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Publicado por
Editorial Unilit
Miami, FL 33172
Derechos reservados

© 2011 Editorial Unilit (Spanish translation)


Primera edición 2011

© 2002 por Neil T. Anderson y Rich Miller


Originalmente publicado en inglés con el título:
Getting Anger Under Control,
por Neil T. Anderson y Rich Miller.
Publicado por Harvest House Publishers
Eugene, Oregon 97402
www.harvesthousepublishers.com

Traducción: Dr. Andrés Carrodeguas


Edición: Rojas & Rojas, Editores, Inc.
Diseño de la portada: Ximena Urra
Fotografía de la portada: © 2011 Roman Sigaev.
Usada con permiso de Shutterstock.com.

Reservados todos los derechos. Ninguna porción ni parte de esta obra se puede reproducir, ni
guardar en un sistema de almacenamiento de información, ni transmitir en ninguna forma
por ningún medio (electrónico, mecánico, de fotocopias, grabación, etc.) sin el permiso
previo de los editores, excepto en el caso de breves citas contenidas en artículos importantes o
reseñas.

El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en
América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada
solamente bajo licencia.
Las citas bíblicas señaladas con NVI se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional.
© 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Las citas bíblicas señaladas con LBD se tomaron de la Santa Biblia, La Biblia al Día. © 1979
por la Sociedad Bíblica Internacional.
El texto bíblico indicado con «NTV» ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente, © Tyndale House Foundation 2008, 2009, 2010. Usado con permiso de Tyndale
House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de
América. Todos los derechos reservados.
Usadas con permiso.

Producto 495626
ISBN 0-7899-1704-1
ISBN 978-0-7899-1704-1

Impreso en Colombia
Printed in Colombia

Categoría: Vida cristiana /Vida práctica /Autoayuda


Category: Christian Living /Practical Life /Self Help

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Dedicatoria
El ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 al Cen-
tro Mundial del Comercio y al Pentágono se produjo mientras
estábamos realizando la corrección de estilo final de este libro.
Sentimos profundamente, como muchos en el mundo entero,
la sacudida que produjo esta terrible tragedia. Los habitantes de
los Estados Unidos reaccionaron sin dar crédito a sus ojos, y se
preguntaron cómo era posible que nos pasara esto a nosotros,
que somos una nación que ama la paz. Sin embargo, lo que lle-
vaba la intención de desalentarnos y destruirnos tomó un giro
diferente. Sacó a la superficie un heroico espíritu de fraternidad,
y reveló que la iglesia sigue siendo el alma de la nación.
Esos deplorables actos de violencia causaron una justa in-
dignación que llevó a nuestro país a unirse contra un terrorismo
impío. Este acto de guerra evidencia que en este planeta se libra
una batalla continua entre el bien y el mal. La batalla no es
entre cristianos y musulmanes, ni tampoco es entre los Estados
Unidos y el mundo árabe. No obstante, aunque sea triste decir-
lo, en parte nuestra ira ante estos acontecimientos no es justa,
y ha sacado a flote lo peor de nuestra intolerancia y de nuestros
odios.
En el momento de escribir estas líneas, no sabemos qué ac-
ción va a llevar a cabo nuestro país para buscar justicia, pero
oramos que busquemos justicia, y no venganza. También oramos
que nuestra respuesta no brote del orgullo, sino de la humildad.
Es momento de humillarnos, apartarnos de nuestros caminos
centrados en nosotros mismos y orar. Podríamos hallarnos al
borde de un conflicto mundial, o podríamos estar presencian-
do el comienzo de un avivamiento también mundial. Tal vez
ambas cosas. Pero si se acerca un avivamiento, «¡Señor, que co-
mience por nosotros!».

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6  Controla tu ira

Dedicamos este libro a los policías y bomberos que dieron


su vida para que otras personas pudieran vivir. Está dedicado a
las inocentes víctimas que iban en aviones comerciales usados
como armas de guerra. Está dedicado al recuerdo de las madres
y los padres, los hermanos y las hermanas que perdieron su vida
aquella trágica mañana en Nueva York, Pensilvania y Washing-
ton, D. C. Por último, está dedicado a todos los que sirven en
las fuerzas armadas, y se enfrentan a la posibilidad de morir por
su país y por la causa de la justicia y la libertad.
La libertad siempre ha costado un precio; costó la vida de
Jesús para que nosotros tuviéramos vida y libertad en Él.

En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida


por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vi-
das por los hermanos. 
1 Juan 3:16

Neil y Rich
Septiembre de 2001

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Contenido
Una epidemia de ira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Primera parte: Cómo actúa en ti la ira


1. Ira: una cuestión de vida o muerte . . . . . . . . . . . . . . . 29
2. Metas y anhelos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
3. Airaos, mas no pequéis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
4. Fortalezas mentales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
5. Esquemas carnales de la ira. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

Segunda parte: Cómo actúan en ti la gracia y el perdón


6. Maravillosa gracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
7. Gracia para vivir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
8. La necesidad de perdonar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
9. Perdonemos de corazón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Tercera parte: Cómo actúa en ti el poder de Dios


10. Destruyamos las fortalezas de ira: Primera parte . . . . 205
11. Destruyamos las fortalezas de ira: Segunda parte. . . . 221

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

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Una nota de los autores

Al relatar las historias y los testimonios reales que


hay a lo largo de todo el libro, hemos cambiado los
nombres para proteger la identidad y la privacidad de
las personas.
Para facilitar la lectura, por lo general no nos hemos
distinguido el uno del otro en cuanto a autoría o expe-
riencias, y preferimos usar el «yo» y el «nosotros», en
vez de «yo (Rich)» y «yo (Neil)». Las excepciones son las
ilustraciones que se refieren a nuestras familias.

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Una epidemia de ira
S
El mundo tiene un problema serio y creciente en cuanto a
la ira, y los Estados Unidos no son la excepción. Una encues-
ta reciente realizada por el U. S. News revela que «una amplia
mayoría de los estadounidenses sienten que su país ha ido más
allá de todo límite anterior en cuanto a malos modales. Nueve
de cada diez estadounidenses piensan que la grosería se ha con-
vertido en un serio problema, y cerca de la mitad considera que
es algo en extremo grave. El setenta y ocho por ciento dice que
este problema ha empeorado en los diez últimos años»1.
En los centros de trabajo de los Estados Unidos, más de dos
millones de personas al año son víctimas de la delincuencia, y el
setenta y cinco por ciento de estos casos son simples asaltos. Los
trabajadores de entre treinta y cinco y cuarenta y nueve años de
edad son los blancos más comunes, y cada año el treinta y siete
por ciento de ellos son víctimas de la violencia en el trabajo.
Desde 1994 hasta 1996, los negocios clasificaban la violencia en
los centros de trabajo como la primera de sus preocupaciones2.

¿Por qué somos tan iracundos?


