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Medea: La esposa y madre transgresora

Juan Carlos Bisdorff


Facultad de Filosofía y Letras – Universidad Nacional de Tucumán
biseas1994@gmail.com
Resumen:

En este trabajo intentaré indagar sobre la concepción de la mujer en Medea de


Eurípides, tragedia griega representada en el año 431 a. C. En ese sentido, es necesario
abordar la posición de la mujer en el matrimonio y la cuestión de la maternidad en la
antigüedad griega. Para ello debemos apelar al estatus jurídico de la mujer que estaba
subordinada legalmente a la autoridad inapelable del hombre. Primariamente, las
mujeres estaban sometidas bajo la permanente custodia del padre o al pariente varón
más cercano (kyrios), pero una vez consumado el matrimonio dependía exclusivamente
del marido. Por otro lado, la mujer en su rol de madre era considerada como un
receptáculo dentro del cual se depositaba el germen del macho, adoptando claramente
una posición pasiva en la relación y, a su vez, es desplazada de su rol creador en el
proceso reproductivo, atribuyéndoselo únicamente al padre.
En lo que respecta a Medea, debemos señalar cómo se representa ese trasfondo
matriarcal de la psicología femenina que emerge de manera violenta frente a un
patriarcalismo que la ultraja al verse violado los juramentos de fidelidad. Por eso, el
objetivo de este trabajo pretende indagar cómo lo femenino, encarnado en la figura de
Medea, irrumpe contra esa normatividad que le niega un posicionamiento operante
respecto de su destino. Medea, es movida por el deseo de venganza, asumiendo un
poder que no se constituye en las periferias de una sensibilidad receptiva.
Por último, el análisis de esta tragedia será articulado con los aportes de Sarah B.
Pomeroy (1999) y Eva Cantarella (1996) que brindan un estudio minucioso sobre la
condición y representación de las mujeres en la antigüedad clásica. Teniendo en cuenta
estas perspectivas, podemos poner en foco esa desigualdad jurídica que existía entre los
sexos.
El matrimonio en la antigüedad griega: La esposa transgresora.
El matrimonio de régimen monogámico era una obligación civil en Atenas, cuyo
deber fundamental era la perpetuación del oikos y de la polis. En ese sentido, la mujer
cumplía un papel decisivo que se le imponía para lograr la continuidad de la familia,
ejerciendo más bien una función instrumental, es decir, eran consideradas como parte

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integrante de la propiedad familiar al servicio de un mandato cívico que les impartía un
fin reproductor.
Lo femenino se encasillaba en el orden de lo privado, esto es, que las mujeres
estaban relegadas al gineceo, adoptando una posición de inferioridad, tanto en el plano
económico como político, frente al hombre que ejercía plenamente sus derechos de
ciudadanía. En síntesis, a pesar de que en Atenas existía un sistema democrático
implementado desde el siglo VI a. C. por medio de las reformas de Clístenes, la mujer
era excluida de los asuntos públicos de la polis, monopolizada por los intereses de los
hombres que atendían a necesidades exclusivamente masculinas.
Por ende, es evidente esta asimetría jurídica entre hombres y mujeres que se
consolida por medio de un lenguaje androcéntrico a través de la fijación de una lógica
binarista, en las que se definen los rasgos concernientes a la feminidad y masculinidad.
Siguiendo este lineamiento, resulta importante rescatar la noción de género como una
construcción social, entendida, según Gerda Lemer (1990:339), como “la definición
cultural del comportamiento apropiado para cada sexo dentro de una sociedad
determinada y en un momento determinado”. Por lo tanto, el universo femenino siempre
fue asociado con el mundo de las pasiones y presenta un estatus jurídico que la
posiciona en los umbrales del silencio. Sin embargo, Medea trasgrede las normativas
impuestas por el patriarcado, representándose como una mujer sabia ligada con la
magia, por su facultad de operar sabiamente con phármaka, y opuesta al ideal que
caracterizaba a la figura materna.
El drama se desenvuelve en la ciudad de Corinto donde Jasón traiciona a su esposa
Medea para casarse con Glauce, hija de Creonte. En el prólogo, la Nodriza narra los
principales acontecimientos en un tono de lamentación, ya que si la famosa expedición
de los Argonautas no hubiese arribado en tierra “bárbara”, desistiendo de la búsqueda
del vellocino de oro, los cruentos desenlaces no se hubieran concretado. Jasón, hijo de
Esón, navegó con algunos de los héroes más famosos de la mitología clásica en la nave
Argo hacia la Cólquide para superar la misión impuesta por su tío Pelias, el usurpador
de los dominios del Yolcos, y así recuperar el trono de su padre. Es allí donde conoce a
Medea, hija del rey Eetes, quien lo ayudó a vencer las condiciones prevista por su padre.
Medea, valiéndose de su oficio de maga, le confirió al héroe un ungüento mágico y una
serie de consejos para que su futuro esposo saliera airoso de esa imposible hazaña.
Debido a que el rey Eetes se negó a cumplir su promesa de entregarle el vellocino de
oro, su hija, subyugada por la pasión, adormeció a la serpiente con sus sortilegios, tal

