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Indice
EDITORIAL
DEMOCRACIA
Feminismo y democracia
Carole Pateman 3
De la revolución a la democracia
Norbert Lechner 24
Derechos humanos para la democracia
Teresita De Barbieri 40
La bandera de la democracia y el socialismo
Orlando Núñez y Roger Burbach. 46
La necesidad de un nuevo proyecto socialista
Estela Suárez 74
La democracia civilizatoria
Luis F. Aguilar Villanueva 83
El feminismo y la democratización mundial
Lourdes Arizpe 100
El contexto es lo que cuenta. Feminismo y teorías de la ciudadanía
Mary G. Dietz 105
El amor en tiempos de la democracia 131
LITERATURA
HISTORIA
PSICOLOGÍA
CIENCIAS SOCIALES
POLÍTICA
DESDE LO COTIDIANO
DESDE EL DIVÁN
Freud y la homosexualidad
Margarita Gasque 265
DESDE EL MOVIMIENTO
DOCUMENTO
MEMORIA
LECTURAS
Persona y democracia
Salvador Mendiola Mejía 327
La cultura escondida de las otomíes
Verena Radkau 331
Mujeres, iglesia y aborto
M. Teresita De Barbieri 336
Las mujeres en el campo
Mary Goldsmith 341
ARGÜENDE
Mala
Liliana Felipe 349
COLABORADORES 355
editorial
debate feminista, marzo de 1990
Marta Lamas
Editorial
d
ebate feminista nace de la necesidad compartida entre varias femi-
nistas de disponer de un medio de reflexión y debate, un puente
entre el trabajo académico y el político, que contribuya a movilizar
la investigación y la teoría feministas, dentro y fuera de las instituciones
académicas, y ayude a superar la esterilidad de los estudios aislados del
debate político. No compartimos la concepción de las “mujerólogas”
(especialistas en el tema de la mujer, desvinculadas del movimiento fe-
minista) y tampoco aprobamos el antiintelectualismo que tiñe algunas
posiciones en el movimiento. debate feminista es una toma de posición
frente a la fabricación de estudios banales (y su aprovechamiento curricu-
lar) y las explosiones de resentimiento a nombre de la Revolución.
Nos proponemos analizar los asuntos necesarios para el cambio
político y trabajar en la fundamentación de un programa político femi-
nista. Para transformar las condiciones de vida y la práctica política en
México, también es preciso reflexionar y teorizar sobre esas condiciones
de vida, sobre esa práctica y sobre el país.
En México hay distintas posiciones feministas. Quienes participa-
mos en esta revista no representamos, por supuesto, a todas las tendencias
ni pretendemos dar cuenta de la amplitud de las preocupaciones e intere-
ses del horizonte feminista. Sin negar ni esconder las diferencias, nos une
el deseo de un movimento feminista autónomo, fuerte y la urgencia de
participar en el debate político actual. También al rechazar la idea de la
“esencia femenina”, pensamos que el tema del feminismo no son las mu-
jeres, sino las relaciones entre el género femenino y el masculino.
debate feminista no surge de la nada. Es resultado del desarrollo del
feminismo. Nos anteceden publicaciones para nosotras complementa-
rias, especialmente la revista fem. y el suplemento doblejornada. Para el
diálogo con el movimiento feminista y los demás sectores del movimien-
to democrático, queremos buscar y preparar materiales de teoría y análi-
sis que, por su extensión, elaboración y lenguaje no suelen tener cabida
en las publicaciones que ya circulan. Aunque mucho de lo que quere-
mos publicar son textos de corte académico, también nos interesan otros
trabajos, los esbozos, notas o testimonios de muchas personas que abor-
dan cuestiones medulares. Nos proponemos dar sitio prioritario a tex-
ix
debate feminista, marzo de 1990
Marta Lamas
Notas
1
Claus Offe, “New Social Movements: Challenging the Boundaries of
Institutional Politics”, Social Research, vol. 52, núm. 4, 1985.
2
Fco. Colom González y Salvador Mas Torres, “Críticas y Alternativas a la
democracia representativa: En torno al pensamiento político de Claus Offe”, en
Teorías de la democracia, eds. José M. González y Fernando Quesada, Anthropos,
Barcelona, 1988.
xii
democracia
democracia
2
Carole Pateman
Feminismo y democracia
Carole Pateman
U
na feminista no se ocuparía siquiera del tema de este ensayo,
porque para las feministas la democracia no ha existido jamás.
Las mujeres nunca han sido aceptadas, y no lo son ahora, en
calidad de miembros y ciudadanos con los mismos derechos en ninguno
de los países considerados como “democráticos”. A lo largo de toda la
historia del feminismo se repite una imagen que habla por sí sola y se-
gún la cual una sociedad liberal está compuesta por clubes de hombres
—quienes, como señala Virginia Woolf en Tres Guineas, se distinguen
por sus trajes y uniformes particulares— como son el parlamento, los
tribunales, los partidos políticos, el ejército y la policía, las universida-
des, los lugares de trabajo, los sindicatos, las escuelas públicas (y las
privadas), los sitios exclusivos y también los centros recreativos popula-
res. De todos ellos las mujeres siempre han sido excluidas o sólo inclui-
das como meros auxiliares. Esta opinión de las feministas se ha visto
confirmada por los debates académicos sobre la democracia, en los cua-
les se concede poca importancia a cuestiones como el feminismo o la
estructura de la relación entre los sexos.
Este artículo parte de la idea de que el feminismo tiene algo impor-
tante que decirle a los teóricos de la democracia, así como a los ciudada-
nos democráticos. Obviamente, en un ensayo corto es difícil demoler
para siempre el supuesto existente desde hace dos mil años, según el
cual la “democracia” no es incompatible con la subordinación de las
mujeres o con su exclusión de la participación plena e igualitaria en la
vida política. Lo que estas páginas pretenden es, por supuesto, algo más
sencillo: mostrar que el feminismo le presenta hoy a la democracia su
* Este ensayo apareció en Democratic theory and practice, ed. Graeme Duncan,
Cambridge University Press, 1983.
3
democracia
sostenida durante cuarenta y ocho años, de 1866 a 1914) así como sobre
el significado político y las consecuencias de la concesión de los dere-
chos civiles. La situación de las mujeres, en tanto que votantes, también
presenta problemas para quienes escriben sobre democracia. Así, por
ejemplo, el influyente texto revisionista de Schumpeter, quien afirma ex-
plícitamente que el hecho de que las mujeres no tengan derecho al sufra-
gio no invalida que una organización política determinada sea
democrática, ha despertado muy pocos comentarios. O el fascinante re-
lato de Barber sobre la democracia directa en un cantón suizo en el cual
se trata de manera equívoca el sufragio femenino (que se consiguió ape-
nas en 1971), pues el autor subraya que la concepción del derecho al voto
de las mujeres fue “justa y equitativa”, pero que se hizo al costo de “la
participación y la comunidad”. Con esto Barber quiere decir que si bien
las asambleas crecieron enormemente, la participación disminuyó y el
individualismo atomizado logró reconocimiento oficial, de modo que ya
no fue posible justificar el concepto del ciudadano-soldado.1 El lector se
pregunta, al leer a este autor, si no hubiera sido mejor que las mujeres
sacrificaran su justa demanda en aras de la ciudadanía de los hombres.
En un estudio reciente de Verba, Nie y Kim sobre la participación políti-
ca en varias naciones, se señala el caso de Holanda que pasó del voto
obligatorio al voluntario y se afirma que “el derecho al voto era univer-
sal”, pero una nota a pie de página apunta que en ambos sistemas elec-
torales se trataba de “un voto por hombre”.2 Entonces nos preguntamos:
¿votaban las mujeres?.
Las ironías de la historia, que pasan tan inadvertidas, abundan en
los debates en torno a la democracia. A las feministas se nos dice que no
debemos sentirnos ofendidas por el uso de un lenguaje masculino, ya
que en realidad “hombre” significa “ser humano”, y eso a pesar de que
ya en 1867, cuando se usó ese argumento para respaldar la primera ley
del sufragio para las mujeres en Gran Bretaña, se rechazó enfáticamente
que el término “hombre” (que hacía referencia al jefe del hogar) fuera un
genérico que incluyera a las mujeres. Un ejemplo reciente de cómo las
mujeres pueden ser excluidas de la vida política democrática está en el
libro Democracia viable de Marglis. El autor empieza presentando un
relato del “ciudadano Brown”, hombre que, según nos enteramos, obtu-
vo en 1920 “su último gran triunfo con la concesión del derecho al voto
para las mujeres” 3 La historia de las luchas de las mujeres por la demo-
cracia desaparece de un plumazo y en su lugar aparece el voto como la
creación solitaria de los hombres o como su regalo.
5
democracia
6
Carole Pateman
7
democracia
ne que así como los hombres son o pueden ser muchas cosas, las mujeres
en cambio han sido colocadas en esta tierra sólo para cumplir con una
única función: la de gestar y criar hijos. Mill casi consigue evadir la
interrogante de cómo, si la tarea de la mujer está prescrita por el sexo, se
puede decir que tiene verdaderas posibilidades de elegir una ocupación,
o por qué adquiere importancia la igualdad de oportunidades para las
mujeres si el matrimonio es una “carrera” en sí mismo. Mill compara un
matrimonio igualitario con una sociedad de negocios en la cual los so-
cios son libres para negociar los términos de la asociación que más les
convengan, pero al sostener esto se apoya en argumentos muy endebles
que resultan contrarios a los principios liberales, y todo para sustentar
su opinión de que la igualdad no alterará la tradicional división del
trabajo doméstico. Este autor sugiere que “el acuerdo natural” sería que
tanto la mujer como el hombre ocuparan cada uno de manera absoluta
“la rama ejecutiva de su propio departamento... y cualquier cambio de
sistema o de principios requeriría el consentimiento de ambos” (p. 169).
También propone que, en el contrato de matrimonio, los cónyuges con-
certaran la división del trabajo, aunque para argumentar esto supone de
partida que las esposas estarían dispuestas a aceptar el arreglo “natu-
ral”. Mill considera que las obligaciones ya han sido divididas “por el
consenso y por la costumbre” (p. 170), aunque se les haya modificado en
casos particulares, pero lo que más critica en su ensayo es precisamente
esa “costumbre general” que constituye el baluarte de la dominación
masculina, para luego olvidarla él mismo al suponer que, por regla gene-
ral, el marido debería tener más peso en la toma de decisiones, puesto
que casi siempre tiene más años de edad. A este argumento le añade que
esto solamente ocurriría hasta que llegara el momento de la vida cuando
la edad ya no tuviera importancia. Y aquí podemos preguntarnos: ¿cuán-
do admiten los maridos que ha llegado ese momento?8 El autor también
olvida sus propios argumentos cuando sugiere que habría que conceder
mayor peso a las opiniones de aquel socio que proporciona los medios
para el sustento, “cualquiera de los dos que sea”, siendo que ya se había
supuesto que las mujeres habían “optado” por ser dependientes desde el
momento en que aceptaron casarse.
Los movimientos antifeministas de la década de los ochenta y sus
seguidores también sostienen que la división del trabajo doméstico apo-
yada por Mill es la única natural. Claro que a ellos no les preocupan las
posibles implicaciones que tal arreglo entraña para la ciudadanía de las
mujeres, pero los partidarios de la democracia sí deberían preocuparse
11
democracia
por esta cuestión. Mill defendió el sufragio femenino por las mismas
razones que defendió el voto de los hombres: porque lo consideraba ne-
cesario para su propia protección o para la protección de los intereses
individuales, ya que según él, la participación política aumentaría la
capacidad de las mujeres como individuos. El problema obvio que pre-
senta este argumento es que las mujeres, en su condición de esposas,
están confinadas al pequeño círculo de la familia y a sus rutinas diarias,
y por consiguiente, sería difícil que usaran su voto de manera efectiva y
como medida de protección. Las mujeres no tendrían forma de conocer
sus intereses si carecen de experiencia fuera del ámbito doméstico.
Este último punto es importante para los argumentos de Mill que se
refieren al desarrollo político y al de la educación por medio de la parti-
cipación. El autor habla en términos generales (p. 237) del individuo
como ser que se eleva “moral, espiritual y socialmente” bajo un gobierno
libre, pero esta afirmación resulta demasiado extensa si se refiere tan
sólo a la emisión periódica de un voto (aunque es cierto que la transfor-
mación moral de la vida política por el derecho a votar fue un aspecto
central del movimiento en pro del sufragio femenino). El propio Mill
dudaba de que tal “elevación” resultara del puro sufragio, pues escribió
que la “ciudadanía” —y aquí se refirió al sufragio universal— “sólo
ocupa un espacio mínimo en la vida moderna que ni siquiera se acerca al
que ocupan los hábitos diarios ni al de los sentimientos más profundos”
(p. 174). Y todavía va más allá al afirmar que “la familia debidamente
constituida” es “la verdadera escuela” para enseñar “las virtudes de la
libertad”. Pero esto es tan poco probable como la afirmación sobre las
consecuencias del voto democrático liberal, pues una familia patriarcal
cuya cabeza es un marido despótico, no es ninguna base para la ciuda-
danía democrática, como tampoco lo es por sí misma una familia iguali-
taria. En sus escritos sociales y políticos, Mill sostiene que sólo la
participación en una gran variedad de instituciones, pero principalmente
en el lugar de trabajo, puede proporcionar la educación política necesa-
ria para una ciudadanía activa y democrática. Aquí, la pregunta que
surge es entonces la siguiente: ¿cómo pueden las mujeres y las esposas
que han “elegido” la vida doméstica tener la oportunidad de desarrollar
sus capacidades o de aprender lo que significa ser un ciudadano demo-
crático? El resultado del confinamiento de un individuo al ámbito estre-
cho de la vida familiar cotidiana sólo puede ser que las mujeres sean
ejemplos de seres egoístas, sólo interesadas en lo privado y carentes de
un sentido de justicia o de espíritu público.9 Al no cuestionar la división
12
Carole Pateman
del trabajo dentro del hogar, tan aparentemente natural, Mill hace que
sus argumentos sobre la ciudadanía democrática sólo sean aplicables a
los varones.
Se podría objetar que resulta ilógico y hasta anacrónico pedirle a
Mill —cuyos escritos son de la década de 1860— que critique la división
aceptada del trabajo entre marido y mujer, siendo que apenas unas cuen-
tas feministas excepcionales del siglo XIX estuvieron dispuestas a cues-
tionar la doctrina de la separación de los sexos. Pero si aceptamos tal
objeción en Mill,10 eso no es excusa para aceptar el mismo error por parte
de los teóricos contemporáneos de la democracia ni de los investigado-
res empíricos. Hasta que en fecha muy reciente el movimiento feminista
empezó a tener impacto sobre los estudios académicos, se había ignora-
do siempre la relación entre la estructura de la institución del matrimo-
nio y la igualdad formal de la ciudadanía, además de que las mujeres
ciudadanas habían sido excluidas de las investigaciones empíricas so-
bre los comportamientos y actitudes políticos, o solamente se les había
mencionado brevemente, y siempre en términos patriarcales y no cientí-
ficos.11 Una lectura de La sujeción debía haber situado estas cuestiones,
desde hace mucho tiernpo, en uno de los primeros sitios de los debates
sobre la democracia. Tal vez esto seria posible si en lugar de considerar
los escritos feministas de eminentes filósofos, se tomaran más en cuenta
los resultados de investigaciones empíricas que muestran datos. Por ejem-
plo, uno significativo: que incluso las mujeres que toman parte activa en
la política local, no se deciden a aceptar candidaturas para puestos di-
rectivos porque son responsables del cuidado de los hijos. Y eso para no
decir que aún se piensa que las mujeres no deben ocupar cargos públi-
cos, porque no es una actividad adecuada para ellas.12
Ahora bien, si los problemas que se refieren a la ciudadanía de las
mujeres en las democracias liberales han sido dejados de lado, todavía
es peor el fracaso de los teóricos de la democracia para enfrentar el tema
de la mujer y de la esposa. La ciudadanía democrática, incluso si se le
interpreta en su sentido mínimo, es decir, sólo como el sufragio universal
dentro del contexto liberal de los derechos civiles, presupone la base
sólida de un reconocimiento práctico y universal, en el sentido de que
todos los miembros de la organización política son iguales en términos
sociales y como “individuos” independientes, con todas las capacida-
des que implica esta condición. Sin embargo, el error más grave de la
teoría democrática contemporánea y del discurso de libertad, igualdad y
consenso, así como el del individuo, es la facilidad e indiferencia con la
13
democracia
las mujeres pueden parir hijos, pero este hecho no impone de manera
alguna la separación de la vida social en dos ámbitos definidos sexual-
mente, es decir, la existencia privada (femenina) y la actividad pública
(masculina). Esta separación está fundada en última instancia en la ex-
tensión equivocada del argumento que va de la necesidad natural a la
crianza de los hijos. Pero no hay nada en la naturaleza que impida a los
padres tomar parte igual en la crianza de los hijos, aunque sí lo haya en
la organización social y en la vida económica que operan en contra de
esto. Las mujeres no podrán obtener un lugar en la vida productiva y en
la ciudadanía democrática mientras se piense que su destino es una
tarea prescrita, pero tampoco podrán los padres tomar parte igual en las
actividades reproductivas mientras no se transforme nuestra concep-
ción del “trabajo” y de la estructura de la vida económica.
La batalla iniciada hace trescientos años entre los teóricos del con-
trato social, con sus argumentos convencionales, y los patriarcales, con
su idea de la naturaleza, dista mucho de haber terminado y aún carece-
mos de una comprensión clara y democrática de la relación entre natura-
leza y convención. El buen término de esta larga batalla exige una
reconceptualización radical que proporcione una teoría comprehensiva
de lo que es una práctica verdaderamente democrática. La obra teórica
reciente del feminismo ofrece nuevas perspectivas y datos sobre el pro-
blema de la teoría y la práctica de la democracia, incluyendo la cuestión
del individualismo y de la democracia participativa, así como una con-
cepción muy adecuada de la vida ‘política”.20 Durante gran parte del
siglo pasado fue difícil imaginar qué forma podría tener una vida social
democrática. Los partidos y las sectas políticas y sus teóricos, domina-
dos siempre por hombres, han tratado de enterrar los antiguos movi-
mientos políticos “utópicos” que forman parte de la historia de la lucha
por la democracia y por la emancipación de las mujeres y que apoyaban
formas diferentes o previas de organización y actividad política. La lec-
ción que debemos aprender del pasado es que teoría y una práctica “de-
mocráticas” que no sean al mismo tiempo feministas, servirán solamente
para mantener las formas de dominación, y por consiguiente, serán
solamente una burla de los ideales y los valores que presuntamente en-
carna la democracia.
20
Carole Pateman
Notas
1
B. R. Barber, The death of communal liberty, Princeton, Princeton University Press,
1974, p. 273. Este comentario respecto a los ciudadanos soldados resulta muy
revelador, pues no hay razón por la cual las mujeres no pudieran ser ciudadanas
armadas que ayudaran a defender ala patrie (francés en el original), como han
mostrado las luchadoras en las guerrillas y en los ejércitos. Sin embargo, uno de los
principales argumentos de los antisufragistas, tanto en Inglaterra como en Estados
Unidos, fue que el enrolamiento de las mujeres debilitaría al Estado de modo fatal,
pues ellas son incapaces de portar armas. Sobre este tema ya me he extendido en mi
trabajo “Women, Nature and the Suffrage”, Ethics, 90: 4, 1980, pp. 564-75. Otros
aspectos del argumento patriarcal de la naturaleza se analizarán más adelante.
2
S. Verba, N. Nie y J. O. Kim, Participation and Political Equality, Cambridge, Cambridge
University Press, 1978, p. 8.
3
M. Margolis, Viable Democracy, Harmondsworth, Penguin, 1979, p. 9.
4
J. G. Fichte, The Science of Rights, trad. al inglés de A. E. Kroeger, London, Trubner,
1889. Ver sobre todo el “Apéndice” 3.1. p. 439.
5
J. Locke, Two Treatises of Government, 2a. edición, editada por P. Laslett, Cambridge,
Cambridge Univesity Press, 1967, I. 47, 48, II, 82.
6
Para una visión más amplia de estos argumentos tan breves véase T. Brennan y C
Pateman, “'Mere Auxiliaries to the Commonwealth': Women and the Origins of
Liberalism”, Political Studies, 27, 1979, pp. 183-200.; R. Hamilton, The Liberation of
Women: A Study of Patriarchy and Capitalism, London, Allen and Unwin, 1978; H.
Hartmann, “Capitalism, Patriarchy and Job Segregation by Sex”, Signs, I: 3, Pt 2,
1976, pp. 137-70; A. Oakley, Housewife, Hamondsworth, Penguin, 1976, Caps. 2 y 3.
7
Las páginas que aquí se citan son de la edición de J. S. Mill “La sujeción de las
mujeres” en J. S. Mill y H. Taylor, Essays on Sex Equality, editado por A. Rossi,
Chicago, Chicago University Press, 1970.
8
Conviene destacar que, de manera Implícita, Mill distingue entre las acciones y
creencias de los maridos individuales y el poder que le otorga la estructura de la
institución del matrimonio al “marido” sobre su “esposa”. El autor observa que el
matrimonio no esta así organizado para los pocos benevolentes a quienes se dirigen
los defensores de la esclavitud marital, sino para el hombre común y corriente,
incluidos aquellos que usan su poder físico para maltratar a sus esposas. Esta
distinción es importante y por lo general pasada por alto cuando los críticos del
feminismo ofrecen sus ejemplos de los “buenos” maridos individuales a quienes
ellos personalmente conocen.
9
Mill, como muchos otros feministas, observa la falta de sentido de justicia (que es
consecuencia del confinamiento en el ámbito doméstico) como el mayor defecto en el
carácter de las mujeres. La afirmación de que se trata de un defecto natural de las
mujeres es fundamental para la creencia —que ignoran quienes escriben sobre demo-
cracia— de que las mujeres son de manera inherente subversoras del orden politico
21
democracia
y una amenaza para el Estado. Sobre este problema véase mi artículo “The Disorder
of Women: Women, Love and the Sense of Justice”, Ethics, 91:1,1980, pp. 20-34.
10
Esto no es necesario asegurarlo. La sujeción le debe bastante al trabajo (tan olvidado)
de William Thompson Appeal of One Half of the Human Race, Women, Against the
Pretensions of the Other Half, Men, to Retain them in Political, and Hence in Civil and
Domestic Slavery, New York, Source Book, Press, 1970, libro que originalmente se
publicó en 1871 y cuyo autor tenía la mayor disposición de cuestionar estos proble-
mas desde su perspectiva de una sociedad futura cooperativa-socialista e igualitaria.
11
Para una crítica muy temprana, véase por ejemplo M.Goot y E. Reid, “Women and
Voting Studies: Mindless Matrons or Sexist Scientism”. Sage Professional Papers in
Contemporary Sociology, 1, 1975 y para una más reciente, véase por ejemplo J. Evans,
“Attitudes to Women in American Political Sciencie”, Government and Opposition,
15, I, 1980, pp. 101-14.
12
M. M. Lee, “Why Few Women Hold Public Office: Democracy and Sexual Roles”,
Political Science Quarterly, 91, 1976, pp. 297-314.
13
Un análisis más detallado de la manera paradójica en que los teóricos políticos se
han referido al consentimiento de la mujer, así como referencias sobre las evidencias
empíricas sobre las cuales se basan estas observaciones, se podrán encontrar en mi
artículo “Women and Consent”, Political Theory, 8, 2, 1980, pp. 149-68. En algunos
lugares, como por ejemplo en Nueva Gales del Sur, en el Sur de Australia y en
Victoria, Australia, la violación dentro del matrimonio ya constituye hoy día una
ofensa criminal. La reforma legal es sin duda muy bienvenida, pero a pesar de ella el
problema social permanece. Una de las conclusiones más tristes a que llegué duran-
te mi investigación fue la siguiente: que en lugar de que la violación sea “un acto
excepcional que está en completa oposición a las relaciones consensuales que
comunmente funcionan entre los sexos... en realidad aparece como la expresión más
extrema, o como la extensión de la relación 'natural' y aceptada entre hombres y
mujeres” (p. 161).
14
Por otra parte, la experiencia de las mujeres en la “democracia participativa” de
la nueva izquierda significó un mayor ímpetu para el renacimiento del movimiento
feminista. En efecto, la nueva izquierda le proporcionó un lugar para la acción
política y para el desarrollo de sus capacidades, además de que ideológicamente era
igualitarista. Y sin embargo, permaneció siempre la supremacía masculina en lo
referente a su organización y, sobre todo, en las relaciones personales. Vease S.
Evans, Personal Politics, New York, Knopf, 1979.
15
Para conocer lo que opinan las mujeres sobre el lugar tan ambiguo de la familia,
véase mi texto “The Disorder of Women”; sobre la cuestión más amplia de lo públi-
co y lo privado, véase mi artículo “Feminist Critiques oí the Public-Private Dichotomy”
en Conceptions of the Public and Prívate in Social Life, editado por S. Benn y C. Gaus,
London, Croom Helm, en prensa.
16
El constante aumento del empleo de las mujeres casadas ha sido una de las
características más sorprendentes del desarrollo del capitalismo en la posguerra. Y
sin embargo, convendría subrayar que las esposas de la clase trabajadora siempre
22
Carole Pateman
17
Z. R. Eisenstein, The Radical Future of Liberal Feminism, New York, Longman, 1980,
pp. 207-8.
18
Sobre el acoso sexual, véase por ejemplo C. A. Mackinnon, Sexual Harassment of
Working Women, New Haven, Conn, Yale University Press, 1979.
19
J. J. Rousseau, Emile, Traducción al inglés de B. Foxley, London, Dent, 1911, p.
328.
20
Véase, por ejemplo, el debate que entabla R. P. Petchesky en “Reproductive Freedom:
Beyond 'A Woman's Right to Choose, Signs, 5, 4, 1980, pp. 661-85.
23
democracia
De la revolución a la democracia*
Norbert Lechner
1. Un cambio de perspectiva
E
n los años 60 el tema central del debate político intelectual en
América del Sur es la revolución. La situación de la región, carac-
terizada por un estancamiento económico en el marco de una
estructura social tradicional y, por otra parte, por una creciente movili-
zación popular, es interpretada como un estado prerrevolucionario. Con-
trastando los cambios rápidos y radicales de la Revolución Cubana con
los obstáculos que encuentra la modernización desarrollista, se constata
la inviabilidad del modelo capitalista de desarrollo en América Latina y,
en consecuencia, la “necesidad histórica” de una ruptura revoluciona-
ria. Esta perspectiva adquiere tal fuerza que incluso un partido de centro
como la democracia cristiana propone una “revolución en libertad” en
Chile. La revolución aparece no sólo como una estrategia necesaria fren-
te a un dramático “desarrollo del subdesarrollo”,1 sino también como
una respuesta respaldada por la teoría social.2 El debate intelectual gira
en torno a las “situaciones de dependencia”, sea en una interpretación
histórico-estructural del imperialismo y de las constelaciones sociopolí-
ticas en los diversos países,3 sea en una versión más doctrinaria que
plantea “socialismo o fascismo”4 como la alternativa de las sociedades
latinoamericanas.
Si la revolución es el eje articulador de la discusión latinoamerica-
na en la década del 60, en los 80 el tema central es la democracia. Al igual
que en el periodo anterior, la movilización política se nutre fuertemente
24
Norbert Lechner
25
democracia
27
democracia
4. Pensar la alternativa
Alrededor de 1980 y especialmente a partir de la crisis económica
agudizada en 1982, la atención se desplaza del autoritarismo hacia la
democratización. En el debate sobre la alternativa democrática sobresa-
len dos pasos que preparan una renovación del pensamiento político
latinoamericano.
Por una parte, una revalorización de la política. La izquierda, en-
frentada a la Doctrina de la Seguridad Nacional20 y la ofensiva de
neoliberales y neoconservadores,21 descubre que la política no tiene una
significación única y unívoca. Un eje fundamental de la lucha política es
precisamente la lucha por definir qué significa hacer política.22 A través
de la crítica a la doctrina militar y al pensamiento neoliberal, el debate
intelectual elabora una resignificación de la política, de la cual mencio-
naré tres características.