¿Por qué nuestras oficinas y negocios se han convertido en
sementeras de ira? Leslie Charles, en su libro Why Is Everyone
So Cranky? [«¿Por qué todo el mundo es tan irritable?»], escribe:
«La gente dice que trabajar ya no es tan divertido como solía ser.
No tienen tiempo. Siempre están atrasados. Siempre los ponen
en alguna situación difícil. Se les indica que se muevan en una
cierta dirección, y después se les dice que den media vuelta y se
muevan en otra»3.
11

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12  Controla tu ira

Un artículo reciente de un periódico describía este cuadro


acerca de un trabajador de oficina:
Uno está atascado en medio del tránsito, lo cual hace que lle-
gue tarde al trabajo por tercera vez en una semana. Al entrar
por la puerta, pasa junto a un compañero de trabajo al que
no soporta, el cual le dirige una sonrisa hipócrita, junto con
el comentario de «Llegaste tarde». Sigue caminando, pero
la ira que está comenzando a hervir debajo de la superficie
comienza a subir. Cuando llega a su escritorio, se encuentra
un montón de trabajo que le espera, y su jefe quiere que lo
haga lo antes posible. Piensa en tomarse una taza de café, y
entonces nota que alguien se llevó hasta la última gota, y no
se tomó la molestia de volver a llenar la cafetera. Ya se siente
como si le fuera a estallar la cabeza. Se siente bien irritado, y
ni siquiera son las nueve de la mañana todavía4.
Una encuesta Gallup reciente indica que cuarenta y nueve
por ciento de los encuestados se enojan en el trabajo, y uno de
cada seis se enoja tanto que siente ganas de golpear a alguien5.
Por otro lado, una encuesta que realizó Access Atlanta por la
Internet reveló que el sesenta y siete por ciento de los que res-
pondieron se habían enojado tanto en el trabajo, que habían
pensado en abofetear a un compañero.
Escapar de un ambiente hostil así retirándonos a la paz y
la seguridad de nuestro hogar no parece ser la respuesta. Los
expertos en el campo de la violencia doméstica creen que el
número de casos de violencia en el hogar asciende a unos cuatro
millones al año. El treinta por ciento de las mujeres de los Es-
tados Unidos informan que su esposo o amigo, en un momen-
to u otro, ha abusado físicamente de ellas6. De hecho, de los
cuatrocientos cincuenta mil millones de dólares que cuesta el
delito cada año, cerca de la tercera parte tiene que ver con vio-
lencia doméstica y maltrato de menores. Por ejemplo, en 1995,
los servicios de protección a menores confirmaron cerca de un

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Una epidemia de ira  13

millón de casos de maltratos a niños7. Y aquí no se incluyen los


millones de incidentes de explosiones de ira, palabras llenas de
odio y miradas furiosas, como tampoco los incontables casos de
descuidos y maltratos que no se reportan.
Si se puede medir el carácter de una nación por la forma en
que trata a los jóvenes, los enfermos y los ancianos, los Estados
Unidos no saldrían bien parados. Los casos reportados de mal-
tratos a ancianos aumentaron en un ciento seis por ciento desde
1986 hasta 1994, según el Centro Nacional contra el Abuso de
Ancianos. El total de incidentes va desde un millón hasta dos
millones anuales, aunque tal vez solo se reporte uno de cada ca-
torce casos8. Tanto si se manifiestan en una violencia y en unos
malos tratos abiertos, como si lo hacen por medio de una hos-
tilidad y un abandono encubierto, está claro que la ira, la im-
paciencia, la frustración, la falta de respeto y los malos modales
se han convertido en parte de la personalidad estadounidense.
Tanto si se trata de ira al conducir el auto, como si es ira en un
avión, ira en la tienda de víveres o ira en los eventos deportivos,
la ira se ha vuelto de repente «nuestra ira». Y somos demasiados
los que sentimos que nuestra ira es justificada. En un artículo
reciente de USA Today, una maestra de escuela primaria es pro-
bable que hablara por muchas personas cuando dijo:

Si has tenido que estar metido en unas autopistas que han


estado congestionadas año tras año, su ira pudiera parecer
racional. Ahora somos, ¿cuántos, doscientos sesenta millo-
nes? Nuestros caminos no fueron construidos para recibir un
número tan grande de personas. Los estacionamientos de los
supermercados están repletos. Es difícil entrar a un banco.
El aeropuerto le indica a uno que llegue hora y media antes
de la salida de su vuelo. Los estacionamientos son carísimos.
La aglomeración de personas se ha convertido en parte de la
sociedad en general, y eso contribuye a crear la sensación de
que «todo da lo mismo»9.

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14  Controla tu ira

¿De veras? ¿Tenemos el derecho de sentirnos enojados?

¿Tenemos buenas razones para sentirnos enojados?


Casi a diario aparece en los periódicos alguna nueva mani-
festación de ira. En la Florida, un entrenador de pelota de una
escuela secundaria le rompe de un golpe la quijada a un árbitro
en una disputa acerca de una jugada. Dos compradores se gol-
pean por quién merece el primer lugar en la fila de una caja que
acaba de abrir. En California, un conductor enojado saca de
un tirón un perro del vehículo que chocó con su auto y lanza
al animal hacia el tránsito que viene en dirección contraria. El
perro muere, y el hombre es sentenciado a tres años de cárcel.
En Reading, Massachusetts, un padre enfadado golpea al entre-
nador de hockey de unos jóvenes hasta dejarlo inconsciente. El
entrenador, Michael Costin, muere dos días después. El padre
se declara «inocente» en el juicio ante la acusación de homicidio
sin premeditación. Un jovencito de quince años se cansa de que
sus compañeros de clase lo humillen, y les dispara en su escuela
secundaria de un barrio residencial en San Diego. Mueren dos
y quedan trece heridos.
¿Es justificado que convirtamos nuestra sociedad en una
repetición instantánea del Show de Jerry Springer? (Lo curioso
es que un día después de haber escrito nosotros lo anterior, se
ordenó el arresto de Ralf Panitz por haber asesinado a su ex-
esposa. Ambos se habían estado insultando en el Show de Jerry
Springer a principios de esa misma semana)10. Tal vez mostre-
mos nuestro desacuerdo con la cabeza mientras los muros del
decoro se vienen abajo con estrépito y los estallidos públicos de
ira se convierten en algo normal, pero lo cierto es que la ira no
tiene nada de nueva. Tampoco lo tiene la sensación de sentir
que nuestra ira está justificada.
Hace cerca de dos mil ochocientos años, Jonás, el profeta
renuente, se sentó en el puesto de espectador que se había hecho
él mismo a las afueras de la ciudad de Nínive, con la esperanza

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Una epidemia de ira  15

de ver el castigo que enviaría Dios. Aunque solo fuera eso, Jonás
estaba preparado para tener su buena sesión de autocompasión,
y los únicos huéspedes invitados eran «yo, mí y conmigo». El
profeta estaba enojado porque la gente de Nínive se había arre-
pentido al escuchar su predicación, y sabía que Dios (¡a diferen-
cia de él mismo!) es «clemente y piadoso, tardo en enojarse, y de
grande misericordia, y que se arrepiente del mal» (Jonás 4:2). Él
quería que la ciudad quedara destruida, pero al parecer, Dios se
inclinaba más a perdonar a sus habitantes si se arrepentían. Así
que Jonás se enojó.
Entonces el Señor le hizo una pregunta; la misma que noso-
tros nos tenemos que hacer: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?»
(Jonás 4:4). Jonás trató de ignorar la cuestión que Dios le estaba
señalando, y Dios decidió darle al profeta una lección objetiva.
He aquí el resto de la historia:
Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre
Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase
de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calaba-
cera. Pero al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un
gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que
al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hi-
rió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte,
diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida. Enton-
ces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él
respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte. Y dijo Jehová:
Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste,
ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y
en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de
Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte
mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y
su mano izquierda, y muchos animales? (Jonás 4:6-11)
Como sucede hoy con la mayor parte de la gente, el esta-
do de humor de Jonás se basaba en las circunstancias. Cuando

