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PARTE II: LA CRISIS EN EL PARTIDO

OBRERO Y LA ENCRUCIJADA DE LA IV
INTERNACIONAL

Osvaldo Coggiola

16 de Julio de 2019

https://www.facebook.com/osvaldo.coggiola.9/posts/10162001057190397

Los planteos de la fracción serían, así, irrelevantes; aun así, contradictoriamente, la


dirección los discute hasta la saciedad, llenando páginas y páginas, de manera
puramente negativa, o sea, sin hacer un planteo superador, sino llegando siempre a la
misma conclusión; Altamira es la fuente de todos los males, pasados, presentes y
futuros, concediéndole así, como en el negativo de una foto imaginaria, la
importancia que la dirección supone que le otorgue la fracción, en cuyos documentos
las referencias a Altamira son incidentales. De te fabula narratur (Horacio, después
de describir la hediondez del avaro [Sátiras 1, 1-69]). En medio a tantas puteadas y
acusaciones de carácter subjetivo, aparecen cosas interesantes: “Trotsky tuvo sobre
sus espaldas el combate contra Stalin y su régimen y lo hizo con el cuidado y la
precaución de que no fuera usado por los enemigos contra la clase obrera y en
particular la Revolución Rusa del 17”.

¿Se puede saber de dónde sacaron eso? ¿En qué lugar Trotsky recomienda “guante
blanco”, por cualquier motivo que fuese, contra el Caín-Stalin (“¡Abajo la camarilla
del Caín-Stalin!” dice el Programa de Transición, sin agregar nada de tipo “pero
cuidado con fulano o beltrano”, o “tomando la precaución de no hacerle el juego al
imperialismo”)? En su última obra (“En Defensa del Marxismo”, que da su nombre
a la revista del PO) Trotsky cagó a puteadas a los que le recomendaban
“precaución”, que no testimoniase contra Stalin en un tribunal (la “Comisión
Dewey”) compuesto, en buena parte, por norte-americanos, y con sede en los EEUU.
Liborio Justo llegó a acusarlo de ponerse al servicio del imperialismo yanqui, en el
título de un libro suyo, con base en ese y otros hechos (llegó a putear al SWP,
partido trotskista, por solicitar autorización para que los restos de Trotsky fuesen
velados en Nueva York, o sea, que Trotsky sería un agente imperialista post-mortem,
cosa que ni James Bond hubiera conseguido). La suprema estupidez arriba citada
(suprema porque escrita sabiendo lo que Trotsky no supo cabalmente, que la “prisión
de los pueblos” estalinista se irguió sobre decenas de millones de muertos) está en un
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párrafo dedicado, significativamente, al “aparato” del partido (o de los partidos), que
tendrían que ser tratados con “precaución”: “Un aparato (y su ideología) no se crean
de la noche a la mañana, no surgen por la decisión de un grupo, requieren de
condiciones especiales, políticas y materiales. En la supuesta advertencia sobre la
aparición de una ideología de aparato, Altamira no ofrece una caracterización, un
desarrollo, que permitan a la militancia del partido juzgar los alcances de tamaña
afirmación”.

Bueno, en ese caso Trotsky y “los 46” dirigentes bolcheviques (no fue sólo Trotsky,
nunca está demás insistir) no tendrían que haber lanzado públicamente (muy
públicamente) la Oposición (Fracción) de Izquierda, porque tampoco hicieron nada
parecido. Se contrapusieron a una política (conciliación con los kulaki y los nepmen,
la “pequeña y media empresa”, ausencia de un plan de industrialización para
desarrollar las fuerzas productivas y reforzar la base obrera del régimen social y
político) y a los métodos con que se la impulsaba (burocratismo, privilegios de
aparato y ausencia de democracia obrera) propusieron un programa y se lanzaron a
la lucha, sin prejuzgar ni anticipar sus resultados. Las caracterizaciones que
permitieron (nunca definitivamente) “juzgar los alcances de tamañas afirmaciones”
fueron surgiendo en el transcurso de la lucha, que nunca es ciega: la Oposición de
Izquierda es de 1923, “La Revolución Traicionada”, de 1936. En el medio de esas
fechas, Trotsky no se quedó de brazos cruzados (por eso Stalin lo mató, si no lo
hubiera ignorado, como a un intelectual políticamente frustrado).