30
Norbert Lechner
bos casos el interés por la sociedad civil tiene una clara connotación
política: las condiciones sociales de la democracia. De este modo se logra
“politizar” la preferencia de las fundaciones extranjeras por análisis
empíricos (demografía, necesidades básicas, situación de la mujer y la
juventud) sin caer en intervenciones inaceptables como el famoso Plan
Camelot de la CIA en los 60. Trátese de temas clásicos de la sociología
latinoamericana (estructura social, desarrollo agrario, sindicalismo) o
temas nuevos (movimientos sociales y regionales, violencia urbana, cul-
tura popular), los enfoques suelen enfatizar los aspectos políticos habi-
tualmente no considerados del proceso social. Al respecto nada es más
relevante que el esfuerzo de algunos de los principales centros de inves-
tigación sociológica por publicar revistas sociopolíticas para un público
amplio: por ejemplo, en Lima Qué Hacer y Socialismo y Participación por
parte de DESCO y CEDEP, respectivamente; en Sao Paulo Novos Estudos y
Lua Nova por CEBRAP y CEDEP; en Buenos Aires Punto de Vista y La Ciudad
Futura por el Club Socialista. Este intento por socializar el debate intelec-
tual no deja de ser precario (un mercado restringido por la misma crisis
económica); sin embargo, demuestra el interés de los intelectuales por
arraigar la democratización en los problemas concretos de la gente co-
mún. La preocupación por la reconstrucción del tejido social responde
desde luego a la herencia de unas dictaduras devastadoras, pero a la vez
está influida por los planteamientos neoliberales. Al recoger las objecio-
nes antiestatistas se prepara la superación de la tradición borbónica (y
napoleónica) del Estado que prevalecía en la región, aunque muchas
veces el precio de un liberalismo ingenuo. Considerando las fuertes raí-
ces del autoritarismo y del estatismo en las sociedades latinoamerica-
nas, probablemente sea una reacción inevitable para poder abordar la
cuestión del Estado en una perspectiva democrática.
32
Norbert Lechner
35
democracia
práctica política en América Latina. Ahora bien, tampoco hay que caer
en el extremo opuesto: una especie de hipersecularización que identifica
la racionalidad con la racionalidad formal. Lo que pareciera exigir una
concepción secularizada es renunciar a la utopía como objetivo factible,
sin por ello abandonar la utopía como el referente por medio del cual
concebimos lo real y determinamos lo posible. Queda así planteada una
tarea central de la democratización: un cambio de la cultura política. Sus
posibilidades y tendencias están condicionadas por los criterios de nor-
malidad y naturalidad que desarrolla la gente común en su vida cotidia-
na. Serán las experiencias concretas de violencia y miedo, de miseria y
solidaridad, que hacen el sentido de la democratización y del socialis-
mo.
6. El debate socialista
En fin, ¿qué se hizo de la idea motriz de la revolución: el socialismo?
También en América del Sur las izquierdas sufren una crisis de proyecto.
¿Qué transformaciones propugnan? ¿Cuál es el orden posible y desea-
do? No parece exagerado hablar de una crisis de identidad. ¿Qué significa
socialismo hoy en día en estas sociedades? La idea de una sociedad socia-
lista pareciera haber perdido actualidad. En algunos países la referencia
al socialismo aparece como un sueño nostálgico o simplemente demodée.
En otros países, donde tuvo mayor arraigo histórico, se vacían los refe-
rentes tradicionales dando lugar a un fraccionamiento organizativo. En
este contexto de disgregación, pensando a partir de la derrota, es en buena
parte mérito de intelectuales de izquierda haber planteado la democra-
cia como la tarea central de la sociedad. La construcción del orden social
es concebida como transformación democrática de la sociedad.
El vuelco de la discusión intelectual hacia la cuestión democrática
significa una importante innovación en unas izquierdas tradicional-
mente más interesadas en los cambios socioeconómicos.34 Se inicia un
proceso de renovación, cuyos resultados empero todavía no son previsi-
bles. Por su mismo carácter intelectual, más dado a la crítica y la duda
que a las consignas, el debate ha logrado cuestionar a las afirmaciones
consagradas, pero sin elaborar una nueva concepción. ¿Cómo se articu-
lan democracia y socialismo? Dos ejemplos ilustran la difícil trayectoria
de una discusión a mitad de camino entre la ortodoxia y la renovación.
Un caso significativo es el lugar privilegiado que ocupa tradicionalmen-
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Norbert Lechner
37
democracia
Notas
1
Frank, Andre Gunder: Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Monthly
Review Press, 1967.
2
Cardoso, F. H. y F. Weffor (eds.): América Latina: ensayos de interpretación sociológico-
política, Santiago, 1970.
3
Cardoso, F. H. y Enzo Faletto: Dependencia y desarrollo en América Latina, México,
1969 (1a. ed.).
4
Dos Santos, Theotonio: Socialismo o fascismo, dilema latinoamericano, Santiago, 1969.
5
Los materiales fueron publicados en Crítica & Utopía, núms. 1, 2, y 4.
6
Con la excepción parcial de la Revista Mexicana de Sociología, Crítica & Utopía y de
Pensamiento Iberoamericano.
7
Limito mis reflexiones al ámbito sudamericano; para dar cuenta del debate intelec-
tual en México, América Central y el Caribe habría que incluir otros considerandos.
8
Pease, Henry: El ocaso del poder oligárquico, Lima, 1977.
9
Petkoff, Teodoro: Proceso a la izquierda, Barcelona, 1976.
10
Weffort, Francisco: ¿Por qué democracia? Sao Paulo, 1984.
11
Borón, Atilio: “El fascismo como categoría histórica, En torno al problema de las
dictaduras en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, 1977/2.
12
O'Donnell, Guillermo: Reflexiones sobre las tendencias de cambio en el Estado Burocráti-
co-Autoritario, Documento CEDES, Buenos Aires, 1976. (También en Revista Mexica-
na de Sociología, 1977/1.)
13
Revista Mexicana de Sociología, 1977/1 y 2; 1978/3 y 4.
14
Malloy, James (ed.): Authoritarianism and corporatism in Latin American, Pittsburg
University, 1976; Collier, David (ed.): The New Authoritarism in Latin America, Prince-
ton University, 1979; Lechner, Norbert (ed.): Estado y política en América Latina, Méxi-
co, 1981 (1a. ed.).
15
Harnecker, Marta: Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, México,
1968 (la. ed.).
16
Laclau, Ernesto: Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, 1978 (la. ed.); Nun,
José: “El otro reduccionismo”, en Zona Abierta 28, Madrid, 1983.
17
Aricó, José: Marx y América Latina, Lima, 1980.
18
Aricó, José (ed.): Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México,
1978; Portantiero, Juan Carlos: “Socialismo y política en América Latina”, en Lechner
38
Norbert Lechner
(ed.): ¿Qué significa hacer política? Lima, 1982. Moulian, Tomás. Democracia y Socialis-
mo en Chile, FLACSO, 1983 y la revista Socialismo y Participación.
19
Portes, Alejandro: “From Dependency to Redemocratization. New Themes in
Latin American Sociology”, en Contemporary Sociology, sept. 1984.
20
Arriagada, Genaro y M. A. Carretón: “Doctrina de Seguridad Nacional y régimen
militar”, en Estudios Sociales Centroamericanos 20 y 21, Costa Rica, 1978.
21
Revista Mexicana de Sociología, número especial, 1981.
22
Lechner, Norbert (ed.): ¿Qué significa hacer política? DESCO, Lima, 1982.
23
Arendt, Hannah: La condición humana, Barcelona, 1978.
24
Laclau, Ernesto: Política e ideología en la teoría marxista, Madrid, 1978 (1a. ed.).
25
Hinkelammert, Franz: Crítica de la razón utópica, Costa Rica, 1984.
27
Delich, Francisco: “Teoría y práctica política en situaciones de dictadura”, en
Crítica & Utopía 8, Buenos Aires, 1982.
28
Bobbio, Norberto y otros: Crisis della democrazia e neo contrattualismo, Roma, 1984;
Bobbio, Norberto: Il Futuro del la democrazia, Torino, 1985; Veca, Salvatore: “Identitá
e azione collectiva”, en Materiali Filosofici, 1981/6.
29
De Ipola, Emilio y J. C. Portantiero: “Crisis social y pacto democrático”, en Punto
de vista 21, Buenos Aires, 1984.
30
Flisfisch, Angel: Hacia un realismo político distinto, Documento FLACSO, Santiago,
1984; Landi, Oscar: El discurso sobre lo posible, Estudios CEDES, Buenos Aires, 1985.
(Ambos artículos se encuentran ahora en N. Lechner, comp.: ¿Qué es el realismo en
política? Buenos Aires, 1987).
31
Andrade, Régis: “Sociedad, política, sujeto-variaciones sobre un viejo tema”, en
Crítica & Utopía 8, Buenos Aires, 1982; Landi, Oscar: Crisis y lenguajes políticos,
Estudios CEDES, Buenos Aires, 1982.
32
Cotler, Julio: Clases, Estado y nación en el Perú, Lima, 1978.
33
Calderón, Fernando: La política en las calles, Cochabamba, 1982.
34
Dos revistas han dedicado recientemente un número especial a las izquierdas y el
debate socialista en la región: Amérique Latine No. 21 (París, 1985) y Plural, núm. 3
(Rotterdam, 1984).
35
Moulian, Tomás: Democracia y socialismo en Chile, FLACSO, Santiago: Weffort, Fran-
cisco: ¿Por qué democracia? Sao Paulo, 1984.
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E
l artículo de Norbert Lechner constituye una interesante síntesis
de algunas de las preocupaciones de los intelectuales latinoame-
ricanos acerca de las posibilidades de la democracia en la re-
gión. Tomando como eje la producción de politólogos y sociólogos, du-
rante 20 años en América Latina —de la revolución al Estado autoritario
y a la democracia—, Lechner se pregunta acerca de la restauración y la
recreación de reglas del juego político, la relación entre pluralidad y
construcción de consensos, el reconocimiento para las constituciones de
identidades políticas. Como tema central de la democratización, percibe
el problema de la cultura política en sociedades como las nuestras, ca-
racterizadas por profundas desigualdades estructurales, y que no han
hecho más que crecer en esta última década.
Estas notas no tienen otra pretensión que agregar algunas dimen-
siones a las preocupaciones de Lechner, que desde mi punto de vista
deberían ser tenidas en cuenta en el debate sobre democracia en la re-
gión, puesto que comparto con el autor y con tantos otros la visión de que
la democracia es la mejor forma de organización de la sociedad y el
Estado; la que puede expresar y realizar de mejor manera la vigencia de
los derechos humanos; la que permite resolver las diferencias sobre la
base del acuerdo de voluntades.
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C
ada vez más, la democracia se convierte en uno de los terrenos
más sensitivos de la lucha política e ideológica entre el capitalis-
mo y el socialismo. Históricamente, el imperialismo norteameri-
cano y las clases gobernantes latinoamericanas respondían a las crisis
económicas y políticas imponiendo dictaduras civiles o militares. Así
fue durante la depresión de los años 30, lo mismo en las décadas poste-
riores a la Revolución Cubana (1960-1970), en que tres cuartas partes de
los habitantes de América Latina vivían bajo regímenes dictatoriales.
Hoy en día los Estados Unidos y sus aliados burgueses en Latinoaméri-
ca están recurriendo de nuevo a mostrar la cara de la democracia repre-
sentativa a fin de recuperarse del desgaste producido por las formas
dictatoriales utilizadas en el pasado. Esta estrategia imperialista arrecia
con la toma del poder por él sandinismo en Nicaragua, y a medida que
avanza el cuestionamiento de las masas en toda América. En vez de
imponer o sostener dictaduras militares como respuesta a la profundi-
zación económica y política de la crisis, los Estados Unidos prefieren
abandonar e incluso dar de baja a sus dictadores; Argentina, Brasil, Uru-
guay y Perú, muestran el primer paso; la salida de Duvalier en Haití y de
Marcos en Filipinas ilustran el segundo.
Los Estados Unidos están obligados a anticiparse ideológica y po-
líticamente al desencadenamiento revolucionario de los hechos, ya que
son pocos los paliativos económicos que pueden ofrecer a la crisis eco-
nómica que está devastando a la mayor parte del tercer mundo.
Más aún, dado el déficit fiscal galopante norteamericano, aquellos
días en que se podían destinar billones de dólares en ayuda económica
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Orlando Núñez y Roger Burbach
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como Cuba han demostrado que a pesar de no ser una potencia en apli-
caciones tecnológicas ni en fuerzas productivas como el capitaismo,
pueden alimentar, proveer de techo y vestuario a su pueblo de una ma-
nera más igualitaria.
Estos temas económicos van a continuar siendo importantes en las
luchas revolucionarias, particularmente en los países en vías de desa-
rrollo. Sin embargo, la crisis económica global que afecta tanto a las so-
ciedades revolucionarias como a las capitalistas en el tercer mundo, obliga
a ambos sistemas a tomar en consideración los asuntos políticos e ideo-
lógicos a fin de legitimar sus posiciones ante las masas.
En la medida en que la crisis se acentúa en América Latina y El
Caribe, se profundiza la campaña de Estados Unidos para sostener su
hegemonía política e ideológica. Esto no quiere decir que las cosas serán
sencillas para el imperialismo norteamericano, quien acusa muchas de-
bilidades en la lucha por la bandera de la democracia. Las condiciones
de inestabilidad por las que atraviesan muchas de las democracias for-
males de América Latina en la medida en que la crisis económica se
agudiza, el apoyo histórico de la administración norteamericana a las
dictaduras, y su obsesión por prevenir el acceso al poder de cualquier
gobierno que esté abierto a las alianzas con la izquierda y partidos polí-
ticos comunistas, son los factores que dificultan a los Estados Unidos la
apropiación de la bandera de la democracia sin aparecer oportunista e
hipócrita.
Sin embargo, la izquierda también tiene un pasado poco claro cuan-
do se trata de erigir la bandera de la democracia; por años, ha ignorado
olímpicamente el asunto de la democracia política. Tanto en los Estados
Unidos como en América Latina, ha irrespetado la democracia, mientras
paradójicamente desarrolla un programa concreto que promueve su pro-
greso. El control burgués sobre las instituciones democráticas existentes
en los países capitalistas es de hecho la razón central por la cual la
izquierda se ha excluido de la discusión sobre la democracia. Esta, no
obstante, es una bandera revolucionaria, una bandera que tiene impacto
en las masas.
Por lo tanto, es imperativo encontrar formas para desarrollarla en
los Estados Unidos y América Latina, a fin de integrarla al patrimonio
revolucionario.
Hay razones históricas que explican por qué los marxistas han
encontrado difícil esgrimir la bandera de la democracia. En primer lugar
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Pluralismo en la revolución
A fin de poder acceder al reclamo de la tradición democrática revolucio-
naria, hay que empezar por reconocer que algunas de las críticas especí-
ficas que han hecho los revisionistas acerca del comportamiento de
muchos partidos marxistas-leninistas son correctas. Para contrarrestar
estas debilidades, los principios democráticos enunciados por Marx y
otras figuras revolucionarias deberán incluirse en la estrategia de la re-
volución, incorporando las experiencias reales que se han dado en el
interior de los procesos de cambio, antes y después de la toma del po-
der.10
El pluralismo en la revolución comienza con la forma de elegir las
banderas de lucha, a la hora de inventariar las necesidades y reivindica-
ciones de las masas, en el momento de incorporar las motivaciones de la
lucha en la estrategia a seguir. Durante la etapa de la toma del poder, un
primer problema surge de la forma de aplicar el centralismo democráti-
co, principio alrededor del cual se organizan los partidos marxistas-
leninistas. En teoría, esto significa que las bases pueden influir y participar
en la toma de decisiones del partido, manteniendo la disciplina aproba-
da en el cuerpo del partido. En cambio, en la práctica, muchas veces
sucede que un pequeño grupo de individuos maneja la organización
desde arriba hacia abajo, dejándose poco espacio para discusiones y
participaciones democráticas. Después de la toma del poder, la falta de
pluralismo se expresa en la concepción y en la práctica de lo que se llama
la revolución desde arriba, en que la vanguardia decide para el pueblo,
pero sin la participación de las masas en el ejercicio del poder.
Un problema similar se origina y proviene de la naturaleza subver-
siva y conspirativa del movimiento, especialmente en su etapa militar.
Efectivamente, en las situaciones revolucionarias y pre-revolucionarias
hay necesidad de cierto grado de compartimentación y de cierto centra-
lismo en la toma de decisiones debido a la naturaleza represiva del Esta-
do. Sin embargo, esta necesidad ha sido muchas veces exagerada por los
comités centrales. Más sobresaliente aún es el hecho de que estas tenden-
cias en los estilos de organización han funcionado como factores
desmovilizantes que han minado los impulsos naturales de participa-
ción de las masas en un movimiento revolucionario. Los nuevos parti-
dos de vanguardia no debieran evitar ser a su vez frentes de masas, en
los cuales las bases jueguen un papel central contribuyendo a la orienta-
ción y programa del partido. La democracia política, una cualidad que
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electos por el voto directo del pueblo con una participación variada de
candidatos y partidos políticos. Lo mismo pasó con la elección de la
Asamblea Legislativa, e igual se está proponiendo con los representan-
tes municipales.
En el campo de la democracia representativa, se observa un corte
fundamental con el sistema burgués ya que además de la representación
de los propios partidos políticos, las organizaciones de masas tienen
mecanismos directos de representatividad política, independiente de ellos.
La combinación de un parlamento donde estén representados los parti-
dos políticos con una asamblea popular donde estén representadas las
organizaciones de masas, constituiría la estructura básica de lo que de-
biera ser una democracia socialista.
El desafío más difícil para las sociedades socialistas revoluciona-
rias podría ser el desarrollo de un sistema pluralista que involucre a
partidos políticos que compitan por el poder. Como se señaló anterior-
mente, en las sociedades revolucionarias la existencia de un partido de
vanguardia no debería excluir por principio la existencia de una varie-
dad de partidos revolucionarios, cada uno con una propuesta algo dife-
rente para la construcción de una sociedad socialista. Estos partidos
tendrían que diseñar sus propios mecanismos políticos y electorales para
el debate público de sus diferentes puntos de vista, de manera tal que la
dirección específica que tome la sociedad pueda ser decidida por todo
un cuerpo político que exprese las diferencias que todavía existen en las
sociedades en transición. Más aún, si se dieran debates públicos y elec-
ciones esto implicaría que los partidos políticos tendrían que acceder
libremente a los medios de comunicación. Cada partido político necesi-
taría su propio periódico, imprenta, librerías y salas de lectura, así como
igual acceso a las estaciones de radio y televisión. Un ejemplo radical de
esta situación se llevó a cabo en la Nicaragua revolucionaria donde, a
pesar de la agresión feroz desatada militarmente por la administración
Reagan, la revolución llevó a cabo las elecciones y discutió públicamen-
te y con todos los partidos políticos el proyecto de la constitución.
La existencia de pluralismo politico entre los partidos revoluciona-
rios también hace plantearse el interrogante sobre el papel que tendrían
en una sociedad socialista los partidos no revolucionarios. Se supone
que estamos hablando de una democracia en el seno de una sociedad
revolucionaria y de un proyecto revolucionario, lo que implica un plura-
lismo a favor de cuestiones fundamental y universalmente aceptadas
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democracia
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Orlando Núñez y Roger Burbach
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Notas
1
Burbach, Roger and Flynn, Patricia: The Politics of Intervention: The United States in
Central America. Monthly Review/CENSA, New York, 1984. Véase también, Robinson,
Bill and Noesworthy, Kent: David and Goliath: The U.S. War Against Nicaragua. Monthly
Review/ CENSA , New York 1986; U.S. Departament of State, Foreign Assistance
Program: FY 1986 Budget and 1985 Supplemental Request, Washington, D.C.: Bureau
of Public Aftairs, 1985.
2
U.S. Departament of State: The U.S. and Central America: Implementing the National
Bipartisan Commission Report, Bureau of Public Affairs, Washington, D.C., julio 1986.
3
National Bipartisan Commission: The Report of the National Bipartisan Commission
on Central America. MacMillan Publishing Co., New York, 1984.
4
Lenin, citado por Stalin: El gran debate (1924-1926). El socialismo en un solo país. Siglo
XXI editores, Madrid, 1976, p. 55.
5
Draper, Hal: Karl Marx and Frederic Engels: Writing on the Paris Commune. Monthly
Review Press, New York, 1971, p. 130.
6
Lenin: El Estado y la revolución. Editorial Progreso, Moscú, 1975.
7
Bengelsdorf, Carollee: “State and Society in the Transition to Socialism”. En:
Transition and Development: Problems of Third world Socialism, Ed. Richard Fagen, et.al.
Monthly Review/CENSA, New York, 1986.
8
Un ejemplo de cómo el nuevo revisionismo intenta descartar el marxismo y su
potencial para analizar los problemas democráticos se encuentra en: Bowles, Samuel
and Gintis, Herbert: Democracy and Capitalism: Property, Community and the
Contradictions of Modern Social Thought. Basic Books, New York, 1986.
9
Hay muchas obras que discuten este tema: Sweezy, Paul M. y Bettelheim, Charles:
Algunos problemas actuales del socialismo. Siglo XXI, Madrid, 1917. Un valiente análisis
desde la izquerda sobre lo que verdaderamente pasa con el marxismo en los países
socialistas es la obra de Bahro, Rudolph: Alternativa: Contribución a la crítica del
socialismo realmente existente. Alianza Editorial, Madrid, 1980. (The Alternative in
Eastern Europe, New Left Books, London, 1978). Véase también: Deutscher, Isaac:
Stalin, biografía política, Ediciones Era, México, 1965. Bettleheim, Charles: Las luchas
de clases en la URSS, segundo periodo, 1923-1930. 2a. ed. México, Siglo XXI, 1979.
10
LacClau, Ernesto and Mouffe, Chantal: Hegemony and Socialist Strategy: “Towards
a Radical Democratic Politics. Ed. Verso, London, 1985. Harnecker, Marta: Cuba: ¿Dic-
tadura o democracia? 8a. ed. Siglo XXI, México, 1979.
11
Wheelock Roman, Jaime: Habla la vanguardia. DAP -FSLN, Managua, 1981.
12
Vilas, Carlos M.: La revolución sandinista: liberación nacional y transformaciones sociales
en Centroamérica. Editorial Legase, Buenos Aires, 1984.
72
Orlando Núñez y Roger Burbach
13
Arce, Bayardo; Ortega, Humberto; Wheelock, Jaime: Sandinistas. Editorial Van-
guardia, Managua, 1984.
14
Centro de Investigaciones y Estudios de la Reforma Agraria: La democracia
participativa en Nicaragua. CIERA, Managua, 1984.
15
Núñez, Orlando: Luttes de classes au Nicaragua 19/9-1986. Tésis de Doctorado,
París, 1986.
16
Hay un debate sobre el socialismo y la democracia en: Petras, James: “Authorita-
rianism, Democracy and the Transition to Socialism”. En: Socialism and Democracy:
The Bulletin of the Research Group on Socialism and Democracy, núm. 1, y Roman, Peter:
“A Critical Response to Petras”. Ibid. Véase también: Lowly, Michael: “Mass
Organization, Party and State: Democracy in the Transition to Socialism”. En:
Transition and Development, ed. Richard Fagen, et. al. Op. cit.
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democracia
Estela Suárez
L
a bandera de la democracia y el socialismo”, de Núñez y Burbach,
es un capítulo del libro de los mismos autores reconocido con el
premio Carlos Fonseca de Ciencias Sociales de Nicaragua.1
El tema de la democracia y el socialismo es uno de los que más se
debaten en el campo del marxismo, y si bien no agota los problemas que
configuran la crisis del marxismo actual, indudablemente es uno de los
más importantes. Para mí los autores abordan el problema de la demo-
cracia desde cuatro ángulos: 1) la democracia en la práctica política de
los socialistas y la crítica de los revisionistas; 2) la democracia en la
reflexión teórica marxista; 3) el modelo nicaragüense de democracia
participativa, y 4) los cimientos de un socialismo democrático. Estos cua-
tro ejes son analizados desde las siguientes tesis formuladas a lo largo
del trabajo:
1. La crisis del marxismo no significa que ya no sean necesarios
una teoría y un proyecto revolucionario, sino que deben retomarse para
desarrollarlos con los nuevos problemas que afronta la actividad revolu-
cionaria.
2 Para desarrollar una política revolucionaria es necesario; a) un
análisis de clases preciso, b) una visión estratégica del socialismo y c) la
constitución de una vanguardia revolucionaria.
3 Para construir una democracia socialista es necesario perseguir
dos objetivos fundamentales: a) el fin de las desigualdades económicas y
sociales, y b) la participación plena de las masas en las estructuras polí-
ticas y económicas del país.
4 La estrategia de la revolución deberá incluir la bandera de la
democracia reconociendo a) el pluralismo en la revolución, es decir,
la diversidad de sujetos sociales en el proceso revolucionario y la
diversidad de banderas que los mismos demandan, y b) el pluralismo
político en la vanguardia o dentro de la conducción del proceso revo-
lucionario.
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Estela Suárez
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Estela Suárez
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democracia
NOTAS
1
Orlando Núñez y Roger Burbach, Democracia y Revolución en las Américas, Editorial
Vanguardia, Nicaragua, 1986.
2
Dabat y Loeunzano, Conflicto malvinense y crisis nacional, Ed. Teoría y política,
México, 1983.
3
Alec Nove, La economía del socialismo factible, Ed. Siglo XXI, México, 1987.
4
Rosa Luxemburgo, Crítica de la Revolución Rusa, Ed. La Rosa Blindada, Bs. As. 1969.
5
Antonio Gramsci, Notas sobre la política, sobre Maquiavelo y sobre el estado moderno, Ed.
Nueva Visión. Bs. As. 1979.
6
Otro punto por aclarar es que los autores ubican la comuna de París erróneamente
en 1848, siendo que se refieren a lo que Marx llamó el primer estado proletario, con
la implantación de la comuna de París en 1870.
82
La democracia civilizatoria*
P
or democracia suelen entenderse muchas cosas. Desde una re-
gla procedural de elección de legisladores y gobernantes hasta
un gran proyecto imperativo de sociedad igualitaria. La inesta-
bilidad de sus denotaciones puede ser desesperante para los ordenado-
res lógicos de la vida política, quienes en este caos conceptual verían el
origen de los males que distorsionan y pervierten la práctica real de la
democracia. La plurivocidad del concepto no debe empero ni sorprender
ni desesperar. Al corazón mismo de la lucha política moderna pertenece
el debate sobre la idea de democracia. Su angostamiento o su expansión
no es producto de una especulación neutral, de seminario de profesores.
Es una operación políticamente estratégica. Formar una cultura política
en torno de un concepto ampliado de democracia o de uno restringido,
casi técnico, acarrea efectos determinantes dentro de la arena política.
Otorgará a algunos programas y partidos significado, consenso y mayo-
ría, mientras descalificará a otros como irrelevantes y hasta nocivos.
Conocen bien esta historia tanto los partidos 'liberales” como los “demó-
cratas” y “socialistas”.