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16  Controla tu ira

Dios «preparó» la calabacera para que le diera sombra, Jonás se


alegró. Cuando Dios «preparó» al gusano y al recio viento sola-
no, se sintió enojado y afligido. Cuando las cosas iban como Jo-
nás quería, su ira estaba bajo control. Pero no hizo falta mucho
para que estallara de nuevo.
Jonás tenía motivos para estar enojado con los ninivitas,
pues lo que hacían los convertía en merecedores del castigo di-
vino. Sin embargo, no estaba dispuesto a manifestarles bondad
y misericordia, ni siquiera después de que se arrepintieron. Le
molestó que Dios hubiera decidido perdonarlos. Por último,
estaba furioso contra Dios porque le había quitado su sombrilla
de playa y había subido la temperatura del termostato. Jonás era
un hombre iracundo, y estaba convencido de que tenía derecho
a serlo, aunque aquello lo matara.

Raíces de la ira
Dios reveló que a Jonás le importaban más su comodidad y
el bienestar de una planta que las almas de un pueblo. Al igual
que Jonás, hoy en día muchos creyentes están atascados en su
ira y, como consecuencia, llevan una vida de aflicción. Una ma-
dre nos escribía diciendo:

Ahora que están en esto, pudieran pensar en escribir


un libro para adolescentes amargados. A través de los
años, la amargura de mi hija de dieciséis años la ha ido
alejando de Cristo para lanzarla hacia la cultura pop. Su
irónica situación existe, según me parece, en muchos
hogares donde han predominado los valores de la es-
cuela, la iglesia y la familia. En su caso, la situación le
presentaba un dilema. Si escogía a Cristo, nunca «en-
cajaría» entre sus compañeros. Si escogía la cultura
pop, pondría en peligro sus relaciones en el hogar y
con este Dios «distante» al que «de todas maneras no

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Una epidemia de ira  17

le importo, porque no me da lo que quiero». Así que


se mantuvo firme en su amargado desafío. En el hogar,
actúa con enojo. En la escuela, está decidida a volver-
se más dura y más difícil para que no le hagan daño.
Al pensar en el pasado, veo que yo no tenía idea
alguna acerca de las raíces de amargura, y las conse-
cuencias que trae una manera de pensar equivocada.
Por fuera, daba la impresión de que teníamos la situa-
ción bajo control. Sin embargo, se presentaron etapas
críticas de amargura que no tuvimos las herramientas
necesarias para verlas ni enfrentarlas. Ahora estamos
interviniendo notablemente en su vida como padres.
Tenemos la esperanza de que todavía no sea demasia-
do tarde. Sin duda alguna, su amargura ha destruido
casi por completo su relación con su padre y conmigo,
ha hecho que interactúe socialmente de una manera
poco saludable con sus compañeros, y ha dañado seria-
mente su relación con Dios. Sentimos todo esto como
si estuviéramos metidos en una olla de presión, pero lo
interesante es que, al que no sabe nada, le parece una
niña «buena» de «buena familia». Los jovencitos «bue-
nos» pueden llevar dentro una amargura bien enraiza-
da y capaz de destruir.’

El apóstol Pablo nos advirtió que en los últimos días se


presentarían tiempos «peligrosos» y «difíciles» (NVI). Hay otra
traducción que habla de que «en los últimos tiempos va a ser
muy difícil ser cristiano» (La Biblia al Día). Cuando leemos
esta lamentable letanía de una vida que transcurre atada a una
raíz de ira egocéntrica, nos parece estar leyendo los titulares del
periódico de hoy:

Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vana-


gloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,

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18  Controla tu ira

ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniado-


res, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, trai-
dores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más
que de Dios. (2 Timoteo 3:2-4)

USA Today lo expresa de esta manera: «Los sociólogos más


distinguidos afirman que la nación se halla en medio de una
epidemia de ira que, en sus formas más suaves es inquietante, y
en sus formas peores se vuelve mortal. Esta epidemia sacude a
los que estudian las tendencias de la sociedad y a los padres que
temen que la nación haya caído en un precipicio cultural»11.
Un padre lo expresó muy bien cuando dijo: «Hemos perdido
una buena parte de lo que mantenía [unida] a nuestra sociedad.
Hemos perdido nuestro respeto por los demás. El ejemplo que
les estamos dando a nuestros jovencitos es terrible»12. Este sen-
timiento oculto de hostilidad y falta de respeto que corre por
nuestra nación, quedó captada en un artículo que escribió Alan
Sipress para el Washington Post:

La violencia vehicular ha llegado a esto. En medio de la agi-


tada vida de muchos habitantes de Washington, ya no hay
tiempo para la muerte. En el pasado, los autos se echaban
a un lado para permitir que pasaran los cortejos fúnebres.
Ahora, lo normal es que los conductores interrumpan los
cortejos en las intersecciones, en lugar de permitir que conti-
núen con el semáforo en rojo, y se dedican a entrar y salir del
desfile, en lugar de detenerse, según afirman los directores de
funerarias y la policía. Estas acciones suelen ir acompañadas
de bocinazos, malas palabras y gestos repugnantes13.

Al parecer, este sintomático alejamiento del respeto y la


cortesía más elemental hacia una ira egocéntrica se ha venido
a producir solo en los últimos cinco o diez años. Alguien lo
explica así: «La manera en que uno trata a sus muertos dice algo

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Una epidemia de ira  19

acerca de su nivel de civilización. Las tradiciones del pasado se


han perdido, y está claro que el respeto que se debería tener con
los cortejos fúnebres ya no existe»14.
El más elemental respeto por los vivos tampoco aparece por
ninguna parte. Los conductores que se acercan demasiado al
auto que va delante, se les meten delante sin haber espacio, y
hasta atacan a otros conductores, no están viendo a los demás
como prójimos que deben amar tanto como a sí mismos. Se han
convertido en oponentes, obstáculos e incluso enemigos.
Aunque las circunstancias agravantes hacen peor la ira en
los Estados Unidos, la Biblia señala con claridad que la raíz de
todo este problema se halla en el corazón del ser humano:

Y llamando [Jesús] a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme


todos, y entended:  Nada hay fuera del hombre que entre
en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso
es lo que contamina al hombre […] Porque de dentro, del
corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las
avaricias, las maldades. (Marcos 7:14-15, 21-22)

La ira divide y mata


La ira es una enfermedad del corazón que puede llegar a
matar. En nuestro ministerio directo con la gente, casi todas las
personas sin excepción, están pasando por problemas con una
amargura sin resolver. A partir de lo que hemos observado, po-
demos decir que el problema de la amargura y la falta de perdón
podría muy bien ser el problema más extendido y debilitador
que existe en el cuerpo de Cristo hoy. La epidemia de ira que
hay en los Estados Unidos ha infectado ferozmente también a
la iglesia.
Nuestro adversario, el diablo, trata de dividir para vencer.
Trata de dividir el corazón del ser humano, porque un hombre

