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FUJIMORISMO
Cuadernos de Ciencias Sociales
País/Country: Costa Rica
Programa Costa Rica; Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLASCO)
Número/Number: 96
Fecha/Date: 01/01/97
Esa mirada es un discurso del poder acerca de la realidad. Sus categorías centrales se
producen siempre desde una dada configuración de poder. Cuando ésta cambia, también
aquellas son transvestidas. Pueden dar apariencia nueva a viejas regiones de la
experiencia o imágenes viejas a las nuevas regiones.
Nunca, es verdad, hemos dejado de sentir en algún rincón de la retina, que lo que esas
veladuras hacen ver no es lo mismo que lo que hemos vivido. Pero tardamos en admitir
que para develar y liberar la experiencia en el conocimiento, necesitamos una mirada
diferente, otras categorías. En el discurso del poder las categorías no señalan un campo
de relaciones, ni se refieren a un modo, un momento o una dimensión de esas
relaciones. Su función es reducir la perspectiva y aislar los datos de la experiencia.Y
aún nos resistimos a cambiarlas. Por eso la operación mental todavía inevitable es
subvertirlas. En otros términos, somos parte del laberinto.
"Populismo" es una de aquellas categorías recibidas, que hemos llevado y traído sobre
todo desde la IIa. Guerra Mundial hasta mediados de los 70s., entre las dos grandes
crisis. Parecía finalmente archivada en nuestra historia política. Pero hela aquí de
regreso, con un nuevo candor, esta vez adosada a una experiencia que, como el
neoliberalismo, es exactamente opuesta a la que antes nombraba.
No cabe aquí un recuento sistemático de los avatares conceptuales del término durante
los debates sobre la experiencia política latinoamericana. Su bibliografía es conocida,
aunque no para de crecer2. Pero es bueno recordar que el membrete de "populismo" fue
usado en América Latina para experiencias tan distintas como el battllismo, el
cardenismo, los partidos apristas (APRA, AD, MNR, MLN, Ortodoxos) y sus
gobiernos, el liberalismo de Gaitán, el varguismo o getulismo posterior al "Estado
Novo", el peronismo, el velasquismo, los gobiernos de Belaunde, Frei, Velasco Ibarra,
Juan José Torres, Rodríguez Lara. Y la lista no es exhaustiva.
Sin tales recaudos, el término "populismo" no puede ser otra cosa que una etiqueta,
ciega a la discriminación, sin capacidad alguna de análisis, ni de explicación, inapta
para dar cuenta del carácter específico y del sentido histórico de esas experiencias
políticas. No obstante, es precisamente así que suele ser usado como parte de las
plantillas de "lectura" eurocéntrica de la experiencia latinoamericana. Esto es, desde una
perspectiva en la cual se asume un supuesto patrón histórico universal, el europeo
occidental, según el que deben ser, en consecuencia, "leídas" todas las experiencias
históricas particulares3.
Como se sabe, originalmente "populismo" fue el término que los europeos occidentales
encontraron para llamar al movimiento revolucionario ruso de los narodniki, que fue
emergiendo desde mediados del s. XIX y culminó en torno de Narodnaya Volia
(Voluntad del Pueblo)4, la clandestina organización política que desde 1879 combatió
contra el zarismo hasta ser desintegrada en 1883 por la represión zarista. Sus
reverberaciones aún estuvieron activas en la revolución de los trabajadores rusos entre
febrero y octubre de 1917, sobre todo en el liderazgo del Partido Social-
Revolucionario, pronto perseguido, reprimido y finalmente desintegrado por la
dictadura bolchevique5.
En el mismo siglo XIX, pero algo más tarde y por lo mismo quizás siguiendo el ejemplo
ruso, el término "populismo" fue empleado también en Estados Unidos. Allí, aunque
con raíces en la protesta de los farmers contra los terratenientes y los banqueros desde
mediados del siglo XIX, el movimiento denominado "populista" emergió en realidad
expresando el descontento de los sectores rurales y urbanos de trabajadores y de las
capas medias, afectados por la crisis mundial de 1870 y culminó con la formación del
People's Party o Populist Party en 1890 (Goodwyn, 1976; Pollak, 1976). La demanda
básica de dicho partido era la desconcentración del control del capital y del Estado.
El carácter y las propuestas de ese movimiento fueron muy distantes del de Rusia. No
hay modo, salvo nominalista, de equiparar los intereses de los farmers con los de los
mujiks. O la situación y las preocupaciones de la inteligencia de EEUU, hija del
capitalismo y del liberalismo, con los de la rusa atrapada entre el despotismo zarista y la
urgencia de la modernidad. Y a pesar de que algunos grupos minoritarios de
trabajadores industriales en el People's Party estaban vagamente influídos por el
socialismo, el grueso de los miembros del movimiento era, además de racista,
explícitamente capitalista y liberal, mientras los narodnikis eran, explícitamente
también, anticapitalistas y socialistas.
