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Sofía Dolzani

Teoría Literaria II
2019

Tema de examen II: Walter Benjamin, lector de Baudelaire

Para esta ocasión nos interesa recuperar la lectura que Benjamin realiza de Las flores del mal
(1857) de Charles Baudelaire, en su ensayo “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939).
Específicamente, cómo Benjamin logra captar una dimensión social de la poesía de Baudelarie que
permite dar cuenta de las nuevas condiciones materiales de la sociedad capitalista emergente que
acechan al sujeto moderno. Para ello, Benjamin pondrá el foco en una figura particular: la de la
multitud. Esta figura, que no aparecerá tematizada en Las flores del mal, es captada por Benjamin
como algo que estructura la poesía de Baudelaire. Es decir, como algo que atraviesa el modo de
construcción de los poemas permitiendo dar cuenta de las transformaciones sociales y culturales
que el modelo capitalista industrial impone sobre la vivencia en la ciudad. Dicho de otra forma, lo
que Benjamin lee en Baudelaire es el impacto de las transformaciones de la ciudad que condicionan
la vivencia tanto del hombre moderno como del poeta, que son absorbidos por la masa.
La masa, la multitud o la muchedumbre, como dice Benjamin, es un tema que recorrerá las
producciones de los literatos del siglo XIX (Benjamin, 1939:199). Sin embargo, en la poesía de
Baudelaire no aparece como tema, ni tampoco como imagen descripta, sino que se inscribe más
bien como una figura oculta que condiciona los poemas. Dice Benjamin:

[Baudelaire] nos informa también sobre qué hay que pensar en verdad de estas
masas. No se puede hablar de clase ni de ningún tipo de colectivo estructurado.
Se trata simplemente de la multitud amorfa de los que pasan, del público de la
calle. Esta muchedumbre, cuya existencia nunca olvida, no se erigió como
modelo para ninguna de sus obras. Pero está estampada en sus creaciones como
una figura oculta (Benjamin, 1939:198)

Esta figura oculta que es la masa amorfa se diferencia del flâneur y adquiere un sentido violento
que pareciera seducir e inquietar al poeta que es arrastrado por ella. Porque esa será una
particularidades de la poesía de Baudelaire: la masa no será algo externo, algo que, como el cuento
de Poe “El hombre de la multitud”, se mira desde afuera. La masa arrastrará al poeta que, fascinado
y aterrado por ella, buscará resistirse. Pero la masa será, sin embargo, lo que condiciona la mirada
sobre la gran ciudad. Dirá Benjamin que, a diferencia de Victor Hugo, “Baudelaire no describe ni la
población ni la ciudad. Haber desistido de estas descripciones le permitió conjurar a una en la forma
de otra. Su multitud es siempre la de la gran ciudad; su París es siempre la de una ciudad
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superpoblada” (202). Esta asimilación entre multitud y ciudad permite captar las transformaciones
sociales que rigen la vivencia del hombre moderno bajo el modelo del capitalismo industrial que lo
ha transformado en un autómata. La masa amorfa absorbe al hombre y al mismo tiempo lo
automatiza en un ritmo que pareciera volverlo una máquina que avanza a gran velocidad. Esta es la
masa que Poe describe en “El hombre de la multitud”, donde un sujeto observa detrás de un vidrio,
el movimiento automático y el estado de alienación con el que la muchedumbre se desplaza. Esta
masa tiene, en el cuento de Poe, algo inhumano. Algo inhumano que muestra en los cuerpos el
disciplinamiento del autómata: “El texto de Poe vuelve comprensible el verdadero vínculo entre
desenfreno y disciplina. Sus transeúntes se comportan como si, adaptados a los autómatas, sólo
pudieran expresarse automáticamente” (215-216).
En el cuento de Poe, quien observa detrás de un vidrio, se ve extrañado y maravillado por el
movimiento de la multitud. Extrañado y desde un lugar de distancia, mira cómo el movimiento
constante arrastra las cabezas de los sujetos que avanzan como perdidos en sí mismos.

La calle era un de las arterias principales de la inmensa ciudad, y, por tanto, de las
más concurridas. A la caída de la tarde, la concurrencia fue creciendo de un modo
extraordinario y, cuando fueron encendidos los faroles del alumbrado público dos
corrientes de personas se encontraron, confundiéndose delante de mi vista en un
entrecruce continuo. Jamás me había encontrado en situación parecida o, mejor dicho,
nunca había tenido conciencia aunque hubiera pasado por ella miles de veces, y ese
tumultoso océano de cabezas humanas me producía una deliciosa emoción, de
agradable novedad. Terminé por no prestar atención a lo que pasaba en el interior del
hotel, embebiéndome en la contemplación de la escena que la calle me ofrecía. (Poe,
1840: 261-262)