El CN acusa a la fracción (bueno, a Altamira, la fracción no existe) de, al igual


que Guillermo Lora, ignorar los estados de consciencia de las masas (que la dirección
juzga conocer a la perfección, un argumento que se las trae) y plantear siempre la
“dictadura del proletariado”, sin más ni menos. Un momentito, por favor, Lora no
era tan pelotudo: de nuevo, de te fabula narratur. Lora (el POR) impulsó e hizo
aprobar las Tesis de Pulacayo, en 1946, un programa transitorio hacia la toma del
poder, en un momento de victoria de la contrarrevolución (a través del golpe de la
“rosca”, que inauguró el “sexenio”, inmediatamente anterior al Congreso de la
FSTMB que aprobó las tesis). Preparó, con eso, la intervención del proletariado y del
POR en la revolución por venir, que estalló en 1952 (sobre los problemas de esa
intervención, que no concluyó en la revolución obrera, ver “La Revolución Boliviana”,
del propio Lora, y los artículos de Pablo Rieznik en EDM). Y preparó, de inmediato,
la intervención electoral del POR y del movimiento obrero, que se concretó en la lista
del POR/Federación Minera y en el Bloque Minero/Parlamentario (Lora fue elegido
senador), que marcó la historia y la consciencia del movimiento obrero boliviano:
como lo demostramos (¡tantos artículos! No estoy hablando de mí) en EDM, el
montaje de la coalición y la ideología que llevó al gobierno a Evo Morales fue una

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larga polémica explícita con la “herencia porista”, en nombre de la autogestión y del
indigenismo. El POR (en 1946) ignoró cualquier supuesta contradicción entre
agitación revolucionaria e intervención electoral.

En la evolución (degeneración) ulterior del POR, lo de “revolución y dictadura


proletarias” no tuvo que ver con que Lora se hubiera transformado en un
conferencista al margen de la política concreta (¡el POR llegó a organizar fracciones
en el ejército y la policía!) sino a que el “el POR se transformó en una secta
nacionalista”, como lo demostró Juan Pablo Bacherer y su “fracción pública” del
POR, en un artículo publicado en EDM exactamente con ese título, que reflejó y
sacó las conclusiones de su lucha política en el POR, que no tuvo nada que ver con
acusar a Lora de ser un boludo al margen del tiempo y del espacio (o de la
“evolución de la consciencia de las masas”), sino con su nacional-trotskismo, que
terminó en el nacionalismo a secas (llegó a defender la producción y exportación de
cocaína – la dirección del PO ¿oyó hablar del “paco”? – y a teorizar “la
excepcionalidad (positiva) del ejército boliviano”, ejem, no sé si me entienden). Los
presupuestos teóricos de esa evolución los analizó Pablo (Rieznik), en charlas por
ocasión de la actividad del PO por los 50 años de la IV Internacional, publicadas
bajo la forma de artículos en EDM. Ignorando toda esa lucha teórica y política, dos
miembros de la dirección afirman ahora que el problema del POR fue que “Lora
decidió reemplazar al Programa de Transición y su método político por el llamado a
las masas a que se eleven al programa revolucionario, condenando al POR a la
pasividad”, presentando una (muy parcial y deformada) consecuencia como causa, y
limitando la crítica al POR a que no se presentase en elecciones (hasta García
Linera, el vice de Evo, hizo mucho más). El problema es que la actual dirección del
PO no lee “En Defensa del Marxismo”.

En el texto nacional-autoproclamado citado arriba (donde se afirma que “el


Partido Obrero (se) distingue de otras organizaciones que se reclaman de la IV
Internacional e incluso de la izquierda radical, tanto en la Argentina como a nivel
internacional”, o sea, es único en el mundo), publicado como editorial de Prensa
Obrera, Gabriel Solano y Rafael Santos buscaron dar estatuto teórico a las
divergencias (admitiendo así, sin quererlo, que existen divergencias teóricas y
programáticas, lo que se esfuerzan también, como vimos, en soslayar, para negar el
derecho de fracción) afirmando lo siguiente: “(En los planteos de la fracción) la lucha
de clases real era sacrificada y se invertía los términos fundamentales del marxismo:
el motor de la sociedad dejaba de ser la lucha de clases y ese lugar lo ocupaba la
‘crisis capitalista’. El sujeto se transformaba en objeto pasivo de la determinación
material. El grupo de Altamira pretendió encubrir esta ruptura con el marxismo… Si
el sujeto pasa a ser la ‘crisis’ y no las clases en la lucha que desarrollan entre sí,

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entonces qué importancia tiene analizar el estado de situación del movimiento obrero
y su vanguardia (cuya ausencia es) fatalismo y mecanicismo en su concepción más
pura”. Personalismo, fatalismo, mecanicismo, los pecados no terminan: el uso de los
verbos en tiempo pasado pretende extender un certificado de defunción (a la
fracción).

Muy bien, empecemos entonces por recordar los inicios del Manifiesto Comunista:
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de
luchas de clases… La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la
sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido
crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha,
que han venido a sustituir a las antiguas. Nuestra época, la época de la burguesía, se
caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad
tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en
dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.

