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La Religión y Freud

LA RELIGIÓN COMO ILUSIÓN


(BASADO EN “EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN”, DE SIGMUND FREUD)

MIGUEL TOFFERL ARBELÁEZ | 9B | FEBRERO, 2019


Basados en el conocimiento previo al cual llegamos en manera de conclusión, y de
forma casi obvia –teniendo en cuenta esta oscura intención superficialmente
decodificable de Freud, el desdeñar la biblioteca de conocimientos previos enseñados
a un humano, su relación directa con la época de crecimiento de un pequeño y su
veracidad en el mundo exterior al mental, con fines anti-ilusionistas (antirreligioso-
teístas)- del ataque indirecto de Freud a la veracidad de la doctrina, inmiscuyéndose
en los asuntos psicológicos que justifican de alguna manera la creencia en dios,
nos daremos cuenta de que se evidencian en todos sus textos de diferentes formas
estas conclusiones, analizándolas como parte fundamental del constructo psico del
humano, llegando, lógicamente, a ese punto debido a la gran importancia de entender
el constructo mental para deconstruirlo, y reconstruir sobre estas cenizas para la
búsqueda de la felicidad humana, pero con “bases más fundamentadas”, como
pretendía Freud. Una figura inalterablemente protagónica, en el sentido de que es
tomada como fuente de experiencia, la toma la iglesia católica y sus prácticas sobre
el pueblo europeo. Y vale la pena aclarar lo último porque puede ser tedioso encontrar
los patrones psicodominativos que comparten las religiones, por lo cual se
fundamentará básicamente en toda una figura social-cultural occidental de la religión,
sin intentar una búsqueda más lejana a la vivida por él mismo; fue él víctima de
prácticas religiosas católico-judías en su infancia y adolescencia.

Empecemos entendiendo por qué nuestro magnífico se refiere a el sentido religioso


humano como una “neurosis obsesiva universal de la humanidad”.
Entendamos una neurosis como: “la estrategia que desarrolla la persona para eludir
lo inaceptable (decepción, frustración, ira…), aunque con frecuencia lo que más trata
de evitar el mecanismo neurótico es el sentimiento de angustia existencial o
ansiedad”, cuestión que según desarrollemos entenderemos por qué está tan
íntimamente relacionada con el sentido religioso humano, o, adelantando una palabra
clave en la definición de Freud, que nos deja un símil fácil de entender, y directamente
relacionado con la significancia de la idea de dios en la estructura mental personal, la
trascendencia del sentido paternal no sólo a la personalidad del individuo sino
también a su propia acepción y justificación “razonable” del porqué del Teo, y, a través
de la experiencia personal de cada cual, cómo logra este “trastorno” aludir a una -
ahora- universalidad.
Si analizamos la dirección que toma la connotación que trae con sí la palabra neurosis
nos daremos cuenta de que su relevancia es bastante más meticulosa que general,
porque nos habla de un mecanismo singular del individuo, más se ve extrapolado a
algo general por lo común de este factor entre los humanos, en este caso
manifestándose como religión, como una comunidad. Y como casi con todos los
trastornos freudianos, nos remontaremos a la infancia para poder explicarlos, a la
neurosis infantil, para hacer un símil claro y directo con el ahora del individuo. Cuando
un niño naturalmente se tropieza con una neurosis los medios reducción de esta
suelen ser bastante más claros, expresivamente hablando, que los de un adulto con
un grado de madurez propicio a la cultura. Y gracias a los numerosos estudios
infantiles sobre los que hace Freud la tesis, que nos hablan de una coerción de varios
tipos específicos por parte de un padre sobre su hijo en el tan nombrado proceso de
educación y maduración para hacer posible este proceso, sabremos que el padre en
general (y la madre, en su compañía) toman una fundamental carta represiva en
ciertas actitudes del pequeño, para no admitir una enseñanza demostrativa sino una
represiva, como norma fundamental, sobre la cual el pequeño ya tomará juego y hará

