder”” en la relación amorosa. Según él, este
instante de suspensión de poder sólo es pensable como resultado de un
proceso de profundas e intensas tensiones entre dos sujetos ——tensiones
de raíz radicalmente pasional: ““caminar hacia el estallido de las diferen-
cias uno frente al otro, sin intermediarios que paren el golpe, que desem-
boca en un momento excepcional de expresión de la esencia del ser””.
Dos personas, frente a frente, despliegan la plenitud de sus mundos,
““sin que nada encubra este rayo poderoso de la presencia de la verdad
profunda””. Maravilloso, ¿verdad?
Pero estos momentos de confrontación sin mediación ““en las fron-
teras de nuestro ser”” nos llevan a una clarividencia desesperante, pero
creadora: estamos solos. Todo intento de penetrar en el interior del otro
conduce al abismo. Por esa razón no es posible apostarlo todo al amor.
Hay en cambio que ser capaces de asumir plenamente la soledad. Sólo a
partir de conquistar la soledad podremos buscar una vía fecunda de
realización propia. Y, tal vez, también del anhelo amoroso. Quizás en-
tonces el amor en tiempos de democracia, en tiempos de respeto a las
diferencias, se exprese con lo que Luhmann llama ““una semántica de
elevada disposición de ánimo para la búsqueda de una dicha improba-
ble””. Aunque prefiero la manera cómo Alvaro Mutis lo pone en boca de
un personaje que, ante la muerte, busca una razón para haber vivido y el
recuerdo del amor se alza para decirle que: ““su vida no había sido en
vano, que nada podemos pedir, a no ser la secreta armonía que nos une
pasajeramente con ese gran misterio de los otros seres y nos permite
andar acompañados una parte del camino””.

232
Carlos Monsiváis

El amor en (vísperas eternas de) la democracia

Carlos Monsiváis

S
on compatibles el amor y la democracia? Hasta hace poco, la res-
puesta inmediata era negativa, todos creían que el amor, situa-
ción gloriosa y dolorosamente subjetiva, sólo se entendía desde
la sinrazón de dos personas, sin vínculo alguno con la política, y tan
poderosa que trascendía los determinismos de la economía (““Te amo
aunque seas rica””). Y el amor, la noción suprema, era antidemocrática
por naturaleza, en la pareja existía siempre la parte vencedora, y la igual-
dad era la falacia que sólo tenía adeptos verbales. El enamorado aspira-
ba a la posesión y el dominio, y no admitía menos.
Las instituciones apoyaban esta versión del amor, que le imponía a
la mujer tributaciones morales y persecuciones físicas y/o sociales, y
sólo le suplicaba al hombre mantener las apariencias en la vida matri-
monial. El melodrama era el espacio formativo de la ideología amorosa,
y todo (frases, tramas, canciones, novelas rosas, obras teatrales, pelícu-
las) coadyudaba a implantar la noción del amor, el clímax humano, que
frenético o tierno era forzosamente jerárquico. Por el amor, en estos des-
files mitológicos, el hombre redimía a la mujer de su condición pasiva;
por el amor, la mujer ascendía al rango de compañera; por el amor, el
hombre conseguía la operatividad doméstica.
En la primera mitad del siglo XX, las ideas freudianas deshacen el
entendimiento tradicional del amor. Ante las sucesivas revelaciones del
inconsciente (““La verdadera motivación de los actos radica en...””), ¿cómo
defender las explicaciones de los tradicionalistas, liberales y conserva-
dores, que erigieron desde púlpitos y epístolas laicas, la dictadura del
amor ideal, arrobado, eterno (si era compromiso ante la ley divina y la
humana), que le exigía a las mujeres la perenne virginidad espiritual, es
decir, la abolición de cualquier deseo confeso, y al hombre le pedía que
pecase para que fuese perdonado. Pero la duda sobre la naturaleza de
los actos diseminó ideas y sensaciones nuevas: nada era como se creía,
el trasfondo del sacrificio era el aplastamiento de la voluntad, negar el
233
política

deseo es profundizar la autodestrucción. Y se vino abajo (como creencia


verdadera, no como escenificación del deseo ni como representación so-
cial), el mundo de juramentos, convicciones, sollozos al pie de los san-
tos, miradas lívidas en la alcoba en penumbras, viaje de un noviazgo
gentil a las bodas de diamante. Si los motivos eran cuestionables, el amor
debía reclasificarse.
La difusión de las tesis freudianas impulsó por oposición la creen-
cia de los románticos, según la cual el amor intenso y arrebatado (el amor
en su sentido estricto) es por naturaleza efímero y lo que lo sucede antes
o después es la tediosa y corrosiva representación del amor ante los ojos
de la sociedad. De acuerdo a esta versión no sólo jerárquica sino juveni-
lista, cada quien, a lo largo de su existencia (en especial y casi únicamen-
te entre los 20 y los 40 años, antes de la madurez pasada de tueste), sólo
tiene muy escasas oportunidades de conocer el amor. Y por lo mismo,
debe educarse en ese substituto de la pasión límite, la resignación. ¿Quién
puede vivir en llamas más de unos meses?
Al lado de estas teorías generales, las parejas urbanas convivían,
aceptaban o rechazaban los mitos amorosos que resultaban más cómo-
dos, decretaban sin decirlo en gran número de casos el carácter experi-
mental del matrimonio, se divorciaban para darse otra oportunidad, se
volvían a casar para reivindicar la rutina, creían en y detestaban a la
““jubilación”” de los sentimientos, veían con alarma y/o con deleite las
posiciones feministas, lavaban platos y cuidaban a los niños juntos,
desmitificaban al amor al grado de prescindir de él, lo mitificaban en el
nivel del suave tratamiento irónico.

¿Hasta qué punto lo personal es político?


Desde su lanzamiento, la consigna ““Lo personal es político””, recibió
numerosas críticas. Sólo el extremismo, se dijo hace veinte años, lleva las
cuestiones más íntimas al contexto más inconveniente. Lo personal es
personal, aunque ciertamente hay cuestiones donde lo personal es polí-
tico: el aborto, la legislación sobre el amasiato y los derechos de los hijos
““naturales””, las condiciones de igualdad laboral con el hombre, etcétera.
No obstante las críticas, la consigna probó su eficacia, al restituirle al
fenómeno amoroso los paisajes que nunca se tomaban en cuenta: la suje-
ción al patriarcado, la confesión entre amor y ““título de propiedad”” so-
bre otra persona, los celos como el método socialmente aprobado de

234
Carlos Monsiváis

retener el impulso amoroso.


En medio de todo esto, ocurre la Revolución Sexual de los setentas,
que desplegó y extremó libertades (algo por entero diferente al término
represivo de ““libertinaje””) para exhibir la hipocresía de la noción habi-
tual de amor. Y así como en el siglo XVIII los libertinos querían masificar
la seducción para burlarse de los tabúes, evadir la vigilancia omnipre-
sente de lo moral y convertir cada coito en hazaña bélica, la Revolución
Sexual, al prodigar la fornicación, hizo desaparecer en la práctica las
calificaciones morales para esa ““geografía de la cintura para abajo””, y el
amor se volvió la gran convención, asediada incluso en sus fortalezas
semánticas. ¿Qué caso tenía el eufemismo ““hacer el amor”” cuando, de
modo más simple y llano, se podía decir coger? La vida amorosa dejó de
ser sinónimo de vida sexual, y por amor se entendió cada vez más el aura
del sentimiento.
Esto en medio de cambios significativos. El hedonismo dejó de ser
privilegio de pocos, y concluyó la duda, muy común, entre fornicar
exhaustivamente y llevar existencias convencionales pero productivas.
Durante la Revolución Sexual los yuppies, el género del éxito como mé-
todo para jamás conocer el fracaso, creyeron inaugurar un espacio histó-
rico, donde el sentido de la productividad se acoplaba con la frecuencia
sexual (““Tanto más trabajo cuanto más fornico””). El amor parecía acto
excéntrico de la voluntad, que en el fondo incitaba a la disciplina: ““Me
enamoro con tal de ordenar mi vida””, y no se concebía relación posible
entre amor y democracia, a no ser la muy programática descrita por Mario
Benedetti, donde el amor era parte del ritual militante, y del repertorio
sentimental de la adolescencia. Se cantaba: ““Y en la calle, codo a codo,
somos mucho más que dos””, y la pareja se disolvía en el mitin.

Del miedo a la solidaridad


En una década, el sida destruye la Revolución Sexual, y provoca el afian-
zamiento creciente de la pareja, y la primera reconsideración no religio-
sa del amor. A la presión social la substituye el miedo a la muerte, y la
mirada de recelo sobre el desconocido o la desconocida con quien se
empieza el flirt, es casi sinónimo de la dificultad de enamorarse. El sexo
pierde su cúmulo de facilidades, el condón es el recordatorio más ácido
del temor a la muerte y el acoso lleva a reconsiderar los significados
profundos de la vida amorosa, que ahora incluyen el reexamen de los

235
política

roles fijos, la crítica al fatalismo de los géneros y las visiones más libres
de la pareja, ya no la fundación del mundo, Adán y Eva, sino algo menos
alegórico y por lo mismo mucho menos convencional.
¿Qué tanto se ha avanzado en el terreno de la humanización o la
significación humanista de la relación amorosa? Hablar, si eso es posi-
ble, de las relaciones entre amor y democracia significa también exami-
nar el modo en que la vida política y social incorpora demandas de la
intimidad y/o de la vida privada, como se prefiera. En esto, lo personal
tiende a ser democrático, no sólo por lo obvio: quien se pronuncia contra
el autoritarismo debe eliminarlo de su conducta, sino porque en etapas
de situaciones y transformaciones dramáticas, el amor es componente
esencial. Esto, desde muchos puntos de vista, puede ser un hecho inasi-
ble o una premisa portentosamente cursi, pero lo que expresa y contiene
es una realidad urgente. Si el PRD, por ejemplo, se propone ser la gran
alternativa ante la barbarie del neoliberalismo y la cerrazón del conser-
vadurismo, necesitará incorporar orgánicamente a su programa lo que el
PRI y el PAN jamás podrían hacer: las exigencias de la vida cotidiana, la
lucha por la despenalización del aborto, la información sistemática so-
bre el sida, la lucha contra los violadores, el asedio ideológico al sexismo,
etcétera. En todo esto, y por difícil que sea usar la palabra más desgasta-
da y resbaladiza del lenguaje, el amor es una realidad primordial cuya
traducción democrática profunda es la solidaridad, que hoy conoce su
admirable vanguardia en los grupos dedicados al apoyo de los enfermos
de sida y a evitar como se pueda la propagación del mal.

236
Jesusa Rodríguez

Nuevo Kama Sutra para militantes

Para Charly

Jesusa Rodríguez

A
gradezo antes que nada la colaboración de Marta Acevedo, Lu-
cía García Noriega, Ana Luisa Liguori y Liliana Felipe sin cuya
experiencia me habría sido imposible recopilar los datos en que
se basa esta investigación.
Dentro de las múltiples teorías amorosas que han existido, se en-
cuentra la famosa teoría de que no se puede teorizar en cuestiones de
amor.
Apoyada en esta hipótesis intentaré abordar el tema de una manera
práctica o empírica, a saber:
EL COITO EN TIEMPOS DE DEMOCRACIA O LA COPULA SUFRAGANTE
Para ello iniciaré esta ponencia ——en el sentido púramente metafó-
rico de la palabra—— haciendo un recorrido por las distintas tendencias,
variantes y posiciones políticas que se dan en la práctica común de las
diversas posturas.
a) El coito de inversión u orgasmo capitalista:
Esta práctica se basa en la estrecha relación entre el monto de la suma
depositada en el buró y la cantidad de orgasmos obtenidos con él... con el
buró.
Si la cantidad es prestada, mayores serán las fricciones y a medida
que la deuda avance, resultará mucho más difícil prestar. El sujeto some-
tido a esta práctica sodomita involuntaria, termina por devolver, o en el
mejor de los casos, conseguir que le condonen los intereses vencidos.
Esta hemorragia de efectivo, termina por desangrar al más débil
que a pesar de todo se aproximará al climax con la sensación de haber
sido bien manipulado. Sea como sea resulta una práctica mucho más
bursátil de lo que se cree, especialmente para los tenedores de obligacio-
nes subordinadas convertibles en certificados de aportación patrimo-
nial. Por ultimo, en este fenómeno influye grandemente la penetración

237
política

cultural y raras veces se llega al orgasmo pues aunque se presione por


obtener la moratoria sólo se consigue amoratar lo obtenido.
b) El coito comunista o de sensibilidad social.
El camarada yace de costado frente a la espalda de la camarada que a su
vez se halla tendida sobre su propio costado, en ambos casos el izquier-
do. El coito se realiza de esta manera, imposibilitando cualquier otra
postura, sea boca arriba, boca abajo o sobre el flanco derecho: hablare-
mos al final de este inciso sobre las consecuencias de esta posición, por
lo pronto basta saber que la mujer simboliza la hoz, el hombre el martillo,
la sangre, producto final de la desfloración, teñirá la sábana de rojo y así
deberán permanecer, ¡unidos hasta la victoria!
En Latinoamérica, la práctica más usual es la llamada: ““Dale tu
mano al indio””. El indio deja pasar suavemente su mano por la concien-
cia purificada del pequeño burgués, que erguido incólume, trata de re-
cordar los primeros acordes de la internacional, mientras en su cabeza
reverbera la frase ancestral y milenaria ““dale que te hará bien””. En estos
casos se llega al clímax con más facilidad si se utiliza un bombo en
sustitución del clásico tambor de box spring.
En países bien desarrollados como Chile, se acostumbra agregarle
de dulce y de manteca y esta novedad se conoce entre los iniciados como
la Perez troika. Volviendo a la posición inicial de los camaradas, el haber
permanecido tanto tiempo sobre un solo costado da por resultado el
insomnio del camarada. El único remedio para conciliar el sueño será la
ayuda y comprensión que le brinde la camarada leyendole cada noche
abnegada y suavemente los discursos de Heberto Castillo.
c) El coito feminista o la triple jornada.
Cansada de las dos jornadas anteriores, y de leerle a su marido todas las
noches a Heberto Castillo, la hoy militante deberá hacer a un lado la
plancha, con gesto definitivo y se tenderá boca arriba sobre el burro de
planchar; él, insistente, montado a horcajadas en la posición llamada
reestructuración del soviet, mientras fuma un delicado sin filtro, le susu-
rrará al oído que está totalmente de acuerdo con su lucha siempre que no
descuide la casa. Segundos después, eyaculará, y desprendiéndose con
un movimiento tosco, continuará escribiendo ““Memorias del Kremling o
Yo y Nikita””. Ella no habiendo aún conseguido el clímax, se abrazará al
burro que ante tal demanda de afecto, cederá estrepitosamente. El orgas-
mo sobrevendrá para ella, meses después, ya habiendo abandonado el
238
Jesusa Rodríguez

hogar conyugal e instalada comodamente en una casita modesta acom-


pañada del burro.
También puede haberse visto obligada a compartir con alguna
amiga la renta de la casita, en cuyo caso el coito se realiza en la posición
llamada Amazónica o ““de aquí no me safo””, que a nivel erótico resulta
muy agradable, pero con la única desventaja que si deciden casarse,
difícilmente tendrán la lista de regalos de boda en Liverpool de la que
disfrutaron en su anterior matrimonio.
d) El coitus vaticanus o ¡Pásale Rosario!
En esta prática esporádica queda prohibida moralmente, y por razones
aún más profundas, la posición llamada del misionero o, por otros, del
seminarista.
La práctica más común es la llamada ““papa caliente”” que consiste
en introducir el tubérculo a la temperatura que soporten las papilas
gustativas. Papa en rodajas, papa a la francesa, papa a la italiana, en
todas sus variantes, el clímax sobrevendrá al momento de la fecunda-
ción, de ahí que la línea dura insista en la prohibición de la contracep-
ción. También está prohibida la fecundación in vitro, pero esto
simplemente por respeto al capelo.
El comité provida, apelando a la bioética, sostiene que el riesgo de
muerte es indispensable para conseguir el orgasmo a plenitud. El con-
dón es una aberración contranatura, pues impide el clima de alto riesgo
indispensable para llegar a la culminación del placer sexual. El fanático
permanece aferrado a su creyente amiga, en la postura llamada ““A pie-
dra y lodo”” que consiste en la ignorancia absoluta de la posición de los
miembros, usando para lograrlo el recurso de apagar la luz y cerrar las
cortinas, llamada oscurantismo. Al abrigo de las tinieblas, se realizan
las más deliciosas perversiones y excesos indescriptibles, provocando
una exaltación tal, que impedirá cualquier conciencia de pecado. Nunca
se llega al orgasmo, pero en su lugar se obtienen indulgencias.
Existe una infinita variedad de posturas, todas ellas por demás
curiosas, como el coito priísta o ¿te la usurpo mamacita?, pero con moderni-
dad; el coito Chiíta o ““no te la musulmanes el diplomático o embajada; el petro-
lero, que se realiza totalmente en crudo, el sindicalista, más conocido como
““este puño sí se ve””; el Anarco o anti-doping y el de Wimbledon o muerte
súbita. Todos estos, más los que ustedes nos proporcionen, conformarán
““EL KAMAS LAMAS”” o primer manual de introducción ideológico sexual
para militantes.
239
política

Y para acercarnos al tema que da lugar a esta charla, hablaré por


último de
e) La cúpula democrática o repudio total al coitus interruptus.
El instinto sexual tiene en las mujeres y los hombres humanos, un com-
portamiento diferente según las distintas circunstancias de cada perso-
na, que por regla general nunca son iguales; es por ello que en esta
práctica, el sufragante deberá luchar por la pluralidad en las posturas y
exigir el respeto al joto, al narcisista, al onanista, al fetichista, al
pigmalionista, al pedofílico, al paradojista, al froteurista, al uranista, al
voyeurista, al lesbianista, al sexópata acústico, al renifleurista, al
bestialista, al nacrofílico, al incestario, al travestista, al gerontofílico, al
masoquista, al exhibicionista, al inspeccionista, al mesalinista, al
satiriásico y al ninfomaníaco. Siendo éstas las formas de relación que
naturalmente practica este auditorio, sería ocioso detenernos a analizar-
las, baste con decir que se llega al orgasmo democrático apegándose bien
a la constitución física del ciudadano, respetando la voluntad de las
masas y las fantasías eróticas, por más populares que éstas sean, pero
por supuesto y por sobre todo con la plena tolerancia del placer ¡VIVA LA
COMISION ERECTORAL! ¡VIVA LA VENIDA DE LOS INSURGENTES! ¡VIVAN
ISELA VEGA Y SUPER BARRIO! ¡RESUENEN LOS PÍFANOS, LAS VIOLAS DA
GAMBA Y LOS DULCES PITOS DE JUCHITAN!
¡Por el respeto a la fornicación política de los que estamos unidos
mexicanos!
¡Que viva el placer!, ¡que viva el amor! Ahora soy libre, quiero a
quien me quiera ¡que viva el condón!

240
Nelly Schnaith

desde lo cotidiano

241
desde lo cotidiano

242
Nelly Schnaith

La perversión del consumo y la patología


de la felicidad

Nelly Schnaith

E
l pequeño tratado sobre la felicidad que abre las reflexiones maes-
tras de Freud acerca del malestar en la cultura constituye, en
realidad, un examen sistemático de los modos de evitar el sufri-
miento. Lo curioso de la inversión revela pronto la profundidad del abor-
daje: toda disposición a la felicidad es tributaria de una posición frente
al sufrimiento.
Cualquier aspiración, en esencia, nace como corrección ideal de un
hecho del cual no puede separarse. Pero, al esposar el sufrimiento ——un
hecho——, con la felicidad ——una aspiración——, apuntamos por así decir al
corazón mismo de los debates entre el ser y el no ser; entre el deber ser y
el querer ser; entre lo irreductible y lo posible. Esta patética y apasionada
controversia entre el deseo y la realidad es una matriz donde se engen-
dran y reabsorben los muchos sentidos de la empresa humana.
Dice Freud que las fuentes de la desgracia son tres: el propio cuer-
po, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior y la
naturaleza, dotados de poderes de destrucción implacables; y las rela-
ciones con otros seres humanos, esta última la más conflictiva de todas
porque parece surgir de nosotros mismos y no de un origen extraño. No
creo que Freud se opusiera a la observación de que éstos son también los
tres campos en que nuestro deseo persigue una promesa de felicidad y
en los cuales puede llegar a realizar una experiencia de satisfacción. La
amenaza y la promesa vienen juntas y, en la incertidumbre, el ser huma-
no goza o padece según la fuente de dicha o de sufrimiento que su edad,
su sociedad o los conflictos históricos de la especie le permitan privile-
giar.
En todos los casos, la felicidad es más una disposición del ánimo
que un estado de cosas. Como tal, puede resultar de un difícil aprendiza-
je en los reveses de la aflicción ——una coexistencia pacífica siempre frágil
243
desde lo cotidiano

con el dolor o tu amenaza——, o bien puede constituirse en apriori inconfeso


de una obstinada negación de los pesares que trae consigo el ““oficio de
vivir””. Una disposición de ánimo permeable tanto a los favores como a
las adversidades de la existencia es trofeo difícil de conquistar: hay que
ser capaz de sufrir para alcanzar la capacidad de ser feliz en un sentido
no banal. Si aceptamos el cariz bicéfalo de toda fortuna, es posible que
logremos ““una felicidad con menos pena””, título admirable de una nove-
la de Griselda Gambaro.
Si optamos, en cambio, por una versión contumaz de la dicha, que
pretende apresarla en su forma incontaminada y pura, tendremos que
adquirir la habilidad de cerrar los ojos en el momento oportuno. Tam-
bién se aprende a cerrar los ojos ante los reveses personales y sociales.
No se trata de un gesto inocente o espontáneo, por el contrario respon-
de a una práctica reiterada de la autodefensa. La inducción casi forzo-
sa de tal práctica obedece, hoy, a causas de origen dispar que, aunadas,
infunden matices patológicos a la persecución de ese espejismo próxi-
mo y lejano, ignoto y familiar, donde se refleja nuestra humana y des-
graciada imagen en beatidud. Mi propósito es mostrar que, entre los
diversos mecanismos de defensa contra el sufrimiento, el encubrirlo, el
negarse lisa y llanamente a reconocerlo y aceptarlo en un nivel cons-
ciente, engendra una forma patológica de felicidad que la trueca en
remedo de gratificación.
En el presente abundan motivaciones psicosociopatológicas que
fomentan esta actitud cuyo análisis nos exige entrever la caricatura en lo
que se presenta como la cara misma de la felicidad, detectar el pulso del
sufrimiento en el artilugio que lo elude.
La descripción de tal patología remite a diversas perspectivas teóri-
cas que confluyen en un hecho social clave del presente: el consumo. La
contextura ideológica del consumo se revelará profundamente ligada a
esa imaginería enferma que hoy trastueca la imagen inefable de la felici-
dad en su simulacro.
Ante todo, es preciso justificar, en el orden cultural, la transforma-
ción de contenidos atribuidos a la idea de la felicidad como consecuencia
de la crítica ejercida, desde hace más de un siglo, al espíritu represor de la
moral occidental, fundada en conceptos como la culpa y el pecado. La
ventura personal era antaño una promesa ultramontana que se pagaba en
este mundo lavando nuestras culpas con dolor. La denuncia de esta ver-
sión ascética y diferida de la dicha encontró argumentos que desemboca-
ron, a la larga, en una reivindicación de los placeres terrenales.
244
Nelly Schnaith

No obstante, también es preciso acusar las deformaciones ideoló-


gicas sufridas por estos planteamientos críticos transformados, a su
vez, en cómodas justificaciones del más acomodaticio de los salvacio-
nismos mundanos. La cruzada contra el peso ancestral y nocivo de la
culpa se ha banalizado hoy convirtiéndose en permisiva apología de
una felicidad barata cuyas premisas aconsejan la mimesis adaptativa
o el escape a toda costa de cualquier atisbo trágico de la vida, propia o
ajena. Nos hemos liberado de la culpa ——germen propicio de una forma
patológica del sufrimiento—— para caer en una entrega acrítica a los
placeres del bienestar consumista ——forma patológica de nuestra felici-
dad actual.
En segundo lugar, dado que el falseamiento de aquella lúcida y
fundada reacción ideológico-cultural deriva en actitudes personales y
sociales que implican una resistencia inconsciente a sufrir, conviene,
también, ahondar en las raíces psicogenéticas de las mismas. Esto supo-
ne un exámen de los primitivos mecanismos de negación frente a lo real
y una evaluación de sus alcances en las manifestaciones adultas de la
vida humana.
Finalmente, corresponde señalar la incidencia de esas matrices psí-
quicas en el ámbito social específico que las dinamiza con provecho
para sus propios intereses: el consumo. Por lo dicho, el fenómeno
consumista habrá de enfocarse desde dos ángulos: el de sus sustratos
ideológicos y el de las derivaciones culturales de los mismos, en tanto
contaminan los símbolos que deberían encarnar la fantasmagoría de
una felicidad más atenta a sus verdaderas ilusiones.
Ante el panorama desolador y caótico de las propuestas sociales
cuya imposición subrepticia presta cuerpo a nuestra imagen de la dicha,
espero persuadir al lector y a mí misma de que la felicidad es un afán
doloroso que merece cierta reflexión. Opongo ““cierta”” reflexión a exceso
de reflexión. El escalpelo impúdico del análisis puede agostar las flores
delicadas. La felicidad no puede disfrutarse y examinarse a la vez. Por
otra parte, su contenido mismo es indefinible, sin alcance general algu-
no. Sin embargo, una meditación sobre sus condiciones y su contexto
debería permitir que apartemos el grano de la paja, legitimando así el
sentido entrañable de esa preciosa utopía que no cabe desmerecer con
sustitutos. La conquista de una felicidad a ojos abiertos, menos atormen-
tada por la culpa, no pasa ni por la negación ni por el olvido del sufri-
miento. El olvido saludable de nuestras penas depende de las virtudes
de la memoria no de sus fallas.
245
desde lo cotidiano

La patología del sufrimiento


““Existe una sabiduría que es sufrimiento, pero también existe un sufri-
miento que es locura””, desliza Melville en alguna página de Moby Dick.
Para comprender la rebelión cultural que enaltece como valores el
gozo, el placer y los sentidos, asociándolos a la figura de la felicidad, es
preciso medir antes la fuerza histórica de un complejo ideológico que
condicionó secularmente al hombre occidental. Si las secuelas
distorsionantes de nuestra rebelión alimentan en parte lo que aquí llamo
““patología de la felicidad””, las distorsiones de los antiguos principios
religiosos y éticos dieron origen a lo que, por contraste, bien merecería
designarse como ““patología del sufrimiento””. Aquel sufrimiento que es
locura acecha o invade desde siempre la conciencia moral de Occidente
en tanto se funda a partir del mito de una culpa originaria: allí se engen-
dró nuestra insana tendencia a la autocondena y a la represión en aras
de culpabilidades imaginarias reforzadas por innumerables crímenes
reales.
La culpa fue el eje, conceptual y afectivo a un tiempo, en torno al
cual gira toda una constelación de ideas y sentimientos que dan a la
existencia el sentido de una deuda ——pecado original más pecados per-
sonales—— que debe saldarse sufriendo. La siniestra función moral de la
culpa como autoacusación es un mecanismo perfecto: su sufrimiento
castiga y redime a la par, o sea, es objeto de temor y deseo. El itinerario
ético-religioso de la salvación, ergo de la felicidad futura, es un círculo
sin fisuras que, en esta tierra, empieza donde termina: en el pecado. Los
alardes emancipatorios del presente no garantizan que la carga arcaica
del pecado, espectro multifaz, haya abandonado la escena de la concien-
cia. Pero la rebelión está en marcha. La felicidad tiende a convertirse en
un deber. Valga, siempre que se examinen sus derechos.
La capacidad para desmontar este sutil engranaje de la infracción y
del castigo, humus enriquecedor de nuestro valle de lágrimas, no podía
provenir de alguien naturalmente dotado para la felicidad. Nietzsche, la
más doliente de las criaturas filosóficas, un hombre enfermo e impotente
para las alegrías de superficie, ahonda en su padecimiento hasta desar-
ticular las estratagemas de la culpa y trasmutar los valores del alma
sufriente en himnos a la alegría, al cuerpo; a la inocencia de los sentidos';
el Gay Saber es fruto de una gozosa entrega al juego danzante de las
apariencias, un retorno a la superficie que festeja la vida y el mundo
como eterna contienda y recreación de fuerzas sin destino interior, rei-

246
Nelly Schnaith

vindicando los instintos agresivos de la libertad. Pero, lejos de negar la


dimensión trágica de la existencia, Nietzsche la incluye como la diso-
nancia extrema en que ha de afirmarse la vida ““aún en sus problemas
más extraños y penosos””; el motor de un sí, más allá del dolor, del espan-
to o la compasión, al ““goce eterno del devenir, ese goce que comprende
incluso el goce de destruir””.
Nietzsche sabía que su pensamiento era hijo póstumo y, en efecto,
su eclosión corresponde a nuestro siglo y esto no sólo porque en las
esferas de la intelligensia se multiplican las voces que hacen eco de sus
ideas sino porque las mismas han ganado la celebridad del anonimato,
la más difícil de todas. Nietzsche enterró una configuración cultural de
la sensibilidad, centrada en los valores de la autorepresión, para anun-
ciar otra cuyos reclamos se insinúan hoy en la calle. Pero aparecen bajo
amenaza de tergiversación; interferidos, en el orden social o psicológico,
por fuerzas de resistencia o de distorsión tan complejas que apenas ca-
brá su invocación en estas líneas. Los indicios patológicos que intento
señalar en nuestra imagen y práctica de la felicidad2 se inscriben como
una de las consecuencias de ese cambio y de su tergiversación a la vez,
de modo que la comprensión de este punto requiere aún mayor insisten-
cia en algunas de sus premisas.
Exento de toda exaltación poética, el planteo científico de Freud
coincide en buena medida con el de Nietzsche al describir la función de
la culpa en la formación del super-ego (conciencia moral); en los meca-
nismos de la neurosis individual y en el control sociocultural de la agre-
sión a nivel social. Traducido al lenguaje teológico secular, cuyos acentos
todavía nos resultan alarmantemente familiares, Freud sostiene, como
Nietzsche, que la culpa es el castigo que nos imponemos por nuestras
maldades deseadas más que realizadas. La energía que no gastamos en
el mal ——tendencias agresivas innatas y autónomas en el hombre, dice la
ciencia—— la dispensamos en la autoflagelación, en sentimientos de cul-
pa. La energía no se pierde. De allí la curiosa paradoja de que a mayor
santidad mayor conciencia de culpabilidad. Y otra paradoja de alcances
sociales más inquietantes: la cultura coarta la agresión que le es antagó-
nica introyectando en el individuo, a través del super-yo, una autoridad
interior que condena y castiga culpabilizando, o sea, reprimiendo desde
adentro; de modo que a menor agresividad social canalizada mayor
malestar social acumulado.3 ““El precio pagado por el progreso de la
cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de

247
desde lo cotidiano

culpabilidad”” dice Freud4 con talante a la vez muy afín y muy ajeno a
Nietzsche. Los términos del análisis son asombrosamente coincidentes,
pero las consecuencias que se infieren divergen. Lo que en Nietzsche
conducía a una exaltada propuesta de liberación de los instintos vitales
——no hay libertad sin ley sino con otras leyes, otros valores—— se vuelve
en Freud la prudente comprobación de un conflicto insuperable al cual
no vacila en otorgar dimensión metafísica y cosmológica ——pulsiones de
vida, eróticas, contra pulsiones de muerte, destructivas—— y cuya relativa
solución queda suspendida de una frágil esperanza en las potencias del
eros asistidas por el logos.
No caeré en la presunción de ofrecer una receta personal como pa-
liativo de semejante dilema. La pregnancia de estos planteamientos au-
toriza, sin embargo, a una tarea más modesta: poner bajo sospecha ciertas
recetas ad usum en las actuales sociedades desarrolladas. Ante la impo-
sibilidad de revelar cómo se logra la felicidad atengámonos por lo menos
al intento de mostrar algunos de sus falsos sustitutos.
Intento harto difícil: ¡Quién se atrevería a distinguir entre una
ilusión de felicidad y una felicidad verdadera! Esta duda de magno
alcance se funda en una precaria certeza: los hombres tienden a inter-
pretar su realidad en función de sus deseos, conscientes e inconscien-
tes, y a justificar sus ilusiones con otras ilusiones que pasan por
realidades. Tal vez sea aconsejable limitarse a distinguir entre ilusio-
nes e ilusiones y, llegados a este punto, abandonar el criterio de verdad
para proseguir el análisis midiendo provisionalmente al deseo con sus
propias ilusiones y calibrando la solvencia de la gratificación que ellas
mismas proporcionan.
A fin de cuentas, desde el punto de vista del afán de gratificación,
un mismo impulso mueve a la neurosis (que engendra el síntoma como
fallida respuesta ante el deseo insatisfecho); al trabajo (que, si no es total-
mente alienado, transforma deseos en actos); a la religión (que ofrece
símbolos de consuelo para el deseo en desamparo); a la ciencia, al arte o
a la acción social (formas sublimadas de realización del deseo que enca-
minan su energía hacia fines más altos). El deseo debe medirse con su
propia satisfacción, más o menos ilusoria, más o menos nociva, para
reencontrar la ““realidad””. Apresado entre su tendencia al placer y su
resistencia de lo real, debe emprender a tientas el camino de una transac-
ción que lo satisfaga sin aniquilarlo. En esta búsqueda ritmada por avan-
ces y retrocesos el deseo reitera sus encuentros y desencuentros con la
realidad. Aprender a negar como real el objeto de sus alucinaciones;
248
Nelly Schnaith

aprender a emancipar de sus inextirpables raíces afectivas el reconoci-


miento intelectual de lo que es y de lo que no es y aprender a dar, a la vez,
a sus fantasías pulsionales el valor de verdad que les corresponde, cons-
tituyen los jalones del espinoso itinerario de su maduración. En este
proceso, la negación y sus funciones simbólicas ocupan un lugar impor-
tante.