Las varias denotaciones del concepto guardan una relación directa
con el problema que la democracia pretende poder resolver o con lo que
se considera es el problema que la democracia puede resolver. En este
punto crucial, si los hay, los acuerdos son mínimos. Hay una actitud
eufórica que concede a la democracia la capacidad de resolver casi todos
los problemas públicos. Es el pathos de la “Comuna”. Y otra más,
mesurada, que busca precisar los problemas públicos susceptibles de
tratamiento democrático. Por esta vertiente suele ser la “Burocracia” la
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4. La democracia instantánea
En esta perspectiva optimista, la democracia fue vista como “acaecimien-
to”: algo que sobrevendría sobre el sistema, destruyéndolo y recreándolo
en el instante. Una campaña electoral enérgica con partidos reales de
oposición, una votación mayoritaria, una organización decidida a hacer
respetar el resultado de las elecciones..., eran condiciones más que sufi-
cientes para la transustanciación del sistema. Fue natural entonces que
el debate se centrara en determinar cuál modelo democrático era el ge-
nuino, cuál debía ser elegido, y se dejó fuera de foco la interrogante de
cómo podría ser llevado a cabo, bajo cuáles condiciones su existencia
sería posible. La selección no la realización del modelo fue el problema
central y hasta único. Ella no debe causar extrañeza. La tradicional
funcionalización de la “democracia” mexicana hacia fines de justicia,
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Luis F. Aguilar Villanueva
Por otro lado, las fuerzas de oposición PAN y FDN, ora con razón y
ora sin razones, según los tiempos y los asuntos, empezaron también a
exhibir rasgos inconfundibles de autoritarismo: “la rendición incondi-
cional de sus adversarios”: “todo o nada” (O. Paz). De golpe, nos hemos
descubierto empantanados todos, aunque no en igual manera y medida,
en una cultura autoritaria, tan arraigada en el Estado como en la socie-
dad civil. Sin embargo, el mérito histórico de la oposición, inolvidable y
decisivo, es que ellos han sacudido al sistema y lo han obligado a transi-
tar hacia la democracia: a que existan elecciones en sentido propio y
estricto, a que se respete el resultado electoral y a que las elecciones sean
el criterio básico de la titularidad de legisladores y gobernantes. Son los
partidos de oposición los que han desencadenado la democratización
en nuestro país. Si tiene algún atractivo y alguna promesa la idea de
“régimen plural de partidos”, ello se debe a que los partidos de oposi-
ción han recuperado el significado y la productividad del partido políti-
co. Si algo estaba degradado en nuestra cultura política era justamente la
idea del partido. Sin redimir primeramente su sentido, la democratiza-
ción mexicana no se pondría en marcha, ni iría a ninguna parte.
5. El trabajo de la democratización.
El resultado inesperado de la democracia instantánea ha sido la divi-
sión política de la Nación. Esté hecho tiene indudablemente el aspecto
pionero y promisorio del nacimiento del pluralismo, de la multipolaridad
de poderes, pero por ello mismo, también, el aspecto atemorizador de la
desintegración y la incomunicación. Cuando invocamos la democracia,
lo hicimos pensando en el autoritarismo, en sus arbitrariedades y erro-
res. La reivindicamos empero como forma de gobierno y dimos por senta-
do que era también grado (superior) de gobierno. No se nos ocurrió pensar
que pudiera ser deterioro de gobierno, derivar en ingobernabilidad. Aho-
ra nos encontramos en el punto incierto de no haber todavía logrado el
gobierno democrático y de tener que enfrentar la cuestión de la goberna-
bilidad de la democratización. Hemos creado ya el pluralismo pero aún
no la democracia pluralista, la poliarquía. Estamos ante un hecho histó-
rico, el de la complejidad política, para el que nuestra historia nacional
no nos ofrece lecciones de comportamiento. Las diferencias políticas en
México, cuando han sido realmente tales, han devenido contradictorios
duros, irreconciliables, regresivos, contra la idea de la dialéctica hegeliana
93
democracia
6. El rompecabezas de la concertación.
Aunque se pueda afirmar la composición abigarrada y contradictoria
del FDN o la coexistencia de corrientes heterogéneas dentro del PAN, un
obstáculo poderoso para la concertación es la indistinta identidad del
94
Luis F. Aguilar Villanueva
95
democracia
98
Luis F. Aguilar Villanueva
99
El feminismo y la democratización mundial
Lourdes Arizpe
A
pesar de que las demandas feministas, vistas desde una óptica
política, pueden considerarse demandas democratizadoras, no
ha logrado el feminismo construir un modelo de democracia
que integre esas demandas en un contexto actual de cambio político.
Está claro, sabemos lo que no queremos; lo que no está claro es cómo
hacer compatible lo que sí queremos con el funcionamiento de un siste-
ma político general. Es decir, se trata de dar el salto que constantemente
proclamamos como deseable: pasar de la enumeración de demandas a la
formulación de una propuesta feminista para la sociedad en su conjun-
to, en este caso, en su vertiente de democracia política.
Ya no puede dejar de percibirse la movilización de las mujeres a lo
largo y ancho de los continentes, desde los “ríos subterráneos” que ac-
túan en los ámbitos privados y marginales, hasta las manifestaciones en
las calles y las denuncias en los medios masivos de comunicación. Su
heterogeneidad, es característica de los nuevos movimientos sociales que
proponen una identidad política fuera de las estructuras tradicionales
de clase y de organización partidaria.1
Habría que recalcar que esta heterogeneidad corresponde tam-
bién a la forma de estructurar las líneas políticas discursivas en los
sistemas políticos de las sociedades occidentales. Parten estas líneas
de un número limitado de modelos intelectuales que establecen los cau-
ces para la amalgama de demandas diversas. De hecho, forma parte del
oficio de los partidos políticos el negociar demandas de grupos múlti-
ples para presentar una plataforma política común. Pero esa misma
forma de negociar las demandas ipso facto crea barreras para la incor-
poración de las demandas y acciones de las mujeres en las actividades
de los partidos políticos y organizaciones constituidas. Porque se con-
sideran precisamente “demandas de un grupo específico” y se busca
insertarlas en esquemas preexistentes derivados de las teorías políti-
cas clásicas. El meollo del problema, por tanto, se encuentra en la rela-
Lourdes Arizpe
101
democracia
102
Lourdes Arizpe
Feminismo y participación
Si el feminismo plantea que una línea de análisis fundamental para ex-
plicar la sociedad moderna es la del poder, resulta importante que apli-
que el concepto de democratización en un sentido mucho más amplio y
no ceñido únicamente al ámbito de la política tradicional. Hay que con-
tinuar con los análisis de la estructura de poder en la familia y en las
instituciones sociales.
Pero hay que ampliarlo para abordar los procesos de gran enverga-
dura que afectan actualmente a la sociedad mundial. Disminuida la
bipolaridad Estados Unidos-Unión Soviética, está emergiendo un nuevo
sistema de poder, una nueva multipolaridad que tiene implicaciones
directas para la vida política de los Estados-nación. Pierden éstos cierto
margen de capacidad de decisión en áreas económicas y políticas. ¿Cuál
será entonces la reacción hacia demandas de democratización al inte-
rior de los Estados-nación en este nuevo contexto?
No se ha delineado tampoco claramente cuál es el sentido cabal de
la acción política a partir del feminismo. El VI Encuentro Nacional Femi-
nista celebrado en Chapingo en julio de 1988 sí marcó un nuevo derrote-
ro. En sus conclusiones aseveró que no se trata simplemente de lograr
satisfacción en cuanto a las demandas planteadas como más urgentes,
sino de construir una perspectiva feminista de la sociedad y del futuro.
Para poder convertir esta propuesta en práctica habrá que abordar los
103
democracia
Notas
1
Lamas, Marta “Movimiento social, identidad y acción colectiva” en Doblejornada, 4
de septiembre de 1989.
2
Mujeres para un Desarrollo Alternativo en una Nueva Era, con sede en Río de
Janeiro, Brasil. Su secretaria general es Neuma Aguiar.
104
El contexto es lo que cuenta: feminismo
y teorías de la ciudadanía*
Mary G. Dietz
E
n la intensa novela de Margaret Atwood The Handmaid's Tale1
(El cuento de la empleada de entrada por salida), Offred, la pro-
tagonista, miembro de una nueva clase de “úteros con dos pier-
nas” en una sociedad distópica, piensa con frecuencia para sí misma:
“El contexto es lo que cuenta”. Offred nos recuerda una importante ver-
dad: en cada momento de nuestra vida, cada uno de nuestros pensa-
mientos, valores y actos —desde los más triviales hasta los más
sublimes— adquiere significado y objetivo a partir de una realidad polí-
tica y social más amplia, que nos constituye y condiciona. La protago-
nista de la novela, en las limitadas circunstancias en que está viviendo,
acaba dándose cuenta de que es todo aquello que cae fuera de nuestro
alcance inmediato lo que establece la diferencia respecto de que vivamos
con mayor o menor libertad y plenitud como seres humanos. Pero se da
cuenta demasiado tarde.
A diferencia de Offred, las feministas ya hace mucho tiempo que
han reconocido como imperativa la labor de buscar, definir y criticar la
compleja realidad que rige nuestros modos de pensar, los valores que
defendemos y las relaciones que compartimos, en especial en lo que se
refiere al género. Si el contexto es lo que cuenta, el feminismo, en sus
diversas formas, está obligado a develar lo que nos rodea y revelarnos
las relaciones de poder que constituyen a las criaturas en que nos vamos
transformando. “Lo personal es político” es el credo de esta práctica con
sentido crítico.
105
democracia
I
El terreno del liberalismo es vasto y, a lo largo del siglo pasado, se ha
revisado extensamente su base histórica en la teoría social, política y
moral.3 Voy a exponer el esqueleto de la concepción liberal de la ciudada-
nía, pero esta estructura basta para desencadenar las críticas feministas
que enunciaré a continuacion. Con esto en mente y la advertencia de que
todas las concepciones cambian a lo largo del tiempo, podemos dar inicio
a la enumeración de los rasgos que han caracterizado con mayor o menor
constancia las opiniones y puntos de vista de los pensadores políticos
liberales.
Ante todo está la noción de que los seres humanos son agentes autó-
nomos y racionales, cuya existencia y cuyos intereses son ontológicamente
previos a la sociedad.4 En la sociedad liberal podría decirse que el contex-
to no lo es “todo”. Es más bien nada, porque el liberalismo concibe las
106
Mary G. Dietz
II
Por buenas y obvias razones, sería de esperar que el mejor comienzo para
una crítica feminista al liberalismo consista en dejar al descubierto la
realidad que se esconde tras la idea de la igualdad de oportunidades. El
acceso igual no es únicamente un principio crucial del pensamiento libe-
ral, sino que es también un elemento conductor de nuestro discurso polí-
tico contemporáneo, al que se recurre tanto para atacar como para
defender alegatos especiales en relación con los derechos de las mujeres.
Es precisamente esta crítica la que se emprende en este texto.
110
Mary G. Dietz
111
democracia
III
118
Mary G. Dietz
120
Mary G. Dietz
121
democracia
Notas
1
Margaret Atwood, The Handmaid's Tale, Nueva York, Simon & Schuster, 1986.
2
Sobre la amplia gama de críticas feministas que se hacen al liberalismo, véase: Irene
Diamond (ed), Families, Politics, and Public Policy: A Feminist Dialogue on Women and the
State, Nueva York, Longman, 1983; Zillah Einsenstein, The Radical Future of Liberal
Feminism, Nueva York, Longman, 1981; Jean Bethke Elshtain, Public Man, Private Woman,
Princeton, N. Y., Princeton University Press, 1981; Sandra Harding y Merril Hintikka,
Discovering Reality: Feminist Perspectives on Epistemology, Metaphysics, Methodology, and
Philosophy of Science, Dordrecht, Reidel, 1983; Alison Jagger, Feminist Politics and Human
Nature, Nueva York, Rowman and Allenheind, 1983; Juliet Mitchell y Ann Oakley, The
Rights and Wrongs of Women, Harmondsworth, Penguin, 1976; Linda Nicholson, Gender
and History, Nueva York, Columbia University Press, 1986; y Susan Moller Okin,
Women in Western Political Thought, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1979.
Para una crítica feminista a la teoría del contrato social, véanse Seyla Benhabib, “The
Generalized and Concrete Other: The Kohlberg-Gilligan Controversy and Feminist
Theory”, en Praxis International 5 (4), 1986, pp. 402-424; Christine Di Stefano,
“Masculinity as Ideology in Political Theory: Hobbesian Man Considered”, en Women's
Studies International Forum 6 (6), 1983; Carole Pateman, “Women and Consent”, en
Political Theory 8 (2), 1980, Ipp. 149-168; Carole Pateman y Teresa Brennan. “Mere
Auxiliaries to the Commonwealth: Women and the Origins of Liberalism”, en Political
Studies 27 (2), 1979, pp. 183-200; y Mary Lyndon Shanley, “Marriage Contract and
Social Contract in Seventeenth Century English Political Thought”, en Western Political
Quarterly 32(1), 1979, pp. 79-91; Para una crítica al “hombre rational”, véase Nancy
Hartsock, Money, Sex, and Power, Nueva York, Longman, 1983; Genevieve Lloyd, Man
of Reason, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1984; e Iris Marion Young,
124
Mary G. Dietz
3
Para una interpretación del desarrollo histórico e intelectual del liberalismo en los tres
últimos siglos, véanse (en orden cronológico): L. T. Hobhouse, Liberalism, Londres,
1911; Guido de Ruggiero, The History of European Liberalism, Oxford, Oxford University
Press, 1927; Harold Laski, The Rise of European Liberalism, Londres Allen & Unwin,
1936; George H. Sabine, A History of Political Theory, Nueva York, Holt, 1937; Charles
Howard Mcllwain, Constitutionalism and the Changing World, Nueva York, Macmillan,
1939; John H. Hallowell, The Decline of Liberalism as an Ideology, Berkeley, University of
California Press, 1943; Thomas Maitland Marshall, Citizenship and Social Class,
Cambridge, Cambridge University Press, 1950; Michael Polanyi, The Logic of Liberty,
Chicago, University of Chicago Press, 1951; Louis Hartz, The Liberal Tradition in Ame-
rica, Nueva York, Harcourt Brace, 1955; R. D. Cumming, Human Nature and History, A
study of the Development of Liberal Democracy, 2 vols., Chicago, University of Chicago
Press, 1969; C. B. MacPherson, The Life an Times of Liberal Democracy, Oxford, Oxford
University Press, 1977; Alan Macfarlane, Origins of English Individualism, Oxford,
Oxford University Press, 1978; Steven Seidman, Liberalism and the Origins of European
Social Theory, Berkeley, University of California Press, 1983; y John Gray, Liberalism,
Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986.
4
Aunque Thomas Hobbes no estaba dentro de la principal tradición de la teoría liberal
—definida en términos muy amplios— que abarca, pero no se reduce, a Locke, Kant,
Smith, Madison, Montesquieu, Bentham, Mill, T. H. Green, L. T. Hobhouse, Dewey y,
recientemente, a Rawls, Dworkin y Nozick fue él quien preparó el terreno para una
concepción del hombre que más tarde caracterizó al pensamiento liberal. En De Clive,
Hobbes escribió, “imaginemos que el hombre brotó y sigue brotando de la tierra, y de
repente, como llegan los hongos a su plena madurez, sin ningún tipo de involucra-
miento unos con otros”. “Philosophical Rudiments Concerning Government and
Society”, en Sir W. Molesworth (ed.), The English Works or Thomas Hobbes, Londres,
Longman, 1966, p. 102. Esta invocación a contemplar al hombre como un “ser”
autónomo fuera de la sociedad se encuentra, en diversas formas, en el estado de
naturaleza de Locke tanto como en el “velo de ignorancia” de Rawl. Los críticos
contemporáneos del liberalismo se refieren a esta formulación en términos del “yo sin
impedimentos”; véase Michel Sandel, “The Procedural Republic and the Unencumbered
Self”, en Political Theory, 12 (1), 1984, pp. 81-96.
En este debate me valdré del referente masculino por dos razones: en primer
125
democracia
lugar, porque sirve como recordatorio del discurso exclusivamente masculino que se
ha empleado en la teoría política tradicional, incluyendo a los escasos teóricos que
están dispuestos a conceder que he/him significa “todos”. En segundo lugar, muchas
teóricas feministas han definido convincentemente el término hombre, tal como lo
utiliza el pensamiento liberal, no simplemente como un recurso lingüístico o una
etiqueta genérica, sino como símbolo de un concepto que refleja tanto los valores y
virtudes masculinas como las prácticas patriarcales. Véase Brennan y Pateman, “Mere
Auxiliarles to the Commonwealth”.
5
Tal como observan Brennan y Pateman en “Mere Auxiliaries”, la idea de que el
individuo es libre por naturaleza —es decir, al margen de los vínculos sociales, histó-
ricos y de la tradición— la transmitieron al liberalismo los teóricos del contrato social.
En el siglo XVII, el surgimiento de esta idea no marcó únicamente “una ruptura decisi-
va con el punto de vista tradicional de que los individuos estaban 'naturalmente'
vinculados unos a otros en una jerarquía de desigualdad y subordinación”, sino que
también estableció una concepción de la libertad individual “natural” como el estado
de aislamiento individual con respecto de los demás, previo a la creación (artificial) de
la “sociedad civil”.
6
John Stuart Mill, “On liberty”, en Max Lerner (ed.), The Essential Work of John Stuart
Mill, Nueva York, Bantam, 1961, p. 266.
7
T. H. Green, “Liberal Legislation and Freedon of Contract”, en John R. Rodman (ed.),
The Political Theory of T. H. Green, Nueva York, Crofts, 1964.
8
Citado en Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little, Brown, 1963.
9
Jagger, Feminist Politics, p. 33.
10
Sir Isaiah Berlin, “Two Concepts of liberty”, en Four Essays on Liberty, Oxford Oxford
University Press, 1962, p. 122. Berlin prosigue con la observación de algo que será
importante para el razonamiento que sostengo en la sección III, a saber, que la libertad
(en su acepción negativa) no está conectada, en ningún caso lógicamente, con la
democracia o el autogobierno... La respuesta a la pregunta '¿Quién me gobierna?' es
distinta lógicamente de la pregunta '¿En qué medida el gobierno interfiere conmigo?' “
(pp. 129-130). Como veremos, la última pregunta es de interés primordial para el
ciudadano liberal; la primera atañe al ciudadano democrático y, en consecuencia, al
pensamiento político feminista.
11
John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1971.
12
La negación de la ciudadanía a las mujeres es obviamente una característica histó-
rica y no contemporánea del liberalismo. No obstante, vale la pena señalar que, al
menos en el pensamiento liberal de los comienzos, los principios éticos que distinguían
al liberalismo —libertad individual e igualdad social— no se ponían en práctica (y con
frecuencia ni siquiera en la teoría) en relación con las mujeres, sino únicamente en
relación con los ”hombres racionales“, cuya ”racionalidad“ estaba ligada a la propie-
dad privada.
13
El contexto del liberalismo en la actualidad es un conjunto sumamente complejo de
126
Mary G. Dietz
14
Véase Jagger, Feminist Politics, p. 31.
15
Como observa C. B. MacPherson con acierto en The Life and Times of Liberal Democracy,
p. 2, una de las mayores dificultades del liberalismo es que ha tratado de combinar la
idea de la libertad individual en tanto que ”autogobierno”, con la noción empresarial
del liberalismo en tanto que “el derecho del más fuerte a embaucar al más débil
mediante el apego a las normas del mercado”. Pese a los esfuerzos hechos por J. S.
Mill, Robert Nozick y otros para reconciliar la libertad de mercado con la libertad de
autogobierno, no se ha llegado todavía a una fructífera solución. MacPherson sostiene
que ambas libertades son profundamente inconsistentes, pero también afirma que la
posición liberal no tiene por qué “depender siempre de una aceptación de los supues-
tos capitalistas, aunque históricamente haya sido así” (p. 2). Esta realidad histórica es
en la que yo me centro en mi texto y es la que, en mi opinión, predomina en la
concepción norteamericana liberal de ciudadanía. No obstante, al igual que MacPherson,
yo no creo que el liberalismo esté necesariamente ligado (conceptualmente o en la
práctica) a lo que él denomina la “envoltura capitalista del mercado”.
16
Ibid., p. 1.
17
Mary Lyndon Shanley, “Afterword: Feminism and Families in a Liberal Polity”, en
Diamond, Families, Politics, and Public Policy, p. 360.
18
Por ejemplo, véase Jagger, Feminist Politics; Naomi Scheman, “Individualism and
the Objects of Psychology”, en Harding y Hintikka, Discovering Reality; Jean Grimshaw,
Philosophy and Feminist Thinking, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986;
Nicholson, Gender and History, y Young, “Impartiality and the Civic Public”.
19
A propósito dejo fuera de este debate al feminismo radical, no porque sea insignifi-
cante o carezca de importancia, sino porque hasta la fecha no ha llegado a una
posición política consistente acerca de las cuestiones que ahora nos interesan. Para
una valiosa crítica de las fallas teóricas del feminismo radical, véase Jagger, Feminist
Politics, pp. 286-290, y Joan Cocks, 'Wordless Emotions: Some Critical Reflections on
Radical Feminism“, en Politics and Society 13 (1), 1984, pp. 27-57.
20
Al esbozar esta categoría no es mi intención empañar o borrar las distinciones, muy
reales, entre las diversas clases de feministas marxistas o atenuar la importancia de
”patriarcado versus capitalismo“. Para una interpretación de la diversidad del femi-
nismo marxista (o socialista), véanse: Mariarosa DellaCosta y Selma James, Las mujeres
y la subversión de la comunidad, México, Siglo XXI , 1975; Hartsock, Money, Sex, and
Power; Zillah Eisenstein, Capitalist Patriarchy and the Case for Socialist Feminism,
Nueva York, Monthly Review Press, 1978; Catherine A. Mackinnon, ”Feminism,
Marxism, Method and the State: An Agenda for Theory”, en Nannerl O. Keohane,
127
democracia
Michelle Rosado y Barbara Gelpi (eds.), Feminist Theory: A Critique of Ideology, Chica-
go, University of Chicago Press, 1981; Sheila Rowbotham, Women, Resistance, and
Revolution, Nueva York, Vintage, 1974; y Lydia Sargent (ed.), Women and Revolution,
Boston, South End Press, 1981. Las citas provienen de Hartsock, Money, Sex, and
Power, p. 235.
21
Eisenstein, The Radical Future of Liberal Politics, p. 223.
22
Ibid., p. 222.
23
Hartsock, Money, Sex, and Power, p. 247.
24
Sheldon Wolin, “Revolutionary Action Today”, en Democracy 2 (4), 1982, pp. 17-28.
25
Para diversos puntos de vista maternalistas, véanse entre otros, jean Bethke Elshtain,
“Antigone's Daughters”, en Democracy 2 (2), 1982, pp. 46-59; Elshtain, “Feminism,
Family and Community”, en Dissent 29 (4), 1982, pp. 442-449; y Elshtain, “Feminist
Discourse and Its Discontents: Language, Power, and Meaning”, en Signs 3 (7), 1982,
pp. 603-621; también Sara Ruddick, “Maternal Thinking”, en Feminist Studies 6 (2),
1980, pp. 342-367; Ruddick, “Preservative Love and Military Destruction: Reflections
on Mothering and Peace”, en Joyce Treblicot (ed.), Mothering: Essays on Feminist Theory,
Totowa, N. J., Luttlefield Adams, 1983; y Hartsock, Money, Sex, and Power en su
“punto de vista feminista”, Hartsock incorpora tanto las perspectivas marxistas como
las maternalistas.
26
Elshtain, “Feminist Discourse”, p. 617.
27
Elshtain, Public Man, Private Woman, p. 243, y Elshtain, “Antigoné s Daughters”, p. 59.
28
Elshtain, “Antigone's Daughters”, p. 58.
29
Véase Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology
of Gender, Berkeley, University of California Press, 1978, y Carol Gilligan, In a Different
Voice: Psychological Theory and Women's Development, Cambridge, Harvard University
Press, 1982. (Hay traducción al español: El ejercicio de la maternidad, Gedisa, Barcelona,
y La moral y la teoría. FCE., México).
30
Lo califico de “implicación” porque Gilligan no es para nada congruente acerca de
si la “voz diferente” es exclusiva de las mujeres o está abierta a los hombres. Para una
interesante crítica, verse Joan Tronto, “Women's Morality: Beyond Gender Difference
to a Theory of Care”, en Signs 12 (4),1987, pp. 644-663.
31
Elshtain, “Feminist Discourse”, p. 621.
32
Para una crítica complementaria y elegante a los razonamientos de oposición binaria,
véase Joan Scott, “Gender. A Useful Category of Historical Analysis”, en American
Historical Review 91 (2), 1986, pp. 1053-1975.
33
Para una crítica más minuciosa, véase Dietz, “Citizenship with a Feminist Face: The
Problem with Maternal Thinking”, en Political Theory 13 (1), 1985, pp. 19-35.
128
Mary G. Dietz
34
La concepción alternativa que introducimos aquí —de la política como participa-
ción y de la ciudadanía como compromiso activo de los pares en el ámbito público—
ha despertado un interés considerable entre los teóricas políticos y los historiadores a
lo largo de los últimos veinte años y ha sido desarrollada más minuciosamente como
una alternativa al punto de vista liberal. Es necesario que ahora las feministas consi-
deren la importancia de esta perspectiva en relación con sus propias teorías políti-
cas. La exponente contemporánea más sobresaliente de la política como la vida
activa de los ciudadanos tal vez sea Hannah Arendt, The Human Condition, Chicago,
Chicago University Press, 1958 y On Revolution, Nueva York, Penguin, 1963. Pero
también se han explorado alternativas al liberalismo como “republicanismo cívico”
en la obra de J.G.A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and
the Atlantic Republican Tradition, Princeton, N. J., Princeton University Press, 1975, y
en el reciente “giro comunitario” que ha articulado Michael Sandel en su crítica a la
tradición de pensadores de Kant a Rawls, Liberalism and the Limits of Justice, Cambridge,
Inglaterra, Cambridge University Press, 1982. Para otras críticas “democráticas” al
liberalismo véanse Benjamín Barber, Strong Democracy: Participatory Politics for a New
Age, Berkeley, University of California Press, 1984; Joshua Cohen y Joel Rogers, On
Democracy: Toward a Transformation of American Society, Nueva York, Penguin 1983;
Russell Hanson, The Democratic Imagination in America, Princeton, N.J., Princeton
University Press, 1985; Lawrence Goodwyn, Democratic Promise: The Populist Movement
in America, Nueva York, Oxford University Press, 1976; Carole Pateman, Participation
and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1970;
Michael Walzer, Radical Principles, Nueva York, Basic Books, 1980; y Sheldon Wolin,
Politics and Vision, Boston, Little, Brown, 1963. Véase también la efímera pero útil
publicación periódica Democracy (1981-1983).
35
C Douglas Lummis, “The Radicalization of Democracy”, Democracy 2 (4), 1982,
pp. 9-16.
36
Yo reiteraría, sin embargo, que a pesar de su propensión histórica a plegar la
democracia a una ética económica capitalista, el liberalismo no carece de sus propios
principios éticos vitales (a saber, libertad individual e igualdad) que los demócratas
corren el riesgo de ignorar. La tarea de los 'liberales éticos“, como dice MacPherson en
The Life and Times of Liberal Democracy, consiste en separar estos principios de los
”supuestos del mercado“ del capitalismo e integrarlos a una visión verdaderamente
democrática de la participación ciudadana. Por lo mismo, la tarea de los demócratas
que apoyan la participación es preservar los principios de libertad e igualdad que
constituyen el legado específico del liberalismo.
37
Sheldon Wolin, “The Peoples' Two Bodies”, en Democracy 1 (1), 1981, pp. 9-24.
38
Mi intención no es implicar que el feminismo sea el único movimiento democrático
que haya surgido en el pasado reciente norteamericano o que sea el único del que
podemos sacar ejemplos. Hay otros, como el movimiento por los derechos civiles, la
resurgencia populista, las asambleas políticas colectivas originadas por la crisis de los
agricultores en los años ochenta, el movimiento de liberación gay y demás. Pero en su
organización y prácticas descentralizadoras, el movimiento feminista ha sido el más
congruente democrático, a despecho de su NOW, grupo de interés y liberal.
39
La frase “formas de libertad” proviene de Jane Mansbridge, “Feminism and the
129
democracia
40
Algunos de los precedentes históricos que tengo en mente los desarrolla linda Kerber
en Women of the Republic, Nueva York, Norton, 1980, en especial en el capítulo 3,
“The Meaning of Female Patriotism”, en el que la autora reconsidera el activismo
político de las mujeres en la América revolucionaria. Otros precedentes activistas
que las feministas contemporáneas no deberían olvidar y tendrían que preservar los
analizan Sara M. Evans y Harry C. Boyteen en Free Spaces: The Sources of Democratic
Change in America, Nueva York, Harper & Row, 1986; estos antecedentes abarcan el
movimiento abolicionista, el movimiento sugrafista, la Women's Christian Temperance
Union, el movimiento por la vivienda estable y la National Women's Trade Union
League, así como las formas contemporáneas de organización y acción feministas.