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20  Controla tu ira

de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos (Santiago


1:8). Ataca a un matrimonio, a una familia o a una iglesia, por-
que toda «casa dividida contra sí misma, no permanecerá» (Ma-
teo 12:25). Hasta los grupos humanos y las naciones mismas
son presa fácil de las estrategias de Satanás, porque «todo reino
dividido contra sí mismo, es asolado» (Lucas 11:17).
La exhortación de Pablo a la iglesia de Éfeso presenta un
fuerte contraste con el espíritu de resentimiento, hostilidad y
furia tan evidente en las culturas humanas. Esto es lo que les
escribe:

Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada


uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de
los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre
vuestro enojo, ni deis lugar al diablo […] Ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para
la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y
no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis
sellados para el día de la redención.  Quítense de vosotros
toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda
malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó
a vosotros en Cristo. (Efesios 4:25-27, 29-32)

Todas las tardes el sol se oculta sobre la amargura no resuelta


de millones de seres humanos. Esta amargura envenena el alma
y pudre la cultura. El diablo se siente satisfecho, y el Espíritu
Santo de Dios se entristece. He aquí una historia personal típica
de un hombre que luchaba con una amargura perenne que no
había resuelto:

He luchado con la ira toda mi vida, desde que era un


niño de corta edad. Mis compañeros siempre se metían
conmigo, y mi padre criticaba siempre todo lo que yo

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Una epidemia de ira  21

hacía. He mejorado mucho. Sin embargo, me parece


que sigue habiendo en mi mente alguna fortaleza de
amargura. Me enojo mucho si alguien me trata mal o
me falta al respeto, en especial si se trata de un miem-
bro de mi familia. No me aferro al resentimiento tanto
tiempo como antes, pero todavía parece haber algún
bloqueo en el proceso de perdonar. Reacciono con tan-
ta rapidez en mis arranques de ira que ni siquiera me
doy cuenta de dónde proceden ni por qué aparecen.
Mi esposa me dice que me enojo «para sentirme feliz»,
como si tuviéramos un control directo de esa forma
sobre nuestros sentimientos. Sé que el problema está
en mi mente, pero los pensamientos negativos pare-
cen estar tan enterrados que ni siquiera sé dónde se
encuentran. Ore que Dios me revele las raíces de esta
esclavitud.

Por la gracia de Dios, este libro es un intento nuestro por


lograr precisamente eso: examinar el fenómeno de la amargura,
sacar al aire tus raíces y proporcionar una manera de permitirle
a Jesús que te libere de su controladora influencia.

Se puede resolver la ira


La ira nunca desaparecerá por completo de nuestra vida
mientras estemos aquí y no en el cielo. Tampoco debería hacer-
lo. Hay su momento y su lugar para una amargura bajo control.
La ira es sierva nuestra cuando llevamos una vida liberada en
Cristo. En cambio, es la dueña en una vida derrotada. Si lo que
queremos es enojarnos y no pecar, necesitamos ser como Cristo,
y enojarnos con el pecado
Necesitamos ir más allá del «manejo de la ira», que solo es
un medio de impedir que nuestra ira estalle en una forma de
conducta airada que sea destructiva para nosotros mismos o para

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22  Controla tu ira

otras personas. La meta es resolver las cuestiones personales y


espirituales que se hallan tras la ira, y descubrir el fruto del Es-
píritu, que es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre y templanza» (Gálatas 5:22-23). Los que es-
tán vivos y libres en Cristo no manejan la conducta destructiva,
sino que la vencen. «No seas vencido de lo malo, sino vence con
el bien el mal», escribió Pablo en Romanos 12:21.
Suena bien, ¿no es así? Tal vez te suene demasiado bueno
para ser cierto. Quizá has tenido que luchar toda la vida con
la ira, sin haber tenido mucho éxito en cuanto a vencer el do-
minio que tiene sobre ti. O, a lo mejor, estás viviendo con un
hijo que explota por cualquier cosa. Quizá lleves en el cuerpo
las cicatrices de una ira desenfrenada. O por lo menos, las llevas
en el alma.
Te queremos ofrecer una esperanza. En Jeremías 32:17, el
profeta declara: «¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el
cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni
hay nada que sea difícil para ti». Si Dios puede crear y controlar
un universo tan inmenso, ¿no va a ser capaz de controlar tu ira,
y darte el poder necesario para enfrentarte a la ira de los que te
rodean?
No hay razón para creer que eres un caso desesperado; una
excepción a la regla. Pablo escribe: «El Dios de esperanza os
llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en espe-
ranza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13).

¿Qué quieres en verdad?


Por otra parte, tal vez lo opuesto sea lo cierto. A lo mejor,
te gusta la ira. Con ella consigues lo que quieres y cuando lo
quieres. Aprendiste a controlar a la gente con tus explosiones
de ira cuando eras niño, y la técnica te ha dado resultado. Te
has vuelto todo un experto. En lugar de dar patadas contra el
suelo, levantas la voz (¡y mucho!), miras de frente y amenazas.

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Una epidemia de ira  23

La gente te tiene miedo, y te gusta ese momento de poder y de


control. O a lo mejor piensas que la ira es un medio de prote-
gerte para que no te vuelvan a maltratar.
Es cierto: la ira te podrá dar de momento lo que quieres.
Pero la ira carnal nunca te dará lo que de veras necesitas o de-
seas, porque «la ira del hombre no obra la justicia de Dios»,
como nos dice Santiago (1:20). Algunas de las personas más
inseguras de la tierra son las que controlan y maltratan con su
ira. El uso de la ira y el sexo como porras para apalear, oprimir y
manipular a los demás revela una enfermedad del alma que solo
Cristo puede vencer.
Por tanto, ya sea que alguien te haya dado este libro (lo cual
tal vez te ha enojado), o que lo hayas tomado por decisión pro-
pia, te tenemos una buena noticia. Jesucristo vino para libertar-
te del control de la ira. Vino para que tuvieras vida, y la tuvieras
en mayor abundancia (Juan 10:10). Él nos ha prometido paz,
pero no como la paz que da el mundo, basada en la existencia
de circunstancias favorables (Juan 14:27). Es una paz mental y
emotiva que llega tan adentro y es tan fuerte que sobrepasa toda
comprensión humana (Filipenses 4:6-7).
Las circunstancias negativas que harían caer en la desespe-
ración a una persona normal las puede superar el Príncipe de
paz que habita en nosotros. Esa poderosa paz puede reinar de
tal manera en nuestra vida que el apóstol Pablo la describe di-
ciendo que «el Dios de paz» está con nosotros (Filipenses 4:9).
La presencia de Dios llena nuestra vida de amor, paciencia y
bondad donde antes solo había hostilidad, resentimiento y fu-
ria. Confiamos en que, en lo más profundo de tu ser, esto sea lo
que de veras quieres en la vida.