En segundo lugar, esa separación entre el concepto y su historia, comenzada por los
"marxista-leninistas", fue desarrollada y completada después hasta convertirse en el
abandono de toda referencia histórica determinada. Poco después de la IIa. Guerra
Mundial, los teóricos de la "modernización" como "transición" entre la "tradición" y la
"modernidad", situaron el "populismo" en relación con su idea de "pueblo" y no ya con
la historia política de Rusia o la de Estados Unidos, sino con las cuestiones del "atraso"
de las sociedades "tradicionales", en las que relaciones no-demicráticas de poder
estaban tramadas con relaciones culturales "tradicionales". Un contexto en el cual lo
"popular" implicaba a gentes sujetas no tanto a la explotación y a la pobreza, cuanto a la
ignorancia y al atraso cultural y político. Esas masas eran, por eso, susceptibles de ser
atraídas y movilizadas por los discursos que se referían vagamente a las necesidades y
posibles demandas "populares" y a liderazgos que, además de esos discursos,
desarrollaban técnicas de manipulación y de control de tales masas, para lograr acceso
al poder político y mantenerse en él (Germani, 1962; Di Tella, 1973).
Desde entonces, la mayoría (la que ignora la historia y tiene corta esa memoria) en la
prensa o en la "academia", terminó usando la palabra "populismo" simplemente en su
referencia lingüística familiar, la palabra "pueblo" y sus parientes, en particular "plebe",
"plebeyo" y "popular", en el específico linaje latino.
Ese cambio de marco lingüístico fue, sin duda, decisivo para el destino ulterior del
concepto. Narodnaya Volia no era en Rusia una referencia solamente a la voluntad y a
la libertad de los dominados y explotados, sino también a las de la inteligencia
antizarista, proveniente de los rangos de la aristocracia, en demanda de modernidad. Así
también people en el Inglés de Estados Unidos se refiere a la ciudadanía, a la
comunidad. No tiene la misma referencia social, ni sociológica, que "pueblo" en los
idiomas románicos que comenzaron arrastrando el significado social peyorativo de su
original latino populus, ya que sólo a partir de la Revolución Francesa y de las luchas
sociales posteriores, tales términos se llenaron de la ambigüedad conceptual que los
caracteriza hoy, entre una identidad afirmativa, en ocasiones hasta prestigiosa, y otra
despectiva.
No cuesta trabajo sacar a luz los intereses sociales que se trata de escamotear en este
juego de manos semántico.
En efecto, reducir o concentrar toda referencia del término "populismo" al más banal
rincón de su universo de significación, produce dos resultados básicos. En primer
término, la deshistorización del concepto: se expulsa de la memoria y del debate sus
referentes históricos. Sobre todo, se trata de esconder o de velar la historia del debate y
de las luchas de los explotados y de los oprimidos contra todo el capitalismo, como en
Rusia, o contra una de sus tendencias centrales, la brutal concentración del control del
poder y de los recursos vitales, como en Estados Unidos en el siglo XIX o en América
Latina durante gran parte del siglo XX.
De ambos modos, toda referencia a intereses sociales, en particular a los intereses que
clasifican a las gentes dentro del capitalismo actual, es excluida e ilegitimada en el
debate. De esa manera el calificativo de "populista" puede servir en América Latina de
hoy lo mismo para vestir a Perón que a Menem, a Velasco Alvarado que a Fujimori, o
más graciosamente, a éste junto con Alan García!. Ya antes había sido intentado para
meter en la misma bolsa a fascistas y a liberales.
Todo eso desemboca en la deslegitimación de todo interés popular - sin comillas - como
fuente, sede o agente de la dirección política del Estado y, por cierto, de toda política
económica. Toda política dirigida hacia los fines populares, es decir, "populista", es
engañosa y a la postre un fracaso para las propias gentes populares. Sobre todo, la
insistencia en medidas de redistribución de ingresos, para las que se ha reservado el
nombre de "redistribucionistas". La prueba irrecusable de eso es que el "populismo" ha
terminado siempre en situaciones de caotización económica y política, en las que el
"pueblo" es la víctima principal y que provocan golpes militares y políticas de "shock".
El "populismo" así desplumado, no es serio, no tiene solvencia, ni jerarquía técnica.
Estos últimos son, debe reconocerse que son, por definición, solamente atributos de los
controladores y tecnócratas del capital9.
Es sin duda demostrable que en todos ellos estuvieron activos, de varias maneras y
medidas, determinados elementos y rasgos:
2.- Discurso "desarrollista" y en medidas muy diversas según los casos, tímida o
efectivas medidas prácticas en esa dirección.
3.- Organización y/o ampliación de servicios públicos estatales, sobre todo educación,
salud, seguridad social.
6.- Ampliación de las bases sociales de la ciudadanía, así como de la ciudadanía básica
(derecho de voto).
