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CUESTIONARIO II

ARISTOTELES. LA POLÍTICA.

Sobre la ciudad y los ciudadanos


1) ¿Por qué la ciudad viene antes que el hombre? Por qué el hombre necesita la
sociedad para desarrollarse
2) ¿Qué hace al hombre ser un animal político? Por qué todos somos políticos por
naturaleza, debido a que vivimos en comunidad y somos parte de una manada. •El
hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político,
siempre y cuando viva en comunidad. Por tanto, la dimensión social ayuda a
constituir la base de la educación y la dimensión política contribuye a la extensión de
esa educación. Aristóteles se preocupó tanto por la naturaleza del ser humano como
por sus relaciones sociopolíticas, creía que el individuo solo se puede realizar
plenamente en sociedad y que posee la necesidad de vivir con otras personas
(civismo), pues mediante las organizaciones políticas o polis puede alcanzar los fines
propios de su especie. También, expresó que aquellos que son incapaces de vivir en
sociedad o que no la necesitan por su propia naturaleza, es porque son bestias o
dioses.
3) ¿Quién es el ciudadano? El que sabe mandar y obedecer bien
4) ¿Cuál es la virtud principal que distingue a un gobernante de un buen ciudadano y de
un buen hombre? En resumen, la virtud por la cual el hombre llega a ser bueno, la
prudencia, coincide con el hombre bueno en el caso del ciudadano que es
gobernante. Esto es así porque, según Aristóteles, la prudencia es la virtud que
define al hombre bueno-pues de poseerla, poseerá las demás virtudes-, y es a la vez
la virtud propia del que manda, es decir, del gobernante o político. Así como no
existe un buen hombre sin prudencia, tampoco puede darse el caso de un buen
gobernante que no sea prudente. Esta verdad no se aplica al gobernado, pues su
virtud propia es la opinión verdadera -aunque participe en cierto modo de la
prudencia-. En este sentido puede afirmarse que el buen gobernante ha de ser buen
hombre, pero el buen hombre no necesita ser gobernante de facto: le basta con
poder serlo, es decir, le basta con ser ciudadano. Conviene añadir el dato de que
para Aristóteles el caso del gobernante en quien coinciden ser un buen ciudadano y
ser un buen hombre, se da en la mejor pólis. En ella, como señala Richard Kraut, se
puede tener la virtud cívica sin tener la virtud perfecta (Cfr. Kraut, 2002: 364), a no
ser en el caso del gobernante. Para explicar el hecho de que Aristóteles distingue
entre la prudencia, propia del gobernante, de la recta opinión, propia del gobernado,
este autor introduce la idea de que en el mejor regimen necesariamente se dan
jerarquías de mérito y de autoridad: quienes ocupan los puestos más altos en la pólis
-que en definitiva son gobernantes permanentes-, tendrán la virtud de la prudencia,
y se dará en ellos la identificación entre buen hombre y buen ciudadano. Por el
contrario, aquellos cuya característica se define por "gobernar y ser gobernados", -
que es la mayoría de la población, que participa del gobierno de la ciudad en forma
rotativa, ocupando los puestos más bajos- no necesitan ser buenos hombres, porque
de hecho es imposible que todos lo sean; su virtud es la recta opinión y no la
prudencia, si bien su papel en la pólis, evidentemente, no es meramente pasivo. Por
otro lado, vemos una diferencia entre el ciudadano y el gobernante, pues no todos
los ciudadanos mandan con la potestad propia del príncipe: no todos son
actualmente gobernantes. Aristóteles los distingue claramente cuando afirma que
"la virtud del gobernante no es la misma que la del ciudadano" (Pol. III 4,
1277a23).27 Además, un poco antes ha afirmado que el gobernante (archonta)
posee una virtud distinta del ciudadano, ya que lo propio de aquel es ser bueno y
prudente,28 y lo propio del ciudadano en cuanto tal no es la prudencia -aunque
parece que debería serlo si la ciudadanía consiste en un cierto ejercicio del poder
(Cfr. Pol. III 2,1276a4-5) ,‫־‬sino más bien la obediencia. Esta afirmación se entiende
más si consideramos que Aristóteles parece estar refiriéndose al ciudadano en
cuanto gobernado. Por esto puede afirmarse que la virtud del gobernante, la
prudencia, es distinta de la virtud del ciudadano, pero coincide con la virtud del
hombre bueno. Se sigue manteniendo una distinción real entre el ciudadano
gobernado y el gobernante, como afirma Aristóteles al principio de la Política.