Deja que Dios te moldee


En las próximas páginas, vamos a ver primero la ira en ge-
neral, y cómo funcionan en conjunto nuestro cuerpo, nuestra

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24  Controla tu ira

alma y nuestro espíritu. Después examinaremos la batalla por


el control de la mente, y descubriremos de qué forma podemos
evitar que las emociones nos controlen decidiéndonos a creer
en la verdad y concentrándonos en ella. Veremos cómo hemos
desarrollado fortalezas mentales, y examinaremos diversos es-
quemas carnales* de la ira. Después veremos la gracia de Dios,
que nos ofrece perdón y una vida nueva en Cristo. El viaje hacia
la liberación con respecto a nuestro pasado comienza cuando
aprendemos a perdonar de corazón.
A continuación aprenderemos a permitir que Jesús, manso
y humilde, viva en nosotros y a través de nosotros en el poder
del Espíritu Santo. No nos basta con saber qué hacer; necesi-
tamos poder para hacerlo. Esa energía espiritual solo procede
del Espíritu de Dios. Y en los capítulos finales, resumiremos lo
que hemos aprendido, y hablaremos de la forma de destruir las
fortalezas de ira.
¿Es posible ser libre de una ira controladora? La respuesta es
un resonante «¡Sí!». ¿Va a ser un proceso sin dolor? Es probable
que no. ¿Valdrá la pena? Por supuesto, tú mismo vas a tener que
llegar a esa conclusión.
Un día, Dios le dijo al profeta Jeremías que fuera a la casa
del alfarero. Le prometió que allí le hablaría. Jeremías hizo lo
que Dios le había indicado, y vio al alfarero moldeando algo en
la rueda. «Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en
su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor
hacerla» (Jeremías 18:4).
¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¿Por qué quiso Dios
que Jeremías viera a aquel hombre trabajando habilidosamente
en su oficio? «Entonces vino a mí palabra de Jehová, dicien-
do: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa
de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano
*A través del libro vamos a utilizar la expresión «esquemas carnales» para referirnos a cualquier hábito que
hayamos desarrollado al tratar de enfrentarnos a la vida y satisfacer nuestras necesidades, apoyándonos en
nuestros propios recursos humanos, y no en los de Cristo. Básicamente, un esquema carnal es una mani-
festación de autosuficiencia.

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Una epidemia de ira  25

del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel»


(Jeremías 18:5-6).
Encontramos un eco de este pasaje en la segunda epístola de
Pablo a Timoteo, donde escribe:

Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro


y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son
para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno
se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, san-
tificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. (2
Timoteo 2:20-21)

No hay mayor honor, no hay mayor privilegio ni gozo más


grande que permitir que el Maestro nos moldee como a Él le
parezca. Fuimos hechos para ser apartados, y útiles para el Maes-
tro. Pero antes, el ser humano se debe purificar de todo lo que
deshonra, incluyendo la amargura que le hierve en el corazón.
¿Quieres unirte a nosotros en esta oración?

Amado Padre celestial, eres un Dios santo, y me has llamado a


ser santo, a ser apartado para que me uses. Al igual que tú, pue-
do enojarme. Pero a diferencia de ti, puedo usar incorrectamen-
te ese enojo. Tú me has llamado a la libertad, pero me has dicho
que no use mi libertad como una oportunidad para la carne.
Lo que debo hacer es servir a los demás con amor. Te ruego que
me abras los ojos para que comprenda cuál es la fuente de la ira
y la amargura que hay en mi alma. Libérame de mi pasado,
para que este no tenga dominio alguno sobre mí. Lléname de
tu Santo Espíritu, para que pueda llevar una vida justa llena
de paciencia, bondad y dominio propio. Te doy gracias porque
eres bondadoso y misericordioso, lento para la ira y abundante
en misericordia y en verdad. Oro en el nombre del manso y
humilde Jesús, amén.

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Primera parte

Cómo actúa
en ti la
ira

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1

Ira: una cuestión


de vida o muerte
Ira:
Ácido que le puede hacer más daño
a la vasija que lo contiene que a
cualquier cosa sobre la que se derrame.

J ulio estaba tratando de terminar otro agitado día en la ofici-


na. Su hijo tenía un juego de la Liga Menor de pelota a las
cinco y media, y le había prometido que estaría presente,
ya que las exigencias del trabajo le habían impedido estar en
los tres juegos anteriores. Julio era un vendedor de seguros alta-
mente motivado, que había ganado el premio al vendedor del
año durante tres años seguidos. Su afán por ir ascendiendo en la
corporación muchas veces entraba en conflicto con sus convic-
ciones cristianas en cuanto a ser un buen esposo y padre, pero
no le era difícil racionalizar su ética de trabajo. Los premios al
rendimiento, los sueldos más sustanciosos y las comisiones más
abundantes habían hecho posible que su familia tuviera un ni-
vel de vida más alto y se pudiera permitir mejores vacaciones.
Al final de la tarde de trabajo, las llamadas de última hora
lo irritaban mientras se apresuraba a salir por la puerta. ¿Por qué
la gente siempre tiene que llamar en el último minuto?, se pregun-
taba. Miró el reloj mientras entraba con su auto en el tránsito
29

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30  Controla tu ira

atascado de la hora pico. Tenía el tiempo justo para llegar, siem-


pre que las autopistas colaboraran. Mientras se trataba de abrir
paso hacia la carrilera más rápida, otro auto se le coló por de-
lante de manera abrupta. «¡Estúpido idiota! ¿Dónde están los
policías cuando uno los necesita?». El tránsito fue haciéndose
cada vez más lento, hasta ir paso a paso, y Julio se encontró
atascado detrás de un gran camión que le bloqueaba la visión,
y que hacía que su carrilera fuera más lenta que las de los otros
dos lados. Mientras se aferraba al timón, gritó enojado: «¡No
deberían permitir que los camiones fueran por otras carrileras
que no fueran la de la derecha!».

La respuesta del cuerpo a la ira


¿Qué estaba pasando dentro del cuerpo de Julio en respues-
ta a todas esas circunstancias frustrantes? Los pensamientos y
sentimientos que corrían desbocados por su corteza cerebral
izquierda ya les habían enviado una señal a las neuronas del hi-
potálamo, en un lugar más profundo del cerebro. El sistema de
emergencia del hipotálamo, al activarse, había estimulado a los
nervios del sistema simpático para que estrecharan las arterias
que llevaban la sangre a la piel, los riñones y los intestinos de
Julio. Al mismo tiempo, el cerebro había enviado a las glándulas
suprarrenales una señal para que bombearan grandes cantidades
de adrenalina y de cortisol en su torrente sanguíneo. Allí sen-
tado en su auto detrás del camión, los músculos se le pusieron
tensos, el corazón le latió con mayor frecuencia y le subió la
presión arterial. En un estado así, su sangre se habría coagula-
do con mayor rapidez, de producirse una lesión. Los músculos
situados a la salida de su estómago apretaban tanto, que nada
podía dejar su tubo digestivo. Esto le causaba espasmos, que a
su vez le producían dolores abdominales. La sangre era dirigida
desde la piel, que sentía fría y húmeda, hacia los músculos, a fin
de facilitar una reacción de «pelea o huida».