7.- Redistribución del control de recursos de producción, en especial de la tierra.
8.- Legislación arbitral entre capital y salario y a veces también de protección del
trabajo.
Como quedó dicho, los modos y las medidas en que tales rasgos hicieron parte de
aquellas experiencias políticas, fueron muy diversas. Pero esa diversidad da cuenta de la
diferente configuración social y política, de las relaciones de fuerzas políticas entre
diferentes intereses y agentes sociales, en una dada coyuntura o en un dado período, en
regímenes políticos determinados. El "discurso", lo mismo que el "liderazgo", no
pueden ser realmente estudiados, mucho menos explicados, sino contra el telón de
fondo de las relaciones e intereses sociales en juego.
Eso es perceptible si se compara los discursos y liderazgos de, por ejemplo, Velasco
Ibarra y de Jorge Eliecer Gaitán; o los de Vargas después del "Estado Novo" y el
"vargo- goularismo" posterior. O los regímenes de Perón, de Velasco Alvarado o de
Acción Democrática, del MNR antes de 1980, del MLN. Todos ellos son sin duda muy
diferentes, no obstante lo cual tienen en común, precisamente, ese elemento que en el
debate latinoamericano denominamos antioligárquico-antimperialista o, en otra
nomenclatura, nacional-democrático o nacional-popular.
Según eso, no hay modo de admitir que, por ejemplo, el régimen de Paz Estensoro de
1952 tenga el mismo carácter que el de Paz Estensoro de 1985. No importa si la persona
es la misma y hasta el mismo, nominalmente, su partido. Sociológica y
politológicamente, son personajes de signo contrario. Eso es aún más patente cuando se
compara el Perón anterior a 1955 con el Menem de los 90s., aunque el partido de ambos
siga llamándose Justicialista. Sin duda en estos casos la cuestión del populismo se
plantea en tanto que pregunta por el proceso que lleva a una misma persona o a un
mismo partido, de un carácter histórico social a otro contrario. O, en otros conocidos
términos, de un drama a una farsa (Nun, 1995).
POPULISMO Y EUROCENTRISMO
Sugiero que aquí se encuentra uno de los más típicos rastros de una lectura eurocentrista
de América Latina y su indagación abre algunas de las cuestiones más complejas y
controversiales del debate latinoamericano, en especial sobre la clasificación social, la
nacionalización de la sociedad y del estado, la ciudadanía. Aquí, sin embargo, no sería
pertinente ir muy lejos, en ese debate. Apenas para comenzar a despejar el terreno, es
necesario indagar por las analogías entre, de un lado, el "populismo" (léase las
experiencias nacional-democráticas o nacional-populares) de América Latina y, del
otro, el de Rusia y el de EEUU.
Sin duda, no fue una mera coincidencia que los narodniki lograran acuñar el concepto
de "desarrollo desigual" y algunos de los socialistas latinoamericanos el de
"heterogeneidad histórico- estructural", para dar cuenta de la especificidad de sus
respectivas experiencias históricas. Ambos llegaron a entender que toda lectura
eurocéntrica de tales experiencias no podía ser sino malconducente. La idea de
revolución, por eso mismo, en cada una de tales configuraciones de poder, no podía ser
la misma que se preconizaba en Europa Occidental. Y toda práctica revolucionaria que
intentara avanzar por ese mismo camino eurocéntrico, terminaría pronto, como en
efecto terminó, en un callejón sin salida. Ambos, narodnikis rusos y socialistas
latinoamericanos, cada cual a su modo y en su propio tiempo, trataban de realizar, desde
una perspectiva no-eurocéntrica, una crítica revolucionaria de su realidad social, como
punto de partida de una trayectoria eficaz de la revolución socialista.
La relación es por completo diferente si se trata del populismo del siglo XIX en EEUU.
Pues los "populistas" (nacional-democrático-populares) de América Latina del siglo
XX, perseguían en buena cuenta las mismas grandes metas que sus homólogos del
Norte de casi un siglo atrás: la desconcentración del control del Estado, de los recursos
de producción, de la riqueza y de los ingresos, sin salirse de los marcos del orden social
capitalista, ni del orden político liberal. Su único problema era su perspectiva
eurocentrista: no podían percibir la heterogeneidad histórico-estructural dentro de su
propia sociedad y entre ésta y la de Estados Unidos.
En Estados Unidos de fines del siglo XIX, la economía estaba organizada por el capital,
la sociedad era nacional, el Estado era nacional y, dentro de los límites de una sociedad
de clases, era una expresión de la ciudadanía. La colonialidad del poder no estaba
ausente. Pero afectaba a poblaciones que eran, de una parte, muy minoritarias: "negra" e
"india" (ésta última, víctima de un sistemático genocidio, en ese momento estaba casi
extinta y puesta fuera del sistema). De otra parte, los "negros" estaban sometidos a
relaciones salariales de explotación.
