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Mi padre tenía unos dichos que verdaderamente me molestaban. Solía decir: “Hijo,
la vida no es un plato de cerezas.” Otras veces, me decía que “la vida no es melocotones y
crema.” Otro dicho preferido era que “la vida no es un jardín de rosas.”
Esos refranes me molestaban en aquel entonces porque yo sabía que la vida no es un
jardín de rosas, ni un plato de cerezas. Nunca discutí con él sobre la dificultad de la vida.
Empecé a trabajar como un hombre cuando tenía ocho años. Siempre vivía con
responsabilidades serias que afectaban el bienestar de muchas personas y por esa razón
pensaba, que entendía lo que mi padre quería decir.
Pero ahora, de vez en cuando, me hallo usando esos mismos refranes. Los años me han
hecho apreciar un poco más de lo que mi adolescencia no pudo captar: la vida es seria y es
dura. Como pastor, paso horas cada semana aconsejando a personas con sus problemas
matrimoniales, la drogadicción, las enfermedades o la muerte de un ser querido.
Comprendo como nunca la seriedad de la vida. Casi no hay un día en que no vivo
consciente del dolor en las vidas de los que me rodean. El autor de Eclesiastés nos advirtió
de los “días malos.” Pero él hizo algo que mi padre no hizo: él nos llama a prepararnos para
estos días difíciles y malos a través del desarrollo de una relación personal con el Dios de
la Biblia antes de que vengan las tragedias de esta vida terrenal. Él dijo que debemos
acordarnos de nuestro Creador en los días lindos de nuestra juventud a fin de estar
preparados a encarar las dificultades que todos los hombres enfrentan en uno u otro
momento (Ecl. 12:1).
Los que han aprendido la responsabilidad entienden la seriedad y la severidad del dolor
de la vida. Pero si la vida en general es difícil, la vida del cristiano es guerra. ¿Guerra? ¿Le
sorprende la palabra? No nos debe sorprender. Y, sin embargo, la iglesia en general va
perdiendo esta perspectiva de la vida más y más todos los días.
Es triste como la iglesia ve a Jesucristo. En vez de verlo como Señor de toda la tierra,
el Creador y Sostenedor y único Redentor de la humanidad, Alto y Sublime y sentado sobre
su trono, muchos (¡y dentro de la iglesia!) lo ven como un amuleto que sirve para
garantizarles la suerte en el amor, la economía, la salud, y el trabajo. Hasta el eslogan de
Coca-Cola ha sido adoptado para llamar a los impíos a una relación personal con el Rey de
Universo: las cosas andan mejor con Jesucristo.
Para un cristianismo occidental que conoce relativamente poco de la persecución verbal
y física, tal invitación puede parecernos linda y animadora. Sin embargo, como el
cristianismo del resto del mundo sabe y cada cristiano verdadero ha aprendido, la vida
cristiana no es nada fácil. Frecuentemente, en vez de ser linda y llena de bendiciones, la
vida cristiana es ardua, tortuosa, y problemática.
Para los que piensan que uno puede sencillamente agregar a Cristo a la vida para que
las cosas anden mejor, Cristo le aconseja que considere el costo antes de comprometerse a
seguir en pos de Él (Lucas 14:28–29). No hay nadie que siga a Cristo sin costo. ¿No nos
enseñó Cristo que seríamos aborrecidos por el mundo? ¿No comparó Pablo la vida cristiana
a la guerra cuando le mandó a Timoteo que fuera un soldado? ¿No nos dice Juan en
Apocalipsis que tenemos que ser fieles hasta la muerte para recibir la corona de vida?
La vida cristiana sí es una guerra, una guerra contra el error que Satanás ha infiltrado
en la iglesia evangélica, una guerra contra la depravación de nuestros propios corazones
idólatras, una guerra contra la pereza espiritual y la carnalidad, y una guerra contra el
mundo, que se opone a todo lo que valora la iglesia. Estos son enemigos gigantescos que
la iglesia y cada miembro de ella tienen que confrontar día tras día. Pero también se debe
advertir que estos enemigos no mueren fácilmente. Los vencemos hoy solamente para
hacerlos batalla mañana. Tal es la naturaleza de esta guerra.
La guerra es un evento que se compone de episodios de lucha que llamamos batallas.
En el vocabulario bíblico, las llamamos pruebas o tribulaciones. A veces, pasamos días,
semanas, y hasta meses sin muchas pruebas, pero eventualmente, estas batallas nos llegan
a todos. Si usted no está pasando por una prueba, prepárese, porque mañana puede hallarse
involucrado en una batalla que le parecerá que va a arruinar su vida.
Estos episodios de conflicto y lucha espiritual no deben sorprendernos. Pablo, quien
conocía demasiado bien el significado de las tribulaciones, sintió la necesidad de advertir
tanto a la iglesia en general como a sus amigos más cercanos de la promesa de pruebas
venideras:
Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios
(Hechos 14:22b).
Y enviamos a Timoteo nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro
en el evangelio de Cristo, para confirmaros y exhortaros respecto a vuestra fe, a
fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis
que para esto estamos puestos. Porque también estando vosotros, os predecíamos
que íbamos a pasar tribulaciones, como ha acontecido y sabéis (2 de Tes. 3:2–4).
Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución” (2 de Timoteo 3:12).
