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LA TRANSFERENCIA

Palabras preliminares

Primera parte

LA CONTRATRANSFERENC1A
I. La contratransferencia y el pensamiento psicoanalítico
II. Contratransferencia y metapsicología del recurso
de la hechicería

Segunda parte

LA HISTORIA DE LA TRANSFERENCIA
I. La historia del concepto
II. De la miseria histérica a la desdicha banal
III. La transferencia de Dora
IV. Ferenczi o la transferencia como introyección

Tercera parte

TRANSFERENCIA Y REALIDAD
I. La realidad en la transferencia
II. La realidad de la transferencia

Cuarta parte

LOS ACTOS Y LOS SIGNOS


I. La neurosis de transferencia
II. Los registros de la transferencia
Título de la edición original:

L E TRANSFERT

Biblioteca de la Esfinge
Colección dirigida
por R a ú l S c ia r h e t t a

Derechos Reservados

Portada del Departamento de Arte


de Ediciones Corregidor
Realización; R u b é n R e y

© EDICIONES CORREGIDOR - 1976


Talcahuano 463, Buenos Aires
Hecho el depósito de ley
Impreso en La Argentina
PREFACIO

Entraba yo un día en la “Closerie des Lilas” por la puerta


giratoria, cuando escuché, en esa pequeña galería, estas palabras
pronunciadas por un fulano: “¡Comprendes entonces! ¡Hizo una
transferencia a muerte, a muerte!”
El molinete volvió a girar y las palabras zumbaban en mis
oídos: transferencia a muerte, transferencia a m uerte .
Mucho pensé en ellas desde entonces...
El molinete no es gratuito... ¿Quién precedía a quién en el
circular movimiento? Bella imagen también de la contratransfe­
rencia . . .
La transferencia es el quid pro quo del inconsciente; ¿qué
es entonces este quid pro quo en el hombre, y por qué él, que
pone tanto cuidado por distinguir bien las cosas, sobre todo por
no confundirlas . . . lleva consigo el poder de tomar unas por otras,
al punto de que sin ese poder quizás estaría loco? Extraña
contradicción.
La literaturá, al menos en forma de monografía, no parece
muy prolija respecto a esto. Sin embargo, en todas partes se
habla de la transferencia; no hay trabajo ni artículo que no le
consagre un capítulo o un parágrafo.
No es nuestro propósito hacer su reseña, sino más bien sumi­
nistrar el esquema de una teoría general de la transferencia
donde pudieran colocarse esas diversas tendencias. En este
aspecto, la transferencia aparece como un punto de huida, en
el sentido del dibujo de perspectiva: “la imagen del analista”
se perfila o se esfuma en ella como en un cuadro engañoso.
8 vrrrHFT. NEYHAUT

Frente a esta imagen, otro concepto aparece: el de contra­


transferencia.
A los ojos de algunos, poner en cuestión a este recién llegado
equivale a preguntarse si los barcos pueden padecer del mal de
mar, escandalosa pregunta...
Sin embargo, es demasiado evidente que una vez propuesto
el concepto de contratransferencia, la naturaleza dialéctica de
la situación analítica se manifiesta como esencial. El campo
transferencia-contratransferencia se revela como el espacio pri­
vilegiado de una oposición contrapuntística.
A definir la transferencia y la contratransferencia en su vínculo
con el pensamiento es que nos hemos dedicado: "El pensamiento
inconsciente”, del que Freud decía que es la “lejía madre” de
las asociaciones.
Ese pensamiento marcha en sentido inverso al sueño y sin
embargo revela su sentido.
' Mientras que el sueño encuentra el camino más directo de la
satisfacción alucinada, el pensamiento busca por medios des­
viados las mismas satisfacciones, pero recluta en el camino
todos los elementos que concurren a la resistencia como también
aquellos que sirven para la elucidación del sentídoT )
Mejor discemible en los accidentes de su desarrollo que en su
esencia propia, el pensamiento inconsciente encuentra en la
remanencia de sus etapas animistas o religiosas, los argumentos
de una articulación entre lo imaginario', lo simbólico y lo real..
Los movimientos transferenciales y contratransferenciales no
se conciben más que relacionados con ese pensamiento. Unas
veces “armónicos” y otras discordantes, dan testimonio de esa
remanencia animista o religiosa por la insistencia con la cual
oyen por doquier designar esas realidades.
De la misma manera hablaremos del pensamiento psicoanalí-
tico o del pensamiento neurótico, en un debate donde la distancia
entre Freud y sus sucesores es quizá la mayor: la de considerar
a “las psicosis” como incapaces de producir transferencia, que
era la posición de Freud, y la de considerar que las “neurosis de
transferencia” no tienen la exclusividad de esa producción, que
es la posición de la mayoría de los psicoanalistas contemporáneos.
Los límites de su ejercicio se extendieron al dominio de las
psicosis y los fenómenos de transferencia resultaron evidentes.
LA TRANSFERENCIA 9

Veremos qué reservas conviene aportar a esa media vuelta,


reservas que no pueden concebirse sino llevadas a un “modo de
pensamiento” psicótico o neurótico más bien que a categorías
nosográficas.
Llegará el día en que algún mecánico de genio construirá una
máquina en todo semejante al hombre, lo que quizá constituya
la meta inconsciente de toda ciencia.
No dudo de que tal máquina podrá desear, andar, reír y llorar,
hablar, recordar e incluso olvidar, pero dudo de que pueda “equi­
vocarse” y no “cometer errores”, lo que está al alcance de todo
el mundo.
Ella habría adquirido entonces la función de un Sujeto y la
capacidad de una transferencia; de lo contrario, no dudaría de
nada.

Es allí que espero a nuestros "ingenieros”.

M. N.
PRIMERA PARTE

LA CONTRATRANSFERENCIA
CAPITULO I

CONTRATRANSFERENCIA Y PENSAMIENTO
PSICOANALÍTICO

La pregunta suele llegar larguís:mo tiempo


después de la respuesta.
O sc a r W il d e

Sobre la precesión d e la contratransferencia

El lector podría asombrarse con razón de que un estudio psico-


analítico sobre la transferencia comience por el de su término
antinómico: la contratransferencia.
Esta paradoja es sólo aparente, si se considera que la transfe­
rencia en tanto concepto no se manifestó sino “tardíamente” en
la obra de Freud y que lo hizo como un obstáculo, como un
accidente en el curso de un pensamiento y una técnica ya cons­
tituidos; la transferencia, pues, está precedida por algo. -
Por otra parte, no es sólo en la historia del pensamiento analí­
tico que la transferencia viene en segundo lugar, sino que tam­
bién aparece en segundo lugar en el procesamiento de la cura.
La transferencia sobreviene, aparece en el curso de un proceso
en marcha que es el proceso analítico, se recorta sobre un con­
texto. El problema de saber si no hace más que aparecer o si ya
estaba allí será debatido más adelante.
¿Qué decir entonces de este contexto?
Si por una parte le asignamos un origen intrapsíquico decla­
rando, por ejemplo, que la transferencia es segunda con relación
al narcisismo primario y, por otra parte, si vemos como dialéctico
a ese contexto, tendremos que considerar que, en tanto concepto,-
la transferencia debe ser descubierta, señalada, pensada, y que
esta “concepción” implica al analista y al pensamiento analítico.
Finalmente, la naturaleza misma de la transferencia, que es el
irrumpir de la repetición sobre lo actual, si no es interpretada
puede repetirse indefinidamente.
14 MICHEL NEYRAUT

Entre estos valores de lo actual el analista ocupa un lugar


esencial, el de estar directamente, inclusive especialmente, im­
plicado y eventualmente el de elucidar esta implicación.
Esta implicación, como ese pensamiento, forman parte del con­
texto sobre el cual se recorta la transferencia.
A ese contexto por ahora lo llamaremos contratransferencia,
admitiendo la posibilidad de definir más adelante sus límites y
extensiones. Observemos solamente que así definida, como con­
texto y como implicación, la contratransferencia desborda su
acepción tradicional.
Esa acepción tradicional no remite sino a la pasión del analista.
Pasión en todos los sentidos de la palabra: tanto pasión crí­
tic a ... como pasión del alma; pasión en el sentido pasivo de
sufrido aun cuando esta pasión se tradujo por algún pasaje al
acto, incluso. .. por una técnica activa.
"Falta técnica” y “sustancia” de la interpretación a la vez, así
aparece el sentido tradicional y ambiguo de la contratransfe­
rencia.
Este sentido de “falta” técnica se opone a una suerte de aná­
lisis ideal en el que el pensamiento sería libre, en el que la escu­
cha sería libre. También este punto de vista debe ser mantenido,
y además se muestra correlativo del primero, pone en claro la
función de suficiencia en la exposición de todas las teorías de la
cura que pretenden situarse más allá de esa culpabilidad.

Acepción restringida

La composición etimológica del término contratransferencia,


trasposición bastante fiel de Gegen-Übertragung, sugiere un sen­
tido preciso y limitado:
La contratransferencia se opondría a la transferencia, surgiría
después de la transferencia, estaría determinada por ella, sería
esencialmente segunda y reaccional.
Esta acepción, bastante limitada, resulta perfectamente admisi­
ble, si nos remitimos a las primeras impresiones de Freud cuando
descubre la transferencia, es decir, se estaría obligado a admitir
que, además de la restitutio ad integrum del “texto” de la neu­
rosis, de la anamnesis y del agolpamiento de los recuerdos, algo
LA TRANSFERENCIA 15

surgiría en la plena actualidad de la cura; nuevas manifestaciones


psíquicas esta vez concernientes a las relaciones personales del *
médico y de su paciente, y que esas nuevas manifestaciones,
perfectamente importunas, inesperadas, imprevisibles, vendrían
singularmente a complicar la tarea del terapeuta ocupado hasta
entonces en reconstituir la trama del recuerdo a partir de sus
vestigios.
En la misma medida en que la transferencia desplaza consigo ^
pesadas cargas afectivas, el terapeuta se encontraría en la enojosa J
necesidad dé' reconocerse como objeto de esas manifestaciones. I
Desde ese momento es posible medir, según la reticencia que
experimenta o según la dificultad que siente para “comprobar”
simplemente el advenimiento de esas manifestaciones, cierta
resistencia desplazada ahora del lado del terapeuta y que lo
obliga a considerar esa resistencia como propia.
Esa resistencia autoriza a concebir un primer trazado de la
contratransferencia como estrictamente opuesta a la transferencia
y determinada por ella. El primer efecto de la contratransfe­
rencia sería del dominio del enceguecimiento y de la perturba­
ción. El ejercicio del pensamiento analítico, hasta allí sereno, se
vería comprometido por el advenimiento inopinado de manifes­
taciones afectivas; su ineluctable resultado sería “el oído sordo”.
Ya volveremos sobre esta acepción tradicional de la contra­
transferencia, nacida en los primeros tiempos de su descubri­
miento. Pero desde ahora debemos indicar que aunque los fenó­
menos de contratransferencia nos parezcan sobrepasar y sobre
todo adelantarse al sentido de su estricta oposición a la transfe­
rencia, ese momento de aparición sigue siendo fundamental. El
aspecto reaccional y segundo de la contratransferencia nos parece
esencial aunque por otros caminos lo entendamos como primero.

La implicación d el analista

La contratransferencia del analista comienza pues con su im­


plicación; es porque súbitamente se reconoce como objeto y qui­
zás instigador de expresiones afectivas provenientes de su pa­
ciente que percibe en él como efecto de una resistencia. ¿Equivale
esto a decir que el analista no está implicado sino por la transfe-
16 MICHEL NEYRAUT

rencia? ¿o solamente que la transferencia, por su carácter esen­


cial de “tener destinatario” implica más directamente, más per­
sonalmente al analista y que este último no tiene entonces otro
recurso que interpretar el sentido de este destino, reconocerse
en él o renunciar a él?
Esta última hipótesis nos retendrá con preferencia, porque el
analista, en efecto, no sólo es requerido por la transferencia sino
también por todas las solicitaciones que engendra la situación ana­
lítica. Estas solicitaciones son de toda clase y entre ellas se ins­
criben, en buen lugar, las que emanan del analista mismo, de sus
exigencias y de su pensamiento.

Teoría extensiva
Esta última observación introduce en una teoría extensiva de
la contratransferencia, cuya acepción se ve entonces ensanchada
hasta el grado de comprender todas las manifestaciones, ideas,
fantasmas, sentimientos, interpretaciones, acciones o reacciones
que corresponden al analista. Si semejante acepción puede con­
cebirse teóricamente (y aunque, en cuanto a nosotros, tengamos
tendencia a llevar la noción de contratransferencia mucho más allá
del grado de una estricta oposición a la transferencia) nos parece
que no ofrece más que un interés relativo, y que no estuvo lejos
de dar cuenta del lazo conflictivo afectivo y dinámico (en el
sentido de la M etapsicología) que se anuda en la situación analí­
tica, y no toma su valor más que en esta situación.
Se trata, pues, de otra paradoja de la contratransferencia que
habrá que captar: que al mismo tiempo se la pueda concebir como
precediendo a la situación analítica propiamente dicha (análisis
didáctico previo, formación, desviaciones u ortodoxias de todo
orden) y que no tome su verdadera dimensión más que si se la
confronta con las solicitaciones internas nacidas de la situación
analítica.
Existe entonces un problema que concierne a la especificidad
de una contratransferencia analítica, puesto que tanto el análisis
como otras disciplinas se apropian una parte de su teoría, utilizan
sus conceptos, se inspiran en su formación, y de una manera
general tienen acceso a los conocimientos teóricos del psicoaná­
lisis.
LA TRANSFERENCIA 17

Si el pensamiento psicoanalítico constituye un contexto para el


advenimiento de la transferencia, ese “carácter previo” es com-
nartido por otras disciplinas, y por cuanto un pensamiento seme­
jante puede ser propio de la contratransferencia, ¿sobre qu é base
la instauración de una situación analítica puede pretender consti­
tuirse como específica?

Los filósofos y el campo psicológico

Muchos trabajos filosóficos o ensayos propios de las “ciencias


humanas” y que tratan acerca del psicoanálisis, de las psicosis o
de toda forma de alienación, comienzan por declarar que su
propósito (cfr. Ricoeur, de Waehlens, Deleuze, Sartre, etc.) de
ningún modo corresponde a una práctica analítica, que los autores
no son psicoanalistas, o que jamás en su vida han visto a un
esquizofrénico, etc., pero después, hecha la reserva, prosiguen sus
investigaciones y nos dan cuenta de sus descubrimientos- o de sus
interrogantes.
Esta actitud está perfectamente justificada y, por otra parte,
no tiene necesidad de ninguna justificación; lo que los autores
arriba citados han comprendido perfectamente.
Hay razón entonces para preguntarse qué es lo que diferencia
esa conducta de otra que fuera propiamente psicoanalítica; puesto
que también el enunciado puede ser el mismo en ambos casos.

Especificidad del campo psicoanalítico

Esa diferencia, y es nuestro propósito demostrarlo, reside pre­


cisamente en la contratransferencia.
Para nosotros, toda manifestación del analista, en particular y
en sentido estricto toda publicación, todo escrito, hasta toda
epifanía, aunque pueda darse como fuera de la situación analí­
tica, como fuera de su campo específico, proceden en realidad
de ese campo y son interiores a él.
El pensamiento psicoanalítico se inscribe necesariamente en
una respuesta. Porque la situación analítica se instaura por medio
de una demanda.
18 MICHEL NEYRAUT

En ese sentido, los escritos científicos formulados por el ana­


lista pueden tener valor de contrapartida, y hasta de réplica.
Por definición, debemos considerarlos como el equivalente de
una respuesta, inconsciente o deliberada; y aun, de una respuesta
a las solicitaciones precisas de un análisis determinado.
No sólo admitiremos que el pensamiento analítico puede cons­
tituir una respuesta, sino que se constituye por esa respuesta.
Que no puede escapar a su status esencial de haber nacido de
una confrontación específica que llamamos situación analítica.
Que esta situación analítica se instaura como una demanda e
implica al analista de tal manera que sólo podrá aclarar el sen­
tido de los elementos inconscientes que aparecen si dilucida,
antes o después, esa implicación.
Si el pensamiento psicoanalítico está constituido en su esencia
por una respuesta, nos veremos obligados a comprobar que a ve­
ces la respuesta precede a la pregunta, y que ésa es una primera
manera de contratransferencia.
Aquí no sólo se trata de oponer la “práctica” del análisis a la
“no práctica”, como se opondría la operación a la teoría incom­
petente, porque tanto en la operación, como en la teoría incompe­
tente es posible señalar un campo práxico y un campo no práxico.