En cambio en la América Latina, todavía hasta fines de los años 60 del siglo XX, el
capitalismo no incluía únicamente relaciones salariales de explotación, sino todas las
demás históricamente conocidas, exceptuada la esclavitud. La sociedad no era
homogéneamente burguesa. La colonialidad era aún el eje central de articulación del
poder y afectaba a una vasta mayoría de la población formada, precisamente, por
"negros", "indios" y "mestizos". La nacionalización de la sociedad y del estado eran
procesos apenas iniciados. Y en tanto implicaban la democratización de cada uno de
tales ámbitos, los controladores del poder los resistían apelando a todos los medios.
El Estado era una imposición de los dominantes y de sus ciudadanos, que eran una
minoría, pero no de la ciudadanía de la mayoría. Por si no bastara, en el control
excluyente del Estado, de los recursos, de las riquezas, estaban asociados grupos de
burguesía monopólica internacional, sobre todo de Estados Unidos, con terratenientes
señoriales y grupos de burguesía local agro-minera- financiera, de estilo señorial.
Para una mirada eurocentrista, esa historia era, es, imposible. La "dualidad histórica"
fue, por eso, la ficticia solución común a positivistas-evolucionistas, funcionalistas,
funcional- estructuralistas y materialistas- históricos o marxistas-leninistas.
Solitariamente, desde 1928, José Carlos Mariátegui había conseguido vislumbrar lo que
en el lenguaje de los 60s. sería nombrado como la heterogeneidad histórico-estructural
de la sociedad en América Latina. Pero él y sus hallazgos, fueron condenados por el
estalinismo en 1929 y enterrados apenas un año después11.
De todos modos, con sus contradicciones sociales, con sus conflictos políticos y su
estravismo eurocéntrico, tales "populismos" nacional-democrático-populares, en
América Latina buscaron, y en algo consiguieron, desatar una profunda reconfiguración
de las relaciones de poder, en dirección de la democratización y de la nacionalización de
la sociedad y del Estado.
Por cierto, son muchas y graves las cuestiones que se abren en este debate. Ya han sido
señaladas las más inmediatas: la cuestión de la colonialidad del poder y de su des-
colonización; la cuestión de la democratización y de la nacionalización y des-
nacionalización de la sociedad y del estado; la cuestión de las estructuras de autoridad y
de ciudadanía. Ese debate no puede ser proseguido aquí. Pero todo lo anterior permite,
en cambio, apuntar que dada esa historia política, en América Latina la crítica del
populismo implica, ha implicado siempre, la crítica de los límites de lo nacional-popular
en las luchas por la democratización y la nacionalización de estas sociedades. Y por eso,
esa crítica sólo tiene lugar legítimo en el contexto de un debate sobre la redistribución
del control del poder en la sociedad.
En el debate político actual, sin embargo, la versión hegemónica del "populismo" cubre
casi exclusivamente una hilacha del antiguo concepto, sea en su original versión euro-
americana o en su versión latinoamericana. Apunta solamente a una relación entre
líderes políticos y "masas populares" en la cual sobresale: a) un discurso dirigido a
seducir a tales sectores "populares"; b) el uso de técnicas de manipulación y de control
de tales "masas"; c) ahora sobre todo a través de los "medios" - como dice la jerga
periodística - y de la escena pública de la "sociedad del espectáculo", para todos esos
fines; d) "masas populares" seducidas que siguen a esos liderazgos ?. Es desde y en esa
perspectiva que en Europa se llama "populista" a Berlusconi como a Menem o a
Fujimori en América Latina.
El problema es que, como ya quedó señalado, ese uso reduccionista del término, deja
fuera exactamente aquello que debe ser estudiado y debatido: los intereses sociales en
juego, las relaciones de fuerzas políticas entre tales intereses. De otro modo carecería
totalmente de sentido llamar "populistas" a regímenes o liderazgos políticos neoliberales
que tratan de destruir sistemáticamente todo aquello que fue conseguido por las luchas
populares y bajo regímenes nacional-populares:
Incluso opera una tendencia, cuyo caso ejemplar es el fujimorismo en el Perú, a imponer
una forma de control político autoritario, vertical y arbitrario, con el terrorismo estatal y
el espionaje como instrumentos de gobierno, e instituciones que simulan las del
liberalismo democrático.
Desde esta perspectiva, llamar "populistas" a los gobiernos que hacen exacta y
sistemáticamente lo contrario de lo que fue abierto y parcialmente caminado por el
"populismo" nacional-popular latinoamericano, es traficar con un grueso contrabando
intelectual. Por eso, todo aquel que quiera proseguir llamando "populismo" a lo que
hacen hoy los políticos y los regímenes neoliberales en América Latina, haría bien en
trazar el necesario deslinde con la experiencia "nacional-popular" de nuestra historia.