La negación; de mecanismo regresivo a símbolo adulto.


Avanzamos hacia nuestro punto de partida: afirmé que, en la desatina-
da empresa de la felicidad, la negación del sufrimiento era el síntoma de
una forma patológica de ser feliz. Corresponde ahora fundamentar tal
aserto deteniéndose en el acto mismo de negar, a fin de exhumar en el
normal ejercicio de la negatividad, como función adulta, sus mecanis-
mos potencialmente patológicos. En un breve ensayo de 1925, dedicado
a la negación, Freud establece sorprendentes conexiones entre la nega-
ción como función intelectual ——o sea, el juicio negativo: ““A no existe”” o
““A no tiene el atributo B””—— y sus orígenes basados en el dinamismo de
los impulsos primarios.
Desde el punto de vista de su psicogénesis, la negación es la forma
evolucionada, sometida al principio de realidad, de un mecanismo pri-
mario del primitivo yo del placer que expresa la afirmación y la negación
según los patrones de la satisfacción oral: decir sí significa introyectar
dentro de sí todo lo bueno y decir no, expulsar de sí todo lo malo. ““Devo-
ramos”” lo que nos viene bien y ““escupimos”” lo que nos resulta nocivo.
Estas son las manifestaciones primitivas de la afirmación y de la nega-
ción en el yo todavía no estructurado, incapaz de discernir entre el afue-
ra y el adentro, lo exterior y lo interior.
La aparición del símbolo de la negación como función intelectual
implica la progresiva estructuración de un yo adulto, capaz de hacer la
prueba de la realidad. La realidad de un objeto, dice Freud, no se pueba
cuando lo encontramos sino cuando lo reencontramos, convenciéndonos
así de que aún existe y siguió existiendo independientemente de noso-
tros. Entre el encontrar y el reencontrar cabe el ejercicio de la negación
que supone, por tanto, la experiencia de la pérdida o de la ausencia de
objetos que un día procuraron una satisfacción real. A partir de la acep-
tación de esta experiencia de pérdida, el pensamiento puede emancipar-
se de la sujeción a los mecanismos primarios del yo del placer para el

249
desde lo cotidiano

cual lo bueno y lo malo eran los criterios para determinar lo admitido y lo


rechazado, lo interior y lo exterior, lo existente y lo inexistente. La susti-
tución de estos procesos que adoptan las matrices de la satisfacción oral,
ingerir o escupir, por las funciones de la afirmación o la negación como
instrumentos del juicio, hace posible la emergencia de un mundo real y
de un yo real. Un mundo en que el deseo, educado en el paulatino de-
rrumbe de su omnipotencia, puede convertirse en obra. El desarrollo de
la conciencia implica el acceso del pensamiento al ““no””, forma simbóli-
ca de un doble reconocimiento: el de su relegada fantasmagoría imagi-
naria en cuanto tal y el de la realidad como dimensión independiente del
deseo. Esta capacidad para dominar simbólicamente la ausencia, la frus-
tración y la pérdida, implícita en la práctica de la función negativizante,
no sólo concierne a la prueba de la realidad sino también a otras activi-
dades que nutren buena parte de las felicidades humanas: el juego, la
fantasía y el arte. La operación del juicio es posible por el aprendizaje de
la prudencia; las creaciones simbólicas de la fantasía, del juego y del arte
surgen de un aprendizaje de la satisfacción en tanto compensan la insa-
tisfactoria pobreza de los hechos. A través de ellas el deseo debería saber
encontrar el sustituto adecuado, no patológico, de su objeto ausente o
perdido. La vida imaginaria desrealiza el ámbito donde nacen sus pro-
pias producciones para gozarlas sin temor de que choquen con las exi-
gencias de la realidad. La fantasía traza así un hilo que une el juego
infantil con el arte a través de todas las formas intermedias de realiza-
ción imaginaria del deseo, pasando por los suelos nocturnos y diurnos:
todos testimonian el sino del hombre como impulso insaciado.
Pero esa línea abre también el ancho espacio que separa la esterili-
dad de una producción onírica de la encarnación simbólica del objeto
ausente en la obra creada. El niño pequeño que, en ausencia de su ma-
dre, juega a hacer aparecer y desaparecer un carrete exclamando ““Fort-
Da!”” (afuera-ahí) reproduce y domina, mediante el manejo del símbolo,
la situación que le produce angustia. El artista crea una obra que se
engarza con sus deseos más originarios no porque reedite el objeto arcai-
co de esos deseos sino porque ocupa el lugar vacío dejado por aquel
objeto, porque crea significaciones nuevas tras el impulso movido por
las significaciones perdidas, negadas o abandonadas.
La negación se presenta, en suma, como una función cuyo desarro-
llo promueve los estadios más avanzados de un psiquismo en trato fruc-
tífero, aunque costoso, con la realidad. Pero, por contrapartida, sus

250
Nelly Schnaith

orígenes la amenazan, ante las dificultades, con una regresión simpre


posible a los mecanismos del primitivo yo del placer, al recurso de expul-
sar de la conciencia lo que atenta contra la satisfacción inmediata.
La forma patológica de felicidad que resulta del rechazo del sufri-
miento reactualiza de manera inconsciente, con actitud regresiva, las
modalidades originarias de la negación consistentes en ““escupir”” lo que
nos viene mal. Pero en este sentido, patológico en cuanto regresivo, la
negación del sufrimiento no conduce a su supresión. Por el contrario, da
cabida a la eficacia clandestina de sus poderes destructivos no reconoci-
dos que, a la larga, transmutan los beneficios del alivio inmediato en el
penoso esfuerzo de mantenerlo a toda costa. Corresponde recordar aquí
la dramática paideia del deseo que sólo a fuerza de podas aprende a no
estrellarse contra la implacable dureza de la vida. El difíc abandono de
la infancia supone, tanto para la humanidad como para el individuo, la
aceptación del aplazamiento y del rodeo en la búsqueda del placer. Bajo
esta condición podremos, eventualmente, acceder a una sabiduría más
sutil: pactar en buenos términos con el sufrimiento para alcanzar una
felicidad cuyas ilusiones sean menos gravosas. La sabiduría, según una
tradición ilustre, no es conocimiento sino forma de vida.

La satisfacción del consumo; regresión oral


Dos líneas he seguido hasta aquí para comprender la aparición históri-
ca de un nuevo concepto de felicidad por un lado y por otro la función
psicológica implícita en los fenómenos distorsionantes de las satisfac-
ciones que deberían responder a esos nuevos contenidos. En primer lu-
gar señalé la transmutación de valores culturales a partir de la cual se
cuestiona la imagen tradicional de la felicidad ——ligada a virtudes espi-
rituales en convivencia con culpa y sufrimientos morales—— postulando
una figura acorde con goces terrenales menos represivos del eros, del
cuerpo y de los sentidos. Después me referí a la tergiversación de esos
nuevos valores que hoy desemboca en una actitud escapista frente al
sufrimiento real. Para fundamentar el sentido regresivo de esa negación
patológica de la insatisfacción me he apoyado en las aportaciones del
psicoanálisis acerca de las matrices arcaicas de satisfacción psíquica
con las cuales se relacionan los orígenes de la función negativizante: el
placer oral como absorción o expulsión.

251
desde lo cotidiano

Ahora se impone mostrar la dimensión social del fenómeno, exami-


nar el ámbito en que sus propios presupuestos ideológicos y psíquicos
entran en contacto con el juego de intereses de los poderes establecidos
para generalizar e intensificar los efectos mistificantes de la distorsión.
Esa esfera social es la del consumo. La ideología del consumo lucra tanto
con las aspiraciones como con las frustraciones del deseo. A tal fin nos
ofrece, hoy, junto con el catálogo interminable de sus productos, un
capitulante decálogo de la más preciada utopía humana.
En este sentido, el consumo no se limita a un mero fenómeno de la
conducta económica. Debe entenderse, más bien, como un patrón cultu-
ral de comportamiento que estructura determinado modo de relación del
hombre con su entorno social: ya se trate del prójimo, de objetos, de valo-
res, de conocimientos o de esparcimientos. Consumimos psicoanálisis
como consumimos libros o goce estético o productos medicinales o sexo
o adelantos técnicos o anuncios comerciales. Se nos enseña a consumir
tanto el trabajo como el ocio.
Me parece interesante, por ende, detectar, en la actitud consumista,
ocultas implicaciones psíquicas e ideológicas que, según creo, se revelan
pertinentes. La distorsión del acto de consumo responde a los mismos
patrones regresivos de satisfacción que la felicidad enferma, o sea, los de
la oralidad primitiva. Si el consumo insume para reproducir estamos,
como bien señaló Marx, ante un proceso válido, consumo productivo;
pero si insume por el puro placer de ““devorar”” estamos ante un proceso
pervertido, consumo meramente ingestivo, animado por los mecanismos
más arcaicos de la gratificación psíquica: deglutir o escupir.
Cuando Marx analiza el momento del consumo en el proceso de
producción social percibe que todo consumo es, a la vez, producción en
forma inmediata: ““Así, en la naturaleza, el consumo de los elementos y
sustancias químicas constituye la producción de la planta. Del mismo
modo, mediante la alimentación ——que constituye una forma peculiar
del consumo—— el hombre produce su propio cuerpo””.
Pero, si nos atenemos a la asociación del consumo con el acto de
ingestión oral en busca, con Freud, de sus resonancias psíquicas arcai-
cas, no resulta desatinado ver en los excesos del espíritu consumista la
reanimación, bajo auspicio ideológico, de aquellos originarios mecanis-
mos de gratificación psíquica que calcan las matrices de la oralidad:
““devorar”” o ““escupir””.
El proceso completo del consumo debería implicar la conversión
provechosa de lo consumido en un producto diferente. Al confrontar la
252
Nelly Schnaith

realización cabal del consumo con su función simbólica arcaizante en


las sociedades desarrolladas surge una clave analógica para interpretar
la peculiar minusvalía ““nutricia”” que en ellas se rige: lo que se incrementa
en la actitud del consumidor es el menoscabo del momento ““productivo””
de todo consumo ——en tanto consumir es recrear por transformación y
elaboración—— en favor del mero placer ingestivo exhumado de fases
psicogenéticas anteriores que retrotraen el acto de consumir a los mode-
los arcaicos de la satisfacción oral. El consumismo determina un modo
de relación primario del sujeto social con su objeto que se reproduce en
todas las esferas de la cultura: la posesión por incorporación, amputada
de su consecuente transformación productiva.
En otro contexto, dice Nietzsche que para hacerse dueña de lo que
se le impone con tanta abundancia, la naturaleza humana sólo tiene
un recurso: acoger con la misma facilidad con que luego expulsa.6 El
hombre del consumo no digiere críticamente los programas televisivos;
tampoco convierte su naciente libertad sexual en una experiencia enri-
quecida del eros; Nietzsche mismo vaticina la épica cabalgata del hom-
bre de consumo por museos y exposiciones, conciertos y salas de arte,
librerías y bibliotecas, con términos que también recurren a la metáfora
ingestiva: ““El hombre moderno arrastra consigo una enorme masa de
guijarros, guijarros del indigesto saber que hacen ruido sordo en sus
tripas””? El ruido de unas tripas llenas de cosas no digeridas revela que
el absorber sin asimilar no obra como motivo transformador que lanza
al exterior sino que se acumula indiscriminadamente en una interiori-
dad caótica.8 Nietzsche habla de los estudios históricos, pero es perfec-
tamente legítimo leer sus observaciones como una descripción del
consumo de historia a cultura ““ingestiva””. He aquí una cita que lo
corrobora sin necesidad de comentarios: ““El hombre moderno se ha
convertido en un espectador errante y gozoso, apenas conmocionado
por grandes guerras y revoluciones. No bien ha terminado una guerra
ya está trasladada al papel impreso, multiplicada por cien mil ejempla-
res y presentada como nuevo estimulante al paladar (subrayado NS.)
fatigado del hombre ávido de historia””.9
Parece que la metáfora alimentaria se ramifica para abarcar múlti-
ples aspectos de la cultura consumista: en primer lugar ofrece la matriz
de un modo arcaico de gratificación psíquica cuyo carácter regresivo
explica los aspectos psicosociopatológicos del consumo como patrón de
comportamiento social. En segundo término, permite describir adecua-
damente la perversión del fenómeno del consumo en su acepción gene-
253
desde lo cotidiano

ralizada: a partir de sus valores simbólicos induce asociaciones que re-


velan por analogía el usufructo ideológico de este fenómeno abortado:
en todos los órdenes se promueve una ingestión sin asimilación ni trans-
formación; el momento pasivo, la deglución, renuncia a su contraparte
activa, la elaboración productiva que transforma lo consumido para
relanzarlo al exterior.
Respuesta pasiva a un estímulo que moviliza la activa presión de un
origen remoto, el consumo se expande a lo largo y a lo ancho de nuestras
esferas de conducta, sembrando una pauta que conforma la actual cul-
tura occidental como una gran caja de resonancia donde los ecos se
confunden con las voces.

El mercado de la felicidad
A esta altura de mi argumento resulta ya banal afirmar que los valores
simbólicos inherentes a la estructura espacio-funcional del hipermercado
condicionan una configuración del espíritu. Es el ámbito físico y alegóri-
co donde cobran hoy cuerpo y figura los signos ambiguos de la felicidad,
que se ofrecen al alcance de la mano, a la vista, a pedir de boca. Todo es
cuestión de apresar y engullir: self-service. O escupir cuando no sabemos
——dado que esta es su ley—— ““atrapar al deseo por la cola””. La felicidad es
otro artículo prefabricado, aunque inmaterial, que trasluce en la copiosa
panoplia de tentaciones esgrimida por la industria cultural y de infraes-
tructura. La otra cara de la moneda, en esta pesquisa del tesoro carente
de sorpresas, es el fomento del olvido. Hay que volver la espalda a las
insatisfacciones de fondo que evocarían otras necesidades más afines
con la ilusión de una felicidad auténtica. Se trata de legitimar, no el
contenido sino el sentido de la felicidad. La venturosa ilusión de la di-
cha es tal cuando se solidariza con una práctica de la libertad que con-
siste en no mentirse a sí mismo respecto a las necesidades más profundas
o más inconfesables: ni negarlas, ni expulsarlas sino reconocerlas. Pero esto
implica el esfuerzo de sustraerse a la mascarada convencional de la di-
cha a ultranza que se nos impone a diario. La cacareada realización
““personal”” debe pasar indefectiblemente por este ejercicio de emancipa-
ción.
Y frente al problema de la libertad ——en consecuencia con el de la
felicidad—— como impulso a rebelarse contra los modelos coercitivos que
propone masivamente la era de la abundancia, recaemos en el procedi-

254
Nelly Schnaith

miento consuetudinario de la cultura descrito por Freud: todo proceso


de liberación conlleva la amenaza implícita de una energía insumisa
que la sociedad establecida debe someter y peor aún, explotar en su pro-
vecho. El recurso para coartar esa energía desviándola por canales
inocuos consiste, como hemos visto, en introyectar las fuerzas represi-
vas dentro de la conciencia misma del sujeto social. En este caso, reforzar
mecanismos psíquicos arcaicos que ahogan el malestar de la represión
encubriéndolo con una falsa satisfacción. Los educadores del consumo,
en cuanto modelo omnímodo, se asignan la provechosa misión social de
mantener las aguas en su cauce; rinden así pleitesía al ““interés general””,
que se preserva inmunizándonos contra el sufrimiento real a cuenta de
prometedoras felicidades ficticias. Se trata de no dejar madurar la ““con-
ciencia infeliz”” a fin de dominarla y explotarla.
La astucia última de la razón ““consumista”” ——aprendamos de
Hegel—— reside en que hace trabajar a su favor los ideales propiamente
adversos. Porque la paradoja, más aún, el escarnio de este engranaje
circular es que funciona basándose en las mismas aspiraciones cultura-
les que deberían desarticularlo. La invocación de una felicidad eximida
de los dudosos goces a que nos lleva la mala conciencia, el voluptuoso
regodeo del alma en sus culpas, se asocia con una reivindicación de las
bondades del cuerpo y los sentidos como fuentes de dicha. La libertad
sexual; el deporte; el desarrollo de la creatividad artística y de la expre-
sión personal como incentivos pedagógicos, a través de un esquema cor-
poral más libre; el desagravio de la imaginación y de la fantasía como
mediadores válidos de apetencias relegadas; el restablecimiento de los
derechos del deseo frente a las extorsiones morales del deber son todos
los reclamos que integran la constelación imaginaria de una felicidad
más permisiva y profana, menos lastrada por los desmanes del espíritu
en deuda consigo mismo. No obstante, el cambio es sólo formal aún. Si el
hombre del deseo se tomara tan en serio como en su época lo hizo el
hombre del deber, otros gallos cantarían para anunciar una alborada de
resistencia efectiva contra las venturas que nos promete la ideología del
bienestar tal como se predica en el presente.
Pero el desquite de la libido y de las profundas razones del cuerpo,
ahogadas por la rigidez moral del principio introyectado de autoridad,
se cumple hasta ahora como farsa de su propio designio. Lo que nos
predican, peor aún, lo que practicamos, es la caricatura de lo que desea-
mos. La aspiración a la felicidad se despoja del fermento de rebeldía que
alimenta su fuerza la pugna consciente del deseo con su propia insatis-
255
desde lo cotidiano

facción. Y cae entonces en el costoso mecanismo de las gratificaciones


sustitutivas, en el malestar inconfeso de una aventura que reniega de su
origen y de su destino. La ilusión de una beatífica eternidad ultramontana
no cuesta menos sacrificios que la ilusión de una prosperidad terrenal
ignorante de sus propios conflictos. Si antes sacrificábamos el cuerpo
hoy tenemos que vender el alma para ser felices. Es el precio que se paga
en el mercado.

Impugnación y reivindicación de la conciencia


La remoción de esta nueva quimera tan gravosa parece insinuar una
estrategia: hay que recuperar un alma que goce de las bondades del cuer-
po, nuestra jubilosa superficie a la deriva. Sugiero que leamos estas fra-
ses concediendo a sus términos el valor de símbolos emblemáticos y no
el de conceptos precisos insertos en determinado contexto histórico o
reflexivo. En tal sentido, el alma, el espíritu, la conciencia, la inteligencia,
la luz de la razón y el cuerpo, la materia, la carnalidad, lo orgánico, la
entraña ciega de la sensibilidad, constituyen constelaciones semánticas
complementarias y opuestas en cuya metaforicidad inagotable se depo-
sita una fantasmagoría alimentada por mitos históricos y prehistóricos,
sociales y personales. Creo haber mostrado que en la perspectiva del
hombre de nuestros días, abierta o cerrada, según se mire, sobre los pa-
raísos artificiales de la cultura de consumo, una misma fantasía engloba
al cuerpo y la serie de significaciones simbólicas a él ligadas. Esta fanta-
sía hace del cuerpo y sus metáforas la sede imaginaria de las libertades
del deseo.
Las metáforas vinculadas al complejo simbólico alma-espíritu-con-
ciencia responden, en cambio, a otra fantasía inspirada en una dura
realidad: el enfrentamiento del deseo con la ley. La función efectiva de la
conciencia, en especial la superyoica, refuerza este contexto analógico
en el cual aparece como representante de la ley, guardián del deber y
cárcel del deseo.
No es difícil aventurar la resonancia afectiva inconsciente que la
impronta jurídica del alma provoca en una época obsesionada por el
tema de la libertad del deseo y trampeada por el juego encubierto de su
represión: las antiguas virtudes ““espirituales”” caen en desprestigio.
A esto se agregan, desde hace un siglo, fundados motivos de des-
confianza, racionales y conscientes, acerca de las facultades testimonia-

256
Nelly Schnaith

les del alma, expresadas por una metáfora secular. la de la luz y la vi-
sión. El alma en tanto conciencia, res pensante y lumen naturale, era la
mirada inteligible, el ojo esciente que nos abría a la luz de la verdad;
verdad sobre las cosas y sobre nosotros mismos, sobre nuestro ser y de-
sear. Hoy hemos comprobado las falacias del espíritu. Su visión, como la
de los ojos, está sujeta a múltiples interferencias que pueden enceguecerla
para lo verdadero y evidente. Tratándose de algo tan poco evidente como
la felicidad es lógico que nos invada aún mayor recelo e incertidumbre
respecto a las facultades del lumen naturale en la búsqueda de un sentido
genuino atribuible al disfrute de ciertas ilusiones. Si el alma se muestra
represora y falaz en la apreciación de nuestra realidad mal puede con-
vertirse en garante de una mediación con nuestras fantasías, en especial
aquellas que alimenta el cuerpo y las pulsiones.
Nos aproximamos así, en relación con este problema, a una fórmu-
la que puede resumir la situación paradojal del hombre del progreso y
del bienestar: un hombre que ya no confía en su alma y que todavía no ha
intimado con su cuerpo. Un hombre despojado de toda certeza interior
acerca de sí mismo y lanzado, a la vez, tras expectativas incontroladas
referentes a su realización en el entorno social exterior. En este desequi-
librio muerde el manejo teledirigido de arcaísmos y ““neologismos”” con
que se presiona al sujeto de la cultura consumista. La coexistencia de un
desengaño aún no asimilado y de una promesa aún no cumplida lo
entrega inerme a los espejismos del mercado de la felicidad. Los mismos
constituyen la vía de escape más fácil al sufrimiento provocado por su
doble frustración.
¿Qué propuesta terapéutica arriesgar ante este escapismo malsa-
no? El desafío de toda terapia consiste en que impone el abandono del
orden puramente reflexivo. Una terapia debe arriesgar hipótesis que se
comprometen con el orden existencial, allí donde lo pensado se vive.
Entonces, la dialéctica de los símbolos, las metáforas del cuerpo y del
alma, la felicidad y el sufrimiento dejan de ser ideas analizables para
encarnarse en experiencias viscerales cuyo sentido se juega más acá y
más allá de la reflexión. En esta esfera cambia de signo la necesidad de
recuperar un alma que goce de las bondades del cuerpo. Ya no se trata de
historiar los conceptos, su entorno ideológico y sus evocaciones simbóli-
cas. Ahora es preciso decidir, en su acepción fuerte, en qué dirección
hemos de mover la dialéctica o, al menos, intentar hacerlo.
La felicidad protésica se reveló como la mala sombra de los sufri-
mientos engendrados por una doble frustración histórica: el desengaño

257
desde lo cotidiano

respecto al viejo mito del espíritu rector y el engaño respecto a la solven-


cia del nuevo mito, el del cuerpo liberado.
¿En qué fundar una restitución salomónica que compense ese des-
equilibrio otorgando al alma lo que es del alma y al cuerpo lo que es del
cuerpo en su culto común a la felicidad? Ni la voluntad, ni la razón, ni la
imaginación, ni la sensibilidad, ni la sensualidad per se lograrían hoy
auxiliarnos. Pero cualquiera de ellas vale como punto de apoyo si se
pone al servicio de cierta franqueza o sinceridad que nos permita enfren-
tar esa insatisfacción profunda sin rendir armas. Hay que abrir los ojos
del alma al sufrimiento de sus duelos históricos e individuales. La catar-
sis del dolor por las propias pérdidas, reales o imaginarias, despeja el
acceso a las propias aptitudes de goce y propicia una más libre disponi-
bilidad del cuerpo y de los sentidos.
Así enfocado el problema, la función testimonial de la conciencia,
incluso deficitaria, conserva un valor crítico que es preciso diferenciar
de sus inclinaciones punitivas. Siempre que ponga bajo sospecha la ““im-
parcialidad”” de sus propios juicios, atañe a la conciencia confirmar,
reafirmar o impugnar el sentido de aquellas mediaciones con lo real ——o
sus fantasmas—— más sujetas por principio al ciego impulso del placer,
como las de la sensibilidad y los afectos.
A mi pesar he caído en un elogio casi moralista de la lucidez, una
reivindicación de la conciencia como ejercicio defensivo contra las
promocionadas tergiversaciones del deseo. Esta apología de sabor amar-
go, con dejos de neo-ascetismo, intenta responder, sin embargo, a los
intereses del deseo. En efecto, reconocer groseras o sutiles interferencias
en la carta de derechos de nuestras necesidades pulsionales significa
defender las demandas personales de un deseo en busca de sus propias
razones, de sus propias satisfacciones. En caso contrario se aborta todo
conato liberador del deseo en tanto pretende legitimar culturalmente
aspiraciones estimuladas por nuevas necesidades y nuevas posibilida-
des históricas.
Hemos de reclamar a la conciencia no la consecución de sus ten-
dencias represivas sino la práctica dolorosa de la veracidad consigo
misma. Esta me parece una condición necesaria, sino suficiente, para
asegurar las ansiadas libertades del deseo.
En el rechazo del sufrimiento como insatisfacción consciente del
sujeto, recurso patológico del afán de felicidad, reside una grave falla
de la conciencia que rehuye así el aspecto positivo de su función crítica
para consolarse con esforzados autoengaños. Porque el esfuerzo de
258
Nelly Schnaith

cerrar los ojos ante lo inevitable ——e inevitable es el desasimiento, en el


curso de la vida, de muchos de objetos del eros—— resulta demasiado
costoso.
Todo sufrimiento del alma es el duelo de un deseo obligado a la
renuncia. Cuando esa renuncia es impuesta por los sucesos de la biogra-
fía o de la época ——““el tiempo que me ha sido dado sobre la tierra”” según
Brecht—— más vale no escamotear el insumo de energía ——fuerza moral
dirían los antiguos—— que demanda el dolor o su insatisfacción. Porque
inexorablemente lo duplicaremos en el esfuerzo por disimularlo. Y el
malestar inconsciente del sufrimiento retenido se infiltrará en todos nues-
tro simulacros de felicidad. A dolor negado dicha violada.
El atisbo de promesas encomendado a las virtudes de un cuerpo
más benevolente consigo mismo, más atento a la opulencia gratificadora
de los sentidos, menos sujeto a los maltratos de una moralidad culpógena,
es tributario de una liberación de la conciencia. Y la conciencia se libera
abriendo sus ojos metáforicos, o sea, cumpliendo su función no eludién-
dola.
El cultivo de una conciencia más consciente, más autónoma respec-
to a sus amos embozados, más lúcida sobre sus servidumbres persona-
les y sociales, más sensible a los bellos azares que le depara su cuerpo,
es, en el fondo, la tarea de un individuo y de una cultura inspirados por
la ilusión de una felicidad a ojos abiertos. Una felicidad que se haga
cargo sin temores de sus propias penas, de sus propias culpas.