Lím ites y contradicciones d e este campo

Sino de concebir que el pensamiento psicoanalítico recibe, por


las contingencias de su ejercicio , las exigencias de su teoría y la
naturaleza específica de lo que llamamos contratransferencia,
limitaciones y extensiones que dosifican y especifican la mirada
particular que él dirige sobre el cam po psicológico.
Qon respecto a este campo psicológico el pensamiento psico­
analítico no detenta ningún derecho particular, sino que, por el
contrario, se ve limitado en su expresión por las imposiciones
doctrinarias y contratransferenciales de su ejercicio.
Una de las primeras prescripciones técnicas de Freud ilustra
esa contradicción; es la que estipula que en ningún caso el ana­
lista debe considerar a la cura como un trabajo científico, lo que
lesionaría la libertad de su escucha:
“Mientras el tratamiento continúa no conviene proceder a la ela­
LA TRANSFERENCIA 19

boración científica de un caso, reconstituir su estructura, querer


adivino1, su evolución, tomar notas de vez en cuando acerca d e
su estado presente, como lo exigiría el interés científico . . . ¿Cómo
debe entonces proceder el analista? El analista deberá pasar, se­
gún las necesidades, de una actitud psíquica a otra, evitar toda
especulación, toda rumia mental durante el tratamiento, no som e­
ter los materiales adquiridos a un trabajo de síntesis hasta que
el análisis haya terminado.” 1
Ese “pasaje de una actitud psíquica a otra” nos parece carac­
terizar uno de los momentos específicos del pensamiento psico-
analítico. El supone, entre otras cosas, una “puesta en suspenso”,
una “epojé” mucho más radical que la requerida por la fenome­
nología de Husserl, puesto que debe extenderse también al domi­
nio de las representaciones inconscientes. En un sentido que no
es más que un rasgo de ingenio, la verdadera fenomenología se
situaría más cerca del análisis que de la reflexión fenomeno-
lógica.
Así, el pensamiento psicoanalítico sale de su sillón y vuelve a él.
Esta contingencia es, si podemos decirlo, esencial.
Si, entre dos sesiones, el pensamiento psicoanalítico experimen­
ta la necesidad de hablar, de escribir, de profundizar la teoría,
inclusive de demolerla o de transmitirla, es que no encuentra en
la situación analítica entera satisfacción; en todo caso, es con
relación a esta situación analítica que él debe juzgarse y, al ha­
cerlo, implica a la persona misma del analista, puesto que se sirve
de sus exigencias.

Contratransferencia y desarrollo histórico


del pensamiento psicoanalítico
4

La respuesta, dijimos, puede preceder a la pregunta y constituir


una primera manera de contratransferencia; y esto, desde un
triple punto de vista:
—Considerando al pensamiento psicoanalítico en su desarrollo
histórico. En este sentido, por ejemplo, el Proyecto de Psicolo­
gía para neurólogos y los trabajos que precedieron a la exposi­
1 S. Freud, De la technique psychanaltjtique, París, P.U.F., 1953, trad.
Anne Berman, pág. 65.
20 MICHEL NEYBAUT

ción del caso Dora pueden atribuirse a una resistencia al descu­


brimiento de la transferencia o, más exactamente, al descubrimien­
to del concepto de transferencia.
Diremos que vislumbrada la perspectiva de la cura, organizada
la concepción de la psiquis, el pensamiento se ha estructurado allí
de una manera tal que es entonces que se descubre la transferen­
cia como un obstáculo, un impedimento, una sorpresa, un fenó­
meno inesperado. Hace falta pues la audacia, la confianza abso­
luta de Freud en sí mismo para afirmar que la transferencia es
un obstáculo, que es propio de su misma naturaleza ser un obs­
táculo.
Esta precesión del pensamiento psicoanalítico sobre el descu­
brimiento de la transferencia, precesión que aquí concebimos como
una especie de mirada retroactiva, delimita un campo “exterior”
de la contratransferencia y un campo “interior”, entendiéndose
que es sólo por comodidad de la exposición que se hará tal dis­
tinción. Pero en realidad están confundidos, antes o después, para
confrontarse luego, en un momento dado, con las implicaciones
de la situación analítica.

El campo “exterior de la contratransferencia” impone al pensa­


miento analítico y a determinado psicoanalista en particular lí­
mites cuya naturaleza corresponde a disciplinas sociológicas o
políticas.
Por ese atajo se introducen todas las teorías que denuncian el
carácter datado, social, normativo, religioso, dogmático e histó­
rico que se atribuyen a la situación hic et nunc de un analista de­
terminado y del análisis en tal o cual contexto social.
No hay ejemplo de un contexto sociocultural que no haya
influido en sentido general, las metas, la concepción misma del
análisis. L a subordinación ética del análisis a tos ideales implí­
citos de una sociedad determinada es un hecho discem ible, aun
cuando la teoría analítica se apoye sobre conceptos de valor
universal.
Pero el problema está en concebir que el inconsciente sólo se
manifiesta, y sobre todo se revela, en contextos y condiciones de­
terminadas que fundan el texto manifiesto.
Si Freud, en un contexto que era el suyo, determinó las mejores
condiciones técnicas para que el inconsciente aparezca y se reve­
LA TRANSFERENCIA 21

le, no basta con denunciar esas condiciones históricas para desem­


barazarse del inconsciente.
La época siempre suministra los términos del texto manifiesto.
La reducción de la expresión manifiesta al sentido latente es
en sí una actitud anacrónica; esto no quiere decir que en el curso
de esa revelación no aparezcan valores morales propios de una
época, pero es poco probable que las modificaciones sociocultu-
rales producidas desde los descubrimientos de Freud tengan su­
ficiente peso para dar lugar a modificaciones técnicas, de tal
manera que se podría decir que ahora conviene modificar las
condiciones técnicas para que el inconsciente se manifieste y se
interprete mejor.
Si tales modificaciones sobrevienen, no se producirán como con­
secuencia de una prescripción ex cathedra, con una ruidosa con­
versión, sino que lo harán más bien insidiosamente, mediante la
modificación insensible de los ideales propios de una sociedad.
No entra en nuestro propósito profundizar el campo exterior
de la contratransferencia, porque su estudio corresponde a otras
disciplinas y no a la del análisis propiamente dicho. Sin embargo,
es visible que por este atajo podrían introducirse válidamente.
Desde el punto de vista del desarrollo histórico del pensamiento
psicoanalítico hemos reconocido que la respuesta podía preceder
a la pregunta y que la contratransferencia podía constituir un an­
tecedente histórico en el reconocimiento y descubrimiento de la
transferencia.
Esta misma precesión vuelve a presentarse en oportunidad de
la instauración de la situación analítica propiamente dicha.

Contratransferencia en la situación analítica

En las modalidades concretas de su ordenamiento ( invisibilidad


del analista), esta situación, que por otra parte reconoce otros
fundamentos, descubre al menos que fue concebida para no
tener que soportar doce horas por día el frente a frente.
Ese ordenamiento permite al analista disimular toda respuesta
que, aun cuando no fuera articulada, podría expresarse por cierta
mímica o gesto.
No hay duda de que esta situación traza en el espacio concreto
22 MICHEL NEYRAUT

los rasgos de una actitud que concierne a la contratransferencia.


Ella facilita la regla del silencio y sostiene la contención de las
expresiones emocionales, y con ello no hace sino volver tangible
la implicación emocional del analista.
La implicación, como se sabe, no se detiene en las emociones,
sino en las razones de esas emociones o, si se prefiere, en el cuerpo
del delito. Tendremos ocasión de volver a lo largo de todo el libro
sobre los diferentes modos de implicación del analista, puesto que
también daremos cuenta de la imposibilidad de hablar de la
transferencia sin dar intervención a los elementos contratrans-
ferenciales.
No hay más que recordar la primera de las implicaciones que
hemos señalado, la de estar forzado a concebirse como el objeto
de las manifestaciones transferenciales, para captar la amplitud
de esta implicación. Esas manifestaciones transferenciales deben
entenderse tanto de manera directa, como expresión de las seduc­
ciones inmediatas, como de manera indirecta, por el subterfugio
de las configuraciones de complejos evocadas.
La seducción directa (dando a esta expresión su sentido más
amplio) es para Freud objeto de múltiples advertencias. Freud
hace alusión a las provocaciones inmediatas, a las demandas implí­
citas, a las solicitaciones precisas, siendo de ordinario ilustradas
esas exigencias por alguna mujer seductora que reclama un testi­
monio de afecto.
Aunque por otra parte Freud no se haya dado tregua para
remitir a sus orígenes infantiles esos requerimientos intempes­
tivos, tales advertencias se sitúan en la plena actualidad, en la
plena realidad, en la perfecta inmanencia de su necesidad de sa­
tisfacción. En consecuencia, la regla consiste en no ceder, lo que
también se entiende de la manera más real y tangible.
Estas prescripciones parecen en cierto modo ingenuas, en com­
paración con las sutiles implicaciones de Freud en el análisis de
Dora, donde se ve que la seducción puede ejercerse sin recurrir
a demandas explícitas, y donde las satisfacciones esperadas se
adquieren en grados de realidad que corresponden a la realidad
psíquica.
Sin embargo, sería equivocado descuidar estas prescripciones
"realistas”, que por realistas que sean no dejan de ser modelo de
LA TRANSFERENCIA 23

todas las seducciones, precisamente porque la seducción guarda


en el horizonte de su deseo cierta realidad bien tangible.
Como más adelante demostraremos, la escucha del discurso más
chato, del relato más insulso, recorre un inmenso campo de soli­
citaciones pulsionales.
Todos los niveles de seducción se superponen y trascienden
las resistencias. El relato, por ejemplo, por cuanto se constituye
como resistencia, es resistencia más por hacerse seductor que por
un resistir propiamente dicho. A la inversa, el relato puede ser
aburrido en sí, pero seductor por su contenido.
Toda alusión, todo esquema de asociación que apunta a una
zona erógena cualquiera es una seducción. La seducción es siem­
pre directa por el solo hecho de ser oída. Por ello es múltiple
y solicita el deseo del analista tanto por el enunciado de su propio
deseo como por la puesta en escena de un fantasma cualquiera.
La seducción instituye al analista como co-deseante, tanto si se
constituye como el objeto de su deseo, como si lo elige como
objeto, como si lo pone frente a un deseo tercero, como si sola­
mente invoca el objeto indeterminado del deseo.
No existe escucha neutra, no existe escucha “desinteresada”, no
existe sino una escucha libre, y libre por cuanto de antemano
sabe interesarse y desinteresarse en el mismo momento. Tampoco
existe escucha sin identificación y sin “desprendimiento de la
identificación”. Aquí debe entenderse la identificación tanto en
el nivel global de una comprensión “sobre la base de puntos co­
munes” que además pueden ser inconscientes, como en aquel para
el analista de ser “identificado” con determinado objeto deseable
u odioso.
La identificación, por otro lado banal, es aquí contratransfe­
rencia sólo si se inscribe en una situación propicia tanto para la
elucidación de los fenómenos inconscientes como para resistir su
comprensión. Sólo es contratransferencia en el sentido psicoana­
lítico si se inscribe en una situación técnica, la cual corresponde
a prescripciones explícitas que limitan o hasta condenan, o tole­
ran, y en todo caso reglamentan, la respuesta que puede caber a
toda demanda por el canal de tal o cual identificación.
Entiendo por reglamentación tanto aquella exterior que, por
intermedio de la formación didáctica, de la presión de las escue­
las, de las obediencias de todo orden, modifica el curso del pen­
24 M ICHEL NEYRAUT

samiento analítico, como aquellas interiores que no procederían


sino de un sujeto, por la razón de que si el analista se prohíbe o
simplemente no siente la necesidad de responder, esta limitación
rige la situación analítica, en la medida en que su fin no es otro
que el de la elucidación del inconsciente y que esta elucidación,
que es una elucidación del deseo, pasa por la necesidad de una
suspensión de la respuesta.
Decir que esta suspensión, sentida concretamente como la
espera de una interpretación (e interpretada por algunos como
una propiedad de la frustración), es necesaria para desbaratar la
esencia misma del enmascaramiento del inconsciente, dicho de
otra manera que ese enmascaramiento, ese desplazamiento o esa
condensación de los elementos figurables del inconsciente, no está
tan bien enmascarado como cuando se dirige a algún otro que lo
escucha y le responde, y que tiene necesidad de esa respuesta para
confirmar, perfeccionar y hasta constituir su enmascaramiento.
Se comprenderá por ello que el núcleo más inexpugnable de la
resistencia (se la considere desde el punto de vista de la trans­
ferencia o de la contratransferencia) estará compuesto por fan­
tasmas que implican la respuesta en la pregunta, dicho de otro
modo, la repetición en la cura de modelos de relación donde el
analista se halla implicado de tal modo que su respuesta no sea
ya esperada sino anticipada, es decir, implicada en la pregunta.

La im plicación del analista en el análisis del carácter

Con esta especie de resistencia puede relacionarse la del


carácter.
Se ha insistido mucho y con razón sobre el aspecto defensivo
del carácter, y demasiado poco sobre el estiaje libidinal que
garantiza.
El carácter asegura, frente a cualquier peligro, cualquier si­
tuación o prueba, una suerte de mínimo vital de satisfacción.
Pero esta satisfacción no puede concebirse sino implicando al
protagonista de la prueba o al agente del peligro, de manera
que responda por adelantado a esta satisfacción, esto sin perjuicio
de la satisfacción narcisista que indefectiblemente se consuma.
La resistencia del carácter no reside solamente en la fuerza
LA TRANSFERENCIA 25

defensiva que en ella se revela, sea esta fuerza defensiva frente


a las pulsiones internas o frente a un peligro percibido como exte­
rior, pero también y sobre todo, frente a las satisfacciones pulsio-
nales inconscientes que encuentran su camino en una relación ya
figurada, muchas veces repetida, siempre a punto.
Concebido de esta manera, puede verse que el carácter se acer­
ca extrañamente a la transferencia, la cual, caida también en las
redes de una situación perfectamente actual, traspone los ele­
mentos de una relación infantil sobre un conflicto contemporá­
neo. Su diferencia esencial radica en que la transferencia, aun
en su aspecto de pura repetición, mantiene la posibilidad de una
respuesta nueva.
La transferencia interroga a una figura de la infancia de ma­
nera a veces estereotipada, pero interroga realmente.
Más allá de sus asignaciones perentorias, la transferencia man­
tiene una suerte de indecisión de “roles”, apoyándose en esto so­
bre el contraste de las pulsiones opuestas. Es más bien el aná­
lisis de la transferencia, su elucidación, lo que permitirá entonces
señalar el sentido exacto de la interrogación o de la demanda.
Muy por el contrario, el carácter no acepta la indecisión o el
cuestionamiento de un destino pulsional, no corre el riesgo de
percibir la amenaza de una inversión o la transformación de un
fin pasivo en fin activo. No sostiene sus compromisos sino por sí
mismo y arroja los síntomas lo más lejos posible. Para hacerlo,
necesariamente implica al analista en un “rol” definido, inaliena­
ble e intemporal, y responde en su lugar a despecho de toda in­
terpretación, puesto que esa interpretación está ya “tomada” en
el contexto de una respuesta formulada de antemano.
El problema contratransferencial del carácter, perfectamente
legible en Reich o Ferenczi, siempre engendra el mismo tipo de
metáforas extraídas de la novela de caballería: escudo, armadura,
defensa, romper la coraza.
Lacan, si la memoria no me falla, habla en favor de otras razo­
nes que quizá también sean de blasón. Pero, con mayor claridad
en Ferenczi que en Reich, se percibe que el verdadero problema
es el de una correspondencia de los caracteres.
El carácter llama al carácter porque implica al analista de tal
manera que sólo los tipos arcaicos de relación parecen poder
jugarle una mala pasada.
26 MICHEL NEYRAUT