Como resultado, las masas han sido empujadas a la frustración y al desencanto con sus
previas opciones, se alejaron de las promesas no cumplidas y de los discursos y
organizaciones que levantaron esas promesas. Principalmente, de las llamadas
"izquierdas". Pero no mucho menos de los "populistas" y de los "modernizadores" del
período anterior. De algún modo, como se puede ver en la conducta actual de muchos
de los que antes eran convencidos "cuadros" del estalinismo, mucha gente parece sentir
que ha sido víctima de una estafa política y emocional. En especial, aquellos cuya
cuestión central era, sin duda, el poder, no la destrucción de las bases de la explotación,
de la opresión, de la discriminación, en fin, de todo poder.
Puede ser algo sorprendente que nada menos que esa nueva relación pública de los
agentes del capital con esas nuevas masas populares, sea lo que los intelectuales del
poder cubren con el membrete de "populismo". Apenas un poco más, quizás, es el éxito
que han logrado llevando inclusive a los críticos del neoliberalismo a ceder a esa misma
tentación. No debe haber, en cambio, de qué sorprenderse mucho, si en aquellas
condiciones las masas explotadas y oprimidas de América Latina aparecen confundidas
y sin capacidad de resistencia. O, peor aún, si en la escena pública de los mass-media
parecieran incluso, como en el Perú del fujimorismo, apoyar, precisamente, la más
violenta ofensiva que el capital lleva a cabo contra ellas desde los tiempos de la
colonización.
Raras veces en la historia los dominadores habrán logrado tener el sabor de una tan
completa y tan profunda victoria. Cómo no entender, entonces, que quieran proclamar el
fin de toda Historia !. Pero el tiempo del éxtasis no será duradero, ni siquiera en el Perú.
Según eso, una política dirigida sin ambages, de una parte, a una virtual re- colonización
del control de los recursos de producción, naturales y financieros en particular; a la
exclusión sistemática del grueso de los trabajadores de todo acceso a estándares de vida
siquiera básicamente satisfactorios; al estancamiento y subdesarrollo tecnológico de la
producción industrial local; al desempleo masivo; al control y reajuste del aparato
educativo estrictamente para adecuarlo a esas finalidades; al desmantelamiento de los
servicios públicos de educación, de salud, de seguridad social; a la relegitimación de la
desigualdad social. Y de otra parte, dirigida al desmantelamiento de las instituciones y
de las normas de la democracia liberal o a una política de casi explícito simulacro de
ellas, en especial de la ciudadanía; a la imposición de estructuras reales de autoridad
verticales y autoritarias, de corte asiático. Todo eso tendría el apoyo de las capas
dominadas de la población peruana, esto es, de sus víctimas, nada menos !.
Sin duda es obligado preguntarse si es real esa extraña situación, o si se trata de una
escena montada con todo el aparato de comunicación de los agentes, mandantes y
beneficiarios de ese gobierno, o si hay que andarse con más cuidado en este laberinto.
Eso haremos.
En consecuencia, puedo evitar insistir aquí en esas zonas del debate. Creo también que
son suficientemente conocidas y debatidas las circunstancias y las tendencias, internas e
internacionales, que han marcado el contexto dentro del cual se origina y se desarrolla el
fujimorismo: hiperinflación, devastación continuada de la economía desde mediados de
los 70, desintegración de los procesos de clasificación y de agrupamiento social,
desprestigio final del estalinismo y de su "materialismo histórico" o "marxismo-
leninismo", abandono de todo discurso revolucionario por los frente electorales de
izquierda y su desprestigio y desintegración final, al mismo tiempo que del "campo
socialista", entre las de mayor relieve.
Desde hace poco más de un año, al regimen fujimorista le están apareciendo malignos
lunares, algunos de los cuales amenazan convertirse en "tatuajes de Kaposi" (para usar
la exacta imagen del poeta Montalbetti). El rostro actual del fujimorismo es más
repelente. Pero sobre todo es más inquietante. Se hacen rápidamente visibles indicios
claros de que en el régimen se acumulan y se combinan conflictos cuya gravedad
alcanzaría incluso, si no llegan a ser controlados, para ponerlo en riesgo de
desintegración.
Los intereses y los actores de tales conflictos no se oponen entre sí desde trincheras
separadas y distintas todo el tiempo. Por el contrario, están atrapados en la misma
urdimbre, porque hasta aquí todos ellos existen gracias a su recíproca dependencia. Esto
implica, sin duda, que sean menos claras las perspectivas del desarrollo y del desenlace
de tales pugnas. Pero así mismo, que el desenlace pudiera requerir, finalmente,
circunstancias drásticas, si no necesariamente violentas. El fujimorismo parecería, pues,
estar pisando una encrucijada.