41
Lo que pretendo aquí no es tanto que los soviets de 1917 o el KOR polaco de 1978
puedan servir de modelos para la participación ciudadana en los Estados Unidos de
fines del siglo XX, sino más bien que una alternativa de la ciudadanía liberal puede
adquirir arraigo únicamente si se destila en un marco de nociones conceptuales. Los
momentos históricos a los que yo aludo (y otros más) proporcionan la realidad de
experiencias y prácticas para un marco de referencia conceptual y, por tanto, merecen
ser incorporados a la política democrática feminista. Además, como dice Arendt en
On Revolution, “Lo que rescata los asuntos de los moralistas de su futilidad inherente
es que no dejan de hablar de ellos, lo cual a su vez sigue siendo fútil, a no ser que de
ello surjan algunos conceptos, algunos puntos de orientación para que sean recorda-
dos en el futuro y simplemente como pura referencia” (p. 20). Acéptense las diversas
prácticas que se han mencionado como puntos de orientación y referencias capaces de
inspirar un espíritu democrático, más que como ejemplos literales a ser seguidos
manteniéndose en ese mismo espíritu.
130
El amor en tiempos de la democracia
H. M.
132
Sergio González Rodríguez
literatura
literatura
134
Sergio González Rodríguez
N
o se necesita citar a ningún filósofo célebre para saber que el
amor es un gran malentendido. Si a esto se agrega que alguien
lo orilla a uno a expresar puntos de vista, impresiones o chistes
sobre el amor se redondea el escenario del absurdo o la imaginación. El
colmo de todo viene cuando al tema del amor se le encadena la literatura,
y entonces se roza el abismo donde aguarda el lugar común, la palabra
con pretensiones sublimes, la confesión familiar o el desparpajo como
estrategia defensiva. El amor desde la literatura es una suma, de
malentendidos. No porque no puedan hacerse referencias literarias so-
bre ese tema de temas, sino porque en la convocatoria de los grandes
teóricos —y para muestra basta un botón— hay algo de optimismo ver-
gonzante, ese acto de protegerse en el fichero para hablar del amor. De
nada sirve invocar a Denis de Rougemont, a Stendhal, a Fromm, a Barthes,
a Kristeva, a Alberoni. Tampoco sirve acogerse a la sabiduría de los amo-
rosos de Sabines, a San Álvaro Carrillo, o la fresca inteligencia del pen-
sador inglés que responde al nombre de Johnny Walker. Como se ve, y
como se suele experimentar, el amor está en la zona de la vida que más
atrae por lo que representa de contrario a toda certeza: la incertidumbre,
la ambigüedad, lo múltiple, lo perverso, el gozo de lo contradictorio.
¿En qué consistiría el gran malentendido del amor? En que, contra
la idea mustia de que el amor es algo desinteresado que se vive en favor
del otro, la realidad muestra que casi nadie se enamora de otro sino de la
imagen que tiene del otro. El imaginario de los enamorados es tan poten-
te que el hábito consigue ganarle la partida al deseo y las promesas o la
nube del futuro a la riqueza del azar momentáneo. Por eso los amores se
acaban mucho antes de lo que quieren aceptar los involucrados: los amo-
res se acaban cuando se destruye por alguna razón la imagen que se
tiene del amante. El amor es el estuche de la fantasía íntima y pobre de
aquel que no actúe en consecuencia, será inferior al sueño del amante;
sin darse cuenta terminará solitario e indigente.
135
literatura
137
literatura
Angeles Mastretta
E
n qué necedades nos metemos algunas personas. Miren ustedes
que aceptar la locura de discurrir en público sobre el amor, co-
mo si el amor fuera una torta de jamón o un postulado político,
como si cada torta de jamón no fuera siempre irrepetible y fugaz, me-
morable y fatal.
¿Hay un amor? ¿Es el amor el único postulado politico capaz de
provocar desasosiego?
Casi todos los grandes libros no sólo hablan del amor sino que lo
tienen como materia prima, mejor aún los grandes amores están sacados
muchas veces de los libros y cuando los recordamos no podemos pensar
en un solo amor sino en un amor diferente en cada caso: no se quieren
igual Paris y Helena en “La Ilíada” que el príncipe Andrés y Natasha en
“La guerra y la paz”. No es lo mismo el amor de Don Quijote y Dulcinea
que el de Otelo y Desdémona, Dante y Beatriz, Fausto y Margarita,
Hipólito y Fedra, Orlando y Rosalinda, Jasón y Medea, Abelardo y Eloísa,
Ursula y Aureliano Buendía, Oliveira y la Maga, Pedro Páramo y Susana
San Juan.
Cada historia es tan excluyente de las otras que no tiene nada de
rara la certidumbre de cada pareja que cuando se enamora cree estar
fundando un sentimiento al que los demás no tendrán acceso nunca.
Todos los amores, lo mismo los dichosos que los desafortunados o los
bobos generan la sensación de que uno es excepcional mientras los goza,
los padece o simplemente los recuerda y echa de menos.
Los analistas hacen diferencias, hasta se dan el lujo de creer que es
posible clasificar los amores. Con toda tranquilidad los llaman norma-
les o perversos, conyugales o ilícitos, infantiles y adultos, románticos o
realistas. También se atreven a mezclar y desaparecer la anterior clasifi-
cación para formar otra igual de arbitraria. Dividen los amores entre los
amistosos, los de parentesco, los filiales, los maternales, los que se sien-
ten por los compatriotas o por el país o por Dios o por la pareja. Nosotros
138
Angeles Mastretta
podríamos hacer usa clasificación que dividiera a los amorosos entre los
bizcos, los cuerdos, los epilépticos, los sidosos, los esterilizados, los abu-
rridos, los cursis, los calculadores, los talentosos, los genios, los sosos,
los litigantes, los modernos y los desempleados. Lograríamos explicar
más o menos lo mismo: nada. Esto del amor sólo lo entienden los poetas
y los cancioneros y eso a veces, porque el amor doméstico —que lo hay—
transcurre por caminos tan extravagantes que so has podido ser descri-
tos con tino si por los mismísimos poetas.
Clasificar el amor puede ser muy fácil o dificilísimo pero de cual-
quier masera usa actividad inútil para quienes lo que pretenden es vivir,
poseídos por el placer y la pesa que de él se derivas. No porque anden
buscando usa vida de privilegio, sino porque so das para otra cosa.
Dice nuestro sabio Sabises: el amor es el silencio más fino. Si es así
la mayoría de nosotros so lo practica cuando ostenta su casa es común,
sus hijos, sus delirios es ruidosa comunidad. Dice alguien más, los ena-
morados se engañan, siempre se muestras mejores ante el otro. Si es así la
verdad de la mascarilla que va y viese por la casa y el señor que siempre
deja sus calzones sembrados es mitad del cuarto so es amor entonces
¿Qué es esa fraternidad a la que inevitablemente se llega después de
cinco años de matrimonio, que diría el doctor Juvesal?
Es el tema de muchas novelas, que quienes vives del amor es silen-
cio tembloroso quisieras convertirlo es eso, es un asusto de todos conoci-
do, es fidelidad, es un modo práctico de acompañarse la existencia. Pero
al revés, cuántos arriesgas la paz, el patrimonio, la amistad, la complici-
dad y los hijos es común con tal de poseer por un tiempo el insoportable
silencio de los amorosos.
Tantas y tan distintas cosas se has dicho del amor, tantas y tan
fascinantes son capaces de inventar quienes se empeñas es vivir es la
cresta de la ola o es la punta de la rueda de la fortuna que sueles abrumar
su vida imponiéndose el deber de conocerlas todas antes de que el desti-
no sosiegue su voluntad. Todas las cosas que se cuestas del amor son
atractivas, lo mismo las de Salomós que las de Santo Tomás de Aquino,
igual las del vertiginoso Stesdhal que las de Masters y Johnson, tanto las
de Rubén Darío como las de José Alfredo Jiménez, las de Sor Juana que
las de nuestra mejor amiga.
¿Quién no ha tenido un amor de los cristalizan a la persona ama-
da? ¿Quién no ha convertido a otro en algo tan perfecto como remoto al
que sin embargo habría que acompañar al final del arcoiris o a la guerra?
¿Quién no se ha sorprendido con la piel en carne viva el día enque levan-
139
literatura
140
Hortensia Moreno
Hortensia Moreno
P
ara poder ser fiel al tema de estas mesas redondas, tendría que
comenzar explicando mi personal concepto de la palabra “demo-
cracia”.
En la actualidad, hablar de democracia no implica solamente discu-
tir acerca de las posibilidades de participación política, de las formas de
la representación, de la limpieza en las elecciones o de la definición del
término “ciudadanía” (los filólogos dicen que la palabra ciudadanos
simplemente significa: “encerrados en ciudades”). Creo que, precisa-
mente, la riqueza de esta idea se origina en que nos permite pensar más
allá de la política.
Un pensar democrático, entonces, no sería solamente aquel que se
preocupa por plantear las condiciones en que es posible la igualdad de
los derechos políticos y civiles del conjunto de todos los ciudadanos;
sino también aquel que tiene clara conciencia de que existen desigualda-
des. Aquel que advierte que lo humano no es regular. Aquel que no escu-
cha exclusivamente la voz de las mayorías, sino que es capaz de captar
¡o que dicen las minorías, los marginados, los excéntricos. Aquel que
entiende lo que Hans Mayer (en su bellísimo libro Historia maldita de la
literatura) llama “el monstruo”.
Es por ello que yo sitúo a la literatura como el espacio democrático
por excelencia. Y esto lo han sabido siempre los regímenes autoritarios,
que mandan quemar libros unos días antes de comenzar a quemar per-
sonas. Los pensamientos más totalitarios prohiben la lectura como un
peligro cuyo verdadero alcance nunca se enuncia con claridad, pero sin
duda se sospecha.
El tema de la literatura es la subjetividad. Trata de las cosas excep-
cionales: de aquellos que son capaces de salirse de la norma. Los perso-
najes de la literatura son los anormales, solitarios, parecidos a todos e
iguales a nadie, enfrentados a lo “establecido” con dolor, y muchas ve-
ces, a su pesar. Por eso se lleva mal con las consignas de uniformar,
desconocer las diferencias o destruir las singularidades.
141
literatura
En La antorcha al oído, Elías Canetti cuenta lo difícil que fue para él,
a los veintidós años, resolver ante su madre la relación amorosa que
empezaba a establecer con Veza, quien habida de convertirse, a la larga,
en su esposa. Canetti tenía con su madre una relación estrecha y tormen-
tosa. En La lengua absuelta, ya nos había relatado los pormenores de ese
amor materno-filial lleno de ansias de control, exigencias de exclusivi-
dad y violentas demostraciones de celos. En La antorcha al oído, pues, el
intenso afecto que él había ejercido durante la infancia en contra de la
posibilidad de que su madre, viuda, volviera a casarse, se voltea en su
contra. Ahora es ella, la madre, quien se opone explícitamente contra
cualquier mujer que intente ingresar en la vida de su hijo. Canetti habla
así de aquella situación: “...[M]e di cuenta de que había un solo medio de
aliviar el sufrimiento de mi madre y, lo que me interesaba aún más, de
proteger a Veza contra su odio: inventarme mujeres [...] Lo más difícil de
todo era que debía tener informada a Veza. Sin que ella lo supiera, sin su
consentimiento, no podía yo inventar ni seguir tramando esas historias,
por lo que no pude evitar decirle poco a poco, en pequeñas dosis y con el
máximo tacto posible, la verdad sobre la profunda animosidad de mi
madre contra ella. Por suerte Veza había leído suficientes buenas nove-
las como para entender lo que pasaba”. Este es el pasaje que mejor re-
cuerdo de La antorcha al oído. Lo que dejó tan honda huella en mi memoria
fue la sorpresa de leer esa última frase:
Veza había leído suficientes buenas novelas como para entender.
¿Para entender qué? Para entender su propia historia de amor. Veza
entiende el lío en el que se está metiendo; y, me imagino, desde sus lectu-
ras, lo asume.
Lo interesante de esta idea es que implica la diversidad. Cuando
Canetti utiliza el adjetivo “buenas”, tal vez no está realizando una ex-
clusión de textos, sino una inclusión de lecturas. Las “buenas novelas”
no están contenidas en esa lista que nuestro cura y nuestro barbero per-
sonales han elaborado para dirigir nuestra educación sentimental. Las
“buenas novelas” son “buenas” porque están en plural; no nos dirigen,
porque se mueven en múltiples direcciones. Porque exponen diversas
maneras de comportarse, diversas maneras de ver el mundo, diversas
maneras de ser. Diversas maneras, en fin, de asumir el amor en que debe
estar fundada toda democracia.
De tal forma que la literatura, en lugar de orientar el sentido de los
afectos dentro del terreno de lo correcto, lo unívoco, lo adecuado, lo de-
cente; en lugar de describir la sumisión a una norma, nos habla precisa-
142
Hortensia Moreno
mente de las dificultades que ciertos seres humanos (los marginales, los
monstruos, los excéntricos, los locos) experimentan para someterse a las
reglas del juego.
Esas reglas que nadie entiende, pero que todo el mundo trata de
seguir al pie de la letra. Aunque no haya tal letra. Las novelas exploran
la interioridad de esas personas que se niegan, por voluntad o por inca-
pacidad, a amar como se debe. Y en esa forma, ponen en tela de juicio que
se deba amar de una sola manera. No toda la gente está dispuesta a ser
matrimonial y familiar; no toda la gente puede amar adecuadamente.
Pareciera que, en ese terreno, todos estamos en el riesgo de equivocarnos
de lugar, de tiempo, de persona. En todo caso, lo que las novelas ponen
en duda es que pueda obligarse a todas las personas, en todas las cir-
cunstancias, a ser monogámicas, fieles a sus cónyuges, nacionalistas,
adultas, heterosexuales, reproductivas y legales todo el tiempo.
Tal parece que el marco dentro del cual hemos metido los afectos
humanos es demasiado estrecho. Hay quienes tienen que sentirse cons-
treñidos, restringidos, mutilados, dentro de esos límites impuestos úni-
camente por la experiencia vivida y sin ninguna argumentación racional.
De ellos da testimonio la literatura; de quienes no son normales —por-
que no pueden o porque no quieren.
No sé si leer suficientes buenas novelas nos permita manejar de
una manera más eficaz, más conveniente, más exitosa, nuestras relacio-
nes amorosas. (Ni siquiera sé si todos los lectores de novelas terminarán
convirtiéndose, como Don Quijote, en locos peligrosos.) Aquí quiero ha-
blar solamente de mi exótica y desordenada y permanente afición a la
lectura de novelas. Lugar ilimitado cuyo encanto reside, indudablemen-
te, en que realiza el reino de la posibilidad y se opone al encadenamiento
inevitable de los sucesos materiales.
Ha sido en las novelas donde he podido pensar el amor como algo
distinto de lo que sucede en las historias reales. En la literatura, el amor
se desliga de las negociaciones administrativas de la vida y aparece en
una extraña complejidad; las novelas desbaratan esa maraña real de
intereses y regateos en que lo menos visible es, precisamente, la profun-
da solidaridad en que nos comprometemos cuando amamos a alguien.
Ha sido la literatura la que nos ha permitido pensar que el amor puede
realizarse en libertad y realizar la libertad.
Para terminar, creo que esa confrontación con caracteres intensa-
mente involucrados en sentimientos y emociones que no siempre se pa-
recen a los que dice experimentar la gente común, nos conduce a la
143
literatura
144
Juan Villoro
Juan Villoro
Plegarias escuchadas
S
egún San Juan de la Cruz, las únicas plegarias preocupantes
son las que obtienen respuesta. Un ejemplo noticioso: el caso de
Salman Rushdie revela que para un escritor la fama puede ser
tan castigadora como el olvido. Sus Versos satánticos le otorgaron la para-
dójica notoriedad de un desaparecido. Justo el día de San Valentín, la
furia de Jomeini puso a Rushdie en todas las portadas y lo borró del
mapa.
Ovidio fue quizá el primer campeón del establishment literario que
padeció el búmerang de los muchos seguidores. Ya antes que él Lucrecio
había despachado inflamadas visiones eróticas en De la natura de las
cosas ('Irritados de semen se hinchan los lugares, y ocurre la voluntad de
echarlo adonde tiende la fiera libídine”), pero este inmenso y desaforado
poema se presenta —con la venia de Epicuro— como una experiencia
irrepetible, singularísima. Lucrecio no vacila en beber pócimas amatorias
para acceder a momentos de inspiración impar. El cosmos todo se redefine
ante las pupilas dilatadas del poeta. A diferencia de Lucrecio, Ovidio es
un proselitista. Después de sus primeros poemas elegíacos escribe es-
pléndida literatura utilitaria: Arte de amar y Remedios de amor contienen
copiosos tips para la conquista o la separación de los amantes. El éxito
de estos prontuarios poéticos es tan grande que Ovidio puede darse el
lujo de que los lean sus personajes: en las Heroidas Paris recurre a varias
estratagemas propuestas en Arte de amar (tomar la copa de la amada y
beber en el mismo sitio donde ella ha bebido, escribir su nombre con vino
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literatura
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Solange Alberro
historia
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historia
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Solange Alberro
Solange Alberro
E
1 tema que voy a abordar es el amor en las cárceles inquisitoria-
les en los siglos XVI y XVII. Por paradójico que pueda parecer, efec-
tivamente, hubo amor en las cárceles inquisitoriales en lo que no
era propiamente una democracia, sino en lo que yo llamaría más bien
una monarquía teocrática anárquica.
Las cárceles inquisitoriales se encontraban en el edificio que todos
ustedes conocen, al lado de Santo Domingo. Como los medios financie-
ros de la Inquisición siempre fueron muy raquíticos, cuando ésta no
estaba en quiebra francamente, faltaban alcaides, o los alcaides eran
corruptos, o bien faltaba vigilancia. Se llegó incluso a alquilar los calabo-
zos a artesanos, a prostitutas y a gente perseguida por la policía, nada
más para conseguir un poco de dinero.
La época a la que voy a referirme más comúnmente es el siglo XVII y,
un poquito, los fines del XVI. En las cárceles inquisitoriales, uno disfruta-
ba de un calabozo muy distinto según tuviera o no medios económicos,
puesto que el fisco real era el que normalmente sostenía a los presos. Si a
uno lo mantenía el Fisco Real, tenía derecho a una ración determinada
de comida y un calabozo bastante mediano. Ahora bien, todo cambiaba
cuando los reos tenían dinero. Algunas gentes malintencionadas me
dicen que todavía perdura esta costumbre. Pero yo no lo creo.
¿Cómo sabemos lo que ocurría en estas cárceles? Gracias a un me-
canismo muy sencillo: el de los soplones. Había soplones de la Inquisi-
ción, pero también los había espontáneos. Era muy frecuente que los
propios reos fueran a referir todo lo que oían al Tribunal, con el fin de
conseguir mayor indulgencia en el momento del fallo. También éste era
un mecanismo obligado dentro del proceso. Al final del juicio se le pre-
guntaba al reo si había oído comunicaciones en las cárceles, y todo lo
que contaba quedaba registrado por escrito. De ahí que tengamos toda
una información sumamente interesante y muy abundante sobre lo que
ocurrió en las cárceles inquisitoriales.
151
historia
cluso el amor carnal más burdo, les confiere a todos consuelo, esperan-
za, fuerza. De hecho, el amor carnal corresponde a una voluntad de vivir
aunque sea como criatura viva y animal. Ahora bien, no hay que hacerse
ilusiones, la función del amor en las cárceles inquisitoriales es impor-
tante hasta cierto punto, llega un momento, cuando la desesperación es
demasiado grande, la espera demasiado larga, en que ni el amor impor-
ta. El único amor que sobrevive es el amor a Dios, que es el más firme, más
duradero y, después, el amor de padre a hijos, y el más frágil, desgracia-
damente, es el amor entre hombre y mujer. Llega entonces un momento
en que lo único que queda es el amor de Dios o la voluntad animal de
sobrevivir, de salir de la cárcel. En este sentido el amor, durante una
etapa solamente, desempeña una función tan importante, como el odio.
Pero eso ya es otra historia.
156
Antonio Lazcano Araujo
D
omingo a domingo, fieles a un calendario regido por la memo-
ria colectiva y por la posibilidad del descanso laboral, las mu-
chachas de Satélite y Atzcapotzalco, las sirvientas de zapatos
nuevos y vestidos de colores eléctricos, la piel brillante gracias a las
dosis generosas de Crema Nivea, se dan cita en la Plaza de Tacuba. Se
ríen recargándose unas en otras y se toman de la mano, hablando con
sus lenguas de pajaritos, mientras en torno suyo, formando grupos entre
audaces y tímidos, los muchachos, los obreros, los soldados de casquete
corto, los mozos, giran siguiendo el ritmo silencioso de un cortejo ritual,
sonríen, se acercan, bromean, son rechazados, son aceptados. Es como
un cuadro de Guzaguin: las pieles morenas, las enormes cascadas de
pelo negro, los colores brillantes, los ojos iluminados por el deseo, en
una atmósfera de una sensualidad que apenas si alcanza a ser conteni-
da por la hora y el sitio.
Al igual que ocurre en otras especies animales, nuestra conducta
sexual está regida y estimulada por un sinnúmero de señales en donde
los olores y los perfumes acompañados de gestos sexuales, el despliegue
de colores y de ornamentos juega un papel esencial en la reproducción.
¿Hasta qué punto es legítimo comparar la conducta sexual de nuestra
especie con los cortejos de los peces, los pavos reales, las cebras o los
tlacuaches pintos? Responder a esta pregunta no es una tarea fácil. Es
cierto que muchos gustan de señalar las similitudes que existen entre la
conducta humana y la de otras especies de mamíferos como una eviden-
cia del origen evolutivo, es decir, biológico, del orden humano. El ejem-
plo obvio: la predominancia de los machos entre muchas especies
animales justifica, ante los ojos de algunos, la opresión “natural” de la
que son víctimas las mujeres.
157
historia
olvidemos que las mujeres son más mujeres que los hombres, hombres.
Mientras que ellas poseen la pareja cromosómica XX, nosotros somos XY:
por algo todos los machos de nuestra especie poseemos pezones.
La descripción científica de las similitudes y las diferencias entre
los sexos no ha servido para promover la igualdad entre los seres huma-
nos. El conocimiento biológico de nuestra especie no ha sido una fuente
de liberación de las mujeres ni de las minorías (minusválidos, indíge-
nas, homosexuales, bisexuales), sino que se ha convertido en un podero-
so instrumento de opresión, engalanado con la pretensión de lo científico.
Por ejemplo, es bien sabido que el cerebro femenino pesa menos que el de
los hombres, lo que sirvió en el siglo XIX como un argumento biológico
para justificar la opresión a las mujeres, que se vieron destinadas a ocu-
par el mismo nicho social que los niños de raza blanca, los adultos de las
llamadas razas inferiores, y los animales. En 1879 un destacado
antropólogo francés escribió que “...entre las razas más inteligentes, como
la de los parisinos, existe un gran número de mujeres cuyos cerebros
tienen un tamaño más parecido al de los gorilas que al de los cerebros
masculinos más desarrollados”'. Lejos de promover una situación de
igualdad, las ciencias de la biología y la antropología adecuaron la in-
terpretación de sus resultados al orden existente; en 1869 James McGregor
Allen declaró ante la Sociedad Antropológica de Londres que: “durante
la menstruación las mujeres no pueden realizar ningún esfuerzo físico o
mental considerable. Sufren de una languidez y de depresiones que las
descalifican para actuar o pensar, y es de dudarse hasta qué punto se
pueden considerar como individuos responsables mientras les dura esta
crisis. En las labores intelectuales el hombre ha superado, supera y se-
guirá siempre superando a la mujer, por la sencilla razón de que la natu-
raleza no interrumpe de manera periódica ni su pensamiento ni su
dedicación”. Pocos años después, Louis Irwill escribió que: “uno sólo
puede estremecerse ante las conclusiones a las que una bacterióloga o
una históloga pudieran llegar durante el periodo menstrual, en el que
todo su sistema, tanto físico como mental, se encuentra dislocado, para
no decir nada de los errores espantosos que una cirujana pudiera come-
ter al trabajar bajo condiciones similares”. No existe ninguna diferencia
entre estas ideas y las que escribió hace dos mil años Plinio el Viejo,
cuando afirmó que la presencia de una mujer menstruante arruina el
vino, seca las plantas, y provoca que las frutas se caigan con estrépito de
los árboles, y basta su mirada para que los espejos se empañen, los cu-
160
Antonio Lazcano Araujo
161
historia
163
historia
A
los historiadores nos competen asuntos que van de lo común y
banal —dígase, si no, las biografías de los próceres— a lo inusi-
tado, como el ejercicio de la imaginación para saber qué puede
ser “el amor en los tiempos de la democracia”. Nos competen estos asun-
tos porque somos los encargados de encontrar bajo el azar aparente de los
acontecimientos toda una red de hilos causales. Como técnicos de la com-
pañía telefónica, indagamos el orden del cableado en el subsuelo social.
Dictaminamos cuáles son los cables maestros (determinaciones en última
instancia) y cómo los ramales se van convirtiendo en conductos cada vez
más sutiles hasta llegar a una superficie colorida, rica en acontecimientos,
pero insuficiente para explicarse por sí misma. De donde nuestra función
es descubrir que tanto lo que parece indeterminado como lo que parece
una maraña de determinaciones no son sino madejas dendrológicas
causales, pasibles de análisis racional. En términos menos rebuscados,
que tenemos como funciones entender y explicar cómo y por qué se va
transformando este objeto tan complejo que llamamos sociedad.
Todo lo anterior justifica que las compañeras de debate feminista,
organizadoras de este ciclo, nos hayan invitado a los historiadores a
participar en una de las sesiones. El tema, como se sabe, es “El amor en
los tiempos de la democracia”. Elijo de él una cuestión: ¿Es posible estu-
diar desde el punto de vista histórico lo que es el amor en los tiempos de
la democracia?
En la primera sesión del ciclo hubo entre el público quien cuestionó
la relación entre el amor y la política. Fue justificable la duda, dado el
santoral: era el 14 de febrero. En ese día se piensa en el amor como algo
absoluto. Hoy podemos responder con una seguridad casi dogmática
que en la enorme red causal el amor se vincula con la política, y con el
arte, y con la economía, y con la poesía, y con la semiótica... en fin, y en
muy pocas palabras, que el amor está intensamente entrelazado en la
complejidad social y es, por tanto, un objeto de la ciencia histórica.
164
Alfredo López Austin
Hasta aquí no hay más problema que nuestro fervor casi dogmáti-
co. Los verdaderos problemas empiezan cuando caemos en cuenta que
la relación amorosa, para ser historiable, ha de ser sensacional. O sea
que al tratar de la relación amorosa, la ciencia de la historia se inclina al
amarillismo. La historia no registra los actos de amor más plenos. Los
actos de amor más plenos son los de maravillosa cotidianeidad, en los
que el ser humano integra la unidad social primaria: la pareja. Pero estos
actos cotidianos no son noticia. Tienen que apartarse de su naturaleza
habitual para fundar prototipos. En efecto, ¿cuáles son los grandes amo-
res de la historia? Los fallidos, los obstaculizados, los fracasados, y en la
trama de los relatos deben ser piezas fuertes la angustia, la traición, el
abandono, hasta la castración, el éxtasis, el asesinto o el suicidio. ¡Cuán-
tos rodeos de la historia ejemplar! ¡Cómo tiene que alejarse del amor para
ensalzarlo! Sin embargo, no toda la historia del amor cae en la categoría
de historia ejemplar, y su temática trasciende ampliamente el campo de
los grandes amores. Para apreciar la trascendencia es necesaria una pre-
cisión terminológica.