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Ira: una cuestión de vida o muerte   31

Como aquellos pensamientos de ira continuaban, el aumen-


to en los latidos de su corazón había hecho que bombeara hacia
el torrente sanguíneo mucha más sangre de la que necesitaba
para estar allí sentado en el auto. Su cuerpo estaba preparado
para saltar a la acción, pero no había ningún lugar adonde ir.
Se sintió tentado a soltar un poco de vapor bajando el cristal de
la ventanilla y diciéndole a alguien lo que pensaba de él, o a to-
car el claxon, pero sabía que no serviría de nada. La adrenalina
liberada estaba estimulando las células adiposas de Julio para
que vaciaran su contenido en el torrente sanguíneo. Esto le pro-
porcionaría más energía todavía en el caso de que la situación
exigiera una acción inmediata. Sin embargo, todo lo que podía
hacer Julio era permanecer allí, furioso por la situación del trán-
sito, mientras que el hígado le convertía la grasa en colesterol.
No tenía nadie con quién pelear, ni ningún lugar hacia donde
huir. Se sentía atrapado.
Con el tiempo, el colesterol que se forma de la grasa que
no se usa en su torrente sanguíneo se acumulará y formará una
placa dentro de sus arterias que comenzará a bloquear el movi-
miento de la sangre. Si continúa la lucha de Julio con la ira, un
día se podría cerrar por completo la llegada de sangre a una par-
te de su corazón. Y Julio sería una estadística: uno más en el me-
dio millón de estadounidenses que sufren cada año un ataque
al corazón. Una de estas personas fue el famoso psicólogo John
Hunter, quien «sabía lo que la ira le podía hacer al corazón: “El
primer sinvergüenza que me enoje me va a matar”. Poco tiempo
después, en una reunión de médicos, uno de los oradores hizo
unas afirmaciones que enfurecieron a Hunter. Cuando se puso
en pie para atacar amargamente al orador, la ira le causó una
contracción tan fuerte de los vasos sanguíneos del corazón que
cayó muerto»1.
La ira mata de otras maneras también. Es trágico que con
demasiada frecuencia la ira domina a la persona y saca lo peor
en ella, en especial cuando los celos se mezclan. Proverbios 27:4

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32  Controla tu ira

dice: «Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá


sostenerse delante de la envidia?». Lo mismo si la violencia es-
coge como arma un auto, como si escoge un avión, un explosi-
vo, un arma de fuego, un germen o una sustancia química, su
amenaza trae de punta los nervios de esta nación. Y ese temor
muchas veces se manifiesta en forma de furia. De hecho, cada
vez se va haciendo más evidente una oculta corriente de hosti-
lidad en los Estados Unidos y alrededor del mundo. Son dema-
siados los que se hallan ya en el punto de ebullición y, ¿quién
sabe cuándo la provocación más insignificante los va a lanzar a
una furia de consecuencias mortales? ¿O quién sabe cuándo la
calculada hostilidad de los terroristas va a estallar en forma de
una destrucción masiva, aquí o en otra nación?
De cualquiera de las dos formas, la ira puede matar.

El papel que desempeña la personalidad


En mi primer pastorado, uno de los miembros más prós-
peros de esa iglesia me dio un libro y me dijo: «Debe leer este
libro, porque creo que lo va a necesitar». El libro era Type A Be-
havior and Your Heart, por Meyer Friedman y Ray Rosenman.
El hombre que me dio el libro, un ingeniero altamente moti-
vado de la IBM, me explicó que él tenía una personalidad del
tipo A, y sospechaba que yo también la tenía. Después de leer
el libro, vi algunos aspectos de mi personalidad que sí eran del
tipo A. (Prediqué un mensaje unas semanas más tarde titulado
«Jesús era del tipo B»).
Friedman y Rosenman son dos cardiólogos que comenzaron
a notar que ciertos tipos de personalidad tenían mayor tendencia
a problemas cardíacos. A los que trabajaban de sol a sol subían
los escalones de dos en dos, se tomaban poco tiempo libre y se
sentían motivados a lograr sus metas los clasificaron como del
tipo A. Son los grandes triunfadores de este mundo, orientados
hacia las tareas, motivados por el logro de sus metas. Las personas

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Ira: una cuestión de vida o muerte   33

del tipo B viven con mayor sosiego, no se dejan motivar tanto, y


quizá tengan un interés mayor en las relaciones2.
Estas observaciones han tenido un profundo efecto en nues-
tra sociedad. No solo estas clasificaciones de las personalidades
en tipo A y tipo B se conocen muy bien, sino que los autores
comenzaron un verdadero diluvio de investigaciones sobre las
enfermedades psicosomáticas. Antes de la publicación de su
obra, no se consideraba que el estrés fuera una de las cosas que
más contribuían a las enfermedades del corazón, al cáncer y a
otras enfermedades graves. Hoy se considera que el estrés es una
de las grandes causas de enfermedades mortales.
Redford y Virginia Williams, en su libro Anger Kills, adap-
taron la labor de Friedman y Rosenman al problema de la ira.
En su investigación, demuestran cómo los que poseen una per-
sonalidad hostil son más propensos a las enfermedades corona-
rias. Durante muchos años, los investigadores, los terapeutas y
los centros de estudios superiores han usado el MMPI (siglas
del inglés de «Inventario Multifásico de Personalidad de Min-
nesota») para evaluar a sus clientes y estudiantes. Puesto que se
han conservado los resultados de muchos de estos exámenes, se
han podido comparar muchos años más tarde con la salud física
de los que se hicieron los exámenes. Los esposos Williams, jun-
to con otros colegas, lograron aislar ciertas respuestas al MMPI
que reflejaban actitud de desconfianza hacia los demás, frecuen-
cia en experimentar sentimientos de ira, y expresión declarada
de suspicacia en una conducta agresiva. De esta forma resumen
sus hallazgos:

1. Las personas hostiles —las que presentan un alto nivel


de desconfianza, ira y agresividad— tienen un riesgo
mayor de desarrollar enfermedades mortales que las
personas menos hostiles.
2. Al alejar de sí a los demás, o al no percibir el apoyo que
podrían obtener en sus contactos sociales, las personas

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34  Controla tu ira

hostiles se podrían estar privando de los beneficios del


apoyo social en cuanto a mejorar la salud y aliviar el
estrés.
3. La activación más rápida de su reacción de huir o pe-
lear, en combinación con una reacción relativamente
débil del sistema nervioso parasimpático para lograr la
vuelta a la calma, constituye un mecanismo biológico
que quizá contribuya a los problemas de salud que afli-
gen a las personas hostiles.
4. Las personas hostiles también tienen una tendencia
mayor a dedicarse a una serie de formas de conducta
arriesgadas —comer más, consumir más bebidas alco-
hólicas, fumar— que les podrían dañar la salud3.

El cuerpo, la mente y la ira


Las personas sí mueren de enfermedades psicosomáticas, lo
cual indica que en nuestro cuerpo están pasando más cosas que
una simple reacción a la vida en el plano físico. También debe-
mos tener en cuenta lo que no es físico: el alma. Para compren-
der cómo interactúan entre sí el cuerpo y el alma, pensemos en
la forma en que Dios nos creó a su imagen. Veamos el diagrama
que aparece en la siguiente página:
En la creación original, Dios formó a Adán y Eva del polvo
de la tierra y sopló en ellos el aliento de vida. Esta unión del
aliento divino y del polvo de la tierra es lo que constituía la vida
física y espiritual que poseían Adán y Eva. Todo ser humano
está compuesto de una persona interna y una persona externa.
En otras palabras, somos materiales e inmateriales. Nuestra per-
sona externa, o parte material, es nuestro cuerpo. Por medio de
los cinco sentidos del cuerpo nos relacionamos con el mundo
que nos rodea. La persona interior, o parte inmaterial, está for-
mada por el alma y el espíritu. Por haber sido creados a imagen

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Ira: una cuestión de vida o muerte   35

de Dios, tenemos la capacidad de pensar, sentir y decidir (alma),


y también de tener comunión con Dios (espíritu).
Porque somos sus obras «formidables, maravillosas» (Salmo
139:14), es de sentido común el pensar que Dios haya crea-
do a la persona exterior para que trabaje junto con la persona
interior, como por ejemplo, el caso del cerebro y la mente. Su
correlación es evidente, pero son fundamentalmente distintos.
El cerebro es como una computadora orgánica, y cuando nos
llegue la muerte física, volverá al polvo. En esos momentos, si
somos creyentes nacidos de nuevo, estaremos presentes con el
Señor, pero no estaremos allí sin una mente, porque la mente
forma parte del alma, la persona interior.