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como manifiesta Medea en su réplica en torno al discurso previamente pronunciado por
Jasón (Medea, v.v. 475-483):
“Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argo,
cuando fuiste enviado para uncir el yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar
el campo mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los
múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una
luz salvadora”.

El Esónida por conveniencia aceptó casarse con Medea con tal de que ésta lo
ayudara a huir de la Cólquide y terminar con esta travesía que le iba a retribuir grandes
bienes. En realidad, no lo mueve el amor sino precisamente la ambición de poder. La
alusión al matrimonio es también nombrada por Hesíodo en la Teogonía (v.v. 996-
1003) al esgrimir que Jasón al regresar a su patria, “tras muchos sufrimientos” condujo
a su vez “a la joven de ojos vivos y la hizo su floreciente esposa”, dando a luz a su
primer hijo, Medeo. Todas las versiones concuerdan con la correspondiente celebración
de las nupcias entre Jasón y Medea dentro del plano religioso. Esto se confirma en la
misma tragedia cuando la Nodriza retrata la desdicha de Medea que invoca los
juramentos y a la diestra dada como pruebas que sostienen la ritualidad de esta práctica
como símbolo de esa reciproca fidelidad esgrimida ante los dioses. Esta ceremonia,
según Pierre Grimal (1989:50), se concretó en Corcira, perteneciente a los feacios,
gobernada, en ese entonces, por Alcínoo. Cuando una tripulación, los colcos, enviada
por Eetes para perseguir a los amantes, desembarcó en esa tierra (hoy Corfú), Arete
apresuró los preparativos del cortejo nupcial para evitar que Medea sea entregada a su
patria. Este matrimonio la revestirá, posteriormente, dada su condición de extranjera, de
un sentido de pertenencia para insertarse socialmente a la vida cívica de la pólis.
Sin embargo, al celebrarse las bodas bajo las leyes que rigen en esa tierra
“civilizada”, Medea no emula las características de la mujer helena, ya que obra con
total independencia y no estaba provista de una dote para su correspondiente
mantenimiento que se desprendía del patrimonio familiar. Es necesario insistir que la
protagonista de esta tragedia termina traicionando a su padre y a su hogar, asesinando a
su hermano Apsirto hasta despedazarlo como una estrategia para demorar la
persecución del rey que debía detenerse a cada instante para juntar los restos del occiso
y darle digna sepultura. Medea menciona constantemente que Jasón no ha respetado las
promesas que hizo, reforzada por el mismo coro que denuncia la pérdida de los encantos
que suscita los juramentos (Medea, v. 439). Siguiendo a Pomeroy (1999:79)
“La falta de dote podía dar lugar a que algún orador hostil tuviera oportunidad de
afirmar que no se había celebrado un matrimonio legal, o daba la oportunidad a algún

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marido hipócrita para jactarse de que había sido lo bastante condescendiente como
para casarse sin la promesa de una dote”.