Aunque ambos participan de la prudencia, no es una distinción banal la que hay
entre quien manda y entre quien obedece, sino una diferencia especifica: Y en
general hay que estudiar la cuestión respecto del que manda y del que obedece y ver
si ambos tienen la misma virtud o virtudes diferentes (...). Y no es posible que
difieran sólo en grado, porque el obedecer y el mandar difieren específicamente y las
cosas sólo diferentes en grado, no
Sobre los regímenes políticos
5) ¿Cuáles son los criterios para clasificar a los regímenes políticos?
Aristóteles (384 - 322 a. de J. C.) continúa estas ideas de Platón, pero agrega un segundo
criterio para la clasificación de los distintos regímenes políticos. Además del criterio
cualitativo de Platón, él introduce el criterio cuantitativo para clasificar los distintos casos de
poder político. En forma simultánea perfecciona la escala de valores platónica de las
distintas formas de gobierno, considerando las formas menos buenas como «perversiones»
de los «regimenes justos». Además, agrega a la enumeración platónica un nuevo, sexto
caso, lo que en esencia representa la raíz de nuevos desarrollos de la ciencia política y, a la
vez, de nuevos problemas, aún hoy no totalmente superados.
Aristóteles denomina a esta nueva forma de gobierno con una palabra griega ya
existente que, hasta entonces, significaba algo así como «el régimen político» o «la
constitución de la polis». Esta palabra es «politeia» y es la única de las seis
denominaciones aristotélicas de las formas de gobierno, que no es utilizada
contemporáneamente, mientras que las cinco restantes se continúan usando sin
cambio. Cicerón, en sus «Leyes», inauguró esta práctica, al traducir la palabra griega
politeia al latín como república (aunque el término «la tiranía» actualmente también
suele ser reemplazado, por el término «la dictadura», que es el nombre de una
institución republicana de emergencia y de excepción en la antigua Roma).
Es decir, Aristóteles propone su famosa clasificación de seis regímenes políticos, tres
de ellos buenos («justos», literalmente «rectos», ορθασ), mientras que los otros tres
son desvirtuaciones (desviaciones, παρεκβασεισ) de los mismos. Según Aristóteles,
la desvirtuación de los regímenes políticos rectos se produce automáticamente,
cuando estos regímenes suplantan el bien común, o sea el bien general de todos los
ciudadanos, por el bien propio de los gobernantes. Es así que el poder de uno solo se
llama monarquía, cuando se ejerce para el bien general de todos los ciudadanos,
mientras que si se ejerce en beneficio del propio gobernante se transforma en
tiranía. Al gobierno de unos pocos, ejercido en bien de todos, Aristóteles lo
denomina «el poder de los mejores», en griego, aristocracia, pero si este gobierno
de unos pocos es ejercido sólo en favor de ellos mismos, se transforma en oligarquía,
textualmente «el gobierno de unos pocos». Aristóteles designa al gobierno de
muchos, ejercido en bien de todos, con el término politeia, pero si este gobierno de
muchos para todos se transforma en un gobierno de muchos para bien de muchos,
pero no para todos, es denominado por Aristóteles con el término democracia. Esta
es una de sus definiciones principales:
«En la primera investigación sobre las distintas formas de gobierno hemos distinguido
tres regímenes justos (ορθας πολιτειας), la monarquía, la aristocracia y la república
(πολιτειαν), y tres perversiones (παρεκβασεις) de los mismos: la tiranía de la monarquía,
la oligarquía de la aristocracia y la democracia de la república (δεμοκρατιαν δε
πολιτειας)». (Aristóteles. Política, 1289 a. Edición bilingüe y traducción por Julian Marias
y Maria Araujo, Madrid, 1970. Pág.168).
Es así como queda formada la famosa clasificación aristotélica de seis distintas formas de
gobierno, conceptualmente agrupadas en forma decreciente, de acuerdo con su valor: 1)
monarquía, 2) aristocracia, 3) politeia (república), 4) democracia, 5) oligarquía y 6) tiranía.
Aquí se observa que las tres últimas formas están ordenadas en forma invertida, porque el
peor de todos los regímenes es la tiranía, ya que es la perversión de la mejor de las formas,
de la monarquía.
