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GABRIEL /MARCEL G a b r i e l M a r c e l es uno de los

grandes filósofos de nuestra época. Su


nombre dice mucho, incluso al profa­
no. El alcance universal de su obra es
un hecho incuestionable. Sin embargo,
tiene ciertas características, a las que
tal vez se deba atribuir esa veneración
íntima. Su manera de tratar en estas
mismas páginas el problema del «es­
cándalo» — no exclusivamente en sen­
tido moral y ético— es sumamente
ilustrativa al respecto. Marcel es un
filósofo de la intimidad, pero de la
intimidad que desborda en su abun­
dancia, y colma el ambiente, sin des­
virtuarse. Aquí está el secreto' de su
pensamiento1y de su capacidad de cap­
tación. Si escribe dramas, pinta hom­
bres por dentro, si filosofa, siempre
encuentra el matiz conceptual que le
permite acercarse mentalmente a una
pieza escogida de Beethoven o a
una poesía fragante, fresca y lozana, de
Claudel. Siempre con la clarividencia
que le caracteriza, y con su fidelidad
inquebrantable a la realidad que tiene
delante. Es eminentemente auténtico.

Por eso odia el escándalo, pero en


modo alguno el testimonio, y en su
caf el testimonio cristiano. Composi-
N

Sobrecubierta de W il l F a b f .r
tor en conceptos, dramaturgo y pen­
sador: he ahí sus credenciales.
Los temas de estos dos ensayos, a
los que precede un prólogo autobio­
gráfico, no podrían ser más actuales
e inmediatos. Aquí se filosofa desde
una situación — la nuestra —, ante una
realidad que palpamos, y a ella se acer­
ca sin presupuestos dogmáticos, con
pensamiento abierto. Y lo curioso es
que de esta forma supera la divaga­
ción, la pérdida y la inconsistencia.
El análisis que Marcel hace de nues­
tra época no siempre conduce a resul­
tados optimistas, vistos a corta distan­
cia. Pero no olvidemos que es el filó­
sofo de la esperanza cristiana. Del
análisis de lo empírico eleva la vista a
las cimas de la verdad. Y ésta no sólo
enseña, sino que, además, libera.
Estas dos conferencias publicadas
en forma de ensayo serán el mejor ali­
mento para el espíritu abierto, inqui­
sitivo y amante de la verdad y de la
belleza. Y al tiempo contienen una
excelente orientación de nuestra exis­
tencia en nuestro mundo, en nuestra
época, desde las fecundas perspectivas
—'tantas veces insospechadas— que
ofrece el cristianismo.
Versión castellana de la obra de
Der Philosoph und der Friede,
G a b r ie l M a r c e l,
Verlag Josef K necht, Francfort del M eno 1964

PR Ó LO G O

EL FILÓ SO FO Y LA PAZ

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LA V IO LA CIÓ N DE LA INTIM ID AD
Y LA D E ST R U C C IÓ N DE LOS VALORES

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© Verlag Josef Knecht, Frankfurt am Main 1964


© Editorial Herder S . A. - Provenza, 388 - Barcelona (Espaha) 1967

Es p r o p ie d a d D e p ó s it o l e g a l : B. 11.280-1967 P r in t e d in S p a in

G rafesa - N ápoles, - 249 Barcelona


PRÓLOGO

Nací en París, el 7 de diciembre de 1889.


Mi padre, uno sin duda de los hombres mejor
\ formados de su tiempo, había sido sucesiva­
mente: diplomático, consejero de Estado, di­
rector de una Academia de bellas artes, admi­
nistrador de la Biblioteca Nacional, y aún otras
varias cosas. Primero estudié en un instituto y
luego en la Sorbona. Y cuando, ya allí, tuve
idea por primera vez de lo que podía ser la
filosofía, comprendí que ella era quien me lla­
maba. Pero también he de confesar que, por
aquellas fechas, me atraían casi tanto como
ella el teatro y la música. Nunca ponderaré
lo suficiente la huella honda y clara que han
dejado en mí los grandes músicos, muy por
encima de cualquier poeta. Es cierto que jamás
he estudiado música en

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tricto. Sin embargo, poseía una sensibilidad una perspectiva política, sino más bien des­
natural para la armonía y también una indu­ de una perspectiva existencial, en sus efectos
dable facultad para la improvisación musical. sobre la imagen moral de nosotros mismos,
Creo que, en el fondo, una y otra han hecho como seres vivientes. Es casi seguro que aquí
sentir su presencia en mis incursiones por el está el origen remoto de todo lo que mucho
campo de la filosofía y del teatro. más tarde, una vez pasada ya la segunda gue­
En el ámbito filosófico estaba yo profunda­ rra mundial, me impulsó a escribir.
mente influido por los pensadores germanos. No es este el lugar adecuado para informar
Sobre todo me impresionaban profundamente cumplidamente sobre mi actividad docente,
los herederos espirituales de Kant. Y así, cuan­ en provincias antes de la guerra y durante ella;
do llegó el momento de escribir mi tesis para el en París entre 1915 y 1918. Pero quiero seña­
diploma en la enseñanza superior, dediqué lar que mis lecciones en Sens, donde di clases
el trabajo a estudiar el influjo de Schelling sobre los conceptos fundamentales de la filo­
en el mundo conceptual de Samuel Taylor Co­ sofía a lo largo de tres años, es decir, desde
leridge. Había tenido la suerte de oir todavía 1919 hasta 1922, me dejaban mucho tiempo
las lecciones de Henri Bergson en el Colegio libre para la producción de dramas. Muchas
de Francia; a lo largo de toda mi vida he de mis piezas teatrales más importantes pro­
reservado para él mi máxima admiración y ceden de aquella época: Un homme de Dieu;
respeto, lo cual no quiere decir que fuese La Chapelle Ardente; Le Coeur des cutres.
discípulo suyo en terreno alguno. Al mismo tiempo me decidí a comenzar la
Como es natural, la primera guerra mundial redacción del Journal Métaphysique que al
influyó notablemente en mi evolución interna, principio no escribía con vistas a la publica­
aunque, debido a mi débil constitución, no ción, sino tan solo con la finalidad de que
fui llamado a filas. Me incorporé al servicio me sirviera de preparación para una gran obra
de la Cruz Roja, y esta actividad me fue lle­ (por lo demás no terminada) de carácter sis­
vando a considerar la guerra, no tanto desde temático.

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Al regresar definitivamente a París, en 1922, ejercer Kierkegaard sobre mí, me parece difí­
me dediqué a escribir en revistas y cultivé la cil de precisar, y otro tanto puedo decir de
crítica. Unos años más tarde, me hice cargo Heidegger, y de Berdyaev. Me costaría bas­
de la redacción de la «Collection étrangère», tante ir precisando punto por punto lo que
a petición de mi amigo Charles du Bos. De puedo deber a cada uno de ellos; sin embargo,
entre los escritores franceses ha sido Marcel una cosa me resulta indudable: que estoy en
Proust el que ha dejado en mí huella más deuda con ellos. Ahora bien, según me voy
profunda. Esta influencia literaria es de seguro acercando al actual estadio de mi vida, me va
la única que, de algún modo, se puede equi­ resultando más difícil distinguir entre lo que
parar a la que habían ejercido en mí los gran­ nació en mí y lo que hicieron nacer en mí.
des músicos. El influjo de Péguy, si bien amor­ Por lo que se refiere a mi conversión, en el
tiguado, no ha sido menos hondo; el de André año 1929, resulta igualmente difícil decir algo
Gide fue desde luego bastante escaso, y he de concreto. Es incuestionable que en ello tuvo
confesar que la gran admiración sentida por mucha parte el influjo de mi amigo Charles
Paul Valéry a lo largo de toda mi vida, ha du Bos; este influjo es mucho más conside­
quedado sin consecuencias en mi pensamiento rable que el de Mauriac. Sin embargo, fue una
y en mi obra. carta de Mauriac la que finalmente me deparó
El frecuente contacto con escritores extran­ la ocasión inmediata para mi conversión.
jeros, principalmente anglosajones, pero sin Mis intentos de entablar contactos más di­
olvidar los de procedencia germana (por ejem­ rectos y estrechos con los tomistas, y princi­
plo, Jakob Wassermann) contribuyó esencial­ palmente con Jacques Maritain, quedaron siem­
mente a conformar mi vida en aquella época. pre, en resumen de cuentas, estériles, prescin­
En el terreno de la filosofía, fue mi conoci­ diendo de la amistad e inclinación que profeso
miento de Jaspers y su sistema, ya casi en el a ciertas personalidades concretas que forman
momento de su publicación, el que más sig­ este círculo de allegados a los dominicos, por
nificó para mí. El influjo que haya podido ejemplo, el padre Maydieu. Ya más adelante