Además, el problema de las concordancias d e estructuras sobre­


pasa a l del carácter para concernir a todas las relaciones contra-
transferenciales:
Para convencerse, basta pensar en los criterios en virtud de los
cuales un analista deriva un paciente a otro analista.
Fuera de otros problemas contingentes puede verse que, aun
sin saberlo, es en función de semejanzas u oposiciones de estruc­
turas que tomará su decisión. El efecto de una concordancia
demasiado grande de esas estructuras se emparentará con el que
produce la vibración de frecuencias idénticas, como un sonido
puede quebrar el cristal.
Por no querer romper la “coraza caracterológica”, el análisis del
carácter puede ser llevado hasta cierto término, más allá del cual,
es a veces más prudente aprender a “utilizar” el carácter, tornán­
dolo consciente. Y reconociendo en esto su valor de guardián de
un estiaje mínimo de satisfacción libídinal.
Si tomamos el ejemplo caracterológico del conformismo, es sin
duda por efecto de una objetivación abusiva que designaremos así
a un modo de pensar. Pero el hecho es que el carácter llama
a la objetivación por la insistencia de su estilo y que no es carác­
ter más que por responder de antemano a lo que de él se espera;
que se manifiesta y se ha constituido precisamente para que se
espere eso de él y ninguna otra cosa. Pero si, decididos a no
abordarlo de frente ni analizarlo en cuanto tal, pues esto ter­
minaría objetivándolo de una u otra manera, lo analizamos por el
rodeo del erotismo anal, descubriremos tal vez que es para con­
formarse eternamente con el deseo materno de producir una
materia fecal perfecta que nuestro conformista se condena a ideas
acabadas pero conformes.
Pero esta interpretación será aceptada (esa u otra) por con­
formismo. El círculo caracterológico está, pues, cerrado; es im­
posible salir de él, porque para entender el conformismo hay que
estar conforme.
Es por eso que el carácter es un carácter y se traduce por una
resistencia invencible. Esa resistencia lleva al analista a ciertas
pruebas de fuerza, como se ve en Reich, donde todo el “tacto” y
la “digitación” del mundo no impedirán que se haya querido meter
allí la mano. Como se ve, la respuesta está aquí imbricada en la
pregunta. Si el paciente interroga al analista mostrándole per­
LA TRANSFERENCIA 27

manentemente que está conforme, es porque inconscientemente


estima que le bastará estar conforme para ser amado. La respuesta
que espera es que, en efecto, se lo ame tal como es, es decir,
conforme. Cualquier otro rodeo lo conducirá sólo a reiterar su
conformismo, puesto que al estar conforme obtiene la respuesta
que espera.
El ejemplo del carácter sólo tiene la finalidad de mostrar la
implicación de un pensamiento contratransferencial, o más exac­
tamente uno de sus “impasses”. Este ejemplo ilustra el segun­
do punto de vista que mencionábamos hace poco: que, tanto en
la situación analítica como en el desarrollo histórico del pen­
samiento analítico, la contratransferencia aparece como una im­
plicación del analista en todos los niveles: sean que, por el hecho
de sus propias exigencias o de los sometimientos éticos que se
impone, su pensamiento parece preceder a la eclosión de la trans­
ferencia y responder a ella por adelantado, sea que, finalmente
confrontado con las necesidades de la identificación, de la seduc­
ción o del rechazo, no pueda resolver los enigmas que casi siem­
pre él mismo se ha planteado como enigmas, sino dejando en
suspenso la respuesta.
Esta respuesta constituye la esencia misma de lo que se solicita
en la situación analítica. Como se ve en el ejemplo del carácter,
la resistencia puede interpretarse como una imbricación de la
respuesta y la demanda, provenga esta imbricación del paciente
o del analista.
La contratransferencia es confrontada con muchas otras cosas
además de la transferencia, pero con todas las solicitaciones que
implica la instauración de una situación analítica. Esta no se sos­
tiene más que por la puesta en suspenso de una interpretación
que constituye su esperanza o su amenaza.
Toda ruptura de silencio es una interpretación. La interpre­
tación está en el horizonte de todas las tensiones y de todas las
demandas que se instauran. Así se comprende que, a menos que
se niegue la implicación del analista en la situación analítica y
se tome su neutralidad por nada, ese pensamiento que no en­
cuentra su razón de ser más que suspendiendo su expresión ar­
ticulada, se ve sometido a implosiones, desenlaces inéditos, aso­
ciaciones perdidas, catástrofes mudas o sordos triunfos. En su
mayor parte el pensamiento contratransferencial no se expresa y,
28 MICHEL NEYRAUT

además, la interpretación no puede, ni de hecho ni de derecho,


constituir una descarga de dicho pensamiento.
Frente a esta confrontación muda, la transferencia se opone,
entre otros elementos de la situación analítica, a la contratrans­
ferencia. Pero por su carácter eminentemente heurístico, por la
indecisión de la respuesta que espera, por la insistencia con que
solicita una satisfacción inmediata en nombre de un deseo mucho
más antiguo, constituye una notable posibilidad de apertura del
conflicto intrapsíquico, al mismo tiempo que traza y crea los
límites de un campo de oposición específico transferencia-contra-
transferencia, contribuye o incluso funda ese campo y esa opo­
sición como dialéctica, es decir, dibuja en filigrana especies “de
animaciones” donde las figuras históricas que contribuyeron a
darle la posibilidad de un desplazamiento psíquico parecen po­
nerse en movimiento, donde las exigencias pulsionales, no por
ser mendigadas hic et nunc y dirigirse a la escucha más inmediata
dejan de formularse en términos arcaicos, y donde, por el atajo
de esta demanda inmediata, pueden localizarse las modalidades
permanentes, los canales obligados, las estructuras privilegiadas
mediante las cuales indefectiblemente esas demandas se repiten.
La transferencia no se opone a la contratransferencia más que
cualquier otra solicitación; simplemente, se impone de una manera
más directa y clara, porque es más ciega y, siendo más ciega,
utiliza precisamente los elementos hic et nunc de la situación ana­
lítica concreta que son lo más favorable a la resistencia, es decir,
aquellos que reintroducen con mayor eficacia los modos arcaicos
de relación más insistentes.
Esos modos arcaicos de la relación que son las estructuras de la
transferencia se organizan de manera tanto más dramática cuanto
que toman de la estructura edípica fundamental las fuerzas que
los animan, y la organización de la neurosis de transferencia, que
más adelante veremos puede ser muy precoz, no encuentra su
verdadera dimensión sino en la expresión edípica de los celos;
ella intenta entonces una nueva trampa donde la contratransfe­
rencia se enreda como para responder demasiado bien.

La contratransferencia como demanda


No hace falta decir que hasta ahora hemos asimilado la con­
LA TRANSFERENCIA 29

tratransferencia a una respuesta, pero que su verdadera naturaleza


es la d e constituirse como una dem anda y que es ese precisamente
el género de respuesta que de ella se espera.
Para constituirse como demanda, la contratransferencia enfren­
ta una regla fundamental, no formulada en parte alguna y que
sin embargo todo el mundo se esfuerza por observar. Si el analis­
ta testimonia una demanda la situación analítica da un vuelco,
y precisamente todo se organiza para que él llegue a formularla.
El purismo más austero se une aquí a la más pura ingenuidad, al
creer que a través de las interpretaciones no podría trasuntarse
de una demanda; con ese fin, conviene señalar que la demanda de
pago sólo puede disimularse como demanda si se formula como
exigencia.
Sin embargo, es sin lugar a dudas por una demanda implícita
que se sostiene la situación analítica, es sobre esta demanda que
se funda lo que Freud llama la sublimación de la transferencia.
Esta demanda es sostenida por el analista tanto como por su pa­
ciente y funda la alianza.

Contratransferencia y pensamiento reflexivo

Para ilustrar la interacción de la demanda y la respuesta con-


tratransferencial, nos referiremos a un tercer punto de vista. Ese
punto de vista, que completará a los dos primeros, concierne a
los momentos reflexivos que comentan la situación analítica. Los
momentos reflexivos también forman parte del pensamiento psi­
coanalítico y participan como éste de las limitaciones de la con­
tratransferencia.
Sea que se hable, como lo hace Freud, de teoría de la técnica,
o que se haga referencia a las especulaciones del pensamiento
analítico sobre la naturaleza de las religiones o del provenir de
alguna otra ilusión, o que se interprete cualquier malestar en la
cultura: estas especulaciones, por muy alejadas que parezcan
de las contingencias de la cura, no pueden elevarse desde otro
campo que el de la situación analítica propiamente dicha. Incluso
en las teorías llamadas especulativas, como la del instinto de
muerte, la situación analítica sigue siendo la referencia funda­
30 MICHEL n e y íu u t

mental, y la transferencia negativa es a la vez testigo y modelo


de una resistencia invencible atribuida a ese instinto.
Por eso podemos entender que una teoría del instinto de muerte
pueda calificarse como contratransferencial al mismo título que
otra que se opusiera a ella en nombre de los mismos argumentos.
Al no llevárselos a la situación analítica y particularmente al
campo transferencial que resguarda la resistencia, los textos freu-
dianos llamados especulativos, como el M alestar en la cultura,
no pueden dar, si se los estudia tal cual son, por su valor ideo­
lógico, sino la imagen grotesca de un cuadro engañoso. Si en
verdad se trata de enjuiciar el comunismo o la acumulación del
capital, esos textos ofrecen un pobre ejemplo de lo que puede
constituir el pensamiento analítico salvo, precisamente, que sean
expuestos y deformados por el ojo invisible del inconsciente que
los mira.

Lazos d e la contratransferencia con el pensamiento

¿Pero qué significa pensamiento psicoanalítico? ¿Por qué uni­


mos pensamiento psicoanalítico y coutratransferencia? Nuestra fi­
nalidad es demostrar la unidad de este pensamiento tanto en la
historia de la teoría analítica como en el compromiso de la cura,
como en los momentos reflexivos que comentan la situación
analítica.
¿Qué entendemos aquí por pensamiento?
El pensamiento puede ser considerado desde varios puntos de
vista en la obra de Freud:
—Desde un punto de vista general, cuando se trata de la evo­
lución del pensamiento en la historia de la humanidad. Este
término sustituye al peyorativo y anticuado de “mentalidad” (en
el sentido de mentalidad primitiva). Así, se hablará de un pen­
samiento animista, de un pensamiento religioso, de un pensamien­
to científico.
—Desde un punto de vista particular al mundo de los sueños,
y que recorta la oposición: latente-manifiesto, se hablará de los
pensamientos latentes como opuestos al texto manifiesto y a las
asociaciones mismas.
—Por último, desde el punto de vista de la naturaleza y de la
LA TRANSFERENCIA 31

función del pensamiento en el psiquismo en general. Este punto


de vista apunta a la oposición: proceso primario-proceso secun­
dario, y se desarrolla particularmente en Les deux principes
du developpm ent mental (1911), el artículo sobre “La nega­
ción” (1925) y en “El block maravilloso” (1925). A este tercer
grupo pueden vincularse las consideraciones sobre las identida­
des de percecpción y las identidades de pensamiento, ya presen­
tes en la Traumdeutung.

El pensamiento animista

En lo que concierne al pensamiento animista, al menos tal


como se lo considera en Tótem y tabú (1913), sorprende ob­
servar que la primera concepción del mundo edificada por el
hombre es una concepción psicológica. Freud otorga a esta con- q
cepción psicológica primativa no solamente el peso del narci­
sismo y de la omnipotencia de las ideas, sino la fuerza de una
proyección. Esta proyección deriva de la oposición entre la mis­
ma cosa latente, es decir, presente sólo en nuestras represen­
taciones.
Lo que se encuentra proyectado en el pensamiento animista es
el inconsciente mismo.
El mundo es a imagen de la psiquis. Que “signifique” el orden
o que “signifique” el caos, el mundo es movimiento porque el
pensamiento se mueve, y es fijo si el pensamiento duerme.
Por lo tanto, en su modalidad animista el pensamiento es con­
siderado como una serie de ordenaciones psíquicas, fundada en
principios, más bien que como un pensamiento en sí.
Freud no cree que la creación de los primeros sistemas cós­
micos haya sido determinada por la sola curiosidad especulativa
o la sola sed de saber (I: Tótem y tabú, pág. 192): él estima que
la necesidad práctica de someter al mundo jugó un papel mucho
más importante.
Pensar el mundo es dominar al mundo.
Esta tentativa de dominio está en el origen de las reglas de
conducta conocidas con el nombre de brujería y magia.
Si la brujería aparece como el arte de influir sobre los espíritus
tratándolos como se trata a los hombres en condiciones idénticas,
32 MICHEL NEYRAUT

es decir, aplacándolos o conciliándolos o volviéndolos favorables,


la magia, mucho más importante, descansa sobre un principio
claro y preciso: confundir una relación ideal con una relación real.
Freud da dos ejemplos: fabricar con materiales cualesquiera
la efigie de un enemigo para destruirlo, o aun decretar que tal
o cual objeto representará su imagen.
No puede dejar de sorprender la similitud de mecanismos entre
la transferencia y el pensamiento animista. Casi podríamos valer­
nos de un pensamiento transferencial cuyo principio fuera, en
efecto, el de sustituir con la imagen de alguien que no es forzosa­
mente un enemigo, la de otro que soporta en su lugar los deseos
inconscientes que se le dirigen.
Con ese propósito, se observará que Freud termina su artículo
sobre “La dinámica de la transferencia” (1911) con esa evocación,
“tranquilizadora” para los analistas, de que nadie puede ser muer­
to in abstentia aut in effigie.
El principio más importante de la operación mágica es el de
una similitud entre el protocolo de la acción cumplida y el fenó­
meno cuya producción se desea. Así, en la isla de Java, los habi­
tantes vuelven por la noche a los campos para estimular con su
buen ejemplo la fecundidad del suelo y asegurarse una buena co­
secha. El asunto se complica por el hecho de que las relaciones
sexuales incestuosas eran vilipendiadas y temidas en razón de su
influencia nefasta sobre la fecundidad del suelo, creencia cuyo
eco aparece en el Edipo Rey de Sófocles.
El fundamento del pensamiento mágico, como también el del
pensamiento religioso, descansa sobre la creencia en seres espi­
rituales que animan a los seres humanos, de manera que las per­
sonas humanas contienen almas que pueden abandonar su soporte
para unirse a otros hombres.
Agrega Freud que primitivamente se representaba a las almas
como muy semejantes a los individuos. Por otra parte, él estima
que fue la comprobación de la muerte lo que debió suministrar
el punto de partida de esta teoría, y considera asimismo el papel
de las imágenes que aparecen en los sueños y de las imágenes
reflejadas por los espejos.
Sin embargo pueden emplearse otros procedimientos para des­
truir a un enemigo, como el de procurarse recortes de sus cabe-
LA TRANSFERENCIA 33

líos, uñas o vestidos, para entregarse a actos de hostilidad so­


bre ellos.
Aquí la similitud es reemplazada haciendo que la parte sustitu­
ya al todo. Asimismo, mediante la ingestión de partes del cuerpo
de una persona uno se apropia igualmente de las facultades con
que está dotada.
Pero en ese momento surge el problema de la duda, de la duda
sobre la eficacia de las prácticas empleadas para obtener la ac­
ción mágica. ¿Cuál es, por ejemplo, la fuerza mágica de la ple­
garia? Como se ve, esta duda es narcisista. Con este fin Freud cita
a Hamlet (Tótem y tabú, pág, 100).
El rey dice:
“Mis palabras vuelan por lo alto, pero mis pensamientos quedan
abajo. Las palabras que no animan pensamientos jamás alcan­
zan el cielo.”
El pensamiento debo ser omnipotente para alcanzar directa­
mente su meta. Se supone, pues, que las relaciones existentes en­
tre las representaciones deben existir entre las cosas.
De manera que el principio que rige la magia, la técnica del
modo de pensamiento animista, es la omnipotencia de las ideas.
Ese modo de pensamiento no sólo puede observarse en la neuro­
sis obsesiva sino en todas las otras neurosis.
“Los neuróticos viven en un mundo particular donde sólo tie­
nen cam as los valores neuróticos. Es decir que los neuróticos
no atribuyen eficacia sino a lo que es intensamente pensado, afec­
tivamente representado, sin preocuparse por saber si lo pensado
y representado está o no d e acuerdo con la realidad exterior
En la fase animista del pensamiento el hombre atribuye a sí
mismo la omnipotencia; en la fase religiosa se la a cedido a los
dioses con el fin de influir sobre ellos para que actúen conforme
con sus deseos; en la concepción científica, estima Freud, no
hay ya lugar para la omnipotencia del hombre, quien ha reco­
nocido su pequeñéz y se ha resignado a la muerte.
“En el hom bre primitivo el pensamiento está todavía fuerte­
mente sexualizado, en razón de la carga narcisista y autoerótica
del pensamiento mismo. La represión sexual que sobreviene des­
pués tiene el efecto de resexualizar los procesos intelectuales"2
No hay duda, para Freud, de que la historia del desarrollo del
2 Tótem et tabou, pág. 105.
34 MICHEL NEYRAUT

pensamiento evoluciona paralelamente al principio de realidad.


