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Dar dinero a ciegas al estado sin querer enterarse e incidir en lo más mínimo
acerca de su destino no solo es irresponsable sino temerario. Pero el solo
vociferar esporádica o regularmente acerca del mal uso o la malversación de
los recursos públicos, o de la inconciencia de la clase política, del funcionariado
y de los grupos hegemónicos de interés, tampoco lleva a mucho. La crítica
catártica suele quedarse en alivio, desahogo, nivelación de emociones; en el
fondo acepta “la situación”, aunque sea a regañadientes, como si fuese
destino…
Por cierto, destino habría de entenderse mejor como verbo: destinar, asignar
recursos o esfuerzos para fines. Aquellos, pero sobre todo estos, pueden ser
objeto de consenso o de disputa. ¿Quiénes se ponen de acuerdo o disputan?,
he ahí una cuestión clave. Si no participamos todos de una u otra manera, en
una u otra medida, no habría por qué extrañarse de que la situación continúe
como está y llegue de veras a ser destino.
Sin embargo, la guerra marcó a todos, aunque las personas a veces no se dan
cuenta, todos se vieron insertos durante tantos años de conflicto armado, en la
lógica de la violencia: a callar, a no participar, a autocensurarse, a temer, a vivir
inseguros, a desconfiar de los demás, a condenar ciertas actitudes
comprometidas, etc.