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I

fue para mí un verdadero descubrimiento; en


me influyó mucho Gustavo Thibon, que tanto
épocas anteriores de mi vida, apenas me había
ha contribuido al esclarecimiento de ciertos
problemas humanos y, mucho más tarde, a fijado en ella.
Toda mi actuación está orientada a tantas
partir de 1947 poco más o menos, me impre­
y tan variadas fuerzas creadoras y críticas, que
sionaron extraordinariamente los estudios de
Max Picard. yo quisiera encauzar a la acción, pero sin per­
En lo que se refiere a mi evolución interior, der de vista lo que constituye el centro de
mis anhelos: contribuir con mis débiles fuer­
cobra importancia fundamental toda la serie
de problemas que traía consigo la «resistencia» zas a mejorar un mundo que amenaza con
y la «colaboración» francesa, por un lado, y perderse en el odio y la abstracción.
los crímenes de los «nazis» y de los soviets,
G a b r ie l M arcel
por otro; y lo mismo vale para los problemas
que resultaban de las depuraciones políticas
y de sus enmarañadas consecuencias. Quiero
añadir aquí — aunque ya hace rato que de­
biera haber hablado de ello— que el influjo
de ciertos poetas, entre los que figura Rilke
en lugar destacado, llegó a ser muy poderoso
a partir de 1937, aproximadamente. Los nume­
rosos viajes al extranjero, que emprendí des­
de 1947, la mayor parte con motivo de alguna
conferencia, han contribuido mucho a dar a
mi pensamiento un acento europeo y cosmo­
polita, cada vez más intenso. En este sentido,
es particularmente digno de destacarse mi
primer contacto con la Península Ibérica, que

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EL FILÓSOFO Y LA PAZ*

* D iscurso pronunciado el 20 de septiem bre de 1964, en


la Paulskirche, de F ran cfo rt del M eno, con ocasión de reci­
bir el Prem io de la Paz de los editores y libreros alemanes.
Señoras y Señores:
Ante todo quiero manifestar el testimonio de
mi profunda gratitud a los que me han con­
cedido el gran honor de otorgarme el Premio
de la Paz: faltaría a la verdad si no recono­
ciera sinceramente que me ha complacido
muchísimo.
Ciertamente, quisiera poder pensar que mi
obra, cuya significación y valor son para mí
objeto de una interrogación constante a medida
que me aproximo al fin, haya contribuido, por
poco que sea, a la obra de la paz, que, a mi
parecer, es la más preciada de todas. No basta
decir que la paz es un bien; es necesario, sin
duda, declarar que es la condición de todo bien
verdadero, y creo que todos nosotros hemos de

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M arcel, F ilósofo 2
rechazar hoy día con horror la idea de que existe la simplicidad del elemento, tal como se
la guerra tiene una fecundidad que le es pro­ nos presenta en la existencia, pero como pre­
pia. La comprobación de los medios de exter­ supuesto de toda síntesis. Mas es evidente que,
minio de que dispone, y que hemos presenciado cuando la teología tradicional insiste, con ra­
con espanto y desesperación, al menos habrá zón o sin ella, en la simplicidad de Dios, habla
hecho aparecer con claridad el carácter radical­ de una simplicidad completamente distinta, de
mente malo de la guerra; y eso en oposición a una simplicidad en la que todas las diferencias
lo que dieron a entender, si no Hegel y Nietz- estarían como reunidas, refundidas y supera­
sche mismos, al menos gran número de sus das. Pero no dejemos de reconocer que entre
discípulos. estas dos simplicidades, en realidad opuestas,
Pero, como me ocurre casi al principio de es muy fácil llamarse a confusión, y los ideó­
una investigación, mi atención se dirige a ciertas logos son casi siempre culpables de ésta.
paradojas que dan motivo para reflexionar. ¿Qué entendemos aquí por ideólogo, en opo­
He aquí cómo voy a formular lo que se ma­ sición al filósofo propiamente dicho? Ideó­
nifiesta a mi espíritu. Por una parte, la paz se logo es aquel espíritu que se deja sorprender
presenta como la opuesta esencial de una existen­ por d engaño de las abstracciones puras. Un
cia digna de ese nombre; pero, por otra parte, ejemplo hará que se comprenda mejor lo que
parece que, cuando la consideramos como ob­ quiero expresar: la idea de igualdad — si deja­
jeto de discurso, corremos el riesgo de incurrir mos de lado sus aplicaciones puramente mate­
en los peores tópicos. ¿En qué consiste eso? máticas— no puede seducir más que al ideó­
¿Hay que responder que la paz es en sí misma logo. Un filósofo digno de este calificativo ja­
algo muy simple que, consiguientemente, no se más podrá tomar en serio la idea de igualdad
presta al análisis, o más bien es una especie de aplicada a los seres humanos. No verá en ella
exaltación puramente retórica? Sin embargo, más que una metabasis eis alio genos, una tras­
desconfiemos: el término «simplicidad» pre­ posición ilegítima, porque los seres, considera­
senta una ambigüedad peligrosa. Por una parte, dos en sí mismos, no pueden dar lugar a la ope­

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ración, que es la única que puede conferir sen­
tido a la noción de igualdad. No es razonable de tensión continua que no es compatible con
decir ni que ios hombres son iguales ni que es lo que podemos llamar la paz. Por d contrario,
de desear que lo sean algún día (cosa que, por esa tensión desaparece si he aprendido a esti­
otra parte, tampoco tiene sentido alguno). Lo mar los valores que descubro en el prójimo y
que es de desear es la instauración de un orden cuya ausencia compruebo en mí.
en el que cada individuo tendría cierta supe­ Reconozcamos, por tanto, que ese mundo
rioridad sobre los demás. Pero incluso esta for­ fraterno presupone cierta identidad — no ha­
ma de expresarse se presta a la crítica, porque blo de igualdad — de los derechos fundamen­
una fórmula tal implica también comparacio­ tales, es decir, de lo que podríamos llamar las
nes y debemos resistir la tentación de comparar. condiciones de la existencia social. ¿Cómo se­
Hablemos más bien de un mundo fraterno en el ría posible la existencia de un mundo fraterno
que cada uno se alegre al encontrar en sus her­ donde coincidiera una miseria extrema con la
manos cualidades de las que él mismo carece. opulencia pregonada de forma insolente? Pero,
Y con esto entramos directamente en nuestro por un sofisma fácil de descubrir, se confunde la
tema, pues precisamente de ese mundo fra­ identidad de los derechos fundamentales con
terno es del que se podría decir con toda ver­ la igualdad de los individuos a quienes no sólo
dad que está en paz, o, al revés, en un mundo se les otorgan esos derechos, sino que también
en el que reina la pretensión no puede exis­ se les reconocen.
tir la reivindicación igualitaria, y eso por una Al introducir en este contexto la expresión
razón que surge inmediatamente al analizar la «mundo fraterno», me parece ver al mismo
cuestión: al suponer que lo que se llama la igual­ tiempo cómo cada uno de nosotros, por mo­
dad se puede instaurar en alguna parte, esa desta que sea nuestra posición, por limitado que
igualdad no será duradera, porque cada uno sea el horizonte, puede contribuir a la obra de
de los individuos iguales intentará elevarse por la que hablaba al principio de este discurso.
encima de los demás, y de ahí surgirá un estado Pero sin duda se me hará esta objeción: ¿No
se dude el único problema, que es de orden po­
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lítico? Porque lo que deseamos saber es si en Mas existe otro peligro: puede ocurrir que
el plano político puede darse un compromiso el filósofo rehúse comprometerse no por cobar­
del filósofo a i favor de la paz, y cómo puede día, sino porque todo lo que es política le pa­
o debe ser comprendido. Me parece que en este rece intrínsecamente impuro, sucio. Creo que en
punto se debe evitar un doble peligro: por una ello puede haber un error por lo menos tan grave
parte, se da demasiado a menudo en el filó­ como el que he denunciado hace poco y que,
sofo la pretensión de intervenir, es decir, de sin duda, se refiere a la noción misma de pu­
enunciar juicios apodícticos a propósito de una reza. La abstención no es, en verdad, una ac­
situación concreta, de la que en realidad no titud limpia y pura en sí misma, aunque sólo
tiene más que un conocimiento muy imper­ sea porque es equívoca y porque el que se
fecto. Así es como muchos de nosotros han abstiene no puede tener total clarividencia acer­
sido inducidos a firmar al pie de tal proclama ca de sus propios motivos.
o de tal petición, ordinariamente redactada por La única solución que me satisface consiste
hombres que obedecían a preocupaciones de en discernir lo más exactamente posible entre
orden puramente político. En esto hablo por los casos en que están implicados principios
experiencia, y debo confesar que, en cuanto universales y en los que, por consiguiente, abs­
a mí, muchas veces he pecado por debilidad, tenerse sería hacerse cómplice de transgresiones
por temor de ser juzgado conservador o insen­ imperdonables, y otros casos muy distintos que
sible, si me abstenía, cuando ciertamente no más bien ponen en juego cuestiones de pura
debía haber tenido en cuenta esas reacciones oportunidad. Voy a citar un ejemplo: poco des­
posibles. La experiencia nos demuestra, des­ pués de que Francia reconociera el gobierno
graciadamente, que esas proclamas, incluso en de la China comunista, se me pidió que firmara
el caso de que estén completamente justificadas, un escrito de protesta en el que se recordaban
apenas tienen eficacia, y que al estampar la los delitos imputables al régimen de Pekín. Pe­
firma en ellas se busca sobre todo procurarse un ro es evidente que delitos análogos se pueden
certificado de recta conciencia. reprochar a otros Estados comunistas, reco­

