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EL ENSAYO LITERARIO EN HISPANOAMÉRICA.


SU EXPRESIÓN EN VENEZUELA

Cesia Ziona Hirshbein


UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

INTRODUCCIÓN

Este papel de trabajo va encaminado al desarrollo de la tesis sobre la importan-


cia del ensayo en Latinoamérica desde los momentos mismos de la fundación de
una expresión literaria que se manifiesta después de la colonia. Intenta igualmente
servir de aporte al estudio genérico (asunto inevitable) de la expresión literaria co-
nocida con el nombre de ensayo.
La circunstancia tan sugestiva del título nos obliga a recordar el origen de la
palabra ensayo. En su sentido primitivo presagia la incompletez, el hacer una
prueba, intentar o más bien tentar como lo sugiere Chesterton -con su acostum-
brado tono irónico- en el ensayo titulado «Sobre el ensayo», y donde compara este
género con una serpiente que es tentativa en todos los sentidos de la palabra. «El
tentador está siempre tentando su camino», nos dice el ensayista inglés. Y este en-
gañoso aire de incompletez hace que nosotros también estemos tentados por la ser-
piente, y queramos aclarar que, de igual modo, estoy ensayando aquí algunos ca-
minos para perfilar este género, ya que es una de las formas más interesantes de
la literatura y pensamiento latinoamericano en general y del venezolano en par-
ticular.
Para empezar ensayaré algunas características que nos acerquen al género, pues
aunque muchos tratan de definirlo, buscar ciertas fronteras o especificaciones, pa-
reciera ser el ensayo una forma de expresión que no acepta ni límites ni definición
precisa. Shipley en su Diccionario de Literatura afirma que «nunca se ha determi-
nado con exactitud en qué consiste el ensayo». Y es que aún más que la gran mayo-
ría de las formas literarias, ésta se resiste a una definición estricta.
En efecto, el ensayo es camaleónico y tiende a adoptar la forma que más le con-
venga. De naturaleza reflexiva e interpretativa, es también flexible, subjetivo y
donde existe muy especialmente la participación del lector, sobre todo por su inti-
midad. Es a la vez interesante observar que usa los más variados y sorprendentes
recursos literarios: recordemos los ensayos dialogales de Osear Wilde, el intenso
ensayo en forma de memorias de Unamuno dedicado a Salamanca, o las conversa-
ciones imaginarias de Stevenson; tenemos también ensayos en forma de sueños,
apuntes, diarios o epístolas. En cuanto al contenido, aún cuando generalmente se
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lo asocia con el tema literario, existencial y el filosófico, es importante destacar que


