Empezamos con unas precisiones de tipo terminológico.
La palabra ecoética deriva del griego y significa etimológi- camente ética de la casa (oikos es casa), de la vivienda de todos, vivientes y no vivientes. El término ecología signi- fica, consiguientemente, ciencia de la casa, del medio am- biente, o ciencia global de las relaciones del organismo con el mundo que le rodea. Fue definida por primera vez por Ernst Haeckel.1 La ecoética trata de aplicar principios morales a la acción del hombre respecto a la naturaleza. En esta disciplina, que forma parte de la denominada filosofía práctica o ética, se estudian los principios y las normas, los valores y los fines, las intenciones y las deci- siones que permiten vertebrar una relación adecuada, armónica y ordenada entre persona y naturaleza.2 En este sentido, la ecoética o ética medioambiental es una ética de la naturaleza (que incluye paisajes, ríos, anima- les, plantas, océanos, mares, desiertos...) y el hombre es contemplado como sujeto natural que es corresponsable del estado del todo medioambiental.3 La ética medioam-
1 Ernst Haeckel, Generelle Morphologie der Organismen, 1866.
2 Sobre ecoética, Víd. N. M. Sosa, Ética ecológica: necesidad, posibilidad, justificación y debate, Ediciones Libertarias, Madrid, 1994. 3 Sobre esta temática, Vid. J. M. Gómez-Heras, Dignidad de la naturale- za y ética medioambiental, en E. López Franco, Desafíos a la ética, tecno- logía y sociedad, Narcea, Madrid, 1997; J. M. Gómez-Heras (Ed.), Éti- 20 FRANCESC TORRALBA
biental, en contraposición a las éticas modernas, que se
construyen sobre el supuesto de la autonomía del ser hu- mano respecto a la naturaleza, el Estado y la religión (Kant), se fundamenta en la idea de que el ser humano es interdependiente, que está plenamente integrado en la naturaleza y que no se le puede comprender, ni siquiera pensar, al margen del todo natural. Desde esta perspectiva, el ser humano no tan sólo es un producto de la naturaleza, sino un factor que la deter- mina y la transforma a partir de sus acciones. La presencia humana en el mundo no es únicamente una consecuencia de la naturaleza, sino una praxis que la determina y la cambia. El ser humano, al actuar, altera la naturaleza, crea un mundo diferente y también se construye a si mismo. Desde esta perspectiva, el ser humano no es algo fijo y estático en el conjunto de la naturaleza y de la historia, sino una realidad dinámica y poliédrica que está en conti- nua interacción con aquello que no es él. La ecoética nace como una reflexión alrededor de la relación entre el ser humano y el medio ambiente. Su gé- nesis no es una casualidad histórica, sino que es conse- cuencia de la toma de conciencia de la situación crítica del planeta en la hora presente. Esta toma de conciencia co- lectiva ha sido la causa eficiente de un discurso que, de manera progresiva, está siendo, cada vez más, objeto de atención y de interés por parte de la ciudadanía. En los últimos treinta años, la crisis ecológica ha em- peorado progresivamente. No hemos tenido éxito en las estrategias para frenar la explosión demográfica (“el pla- neta explota”, dice Giovanni Sartori), la deforestación y desertización; la pérdida de la biodiversidad (pérdida irre-
ca del medio ambiente: problema, perspectivas, historia, Tecnos, Madrid,
1997; Chi è responsabile dell’attuale degrado ecologico?, en La Civilità Cat- tolica 3350 (1990) 105-118; Medi ambient: reflexions a l’entorn de l’eco- logia, en Perspectiva social 32 (1993); F. Fernández Buey, En paz con la naturaleza: ética y ecología, en A. Durán, J. Riechmann (Coord.), Genes en el laboratorio y en la fábrica, Trotta, Madrid, 1998, pp. 177- 196. ECOÉTICA. ANÁLISIS DE CONJUNTO 21
versible de un número creciente de especies vegetales y
animales); el cambio climático que es consecuencia de las emisiones de gases contaminantes, especialmente de di- óxido de carbono, procedente de la combustión de hidro- carburos (carbón, gas y petróleo), la lluvia ácida, que nos devuelve las emanaciones de gases de azufre y nitrógeno, procedentes de plantas industriales; el agujero en la capa de ozono en los dos hemisferios, norte y sur, producido principalmente por los clorofluorocarbonos (producto em- pleado para la fabricación de neveras, climatizadores, es- pumas industriales...) y la contaminación de las aguas. Este conjunto de factores tan preocupantes nos exige repensar la relación entre persona y naturaleza y funda- mentar un discurso ecoético que sea consistente desde el punto de vista racional y que sea plausible en la hora pre- sente. En efecto, no es suficiente con que sea consistente desde un punto de vista lógico, sino que, además, tiene que ser plausible, es decir, tiene que poder llevarse a cabo. Esto implica necesariamente un autoexamen de nuestro estilo de vida con objeto de ver si este estilo de vida, de producción y de consumo es compatible con una trans- formación en la manera de entender relación entre hom- bre y naturaleza. El filósofo judío Hans Jonas expone la situación pre- sente de esta manera: Ninguna ética anterior tuvo que tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni el futu- ro remoto, más aún, la existencia misma de la es- pecie. El hecho que precisamente hoy estén en juego estas cosas exige, en una palabra, una con- cepción nueva de los derechos y de los deberes, cuestión que en ninguna ética ni metafísica anterior se encuentran sus principios, y menos aún una doctrina acabada.4
4 H. Jonas, El principio de responsabilidad, Herder, Barcelona, 1995, p.
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