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nocidos hace ya mucho tiempo. Por otra par­ filósofo debe reconocer no sólo su impotencia,
te, situándonos en el plano de los principios, sino su incompetencia radical? Sostener esta
no puede dejar de parecer absurdo querer ne­ opinión creo que sería ir demasiado lejos. En­
gar la existencia de un pueblo de seiscientos tonces, ¿qué papel se le puede atribuir en lo
millones de habitantes. Por tanto, el problema que concierne precisamente a la instauración y
queda reducido a una cuestión de oportunidad: conservación de la paz? Creo que la palabra
la de saber si el momento estaba o no bien es­ velador es la que caracteriza con más exactitud
cogido para proceder a ese reconocimiento. Es ese papel. Veamos qué significa: «velar» quie­
ésa una pregunta difícil e importante, pero en re decir ante todo permanecer despierto, pero
la que — según mi opinión — el filósofo, como más exactamente todavía luchar contra el sue­
tal, no puede tomar posición razonablemente, ño, ante todo para su propio bien. Pero ¿de qué
es decir, haciendo valer, de manera racional, sueño se trata? Puede presentarse bajo diver­
motivos determinantes. Por tanto, creí que mi sas formas. Existe, en primer lugar, la indife­
deber era negarme a firmar ese manifiesto, aun­ rencia, el sentimiento de que no puedo hacer
que en el terreno del sentimiento, de la afecti­ nada, es decir, el fatalismo, que, por otra par­
vidad, me sintiera inclinado a lo contrario. te, puede adoptar diversos aspectos, entre ellos
De todas formas, repito, el filósofo debe po­ el optimismo tan cómodo de los que creen que
nerse en guardia contra la tentación de creer todo acabará por arreglarse (como si los acon­
que su nombre, puesto al pie de una hoja de tecimientos no hubieran dado a una confianza
papel, puede cambiar algo, y eso por la razón tal el más rotundo mentís). Se da asimismo la
profunda de que, precisamente en cuanto filó­ distracción voluntaria del que no lee los perió­
sofo, ha descubierto los ardides en los que el dicos o no escucha la radio con el pretexto de
yo no puede dejar de caer, si se ha mostrado que todo el mundo miente. Mantenerse despier­
complaciente consigo mismo. to es reaccionar activamente contra todo lo que
Pero ¿no significa eso que en el plano polí­ nos induce a adoptar esas actitudes cobardes
tico, en él que precisamente se decide todo, el o perezosas. Existe, por tanto, una virtud de

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vigilancia que el filósofo debe practicar en la tido, puesto que tiene por finalidad la instau­
medida de lo posible. Pero esta virtud creo que ración de la paz?
debe ejercerse ante todo contra cualquier pro­ La experiencia nos demuestra que no se tra­
paganda, y sobre todo contra aquella a la que se ta de una dificultad puramente teórica. Siempre
entregan casi de manera incansable los poderes se ha de recurrir a medios de fortuna, que son
públicos, incluso en los países que no están también medios pobres, para poner alerta a la
sometidos al régimen de dictadura. Porque, sin opinión, para que se dé cuenta de las amena­
duda alguna, conviene que sentemos d princi­ zas que, en un momento preciso, pesan sobre
pio de que la propaganda, cualquiera que sea, el destino de determinado país y, de hecho, so­
en la medida en que contribuye a alzar un gru­ bre d de la humanidad en general, ya que hoy
po contra otros, coopera, incluso sin quererlo, día, nos guste o no, lo que sucede en un punto
en pro de la guerra; y yo añadiría, aunque pa­ del planeta condem e de manera vital a los
rezca una paradoja, que lo dicho puede afir­ países más alejados de dicho punto.
marse incluso de la propaganda pacifista. Por Además, es cosa trágica que haya siempre
otra parte, la historia demuestra muy a menudo personas cuyas intendones ocultas son más que
que esa propaganda pacifista se presta incons­ sospechosas, en el sentido de que buscan utilizar
cientemente a ser instrumento de la contraria. en provecho propio llamamientos que únicamen­
Sin embargo, inmediatamente el espíritu se te proceden de la buena voluntad; y el filósofo no
formula diversas preguntas: si el filósofo ejer­ siempre tiene la suficiente clarividencia — en
ce esa vigilancia sólo para su propio bien, ¿pa­ general, incluso es demasiado ingenuo— para
ra qué sirve?, ¿qué valor positivo se le puede percatarse de la forma como su pensamiento es
conceder? Mas, por otra parte, siendo la pren­ explotado por hombres que no tienen nada de
sa lo que es en la mayoría de los países, ¿có­ común con él. Es triste, pero quizá inevitable,
mo podríamos esperar que se movilizara al servi­ que así suceda, porque, si el filósofo fuera más
cio de una lucidez militante que por su misma perspicaz, tal vez perdería el valor y se hundi­
esencia excluye todo interés de grupo o de par­ ría en el escepticismo.

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recomendar un desarme atómico unilateral, que
Por otra parte, no es mi intención subestimar
correría el riesgo de dejar al mundo libre sin
las dificultades de todo orden con las que tro­
recurso posible contra los proyectos de un ad­
pieza hoy aquel que, en este mundo amena­
versario, para quien la conciencia no es más que
zador que nos rodea por todas partes, trata de
una palabra sin contenido. Me acuerdo de que
luchar por la paz. Con esto no aludo principal­
traté este problema con unos estudiantes de la
mente, ni de forma exclusiva, a las dificultades
Universidad de Harvard que manifestaban una
externas, sino más bien a las contradicciones
angustia plenamente justificada acerca de esta
insolubles con las que tiene que enfrentarse
cuestión, grave entre todas. Ninguno de los
si obra de buena fe, incluso en el seno mismo de
términos de esta alternativa puede ser elimi­
su propio pensamiento. Me vais a permitir que
nado o subestimado. En esas condiciones, me
sea muy explícito en este punto. Porque creo
parece que todo lo que podemos esperar es ga­
que faltaría a la honradez si no confesara en
nar tiempo, de forma que en la otra parte la ra­
esta circunstancia una incertidumbre o una apo-
zón gane terreno a expensas de un fanatismo
ría de la que no he logrado salir aún; y la ex­
ideológico que de suyo lleva a la guerra.
tensa obra que Karl Jaspers ha consagrado a
La palabra razón, por otra parte, tal vez no
este problema, a pesar de su valor indiscutible,
sea exactamente la que conviene aquí. Es difícil
no permite resolver una dificultad tan profun­
creer que una filosofía de las luces, como la
damente enraizada en la misma situación que
de Lessing, cualquiera que haya sido su valor
es la nuestra.
civilizador, pueda reinar de nuevo en un mun­
Por un lado, no puedo dejar de creer que el do tan intensamente influido por la desespera­
recurso a las armas nucleares es en sí mismo ción; más bien debemos esperar en una rege­
injustificable. Estoy persuadido, como cristiano, neración del cristianismo, al menos en países
de que implica la violación de una interdicción en los que la espiritualidad cristiana ha impre­
a la que me siento inclinado a atribuir un ca­ so una huella tal vez indeleble. De forma muy
rácter incondicional. Por otra parte, como es­ distinta ocurre en China, donde el problema es
critor responsable, no creo tener derecho a
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más angustioso aún. Pero incluso en lo que se hay que saber intervenir a tiempo, ni demasia­
refiere a Europa oriental se plantea una cuestión do pronto ni demasiado tarde; un error de apre­
muy delicada. Se trata, en efecto, de saber a ciación referente a la kairos puede ocasionar a
qué precio puede obtenerse lo que se llama el la humanidad entera las consecuencias más ca­
tiempo ganado; con qué concesiones se pagará; tastróficas, como hemos visto de manera evidente
sin embargo, no convendría que fuesen de na­ a expensas de toda la humanidad.
turaleza tal que alteraran de manera peligrosa Quiero excusarme por haberme aventurado
las posiciones que se pretende defender. La ahora mismo hasta el borde del abismo his­
imagen de la alcachofa deshojada, repleta de tórico, de donde parece que nuestros dos pue­
tan terribles asociaciones de ideas, se presenta blos emergen, al fin, de una forma que puede
de nuevo al espíritu. Se trata, pues, de que el parecer milagrosa. Pero, en verdad, no me gus­
hombre de Estado despliegue una facultad de ta esta palabra en este contexto; su empleo es
apreciación que no se ejerza solamente sobre sobrevolar de manera ilegítima por encima de
lo inmediato, sino también, y por lo menos en los esfuerzos tenaces y ocultos de tantos hom­
la misma medida, sobre las consecuencias a ve­ bres de ánimo esforzado que han sufrido pena­
ces lejanas de lo que se ha decidido inmediata­ lidades y han luchado para preparar el adve­
mente. Me parece que en este punto el filósofo nimiento de una era de amistad entre Francia y
debe adquirir conciencia de su inferioridad con Alemania.
relación al político digno de este nombre. De­ Espero que a nadie le parecerá mal que evo­
mostraría que padece la ilusión más delirante si que aquí a uno de ellos, a uno de los mejores,
creyera que puede sustituir, aunque fuera de a uno de los más nobles: Robert Schumann.
forma ideal, al hombre de Estado. No puede ha­ Poco trato he tenido con él, pero al menos el
cerlo, como tampoco podría ponerse en el lugar suficiente para que hoy piense en él con emo­
que corresponde al cirujano, por ejemplo. Las ción y gratitud, y a él mismo he dedicado las
responsabilidades son, por otra parte, muy frases vacilantes que acabáis de oir.
comparables. Tanto en un caso como en otro El nombre de Robert Schumann, por otra