acepta cualquiera de las múltiples e infinitas vetas del conocimiento humano; igual
como hay ensayos sobre la verdad, sobre el entendimiento humano, los hay sobre
la energía nuclear, la biología, el átomo o también sobre un abrigo de piel, un grano
de especias, un desván elisabetano o unas papitas fritas, por sólo citar algunos
ejemplos. Montaigne (el primero y más grande de los ensayistas) decía hacia
1580: «Tomo al azar cualquier tema que se me presenta. Todos me son igual-
mente buenos... Penetro en él, no con amplitud sino con la mayor profundidad
que puedo...».
De ahí que afirme que en el ensayo todo depende del enfoque, del modo origi-
nal con el que se acerque la pluma de un escritor al texto, no del tema que circuns-
tancial o coyunturalmente haya escogido (por azar, como dice Montaigne), pues
es el autor quien con su perspicacia, talento y estilo peculiar crea el interés y el sa-
bor del tema. Por eso creo que es lícito llamar al ensayo «prosa de ideas», de igual
modo, «poema en prosa», pues son los ensayistas en el sentido que lo estamos
apuntando, quienes transfiguran esas ideas en imágenes, visiones y vivencias, y
éste quizás sea uno de sus aspectos más interesantes, pues es el hacedor de imáge-
nes el que fija la diferencia entre un ensayo y un artículo periodístico, un tratado,
una crónica o una monografía.
Pero por el otro lado, igualmente su tarea, así como lo afirma el profesor Han
Stavans en su libro antológico Latín American Essays, es la de confrontar, discutir,
contradecir y pensar. Surge según esto una confrontación inevitable: ¿es el ensayo
arte? Pues como bien lo apunta Walter Pater -otro de los fundadores del ensayo
actual- el arte trata siempre de independizase de la mera inteligencia; de convertir-
se en percepción pura, de liberarse de sus responsabilidades con respecto a su
asunto o material, y donde forma y contenido presentan un solo efecto a la «razón
imaginativa». Por su lado Osear Wilde afirma que el objeto del Arte no es la verdad
simple, sino la belleza compleja.
De manera que hemos llegado a lo que considero el punto neurálgico del géne-
ro: Si el objetivo primordial del ensayo es el de conscientizar y confrontar, ¿dónde
insertamos el aspecto literario? Pues bien, lo literario está precisamente en la sim-
biosis entre forma y contenido, y ahí es donde se presenta en forma contundente
su diferenciación del tratado, en el cual priva el contenido por encima de todo. De-
bo decir que en efecto, en el ensayo se expresa en efecto un pensamiento, pero es
un pensamiento creador e informal, impulsado por la imaginación, que es artística-
mente creadora y busca siempre una nueva forma. Y solamente adquiere existencia
literaria por la intencionalidad estética, por ese afán de crear belleza.
Puedo ya decir que el ensayo es literatura inclusive y aun cuando su tema no sea
literario, pues lo resaltante en este género es la finalidad literaria en sí, aquello que
los estructuralistas no se han cansado en llamar la literaturidad del texto, aquello
que hace que un texto sea literario.
Con estas consideraciones iniciales, debo subrayar que ésta así llamada «refle-
xión original» ha sido en Hispanoamérica en general y en Venezuela en particular,
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una de las manifestaciones de la creación literaria de mayor alcance para la expre-