Jasón no niega en ningún momento el lazo que los une, ya que hace referencia a que
está al tanto de los preparativos de su nuevo matrimonio, aludiendo su condición de
desterrado, que es lo que lo moviliza a abandonar a su primera esposa. Su condición
social es la de un marginado que recurre a la infidelidad para revertir su situación, para
ascender socialmente a través de un matrimonio que se inscribe como una institución
sostenida por las leyes de la pólis, es decir, en contraposición a la esfera religiosa que no
detenta ningún correlato institucional. Medea, en una primera instancia, fue un
instrumento para la obtención del vellocino de oro y como una fuente fértil para
pergeñar su descendencia. Ahora, tras haber sido exiliado por los crímenes acaecidos en
Yolcos, producto de la persuasión de Medea al incitar a las hijas del soberbio Pelias de
matar a su padre, decide tomar como esposa a la hija de Creonte para salir de su pobreza
y concentrar el poder, repudiando el lecho de su esposa (Medea v.v. 559-565):
“(…) lo hice con la intención de llevar una vida feliz y sin carecer de nada, sabiendo
que al pobre todos le huyen, incluso sus amigos, y, además, para poder dar a mis hijos
una educación digna de mi casa y, al procurar hermanos a los hijos nacidos de ti,
colocarlos en situación de igualdad y conseguir mi felicidad con la unión de mi
linaje…”

Jasón primero demuestra ser un hombre sabio (sophos), luego sensato (sophon) y un
gran amigo (megas philos) de Medea y sus hijos al aceptar la boda con Glauce, ya que
no tenía los medios suficientes para el mantenimiento del oikos, y, además, el solo
hecho de repudiar ese contrato conyugal sin necesidad de dar los motivos1 era suficiente
para disolver ese vínculo. Esta ruptura es la que se conoce como apopempsis que está
ligado al verbo apopempso, que marca la idea de “repudiar”, siendo exclusivamente un
derecho del hombre cuando decide separarse de su esposa. Lo lógico sería que Medea
no reaccionara de forma hostil ante ese pronunciamiento, es decir, debía adaptarse como
las otras mujeres a la sensatez del hombre. Sin embargo, el silencio no es una virtud que
caracteriza a esta heroína, sino que ante ese espacio normativizado que la repliega a un
segundo plano por su condición de extranjera al habitar tierra griega, es decir, por su
situación de aporía2, decide reivindicarse por fuera de los límites que la subordinan.
Medea abandona el encierro para narrar su desdichado infortunio que opera en el

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En este caso, es lo contrario porque Jasón si justifica por qué decidió abandonarla, como ya se vio
anteriormente en el parlamento citado.
2
Medea se encuentra desterrada y no sabe a dónde ir, debido a la fama que fue tejiendo en su contra por
todos los crímenes cometidos a favor de su esposo (Medea v.v. 502-509 ). Por eso, la palabra aporía
define muy bien ese estado de perplejidad anta la “falta de camino”.

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territorio de la irracionalidad. La nodriza es testigo de ese cuadro de delirio que recrea la
imagen de una mujer peligrosa que hará todo lo necesario para defender su honor. Es
por eso que Creonte, para proteger a su hija, decide desterrarla junto con sus hijos
porque son varios los motivos que infundan su temor, principalmente por su oficio de
hechicera.
Por otro lado, Jasón niega categóricamente haber sido beneficiado por los artificios
de Medea, atribuyendo esos favores a la voluntad de Cipris como la “única salvadora
entre los dioses y los hombres” (Medea, v.v. 527-529). La acusa de ser un instrumento
para su salvación, pero bajo el influjo de Eros, quien fue el causante de esa desbordante
pasión. La manía erótica simboliza ese estado de enajenación en el cual puede estar
sumida el alma, asociándose a esa imagen platónica del caballo negro que responde al
mundo sensible, al despertar de un impulso báquico. La pasión que envuelve a Medea
en ese estado de postración psíquica termina por convertirse en una fuerza destructiva
que, ante la injusticia (la ausencia de dike) y la falta de pudor (aidós) que ya no reina en
la gran Hélade, guía a ese cuerpo desdichado al crimen, es decir, al escenario de la
tragedia3.
Medea, ante ese ultraje que la expone como el hazmerreir de la ciudad en ese
tránsito aporético, decide vengarse y saltar a la escena pública para exponer ese
trasfondo matriarcal de la psicología femenina que busca cierto grado de reciprocidad
en la relación. Al no concretarse esa correspondencia y haberse obliterado los únicos
vínculos que la mantenían unida a esa sociedad (pérdida de su carácter de despoína), los
rasgos matriarcales entran en fricción con los valores patriarcales, siendo el mismo
Corifeo quien ante el discurso ornamentado de Jasón le recuerda que ha traicionado a su
esposa y no ha obrado con justicia (v.v. 576-579). Distinto es el posicionamiento de
Glauce que responde a ese modelo positivo de la mujer griega al obedecer las órdenes
impartidas por el patér (v.v. 288-289)4.
La heroína se define desde esa alteridad que irrumpe contra lo instituido, acentuando
su autonomía frente a la palabra opresora. La inteligencia es vista como un defecto que,
por medio de la astucia, adquiere una valoración negativa por el solo hecho de que es
aplicada para dañar. En ese sentido, todo lo relacionado con la magia entraría dentro de