Confronto aquí dos términos: sexualidad y amor. Ambos poseen tal
ambigüedad que no sólo no se corresponden en forma precisa, sino que
en la laxitud de las concepciones se incluye la sexualidad entre las posi-
bles formas del amor o, por el contrario, el amor es visto como uno de los
aspectos de la sexualidad. Propongo, para los efectos de mi interven-
ción, que incorporemos el término sexualidad al discurso y que entenda-
mos por él todo el conjunto de relaciones sociales que se establecen con
base en el carácter sexual del ser humano, carácter que incluye la divi-
sión de los sexos, la fisiología sexual y la función reproductiva de la
especie. Quedarán fuera de definición amores tales como el amor a la
sabiduría, el amor al ocio y el irracional amor al trabajo. Quedará dentro
de la definición el erotismo con sus formas extremas, entre ellas el amor
'udrí o cortesano y el éxtasis místico. Creo que es compatible esta defini-
ción con la idea que debate feminista propone para feminismo, aunque
rechazo de su propuesta el término género.
La historia de la sexualidad —decía— trasciende con amplitud las
historias de los grandes amores. La historia de la sexualidad es también
historia del trabajo, historia demográfica, historia de la explotación, de
la familia, de las epidemias, de la prostitución, de los crímenes masivos,
del comerció... No hay duda de que la sexualidad es un asunto profun-
damente politico desde el remoto pasado.
165
historia
Entre todas estas historias hay una que es mi tema predilecto: cómo
las relaciones entre los sexos sirven de, modelo para la explicación del
movimiento cósmico. Los antiguos nahuas (como el resto de los mesoame-
ricanos) concibieron el nacimiento de la secuencia temporal como el pro-
ducto de un coito enorme. En el principio existía el caos, Cipactli, o sea el
gran monstruo acuático y femenino. Dos dioses partieron al monstruo
por mitades para crear con ellas Cielo y Tierra. Así nació el orden con los
sexos: arriba el macho celeste, vital, luminoso, caliente, y abajo la hembra
terrestre, ser de muerte, de oscuridad, de humedad y de frío. La diosa
original luchaba por unir sus partes; pero los dioses colocaron cuatro
postes para impedir el retorno del caos. Los postes, huecos, fueron vías
exiguas que conjugaron porciones de las sustancias de aquellos dos cuer-
pos ahora diferenciados en naturalezas opuestas y complementarias. El
enorme deseo de recomposición de la diosa se transformó en flujos que
corrieron a encontrarse en el interior de los postes, y la unión fue vehe-
mente como el roce de los dos maderos que producen el fuego. El fruto fue
el tiempo, que se desborda para vertirse sobre la superficie de la tierra en
forma de lucha de opuestos: surge como días, como meses, como años,
primero por el poste oriental, luego por el del norte, luego por el occiden-
tal, y por el meridional, para volver a salir por el oriente en una secuencia
de ciclos que parece infinita. La supremacía social del varón (su luz, su
calor, su vitalidad) se transportó a la superioridad del Cielo. Es la visión
de sociedades en las que el dominio del varón fue manifiesto. Si bien en
muchos de los pueblos mesoamericanos la mujer pudo destacar en la
producción, en el comercio, en la expresión artística y aun en el gobierno,
el predominio varonil fue la regla generalizada, y la concepción del cos-
mos siguió las pautas de la vida diaria. Siguió sus pautas, y además las
confirmó y abrió la posibilidad de asimetrías mayores, porque a partir de
la cristalización del gran modelo universal, las acciones sociales, con
todas sus desigualdades, pudieron ser sancionadas por los dioses. Pero
he de hablar, al menos en los últimos minutos de mi intervención, del
tema que me fue asignado por debate feminista: no amor y política en
general, sino amor y democracia.
Los historiadores —dije— tenemos por oficio buscar vínculos so-
ciales, y el tema propuesto no es sencillo. ¿Acaso los cinco presentes no
corremos el riesgo de inventar relaciones inexistentes? Porque mientras
que el amor es connatural al hombre y ubicuo en la sociedad, la democra-
cia parece estar fuera de nuestro tiempo y de nuestro espacio. En efecto,
ya Lévi-Strauss situó en la prohibición del incesto el punto de confluen-
166
Alfredo López Austin
Será tal vez un amor más íntegro y menos espectacular. Y espero que en
una nueva concepción del mundo, la sexualidad ni obedezca ni justifi-
que asimetrías.
¿Utopía? No. No creo en una democracia absoluta, sino en la posi-
bilidad de una democracia progresiva. Todo es cuestión de grado. Y la
democracia siempre será una lucha.
168
Julia Tuñón
Julia Tuñón
H
ablar de la relación entre el amor y la democracia desde una
perspectiva histórica implica, de entrada, una concepción pe-
culiar del amor, de la democracia y de la historia. Una historia
tradicional, afortunadamente cada vez más superada, alude tan sólo a
los hechos trascedentales del mundo público, los que afectan a los gran-
des colectivos humanos o a las élites del poder. El término democracia se
refiere al ámbito político; ligarlo al amor implica darle otra dimensión: al
aplicarlo al comportamiento privado del ser humano se alude, pienso, a
la capacidad de respetar al otro en su diferencia, sus necesidades, gustos
y espacios, a la de compartir las acciones más que ordenarlas u obede-
cerlas y, en el amor, acompañarse dos como seres completos, con exceso
de faltas, más que solicitar la supresión de las capacidades de uno u otro
en aras de la comodidad. El ejercicio consciente de lo anterior indudable-
mente enriquecería las relaciones amorosas.
Hablar del amor entraña los sentimientos más frágiles e íntimos del
individuo, es excepcional para quien lo vive y no trasciende su secreto
más que en la confidencia amistosa o literaria, confesionario o diván de
psicoanalista. Historiar al amor subvierte la idea de la historia como lo
público y del amor como lo privado para mezclar sus aguas: la historia
entra a lo emocional, harina del pan humano, en su intento por com-
prender, y se encuentra con que ese sentimiento que cada uno de noso-
tros vivimos como único, forma parte del mundo: lo puede subvertir,
contradecir o conmover, permite escapar de sus fastidios, olvidar por un
rato las crisis, todo eso que todos sabemos, pero finalmente, desde cada
uno de nosotros, forma parte de él. Para quienes buscamos a la mujer en
la historia la cuestión es fundamental, porque el género ha sido asociado
al amor desde tiempos remotos:
“Amor: tu nombre es mujer”. ¿No era Diótima, acaso, la experta que
iluminaba a Sócrates en sus misterios? A la sombra del amor la mujer ha
169
historia
que son elotes, que se buscan las mejores y más sabrosas; mira que no
desees a un hombre por ser el mejor dispuesto; mira que no te enamores
de él apasionadamente”.1 Entonces, ¿cómo?: la mujer debía ser dócil para
aceptar al marido elegido por el grupo familiar “Quienquiera que sea tu
compañero vosotros juntos tendréis que acabar la vida. No lo dejes, agá-
rrate de él, cuélgate de él aunque sea un pobre hombre, aunque sea sólo
un aguilita, un tigrito, un infeliz soldado, un pobre noble, tal vez cansa-
do, falto de bienes, no por eso lo desprecies”.2 Adivino el miedo al olvido
que puede provocar el amor y la necesidad de control social. Al ver tanta
regulación una duda de que en la práctica se cumpliera y adivina que el
peso de la colectividad no propiciaba el desarrollo de esa prerrogativa
tan individual e individualista del amor.
Siguieron tres siglos de Colonia, casi el doble de lo que llevamos
de vida independiente y tampoco en ellos floreció lo que hoy entende-
mos por democracia. En esos tiempos la influencia de la Iglesia era
fuerte, el amor por excelencia se consideraba el dedicado a Dios y el
estado ideal el de la castidad, aunque “más vale casarse que abrasar-
se”. La moral propuesta establecía un tipo de conducta amorosa que en
la práctica cada grupo social y étnico transgredía en forma particular,
pero evidente. Se propiciaba el casamiento, pero las irregularidades
parecen haber sido constantes. La cada vez mayor insistencia en el
matrimonio arreglado por los padres puede verse como una pedrada
contra el amor liberador y romántico, pero también como un medio de
proteger a la mujer popular que, en la confusión sexual de los primeros
años, resultó muy lastimada.
Resulta claro que en las dificultades cotidianas que la institución
matrimonial conlleva es la mujer quien debía supeditarse, en aras del
amor. En teoría y de acuerdo con la Iglesia, Eva nació de la costilla de
Adán, de su costado, no de sus pies o cabeza, para ser su compañera. El
marido debe reprenderla si ella actúa mal, incluso administrándole lige-
ros castigos que en la práctica, según los papeles relativos al divorcio,
parecen haber sido con frecuencia grandes palizas. Para lograr la armo-
nía conyugal, o sea el éxito del amor, es la esposa quien debe suprimir
sus impulsos. En un sermonario del siglo xvii se aconseja a una esposa
quejosa de los descomunales pleitos con su marido que tome un agüita-
mágica, y la conserve en la boca mientras dure el pleito, con la salvedad
de que debe evitar tanto escupirla como tragarla: a la semana la mujer va
a agradecer la misteriosa pócima, para enterarse de que es simple y llana
agua de beber lo que propició su silencio y, por tanto, la paz 3
171
historia
Los nuevos tiempos parecen buscar nuevos modelos: “El cine como
escuela de amantes. No se explica por qué se han de conceptualizar
como desmoralizadoras las lecciones que del cine se desprenden, cuan-
do al cine debemos [...] un gran bien: nuestro nuevo modo de amar, nues-
tro selecto comportamiento en el terreno harto gastado de hacer el amor
[...] El cine es el gran libro iluminado que con sus imágenes nos muestra
tan exquisito y delicioso aprendizaje. Cualquier mujer podrá vanaglo-
riarse de lograr la atención y el cariño del hombre elegido si sabe poner
en práctica una mirada candeosa a lo Norma Shearer o misteriosamente
prometedora a lo Marlene Dietrich [...] podrá languidecer como ellas lan-
guidecen en brazos de sus galanes”.10
Los mensajes son contradictorios: junto al consejo de ser hacen-
dosa conviven los mensajes de Agustín Lara y la glorificación de la
mujer mundana. Los boleros hablan del amor y el sufrimiento que con-
lleva, pero con el mensaje de que, con todo, vale la pena entrarle (“una
mujer, que no sabe querer, no merece llamarse mujer”). El crecimiento
económico que trae la segunda guerra incide en la participación de la
mujer: trabaja más afuera de casa, se educa... la democracia se ha con-
vertido en el deseo de muchos. 68 abre, a nivel de la mentalidad, un
montón de puertas. Se supondrían cambios de fondo. Se ven cambios:
“Amar a un hombre joven es una buena inversión. Al sellar un contrato
sentimental analice todas las cláusulas: talento, sexo, fama, juventud,
dinero... ¿es equitativo el negocio?”.11 O este otro: “Cómo es la chica
cosmo? Una mujer que sabe lo que quiere y dice lo que siente: desde
luego me interesa mucho el sexo opuesto, al fin y al cabo es el hombre
quien le da sentido a mi vida”.12
De este texto tan reciente sabemos bien que es parcial, resulta más
obvio que respecto a otras épocas porque nosotras mismas somos fuen-
tes de información. Quizá nunca podamos entender del todo los amores
pasados, yo sí creo que el amor tiene ese ingrediente único, personal y
exclusivo que nunca nadie puede entender del todo. Creo, sí, en la posi-
bilidad de realizar ese deseo humano, no masculino o femenino, sino
humano, con lo que lleva de comunicación, crecimiento, creatividad y
bienestar, pero creo también que las normas sociales se introyectan y, si
no necesariamente dominan, sí hacen ruido, a veces tanto que no se
escuchan las palabras del otro. Sabemos que los procesos ideológicos
son lentos. Que aún cuando el pasado 6 de julio hubiera —ganado la
democracia eso no llevaría aparejados, automáticamente, sus usos en el
ámbito privado. Existen las continuidades, pero también los cambios y
174
Julia Tuñón
así como la mujer se sitúa hoy de otra manera en la sociedad, creo que las
posibilidades del amor pueden ser otras. Apostemos por ellas.
Notas
1
Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de la Nueva España, Libro VI, Cap.
XVIII .
2
Cit. por Miguel León Portilla, “La educación del niño nahoa”. Nicaragua indígena.
En Antología Ilustrada de la Mujer mexicana. Seminario: Participación social de la
mujer en la historia de México. Dirección de Estudios Históricos. INAH.
3
Juan Martínez de la Parra. Luz de verdades católicas. En Antología... op. cit.
6
Rivero. El destino de la mujer, 1846. En Antología... op cit. Las citas que siguen,
hasta nuevo aviso, son del mismo texto.
5
La Ilustración. Semanario de las señoritas. 1870. En Antología... op.cit.
6
Semana de las señoritas mexicanas. 1851. En Antología... op. cit.
7
L. de la Huerta. “Sinónimos”. La Camelia. 1853. En Antología... op. cit.
8
P. M. O. “Sinónimos”. La Camelia. 1853. En Antología... op. cit.
9
“El hombre, el amor y cupido”. El cine gráfico. Sep. 1935.
10
Cosmopólitan. 1973.Cit. por Carola García Calderón. Revistas femeninas. La mujer
como objeto de consumo. México, El Caballito.
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historia
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Lore Aresti
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Lore Aresti
Lore Aresti
R
ecibo una invitación para hablar sobre “El amor en los tiempos
de la democracia”. La reunión será en Coyoacán, en el teatro-
bar lugar de encuentro y encuentros-desolladero de-cuna de-
lugar también de des-encuentros, El Hijo del Cuervo. ¿Cómo negarme?
Acepto gustosa. Mi primera idea es preparar algo psicoanalítico, sofisti-
cado, liviano y feminista. ¿Cómo lograr esta combinación imposible? Lo
pienso, leo cosas, medito, me devano y rebano los sesos... y nada. En este
intento se van pasando los días y llega la fecha del compromiso amoroso
en El Hijo del Cuervo. Finalmente decido compartir con los que asistan a
la charla una serie de reflexiones poéticas que he escrito sobre el amor,
algunas logradas y otras malogradas, pues no soy poeta.
Estos últimos años han sido intensos y difíciles en mi búsqueda del
amor y del amado. Salir del amor novelado, de la versión hollywoodense
sobre el amor que nutrió mis años mozos en Venezuela, no me ha sido
fácil. Más de veinticinco añso he pasado en esa búsqueda, en sus sinra-
zones, en los encuentros y desencuentros amorosos, en los pleitos de
vida o muerte, en las pasiones y pseudo pasiones, en la huida a la entre-
ga absoluta, en el miedo a amar a fondo por temor de tocar el fondo, en la
curiosidad sobre lo prohibido y en la angustia frente a lo encontrado.
Veinticinco años buscando, huyendo, tratando, meditando y amando.
Al mirar hacia atrás —como la mujer de Lot—, no sólo no me he
convertido en estatua de sal, sino que de hecho me siento afortunada por
las múltiples vivencias, experiencias y conocimientos que los dioses me
otorgaron en y a través del amor; en y a través de las pasiones, en y a
través de la ternura... en y a través de los otros.
En abril de 1986, cuando Reagan y los suyos atacaron Trípoli y
bombardearon Bengazzi, pensé en un holocausto final. Frente a una po-
sible tercera y última guerra, comprendí cómo mujeres y hombres estába-
mos presos en nuestras cárceles del cuerpo, presos en la diferencia, presos
179
psicología
Mi hijo imagen
me avisa de este hecho.
Mi pequeño Iñaki
se pregunta, me pregunta
si valdrá la pena analizar
su angustia o anestesiar mi dolor
ya que el fin parece cerca.
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Jaime de León de la Mora
L
a historia del amor es una historia de encuentros y desencuentros
de sus dos ingredientes esenciales: la corriente tierna y la corrien-
te sensual; es una historia de ilusiones y desengaños, de esperan-
zas y desistimientos; es una historia que da cuenta de los mayores éxtasis
y de los más grandes sufrimientos. Es la historia de las interdicciones
¿Pues, acaso no nace la civilización por obra de una renuncia, impuesta,
al amor? Es, también, la de las admoniciones y aforismos: “Amaos los
unos a los otros”... “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”: Advertencia,
esta última, en la que ya se reconocía el poder del narcisismo.
Unos viven el amor. ¿Quién no lo ha sentido-sufrido? Algunos se
inmortalizan por él; otros lo declaman y enaltecen: ¿No es la poesía un
acto de amor al amor? No pocos enferman de amor, quizá sean los que en
mayor número ocurren al diván en busca de remedio. Los menos lo escu-
driñan; y es que el aproximarse siquiera periféricamente a su compren-
sión expone a indecibles dificultades e incertidumbres.
Hablemos del amor. ¿O deberíamos decir de los amores? ¿Se justifi-
ca el uso de un solo vocablo para esa multiplicidad de sentimientos-
sensaciones que se engloban bajo este significante? Existe, sin duda, en
él una polisemia y, sin embargo, la sabiduría popular y la intuición poé-
tica han sostenido su univocidad presintiendo, quizá, el origen común
de sus diversas expresiones.
Pero el amor implica —aunque no siempre— relaciones entre in-
dividuos. Ello ha concitado la permanente intervención del orden so-
cial, en lo que considera su jurisdicción, para determinar y reglamentar
lo íntimo. Este aspecto del problema lo abordaré someramente después
de un riesgoso intento de clarificación desde el psicoanálisis, y más
específicamente, desde Freud; y digo riesgoso porque el tema nos lleva
justo a algunos tópicos en los que el maestro mostró ambigüedades,
imprecisiones e inconsistencias que han dado pie a muy diversas inter-
pretaciones.
185
psicología
El Narcisismo
Vayamos ahora hacia ese otro registro del amor que se constituye como
un escenario privilegiado para hacer inteligibles muchos de sus secre-
186
Jaime de León de la Mora
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psicología
El Yo
Amplía así Freud, de un golpe, todas sus consideraciones previas sobre
el amor. Y esto es inevitable. El yo se constituye, inicialmente, con base en
las identificaciones primarias, las cuales se establecen, con los objetos
que satisfacen las necesidades primordiales; cabría decir, según lo ya
señalado, con los objetos que se aman tiernamente. Con posterioridad se
agregan las identificaciones secundarias con los objetos que se aman de
manera plena esto es, tierna y sensualmente.
Amor y muerte
Considero ahora, otro elemento importante que se presenta siempre in-
disolublemente unido al amor. Tanto en la literatura universal como en
la percepción que singularmente tenemos de éste, lo encontramos de
manera irremediable, aparejado al sufrimiento.
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psicología
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Jaime de León de la Mora
Algo de la Historia
En la vida de la humanidad, el amor, ya en alguna de sus expresiones, ya
en alguno o algunos de sus elementos intervinientes (sujeto, objeto, acto,
momento) se ha visto sojuzgado, reglamentado, castigado, limitado, se-
gún las épocas y las culturas.
La prohibición del incesto desde los orígenes mismos, piedra angu-
lar en la posibilidad de la civilización, ha sido la primera, y seguramente
la más trascendente de las interdicciones. No obstante, en una medida
importante, a partir de ella se inicia el desprendimiento de la humani-
dad de la vida regida por la inmediatez.
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Luis González de Alba
Amor y diferencias
E
l planteamiento sobre el amor en los tiempos de la democracia se
basa en que, para hacer efectiva la democracia, sea en el amor o
en la política, es indispensable asumir las diferencias. Esto, que
se sabe muy bien en política (pregúntenselo a los partidos de oposición)
no está tan claro en el amor. Hombres y mujeres somos diferentes en
muchos aspectos importantes. Asumámoslo para amarnos a pesar de
las diferencias y poder ser iguales en otros sentidos.
Creo que las grandes diferencias entre el amor heterosexual y el
amor homosexual proceden precisamente de estas diferencias entre los
sexos. Un ejemplo ilustrativo es el cortejo, que es exigencia de las hem-
bras (incluida la humana). Recuerden ustedes, el cortejo es la exigencia
de la hembra a que el macho haga algo antes de que aquello ocurra.
Dependiendo de la especie, la hembra plantea cortejos muy distintos; si
se trata de alces, la hembra exige: acaba con estos diez que están aquí; si
se trata de faisanes argos, la hembra pide: enséñame las alas, y ella ob-
serva de las alas solamente las plumas remeras y el que las tiene más
largas es el elegido. Eso es el cortejo en las especies no humanas.
La hembra humana también exige cortejo, como lo saben muy bien
todos los aquí presentes que han tenido que pagar, al menos, una coca
cola. La hembra pone los requisitos porque para ella la inversión de
economía orgánica en la reproducción es mayor que en el macho. Porque
él no tiene ningún requisito, es que se da la falta de cortejo entre machos
humanos.
Paso a afirmar, y luego a demostrar en la medida de lo posible, que sí
existe una naturaleza o esencia femenina y otra masculina. La diferencia
está presente tanto en lo anatómico (lo cual es obvio) y lo fisiológico (tam-
bién lo es) como en lo cognitivo y lo psicológico (lo cual es preciso demos-
trar). Las diferencias no hacen a un sexo superior al otro, salvo en aspectos
circulares y autorreferenciales. Por ejemplo, los hombres tienen mejores
bigotes que las mujeres y éstas tienen mejores senos que los hombres.
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Luis González de Alba
197
psicología
nuestras piernas. Así se han hecho las cosas, tanto los objetos como las
instituciones. Y las diferencias entre hombres y mujeres también se expre-
san en cómo ven el mundo, cómo conocen el mundo y, por lo tanto, cómo
investigan el mundo (y de ahí vienen la religión, el arte y la ciencia).
Una diferencia importante entre hombres y mujeres es la asimetría
cerebral. Las dos mitades que conforman el cerebro, llamadas hemisfe-
rios, no funcionan al unísono. Esto se sabe hace tiempo y se conoce como
asimetría cerebral. También se sabe que dicha asimetría es más marcada
en los hombres. Janet Mc Glone revisó 33 reportes experimentales en
Behavioral and Brain Sciencies y concluye: “en los últimos veinte años
han aparecido reportes sobre diferencias sexuales en el grado de espe-
cialización hemisférica. Hay una acumulación de evidencia que sugiere
que el cerebro masculino está más asimétricamente organizado que el
femenino.” Nuestro hemisferio cerebral derecho analiza las relaciones
espaciales mientras que el izquierdo se especializa en los procesos ver-
bales. Ambos están interconectados por medio de una estructura llama-
da cuerpo calloso y es probable que estas conexiones sean más
abundantes en las mujeres. También los zurdos poseen esta ventaja, sos-
tiene la psicóloga Sandra Witelson, de la universidad Mac Master de
Canadá. Francesca Simon, del Instituto de Psicología de Roma, reporta
en Perceptual and Motor Skills diferencias relacionadas con el sexo en las
asimetrías hemisféricas al procesar figuras geométricas simples. Nora
Newcombe, Judith Semon, Pamela Cole, publican en Neuropsychologia 19
(5) —noten que todas son mujeres— que los electroencefalogramas mues-
tran asimetría en los hombres y homogeneidad en las mujeres. Barbara
Page y Linda Martin en el Journal of Social Psychology revisaron datos
etnográficos de ochenta y ocho sociedades preindustriales de Africa,
Asia, Oceanía y Norteamérica. La hipótesis de que las niñas son más
fácilmente educadas que los niños en las normas sociales apareció fuer-
temente apoyada como un resultado de su temprana ventaja verbal, de-
bida ésta a la lateralización cerebral diferente.
No sé si las madres aquí presentes hayan observado que sus niñas
hablan más pronto y mejor que sus niños. El decir gua-guá, pu-pú, y
demás son tonterías de los niños. Las niñas muy pocas veces empiezan
a hablar así; hablan y ya. Está ampliamente documentado que las niñas
aprenden a hablar antes que los niños. Bonnie Burstein sostiene en Human
Development: “Muchachas y mujeres alcanzan mejores puntajes en habi-
lidades verbales mientras muchachos y hombres los tienen en habilida-
des espaciales”. Claro que inmediatamente los valores masculinos las
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psicología
Un enfoque psicoanalítico
H
ablar del amor en tiempos de democracia es admitir que se pue-
de hablar de una historia del amor, es decir, que el modo como
se aman dos seres depende en mucho de la época, del país y del
medio al que pertenecen. En la actualidad nadie se bate a muerte por
celos o infidelidad, el adulterio y el divorcio han cambiado de estatuto; el
matrimonio, a diferencia de los siglos precedentes, se realiza por amor.
Aunque para la mujer del siglo xx el amor signifique la libre elección de
la pareja, algo que permanece invariable es que no pierde de vista una de
las metas del matrimonio: poseer una casa y procrear familia. Cuando
por una u otra razón no puede casarse, es raro que renuncie a una unión
considerada por ella como la realización del amor.
Sin embargo, podemos pensar que si a algo ha llevado al hombre la
cultura actual es a escindir cada vez más el amor del deseo. Se da culto al
deseo de sí, a la mismidad, en todos los órdenes de discurso, lo que abre
cada vez más la brecha entre el amor y la sexualidad y más contradicto-
rio se muestra el concepto del amor. Problemática de la que no queda
exento el discurso psicoanalítico.
Pero ¿cómo y desde dónde definir al amor? Es una cuestión que ha
sido abordada por diversas disciplinas: la filosofía, la sociología, la his-
toria, la poética y el psicoanálisis. Este último, desde Freud, trata de dar
cuenta del amor como producto: por un lado, de la sublimación de la
pulsión sexual, es decir que sería una pulsión de meta inhibida, desviada
de su fin; el fin ya no es, entonces, la satisfacción sexual sino los senti-
mientos tiernos y amorosos. Por el otro, que la corriente tierna, a diferen-
cia de la sensual, es la primera y más antigua y que se origina en la infancia,
en los primeros años de vida y tiene por fundamento los intereses de la
pulsión de autoconservación. Se apoya en las personas que cuidan con
ternura al “infans”, la cual no deja de poseer un carácter erótico.
Pero como consecuencia del dualismo pulsional, el amor está acom-
pañado por su contrario: el odio, como producto de la pulsión de des-
202
Ma. Antonieta Torres Arias
trucción. Es así que de entrada se plantea que toda relación con una
figura significativa para el sujeto es siempre y de entrada ambivalente
con predominio de un sentimiento o de otro. No solamente se ama y se
odia al mismo objeto, sino que es condición necesaria, dice Freud, que la
escisión que se produce entre la corriente tierna y la sensual logre una
conjunción hacia una persona para poder acceder a una vida amorosa
apenas refinada. También nos dice que cuando ellos aman no desean y
cuando desean no pueden amar; y añade: para ser en la vida amorosa
verdaderamente libre y, por consiguiente, feliz, es preciso haber supera-
do el respeto por la mujer y haberse familiarizado con la representación
del incesto con la madre o la hermana. Para Freud, esta conjunción ideal
de las dos corrientes es un imposible o, si llegara a cumplirse, lo haría de
manera imperfecta pues el sujeto no renuncia tan fácilmente a los objetos
infantiles investidos eróticamente durante la infancia.
En este mismo sentido el psicoanálisis contemporáneo, específica-
mente Lacan, plantea que la relación sexual no existe. Existe el acto sexual,
pero no la relación sexual desde la subjetividad. Pero entendamos que la
cópula sxual existe como necesidad de reproducción, de conservación
de la especie; pero el sujeto hablante, desprendido para siempre del or-
den de la pura satisfacción de la necesidad, puede tener acceso al acto
sexual que tiene otro sentido: la búsqueda de algo más allá de la simple
descarga corporal, la búsqueda del goce fálico, y el encuentro con el Otro
que le procure el goce. En otras palabras, lo que cada sujeto va a buscar
en el acto sexual es algo imposible, prohibido, perdido para siempre
desde su entrada en el mundo del lenguaje, porque el goce habla del Uno
totalizador de la célula narcisismo-madre fálica.
Cuando un otro se constituye en la razón y causa de deseo de un
sujeto, el acto sexual deja de ser la simple satisfacción de una necesidad,
ya que ese otro de la satisfacción pasa a ser tanto o más importante que lo
realmente necesitado. Es en este punto donde la necesidad se convierte
en demanda y toda demanda es demanda de amor. Todo sujeto deman-
da del otro que sea la razón y causa de su deseo, es decir, lo que desea es
el deseo del otro.