La contemplación de la masa en Poe pareciera dar cuenta del ordenamiento que se produce en la
gran ciudad. Pareciera dar cuenta de cómo los hombres viven la gran ciudad y son arrastrados por el
ritmo que impone la misma. Dirá Benjamin que la multitud de Poe tiene algo de barbárico
(1939:212), algo amenazador y que es esta imagen de la gran ciudad la que fue determinante en
Baudelaire. Sin embargo, a diferencia de Poe, la masa (y por lo tanto la vivencia de la gran ciudad)
no es algo que se observa desde afuera, sino que esta atraviesa y se vuelve fundamento de la poesía
de Baudelaire.
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Esta es la lectura que introduce Benjamin para pensar Las flores del mal. En la poesía lee cómo
Baudelaire logra expresar formalmente un saber sobre las condiciones de su época, cómo logra
capturar “una dimensión social y una dimensión cultural de las transformaciones materiales y
urbanas; el descubrimiento de que la ciudad y la poesía se implican como producciones simbólicas”
(Sarlo, 2011:51).
Ahora bien, la masa no sólo aparecerá como algo estructural a la poesía de Baudelaire sino que
señalará el lugar que el poeta ocupa entre la multitud. El poeta que se resiste, y que, sin embargo es
arrastrado por ella. En la lectura que Benjamin realiza del soneto “A une passante” destaca la
vivencia del poeta en el medio de la multitud que, lejos de ser tematizada, aparece como
fundamento.

XCIII
A una transteúnte
La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
una mujer pasó, con mano fastuosa
levantando, balanceando el ruedo y el festón;

ágil y noble, con su pierna de estatua.


Yo, bebí, crispado como un extravagante,
en su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.

Un raro...¡luego la noche! - Fugitiva beldad


cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer
¿no te veré más que en la eternidad?

¡En otra parte, bien lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡jamas, quizá!
Porque ignoro dónde huyes, tú no sabes donde voy,
¡oh, tú! A la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!

En el poema se inscribe la vivencia del poeta en la ciudad que asiste al encuentro furtivo de una
mujer que lo moviliza, a sabiendas de que el encantamiento sólo puede durar los segundos en el que
los cuerpos se cruzan, para luego perderse en el anonimato. El poeta vive, de esta forma, una
recepción de estímulos que hacen estremecer su cuerpo en la multitud, y, al mismo tiempo, es la
multitud la que provoca en el poeta estos estímulos. En este sentido, el lugar del poeta en la
muchedumbre que lo arrastra no es la del autómata, sino la del que percibe el impacto de las fuerzas
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perturbadoras de la multitud. En esa perturbación del poeta es que Benjamin lee la figura del shock
en el poema “A une passante”:

Con el velo de viuda, velada a la comprensión por esa corriente que la arrastra
silenciosamente en la multitud, una desconocida cruza la mirada del poeta. En una frase
puede fijarse lo que el poeta nos da a entender: la aparición que fascina al hombre de la
gran ciudad -lejos está de solo tener en la muchedumbre su contraparte, un elemento
puramente hostil llegará hasta él solo gracias a la multitud. El embeleso del hombre de la
gran ciudad es un amor no sólo a primera vista sino también a la última. Es una
despedida para siempre, que en el poema coincide con el momento de cautivación. Así,
el soneto presenta la figura del shock, la figura de una catástrofe. (Benjamin, 1939:204)

El poeta es arrastrado hacia la multitud pero aún allí, en el medio de la marea que lo lleva, busca
resistirse, luchar contra la multitud. Y es allí, en esa lucha, donde el poeta se expondrá a las fuerzas
turbulentas que Benjamin lee en tanto shock. La vivencia del poeta en la multitud es lo que adquiere
en la poesía de Baudelaire el peso de la experiencia, en la medida en que logra mostrar cómo el
poeta no puede defenderse ante los estímulos que recibe en la muchedumbre. En este sentido, el
poeta de Baudelaire es aquel que, arrastrado por la masa, suspende sus mecanismos de defensa ante
el shock, pero el precio que paga al desafiar el comportamiento normalizado de la multitud es el
desgarro, el grito de terror. De acuerdo con Benjamin, Baudelaire logra registrar la suspensión de la
defensa ante el shock “en una imagen estridente. Habló de un duelo donde el artista, antes de ser
vencido, grita de terror. Este duelo es precisamente el proceso de creación” (195).
El shock en Baudelaire pareciera referir, entonces, a esta lucha que el poeta experimenta en la
multitud. Una multitud normalizada que, producto de la sociedad moderna, capitalista e industrial,
se ha vuelto impermeable a la recepción de ciertos estímulos que desequilibrarían al sujeto. Una
multitud que actúa como autómata anulando la posibilidad de la experiencia al hacer activar sus
mecanismos de defensa para frenar las fuerzas del shock. Estos mecanismos de defensa permiten
alojar en la consciencia la experiencia del shock, haciendo que el sucedo adquiera carácter de
vivencia (195). El poeta, sin embargo, aún en medio de la multitud con la que batalla, pareciera ser
sensible a las fuerzas traumáticas que lo perturban y allí, en medio de la muchedumbre, inscribe su
lucha. Lucha contra la masa normalizada, y lucha contra las fuerzas perturbadoras que lo hacen
gritar de terror. De allí que Benjamin diga que Baudelaire “eligió la tarea de frenar los shocks con
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su persona psíquica y física, sin importar de donde vinieran” (196), y lee esta batalla del poeta en el
poema “Soleil” a partir de la imagen del esgrima.