Notas

1
Sobre el desarrollo de la culpa cf. Genealogía Moral, Tratado II. Sobre la relación
enfermedad/salud y penetración reflexiva cf. Prefacios y Gay Saber y primeros capí-
tulos de Ecce Homo.

2
Doy por sentado que este planteo se refiere a sociedades de abundancia y con cierto
grado de institucionalización de los derechos llamados del hombre, en su acepción
política. En ellas un nivel medio de bienestar material y de seguridad individual
permite analizar la aspiración a la felicidad como un problema de superestructura
atinente a las condiciones de posibilidad de satisfacciones no primarias. Mal podría
abordarse la cuestión en estos términos para áreas de marginación dentro de esas
mismas sociedades o para regiones enteras del mundo en que la imaginería utópica
de la felicidad se reduce a un mendrugo de pan o a un techo de latón, a un mes más
de vida o a un día menos de cárcel

3
Suscribo esta fórmula que no traiciona a Freud si bien lo expresa con resonancias
más ambiguas y provocativas. Deja claramente abierto el problema de decidir sobre

259
desde lo cotidiano

las formas de agresividad ——dada la existencia irreductible de una energía


destructiva—— cuya amenaza puede enfrentar una sociedad en aras de una condición
cultural menos propensa a inducir la autorrepresión como garantía de convivencia.

4
Freud, El malestar en la cultura.

5
Consideraciones inactuales. II; Sobre la utilidad de los estudios históricos 4; cf.
también 5 y 7.

6
Ibidem. En toda la obra de Nietzsche se repite con insistencia la metáfora de
la alimentación, la digestión y la asimilación. Recordar que el hombre incapaz de
olvido es como un dispéptico. También dice que el filósofo se parece a una vaca:
tiene cuatro estómagos para rumiar sus alimentos. El rumiar es una actividad
eminentemente filosófica.

7
Ibidem.

8
lbidem.

9
lbidem.

260
Nelly Schnaith

Colaboraciones no solicitadas

Como señalamos en el editorial, pensamos dar prioridad a los materia-


les que nos parezcan oportunos para el debate político. Personas intere-
sadas en colaborar, enviar dos juegos, mecanografiados a doble espacio,
con los datos (nombre, dirección, teléfono, profesión y adscripción labo-
ral) en hoja aparte. No se devuelven los ejemplares. Se agradecerá el
esfuerzo de utilizar un lenguaje no sexista, por ejemplo, para referirse al
género humano hablar de personas o seres humanos, en vez de hombres.
No aceptamos obras de ficción (cuentos, poemas, etcétera).
Conocemos las dificultades que supone elegir textos sin ser influi-
das por la amistad, la enemistad, o los compromisos políticos y persona-
les. Por ello vamos a adoptar el mecanismo de mandar a dictamen los
textos sobre los que no haya consenso. El dictamen será anónimo en dos
sentidos: la persona que dictamine no sabrá quien hizo el texto y la que
lo hizo no sabrá quién dictaminó, pero conocerá la fundamentación del
dictamen. De esta manera esperamos mantener un cierto nivel de salud
mental.

261
Margarita Gasque

desde el diván

263
desde el diván

264
Margarita Gasque

Freud y la homosexualidad

Margarita Gasque

F
recuentemente se asegura que la postura de Freud con respecto a
la homosexualidad era reprobatoria y prejuiciada; ante ello, la
intención de este trabajo es presentar algunos elementos y aproxi-
maciones desde la obra freudiana, que puedan constituir la base para
una reflexión seria del problema. Si bien Freud no era militante ni defen-
sor de la causa de los homosexuales, su posición ética dista mucho de
las afirmaciones populares que le han sido atribuidas. Es necesario to-
mar en cuenta la creciente y cada vez más generalizada tergiversación
de los conceptos freudianos, cuya principal causa es la descontextuali-
zación de un elemento de la complejidad estructural del cuerpo teórico
al que pertenece. Así, los términos se popularizan, se hacen lugar común
en las conversaciones cotidianas, hasta que aparecen en revistas y pu-
blicaciones baratas, donde los autores, muy quitados de la pena, llegan
a conclusiones espeluznantes. Esta vulgarización del psicoanálisis trae
como consecuencia la degeneración de sus conceptos, ante los cuales es
fácil situarse antagónicamente.
Tres ensayos de teoría sexual, escrito en 1905, es una de las contribu-
ciones más trascendentales al conocimiento de lo que el hombre tiene de
humano. Dentro del contexto histórico del pudoroso puritanismo del
siglo XIX y principios del XX, Freud no puede callar; tiene que anunciar al
mundo las conclusiones a las que ha sido llevado a lo largo de sus inves-
tigaciones. Sabe que sus opiniones no serán facilmente recibidas y aun
así no se detiene para decir que, contra lo que se piensa, la sexualidad no
es atributo exclusivo de los adultos; sostiene que hay una sexualidad
infantil, y al afirmarlo, se enfrenta contra uno de los prejuicios más pode-
rosos de su época. En este sentido, puede pensarse que Freud no era un
conservador, sino un revolucionario cuyas ideas contribuyen a echar
por tierra los viejos prejuicios. Puede imaginarse la reacción y el escán-
dalo de la ofendida sociedad vienesa ante la idea de que la pretendida
““inocencia infantil”” fuera cuestionada.
265
desde el diván

Este descubrimiento lleva a Freud a hacer una distinción entre lo


sexual y lo genital: ““El desasimiento de la sexualidad respecto de los
genitales tiene la ventaja de permitirnos considerar el quehacer sexual
de los niños y de los perversos bajo los mismos puntos de vista que el del
adulto normal, siendo que hasta entonces el primero había sido entera-
mente descuidado, en tanto que el otro se había admitido con indigna-
ción moral, pero sin inteligencia alguna””.1 Para esclarecer la distinción
hecha entre lo sexual y lo genital, Freud da como ejemplo el acto de besar.
En el beso no intervienen en ningún momento los órganos genitales, y
sin embargo, hay algo fuertemente sexual, aunque sólo se trate del en-
cuentro entre las entradas de dos tubos digestivos.
Es oportuno hacer una consideración en torno a la palabra Perver-
sión; traducida a varios idiomas, sigue conservando sus mismas raíces:
Al. Perversion, Fr. perversion, Ing. perversion, It. perversione, Port.
perversao. Desde sus orígenes etimológicos, y libre de toda carga peyora-
tiva, significa literalmente ““vertir en otro lugar””, es decir, algo es llevado
o dirigido hacia otra parte. Este es el mismo sentido de palabras como
desviación, aberración, inversión.
En un apartado que Freud titula ““Consideraciones generales sobre
todas las perversiones”” dice: ““Los médicos que primero estudiaron las
perversiones en casos bien acusados y bajo circunstancias particulares
se inclinaron desde luego, a atribuirles el carácter de un signo patológico
o degenerativo, tal como hicieron respecto de la inversión; no obstante,
en el caso que nos ocupa es más fácil rechazar este punto de vista. La
experiencia cotidiana ha mostrado que la mayoría de estas transgresio-
nes, siquiera las menos enojosas de ellas, son ingredientes de la vida
sexual que raramente faltan en las personas sanas, quienes las juzgan
como a cualquier otra intimidad. Si las circunstancias lo favorecen, tam-
bién la persona normal puede reemplazar todo un periodo la meta sexual
normal por una perversión de esta clase, o hacerle un sitio junto a aqué-
llas. En ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta
sexual normal que podría llamarse perverso, y esta universalidad basta
por sí sola para mostrar cuán inadecuado es usar reprobatoriamente el
nombre de perversión. En el campo de la vida sexual, justamente, se
tropieza con dificultades particulares, en verdad insolubles por ahora,
si se pretende trazar un límite tajante entre lo que es mera variación
dentro de la amplitud fisiológica y los síntomas patológicos.2
Aquí se hacen evidentes dos cuestiones: el desacuerdo de Freud
frente al carácter reprobatorio de la palabra perversión, y la dificultad
266
Margarita Gasque

para trazar una frontera determinante entre lo que es ““normal”” y lo que


no lo es.
La sexología existía antes de Freud; ya el psiquiatra vienés Krafft-
Ebbing y el inglés Havelock Ellis habían descrito las perversiones, enu-
merado las formas patológicas y habían hecho inventario de la
nomenclatura. A ellos se les deben términos como sadismo, masoquis-
mo, etcétera. Esta sexología daba por hecho la existencia de un ““instin-
to”” sexual que sería ““natural”” en el ser humano, y por lo tanto tendría un
objeto específico (el sexo opuesto) y una finalidad biológicamente deter-
minada (la reproducción). Es desde esta suposición de ““naturalidad”” de
los ““instintos”” humanos que todo comportamiento sexual que no se diri-
ja al sexo opuesto o cuya finalidad no sea la reproducción es considera-
do como desviación o perversión del instinto.
Freud da una nueva base a la sexología, al cuestionar la sexualidad
humana concebida como efecto de un ““instinto natural””. Al introducir
la noción de pulsión en lugar de instinto, se produce un resquebraja-
miento del concepto de ““normal””, pues la pulsión sexual no tiene ya
objeto ni fin naturales. Pulsión es el concepto psicoanalítico con el que
Freud da cuenta de la sexualidad humana. La pulsión está caracteriza-
da por una presión constante, por una fuerza indomeñable que, organi-
zada desde la falta, se dirige hacia el objeto inespecífico que se produce
en la búsqueda de un reencuentro con algo que se ha perdido.
En una nota agregada en 1920 al segundo de sus Tres ensayos, Freud
apunta: ““Las diferencias que separan lo normal de lo anormal sólo pue-
den residir en las intensidades relativas de los componentes singulares
en la pulsión sexual y en el uso que reciben en el curso del desarrollo””3
Es decir, se trata de una cuestión de matices. Los Tres ensayos volvie-
ron obsoleta la sexología de entonces.
En el primero de los Tres ensayos Freud comienza con el estudio de
las aberraciones sexuales. Si la sexualidad humana fuera un instinto
natural, no estaría presente en la infancia, advendría solamente hasta la
pubertad, con la maduración de los órganos genitales, tendría por objeto
exclusivamente al sexo opuesto y como nota única servir para los fines
de la reproducción. Freud da cuenta de las numerosas desviaciones res-
pecto al objeto y la meta en la sexualidad humana, entendiendo por
objeto, la persona de la que parte la atracción sexual y por meta, la acción
hacia la cual esfuerza la pulsión.
Es en el contexto de las desviaciones con respecto al objeto que
Freud se refiere a la inversión y a los invertidos, y lo hace aludiendo a la
267
desde el diván

fábula poética de Platón en ““El Banquete””. No estará de más hacer aquí


una breve pausa ——o desviación, esta vez en relación al tema—— para
recordar la disertación que en el Banquete hace Aristófanes acerca del
amor y del mito del Andrógino:
En otros tiempos de la humanidad, había tres sexos: el masculino,
que era producido por el sol; el femenino que era producido por la tierra;
y el andrógino que era producido por la luna. Un día, aquellos cuerpos
fuertes concibieron la idea de escalar el cielo y combatir con los dioses,
por lo que Zeus, en castigo y para debilitarlos, los partió por la mitad.
Estas mitades buscaban siempre a sus otras mitades: los hombres que
provenían del sexo andrógino, buscaban siempre a las mujeres, así como
las mujeres que provenían del sexo andrógino, buscaban a los hombres.
Pero a las mujeres que provenían de la separación del sexo femenino no
les llamaban la atención los hombres y se inclinaban más a las mujeres;
a esta especie se les llamó las Tribadas. Del mismo modo, los hombres
que provenían de la separación del sexo masculino, buscaban a los hom-
bres. Después de la separación, cada mitad buscaba sin cesar su otra
mitad, y cuando se encontraban, llevados por un deseo de volver a su
anterior unidad, morían en un ardiente abrazo, ya que no eran capaces
de separarse de nuevo ni de hacer nada la una sin la otra.
Es importante mencionar aquí la dimensión mortífera de la
completud mítica; la fábula ilustra la condena a la incompletud que es,
al mismo tiempo, aquello que permite poner en marcha la búsqueda. Esta
ficción puede leerse también como apólogo de la castración, que como
pérdida, es también un llamado a la existencia.
Volviendo a Freud y a su estudio sobre la inversión: ““...hay hom-
bres cuyo objeto sexual no es la mujer sino el hombre, y mujeres que no
tienen por tal objeto al hombre sino a la mujer; a esas personas se les
llama de sexo contrario, o mejor, invertidas; y al hecho mismo, inversión.
El número de esas personas es muy elevado, aunque es difícil averiguar-
lo con certeza.””4 Para describir el comportamiento de los invertidos, por
lo demás diverso, Freud señala que pueden ser: ——invertidos absolutos,
cuando su objeto sexual tiene que ser de su mismo sexo;
——invertidos anfígenos, cuando su objeto puede pertenecer tanto a
su mismo sexo como al otro; o
——invertidos ocasionales, cuando bajo ciertas condiciones exterio-
res, como la inaccesibilidad al objeto de sexo opuesto, pueden tomar por
objeto sexual a una persona del mismo sexo.

268
Margarita Gasque

““Los invertidos ——dice Freud—— muestran, además, una conducta


diversa en su juicio acerca de la particularidad de su pulsión sexual.
Algunos toman la inversión como algo natural, tal como el normal consi-
dera la orientación de su libido, y defienden con energía su igualdad de
derechos respecto de los normales; otros se sublevan contra el hecho de
su inversión y la sienten como una compulsión patológica.5 En este pun-
to, Freud anota: ““El hecho de que una persona se revuelva así contra la
compulsión a la inversión, podría ser la condición para que pueda ser
influida por un tratamiento...””:6
Una de las apreciaciones que prevalecía entonces era concebir la
inversión como un signo de degeneración nerviosa. Freud impugna el
hecho de que a los invertidos se les considere como degenerados, seña-
lando el uso indiscriminado de la palabra degeneración, que debiendo
referirse exclusivamente a un daño orgánico de origen infeccioso, había
llegado a ocupar el lugar de un juicio moral. Dice Freud: ““...cabe pregun-
tarse qué utilidad y qué nuevo contenido posee en general el juicio 'dege-
neración'. Parece más adecuado hablar en esos términos sólo cuando: 1)
coincidan varias desviaciones graves respecto de la norma; 2) la capaci-
dad de rendimiento y de supervivencia aparecen gravemente deteriora-
das. Varios hechos hacen ver que los invertidos no son degenerados en
el sentido legítimo del término.
1 Hallamos la inversión en personas que no presentan ninguna
otra desviación grave respecto de la norma.
2 La hallamos en personas cuya capacidad de rendimiento no sólo
no está deteriorada, sino que poseen un desarrolllo intelectual y una
cultura ética particularmente elevados.
3 Si prescindimos de los pacientes que se presentan en nuestra
experiencia médica y procuramos abarcar un círculo más vasto, tropeza-
mos con hechos que prohiben concebir la inversión como signo
degenerativo en dos direcciones: a) es preciso considerar que en pueblos
antiguos, en el apogeo de su cultura, la inversión fue un fenómeno fre-
cuente, casi una institución a la que se confiaban importantes funciones;
b) la hallamos extraordinariamente difundida en muchos pueblos salva-
jes y primitivos, mientras que el concepto de degeneración suele circuns-
cribirse a la alta civilización (Bloch)...””7
En cuanto a la polémica del carácter innato o adquirido de la inver-
sión, Freud dice: ““...la alternativa innato-adquirido es incompleta, o no
abarca todas las situaciones que la inversión plantea.””8 Y más adelante:

269
desde el diván

““La hipótesis de que la inversión es innata no explica su naturaleza,


como no la explica la hipótesis de que es adquirida.”” Aquí, como en otros
muchos lugares, Freud no da una respuesta, sino que abre caminos para
pensar el problema, desde todos los ángulos posibles; allí donde la cues-
tión de la elección también tiene lugar.
Otra de las ideas prevalecientes objetadas por Freud era que se atri-
buía gran importancia a los caracteres sexuales llamados secundarios y
terciarios. Dice Freud: ““No es lícito olvidar que los caracteres secunda-
rios y terciarios de un sexo aparecen con muchísima frecuencia en el
otro. En tales casos son indicios de hibridez, mas no por ello hay un
cambio del objeto sexual en el sentido de la inversión.””10
En una nota agregada en 1915, Freud hace algunos comentarios
que parecen esenciales para situar su postura: ““La investigación psicoa-
nalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homo-
sexuales como una especie particular de seres humanos. En la medida
en que estudia otras excitaciones sexuales además de las que se dan a
conocer de manera manifiesta, sabe que todos los hombres son capaces
de elegir un objeto de su mismo sexo, y aun lo han consumado en el
inconsciente.11
““El psicoanálisis considera más bien que lo originario a partir de lo
cual se desarrollan luego, por restricción hacia uno y otro lado, tanto el
tipo normal como el invertido es la independencia de la elección de obje-
to respecto del sexo de este último, la posibilidad abierta de disponer de
objetos tanto masculinos como femeninos, tal como se la puede observar
en la infancia, en estados primitivos y en épocas prehistóricas. En el
sentido del psicoanálisis, entonces, ni siquiera el interés sexual exclusi-
vo del hombre por la mujer es algo obvio, sino un problema que requiere
esclarecimiento...””.12 Freud se plantea la pregunta por la homosexuali-
dad; pero en el sentido psicoanalítico, la heterosexualidad es también
un problema que requiere dilucidarse.
Al situar la causalidad de la inversión en una multiplicidad de facto-
res determinantes, Freud va más allá de la tradición obturadora de hacer
caber a todos los invertidos dentro de un sólo esquema clínico. Si el objeto
es variable y sólo es elegido en función de las vicisitudes históricas del
sujeto, es decir, de su pasaje personal por la constelación estructurante del
complejo de Edipo, entonces la sexualidad humana se encuentra más allá
de una supuesta determinación exclusivamente biológica.
En ocasión de su estudio sobre un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci (1910), Freud dice: ““...todas las personas, aún las más normales,

270
Margarita Gasque

son capaces de la elección homosexual de objeto, la han consumado


alguna vez en su vida y la conservan todavía en su inconsciente, o bien
se han asegurado contra ella por medio de enérgicas contra-actitudes.13
A modo de conclusión: lejos de agotar los desarrollos de Freud acer-
ca de la homosexualidad, la intención de las citas anteriores ha sido dar
testimonio de que su postura ante la homosexualidad no era reprobatoria
ni prejuiciada. Desde una posición ética de investigador, Freud abrió las
vías para pensar lo específicamente humano como algo diverso de lo na-
tural. La sexualidad humana no se rige por instintos. El proceso de la
cultura ha abierto la brecha que separa al hombre de su naturaleza, colo-
cándolo en un lugar donde sus necesidades biológicas están marcadas
por la ruta de su deseo y las balizas de sus demandas. Mientras que la
necesidad implica una relación directa del organismo que necesita, con el
objeto que satisface su necesidad, para el ser humano, en tanto sujeto
hablante y por tanto sujeto de la cultura, las cosas son distintas; ya que
entre lo que sería su necesidad biológica y su objeto satisfactor, aparece la
palabra perturbando esa relación. Es por mediación del lenguaje que el
sujeto demanda, y ello lo incluye en el régimen de los intercambios. Para
el sujeto de la cultura, no se trata de instinto sino de pulsión, que al no tener
objeto específico, hace en su deriva que cualquier elección sea posible.

Notas
1
Freud, Sigmund., Presentación autobiográfica. En Obras completas. Editorial Amorrortu,
T. XX. p. 36.
2
Freud, Sigmund., Tres ensayos de teoría sexual. En Obras completas, Ed. Amorrortu, T.
VIII p. 146.
3
Ibid., p. 187, nota 51.
4
Ibid., p. 124.
5 6
y Ibid., p. 125.
7
lbid., p. 126.
8 9
y Ibid., p. 128.
10
Ibid., p. 129.
11 12
y Ibid., p. 132.
13
Freud, Sigmund, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. En Obras completas. Ed.
Amorrortu, T. XI , p. 93.

271
desde el diván

272
Patricia Mercado

desde el movimiento

273
desde el movimiento

274
Patricia Mercado

Lucha sindical y antidemocracia feminista

Testimonio de Patricia Mercado

E
n el sindicato ““19 de septiembre”” hay dos grupos feministas, con
posiciones totalmente diferentes, asesorando a las costureras.
Uno es el Colectivo Revolución Integral (CRI) y otro, al que perte-
nezco, es Mujeres en Acción Sindical (MAS). Después de los sismos, dife-
rentes grupos feministas y otras organizaciones políticas nos acercamos
a apoyar a las costureras y cuando el sindicato se funda, en octubre de
1985, el CRI y nosotras, que en ese tiempo nos llamábamos la ““Brigada
Feminista””, ya estábamos enfrentadas con dos posiciones políticas total-
mente contrarias. Desde un principio, el papel de la asesoría ha sido un
punto de diferencia muy candente, tanto durante el proceso de organiza-
ción de las costureras después del sismo como en la propia formación
del sindicato. Esta discusión ha sido muy intensa, y aunque también el
Frente Auténtico del Trabajo (FAT) y el Movimiento Revolucionario del
Pueblo (que se integró al PRD) han intervenido en ella, realmente se ha
dado fundamentalmente entre los dos grupos feministas. El CRI y el MAS
hemos tenido discusiones muy duras sobre nuestro papel como asesoras
feministas. Uno de los primeros enfrentamientos que tuvimos fue cuan-
do llegamos al campamento de las costureras y la dirigente del CRI se
presentó como costurera, cosa que era mentira y que obviamente hacía
para tratar de ser la secretaria general del sindicato. Cualquiera de noso-
tras, presentándonos como costureras, podía ser dirigente, porque evi-
dentemente el tipo de formación y experiencia política que teníamos era
mayor que la de las trabajadoras, que apenas empezaban a tener una
vida organizativa, sindical, etcétera. Esa fue una discusión muy difícil y
logramos evitar que una asesora se presentara como costurera y que, en
vez de eso, se asumiera como asesora, igual que nosotras. También se dio
una discusión sobre si las asesoras entrábamos o no a formar parte del
Comité Ejecutivo Nacional, cosa que nosotras tampoco aceptamos. Hubo
después un debate sobre si el Comité Ejecutivo Nacional le podía dar
representación legal y representación política a la asesoría y logramos
275
desde el movimiento

que las asesoras (incluidas nosotras, por supuesto) nunca tuvieran la


representatividad del sindicato hacia afuera. Las del CRI querían un
poder general por parte de la secretaria general, que era Evangelina Co-
rona; iban a tener más poder que Evangelina misma, porque Evangelina
iba a tener que discutir con el Comité Ejecutivo y ellas no tenían que
discutir con nadie. Nosotras planteamos que las asesoras no debían te-
ner ni puestos ni papeles de representación, solamente ocuparse de la
asesoría. Y aunque en ese momento las del MAS éramos minoría, como
teníamos argumentos contundentes en el sentido de no aceptar la susti-
tución de las verdaderas trabajadoras, logramos frenar esta cuestión. En
general, siempre el papel de los asesores en los sindicatos ha sido motivo
de discusiones complicadas, y en el ““19 de septiembre””, a pesar de todo
lo lindo del crecimiento, de la organización, de la fuerza de las costure-
ras, la historia de la asesoría fue desde un principio como una lacra. A
pesar de que hasta la fecha reconocemos la necesidad de la presencia de
la asesoría para organizar, para enseñar, tenemos muy claro que las
compañeras del CRI, en lugar de cumplir con ese papel asesor para que la
gente creciera e hiciera las cosas tomaron el de sustitución.
En este último congreso no sólo surge esta discusión sobre el papel
de la asesoría, sino que la misma actuación de esta asesoría llegó a su
crisis más aguda. La fábrica más grande que tiene el sindicato, que es
Rosy Brass, estaba bajo la asesoría del CRI. Estas asesoras firmaron un
convenio laboral que implicó que muchas trabajadoras empezaran a
ganar el 50% del salario que antes ganaban. Las asesoras argumentaron
que había sido necesario hacerlo por la reconversión industrial, por la
necesidad de competir en el mercado y ante la postura del patrón de que
si no bajaba los gastos y aumentaba la productividad, cerraba la fábrica.
Ante el argumento de la reconversión, que puede ser cierto, y para que no
les cerraran la fábrica, las asesoras firman este convenio, en vez de bus-
car alternativas para aumentar la productividad en el trabajo. Pero, aparte
de lo grave del convenio en sí mismo, lo tremendo es que las asesoras lo
firman sin consultar con las trabajadoras. Si lo hubieran discutido con la
gente y hubieran tratado de convencerlas de la necesidad de hacer eso
porque si no les cerraban la fábrica, tal vez no hubiera surgido este pro-
blema. Pero la dinámica del CRI era tal, que creían que por tener el poder
lo que ellas dijeran se hacía, y ni consultaron. Y no se estaban jugando
una discusión sobre algún punto político, se estaban jugando el salario
de las costureras y obviamente ante su salario, la gente reacciona. Pasar
de estar ganando cien mil a ganar cincuenta mil semanales hace que la
276
Patricia Mercado

gente reaccione y lo hacen, en primera instancia, las que tienen 15, 20


años de antigüedad en la fábrica, las del taller A.
Este problema en Rosy Brass es una de las tantas cosas muy graves
que han pasado en el sindicato a causa del papel tan dominante asumi-
do por la asesoría del CRI y por su rechazo a cuestiones democráticas
básicas. Por ejemplo, para la elección de delegados durante 3 años no
hubo ningún tipo de reglamento electoral que pudiera determinar cómo
se elige un delegado (uno por cada 10 afiliados de fábrica). Sin mecanis-
mos para verificar si en verdad en esta fábrica hay 40 y cerciorarse de que
hay 40, el asesor llegaba y decía ““ en la fábrica fulana tienen derecho a
tantos delegados””. Hay que recordar que los estatutos del sindicato se
hicieron en muy poco tiempo, bajo presión, e inspirados en los estatutos
que se conocen, que son los estatutos de los sindicatos charros; como en
todos los sindicatos charros, el Comité Ejecutivo se elige en convencio-
nes de delegados,y no por voto universal y secreto; ése era el mecanismo
más claro y más conocido. Desde el primer congreso las del MAS propu-
simos la revisión de estatutos, no sólo por lo de los delegados, sino por
otras cosas también, por ejemplo, porque hasta la fecha no está regla-
mentada la posibilidad de hacer congresos extraordinarios; nadie tiene
la posibilidad legal. En cualquier sindicato un porcentaje de los trabaja-
dores o un porcentaje de las fábricas pueden convocar. Aquí, nada, el
único que puede llamar a congreso es el Comité Ejecutivo Nacional, o sea
que si el comité no funciona, si no llama a congreso, te tienes que fregar o
aventarte una lucha o una movilización para presionar al comité, pues
no tienes cobertura estatutaria para citarlo.
Como esa, hay muchas contradicciones antidemocráticas en los
estatutos, por ejemplo, lo relativo a la mayoría absoluta. En un sindicato
que nace con una división interna tan fuerte como es el caso del ““19 de
septiembre””, donde hay dos grupos trabajando, cada quien con sus alia-
dos, una de las cosas más importantes es reconocer las diferentes posi-
ciones. Tener posturas distintas puede enriquecer el proceso de
construcción de un sindicato, y obliga a prácticas democráticas. En otros
sindicatos hubo la experiencia de formar Comités Ejecutivos con propor-
cionalidad, para que todas las partes estuvieran representadas y hacer
un trabajo más colectivo y conciliatorio. Nosotras propusimos la necesi-
dad de una fórmula de representación, podía ser la de la proporcionali-
dad u otra, como la elección por carteras, o podía ser que se eligieran
compañeras candidatas de cada una de las secciones, de cada una de las
fábricas; en fin podía haber diferentes formas, pero que fuera un sistema
277
desde el movimiento