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parte, es en este momento tanto más oportuno chando de nuevo interiormente, en el más her­
cuanto que me permite poner de nuevo en pri­ moso teatro del mundo, la sublime composición
mer plano, para terminar, mi tema iniciad: el del «Opus 135» de Beethoven, comprendí que era
mundo fraterno. Schumann ha sido de esos hom­ preciso evocarla ahora, con toda la gratitud que
bres, en extremo raros, hay que confesarlo, que me inspira el genio incomparable, cuya obra
han demostrado con su ejemplo que un hombre nos ofrece el testimonio palpitante del alma
de Estado, sirviéndose de los medios inevitable­ que se adhiere a la paz a través de los con­
mente insuficientes que están a su disposición, flictos más desgarradores y por encima de las
puede, no obstante, trabajar en pro del adveni­ tensiones más insostenibles. Esta paz es, efecti­
miento de esa sociedad de corazones y de espí­ vamente, la de un mundo al fin fraterno.
ritus, que es el único fin que se puede asignar Pero debemos decir que esa paz no es im­
legítimamente a la historia, aunque este fin sea, puesta ni, propiamente hablando, conquistada.
sin duda alguna, transhistórico por esencia. Cier­ No; más bien desciende como una brisa salva­
tamente, la luz es un concepto escatológico, y dora al final de una jornada de intenso calor,
sin embargo cada uno de nosotros — y esto es y que va al encuentro de aquel que ha andado
más cierto todavía para los que nos gobier­ errante tanto tiempo, que ha luchado tanto, y
nan — está obligado a trabajar como si la paz muy a menudo contra sí mismo. La inolvidable
fuera para mañana, como si se pudiera instau­ frase de Goethe, que ha llegado a ser, desgracia­
rar en el marco de este mundo. damente, un tópico: A uf alien Gipfeln ist Ruhe
Antes de terminar, no puedo dejar de evocar, (En todas las cimas hay paz), nos ofrece aquí
de una manera más directa que hasta ahora, su verdadero sentido. ¿Qué es, en efecto, la
la verdadera dimensión, la dimensión supra­ cima) sino precisamente el lugar de la brisa,
sensible en la que reside efectivamente la paz: brisa que procede de otra parte, pero que viene
ahora bien, la música es la que me ha facilitado a rozar suavemente la frente calenturienta del
el acceso a esta dimensión desde mi más tierna héroe como una bendición del más allá?
edad. Cuando preparaba este discurso, escu­ Me parece que jamás podré expresar con su­

32 33
M arcel, F ilósofo 3
ficiente precisión y energía lo que han represen­
tado para mí esas últimas obras de Beethoven,
entre las cuáles la «Missa solemnis» es la más
perfecta de todas. Cada vez que la oigo se me
figura que fuera de ella todo es vacío. Pero esto
no es más que una ilusión, contra la que con­
viene estar prevenido, porque el Ser supremo
no excluye nada, sino que lo comprende todo, LA VIOLACIÓN DE LA INTIMIDAD
y si eventualmente disipa lo que no era más Y LA DESTRUCCIÓN DE LOS VALORES
que vapor ardiente, exhalado de la nada, en
ello no se da más que una obra de misericordia.
Si en mi obra existe un concepto que ordena
todos los demás, es sin duda alguna el de la es­
peranza, concebida como misterio. Un concep­
to, he dicho, como vitalizado desde el interior
por una anticipación ferviente. «Yo espero en
Ti para nosotros», escribí en otro tiempo, y es
todavía hoy la única fórmula que me satisface.
Pero podemos ser aún más explícitos: Yo es­
pero en Ti, que eres la paz viviente, para noso­
tros, que todavía estamos en lucha con noso­
tros mismos y unos contra otros, a fin de que
un día nos sea concedido entrar en Ti y par­
ticipar de tu plenitud.
Y con este deseo, con esta súplica, creo que
* D iscurso pronunciado el 21 de septiembre de 1964 en
debo poner fin a esta meditación. C antatesaal del Buchlaandlerhaus, de F rancfort del Meno.

34
Al serme preguntado, poco después de la
segunda guerra mundial, a qué llamaba yo
la peligrosa situación de los valores éticos, me
expresé así:
«El eclipse de la moral natural es el fenóme­
no que domina todas estas reflexiones, y ese
fenómeno mismo está ligado a otro hecho muy
general que me parece que domina también la
evolución de la humanidad occidental desde
hace siglo y medio: la desaparición de cierta
confianza, a la vez espontánea y metafísica,
en el orden en que se involucra nuestra exis­
tencia; o, más aún, lo que he llamado en otra
parte la ruptura del vínculo nupcial entre el hom­
bre y la vida. Creo que se podría demostrar sin
dificultad que d humanismo optimista d d si­
glo x v i i i o de la mitad d d xix ha marcado,

37

.
de forma paradójica, Ja primera etapa de esa Hablando de que los valores éticos peligraban,
trágica desintegración. Todo nos induce a pen­ trataba de denunciar como manifiestamente
sar que el hundimiento de las creencias reli­ falsa, cierta forma corriente de concebir esos
giosas, que se ha producido desde hace ciento mismos valores, al principio de nuestro siglo.
cincuenta años en vastos sectores del mundo Me imagino que un Windelband o un Rickert,
llamado civilizado, ha arrastrado consigo como por ejemplo, no hubieran admitido que se ha­
consecuencia un decaimiento de los fundamen­ blara de una situación de los valores y que se
tos naturales en los que esas creencias se basa­ considerase a éstos como pudiendo ser pues­
ban» (Homo Viator, p. 225-226). tos en peligro. ¿No significa esto, hubieran di­
Si he creído que era un deber citar este texto cho, que los consideramos como valores bur­
como lema de la presente conferencia, es por­ sátiles, cuya cotización varía cada día e incluso
que la convicción que yo expresaba en él eventualmente puede tender hacia cero? Pero
hace veinte años no ha hecho más que afirmar­ me parece que, a menos de incurrir en una espe­
se en mí desde entonces, y lo que quisiera in­ cie de platonismo, apenas se puede negar que,
tentar decir hoy no es, en resumen, más que efectivamente, los valores morales están suje­
el desarrollo de una afirmación que las compro- tos a fluctuaciones.
baciones que cada uno de nosotros puede hacer Es cierto que algunos no dejarán de introdu­
cada día vienen a confirmar de forma trágica. cir aquí una distinción; harán observar que lo
Hoy día presenciamos un poco en todas partes que está sujeto a fluctuaciones no es, hablando
el desbordamiento, cada vez menos contenido, con propiedad, él valor en sí mismo, sino que
de fuerzas que no se dejan fácilmente nombrar, más bien lo es la actitud interior, manifestada
pero cuya acción es fácil de localizar y describir. incluso exteriormente, con relación a esos mis­
Lo más grave, que trataré ahora de exponer, mos valores. Falta saber si esa distinción se
es esa especie de embotamiento de nuestra puede mantener en último análisis, y si el va­
capacidad de juzgar que tiende a producirse lor, separado dell respeto o de la consideración
frente a tal desbordamiento. de que es objeto, no tiende a redudrse a un

38 39
fantasma de valor, o, s i se quiere y con otras dad humana. Los modos según ios cuales se
palabras, a un fósil, a una estructura sin la vida, opera la información, ofrecen aquí la mayor
que sólo podría interesar a cierta paleontología importancia. Quiero hablar ante todo de la pren­
moral. sa, pero asimismo, por supuesto, del conjunto
Dudar del buen fundamento de esta distin­ constituido por la radio, el cine y la televisión.
ción no significa, al menos necesariamente, des­ Nos encontramos ante un conjunto de datos que
conocer el peso específico de los valores, sino es indispensable considerar si, lejos de atenernos
más bien decir que éstos se pueden disociar, sin a apreciaciones epistemológicas de orden general,
error, de un contexto en el cual las actividades nos preocupamos por saber de qué modo está
de la conciencia ocupan un lugar considerable. solicitada cotidianamente la atención de los
Pero más adelante volveremos a tratar de esta seres humanos. Es imposible que no nos sor­
cuestión. prenda el creciente lugar que ocupa el escándalo
Es evidente que la investigación que tiendo y lo escandaloso en los medios de difusión, de
a realizar debe tener su punto de apoyo en el los que todos dependemos. Y al escándalo y
dominio de los hechos comprobados y no en a lo escandaloso quiero dirigir ante todo mi
el de los principias proclamados. Pero surge atención.
inmediatamente una dificultad: ¿Cómo se puede Semejante forma de proceder no puede dejar
evitar que la elección de esos mismos hechos de levantar objeciones que conviene que exami­
no sea arbitraria? ¿No deberá presidir dicha nemos atentamente.
elección una idea de conjunto? ¿Y cuál puede Ante todo, nos preguntaremos si no existe
ser esa idea de conjunto? cierta arbitrariedad en conceder a lo escandalo­
Por razones que más adelante veremos cla­ so un lugar central en un estudio que se refiere
ramente, quisiera partir de las condiciones a a transgresiones que, si se multiplican, en cierta
las que el individuo de hoy día está sujeto para manera despertarán en la opinión pública reac­
recibir las informaciones de la realidad que le ciones cada vez más débiles. Pero precisamente
rodea; y no me refiero aquí más que a la reali­ una reflexión metódica sobre el escándalo y lo es­