Pero, no fue solamente Pablo quien escribió sobre la realidad de las tribulaciones en las
vidas de los creyentes. Pedro escribió toda una epístola respecto a los sufrimientos y cómo
debemos enfrentarlos. Santiago dedica espacio a este tema; igual que Juan en el libro de
Apocalipsis, donde describe las tribulaciones de la iglesia durante los siglos de la historia.
Este tema como ya hemos visto fue un tema repetido por Jesucristo en sus dos sermones
más conocidos (Mateo 5–7; 24–25).
¡Cuán diferente es este evangelio de tomar la cruz, morir a sí mismo cada día, y seguir
en pos de Cristo para ser perseguido y aborrecido por el mundo y los líderes que promueven
el evangelio popular! Según muchos del nuevo (¡y falso!) evangelio, Pablo padeció debido
a su falta de fe. Ellos insisten en que Dios quiere que vivamos con todos los bienes que
deseemos y merecemos por ser los hijos del Rey de reyes. Dicen que cada cristiano debe
vivir en victoria. Pero el problema aquí es su idea de lo que significa victoria. Definen
victoria como tener lo mejor de este mundo.
No obstante, este “evangelio” es una contradicción a la enseñanza clara de las
Escrituras. La Biblia nos enseña que hay solamente una vida victoriosa y no es la nuestra.
Cristo ha ganado la victoria, pero su victoria vino por medio de una cruz. Su victoria que
se imputa a nosotros por la fe fue por haber conquistado la muerte. Hay victoria en Jesús–
no hay duda. Pero esta victoria en nuestra experiencia no se realiza completamente sino
hasta la eternidad. El cristiano es aquel que invierte sus emociones, sus esfuerzos, y sus
anhelos en otro reino. No se contenta con lo que este mundo ofrece. Busca, como Abraham
y los patriarcas otra ciudad, una celestial, cuyo Arquitecto y Hacedor es Dios.
Dado, entonces, que todos enfrentaremos las pruebas, ¿cómo podemos usted y yo pasar
por estas dificultades? Pues, en primer lugar, podríamos quejarnos de que la vida no es
justa. El escritor de Salmo 73 hizo exactamente así. Pero, si usáramos este recurso
insatisfactorio, llegaríamos a la misma conclusión del escritor de este salmo de que somos
tan tontos como los animales por nuestra perspectiva torcida de la vida, y aprenderíamos
que nuestras quejas no resuelven nada. En cambio, podríamos aprender la misma lección
en este momento que el salmista aprendió después de atormentarse con tanta angustia
innecesaria, y así guardarnos de la desesperación que tantos cristianos experimentan debido
a una expectativa falsa de la vida cristiana. Esta lección es la meta de Dios en la vida de
cada uno de sus hijos. ¿Cuál fue esta lección? Que Dios quiere y hará que sus hijos lo
deseen a Él sobre todas las cosas. Esto es lo que aprendió el escritor de Salmo 73 cuando
llegó a la conclusión de que lo único que podría satisfacerle sería Dios. Él dijo:
¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi
carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios
para siempre (Salmo 73:25–26).
El propósito de nuestras pruebas es destetarnos de la comida desnutrida del mundo que
no satisface, llena de sabores y colores artificiales, para que anhelemos degustar lo que
verdaderamente satisface y nutre: el Pan Verdadero, Dios mismo revelado en su Hijo
Jesucristo. Dios, en su bondad para con nosotros, no nos permitirá contentarnos con sus
dones en vez de contentarnos con Él.
Entonces, volvamos a esos refranes de mi padre y apliquémoslos a la vida cristiana. La
vida en Cristo no es un jardín de rosas, sino una guerra. No es un plato de cerezas, sino una
batalla tras otra batalla. No es un postre de melocotón con crema chantilly, sino un arduo
viaje día tras día hasta que lleguemos a nuestra patria celestial.
Pero, anímese, hermano. Hay una patria celestial. Hay una recompensa. Hay un gozo
más profundo de lo que podemos imaginar en estos vasos de barro. Hay Dios en toda su
gloria, revelado plenamente en la Persona de su Hijo Jesucristo. Viviremos con Él por toda
la eternidad para experimentar las bellezas inagotables de su ser glorioso y su nueva
creación. Y disfrutaremos de estos placeres divinos no debido solamente a una nueva
morada, sino también a un nuevo estado que experimentaremos. Este cuerpo mortal se
vestirá de inmortalidad. La debilidad de nuestros pensamientos y mente serán
transformados para nunca jamás combatir contra los deseos pecaminosos. La batalla de no
hacer lo que queremos hacer y hacer lo que no queremos hacer cesará finalmente.
Recordemos las palabras de Pablo en Romanos 8:18:
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con
la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
Preguntas de reflexión
1. A la luz de Eclesiastés 12:1, ¿cuáles pasos puede tomar el creyente para que esté firme
en los momentos de la crisis? ¿Qué mensaje tiene este texto para los padres?
2. ¿Cómo se fortaleció el autor de Salmo 73, desalentado por sus pruebas y la prosperidad
de los impíos? (Vea especialmente vss. 17, 18–19, 23, 27–28.)
3. ¿Cuáles son los peligros del “evangelio” de la salud, prosperidad, y victoria? (Lea
especialmente Mateo 13:20–23.)