Bajo el capitalismo, las contradicciones de clase (y la lucha de clases que es su


consecuencia) se encuentran materialmente (si, materialmente) determinadas por las
contradicciones del modo de producción, o sea, la contradicción (común a todas las
sociedades humanas) entre el desarrollo de las fuerza productivas sociales y las
relaciones de producción imperantes, que bajo el capitalismo, modo de producción
que consiste, en primer lugar, en libertar a las fuerzas productivas de todo obstáculo
extraeconómico, llega al paroxismo, como contradicción entre el carácter cada vez
más social de la producción y el carácter cada vez más privado de la apropiación del
sobreproducto, cada vez mayor. Ese proceso (en las palabras de Marx, “el modo de
producción del capital es la contradicción en proceso”) crea las condiciones
específicas de la lucha de clases bajo el capitalismo, primer modo de producción
histórico tendencialmente universal, primero también a crear, por ese motivo, las
condiciones materiales (sí, materiales) para una emancipación igualmente universal:
a diferencia de las clases oprimidas y explotadas que le precedieron, el proletariado
no puede emanciparse sin proceder a la emancipación de toda la sociedad (incluidas
todas las clases oprimidas), lo que conduce a la sociedad sin clases sociales y sin
Estado (comunismo).

El siervo de la gleba se emancipó (o fue emancipado, dependiendo de cada caso)


sin emancipar a las otras clases explotadas, y lo hizo (o se lo hicieron), en general,
creando las condiciones para la explotación capitalista. La emancipación del
proletariado, y la transición hacia el comunismo, claro, no será realizada de un solo
golpe, conocerá diversas etapas, dependientes del nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas sociales: de ahí la paradoja apuntada por Trotsky, de que el proletariado

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de los países atrasados puede llegar antes (debido al carácter más agudo de sus
contradicciones materiales) al poder, en relación al de los países avanzados, pero
llegará después al comunismo, en un proceso de alcance mundial, que la revolución
proletaria vinculará cada vez más entre sus partes: “Es que considera usted que
Rusia está bastante madura para una revolución socialista? [...]. Y yo les contestaba
invariablemente: — No, pero sí lo está la economía mundial en su conjunto y, sobre
todo, la europea. ¿La dictadura del proletariado en Rusia nos va a llevar o no al
socialismo? ¿A qué ritmos y con qué etapas? Todo esto depende del futuro de la
economía europea y mundial” (Trotsky).

¿Qué viene primero, las contradicciones objetivas del capitalismo o la lucha de


clases? No es la discusión sobre el huevo y la gallina. O mejor, si lo es, si se da la
respuesta correcta al problema del huevo y la gallina. Históricamente, la lucha de
clases viene antes porque “toda la historia de la sociedad humana es una historia de
luchas de clases”. Ninguna lucha de clases, no obstante, se produce en el vacío, sino
en las condiciones materiales creadas por el desarrollo de las fuerzas productivas
sociales. En la era de la decadencia capitalista, los embates de clase se proyectan,
más directamente que en las etapas precedentes, en la arena política, y tienden a
transformarse, más agudamente, en luchas en las que está en juego el poder político.
La crisis económica capitalista no es aleatoria, es la expresión más aguda y
concentrada de las contradicciones capitalistas, pudiendo o no abrir la vía para la
revolución socialista (lo que depende de la consciencia y organización del
proletariado). Si el capitalismo no tuviera (o suprimiese) sus contradicciones
objetivas y materiales (lo que es imposible), la lucha de clases no existiría (el
proletariado sería “integrado”) o se resumiría a la “puja redistributiva” de Alfonsín-
Portantiero, sin plantear la cuestión del poder. Según el documento de la “fracción
pública”, “el argumento de que un planteo de poder está condicionado por el estado
de las masas, con independencia de la situación en su conjunto, vale desde el punto
de vista táctico”, o sea, la oportunidad o no de lanzar consignas destinadas a la
conquista más o menos inmediata del poder.

A esos fenómenos obedece el Programa de Transición, cuyo instrumento es el


“sistema de consignas” (pero no se limita a él, pues es un método, no un “sistema”)
conduciendo, invariablemente a la lucha por el poder; ese programa sólo podría haber
sido formulado, como programa, en la era de la decadencia capitalista, aunque fuese
antevisto por revolucionarios de las eras precedentes (como Marx, Engels o Blanqui),
del mismo modo que sólo en esa era la revolución permanente pudo ser formulada
como teoría, y no sólo como idea, como lo fue para Saint-Just, Blanqui, Cabet, Marx,
Engels, Parvus o hasta Kautsky (en 1902, “El Camino del Poder”). Teoría,
recordemos, es la capacidad para comprender la realidad por fuera de la experiencia

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sensible, a partir de la asimilación de experiencias y su descripción por medio del
lenguaje, estableciendo intelectualmente tendencias y leyes objetivas (independientes
de la consciencia). Una teoría es un sistema lógico que se establece a partir de
observaciones, axiomas y postulados, y persigue el propósito de afirmar bajo qué
condiciones se llevarán a cabo ciertos supuestos.