más representativo, y no que una planilla gana el 50% más un voto y se


queda con todo el comité ejecutivo y toda la dirección. Tenemos docu-
mentos del Segundo Congreso Ordinario donde hicimos la propuesta de
proporcionalidad, y donde el CRI nos contesta con el argumento de la
dictadura del proletariado, así, textualmente y por escrito: que en un
sindicato democrático el principio fundamental es el de la dictadura del
proletariado y que la proporcionalidad es lo que pide el imperialismo en
Nicaragua y el rector en la UNAM, etcétera. Realmente una discusión con
argumentos totalmente insostenibles, aunque creo que hoy ya no los sos-
tienen. Pero están por escrito, lo escribieron en su periódico. Nosotras
empezamos a cuestionar estas posiciones desde el principio, y hemos
hecho propuestas desde el Segundo Congreso, pero no se han querido
discutir. Como los estatutos tampoco les han servido a ellas, porque son
contradictorios, los han ido modificando mediante reglamentos inter-
nos, en vez de entrar a cambiarlos claramente.
Nosotras, hace dos años, en el Segundo Congreso Ordinario, cuan-
do la elección de Comité Ejecutivo propusimos que todos los grupos de
asesoras deberíamos dejar de ser asesoras del Comité Ejecutivo y sola-
mente asistir a sus reuniones cuando el comité nos llamara para pedir-
nos opinión sobre algún punto. Que debíamos dedicarnos a la formación
y al trabajo de organización en la base, dedicarnos más al crecimiento
del sindicato, a formar cuadros de costureras. Nosotras, las asesoras del
MAS, renunciamos en este Segundo Congreso a la asesoría del Comité
Ejecutivo, y obviamente las compañeras del CRI no renunciaron. Y justa-
mente en estos dos años en que el MAS sale del Comité Ejecutivo y ningu-
na de las costureras asesoradas por nosotras entra al comité, pues no se
acepta la proporcionalidad, es que se empiezan a dar verdaderamente
las contradicciones entre ellas mismas.
Costureras que eran de la planilla roja, asesoradas por el CRI, cua-
dros muy importantes, como Alma, como Octavia, como Elena Rosales,
como Elba, toman conciencia de los problemas y empiezan a coincidir
con nuestras posiciones. Y no vienen corriendo con nosotras, pues nos
tienen desconfianza porque somos, al fin de cuentas, otro grupo de ase-
soras. Se dan cuenta del peso tan terrible de la asesoría y empiezan a
desarrollarse solas y a plantear diferencias muy grandes al interior del
Comité Ejecutivo. Les resulta muy difícil darse cuenta del yugo que te-
nían encima, pues las del CRI, aunque tienen prácticas autoritarias y
antidemocráticas, usan un lenguaje ““revolucionario””, y cuesta trabajo
distinguir esa contradicción. Como estas costureras estaban relaciona-
278
Patricia Mercado

das de otra manera con las trabajadoras de las fábricas asesoradas por el
CRI, empiezan a jalarse adeptas que cuestionan a este grupo.
En el Tercer Congreso Ordinario la discusión central es que no po-
díamos seguir permitiendo el fraude electoral. El CRI había hecho fraude
y estaba comprobado: las del CRI planteaban que había más gente en sus
fábricas de la que realmente había y por eso tenían más delegadas. Ellas
les habían planteado a las costureras que como el FAT y el MAS éramos
organizaciones terribles, el FAT por charra y nosotras por burguesas, era
necesario mentir para que ninguna de las dos nos quedáramos con el
control del sindicato. Durante dos o tres años las compañeras mintieron,
pero ya no podían seguir sosteniendo a la gente diciéndole que mintiera.
A pesar de ser minoría, nuestros argumentos eran contundentes, e insis-
tíamos en que no se podía permitir el fraude, que no se podía seguir así,
que había necesidad de un registro electoral para comprobar el número
de afiliadas. En ese Tercer Congreso ya hay una ruptura y compañeras
delegadas de ellas votan por nuestras propuestas.
De esta manera, tenemos que desde hace más de un año ya se venía
cuestionando, por compañeras del último comité, el papel del CRI. Estas
no se dan cuenta de que realmente la cosa venía en serio y rematan su
actuación con el convenio en Rosy Brass que fue, por decir lo menos, un
grave error. En ninguna fábrica aceptas que te bajen el 50% del salario
sin la más mínima resistencia, nunca, ni por la reconversión industrial
ni por nada, y la prueba es que las costureras rompieron con la asesoría,
plantearon una resistencia, y el patrón se vio obligado a negociar con
ellas. La mayoría de las costureras de esta fábrica desconocieron la ase-
soría del CRI al interior de la fábrica. Aunque las asesoras firmaron el
convenio con el patrón, afortunadamente no lo depositaron en la Junta,
porque luego luego vino la impugnación de las compañeras y no se atre-
vieron. Sin embargo, el patrón lo aplicó al interior de la fábrica, sin tener
la debida legalidad, por lo tanto las compañeras, con Manuel Fuentes
como abogado, tuvieron la posibilidad de demandar que se les retribuya
el salario que se les ha quitado. Todo esto coincide con el Cuarto Congre-
so y se da una ruptura muy fuerte de compañeras con quince-veinte años
de antigüedad en esa fábrica que dicen: ““nosotras somos las constructo-
ras del sindicato”” ““nosotras ya nos dimos cuenta de que fuimos borre-
gas y ahora queremos realmente construir un sindicato”” y que en el
congreso dan una lucha muy valiente, muy frontal, con muchos argu-
mentos y se lanzan también con las denuncias. Octavia Lara, Secretaria
de Relaciones Exteriores del comité anterior, una costurera que una se-
279
desde el movimiento

mana antes del congreso se tuvo que ir a Cuba a hacer un curso que ella
misma se consiguió, dejó una carta muy significativa contando cómo
ella fue sustituída de su puesto por la asesoría del CRI. Claro que también
hay un sector de trabajadoras que ante estos problemas se desencanta y
prefiere retirarse.
Con esta ruptura en Rosy Brass las costureras se acercan a
Evangelina Corona y le dan todo su apoyo. Entonces las del CRI plan-
tean, después de tres años, que es un principio elemental, fundamental y
no renunciable la no reelección. Después de tres años que Doña Eva se
reelige ahora es de fundamental importancia la no reelección. El proble-
ma para ellas es que Doña Evangelina ahora puede tener el poder real,
no solamente el poder aparente que tenía como Secretaria General, un
poder de representación, pero no de manejo del sindicato. El CRI se pro-
pone quebrar a Evangelina, quitarla de enmedio, pues obviamente les
quita poder, y tratar de recuperar el poder para ellas. Doña Evangelina
nunca ha estado con el CRI, nunca jamás, ni con el CRI ni con el MAS ni
con el FAT ni con nadie, ella actúa libremente. Doña Evangelina, al mar-
gen de los errores reales que ha cometido, para las trabajadoras significa
una garantía moral. La mayoría de las costureras la ve como la cabeza, la
única gente que ha podido mantener la unidad en este sindicato porque
es independiente y porque es una figura fuerte, reconocida a nivel nacio-
nal e internacional. Por eso hoy las costureras están defendiendo la pre-
sencia de Doña Evangelina, no por su cara bonita o por sus canas, sino
porque la gente no es tonta y se da cuenta que Evangelina ha seguido esa
línea recta de autonomía, de honestidad y de unidad. La gente ve cómo
está su sindicato, que las cosas están muy difíciles, ve lo que ha hecho la
asesoría y entonces plantean la defensa de Doña Evangelina, no como
una persona que también tiene fallas, sino por lo que ella representa en
términos de concepción de sindicato.
Las del CRI se plantean como principio inquebrantable la salida de
Doña Evangelina, otro error, porque están perdiendo más costureras por
esta actitud. A la Corriente Democrática de Lucha y Unidad Sindical
(LUS), que antes había sido minoritaria pues eran simplemente las com-
pañeras asesoradas por el MAS y por el FAT, ahora a esta corriente le
entran todas las compañeras que rompen con el CRI. Todo el mundo
entra a formar parte de la corriente LUS. Las del CRI no tienen una co-
rriente así, con nombre, sino que nada más son la planilla roja. Según
ellas no tenían necesidad de hacer corriente pues eran mayoría. Enton-
ces muchas compañeras de LUS van y le plantean a Doña Evangelina
280
Patricia Mercado

que sea cabeza de la planilla roji-negra, con unos puntos como la vota-
ción directa y secreta y la cuestión de que la asesoría ya no las represen-
tara. Algunas compañeras le preguntaron a Evangelina que si aceptaría
estar también a la cabeza de la planilla roja. Ella comentó que sí, siempre
y cuando aceptaran estos puntos, porque ella estaba convencida de esas
ideas. Obviamente las del CRI nunca se lo propusieron; sólo le propusie-
ron que entrara a la secretaría de organización. La cosa era tenerla ahí,
pero no darle poder.
La reacción de las costureras fue genial. En Rosy Brass decían: ““Bue-
no, si la asesoría no le dió el poder a Eva cuando era Secretaria General,
imagínate ahora que la querían proponer de Secretaria de Organización.
Nosotras queremos a Evangelina y además para nosotras esto no es re-
elección porque es la primera vez que va a cumplir con su papel””. Era
muy buen argumento. Entonces llega el congreso, con todo este problema
encima. Se eligen delegados incluso antes de que salgan los documentos
y antes de que salgan las planillas; o sea la gente ni siquiera discute ( eso
siempre había pasado en el sindicato año tras año). En la mayoría de las
fábricas, incluso también en las nuestras, los delegados no salían elegi-
dos después de un debate de todo lo que se iba a discutir en el congreso,
con posiciones claras, porque nunca se tenían los documentos a tiempo.
Para nosotras lo mejor hubiera sido plantear que este congreso no se
realice, porque no se ha discutido, porque no se eligieron delegados en
base a posiciones; los delegados no representan las posiciones de las
trabajadoras de las fábricas, por lo tanto, es un congreso ilegal en térmi-
nos de representatividad.
Sin embargo, las costureras no funcionan así. Una, que tiene cierta
experiencia política, puede pensar cómo se deben de hacer las cosas
pero la mayoría de la gente no lo piensa de esta manera, tiene un proceso
distinto. Entonces se llega al congreso y cuando se hace la votación de
Comité Ejecutivo, ni siquiera aceptan la petición de que se pare la plani-
lla, o sea, decirles: párense enfrente pa' verlas; no lo aceptan. Pero una
cosa importante es que entonces toda la gente se da cuenta. Las del CRI
siempre le han apostado a que las costureras no piensan, pero por eso ya
perdieron, porque la gente sí piensa. Esta vez las del CRI formaron una
planilla de gente demasiado nueva, que tiene seis o tres meses de afilia-
da, obviamente con toda la intención de manejarla. Las del CRI ya no
tienen tanto tiempo, ni tanta energía, para dedicarle al comité, están en
otros lados. Por eso necesitaban un comité que estuviera en sus manos,
que no funcionara, o que funcionara por ahí una vez al mes en una
281
desde el movimiento

reunión. Realmente gente tan nueva no conoce nada del sindicato y ésa
fue otra cuestión más por la que muchas compañeras, diferentes compa-
ñeras esta vez, rompen con ellas: ““cómo es posible que no nos hayan
propuesto a nosotras para el comité, si nosotras somos las que construi-
mos ese sindicato, y que hayan propuesto a gente que acaba de entrar,
que no sabe nada””. Las del CRI cometen un error tras otro, y así les dan
argumentos y argumentos a las costureras: ““¿por qué tan nuevas?, eso
significa que quieren que sean títeres””. En nuestra planilla, de las diecio-
cho costureras del Comité Ejecutivo, nueve propietarias y nueve suplen-
tes, más las tres de comisión de honor y justicia, que suman veintiuno, y
las suplentes que suman veintitrés, solamente tres son compañeras que
han estado en comités ejecutivos anteriores: Doña Evangelina, Leticia
Olvera (una compañera del MAS) y Alma (una compañeras de éstas que
rompen). Sólo tres, o sea que las otras veinte son compañeras que nunca
han tenido una experiencia de comité, son nuevas, porque no han estado
en comité ejecutivo pero viejas de que conocen su sindicato. Así nos
vamos al congreso y a la votación. Se registraron setenta y tantos delega-
dos y se da la votación treinta y siete contra veintiocho. De los treinta y
siete, once delegados son de la fábrica de CARNIVAL (son delegados que
no se eligen por asamblea). Ni siquiera se logra una asamblea para que
de ahí digan fulana, mengana y la gente vote, sino que ellas nombran a
las delegadas y piden firmas a la gente nada más para cubrir el expe-
diente (tú fírmale aquí, fírmale aquí, fírmale aquí y firmaron). Imagínate,
once delegadas, ya no digamos que no traen discusión, que ni siquiera
fueron electas en asamblea. Entonces las costureras inconformes cues-
tionan a esos delegados.
Por otra parte, en la fábrica de Clavería reducen a la corriente LUS el
número de sus delegadas. A pesar de ser una fábrica en la que se había
realizado recuento, y que el recuento lo habíamos ganado, como es una
fábrica en conflicto, es decir que están en huelga, las del CRI dicen que no,
que es un caso de excepción y que solamente pueden tener un delegado
como caso de excepción. Con irregularidades de este tipo se hace la vota-
ción: treinta y siete - veintiocho. Lo mejor hubiera sido no llegar a esa
situación, y plantear que por lo tanto este congreso no se realiza. Pero la
gente para darse cuenta necesita pasar por las cosas; entonces, obvia-
mente, los veintiocho delegados y las costureras dicen no reconocemos
esta elección, ni este comité. Empiezan a recapacitar después de que
suceden las cosas y se empieza nuevamente con otra campaña de reco-
lección de firmas. Muchas delegadas votaron amenazadas. Antes de
282
Patricia Mercado

entrar a votar les dijeron que si la planilla roji-negra ganaba la represión


se iba a dar en las fábricas. Hubo presiones muy fuertes sobre la gente,
por ejemplo, una aliada del CRI, que viene del MRP, estuvo diciendo ““aun-
que sea a madrazos pero vamos a ganar””. Lástima por el MRP, porque
había otras personas del MRP bastante decentes, pero se retiraron, al fin
y al cabo para organizar un sindicato de mujeres no vale tanto la pena
meter muchos cuadros. Yo creo que los otros cuadros del MRP no hubie-
ran sostenido esta alianza con las del CRI. Mientras tanto en la base se
empieza la campaña de firmas, se logran muchas, más de la mitad de los
afiliados. Luego no se sigue la campaña porque se dan otro tipo de pro-
puestas, como el referendum, y entonces ya se viene esta última etapa
con el desconocimiento de ese Comité Ejecutivo por la mayoría de las
costureras. Éstas no permiten su funcionamiento y empiezan a hacer
propuestas sobre cómo resolver esta cuestión. Como las del MAS pensa-
mos que lo que es realmente necesario es una discusión en las fábricas,
decidimos moderar nuestra propuesta. En ese sentido, ya no cuestio-
namos que la elección de comité ejecutivo sea por delegados, sino que
ahora planteamos que la elección de delegados sea por votación directa,
secreta y universal. Pensamos que si logramos que el proceso se dé con
base en ideas y propuestas, ya será otra cosa si la gente se deja o no
manipular. Hasta ahora no ha sido así, porque la gente viene sin ningún
tipo de conocimiento y lo demostramos con delegadas que estaban con
ellas y que son delegadas de compañeras que han juntado firmas contra
el CRI. O sea, eran delegadas sin representatividad de la base. Nuestra
propuesta les cayó a las del CRI como balde de agua fría, pero a las
costureras les cayó muy bien. Lo que sí decidimos (y también fue una
propuesta nuestra) es que se metieran papeles de registro de una y otra
planilla. Así la Secretaría del Trabajo nos da una constancia de papeles
en trámite (que está obligada a darlo) y tanto una corriente como la otra
tenemos legalidad, y evitamos la intervención del estado y que se haga
una maniobra por este problema. Esta propuesta fue muy buena porque
las del CRI le habían manejado a su gente que nosotras y Doña Evangelina
queríamos la intervención del estado y entonces les cayó muy mal que
fuéramos nosotras las que dijeramos: ““aquí la Secretaría no se va a meter
y si no nos quiere dar el papel de documentos en trámite le armamos un
lío y aquí sí nos unimos todas””. En la última negociación estuvo esa
persona del MRP con la que han mantenido la alianza, y parece que sí se
daba cuenta del asunto, porque, aunque tiene alianza con ellas por otro
tipo de cosas, ya no puede sostener esa posición. Al principio estuvo
283
desde el movimiento

muy beligerante, con la actitud de que ““aquí las minorías se joden”” (así
habla ella) y ahora se echa todo un discurso de que este proceso ha
estado muy bien, de que ha hecho avanzar la democracia en el sindicato
y en la conciencia de las costureras. Incluso en esta reunión algunas
costureras del CRI trataron de plantear la cuestión de que esto era un
pleito entre asesoras y que nos estamos llevando entre las patas al sindi-
cato. Tanto las costureras asesoradas por el MAS como nosotras mismas
nos defendimos diciendo: ““ nosotras como MAS, no somos asesoras de
las compañeras de Rosy Brass ni de Lisa, ni de las que están en la oposi-
ción en Berson y Modareli, que son las costureras que hoy están plan-
teando la ruptura con el CRI””. Esas costureras están ahora en la corriente
LUS porque están de acuerdo con los puntos que hemos propuesto, por
esto el problema actual no es un problema entre asesoras.
A pesar de que en un principio las del CRI sostenían que eran la
mayoría y que como ya habían ganado, no había mayor discusión, se
logra hacer valer el cuestionamiento de parte de la corriente LUS. Obvia-
mente, Evangelina tiene un papel importante, así como la propaganda
que logran hacer las compañeras y se logra que ninguna organización
reconozca a ese comité ejecutivo sino que se reconozca una división in-
terna en el sindicato. Por otra parte, la cantidad de gente que las asesoras
del CRI van perdiendo les hace reconocer que realmente hay un problema
y que tienen que sentarse a negociar y encontrar una solución. A pesar
de que utilizan típicos argumentos priístas, como: ““son veinte las que
andan ahí revoloteando””, obviamente saben que no son veinte puesto
que se han sentado a hablar. Las dirigentes de las fábricas con Evangelina
habían planteado la necesidad de hacer una manifestación y demostrar
que somos mayoría y así obligar a citar a nuevo congreso o a hacer el
referendum. Pero ante esa situación, el CRI acepta el referendum y tam-
bién, por primera vez, aceptan que se vote con voto secreto. La corriente
LUS ya había logrado convencer a la mayoría de la gente de que lo mejor
es votar por voto secreto, directo y universal, y era ya muy difícil para el
CRI defender que no haya voto secreto, universal y directo. Hasta su
aliada del MRP acepta que, efectivamente, no hay mejor propuesta que la
elección por voto directo y secreto.
Nosotras planteamos entonces que había que decidir dónde se iba
a realizar la votación del referendum, si en el sindicato o en las fábricas.
Nuestra propuesta era ir a las fábricas, pues si ya hay un descontento,
una crisis, la gente no se moviliza para ir a votar. Si quieres que la gente
vote, se la tienes que poner fácil; los sandinistas llevaban las urnas a las
284
Patricia Mercado

casas de la gente. Al CRI no le convenía porque mucho de ese descontento


con la asesoría se expresaba en abstencionismo y las trabajadoras no
venían a votar al local del sindicato. Entonces nosotras planteamos que
las propias trabajadoras decidan dónde quieren ir a votar. Las del CRI no
lo aceptan e insisten en que todas las fábricas voten en el local del sindi-
cato. Ahí sí nosotras no cedimos; insistimos en que por lo menos en Rosy
Brass y Carnival, había que ir a la fábrica. Resulta que estas dos fábricas
tienen 400 de los 700 afiliados. Nosotras argumentabamos: ““ compañe-
ras, tenemos un abstencionismo como de 300 personas, con la votación
en el sindicato podemos quedar 200 contra 220, eso es mucha ilegitimi-
dad, no le apostemos al abstencionismo, apostémole a la participación
de la mayor cantidad de gente””. Ellas no querían, porque ese
abstencionismo no es por Evangelina, sino que es el que está en contra
del CRI. Entonces sostuvimos la propuesta de que las trabajadoras de
Rosy Brass y Carnival decidieran dónde querían votar y que si el CRI no
lo aceptaba nos íbamos a congreso y que el congreso decidiera. La aliada
del MRP aceptó nuestra propuesta, pero el CRI se mantuvo en que no.
Entonces lanzamos la convocatoria al congreso, salió firmada por
Evangelina (todavía ella es legalmente la Secretaria en funciones) y en-
tonces que ahí, en ese congreso, los delegados decidan los mecanismos
para llevar a cabo la votación universal y secreta. Obviamente cuando
nosotras nos lanzamos pidiendo congreso unilateralmente era porque
en el congreso íbamos a dar una demostración de fuerza: iban a ir la
mayoría de las fábricas, con mucha participación de las trabajadoras.
Además, pensábamos invitar a observadores y mostrar dónde está la
mayoría. Ante la amenaza que significaba el despliegue de fuerza, el CRI,
después de un silencio de tres o cuatro días, responde diciendo ““órale,
que se hagan las asambleas en Carnival y Rosy y que las trabajadoras
decidan dónde se va a hacer la votación del referendum””. ““Adelante””
dijimos, ““que las fábricas decidan””.
Ahorita estamos en el proceso de dos votaciones diferentes. El
referendum es para votar el Comité Ejecutivo; como la corriente LUS logró
impugnar la votación pasada, se va a votar de nuevo. La planilla de la
corriente LUS es la roji-negra, con Evangelina Corona a la cabeza. Esa
votación se va hacer a lo largo de tres días, 22, 23 y 24 de febrero. Pero
antes, para ver dónde van a votar las trabajadoras de Rosy Brass y
Carnival, se van a hacer dos asambleas. La primera, la de Rosy Brass, ya
fue el jueves 15 de febrero, y la mayoría de las trabajadoras votó por la
propuesta de la corriente LUS, o sea, votar en la fábrica. Nosotras del MAS
285
desde el movimiento

planteamos que a esa votación no debería entrar la asesoría, sólo las


representantes de las dos planillas, una comisión paritaria que se formó,
pero no las asesoras. Dicen las trabajadoras que la asamblea estuvo muy
bien, incluso unos compañeros que votaron contra nuestra propuesta
andaban diciendo ““Ni modo, perdimos, pero perdimos a la buena y esto
es lo que tenemos que hacer en todas partes””. Las trabajadoras estaban
contentas de cómo se hicieron las cosas: irlas llamando por lista, de que
pasaran, de que vieran su boleta, en fin, una forma totalmente distinta de
como se había hecho antes, pues antes ni siquiera se votaba, simplemen-
te la asesoría hablaba y todo el mundo daba por hecho que así iban a ser
las cosas. Esta dinámica distinta empieza con el conflicto de Rosy Brass
y desde entonces se dan asambleas entre las trabajadoras, sin las aseso-
ras del CRI. Además, entre esa crisis y esta votación se efectúa la revisión
contractual de Rosy Brass y de Carnival. Esto estuvo muy bien, porque se
logró que se formaran las comisiones revisoras con trabajadoras y que la
patronal hablara con ellas. La fábrica resolvió sus problemas a través de
sus trabajadoras y no a través de la asesoría. El convenio que fue el inicio
de la ruptura de las trabajadoras con el CRI, el de Rosy Brass, se pudo
echar un poco para atrás. Las trabajadoras no recuperaron todo su sala-
rio, pero sí recuperaron algo, y fue importante. La cantidad fue diferente
según la operación que realizan, según los modelos de ropa; hubo una
recuperación distinta, unas del 50%, otras del 25% y otras del 16%. Lo
bueno es que lograron romper con las asesoras y que el patrón reconocie-
ra a la comisión de trabajadoras para negociar.
La votación en Rosy Brass, aunque tuvo ciertos incidentes, fue un
inicio decisivo. La boleta decía SINDICATO de un lado y FABRICA del
otro, y muchas compañeras nos comentaron que se habían equivocado,
que al ver SINDICATO lo hablan tachado automáticamente y luego se
habían dado cuenta de que querían votar en la fábrica. También hubo
compañeras que no saben leer a quienes les dio vergüenza decirlo y que
ni se acuerdan qué tacharon. Por su parte, las del CRI metieron a gente de
su comité ejecutivo a votar, alegando que tenían comisión sindical y
votaron. Nosotras les pedimos que entregaran por escrito la comisión
sindical y si no la había, es que ya habían roto con la relación laboral
desde septiembre y no podían votar; sin embargo, sí votaron tres de ellas.
Fue muy entusiasta la participación en el proceso. Las costureras
estaban felices, tan contentas de haber hecho la votación, era un júbilo
impresionante, Evangelina estaba resplandeciente. Todo el mundo tenía
mucho miedo al fraude, pero realmente no lo hubo. La corriente LUS ya
286
Patricia Mercado

ganó esta asamblea y ya tiene cinco días de campaña para la votación


del referendum. El CRI no ha empezado su campaña, y como efectiva-
mente se han equivocado y su desgaste es tan grande, ya no hay el mis-
mo entusiasmo. En cambio el local de la corriente LUS está lleno, con
Evangelina y costureras que van y vienen. Después de la votación en
Rosy Brass tuvimos una fiesta de la corriente, todas las chavas eran
costureras, los hombres venían de diferentes lados, ¡una maravilla! Nunca
lo habíamos hecho, tomar el local sindical y hacer una fiesta y como
ganamos la votación, vinieron chavas de todas las fábricas. Y el martes
20 es la asamblea en Carnival. Para ellas es más fácil, pues las de Rosy ya
ganaron y les dicen ““nosotras aquí ganamos que la votación sea en nues-
tra fábrica, tal y como queremos””. Realmente ya ni importa lo que pase en
el referendum, porque este sindicato ya es otro.
La corriente LUS está tan contenta que está trabajando por el refe-
rendum a mil por hora. Ya pusieron en sus máquinas pegatinas que
dicen ““por la roji-negra””, los baños están llenos de ellas, hasta pintaron
una manta muy bonita y todo lo hicieron ellas. La semana pasada, que ni
hemos estado por ahí, fue cuando empezaron con toda la propaganda.
Llegamos y tenían las pegas hechas y la manta; otras se fueron a repartir
volantes a las fábricas a las seis de la mañana. El miércoles 21 se termina
la campaña, y se vota el 22, el 23 y el 24 hasta las cinco de la tarde. Las
urnas se vigilan día y noche y el conteo es el 24 de febrero en la noche.
Hay una comisión paritaria de las dos planillas, y la asesoría se acabó,
ya es otra historia. Ahorita, en el sindicato se quedaron trabajando las
dos comisiones, para preparar las urnas, ver cómo va a estar la boleta, la
nómina, las formas, en fin, todos los papeles y no estamos ni nosotras ni
las del CRI.
Nosotras pensamos que ya con lo que sucedió, el sindicato en este
momento es otro. Hay una crisis, cierto, está en una situación difícil, pero
pensamos que va a salir adelante y que va a ser otro sindicato. Con el
precedente que hoy se estableció, la asesoría del CRI va a empezar a
cumplir otro papel, porque también en su gente esta situación hace me-
lla. Su gente tampoco se quiere sentir tonta, porque así la tratan las otras:
““es que tú eres borrega, es que tú te dejas””. Entonces las costureras tam-
bién reaccionan ante el autoritarismo. La cuestión que nos importa es
que no se vuelva a hacer ningún otro congreso sin discusiones previas a
fondo, como todos los congresos en cualquier sindicato, y que se elijan
los delegados con base en esas discusiones. Creo que lo importante aho-
ra es construir el sindicato, luchando contra las prácticas antidemocráti-
287
desde el movimiento

cas que han provocado desencanto entre muchas trabajadoras. Muchas


costureras se han querido pasar a la CROM, o cualquier otra central obre-
ra. Y creo que esta lucha la tenemos que dar junto con el CRI. Nuestra
campaña no es contra el CRI, sino contra una concepción que hay que
tirar a la basura, pero que ha sido muy común en la izquierda: el pensar
que la gente es atrasada, y que en lugar de educarla, hay que reemplazar-
la, hay que sustituirla. Si recordamos un poco las condiciones en que
nace el sindicato, con las costureras sin experiencia, más bien agradeci-
das de que vinieron por aro unas locas sueltas y se solidarizaron con
ellas y se pusieron a ayudarlas, y con Evangelina que cree que Dios la
inspira, porque Dios las ve como gente buena y esa es la voluntad divina,
en ese contexto, con ese nivel de conciencia de las trabajadoras y las
malas mañas que trae la izquierda, no es extraño que se haya dado todo
este lío de la asesoría.
En el MAS nos rebelamos contra el manejo de la gente, pero sólo
nosotras: todos los demás, incluyendo el FAT y el MRP opinaban que
había que meterse en el Comité Ejecutivo porque si no ese sindicato se iba
al diablo. En ese tiempo, yo estaba en el PRT y eso se discutió en el Comité
Político y la posición de los dirigentes era de que eso se valía, ““si los
electricistas han tenido secretarios generales que no eran electricistas,
que venían de la izquierda, por qué las costureras no””.
Ahora es necesario estructurar alguna cuestión sobre la democra-
cia, o sea sobre cómo planteamos desde el feminismo la cuestión de la
democracia, sobre todo en un sindicato de mujeres. Aunque el ““19 de
septiembre”” es un sindicato de trabajadores de la costura resulta que es
un sindicato de mujeres porque el 99% son mujeres. ¿Qué significa esto?
Además de aclarar qué planteamientos democráticos tenemos sobre el
poder, sobre la dirección política, sobre la representatividad, tenemos
que discutir también los métodos de lucha. Es impresionante cómo mien-
ten las del CRI. Entre las cosas que han hecho últimamente está ir a los
grupos de mujeres y decir: ““qué barbaridad, cómo es posible que las del
MAS, siendo feministas, nos estén dando puñaladas por la espalda y se
metan en nuestras fábricas y se estén peleando por la gente””. Todo un
discurso sobre cómo es posible que actuemos de esta manera siendo
feministas. Nosotras respondemos: ““vayan al sindicato, hablen con las
costureras, con Evangelina, a ver qué les dicen las propias trabajado-
ras””. Por eso es urgente revisar esta alternativa de construcción demo-
crática que nos da el feminismo también como un diferente modo de
actuar, otro uso del poder. Compañeras como las del CRI, que se dicen
288
Patricia Mercado

feministas, con un discurso revolucionario y proletario, en la práctica


son autoritarias, prefieren la sustitución y no les importa mentir y hacer
trampas. Ojalá aprendan de sus errores y rectifiquen su posición, y ojalá
todas seamos capaces de no quedarnos en una confrontación y podamos
discutir políticamente esa concepción del trabajo de asesoría, político,
concepción que corresponde a toda una línea de pensamiento. Ojalá las
compañeras del CRI estén dispuestas a enfrentar una nueva etapa en el
sindicato. Hay que avanzar en tantas cosas, que sería una lástima quedar-
nos atoradas en la bronca. Pero, independientemente del proceso que
venga después y del resultado del referéndum hay algo decisivo que ya
se ganó: los precedentes efectivamente democráticos de participación de
las trabajadoras que se han establecido.