El punto donde la mujer y el hombre se encuentran es en la castra-
ción, como una dimensión omnipresente en las relaciones entre ambos,
la castración —que evoca una falta— es el paso obligado al amor, ya que
sólo se desea lo que no se es ni se tiene. Hay una barrera infranqueable
que se levanta en la relación amorosa; teatro de una apuesta. Ambos se
demandan algo: ella conocer la verdad de su propio sexo, la de esa au-
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Josefina Aranda
ciencias sociales
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Josefina Aranda
Josefina Aranda
C
uando me invitaron al ciclo de conferencias El amor en los tiem-
pos de la democracia, y acepté participar, me quedé un poco con-
fundida y asustada. ¿Cómo se les ocurrió invitarme?, ¿de qué
hablaré?, ¿quién asistirá?, etcétera.
No sé muy bien, pero me parece que fui invitada a participar porque
hace unos años realicé una investigación sobre el tema del matrimonio
en una comunidad campesina, y en ese trabajo se revisa la construcción
social de la desigualdad genérica, partiendo de la idea de que el matri-
monio es una relación en donde se puede observar claramente la interac-
ción de las relaciones hombre-mujer, pues es considerado socialmente
(independientemente de la forma que adopte) “la manera” adecuada de
vivir durante la vida adulta.
Sin embargo, le daba vueltas y vueltas al tema del evento y me pre-
guntaba ¿y el matrimonio qué tendrá que ver con eso del amor y la demo-
cracia?, ¿cómo juntarlos? La única conclusión que me pareció
medianamente aceptable, aunque parcial en relación con el tema, fue
que el amor y el matrimonio no siguen siempre el mismo camino, y tam-
poco se oponen, pero definitivamente algo tienen que ver el uno con el
otro.
Me puse a leer algo sobre el asunto, pero lo único que encontraba
eran manuales de esos de la pareja feliz... o cómo triunfar en el matrimo-
nio, que me indicaban recetas más o menos complicadas sobre cómo
vivir cuando se casa uno o una. También revisé un interesante trabajo de
Paul Veyne, en donde plantea que la asociación entre amor y matrimonio
comienza más claramente con la era cristiana, a partir de la cual se reco-
mienda (cita a San Pablo) que los maridos amen a su mujer como su
propio cuerpo, y que las mujeres sean sumisas, como expresión del amor
conyugal.
Bajo esta perspectiva, pensé echarme un rollo sobre la influencia de
la tradición judeocristiana en las concepciones actuales de amor y ma-
209
ciencias sociales
trimonio, pero me seguía dando vueltas qué iba a decir sobre la democra-
cia; no sabía por dónde amarrarla.
Consideré que ninguno de los dos temas eran tratables “en seco” y
decidí que mi tarea era darles algún contenido. Comenzaron a surgir
adjetivos, artículos y verbos pertinentes, así como definiciones de los
conceptos. Finalmente, opté por dos cosas: limitar el asunto de la demo-
cracia a un espacio y tiempo definido a mi arbitrio, y preguntar sobre el
tema a un sector social, para comentar aquí los resultados.
Así, en el marco de una lucha social y política que pronto cumple
un decenio, y que reivindica explícitamente el derecho a la democracia
sindical; y aprovechando la etapa de movilización de los participantes
de esa lucha en la ciudad de Oaxaca, le pregunté a maestros y maestras
democráticos de la Sección XXII del SNTE qué opinaban sobre el amor y la
democracia.
¿Qué pregunté? Sin adjetivos y sin tiempos, les trasladé la misma
pregunta que yo me hacía: maestra(o) ¿para Ud. qué es el amor?, ¿para
ud. qué es la democracia?
¿A quiénes les pregunté? A más de 20 maestros en plantón, y como
en la variedad está el gusto, me acerqué a conocidos y desconocidos,
jóvenes y maduros, indígenas y mestizos, dirigentes y de base. Además,
más de la mitad de los interrogados fueron mujeres, porque hay más
maestras que maestros en el conjunto de la sección sindical, aunque no
en la dirección.
¿Qué me respondieron? Después de risitas y suspiros abiertos y
encubiertos, las respuestas a la primera pregunta se dirigieron a lo que
llamaré tres distintos tipos de concebir el amor.
En primer lugar, uno al que le coloqué el nombre “amor de televi-
sión”. Caben aquí todas las contestaciones relacionadas con el amor en
el estilo a que nos ha acostumbrado (y continúa haciéndolo) la famosa
caja idiota: “es querer a mi novio(a)”, “es muy bonito”, “es dar la vida
por el otro(a)”; en fin, es algo color de rosa.
En segundo término, está el amor “a la manera de los Beatles”. Aquí
se hace referencia al amor como un “sentimiento profundo”, “que permi-
te que el mundo medio camine” y que es la respuesta a los problemas que
nos aquejan: 'lo que se necesita es más amor”. También se agrupan aquí
las concepciones vinculadas a lo cotidiano, como son el sentimiento ha-
cia los hijos, o hacia la lucha, ya sea por sobrevivir o por obtener mejores
condiciones de vida, es decir, en ambos casos el “amor a la vida”.
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Josefina Aranda
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ciencias sociales
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Hermann Bellinghausen
Hermann Bellinghausen
A
travesamos una zona opaca de la así llamada transición; según
esto, ya no estamos donde estábamos y nos dirigimos quién sa-
be a dónde, un reino de lo posible donde habrá —ya hay, casi,
dicen mucho— democracia. En su añeja ruta hacia la democracia, los
mexicanos buscan un Santo Grial, andan en pos de su Itaca por vocación
histórica, pero como que no se les hace llegar ni muestran tantas ganas
de hacerlo. Una ligera demora, al ratito nos vamos, al fin que ya falta
poco.
Estas épocas de supuesto cambio tienden al relajamiento de las
coerciones sociales; muchos se deschongan y no a todos se los descuen-
tan por pasarse de lanza según el de la macana. Los campesinos, los
obreros, los adolescentes urbanos, los adultos ilustrados en edad de ra-
zón se rebelan, votan como se les pega la gana, se revientan y opinan en
voz alta sobre el país que se imaginan y no esta farsa que etcétera.
Y que lo personal es político no hace falta andarlo repitiendo: ya
todos lo saben y asumen. De manera similar, los paradigmas de la Revo-
lución Mexicana y la Revolución Ideal, por ejemplo, parecen ir a la baja;
de lo público a lo hormonal se buscan nuevos lenguajes, se intentan
cosas por las buenas aunque nunca falta uno que se deje ir a las patadas.
Computadoras en el buró diciendo buenos días con un banco de datos
que ni Alfonso Reyes en su respectiva materia, videos que sustituyen a
muchedumbres cuyo orden parece adocenamiento y luego fase superior
de la civilización, y todo para qué, para seguir enamorándose como co-
razones simples y pensar en el amor aun después de libradas y ganadas
las batallas del sexo. Se rumora que hubo una revolución sexual. Hoy,
con amor y sexo venden religión, perfumes y coca cola.
Algo tan primitivo como el amor (sexual o del otro) ¿tiene que ver
con la democracia? Muchos sostendrán que sí, sobre todo quienes han
sufrido marginación y sometimiento —en su mayoría mujeres—: “Una
democratización de las vidas privada y colectiva permitirá prácticas más
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ciencias sociales
libres del amor”. No sé si sea cierto, pero al menos suena mejor que los
anteriores proyectos de porvenir para damas: macramé, modales y re-
postería.
La parte masculina de la patria, identificada con la gran escenogra-
fía del machismo, participa, no pocas veces de buena gana, de las conse-
cuencias del aliviane de sus antes bestias sometidas, mujeres que ahora
resultan compañeras o buenas enemigas.
Y así se siguen, mujeres y hombres, más o menos democráticos en
sus chambas y en sus camas, hasta que se encuentran de nuevo una
libertad que los asusta. La cosa no ha cambiado desde Adán y Eva: un vil
procedimiento antidemocrático.
La democracia clama por los límites. El amor, por naturaleza, pro-
cura brincarse las trancas, y sigue creyendo en la influencia de la luna 20
años después de que la pisaron los astronautas.
En el fondo, el amor y la democracia se desasemejan. La democracia
tiene medida, el amor no necesariamente; la democracia es asunto de
muchos (de todos), el amor se dirime entre pocas personas (casi siempre
poco más de una); la democracia tiene procedimientos y finalidad, el
amor no necesariamente. La democracia presupone escuchar a todos;
uno de los síntomas cardinales del amor es la sordera selectiva —sólo
una voz cuenta.
En principio, el amor en una democracia socialista debía encontrar
climas favorables; lo mismo la prensa, las distracciones públicas, las
posibilidades de reunión, la impartición de justicia, los servicios que
ayudan a vivir sanos y salvos a los ciudadanos. No estamos en una
democracia socialista (¿quién lo está y en dónde?), ni siquiera en una
democracia a secas, pero el amor y sus entuertos se las arreglan para
sobrevivir a las culpas, las prohibiciones y el miedo. Pueden robarnos
urnas o salario, pero no la espiral del sueño, el deseo y los asientos
traseros de un Volkswagen, los besos robados y la noción innata de que
en alguna parte debe existir un paraíso.
El amor da una lección de humildad a la altiva democracia. A doña
democracia no le queda sino llegar, es una promesa por cumplir. Al
amor en cambio le quedan la reiteración y la fuga: el viaje de su horizonte
imaginario nunca es poca cosa.
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Brígida García
Brígida García
U
na de las principales contribuciones que puede hacer una
demógrafa a este ciclo sobre “Amor en los tiempos de la demo-
cracia”, es transmitirles algunos resultados de investigación en
torno a la procreación, a la fecundidad de la población mexicana, que en
principio debería ser producto de un acto de amor. Hacia el final de esta
pequeña colaboración también quiero expresar algunas ideas sobre la
mortalidad, componente esencial de la reproducción de nuestra pobla-
ción. Conviene aclararles desde el inicio que las pautas de procreación,
así como las de enfermedad y de muerte ente varones y mujeres, no sue-
len cambiar muy rápidamente, por lo que sería artificial buscar transfor-
maciones en unos cuantos meses, en los que sí ha cambiado la vida
política de la nación. Por esto considero más útil referirme a lo ocurrido
en el mediano plazo, digamos a partir de los años setenta, y motivar de
esa manera la reflexión sobre la pertinencia actual de diversos tipos de
problemas.
El principal cambio social en el terreno legislativo que afectó las
pautas reproductivas en el país en el paso reciente fue la promulgación
de la Ley General de Población en 1973. A partir de entonces se estable-
ció el derecho constitucional a escoger y espaciar libremente el número
de hijos. Asimismo, se rompieron las trabas para la comercialización de
anticonceptivos y los médicos privados y el sector salud en general pa-
saron a desempeñar el papel más protagónico de los tiempos modernos
en la modificación de dichas pautas reproductivas. Hoy muchos médi-
cos hacen sentirse culpable a la mujer que quiera tener hijos después de
los 35 años, y está ampliamente difundida la noción de que la matriz
después de los 40 años ha cumplido su “función” en el cuerpo humano,
que es la de tener hijos.
Conforme a lo anterior, a partir de mediados de los años setenta se
ha observado en México un importante descenso de la fecundidad. El
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ciencias sociales
218
Ana Luisa Liguori
P
ensándolo bien, no nos fue tan mal. Por lo menos —nos tocó vi-
vir la gloriosa época de la revolución sexual de los setenta. Por-
que en la década anterior, las mujeres que perdían la virginidad
antes del sacrosanto matrimonio lo vivían por lo general con mucha
culpa y procuraban que quedara en la clandestinidad. Conocí a más de
una amiga que para reparar el “daño” sufrido se hizo cirugía del himen.
A principios de los setenta muchas mujeres entramos al movimien-
to feminista. Ahí fuimos descubriendo juntas que teníamos derecho a
nuestros cuerpos, al placer, al orgasmo, a la masturbación y fuimos ha-
blando de cosas que hasta hacía poco no nos atrevíamos a admitir casi
ni a nosotras mismas. Descubrimos el gusto de vivir experiencias nue-
vas y el gusto a veces aún mayor de platicárselas a las compañeras.
Este proceso no estuvo exento de dolor. Nos llegó a preocupar mu-
cho el saber cómo decidir con quién tener o no un acostón. Por supuesto
siempre existía el anhelo de encontrar la relación y el hombre perfectos,
porque no merecíamos nada menos que la perfección y ni el movimiento
feminista pudo hacernos entrar en razón. Si íbamos a una fiesta y cono-
cíamos a alguien que nos gustara razonablemente ¿qué hacer? Coger o
no coger, ésa era la pregunta. Y no era tanto que el galán te fuera a presio-
nar con que ¿no que muy liberada? El problema era de una. No había
ninguna presión moral para no hacerlo, ¿pero teníamos ganas, lo que se
llaman ganas de hacer el amor con esa persona? O pesaba más la curio-
sidad ¿cómo cogerá? O ¿me gustaré yo reflejada en él? A veces cogíamos
por razones que no pasaban por las ganas o los sentimientos. Y de algu-
na manera fuimos perdiendo el contacto con nuestra tripa, por no decir
corazón. Pero con todo y todo bien valió la pena. Aquí se me ocurre la
pregunta de qué es mejor ¿haber nacido ciego o haber mirado por años y
sólo después perder la vista? La metáfora es pertinente en nuestra reali-
dad actual. Porque otra vez un fantasma recorre el mundo y desafortu-
nadamente no es al que se refería Marx. Me temo que este ciclo debería
219
ciencias sociales
más bien llamarse “El amor en los tiempos del sida” que, aunque ya no
es un título original, resulta adecuado. Sí, ese fantasma al que me refería es
el del sida.
Al final de la década anterior empezamos a tener noticias de que
algunas nubecillas amenazaban nuestra revolución sexual. El herpes
genital, que existía ya desde hacía tiempo, parecía estar proliferando. En
Estados Unidos —tan dados a realizar todo tipo de estadísticas— 20
millones de personas lo tenían. Esta enfermedad incurable, sexualmente
transmitida, dolorosa y muy desagradable para quien la padece, se vol-
vió un estigma. En más de una ocasión conocidas mías se abstuvieron de
tener relaciones sexuales con hombres de quiénes se sabía que tenían
herpes. En México todo se sabe y a esas alturas no habíamos tomado
todavía en serio al condón, y seguramente tampoco se trataba del amor
de sus vidas.
Pero si el herpes genital y otros padecimientos como el micoplasma,
la cándida, etc. eran unas nubecillas, a principio de los 80 nos cayó la
tormenta, qué digo tormenta: el cielo entero. El sida nos agarró despreve-
nidos y sobre él no podemos más que hablar en serio.
Estoy segura de que a ustedes no hay que explicarles qué es el sida,
ni cómo se transmite. Lo que sí tenemos que repetir una y mil veces es
que, como lo han dicho Carlos Monsiváis, Luis González de Alba y mu-
chos otros, TODOS ESTAMOS EN LOS GRUPOS DE RIESGO. Si bien es cierto
que en nuestro país en un principio los afectados eran básicamente hom-
bres horno y bisexuales, podemos afirmar que eso fue circunstancial y
que la tendencia es que la enfermedad ataque a la población en general.
Cuándo en México se empezaron a registrar casos de sida, la proporción
era de aproximadamente 25 hombres por cada mujer. Para octubre del
año pasado ya eran 9 hombres por cada mujer, cifra que aún continúa
vigente. De los 2158 casos que había para el 1° de febrero del año en
curso, 222 eran mujeres. A pesar de que los hombres homo y bisexuales
siguen siendo los más afectados, con el 72.2% de los casos, su propor-
ción relativa ha ido disminuyendo constantemente, en parte porque los
otros factores de riesgo han cobrado mayor importancia, pero también
porque muchos de los hombres gays han tomado en serio las medidas
preventivas. El contagio heterosexual, en constante aumento, fue a prin-
cipios del mes pasado el responsable del 13.5% de los casos. Antes la
enfermedad se duplicaba cada 11 meses, hoy se duplica cada 7. De con-
tinuar la tendencia actual se calcula que para 1991 habrá cuatro y medio
millones de personas infectadas por el VIH, si consideramos conserva-
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Ana Luisa Liguori
doramente que puede haber 50 infectados por cada uno de los 90 000
enfermos que se calcula habrá para entonces. Esta es una enfermedad
terrible que conlleva un grado increíble de dolor humano.
Necesitamos reflexionar sobre todas las maneras en que el sida está
cambiando nuestras vidas. Ya al final de los años setenta se hablaba
mucho de un regreso a valores conservadores. Esto se notaba entre otras
cosas en el desencanto por la lucha política de izquierda tanto en nues-
tro país como en otros. Muchas mujeres que habíamos estado militando
en el feminismo y preocupándonos por hacer nuestras carreras, empeza-
mos a acercanos a nuestro límite biológico para procrear y los bebés
empezaron a aparecer como hongos. Pero esto fue pecata minuta. El pro-
blema verdadero han sido las fuerzas más conservadoras y reacciona-
rias de nuestro país (así como de otros) que han emprendido una
verdadera cruzada en contra de todas las luchas libertarias. Esto lo he-
mos padecido en diversas instancias. En lo cultural, por ejemplo, recuér-
dese la invasión de pro-vida al Museo de Arte Moderno y los ataques a
jesusa en su Concilio de Amor. Pero donde esas fuerzas han encontrado
su arma más letal ha sido en la utilización del sida. Porque su campaña
contra el condón sólo se puede calificar de criminal. Y si las autoridades
de Salubridad, a pesar de sus buenas intenciones, no le hacen frente a
esos grupos, anteponiendo la salud pública a sus presiones, se volverán
sus cómplices. Las sesiones de quemar condones, las conferencias, los
pasquines que han editado explicando cómo el sida es un castigo divi-
no, son criminales. La iglesia y sus secuaces tienen la solución clara: las
personas deben de casarse vírgenes —tanto hombres como mujeres— y
después mantener un vínculo monógamo para siempre y punto final. El
problema es que el mundo no es así. Quien quiera seguir esos sagrados
preceptos, que lo haga, pero no puede ser la única alternativa. La psique
humana es muy compleja y son muchos los factores que llevan a un
individuo a tener determinadas prácticas o preferencias sexuales. Ade-
más, muchas veces el amor se acaba y en tiempos de democracia, o si se
quiere pseudodemocracia, eso todavía tiene remedio. En contra de la
posición de las fuerzas reaccionarias, pensamos que de lo único de que
se trata es de no poner nuestras vidas y las de los otros en peligro. ¿Es
demasiado pedir que se use sistemáticamente el condón? En teoría pare-
cería que no, pero la realidad es muy diferente. Entre mis amigas feminis-
tas he pontificado sobre las bondades del condón. Pero cuando las veo
después de haber tenido una nueva aventura y les pregunto: ¿y entonces
qué, lo usaste?, la respuesta siempre es negativa. O porque era un cuate
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ciencias sociales
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política
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política
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Rolando Cordera
Rolando Cordera
U
n antiguo gurú mío, conocido entonces como Carlos Monsiváis,
que dejó de serlo porque pasó al nivel superior de militante po-
lítico, se ha encargado de mostrar cómo la pasión no tiene por
qué separarse de la acción calculadora que caracteriza o debería caracte-
rizar a la política. Años antes, cuando el post68 amenazaba sofocarnos,
la búsqueda de una relación digamos positiva entre lucidez y compromi-
so colectivo y entrega con la causa de la libertad política, consigna maes-
tra del mismo gurú, nos llevó a muchos, tal vez no tantos como entonces
pensábamos, pero muchos al fin y al cabo, a hurgar en la maraña de las
relaciones interpersonales buscando ya no tanto vínculos positivos, o
constructivos, del tipo haz el amor y no la guerra o la imaginación al
poder, etc., sino tan sólo posibilidades o esperanzas de no destrucción,
íntima y también grupal, grande o pequeña, pero de todos modos colec-
tiva. Empezamos a imaginar que desde ya se podía ampliar la frontera
de lo político, aspiración que quedó debidamente plasmada como para-
digma en “lo personal es, yo agregaría también, político”.
Con el tiempo, al instalarse la desesperación y el acoso, la concien-
cia de que se empezaba a entrar en un tiempo difícil, junto con la renuen-
cia a aceptar que la explosión de los sesenta había ya pasado, vinieron y
nos vinieron los slogans, las fórmulas cosificadas que disfrazaban de
liberación lo que en buena medida era impotencia, y que ofrecían cami-
nos de redención que más que ampliar los límites de lo político en reali-
dad reducían a éste a las esferas rutinarias de lo que se entendía hacían
o pensaban los políticos. La política era puesta a un lado, convertida en
actividad especializada y aun denostada, propia de los simuladores al
servicio del poder y la riqueza, y la pasión, la transformación, se instala-
ba en las ciudadelas de lo íntimo, de lo privado, dando paso a formas
supuestamente locas de exploración de lo personal, que sin embargo
ponían a la pasión misma al margen de toda posibilidad de apropiación
racional y social.
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política
Lo que no se tiene
Marta Lamas
N
o existe un amor natural ni hay una naturalidad en el amor. Las
personas llamamos amor a la forma en que encauzamos y domes-
ticamos nuestras pulsiones, a la manera en que ritualizamos
ciertos intercambios personales. Nuestra “educación sentimental”, que
se lleva a cabo principalmente de manera no consciente, nos hace intro-
yectar esquemas de percepción y de regulación de las pasiones: normas,
prohibiciones y tabúes. Por eso los sentimientos y las acciones amorosas
tienen que ver en gran medida con imperativos culturales.
El psicoanálisis devela cómo las pulsiones y las emociones se van
estructurando psíquicamente conforme a un código familiar, que refleja
valoraciones sociales, culturales y de clase. La antropología permite una
toma de conciencia de cómo las personas, y sus relaciones con los de-
más, se convierten en el objetivo de complejos sistemas de ritos y ceremo-
nias. Tanto el psicoanálisis como la antropología, refuerzan la idea de
que lo simbólico priva sobre lo biológico.
Ciertos historiadores y sociólogos han hecho con nosotros lo que
los antropólogos con las culturas ajenas o extrañas: desmontar la idea
de “naturalidad” de nuestros sentimientos y prácticas amorosas. Norbert
Elias ha mostrado cómo un arduo trabajo de siglos ha sido dedicado a
moldear gestos y sentimientos, a cuidar la presentación, a reglamentar
los modales, las buenas maneras, para así convertirnos en “civiliza-
dos”. El trabajo de Elias coincide mucho con el de Michel Foucault, que
también cuestiona la supuesta naturalidad de la sexualidad humana, y
analiza cómo se ha organizado e institucionalizado el sexo en las socie-
dades occidentales modernas. Para comprender los emergentes proce-
sos de individualización y privatización en la sociedad occidental, Elias
y Foucault utilizan distintas referencias. Elias analiza la formación del
Estado moderno y las relaciones de fuerza que se establecen entre los
diversos grupos sociales, mientras que por su parte Foucault explora
con minuciosidad y rigor la sexualidad.
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Marta Lamas
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Carlos Monsiváis
Carlos Monsiváis
S
on compatibles el amor y la democracia? Hasta hace poco, la res-
puesta inmediata era negativa, todos creían que el amor, situa-
ción gloriosa y dolorosamente subjetiva, sólo se entendía desde
la sinrazón de dos personas, sin vínculo alguno con la política, y tan
poderosa que trascendía los determinismos de la economía (“Te amo
aunque seas rica”). Y el amor, la noción suprema, era antidemocrática
por naturaleza, en la pareja existía siempre la parte vencedora, y la igual-
dad era la falacia que sólo tenía adeptos verbales. El enamorado aspira-
ba a la posesión y el dominio, y no admitía menos.
Las instituciones apoyaban esta versión del amor, que le imponía a
la mujer tributaciones morales y persecuciones físicas y/o sociales, y
sólo le suplicaba al hombre mantener las apariencias en la vida matri-
monial. El melodrama era el espacio formativo de la ideología amorosa,
y todo (frases, tramas, canciones, novelas rosas, obras teatrales, pelícu-
las) coadyudaba a implantar la noción del amor, el clímax humano, que
frenético o tierno era forzosamente jerárquico. Por el amor, en estos des-
files mitológicos, el hombre redimía a la mujer de su condición pasiva;
por el amor, la mujer ascendía al rango de compañera; por el amor, el
hombre conseguía la operatividad doméstica.
En la primera mitad del siglo XX, las ideas freudianas deshacen el
entendimiento tradicional del amor. Ante las sucesivas revelaciones del
inconsciente (“La verdadera motivación de los actos radica en...”), ¿cómo
defender las explicaciones de los tradicionalistas, liberales y conserva-
dores, que erigieron desde púlpitos y epístolas laicas, la dictadura del
amor ideal, arrobado, eterno (si era compromiso ante la ley divina y la
humana), que le exigía a las mujeres la perenne virginidad espiritual, es
decir, la abolición de cualquier deseo confeso, y al hombre le pedía que
pecase para que fuese perdonado. Pero la duda sobre la naturaleza de
los actos diseminó ideas y sensaciones nuevas: nada era como se creía,
el trasfondo del sacrificio era el aplastamiento de la voluntad, negar el
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política
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Carlos Monsiváis
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política
roles fijos, la crítica al fatalismo de los géneros y las visiones más libres
de la pareja, ya no la fundación del mundo, Adán y Eva, sino algo menos
alegórico y por lo mismo mucho menos convencional.
¿Qué tanto se ha avanzado en el terreno de la humanización o la
significación humanista de la relación amorosa? Hablar, si eso es posi-
ble, de las relaciones entre amor y democracia significa también exami-
nar el modo en que la vida política y social incorpora demandas de la
intimidad y/o de la vida privada, como se prefiera. En esto, lo personal
tiende a ser democrático, no sólo por lo obvio: quien se pronuncia contra
el autoritarismo debe eliminarlo de su conducta, sino porque en etapas
de situaciones y transformaciones dramáticas, el amor es componente
esencial. Esto, desde muchos puntos de vista, puede ser un hecho inasi-
ble o una premisa portentosamente cursi, pero lo que expresa y contiene
es una realidad urgente. Si el PRD, por ejemplo, se propone ser la gran
alternativa ante la barbarie del neoliberalismo y la cerrazón del conser-
vadurismo, necesitará incorporar orgánicamente a su programa lo que el
PRI y el PAN jamás podrían hacer: las exigencias de la vida cotidiana, la
lucha por la despenalización del aborto, la información sistemática so-
bre el sida, la lucha contra los violadores, el asedio ideológico al sexismo,
etcétera. En todo esto, y por difícil que sea usar la palabra más desgasta-
da y resbaladiza del lenguaje, el amor es una realidad primordial cuya
traducción democrática profunda es la solidaridad, que hoy conoce su
admirable vanguardia en los grupos dedicados al apoyo de los enfermos
de sida y a evitar como se pueda la propagación del mal.
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Jesusa Rodríguez
Para Charly
Jesusa Rodríguez
A
gradezo antes que nada la colaboración de Marta Acevedo, Lu-
cía García Noriega, Ana Luisa Liguori y Liliana Felipe sin cuya
experiencia me habría sido imposible recopilar los datos en que
se basa esta investigación.
Dentro de las múltiples teorías amorosas que han existido, se en-
cuentra la famosa teoría de que no se puede teorizar en cuestiones de
amor.
Apoyada en esta hipótesis intentaré abordar el tema de una manera
práctica o empírica, a saber:
EL COITO EN TIEMPOS DE DEMOCRACIA O LA COPULA SUFRAGANTE
Para ello iniciaré esta ponencia —en el sentido púramente metafó-
rico de la palabra— haciendo un recorrido por las distintas tendencias,
variantes y posiciones políticas que se dan en la práctica común de las
diversas posturas.
a) El coito de inversión u orgasmo capitalista:
Esta práctica se basa en la estrecha relación entre el monto de la suma
depositada en el buró y la cantidad de orgasmos obtenidos con él... con el
buró.
Si la cantidad es prestada, mayores serán las fricciones y a medida
que la deuda avance, resultará mucho más difícil prestar. El sujeto some-
tido a esta práctica sodomita involuntaria, termina por devolver, o en el
mejor de los casos, conseguir que le condonen los intereses vencidos.