El planteo de Santos/Solano, contraponiendo lucha de clases y determinación


material (o “crisis”, que no es sino la expresión aguda de las contradicciones
materiales), y concediendo primacía a la primera contra la segunda, por lo tanto, no
tiene pies ni cabeza, desde el punto de vista teórico. Lo que cabe es analizar la
interpenetración dialéctica entre una y otra, eso es el marxismo (materialismo
histórico o dialéctico). El planteo tiene, sí, sentido desde el punto de vista político. Al
contraponer el “estado de consciencia” de las masas a las contradicciones objetivas,
dando a aquellas la primacía, no sólo se invierte la primer proposición de la teoría
marxista (el ser social determina la consciencia, y no lo contrario), sino que la
primera (consciencia) pasa a tener un desarrollo independiente de la segunda, por lo
tanto aleatorio, y también determinante. El programa, de ese modo, pasa a ser
determinado por un factor subjetivo y materialmente (científica o teóricamente)
indeterminado. No depende, por lo tanto, de la comprensión de las contradicciones
objetivas del capitalismo por la clase obrera, en primer lugar por su vanguardia, sino
de la interpretación de “la consciencia”, sus giros y posibilidades, por personas
dotadas de poderes especiales o clarividencia, tal vez sólo una persona, tal vez un
“guía genial de los pueblos”. El idealismo subjetivo no tiene consistencia teórica,
pero, políticamente, es una de las bases del stalinismo y del nazismo.

Todo esto es materia de discusión. ¿Cómo discutir, militando al mismo tiempo


unificadamente por la emancipación de la clase obrera? El centralismo democrático,
desarrollado por Lenin en ¿Qué Hacer?, planteó una respuesta, no eterna e
inmutable, en las condiciones rusas de inicios del siglo XX, que eran autocráticas y
represivas (diferentes, por lo tanto, de las condiciones más o menos democráticas
existentes en Europa occidental) y también explosivas, debido al desarrollo explosivo,
objetivo (número y concentración) y subjetivo (huelgas, actividad independiente), del
proletariado. ¿Qué Hacer? no definió, como se suele creer, al bolchevismo, pues es
anterior al surgimiento de esa fracción (el bolchevismo fue inicialmente una fracción,
dividido frecuentemente en fracciones internas, desde su nacimiento en 1903 hasta
1917, cuando se transformó en Partido Comunista). Ese texto resumió una década de
combate político del socialismo ruso, por la organización obrera políticamente
independiente, contra el “economicismo” (reformista y enemigo de la actividad
política independiente de la clase obrera) y el “marxismo legal” (o “liberal”), que

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proponía una transformación capitalista y concluyó como una variante del
liberalismo burgués.

¿Qué Hacer? era un patrimonio de todo el socialismo (socialdemocracia) ruso


cuando se reunió el congreso del POSDR que testimonió el surgimiento de las
fracciones bolchevique y menchevique. Las polémicas que suscitó (con Rosa
Luxemburgo, con Trotsky, en la socialdemocracia rusa) llevaron, doce años después
de su publicación, a Lenin a combatir la tendencia a situar sus conclusiones fuera del
tiempo y del espacio. Como se sabe, bajo el stalinismo esas conclusiones,
formalizadas en una suerte de “modelo universal e invariable” (algo que a Lenin ni le
pasó por la cabeza en ¿Qué Hacer?) se transformaron en una monstruosidad que
sirvió (junto a la revivida teoría de la revolución por etapas y a la política de Frentes
Populares) a la castración política del proletariado mundial, a la victoria del nazismo
y del franquismo, a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Ella fue anticipada
por Stalin en 1924: “La existencia de fracciones es incompatible con la unidad del
Partido y con su férrea disciplina. No creo que sea necesario demostrar que la
existencia de fracciones lleva a la existencia de diversos organismos centrales y que
la existencia de diversas organismos centrales significa la ausencia de un organismo
central común en el Partido, el quebrantamiento de la unidad de voluntad, el
debilitamiento y la descomposición de la disciplina, el debilitamiento y la
descomposición de la dictadura” (Cuestiones del Leninismo).