El actual escenario del fujimorismo se parece mucho a un circo de tres pistas. Una
consiste en el peculiar machihembrado entre neoliberalismo y narcotráfico que atraviesa
a todas las instituciones claves del régimen: sus aparatos de represión, de administración
y de control político (éste último se organiza en torno del Servicio Nacional de
Inteligencia (SIN), pero a estas alturas - y en particular después de los incidentes que
han seguido a la denuncia del narcotraficante "Vaticano" sobre Vladimiro Montesinos -
sería injusto separar su Ministerio Público, su Congreso y en buena medida inclusive
sus Tribunales de Justicia, del conjunto de instituciones que forman el aparato
fujimorista de control político sobre la población.
La tercera, obviamente tramada sobre todo a la anterior, puede ser finalmente la pista
central y decisiva. Se trata de las perspectivas futuras de la versión fujimorista del
neoliberalismo económico, esta manera extrema y feroz de la guerra global desatada
contra los trabajadores, contra los discriminados y contra todos los pobres en general.
Esto es, se trata del futuro de la negociación de los intereses sociales de las capas
medias técnico-profesionales empobrecidas y de los trabajadores empleados y
desempleados, principalmente. En el caso de estos últimos, también se trata de la
negociación de sus intereses político- culturales, ya que en su gran mayoría tienen aún
demandas insatisfechas de identidad y de ciudadanía, dentro de la colonialidad del
poder. Por todo eso y en esa misma medida, se trata de los límites de la negociación de
lo nacional y de lo global en el capitalismo de este país.
No se podría entender la situación inmediata del fujimorismo y del Perú, mucho menos
las perspectivas que pueden ser abiertas en adelante, sin indagar estas cuestiones.
NEOLIBERALISMO Y NARCOCRACIA
Durante el último año casi no pasa día en que no se denuncie en los medios de
comunicación masiva, la participación de, sobre todo, oficiales de todos los rangos de
las fuerzas armadas y policiales en el narcotráfico. No son pocos los militares y policías
que ante la presión pública, o por rivalidades entre mafias, han debido ser enjuiciados y
encarcelados, aunque los principales siguen aún muy bien protegidos. Hace poco se
comprobó, inclusive, que naves de la Armada y de la Fuerza Aérea (incluyendo el
propio avión presidencial) transportan droga desde hace varios anos. También otras
instituciones, aduanas, juzgados, etc., aparecen atravesadas por las redes del
narcotráfico. Pero nada de eso parecía hasta ahora hacer mella alguna en la semblanza
del fujimorismo. Sin embargo, también aquí saltó la liebre: el "hombre fuerte" del SIN,
el ex-capitán Vladimiro Montesinos, ha sido acusado por uno de los capos del tráfico de
cocaína, Demetrio Chávez Penaherrera, alias Vaticano, de haber recibido 50 mil dólares
por cada vuelo de las avionetas que transportaban pasta básica de cocaína, a comienzos
de esta década, como pago por comunicar con anticipación las operaciones antidrogas
que la presión de EEUU obliga a hacer al estado peruano.
Si falta hiciera, tales afanes de los voceros políticos del régimen y de los jefes de sus
principales aparatos, hacen patente para todos el lugar decisivo que Montesinos ocupa
en la estructura del fujimorismo. Es desde hace rato, sin embargo, que la información de
la prensa peruana muestra que este personaje ocupa un poder tan grande y tan
extendido, que le permite hacer nombrar a sus amigos en los más altos mandos de las
fuerzas armadas y policiales y en los puestos claves en la Administración Pública, entre
otros nada menos que los Vice-Ministros del Interior, de Justicia, de Defensa, el
Superintendente de Aduanas. De hecho, es sindicado como una de las tres cabezas de la
hidra, junto con el General Nicolás de Bari Hermosa, que a pesar de haber cumplido con
creces su tiempo de retiro se mantiene como Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, y, por supuesto, con Fujimori, formalmente la cabeza principal.
Si se considera que todos sus principales actores operan desde el comienzo mismo de
este régimen, no es arbitrario sospechar que ese machihembrado entre neoliberalismo y
narcotráfico es constitutivo del fujimorato. Pero es en el último ano, sobre todo, que se
ha hecho tan abultado, que todo intento de negarlo o de defenderlo termina por hacerlo
más ominoso. Eso sugiere, primero, que en especial desde el Golpe de Estado del 5 de
abril de 1992, los tentáculos del narcotráfico se habrían extendido y desarrollado tanto
en la estructura del fujimorismo, que sus movimientos ya no pueden pasar inadvertidos.
Pero el que la respectiva información provenga ahora no solamente de la investigación y
de la prensa independientes, sino que gane espacio cada vez mayor incluso en la prensa
oficialista, vinculada a diversos sectores del fujimorismo y siempre reacia a destapar
asuntos que pudieran molestar al gobierno, indica que, probablemente, algo más grave
se pudre en Dinamarca (mejor Dimanarca, opina un joven amigo mío y tiene razón).
