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Para el enfoque Psicodinámico, el juego permite acceder a la función simbólica al considerar que,
dado su carácter transicional, se genera un espacio de creación; el cual hace posible el
deslizamiento de deseos, defensas, fantasías inconscientes sexuales y agresivas, relaciones de
objeto consigo mismo y con otras figuras significativas, actuaciones transferenciales, entre otros.
El contenido de la expresión lúdica (aspecto manifiesto) proporciona el material para que el
terapeuta interprete el contenido simbólico (latente).
Los primeros ejemplos de la terapia de juego con niños fueron publicados por psicoanalistas
hace casi 100 años. El propio Freud (1908) alentaba a los primeros analistas a tratar a los niños
a fin de explorar y validar la teoría psicoanalítica. Afirmaba que “durante el juego, cada niño se
comporta como un escritor creativo que genera su propio mundo o, más bien, reacomoda las
cosas de su mundo de una forma nueva que le complace”.
Los primeros analistas infantiles veían al juego como una ruta a la mente inconsciente de los
niños, muy parecido al uso terapéutico de los sueños en los adultos. Además de ser un vehículo
para la exploración del inconsciente, el juego fue reconocido como un medio útil de tratar a los
niños que presentaban diversos problemas caracterizados en general como neuróticos. Los
niños eran incapaces de utilizar el marco tradicional de terapia para los adultos, es decir, de
recostarse en el diván y practicar la asociación libre. Esto llevó a los analistas de la época a buscar
las vías que proporcionaran las siguientes condiciones:
1. Un escenario que permitiera que los niños se relajaran y disminuyeran el control del yo.
2. Como en los sueños, un medio en que este material fuese admitido a la consciencia de
manera simbólica.
3. Un entorno que fuera congruente con el nivel de desarrollo de los niños en el que sus
deseos, temores y necesidades se expresaran de manera natural.
4. Un escenario que permitiera al analista observar, interpretar y establecer una relación
terapéutica con los niños.
El juego cumplía esas condiciones y se convirtió en la ruta principal para el análisis infantil.
Melanie Klein fue otra de las primeras y más famosas analistas que trataron a los niños por
medio del juego. Afirmaba que el juego, junto con otros elementos de la conducta de los niños,
es un medio para expresar lo que manifiestan los adultos con palabras. Además, para 1955
afirmaba que los niños pueden entender y hacer uso de las interpretaciones del analista si éstas
son concisas, claras y emplean el lenguaje de los niños. Klein estableció que el valor principal del
juego era la obtención de material inconsciente para la interpretación; por consiguiente, no
tendía a utilizar al juego en sí como un vehículo terapéutico.
En contraste, Anna Freud afirmaba que el significado del juego es más incierto que el del
lenguaje y, por lo tanto, no pueden funcionar como el equivalente de la asociación libre en el
análisis adulto.
Dentro del modelo psicoanalítico tradicional se consideraba también que el papel principal del
analista infantil era llevar a la consciencia los conflictos inconscientes, fortaleciendo así el
control del yo sobre la vida del niño. Para no contaminar la esencia del material de transferencia
que surgía por medio del juego de los niños, los analistas se esforzaban por apegarse al principio
de la abstinencia analítica (en concreto, que el analista sólo debería reflejar al niño lo que éste
había producido). Por consiguiente, los primeros analistas infantiles trataban de minimizar el
impacto de su participación en el escenario de juego para evitar la contaminación del material
con su presencia.
D. W. Winnicott, uno de los analistas más destacado que promovió la terapia de juego analítica.
Winnicott veía al juego como una forma de “fenómeno transicional” en que se entremezclan las
realidades interna y externa del niño. Por lo tanto, para Winnicott el juego nunca es del todo
intrapsíquico ni se enfoca por completo en la realidad externa. Para Winnicott, “el juego es un
reflejo de la capacidad del niño para ocupar un espacio entre la realidad psíquica y la externa en
que el niño usa elementos de ambos dominios” (p. 15). Esto es de especial importancia dado
que los fenómenos transicionales permiten a los niños interiorizar sus relaciones con sus
cuidadores y crear en conjunto con el terapeuta, representaciones de formas nuevas y más
exitosas de experimentar y de relacionarse con el sí mismo y los demás.
Un hecho notable fue la aseveración de Winnicott (1971a) respecto a que es posible hacer
psicoterapia profunda por medio del juego sin trabajo interpretativo. Esto se debe a que la
experiencia placentera del juego se deriva de la mezcla de la realidad intrapsíquica con el control
de los objetos reales, como el terapeuta.
Benjamin (1988) reconoció la importancia del juego simbólico en la expresión de la tensión que
existe en la aceptación de sentimientos conflictivos entre el sí mismo y los otros. De este modo,
el juego facilita el desarrollo de la capacidad para relacionarse con el otro como objeto y como
sujeto.