A lo que Trotsky respondió: “La doctrina actual que proclama la incompatibilidad


del bolchevismo con la existencia de fracciones está en desacuerdo con los hechos. Es
un mito de la decadencia. La historia del bolchevismo es en realidad la de la lucha de
las fracciones. ¿Y cómo un organismo que se propone cambiar el mundo y reúne
bajo sus banderas a negadores, rebeldes y combatientes temerarios, podría vivir y
crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin formaciones fraccionales
temporales? La clarividencia de la dirección del partido logró muchas veces atenuar
y abreviar las luchas fraccionales, pero no pudo hacer más. El Comité Central se
apoyaba en esta base efervescente y de ahí sacaba la audacia para decidir y ordenar.
La justeza manifiesta de sus opiniones en todas las etapas críticas le confería una alta
autoridad, precioso capital moral del centralismo” (La Revolución Traicionada).

La fracción pública del PO defendió en su documento constitutivo que “el


centralismo democrático es la actividad colectiva del partido bajo la dirección
política del Comité Nacional y el Congreso – no la supresión de ella bajo el bastón de
mando del Comité Ejecutivo”. ¿Cuál fue la respuesta de la dirección del PO?: “El
grupo de Altamira se ha autoproclamado ‘fracción pública’ para actuar como un
partido propio, desarrollando hacia fuera de la organización sus propios planteos y

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actividades. Pero nuestro Estatuto no habilita tal ‘fracción pública’ por una cuestión
estratégica y no disciplinaria, que tiene que ver con la defensa de la unidad de acción
de Partido. Un principio innegociable, que proyecta al interior de la organización la
defensa del frente único de clase. Por otro lado, la diferencia entre una fracción y
una organización separada es el reconocimiento obligatorio para la fracción del
congreso y el Comité Nacional que el congreso elige, algo que el grupo de Altamira se
ha negado a hacer”.

O sea, una respuesta 100% estatutaria. El “frente único de clase”, que es el


resultado de una lucha política en el interior de la clase, entre opiniones y tendencias
diversas, es propuesto como presupuesto: el carro delante de los caballos. El
bolchevismo tendría que haber expulsado a Lenin (o mejor, declarado que se había
autoexcluído del partido) cuando pronunció su famoso discurso en la estación
Finlandia en medio de la revolución democrática de febrero de 1917, contrario a la
línea política conciliadora del Partido; al día siguiente, la embarró más, publicando
(esto es, dirigiendo al público) las “Tesis de Abril”, que sólo obtuvieron un voto en el
CC bolchevique (el del propio Lenin). Si Lenin hubiera actuado con el “criterio
Santos/Solano”, se habría tenido que callar y aceptar la línea mayoritaria hasta el
próximo congreso (y la Revolución de Octubre no hubiera acontecido). En las
semanas siguientes, la empeoró todavía más, armando una “fracción pública” con un
“elemento hostil” (no bolchevique) llamado Trotsky (algunos bolcheviques lo
acusaron de haberse vuelto trotskista), puteando en el camino, muy públicamente, a
varios dirigentes bolcheviques. Así es la vida, que no es regida por un estatuto, ni por
un “modelo”.

Claro que ni a Lenin ni a Trotsky (o a un montón de otras personas inteligentes)


se les ocurrió proponer un “modelo” calcado en esos acontecimientos; subrayaron, sí,
las cuestiones de método implicadas en cada cambio o circunstancia. El historiador
Alexander Rabinowitch, en su clásico The Bolsheviks Come to Power (The revolution
of 1917 in Petrograd) comenta (con mucho fundamento empírico) que el centralismo
bolchevique prácticamente fue por los aires en el período insurreccional, cuando un
partido de un cuarto de millón de miembros se lanzó a derribar a la burguesía y su
“gobierno provisional” en el más grande país del planeta (¿hubiera podido ser de otro
modo?). El ejemplo más clásicamente citado, el de la polémica pública Lenin vs.
Zinoviev/Kamenev sobre la insurrección, después de la decisión del CC bolchevique
en favor de ella, es el peor de todos. Pues Zinoviev/Kamenev, miembros del CC, se
opusieron públicamente a la insurrección (en el periódico de Máximo Gorki), cuando
ella ya había sido votada por el partido y estaba en plena preparación; Lenin no sólo
los criticó, sino que propuso que fuesen expulsados del partido, pero no (como
aparentemente hubieran hecho Santos/Solano) por “desconocer el Estatuto” (escrito

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con mayúscula, como Dios), ni por “violar el centralismo democrático” (una
acusación que nadie hubiera entendido, ni siquiera los bolcheviques), sino por
“carneros” (esa la entendió todo el mundo). El CC bolchevique no acogió la
propuesta de Lenin, por consideraciones de naturaleza política, no estatutaria.