LXXXVII
El sol
A lo largo del viejo suburbio, donde cuelgan en las casuchas
las persianas, abrigo de secretas lujurias,
cuando el sol cruel cae con golpes redoblados
sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
husmeando en todos los rincones los azares de la rima.
Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.

Este padre nutricio, enemigo de las anemias,


despierta en los campos los versos como rosas;
hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
y colma los cerebros y las colmenas de miel.
Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas
y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
y ordena a las cosechas crecer y madurar
¡en el corazón inmortal que siempre quiere florecer!

Cuando, igual que el poeta, desciende a las ciudades,


ennoblece la suerte de las cosas más viles,
introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,
en todos los hospitales y en todos los palacios.

La metáfora del poeta esgrimista que se ejercita para batallar con las palabras y los versos que lo
acechan es una de las luchas a las que el poeta se enfrenta, y simula el intento de defenderse ante el
shock. Tal es lo que sostiene Benjamin cuando dice que Baudelaire frena los shocks poniendo el
cuerpo, con su persona y con su psiquis. “El combate del esgrima nos ofrece la imagen de la
defensa ante el shock”(196). Esta lucha del poeta contra las palabras y los versos es la misma que el
poeta enfrenta en la multitud, una multitud automatizada, normalizada, que arrastra también al poeta
que lucha contra ella.

De todas las otras experiencias que hicieron de su vida aquello que terminó siendo,
Baudelaire destaca el ser empujado por la multitud como la experiencia decisiva, la
inconfundible. Ya no existía para él el brillo de esa multitud movida por si misma,
animada por sí misma, que embelsaba al flanêur. Para inculcarse en la bajeza de esta
muchedumbre, Baudelaire imagina el día en que hasta las mujeres perdidas, los
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excluidos lleguen al punto de pronunciarse a favor de una vida ordenada, condenen el


libertinaje y no dejen en pie nada que no sea el dinero. Traicionado por estos últimos,
Baudelaire lucha contra la multitud; lo hace con la cólera impotente de aquel que
lucha contra la lluvia o el viento. Esta es la vivencia a la que Baudelaire le dio el peso
de una experiencia (Benjamin, 1939:240-241)

Así, la lectura que Benjamin realiza de Baudelaire da cuenta de cómo las condiciones de la gran
ciudad, la muchedumbre, arrastran incluso a aquellos que se resisten: las prostitutas, los excluidos,
los poetas. La imagen con la que Benjamin cierra “Sobre algunos temas en Baudelaire” es
totalmente desoladora porque el poeta es traicionado por sus aliados. Es traicionados por aquellos
que aún tenían la posibilidad de resistir en la vivencia al interior de la masa en un estado de alerta.
El poeta, solo, lucha contra la multitud, lucha contra las condiciones materiales que le imponen el
ordenamiento de las grandes urbes, que llevan a los hombres a moverse en un estado de alienación,
que llevan a los hombres a marchar como máquinas en sus desplazamientos por las calles. Contra
ello, dice Benjamin, es que batalla el poeta.
De esta forma, Benjamin introduce una lectura de Baudelaire que permite ver cómo en sus
poemas se inscriben las huellas de una época en las que las condiciones de la sociedad moderna e
industrial comienzan a transformar los modos de relación de los hombres en las grandes ciudades.
La masa y la vivencia de la gran ciudad son fundamento y lo que estructura Las flores del mal y dan
cuenta, asimismo, cómo la sociedad moderna ha transformado las condiciones de la experiencia.
Los hombres, víctimas de la civilización urbana e industrial, ya no están en condiciones de levantar
la mirada, de vivir, como dice Löwy (2001), la experiencia auténtica. Benjamin lee en Baudelaire
cómo este inscribió en su obra la decadencia de la experiencia y la lucha del poeta en medio de una
crisis de la percepción. “Baudelaire describe -dice Benjamin- los ojos de aquellos que, podríamos
decir, han perdido la capacidad de mirar” (1939:235).

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