En el juego todo es posible porque los jugadores tienen la libertad de representar cualquier
escenario, deseo, temor o estado del yo. Quienes juegan pueden hacerlo porque, en el marco
del juego, no hay consecuencias de sus acciones, toda vez que el juego no es estrictamente real.
Debido y a pesar del hecho de que, aunque el material de juego no es estrictamente verdadero,
en la terapia psicoanalítica el juego mantiene un vínculo muy poderoso con las experiencias
subjetivas del niño.
Muchos terapeutas de juego hacen uso de técnicas analíticas como el juego simbólico, la
interpretación y el trabajo con arenero. Al hacer esto, el terapeuta debe ser un profesional de la
salud mental calificado. También se recomienda que el terapeuta cumpla con los criterios de
entrenamiento dispuestos por la Association for Play Therapy (APT) para convertirse en un
Terapeuta de Juego Registrado.
El terapeuta de juego que desee convertirse en analista de niños debe cursar un entrenamiento
analítico completo. Esto suele hacerse en un instituto analítico después de obtener un grado
académico, y requiere tomar nuevos cursos.
El entrenamiento también debe incluir experiencia clínica con niños en diversos escenarios,
como consulta externa e interna y observación de niños. Además, es esencial tener experiencia
con niños y adolescentes que no presenten problemas. Esto dará al terapeuta un mejor juicio
sobre la intensidad de los síntomas de los pacientes, así como las metas que debe cumplir su
trabajo.
La terapia de juego psicoanalítica tradicional requiere que el niño cuente con un lenguaje bien
desarrollado para poder hacer un uso óptimo de la interpretación.
El juego es un lenguaje universal, por lo que las técnicas analíticas se pueden usar con cualquier
diagnóstico, excepto quizá con discapacidades mentales graves. Las discapacidades físicas del
cliente pueden implicar desafíos, pero estos no son insuperables, sino sólo demandan soluciones
creativas por parte del terapeuta.
El enfoque psicodinámico utiliza el juego para poder observar la función simbólica del contenido
manifiesto y el latente que se da en la transferencia y la contratransferencia. Con el juego
también se observan las ansiedades y las defensas que aparecen durante las sesiones
terapéuticas. Se utilizan principalmente técnicas que permitan la proyección a través de
materiales no estructurados como el barro, la pintura, el agua, la arena, mismos que permiten
una máxima libertad de expresión y semiestructurados denominados accesorios para simulación
que incluyen casa de muñecas, muñecos que representan a la familia, títeres de diferentes
personajes y animales, miniaturas, teléfonos, mesas, sillas, estufa, etc., juguetes que permiten
la simbolización durante el juego.
En este tipo de enfoque, los juegos más estructurados, como los juegos de mesa, se utilizan en
las primeras etapas del tratamiento con niños que se presentan temerosos y más defensivos, de
manera que sea posible crear la alianza terapéutica que le permita al menor sentirse seguro para
expresar sus dificultades y conflictos de manera simbólica.
La Terapia Psicodinámica utiliza los dibujos de los menores y cualquier otro tipo de expresión
corporal y artística. Los dibujos realizados por los niños, proporcionan el material para poder
interpretar el contenido simbólico. El niño, al expresar el conflicto, tendrá la posibilidad de
relacionar el simbolismo expresado en sus juegos y dibujos con las situaciones que vive y de este
modo podrá poner en palabras sus dificultades y las emociones asociadas a éstas de manera que
las pueda elaborar.
El juego, la manera de jugar, la distribución de los papeles y los cambios en el juego se pueden
comparar con las formas del caleidoscopio y es lo que se constituye en el contenido manifiesto
que da lugar a las asociaciones. Tales asociaciones, espontáneas o provocadas, funcionan como
otros tantos indicios que permiten la interpretación. Las defensas, inhibiciones o angustias en el
juego son el contenido latente que se privilegia para la interpretación.
El valor terapéutico de los juegos y juguetes en el enfoque psicodinámico solamente tiene valor
en la medida en que permite tener un punto de partida para que el niño haga asociaciones sobre
sus producciones. Gracias a esta actividad el terapeuta puede darse cuenta de las fantasías del
niño y secundariamente de las experiencias vividas que marcan las principales etapas de estas
relaciones con su entorno.
La terapia de juego con orientación analítica puede tener lugar casi en cualquier escenario,
incluyendo hospitales, escuelas, consultorios públicos o privados; sin embargo, la naturaleza del
espacio y sus contenidos varía un poco dependiendo de la orientación del terapeuta y la
naturaleza del trabajo.
