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Este módulo explora las diversas maneras de escuchar los acontecimientos que nos rodean y cómo
podemos construir situaciones en las cuales estemos especialmente atentos a su percepción auditiva.
1. La Sonósfera
Al principio del siglo XX, el movimiento artístico futurista postuló la necesidad de un nuevo arte,
basado en las experiencias contemporáneas de este tiempo. Por primera vez en la historia de la
humanidad, una gran parte de ella vivía en ciudades. La acumulación de gente, sus actividades diarias,
sus productos culturales, medios de transportes y maquinas, produjeron nuevas experiencias del
entorno, nuevas formas de percepción bastante lejos de la vida rural, característica de los siglos pre
revolución industrial.
Hoy, 100 años después, la experiencia del silencio de un entorno natural, es una situación excepcional
para la gran mayoría de nosotros. Generalmente estamos rodeados de una multiplicidad de sonidos,
cercanos y lejanos, conocidos e inidentificables. Por las características de nuestros oídos, los sonidos
nos llegan de todas direcciones, es difícil enfocar la sensibilidad auditiva hacia una sola dirección.
La percepción de este conjunto de sonidos audibles alrededor de nosotros, diferente para cada
individuo, se puede nombrar como “sonósfera”.
Según el contexto, nuestra sonósfera se cambia de tamaño: en la naturaleza lejos de la ciudad, ella
puede ser muy grande, podemos registrar sonidos débiles de gran distancia y así percibimos la
extensión del espacio mismo. Por el contrario, en la ciudad, al lado de una calle muy transitada,
nuestra sonósfera se reduce dramáticamente por el sonido omnipresente del tránsito vehicular. En
caso extremo ni podemos escuchar los sonidos al otro lado de la calle.
Por ejemplo, un auto que viene desde atrás. Podemos distinguir su distancia y dirección sin tener que
mover la cabeza para verlo. No obstante, también pueden darse errores de interpretación; el contexto
espacial, arquitectónico o material influye en cómo interpretamos la causa del sonido, su ubicación y
movimiento.
Estas dos escuchas podemos emplearlas simultáneamente, por ejemplo, en una conversación por
teléfono. Mientras estamos atentos a lo que dice una persona desconocida, intentamos saber qué
tipo de persona es (género, edad, estatura, clase social, etc.) a través de las características de su voz.
Si en el mismo momento nos dimos cuenta que esta voz es aguda o grave, ronca o suave, empleamos
una tercera escucha, que Schaeffer denomina “reducida”. Escuchamos el sonido por el sonido
mismo; nos interesa si es continuo o puntual, estático o cambiante, único o repetitivo, su altura, su
ritmo, su morfología interna, su volumen.
Esta forma de escuchar toma el sonido, ya sea un ruido del entorno, la voz humana o una pieza
musical, como un objeto de observación en sí mismo, en lugar de tratar de saber algo externo al
sonido a través de él.
3. La caminata sonora
En la vida cotidiana, moviéndonos por nuestro entorno, empleamos las primeras dos escuchas
automáticamente según la situación en que nos encontramos. Para la escucha reducida tomamos
una actitud especial, pues hacemos voluntaria y artificialmente una abstracción de la causa y del
sentido de los sonidos. Para que nos resulte esta actitud por un tiempo un poco más prolongado,
tiempo suficiente para poder construir una “forma sonora” del entorno en nuestra mente y así
experimentar el paisaje sonoro como situación estética, se requiere la preparación de una situación
fuera de las necesidades prácticas diarias.
· Segundo: una obra de arte inmaterial, pues tiene una estructura definida, como la trayectoria, la
forma de caminar, la cantidad de participantes e indicaciones para ellos. Además, es repetible, aunque
bajos otros contextos con otros resultados. Como en todas las obras de arte, la atención intencional
es una atención estética (una atención a las formas), que proporciona una experiencia que con otro
tipo de atención no se logra.
A pesar de que las personas percibimos sonidos distintos según las experiencias, conocimientos y
gustos previos, hay sonidos que tienen funciones, provocan afectos y tienen sentidos similares en un
mismo grupo cultural.
Después de una caminata sonora, en general queda en evidencia que hay sonidos que caracterizan
el lugar, son típicos de éste y, en algunos casos, podemos identificar el lugar a través de ellos. Un
ejemplo son las campanas de las iglesias o las sirenas de fábricas y puertos. Son estos tipos de sonidos
los que más frecuentemente se coleccionan en mapas y archivos sonoros, como patrimonio inmaterial
y local, pues contribuyen en forma importante a la posibilidad de identificación y a la pertinencia
cultural.
Otros sonidos son más bien generales y se repiten en muchos lugares. El tránsito vehicular, con su
combinación entre ruido de motores, neumáticos sobre el pavimento y los bocinazos, es similar en la
mayoría de las ciudades del mundo y forma una especie de neblina sonora, que impide la escucha
nítida de los sonidos singulares (reduciendo la sonósfera). Si estamos expuestos por mucho tiempo
a estos sonidos constantes, muchas veces de alto volumen, se deteriora la calidad de vida y provoca
malestar físico.
Como tercera categoría de sonidos en el contexto del paisaje sonoro, debemos mencionar los
sonidos inesperados, accidentales o transitorios que destacan de un fondo acústico relativamente
constante. Son estos sonidos los que más intensamente nos hacen conscientes del aspecto sonoro
de nuestro entorno, invitan a atender y nos estimulan a emplear una escucha reducida. Nos abren a
la posibilidad de concentrarnos en el entorno desde su calidad acústica, su riqueza (o pobreza)
audible y su forma estética.
La caminata sonora es entonces un instrumento para profundizar la relación afectiva con nuestro
entorno, percibirlo estéticamente y transformarlo en paisaje.