Además de considerar la posibilidad de transformación de un buen gobierno en un mal
gobierno, debido a su perversión (desvirtuación), Aristóteles considera también otros
tipos de cambios de gobierno. Más aún, él sugiere la posibilidad de la existencia de una
tendencia natural de rotación cíclica de todas estas formas de gobierno, mutando una
por otra con cierta regularidad.
Así, por ejemplo, la monarquía con el tiempo tiende a devenir en aristocracia, ya que es
imposible encontrar siempre una persona excepcionalmente buena, siendo más fácil
encontrar varias personas relativamente buenas. Por ello, la aristocracia, en la mayoría
de los casos históricos, es más posible y viable que la monarquía, ya que no requiere de
la perfección extraordinaria de cada uno de sus miembros. Sin embargo, a raíz de la
mayormente habitual tendencia a corromperse de los seres humanos, y de sus
instituciones, muchas veces la aristocracia, a su vez, deviene en oligarquía. Así, el
gobierno sigue siendo de pocos, pero estos pocos ya dejaron, en su mayoría, de ser los
mejores. Es decir que, entre estos pocos gobernantes, puede haber algunos mejores que
otros, pero colectiva y socialmente, ya no es un estamento que requiera como condición
que todos sus miembros sean los mejores. Entonces, para contrarrestar de alguna
manera la decadencia de la mayoría de los pocos, se amplía sustancialmente la
participación en el gobierno que, de esta manera, se transforma en gobierno de muchos,
o sea en gobierno de las mayorías, pero para el bien de todos (inclusive para las
minorías). Cuando este poder de la mayoría, a su vez, también degenera en beneficio de
la propia mayoría, pero en desmedro de las minorías, deja de ser un gobierno dirigido al
bien general de todos (politeia), dado que la totalidad de los ciudadanos, o sea el
pueblo, está compuesta por las mayorías, junto con las minorías.
La mayoría aún no es el pueblo y así lo afirmaban los romanos: «Sed plebis, non populus».
Según Aristóteles es así como la politeia (república) se convierte en democracia, en la
acepción original de este término. Es entonces, cuando la irremediable crisis de tal
desarrollo lleva a la necesidad de buscar un remedio para una situación, con el tiempo
insostenible, y se decide, casi subconscientemente, volver al inicio, o sea al gobierno de una
sola persona, para salir del desorden social. Sin embargo, en la mayoría de los casos, no se
logra dar con el mejor para tal función, sino que el poder es arrebatado por el más feroz o el
más astuto o más depravado. Surge entonces la tiranía, donde el tirano se rodea de
aduladores y, a su vez, él mismo adula al pueblo para enmascarar su mal gobierno.
Así, según Aristóteles, la demagogia, o sea la pretensión de «conducir al pueblo» mediante
la adulación, es propia de dos regímenes: de la democracia y de la tiranía. (Idem, 1313 b).
Para poder abolir la tiranía es necesario suplantarla con un gobierno sustancialmente mejor
y es así que se dan las condiciones para la reinstauración de la monarquía y el inicio de un
nuevo ciclo.
Todas estas largas y complejas consideraciones de Aristóteles se basan, en gran medida,
en la observación de la realidad política del mundo griego de entonces. Aristóteles es un
científico que trata de formular hipótesis y teorías sobre la política, en base a
observaciones de la realidad de los múltiples y variados experimentos políticos de la
Grecia antigua. (Etimológicamente, la palabra «teoría» tiene la raíz del verbo «mirar,
observar, contemplar»).
Aristóteles no intenta construir una utopía ideológica de un modelo político ideal,
sino que sólo pretende extraer conclusiones de sus observaciones de la realidad
circundante. Más aún, explícitamente desaprueba los intentos de construcciones
políticas abstractas por personas sin experiencia de gobierno. Es así como alaba a
Hipodamo por ser un arquitecto idóneo y experimentado, que había planificado y
dirigido la construcción del puerto ateniense de El Pireo, pero, al mismo tiempo, lo
critica por intentar formular programas de gobierno sin tener experiencia política.
Según Aristóteles, como arquitecto es un experto versado y experimentado, pero
como ideólogo es un «idiota», o sea un diletante, sin estudios específicos y sin
experiencia.