Tampoco debe ser, pues, sorprendente que las mafias del narcotráfico se hayan
convertido, junto con los organismos de control y de represión llamados de
"inteligencia" (CIA, SIN, etc.) en una densa y oscura malla de poder oculto o
semioculto, y por eso mismo más eficaz y letal, operando trás la fachada de, o
entretejidos con, los gobiernos del tipo fujimórico, no tan sólo agente del más extremo
neoliberalismo, sino también arbitrario, dictatorial, sin contrapesos institucionales. Con
esos hechos en cuenta, aunque tentador por lo fácil y simple, es ineficaz todo intento de
explicar el conflicto desatado en torno de Montesinos- Vaticano, por las presiones de
EEUU o de los supuestos esfuerzos de "moralización" del régimen. Ambos factores
existen. Pero es claro que tienen sentido sólo como parte de una distinta tramoya.
¿Cuál?
Las consecuencias caminaron a prisa. El Ministro Camet quedó con las manos libres
para aceptar en el Club de París servicios a la deuda internacional peruana que
hipotecan, por un largo futuro, virtualmente todos los ingresos públicos del país, sin
lograr concesiones que permitieran aumentar dichos ingresos y dejando como único
recurso despellejar aún más a la población, ajuste trás ajuste. Fueron recortados los
gastos y las inversiones públicas. Se "enfrió" más, es decir, se ahondó el receso que
fuera impuesto el 95. Contra los reiterados anuncios del Gabinete Córdoba, fue
rechazado enérgicamente todo aumento de los salarios congelados desde 1990,
exactamente cuando la tasa de inflación tendía a subir.
Esos cambios delataban, por lo tanto, un reajuste de las relaciones de fuerza en las
entrañas del régimen y, a diferencia de los cambios previos de personal en la
tecnocracia de gobierno, con vencedores y vencidos. Los vencedores eran una alianza
de camarillas, vinculadas cada cual por sus propias razones e intereses, al tipo de
neoliberalismo preconizado por el FMI, radical adversario de todo tufo de "populismo"
en la política económica. A la cabeza de esas camarillas vencedoras se ubicaba a:
1. Vladimiro Montesinos, capo del SIN y denunciado ahora como capo del
narcotráfico, con ramificaciones claves en las ffaa. y policiales, asociado con el
General Nicolás Hermosa, jefe de las FFAA y con el General Ketín Vidal, jefe
de las fuerzas policiales.
2. Jaime Yoshiyama, empresario vinculado a la especulación financiero- comercial
y urbana, con ramificaciones en el "congreso" y en sectores de la administración
pública y entonces percibido como el "Delfín" de Fujimori para el 2000. En fin,
3. Jorge Camet, Ministro de Economía, empresario de la rama de Construcción,
vinculado a la especulación urbana y comercial, guardián de la "línea dura" del
neoliberalismo, casi un delegado del FMI en el gobierno fujimorista.
Un año antes, pocos meses después de la re-elección de Fujimori, con una mayoría
oficialmente amplia, Jaime Yoshiyama era el candidato del gobierno a la Alcaldía de
Lima, "con todo el apoyo" de Fujimori, según su lema de campana. Pero fue derrotado
por el candidato opositor, Alberto Andrade. Las elecciones municipales en Lima tienen
siempre impacto nacional. Esta vez, nada menos que el "Delfín" había sido derrotado.
Dada la importancia política del hecho, Fujimori lo enfrentó nombrando a Yoshiyama,
al día siguiente de las elecciones, Ministro de la Presidencia.
Esa derrota electoral, por una parte reiteraba el hecho de que el fujimorismo no ha
logrado ganar, desde 1992, ni una sola elección razonablemente limpia. Es decir, en que
las leyes electorales fueran cumplidas. Pero, sobre todo, puso de relieve algo más
importante. Al combinarse con los extremos efectos del darwinismo social del
fujimorismo, más graves después de seis anos, se convirtió en el punto inicial de una
tendencia de gradual, pero continua, baja de popularidad de Fujimori.
Esa tendencia no ha hecho sino afianzarse hasta hoy. Es el precio político de recesar la
economía, ampliar el desempleo, continuar por sexto ano consecutivo la congelación de
salarios, vender baratos los bienes públicos en condiciones monopólicas, originando
alzas de precios y baja de la calidad de los servicios públicos, como en la luz, el agua y
los teléfonos, cobrar impuestos sin producir servicios, ni bienes, sólo para pagar
servicios de una deuda externa que no deja de crecer, y, no obstante todo eso, admitir
alzas en la tasa inflacionaria.