Veamos la cuestión de las fracciones en el movimiento obrero, y sus polémicas,


dentro de un panorama más amplio. Diversos compañeros apuntaron el papel
imprescindible de la lucha de fracciones en la historia del movimiento obrero
revolucionario, refiriéndose en especial a las fracciones en el socialismo y el
comunismo ruso. El PT uruguayo subrayó: “En nuestra tradición, va de suyo que una
fracción se dirige abiertamente a la clase obrera y no es un mero agrupamiento de
cara a un congreso. ¿O acaso la Liga Espartaco de Luxemburgo-Liebknecht-Mehring-
Zetkin no era una fracción pública? No hablemos de la fracción bolchevique en los
períodos en que la socialdemocracia rusa estaba unificada. La Oposición de Izquierda
de Trotsky no se proclamaba como partido, era apenas una fracción no reconocida,
perseguida y reprimida por el aparato estalinista, que se dirigía a la clase obrera.
Sorprende, por ello, tanto énfasis en contra de una fracción ‘pública’, dado que la
existencia de fracciones se produce precisamente cuando las diferencias políticas y
metodológicas han superado los marcos ‘normales’ del funcionamiento partidario.
¡Las fracciones espartaquista y bolchevique tenían publicaciones propias! Y libraban
abiertamente una lucha teórica y política en el seno del partido, buscando ganar
influencia en la vanguardia y las masas. La idea de que una fracción elabora
únicamente textos para un Boletín Interno y que luego de perder una votación se
calla, es ajena a la democracia obrera. El centralismo democrático concebido de esta
manera es ajeno a nuestra tradición”.

La historia del movimiento obrero moderno (sin la cual la cuestión del partido ni
siquiera se plantearía) es la de la lucha por sus reivindicaciones básicas y su
agrupamiento social y político independiente, contra la burguesía y en pro de la
conquista del poder político. Esa lucha se procesó a través del enfrentamiento entre
fracciones, desde sus inicios. Fue la lucha entre Enragés, Égaux y Amis du Peuple, en
la Revolución Francesa. La lucha entre alas en la London Corresponding Society, a
finales del siglo XVIII, en medio y después de las primeras grandes huelgas obreras,
que se prolongaron en la lucha entre partidarios de la fuerza o del ejemplo moral en
el movimiento “cartista”. La lucha entre blanquistas, comunistas y las diversas
variantes del socialismo utópico o filantrópico-cristiano (que estaba presente en la
Liga de los Comunistas, a través de Wilhelm Weitling) en las revoluciones de 1848,
de la que da cuenta el capítulo final del Manifiesto Comunista (que critica sin
concesiones diversas variantes del socialismo), un documento que testimonia la
avanzada lucha de fracciones que ya existía en el movimiento obrero y revolucionario.

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La lucha más que pública entre marxistas y bakuninistas en la Asociación
Internacional de los Trabajadores (I Internacional).

La lucha, también pública (a través de periódicos, revistas, libros, conferencias,


etc.) entre revisionistas, reformistas, centristas y revolucionarios en la Segunda
Internacional. La más que conocida lucha entre tendencias en la Internacional
Comunista, hasta ser ahogada por la burocracia estalinista (lo que condujo, de modo
perfectamente lógico, a su disolución). La historia de la IV Internacional es la de la
lucha entre sus tendencias desde que Trotsky proclamó su necesidad, en 1933. El
trotskismo europeo mantuvo una lucha pública entre tendencias en países bajo
ocupación nazi (sin dejar de combatir al nazismo, claro). Desde la posguerra hasta el
presente, la IV Internacional ha sido, sobre todo, el teatro de una lucha pública entre
tendencias y fracciones. Querer “encajar” o interpretar toda esa historia a través de
un “Estatuto”, supuestamente basado en un “modelo” (centralismo democrático)
surgido en medio de esa lucha (y, ciertamente, no con esa intención) es como querer
meter una tempestad oceánica en una botella.

Si Trotsky, frente a la tarea de construir la IV Internacional, hubiera propuesto a