Al analizar esta clasificación aristotélica, contenida en su «Política», debemos tener
presente que Aristóteles fue autor de estudios sobre 158 constituciones de la
antigüedad, lamentablemente perdidos, y, entre ellos, el estudio sobre la
«Constitución de Atenas». En este último estudio (encontrado a fines del siglo XIX)
Aristóteles describe y analiza las once reformas constitucionales habidas en la polis
de Atenas desde su fundación. Sin embargo, hoy debemos acotar que dichas once
reformas no se ajustan mucho a la teoría de los ciclos de Aristóteles, salvo que
añadamos a dichas reformas la inclusión de Atenas en la monarquía de Alejandro
Magno. El análisis mas profundo de la «Constitución de Atenas» nos permite
comprender mejor la esencia misma de todas estas clasificaciones de los regimenes
políticos de Platón y Aristóteles, siguiendo la génesis y la evolución de la democracia
en la Polis de Atenas. Aristóteles afirma que la democracia aparece por primera vez
en la polis de Atenas gracias al rey Teseo, quien la liberó de la dependencia de la
civilización micénica, procedente de Creta, alrededor del año 1200 aC. Así Atenas
vuelve al modelo político indoeuropeo mixto, que reconoce y contiene el elemento
de la democracia, aunque sigue siendo una monarquía aristocrática. Cuando los
reyes gobiernan una polis sin el régimen mixto, sin reconocer sus otros elementos,
son tiranos mitológicos o micénicos, como Edipo rey, en realidad llamado «Edipo
tirano» (Οἰδίπους Τύραννος), o son reyes absolutos, como los tiranos de Siracusa,
pero no son verdaderos reyes indoeuropeos.

6) ¿Cuál es la tarea del legislador para conocer la mejor constitución política?


Por tanto, evidentemente corresponde a una misma ciencia [184] indagar cuál es la
mejor forma de gobierno, cuál la naturaleza de este gobierno, y mediante qué
condiciones sería tan perfecto cuanto pueda desearse, independientemente de todo
obstáculo exterior; y por otra parte, saber también qué constitución conviene adoptar
según los diversos pueblos, a los más de los cuales no podrá probablemente darse una
constitución perfecta. Y así, cuál es en sí y en absoluto el mejor gobierno, y cuál es el
mejor relativamente a los elementos que han de constituirle; he aquí lo que deben saber
el legislador y el verdadero hombre de Estado. Puede añadirse, que deben también ser
capaces de emitir su juicio sobre una constitución que hipotéticamente se someta a su
examen, y designar, en virtud de los datos que se les suministre, los principios que la
harían viable desde su origen, y le asegurarían, una vez establecida, la más larga
duración posible. Aquí supongo, como se ve, un gobierno que no hubiese recibido una
organización perfecta, aunque sin carecer completamente por otra parte de los
elementos indispensables, que no hubiese sacado todo el partido posible de sus
recursos y que tuviesen aún mucho que perfeccionar.
Por lo demás, si el primer deber del hombre de Estado consiste en conocer la constitución
que, pasando generalmente como la mejor, pueda darse a la mayor parte de las ciudades,
es preciso confesar, que las más veces los escritores políticos, aun dando pruebas de gran
talento, se han equivocado en puntos muy capitales; porque no basta imaginar un gobierno
perfecto; se necesita sobre todo un gobierno practicable, que pueda aplicarse fácilmente a
todos los Estados. Lejos de esto, en nuestros días sólo se nos presentan constituciones
inaplicables y excesivamente complicadas; o cuando se inspiran en ideas más prácticas, sólo
se hace para alabar a Lacedemonia o a otro Estado cualquiera a costa de todos los demás
que existen en la actualidad. Cuando se propone una constitución, es preciso que pueda ser
aceptada y puesta fácilmente en ejecución, partiendo de la situación de los Estados
actuales. En política, por lo demás, no es más fácil reformar un gobierno que crearlo, lo
mismo que es más difícil olvidar lo sabido que aprender por primera vez. Así que, repito, el
hombre de Estado, además de las cualidades que acabo de indicar, debe ser capaz de
mejorar la organización de un gobierno ya constituido; tarea que sería para él
completamente imposible, si no conociera todas las formas [185] diversas de gobierno; pues
es en verdad un error grave creer, como sucede comúnmente, que no hay más que una
especie de democracia y una sola especie de oligarquía. A este indispensable conocimiento
del número y combinaciones posibles de las diversas formas políticas, es preciso acompañar
también el estudio de las leyes, que son en sí mismas más perfectas, y de las que son
mejores con relación a cada constitución; porque las leyes deben ser hechas para las
constituciones, y no las constituciones para las leyes, principio que reconocen todos los
legisladores. La constitución del Estado tiene por objeto la organización de las
magistraturas, la distribución de los poderes, las atribuciones de la soberanía, en una
palabra, la determinación del fin especial de cada asociación política. Las leyes, por el
contrario{135}, distintas de los principios esenciales y característicos de la constitución, son
la regla a que ha de atenerse el magistrado en el ejercicio del poder y en la represión de los
delitos que se cometan atentando a estas leyes. Es por tanto absolutamente necesario
conocer el número y las diferencias de las constituciones, aunque no sea más que para
poder dictar leyes, puesto que no pueden convenir unas mismas a todas las oligarquías, a
todas las democracias, porque son muchas sus especies y no una sola.