En un primer estadio el pensamiento es narcisista en su fase ani­
mista, después objetal en su fase religiosa (por la fijación de la
libido en los padres) y, finalmente, en el pensamiento científico,
se lo caracteriza por la renuncia: renuncia al placer y subor­
dinación de la elección del objeto exterior a las conveniencias y
exigencias de la realidad.
Por lo tanto, el pensamiento no es aquí definido como tal, sino
más bien según sus modalidades evolutivas puesto que se trata
de fases. Esta concepción supone la idea de un desarrollo his­
tórico del pensamiento cuyos fines se hallarían modificados por
la evolución, pero cuyo interés reside evidentemente en su rema­
nencia. Por lo demás, esta remanencia del animismo no hace más
que testimoniar la carga psíquica del pensamiento por el pensa­
miento, o más exactamente por los valores sexuales que primiti­
vamente lo animan o secundariamente se reflejan en él. En con­
secuencia, el pensamiento no es concebible, desde un punto de vis­
ta psicoanalítico, sino cargándose y concibiéndose él mismo como
pensamiento (ateniéndonos al simple enunciado de sus fases).
“En su principio el pensamiento era inconsciente (en Los dos
principios de funcionamiento psíquico), sólo m ediante su unión
con los restos verbales adquirió más tarde cualidades percepti­
bles para la conciencia.”

Lazos d el pensamiento primitivo con la transferencia


y la contratransferencia

Por una parte, encontramos que los mecanismos de la trans­


ferencia —si es preciso vincularlos con cierta fase del pensamiento
(y cómo no reconocer en los principios que rigen el pensamien­
to animista a los mismos que rigen la transferencia)—, testimonian
desplazamientos de una persona sobre otra, especulan sobre las
cualidades comestibles de un protagonista poseído por otro, se
dedican a la trasposición de sus pensamientos interiores y su
transporte en otra persona, crean alianzas por contigüidad, se
apoyan sobre similitudes, utilizan detalles simbólicos, se consa­
gran a los objetos que rodean al analista, a sus artículos o a su
LA TRANSFERENCIA 35

timbre, en actos propiciatorios que no desaprobarían los habi­


tantes de la isla de Java.
Cómo no reconocer que la contratransferencia, a la que tam­
bién se relaciona con cierta fase del pensamiento animista, puede
considerarse como una muestra de él, si se piensa que el pensa­
miento kleiniano considera como relación entre cosas lo que ella
enuncia como relación entre ideas.
Si la introyección, por ejemplo, es muestra del más puro de
los pensamientos animistas, el pensamiento sobre la introyección
no establece las mismas relaciones sustituyendo por relaciones rea­
les el resultado de una acción imaginaria. Ese pensamiento deno­
mina introyección a lo que imagina que sería un espíritu a través
de un cuerpo. Se argüirá que para ser científico el pensamiento
analítico debe seguir a su objeto hasta identificar sus procesos
con aquellos que él tiene por misión elucidar.
Se trata, en efecto, de aquello que no sólo en el pensamiento
teórico sino en la escucha más comprometida, la coloca en las
fronteras de la ciencia y el pensamiento primitivo. El mismo con­
cepto de realidad psíquica puede interpretarse al mismo tiempo
como axioma de un pensamiento científico que designa sus obje­
tivos, o como la remanencia de un animismo que reifica sus
creencias, cuando lo importante es captar ( saisir ) que uno de
esos modos de pensamiento aparece como reflexivo con relación
al segundo. El término “captar” ( saisir) que acabo de emplear
es un ejemplo de ello.
Es posible, por lo tanto, situar al pensamiento analítico refi­
riéndolo a las fases del desarrollo del pensamiento general, se
lo declare animista, religioso o científico; podrá decidirse su per­
tenencia pero no su especificidad.

El pensamiento como resistencia

Esta especificidad de un pensamiento analítico no puede con­


cebirse válidamente sino en el momento de su compromiso en la
situación analítica. Sólo puede concebírselo entonces en su efecto
de resistencia. El pensamiento es una resistencia desde que se
constituye como pensamiento. Freud lo sintió perfectamente, y
estipuló que ningún pensamiento reflexivo debe formarse durante
36 M ICHEL NEYfiAUT

el transcurso de las curas, sino que es preciso “saltar de una ac­


titud psíquica a otra”.
No hace falta decir que el pensamieto psicoanalítico no se
limita a los comportamientos teóricos que podrían invadir la
escucha analítica e imponerle ciertos modelos de su cosecha.
La naturaleza del pensamiento no se limita a los aspectos espe­
culativos o reflexivos de su campo de ejercicio. Los dos principios
el funcionamiento psíquico s son a ese respecto muy claros. El
pensamiento es ante todo inconsciente, no escapa más que otras
entidades psíquicas al principio de placer-displacer.
El aparato psíquico debe desembarazarse de sus excesos de
excitación. Si este exceso puede descargarse por un tiempo me­
diante la expresión mímica de los afectos, no tarda en hacerlo
de una manera más apropiada y se transforma en acción, en
acción sobre el mundo. Modifica la realidad para no tener que
modificar sus tensiones interiores. Este comportamiento es lo
opuesto de la prescripción moral de Descartes, para quien es más
conveniente modificar su pensamiento que modificar el mundo.

El pensamiento como acto

El proceso de pensamiento nace de la necesidad de suspender


la acción. Al principio este proceso sólo está formado por una
función de representación, pero dada la necesidad para el psi-
quismo de suspender su acción sobre el mundo, porque el mundo
resiste y porque la realidad lo impone, entonces el proceso de
pensamiento asume una segunda función, que es la de reempla­
zar a la acción.
El pensamiento es un acto en situación de impotencia.
El permite, mientras la descarga es diferida, soportar la cre­
ciente tensión de la excitación.
“Básicamente se trata de una actividad de tanteo con despla­
zamiento de muy pequeñas cantidades de carga psíquica y gasto
(o descarga) mínima d e estas últimas. Para eso se requería el
pasaje de cargas libremente desplazables a cargas ligadas, situa-

3 Nos remitimos a la traducción de Claude Conté, Formtdations sur les


deux principes de l’actixñté pstjchique, Documents, recherches et travaux,
t. 4, Ecole freudienne d e Parts. (Nota del Autor.)
L a t r a n sf e r e n c ia 37

dón que se alcanzó por medio de una elevación d el nivel del


con ju nto del proceso de carga. E l pensamiento era en su origen
probablem ente inconsciente, durante el largo tiem po en qtie se
elevó sobre la función de simple representación y se consagró a
las relaciones entre las impresiones objetales. Sólo m ediante su
unión con los restos verbales adquirió más tarde cualidades per­
ceptibles para la conciencia ”4
Es aquí visible el indisoluble lazo que liga al acto con el pen­
samiento, el pensamiento vale por el acto, la palabra no le basta
en absoluto.
Desde ese momento el pensamiento se escinde en dos porciones,
siempre bajo la influencia del principio de placer. Una parte
renuncia a apoyarse sobre objetos reales, que permanecen te­
nazmente afectados a sus fuentes de placer; ella concierne a la
actividad fantasmática que puede observarse en los juegos in­
fantiles, y más tarde en las ensoñaciones diurnas. Esta actividad
fantasmática conserva un lazo estrecho con la pulsión sexual. Pero:
"La represión subsiste omnipotente en el dom inio d e la acti­
vidad fantasmática: permite la inhibición de las representaciones
in statu nascendi, antes d e que ellas hayan podido arribar a la
conciencia, si la carga de esas representaciones pu ede ocasionar
una liberación de displacer, y puede ser utilizada para conducir
bajo Ja dominación d el principio de placer procesos d e pensa­
miento que ha llegado a ser conforme a la razón.” 6

El pensamiento y el fantasma

La actividad fantasmática forma, pues, parte del pensamiento,


entendido ahora como un proceso global de equivalencia del
acto. Ese pensamiento no deviene consciente de sí mismo sino
por el contacto de las representaciones de cosas con los “restos
verbales”. No hay duda de que una gran parte de la teoría de la
técnica en Freud separa esos dos momentos del pensamiento:
actividad fantasmática y juicios conformes a la razón, al hacer
que los primeros sean soportados por los neuróticos y los segun­
dos por el analista. Tampoco hay duda de que semejante esque­

4 lbtd., trad. Claude Conté, pág. 7.


5 lbtd., pág. 7.
38 M ICH EL NEYRAUT

mática oposición es fácilmente observable, sobre todo en los


intervalos mudos que separan dos intervenciones. Pero, como dice
Freud:
“Tenemos el deber de servirnos del valor monetario reinante en
los países que exploramos.”
En consecuencia, no cabe sostener el esquematismo de la opo­
sición proceso secundario-proceso primario, que de un lado sería
sostenido por el paciente y del otro por el analista.
Si la actividad fantasmática forma parte del pensamiento pero
finalmente se distingue de él por su destino, también el sistema
asociativo se distingue del pensamiento propiamente dicho. Esta
distinción se afirma particularmente en Révision de la Science
des réves (Revisión de la ciencia de los sueños):6

El movimiento del pensamiento analítico

Vemos en esta obra que el sueño manifiesto se opone a los


pensamientos latentes d el sueño. Se trata de los pensamientos
que buscamos detrás del texto manifiesto. Freud distingue, pues,
dos actividades del pensamiento analítico. La primera consiste
en transformar el sueño manifiesto en sueño latente; se trata de
la interpretación del sueño, que es una actividad técnica. La
segunda intenta explicar la elaboración del sueño; se trata de una
teoría, y Freud agrega:
“Tanto la técnica d e la elaboración del sueño como la teoría
de su elaboración deben ser creadas del principio al fin.”
Lo que conviene explicar en la teoría es la elaboración inversa,
es decir, cómo llegó el sueño de su sentido latente a su sentido
manifiesto.
Esta reflexión sobre la elaboración inversa forma parte, propia­
mente, de un pensamiento psicoanalítico, que reflexiona sobre los
pensamientos, concebidos ahora éstos como el fin de la investiga­
ción y al mismo tiempo como la fuente de la elaboración. A la
elaboración del soñante corresponde una reflexión sobre la ela­
boración inversa.
El problema de la teoría psicoanalítica es pues concebir al pa-

6 1916; cfr. trad. Nouvelles conférences sur la psychanalyse. Anne Ber-


man, 1936.
LA TRANSFERENCIA 39

cíente en cierto modo cabeza abajo, y recorrer el camino inverso


de su marcha inconsciente con ayuda de modelos teóricos, pero
deja en suspenso el de considerarlo en el mismo sentido que él,
a saber, identificarse con el soñante para recorrer en el mismo sen­
tido que éste el camino de su elaboración. Surge de ello una
suerte de objetivación del texto que entonces se convierte en un
“material”.
Técnica o teórica, la marcha analítica corresponde a un pen­
samiento que necesariamente objetiva sus contenidos y que de
todas maneras. . . "debe ser creado del principio al fin”. Pero
podríamos anticipar que, aun considerado esta vez en el campo
dialéctico transferencia-contratransferencia, ese pensamiento opo­
ne una resistencia que no por pretenderse menos objetivante
es menos una resistencia, puesto que encuentra un contenido ma­
nifiesto.
La resistencia puede entenderse, al menos, en el sentido de
resistencia de un medio, como se habla de la resistencia del aire
o del agua y, por consiguiente, de una refracción o de un índice
de refracción; el pensamiento analítico, por su forma sui generis,
crea ese índice. La expresión manifiesta del neurótico no estalla
en el vacío, no aúlla en el desierto, aunque sólo pretenda hallar
un eco. Además no toma esta forma manifiesta sino porque se sabe
o se supone entendida según tal o cual refracción.

La perturbación del pensamiento analítico

Porque no es solamente una recurrencia, porque comprende la


actividad fantasmática, porque tiene también necesidad de pala­
bras que a veces son palabras técnicas, el pensamiento psicoana­
lítico sigue cierto curso.
Al considerarlo bajo este ángulo es visible el efecto de perturba­
ción que en él puede producirse. De alguna manera al analista
se le paga para que suspenda el curso de sus pensamientos y se
someta a asociaciones que no emanan de él.
Toda una parte de la resistencia se ordena alrededor del sentido
de esa perturbación. El discurso confuso que, por la indecisión de
las representaciones que sugiere intenta hacer estallar el desor­
den en el espíritu que lo escucha, intenta también con ello destruir
40 MICHEL NEYRAUT

la respuesta sin embargo esperada antes de que surja. Este pro­


ceso es válido fuera de todo análisis y marca la agresividad del
pensamiento confuso.
A la inversa, es sabido hasta qué punto la exposición minuciosa
o probatoria rompe el proceso asociativo del analista y oblitera
la actividad fantasmática forzando la atención. El pensamiento
operatorio, el mismo que Marty, Fain, de M’Uzan y Ch. David
describieron, modifica de la misma manera la escucha analítica
e intenta captar esta escucha para, precisamente, hacer de ella
una escucha también operatoria.
El camino del pensamiento analítico sigue vías paralelas con­
vergentes o divergentes con relación al discurso del que se ocupa.
El efecto de disturbio, de perturbación más fácilmente asignable
a una resistencia, se acompaña de un efecto de concordancia o de
paralelismo asociativo.
Cómo pretender que si al término de un largo silencio la cade­
na asociativa seguida por uno y otro culmina en el mismo eslabón,
la situación contratransferencial no se encuentre modificada en
un sentido necesariamente satisfactorio.
Si la situación analítica no se reduce más que al efecto del
lenguaje, sea discurso o escucha del discurso, ese discurso y esta
escucha bastan para encubrir las resistencias que en ella se en­
tretejen. Por cuanto evidentemente los mecanismos del lenguaje
son no sólo correlativos sino idénticos a los del pensamiento in­
consciente. Por medio de la distinción entre el pensamiento y el
lenguaje propiamente dicho, aunque estén indisolublemente liga­
dos, introducimos el efecto de una resistencia contratransferencial
que, para constituirse como pensamiento, se obstina en su propia
existencia y denuncia las cargas psíquicas inevitables que hacen
consciente a ese pensamiento.

Los regímenes de escucha

Con los dos ejemplos que ofreceremos, de una escucha y de un


pensamiento contratransferenciales, señalaremos dos modos fun­
damentales de esa escucha: escucha concordante, escucha discor­
dante. Tales concordancia o discordancia no señalan objetivamen­
te contenidos que, por lo demás, llamamos neuróticos y psicóticos,
LA TRANSFERENCIA 41

sino que se refieren a los efectos de acuerdo o desacuerdo de


los flujos asociativos del paciente y del analista. Tales efectos dan
testimonio de una sensibilidad particular de cada analista a de­
terminado tipo de acuerdo. Si por una parte la contratransferen­
cia se refiere al pensamiento y a la teoría analítica en general,
ese pensamiento y esta teoría reciben especificaciones personales
que delimitan un campo de escucha particular.

El pensamiento contratransferencial y la regresión

Aun cuando especificamos al pensamiento psicoanalítico como


resistencia, ésta no escapa a la contradicción fundamental de ser
al mismo tiempo un motor y un freno. Así ocurre con la transfe­
rencia, a la vez obstáculo y sostén del proceso analítico, y con la
contratransferencia, que a la vez oscurece la escucha y permite
su inteligencia. Es muy difícil hundir un clavo en un material
que no ofrece ninguna resistencia. Esta función del pensamien­
to deriva, como se sabe, del principio de realidad.
En el séptimo capítulo de la Traumdeutung, Freud opone re­
sueltamente los procesos de pensamiento a los sistemas de satis­
facción, mostrando la diferencia entre la identidad de percepción
y la identidad de pensamiento.7
Si los procesos primarios tienden hacia la identidad de percep­
ción, los procesos secundarios tienden hacia la identidad de pen­
samiento. Una vez obtenida la experiencia de satisfacción, la
imagen mnésica queda asociada a la huella memórica de la exci­
tación de la necesidad.
Si la necesidad vuelve a presentarse, e indefectiblemente lo
hará, un impulso psíquico cargará nuevamente la imagen mnési­
ca y provocará una nueva percepción. Esta nueva percepción
reconstituye la situación de la primera satisfacción. Es el con­
junto d e este movimiento lo que Freud üama deseo. Esta activi­
dad psíquica tiende pues hacia una identidad de percepción.
Pero si la satisfacción no se produce, la necesidad continúa;
la alucinación palia esta situación y retiene el objeto deseado,
pero la otra vía, que consiste en modificar el mundo para obtener
la satisfacción del deseo detiene la regresión, de manera que ésta

7 Traumdeutung, trad. fr., P.U.F., 1967, págs. 450-482.


42 MICHEL NEYRAUT

no alcanza la imagen-recuerdo, sino que busca por otras vías


ahora exteriores la obtención de la identidad anhelada. L a identi­
dad d e pensamiento sustituye pues a la identidad de percepción;
se trata de un segando sistema que controla la motilidad volun­
taria.
Pero esta actividad de pensamiento, que va de la imagen mné-
sica hasta el restablecimiento de la identidad de percepción por
los objetos del mundo exterior, no es más que un rodeo en el
cumplimiento del deseo.
“E l pensamiento no es más que un sustituto del deseo alucina-
to r io 8
E l sueño realiza sus deseos por el camino más corto, que es
el camino regresivo.
Ese papel del pensamiento que establece, contrariamente al
movimiento regresivo, relaciones que primitivamente no exis­
tían entre la experiencia de las primeras satisfacciones y tal o cual
elemento exterior es asumido de manera privilegiada por el pen­
samiento psicoanalítico, sea técnico o teórico, obteniendo lo que
Lagache llamó un valor de deslinde.9 Ese pensamiento que, por
esencia, se opone al movimiento regresivo del deseo, al mismo
tiem po lo revela.
Daremos dos ejemplos de contratransferencia que ilustran ese
efecto de resistencia del pensamiento, y según dos modos que
llamamos concordante y discordante, definiendo también dos re­
gímenes de escucha.