El cuarto de juego puede incluir más juguetes de los que tradicionalmente incluía siempre y
cuando se tome en cuenta su potencial para desencadenar el juego simbólico. Los juguetes
pueden incluir: miniaturas para el juego con arena, figuras míticas o de superhéroes, títeres y
casas de muñecas; incluso los juegos de mesa pueden adoptar un significado simbólico. Para la
terapia de juego con arena, se debe disponer en anaqueles abiertos de las siguientes categorías
de miniaturas: animales, aves, insectos, animales marinos, figuras mitad ser humano y mitad
animal, reptiles, anfibios, monstruos, huevos y comida, figuras de fantasía, rocas y proyectiles,
fósiles, montañas y cuevas, volcanes, edificios, barreras, vehículos, personas, figuras de pelea, y
artículos espirituales y misceláneos (p. ej., cánicas, piedras preciosas). Se pueden emplear
múltiples técnicas expresivas como el dibujo, juegos de movimientos, música y danza. Si es
posible, tener acceso a un espacio al aire libre puede constituir una ventaja.
La frecuencia del tratamiento oscila entre 2 o 5 días a la semana, una vez a la semana, cada dos
semanas o cada mes, dependiendo de las necesidades del niño y su familia. El trabajo analítico
más tradicional suele continuar por varios años. Algunas variantes psicodinámicas permiten un
tratamiento más focalizado y, por lo tanto, más breve.
Para formular el problema y el tratamiento, se debe obtener una historia detallada del caso, que
incluya el problema actual, la historia de desarrollo, el estatus mental, la historia de la familia,
su origen y dinámica, temas culturales y genogramas si es necesario.
La primera sesión debe llevarse a cabo con el niño y sus padres. Después de la primera sesión,
puede ser útil llevar a cabo una evaluación formal y otra informal. La primera podría incluir
pruebas proyectivas o dibujos, mientras que la segunda consistiría en la observación del juego
libre del niño o hacer que éste construya un escenario en el arenero. Cuando se emplea la
observación del juego como herramienta de evaluación, el terapeuta busca de manera
específica indicios de los conflictos emocionales subyacentes. El arenero suele proporcionar
información útil no sólo sobre el problema que experimenta el niño, sino sobre posibles
soluciones. La evaluación siempre es continua, y el terapeuta espera y escucha lo que ocurre en
la terapia de juego y en la relación terapéutica, buscando indicios del inconsciente del niño.
En cualquier momento, el terapeuta considera una intervención basada en estos factores y toma
la decisión de: a) observar, b) reflexionar sobre los sentimientos y pensamientos, c) hacer
preguntas para aclarar o amplificar un símbolo, o d) hacer una interpretación para enlazar
sentimientos y pensamientos con el pasado o el presente, para aclarar o hacer más
comprensible algún tema o ayudar a resolver un problema actual en las relaciones.
El terapeuta ocupa una posición central para facilitar que las necesidades del niño sean
satisfechas y su yo se desarrolle y domine los conflictos.
El tratamiento se divide en las fases inicial, de trabajo y final. La fase inicial consiste en la
introducción y orientación sobre la terapia, en la que se recaba la información pertinente y se
establecen las metas del tratamiento con los padres; el niño debe enterarse de que irá a un lugar
donde tendrá libertad y protección para explorarse a sí mismo.
Durante la fase inicial, se le dice al niño por qué asiste a terapia, el horario y, tal vez, información
sobre los sentimientos y emociones para que cuenten con el lenguaje necesario para discutir lo
que sientan. En este periodo, se establece el rapport y se construye la alianza terapéutica.
La fase de trabajo incluye caos, lucha, reparación y resolución. En ella, el niño experimenta
pensamientos y sentimientos negativos y luchas que, a menudo, proyecta en el terapeuta; de
este modo logra elaborar todas estas experiencias. Con frecuencia, el niño pone a prueba los
límites, y el terapeuta debe tratar esta situación de acuerdo con el contexto terapéutico y el de
la situación familiar o social del niño. En esta fase, se pueden revelar traumas y heridas y los
juguetes se pueden utilizar de manera simbólica para aclararlos. A menudo, el niño expresa sus
fantasías, miedos y preocupaciones, y la meta es transformar estos afectos de tal modo que le
sean útiles. Casi siempre, el progreso de la terapia es cíclico; puede haber regresiones y
progresos que se van alternando hasta que el niño adquiere suficiente fuerza yóica para
mantener sus mejoras.
La fase final es cuando ocurre la conclusión del tratamiento, lo cual requiere ser procesado y
discutido por el niño. El terapeuta suele ser quien determine cuándo el niño ha logrado hacer
suficientes progresos para justificar la terminación de la terapia. Sin embargo, los niños pueden
anunciar que están listos y, si el terapeuta está de acuerdo, esto puede ser una excelente
oportunidad para discutir al respecto con los niños y sus padres. Para asegurar que las mejoras
del niño serán duraderas, la frecuencia de las sesiones se puede reducir de manera gradual hasta
que la conclusión sea completa. Esto permite que el niño sienta cierto control sobre este
proceso, se prepare para los sentimientos que le provoque la despedida y los elabore. Una
terminación exitosa da por resultado niños equipados con una serie de habilidades nuevas y
preparados para encontrar su lugar en el mundo.