sión del pensamiento y la cultura nacional. Y es importante decir que ningún géne-
ro literario ha sido tan adecuado para demarcar la psicología latinoamericana, sus
patrones laberínticos y sus más profundos secretos.

EL ENSAYO HISPANOAMERICANO. SU EXPRESIÓN EN VENEZUELA

Es importante, al introducir el ensayo en Venezuela, enmarcarlo dentro de His-


panoamérica, ya que el nuestro -el venezolano- se inserta en forma armónica y muy
destacada en el del resto del continente del sur. Además, entre las figuras más con-
notadas que fundan modernamente en toda Latinoamérica este género literario es-
tán los venezolanos Andrés Bello, Simón Rodríguez, Francisco de Miranda y Si-
món Bolívar, quienes junto a Fray Teresa Servando de Mier, Fray Camilo
Henríquez y Fernández de Lizardi, «fecundos, vastos y enormemente influyen-
tes», son los padres del género.
A partir de 1810, las luchas independentistas con sus evidentes preocupaciones
políticas e ideológicas se van a convertir en el tema fundamental de la literatura de
la época, y el ensayo, por su idiosincrasia reflexiva y concientizadora, es el texto
más idóneo para expresar los conflictos y las preocupaciones de este momento
histórico tan convulso. Es una literatura de combate, lo que inevitablemente hace
que el pensamiento y la acción estén unidos en la mayoría de ellos. El escenario,
en efecto sirve para los cuadros históricos y muestra el desafío de una literatura que
se sumerge en el humus de la guerra, y donde en esa transición (desde el punto de
vista cultural) del barroco al romanticismo de fines del siglo XVIII y principios del
XIX se sorprende con rasgos ya de raigambre muy americana. Sin romper con la
tradición hispánica, la escritura literaria de esta época abre un nuevo camino a la
reflexión y la expresión de los problemas más candentes del momento. Es impor-
tante aclarar que estos hombres de la época independentista aún no son conscientes,
al escribir, de la categoría de ensayo, y expresan sus ideas en un texto que algunos
llaman «proto-ensayo», y que en alguna medida se emparenta todavía con el trata-
do, el artículo, la epístola y la oratoria, pero que resalta por una forma que ya es
propiamente literaria. (Lo que llamaba la intencionalidad del texto).
Se levantan voces que hablan de la tolerancia religiosa, de los derechos indivi-
duales, de la libertad intelectual y la sociedad igualitaria y republicana. El espíritu
de la Ilustración se muestra en todo su alcance ya que circulaban -aún cuando en
forma clandestina- libros de orientación moderna para la época: la Encyclopédie,
las obras de Bacon, Descartes, Copérnico, Gassendi, Boyle, Leibniz, Locke, Con-
dillac, Buffon, Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Lavoisier, Laplace.
Es de rigor destacar a Simón Bolívar y a don Andrés Bello. En primer lugar te-
nemos al Libertador Simón Bolívar (1783-1830) que como lo señala Teodosio Fer-
nández (Los géneros ensayísticos hispanoamericanos) Bolívar es autor de más de
tres mil cartas y doscientos discursos, arengas o proclamas; y añado, algunos es-
critos que podría catalogar como de crítica literaria poco conocidos y únicos en su
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género para la época. Todo esto conforma un extraordinario testimonio de su deci-