Primer ejemplo

E l primero concierne a una neurosis obsesiva tan conforme


con lo que se puede esperar de ella que haría palidecer a un
manual escolar y que, bien considerada, aquí mismo encuentra
su desenlace.
Se trata de un hombre, un día miércoles:
“No debí venir . . . y no tenía la intención de v erlo . . . pero
pensé que si no venta tam poco hoy por un inconveniente. . . hu-

s Ibíd., p. 482.
9 D. Lagache, La psychanályse, París, P.U.F., págs. 6-51.
LA TRANSFERENCIA 43

hieran sido dos sesiones seguidas sin verlo . . . En realidad vine


hoy porque el entierro se hará recién el jueves.”
Acá el pensamiento contratransferencial, forzado a no entender
o si se prefiere a releer dos veces, no tiene otros recursos que
seguir paso a paso la contradicción y empantanarse a su vez o, por
un efecto de "bufido”, recaptarse para discernir los momentos
contradictorios de una ambivalencia entre el deseo de venir y el
de no venir. El ejemplo es elemental, pero muestra ya un punto
fundamental sobre el que se apoya la resistencia . . . : la seducción
por hechizo. Debe entenderse aquí a la resistencia como ejercién­
dose específicamente en el campo dialéctico, campo en el cual se
elabora una respuesta que aquí será de hechizo o de empanta-
namiento identificatorio. Pueden aislarse otros sistemas de resis­
tencia, que se podrían clasificar, como resistencia a la pulsión,
por ejemplo: denegación del deseo de ver, o cualquier otro que
el contexto pueda demostrar, y corresponderá a una resistencia
intrínseca o interior; en este sentido, los conceptos de defensa
y resistencia podrán confundirse.
Pero la entrada en el campo dialéctico del análisis revela una
resistencia específica por cuanto solicita una respuesta que lla­
mamos contratransferencial.
El ejemplo se eligió por su banalidad, su escaso relieve, y final­
mente por su tediosidad, que es el revés de la seducción, es decir
que esta secuencia, por su pobreza de solicitaciones eróticas di­
rectas, parece dejar el campo libre a todo pensamiento sereno,
y aun a alguna respuesta objetiva.
Sin embargo, su consecuencia fue la siguiente: nuestro paciente
no paraba de enumerar las razones que habría tenido para no
venir habiendo venido, probablemente buscando definir su sen­
timiento de culpa con relación a ambas eventualidades. Prosi­
guiendo con el mismo tono taciturno y desengañado, comenzó
a describirme una reunión en lo de un amigo muiy aburrido, que
nunca acababa de contar y repetir historias insípidas, de manera
que mi paciente, al no poder colocar una palabra, no lograba
despedirse. Escuchando tan bello discurso y creyendo estar bas­
tante liberado de él, no percibí que la hora de la sesión había
sonado, y por un acto fallido bien digno del tema que se trataba
prolongué la sesión durante un cuarto de hora.
Ese acto fallido es una respuesta. Una mala respuesta, total­
44 MICHEL NEYRAUT

mente condenable. Aunque fallido, un acto es un acto y, si se


quiere, actuación; acto en espejo. Un efecto contratransferencial
semejante cae bajo el golpe de todos los juicios que se quiera
y también de todas las interpretaciones. Obsérvese que, puesto
que la duración de las sesiones no es sino decisión de la autoridad,
podía haberse decidido de una vez para siempre que ésta podía
tanto acortarlas como alargarlas. Esta técnica pone al abrigo de
tales desventuras, pero es de competencia de la contratransferen­
cia en tanto y en cuanto ésta es un acto logrado de antemano.
El acto es aquí fallido porque es una respuesta inconsciente.
La razón probable, groseramente analizada, es que no quise con­
fesar que esa secuencia me aburría, y darle a mi paciente la
impresión de que él, como su amigo, era insípido.
Señalemos esto: que se trata de una neurosis. Que ese texto
chato, trivial, sin relieve, es en realidad una infinita riqueza
en comparación con un pensamiento como el que se pudo describir
en los anti-analizantes.10
En él no se trata más que de deseo, de venir, de no venir, de
ver, de aburrir, con relación al placer, al tiempo, de la ruptura,
de la frecuencia. Despliegue de una contradicción viviente, pues­
to que el paciente está allí, hablando del hecho de que podría
no estarlo.
¿Me aburre, me seduce, me interesa? Es preciso creerlo, puesto
que me hace olvidar de la hora, ¿y qué es, pues, ir a ver a un
amigo?; ¿y por qué ese tono triste? ¿La sesión tranformada en
visita protocolar? ¿Y ese semblante de Pierrot lunar?, y esa pali­
dez . . . Todo aquí es sufrimiento, testimonio y demostración de
la depresión. Toda depresión señala un paraíso. Ni una palabra
que no esté subtendida por la representación de algún “otro lugar”
brillante de placer. En ningún momento este pensamiento deja
de interrogar al deseo del analista. Si aparentemente el texto es
aburrido, en realidad la represión no lo es jamás porque deja adi­
vinar lo que disfraza. Además, el texto posee un contexto que es
transferencial, y que conozco bien: ese semblante, ese tono, ese
tedio, esa reserva, esa tristeza, y para terminar ese entierro que
es probablemente el mío, no son más que la caricatura invertida
de una madre de 1925, vaporosa, entrada en carnes, recargada de

10 Cfr. al respecto el admirable artículo de J. McDougall en la Rev.


frang. de Psych., t. 36, n? 2, pág. 167.
LA TRANSFERENCIA 45

volutas, de pieles, de sombreros campanas, de gatos siameses,


arremangándose para montar en bicicleta. ¿Qué va a hacer ella
de ese torpe abotonado, de ese Valentín descoyuntado a fuerza de
ceremonias?
—Mamá, ¿no te aburro, verdad?
En resumen, nada me impide aquí imaginar con placer. Para
lo cual vienen en mi auxilio muchas representaciones evocadas de
tal manera que no siento ninguna dificultad para identificarme
con los mismos deseos, para colocarme ante los mismos objetos.
Comemos en el mismo pesebre, hemos mirado a los gansos juntos.
Para llegar a esto mi paciente no ha descuidado nada; no sólo
ha desplazado representaciones, fantasmas, ideas propias de rela­
ciones infantiles sobre la actualidad de la situación analítica, por
momentos viendo mi mutismo como esos velos en el sombre­
ro 1900, por otros, apoyándose sobre mi reserva para ver en ella
una austera complicidad, huyendo ante el fantasma homosexual
que ésta habría podido arrastrar; sino que, además, se apoyó so­
bre los elementos reales de la situación analítica, sobre una de
mis características concretas. Calculando mi edad, especuló
sobre lo que en mí puede evocar a una madre de 1925, y dio en
el clavo, y no dio en el clavo por azar.
La respuesta que aquí doy es una respuesta a la transferencia,
algo así como: "Pero no mi niño, tú no me aburres.”
Esta respuesta de ninguna manera llegó a mi conciencia. Me
encontré implicado, por la transferencia, en una red donde mi
propio deseo se atascó. La trampa que me había tendido era
la de una respuesta solicitada por una manifestación de tedio; yo
no pude romper en el momento querido.
Este ejemplo fue elegido para ilustrar una ruptura en los pro­
cesos del pensamiento. Esta ruptura es un acto. Este acto sigue
siendo una respuesta, pero ya no es un pensamiento.
Aquí puede comprenderse cómo habría sido la continuación
de un pensamiento analítico: lo que se denomina desprendi­
miento identificatorio, y hasta retroceso, distancia, entendiéndose
que tal retroceso y tal distancia son objeto de prescripciones
técnicas a priori, pero que la característica del pensamiento con­
tratransferencial es despertarse siempre demasiado tarde.
Pero es mucho decir que habría bastado un “desprendimiento
identificatorio”. No hay no marís land en la región de los sujetos;
46 MICHEL NEYRAUT

se abandona uno para caer en el otro, que no son aquí sujetos


más que por ir de un deseo a otro deseo, como el reflector de la
feria deja un picadero para iluminar otro. Por dejar a la madre
yo habría encontrado al amigo. Por dejar al amigo yo habría
encontrado a mi paciente. Todo el mundo se aburre en este asun­
to. El abanico de elecciones identificatorias no me dejaba ningu­
na posibilidad de encontrar otra cosa que aburrimiento: el abu­
rrimiento aburrido de mi paciente aburrido, desplazando mediante
la transferencia el aburrimiento de una madre afligida por su hijo.
Encerrado en las comillas de esos pequeños personajes, me per­
dí de vista. Yo analista, el único que verdaderamente se aburrió
en el asunto y no me di cuenta, o rehusé darme cuenta, refu­
giándome en la zona anestésica en la que no sufriría, único punto
doloroso que quería evitar, el de reconocer que uno puede abu­
rrir a su madre.
Aquí el pensamiento se ha partido, al no ser sostenido por la
recaptación de un Sujeto. Como el niño que está aprendiendo
a hablar y escucha con tal intensidad las palabras que salen de
los interlocutores presentes que olvida su propia presencia.
Este pensamiento, observable en el ejemplo por una de sus
fallas, será llamado contratransferencial tanto en su desarrollo
como en su ruptura. El pensamiento contratransferencial designa
tanto las ideas, los fantasmas, las representaciones del analista,
sean inducidos o previos a una secuencia, como las rupturas, las
fallas, los síncopes de ese pensamiento, aquí definitivamente sen­
tenciado a resolverse en acto.
Fácilmente puede advertirse que ha fracasado en su tarea de ser
sostenido por un Sujeto, o, como se dice con otro lenguaje, de
representar al Otro (Atttre) con A mayúscula por haber elegido
en este asunto al niño que divierte a la madre.
El niño que divierte a la madre es aquel que despide a su pa­
ciente un cuarto de hora más tarde, negándose a infligirle el
demasiado duro castigo de considerarlo aburrido, siguiendo en
esto y sin darse cuenta de ello el mismo entierro paterno y reno­
vando así el eterno esquema del complejo de Edipo.
El pensamiento contratransferencial es aquí perfectamente tri­
butario del complejo, es pensamiento porque se hunde y se des­
prende de él, y es contratransferencial porque está detenido. Se
detuvo para resolverse en acto, se resolvió en acto por haber
LA TRANSFERENCIA 47

respondido a la transferencia, o más exactamente, por haber corres­


pondido a la transferencia. Por otra parte, esta correspondencia
precedió al acto contratransferencial, pues el niño que divierte
a su madre ya estaba allí antes de la secuencia del aburrimiento.
Como se ve, por cierto lado, transferencia y contratransferencia
beben en las mismas fuentes. De esto, creo, se ha extraído argu­
mento para decir que allí no había más que un solo fenómeno,
el cual según se lo sitúe en el sillón o en el diván, cambiará sim­
plemente de nombre; es no entender que “el lugar de donde se
habla” no es más que un lugar geográfico, pero que sostiene el
desequilibrio de la situación analítica. Este desequilibrio es fun­
damental, y consiste en que uno hable y el otro escuche.
Pero esta diferencia no basta, pues además se invierte en el
momento de la interpretación, puesto que ahora el que escucha es
quien habla. El desequilibrio no es sin embargo totalmente inver­
so. Aunque hable, el analista no deja de ser el analista y el pa­
ciente, paciente.
Nos daremos cuenta de ello por un “incidente técnico” frecuen­
te, en el curso del cual el paciente corta la palabra del analista
para continuar sus asociaciones o sobrepujar, u objetar. Ese mo­
mento siempre crítico muestra que el pensamiento contratransfe­
rencial “quiere hacerse oír”, que sigue un curso puesto que es
posible interrumpirlo.
En ese caso es regla interrumpirse y dejar hablar al paciente;
mejor aún sería la regla de no llegar a eso, es decir, al paso de
una puerta donde cada uno se excusa por pasar primero. Este
“incidente técnico” traduce el flagrante delito del analista de
“colocar” mal su interpretación.
Se observará además que para articular esa interpretación, le
será preciso a él mismo interrumpir algo, sea una palabra, sea el
curso del pensamiento. Ese efecto de ruptura constituye el obje­
to de muchos estudios donde no se ha dejado de invocar la “cas­
tración”. Pero esa ruptura no se reduce a limitar el lenguaje
articulado o el flujo asociativo, sino el pensamiento en su con­
junto, en cuanto que puede perder el hilo. Por otra parte, la sola
consideración del efecto polémico de esta ruptura impide ver que
el pensamiento busca “inscribirse”, no hace más que contradecir
o confirmar, pero quiere que “eso se diga”; más aún: “que eso
se inscriba”, que de una u otra manera “se levante acta de él”.
48 M ICH EL NEYRAUT

Si el pensamiento quiere “que se levante acta de él” esto pue­


de entenderse de buena o mala manera, según se trate de inscribir
una resistencia como definitiva o una elucidación como adquiri­
da. Pero el problema, precisamente, supera esta consideración,
porque si el pensamiento es el equivalente de un acto, es también
de esta manera que es preciso entenderlo, es decir, como acto
psíquico; si no se entiende al pensamiento como un acto, si no se
levanta acta de él, se provoca la actuación.

Segundo ejem plo

Nuestro segundo ejemplo de pensamiento contratransferencial


corresponde a una escucha que llamamos discordante.
Discordante en cuanto camina por su lado aunque sea directa­
mente inducida por el texto que se le somete.
Ese pensamiento despierta, como se verá, algunos modelos teó­
ricos tomados de aquí y de allá. Se distancia notablemente del
hechizo propio del caso precedente, procura deshacerse de algo.
Conviene agregar que el primer ejemplo se tomó de lo que
se ha convenido llamar una transferencia positiva, noción sobre
la cual volveremos y que sería más conveniente llamar transfe­
rencia con predominio de expresión positiva, para dejar a la am­
bivalencia el lugar que le corresponde.
A dicha transferencia positiva respondía una contratransferen­
cia positiva, expresión propia para hacer gemir a nuestros mora­
listas. Con ese término no entendemos designar ninguna mani­
festación revelable de un soporte pulsional proveniente del analis­
ta, sino simplemente que nuestra neutralidad se obtenía al precio
de un trayecto entre esos sentimientos positivos y la llamada neu­
tralidad.
De la misma manera, describiremos como segundo caso una
transferencia de predominio negativo, al que correspondía una
contratransferencia negativa, significando con ello que el camino
que debían recorrer los sentimientos de rechazo hacia la neutrali­
dad era inverso.
De ese caso aislamos lo que llamaremos una “serie observa­
ble”, lo que podría bastar para marcar los límites de un pensa­
miento contratransferencial, puesto que lo aislamos, en segundo
LA TRANSFERENCIA 49

lugar lo designamos como serie, es decir que, fieles a la escucha


asociativa, damos tanto peso a la serie de asociaciones como a las
asociaciones mismas (lo que constituye el trabajo específico del
pensamiento analítico), y por último lo declaramos observable,
por cuanto lo es desde nuestro punto de vista, aquí necesaria­
mente didáctico.
Veamos esta secuencia reducida a su esquema:
—osos de felpa;
—exvotos en las catedrales;
—el analista ventrílocuo.
Nada hay en esta serie que no tenga que ver con lo caprichoso,
o con lo que en otros lugares llamaríamos surrealismo.
Nuestro paciente, invitado a esperamos en una habitación don­
de reina cierto desorden, se pone a soñar con osos de felpa y nos
lo cuenta tan pronto como se acuesta en el diván.
El oso de felpa, salido de su propia infancia, lo conduce a un
recuerdo, donde él y su hermano decidieron que era un oso
malo; lo atraparon por las patas y le sacudieron tanto las ijadas
(flanes) contra un árbol que perdió su cabeza.
A la evocación de este recuerdo sucede, sin transición, pero des­
pués de un silencio, el relato del final de la sesión precedente, al
salir de la cual el paciente me vio alejarme en compañía de un
perro.
Yo he descubierto, dijo, un curioso analista, solitario y extraño,
que el perro se le parecía; visto de espaldas, es flaco ( effanqué )
como usted. Es un macho ( m ále )*.
La palabra flaco lo detiene un instante.
“Flaco . . . fla c o . . . eso me recuerda soltar (flanquer)00 bofe­
tadas. Mi padre decía que me iba a soltar unas bofetadas . . .
¿qué es lo que busco ...? a propósito . . . cuancLo lo sacudíamos
el oso estaba flaco . . . como usted, adem ás . . . l o poníamos cabeza
abajo para que gruñera y él hacía un extraño ru id o. . . le apre­
tábamos el vien tre. . . emitía un extraño son ido. . . perdió la ca­
beza a fuerza d e sacudirlo. . . es eso lo que quiero, hacerle perder
a usted la c a b ez a . . . en suma, yo me pago su ca b ez a ”