7) ¿Cuál es el mejor régimen político?
Por tanto, en la práctica, los regímenes políticos interesantes se reducen a dos: oligarquías y
democracias. En la democracia gobiernan todos los hombres libres, todos los ciudadanos. En
la oligarquía sólo los ricos.
8) Explique el tipo e importancia de la sociedad de clases para Aristóteles en la elección
de la mejor constitución política.
En cuanto a la estructura del gobierno ideal, Aristóteles toma partido por la democracia
moderada, es decir, la república, con una equilibrada separación de los poderes y una
constitución mixta. Señala además las características de participación de la ciudadanía
en las tareas comunitarias y la importancia de la educación en virtud de lograr y
mantener una vida libre y digna. El autor resalta los logros civilizadores de la polis griega,
enfrentada a los riesgos de la revolución y confusión. García (2007:23) plantea que esta
obra es la consecuencia lógica de la ética y la metafísica, a partir de un profundo análisis
de la realidad histórica. Además, afirma que “La Política se desarrolla en un constante
recurrir de lo general a lo particular, de lo teorizado según los principios abstractos, a las
prácticas institucionalizadas y atestiguadas concretamente”.
En cuanto a las aproximaciones epistemológicas de Aristóteles a la definición de una
ciudad ideal —también abordado por Platón en su obra Leyes— establece una estrecha
relación entre estas ciudades y sus respectivas filosofías, expresada en las
epistemologías que las fundamentan. La aproximación platónica, sustentada en el
pensamiento deductivo y apriorístico, lleva a entender la ciudad y la política como
entidades trascendentes; por su parte, la aristotélica, basada en la filosofía inductiva y
empírica, lleva a concebirlas como entidades histórica
Sobre el mejor gobierno y la felicidad
9) Explique el pensamiento de Aristóteles en torno a la obtención de felicidad y la vida
pública o privada.
Respecto al propósito de la ciudad, Aristóteles propone que es: “el vivir bien, y todo eso está
orientado a ese fin. La ciudad es la asociación de familias y aldeas para una vida perfecta y
autosuficiente. Y ésta es, como decimos, la vida feliz y bella” (Política, III, 10, 1281a). Esto
implica, por tanto, que el fin de la comunidad sea realizar buenas acciones en su vida diaria
para alcanzar la felicidad.

Ahora bien, puesto que “la ciudad es para participar en el vivir bien, que se compone de
casas y diversas familias en razón de la vida perfecta y por sí suficiente”(De Aquino,
2001:225 y 226), Tomás de Aquino interpreta que para Aristóteles:

Al decir participar en el vivir bien se refiere a la causa formal. Al decir que se compone de
casas se indica la causa material próxima. Al añadir de diversas familias se señalan las causas
materiales remotas. Al poner en razón de la vida perfecta y por sí suficiente se refiere a la
causa final (De Aquino, 2001:226)
Considerando que dentro de la ciudad existen y conviven diferentes categorías de
comunidades, Aristóteles en su libro V expone: “Puesto que las ciudades están integradas
por dos partidos, la gente pobre y los ricos, sobre todo hay que considerar básico el que
ambos se sientan seguros a través del gobierno y que los unos no sufran daño alguno de los
otros…“ (Política, V, 11, 1315b). Es decir, reconoce la necesidad de un gobierno que dirija
justamente una ciudad integrada por diversas comunidades en la búsqueda de esa felicidad
y autosuficiencia. Por otro lado, parte de esa autosuficiencia se basa en que haya bastantes
beneficios para todos los ciudadanos, por tanto, como no conviene que haya excedencia de
población, Aristóteles recomienda: “poner un límite a la procreación“ (Política, VII, 16,
1335b) y
Cambio político y revoluciones
10) ¿Cómo se explica la ocurrencia de sublevaciones?

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