Esta entrevista fue realizada el 17 de febrero de 1990.


Edición M.L.

Al cierre de esta edición finalizó el referendum del sindicato ““19 de


septiembre””. La noche del 24 de febrero se anunció, ante la presencia de
representantes de sindicatos democráticos, el triunfo de la planilla roji-
negra, con Evangelina Corona a la cabeza. Como de septiembre a la fe-
cha, alrededor de 120 costureras se han dado de baja en el sindicato, el
número total de personas empadronadas fue 581. De éstas votó el 82 por
ciento.

total de votantes: 476 (100%)


planilla roji-negra: 275 (58%)
planilla roja: 187 (39%)
votos anulados: 14 (2%)
ajuste de cifras: (1%)

289
desde el movimiento

290
Jesús Jáuregui

documento

291
documento

292
Jesús Jáuregui

Las estructuras elementales del parentesco de


Claude Lévi-Strauss por Simone de Beauvoir

Introducción y selección de Jesús Jáuregui

En los cuarenta años de ““Las estructuras elementales del parentesco””

A
principios de 1939 Claude Lévi-Strauss regresaba a Francia
lleno de ilusiones. Había iniciado exitosamente su paso de la
filosofía a la etnología, realizando en Brasil, a partir de 1935,
investigación de campo entre los pobladores de la zona de San Paulo y
algunos grupos indígenas del interior: Caduveo, Bororo, Nambikwara y
Tupí-Kawaíb. Con los materiales recogidos había organizado exposicio-
nes museográficas en París y había publicado un artículo relevante,
““Contribution à l´étude de l´organisation sociale des indiens Bororo””
(1936). Era el momento de preparar su tesis.
Sin embargo, por su condición de judío, se vio obligado a abando-
nar Europa en 1940. Encontró refugio en los Estados Unidos, gracias a las
gestiones de Alfred Metraux y Robert Lowie, quienes le consiguieron una
invitación para enseñar en la New School for Social Research de Nueva
York. Entonces no se podía pensar en expediciones ——tanto por la falta
de fondos, como por la coyuntura internacional——, pero, en cambio, el
clima intelectual era propicio para desarrollar un trabajo de tipo teórico.
Ya como profesor de la Ecole Libre des Hautes Etudes, desde 1941,
intentó afrontar el desorden existente en la inmensa cantidad de do-
cumentos etnográficos del acervo antropológico. Eligió el dominio del
parentesco en el que podía, de entrada, señalarse su carácter incohe-
rente, pues para cada sociedad y casi para cada costumbre parental se
proponían diversas explicaciones particulares. Motivado por Roman
Jakobson, e inspirado en Mauss y Granet, comenzó a escribir en 1943 Las
estructuras elementales del parentesco, con el propósito de lograr su explica-
ción a partir de un número reducido de proposiciones significativas.
En 1945 prefirió el puesto de consejero cultural de la Embajada de
Francia en los Estados Unidos, en lugar de la de México: su proyecto era,
293
documento

por aquel entonces, concluir su disertación en las bibliotecas especiali-


zadas de aquel país. Ese año publicó su artículo fundador, ““El análisis
estructural en lingüística y en antropología””, en el que ya se ve desplaza-
do el interés analítico, de los términos a las relaciones.
En 1948 Las estructuras, cuya redacción había sido concluida el año
anterior fue sustentada como tesis principal de doctorado en La Sorbona,
ante el jurado integrado por Davy, Griaule, Benveniste, Bavet y Escarra.
La tesis suplementaria fue La Vie Familiale et sociale des Indiens Nambikwara,
que se publicó ese mismo año como memoria del Journal de la Société des
Américanistes.
Simone de Beauvoir prácticamente había concluido El segundo sexo,
cuando por comentarios de Michel Leiris se enteró de que Las estructuras
trataba, hasta cierto punto, problemas semejantes; ella quiso estar al tan-
to de la investigación antropológica, antes de ““cerrar”” su libro. Trabajó
con las pruebas de imprenta y su reseña apareció casi al mismo tiempo,
a finales de 1949, que el texto de su antiguo compañero en la pasantía
para la Agrégation de Philosophie.
El padre de la antropología estructrual holandesa, J.P.B. de Josselin
de Jong, destacó de inmediato la trascendencia de Las estructuras. En 1950
organizó en Leiden un seminario intensivo para 15 estudiantes gradua-
dos ——entre los que estaban R. Needham, P.E. de Josselin de Jong, T.
Zuidema y A.C. van der Leeden—— sobre la que consideró ““una de las
contribuciones más importantes a la teoría antropológica en el presente
siglo””. Tanto este seminario como el ensayo crítico de J.P.B. de Josselin de
Jong, ““Lévi-Strauss' Theory on Kinship and Marriage”” (1952), fueron de
suma importancia para la difusión de la ““teoría de la alianza”” en el
mundo anglosajón.
Su primera gran obra le abrió a Lévi-Strauss las puertas del mundo
académico francés. Comenzó como investigador en el Centre National
de la Recherche Scientifique y luego pasó a ser sub-director del Musée de
l'Homme, mientras fungía, de manera paralela, como Secretario General
del Consejo Internacional de Ciencias Sociales de la UNESCO. En 1951 le
fue asignada, en la Ecole Pratique des Hautes Etudes, la cátedra sobre
““Religiones de los pueblos sin escritura””, que lo condujo de lleno al
tratamiento de la mitología y del pensamiento ““primitivo””.
Con la inauguración, en 1959, de la Cátedra de Antropología Social
en el Collège de France y luego, en 1965, con la fundación del Laborato-
rio de Antropología Social, tuvo oportunidad de dedicar varios de sus
cursos a los estudios de parentesco. Si bien ha desistido de escribir el
294
Jesús Jáuregui

volumen sobre las estructuras complejas, no ha dejado de afinar su pro-


puesta teórica: el ““átomo del parentesco””, la familia, el futuro de los
estudios de parentesco, las ““sociedades de castas”” y los sistemas de tipo
crowomaha, que constituyen el paso a las estructuras complejas. Ha
puntualizado, asimismo, una crítica directa a la ““teoría de la filiación””.
Dentro de las precisiones que ha planteado a Las estructuras destacan el
prólogo y los addenda a la segunda edición, aparecida ““veinte años des-
pués”” en 1967.
Lévi-Strauss reconoce que su libro tiene errores y ciertas de sus
proposiciones le parecen hoy dudosas. Pero no reniega en nada de la
inspiración teórica, el método y los principios de interpretación. Admite
que la masa considerable de conocimientos que la etnología ha acumula-
do después de la Segunda Guerra Mundial vuelve relativos los informes
sobre los que él trabajó. Los sistemas ——en su época desconocidos o insu-
ficientemente documentados—— que representan soluciones intermedias
reclaman un esquema más complejo y matizado. Tarea que Lévi-Strauss
ha dejado a sus discípulos, mientras él se da por satisfecho si después de
su obra maestra se comprende mejor una regla de matrimonio que an-
tes... Recuerda la primera reseña de su esfuerzo, la de Simone de Beauvo-
ir, como una presentación elogiosa y cálida.
Se trata de una recensión ejemplar, en la que de Beauvoir demuestra
su enjundia académica al enfrentar un texto que ha llegado a ser reputa-
do como difícil aun por los especialistas. Es de notar que la feminista no
entable querella alguna por la teoría del ““intercambio de mujeres entre
los hombres””. Ya el autor había aclarado que bastaba sustituir los signos
““+”” por los ““-”” para que sus modelos operaran bajo el supuesto de que
las mujeres intercambian a los hombres... Pero esto último no es lo que
expresa la mayoría de las sociedades conocidas y allí está precisamente,
una de las claves para la comprensión del ““segundo sexo””.

De Beauvoir, Simone, ““Les structures élémentaires de la parenté,


par Claude Lévi-Strauss””, Les Temps Modernes, París, 49, noviembre de
1949: 943-949
Lévi-Strauss, Claude, Les structures élémentaires de la parenté, Presses
Universitaires de France, Paris, 1949
Las estructuras elementales del parentesco, Editorial Paidós, Buenos
Aires, 1969 (Traducción de Marie Therése Cevasco)

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295
documento

Primos paralelos y primos cruzados

Los sistemas que operan con base en estructuras elementales se caracte-


rizan porque en ellos tanto los cónyuges prohibidos como los prescritos
se ubican necesariamente en determinadas categorías de parentesco. Para
la comprensión de su funcionamiento es de suma importancia la distin-
ción entre primos paralelos y primos cruzados.
En este sentido, es conveniente tener presentes algunas de las con-
venciones que la antropología ha desarrollado para el tratamiento de las
relaciones de parentesco:
1 Con ocho términos básicos (esposo, esposa; padre, madre; hijo,
hija; hermano, hermana) es posible determinar cualquier relación, de
consanguinidad o de afinidad, entre dos individuos (Ego y Alter).
2 Ego es el individuo de referencia, a partir del cual se traza una
relación (o un conjunto de relaciones) de parentesco, y Alter es el indivi-
duo que constituye el otro término de dicha relación.
3 Por germanidad se entiende la relación entre los hijos de una pare-
ja, independientemente de su sexo/género; la germanidad engloba las
relaciones de fraternidad y sororidad, pues comprende indistintamente
las relaciones entre hermanos y hermanas, que son germanos entre sí.
4 Los signos básicos para realizar diagramas (modelos) de paren-
tesco son:

hombre; mujer; hombre o mujer;

relación de matrimonio; relación de germanidad

relación de descendencia

El caracter paralelo o cruzado es un efecto del sexo de los parien-


tes consanguíneos intermedios entre Ego y Alter. Así, están en relación
paralela la madre y su hermana, el padre y su hermano; están en rela-
ción cruzada el padre y su hermana, la madre y su hermano. La rela-
ción hermano-hermana es considerada como idéntica a la relación
hermana-hermano; ambas difieren de las relaciones hermano-herma-
no y hermana-hermana, que son consideradas, a su vez, como semejan-
tes entre sí. Esto es:
296
Jesús Jáuregui

De esta manera, primos paralelos son los hijos de germanos del mis-
mo sexo: patrilaterales, los hijos del hermano del padre de Ego; matrilate-
rales, los hijos de la hermana de la madre de Ego.
Mientras que primos cruzados son los hijos de germanos de sexo
diferente: patrilaterales, los hijos de la hermana del padre de Ego; matrila-
terales, los hijos de la madre de Ego.
El siguiente diagrama ejemplifica estas nociones:



primos primos Ego primos primos
cruzados paralelos paralelos cruzados
patrilaterales patrilaterales matrilaterales matrilaterales

No existe, sin embargo, un criterio objetivo y universal sobre el ca-


rácter paralelo o cruzado más allá del nivel de los primos germanos (en
primer grado). Al hablar de primos paralelos/cruzados de segundo gra-
do o de los clasificatorios, se debe hacer explícito el método empleado
para definirlos como tales, el cual sólo será válido para la ““familia””
terminológica para la que fue diseñado. No es posible generalizar sobre
el carácter paralelo/cruzado, pues éste depende de los diferentes tipos
de organización social, filiación y nomenclatura parental.

297
documento

Las estructuras elementales del parentesco


de Claude Lévi-Strauss

Simone de Beauvoir

Y
a hacía mucho tiempo que la sociología francesa dormía; hay
que saludar como un acontecimiento el libro de Lévi-Strauss que
marca un brillante despertar. Los esfuerzos de la escuela dur-
kheimiana para organizar de una manera inteligible los hechos sociales
se revelaron decepcionantes porque se apoyaban en hipótesis metafísi-
cas discutibles y sobre postulados históricos no menos dudosos. Por
reacción, la escuela americana pretendió abstenerse de toda especula-
ción: se limitó a amontonar los hechos sin elucidar su aparente condi-
ción de absurdos. Heredero de la tradición francesa, formado no obstante
en los métodos americanos, Lévi-Strauss quiso retomar .la tentativa de
sus maestros evitando sus defectos. Supone él que las instituciones hu-
manas están dotadas de significado, pero no buscará la clave sino en su
humanidad misma. Lévi-Strauss conjura los espectros de la metafísica
pero no acepta por ello que este mundo sólo sea contingencia, desorden,
absurdo. Su secreto será intentar pensar lo dado sin hacer intervenir un
pensamiento que le sea extraño: en el corazón de la realidad descubrirá
el espíritu que la habita. Así nos restituye la imagen de un universo que
no tiene necesidad de reflejar al cielo para ser un universo humano.
No me corresponde criticar ——por lo tanto apreciar—— esta obra como
especialista; pero él no se dirige sólo a los especialistas. Que el lector que
abra el volumen al azar no se deje intimidar por la misteriosa compleji-
dad de los diagramas y de los cuadros; en verdad, aun cuando el autor
discute minuciosamente el sistema matrimonial de los Murngin o de los
Katchin es el misterio de la sociedad entera, el misterio del hombre mis-
mo el que se esfuerza en desentrañar.
El problema que acomete es el más fascinante y desconcertante de
todos los que han incitado a etnógrafos y sociólogos. Se trata del enigma
planteado por la prohibición del incesto. La importancia de este hecho y
su obscuridad resultan de la situación única que ocupa en el conjunto de
298
Simone de Beauvoir

los hechos humanos. Éstos se distribuyen en dos categorías: los hechos


de la naturaleza y los de la cultura; y desde luego ningún análisis permi-
te descubrir el punto de paso de los unos a los otros, pero ambos se
distinguen según un criterio seguro: los primeros son universales, los
segundos obedecen a normas. La prohibición del incesto es el único fe-
nómeno que escapa a esta clasificación porque aparece en todas las so-
ciedades sin excepción y sin embargo es una regla. Las diferentes
interpretaciones que se intentaron se esforzaron todas en encubrir esta
ambigüedad. Algunos sabios invocaron los dos aspectos ——natural y
cultural—— de la ley, pero no establecieron entre ellos más que una rela-
ción intrínseca: suponen que un interés biológico habría engendrado la
prohibición social; otros vieron en la exogamia un hecho puramente na-
tural: estaría dictada por un instinto; otros, finalmente, entre ellos
Durkheim, la consideran exclusivamente como un fenómeno cultural.
Estos tres tipos de explicaciones conducen a imposibilidades y contra-
dicciones. En verdad, si la prohibición del incesto reviste un interés tan
grande es porque representa el momento mismo del paso de la naturale-
za a la cultura. ““Es el proceso por el que la naturaleza se supera a sí
misma””. Esta particularidad deriva del carácter singular de la sexuali-
dad misma: es normal que la bisagra entre naturaleza y cultura se en-
cuentre en el terreno de la vida sexual puesto que si bien compete a la
biología, pone en juego inmediatamente al otro. En el fenómeno de alian-
za está envuelta esta dualidad, porque mientras que el parentesco está
dado, la naturaleza impone la alianza pero no la determina. Se podrá,
por lo tanto, captar aquí en vivo la manera como el hombre define su
humanidad asumiendo su condición natural. Por la prohibición del in-
cesto se expresan y se cumplen las estructuras fundamentales sobre las
que se funda la sociedad humana como tal.
Ante todo, la exogamia manifiesta que no podría existir una so-
ciedad sin la aceptación de una regla. De manera opuesta a los mitos y a
sus mentiras liberalistas, la intervención no está ligada solamente a cier-
tos regímenes económicos: es tan original como la humanidad misma.
La distribución de los valores entre los miembros de la colectividad siem-
pre fue, y no sabría ser, sino un fenómeno cultural. Ahora bien, como el
alimento, al que está estrechamente asociada, la mujer es un producto
escaso y esencial para la vida del grupo: de hecho, en muchas civiliza-
ciones primitivas el célibe es un paria económica y socialmente. El pri-
mer cuidado de la colectividad será pues impedir que no se establezca

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documento

un monopolio de las mujeres. Allí reside el sentido profundo de la prohi-


bición del incesto: se afirma que no es sobre la base de su distribución
natural que las mujeres deben recibir un uso social; si se prohibe al hom-
bre elegir sus aliadas entre sus parientas, si se ““congelan”” las mujeres en
el seno de la familia, es para que su distribución se haga bajo el control
del grupo y no en régimen privado. A pesar de su aspecto negativo, la
regla tiene en verdad un sentido positivo; la interdicción implica inme-
diatamente una organización, porque para renunciar a sus parientes
femeninas es necesario que el individuo esté seguro de que la renuncia
simétrica de otro le promete aliadas; es decir, que la regla es la afirmación
de una reciprocidad, y la reciprocidad es la manera inmediata de inte-
grar la oposición entre yo y el otro. Sin una integración semejante la
sociedad no existiría. No obstante, una relación tal no tendría posibili-
dad de existir si permaneciera abstracta; su traducción concreta es el inter-
cambio. La transferencia de valores de un individuo a otro los transforma
en consocios: sólo bajo esta condición se puede establecer un mitsein
humano. La característica fundamental de esas estructuras se destaca
claramente del estudio de la pedagogía infantil. El niño hace el aprendi-
zaje de sí mismo y del mundo aprendiendo a aceptar el arbitraje de los
otros, es decir, la regla, que le descubre la reciprocidad, hallazgo al cual
reacciona de inmediato por el don y la exigencia. Esta noción del inter-
cambio ——de la que Mauss ya había establecido la importancia en su
ensayo sobre el don y que comprende las de regla y reciprocidad—— nos
proporciona la clave del misterio de la exogamia: prohibir una mujer a
los miembros de un cierto grupo es ponerla a disposición de los de otro;
la prohibición se desdobla en una obligación: la de dar su hija, su mujer,
a otro hombre; la parienta que uno se niega, se da; el hecho sexual, en
lugar de cerrarse sobre sí mismo, abre un amplio sistema de comunica-
ción. La prohibición del incesto se confunde con la instauración del or-
den humano. Los hombres, en todas partes, procuraron establecer un
régimen matrimonial tal que la mujer formara parte de los dones por los
que se expresa la relación de cada uno con los otros y se afirma la existen-
cia social en calidad de tal. Una observación de suma importancia se
impone aquí: no aparecen entre los hombres y las mujeres las relaciones
de reciprocidad e intercambio: se establecen por medio de las mujeres
entre los hombres. Existe, siempre existió, entre los sexos una profunda
asimetría y el ““Reino de las mujeres”” es un mito caduco. Cualquiera que
sea el modo de filiación, que los hijos estén incluidos en el grupo del

300
Simone de Beauvoir

padre o en el de la madre, las mujeres pertenecen a los varones y forman


parte del conjunto de las prestaciones que ellos se otorgan. Todos los
sistemas matrimoniales implican que las mujeres son entregadas por
ciertos varones a otros.
Hay un caso en el que la relación entre el matrimonio y el intercambio
aparece claramente: es el de las organizaciones dualistas. Estas presen-
tan entre ellas analogías tan sorprendentes que se ha intentado a veces
asignarles un origen único: según Lévi-Strauss su convergencia se expli-
ca por la identidad de su carácter funcional. No es el sistema dualista el
que da origen a la reciprocidad, sino más bien el que la expresa bajo una
figura concreta. Esta misma perspectiva es la que permitirá explicar for-
mas de sociedad más complejas que no son el resultado de casualidades
históricas y geográficas: todas manifiestan una misma intención profun-
da: la de impedir al grupo inmovilizarse sobre sí mismo y de esta manera
mantener frente a él a otros grupos con los que sea posible el intercambio.
El autor va a buscar la confirmación de estas ideas en un análisis
minucioso de las realidades sociales dadas; este estudio constituye la
parte más importante de su trabajo. No se trata de volver a trazar aquí
sus complicados meandros; intentaré solamente indicar el método, pues-
to que una hipótesis manifiesta su fecundidad en su aplicación meto-
dológica.
La forma de matrimonio que proporciona el verdadero experimentum
crucis del estudio de las prohibiciones matrimoniales es el matrimonio
entre primos cruzados. En un número muy grande de sociedades primi-
tivas el matrimonio está prohibido entre primos paralelos ——es decir, que
provienen de dos hermanos o de dos hermanas—— y recomendado entre
primos cruzados ——es decir, que provienen de un hermano y una herma-
na. La extremada importancia de esta costumbre viene de que grados de
parentesco biológicamente equivalentes son considerados desde un punto
de vista social como radicalmente distintos: por lo tanto, es evidente que
no es la naturaleza quien dicta sus leyes a la sociedad; si se comprende
el origen de esta asimetría, se tiene la explicación de la prohibición del
incesto. El matrimonio entre primos cruzados implica una organización
dualista de la colectividad; en efecto, ellos se distribuyen como si perte-
necieran a dos mitades diferentes, pero no hay que creer que esta divi-
sión es la que define las reglas de exagomia. Los primitivos no comienzan
por establecer clases ““matrimoniales””: la clase es un elemento analítico,
como el concepto; el hombre piensa antes de que el lógico haya formali-

301
documento

zado al pensamiento. Así, la sociedad se organiza antes de definir los


elementos separados que esta organización hará aparecer; allí donde las
clases ““matrimoniales”” se encuentran ——y no es en todas partes—— son
menos un grupo de individuos concebidos en extensión que un sistema
de posición del que sólo la estructura permanece y en el que los indivi-
duos pueden desplazarse con tal de que las relaciones sean respetadas.
El principio de reciprocidad actúa de dos maneras complementarias:
constituyendo clases que delimitan en extensión a los cónyuges o deter-
minando una relación que permite decir si la persona en cuestión es o no
un cónyuge posible. En el caso de los primos cruzados esos dos aspectos
del principio coinciden; pero no es su pertenencia a dos grupos diferen-
tes la que los destina a aliarse entre ellos. Al contrario, la razón de ser del
sistema que los opone es la posibilidad de un intercambio. Las mujeres
aparecen inmediatamente como destinadas a ser intercambiadas y esta
perspectiva crea al punto una oposición entre dos tipos de mujeres: la
hermana, la hija, que deben ser cedidas, y la esposa, que es adquirida y
es la parienta y la aliada. No se trata aquí de la solución a un problema
económico, como creía Frazer: los procesos económicos no son aislables;
es un acto de conciencia primitivo e indivisible que hace aprehender a la
hija y a la hermana como un valor a regalar, y a la hija y la hermana del
otro como un valor exigible. Antes mismo de que la cosa a intercambiar
esté presente, la relación de intercambio ya está dada. Antes del naci-
miento de su hija, el padre sabe que debe devolverla al hombre ——o al hijo
del hombre—— cuya hermana recibió en matrimonio. Los primos cruza-
dos proceden de familias que se encuentran en posición antagónica, en
un desequilibrio dinámico que sólo la alianza puede resolver. Al contra-
rio, dos hermanas o dos hermanos, y por lo tanto los grupos a los que
pertenecen, están entre sí en una relación estática y sus hijos estarán
considerados como formando parte de un mismo conjunto; no llevan los
unos en relación con los otros el signo de la alteridad, necesario para el
establecimiento de las alianzas.
Sin embargo, si uno se limita a encarar el intercambio bajo esta
forma restringida ——es decir en tanto que establece una reciprocidad en-
tre un cierto número de pares de unidades que intercambian mutuamen-
te, esto es, clases, secciones o subsecciones—— uno se percata de que no
permite dar cuenta de la integridad de los hechos. Es lo que destaca, por
ejemplo, del análisis de los hechos australianos. Bajo su forma generali-
zada, la idea de intercambio puede servir de clave para el estudio de

302
Simone de Beauvoir

todas las sociedades. El intercambio generalizado es el que establece


relaciones de reciprocidad entre un número cualquiera de consocios.
Así, si un hombre del grupo A se casa necesariamente con una mujer B,
mientras que el hombre B se casa con una mujer C, el hombre C con una
mujer D, el hombre D con una mujer A, se está frente a un sistema de
intercambio generalizado; es lo que se produce, entre otros, en el caso en
que el matrimonio es matrilateral, es decir, en que el joven debe casarse
con la hija de su tío materno. Esta regla establece el desarrollo de un ciclo
abierto al que cada individuo debe dar crédito. Cuando el grupo A cede
una mujer al grupo B se trata de una especulación a largo plazo puesto
que debe contar con que B cederá una mujer a C, éste a D, y éste a A. Un
cálculo semejante conlleva riesgos y ésta es la razón por la que al inter-
cambio generalizado se superponen frecuentemente nuevas fórmulas de
alianza, como el matrimonio por compra, que permite integrar factores
irracionales sin destruir el sistema.
La aplicación de esos principios rectores permite a Lévi-Strauss
poner en evidencia el significado de los regímenes matrimoniales que
aparecían hasta entonces como contingentes e ininteligibles. La conclu-
sión de esos análisis que nos transportan a Australia, a la China, a la
India, a América, es que existen dos tipos esenciales de exogamia. Al
intercambio directo corresponde el matrimonio bilateral, pudiendo el in-
dividuo casarse con la hija de su tío materno o de su tía paterna; al inter-
cambio indirecto o generalizado corresponde el matrimonio matrilateral
que autoriza la alianza exclusivamente con la hija del tío materno. El
primer sistema no es posible más que en los regímenes inarmónicos, es
decir, donde la residencia y la filiación siguen, una el linaje del padre, la
otra el de la madre; el segundo aparece en los regímenes armónicos, en
que residencia y filiación van juntas. El primero tiene una gran fecundi-
dad en relación con el número de los sistemas que es capaz de fundar,
pero su fecundidad funcional es relativamente débil. El segundo, por el
contrario, es un principio regulador fecundo que conduce a una mayor
solidaridad orgánica en el seno del grupo. En el caso de intercambio
restringido, la inclusión o la exclusión dentro o fuera de la clase es la que
tiene el primer papel. En el caso del intercambio indirecto, el grado de
parentesco, es decir la naturaleza de la relación, tiene una importancia
preponderante. Los sistemas inarmónicos, por lo tanto, evolucionaron
hacia organizaciones de clases matrimoniales mientras que en los siste-
mas armónicos se produjo lo contrario. Estos últimos constituyen un
ciclo abierto, largo; aquéllos, uno corto. El matrimonio bilateral es una
303
documento

operación más segura; pero el matrimonio matrilateral ofrece inagota-


bles virtualidades estando la longitud del ciclo en razón inversa a su
seguridad. Es por lo que un factor allogéne* se sobreañade casi siempre a
las formas simples del intercambio generalizado. Entre los grupos que se
lanzaron a esta gran aventura sociológica ninguno se liberó enteramen-
te de la inquietud engendrada por los riesgos del sistema y todos guarda-
ron un cierto coeficiente o incluso un símbolo de patrilateralidad. Ningún
sistema es puro: son simples y coherentes a la vez y no obstante asedia-
dos por otros sistemas.
Hay que agregar que la estructura del intercambio no requiere nece-
sariamente la prescripción de un cónyuge preferido; entre otras formas,
la substitución del derecho sobre la prima por la compra de la mujer le
permite desprenderse de sus formas elementales. Pero ya sea indirecto o
directo, global o especial, concreto o simbólico, siempre encontramos la
estructura del intercambio en la base de las instituciones matrimoniales.
Uno ve entonces confirmarse la idea de que la exogamia tiende a asegu-
rar la circulación total y continua de las mujeres y las hijas; su valor no es
negativo sino positivo: no es que un peligro biológico se vincule al matri-
monio consanguíneo, sino que un beneficio social resulta del matrimo-
nio exógamo. La prohibición del incesto es, por excelencia, la ley del don;
es la instauración de la cultura en el seno de la naturaleza.
““Todo matrimonio es un encuentro dramático entre la naturaleza y
la cultura, entre la alianza y el parentesco... Puesto que se debe ceder a la
naturaleza para que se perpetúe la especie y, con ella, la alianza social,
es necesario por lo menos que se la desmienta a la vez que se le concede””.
En un sentido todo matrimonio es un incesto social, puesto que el esposo
““obtiene por sí mismo y para sí mismo en lugar de obtener de otro y para
otro””. La sociedad exige, por lo menos, que en el seno de ese acto egoísta
la comunicación sea mantenida con el grupo: y es porque, aunque la
mujer sea algo diferente de un signo, es, sin embargo, como la palabra,
una cosa que se intercambia.
La relación del hombre con la mujer es también fundamentalmente
una relación con los otros hombres ——con las otras mujeres. Los enamo-
rados nunca están solos en el mundo. El acontecimiento más íntimo para

* De origen diferente al de la población autóctona e instalado tardiamente en el país.