° El vocablo francés mále equivale a las palabras castellanas “macho”


(animal) y "varón” (hombre).
00 Las' palabras originales del texto, equivalentes en castellano a ijadas,
flaco y soltar, ponen en evidencia el hilo fónico de las asociaciones.
50 MICHEL NEYBAUT

Nuevo silencio.
“E l otro día estuve en lo de X (X se enlaza por asociación táci­
ta y ya interpretada con su padre). No estoy allí para entreter-
n erlo. . . es demasiado grande todo esto . . . el psicoanálisis, X,
dem asiado grande. . . Tuve un sueño esta n o c h e .. yo estaba en
una inmensa catedral... había exvotos... m ire usted, su vientre
gorgotea... usted habla pues, usted p rotesta.. . ”
La aparente divergencia de este texto, donde sin embargo se
observan varios hilos de asociación, en realidad converge hacia lo
que se traduce por una suerte de interpretación: que a falta de
obtener una respuesta sacudiéndome como al oso, él hablaba aho­
ra como si estuviera en mi interior.
El tejido asociativo no es menos complejo porque esté cosido
con hilo blanco. No daremos de él más que las cadenas princi­
pales, las de las ijadas. . . la cabeza y el oso, lo demasiado gran­
de, lo demasiado pequeño, el padre y las bofetadas.
Desde las primeras palabras, el niño encuentra en un desorden
que parece excluirlo el juguete del que va a servirse; me lo mues­
tra todo dislocado: el niño castigado.
Pegar a un niño para mí sustituye o más bien se integra en
la continuación del texto de manera casi inextricable; vuelven
a mí pedazos del texto que inserto entre comillas, comillas que
habría que testar. Escucho lo que se me dice a través de pegar
a un niño.
—‘él y su hermano decidieron . . . ”
( “el niño golpeado nunca es el mismo paciente, sino un her­
mano o una hermana”).
—“Decidieron que era un oso m alo . . . ”
Esta decisión me interesa, adivino en ella el acuerdo tácito de
los dos niños disfrazando el odio que experimentan entre sí para
vengarse juntos del padre reproduciendo sobre el oso el tratamien­
to (fantasmático) que se les había infligido, tanto como los capiro­
tazos probablemente reales . . .
(“Mi padre golpea al niño a quien odio”)
al mismo tiempo, y como algo que habría que traer por sobreim-
presión, sé que este texto me concierne. No sólo por la alusión
al desorden de la sala de espera, sino sobre todo por el contexto.
El recuerdo de una escena sadomasoquista no me sorprende, sé
LA TRANSFERENCIA 51

que indefectiblemente encontraré en ella el lugar transferencial


que se me asigna . . .
—“Que perdió su cabeza .”
—Ya estamos:
El silencio lo confirma; en los dos sentidos de la palabra, apre­
hendo algo. Desde la evocación de la salida, adivino lo que sigue,
habiendo pensado, en el momento de la escena real, en lo que elh
determinaría. No me equivoqué, pero no había previsto el “flaco”
que muy “felizmente” (¿pero de dónde me viene esa “dicha”?)
remite a las ijadas del oso.
Supongo, y con razón, como lo muestra lo que sigue, que mi
paciente captará la asociación: ‘las ijadas de los osos”.
Al lado del aspecto macho, que al ser objeto de burla encubre
la muy directa alusión a los órganos genitales del perro y de su
amo, se dibuja el esbozo de una cavidad que tomará cada vez
más importancia en el resto de la secuencia, las ijadas, el vientre,
la catedral.
La asociación soltar ( flanquer ), flaco (efflan qu é), introduce al
padre directamente y marca el polo actual de la transferencia:
obtener de mí una bofetada. La ausencia de respuesta pone en
marcha la secuencia siguiente, obtener un sonido del oso. Pero
por el momento no percibo el encadenamiento asociativo: sólo por
el conjunto de la serie se me aparecerá, bruscamente, el sentido;
bien veo aue, en efecto, se paga mi cabeza, no lo suficiente, pues
se quiere hacerme hablar.
—"No estoy allí vara entretenerlo.”
Esto apunta a mí a través de X. Veo claramente que renuncia
a seducirme o más bien que tiene demasiado miedo de hacerlo.
El perro macho y el interés homosexual están demasiado cerca­
nos: siguen golpeando a un niño . . .
. .(“Mi padre me ama sólo a mí, él no ama al otro hijo puesto
que lo eolnea. no, él no te ama puesto que te golpea!’)
Como después de cada solicitación agresiva: un silencio; lúe- .
go: la depresión: el sueño de la catedral demasiado grande.
Veo en ella la cavidad de la que hablaba, desmesuradamente
agrandada; un insondable antro materno.
I íOS exvotos me interesan; intervengo para preguntar qué
tenían escrito encima. . . Pero la inscripción era, parece, ilegible
o el sueño estaba demasiado bien enmascarada.
52 M ICH EL NEYRAUT

Golpean a un niño me abandona un instante para hacerle sitio


a Melanie Klein, lo que está, si no en el orden de las cosas, al
menos en el de mis preocupaciones.
La idea de inclusión, de vientre materno, de identificación pro-
yectiva . . . Pero no siempre adivino que de lo que se trata es de
hacerme callar, quizá porque siempre se trata de eso.
Sin duda hay que poner los puntos sobre las íes, lo que no tarda
en suceder. Ahora me veo ventrílocuo y de un solo golpe vuelvo
a ver toda la serie. El oso también era ventrílocuo, querían ha­
cerlo hablar apoyándolo sobre el vientre; la catedral es ventrí­
locua, ella habla por sus exvotos, ella encubre los anhelos incons­
cientes e ilegibles de mi paciente, demasiado pequeño para hablar;
y por último me hacen hablar de una manera que además confirma
la identificación proyectiva en el sentido en que yo la entiendo:
que ningún lazo dialéctico se establece puesto que “me hablan
desde el interior” o más bien “soy hablado desde el interior”: el
analista también es ventrílocuo.
Como se ve, el pensamiento a veces se anticipa al texto y a ve­
ces lo sigue, lo pierde y lo recupera, se apropia modelos, pero no
son ellos los que finalmente me hicieron hablar . . . sino más bien
la desagradable sensación de tener que rechazar algo, o de que
se me hizo hablar sin mi consentimiento; es precisamente en ese
momento que hablo y, sin duda, si he percibido el sentido del
conjunto de la serie, fue por haber tenido el deseo de rechazarlo,
de devolverlo. También aquí se trata de un pensamiento contra-
transferencial del que bien se ve que mantiene con la respuesta
y el lenguaje los lazos más estrechos. La pregunta sobre los ex­
votos probablemente hubo bastado.
Hablamos en este ejemplo de pensamiento discordante, lo que
no puede entenderse aquí más que por oposición al caso prece­
dente.
La discordancia no traduce sino caminos diferentes del pensa­
miento contratransferencial y del flujo asociativo. La búsqueda
de modelos teóricos, sean o no pertinentes, se integra en este pen­
samiento y modifica su curso. Esta discordancia es poca cosa
además frente al “desacuerdo” que traduce: así, el sentimiento
de tener que rechazar algo que se me había introducido por la
fuerza.
LA TRANSFERENCIA 53

El borborigmo interpretado como respuesta quizás era, des­


pués de todo, una respuesta.
El afecto contratransferencial es aquí desde el origen acto in­
terpretativo, acto interpretativo que vuelve a anudar el hilo del
pensamiento e intenta desanudar los conflictos. Pero esos con­
flictos, lejos de ser sólo intrapsíquicos y propios solamente del
inconsciente de mi paciente , me implicaron de tal manera que
es para deshacerm e d e esta implicación que debí interpretar su
sentido.
En el primer ejemplo, se ve que los flujos asociados son para­
lelos, o si se prefiere armónicos, y es en razón misma de este
exceso de acuerdo que el pensamiento se rompió con una actua­
ción.
Cabe preguntarse qué papel, en esta “armonía”, jugó la trans­
ferencia con predominio de expresión positiva, importante, por
cierto, pero ininteligible si no se da intervención a la noción de
contratransferencia positiva. Se ve que aquí los términos positivo
y negativo no pueden servir más que para calificaciones globales.
Pero esas calificaciones tienen su razón de ser, si se tiene el cui­
dado de relacionarlas con las condiciones necesarias de la intro-
yección y del rechazo, porque es en definitiva sobre los fallos de
un juicio primitivo en favor o en contra que tal introyección o tal
rechazo serán puestos en movimiento.
Con esta observación, en modo alguno creemos reducir la apre­
ciación de los dos casos (ni la de otros) a la dicotomía sistemá­
tica entre objetos buenos y malos, sino simplemente señalar, en
el interior del pensamiento inconsciente, ese lugar del juicio que
además forma parte de él y opta, según el modelo oral más pri­
mitivo, entre lo que puede ser conservado y lo que debe ser de­
vuelto.
En este capítulo hemos ligado el concepto de contratransfe­
rencia al de pensamiento. Este lazo suscitó mucha incomprensión
como también mucho entusiasmo entre quienes siguieron nuestra
doctrina.
¿Pero con qué otra cosa ligarlo?
Al respecto, la literatura analítica da testimonio de una espe­
cie de sustantificación de la contratransferencia: “siendo la con­
tratransferencia tal o cual cosa, o manifestándose por tal o cual
54 MICHEL NEYRAUT

otra o traduciéndose, o quizá traicionándose, o mejor expresán­


dose p o r. . . ”, etcétera.
Pero aunque se capte su sustancia, no se ve su naturaleza. Esa
sustancia es, evidentemente, la del deseo; la del deseo del analis­
ta, la de su flagrante delito.
De allí que sea con el lenguaje de ese deseo que conviene rela­
cionar la contratransferencia; pero vemos que su efecto de resis­
tencia no solamente se expresa e incluso se constituye en el len­
guaje de ese deseo, sino que además el pensamiento mismo tal
como lo concibe Freud, a saber, la lejía madre de las asociacio­
nes, se constituye como resistencia. Porque llega a ser conscien­
te, porque se carga narcisistamente, porque ya no es sólo un
sistema de representación sino que se agarra a los restos verba­
les, y desde ese momento se sustantifica, deviene realidad psíquica,
es decir, se pierde, se recupera, se interrumpe, se extravía, esta­
blece identidades, es un contenido psíquico que se intercambia,
que posee una estructura e incluso un estilo.
Si es lícito que hablemos de pensamiento conjuratorio, de pen­
samiento obsesivo, de pensamiento operatorio, no sólo es lícito
sino que estamos obligados a admitir un pensamiento psicoanalí­
tico, a pesar de que las expresiones pensamiento obsesivo o pen­
samiento operatorio son invenciones del pensamiento psicoana­
lítico.
El inconsciente mismo existía mucho antes de Freud . . . , se dirá.
En cierto modo no.
Porque no estaba pensado por la teoría psicoanalítica y, no
estando conceptualizado, no acarreaba en la vida psíquica los mis­
mos efectos, no representaba el mismo valor y este valor sólo es
manifiesto si se concibe en un pensamiento y en cierta manera
choca con él.
Se dirá que eso no le impide al inconsciente ser inconsciente.
—Es cierto, pero esto tampoco impedirá que ese inconsciente
exista sólo por el efecto de oposición, cuyo primer término es el
de la represión original, y que esos efectos de oposición, aun los
más globales, tales como consciente-inconsciente, sólo puedan
ser captados reclutando todos los elementos que concurren a esas
oposiciones. El descubrimiento del inconsciente, su teorización,
su conceptualización forman parte de esas oposiciones, son fenó­
menos que pueden ser a la vez considerados como resistencias
LA TRANSFERENCIA 55

y como emanaciones del inconsciente. Podemos además categori-


zar el sentido de este descubrimiento según parámetros sociales
o históricos. Tales categorizaciones son ellas mismas resistencias,
aunque sean verdaderas, sobre todo si son verdaderas.
CAPITULO II

CONTRATRANSFERENCIA Y METAPSICOLOGÍA
O EL RECURSO A LA HECHICERA

—¿Cómo se llama usted?


—Yo también.
P h . So u P A u r.T

La mónada metapsicológica

El pensamiento psicoanalítico, parte constitutiva de la contra­


transferencia, se apoya sobre un cuerpo de doctrina cuyos límites
están más o menos definidos, pero cuya armazón resulta casi in­
tangible: me refiero a la M étapsychologie (Metapsicología).
En el estudio de la contratransferencia tiene particular impor­
tancia considerar las relaciones que el pensamiento analítico anu­
da en cierto modo consigo mismo, delimitando así un campo es­
trictamente interior de la contratransferencia.
O bien esas relaciones nada tienen que ver con la experiencia
de las curas y constituyen otro discurso, otro pensamiento, fijado
sobre el pensamiento analítico “en ejercicio”. Pero incluso en
este caso, semejante pensamiento puede corresponder a la con­
tratransferencia, porque no se entiende a qué título podría car­
garse con él.
O bien ese campo interior del pensamiento saca sus fuentes
de una reflexión sobre las curas y en recompensa modifica la
escucha analítica; en ese caso merece todavía más ser integrado
en la contratransferencia, cuya vertiente teórica representa.
Fieles a nuestra concepción ambigua de la contratransferencia,
consideraremos que ese pensamiento puede también y al mismo
tiempo restringir o enriquecer el registro de la escucha analítica.
Pero cuando se trate de considerar las relaciones de ese pen­
samiento con la contratransferencia, tropezaremos con una con­
tradicción fundamental, a saber: que la transferencia y la contra­
transferencia son por esencia dialécticas, mientras que la meta-
58 MICHEL NEYRAUT

psicología de las instancias se esfuerza por definir una suerte de


mónada metapsicológica.
Así, en el A brégé d e psychanalyse (Compendio de psicoaná­
lisis), escrito en 1938, y en el cual Freud, ya en el final de su
vida, parece haber almacenado lo esencial de su obra, pueden
verse dos monumentos yuxtapuestos: el sistemas de las instancias:
Yo, Ello, Superyo, y la transferencia. Esta última corresponde
a un punto de vista técnico.
El único lazo revelable entre esta “complicación” de la cura
y el sistema de las instancias es el de la resistencia. La resistencia
es, al mismo tiempo, lo que se opone a la emergencia de los
contenidos inconscientes y lo que se opone al deseo del analista:
“Lo que nosotros deseamos, por él contrario, es ver al Yo, alen­
tado por nosotros, seguro de nuestra ayuda, intentar un ataque
para reconquistar lo que ha perdido. Para nosotros la intensidad
de esas contracargas se tradttce por resistencias que se oponen
a nuestros esfuerzos *
Si la resistencia tiene el efecto de oponerse a la vez a la pe­
netración de elementos indeseables venidos del Ello y al esfuerzo
del analista, es que este esfuerzo, o sea ese deseo del analista, tiene
algo que ver con esos elementos indeseables.
Pero fuera de ese lazo (que aparte de este esquema conoce
muchas otras modalidades), la mónada va por un lado y la trans­
ferencia por otro.
Mientras que por un lado la transferencia es descrita como
el corazón del análisis, su motor más potente, su fuerza viva, la
fuente de las creaciones psíquicas, el escollo con el que tropiezan
las neurosis y las psicosis, el principio mismo de la analizabilidad,
una potencia semejante, una fuerza psíquica semejante no tendría
status metapsicológico.
De un lado está siempre la mónada metapsicológica; del otro, un
accidente, una complicación, casi un epifenómeno lamentable en
el curso del cual, sin embargo, se reconoce que la resistencia pue­
de manifestarse.
Esto responde, sin duda, a varias razones, la primera de las
cuales es que, en efecto, la transferencia sobrevino de manera
inesperada en un sistema ya concebido en Vesquisse d’une psy-
chologie scientifique (Proyecto de Psicología para neurólogos)
y completa por el capítulo V II de La Interpretación de los sue­
LA TRANSFERENCIA 59