Esta hemorragia de efectivo, termina por desangrar al más débil
que a pesar de todo se aproximará al climax con la sensación de haber
sido bien manipulado. Sea como sea resulta una práctica mucho más
bursátil de lo que se cree, especialmente para los tenedores de obligacio-
nes subordinadas convertibles en certificados de aportación patrimo-
nial. Por ultimo, en este fenómeno influye grandemente la penetración
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Nelly Schnaith
Nelly Schnaith
E
l pequeño tratado sobre la felicidad que abre las reflexiones maes-
tras de Freud acerca del malestar en la cultura constituye, en
realidad, un examen sistemático de los modos de evitar el sufri-
miento. Lo curioso de la inversión revela pronto la profundidad del abor-
daje: toda disposición a la felicidad es tributaria de una posición frente
al sufrimiento.
Cualquier aspiración, en esencia, nace como corrección ideal de un
hecho del cual no puede separarse. Pero, al esposar el sufrimiento —un
hecho—, con la felicidad —una aspiración—, apuntamos por así decir al
corazón mismo de los debates entre el ser y el no ser; entre el deber ser y
el querer ser; entre lo irreductible y lo posible. Esta patética y apasionada
controversia entre el deseo y la realidad es una matriz donde se engen-
dran y reabsorben los muchos sentidos de la empresa humana.
Dice Freud que las fuentes de la desgracia son tres: el propio cuer-
po, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior y la
naturaleza, dotados de poderes de destrucción implacables; y las rela-
ciones con otros seres humanos, esta última la más conflictiva de todas
porque parece surgir de nosotros mismos y no de un origen extraño. No
creo que Freud se opusiera a la observación de que éstos son también los
tres campos en que nuestro deseo persigue una promesa de felicidad y
en los cuales puede llegar a realizar una experiencia de satisfacción. La
amenaza y la promesa vienen juntas y, en la incertidumbre, el ser huma-
no goza o padece según la fuente de dicha o de sufrimiento que su edad,
su sociedad o los conflictos históricos de la especie le permitan privile-
giar.
En todos los casos, la felicidad es más una disposición del ánimo
que un estado de cosas. Como tal, puede resultar de un difícil aprendiza-
je en los reveses de la aflicción —una coexistencia pacífica siempre frágil
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Nelly Schnaith
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culpabilidad” dice Freud4 con talante a la vez muy afín y muy ajeno a
Nietzsche. Los términos del análisis son asombrosamente coincidentes,
pero las consecuencias que se infieren divergen. Lo que en Nietzsche
conducía a una exaltada propuesta de liberación de los instintos vitales
—no hay libertad sin ley sino con otras leyes, otros valores— se vuelve
en Freud la prudente comprobación de un conflicto insuperable al cual
no vacila en otorgar dimensión metafísica y cosmológica —pulsiones de
vida, eróticas, contra pulsiones de muerte, destructivas— y cuya relativa
solución queda suspendida de una frágil esperanza en las potencias del
eros asistidas por el logos.
No caeré en la presunción de ofrecer una receta personal como pa-
liativo de semejante dilema. La pregnancia de estos planteamientos au-
toriza, sin embargo, a una tarea más modesta: poner bajo sospecha ciertas
recetas ad usum en las actuales sociedades desarrolladas. Ante la impo-
sibilidad de revelar cómo se logra la felicidad atengámonos por lo menos
al intento de mostrar algunos de sus falsos sustitutos.
Intento harto difícil: ¡Quién se atrevería a distinguir entre una
ilusión de felicidad y una felicidad verdadera! Esta duda de magno
alcance se funda en una precaria certeza: los hombres tienden a inter-
pretar su realidad en función de sus deseos, conscientes e inconscien-
tes, y a justificar sus ilusiones con otras ilusiones que pasan por
realidades. Tal vez sea aconsejable limitarse a distinguir entre ilusio-
nes e ilusiones y, llegados a este punto, abandonar el criterio de verdad
para proseguir el análisis midiendo provisionalmente al deseo con sus
propias ilusiones y calibrando la solvencia de la gratificación que ellas
mismas proporcionan.
A fin de cuentas, desde el punto de vista del afán de gratificación,
un mismo impulso mueve a la neurosis (que engendra el síntoma como
fallida respuesta ante el deseo insatisfecho); al trabajo (que, si no es total-
mente alienado, transforma deseos en actos); a la religión (que ofrece
símbolos de consuelo para el deseo en desamparo); a la ciencia, al arte o
a la acción social (formas sublimadas de realización del deseo que enca-
minan su energía hacia fines más altos). El deseo debe medirse con su
propia satisfacción, más o menos ilusoria, más o menos nociva, para
reencontrar la “realidad”. Apresado entre su tendencia al placer y su
resistencia de lo real, debe emprender a tientas el camino de una transac-
ción que lo satisfaga sin aniquilarlo. En esta búsqueda ritmada por avan-
ces y retrocesos el deseo reitera sus encuentros y desencuentros con la
realidad. Aprender a negar como real el objeto de sus alucinaciones;
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El mercado de la felicidad
A esta altura de mi argumento resulta ya banal afirmar que los valores
simbólicos inherentes a la estructura espacio-funcional del hipermercado
condicionan una configuración del espíritu. Es el ámbito físico y alegóri-
co donde cobran hoy cuerpo y figura los signos ambiguos de la felicidad,
que se ofrecen al alcance de la mano, a la vista, a pedir de boca. Todo es
cuestión de apresar y engullir: self-service. O escupir cuando no sabemos
—dado que esta es su ley— “atrapar al deseo por la cola”. La felicidad es
otro artículo prefabricado, aunque inmaterial, que trasluce en la copiosa
panoplia de tentaciones esgrimida por la industria cultural y de infraes-
tructura. La otra cara de la moneda, en esta pesquisa del tesoro carente
de sorpresas, es el fomento del olvido. Hay que volver la espalda a las
insatisfacciones de fondo que evocarían otras necesidades más afines
con la ilusión de una felicidad auténtica. Se trata de legitimar, no el
contenido sino el sentido de la felicidad. La venturosa ilusión de la di-
cha es tal cuando se solidariza con una práctica de la libertad que con-
siste en no mentirse a sí mismo respecto a las necesidades más profundas
o más inconfesables: ni negarlas, ni expulsarlas sino reconocerlas. Pero esto
implica el esfuerzo de sustraerse a la mascarada convencional de la di-
cha a ultranza que se nos impone a diario. La cacareada realización
“personal” debe pasar indefectiblemente por este ejercicio de emancipa-
ción.
Y frente al problema de la libertad —en consecuencia con el de la
felicidad— como impulso a rebelarse contra los modelos coercitivos que
propone masivamente la era de la abundancia, recaemos en el procedi-
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Nelly Schnaith
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Nelly Schnaith
les del alma, expresadas por una metáfora secular. la de la luz y la vi-
sión. El alma en tanto conciencia, res pensante y lumen naturale, era la
mirada inteligible, el ojo esciente que nos abría a la luz de la verdad;
verdad sobre las cosas y sobre nosotros mismos, sobre nuestro ser y de-
sear. Hoy hemos comprobado las falacias del espíritu. Su visión, como la
de los ojos, está sujeta a múltiples interferencias que pueden enceguecerla
para lo verdadero y evidente. Tratándose de algo tan poco evidente como
la felicidad es lógico que nos invada aún mayor recelo e incertidumbre
respecto a las facultades del lumen naturale en la búsqueda de un sentido
genuino atribuible al disfrute de ciertas ilusiones. Si el alma se muestra
represora y falaz en la apreciación de nuestra realidad mal puede con-
vertirse en garante de una mediación con nuestras fantasías, en especial
aquellas que alimenta el cuerpo y las pulsiones.
Nos aproximamos así, en relación con este problema, a una fórmu-
la que puede resumir la situación paradojal del hombre del progreso y
del bienestar: un hombre que ya no confía en su alma y que todavía no ha
intimado con su cuerpo. Un hombre despojado de toda certeza interior
acerca de sí mismo y lanzado, a la vez, tras expectativas incontroladas
referentes a su realización en el entorno social exterior. En este desequi-
librio muerde el manejo teledirigido de arcaísmos y “neologismos” con
que se presiona al sujeto de la cultura consumista. La coexistencia de un
desengaño aún no asimilado y de una promesa aún no cumplida lo
entrega inerme a los espejismos del mercado de la felicidad. Los mismos
constituyen la vía de escape más fácil al sufrimiento provocado por su
doble frustración.
¿Qué propuesta terapéutica arriesgar ante este escapismo malsa-
no? El desafío de toda terapia consiste en que impone el abandono del
orden puramente reflexivo. Una terapia debe arriesgar hipótesis que se
comprometen con el orden existencial, allí donde lo pensado se vive.
Entonces, la dialéctica de los símbolos, las metáforas del cuerpo y del
alma, la felicidad y el sufrimiento dejan de ser ideas analizables para
encarnarse en experiencias viscerales cuyo sentido se juega más acá y
más allá de la reflexión. En esta esfera cambia de signo la necesidad de
recuperar un alma que goce de las bondades del cuerpo. Ya no se trata de
historiar los conceptos, su entorno ideológico y sus evocaciones simbóli-
cas. Ahora es preciso decidir, en su acepción fuerte, en qué dirección
hemos de mover la dialéctica o, al menos, intentar hacerlo.
La felicidad protésica se reveló como la mala sombra de los sufri-
mientos engendrados por una doble frustración histórica: el desengaño
257
desde lo cotidiano
Notas
1
Sobre el desarrollo de la culpa cf. Genealogía Moral, Tratado II. Sobre la relación
enfermedad/salud y penetración reflexiva cf. Prefacios y Gay Saber y primeros capí-
tulos de Ecce Homo.
2
Doy por sentado que este planteo se refiere a sociedades de abundancia y con cierto
grado de institucionalización de los derechos llamados del hombre, en su acepción
política. En ellas un nivel medio de bienestar material y de seguridad individual
permite analizar la aspiración a la felicidad como un problema de superestructura
atinente a las condiciones de posibilidad de satisfacciones no primarias. Mal podría
abordarse la cuestión en estos términos para áreas de marginación dentro de esas
mismas sociedades o para regiones enteras del mundo en que la imaginería utópica
de la felicidad se reduce a un mendrugo de pan o a un techo de latón, a un mes más
de vida o a un día menos de cárcel
3
Suscribo esta fórmula que no traiciona a Freud si bien lo expresa con resonancias
más ambiguas y provocativas. Deja claramente abierto el problema de decidir sobre
259
desde lo cotidiano
4
Freud, El malestar en la cultura.
5
Consideraciones inactuales. II; Sobre la utilidad de los estudios históricos 4; cf.
también 5 y 7.
6
Ibidem. En toda la obra de Nietzsche se repite con insistencia la metáfora de
la alimentación, la digestión y la asimilación. Recordar que el hombre incapaz de
olvido es como un dispéptico. También dice que el filósofo se parece a una vaca:
tiene cuatro estómagos para rumiar sus alimentos. El rumiar es una actividad
eminentemente filosófica.
7
Ibidem.
8
lbidem.
9
lbidem.
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Colaboraciones no solicitadas
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Margarita Gasque
desde el diván
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desde el diván
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Margarita Gasque
Freud y la homosexualidad
Margarita Gasque
F
recuentemente se asegura que la postura de Freud con respecto a
la homosexualidad era reprobatoria y prejuiciada; ante ello, la
intención de este trabajo es presentar algunos elementos y aproxi-
maciones desde la obra freudiana, que puedan constituir la base para
una reflexión seria del problema. Si bien Freud no era militante ni defen-
sor de la causa de los homosexuales, su posición ética dista mucho de
las afirmaciones populares que le han sido atribuidas. Es necesario to-
mar en cuenta la creciente y cada vez más generalizada tergiversación
de los conceptos freudianos, cuya principal causa es la descontextuali-
zación de un elemento de la complejidad estructural del cuerpo teórico
al que pertenece. Así, los términos se popularizan, se hacen lugar común
en las conversaciones cotidianas, hasta que aparecen en revistas y pu-
blicaciones baratas, donde los autores, muy quitados de la pena, llegan
a conclusiones espeluznantes. Esta vulgarización del psicoanálisis trae
como consecuencia la degeneración de sus conceptos, ante los cuales es
fácil situarse antagónicamente.
Tres ensayos de teoría sexual, escrito en 1905, es una de las contribu-
ciones más trascendentales al conocimiento de lo que el hombre tiene de
humano. Dentro del contexto histórico del pudoroso puritanismo del
siglo XIX y principios del XX, Freud no puede callar; tiene que anunciar al
mundo las conclusiones a las que ha sido llevado a lo largo de sus inves-
tigaciones. Sabe que sus opiniones no serán facilmente recibidas y aun
así no se detiene para decir que, contra lo que se piensa, la sexualidad no
es atributo exclusivo de los adultos; sostiene que hay una sexualidad
infantil, y al afirmarlo, se enfrenta contra uno de los prejuicios más pode-
rosos de su época. En este sentido, puede pensarse que Freud no era un
conservador, sino un revolucionario cuyas ideas contribuyen a echar
por tierra los viejos prejuicios. Puede imaginarse la reacción y el escán-
dalo de la ofendida sociedad vienesa ante la idea de que la pretendida
“inocencia infantil” fuera cuestionada.
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Notas
1
Freud, Sigmund., Presentación autobiográfica. En Obras completas. Editorial Amorrortu,
T. XX. p. 36.
2
Freud, Sigmund., Tres ensayos de teoría sexual. En Obras completas, Ed. Amorrortu, T.
VIII p. 146.
3
Ibid., p. 187, nota 51.
4
Ibid., p. 124.
5 6
y Ibid., p. 125.
7
lbid., p. 126.
8 9
y Ibid., p. 128.
10
Ibid., p. 129.
11 12
y Ibid., p. 132.
13
Freud, Sigmund, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. En Obras completas. Ed.
Amorrortu, T. XI , p. 93.
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E
n el sindicato “19 de septiembre” hay dos grupos feministas, con
posiciones totalmente diferentes, asesorando a las costureras.
Uno es el Colectivo Revolución Integral (CRI) y otro, al que perte-
nezco, es Mujeres en Acción Sindical (MAS). Después de los sismos, dife-
rentes grupos feministas y otras organizaciones políticas nos acercamos
a apoyar a las costureras y cuando el sindicato se funda, en octubre de
1985, el CRI y nosotras, que en ese tiempo nos llamábamos la “Brigada
Feminista”, ya estábamos enfrentadas con dos posiciones políticas total-
mente contrarias. Desde un principio, el papel de la asesoría ha sido un
punto de diferencia muy candente, tanto durante el proceso de organiza-
ción de las costureras después del sismo como en la propia formación
del sindicato. Esta discusión ha sido muy intensa, y aunque también el
Frente Auténtico del Trabajo (FAT) y el Movimiento Revolucionario del
Pueblo (que se integró al PRD) han intervenido en ella, realmente se ha
dado fundamentalmente entre los dos grupos feministas. El CRI y el MAS
hemos tenido discusiones muy duras sobre nuestro papel como asesoras
feministas. Uno de los primeros enfrentamientos que tuvimos fue cuan-
do llegamos al campamento de las costureras y la dirigente del CRI se
presentó como costurera, cosa que era mentira y que obviamente hacía
para tratar de ser la secretaria general del sindicato. Cualquiera de noso-
tras, presentándonos como costureras, podía ser dirigente, porque evi-
dentemente el tipo de formación y experiencia política que teníamos era
mayor que la de las trabajadoras, que apenas empezaban a tener una
vida organizativa, sindical, etcétera. Esa fue una discusión muy difícil y
logramos evitar que una asesora se presentara como costurera y que, en
vez de eso, se asumiera como asesora, igual que nosotras. También se dio
una discusión sobre si las asesoras entrábamos o no a formar parte del
Comité Ejecutivo Nacional, cosa que nosotras tampoco aceptamos. Hubo
después un debate sobre si el Comité Ejecutivo Nacional le podía dar
representación legal y representación política a la asesoría y logramos
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desde el movimiento
das de otra manera con las trabajadoras de las fábricas asesoradas por el
CRI, empiezan a jalarse adeptas que cuestionan a este grupo.
En el Tercer Congreso Ordinario la discusión central es que no po-
díamos seguir permitiendo el fraude electoral. El CRI había hecho fraude
y estaba comprobado: las del CRI planteaban que había más gente en sus
fábricas de la que realmente había y por eso tenían más delegadas. Ellas
les habían planteado a las costureras que como el FAT y el MAS éramos
organizaciones terribles, el FAT por charra y nosotras por burguesas, era
necesario mentir para que ninguna de las dos nos quedáramos con el
control del sindicato. Durante dos o tres años las compañeras mintieron,
pero ya no podían seguir sosteniendo a la gente diciéndole que mintiera.
A pesar de ser minoría, nuestros argumentos eran contundentes, e insis-
tíamos en que no se podía permitir el fraude, que no se podía seguir así,
que había necesidad de un registro electoral para comprobar el número
de afiliadas. En ese Tercer Congreso ya hay una ruptura y compañeras
delegadas de ellas votan por nuestras propuestas.
De esta manera, tenemos que desde hace más de un año ya se venía
cuestionando, por compañeras del último comité, el papel del CRI. Estas
no se dan cuenta de que realmente la cosa venía en serio y rematan su
actuación con el convenio en Rosy Brass que fue, por decir lo menos, un
grave error. En ninguna fábrica aceptas que te bajen el 50% del salario
sin la más mínima resistencia, nunca, ni por la reconversión industrial
ni por nada, y la prueba es que las costureras rompieron con la asesoría,
plantearon una resistencia, y el patrón se vio obligado a negociar con
ellas. La mayoría de las costureras de esta fábrica desconocieron la ase-
soría del CRI al interior de la fábrica. Aunque las asesoras firmaron el
convenio con el patrón, afortunadamente no lo depositaron en la Junta,
porque luego luego vino la impugnación de las compañeras y no se atre-
vieron. Sin embargo, el patrón lo aplicó al interior de la fábrica, sin tener
la debida legalidad, por lo tanto las compañeras, con Manuel Fuentes
como abogado, tuvieron la posibilidad de demandar que se les retribuya
el salario que se les ha quitado. Todo esto coincide con el Cuarto Congre-
so y se da una ruptura muy fuerte de compañeras con quince-veinte años
de antigüedad en esa fábrica que dicen: “nosotras somos las constructo-
ras del sindicato” “nosotras ya nos dimos cuenta de que fuimos borre-
gas y ahora queremos realmente construir un sindicato” y que en el
congreso dan una lucha muy valiente, muy frontal, con muchos argu-
mentos y se lanzan también con las denuncias. Octavia Lara, Secretaria
de Relaciones Exteriores del comité anterior, una costurera que una se-
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desde el movimiento
mana antes del congreso se tuvo que ir a Cuba a hacer un curso que ella
misma se consiguió, dejó una carta muy significativa contando cómo
ella fue sustituída de su puesto por la asesoría del CRI. Claro que también
hay un sector de trabajadoras que ante estos problemas se desencanta y
prefiere retirarse.
Con esta ruptura en Rosy Brass las costureras se acercan a
Evangelina Corona y le dan todo su apoyo. Entonces las del CRI plan-
tean, después de tres años, que es un principio elemental, fundamental y
no renunciable la no reelección. Después de tres años que Doña Eva se
reelige ahora es de fundamental importancia la no reelección. El proble-
ma para ellas es que Doña Evangelina ahora puede tener el poder real,
no solamente el poder aparente que tenía como Secretaria General, un
poder de representación, pero no de manejo del sindicato. El CRI se pro-
pone quebrar a Evangelina, quitarla de enmedio, pues obviamente les
quita poder, y tratar de recuperar el poder para ellas. Doña Evangelina
nunca ha estado con el CRI, nunca jamás, ni con el CRI ni con el MAS ni
con el FAT ni con nadie, ella actúa libremente. Doña Evangelina, al mar-
gen de los errores reales que ha cometido, para las trabajadoras significa
una garantía moral. La mayoría de las costureras la ve como la cabeza, la
única gente que ha podido mantener la unidad en este sindicato porque
es independiente y porque es una figura fuerte, reconocida a nivel nacio-
nal e internacional. Por eso hoy las costureras están defendiendo la pre-
sencia de Doña Evangelina, no por su cara bonita o por sus canas, sino
porque la gente no es tonta y se da cuenta que Evangelina ha seguido esa
línea recta de autonomía, de honestidad y de unidad. La gente ve cómo
está su sindicato, que las cosas están muy difíciles, ve lo que ha hecho la
asesoría y entonces plantean la defensa de Doña Evangelina, no como
una persona que también tiene fallas, sino por lo que ella representa en
términos de concepción de sindicato.
Las del CRI se plantean como principio inquebrantable la salida de
Doña Evangelina, otro error, porque están perdiendo más costureras por
esta actitud. A la Corriente Democrática de Lucha y Unidad Sindical
(LUS), que antes había sido minoritaria pues eran simplemente las com-
pañeras asesoradas por el MAS y por el FAT, ahora a esta corriente le
entran todas las compañeras que rompen con el CRI. Todo el mundo
entra a formar parte de la corriente LUS. Las del CRI no tienen una co-
rriente así, con nombre, sino que nada más son la planilla roja. Según
ellas no tenían necesidad de hacer corriente pues eran mayoría. Enton-
ces muchas compañeras de LUS van y le plantean a Doña Evangelina
280
Patricia Mercado
que sea cabeza de la planilla roji-negra, con unos puntos como la vota-
ción directa y secreta y la cuestión de que la asesoría ya no las represen-
tara. Algunas compañeras le preguntaron a Evangelina que si aceptaría
estar también a la cabeza de la planilla roja. Ella comentó que sí, siempre
y cuando aceptaran estos puntos, porque ella estaba convencida de esas
ideas. Obviamente las del CRI nunca se lo propusieron; sólo le propusie-
ron que entrara a la secretaría de organización. La cosa era tenerla ahí,
pero no darle poder.
La reacción de las costureras fue genial. En Rosy Brass decían: “Bue-
no, si la asesoría no le dió el poder a Eva cuando era Secretaria General,
imagínate ahora que la querían proponer de Secretaria de Organización.
Nosotras queremos a Evangelina y además para nosotras esto no es re-
elección porque es la primera vez que va a cumplir con su papel”. Era
muy buen argumento. Entonces llega el congreso, con todo este problema
encima. Se eligen delegados incluso antes de que salgan los documentos
y antes de que salgan las planillas; o sea la gente ni siquiera discute ( eso
siempre había pasado en el sindicato año tras año). En la mayoría de las
fábricas, incluso también en las nuestras, los delegados no salían elegi-
dos después de un debate de todo lo que se iba a discutir en el congreso,
con posiciones claras, porque nunca se tenían los documentos a tiempo.
Para nosotras lo mejor hubiera sido plantear que este congreso no se
realice, porque no se ha discutido, porque no se eligieron delegados en
base a posiciones; los delegados no representan las posiciones de las
trabajadoras de las fábricas, por lo tanto, es un congreso ilegal en térmi-
nos de representatividad.
Sin embargo, las costureras no funcionan así. Una, que tiene cierta
experiencia política, puede pensar cómo se deben de hacer las cosas
pero la mayoría de la gente no lo piensa de esta manera, tiene un proceso
distinto. Entonces se llega al congreso y cuando se hace la votación de
Comité Ejecutivo, ni siquiera aceptan la petición de que se pare la plani-
lla, o sea, decirles: párense enfrente pa' verlas; no lo aceptan. Pero una
cosa importante es que entonces toda la gente se da cuenta. Las del CRI
siempre le han apostado a que las costureras no piensan, pero por eso ya
perdieron, porque la gente sí piensa. Esta vez las del CRI formaron una
planilla de gente demasiado nueva, que tiene seis o tres meses de afilia-
da, obviamente con toda la intención de manejarla. Las del CRI ya no
tienen tanto tiempo, ni tanta energía, para dedicarle al comité, están en
otros lados. Por eso necesitaban un comité que estuviera en sus manos,
que no funcionara, o que funcionara por ahí una vez al mes en una
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desde el movimiento
reunión. Realmente gente tan nueva no conoce nada del sindicato y ésa
fue otra cuestión más por la que muchas compañeras, diferentes compa-
ñeras esta vez, rompen con ellas: “cómo es posible que no nos hayan
propuesto a nosotras para el comité, si nosotras somos las que construi-
mos ese sindicato, y que hayan propuesto a gente que acaba de entrar,
que no sabe nada”. Las del CRI cometen un error tras otro, y así les dan
argumentos y argumentos a las costureras: “¿por qué tan nuevas?, eso
significa que quieren que sean títeres”. En nuestra planilla, de las diecio-
cho costureras del Comité Ejecutivo, nueve propietarias y nueve suplen-
tes, más las tres de comisión de honor y justicia, que suman veintiuno, y
las suplentes que suman veintitrés, solamente tres son compañeras que
han estado en comités ejecutivos anteriores: Doña Evangelina, Leticia
Olvera (una compañera del MAS) y Alma (una compañeras de éstas que
rompen). Sólo tres, o sea que las otras veinte son compañeras que nunca
han tenido una experiencia de comité, son nuevas, porque no han estado
en comité ejecutivo pero viejas de que conocen su sindicato. Así nos
vamos al congreso y a la votación. Se registraron setenta y tantos delega-
dos y se da la votación treinta y siete contra veintiocho. De los treinta y
siete, once delegados son de la fábrica de CARNIVAL (son delegados que
no se eligen por asamblea). Ni siquiera se logra una asamblea para que
de ahí digan fulana, mengana y la gente vote, sino que ellas nombran a
las delegadas y piden firmas a la gente nada más para cubrir el expe-
diente (tú fírmale aquí, fírmale aquí, fírmale aquí y firmaron). Imagínate,
once delegadas, ya no digamos que no traen discusión, que ni siquiera
fueron electas en asamblea. Entonces las costureras inconformes cues-
tionan a esos delegados.
Por otra parte, en la fábrica de Clavería reducen a la corriente LUS el
número de sus delegadas. A pesar de ser una fábrica en la que se había
realizado recuento, y que el recuento lo habíamos ganado, como es una
fábrica en conflicto, es decir que están en huelga, las del CRI dicen que no,
que es un caso de excepción y que solamente pueden tener un delegado
como caso de excepción. Con irregularidades de este tipo se hace la vota-
ción: treinta y siete - veintiocho. Lo mejor hubiera sido no llegar a esa
situación, y plantear que por lo tanto este congreso no se realiza. Pero la
gente para darse cuenta necesita pasar por las cosas; entonces, obvia-
mente, los veintiocho delegados y las costureras dicen no reconocemos
esta elección, ni este comité. Empiezan a recapacitar después de que
suceden las cosas y se empieza nuevamente con otra campaña de reco-
lección de firmas. Muchas delegadas votaron amenazadas. Antes de
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Patricia Mercado
muy beligerante, con la actitud de que “aquí las minorías se joden” (así
habla ella) y ahora se echa todo un discurso de que este proceso ha
estado muy bien, de que ha hecho avanzar la democracia en el sindicato
y en la conciencia de las costureras. Incluso en esta reunión algunas
costureras del CRI trataron de plantear la cuestión de que esto era un
pleito entre asesoras y que nos estamos llevando entre las patas al sindi-
cato. Tanto las costureras asesoradas por el MAS como nosotras mismas
nos defendimos diciendo: “ nosotras como MAS, no somos asesoras de
las compañeras de Rosy Brass ni de Lisa, ni de las que están en la oposi-
ción en Berson y Modareli, que son las costureras que hoy están plan-
teando la ruptura con el CRI”. Esas costureras están ahora en la corriente
LUS porque están de acuerdo con los puntos que hemos propuesto, por
esto el problema actual no es un problema entre asesoras.
A pesar de que en un principio las del CRI sostenían que eran la
mayoría y que como ya habían ganado, no había mayor discusión, se
logra hacer valer el cuestionamiento de parte de la corriente LUS. Obvia-
mente, Evangelina tiene un papel importante, así como la propaganda
que logran hacer las compañeras y se logra que ninguna organización
reconozca a ese comité ejecutivo sino que se reconozca una división in-
terna en el sindicato. Por otra parte, la cantidad de gente que las asesoras
del CRI van perdiendo les hace reconocer que realmente hay un problema
y que tienen que sentarse a negociar y encontrar una solución. A pesar
de que utilizan típicos argumentos priístas, como: “son veinte las que
andan ahí revoloteando”, obviamente saben que no son veinte puesto
que se han sentado a hablar. Las dirigentes de las fábricas con Evangelina
habían planteado la necesidad de hacer una manifestación y demostrar
que somos mayoría y así obligar a citar a nuevo congreso o a hacer el
referendum. Pero ante esa situación, el CRI acepta el referendum y tam-
bién, por primera vez, aceptan que se vote con voto secreto. La corriente
LUS ya había logrado convencer a la mayoría de la gente de que lo mejor
es votar por voto secreto, directo y universal, y era ya muy difícil para el
CRI defender que no haya voto secreto, universal y directo. Hasta su
aliada del MRP acepta que, efectivamente, no hay mejor propuesta que la
elección por voto directo y secreto.