la vanguardia internacional un estatuto y una autoproclamación (“somos el partido
más importante del mundo”) no habría juntado más que una asociación internacional
de chupamedias asustados, que no le habría sobrevivido. En lugar de eso, les propuso
un programa (el Programa de Transición) y un método: "Los bolchevique-leninistas
son una fracción de la Internacional que se construye”, una de cuyas tareas sería
“regenerar un nivel histórico más elevado la democracia revolucionaria de la
vanguardia proletaria”. Ese es el método que la CRCI buscó recuperar; su
recuperación está más planteada todavía ahora, en especial lo del “nivel histórico
más elevado”. El desarrollo de la CRCI sufrió de varios problemas, la dificultad, en
primer lugar, de mantener publicaciones internacionales regulares e iniciativas
sistemáticas, que la llevaron a una crisis política y a un empantanamiento del trabajo
internacional. El PO propuso un análisis y una salida para esa crisis, suscitando un
debate que concluyó con el alejamiento del PCL italiano, su única sección en un país
capitalista (imperialista) desarrollado. Después de un inicio promisorio, cuando
disolvió su tendencia internacional (la ITO) en el SU (Secretariado Unificado) para
trabajar en la CRCI, el PCL entró en estagnación “nacional”, junto con el resto de la
“extrema izquierda” italiana abrigada en la Refundación Comunista (que explotó y
casi desapareció), en una crisis que sumó su debilidad teórico/política al sectarismo
autoproclamado, y proyectó esos problemas al trabajo internacional, planteando
debates interminables e inconsecuentes en las actividades de la CRCI, de las que se
transformó en un parásito (pues con nada contribuía con ellas, a no ser con su
presencia discutidora).

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Permítaseme plantear otro elemento, que a nuestro juicio estuvo y está en el
centro de la crisis del trabajo latinoamericano, pero con proyecciones mayores. La
organización brasileña (no es preciso subrayar la importancia del Brasil,
objetivamente y por su papel – vía gobiernos del PT – en la evolución y el
“imaginario” de la izquierda mundial) se retiró de la CRCI inmediatamente después
de su fundación, con pretextos formales que no soportaban cualquier análisis
(pretendía ser “sección simpatizante”, esto, es, conservar el sello e impedir cualquier
trabajo de la CRCI en el país, sin contribuir política, organizativa o financieramente
con ella). Esa retirada coincidió con el incremento cualitativo de sus financiamientos
estatales, que ya eran importantes, administrados por una fundación privada
bautizada con el apellido de su capo indiscutido (¿alguien dijo algo sobre
personalismo?), no dejando dudas acerca de quién manda y administra la guita.
“Causa Operária” (PCO) inició una trayectoria política aberrante, transformándose
en un satélite político cada vez más acentuado de los gobiernos petistas (llegando a
defender sus ajustes antiobreros) y del chavismo, y multiplicando las provocaciones
contra el PO (que ni vale la pena mencionar o relatar).

La disolución de la organización boliviana (sólo ahora el trabajo comenzó a


recomponerse, en el país con la clase obrera probablemente más politizada del
planeta) fue atribuida a la muerte prematura y lamentada de su principal dirigente,
Juan Pablo Bacherer, pero hubo también otros elementos importantes, en realidad
decisivos. Pues parte de esa organización (OT) y, sobre todo, de su periferia militante
(que participó en varias reuniones de la CRCI, inclusive antes de su fundación en
2004) se incorporó, en diversos cargos (las conocidas “pegas”), al gobierno de Evo
Morales, llegando a ocupar un par de importantes (en realidad, decisivos) cargos
ministeriales. Significa que en esos dos países la CRCI fue afectada por la cooptación
política (y financiera) y por la integración de sus organizaciones y simpatizantes al
Estado. Un elemento que también está presente, según la fracción opositora, en la
crisis en curso en el PO.

Ésta dio lugar a reacciones periodístico-políticas, más significativas de los reactivos


que de la propia crisis. El POR boliviano se manifestó afirmando que, siendo ambas
fracciones partidarias de una Asamblea Constituyente, ambas son igualmente
contrarrevolucionarias a los ojos de los únicos trotskistas del planeta (el propio
POR), lo que confirma que la actual condición de éste es la de ser una especie de
ONG “política” conservadora y museológica que parasita su lejano pasado
revolucionario. Pablo Stefanoni, un periodista activo en Bolivia que, según parece,
tuvo un breve pasaje por el PO, publicó un artículo cuya subjetividad se expresa en
su título: “Matar a Altamira”. Según este, de modo semejante al planteo de la

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dirección, el PO habría conocido un largo desarrollo autoritario (“personalista”) /
sectario, que encontró sus límites en la conquista de posiciones en el movimiento
sindical y social y también en el parlamento, que Stefanoni detalla con bastante
cuidado, lo que lo puso frente a obligaciones de gestión (parlamentarias y de planes
sociales). Le llegó, así, la transición hacia la “edad de la razón”, que no sería otra que
la razón “realista” del propio Stefanoni, transformada en razón mayoritaria en el
propio PO. Vale, en fin, por las informaciones para los poco informados.