304
Simone de Beauvoir

cada uno, el encuentro sexual, es también un acontecimiento público


que involucra al mismo tiempo al individuo y a la sociedad entera. De
allí es que proviene su carácter dramático. Aquellos que se escandalizan
del candente interés que le conceden los hombres de hoy dan pruebas de
una asombrosa ignorancia. La extrema importancia atribuida a los tabúes
sexuales nos muestra que esa preocupación es tan vieja como el mundo
y está lejos de ser superflua porque el hombre define su humanidad por
la manera con que asume su y sexualidad.
Claro es que esa elección que él hace por sí mismo no es el fruto de
una reflexión deliberada. Pero el primer mérito del estudio de Lévi-Strauss
es precisamente recusar el viejo dilema: o bien los hechos humanos son
intencionales, o están desprovistos de significación. El autor los define
como estructuras en las que el todo precede a las partes y cuyo principio
regulador posee un valor racional aun cuando no está racionalmente
concebido. ¿De dónde provienen estructura y principio? Lévi-Strauss se
negó a aventurarse en terreno filosófico y nunca abandonó una rigurosa
objetividad científica; pero su pensamiento se inscribe evidentemente en
la gran corriente humanista que considera la existencia humana como
portadora de su propia razón. No se sabría leer sus conclusiones sin re-
cordar las palabras del joven Marx: ““La relación del hombre y la mujer...””
No obstante, el libro no evoca sólo resonancias marxistas; a menu-
do me pareció reconciliar felizmente a Engels y a Hegel porque el hombre
nos aparece originariamente como una antiphysis. Y lo que lleva a cabo
su intervención es la posición concreta frente a mí de un otro yo sin el
cual el primero no sabría definirse. Yo estuve también singularmente
sorprendida por la concordancia de ciertas descripciones con las tesis
sostenidas por el existencialismo: al establecerse, la existencia plantea
sus leyes con un único movimiento; no obedece a ninguna necesidad
interior, no obstante escapa a la contingencia por el hecho de asumir las
condiciones de su surgimiento. Si la prohibición del incesto es universal
y normativa a la vez, es que traduce una actitud original del ser existente:
ser hombre es elegirse como hombre, definiendo sus posibilidades sobre
la base de una relación recíproca con el otro; la presencia del otro no es
accidental: la exogamia, muy lejos de limitarse a registrarla, por el con-
trario la constituye; por ella se expresa y se realiza la trascendencia del
hombre; ella es el rechazo de la inmanencia, la exigencia de una supera-
ción. Los regímenes matrimoniales aseguran al hombre, por la comuni-
cación y el intercambio, un horizonte hacia el cual él pueda proyectarse.
Bajo su apariencia barroca le aseguran un más allá humano.
305
documento

Pero sería traicionar un libro tan imparcial el pretender encerrarlo


en un sistema de interpretación. Su fecundidad proviene precisamente
de que invita a cada uno a repensarlo a su manera. Es también por lo que
ninguna reseña sabría hacerle justicia. Una obra que nos entrega he-
chos, que instaura un método, y que sugiere especulaciones merece que
cada uno renueve su descubrimiento: hay que leerla.

Traducción: Marta Encabo de Lamas

306
Gabriela Cano

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307
memoria

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Gabriela Cano

México 1923: Primer Congreso


Feminista Panamericano

Selección e introducción: Gabriela Cano

L
os estudios históricos sobre el feminismo mexicano han pues-
to de relieve, por una parte, al Congreso Feminista de Yucatán
(1916), y por la otra, a las organizaciones de los años treinta, en
especial al Frente Unico Pro-Derechos de la Mujer. En cambio, es menos
conocida la intensa actividad desarrollada por las feministas en los
años veinte.
El Primer Congreso Feminista de la Liga Panamericana de Mujeres,
celebrado en la ciudad de México en 1923, tiene especial significación en
tanto sintetiza buena parte de las concepciones y de los objetivos políti-
cos que orientaron las acciones del feminismo en esa década.
El antecedente inmediato de este Primer Congreso Feminista
Panamericano fue la asistencia de una delegación mexicana ——forma-
da por Elena Torres, Eulalia Guzmán, Luz Vera, Aurora Herrera, María
Rentería y Julia Nava de Ruizsánchez—— al Congreso de Mujeres Vo-
tantes celebrado en la ciudad de Baltimore, Estados Unidos, en 1922.
Estuvieron presentes ahí también delegaciones de varios países lati-
noamericanos y del Caribe, las cuales en ese momento integraron la
Liga Panamericana de Mujeres. Como presidente honoraria de este orga-
nismo se nombró a la sufragista norteamericana Carrie Chapman Catt y
los cargos de vicepresidencia los ocuparon, respectivamente, la pana-
meña Ester Neira de Calvo, la brasileña Berta Lutz y la mexicana Elena
Torres. Al año siguiente, esta última promovió la organización, en la
ciudad de México, de nuestro Congreso.
El panamericanismo, al plantear una supuesta igualdad y coinci-
dencia de intereses entre todos los países del continente americano, his-
tóricamente ha encubierto los afanes de dominio político de los Estados
Unidos sobre las naciones latinoamericanas. Sin embargo, el carácter
panamericano del congreso feminista de 1923 no quita que éste plantea-
ra una serie de demandas de género significativas para importantes sec-
309
memoria

tores de mujeres mexicanas ni que su realización haya impulsado el


desarrollo del feminismo en nuestro país.
La asistencia a este congreso fue de más de cien personas, en su
mayoría mexicanas, provenientes de por lo menos veinte estados de la
república. Entre muchas otras, podemos mencionar a Luz Vera, Margari-
ta Robles de Mendoza y Elvia Carrillo Puerto, así como a las médicas
pioneras Matilde Montoya y Columba Rivera. Hubo representantes de
organismos internacionales, entre otros, la Liga Internacional de Muje-
res Votantes, la YWCA, el Consejo Latinoamericano de Mujeres Católicas
y la Liga Norteamericana para el Control Natal.
En su momento, la realización de este congreso mostró cómo, aun
sin contar con el reconocimiento jurídico de sus derechos políticos y
contra el peso de la tradición, había mujeres en México que con los me-
dios a su alcance ——la organización y la divulgación de sus ideas——
actuaban políticamente para tratar de influir en la construcción de la
nación postrevolucionaria y, al mismo tiempo, para ampliar sus posibi-
lidades de autodeterminación personal. En la práctica, las feministas se
convirtieron en un sujeto político, aun cuando en ese entonces no existie-
ra para las mujeres la posibilidad de expresarse mediante el sufragio.
Más allá de la trascendencia efectiva que pudieran tener las pro-
puestas del Congreso, la experiencia de participar en él dejó huella en la
subjetividad de las asistentes: ““Muchos buenos frutos pueden cosecharse
de este Congreso, pero si otra cosa no pudiera encontrarse de positivo
valer, bastaría con el espectáculo confortante de la energía y del valor de
las mujeres aquí congregadas””, reflexionaba Luz Vera, al pronunciar el
discurso de clausura.
Las participantes en el Primer Congreso Feminista Panamericano
tenían serias diferencias políticas entre sí. La meta común era ““la eleva-
ción de la mujer””, pero ésta podía entenderse de formas diversas, incluso
contrapuestas. Los debates fueron intensos. No obstante, las congresis-
tas llegaron a acuerdos, ya que estaban convencidas de la necesidad de
la acción colectiva para ““el mejoramiento de la mujer en todos los aspec-
tos de la vida personal””, según afirmó Luz Vera al hacer el balance final
de la reunión. Las diferencias se lograron salvar, al menos por el momen-
to, y el Congreso llegó a una serie de resoluciones que constituyen un
verdadero proyecto de acción política feminista.
Según se desprende del documento resolutivo, la ““elevación de la
mujer””, era un proyecto político complejo que contemplaba reformas le-
gales, creación de instituciones y cambios culturales tendientes tanto a
310
Gabriela Cano

legitimar la injerencia de las mujeres en la vida política del país como a


ampliar su capacidad de autodeterminación personal.
El feminismo del Primer Congreso Panamericano combina deman-
das por la igualdad de mujeres y hombres con otras que, al defender pri-
vilegios para las mujeres, favorecían la desigualdad entre los géneros.
En el campo de la vida pública, el Congreso Panamericano se pro-
nunció por una serie de demandas igualitarias: en la educación, en el
trabajo, en el salario y en la participación política. En su momento,
estas exigencias eran muy radicales. La igualdad educativa, laboral y
salarial, muy lejos de ser realidad para la mayoría de las mujeres, eran
exigencias bien aceptadas, al menos entre las feministas. En cambio, la
igualdad plena de derechos políticos ——votar y ser votada para cargos
de elección popular en los niveles municipal, estatal y federal—— no lo
era tanto. Apenas unos años antes, el Congreso Feminista de Yucatán
(1916) demandó derechos políticos para las mujeres, pero sólo en el
nivel municipal.
El ideal de igualdad expresado en el primer Congreso Feminista
Panamericano abarcaba también algunas áreas de la vida privada, en
particular, el terreno de la moral sexual: ““Considerando que un error
social ha hecho admitir dos tipos de conducta moral, una para el hombre
y otra para la mujer, estableciendo una base falsa e injusta [resolvemos]
que esta Sección Mexicana de la Liga Panamericana de Mujeres se decla-
re enfáticamente a favor de un solo tipo de moral en asuntos sexuales
para el hombre y la mujer””.
Algunas congresistas, entre ellas Elvia Carrillo Puerto, defendieron
el amor libre; sin embargo, no todas compartían esta posición. No obs-
tante, hubo acuerdo para hacer una crítica al matrimonio tradicional y el
Congreso resolvió ““influir para que toda ceremonia de matrimonio se
lleve a efecto con la mayor sencillez, haciendo de ella un acto nobilísimo
y no el aspecto teatral que hasta hoy se le ha dado””.
Salvo por lo anterior, el Primer Congreso Feminista Panamericano
no hizo propuesta para modificar las relaciones matrimoniales; en cam-
bio, el divorcio fue un asunto sobre el cual se tomaron varias resolucio-
nes. Se propusieron reformas a los artículos de la recientemente decretada
Ley de Relaciones Familiares que restringía los derechos de las mujeres
en el proceso de divorcio. Varios de estos artículos discriminatorios para
las mujeres fueron incorporados unos años después al Código Civil de
1931, sin tornar en cuenta las críticas planteadas por este congreso, que
fueron sostenidas por las feministas a lo largo de la década del veinte.
311
memoria

El ideal de igualdad entre hombres y mujeres que sostenían las


participantes en el Congreso Feminista Panamericano era muy radical;
sin embargo, no se llevó hasta sus últimas consecuencias. Al lado de las
exigencias igualitarias, hicieron una serie de propuestas dirigidas a
mantener la desigualdad entre los géneros. A la vez que buscaban am-
pliar los ámbitos de acción de las mujeres, querían mantener bien dife-
renciadas las esferas femenina y masculina; en palabras de Luz Vera:
““la mujer debe cumplir su misión como mujer, pero sin permanecer indi-
ferente a lo que pasa junto a ella; no queremos que la mujer usurpe un
lugar para dejar desierto el suyo, la queremos mujer, y luego colaborado-
ra del hombre en la obra social””.
Las feministas de los veinte no veían la contradicción, que hoy nos
parece relevante, entre la aspiración de igualdad para las mujeres en
algunos ámbitos de la vida, mientras se intenta conservar muchos as-
pectos culturales de las diferencias entre los géneros. Al contrario, desde
la perspectiva de la época era perfectamente coherente acentuar algunas
diferencias para exigir la igualdad en otros campos.
Por ejemplo, un argumento muy socorrido en esos años para defen-
der la participación política de las mujeres, empleado por las propias
feministas, sostenía que, por naturaleza, las mujeres tenían una serie de
cualidades positivas derivadas de la función maternal: mayor espiritua-
lidad y mayor capacidad de entrega y sacrificio. Al ingresar al mundo de
la política, las mujeres ejercerían estas cualidades y ello tendría un efecto
moralizador benéfico para toda la sociedad. Así se entiende que el Con-
greso Feminista de 1923 se comprometiera a luchar por la moralización
de la prensa y en contra del alcoholismo.
Las funciones relacionadas con la maternidad y la reproducción,
tradicionalmente asignadas a las mujeres en la familia, eran trasladadas
a su acción en la sociedad. Al participar políticamente, las mujeres se
sentían con más derecho, conocimiento y autoridad, que los hombres a
opinar sobre los problemas de los niños y sobre asuntos educativos. A
esta visión, en buena medida, se debe que el Congreso Feminista de 1923
hiciera tantas propuestas tan específicas sobre la infancia y la educa-
ción y que exigiera que la beneficiencia pública estuviera a cargo exclu-
sivamente de mujeres.
Las medidas aprobadas por el Congreso Feminista Panamericano
eran relevantes sólo para las mujeres urbanas, particularmente para las
asalariadas. Eran ellas quienes se beneficiarían con las casas de mater-
nidad, las casas cuna diurnas, los salones para los niños anexos a las
312
Gabriela Cano

fábricas, los comedores higiénicos para las trabajadoras, y con la regla-


mentación del trabajo doméstico.
El Congreso propone la organización de cooperativas de consumo,
pero no menciona la necesidad de crear cooperativas de producción en el
campo. Las mujeres campesinas, que constituían la mayoría de la pobla-
ción femenina del país, aparecían en el espectro de las preocupaciones de
las congresistas sólo cuando migraban a las ciudades y podían verse ori-
lladas a dedicarse a la prostitución, esos ““servicios de falso amor que son
ultraje para nuestro sexo””. Hay que destacar que las feministas asistentes
al Congreso Panamericano no condenan moralmente a las prostitutas.
Entienden las causas sociales de la prostitución y proponen una serie de
medidas que buscan darles a las prostitutas modos de vida alternativos.
Limitado a las mujeres urbanas, no obstante, el Primer Congreso
Feminista Panamericano logró articular un programa político que, osci-
lando entre el ideal de igualdad entre hombres y mujeres y el afán de
mantener las diferencias entre los géneros, buscaba alterar la balanza
del poder entre los géneros, a favor de las mujeres.

313
memoria

Resoluciones tomadas por el Primer Congreso Feminista, convocado


por la Sección Mexicana de la Liga Panamericana, para la elevación
de la mujer de 20 a 30 de mayo de 1923

DERECHOS CIVILES
Considerando: que por una confusión se ha venido señalando al Ayun-
tamiento como una Institución Política, siendo en realidad administrati-
va y sujeta por tanto a una legislación civil, el Primer Congreso convocado
por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, decide:
a.- Pedir la igualdad civil para que la mujer sea elegible al igual que
el hombre en los cargos administrativos, siempre que posea competencia
administrativa.
Considerando: que la Beneficiencia Pública es una organización
exclusivamente administrativa que debe llenar sus fines y atender a las
necesidades personales de los gobernados desamparados, decidimos:
a.- Elevar al Ejecutivo de la Unión y a los Ejecutivos de los Estados
una solicitud para que los servicios de Beneficiencia sean puestos exclu-
sivamente en manos de las mujeres, de la misma manera que el servicio
militar está puesto exclusivamente en manos de los hombres.
Considerando: que la Ley de Relaciones Familiares contiene cláu-
sulas que establecen una radical desigualdad para su aplicación, el Con-
greso de Mujeres decide elevar al H. Congreso de la Unión una petición
en demanda de que se haga una reforma a la Ley de Relaciones Familia-
res y se imponga con carácter Federal en la forma siguiente:
a.- Igual criterio para el hombre y la mujer en los artículos 77, 93, 97
y 101, supresión del 140 y la última parte del 102, que reduce a la mujer
divorciada a la condición de tutoreada del marido.
b.- Que se formule y decrete un artículo que establezca que todo
juicio de divorcio debe quedar concluido en el término de 6 meses.
c.- Que los hijos, en todos casos y hasta cumplir su mayor edad,
queden con la madre.
d.- Que todo hombre divorciado o que en cualquier circunstancia
abandone a la madre de sus hijos, pague una contribución mensual de
$30.00 por cada hijo, que será aplicada para la atención de gastos de edu-
cación y alimentación ministrados por el Ayuntamiento de cada lugar.
e.- Para garantía del niño, la paternidad y maternidad debe inves-
tigarse.

314
Gabriela Cano

Conclusiones: Unica.-. Todos los clubs de mujeres en conexión con


la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, tienen la
obligación de influir para que toda ceremonia de matrimonio se lleve a
efecto con la mayor sencillez, haciendo de ella un acto nobilísimo y no el
aspecto teatral que hasta hoy se le ha dado.

DERECHOS POLITICOS

Resoluciones
Considerando: que no todos los hombres están preparados para ejercer
el derecho de ciudadanía y cuando menos la conciencia de responsabili-
dad está por igual entre los individuos de ambos sexos, y
Considerando: que las campañas de política electoral son inmorales
en la forma en que se desarrollan, dado que generalmente juegan intere-
ses particulares de individuos poco honrados que se valen de medios
ilícitos, unas veces aprovechando las cantinas, y otras la presión civil y
militar cuando tienen poder para hacerlo, el Primer Congreso de Mujeres
convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana resuelve:
a.- Elevar al H. Congreso de la Unión petición para establecer la
igualdad de Derechos Políticos para el hombre y la mujer.
b.- Que se reforme la Ley Electoral en el sentido de establecer la
representación parlamentaria por Agrupaciones sociales o gremiales,
como un medio de garantía para la sociedad.

PROBLEMA SEXUAL

Considerando: que la ignorancia o los conocimientos erróneos de las


funciones sexuales pueden ocasionar en los niños graves males.
Considerando: que un error social ha hecho admitir dos tipos de
conducta moral, una para el hombre y otra para la mujer, estableciendo
así una base falsa e injusta.
Considerando: que la separación de los sexos en las escuelas crea
situaciones anormales y puede desviar o influenciar de manera nociva
el espíritu de los jóvenes de ambos sexos.
Considerando: que las condiciones sociales de la época requieren
una conciencia más amplia que no juzgue de las uniones únicamente
por la sanción legal, sino por los motivos de ideales que las hayan inspi-
rado, este Primer Congreso de la Sección Mexicana de la Liga Pan-Ame-
ricana de Mujeres, resuelve:
315
memoria

a.- Que se influya en el sentido de obtener la adopción en los cole-


gios oficiales de la enseñanza graduada y organizada por autoridades
competentes de la enseñanza biológica, higiene, puericultura, eugenias
y eutenias.
b.- Que esta Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Muje-
res se declara enfáticamente a favor de un solo tipo de moral en asuntos
sexuales para el hombre y la mujer.
c.- Que se trate de influir en los Gobiernos de los Estados que no
aceptan el sistema de coeducación para que se implante.
d.- Que las Agrupaciones Feministas vigilen e insistan en que la ley
sea observada originalmente, evitando el abuso frecuente de que se exija
pago por el matrimonio civil.
(Véanse conclusiones de Derechos Políticos).

CONTROL DE LA NATALIDAD

Resoluciones
Considerando: que el problema del control de la natalidad constituye un
verdadero problema para la sociedad; pero que en algunos casos se hace
necesario;
Considerando: que la resolución de este problema requiere el auxi-
lio de personas científica y moralmente autorizadas;
Considerando: que la mortalidad infantil en México es sumamente
crecida y la ocasiona la ignorancia, el Primer Congreso de Mujeres con-
vocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana, resuelve:
a.- Elevar una petición al Consejo Superior de Salubridad pidiendo
el establecimiento en toda la República de Clínicas de cuidados prenata-
les y postnatales, donde médicos autorizados y conscientes den los co-
nocimientos que de ellos sean requeridos.
b.- Que en dichas clínicas se den clases de puericultura, higiene y se
haga comprender la responsabilidad social de la paternidad.

PROBLEMAS ECONÓMICOS

Resoluciones
Considerando: que las condiciones sociales en todas partes requieren de
la ayuda coordinada de los esfuerzos de las mujeres. La Sección Mexica-
na de la Liga Pan-Americana de Mujeres,

316
Gabriela Cano

a.- Estimulará la creación de Agrupaciones de Mujeres que tengan


tendencias sociales, dejando absoluta libertad para que escojan la orga-
nización más adecuada a sus fines y circunstancias.
b.- Fomentará todas las organizaciones ya existentes que tengan ten-
dencias sociales, sin tomar en consideración sus formas de organización.
Considerando: que la mujer como Administradora del hogar en-
cuentra con frecuencia excesivo el precio de los artículos de primera
necesidad, y por tanto inaccesible a sus recursos:
a.- El Congreso convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-
Americana de Mujeres, recomienda la formación de sociedades coopera-
tivas para obtener dichos productos a precios ventajosos para el hogar
humilde.
Considerando: que la situación económica de la familia requiere a
menudo de la contribución del trabajo de la mujer hecho fuera del hogar, y
Considerando: que el trabajo que se ejecuta debe corresponder a la
actividad que se desarrolla y en relación con el costo de la vida, conside-
rando igual el trabajo del hombre y la mujer. El Primer Congreso convo-
cado por la Sección Mexicana de la liga Pan-Americana, resuelve:
a.- Pedir al Gobierno General y a los Gobiernos locales la fundación
de Escuelas Industriales y de Artes y Oficios en todos los Estados de la
República.
b.- Pedir la creación de escuelas experimentales para adultos en
todos los poblados de la República, en las que se enseñe con especiali-
dad las materias de la Escuela-Hogar, Higiene, Puericultura, etc.
c.- Pedir al H. Congreso de la Unión la inmediata reglamentación
del Artículo 123, estipulando que el trabajo de la mujer reciba la misma
retribución que el del hombre y en todos los casos con relación al costo de
la vida.
d.- Las Agrupaciones de mujeres prestarán su apoyo y ayuda a los
Industriales o Jefes Oficiales que garanticen condiciones adecuadas en
trabajos y salarios de las mujeres.
Considerando: que si bien la mujer está capacitada para desempe-
ñar cualquier trabajo, pero existiendo condiciones de higiene y de fatiga
que perjudican la salud y en la mujer a la raza.
Considerando: que los productos industriales que se lleven al mer-
cado deben siempre tender a satisfacer las necesidades sociales.
Considerando: que por razones de economía debe tratarse de utili-
zar la materia prima de cada región, y

317
memoria

Considerando: que para obtener remuneración suficiente, la mujer


debe desempeñar cualquier trabajo más completa y minuciosamente de
lo que lo ha hecho hasta ahora, el Primer Congreso convocado por la
Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Promover la formación de comisiones que seleccionen previo
estudio, las actividades que la mujer puede desempeñar sin detrimento
de su salud, especialmente las industriales, que son una necesidad so-
cial y que utilicen la materia prima que cada región produce.
b.- Que las Agrupaciones se preocupen por apoyar los trabajos de
cada región, fijando un tipo máximo de perfección en el trabajo, como
fruto de un conocimiento profundo y completo.
Considerando: que el trabajo de las domésticas no ha sido protejido
por las leyes, ni se les ha remunerado con justicia, ni siquiera se ha
tratado de proporcionarles habitación adecuada, el Primer Congreso
convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana, resuelve;
a.- Pedir al H. Congreso de la Unión que al reglamentar el Artículo
123, se tomen en cuenta a las trabajdoras de servicio doméstico, dándo-
les protección en sus salarios, salud, instrucción y moral, exigiendo para
ellas de modo muy especial, las buenas condiciones de la habitación que
se les designe.

SERVICIO SOCIAL

Bienestar del niño


Considerando: que la labor educativa de la escuela requiere la colabora-
ción de la familia:
Considerando: que los sistemas escolares son defectuosos, entre
otras causas, por su falta de coordinación;
Considerando: que gran parte de los males en la educación física y
moral del niño se debe a la falta de preparación de las madres para
desempeñar su misión, el Primer Congreso convocado por la Sección
Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Que se promueva por todos los medios posibles la formación de
Asociaciones de Padres de familia, para que colaboren con los maestros
en la labor de la escuela.
b.- Que se influya acerca de los educadores, para que las diferentes
secciones de todo el sistema escolar estén eslabonadas de tal manera,
que el alumno no sienta cambios bruscos al pasar de una a otra.

318
Gabriela Cano

c.- Que se patrocine el proyecto de establecer Kindergartens popu-


lares y campos de juegos libres en los pueblos pequeños y en los subur-
bios de las ciudades. Los primeros atendidos por educadoras, y los
segundos por Maestros o Padres capacitados.

TRIBUNALES INFANTILES

Considerando: que la psicología del niño no le permite juzgar del valor


de los hechos y de las cosas, con el mismo criterio que lo hace un adulto;
Considerando: que el niño reacciona de un modo diferente de como
lo hace el adulto, a las influencias exteriores y que no pueden aplicarse
las mismas leyes que rigen a los últimos, a la delincuencia infantil, el
Primer Congreso convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-
Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Que se pida a la autoridad correspondiente, que a la mayor bre-
vedad posible se proceda a la fundación de Tribunales Infantiles.
b.- Que se cree el cuerpo de Consejeros Infantiles, para vigilar y
corregir a los niños que sean juzgados por los tribunales infantiles.
c.- Que para el funcionamiento de los tribunales infantiles decidirá
en la resolución de las sentencias un grupo colegiado compuesto de un
Abogado, un Médico, un Pedagogo y un Psicólogo.
d.- Que se establezcan planteles educativos especiales, con el ob-
jeto de corregir los CASOS CONSECUENCIA fallados por los tribunales
infantiles.

TRABAJO INFANTIL

Considerando: que es urgente salvar a los niños proletarios de la explo-


tación de que son víctimas, y
Considerando: que el artículo 123 de la Constitución Federal no ha
sido en defensa de sus intereses, debido a que no ha podido reglamentarse,
por encerrar varios aspectos del problema económico sujetos a criterios
políticos, el Primer Congreso de Mujeres convocado por la Sección Mexi-
cana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Que se pida a los Cuerpos Legislativos la inmediata reglamenta-
ción del artículo 123 de la Constitución Federal, en su parte relativa al
trabajo infantil.

319
memoria

PROTECCION A LOS NIÑOS DE LAS TRABAJADORAS

Considerando: que el niño es una riqueza social, cuya conservación y


educación interesa a la comunidad, y
Considerando: que la mujer proletaria no está en condiciones de
proporcionar bienestar completo en el hogar a sus hijos, dada su situa-
ción económica, el Primer Congreso convocado por la Sección Mexicana
de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Dirigirse y cooperar con las Autoridades Oficiales y Negociacio-
nes privadas para establecer casas de maternidad, a donde las madres
proletarias pueden ser atendidas debidamente.
b.- Que se pida el establecimiento de Casas de Cuna diurnas, donde
las trabajadoras puedan dejar a sus hijos mientras ellas van al desempe-
ño de sus labores.
c.- Que se pida la promulgación de una Ley que obligue a que cada
Fábrica u organización similar que emplee mujeres, proporcione un sa-
lón anexo para cuidar a los niños de las trabajadoras que allí trabajen.
d.- Que se combata la mendicidad infantil, como medio de preser-
var a la sociedad futura de esta plaga, y que para lograrle se procure
proporcionar trabajo adecuado, de acuerdo con el desarrollo mental y
físico de los pequeños.
Considerando: que el relato de cuentos ha sido en todos los tiempos
el medio más seguro para llegar a las fibras más delicadas del corazón
humano, el Congreso de Mujeres convocado por la Sección Mexicana de
la Liga Pan-Americana, recomienda a todas las organizaciones de muje-
res que aprovechen cuanta ocasión puedan para organizar el relato de
cuentos para los niños.

PROTECCION A LA MUJER

Considerando: que el alto costo de la vida impide a la mujer trabajadora


proporcionar comodidades indispensables a todo individuo social, el
Primer Congreso convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-
Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Gestionar y cooperar de modo efectivo, con su trabajo organiza-
do a la instalación de comedores higiénicos, donde la trabajadora con
poco costo, pueda obtener alimentación sana y suficiente.
Considerando: que las condiciones en que se encuentran las Comi-
sarías no proporcionan a las mujeres detenidas garantías en el respeto
de su persona.
320
Gabriela Cano

Considerando: que la mujer es un elemento de gran valor para la


sociedad, y que en los cafés-cantinas la mujer encuentra la puerta fran-
camente abierta hacia la prostitución legal o clandestina, y
Considerando: que la prostitución reglamentada y legalizada, que
da a la mujer autorización y la obliga a prestar servicios de falso amor,
que son un ultraje para nuestro sexo, el Primer Congreso convocado por
la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Que se pida a la Inspección General de Policía el establecimiento
de una sala separada en cada Comisaría y atendida por mujeres, donde
las mujeres detenidas puedan tener garantías.
b.- Que se pida a las autoridades que no permitan a los dueños de
cafés-cantinas el empleo de mujeres para sus expendios.
c.- Que previa una investigación sobre los códigos y leyes de prosti-
tución del Estado, se pida a quien corresponda la supresión de las casas
de asignación.
Considerando: que el desembarque de mujeres solas en los Puertos
o Fronteras, así como la llegada de campesinas a las ciudades o de los
pueblos pequeños a la Capital, son, dado la falta de protección que tie-
nen éstas mujeres un peligro para ellas y una oportunidad para los que
legalmente se dedican a la explotación de mujeres. El Primer Congreso
convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Muje-
res, resuelve:
a.- Sugerir a todas las organizaciones de mujeres que existan en la
Costa, en las Fronteras y en las ciudades grandes, que dediquen una rama
de sus Agrupaciones respectivas a vigilar la llegada de mujeres para
orientarlas, darles facilidades y librarlas del peligro que las amenaza.
b.- Para llevar a feliz término esos trabajos, pídanse a las autorida-
des las garantías necesarias para que se reconozca autoridad a todas las
personas que se dediquen a este servicio, a fin de contrarrestar la activi-
dad de los explotadores de mujeres.

SERVICIO A LA COMUNIDAD

Considerando: que el uso de las bebidas alcohólicas degenera al indivi-


duo y es causa de que se cometan crímenes y se mantengan condiciones
de desaseo o inmoralidad:
Considerando: que es vergonzoso que haya un número de escuelas
mucho menor que de expendios de bebidas alcohólicas, y Considerando:

321
memoria

que la niñez es el terreno más seguro para sembrar o desterrar cualquier


idea, el Primer Congreso convocado por la Sección Mexicana de la Liga
Pan-Americana de Mujeres, resuelve.
a.- Dirigirse a la Autoridad respectiva para que no se permita la
apertura de nuevos expendios de bebidas embriagantes.
b.- Que se dirija un memorial a la H. Cámara de Diputados para que
se lance un decreto prohibiendo el establecimiento de nuevas Destile-
rías, Tinacales o Fábricas de Cerveza.
c.- Que se tome conocimiento de todas las Asociaciones existentes
con este fin, y se coopere con ellas para luchas contra el alcoholismo y el
uso inmoral de las drogas heroicas.
d.- Que se fomente una activa campaña anti-alcohólica, muy espe-
cialmente en las escuelas.

PROBLEMA EDUCATIVO GENERAL

Considerando: que la ignorancia es uno de los más grandes obstáculos


para cualquier movimiento de progreso:
Considerando que la ignorancia es la condición que aprovechan
los poderosos para explotar al trabajador;
Considerando: que el problema del analfabetismo es uno de los
más pavorosos que afligen a nuestro país, y
Considerando: que la acción de la Escuela no debe tenerse dentro
de sus propios limites materiales, el Primer Congreso convocado por la
Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, resuelve:
a.- Imponer a todos sus miembros la obligación de contribuir de
modo efectivo a la campaña contra el analfabetismo.
b.- Hacer activa propaganda para llevar la convicción a la sociedad
de que el Maestro de Escuela extienda sus actividades educadoras al
hogar, aprovechando al niño como lazo de unión entre éste y la escuela.