40 41
candaloso me parece apropiada para aclarar las con un joven de color; ciertamente sostienen re­
razones por las que la considero aquí esencial. laciones, y hay motivos para creer que está
Sin embargo, parece que esta reflexión debe encinta. He ahí un escándalo típico. Pero sólo
tropezar casi inmediatamente con un obstáculo: existe el escándalo porque los acontecimientos
¿No es evidente, se dirá, que lo que denomina­ se han hecho patentes. Lo propio del escánda­
mos escándalo está ligado a un contexto socio­ lo es estallar: se da una erupción o una irrupción,
lógico muy preciso, y que lo propio de la refle­ como se quiera; es decir, la noticia se esparce
xión moral consiste en emanciparse progresiva­ y se propaga «como el rayo», más allá del lí­
mente de semejantes contextos, cualesquiera mite del círculo restringido al que pertenece,
que sean? Ponerlo en duda, ¿no es acaso atacar porque ese círculo no es cerrado, no está ente­
la especificidad misma del orden ético? ramente cerrado en sí mismo, sino que se co­
Pero precisamente se trata de buscar si no munica con un ambiente más extenso al que per­
hay motivo para reconocer que existe lo escan­ tenecen sus miembros. La noticia resuena en
daloso en el orden moral, que no depende de el seno de ese ambiente, que va a desempeñar el
categorías propiamente sociológicas. papel de resonador, y he aquí que al mismo
Para verlo más claro, conviene examinar con tiempo, por una verdadera reverberación, se
atención qué entendemos comúnmente por es­ refleja en el círculo restringido constituido por
cándalo. Para ello procederé, como es mi cos­ la familia y los íntimos de la interesada. Si esa
tumbre, partiendo de un ejemplo concreto y reverberación no se produjese, no se trataría
lo más preciso posible. más que de un hecho de orden privado, dolo­
Trasladémonos con la imaginación a una pe­ roso, sí, y además catastrófico. Pero hemos de
queña ciudad del sur de los Estados Unidos, en añadir en seguida algo que es de máxima impor­
el estado de Alabama o del Mississippi. Se pro­ tancia en nuestra investigación: en el seno del
paga el rumor de que una joven, perteneciente medio ambiente resonador se produce un fenó­
a la mejor sociedad de la ciudad — una joven meno ambiguo y de la más sospechosa calidad.
de raza blanca, evidentemente—, tiene citas Una indignación y a veces una compasión, que

42 43
facción de no participar en aquello que no
salta a la vista, se dejan matizar con una satis­
me incumbe, que no hubiera podido darse en
facción inconfesable, cuya naturaleza no siem­
pre es fácil de discernir. mí, ni en mi familia.
Pero ¿cuál será la posición d d moralista en
Puede que, evidentemente, haya alguien que
presencia de semejante complejo? Y, por otra
se regocije al ver así afectada y humillada una
parte, ¿qué es el pensamiento del moralista,
familia cuya presunción o arrogancia eran mo­
sino una conciencia que se esfuerza por desli­
tivo de crítica. Pero asimismo puede suceder
garse de los prejuicios reconocidos como tales,
que la satisfacción que se siente no se base en
o sea una conciencia liberada? Su primer mo­
el rencor, sino que, utilizando el término ale­
vimiento seguramente será insubordinarse, en
mán, tan expresivo, sea pura Schadenfreude, es
nombre de una moral abierta, contra lo que se
decir, alegría por el mal ajeno. Ciertamente,
le presentará como un fenómeno trivial. Al re­
los primeros en tener noticia del hecho expe­
flexionar, tal vez se comprenda que la familia,
rimentan una satisfacción que se beneficia de
hasta prescindiendo de todo prejuicio racial,
esa ventaja con relación a los que todavía no
puede tener razones para inquietarse por las
saben nada. Pero esa satisfacción es transitoria
consecuencias de una unión dispar y realizada
y desemboca en un placer de otra díase: el de
en drcunstancias clandestinas. Pero lo que será
propalar la noticia y participar, con corazón al­
injustificable es que esa familia se sienta des­
borozado, de las exclamaciones de asombro, in­
honrada; por lo que acabo de denominar la
dignadas, compasivas, a las que da lugar el su­
condencia liberada, la idea misma del honor
ceso. Existe algo en ello que se puede compa­
tenderá a mostrarse como un tabú que no debe­
rar con el placer que experimentan los niños o
ría subsistir en un mundo en que la persona ha
las tribus primitivas que golpean todos a la vez
adquirido concienda de sí misma y tiende a no
los tambores o cazuelas. A primera vista, pue­
concebir ya más, entre ella misma y los que tal
de parecer infantil y anodino. Pero la reflexión
vez denomina todavía los suyos, relaciones in­
demuestra que todo eso implica, en esencia,
«sentirse farisaicamente justificado», la satis­ terpersonales.

45
44
tal vez equivocadamente, que esa prensa, por­
Por otra parte, esa misma conciencia sólo po­
tavoz del escándalo, está mucho menos espar­
drá ver ultraje en el funcionamiento de la me­
cida en los países del Este; pero, si es así, y
cánica psicosociológica que se pone en marcha
después de todo no tengo certeza, esa ventaja
desde el momento en que el escándalo estalla;
implica contrapartidas muy graves sobre las
y ese ultraje no podrá dejar de considerarlo co­
mo escandaloso. Luego precisamente aquí ve­ que es inútil insistir.
Además, acusar a esa prensa, intentando dis­
mos surgir lo escandaloso de orden ético, que
culpar a los lectores, sería dar prueba de una
se diferencia rigurosamente de lo escandaloso
extraña ingenuidad. En cierto modo, ¿es rigu­
sociológico. Ultraje, he dicho, pero ¿ultraje a
rosamente exacto decir que éstos, los lectores,
quién? Transgresión, si se quiere, pero ¿trans­
leen la prensa de la que son dignos o a la cual les
gresión de qué? Ésta es la pregunta que merece
da derecho su mismo modo de ser? Eso sería
nos esforcemos en darle una respuesta. Mas,
además una forma bastante impropia de expre­
ante todo, es evidente que debemos tener en
sarse. Lo que conviene afirmar es que, entre
cuenta lo siguiente: debido a los medios de
la prensa y el público, existe como una relación
difusión, y ante todo debido a Cierta prensa y
circular, si se admite que esa prensa viene a col­
a la falta de control efectivo al que pueden estar
mar una espera, y hay que añadir en seguida
sometidos esos medios, todo se pone en obra
que la aumenta. La cuestión se plantea en este
para que cada uno tenga la posibilidad de con­
caso, poco más o menos, como si se tratase
vertirse en resonador en un número indefinido
de una droga cualquiera, de la que cada vez
de situaciones que, sin embargo, no le conciernen
podemos prescindir menos. La intoxicación es
de derecho ni, incluso, de hecho.
tan manifiesta en un caso como en otro.
El desarrollo casi increíble de una prensa cen­
También ahora voy a citar un ejemplo. Un
trada por entero en el escándalo, en países que
semanario sensacionalista revela a sus lectores
pretenden ser libres, o quieren o creen que lo
ensimismados que la princesa X, a quien todo
son, es un hecho cuya importancia me parece
el mundo ha podido ver en tal ceremonia, tenía
que estamos muy lejos de valorar. Supongo,

47
46
los ojos enrojecidos aquel día. ¿Qué podemos necesidad lógica, y que se puede concebir un
deducir de ello, sino que tiene problemas sen­ gran actor de cine que intente conservar intacto
timentales? E inmediatamente se da rienda suel­ su fuero interno. Pero eso no sería más que
ta a la indiscreción; es inútil insistir. Casos se­ una excepción, y, por otra parte, muy preca­
mejantes los hemos podido comprobar todos. ria, porque muy pronto se le acusaría de no ser
La conciencia imparcial de la que hemos ha­ un auténtico actor, y se consideraría como or­
blado no podrá dejar de tachar esa indiscreción gullo insoportable, lo que no sería más que
de escandalosa. ¿No implica una intrusión en el sentimiento mantenido de una integridad
la vida privada, que debiera ser inviolable? inalienable.
¿Podemos alegar que, al ser la princesa X una Pero lo que importa a nuestro propósito es
personalidad, pierde ipso jacto el derecho a que hacer ver que, por la prensa, el cine y la tele­
se respete su vida privada? La verdad es que visión, la indiscreción ha pasado literalmente
en esto se da una confusión, plenamente reve­ a las costumbres.
ladora, entre la personalidad, que de ningún El término «indiscreción» debe además to­
modo es responsable del hecho de que sea ofre­ marse en un sentido mucho más estricto y ajus­
cida a las miradas del público, y la artista de tado del que se le da ordinariamente. Hay que
cine que, literalmente, pertenece al público; es­ darle el valor de una ofensa. Cuando se piensa,
toy casi tentado a decir que, por su modo de por ejemplo, en los fotógrafos que forzaron las
ser, por el hecho de que ha procedido como si puertas de una sala de hospital para poder cap­
dijéramos a la enajenación de su existencia pri­ tar con sus máquinas las fases de la agonía de
vada, ella, en cierta manera, no existe más que un viejo y célebre actor que intentaba en vano
por la publicidad que le otorgan diariamente evitarlos, se comprueba que en ese caso, como
unos informadores a los que tiene al corriente en el anterior, se trata de la violación de un de­
de todas las vicisitudes de su existencia senti­ recho sagrado. Pero precisamente lo que está
mental. Por otra parte, estoy de acuerdo en que cada vez más obliterado es ese sentido de lo sa­
en ese caso no hay, propiamente hablando, una grado, lo sagrado que se refiere a la vida y a