CUERPO
ra l Sistema ne
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so Emoci
Sistema nervioso
ro

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ESPÍRITU
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«El espíritu vivifica»


férico
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2 Corintios 3:6
Romanos 8:11
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Si

ma Voluntad t i c ne
rv

á
n er vi os o s o m a
m
Siste

Usando la analogía de la computadora, si el cerebro es la


máquina, la mente es la programación. En nuestra vida terre-
nal, ni el soporte físico ni la programación sirven de nada si no
están funcionando los dos. Y como explicaremos más adelante,
el cerebro no puede funcionar de ninguna otra forma que la
forma en que está programado.
El cerebro es el centro del sistema nervioso central, que
incluye también la espina dorsal. Del sistema nervioso central

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36  Controla tu ira

salen las ramas del sistema nervioso periférico, que tiene dos
canales diferentes. Uno de los canales es el sistema nervioso
somático. Ese sistema es el que regula los movimientos de los
músculos y del esqueleto. Es el que está controlado por nues-
tra voluntad. En otras palabras, siempre que tengamos la salud
física adecuada, podemos tomar la decisión mental de mover
nuestros miembros, sonreír y hablar. Claro, el sistema nervioso
somático recibe órdenes de nuestra voluntad. No hacemos nada
sin pensarlo primero. La respuesta de la acción al pensamiento
puede ser tan rápida que apenas estemos conscientes de la se-
cuencia, pero esta siempre se produce. (Aunque se producen
movimientos musculares involuntarios cuando el sistema se de-
teriora, como es el caso de la enfermedad de Parkinson).
El otro canal es el sistema nervioso autónomo, que regula
todas nuestras glándulas y trabaja junto con nuestras emociones.
No tenemos un control directo del funcionamiento de nuestras
glándulas por medio de nuestra voluntad. De la misma manera,
no tenemos un control volitivo directo de nuestras emociones,
entre ellas el sentimiento de enojo. Nuestra voluntad no pue-
de hacer que nos caiga bien una persona por la que sentimos
animadversión. Podemos tomar la decisión de ser amables con
esa persona, aunque no nos caiga bien, pero no nos podemos
decir que dejemos de sentir animadversión hacia ella, porque
no nos es posible manejar así nuestras emociones. Sin embargo,
cuando reconocemos que estamos enojados, podemos controlar
la forma en que vamos a expresar esa ira. Podemos mantener
nuestra conducta dentro de ciertos límites, porque eso es algo
sobre lo cual nuestra voluntad tiene control. Y ciertamente te-
nemos control sobre lo que pensamos y creemos, y eso es lo que
controla lo que hacemos y la forma en que nos sentimos.

Control de lo que pensamos


Podemos hacer algo parecido cuando hablamos con una
persona enojada. Si le decimos que no debería estar enojada,

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Ira: una cuestión de vida o muerte   37

produciremos en ella sensación de culpa, haremos que tome


una posición defensiva (racionalización) o lograremos que reac-
cione con violencia contra nosotros. Pero sí podemos animar-
la a dominar su conducta. Por ejemplo, le podemos decir: «Sé
que estás enojado en estos momentos, pero no tienes por qué
tomarla con otras personas, ni tampoco contra ti. ¿Por qué no
sales un momento? Cuando te hayas calmado, regresa y habla-
mos». Sin embargo, tendrías más éxito si le dijeras que dejara de
enojarse al igual que ella si tratara de mantener funcionando su
sistema nervioso autónomo.
Es importante que comprendamos que lo que está causan-
do este tipo de respuesta del sistema nervioso autónomo no es
el cerebro, ni tampoco es el cerebro el que está causando que
nos sintamos airados. Es la mente, y la forma en que ha sido
programada. Tampoco son las circunstancias de la vida ni las
demás personas las que nos hacen enojar. La forma en que per-
cibimos a esas personas y esos sucesos, y cómo los interpretamos,
es lo que determina si vamos a perder la compostura o no. Y
esa es una función de nuestra mente, y de la forma en que está
programada.
Apliquemos este razonamiento al problema del estrés. Cuan-
do las presiones de la vida comienzan a aumentar, nuestro cuer-
po trata de adaptarse. Nuestras glándulas suprarrenales lanzan
hormonas al torrente sanguíneo que nos capacitan para estar a
la altura del problema. Si la presión persiste demasiado, el estrés
se convierte en desasosiego, el sistema deja de funcionar bien y
nos enfermamos. Pero, ¿por qué algunas personas reaccionan de
manera positiva ante el estrés y otras se enferman? ¿Será que al-
gunas tienen mejores glándulas suprarrenales que las demás? Es
cierto que hay quienes son físicamente capaces de manejar las
cosas mejor que otros, pero esa no es la diferencia primordial.
La diferencia se encuentra en la mente y no en el cuerpo.

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38  Controla tu ira

Las creencias y la ira


Supongamos que los dos socios de un negocio encuentran
un contratiempo. Acaban de perder un contrato que pensaban
que los llevaría a un nuevo nivel de prosperidad. Uno de los
socios, que no es creyente, ve esto como una crisis financie-
ra. Esperaba que aquel nuevo contrato lo hiciera triunfar en la
vida, y se convirtieran en realidad muchas de sus metas. Pero
sus sueños quedaron hechos añicos. Reacciona con ira ante to-
dos los que tratan de consolarlo, y llama a su abogado, para ver
si puede iniciar un litigio contra la compañía que rompió con
el contrato.
El otro socio es cristiano, y cree que el verdadero éxito en la
vida consiste en convertirse en la persona que Dios quería que
fuera cuando lo creó. Tiene fe en que Dios le suplirá todo lo
que necesite. Por tanto, esta pérdida produce en él un impacto
muy pequeño. Experimenta algo de desilusión, pero no se enoja
porque ve ese contratiempo temporal como una oportunidad
de confiar en Dios. Uno de los dos socios se encuentra estresado
y furioso, mientras que el otro está experimentando muy poco
estrés y muy poca ira. ¿Puede tener la fe en Dios esa clase de
efecto en nosotros? Claro que sí, porque en nuestro ejemplo,
la diferencia se encuentra en los sistemas de creencias de los
dos socios, y no en su capacidad física. En la literatura sapien-
cial leemos: «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él»
(Proverbios 23:7). La forma en que nos comportamos brota del
depósito de lo que creemos.

¿En qué piensas?