Nosotras planteamos entonces que había que decidir dónde se iba
a realizar la votación del referendum, si en el sindicato o en las fábricas.
Nuestra propuesta era ir a las fábricas, pues si ya hay un descontento,
una crisis, la gente no se moviliza para ir a votar. Si quieres que la gente
vote, se la tienes que poner fácil; los sandinistas llevaban las urnas a las
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Jesús Jáuregui
documento
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Jesús Jáuregui
A
principios de 1939 Claude Lévi-Strauss regresaba a Francia
lleno de ilusiones. Había iniciado exitosamente su paso de la
filosofía a la etnología, realizando en Brasil, a partir de 1935,
investigación de campo entre los pobladores de la zona de San Paulo y
algunos grupos indígenas del interior: Caduveo, Bororo, Nambikwara y
Tupí-Kawaíb. Con los materiales recogidos había organizado exposicio-
nes museográficas en París y había publicado un artículo relevante,
“Contribution à l´étude de l´organisation sociale des indiens Bororo”
(1936). Era el momento de preparar su tesis.
Sin embargo, por su condición de judío, se vio obligado a abando-
nar Europa en 1940. Encontró refugio en los Estados Unidos, gracias a las
gestiones de Alfred Metraux y Robert Lowie, quienes le consiguieron una
invitación para enseñar en la New School for Social Research de Nueva
York. Entonces no se podía pensar en expediciones —tanto por la falta
de fondos, como por la coyuntura internacional—, pero, en cambio, el
clima intelectual era propicio para desarrollar un trabajo de tipo teórico.
Ya como profesor de la Ecole Libre des Hautes Etudes, desde 1941,
intentó afrontar el desorden existente en la inmensa cantidad de do-
cumentos etnográficos del acervo antropológico. Eligió el dominio del
parentesco en el que podía, de entrada, señalarse su carácter incohe-
rente, pues para cada sociedad y casi para cada costumbre parental se
proponían diversas explicaciones particulares. Motivado por Roman
Jakobson, e inspirado en Mauss y Granet, comenzó a escribir en 1943 Las
estructuras elementales del parentesco, con el propósito de lograr su explica-
ción a partir de un número reducido de proposiciones significativas.
En 1945 prefirió el puesto de consejero cultural de la Embajada de
Francia en los Estados Unidos, en lugar de la de México: su proyecto era,
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documento
relación de descendencia
De esta manera, primos paralelos son los hijos de germanos del mis-
mo sexo: patrilaterales, los hijos del hermano del padre de Ego; matrilate-
rales, los hijos de la hermana de la madre de Ego.
Mientras que primos cruzados son los hijos de germanos de sexo
diferente: patrilaterales, los hijos de la hermana del padre de Ego; matrila-
terales, los hijos de la madre de Ego.
El siguiente diagrama ejemplifica estas nociones:
primos primos Ego primos primos
cruzados paralelos paralelos cruzados
patrilaterales patrilaterales matrilaterales matrilaterales
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documento
Simone de Beauvoir
Y
a hacía mucho tiempo que la sociología francesa dormía; hay
que saludar como un acontecimiento el libro de Lévi-Strauss que
marca un brillante despertar. Los esfuerzos de la escuela dur-
kheimiana para organizar de una manera inteligible los hechos sociales
se revelaron decepcionantes porque se apoyaban en hipótesis metafísi-
cas discutibles y sobre postulados históricos no menos dudosos. Por
reacción, la escuela americana pretendió abstenerse de toda especula-
ción: se limitó a amontonar los hechos sin elucidar su aparente condi-
ción de absurdos. Heredero de la tradición francesa, formado no obstante
en los métodos americanos, Lévi-Strauss quiso retomar .la tentativa de
sus maestros evitando sus defectos. Supone él que las instituciones hu-
manas están dotadas de significado, pero no buscará la clave sino en su
humanidad misma. Lévi-Strauss conjura los espectros de la metafísica
pero no acepta por ello que este mundo sólo sea contingencia, desorden,
absurdo. Su secreto será intentar pensar lo dado sin hacer intervenir un
pensamiento que le sea extraño: en el corazón de la realidad descubrirá
el espíritu que la habita. Así nos restituye la imagen de un universo que
no tiene necesidad de reflejar al cielo para ser un universo humano.
No me corresponde criticar —por lo tanto apreciar— esta obra como
especialista; pero él no se dirige sólo a los especialistas. Que el lector que
abra el volumen al azar no se deje intimidar por la misteriosa compleji-
dad de los diagramas y de los cuadros; en verdad, aun cuando el autor
discute minuciosamente el sistema matrimonial de los Murngin o de los
Katchin es el misterio de la sociedad entera, el misterio del hombre mis-
mo el que se esfuerza en desentrañar.
El problema que acomete es el más fascinante y desconcertante de
todos los que han incitado a etnógrafos y sociólogos. Se trata del enigma
planteado por la prohibición del incesto. La importancia de este hecho y
su obscuridad resultan de la situación única que ocupa en el conjunto de
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L
os estudios históricos sobre el feminismo mexicano han pues-
to de relieve, por una parte, al Congreso Feminista de Yucatán
(1916), y por la otra, a las organizaciones de los años treinta, en
especial al Frente Unico Pro-Derechos de la Mujer. En cambio, es menos
conocida la intensa actividad desarrollada por las feministas en los
años veinte.
El Primer Congreso Feminista de la Liga Panamericana de Mujeres,
celebrado en la ciudad de México en 1923, tiene especial significación en
tanto sintetiza buena parte de las concepciones y de los objetivos políti-
cos que orientaron las acciones del feminismo en esa década.
El antecedente inmediato de este Primer Congreso Feminista
Panamericano fue la asistencia de una delegación mexicana —forma-
da por Elena Torres, Eulalia Guzmán, Luz Vera, Aurora Herrera, María
Rentería y Julia Nava de Ruizsánchez— al Congreso de Mujeres Vo-
tantes celebrado en la ciudad de Baltimore, Estados Unidos, en 1922.
Estuvieron presentes ahí también delegaciones de varios países lati-
noamericanos y del Caribe, las cuales en ese momento integraron la
Liga Panamericana de Mujeres. Como presidente honoraria de este orga-
nismo se nombró a la sufragista norteamericana Carrie Chapman Catt y
los cargos de vicepresidencia los ocuparon, respectivamente, la pana-
meña Ester Neira de Calvo, la brasileña Berta Lutz y la mexicana Elena
Torres. Al año siguiente, esta última promovió la organización, en la
ciudad de México, de nuestro Congreso.
El panamericanismo, al plantear una supuesta igualdad y coinci-
dencia de intereses entre todos los países del continente americano, his-
tóricamente ha encubierto los afanes de dominio político de los Estados
Unidos sobre las naciones latinoamericanas. Sin embargo, el carácter
panamericano del congreso feminista de 1923 no quita que éste plantea-
ra una serie de demandas de género significativas para importantes sec-
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DERECHOS CIVILES
Considerando: que por una confusión se ha venido señalando al Ayun-
tamiento como una Institución Política, siendo en realidad administrati-
va y sujeta por tanto a una legislación civil, el Primer Congreso convocado
por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, decide:
a.- Pedir la igualdad civil para que la mujer sea elegible al igual que
el hombre en los cargos administrativos, siempre que posea competencia
administrativa.
Considerando: que la Beneficiencia Pública es una organización
exclusivamente administrativa que debe llenar sus fines y atender a las
necesidades personales de los gobernados desamparados, decidimos:
a.- Elevar al Ejecutivo de la Unión y a los Ejecutivos de los Estados
una solicitud para que los servicios de Beneficiencia sean puestos exclu-
sivamente en manos de las mujeres, de la misma manera que el servicio
militar está puesto exclusivamente en manos de los hombres.
Considerando: que la Ley de Relaciones Familiares contiene cláu-
sulas que establecen una radical desigualdad para su aplicación, el Con-
greso de Mujeres decide elevar al H. Congreso de la Unión una petición
en demanda de que se haga una reforma a la Ley de Relaciones Familia-
res y se imponga con carácter Federal en la forma siguiente:
a.- Igual criterio para el hombre y la mujer en los artículos 77, 93, 97
y 101, supresión del 140 y la última parte del 102, que reduce a la mujer
divorciada a la condición de tutoreada del marido.
b.- Que se formule y decrete un artículo que establezca que todo
juicio de divorcio debe quedar concluido en el término de 6 meses.
c.- Que los hijos, en todos casos y hasta cumplir su mayor edad,
queden con la madre.
d.- Que todo hombre divorciado o que en cualquier circunstancia
abandone a la madre de sus hijos, pague una contribución mensual de
$30.00 por cada hijo, que será aplicada para la atención de gastos de edu-
cación y alimentación ministrados por el Ayuntamiento de cada lugar.
e.- Para garantía del niño, la paternidad y maternidad debe inves-
tigarse.
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DERECHOS POLITICOS
Resoluciones
Considerando: que no todos los hombres están preparados para ejercer
el derecho de ciudadanía y cuando menos la conciencia de responsabili-
dad está por igual entre los individuos de ambos sexos, y
Considerando: que las campañas de política electoral son inmorales
en la forma en que se desarrollan, dado que generalmente juegan intere-
ses particulares de individuos poco honrados que se valen de medios
ilícitos, unas veces aprovechando las cantinas, y otras la presión civil y
militar cuando tienen poder para hacerlo, el Primer Congreso de Mujeres
convocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana resuelve:
a.- Elevar al H. Congreso de la Unión petición para establecer la
igualdad de Derechos Políticos para el hombre y la mujer.
b.- Que se reforme la Ley Electoral en el sentido de establecer la
representación parlamentaria por Agrupaciones sociales o gremiales,
como un medio de garantía para la sociedad.
PROBLEMA SEXUAL
CONTROL DE LA NATALIDAD
Resoluciones
Considerando: que el problema del control de la natalidad constituye un
verdadero problema para la sociedad; pero que en algunos casos se hace
necesario;
Considerando: que la resolución de este problema requiere el auxi-
lio de personas científica y moralmente autorizadas;
Considerando: que la mortalidad infantil en México es sumamente
crecida y la ocasiona la ignorancia, el Primer Congreso de Mujeres con-
vocado por la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana, resuelve:
a.- Elevar una petición al Consejo Superior de Salubridad pidiendo
el establecimiento en toda la República de Clínicas de cuidados prenata-
les y postnatales, donde médicos autorizados y conscientes den los co-
nocimientos que de ellos sean requeridos.
b.- Que en dichas clínicas se den clases de puericultura, higiene y se
haga comprender la responsabilidad social de la paternidad.
PROBLEMAS ECONÓMICOS
Resoluciones
Considerando: que las condiciones sociales en todas partes requieren de
la ayuda coordinada de los esfuerzos de las mujeres. La Sección Mexica-
na de la Liga Pan-Americana de Mujeres,
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SERVICIO SOCIAL
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TRIBUNALES INFANTILES
TRABAJO INFANTIL
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PROTECCION A LA MUJER
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Salvador Mendiola
lecturas
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Salvador Mendiola
L
como una exigencia del pensamien-
o que el lector de suplementos to. Sus escritos nos han recordado
dominicales entiende por que el más alto saber es de caracte-
“postmodernidad”, lo presintió rística poética, y lo que nos dejan
hace un siglo Friedrich Nietzsche pensar es la mejor forma de vivir
como “nihilismo” y dijo que la en- todos en libertad ahora. Al mismo
fermedad nos iba a durar un siglo tiempo, la escritura de esta pensa-
más. También señaló que la única dora ha iluminado una tradición
forma digna de atravesar esta Era diferente para interpretar los sue-
“en que no se puede creer en nada” ños y organizar la economía políti-
implica un esfuerzo para volver a ca, haciéndonos saber que hay
creer en lo más elevado. En esta di- pensamientos subterráneos que to-
rección, con el paso del tiempo, la davía pueden enfrentarnos con lo
obra escrita de María Zambrano ha desconocido, con lo inesperado: la
venido a ser, para los lectores en felicidad.
castellano, uno de los sitios donde Ha comenzado a circular entre
con mayor lucidez hemos podido nosotros la nueva edición de Perso-
realizar el esfuerzo de resignificar na y democracia, libro publicado por
la vida en comunidad. primera vez el año de 1958 en Puer-
Los escritos de María Zambrano to Rico. Punto crucial en la re-
todavía no salen de un muy selecto flexión que va por la pregunta del
grupo de lectores. El público nihi- sentido del liberalismo a la pregun-
lista contemporáneo todavía tiene ta por el significado de lo sagrado,
que estar alejado de los secretos de este libro se nos presenta como un
esta escritura, tanto por la profun- apasionado discurso sobre la sus-
didad de sus temas como por las tancia real de la libertad; así, se nos
radicales exigencias que propone. recuerda: “solamente se es de ver-
Sólo con el paso del tiempo, el sen- dad libre cuando no se pesa sobre
tido común podrá ir comprendien- nadie; cuando no se humilla a na-
do y aceptando los planteamientos die, incluido a sí mismo”. Esta idea
que impone un proyecto cuyo de- nos tiene que hacer recordar que la
seo es comunicar qué es lo más sa- libertad no es algo innato, que la li-
grado para el hombre. bertad es un aprendizaje, una en-
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lecturas
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Verena Radkau
dono por parte del varón son expe- res con quienes habló Maya Nadig
riencias cotidianas, al igual que las valoran en mucho este trabajo que
presiones que mediante los chis- da satisfacción y significado a sus
mes y el ostracismo social ejercen existencias, les permite desarrollar
los demás habitantes del pueblo su subjetividad y probar sus clan-
para lograr el apego a las normas, destinos poderes femeninos. En la
sobre todo de los miembros femeni- sociedad campesina, este trabajo es
nos de la comunidad. El libro de reconocido socialmente y es visible
Nadig no intenta minimizar o su- e indispensable para todos los
blimar esta cruda realidad. La in- miembros del pueblo. Esto da una
terpreta, sin embargo, de manera base más real y eficiente a estrate-
novedosa. Para la autora, la sobre- gias de poder como el chantaje, los
vivencia del machismo como ingre- chismes, los pleitos, la manipula-
diente principal de las relaciones ción sutil, etcétera, que en sí no son
entre los géneros en la sociedad tan distintas de aquellas maneja-
mexicana se debe entre otras razo- das por las amas de casa europeas,
nes a una complicidad entre varo- por ejemplo. En los varones, Nadig
nes y mujeres en lo que ella llama no pudo encontrar este alto grado
la “escenificación periódica y en de identificación con el trabajo, lo
conjunto de las leyes del machis- que atribuye a que ellos tienen que
mo y que llega a calificar incluso optar cada vez más por buscar tra-
como una “especie de solidaridad bajos lejos de su pueblo y someter-
entre los géneros”. Precisamente se a situaciones vitales inestables y
las mujeres más seguras de sí mis- a frecuentes rupturas. Para conser-
mas y más independientes pueden var cierta autoestima, los varones
seguir las reglas del juego dándole tienden a usar estrategias machis-
al varón un sentimiento de supe- tas.
rioridad que como trabajador Pero el machismo rebasa los lí-
migratorio, campesino pobre e in- mites de una relación exclusiva
dígena discriminado le niega la entre los géneros; tiene implicacio-
realidad socio-económica. Al adop- nes sociales más amplias. La auto-
tar superficialmente la acepción ra argumenta que las crecientes
oficial de lo “masculino” y lo “fe- tensiones dentro del pueblo, y en-
menino”, las mujeres logran con- tre éste y la sociedad mayor, sobre
servar espacios propios con las todo cuando esta última impone
posibilidades de influencia infor- pautas económicas que están fuera
mal que en ellos se genera. En esta del control de los campesinos, ya
dinámica, cobra especial importan- no se pueden solucionar mediante
cia el trabajo cotidiano. Las muje- la “economía moral” (E.P. Thomp-
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Verena Radkau
son) tradicional, sino que son repri- realidad marcada por normas so-
midas por una “moral económica” ciales y presiones económicas. Es-
cuya parte económica permanece tos factores económicos, debido a
inconsciente. Es decir, los conflictos la formación y al interés específico
económicos tienden a solucionarse de la autora, ocupan, a mi modo de
en el nivel moral. Parte de esta mo- ver, un lugar secundario en el tex-
ral económica forma precisamente to; en ocasiones su condición de
el machismo, por lo que Nadig con- “inconscientes” es exagerada. En
cluye que en Daxhó las contradic- el manejo de algunos otros térmi-
ciones económicas se escenifican en nos, como por ejemplo, “cultura”
el escenario moral de las leyes del (que por cierto, en la realidad de las
machismo. De esta manera, la agre- mujeres de Daxhó no parece tan
sión acumulada se puede canalizar “escondida” como lo sugiere el tí-
hacia situaciones manejables por la tulo del libro) o “marianismo”, hu-
sociedad campesina, y las tensio- biera deseado mayor claridad.
nes económicas sin solución no Pero, en fin, éstas son ausencias
destruyen la comunidad. El ma- menores en un trabajo que conven-
chismo significa entonces un palia- ce por el compromiso y la sensibili-
tivo o un escape para los problemas dad con que Maya Nadig convierte
en la sociedad micro (rural-tradi- a sus objetos de estudio en sujetos
cional) que se suscitan por la cada de diálogo.
vez mayor inserción en una socie- Esperemos que a pesar de las
dad macro (industrial-capitalista). penurias económicas alguna edito-
El análisis de Nadig resulta su- rial mexicana rescate este impor-
gerente porque, en oposición a una tante libro para los lectores de
corriente “victimizadora” de estu- habla española.
dios de la mujer, recupera a las
mujeres como agentes sociales ac- Verena Radkau
tivos aun en una sociedad marca-
da por valores morales rígidos que
Maya Nadig, Die verborgene Kultur dar
aparentemente no deja mucha li-
Frau. Ethnopsychoa-nalytische Gesprache
bertad de movimiento a sus miem-
mit Bauerinnen in Mexiko. Subjektivitat
bros. Su manera de presentar e
und Gesellschaft im Alltag von Otomí-
interpretar el material nos permite Frauen. Fischer Taschenbuch Verlag,
ver las relaciones entre mujeres y Frankfurt, 1986 (La cultura escondida de
varones como un proceso de per- la mujer. Conversaciones etnopsicoanalíti-
manente construcción de los géne- cas con campesinas en México. Subjetividad
ros dentro de estructuras complejas y sociedad en la vida cotidiana de las muje-
de percepciones subjetivas de una res otomíes).
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lecturas
L as mujeres latinoamericanas
tenemos muchas cuentas pen-
dientes con la Iglesia católica. Por-
los cuestionamientos a la doctrina
y a la moral de la Iglesia pocas ve-
ces han tenido lugar en público.
que ha sido, desde hace cinco siglos, Tampoco han tenido difusión en
la institución que dio fundamento América Latina libros que ofrecen
último a la subordinación, al lugar información poco conocida y plan-
de servicio de las mujeres en la so- teamientos interesantes para pro-
ciedad, a la negación del placer en fundizar. Pienso, por ejemplo, en el
todos los aspectos de la vida; y prin- esclarecedor texto de Jean-Marie
cipalmente, la que ha regido la vida Aubert (La femme. Antiféminisme et
sexual, las relaciones interpersona- christianisme. Cerf Desclée, 1975)
les y la reproducción biológica de la traducido al español hace ya más
especie humana en la región. La re- de diez años, o el más reciente de
lación con la divinidad, una de las Uta Ranke-Heinemann (Eunuchen
formas más extendidas de búsque- für das Himmelreich, Hoffman und
da de trascendencia de las mujeres, Campe, 1989 —Eunucos para el
ha estado y está mediada por los reino de los cielos—) que figuró
rígidos códigos morales y precep- entre los libros más vendidos en
tos eclesiásticos, cuyas transgresio- Alemania durante varios meses del
nes están penadas con la pérdida año, pero del que no he visto anun-
de la gracia, el alejamiento de dios, ciada la traducción.
la segregación de la comunidad re- Ni siquiera las teólogas y teólo-
ligiosa y la amenaza del fuego eter- gos que participan en el movimien-
no. Aunque también para los to de la Teología de la liberación
varones rigen estos códigos mora- han incorporado dentro de sus
les, los castigos son más leves y exis- perspectivas la reflexión sobre los
te una mayor tolerancia. géneros y la opresión de las muje-
Pese al reiterado reconocimien- res, o lo han hecho con exagerada
to de la importancia del tema, pese timidez. Se sabe que esa reflexión
a que un buen número de feminis- existe (véase, por ejemplo, fem.
tas hemos sido formadas dentro de núm. 20, diciembre de 1981-enero
la Iglesia en escuelas y universida- de 1982, y núm. 32, febrero-marzo de
des católicas, a que muchas han 1984). Pero quienes tienen el saber,
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M. Teresita De Barbieri
tución: 1869, decretada por el papa Pero ellas dialogan con Dios “to-
Pío IX. Antes, y pese a que existió dopoderoso, sabio y bondadoso”;
polémica, predominó en la Iglesia él conoce sus penurias y las alienta
institucional el criterio de Aristóte- “para volver a empezar” cuando
les, según el cual, la animación no todo parece haberse perdido; él sabe
existe antes de los 40 días para un por qué abortan y por eso lo hacen
feto masculino ni antes de los 80 y lo seguirán haciendo, a pesar de
para uno femenino. Esta postura las amenazas de condenación eter-
sólo se alteró en el breve interregno na de obispos y sacerdotes.
de vigencia de la Bula Effrenatum El tercer aporte significativo está
(1588), del papa Sixto V, anulada dado en el “Epílogo” a cargo de
por su sucesor Gregorio XIV po- Frances Kissling, norteamericana
cos años después de dictada. de la organización patrocinadora
Conviene destacar que estos ha- de este libro. Ella retoma los plan-
llazgos de Muraro coinciden con teamientos del probabilismo teoló-
los de Ranke-Heinemann (1989). gico, desarrollados por la Iglesia en
Rocío Laverde es autora de “¿Será el siglo XIX y cuyo principio reza:
que no nos conocen?: mujeres y sa- “donde hay duda, existe libertad”.
cerdotes en sectores populares”. Es Es decir, ante cuestiones de estricto
el relato de la experiencia de un ta- orden individual, como es el caso
ller sobre sexualidad con mujeres del aborto, la decisión moral correc-
católicas de entre 17 y 55 años, de ta es la que surge de la intuición pro-
sectores populares, en Colombia. El pia y no de autoridades externas.
texto está construido con los testi- Un cuarto artículo valioso, sin
monios de las participantes. Las lugar a dudas, es el de Sylvia Mar-
mujeres expresan —con frescura y cos, titulado “Curas, diosas y ero-
espontaneidad— sus experiencias, tismo: el catolicismo frente a los
sentimientos, dudas, temores e in- indios”. La autora se basa en fuen-
certidumbres ante la menarquia y tes documentales y en los trabajos
la menstruación en la adolescencia, etnohistóricos más prestigiados
los matrimonios, las separaciones sobre Mesoamérica, para dar cuen-
y divorcios, los embarazos, los abor- ta del choque cultural que significó
tos, en la, juventud y la adultez la conquista. Porque a la domina-
como mujeres de fe, integrantes de ción política y militar y a la caída
una comunidad católica. Afirman de los dioses, se agregaron la repre-
que los sacerdotes orientan la vida sión de formas de relación erótica
sexual y reproductiva desde la dis- propias de estas culturas y la im-
tancia y el desconocimiento de las posición del ascetismo y la doble
realidades de las mujeres. moral sexual de la Contrareforma.
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M. Teresita De Barbieri
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Mary Goldsmith
bría que matizar tal explicación en premisa de que existe una armonía
el contexto de la región —donde hay de intereses en el interior de la uni-
escasez de mano de obra masculi- dad doméstica. En este sentido, re-
na. Rosado nos aporta otra óptica sulta clave la organización de las
sobre las empacadoras de esta actividades económicas, el ejercicio
rama al concentrarse en la cultura real e imaginario del poder y la au-
laboral y la vida cotidiana familiar toridad, y los patrones de herencia
varios años después. El trabajo de de la tierra y otros medios de pro-
Barrón nos ofrece una variedad de ducción. González Montes y Robi-
datos empíricos sobre la participa- chaux, en sus respectivos ensayos,
ción laboral femenina en la agroin- hacen aportaciones importantes en
dustria en tres comunidades en esta discusión. Ellos analizan la
Jalisco, Nayarit y Guanajuato. Se relevancia del género para la heren-
puede apreciar que la incorpora- cia de la tierra, tema hasta ahora
ción de las mujeres a la agroin- poco estudiado en México. Indican
dustria varía de acuerdo con la que no hay un patrón universal de
migración, la disponibilidad de la herencia en el México rural. Desta-
mano de obra masculina, los culti- can también la necesidad de dife-
vos, el ciclo vital femenino y las renciar entre las prácticas y el deber
tradiciones y creencias sobre la ser de la herencia, una observación
femineidad en la comunidad. La- pertinente también en cuestiones
mentablemente, algunos problemas tales como la división genérica del
metodológicos en el tratamiento de trabajo, la autoridad, el matrimo-
los datos no permiten explicar de nio, y la sexualidad.
forma adecuada la segregación por El capítulo sobre salud, en su
género en determinadas tareas ni mayor parte, se centra en la medici-
por qué las actividades realizadas na tradicional, tema —por otra par-
por mujeres tienden a ser remune- te— abordado ampliamente por la
radas en tasas inferiores. antropología médica. Se centra en
A excepción del ensayo de Ro- los aspectos que han sido más es-
sado, el tema de la conciencia de tudiados —la herbolaria, las prác-
las trabajadoras está casi ausente ticas en torno al embarazo y el parto,
en las contribuciones de esta anto- los papeles que desempeñan las
logía. Queda por explorar el impac- mujeres tanto como practicantes
to de la experiencia laboral de las cuanto como pacientes. Metodoló-
mujeres en el campo sobre su iden- gicamente se enfatiza la diferencia
tidad, conciencia y autoestima. entre la medicina tradicional y la
A menudo, los estudios clásicos moderna. Pero no se examinan las
sobre el campesinado parten de la prácticas médicas como un medio
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Colaboradores
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Luis González de Alba. 1944. Psicólogo. Autor de ensayos y novelas, su
último libro es La ciencia, la calle y otras mentiras, Editorial Cal y Arena, 1989.
Marta Lamas. 1947. Vive con (y trabaja para) un hijo y tres gatas. Pasan-
te de la maestría de antropología social. Feminista militante desde hace
19 años. Participa actualmente en Mujeres en Acción Sindical (MAS).
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colaboradores
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Nelly Schnaith. Filósofa argentina radicada en Barcelona. Exprofesora
de la Facultad de Filosofía. Autora del libro Proceso a Rosas, Editorial
Calden, Buenos Aires, 1975.
Sara Sefchovich. 1951. Madre tiempo completo de tres más dos hijos.
Socióloga, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM).
Su último libro es México, país de ideas, país de novelas, Grijalbo, 1988. En
1989 recibió la beca Guggenheim, el premio PLURAL de ensayo y la me-
dalla al mérito Gabino Barreda.
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PRIMERA EDICIÓN: MARZO 1990.
SEGUNDA EDICIÓN: OCTUBRE 2007.
CORRESPONDENCIA EXCLUSIVAMENTE EDITORIAL: CALLEJÓN DE CORREGIDORA
NÚM. 6, TLACOPAC, C.P. 01040, MÉXICO, D.F.
El número 1 de DEBATE FEMINISTA fue impreso bajo demanda por primera vez
en los talleres de Publidisa Mexicana, S.A. de C.V., Calz. Chabacano 69, Col.
Asturias, C.P. 06850, México, D.F., www.publidisa.com