siva participación en los hechos no sólo militares sino también político-sociales que
entonces determinaron el destino de Hispanoamérica. De su obra han merecido
particular atención Mi delirio sobre el Chimborazo, una apasionada y poética refle-
xión sobre su misión libertadora, también el famoso Manifiesto de Cartagena de
1812 fundamental para el conocimiento de su pensamiento político, en esa misma
categoría están la Carta de Jamaica de 1815 y el Discurso en el Congreso de An-
gostura de 1819. Son interpretaciones de la realidad hispanoamericana de excep-
cional lucidez donde asoma la fe en el poder de la razón (la Ilustración). Oigamos
este fragmento de una carta que le escribe el Libertador al poeta José Joaquín Ol-
medo:
Ya que Vd. ha hecho su gasto y tomado su pena, haré como aquel paisano a quien
hicieron rey de una comedia y decía: «Ya que soy rey, haré justicia... he oído decir
que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa, en la que castigaba
con dureza las composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me ha enseñado
unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir y tronchar a
cualquiera que habla muy mesuradamente en tono melodioso y rítmico... prepárese
Vd. para oír inmensas verdades, o, por mejor decir, verdades prosaicas, pues Vd. sa-
be muy bien que un poeta mide la verdad de un modo diferente de nosotros los hom-
bres de prosa. Seguiré a mis maestros...
Permítaseme ahora extenderme en la figura de don Andrés Bello (1781-1865),
-reconocido por los críticos como el primer ensayista moderno latinoamericano-
no sólo por el respeto universal que provoca su obra, movida como está por el amor
a la belleza y por el placer de conocer, sino también por ese interés suyo de ense-
ñar, encaminar y alumbrar. Además, ese afán de compartir e impartir sus conoci-
mientos se une en él a su «fe literaria» que define en el «Discurso de Instalación
de la Universidad de Chile» (1843), en donde defiende la libertad, pero dentro del
orden. Debemos subrayar que ese equilibrio literario de Bello está dirigido final-
mente hacia América, hacia nuestra América. En efecto, su tema es América, la au-
diencia a la que se dirige es americana, americanos son sus sentimientos y sus con-
ceptos; incluso, durante su permanencia en Inglaterra, la vocación por lo americano
se hace en él más profunda y decidida. La nostalgia del desterrado avivó en él ese
sentimiento. En cuanto a Inglaterra es importante hacer notar que ese estilo «mo-
derno» de hacer ensayo, que había empezado con la generación de Andrés Bello
debe asociarse en efecto a la tradición de ensayistas británicos tales como Francis
Bacon, Charles Lamb, William Hazlitt, Thomas de Quincey, Stevenson, Thomas
Carlyle, Ruskin, Walter Pater entre otros.
Dentro del marco latinoamericano, mientras Bello figura como cauto, moderado
y con sentido del orden, en cambio el argentino Domingo Faustino Sarmiento
(1811-1888) resulta apasionado, impetuoso y desigual. De su fecunda obra ensa-
yística hay un libro que destacar, el Facundo (Santiago, 1845), donde plantea la
antinomia Europa frente a América. De la misma época es Juan Montalvo (1832-
89), quien aparte de escribir sobre la realidad americana, compone ensayos al estilo
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del inglés Francis Bacon con títulos como «De la nobleza», «De la belleza en el
género humano», «Los héroes» (Simón Bolívar) y «Los banquetes de los filóso-
fos». Como lo afirma José Miguel Oviedo (Breve historia del ensayo hispanoame-
ricano, pág.22), «hay una clara línea que va del Facundo (1845) de Domingo
Faustino Sarmiento al Martín Fierro (1872) de José Hernández y de éste a Don Se-
gundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes», y continúa diciendo que «el influjo
de El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz sobre la novela mejicana es
también evidente, así como el magisterio de Reyes sobre algunos poetas contempo-
ráneos de su país. Hay una viva interrelación entre los géneros que se cultivan en
Hispanoamérica y en esa red de estímulos y ecos es de justicia reconocer el papel
seminal que cumple el ensayo...»
Y este ensayo latinoamericano se desarrolla vivamente, entrelazando una temá-
tica común a todos ellos: la de la preocupación por la identidad nacional a través
de una expresión típicamente americana. Es la elaboración de un pensamiento, que
sin desligarse de los contenidos universales, reflejan un modo de ser, de reaccionar
frente a las cosas típicamente latinoamericano. Hay que entender pues ese inicial
auge del ensayo como un fenómeno asociado a las reflexiones sobre la realidad so-
cio-histórica de un continente que quería cobrar total autonomía tanto política co-
mo culturalmente, América frente a Europa y frente a los Estados Unidos. Aparece
pues este tipo de literatura flexible y versátil para una sociedad que estaba cam-
biando rápidamente, en una necesidad de expresar un pensamiento nuevo como
instrumento pues, de la búsqueda de la identidad y expresión original de las nuevas
naciones. Expresión que se une a la temática que quiere a través de la palabra con-
seguir la autonomía frente al dominio político-cultural de los Estados Unidos, he-
cho que era evidente en esos momentos. José Martí, Rubén Darío, José Enrique
Rodó resumen después de Bolívar, un llamado continental de liberación; por un
lado frente a los gigantes europeos y por el otro a los del Norte del Continente
americano. Quiero subrayar cómo ambas temáticas, la de la preocupación por
una expresión americana original y la de la autodeterminación de los pueblos de
la América del Sur, han quedado como unas constantes permanentes en el ensayo
de los escritores hispanoamericanos más destacados de estos inicios y de todos los
tiempos.
Después de la época de la definición de las nacionalidades, casi inmediatamente
surge la generación positivista, favorecida especialmente por el éxito de las teorías
de la ciencia, que en Venezuela (no tanto como en el Brasil por supuesto) va a con-
solidar «un grupo homogéneo y literariamente organizado», como lo afirma el es-
critor venezolano José Ramón Medina. La historia, la sociología, la filosofía, el
derecho, la psicología, la antropología, las ciencias naturales y la crítica literaria
entran al mundo del ensayo dentro de una nueva concepción metodológica, nove-
dosa entre los intelectuales latinoamericanos de fines del siglo XIX y principios del
XX, concepción que se refleja también en un ensayo que va a profundizar en los
temas históricos y también sociológicos.
Paralelamente con el positivismo, el modernismo cobra vigencia literaria en to-
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da Latinoamérica con la publicación de las Prosas profanas en 1896 de Rubén Da-