La ira no se produce en un vacío. Como todas nuestras
emociones, es ante todo un producto de nuestra vida mental.
Supongamos que andas de compras un día, y alguien te tumba
de repente y te cae encima. No tienes la menor idea de por qué
lo ha hecho. Si lo primero que piensas es que esa persona es

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Ira: una cuestión de vida o muerte   39

descuidada o abusiva, lo más probable es que te enojes. Tu siste-


ma nervioso responderá de inmediato, y capacitará a tu cuerpo
para que reacciones huyendo o peleando. Si tus sentidos exter-
nos te indican que esa persona es un ladrón armado, el chorro
de adrenalina que recibirás en tu torrente sanguíneo de inme-
diato te preparará para que huyas o te protejas. Si tus sentidos
externos captan que solo se trata de unos chiquillos que estaban
jugando sin que nadie los supervisara, te sentirás inclinado a
sacártelos de encima, sacudirte el polvo y regañarlos por ser tan
descuidados. Cualquiera que sea el caso, tu ira es una respuesta
natural a la forma en que tu mente interpreta los datos que re-
cogen tus cinco sentidos.
Supongamos que tu pensamiento inicial se dirige a la otra
persona, y no a ti mismo. Tal vez te preguntes qué le ha sucedido
que te ha caído encima. Es posible que te sientas enojado, o al
menos sorprendido, hasta que tus sentidos externos te den datos
nuevos importantes. Entonces te das cuenta de que esa persona
está en problemas, y tu enojo se convierte enseguida en com-
pasión, y esto causa que grites por ayuda. Pero al examinar las
cosas con mayor detenimiento, te das cuenta de que esa persona
está borracha, y ha quedado inconsciente. Ahora te sientes eno-
jado, y te sacas de encima a la persona con unas fuerzas que no
sabías que tenías. Por tanto, la forma en que sientes depende de
los datos que recibes y la forma en que tu mente los interpreta.

Los sentimientos se ajustan a las creencias


Esto trae a colación otro concepto importante. Si lo que cree-
mos no está de acuerdo con la verdad, lo que sentimos tampoco
va a estar de acuerdo con la realidad. Supongamos que un hom-
bre, en su enojo, abre de golpe la puerta de la oficina de su jefe
y le dice: «¡Le exijo que me diga por qué!». Su jefe, sorprendido,
no puede comprender por qué se siente enojado. Sin que él lo
sepa, ha estado circulando un rumor según el cual va a haber que
anular algunos ascensos recientes, y el hombre dio por sentado

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40  Controla tu ira

que el suyo sería uno de ellos. Los rumores eran totalmente falsos,
pero el empleado estaba furioso porque creía que eran ciertos.
Cuando el jefe logró que se calmara, pudo convencer al emplea-
do descontento que no había sucedido tal cosa. El hombre dejó
de estar enojado con su jefe, pero es muy posible que se sintiera
algo enojado consigo mismo… y con la gente que hizo circular
el rumor.
No son los sucesos mismos los que inician nuestras respues-
tas fisiológicas. Tampoco son las glándulas suprarrenales las que
dan inicio a la liberación de la adrenalina. Lo que sucede es
que nuestros cinco sentidos recogen los sucesos externos, y los
envían en forma de señal a nuestro cerebro. Entonces la mente
interpreta esos datos y toma decisiones, y eso es lo que determi-
na la señal que va desde el cerebro y el sistema nervioso central
hasta el sistema nervioso periférico. El cerebro no puede fun-
cionar sino en la forma en que lo programe la mente. Por eso la
renovación de nuestra mente nos transforma (Romanos 12:2).

Prográmate para una renovación


La forma en que está programada nuestra mente se nota en
nuestro sistema de creencias, el cual es reflejo de nuestros valo-
res y nuestras actitudes ante la vida. Veamos de nuevo a Julio, el
vendedor estrella. Él tenía ciertas creencias acerca de sí mismo,
de la vida y de las cosas que valoraba. Es muy probable que sin-
tiera que su valor como persona se hallaba atado mayormente
a su carrera. Creía que tendría éxito si le iba bien en el trabajo
y que fracasaría si no le iba bien. También tenía creencias con
respecto a sí mismo: era vendedor y de los buenos. Pero además
era padre, y sostenía ciertos valores cristianos en cuanto a lo que
es ser un buen padre. Aquella tarde no quería retractarse de lo
prometido y perderse el juego de su hijo. Pero tampoco quería
perder un par de llamadas tardías que pudieran afectar sus ven-
tas. ¿Qué era primero, vendedor o padre?

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Ira: una cuestión de vida o muerte   41

Julio tomó aquella tarde unas decisiones que tuvieron un


profundo efecto sobre la forma en que se sintió. Habría podido
escribir la hora del juego de su hijo en su calendario, y darle la
misma importancia que daba a sus citas de negocios. Entonces
habría podido salir más temprano y evitar todo aquel exceso de
tránsito. Su secretaria solo habría tenido que decirles a quienes
lo llamaran que tenía una cita importante a la que no podía
faltar, pero que procuraría hablar con ellos al día siguiente. En
realidad, no era el atasco del tránsito lo que lo había enojado,
sino el efecto acumulado de las decisiones equivocadas que ha-
bía tomado aquel día.
Cuando yo asistí a mi primera clase para el doctorado hace ya
años, era el único que profesaba ser cristiano entre todos los que
se matricularon. La instructora había sido monja y le encantaba
hacer galas de su liberación con respecto a la iglesia. Creo que
sentía un deleite especial por el hecho de tener en su clase a un
«reverendo» al que pudiera poner en apuros de vez en cuando. Vi
esto como un desafío a mi fe, y me sentí encantado de aceptarlo.
Cuando se acercaba el final del semestre, se nos pidió que le
habláramos a la clase de nuestros ensayos de fin de curso. Yo dije
que estaba haciendo un ensayo acerca de la manera de mane-
jar el enojo. Otra estudiante de doctorado protestó: «Usted no
puede hacer un ensayo sobre el manejo del enojo». Le pregunté:
«¿Por qué no?». «Porque usted nunca se enoja». Al parecer, ella
habría respondido de manera airada a algunas de las saetas que
se me lanzaban en clase. No podía creer que yo fuera a escoger
el enojo como tema del ensayo, y me lo recordó varias veces. Le
aseguré que hay ocasiones en que yo también me enojo.
Nuestras diferencias se aclararon más cuando llegó el final
del semestre. Ella y su hermano, que también asistía a esa clase,
eran miembros de una secta. Y las diferencias entre nuestros
sistemas de creencias se fueron haciendo cada vez más evidentes
a medida que ellos eran probados por fuego.

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42  Controla tu ira

Lo que creemos sí afecta a la forma en que reaccionamos


ante las circunstancias de la vida. Si nuestra identidad y nuestra
seguridad se centran en nuestra relación eterna con Dios, las co-
sas de la vida, que son temporales, van a causar en nosotros un
impacto mucho menor. A medida que seamos conformados a
la imagen de Dios, nos iremos convirtiendo en un poco menos
tipo A, y un poco más como Jesús.
Si es ese tu deseo, te invito a unirte a nosotros en oración
con respecto a esto.

Padre celestial, te agradezco que me hayas hecho de mane-


ra formidable, maravillosa. Es asombroso que hayas hecho
que mi espíritu, mi alma y mi cuerpo estén tan entretejidos
e interconectados. Pero esa verdad me presenta también
una grave advertencia. Puedo ver cómo mis percepciones
correctas o incorrectas de la realidad han afectado negati-
vamente mis emociones. Y cómo perder los estribos me hace
daño físico a mí y daña emocionalmente a otras personas.
Solo tú, Señor Jesús, dándome tu vida por medio de mi
espíritu, puedes vencer esta lucha que llevo por dentro. Pero
quiero que tú ganes, para poder asemejarme más a ti. Esto
lo pido en tu nombre, Jesús. Amén.

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