CAMPAÑA MORALIZADORA DE LA PRENSA

Considerando: que la Prensa es uno de los más poderosos medios para


propagar el pensamiento humano, y por lo mismo, es el agente perverti-
dor o moralizador de las costumbres sociales, el Primer Congreso, con-
vocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres,
resuelve:

322
Gabriela Cano

a.- Excitar a las Agrupaciones o individuos miembros de la Liga,


para que trabajen en sus campos de acción para que la Prensa omita
noticias escandalosas que en cualquier forma corrompan la opinión
pública.

323
memoria

324
Salvador Mendiola

lecturas

325
Salvador Mendiola

Persona y democracia Discípula de José Ortega y Gasset,


amiga de José Lezama Lima y de
Sergio Pitol, María Zambrano es la
Héroe es aquel que logra al fin
continuadora de una tradición en
coincidir consigo mismo.
castellano que se ha propuesto en-
M.Z.
tender el sentido de la existencia

L
como una exigencia del pensamien-
o que el lector de suplementos to. Sus escritos nos han recordado
dominicales entiende por que el más alto saber es de caracte-
““postmodernidad””, lo presintió rística poética, y lo que nos dejan
hace un siglo Friedrich Nietzsche pensar es la mejor forma de vivir
como ““nihilismo”” y dijo que la en- todos en libertad ahora. Al mismo
fermedad nos iba a durar un siglo tiempo, la escritura de esta pensa-
más. También señaló que la única dora ha iluminado una tradición
forma digna de atravesar esta Era diferente para interpretar los sue-
““en que no se puede creer en nada”” ños y organizar la economía políti-
implica un esfuerzo para volver a ca, haciéndonos saber que hay
creer en lo más elevado. En esta di- pensamientos subterráneos que to-
rección, con el paso del tiempo, la davía pueden enfrentarnos con lo
obra escrita de María Zambrano ha desconocido, con lo inesperado: la
venido a ser, para los lectores en felicidad.
castellano, uno de los sitios donde Ha comenzado a circular entre
con mayor lucidez hemos podido nosotros la nueva edición de Perso-
realizar el esfuerzo de resignificar na y democracia, libro publicado por
la vida en comunidad. primera vez el año de 1958 en Puer-
Los escritos de María Zambrano to Rico. Punto crucial en la re-
todavía no salen de un muy selecto flexión que va por la pregunta del
grupo de lectores. El público nihi- sentido del liberalismo a la pregun-
lista contemporáneo todavía tiene ta por el significado de lo sagrado,
que estar alejado de los secretos de este libro se nos presenta como un
esta escritura, tanto por la profun- apasionado discurso sobre la sus-
didad de sus temas como por las tancia real de la libertad; así, se nos
radicales exigencias que propone. recuerda: ““solamente se es de ver-
Sólo con el paso del tiempo, el sen- dad libre cuando no se pesa sobre
tido común podrá ir comprendien- nadie; cuando no se humilla a na-
do y aceptando los planteamientos die, incluido a sí mismo””. Esta idea
que impone un proyecto cuyo de- nos tiene que hacer recordar que la
seo es comunicar qué es lo más sa- libertad no es algo innato, que la li-
grado para el hombre. bertad es un aprendizaje, una en-
327
lecturas

señanza de levedad. Ser libre es un No debemos hallarle sistema a lo


acto, la decisión efectiva y concreta que crece como constelación. En rea-
de ser con y para los otros. lidad, este texto me ha llenado de
Así, ahora que los mexicanos fuego la cabeza. Lo he leído con te-
iniciamos el juego de las micro-de- mor y temblor, y si puedo decir que
mocracias, Persona y democracia nos se trata de algo, es de lo siguiente:
llama a reconocer que la verdade- persona y democracia son todavía
ra libertad, la que nos interesa, dos sueños diurnos, algo que hip-
emerge de una reinterpretación notizados los poetas vamos buscan-
radical de la política y de la eco- do desde hace milenios, algo que de
nomía. Lo verdaderamente demo- pronto, quizá por el máximo peli-
crático ocurre como autogobierno gro, parece a la vuelta de la esquina.
de la conciencia; solamente vivi- La persona, el individuo que auto-
mos en libertad cuando autocons- conscientemente se individualiza
cientemente entendemos ““que la para superar el egoísmo, es un de-
cuestión económica no [es] una seo del porvenir, una semilla que
especie de pesadilla que pese so- crece poco a poco en nuestras con-
bre la vida de millones de seres ciencias mamíferas vertebradas, un
humanos””. Si la relación económi- muy serio llamado a la más inten-
ca es ontológicamente la forma de sa comunicación: personalizarse es
actuar en común contra la muerte, aprender a conversar. Y la demo-
la economía nunca podrá tener cracia, el reino libertario de la per-
sentido regulada según los egoís- sona, es la Utopía que nos jalona a
mos mortales de la propiedad pri- practicar, cada vez más inteligente-
vada, el dinero, los impuestos, el mente, el acto de pensar, porque ““el
gasto público; entre otras razones: tiempo durante el cual pensamos
““porque no se puede vivir como es nuestro enteramente; es cuando
persona si se tiene la conciencia poseemos realmente el tiempo””. Lo
de pesar sobre otras personas a democrático, así, es una manera de
quienes les está negado hasta el resolver nuestra temporalidad con-
mínimo de satisfacciones a sus ne- creta; la democracia es la búsqueda
cesidades vitales””. La verdadera enamorada de la clave de la muerte
realización de la crítica de la eco- natural. Porque donde la muerte es
nomía política, más que una revo- ley, los hombres deben aprender a
lución o un cambio de estructuras, regularse según lo innegable; don-
es entonces un cambio de actitud de la muerte manda, nosotros debe-
ante la vida. Al fin y al cabo, la mos hacer brotar la vida, hacer
cuestión de las libertades es una brotar el pensamiento, hacer brotar
pregunta ética. la esperanza.
328
Salvador Mendiola

““La ciudad, primera forma de existencia, se vuelve femenino. El


vida democrática, es el medio de mundo quiere la paz perpetua y
visibilidad del hombre, donde apa- ésta sólo se puede encontrar tratan-
rece en su condición de ser huma- do de ver y nombrar lo que no es
no. En las anteriores formas de avaricia, lo que no es engaño, lo que
sociedad, el hombre aparecía bajo al fin y al cabo siempre se parece
una condición determinada parti- más al símbolo de madre.
cular: la de una clase, la de una El hombre ha estado enajena-
función, la de ser alguien extraor- do desde siempre, y trabajosa, len-
dinario; sobre o bajo el nivel de lo tamente, se ha ido rescatando en
humano. Enmascarado siempre, algunos de los aspectos de su ena-
como la larva en el capullo, en el jenación. Mas sólo se logra en la me-
estado de seminaturaleza. Pues el dida que se desenajena desde la
modo de algunos seres naturales, raíz, lo cual ha sido dado por el
como ciertas clases de insectos, se pensamiento, cuando se dispone a
encubría miméticamente; imitaba buscar la verdad. Nuestro mayor
hasta en su tocado a los pájaros, o peligro no es la nuclearización, ni
la fiera, sugería siempre la imagen la corrupción burocrática; nuestro
de una criatura fantástica al modo mayor peligro es el tirano autorita-
natural. Sólo a medida que fue en- rio que habita en cada uno de no-
trando en la vida ciudadana, se sotros como ego, ese tirano que
atrevió a despojarse de tales emble- fácilmente nos engaña con consig-
mas o máscaras e irse vistiendo nas partidarias, con caudillos ilu-
simplemente de hombre; semejante sorios, con promesas de paraíso y
a nadie, ni a nada.”” apocalipsis para mañana. Un pen-
Ya hemos pagado el sacrificio de sar diferente, un pensar que se edu-
ser naturales. Durante este siglo, el ca para la libertad, tiene que encarar
sacrificio ha llegado al máximo. Por la vida democrática de una ma-
eso, ahora sabemos que somos como nera distinta a como la ha venido
dioses, que es hora de aprender a resolviendo el orden simbólico fa-
gozar con nuestra propia sacrali- logocéntrico. ““El orden democrá-
dad; es la hora de lo artificial en el tico se logrará tan sólo con la
hombre. La función de pensar es participación de todos en cuanto
tener que asumir el compromiso de personas, lo cual corresponde a la
actuar libremente para volver más realidad humana. Y la igualdad de
tolerable la finitud. Que nos pre- todos los hombres, ““dogma”” fun-
ocupen ahora tanto las cuestiones damental de la fe democrática, es
democráticas es porque el mundo, igualdad en tanto que personas
para hallar la respuesta de la humanas, no en cuanto a cualida-
329
lecturas

des o caracteres; igualdad no es Salvador Mendiola Mejía


uniformidad. Es, por el contrario,
el supuesto que permite aceptar las María Zambrano, Persona y democra-
diferencias, la rica complejidad cia. La historia sacrificial, Anthropos (Edi-
humana y no sólo la del presente, torial del hombre), Colección pensamiento
sino la del porvenir. La fe en lo im- crítico/pensamiento utópico, Barcelona,
previsible.”” 1988,165 pp.

330
Verena Radkau

La cultura escondida En México son aún escasos los


de las otomíes estudios sobre las mujeres (y des-
de luego sobre los varones) que in-
tenten una aplicación seria ——más
allá de la moda intelectual—— del

L a etnóloga suiza Maya Nadig,


autora de este libro, es además
psicóloga clínica y psicoanalista.
término ““género”” como concepto
analítico, que cuestionen modelos
explicativos consagrados, que du-
Esta poco usual interdisciplinarie- den de oposiciones binarias de có-
dad personal resulta, quiero anti- modo manejo, como ““lo privado””
ciparlo, altamente provechosa para vs. ““lo público””, ““lo político”” vs.
un trabajo que se propone rastrear lo ““no-político””, etcétera, que con-
las estrategias subjetivas de sobre- viertan el proceso de investigación
vivencia y de poder elaboradas por mismo en parte del análisis donde
mujeres en condiciones determina- la subjetividad de todos los invo-
das. Estas condiciones, en el caso lucrados es un tema digno y accesi-
concreto, son las del pueblo de ble al tratamiento científico.
Daxhó (el nombre es ficticio) en el El libro se compone de cuatro
Valle de Mezquital, Hidalgo, don- apartados cuyos títulos y subtítu-
de la autora pasó varios y prolon- los reflejan la preocupación de la
gados periodos de trabajo de autora por problemas epistemoló-
campo. Pero no solamente por esta gicos y por la particular relación
obvia razón geográfica el libro re- entre subjetividad y objetividad so-
sultará interesante para lectores cial. Debido a que el libro de Maya
mexicanos; lo será aún más para Nadig hasta ahora es accesible sólo
quienes estamos inmersos en la en alemán, me permito referirme
búsqueda de enfoques teóricos y con cierto detalle a su índice para
metodológicos que den cuenta de dar una idea más completa del con-
la presencia específica de las muje- tenido.
res en los procesos pasados y pre- La primera parte, ““El proceso
sentes, no para aislar a los seres etnopsicoanalítico””, refiere los pro-
humanos femeninos del contexto blemas teórico-metodológicos de
social, sino, por el contrario, para ese enfoque. Cuenta las vicisitudes
ubicarlos dentro de él. Tenemos de la investigadora en búsqueda de
que superar esta visión de las mu- sus sujetos de estudio: las mujeres
jeres como casos ““especiales”” o indígenas de Daxhó. Incluye temas
““marginales”” frente a una sociedad tan disímiles aparentemente como
cuyo carácter ““universal”” en reali- el choque cultural entre la etnóloga
dad es la norma masculina. suiza y las campesinas otomíes
331
lecturas

durante sus primeros encuentros, nario concreto del pueblo Daxhó.


los ya mencionados factores subje- Se ubica histórica y geográficamen-
tivos que influyen y determinan el te dentro del panorama nacional y
trabajo de investigación o las fuen- regional; se explica el tipo de eco-
tes teóricas que nutren el análisis. nomía campesina que ejercen los
Cabe señalar que entre estas últi- habitantes del pueblo; se habla de
mas destacan los trabajos históri- la relación entre etnia y clase. El
cos de E.P. Thompson y Michel último inciso de esta segunda par-
Foucault con sus reinterpretacio- te tiende el puente hacia el tema
nes de los problemas de la resis- central del estudio: las mujeres de
tencia y del poder. El interés de Daxhó. Nadig localiza los espacios
Nadig precisamente en autores femeninos dentro de la estructura
como éstos me parece otro indicio social mexicana: en el machismo,
para el acercamiento entre la his- al cual la autora da un tratamiento
toria y la antropología social (así extenso desde diversos ángulos, en
llamaríamos aquí en México a lo el trabajo y en los ciclos de vida.
que hace Nadig) que presenciamos Entiende espacio en términos am-
desde hace algunos años. plios, como espacio físico concreto,
Para la tranquilidad de quienes pero también como espacio social,
sospecharon detrás del subtítulo ideológico y simbólico. Para com-
del libro ““conversaciones etnopsi- prender la subjetividad femenina se
coanalíticas”” un estudio indivi- tiene que ubicar el espacio cultural
dualizante y psicologizante, la de la mujer en las coordenadas del
autora aclara que entiende los es- sistema social. ¿Cuál espacio social
pacios y las imágenes femeninos y simbólico es asignado a la mujer
como producto de relaciones socia- y caracterizado como femenino? se
les complejas donde inciden facto- pregunta Nadig, y ¿cuáles espacios
res económicos, jurídicos, biológicos, son ocupados por la mujer abierta
religiosos, psicológicos, ideológicos, o clandestinamente? La manera
políticos, etcétera, cuya composición como las mujeres usan o transgre-
y cuyo juego de fuerzas varían en den espacios asignados nos dice
el tiempo. algo sobre sus estrategias de resis-
Después de lo que sería en tér- tencia.
minos tradicionales algo como el Estas estrategias de resistencia
““marco teórico””, pero que en reali- y sobrevivencia son el eje alrededor
dad rebasa la acepción usual de la del cual giran las conversaciones
palabra, sigue en la segunda parte: entre Maya Nadig y tres mujeres
““Acerca de la etnología y la histo- otomíes del pueblo de Daxhó que
ria””, la contextualización del esce- recoge la tercera parte: ““Tres muje-
332
Verena Radkau

res: vida cotidiana””. Algunas co- todo su trabajo—— cuestionan esque-


rrientes de historia oral con cierto mas analíticos consagrados, y por
aire de romanticismo pretenden que ello'resultan refrescantes e invitan
su material empírico ““hable por sí a repensar problemas que ya se con-
mismo””. Consecuente con su po- sideraban resueltos.
sición teórica y metodológica, A pesar de algunas apariencias,
Nadig asume su papel ordenador las mujeres de Daxhó distan mu-
e interpretador de investigadora; cho de la imagen de un ser total-
no se esconde tras una falsa espon- mente oprimido, sumiso y carente
taneidad, sino que somete su ma- de influencia y poder, víctima de
terial y su propia actitud frente a un machismo omnipotente y omni-
éste a un permanente proceso de presente. La autora critica una rígi-
reflexión. Lejos de convertirse en da separación en espacios público
una camisa de fuerza para atrapar (= político = masculino) y privado
tanto a las mujeres entrevistadas (=no-político = femenino) como et-
como a los lectores, esta actitud de nocentrista. Los espacios vitales de
involucrarse y distanciarse a la vez las mujeres de Daxhó, el molino, las
permite escuchar las voces de las cocinas, las relaciones comerciales,
mujeres de Daxhó, pero no desde la tienda, etcétera, son espacios ““pú-
una lejanía exótica casi incompren- blicos””, donde se hace ““política””,
sible, sino dentro de un contexto que donde se crean y transmiten opinio-
se estructura, se acerca y se hace nes políticas y morales ¡desde lue-
comprensible a lo largo de las plá- go; fuera de los canales formales de
ticas. la sociedad masculina!
El libro finaliza con una cuarta Debido a su aislamiento social y
parte: ““Subjetividad y condiciones político, las estrategias de poder de
sociales””, donde la autora resume las mujeres son más individuales
y profundiza su interpretación del que colectivas, pero no por ello de-
material empírico a la luz de sus jan de ser estrategias. Según Nadig,
hipótesis iniciales. Recordemos los gestos de sumisión de parte de
que su búsqueda se dirige hacia los las mujeres, más que expresar un
espacios femeninos, la manera verdadero servilismo, muestran
cómo las mujeres llenan estos es- un manejo pragmático y realista de
pacios con vida propia y cómo evi- condiciones de poder existentes
tan, desvían o transgreden espacios que ayuda a protegerse y a lograr
cultural y socialmente asignados. de manera indirecta los objetivos
Nadig llega a conclusiones que deseados.
posiblemente incomodarán o provo- En la vida concreta de las muje-
carán resistencias, pero que ——como res otomíes, la violencia y el aban-
333
lecturas

dono por parte del varón son expe- res con quienes habló Maya Nadig
riencias cotidianas, al igual que las valoran en mucho este trabajo que
presiones que mediante los chis- da satisfacción y significado a sus
mes y el ostracismo social ejercen existencias, les permite desarrollar
los demás habitantes del pueblo su subjetividad y probar sus clan-
para lograr el apego a las normas, destinos poderes femeninos. En la
sobre todo de los miembros femeni- sociedad campesina, este trabajo es
nos de la comunidad. El libro de reconocido socialmente y es visible
Nadig no intenta minimizar o su- e indispensable para todos los
blimar esta cruda realidad. La in- miembros del pueblo. Esto da una
terpreta, sin embargo, de manera base más real y eficiente a estrate-
novedosa. Para la autora, la sobre- gias de poder como el chantaje, los
vivencia del machismo como ingre- chismes, los pleitos, la manipula-
diente principal de las relaciones ción sutil, etcétera, que en sí no son
entre los géneros en la sociedad tan distintas de aquellas maneja-
mexicana se debe entre otras razo- das por las amas de casa europeas,
nes a una complicidad entre varo- por ejemplo. En los varones, Nadig
nes y mujeres en lo que ella llama no pudo encontrar este alto grado
la ““escenificación periódica y en de identificación con el trabajo, lo
conjunto de las leyes del machis- que atribuye a que ellos tienen que
mo y que llega a calificar incluso optar cada vez más por buscar tra-
como una ““especie de solidaridad bajos lejos de su pueblo y someter-
entre los géneros””. Precisamente se a situaciones vitales inestables y
las mujeres más seguras de sí mis- a frecuentes rupturas. Para conser-
mas y más independientes pueden var cierta autoestima, los varones
seguir las reglas del juego dándole tienden a usar estrategias machis-
al varón un sentimiento de supe- tas.
rioridad que como trabajador Pero el machismo rebasa los lí-
migratorio, campesino pobre e in- mites de una relación exclusiva
dígena discriminado le niega la entre los géneros; tiene implicacio-
realidad socio-económica. Al adop- nes sociales más amplias. La auto-
tar superficialmente la acepción ra argumenta que las crecientes
oficial de lo ““masculino”” y lo ““fe- tensiones dentro del pueblo, y en-
menino””, las mujeres logran con- tre éste y la sociedad mayor, sobre
servar espacios propios con las todo cuando esta última impone
posibilidades de influencia infor- pautas económicas que están fuera
mal que en ellos se genera. En esta del control de los campesinos, ya
dinámica, cobra especial importan- no se pueden solucionar mediante
cia el trabajo cotidiano. Las muje- la ““economía moral”” (E.P. Thomp-
334
Verena Radkau

son) tradicional, sino que son repri- realidad marcada por normas so-
midas por una ““moral económica”” ciales y presiones económicas. Es-
cuya parte económica permanece tos factores económicos, debido a
inconsciente. Es decir, los conflictos la formación y al interés específico
económicos tienden a solucionarse de la autora, ocupan, a mi modo de
en el nivel moral. Parte de esta mo- ver, un lugar secundario en el tex-
ral económica forma precisamente to; en ocasiones su condición de
el machismo, por lo que Nadig con- ““inconscientes”” es exagerada. En
cluye que en Daxhó las contradic- el manejo de algunos otros térmi-
ciones económicas se escenifican en nos, como por ejemplo, ““cultura””
el escenario moral de las leyes del (que por cierto, en la realidad de las
machismo. De esta manera, la agre- mujeres de Daxhó no parece tan
sión acumulada se puede canalizar ““escondida”” como lo sugiere el tí-
hacia situaciones manejables por la tulo del libro) o ““marianismo””, hu-
sociedad campesina, y las tensio- biera deseado mayor claridad.
nes económicas sin solución no Pero, en fin, éstas son ausencias
destruyen la comunidad. El ma- menores en un trabajo que conven-
chismo significa entonces un palia- ce por el compromiso y la sensibili-
tivo o un escape para los problemas dad con que Maya Nadig convierte
en la sociedad micro (rural-tradi- a sus objetos de estudio en sujetos
cional) que se suscitan por la cada de diálogo.
vez mayor inserción en una socie- Esperemos que a pesar de las
dad macro (industrial-capitalista). penurias económicas alguna edito-
El análisis de Nadig resulta su- rial mexicana rescate este impor-
gerente porque, en oposición a una tante libro para los lectores de
corriente ““victimizadora”” de estu- habla española.
dios de la mujer, recupera a las
mujeres como agentes sociales ac- Verena Radkau
tivos aun en una sociedad marca-
da por valores morales rígidos que
Maya Nadig, Die verborgene Kultur dar
aparentemente no deja mucha li-
Frau. Ethnopsychoa-nalytische Gesprache
bertad de movimiento a sus miem-
mit Bauerinnen in Mexiko. Subjektivitat
bros. Su manera de presentar e
und Gesellschaft im Alltag von Otomí-
interpretar el material nos permite Frauen. Fischer Taschenbuch Verlag,
ver las relaciones entre mujeres y Frankfurt, 1986 (La cultura escondida de
varones como un proceso de per- la mujer. Conversaciones etnopsicoanalíti-
manente construcción de los géne- cas con campesinas en México. Subjetividad
ros dentro de estructuras complejas y sociedad en la vida cotidiana de las muje-
de percepciones subjetivas de una res otomíes).

335
lecturas

Mujeres, iglesia y participado en organizaciones de


aborto promoción social ligadas a ámbi-
tos eclesiásticos, a que existen reli-
giosas que se proclaman feministas
o que ven con simpatía el movi-
miento, las reflexiones, las críticas,

L as mujeres latinoamericanas
tenemos muchas cuentas pen-
dientes con la Iglesia católica. Por-
los cuestionamientos a la doctrina
y a la moral de la Iglesia pocas ve-
ces han tenido lugar en público.
que ha sido, desde hace cinco siglos, Tampoco han tenido difusión en
la institución que dio fundamento América Latina libros que ofrecen
último a la subordinación, al lugar información poco conocida y plan-
de servicio de las mujeres en la so- teamientos interesantes para pro-
ciedad, a la negación del placer en fundizar. Pienso, por ejemplo, en el
todos los aspectos de la vida; y prin- esclarecedor texto de Jean-Marie
cipalmente, la que ha regido la vida Aubert (La femme. Antiféminisme et
sexual, las relaciones interpersona- christianisme. Cerf Desclée, 1975)
les y la reproducción biológica de la traducido al español hace ya más
especie humana en la región. La re- de diez años, o el más reciente de
lación con la divinidad, una de las Uta Ranke-Heinemann (Eunuchen
formas más extendidas de búsque- für das Himmelreich, Hoffman und
da de trascendencia de las mujeres, Campe, 1989 ——Eunucos para el
ha estado y está mediada por los reino de los cielos——) que figuró
rígidos códigos morales y precep- entre los libros más vendidos en
tos eclesiásticos, cuyas transgresio- Alemania durante varios meses del
nes están penadas con la pérdida año, pero del que no he visto anun-
de la gracia, el alejamiento de dios, ciada la traducción.
la segregación de la comunidad re- Ni siquiera las teólogas y teólo-
ligiosa y la amenaza del fuego eter- gos que participan en el movimien-
no. Aunque también para los to de la Teología de la liberación
varones rigen estos códigos mora- han incorporado dentro de sus
les, los castigos son más leves y exis- perspectivas la reflexión sobre los
te una mayor tolerancia. géneros y la opresión de las muje-
Pese al reiterado reconocimien- res, o lo han hecho con exagerada
to de la importancia del tema, pese timidez. Se sabe que esa reflexión
a que un buen número de feminis- existe (véase, por ejemplo, fem.
tas hemos sido formadas dentro de núm. 20, diciembre de 1981-enero
la Iglesia en escuelas y universida- de 1982, y núm. 32, febrero-marzo de
des católicas, a que muchas han 1984). Pero quienes tienen el saber,
336
M. Teresita De Barbieri

no lo dan a conocer. Y quienes se disponemos de un discurso de ver-


atreven a hablar, no lo hacen con la dad, capaz de oponerse al discurso
fundamentación requerida: o doc- de la Iglesia y las fuerzas retardata-
trinal de peso, conocimiento funda- rias. Discurso, este último, basado
do en los documentos, manejo en un pensamiento moral pagano
adecuado de las fuentes, formación (el estoico), en una supuesta tradi-
filosófica sólida. Las realidades de ción de penalización del aborto que
sexualidades miserables y carga- no es tal, en la misoginia recalcitran-
das de culpas y las consecuencias te de las jerarquías católicas y en el
de la prohibición del aborto no son desconocimiento más absoluto de
dramáticas sólo para las mujeres de las condiciones ——materiales y no
los sectores populares. Van más materiales—— en que viven las muje-
allá de la explotación de clase y tie- res de este continente.
nen especificidades que es necesa- Llenar algunos de estos vacíos
rio analizar con sumo rigor, puesto en el discurso de quienes se movili-
que están ubicadas más nítida- zan por la despenalización del
mente en la diferenciación social aborto ——mujeres, pero también va-
basada en los géneros y en el con- rones latinoamericanos—— es el ob-
flicto entre ellos. Trascienden, por jeto de este libro colectivo: Mujeres e
lo tanto, a las clases desposeídas y Iglesia: sexualidad y aborto en Amé-
afectan a todas las mujeres; y tam- rica Latina. Libro heterogéneo, que
bién ——aunque en menor medida—— reúne investigaciones originales,
a los varones. reflexiones de las autoras y testi-
De este modo, en los momentos monios de trabajos en talleres con
cruciales, cuando en las instancias mujeres católicas, así como docu-
políticas y gubernamentales de los mentos y bibliografía.
estados nacionales se debaten cues- Desde mi punto de vista tres son
tiones tan fundamentales para las los artículos que aportan elemen-
mujeres ——pobres y ricas, blancas, tos nuevos, imprescindibles para el
indias, negras, mestizas y mulatas, debate en la región: el de Rosa
adolescentes y adultas—— como las Maria Muraro, ““El aborto y la fe re-
referidas al cuerpo y a sus capaci- ligiosa en América Latina””, es una
dades eróticas y reproductivas (con- investigación original sobre la his-
trol de natalidad, aborto, educación toria de la penalización del aborto
sexual), se percibe la falta de una en la Iglesia. Basada en los docu-
argumentación que se sustente. Fe- mentos eclesiásticos correspon-
ministas o no, militantes por la dientes, la autora sostiene que la
ampliación y vigencia de los dere- prohibición del aborto es muy re-
chos humanos de las mujeres, no ciente en el largo tiempo de la insti-
337
lecturas

tución: 1869, decretada por el papa Pero ellas dialogan con Dios ““to-
Pío IX. Antes, y pese a que existió dopoderoso, sabio y bondadoso””;
polémica, predominó en la Iglesia él conoce sus penurias y las alienta
institucional el criterio de Aristóte- ““para volver a empezar”” cuando
les, según el cual, la animación no todo parece haberse perdido; él sabe
existe antes de los 40 días para un por qué abortan y por eso lo hacen
feto masculino ni antes de los 80 y lo seguirán haciendo, a pesar de
para uno femenino. Esta postura las amenazas de condenación eter-
sólo se alteró en el breve interregno na de obispos y sacerdotes.
de vigencia de la Bula Effrenatum El tercer aporte significativo está
(1588), del papa Sixto V, anulada dado en el ““Epílogo”” a cargo de
por su sucesor Gregorio XIV po- Frances Kissling, norteamericana
cos años después de dictada. de la organización patrocinadora
Conviene destacar que estos ha- de este libro. Ella retoma los plan-
llazgos de Muraro coinciden con teamientos del probabilismo teoló-
los de Ranke-Heinemann (1989). gico, desarrollados por la Iglesia en
Rocío Laverde es autora de ““¿Será el siglo XIX y cuyo principio reza:
que no nos conocen?: mujeres y sa- ““donde hay duda, existe libertad””.
cerdotes en sectores populares””. Es Es decir, ante cuestiones de estricto
el relato de la experiencia de un ta- orden individual, como es el caso
ller sobre sexualidad con mujeres del aborto, la decisión moral correc-
católicas de entre 17 y 55 años, de ta es la que surge de la intuición pro-
sectores populares, en Colombia. El pia y no de autoridades externas.
texto está construido con los testi- Un cuarto artículo valioso, sin
monios de las participantes. Las lugar a dudas, es el de Sylvia Mar-
mujeres expresan ——con frescura y cos, titulado ““Curas, diosas y ero-
espontaneidad—— sus experiencias, tismo: el catolicismo frente a los
sentimientos, dudas, temores e in- indios””. La autora se basa en fuen-
certidumbres ante la menarquia y tes documentales y en los trabajos
la menstruación en la adolescencia, etnohistóricos más prestigiados
los matrimonios, las separaciones sobre Mesoamérica, para dar cuen-
y divorcios, los embarazos, los abor- ta del choque cultural que significó
tos, en la, juventud y la adultez la conquista. Porque a la domina-
como mujeres de fe, integrantes de ción política y militar y a la caída
una comunidad católica. Afirman de los dioses, se agregaron la repre-
que los sacerdotes orientan la vida sión de formas de relación erótica
sexual y reproductiva desde la dis- propias de estas culturas y la im-
tancia y el desconocimiento de las posición del ascetismo y la doble
realidades de las mujeres. moral sexual de la Contrareforma.
338
M. Teresita De Barbieri

Los restantes trabajos presenta- reuniones latinoamericanas de in-


dos en el volumen arrojan elemen- vestigación sobre las mujeres: ¿no
tos interesantes acerca de las será que las poblaciones negras, por
vivencias sobre la sexualidad haber sido esclavas ——esto es, con-
culposa que impone la Iglesia a las sideradas sin alma—— en la época
mujeres, en las que seguramente colonial, han carecido de control
gran número de lectoras y lectores sobre sus prácticas sexuales por
se sentirán representadas/os. Sin los colonizadores y la Iglesia? Pue-
embargo, encuentro que en los tex- de haber ocurrido que, al no reco-
tos de Cristina Grela, Ana Maria nocérseles alma inmortal y no ser
Portugal y María Ladi Londoño se sujetos de evangelización, estas po-
generaliza de manera exagerada y blaciones mantuvieran y trasmitie-
no se toma en consideración otras ran sexualidades menos represivas
formas de sexualidad menos repre- que las de las poblaciones indias,
sivas que existen en el continente. mestizas y blancas. Reitero: ésta no
Me refiero a las poblaciones negras es más que una hipótesis que con-
y mulatas dominantes en ciertas vendría ser tenida en cuenta en las
regiones de Brasil y en las islas y investigaciones históricas referidas
costas del Caribe. Valga aquí una al periodo colonial y el siglo XIX en
disgresión. los territorios en que se introduje-
Las feministas de esos países ron esclavos negros.
sostienen que en ellos, las mujeres A pesar de las salvedades, ano-
——católicas o no—— se hacen menos tadas con respecto a las mujeres
problemas que en el Cono Sur, la negras, Mujeres e Iglesia es un libro
región andina, México y América que merece ser leído con atención
Central; viven la sexualidad sin y ampliamente difundido. Segura-
culpas o con muchas menos culpas mente levantará polémica en dis-
y represiones, gozan y buscan el tintos ámbitos latinoamericanos.
placer sexual sin penas ni vergüen- Ojalá que así sea. A la vez que espe-
zas. Magaly Pineda me contó que ro motive a feministas, intelectuales
en un taller con campesinas en Re- y académicas/os de nuestros paí-
pública Dominicana, después que ses a analizar con seriedad y rigor
explicó la práctica de la clitoridec- los distintos aspectos que están in-
tomía, una señora adulta negra, cluidos en la doctrina y la moral
consternada, exclamó: ““¿Cómo es católicas sobre el cuerpo, la sexua-
posible que les quiten la llave del lidad y la reproducción humanas.
candado del gusto?”” Una hipóte- Un lugar particular es necesario
sis ha surgido en las pláticas infor- que ocupe la producción de cono-
males entre las mesas de trabajo de cimientos acerca de las consecuen-
339
lecturas

cias de aquéllas en las vidas de los M. Teresita De Barbieri (IISUNAM)


distintos sectores de las mujeres
latinoamericanas. Sobre éstas
Cristina Grela, Frances Kissling, Ro-
recaen las peores consecuencias de
cío Laverde, María Ladi Londoño, Rosa
la hegemonía de la Iglesia: el su-
María Muraro, Ana María Portugal (edi-
frimiento, el dolor, la mutilación, tora): Mujeres e Iglesia. Sexualidad y aborto
la muerte. Porque, contrariando al en América Latina. Catholics for a free
refrán, este mal dura ya quinien- choice, USA Distribuciones Fontamara,
tos años. S.A., México, 1989, 146 páginas.