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Medea reconoce que, pese a conocer el crimen que va a realizar, su “pasión es más poderosa que (sus)
reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales” (v.v. 1079-1081).
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Además, es un personaje patente que en ningún momento tiene voz en el devenir de la historia, salvo en
el parlamento del pedagogo que reproduce esa imagen de felicidad de la princesa al recibir los regalos en
manos de los hijos de Medea, que gracias a este presente habían sido liberados del destierro.

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la estructura psicosocial de la mujer, pues Medea es una maestra de las artes maléficas
(v. 285), gracias a la influencia proveniente de Hécate, estableciendo así un fuerte
vínculo con lo cósmico. Este poder oscuro se gesta principalmente alejado del hogar,
presidido por el fuego de Hestia, y es el medio por el cual decide frustrar los planes de
Jasón al envenenar con una poción mágica a Glauce y a Creonte.
El crimen perpetrado es una respuesta a esa actitud deshonrosa por parte de su
esposo quien mancilló el lecho nupcial, ya que siguiendo a Cantarella (1996:119), el
lecho es una palabra clave para entender a esta tragedia, debido a que “(…) es la única
fuerza capaz de provocar su rebelión, que las induce a las acciones más terribles”.
Por último, Medea manifiesta los sufrimientos que deben padecer el sexo femenino
en este sistema patriarcal, resumido bajo la siguiente réplica (Medea, v.v. 230-251):
“De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras las mujeres, somos el ser más
desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas
y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva
reside en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la
separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo (…) Un hombre, cuando le
resulta molesto vivir con los suyos, sale fuera de casa y calma el disgusto de su
corazón yendo a ver a algún amigo o compañero de edad. Nosotras, en cambio,
tenemos necesariamente que mirar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una
vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con las lanzas. ¡Necios! Prefiriría tres
veces estar a pie firme con un escudo, que dar a luz una sola vez”.

Este discurso resume todo lo expuesto anteriormente, representándose como una


oradora que asume la voz colectiva del sexo femenino. Denuncia la condición que se le
ha impuesto a la mujer griega, identificándola como el ser más desdichado. Alude no
solamente a la dote que ya hemos nombrado, sino también a esa voluntad paterna que
debían respetar en el momento de contraer matrimonio. La mujer está destinada a ser
intercambiada como una mercancía que desconoce a su nuevo propietario, que hará de
su cuerpo un terreno de conquista. Finalmente, el hombre podía acceder a otras mujeres
como la concubina (pallake) para entablar una relación sexual estable o la hetera a la
cual acudían para puro placer. Mientras que la gyne debía permanecer en el orden de lo
privado, siéndole permanentemente fiel a su marido.
La maternidad en la antigüedad griega: la madre trasgresora.
En este apartado, trataremos brevemente la cuestión de la maternidad en la cultura
helénica y cómo esto se ve reflejado en la obra de Eurípides. En ese sentido, debemos
apelar a ese régimen paternalista que existía en ese contexto socio-histórico y cultural,
ya que se tensa un debate en relación al valor que asume la mujer en su contribución al
nacimiento del hijo. Siguiendo a Pomeroy (1999:82), la investigadora sostiene a modo