Una complicada situación entró en proceso. De una parte, las tensiones y negociaciones
por los límites del neoliberalismo y del "populismo" en la economía. De otra, las
relaciones de fuerzas entre las camarillas, cuyas cuotas de poder están, por supuesto,
ligadas a la política económica y a las prebendas del poder que incluyen el uso de las
instituciones del estado para negocios de todo tipo como el tráfico de drogas. La re-
elección es crucial para cada uno de esos ámbitos del poder. Cualquier desenlace tendrá
que implicar, necesariamente, reacomodos fuertes entre las fracciones de las fuerzas
armadas y sus articulaciones con los servicios de "inteligencia"; en la tecnoburocracia
política emergida con el fujimorismo; reacomodos de las fracciones burguesas en el tren
de la política económica. Y, a no dudarlo, decisiones importantes en el Departamento de
Estado y la CIA de los EEUU, así como de la banca internacional y de sus agentes
como el FMI. Ya se ve que no son pocos, ni chicos, los actores de este escenario, ni tan
simples sus salidas.
No están aún en ese escenario los actores que representen los dramas de los
trabajadores, de los pobres, de los discriminados. Están emergiendo, pero muy lenta y
confusamente todavía. El descontento popular es virtualmente generalizado. Pero está
rodeado de una gran confusión, en ausencia de cualquier alternativa que fuera
claramente confiable por las masas, frustradas antes por todas las previas y ahora por la
que aún domina. No han logrado todavía modos nuevos de diferenciar y de organizar
sus nuevos intereses sociales. La historia puede tener, sin embargo, más de una
sorpresa.
POSTSCRIPTUM
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(2)Ver, por ejemplo, la que se consigna en Turaine (1988), Coniff (1982), Ionescu y Gellner (1969),
Quijano y Weffort (1973), Quintero (1980) y Dornbusch y Edwards (1992).
(3) Acerca del eurocentrismo de la racionalidad dominante, hay un debate en curso. Algunas de mis
propuestas se encuentran en Quijano (1991, 1992 y 1993).
(4)Véase acerca de estas cuestiones, Venturi (1981), Berlin (1979), Shanin (1983), así como la influyente
novela de Chernyshevsky (1863, traducción al inglés de 1989, con el título What is to be done?).
(5)En la famosa crónica de John Reed "10 días que conmovieron al mundo", en la notable escena
posterior a la captura por los bolcheviques, junto a Lenin aparece María Spiridinova, "la mujer más
amada y poderosa de Rusia", jefe del Partido Socialista Revolucionario, influido por las ideas populistas y
el más numeroso en el movimiento revolucionario ruso de 1917. En la alianza con los bolcheviques, este
partido había logrado que se admita la obshina como eje de un nuevo orden político descentralizado y
democrático. Pero la dictadura bolchevique tomó el control del poder y rompió pronto con esa alianza,
reconcentró todo el poder político en el Estado y, bajo el control del Partido Comunista, persiguió y
reprimió a los socialistas revolucionarios hasta lograr su desintegración.
(6)No hay que elvidar que esa inteligencia --la palabra y el concepto tienen exactamente ese origen-- rusa
procedía en buena parte de la aristocracia. La palabra narodni no se refería, por lo tanto, a lo mismo que
pueblo en el Latín y su descendencia.
(7) Respecto de J.C. Maríategui, después de la condena de sus propuestas en la Primera Conferencia de
los Comunistas Latinoamericanos (Buenos Aires, junio de 1929), el estalinismo fue más lejos e identificó
la herencia mariateguista como "populismo". V.M. Miroshevsky publicó: "El populismo en el Perú" en
Istorik Marksist (1941), poco después traducido en el órgano del PC cubano Dialéctica, con el título de
"Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social Latinoamericano" (1942).
(8)Sobre todo en la prensa diaria actual que defiende el neoliberalismo, "populismo" es un sambenito
comodín. Sirve, de un lado, para mentar todo aquello que contradiga, se oponga u obstaculice la
aplanadora del capital contra los explotados y del capital financiero internacional contra el capital y el
estado nacionales. De otro lado, para alentar contra las tentaciones nacional-democrático-populares de los
políticos, ridiculizando discursos o conductas que apelan al pueblo.
(9)Ver, por ejemplo, Dornbusch y Edward "Macroeconomía del Populismo en América Latina" y la
compilación con el mismo título (1991). En la mayoría de los estudios de caso allí reunidos, se trata
exclusivamente de analizar la información económica, pero no sobre los intereses en juego, las relaciones
políticas de fuerzas entre ellos, los conflictos y sus vencedores y vencidos.
(10) En este sentido, está pendiente aún el debate del "marxismo-leninisno" acerca del "populismo" y las
propuestas marateguianas. Morishevsky y sus mandantes sabían, exactamente, a que apuntaban.
(11) Mariátegui formuló ese descubrimiento, por primera vez, en "Esquema de la evolución económica",
el primero de sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (1928). Una discusión de esa
cuestión en mi Introducción a la edición de ese texto en Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979
(reproducido como un pequeño libro por Mosca Azul, Lima 1981 y Era, México 1982). Ver también mi
Prólogo a Mariátegui (1990).