ños; que apareció como importuna, como un obstáculo inevita­


ble pero permanente, y que a ese título convenía tratarla aparte,
como una dificultad técnica particular contra la cual, eventual­
mente, había que poner en guardia al neófito.
Pero más esencialmente me parece que la Metapsicología no po­
día integrar o rendir cuenta de la transferencia, por dos razones.
La primera tiene que ver con el estatuto del objeto, más par­
ticularmente con la teoría de las pulsiones. La segunda tiene que
ver con la reducción del afecto a su quantum de energía.
Estos dos puntos están unidos fundamentalmente por el hecho
de que eluden la cualidad en provecho de la cantidad. Pero más
todavía por el de que cortan toda posibilidad de avenimiento dia­
léctico.
Hechos para durar, para resistir a los asaltos del tiempo, para
salvar los muebles, la Metapsicología, como el Compendio, no
pueden permitirse integrar en sus provisiones las incertidumbres
de un afecto cualitativo o las características de un objeto deter­
minado; esos imponderables no pueden ser sino obra de curas
particulares y sobre todo inesperadas, como ocurre con la calidad
de afectos imprevisibles que trastornan el curso del pensamiento
e indefectiblemente revelan la transferencia.
Hay pues un corte entre la metalpsicología y el estudio de la
transferencia, corte del cual intentaremos dar cuenta.
Ese corte tiene que ver con el hecho de que la metapsicología,
a la que se concibe como el estudio de una mónada, la situación
analítica, según ese solo punto de vista, estaría constituida por la
yuxtaposición de dos mónadas entre las cuales se presentaría el
problema de la comunicabilidad del inconsciente.
En efecto, es con ese problema que tropieza Freud, problema
muchas veces abordado por la filosofía, pero que aquí encuentra
una dificultad más, pues tiene que dar cuenta no sólo de un en­
frentamiento y de una eventual comunicabilidad de las concien­
cias, sino también de la repercusión del inconsciente sobre el
inconsciente de otro. Veremos qué límites le pone al problema
el punto de vista metapsicológico de la mónada.
60 MICHEL NEYRAUT

El status del objeto

En efecto: en la teoría de las pulsiones el objeto es como un


punto, un simple pivote alrededor del cual la pulsión va a girar
para volver sobre sí misma.
En lo más intenso de su existencia, el objeto asume el “rol”
de punto de identificación. Además, hay que especificar que ese
punto de identificación sólo se sostiene a nivel de un intercambio
de “roles”. Es decir, que asume transitoriamente una función
pasiva o activa. Estrictamente hablando, es sorprendente que casi
haya que decir que carece de todo status. Su cualidad no in­
terviene en ningún momento, salvo la de ser parcial o total, y
todavía ese carácter no está especificado en la M etapsicología
de 1915; es la pulsión la que es parcial o total, el objeto no tiene
más existencia que la de estar ahí, y aun la de ser intercambia­
do; evoluciona en cierto modo por debajo del nivel del sujeto
para no soportar sino la ambigüedad de ser su reflejo.
Así, en el destino del sadismo:
“a) E l sadismo consiste en una actividad violenta, una mani­
festación de poder contra otra persona tomada com o objeto .
”b) Este objeto es abandonado y rem plazado por la propia
persona y, al mismo tiempo que la inversión sobre la propia per­
sona, se cum ple una transformación d el fin pulsional activo en
fin pasivo.
”c) Nuevamente es buscada como objeto una persona extraña
que, en razón d e la transformación d e meta producida, debe
asegurar el "rol" del sujeto” 1
Pero, ¿de qué sujeto se trata sino del de un término operacional
mudo, de una polea de retorno que no es sujeto más que por
transmitir el movimiento en sentido inverso? Al hacerlo, su papel
es fundamental, puesto que su realidad servirá de soporte a ese
nuevo ser fantasmático, por el cual quizá se erigirá un día un
sujeto verdadero: entretanto, vemos aquí que el objeto se dife­
rencia en dos aspectos. El primero es histórico, el segundo actual.
Histórico, en la medida en que el primer momento del retor­
no de la pulsión sobre la propia persona toma un carácter muy
determinante, si no definitivo. Así: una vez adquirida por el niño

1 S. Freud, Métapsychologie, trad. J. Laplanche y J. B. Pontalis, N.R.F.,


1970, págs. 26-27,
La t r a n s f e r e n c ia 61

la experiencia del dolor, la identificación con el sufrelotodo será


en adelante posible. La segunda inversión no tiene ya ese carác­
ter genético y permanece indeterminada o lábil.
Aunque la Metapsicología de 1915 presente esa serie de inver­
siones de manera lineal, el contexto del esquema y la experiencia
de las neurosis de transferencia autorizan a pensar que se trata de
dos momentos diferentes: un primer momento, episódico y trau­
mático, un segundo momento, fantasmático. Como ejemplo de
momento fantasmático citemos el caso c) de la M etapsicología: 2
“El caso c) es lo que comúnmente se llama masoquismo. La
satisfacción pasa por el camino d el sadismo originario. En la
medida en que el Yo pasivo recupera, de modo fantasmático, su
lugar anterior, que ahora es cedido al sujeto extraño.”
Esa recuperación, fantasmática, de su lugar por el Yo, deja al
objeto atónito. Durante toda la operación, no habrá servido más
que como tope. Vio que se le confería transitoriamente el papel
de sujeto, tomando aquí la palabra sujeto exclusivamente en el
sentido de origen de una pulsión activa. Pero su presencia es
necesaria sin embargo, puesto que al término de la operación esa
función transitoria de sujeto, recuperada por el Yo, inaugura
entonces la era fantasmática, en la cual, valiéndose de ese rodeo
por el objeto, el Yo puede asumir en espejo los dos “roles” nece­
sarios a su perversión.
Pero en ningún caso el objeto aparece como determinante:
“El objeto d e la pulsión es aquello en lo cual o por lo cual la
pulsión puede alcanzar su fin, es lo que hay de más variable en
la pulsión, no está originariamente ligado a ella. Pero no es sino
en razón de su aptitud particular para hacer posible la satisfac­
ción que le está subordinado.” 3
En todo caso, el objeto no es absolutamente necesario para el
conocimiento de la pulsión:
“En la vida psíquica no la conocemos (a la pulsión) sino por
sus fin es. . . las pulsiones son en todo semejantes cualitativamente,
y deben su efecto únicamente a la cantidad d e excitación que
lle v a n 4
Esa precariedad del objeto y de su status metapsicológico

2 Ibid., pág. 27.


3 Ibtd., pág. 19.
4 lbíd., pág. 20.
62 M ICHEL NEYRAUT

puede sorprender, sobre todo si se considera que, por efecto de


la transferencia, es en el lugar del objeto que permanecerá el
analista, en su lugar solamente.
Pero si por un solo instante la metapsicología se debilitara en
estos puntos, es decir, si aceptara dar al objeto la especificación
de una cualidad, o si los afectos fueran ellos mismos considerados
como otras tantas cualidades diversas, la metapsicología y el
análisis todo recaerían en la dispersión, en el catálogo infinito de
las “motivaciones”, tantos objetos, tantos afectos. Tantos afectos
y cada conflicto se encontraría fragmentado en otras tantas par­
tes. El sistema metapsicológico se está quieto sólo porque es
estrictamente monádico.
La mónada metapsicológica mira al objeto de lejos. O bien lo
rechaza como exterior, y entonces odia, o bien la introyecta, pero
para hacer de él su sustancia. De todos modos, sólo ella está en
juego. Ella domina cantidades y produce representaciones que
a veces bastan para satisfacerla:
“La excitación pulsional no procede del mundo exterior, sino
d el interior del organismo.” 5
Si fuera de otra manera ninguna metapsicología podría sostener
el status de su individuación y de su universalidad.
Hay que observar que la situación analítica concreta, es decir,
la ordenación de la cura y de las sesiones, refuerza y confirma
este punto de vista sobre el objeto. Puesto que además nada
exterior entrará en el campo analítico, nada que no haya sufrido
la refracción de una subjetividad, la del paciente y la del ana­
lista mismo. ¿No es demasiado?; la regla de abstinencia dictada
por Freud reducía o pretendía reducir la suma de satisfacciones
reales que el paciente podía obtener fuera de la cura.
Dos observaciones esclarecen el punto de vista del análisis so­
bre el objeto. Una es de orden clínico, y concierne a esos pa­
cientes cuyo Yo posee límites tan débiles o que parecen tan
permeables que la multiplicidad de objetos, su diversidad, su
descripción infinita bastan al contenido de las sesiones y parecen
constituir perfectamente la textura del Yo. El Yo, me atrevo a
decir, parece absorber una cierta cantidad de subjetividad: sub­
jetividad prestada, como si estuviera encerrado entre comillas,

5 lbtd., pág. 14.


LA TRANSFERENCIA 63

expuesto como una mezcla de citas o paralizado por la intensidad


de los fantasmas del otro, hasta los del cinematógrafo.
Esta inclusión del objeto, no acompañada ni de introyección
ni de identificación, parece bastar a veces para asegurar el estiaje
mínimo de una subjetividad reducida a sus bienes gananciales.
Esta fuga hacia adelante casi hipomaníaca dibuja una caricatura
metapsicológica; la de una descripción de la psiquis que tomara
del objeto sus fuentes, sus cualidades y sus fines. En estos ejem­
plos podría bastar una descripción puramente metapsicológica.
Parecería que jamás se produjera en ellos advenimiento dialéctico
alguno.
La otra observación concierne al contenido de la metapsico­
logía misma, donde puede verse que la importancia dada al
narcisismo y al autoerotismo viene en cierto modo a reforzar el
carácter monádico de la psiquis, volviendo sobre sí misma en
el caso del sadismo o incluso partiendo de sí misma como en la
pulsión de mirar. El hecho de que el objeto forme parte del
propio cuerpo parece entonces sobredeterminar y justificar por
vía retroactiva una teoría monádica, y retrazar sus límites.
La metapsicología es narcisista.
Del mismo modo, la neurosis obsesiva detenida en el estadio b)
del destino pulsional, es decir, aquél donde el objeto es abando­
nado y remplazado por la propia persona, no puede ir más allá
de este abandono del objeto, y no asegura “ninguna pasividad
frente a otra persona”. No alcanza más que a la autopunición
sin llegar al masoquismo.
En realidad, la verdadera aparición del objeto en la metapsico­
logía sólo sobreviene a propósito de las neurosis narcisistas, es
decir, las psicosis.
Pero en cierto modo es demasiado tarde, porque precisamente
cuando su status está por esbozarse, cuando su papel específico
puede aparecer, está enteramente descargado; de manera que la
transferencia se ha vuelto imposible. Puede leerse en la Metap­
sicología:
"La aptitud para la transferencia, que en esas afecciones (las
neurosis de transferencia) utilizamos con fines terapéuticos, presu­
pone incluso que la carga del objeto esté intacta .” 8
“En la esquizofrenia, por el contrario, se nos ha impuesto la tesis
6 Ibíd., pág. 110.
64 MICHEL NEYRAUT

según la cual después d el proceso d e represión la libido, que ha


sido apartada, no busca un nuevo objeto, sino que se repliega en
el Yo; en esos casos, las cargas de objeto son abandonadas y se
restablece un estado anobjetal de narcisismo.”
El problema levantado por la metapsicología es pues el de la
oposición Yo-objeto. Pero en las neurosis de transferencia esta
oposición no puede abrirse paso. Sabíamos, dice Freud, “que la
frustración d el objeto produce la aparición d e la neurosis, y que
la neurosis implica la renuncia al objeto real. También sabíamos
que la libido apartada d el objeto real vuelve sobre un objeto fan-
tasmado y, a partir d e allí, sobre un objeto reprimido (introversión).
Pero en esas neurosis, la carga d e objeto se mantiene con gran
energía, y la carga d e objeto subsiste en el sistema ICS a pesar de
la represión”.
La intrincación del Yo con el objeto manifiesta ser aquí mucho
más profunda de lo que dejaba suponer la definición del objeto,
simplemente subordinado a la pulsión. Es cierto que esta intrin­
cación sólo se manifiesta con tal claridad en el momento de la
oposición Yo-objeto. Es decir, de un proceso masivo y cuanti­
tativo en que el objeto, al perder su carga, pierde también su
existencia, y es por el vacío que deja en las psicosis que puede
medirse su lugar en las neurosis de transferencia.
No hay más que recorrer un trabajo psicoanalítico. testimonio
del ejercicio real de un pensamiento analítico, para darse cuenta
de que semejante aislamiento del objeto en su aspecto puramente
cuantitativo es impracticable.
Como se lee en L a psychanalyse précoce (El psicoanálisis pre­
coz) de R. Diatkine y J. Simón: “siendo el objeto la fuente de la
pulsión. . . ”, a través de esta “infracción” metapsicológica puede
medirse la complicación que podría constituir un sistema moná-
dico exclusivo de la psiquis, a menos que, como vimos, haya sido
reforzado por el narcisismo en estado puro.
Es evidente sin embargo que, para conservar su coherencia, la
metapsicología no puede apartarse del punto de vista monádico.
La psicosis parece refutarlo, pero en cierto modo le escapa. A
partir del duelo y la melancolía, le abre una puerta a la intro-
yección, una ventana a la proyección.
Paradójicamente, es en las psicosis —y a pesar de la descarga
del objeto— que se manifestará claramente un sistema de reía-
LA TRANSFERENCIA 65

ciones de objeto. Éste se manifestará entonces en calidad. Espe­


cificado por la falta pero sin embargo especificado: obtiene en­
tonces una suerte de status fúnebre:
"La som bra del objeto (pág. 158) cayó asi sobre el Yo, el cual,
por una instancia particular, pudo entonces ser juzgado como
objeto, com o objeto abandonado.*
El objeto existe, pues, en la conciencia dolorosa de su pérdida
o, más bien, su sombra se pone a existir sin él.
El sistema monádico de la psiquis, que es la metapsicología,
por ese mismo carácter monádico se opone a la situación analí­
tica, esencialmente dual y, para algunos, esencialmente dialéctica.

El movimiento dialéctico

Todo depende además de lo que se entienda por dialéctica, y


hay grandes razones para pensar que los sentidos clásicos de esa
palabra, aun los más generales, no pueden dar cuenta de los movi­
mientos interiores determinados por la situación analítica. Está
claro que su primer sentido de arte del diálogo persiste en el
pensamiento analítico, y que aunque el término analizante, em­
pleado por los modernos, se presta voluntariamente a confusión,
esta dualidad existe sin embargo por la realidad de la situación
analítica, y funda el concepto de fusión.
En cuanto al sentido hegeliano, es decir, el de reconocimiento,
de inseparabilidad de los contradictorios y de su superación por
el principio mismo de esa unión, evidentemente es posible reco­
nocerlo tanto en el pensamiento analítico más abstracto como en
el más comprometido, porque casi siempre se apoya sobre oposi­
ciones. Decir por ello que todo el pensamiento analítico es del
dominio de la dialéctica sería sin duda muy exagerado. Si en sus
categorías más abstractas, como las del instinto de vida y del
instinto de muerte, fácilmente puede localizarse el principio de
una contradicción y de una unión inextricable, no ocurre lo mismo
para muchos conceptos teóricos, que se fundan por cierto en una
oposición pero no necesariamente en una contradicción.
Así, el acontecimiento traumático se opone a la seducción fan­
tasmática, pero no se disuelve en esta oposición. D e igual modo,
los instintos del Yo, opuestos a los instintos sexuales, no se definen
66 M ICHEL NEYRAUT

solamente por esa oposición y sufren especificaciones que les dan


un aire original y casi independiente, mientras que la teoría del
narcisismo tiende entre ambos, según se quiera, un puente o un
seudopodio.
El aspecto dialéctico más puro es en definitiva ofrecido, con la
mayor fidelidad, por la consideración de las parejas pulsionales
opuestas: sadismo-masoquismo; üoyeumrne-exhibicionismo. Pero
precisamente son ellas las que cuestionan de la manera más directa
al objeto. El objeto ocupa entonces un lugar particular, y se
vuelve soporte y pivote de un giro dialéctico. El objeto es gene­
rador de una nueva etapa, ella misma dialéctica, en la que el
objeto fantasmáticamente convertido en sujeto reanima el pro­
ceso de perversión.
Por lo tanto, si caracterizamos la situación analítica como dual
o dialéctica, no es tanto para conformarla al sentido de la dia­
léctica hegcliana, ni por creer que la visión de ese principio
nos permita avanzar algún paso, sino para oponerla al sistema
monádico de la metapsicología.
Por otra parte, según se califique a la situación analítica como
dual o como dialéctica, sabremos que los sostenedores de la pri­
mera expresión se inclinan hacia una concepción realista o gené­
tica de la situación analítica, y los segundos hacia una asunción
del sujeto mediante los recursos específicos del lenguaje.
Pero en realidad ninguna de esas dos denominaciones puede
jactarse de responder perfectamente al sentido de una oposición
dialéctica.
Por el contrario, los conceptos de “opuestos”, Gegenbesetzung:
contracarga-carga, y Gegenübertragung: contratransferencia-trans-
ferencia, parecen ligados por el principio mismo de su contradic­
ción en una unidad de la que dependen muy estrecham ente el
comportamiento y la naturaleza del proceso analítico.
El hecho de que transferencia y contratransferencia participen
así d e una misma unidad, impone que el proceso sea descrito sin
interrupción , con un solo movimiento que conserva, superándolos,
los dos puntos disjuntos por la situación analítica. Ésta no sos­
tiene su dualidad sino haciendo soportar a subjetividades distin­
tas lo que se desarrollará en un proceso analítico único. Para
ello, necesitará prescripciones técnicas que indican al analista
hasta dónde puede llegar, y una regla fundamental, la de la
LA TRANSFERENCIA 67

asociación libre, que se aplica tanto al analista como a su paciente.