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de ejemplo que la obra de Esquilo, las Euménides, representaba a la madre “como un
receptáculo para la semilla del padre”, mientras que Cantarella (1996:91) señala que a
pesar de que biológicamente “el hijo nacía de la mujer (…) se borraba como punto de
partida, a veces de forma radical”, tal como pensaban los estoicos al considerar que los
únicos que contribuían en la reproducción era el hombre.
Sin embargo, en Medea esta concepción es obliterada por el mismo Jasón cuando al
pronunciar un discurso misógino deja en evidencia el papel importante que asume la
mujer en la procreación (v.v. 573-575): “Los hombres deberían engendrar hijos de
alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno
para los hombres”. Lo masculino se encuentra unido con lo femenino en aras de lograr
la continuidad del oikos y la polis, pero sigue prevaleciendo la concepción pasiva de la
mujer. Además, para Cantarella (1996:116), Eurípides “parece expresar al máximo la
misoginia griega”, identificándose incluso con ese personaje subalterno. Entonces, no
podemos atribuir al autor el título de misógino sobre todo por el solo hecho de asignar
este parlamento a un representante del patriarcalismo frente a un sector que se embebe
de los “fermentos culturales” que se germinaban en una Atenas que discutía la
marginalidad de la mujer. Esta proyección es vista en la tragedia a través de las voces
del Coro, presidido por el Corifeo, que reafirmaba las denuncias esgrimidas por Medea.
El infanticidio es una prueba de la rebelión femenina que ante la violación de su
lecho decide renunciar a sus instintos maternales para destruir la propiedad del macho.
Es evidente cómo Medea refuerza esa concepción de que es ella quien los engendró y
tiene el derecho de decidir sobre sus destinos, delegando la culpa de este crimen al
padre por su locura, su ultraje y su reciente boda (v.v. 1364-1365).
Por último, también hay que señalar ese conflicto psicológico que estimula una
disposición reflexiva de sus potenciales actos, instaurándose una práctica auto-
examinadora en la cual prevalece esa ambivalencia entre el deseo de venganza y el amor
por sus hijos. Como es de esperar termina triunfando el odio hacia su esposo,
asumiendo una actitud masculina al matar a sus propios hijos cuando lo lógico de ese
instinto maternal es defenderlos. La madre transgresora rompe con los mandatos civiles
al instaurar un modelo antinatural que desestabiliza el statu quo, asumiendo una
disposición que, según Racket (2005:40), “se encuentra por encima de la naturaleza
humana y que posiblemente personifica a una potencia divina”, al modo de un deus ex
machina. Medea no solamente termina con su progenie sino que también le impide

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tocar a sus hijos que antes había rechazado y no le otorga el derecho de darles sepultura,
impartiendo de esta manera el castigo que merece por haberla deshonrado.
Conclusión:
A lo largo de este trabajo, hemos indagado la concepción de la mujer en la
antigüedad clásica, destinada principalmente para el matrimonio y la maternidad, es
decir, estaba relegada a un fin reproductor y a un ámbito doméstico bajo la constante
custodia del hombre. En ese sentido, Medea se rebela contra ese sistema patriarcal,
asumiendo una defensa que hace transparente la condición de inferioridad del sexo
femenino.
Coincidimos que es una mujer transgresora porque no es representada
miméticamente como el modelo paradigmático de la gyné griega, que asumía una
posición pasiva, sumisa, débil y con claros instintos maternales. El desencadenante de
esta autonomía que pugna contra el orden instituido es la violación de los juramentos
pronunciados por un esposo ingrato, quien decide abandonarla y ultrajar su lecho real
para revertir su situación de desterrado.
La venganza es el móvil por el cual decide reivindicarse frente a la falta de pudor y
justicia, negándole su acceso al poder como futuro heredero al trono de la tierra de
Corinto y exterminando a sus hijos como un modo de apropiarse de la propiedad del
esposo. Medea termina desestabilizando la estructura rígida de este sistema, moviéndose
en el campo de la irracionalidad que invade el espacio público y actúa como una fuerza
catalizadora para liberar el talante reivindicativo de esta obra.
Bibliografía consultada:
 Cantarella, Eva (1996): La calamidad ambigua: Condición e imagen de la mujer
en la antigüedad griega y romana (Pociña, Andrés trad.). Madrid, España:
Ediciones clásicas.
 Eurípides (2015): Tragedias. Vol. I. (Medina, A., López Férez J.A. y Calvo J.L.
trad.). Madrid: Gredos.
 Hesíodo (2015): Teogonía (Aurelio Pérez J, A. Martínez D. trad.) Madrid: Gredos.
 Lerner, Gerda. (1990): La Creación del Patriarcado. (Tusell, Mónica Trad.).
Madrid: Critica.
 Grimal, P. (1989). Diccionario de mitología griega y romana. Buenos Aires:
Paidós.

8
 Pomeroy, Sarah B (1999): Diosas, rameras, esposas y esclavas: Mujeres de la
antigüedad clásica (Lezcano Escudero, Ricardo trad.). Madrid, España. AKAL
Universitaria: Serie histórica antigua.
 Racket, A. (2005). Medea Eurípides: una introducción critica. Buenos Aires:
Santiago Arcos editor.

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