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público y endurecer los requisitos para acceder a una pensión, otro puede cambiar las
leyes para aumentar las ayudas públicas en vivienda o educación. Al igual que un
gobierno puede cambiar una constitución para eliminar la autorización judicial de
las escuchas telefónicas, endurecer los requisitos para obtener la nacionalidad o
garantizar el pago de la deuda por encima de los derechos sociales (como hicieron el
PP y el PSOE con la reforma del artículo 135 de la Constitución española), otro puede
impulsar políticas públicas redistributivas participadas popularmente, vincular al
Estado a unas formas u otras de integración regional, gravar las viviendas vacías o
renacionalizar servicios públicos antaño privatizados también por un gobierno.
Separar al Estado de la sociedad, autonomizándolo, sólo sirve para someterse
con impotencia a los mandatos de quienes deciden sus movimientos. Ignorar
que el Estado tiene su selección estratégica, es decir, su capacidad para llevarse
mejor con los que representan el poder que con quienes sólo tienen poder
cuando son millones; su memoria vinculada a su trayectoria histórica (en
España, el peso de la religión, el escaso desarrollo capitalista, la construcción del
Estado por agregación durante la Reconquista), y los intereses propios de sus
funcionarios, sólo sirve para caer en la confusión de pensar que basta alcanzar
el gobierno para controlar el poder. Como regañó Lenin a Kautsky en 1920:
«Kautsky incurre por descuido en ese pequeño error en que siempre incurren
todos los demócratas burgueses: toma por igualdad real la igualdad formal [...].
No puede haber igualdad entre los explotadores, a los que durante largas
generaciones han distinguido la instrucción, la riqueza y los hábitos adquiridos,
y los explotados, que, incluso en las repúblicas burguesas más avanzadas y
democráticas, constituyen, en su mayoría, una masa embrutecida, inculta,
ignorante, atemorizada y falta de cohesión. Durante mucho tiempo después de
la revolución, los explotadores siguen conservando de hecho, inevitablemente,
tremendas ventajas: conservan el dinero (no es posible suprimir el dinero de
golpe), algunos que otros bienes muebles, con frecuencia valiosos; conservan
las relaciones, los hábitos de organización y administración, el conocimiento de
todos los "secretos" (costumbres, procedimientos, medios, posibilidades) de la
administración; conservan una instrucción más elevada, sus estrechos lazos
con el alto personal técnico (que vive a lo burgués y piensa en burgués);
conservan (y esto es muy importante) una experiencia infinitamente superior
en lo que respecta al arte militar, etc. [...]. Además, una parte de los explotados,
pertenecientes a las masas más atrasadas de campesinos medios, artesanos,
etc., sigue y puede seguir a los explotadores, como lo han demostrado hasta
ahora todas las revoluciones, incluso la Comuna [...]. Esta verdad histórica es la
siguiente: en toda revolución profunda, la regla es que los explotadores, que
durante bastantes años conservan de hecho sobre los explotados grandes
ventajas, opongan una resistencia larga, porfiada y desesperada.
Lo que haga el Estado dependerá siempre del resultado de los conflictos sociales y de
la capacidad de estos conflictos de hacer del instrumento estatal una herramienta
para la organización social.