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El poder disciplinario, como se lee en una de las clases, es un poder modesto.

No es un poder
que se pueda detentar ni poseer (como, por ejemplo, el poder del rey en monarquías absolutas en
donde él es y hace la ley); al contrario, es un poder que circula. Del mismo modo, no es un poder
que opere mediante la negatividad, prohibiendo o cercenando, restringiendo las acciones de los
individuos. El poder disciplinante es un poder positivo, productivo. Produce cuerpos, produce
sujetos y, con ellos, subjetividades. La productividad del cuerpo (que tiene que ver con una
economía del trabajo y su distinción tajante con el ocio, el entrenamiento, tiempo muerto, más una
valorización de los términos) se equivale, en realidad, con un cuerpo sometido a los tiempos, fines
y deseos que garanticen la (re)producción del capital global y estatal.

Se trata de una microfísica del poder que nos atraviesa desde las instituciones hasta las
relaciones más íntimas, incluso con nosotres mismes. No es un poder violento sino más bien sutil, y
su eficacia descansa en las técnicas de: distribución de individuos (colegios, talleres, cárceles,
hospitales); división del espacio en un espacio individualizado, evitando los agrupamientos; rangos
y clasificación de individuos para hacerlos circular en un sistema jerárquico de relaciones. El uso del
tiempo es un uso útil, claramente cronometrado lo que permite un control minucioso del cuerpo y
sus posiciones. Por esto mismo es que es también un bio-poder, poder sobre la vida y el cuerpo, su
utilidad, su productividad todas controladas, condicionadas, cronometradas y pensadas
previamente en función de un sistema externo. Este bio poder disciplinario funciona por y a partir,
a través de: una vigilancia jerárquica (sobre todo ejemplificada desde el panóptico de Bentham), lo
que permite control microscópico de la conducta, y su encauzamiento si llega a salirse de lo previsto
y pre establecido; una sanción normalizadora, un mecanismo penal, castigos para aquellas
conductas, desde las mínimas o sospechosas para hacerles notar su desviación de la norma
mediante comparación, jerarquización, homogeneización y exclusión de las mismas; y, por último,
el examen, articulación de las dos técnicas anteriores, la mirada del examen no tiene porqué ser
necesariamente explícita, está en las mismas relaciones que nos constituyen, desde lo laboral e
institucional, hasta relaciones más íntimas que aprueban y reprueban conductas, las miradas nos
clasifican, califican y castigan (o premian). Las disciplinas son las técnicas que ordenan las
multiplicidades humanas para homogenizarlas y volverlas cuerpos y subjetividades dóciles y útiles.
Su táctica de poder responde a una economía de los recursos (que sea lo menos costoso posible,
por eso ya este poder no utiliza, necesariamente, todo un aparato represor para ordenar las
conductas, opera mediante la normalización de las mismas); alcanzar la máxima eficacia de sus
efectos y se extiendan lo mayor posible; y, aumentar la docilidad y utilidad de todos los elementos
del sistema.

El poder monárquico, entendido desde su negatividad represora y prohibitiva, político


religioso, se seculariza hacia quien será el nuevo y la nueva protagonista: el conocimiento científico
y, específicamente, la tecnociencia. Estos dos con sus métodos, metodologías y técnicas tienen la
última palabra respecto a cómo es el mundo, cómo debería ser (según reacciones o respuestas
cerebrales, respecto a la bioética por ejemplo) y cómo, por lo tanto, es y puede certeramente ser
representado. Lugares en los que por supuesto se ven imbricados el cuerpo y la subjetividad:
estudios, medicamentos, píldoras, planes de salud pública, etc., por un lado y, por otro, los flujos
permanentes de información en imágenes, discursos breves, largos, telenovelas, series y películas
que circulan y nos conforman (intra e inter relacionalmente). La ciencia médica y la tecno-ciencia
desplazaron a la vieja y trascendental idea de Dios.
En ese sentido, el ojo de dios o las mediciones exactas sobre la representación del mundo y
cómo/qué lugar ocupa el ser humano, no son neutras ni ingenuas, funcionan en relación a distintas
matrices que ponen en marcha todo el sistema económico y social global: desde la industria de
plástico que permite las telecomunicaciones, hacia los comunicadores televisivos y radiales que
asientan, generan y (re)producen sentido; desde las industrias farmacéuticas bajo el costo de haber
patentado y privatizado el saber popular sobre otras medicinas y formas de utilización de distintas
plantas (que pondrá bajo el título de medicinas alternativas o de dudosos resultados), hasta las
propias enfermedades que surgen de la vida citadina y cotidiana (por ejemplo, estrés, ataques de
pánico, alergias, entre otras). El sistema capitalista global funciona de manera centrípeda, trayendo
para sí todas aquellas resistencias, acciones o maneras que podrían diferenciarse del mismo.
Continuando con el inicio de este párrafo, el ojo de dios, el control y la vigilancia de quien todo lo
puede ver, saber, clasificar y castigar que antes se encontraba en las instituciones, ahora, pasa a
estar de manera interiorizada en todos los sujetos. Para consigo mismos y para con otros. La película
“El círculo” es un excelente ejemplo que muestra esta posición. Para su análisis más profundo es
necesario otra extensión.

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