48 49
M arcel, Filósofo 4
la muerte, y no implica por sí mismo ninguna la vida cotidiana, principalmente en los grandes
referencia confesional. centros urbanos? Esta vida se caracteriza a la
Ciertamente, hay que reconocer que estamos vez por una tensión que apenas se relaja y por
de acuerdo en juzgar tales hechos como escan­ una monotonía abrumadora. Pero ante todo
dalosos, pero me parece que nadie se dedica hay que decir, según mi parecer, que es una
a investigar las causas profundas de semejantes vida que en realidad no está ya ligada a nada,
atentados. y la religio que falta aquí es la religación de la
No bastaría, en efecto, acusar al mercantilis­ que ha hablado con tanta energía el filósofo
mo de una prensa que no retrocede ante ningún español Zubiri.
medio cuando se trata de aumentar el número Desde luego, esto se aplica tanto al interés
de lectores; en francés, podríamos emplear desproporcionado en cuanto al hecho diverso
aquí el verbo raccrocher, término que usaría­ como en lo que concierne a la fascinación ejer­
mos al hablar de una ramera que se esfuerza cida, incluso en personas que se llaman nor­
por atraerse un cliente. Efectivamente, también males, por todos los desórdenes sexuales; y me
en este caso se trata de una prostitución. Pero, parece que es una cosa muy clara que se trata
como ya he indicado, es imposible dejar de de dos aspectos de un mismo fenómeno.
lado la responsabilidad del público, o de la Pero lo más importante para nuestro propó­
clientela, y al mismo tiempo hay que reconocer sito es observar que, en estos casos, por los
que es difícil precisar la naturaleza de dicha medios de difusión, se da una especie de ano­
responsabilidad. ¿Nos equivocaríamos al decir nimato en la indiscreción. Tal vez habría que
que esas imágenes sensacionalistas, que por añadir que de ello se sigue en la mayoría de las
otra parte pueden ser de orden muy distinto, gentes como una disociación de tipo esquizo­
tienen por función llenar cierto vacío; un vacío frénico. Pues una persona que por su propia
del cual el que lo sufre es probable que no ten­ cuenta, en sus relaciones con los semejantes,
ga una conciencia precisa, pero que según toda se muestra hasta cierto punto capaz de discre­
apariencia resume las mismas condiciones de ción y de pudor, no participará

51
aspecto de sí misma, de esa especie de avidez fascinación ejercido por esos mismos ejemplos
a la que me refería antes. Pero debemos pre­ sobrepasa probablemente toda evaluación po­
guntarnos si esa disociación, todavía muy fre­ sible.
cuente hoy, no es con todo un fenómeno tran­ Recientemente ha surgido una polémica que
sitorio, y si finalmente no es la persona privada, ha dado bastante que hablar, en Francia, entre
con lo que todavía conserva ilógicamente de un ilustre escritor y un novelista de mucha acep­
respeto (a sus propios ojos, sin motivo) por las tación, pero de calidad inferior. Se trataba de
grandes realidades de la vida y de la muerte, una película, basada en una novela de este úl­
la que está llamada, en fin de cuentas, a des­ timo, titulada Les amitiés particulières. Una
aparecer. Porque, en efecto, las capacidades edu­ secuencia de la misma, especialmente escanda­
cativas de los seres, que se hallan ya escindidos, losa, había sido presentada por la televisión.
corren un gran riesgo de esfumarse en la nada Bien sean actores profesionales o no, es un hecho
y, por otra parte, demasiado sabemos las defi­ que unos jóvenes, en la edad en que son más
ciencias morales de que adolece la enseñanza vulnerables, fueron llamados a imitar en público
que se da en la inmensa mayoría de las escue­ relaciones que, si todavía no se pueden llamar
las públicas. Dejo aquí de lado la cuestión, tan directamente homosexuales, están situadas en
delicada, de saber en qué medida y en qué con­ los límites inmediatos de la homosexualidad.
diciones pueden las escuelas confesionales pro­ Resulta imposible dejar de considerar una pelí­
teger todavía al niño, y sobre todo al adoles­ cula de ese género como corruptora, a menos
cente, frente al acoso de las tentaciones de que se haya llegado ya a la consideración de
que hemos hablado. que la homosexualidad es un fenómeno so­
Sin llegar a decir, como a veces nos sentimos cial como otro cualquiera y que la prohibición
tentados a hacerlo, que los peores ejemplos están que ha pesado sobre ella hasta nuestros días
propuestos, en particular por el cine, a la admira­ debe ser levantada. Esto exigiría al menos
ción de los jóvenes como si tuvieran valor ca­ cierto valor que, con toda seguridad, falta
nónico, hay que reconocer que el poder de todavía a los que tienen la responsabilidad de

52 53
la película. Éstos intentan moverse entre dos y su marido, por ejemplo, no tendrían sobre
aguas, de manera que puedan aparentar guar­ cuestiones tales una mentalidad retrógrada. No
darse mucho de llegar hasta lo que conside­ es que emplease esa misma palabra, pero ése
ran seguramente en su fuero interno como era claramente el sentido que daba a 'la expre­
puros y simples prejuicios. Pero lo más grave sión. En casos semejantes se comprueba el ex­
es que de ese modo contribuyen a suscitar en traordinario poder de intimidación ejercido por
muchas personas honradas y sinceras una espe­ el libro — sobre todo cuando se considera cien­
cie de duda de sí mismas y de sus propias tífico y filosófico — y por la pantalla en las per­
creencias: no saben explicarse estos hechos, que sonas de clase media, en las que hay que re­
ni siquiera se hubieran atrevido a pensarlos. conocer cada vez más cierta desorientación y
Hace poco, tuve la confirmación de eso, al ha­ que, en último término, no saben qué es lo que
blar con una madre de familia católica y educa­ creen.
da según la norma tradicional. Esa madre me Se me va a permitir que cite aquí la violenta
contó que su hijo, de dieciocho1años, celador en protesta que arrancan a uno de mis personajes,
un cólegio religioso, había sido invitado por un el pianista Flavio Romanelli, en la obra Mon
profesor del centro, conocido de todos como temps n’est pus le vótre, las ideas avanzadas
pederasta — salvo quizá de la dirección— a y necias de una jovencita que se cree y quiere
pasar la velada con él en una boite; y después estar en el «movimiento». El pianista acaba de
le invitó a pasar la noche en su casa. El mucha­ hablar de la verdad absoluta e inalterable, y ella
cho entonces se opuso, con una negativa cate­ ha sonreído irónicamente all oir hablar de la
górica, a las incitaciones que el otro le había Verdad con mayúscula en 1955. «La Verdad
propuesto. Pregunté a esa madre si no presen­ es la Verdad — exclama é l—. 1955 es sola­
taría sus quejas al superior del colegio; me mente un número. Usted dice 1955 como si se
respondió que no pensaba hacerlo, y añadió tratara de una altitud, como si estuviera en el
que, aunque todo eso la había herido en lo más monte Rosa y desde allí observara, en el fondo
profundo de su ser, casi se preguntaba si ella del valle, a las pobres gentes que existían hace

54 55
siglos. Pero eso no es verdad, usted no está en mantener en pie un edificio que se desploma.
el monte Rosa. 1955 no es una altitud. Los La noción de lo decente, que, a mi parecer,
hombres y las mujeres en 1955, en general, ha desempeñado un papel enojoso en una edu­
están sobre una insignificante colina; y san cación como la mía, se debe desechar cuando
Francisco, san Buenaventura y todos los otros pretendemos aplicarla a libros o a obras de tea­
estaban en la estratosfera a pesar del número.» tro. Pude ya comprobar durante mi juventud,
y es más cierto todavía hoy, que estigmatizar
Dejemos ya todas esas observaciones, todos un libro, declarándolo indecente, es el medio
esos ejemplos, a los que se podrían agregar más seguro de despertar, en aquel a quien
otros muchos, porque podrían parecer a un se le prohíbe, el deseo de la lectura, un interés
auditorio filosófico como no presentando más de la peor calidad. Sin embargo, aquí ocurre
que un interés periodístico; aunque creo que algo parecido a lo que intentaba explicar a pro­
eso sería un error. pósito del escándalo. Por encima de lo escanda­
Lo que hay que reconocer, en primer lugar y loso sociológico, que en cierto modo hay que
con toda la claridad posible, es que el problema recusar, decía que existe lo escandaloso ético,
que acabamos de considerar es de una extrema que no revela nada que pueda referirse a una
dificultad, y no se puede, bajo ningún concepto, mentalidad trivial, sea de la clase que fuere.
simplificar los datos. Voy a repetir lo que he En este caso sucede lo mismo; si la idea de
dicho ya tantas veces en el transcurso de estos decente, con la que uno tropieza, por ejemplo
últimos años: es preciso que nos defendamos entre los directores de algunos patronatos, se
de todo viraje engañoso. Todo lo que se diga, ha de desechar como cuando prescindimos de
con razón, contra una especie de amoralismo una puerta o una ventana, ¿cómo no ver que a
repugnante que, como tendré que repetirlo sin pesar de todo existe una decencia que debe ser
duda, corre el riesgo de desembocar en un ni­ salvaguardada? Pero ¿en qué consiste esa de­
hilismo puro y simple, no puede atribuirse cencia? Es evidente que esa idea, tan difícil de
a un conservadurismo que en vano trata de precisar, se encuentra en la esencia de todo