río. Señala Oviedo que hacia 1900 nace el ensayo hispanoamericano contemporá-
neo. Junto a los poemas de Darío tenemos el largo ensayo de José Enrique Rodó,
Ariel publicado precisamente ese mismo año.
Desde la cúspide del así llamado movimiento modernista, el más esteticista es
el venezolano Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), quien con sus signos llenos
de sugestivas imágenes, publica su «elegante» obra titulada, Camino de perfección
(1908), modelo de la prosa ensayística del momento a la vez que un penetrante re-
trato crítico del mismo modernismo. Su contemporáneo Rufino Blanco-Fombona
(1874-1944) escribirá su diario titulado Camino de imperfección, en un contrapun-
teo paradójico de los destinos que se bifurcan pero que confluyen en un interés co-
mún, la preocupación por Venezuela.
En estos principios del siglo XX se van dando cambios en el género, aún cuan-
do éstos no son estructurales. La preocupación del destino de «nuestra América»
sigue presente entre los intelectuales pero con un agregado: «les duele cada uno de
sus países de origen». Sienten la necesidad de explicar y analizar -sin olvidar el
contexto latinoamericano- la crisis socio-política ya propiamente de sus países. Es
de destacar que en esos momentos el género evoluciona también hacia la reflexión
íntima, y paralelamente al tema americano surgen nuevos intereses, de tal modo
que intercaladas a las especulaciones de índole histórica, política y social se entre-
tejen temas más novedosos como el del conflicto entre el escritor y su arte, el esté-
tico propiamente dicho, el personal y el existencial entre otros.
De este período, en cuanto a Venezuela, debo mencionar a Mario Briceño Ira-
gorry (1897-1958) quien dedicó la mayor parte de su vida a estudiar los aspectos
más sobresalientes de nuestros orígenes, evolución, destino y transformación como
nacionalidad. Igual tendencia histórica, pero más biográfica se observa en Augusto
Mijares (1897-1979) sobre todo con sus textos sobre El Libertador, aporte funda-
mental a la biografía e interpretación del héroe. Este cuadro que cubre los primeros
cincuenta años del siglo XX, lo cerramos -convencionalmente- con la importantí-
sima figura de Mariano Picón Salas (1901-1965) cuya obra ha sido revalorizada en
forma amplia y profunda por las nuevas generaciones de jóvenes ensayistas quienes
descubren y reconocen en él al padre del ensayo venezolano actual. Entre los lati-
noamericanos debo mencionar al escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña y al
«maestro» mejicano Alfonso Reyes.
Se va estructurando así un cuadro ensayístico latinoamericano de gran vigor,
con una escritura siempre artística y con un gran sentido de lo estético. En todos
ellos destacó en forma evidente la imaginación y la habilidad de mezclar el ensayo
con otras formas literarias, de ahí que se van a crear ciertas dificultades en estable-
cer fronteras entre el género ensayístico y los otros géneros literarios. Y es así co-
mo él se podrá inclinar hacia la crónica de viajes, a veces hacia las memorias, dia-
rios o confundir con el cuento corto. En este sentido a veces un cuento puede pasar
por un ensayo; transgrediéndose así la delgada línea divisoria entre la ficción y la
no-ficción; y el ejemplo más interesante lo podemos deleitar en la obra de Jorge
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Luis Borges (1899-1986) algunos de cuyos ensayos pueden leerse como cuentos
y viceversa. Igual «problema» presentan muchos textos del poeta cubano José Le-
zama Lima (1910-1976), quien junto a Borges, además de ser gran poeta y nove-
lista, es ensayista inolvidable.
Finalmente puedo decir que estos nombres añadidos a los de Alejo Carpentier
(1904-1980), Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Julio Cortázar (1914-1984),
Octavio Paz (1914-1998) y los más actuales como los venezolanos Rafael Cadenas,
José Balza, Luis Beltrán Guerrero, Francisco Rivera, Osear Rodríguez Ortiz, Do-
mingo Miliani y Eugenio Montejo junto a Ángel Rama y Ariel Dorfman demues-
tran la potencia y la vitalidad de un género atento tanto a las preocupaciones so-
ciales y políticas del momento, como a las estéticas y culturales de cada hora, al
empezar a explorar más a fondo el potencial de la forma.
Al concluir con estos nombres (y perdónenme las ausencias de otros) el recorri-
do hecho, ha sido para mostrar el esplendor del ensayo y su importancia en nuestra
inquietante historia cultural, que necesariamente se expresa a través de este género
literario. Y que responde a la necesidad de germinar una expresión auténticamente
propia, original. Tierra americana donde nace una extraordinaria flor ensayística
a través de escritores que son los legitimadores de nuestro pensamiento más origi-
nal. Pensamiento que busca afanosamente la corroboración de nuestra identidad e
independencia cultural.

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