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lo que pueda o quiera dentro de los límites en los que lo encerraron. Claramente esto
afecta el proceso de desarrollo natural del pequeño, debido al carácter represivo del
que ya hablamos, por lo que se generan, en mayor o menor medida, una serie de
neurosis (sabiendo que una neurosis es interna por norma y definición) en contra de
su padre. Pero aquí es donde descubriremos y dejaremos entrar en juego la misma
figura paternal que reprime y de la que haremos el símil, sólo que ahora del otro lado
del filo; el padre siempre tiene un papel protectivo sobre su familia y este carácter lo
conserva desde el propio concepto de su rol biológico. Tenemos ahora un carácter
paternal fuerte y con dos facetas básicas, sin desintegrar este mismo sujeto en sus
facetas, sino, por el contrario, contando con esta unión cada vez que se habla de él;
una faceta protectora, la de espantar los terrores de la naturaleza, para tranquilizar a
su hijo; y una faceta educativa, la de reprimir actitudes inadmisibles cultural (y singular)
mente en un adulto con un nivel más alto de madurez. ¿No hemos sido capaces a lo
largo de la historia de receptar este papel doble que tiene la figura de dios, estas dos
facetas, la una de carácter coercitivo y la otra de carácter protector? ¿No ha sido dios
representante único de la verdad universal y mediante su palabra y castigo no ha
construido nuestra moral mediante el método represivo y castigador? ¿No busca el
individuo la protección bajo el manto de dios al regalarse como objeto de acción ante
él, dejándose reprimir y con ello siendo recompensado con esa protección? Este es
un concepto que Freud desarrolla de manera profunda en su apropiación del término
religioso y he ahí el gran símil entre el padre y el dios en su figura, representación y
papel fundamental sobre el individuo, sin mencionar la gran importancia en el método
humano de anestesia (la religión). Aquí es donde habla Sigmund de un carácter de
dios como el sujeto de una neurosis siendo el objeto el individuo.
El paso primero que aplicó como método neurótico el hombre fue el de la
personificación o humanización de esa peculiaridad inexorable de la naturaleza que
es la impotencia, el sentimiento de inerme, que siente el hombre ante ella
metaforizando inconscientemente una de las dos facetas del padre humano, que es
la faceta restrictiva y el carácter incontradictible de este, (además de la poca fuerza e
influencia del pequeño humano sobre este) para lograr tener un acercamiento mayor
a ella, y, siendo humanamente posible, después de la metaforización inconsciente,
aplicar métodos sociales que puede aplicar para con sus iguales humanos, para el
aplacamiento de estas represiones y castigos como lo son en el ámbito religioso las
ofrendas, los ritos, las oraciones y demás actitudes de soborno. En síntesis, lo que
intenta desesperadamente el humano es hacer una comparación entre la indominable
naturaleza y el padre educador, habiendo los dos pasado en algún momento sobre el
individuo sin mayor preocupación por este, mediante los caracteres básicos que los
forman, y, forzadamente, con dios como método y ejemplo, humanizar esa naturaleza
para poder aplicar los mismos sobornos que puede aplicar para con los humanos y su
círculo social.
Llegamos a la singular conclusión de que la justificación psicológica de dios en los
humanos es una representación en -muchas- una cantidad de características de la
naturaleza para poder acercarse a ella y tener un sentimiento de dominación, o, como
mínimo, tener la posibilidad de hacer una tregua con ella, para tranquilizar el
sentimiento de indefensión que siente ante las leyes paralelas a las humanas por las
que se rige.

Después de entender el carácter neurótico de dios en la mente humana podemos


afirmar que, como lo dijo Marx de manera literal, “la religión es el opio del pueblo”,

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dios cumple una función anestésica para los sentimientos de inferioridad e indefensión
del humano, porque ayuda a tranquilizarlos. Vale la pena citar textualmente Freud
para poder aclarar un par de cosas: “Llegamos así al resultado singular de que
precisamente aquellas tesis de nuestro patrimonio cultural que mayor
importancia podrían entrañar para nosotros, y a las que corresponde la labor de
aclararnos los enigmas del mundo y de la vida, son las que menos garantías nos
ofrecen. Si un hecho tan indiferente como el de que las ballenas sean animales
vivíparos y no ovíparos, fuera igualmente difícil de demostrar, no nos
decidiríamos nunca a creerlo”. De esta manera concluiremos que no es necesaria
la veracidad de un hecho para cumplir una función sobre alguna necesidad humana,
como no es bueno el opio para la salud como sí lo es con el estado anímico en un
momento dado.

Finalmente, y para concluir y demostrar el por qué, explicará Freud cómo es lícito
hablar de una religión como ilusión o cortina de humo y por qué la religión es una
forma de capear la responsabilidad humana de buscar la realidad demostrable.
Si nos remitimos directamente a la significancia de ilusión entenderemos rápidamente
la idea que intenta Freud transmitirnos. Ilusión hace la carta de una creencia –y como
creencia muchas veces errada-, como entendimiento singular de una realidad, pero
que obedece estrictamente a la regla de que, contrario a la lógica, primero está el
deseo humano y después intenta él justificar su deseo, estando la argumentación en
desorden y en función del querer humano más que de la realidad observable. ¿No
hemos logrado aclarar ya que es deseo humano la solución de sus preocupaciones,
en este caso, pulsiones encerrando preguntas metafísicas? ¿No es la religión una
manera de acomodar la realidad en función del deseo humano, como una ilusión? A
estas alturas habremos ya de argumentar sobre las pruebas y dejar el deseo humano
como motivación para la investigación científica.

“Ya es algo saber que uno tiene que contar con sus propias fuerzas; entonces
se aprende a usarlas correctamente. Y, además, el hombre no está desprovisto de
todo socorro; su ciencia le ha enseñado mucho desde los tiempos del Diluvio, y
seguirá aumentando su poder. En cuanto a las grandes fatalidades del destino, contra
las cuales nada se puede hacer, aprenderá a soportarlas con resignación. ¿De qué le
valdría el espejismo de ser dueño de una gran propiedad agraria en la Luna, de cuyos
frutos nadie ha visto nada aún? Como campesino honrado, sabrá trabajar su parcela
en esta tierra para nutrirse. Perdiendo sus esperanzas en el más allá, y concentrando
en la vida terrenal todas las fuerzas así liberadas, logrará, probablemente, que la vida
se vuelva soportable para todos y la cultura no sofoque a nadie más. Entonces, sin
lamentarse, podrá decir junto con uno de nuestros compañeros de incredulidad:

«Dejemos los cielos


a ángeles y gorriones»”.

Sigmund Freud, El Porvenir de una Ilusión.

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