57
cuanto he dicho contra cierta transgresión que un hermoso melocotón intacto, al cual el me­
hemos de denunciar siempre que nos encontre­ nor roce corre el riesgo de macar. La idea
mos con ella. Lo malo es que aquí el lenguaje de perfección, de la que la filosofía clásica ha
se traiciona en cierto modo a sí mismo. Adjeti­ hecho un uso inmoderado, es una expresión
vos como decente o indecente ya casi no se pue­ muy racionalizada, y por ello mismo poco sa­
den emplear, porque están cargados de asocia­ tisfactoria de este estado privilegiado en que
ciones de ideas puritanas o puritanizantes. parece que la esencia se hace manifiesta. Espe­
Y ahora quisiera entrar en lo que evidente­ ro que se me permita leer, con el fin de aclarar­
mente, y a mi parecer, es la parte más impor­ lo lo más posible, el principio del maravilloso
tante de este trabajo, o sea, no tanto definir Cantique de la Rose, que es uno de los fragmen­
como aclarar la realidad oculta hacia la que tos mejores del Cantique á trois voix de Paul
parecen apuntar muy torpemente esas palabras Claudel:
pasadas de moda que causan el efecto de un
sombrero hongo o de copa en un mundo en el B eata
que todos van con la cabeza descubierta o no
llevan más que gorras. Diré, puesto que lo deseas,
En un estudio en el que he tratado de las re­ la rosa, ¿Qué es la rosa? ¡Oh rosa'
laciones entre la vida y lo sagrado, he intentado Pues ¿qué? Cuando respiramos ese perfume
hacer hincapié en lo que llamaba «cierta inte­ que hace vivir a los dioses,
gridad de la vida» (Unverdorbenheit des Le- ¿no llegaremos más que a ese diminuto ser in­
bens). Preferiría expresarlo de otro modo, pero subsistente
no existe el sustantivo correspondiente ál vo­ que, desde que se le coge entre los dedos, se
cablo «intacto». Para fijar las ideas, yo diría deshoja y disipa
que en este caso conviene pensar en la cualidad como una carne, sobre sí misma, en su propio
de una flor o de un fruto que haya llegado a la beso,
madurez. Evoquemos, por ejemplo, el estado de mil veces comprimida y doblegada?

58 59
¡Ah, os digo que eso no es la rosal ¡Su aroma cia de la esencia; de esa esencia que el existen-
es la que, respirada un segundo, es eterna! tialismo, en su apogeo delirante, ha creído po­
¡No el perfume de la rosa! ¡Es el de todas las der anular o suplantar, en cierto modo.
cosas En realidad, todas las observaciones y los
que Dios ha hecho en su estío! ejemplos precedentes dan en una especie de
¡Ninguna rosa! ¡Mas esa palabra perfecta en blanco en el que es preciso que la esencia en­
una circunferencia inefable, cuentre su lugar, pero la dificultad reside en
En quien toda cosa, finalmente, por un ins­ esto: en que, desde el momento en que inten­
tante, en esta hora suprema ha nacido! tamos restablecer la esencia en sus derechos,
¡Oh paraíso en las tinieblas! corremos el riesgo de proceder a una objetiva­
Im realidad, para nosotros, es un instante que ción que la desnaturaliza y priva de valor. Re­
despunta bajo esos velos frágiles, y la inmensa cordemos uno de los ejemplos antes evocados:
delicia para nuestra alma de todo lo que Dios el de aquél viejo y célebre actor perseguido hasta
ha hecho. su lecho de muerte por los informadores grá­
¿Qué más mortal puede exhalar un ser pere­ ficos de la prensa, que le acosan. ¿Cuál es, exac­
cedero tamente, el sentido de la protesta que el mori­
que la eterna esencia, y durante un segundo el bundo apenas tiene fuerzas para manifestar, y
inagotable aroma de la rosa? que no puede traducir más que por un gesto
Cuanto más muere una cosa, tanto más llega furioso e impotente que simplemente quiere de­
al fin de sí misma, cir: «Fuera de aquí»? Es que siente que se
más expira púr esa palabra que no puede decir, está a punto de robarle su muerte real, su muer­
y ese secreto que la atrae. te vivida, para sustituirla por una muerte fingida,
por una muerte de teatro, como si se tratase
Pido perdón por este largo paréntesis lírico, todavía de su carrera artística y de las innume­
que quizá sorprenda; pero, a mi parecer, tiene rables muertes que tantos aplausos le valieron
la ventaja de ponernos directamente en presen­ antaño. Pero no: el actor ha dejado su carrera

60 61
El primer derecho está inscrito, en cierto
tras sí; ahora se trata de su muerte, de su pro­
modo, en el ser mismo de una conciencia viva,
pia muerte. Pretende no ser frustrado. Pero,
y toda infracción a ese derecho puede asimilar­
hablando con toda propiedad, ¿dónde está aquí
se a una violación, precisamente porque afecta
la esencia? Es la verdad de una situación funda­
mental, cuya propiedad es ser vivida de tal forma a lo que he llamado la esencia.
La segunda clase de derecho es de tipo pu­
que el que la vive la reconozca como inaliena­
ramente formal: si yo compro una revista que
blemente suya; y está bien claro que aquí ver­
tiene fama de ser pornográfica, y al hojearla
dad significa ante todo autenticidad.
no encuentro nada que responda a lo que espe­
Exactamente lo mismo ocurre con los jó­
raba, podré decir que me han robado, en el sen­
venes esposos de fama cuya luna de miel vienen
tido de que la mercancía que me ha sido entre­
a espiar y filmar los reporteros. En uno y otro
gada no corresponde a la etiqueta en vista de la
caso, esos representantes del público, que tra­
cual la he comprado. Pero ¿cómo no ver que
tan de aportar a éste el alimento reclamado, se
ese derecho, que era el mío en cuanto compra­
comportan como observadores. ¿He dicho re­
dor, encubría un abuso que, por ser tolerado,
presentantes del público? Efectivamente, el se­
aun cuando no da lugar a sanción alguna, ma­
manario en el que aparecerán esas imágenes
nifiesta lo que hemos denominado lo escanda­
será comprado; hecho que vendrá a confirmar
loso ético, como lo manifiesta también el inter­
a los reporteros la impresión de que ellos han
cambio de «servicio» que se opera entre una
cumplido con una tarea y de que, en fin de
cuentas, han ejercido un derecho. ramera y su cliente?
En verdad, por nada hay que dejar que surja
Pero creo que es interesante, en particular
una confusión entre unos derechos imprescrip­
en el marco de este estudio, poner de relieve la
tibles, entre los primeros de los cuales figura
profunda diferencia de naturaleza que existe
el de ser respetado en su ser, y todo un conjun­
entre él derecho a la intimidad o al secreto, que
to de tolerancias a las que no es posible en­
en ese caso es violado, y el pretendido derecho
contrar más que una justificación negativa. Se
que se atribuyen los periodistas.