340
Mary Goldsmith

Las mujeres en el las mujeres como ““agentes de cam-


campo bio““ (o sea, como instrumentos de
políticas gubernamentales de plani-
ficación familiar, de desarrollo agra-
rio—— en sus comunidades) subyace

E sta compilación constituye la


memoria de la Primera Reu-
nión Nacional de investigación
a algunos de los estudios sobre las
mujeres y el desarrollo agrario.2
Esta antología es la primera en-
sobre mujeres campesinas en Méxi- focada exclusivamente a la condi-
co, llevada a cabo en 1987, en la ción de la mujer en el campo
Universidad Autónoma Benito mexicano.3 Por ello, uno de los prin-
Juárez de Oaxaca, a la cual acu- cipales méritos de este libro es que
dieron investigadoras/es, estu- proporciona un panorama muy
diantes y activistas de distintas amplio sobre las condiciones feme-
regiones del país. Una preocupa- ninas en el medio rural mexicano.
ción frente a la problemática feme- La importancia de tal amplitud des-
nina en el medio rural constituyó taca si consideramos que en 1980,
el denominador común de los y las todavía aproximadamente 39% de
participantes de esta reunión. la población femenina en México
Los 38 trabajos que se presentan residía en localidades con menos
aquí, abordan distintos aspectos de de 5 000 habitantes.4
la problemática de la mujer en el Como suele suceder cuando se
medio rural: los efectos de la crisis, trata de una compilación de ponen-
los patrones de la herencia de la tie- cias, las contribuciones son muy
rra, la migración nacional e inter- disparejas. Algunos artículos re-
nacional, el trabajo (doméstico, presentan trabajos de investigación
agrícola, artesanal y agroindus- desarrollados por personas cuyas
trial), las condiciones de salud y las contribuciones a los estudios sobre
experiencias organizativas. las mujeres son ya conocidas (i. e.,
Casi todas las etnografías clásicas Aranda, Arias, Arizpe, González).
sobre el campo mexicano (v.g., Díaz, Otros son anteproyectos o avances
Foster, Lewis, Nutini, Redfield, Villa de investigación (i. e., Freyermuth);
Rojas, etcétera), toman en cuenta a otros son fruto de experiencias de
la mujer al tratar las cuestiones de trabajo con mujeres (i. e., Carbajal,
la división del trabajo, el parentes- Barrios). En ocho casos sólo se in-
co, y el ciclo vital; pero ninguna la cluye los resúmenes de las ponen-
privilegia como objeto de estudio cias.
en sí.1 A la vez, habría que consi- De igual manera, hay poca ho-
derar que la conceptualización de mogeneidad en los enfoques de los
341
lecturas

trabajos. La mayoría de los y las en el trabajo doméstico (Villagómez


autores/as posee formación en an- y Pinto). Otros artículos abordan a
tropología; el resto se dispersa en la vez varias formas de participa-
otras disciplinas: sociología, econo- ción económica femenina o privile-
mía, historia, y psicología. Por lo gian este tema en trabajos más
tanto, la mayoría de los trabajos se amplios sobre la migración y los
basa en estudios de caso de comu- patrones del matrimonio y de la
nidades o regiones. En menor can- herencia. Todos estos trabajos des-
tidad, hay estudios que aportan tacan lo erróneo de referirse a la
una visión más global de ciertas mujer (en singular) en el campo. A
problemáticas particulares (Arizpe la vez, las vidas de las trabajado-
sobre el desarrollo rural, el empleo ras varían de acuerdo con la región,
y las mujeres en América Latina y el grupo étnico, la clase social, el
el Caribe; Salles sobre la conceptua- ciclo vital, etcétera.
lización del grupo doméstico; Como consecuencia, los artícu-
Velázquez sobre la educación y las los enfocados al trabajo tienden a
mujeres indígenas en México). un más alto nivel de reflexión. Aun
Como bien señala Josefina Aran- así, no tienen ni un enfoque ni un
da en su excelente introducción, el nivel homogéneo. La contribución
tema que ha despertado mayor in- de Arias sobre la manufacturera
terés entre las y los investigado- rural en Occidente es un excelente
ras/es ha sido el trabajo femenino trabajo de síntesis de una investi-
en el medio rural. Aquí destaca la gación propia que destaca las dis-
diversidad de la vida laboral de las tintas modalidades del empleo
mujeres en el campo. En este volu- femenino; también subraya la im-
men se presentan estudios enfo- portancia del ciclo de vida femeni-
cados a las siguientes formas que no para entender cómo se incorpora
asume el trabajo femenino: en la la mujer al mercado de trabajo. El
agroindustria como asalariadas, artículo de Aranda y Arizpe5 y el
trabajadoras a domicilio, comer- de Rosado sobre las empacadoras
ciantes y propietarias (Arias, Ro- de fresa en Zamora tienen enfo-
sado, Barrón, Ceja, Lara, Santos, ques complementarios. Arizpe y
Arizpe y Aranda); en la artesanía Aranda analizan las razones por
esencialmente como productoras las cuales predomina la mano de
(sobre todo, trabajadoras familiares obra femenina en las empacado-
no remuneradas) y en menor gra- ras; indican que esto no se puede
do, como vendedoras (Clements, De explicar sólo en términos ideológi-
los A. Cruz H.); en la producción fa- cos (ie., porque las mujeres son más
miliar agrícola (Moreno, Vázquez); cuidadosas, etcétera) sino que ha-
342
Mary Goldsmith

bría que matizar tal explicación en premisa de que existe una armonía
el contexto de la región ——donde hay de intereses en el interior de la uni-
escasez de mano de obra masculi- dad doméstica. En este sentido, re-
na. Rosado nos aporta otra óptica sulta clave la organización de las
sobre las empacadoras de esta actividades económicas, el ejercicio
rama al concentrarse en la cultura real e imaginario del poder y la au-
laboral y la vida cotidiana familiar toridad, y los patrones de herencia
varios años después. El trabajo de de la tierra y otros medios de pro-
Barrón nos ofrece una variedad de ducción. González Montes y Robi-
datos empíricos sobre la participa- chaux, en sus respectivos ensayos,
ción laboral femenina en la agroin- hacen aportaciones importantes en
dustria en tres comunidades en esta discusión. Ellos analizan la
Jalisco, Nayarit y Guanajuato. Se relevancia del género para la heren-
puede apreciar que la incorpora- cia de la tierra, tema hasta ahora
ción de las mujeres a la agroin- poco estudiado en México. Indican
dustria varía de acuerdo con la que no hay un patrón universal de
migración, la disponibilidad de la herencia en el México rural. Desta-
mano de obra masculina, los culti- can también la necesidad de dife-
vos, el ciclo vital femenino y las renciar entre las prácticas y el deber
tradiciones y creencias sobre la ser de la herencia, una observación
femineidad en la comunidad. La- pertinente también en cuestiones
mentablemente, algunos problemas tales como la división genérica del
metodológicos en el tratamiento de trabajo, la autoridad, el matrimo-
los datos no permiten explicar de nio, y la sexualidad.
forma adecuada la segregación por El capítulo sobre salud, en su
género en determinadas tareas ni mayor parte, se centra en la medici-
por qué las actividades realizadas na tradicional, tema ——por otra par-
por mujeres tienden a ser remune- te—— abordado ampliamente por la
radas en tasas inferiores. antropología médica. Se centra en
A excepción del ensayo de Ro- los aspectos que han sido más es-
sado, el tema de la conciencia de tudiados ——la herbolaria, las prác-
las trabajadoras está casi ausente ticas en torno al embarazo y el parto,
en las contribuciones de esta anto- los papeles que desempeñan las
logía. Queda por explorar el impac- mujeres tanto como practicantes
to de la experiencia laboral de las cuanto como pacientes. Metodoló-
mujeres en el campo sobre su iden- gicamente se enfatiza la diferencia
tidad, conciencia y autoestima. entre la medicina tradicional y la
A menudo, los estudios clásicos moderna. Pero no se examinan las
sobre el campesinado parten de la prácticas médicas como un medio
343
lecturas

para estudiar las relaciones entre para apoyar directamente a sus


los géneros, tal como sugiere el tra- maridos o a sus hijos; a la vez, se-
bajo de Browner (1986) sobre las ñala que aproximadamente el 30%
prácticas abortivas en una comu- son personas más autónomas
nidad chinanteca de Oaxaca. (viudas, solteras). Valdría la pena
El subtema de salud mental es tra- comparar los procesos de con-
tado por una sola ponencia (Gue- cientización y participación de es-
rrero), y muestra que la cuestión de tos dos grupos de mujeres. Con el
género ha sido poco estudiada por fin de evaluar mejor la participa-
la antropología psicológica y la ción de las mujeres en experiencias
etnopsiquiatria en México.6 organizativas en el campo, cabría
El artículo de Guerrero sobre las desmenuzar los conceptos de la po-
zapotecas del Istmo no incrementa lítica, la concientización y la iden-
nuestro conocimiento sobre el tema; tidad colectiva tanto de género
no logra vincular la salud mental, como de clase.
la fisología y la cultura de las za- No obstante que las mujeres for-
potecas del Istmo. Ninguno de los man la mayoría (34 de los autores
trabajos sobre salud aborda el te- son mujeres, y sólo nueve, hombres;
rreno de lo simbólico ni con respec- de estos últimos, dos co-escribieron
to a la construcción del género, ni trabajos con mujeres), sobresale la
con respecto a la ideología sobre el participación masculina en este vo-
cuerpo. lumen. Es del conocimiento común
Apenas se empieza a evaluar el que con muy pocas excepciones
significado de la participación de somos las mujeres quienes nos in-
las mujeres en las luchas campesi- teresamos por investigar temas re-
nas. Varios de los artículos descri- lacionados con las mujeres. Habría
ben casos particulares, entre los que considerar si el tema de género
más conocidos, la Organización de ha sido integrado a los estudios
Pueblos del Altiplano (Magallón) más generales sobre el campo. Si
y la Coordinadora Nacional del analizamos las investigaciones más
Plan de Ayala (Carbajal). Si bien se recientes, encontramos que no.
destaca la discriminación de la que Casi todos los trabajos hacen
son objeto las mujeres en estas or- aportaciones empíricas significati-
ganizaciones, también se resalta vas sobre esto, a la vez que contri-
que la mayoría de las mujeres se buyen a la construcción de la teoría
moviliza en apoyo a las demandas feminista. Pero no se tocan las cues-
levantadas por los varones (v. g., la tiones metodológicas que se deba-
tierra). Magallón indica que la ma- ten entre las feministas. Casi nadie
yoría de las campesinas participan cuestiona la relación sujeto-objeto
344
Mary Goldsmith

en la investigación; ni si influye en unidad doméstica campesina, la di-


los resultados el que sea una mujer ferenciación social, la proletariza-
o un hombre quien lleva a cabo la ción, la migración, la identidad
investigación.7 Como todos los es- étnica).
tudios feministas, estos ensayos
subrayan que las vidas de las mu- Mary Goldsmith (UAM-Xochi-
jeres ameritan ser estudiadas, milco) con Ma. de Jesús Rodríguez
analizadas, que son fuentes im- V. (DEAS-INAH).
portantes para la construcción
del conocimiento. Se basan prin- Aranda, Josefina (compiladora); Las
cipalmente en las experiencias mujeres en el campo. Oaxaca, Universi-
vivenciales de las mujeres, reco- dad Autónoma Benito Juárez de
piladas por medio de entrevistas Oaxaca, 1988.

y encuestas. A la vez, algunos tra-


bajos tratan a la mujer como otra
variable o inclusive en forma casi NOTAS
marginal. Parece ser que en tales 1
Ameritaría la reinterpretación de tales
casos, ni las relaciones entre los datos, tomando en cuenta los sesgos
géneros ni las mujeres fueron el androcéntricos que a menudo éstos pa-
objeto de estudio en sí; ni figuraron decen.
como tela de fondo de la investiga- 2
Esta perspectiva está presente en el tra-
ción. Más bien, el estudio se centró bajo de Elmendorf (1973) sobre las mu-
en otra problemática y posterior- jeres en Yucatán; Benería y Sen (1982)
evalúan críticamente la formulación de
mente se consideraron estos temas.
programas de desarrollo enfocados a las
Tales cuestiones metodológicas re- mujeres e implícitamente, las investiga-
percuten en la recopilación, el aná- ciones encaminadas a estos programas.
lisis y la presentación de los datos 3
Algunas revistas (América indígena, vol.
aportando por lo general una vi- 38, núm. 2, abril-junio 1978; Cuadernos
sión fragmentada de la realidad Agrarios, año 4, núm. 9,1979; Nueva An-
social. tropología, núm. 8, abril 1978; Fem. vol. 8,
núm. 29, agosto-sept. 1983; Textual, vol.
Aún así, esta compilación nos 1, núm. 21, abril 1987) han tratado a la
indica que la categoría género enri- mujer en el campo como eje temático en
quece nuestra comprensión de la números específicos. También, un núme-
ro considerable de artículos sobre el mis-
realidad social y económica en el
mo tema ha aparecido esporádicamente
campo mexicano; inclusive, nos en otras revistas; en menor grado se han
sugiere la necesidad de reconside- publicado libros monográficos sobre las
rar tanto el contenido como la apli- mujeres en determinadas comunidades
y regiones. En la última década han apa-
cación de categorías ya comunes recido por lo menos dos antologías en
para abordar esta realidad (v. g., la español sobre las mujeres en el medio
345
lecturas
rural en América Latina (León 1982; ter social de los habitantes de Tepoztlán,
León y Deere 1986), en las cuales apare- cuyo mérito indiscutible es que abre la
cieron artículos sobre México. discusión sobre la relevancia del psicoa-
nálisis para el estudio de los miembros
4
Los datos censales de 1980 indican que de comunidades campesinas.
hay ligeramente más hombres en el medio
7
rural que mujeres; aproximadamente 41% Este punto se ha explorado desde la
de la población masculina reside en loca- óptica de la psicología y la teoría de la
lidades con menos de 5 000 habitantes. ciencia. Se plantea que se dan diferen-
cias marcadas en el desarrollo psicológi-
5
Este trabajo originalmente apareció en co de las mujeres y los hombres que
Signs. A Journal of Women in Culture and repercuten posteriormente en la construc-
Society. vol. 7, núm. 2, (invierno) 1981. ción de la relación sujeto-objeto. Si con-
Posteriormente se incluyó en una antolo- sideramos que mucha de la investigación
gía, Women's Work, compilada por antropológica se basa en la técnica de la
Eleanor Leacock y Helen Safa, Amherst, observación habría que pensar cómo el
Massachusetts, Bergin y Garvey, 1986. género del/la investigador/a influye en
Dada su importancia teórica y su rele- la percepción de los eventos y la relación
vancia para el tema de la mujer en el que guarda con su objeto de estudio.
campo mexicano, se tradujo al español También, desde la perspectiva feminista
para ser incluido en la compilación bajo (compartida por algunas otras tenden-
discusión. cias de investigación, sobre todo la de la
investigación-acción) se cuestiona la ob-
6
Sorprende que no se contemplen los plan- jetividad de la ciencia y se busca abierta-
teamientos de la investigación pionera de mente que la investigación sea un factor
Fromm y Maccoby (1970) sobre el carác- de transformación social.

346
Liliana Felipe

argüende

347
argüende

348
Liliana Felipe

Mala (op. 102)

Letra y música Liliana Felipe

Mala porque no me quieres,


mala porque no me tocas;
mala porque tienes boca,
mala cuando te conviene.

Mala como la mentira,


el mal aliento y el estreñimiento.
Mala como la censura,
como rata pelona en la basura.

Mala como la miseria,


como foto de licencia.
Mala como firma de Santana,
como pegarle a la Nana.

Mala como la triquina,


mala, mala y asesina,
mala como las arañas,
mala con todas las mañas.

Mala como el orden, la decencia,


como la buena conciencia.
Mala por donde la mires,
Mala como una endodoncia.

349
argüende

Mala como clavo chato,


mala como película checa.
Mala como caldo frío,
Mala como fin de siglo.
Mala por naturaleza,
de los pies a la cabeza.
Mala, Mala, Mala, Mala

--------------------------------
--------------------------------

¡Pero qué bonita chingáos!

350
Liliana Felipe

351
argüende

352
colaboradores

353
argüende

352
Colaboradores

Luis F. Aguilar Villanueva. 1938. Doctor en filosofía, con la especialidad


de filosofía política. Profesor-investigador de El Colegio de México. Su
último libro es Weber: la idea de ciencia social, UNAM/Porrúa, México, 1988.

Carlos Aguirre. 1948. Artes visuales. Exposiciones individuales en el


Museo de Arte Moderno de México (1981-1985). Décimosegunda Bienal
de Arte, París, 1982 y Décimoctava Bienal de Arte, Sao Paolo, 1985.

Solange Alberro. 1938. Historiadora francesa. Investigadora de El Cole-


gio de México. Autora de Inquisición y sociedad en México 1571-1700, FCE,
México, 1988.

Josefina Aranda. 1955. Antropóloga. Editora de Las mujeres en el campo,


Universidad Autónoma de Oaxaca ““Benito Juárez““, México, 1988.

Lore Aresti. 1943. Psicoanalista venezolana, radica en México hace 27


años. Madre de cinco hijos (varones). Miembro del Círculo Psicoanalíti-
co Mexicano.

Lourdes Arizpe. 1944. Doctora en antropología. Su último libro es Cultu-


ra y desarrollo. Una etnografía de las creencias en una comunidad mexicana,
UNAM/ Colmex/Porrúa, México, 1989.

Hermann Bellinghausen. 1953. Escritor. Padre de una hija. Autor de Cró-


nica de multitudes, Océano, 1987. Director de la revista México Indígena.

Roger Burbach. 1945. Norteamericano. Doctor en historia económica.


Autor de numerosos artículos sobre las relaciones norte y centroameri-
canas. Director de CENSA (Center for the Study of the Americas).

Gabriela Cano. 1958. Historiadora mexicana. Profesora investigadora


de la UAM-Iztapalapa. Autora con Verena Radkau de Ganando espacios:
historias de vida, Serie correspondencia, UAM-I, 1989.

355
colaboradores

Rolando Cordera. 1942. Economista. México: el reclamo democrático, Siglo


XXI Editores, 1988 y su último libro es Las decisiones del poder, Editorial
Cal y Arena.

Teresita De Barbieri. 1937. Tiene un hijo de 24 años, una hija de 19 años


y un perro. Socióloga. Investigadora del Instituto de Investigaciones So-
ciales (UNAM). Autora de Mujeres y vida cotidiana, Sep. 80s, FCE, 1984 y
coautora, con Orlandina de Oliveira, de La presencia de las mujeres en una
década de crisis en América Latina, CIPAF, Santo Domingo, 1987.

Jaime de León. 1935. Psicoanalista, miembro del Círculo Psicoanalítico


Mexicano.

Mary G. Dietz. Es profesora de ciencia política en la Universidad de


Minnesota. Autora de muchos artículos y del libro Between the Humane
and the Divine: The Political Thought of Simone Weil.

Marta Encabo de Lamas. Argentina. Profesora de letras en francés y


egresada del curso de formación de traductores de El Colegio de México.

Liliana Felipe. 1954. Argentina. Música. Divide su tiempo entre la músi-


ca, el cabaret y la agricultura. Tiene un roble de dos años que en diez
transplantará al parque de Frida Khalo.

Ileana Gamas. 1965. Pintora. Estudió Comunicación Gráfica en la Es-


cuela Nacional de Artes Plásticas (UNAM).

Brígida García. 1947. Demógrafa social, dominicana, residente desde


hace 20 años en México. Profesora-investigadora de El Colegio de Méxi-
co. Autora de Desarrollo económico y absorción de fuerza de trabajo.

Margarita Gasque. Psicoanalista mexicana. Trabaja en el Centro de In-


vestigaciones y Estudios en Psicoanálisis (CIEP).

Mary Goldsmith. 1951. Antropóloga norteamericana residente en Méxi-


co. Doctoranda en antropología en la Universidad de Conneticut. Profe-
sora-investigadora en la UAM-Xochimilco. Colaboradora del Colectivo
ATABAL (grupo de apoyo a empleadas domésticas).

356
Luis González de Alba. 1944. Psicólogo. Autor de ensayos y novelas, su
último libro es La ciencia, la calle y otras mentiras, Editorial Cal y Arena, 1989.

Sergio González Rodríguez. 1950. Escritor mexicano. Autor de Los bajos


fondos, Editorial Cal y Arena, México, 1988.

Jesús Jaúregui. 1949. Doctorando en antropología. Profesor e investiga-


dor del INAH. Autor de varios artículos, coeditó Palabras devueltas: Home-
naje a Claude Lévi-Strauss, INAH, 1986.

Marta Lamas. 1947. Vive con (y trabaja para) un hijo y tres gatas. Pasan-
te de la maestría de antropología social. Feminista militante desde hace
19 años. Participa actualmente en Mujeres en Acción Sindical (MAS).

Antonio Lazcano Araujo. 1950. Biólogo. Estudia y trabaja el origen y la


evolución de los primeros organismos. Profesor en la UNAM. Su último
libro es La bacteria prodigiosa, FCE, 1988.

Ana Luisa Liguori. 1950. Madre de Jonás. Antropóloga investigadora


del Departamento de Antropología Social del INAH. Pasante de la maes-
tría de Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de
la UNAM. Egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográfi-
cos. Actualmente realiza una investigación sobre prácticas sexuales y
transmisión del sida.

Norbert Lechner. 1939. Nacido en Alemania, residente en Chile. Doctor


en ciencias políticas. Es autor y coordinador de varios libros, entre los
que destacan La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado,
Editorial Siglo XXI/ CIS, Madrid, 1986 y ¿Qué es realismo en política?, Ca-
tálogos, Buenos Aires, 1987.

Alfredo López Austin. 1936. Historiador mexicano. Investigador del Ins-


tituto de Investigaciones Antropológicas (UNAM). Autor de varios libros,
los dos más recientes son: Una vieja historia de la mierda, Ediciones Toledo,
1988 y Los mitos del Tlacoache, Alianza Editorial, México, 1990.

Angeles Mastretta. 1949. Escritora. Autora de Arráncame la vida, Océano,


1985.

357
colaboradores

Salvador Mendiola. 1952. Escritor. Su último libro es Canciones, Joan


Boldó i Climent Editores, México, 1985. Profesor en la Facultad de Cien-
cias Políticas y Sociales (UNAM) y en la ENEP Aragón.

Patricia Mercado. 1957. Estudió economía. Militante feminista desde


hace 10 años, actualmente participa en el grupo Mujeres en Acción Sin-
dical (MAS).

Carlos Monsiváis. 1938. Escritor, elurofílico y feminista confeso. Su últi-


mo libro es Lo fugitivo permanece, Editorial Cal y Arena, 1990.

Hortensia Moreno. 1953. Escritora. Autora de las Líneas de la mano, Joan


Boldó i Climent Editores, 1985.

Orlando Núñez. 1948. Nicaragüense. Doctor en economía política. Au-


tor de muchos artículos. Director del Centro de Investigación y Estudios
de la Reforma Agraria en Nicaragua.

Carole Pateman. Profesora en la Universidad de Sydney, Australia, y


miembro de la Academia de Ciencias Sociales de ese país. Actualmente
trabaja cuestiones de feminismo y teoría política. Es autora de muchos
artículos y de los libros Participation and Democratic Theory y The Problem
of Political Obligation.

Verena Radkau. 1946. Historiadora alemana. Investigadora del Centro de


Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Su
último libro es ““Por la debilidad de nuestro ser””. Mujeres del pueblo en la paz
porfiriana, Cuadernos de la Casa Chata, CIESAS, 1989.

Jesusa Rodríguez. 1955. Actriz y directora de teatro. Fundadora de la


compañía Divas, A.C. Su verdadera profesión es conductora de eventos
de solidaridad y su verdadera vocación es jugadora de poker.

Ma. de Jesús Rodríguez V. 1952. Antropóloga. Investigadora del Depar-


tamento de Antropología Social del INAH. Autora de La mujer azteca, Uni-
versidad del Estado de México, 1988.

358
Nelly Schnaith. Filósofa argentina radicada en Barcelona. Exprofesora
de la Facultad de Filosofía. Autora del libro Proceso a Rosas, Editorial
Calden, Buenos Aires, 1975.

Sara Sefchovich. 1951. Madre tiempo completo de tres más dos hijos.
Socióloga, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM).
Su último libro es México, país de ideas, país de novelas, Grijalbo, 1988. En
1989 recibió la beca Guggenheim, el premio PLURAL de ensayo y la me-
dalla al mérito Gabino Barreda.

Estela Suárez. 1939. Madre de dos hijos. Economista argentina radica


en México. Profesora de la Facultad de Economía. Ha publicado artícu-
los en revistas políticas y académicas.

Antonieta Torres Arias. 1946. Psicoanalista. Miembro activo del Círculo


Psicoanalítico Mexicano. Es coautora de Psicoanálisis y realidad, Edito-
rial Siglo XXI, México,1989.

Julia Tuñón. 1948. Historiadora mexicana. Investigadora de historia de


las mujeres y del cine mexicano. Autora de Mujeres en México, una historia
olvidada, Planeta, 1987.

Isabel Vericat. Licenciada en derecho, se dedica a la edición de libros, la


traducción y el psicoanálisis.

Juan Villoro. 1956. Escritor. Su último libro es Palmeras de la brisa rápida,


Alianza Editorial Mexicana, 1989.

359
PRIMERA EDICIÓN: MARZO 1990.
SEGUNDA EDICIÓN: OCTUBRE 2007.
CORRESPONDENCIA EXCLUSIVAMENTE EDITORIAL: CALLEJÓN DE CORREGIDORA
NÚM. 6, TLACOPAC, C.P. 01040, MÉXICO, D.F.

El número 1 de DEBATE FEMINISTA fue impreso bajo demanda por primera vez
en los talleres de Publidisa Mexicana, S.A. de C.V., Calz. Chabacano 69, Col.
Asturias, C.P. 06850, México, D.F., www.publidisa.com

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