El PTS, principal aparcero del PO en el FIT, reaccionó a través de un artículo de


dos “sociólogos”, no quedando claro en qué el esclarecimiento de la condición
profesional de sus autores influye en el juicio de ese partido. Sobre la propia crisis, el
artículo se queda en la vulgaridad periodística (sin ninguna de las virtudes
periodísticas de Stefanoni), seguida de una larga contraposición de la actividad del
PO con la del PTS, siendo obviamente ésta muy superior a aquella para los
sociólogos en cuestión. El artículo concluye con un largo “chivo” comercial de la
actividad editorial del PTS (también muy superior a la del PO, claro) sobre los más
diversos temas, desde textos clásicos hasta investigaciones de cuño académico/
político del propio PTS: sólo falta una lista de precios y de facilidades de formas de
pago. El “Nuevo MAS” (creo ser ese) aborda la crisis en un breve artículo en el que
explica que el fondo de la crisis del PO se debe a que nunca alcanzó la
“universalidad” a la que llegó el bolchevismo en 1917 (por la que todo el mundo,
Trotsky incluido, se hizo bolchevique), un concepto de cuño del o los autores que le
(o les) permite abordar olímpicamente esta crisis, con una noción que habría sido
válida 102 años atrás, en un imperio multinacional y en medio de una guerra
mundial, o sea, una huevada tan sublime como pretenciosa e ignorante. Lo que
significa que: 1) La “izquierda trotskyzante” porteña es, a pesar de su referencia a
Trotsky, un fenómeno de retroceso teórico/ideológico en relación a décadas
precedentes; 2) La izquierda argentina, sobre todo desde la constitución del FIT
(2011), baila políticamente alrededor del PO, a pesar de todas las críticas faccionales
a éste y de “Del Caño Presidente”.

Las organizaciones de la CRCI (EEK, DIP, PT), así como grupos en otros países
(como la LPS, Luta Pelo Socialismo, del Brasil), se pronunciaron rápidamente en la
actual crisis, buscando naturalmente evitar la escisión del PO y ofreciendo su
disponibilidad para actuar como instancia conciliadora. Está planteado ir más
adelante: la crisis en el PO debe abrir un debate internacional y replantear las
condiciones de la lucha por la refundación o reconstrucción de la IV Internacional.
Frente al conjunto de las organizaciones nacionales o corrientes internacionales que se
reclaman del marxismo, la CRCI conquistó un lugar objetivo: definió un programa,
aprobó diversos documentos acerca de la lucha de clases mundial, definiendo las

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tareas de la vanguardia revolucionaria, intervino en procesos decisivos de lucha
(experimentando inclusive, como registramos arriba, retrocesos), evitó el sectarismo
autoproclamado tanto como la disolución del marxismo y de la posición clasista en
posiciones y políticas democratizantes y/o identitarias, que conducen hacia la
integración al Estado, pues éste las absorbió, frecuentemente en el marco de políticas
superexplotadoras y represivas. Formuló las condiciones para integrar la lucha contra
la opresión étnica, sexual o generacional al combate de todos los explotados contra el
imperialismo y el gran capital. Y nunca declaró que, realizando todo eso, había
resuelto, siquiera en parte, los problemas de la estructuración política de la
vanguardia obrera y combativa, sino apenas abierto un camino a ser recorrido en el
marco de “la democracia revolucionaria de la vanguardia proletaria”.

Los problemas de táctica electoral en Argentina suscitaron la crisis y revelaron


divergencias estratégicas. Aun así, ellos no pueden ser considerados sólo como
proyecciones de cuestiones estratégicas, esto es, carentes de especificidad inmediata.
El centro de la crítica de la oposición en el PO es que “la crisis política fue
subordinada a las elecciones, y las elecciones a la subordinación de la crítica al
gobierno a la crítica al kirchnerismo – convertido en el enemigo electoral principal.
Metodológicamente, un revolucionario debe proceder de otra manera: debe convertir
el ataque al poder político en el elemento delimitador de las otras fuerzas patronales,
que se esfuerzan, sea por pactar con el gobierno o por socorrerlo frente al temor de
que se desencadene una lucha de masas… El ángulo de la actual dirección del PO es
electoralista, hace abstracción del conjunto del cuadro de poder de la burguesía, para
concentrarse en una disputa con el rival electoral inmediato, que por fuerza asume un
carácter abstracto, verborrágico, y no una confrontación en una lucha de clases
directa”. Política que se proponen criticar y superar desde el interior del Partido
Obrero, reivindicando públicamente su derecho a hacerlo, integrándose en lo
inmediato a la campaña electoral del FIT-Unidad desde una posición independiente.

Para la CRCI, sus secciones y simpatizantes, así como para toda la izquierda
clasista que comprende el alcance de esta crisis y de lo que está en juego en
Argentina, está planteada la defensa del derecho de la oposición del PO a constituirse
en fracción pública, la organización de un debate internacional, y profundizar las
iniciativas y los medios de reagrupamiento de la vanguardia revolucionaria en todos
los continentes.

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