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dirá, por ejemplo, que el desarrollo de la por­ su punto de aplicación? Incluso los mismos que
nografía en la prensa es en sí una cosa muy deberían querer salvaguardar la intimidad a
enojosa, pero la implantación de una censura toda costa para sí mismos, como algo que ofre­
presentaría inconvenientes más graves todavía; ce un valor positivo, sienten cada vez menos
y no se dejarían de citar los ejemplos demasia­ esta necesidad. La impudicia de la que se hace
do conocidos de censura ejercida de forma es­ gala en todas partes, hasta en los vestidos — o
túpida contra obras que con el tiempo serían en la ausencia de vestido —, cuando uno se
clásicas, como Madame Bovary o Les fleurs du puede sustraer durante algunos días o semanas
mal. Por otra parte, creo que hay que reconocer a la sujeción de un decoro profesional, reducido
que el argumento está desprovisto de fuerza por otra parte a su más simple expresión, bas­
convincente. No porque la censura corre el pe­ ta para demostrar que cierto respeto a sí mismo
ligro de que se ejerza en sentido equivocado, está en vías de desaparición. ¿Existe algo más
la hemos de considerar ya como injustificable característico que la necesidad demostrada por
en su principio, y, sin embargo, hay que con­ aquellos a quienes ahora se les llama, con una
fesar que la idea misma de una criteriología en palabra bastante bárbara, en francés — vacan-
tal dominio implica quizá contradicción. ciers —, la necesidad, digo, de aglutinarse unos
Pero lo que es particularmente grave es que con otros en las playas o en campings donde
del hecho de un menoscabo general de las cos­ la promiscuidad llega hasta los últimos extre­
tumbres, y más todavía, de un embotamiento mos? Creo que sería absurdo e incluso inde­
del juicio, hayamos llegado a una situación que coroso tratar de justificar esa necesidad recu­
parece excluir la posibilidad de oponer un di­ rriendo a principios de orden ético. Lo que ocu­
que a ese desenfreno. rre en ese caso es, al contrario, una regresión
Pero la reflexión debe continuar profundizan­ hacia formas inferiores de vida social para las
do en el asunto. ¿Cómo no ver que ese derecho que la palabra «magma» traduce con bastante
al respeto de lo que en un ser es lo más au­ exactitud el carácter informe. Tal vez fuera útil
ténticamente suyo, corre el peligro de perder intentar señalar en qué consiste su inautentici-

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Marcel, Filósofo 5
dad. Esa palabra no designa en modo alguno existe un estado que no puede ser ya más fa­
una forma de ser que podría considerarse como vorable a ia instauración de una tiranía, y que
antinatural. No es de la naturaleza de lo que se esa tiranía, una vez establecida, no dejaría de
trata aquí; porque sabemos en qué consiste y obrar en beneficio propio. Es muy cierto, en
porque la idea de un estado de naturaleza que efecto, que la propaganda que un régimen se­
existiera al comienzo de todo desarrollo cultu­ mejante necesita para su propia publicidad no
ral no es más que un concepto límite cuyo uso tendrá dificultad alguna en realizarse a través
es muy aventurado. La falta de autenticidad del magma de que antes he hablado. Puede tro­
consiste más bien en el hecho de que el ser in­ pezar con un obstáculo, allí donde tienda a pre­
dividual se desvía de toda vocación susceptible valecer lo que llamamos conciencia irónica, es
de conferir a su existencia un sentido y un va­ decir, la mentalidad que se afirma en organis­
lor. Al contrario, se pierde literalmente en una mos tales como el «Canard Enchaîné». Pero
especie de indeterminación gesticulante y de seguramente nos equivocaríamos si imaginá­
griterío. ramos que la prensa, que tiende a tomarlo todo
Mas en este punto no puede dejar de plan­ en plan de burla y que, consecuentemente, im­
tearse al espíritu una cuestión difícil y angus­ plica la negativa a respetar sea lo que fuere, pue­
tiosa: ¿Dónde se sitúa la responsabilidad en un de favorecer en modo alguno el criterio perso­
estado tal de cosas? ¿Se la puede localizar? nal, sin el cual no puede adquirir consistencia
Parece como si entráramos en un reino en el que la resistencia al poder tiránico.
la imputabilidad tiende a desaparecer. Lo que Si en el título mismo que he dado a esta con­
comprobamos es una especie de renuncia ge­ ferencia ya se ha evocado lo que he denomi­
neralizada y, además, vigorizada, no digamos nado la destrucción de los valores — destruc­
por la sociedad, sino por unos poderes que tien­ ción señalada ya en la cita del principio —, con
den a presentarse abusivamente como los por­ ello me refería ante todo a esa especie de dis­
tavoces de esa misma sociedad. Y, además, de­ minución del tono o de la vitalidad espiritual
bemos agregar inmediatamente que en ello que coincide con el hecho de que el ser indi­

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vidual no tiene ya casa propia, o, si se quiere, sa. Pero lo que he intentado demostrar y qui­
habitat interior. siera ahora precisar es que, del hecho de lo que
Tal vez sea éste el momento apropiado para he llamado la violación de la intimidad, vemos
recordar /as observaciones capitales de Nietzsche que surge como disminución del ser que no es­
sobre el nihilismo, que se encuentran en la obra tá en forma alguna compensada por lo que se
La voíuntad de poder y que tuve ocasión de podría considerar como un acrecentamiento,
comentar recientemente en otro contexto. Nietz­ digamos, por ejemplo, del sentido social. La
sche distingue rigurosamente un nihilismo pa­ expresión «sentido social», por otra parte, pue­
sivo, que es propio de débiles, y un nihilismo de ser objeto de crítica por razón de la am­
activo, que a veces designa también con el nom­ bigüedad que presenta; porque puede designar
bre de nihilismo dionisíaco o extático, que es o bien una exigencia de justicia, de cuya legi­
el de los fuertes. Véase, por ejemplo, m , pág. 557 timidad no se trata, o bien una necesidad de
(de la edición francesa), donde dice que el ni­ naturaleza completamente distinta, que con­
hilismo puede ser signo de fuerza, pero también sistiría más bien en consumirse en un grupo o
de insuficiencia, siempre que esa fuerza no sea en una organización para poder afirmarse por
capaz de establecer una finalidad, un porqué, el intérprete de ese grupo u organización; y esa
una creencia. necesidad no tiene en sí absolutamente nada
Es una cuestión grave saber si es legítimo ha­ de respetable. Mas no debemos ocultar aquí
blar de un nihilismo de los fuertes; cuestión el estado de confusión que ha hecho presa hoy
que no voy a decidir yo aquí, pero, en cambio, día en los espíritus, intimidados muy a menudo
sí es evidente que el nihilismo que hoy vemos por no se sabe qué vaga filosofía de la historia.
progresar como si se tratara de una epidemia Es cierto que los marxistas, declarados o no, or­
es un nihilismo de debilidad. Y añado por mi todoxos o no, tratan de hacer prevalecer la
cuenta que la distinción entre fuertes y débiles, idea de que la intimidad es una categoría bur­
tal como Nietzsche la presenta, sobre todo en guesa. Todo esto me parece sencillamente ab­
La voluntad de poder, es desde luego sospecho­ surdo, porque, como es el caso tan frecuente

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en Sartre, por ejemplo, no se sabe o no se quie­ con mucha exactitud lo que creo que debe ser
re distinguir entre lo normal y lo patológico. la disposición fundamental del filósofo, y uno
Ciertamente, puede haber una patología de la de los principales méritos de los fenomenólogos
intimidad, cuando ésta se encierra en sí misma habrá sido el de comprender y aplicar estricta­
y de esta forma se convierte en exclusión y ce­ mente esta regla de sobriedad.
guera; pero la verdadera intimidad es otra cosa Una cuestión se plantea inevitablemente al
muy distinta, ya que implica una llamada al espíritu: ¿Se puede asignar un término o lí­
otro, una espera de todo lo que ese otro puede mite al proceso de disolución o destrucción a
aportar para el enriquecimiento de la vida inte­ que he aludido en esta conferencia? No qui­
rior. La hermosa palabra alemana Einklang ad­ siera aventurarme en las arenas movedizas de
quiere aquí todo su valor, y de hecho la músi­ la profecía. Todo lo que puedo decir es que no
ca de cámara, en sus expresiones más elevadas, me parece razonable abandonarse a un fatalis­
es la que, a mi parecer, traduce con la mayor mo pesimista. Es muy posible que, en muchos
fidelidad posible la exigencia de intimidad. Pe­ casos, las generaciones futuras experimenten
ro ¿cómo no ver que los últimos cuartetos la necesidad de reaccionar contra sus ascen­
de Beethoven están repletos de una exigencia de dientes. Sin embargo, esa reacción implicaría
universalidad tan apasionada como la «Novena algo que se parecería mucho a una conversión,
Sinfonía» o la «Missa solemnis»? Precisamen­ con la condición de tomar esa palabra en un
te hay que poner de relieve esta conexión entre sentido muy general y, por consiguiente, no
lo íntimo y lo universal, y el hecho correlativo confesional.
de que cuando la intimidad cede, cede también Tomando en consideración el caso de los me­
la universalidad, y demasiado a menudo corre dios de difusión, en los que he insistido en
el riesgo de degenerar en retórica y en énfasis. particular, no es inconcebible que se logre una
Si existe una obligación para el filósofo, es educación poco a poco; pero todavía es nece­
la de rechazar en absoluto ese género de faci­ sario que surjan educadores. Probablemente, de
lidad. El término alemán Nüchternheit designa lo que el mundo actual tiene mayor necesidad

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es de educadores. Desde mi punto de vista, ese
problema de los educadores es el más impor­
tante, y aquí es donde la reflexión filosófica de­
be ser puesta a contribución. Se trata de saber
dónde encontrarán esos mismos educadores los
alimentos sin los que todo entusiasmo resulta­
ría completamente vano. No podemos ahora
abordar ese problema. Los que conocen mis
escritos, no creo que tengan dificultad alguna
en darse cuenta de que todos ellos gravitan en
realidad en tomo a esa cuestión central. Lo
único que quiero afirmar, al concluir, es que
no se puede hablar válidamente de derechos
ni de transgresiones si previamente no se ha
llegado a delimitar al menos el núcleo cen­
tral, fuera del cual toda afirmación se redu­
ce a una aserción gratuita e inmediatamente
refutable.

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