Por sus contradicciones internas esta regla basta y comprende
sus propios límites. Es necesaria, porque es enunciada por uno
de los dos protagonistas solamente. Esto hace que ella reintro-
duzca un desequilibrio y una relación de fuerzas aptos para des­
encadenar un proceso conflictivo.
El hecho de concebir la transferencia y la contratransferencia
como inseparablemente unidas en el proceso de elucidación del
inconsciente rige entonces una suerte de transposición de la me­
tapsicología en la situación analítica, de la que sin embargo
procede.
Mal que bien, todo analista que trata de dar cuenta, por un
medio metapsicológico, de lo que ocurre entre él y su paciente,
efectúa esa transposición.
El galimatías metapsicológico da a esta preocupación los más
bellos florones de su dialéctica, en las energías del Yo duro y
los avatares del Yo blando.
Bien considerada, esta transposición es con todo posible, con
la condición de atenerse a los únicos puntos de vista que deter­
minan un estudio metapsicológico, es decir, los puntos de vista
económico, dinámico y tópico.
El punto de vista económico, que fundamentalmente consi­
dera la distribución y movimiento de las energías en el sistema
monádico de la metapsicología, depende esencialmente del prin­
cipio de placer-displacer. Corresponde a una de las tres grandes
polaridades de la vida psíquica, a cuya influencia están some­
tidos los impulsos pulsionales (motions ptdsioneUes): la pola­
ridad económica, la polaridad real, que regula las relaciones
del Yo con el mundo exterior, y la polaridad biológica, que
gobierna los sistemas de actividad-pasividad.7
Parece difícil sostener que la situación analítica está consti­
tuida por la yuxtaposición de dos mónadas, y que, para dar cuenta
del desplazamiento de las energías puestas en movimiento, el
punto de vista económico debiera ejercerse separadamente sobre
cada una de ellas.
Pero si queremos considerar la unión transferencia-contra-
transferencia en su aspecto dialéctico, en realidad estaremos
forzados a considerar a la situación analítica en su conjunto,
7 Cfr. Métapsychologie, pág. 44.
68 m ic h e l n e y r a u t

como una sola entidad energética , y a concebir que, si hay


placer, y hay displacer, estos dos sentimientos están sometidos
a una incesante circulación que trasciende él punto de vista
estrictamente monádico.
Placer y displacer circulan de manera incesante, en la situa­
ción analítica, entre el analista y su paciente, y no pueden ser
captados en este movimiento sino por este mismo movimiento.
Lo que agrada decir y lo que agrada escuchar están lejos de
coincidir forzosamente. Pero sería totalmente ilusorio pensar
que este punto de vista no cuenta. Particularmente en la trans­
ferencia negativa, en la cual lo agradable de decir es satis­
factorio sólo con que sea desagradable de oir.
Esta oposición placer-displacer, transpuesta en el sistema dual
del análisis, escapa, por lo demás, a una ley de equivalencia
sistematizable.
Si la indiferencia del histérico acaba por irritar al analista,
esto no significa que en otro contexto esa indiferencia no en­
cuentre una respuesta tranquila. Es evidente, asimismo, que la
transferencia positiva se ingenia para encontrar las palabras
más aptas para satisfacer al oído que las escucha, y extrema la
exigencia hasta el grado del sacrificio: el de los síntomas más
evidentes.
Si se le quitara a la resistencia esa dimensión de inscribirse en
una relación dialéctica, perdería lo esencial de su fuerza viva,
y no debería buscar sus límites más que en el interior de la
pulsión misma.
Esta concepción de la pulsión que encuentra en sí misma las
razones de su propia destrucción es correlativa de la teoría del
instinto de muerte. Pero hay que señalar que los ejemplos clí­
nicos citados por Freud para construir esta teoría se apoyan
fundamentalmente en la comprobación de la transferencia ne­
gativa.
Que la transferencia negativa extrae su energía de su propia
fuente es una idea digna de ser considerada, y hasta muy pro­
bable. Pero entonces es preciso considerar esa fuente como
principio general de negatividad; a ese título, aunque la trans­
ferencia sea negativa, es igualmente transferencia, es decir, man­
tiene el principio del lazo dialéctico de su expresión; aun si
esta expresión es negativa. Se convertirá entonces en resistencia.
LA TRANSFERENCIA 69

por otra parte, la expresión “reacción terapéutica negativa*,


es sorprendente. ¿Negativa frente a qué? Es fácil responder:
negativa frente al proceso analítico. Pero el proceso analítico
no es más que un concepto vacío, si no se lo sigue relacionando
con lo que constituye su eje esencial, la oposición transferencia-
contratransferencia.
Freud, por cierto, definió la oposición entre el analista y su
paciente, pero en términos que superponen esta oposición a la
de los procesos secundarios y primarios:
“...e l médico busca forzarlo (al paciente), integrar sus emo­
ciones en el tratamiento y en la historia de su vida, someterlas
a la reflexión y apreciarlas según su real valor psíquico. Esta
lucha entre el m édico y el paciente, entre e l intelecto y las
fuerzas d el instinto, entre el discernimiento y la necesidad de
descarga, concierne casi exclusivamente a los fenóm enos de
transferencia.” 8
Pero esta oposición, en cierto modo, reintroduce el sistema
monádico, en la medida en que el analista parece sustituir al
sistema consciente, reflexivo y crítico, ausente en el paciente
por el hecho de la resistencia.
No puede dejar de impresionar el carácter terriblemente
“objetivante” de semejante oposición, que es, en efecto, una
franca oposición; pero que deja en suspenso lodo intento de
comprensión por identificación.
La “partida de ajedrez”, metáfora tan apreciada por Freud
para describir el análisis, existe por cierto, y la oposición tam­
bién. Es verdad que la actitud contratransferencial, que está
obligada a ser múltiple, llama a las regiones más razonables del
intelecto, como también a las más oscuras. Es verdad que si la
técnica analítica no es maquiavélica resulta no ser nada de
nada, pero también que el maquiavelismo es su más grave de­
fecto, si se limita a oponer a un discurso irracional otro que,
según parece, sería razonable.
La oposición objetivante del analista y su paciente estalla en
Construcciones en Psicoanálisis de 1937:
“Lo que anhelam os es una imagen fiel de los años olvidados
por el paciente, imagen com pleta en todas sus partes esenciales;

8 “La dinámica de la transferencia”, pág. 177, en Rev. frang. d e Psych.,


t. 16, n? 1, enero de 1962.
70 MICHEL NEYHAUT

aquí debem os recordar que el trabajo analítico consiste en dos


piezas teatrales enteramente distintas que se representan en dos
escenas separadas, y que conciernen a dos personajes, cada uno
de los cuales tiene a su cargo un rol diferente .”
Como en la notable demostración de Serge Viderman, la
construcción y la reconstrucción se tornan ineluctables y pro­
blemáticas.
Todo este movimiento del pensamiento freudiano, que deci­
de acerca de la oposición de dos fuerzas soportadas por dos
personajes diferentes y sobre dos escenas, y que en definitiva
descansa en un antagonismo, es correlativo de un restableci­
miento del texto perdido, y se refiere siempre a la memoria;
antes de analizar el contenido manifiesto habrá que reconstruir
la integridad de ese contenido.
El hecho de que haya blancos o de que una parte del texto
falte, participa del olvido, es decir, de la represión; conviene
primero restaurar el conjunto de la inscripción antes de descifrar
su enigma. Aquí se detiene la comparación arqueológica, porque
como dice Freud:
“Los hechos psíquicos humanos son mucho más difíciles de
reconstituir que los vestigios arqueológicos.”
¡Desde luego!... y además, la insuficiencia del procedi­
miento estallará en oportunidad del caso de Dora.
Cuando la transferencia, con su advenimiento inopinado y las
insuperables complicaciones que provoca, obligue a Freud a
abandonar parcialmente la técnica de la interpretación de los
sueños para hacer lugar a otros problemas, dirá que no basta
restablecer el texto trunco, que la transferencia no puede ser
comprendida únicamente según los dichos del paciente, sino
que debe ser adivinada.

De la adivinación

Esta adivinación establece un puente que, al edificar sus pila­


res, hace rezongar a la metapsicología:
Cuando, en la Metapsicología, se trate de legitimar al incons­
ciente 9 Freud hablará de esa dificultad con que todo hombre
9 Métapsychologie: El inconsciente, págs. 70-71.
LA TRANSFERENCIA 71

se encuentra cuando quiere conocer los estados psíquicos de


otro hombre.
“L a conciencia no procura a cada uno de nosotros sino el cono­
cimiento de sus propios estados psicológicos. Que otro hombre
tenga también una conciencia, ésa es una inferencia extraída
per analogiam. . . en verdad, desde el punto de vista psicológico,
es más justo describir las cosas así: Sin mayor reflexión, presta­
mos a todo otro ser fuera de nosotros nuestra propia constitución
y por lo tanto también nuestra conciencia, tj nuestra compren­
sión presupone esa identificación. Esta inferencia —o sea iden­
tificación— se extendió antaño del Yo a los otros hombres, a los
animales, a las plantas, a los seres inanimados y al mundo con­
siderado como un to d o .. . ”
“Ahora bien; el psicoanálisis no exige nada, salvo que ese
procedim iento de inferencia también se aplique a la propia
persona
La continuación del texto establecerá que, dado el obstáculo
específico que se opone a esa inferencia, ésta no podrá culminar
más que en la hipótesis de otra, de una segunda conciencia,
y después de una tercera.
Pero, de todos modos, ese rodeo por la otra conciencia no
trae agua sino al molino de la mónada. Puesto que en definitiva
es a ella que volverá, después de esa vuelta por el otro, la idea
de que ella misma está habitada por una segunda, una tercera,
una cuarta conciencia, etcétera.
En definitiva, el proyecto de concebir por uno mismo el pro­
pio inconsciente, mediante el rodeo del inconsciente de los otros,
fracasa.
“Al psicoanálisis no le queda otra solución qu e declarar a los
procesos psíquicos inconsciente en si y comparar su percepción
por la conciencia con la percepción d el mundo exterior por los
órganos d e los sentidos * 10
La problemática de la percepción del inconsciente en el otro,
admirablemente desarrollada aquí, aparecerá nuevamente en
Maine de Biran en el capítulo consagrado a la historia del con­
cepto de transferencia. Su solución es extrañamente pesimista
y además confirma, por si fuera necesario, la concepción narci­
sista de la mónada metapsicológica.
10 Ibid., pág. 73.
72 M ICHEL NEYRAUT

Cuando en la Metapsicología se. trate de evaluar la posibilidad


de uniones entre los diferentes sistemas, Freud no podrá dejar
de comprobar la extrema dificultad que tiene el CS para influir
sobre el ICS. Aunque la cura psicoanalítica esté fundada pre­
cisamente sobre esa influencia, sin embargo se impone una
comprobación, que no recibirá explicación: que el ICS puede
repercutir directamente sobre otro ICS:
“Es notable que el JCS d e un hom bre pueda reactuar sobre
él ICS de otro, sorteando al CS. Este hecho merece un examen
más profundo para saber si toda actividad preconsciente puede
ser excluida de un fenóm eno que permanece en el nivel des­
criptivo indiscutible.” 11
En definitiva, esa comunicación directa de inconsciente a in­
consciente, hecho indiscutible, no puede recibir explicación a
nivel de las neurosis de transferencia, por la razón de que son
las propias fuerzas interiores de represión las que ponen un
freno a esa comunicación. Lo que constituye la neurosis y al
mismo tiempo la normalidad sólo tiene lugar gracias a la re­
presión y la censura; de allí que la incomunicabilidad sea normal.
E l único recurso sigue siendo evidentemente el paso por el pre­
consciente, paso que, resolviendo a la vez el problema de la doble
inscripción y de la comunicación, al reclutar la carga de las pala­
bras restablece la posibilidad de hacer comunicar a la vez el ICS
y el CS, de establecer un puente entre la percepción y la repre­
sentación de las cosas, pero al mismo tiempo de establecer más
allá de la comunicación, por encima de la inferencia —per ana-
lo g i a m un lenguaje.
Todo depende entonces de la carga relativa de las palabras
con relación a la carga de las cosas o, para ser más exactos, a sus
representaciones recíprocas.
Es así que el psicótico aparecerá como el único susceptible
de “hablar el inconsciente”. El psicótico parece desplazar en
bloque a la metapsicología entera, y alejar las fronteras de la
expresión inconsciente. Con ello, lleva tan lejos los límites de
la represión que éstos engloban ahora a su interlocutor:
“A todos los observadores ha sorprendido él hecho d e que, en
la esquizofrenia, muchas cosas se manifiestan m ediante formas

11 Ib'td., pág. 107.


LA TRANSFERENCIA 73

conscientes, mientras que en las neurosis de transferencia sólo el


psicoanálisis nos permite probar su existencia en el 1CS”
De hecho, esta verificación clínica es perfectamente coherente
con la hipótesis metapsicológica, puesto que el esquizofrénico,
que ha descargado al objeto, no intenta recargar su libido sobre
otro objeto, sino que la distribuye en sí mismo y en su propia
percepción endopsíquica, y reencuentra así “un estado anobjetal
de narcisismo .
Esta percepción metapsicológica es muy importante porque
está íntimamente ligada a la transferencia. Cuanto más posible
sea esa comunicación inconsciente de forma consciente y ar­
ticulada, más se cargará el objeto y menos posible será la trans­
ferencia:
“Lo aptitud para la transferencia, que en esas afecciones (las
psiconeurosis) utilizamos con fines terapéuticos, presupone tam­
bién que la carga de objeto esté intacta " 12
Así, los psicóticos serían ineptos para toda transferencia, por
oposición a las neurosis clásicas; la carga o la descarga del objeto
sería el escollo con el que tropiezan.

Las psicosis de transferencia

Todos los psiquiatras y la mayor parte de los psicoanalistas,


sobre todo aquellos que se interesan por las psicosis, se oponen
totalmente a esta tesis, y demuestran que en los psicóticos existe
una transferencia. Algunos hablan hasta de relación de objeto
psicótica, según el modelo “relación de objeto” neurótica.
Si se quiere extender la noción de transferencia a toda relación
que pueda establecerse entre el analista o el psicoterapeuta y su
paciente, la expresión “relación de objeto” llevará a confusión.
El desarrollo de esta obra mostrará que es peligrosa tal exten­
sión de la noción de transferencia, y que si se la distiende dema­
siado se perderá completamente de vista.
Por mi parte, sigo fiel a la concepción de la descarga del objeto
por el psicótico y estoy persuadido de que la expresión neurosis
narcicista caracteriza estructuras en las que el establecimiento y
la localización de una transferencia son imposibles.
12 Ibíd., págs. 110-111.
74 M ICHEL NEYBAUT

Por el contrario, numerosísimos estados paranoides, las esqui­


zofrenias incipiens, las fases de remisión entre accesos delirantes,
y más aún los estados calificados como prepsicóticos, muestran
bien que, en efecto, puede ser localizada una transferencia, y que
en todos los casos algo es transferido sobre el terapeuta y ese algo
debe ser distinguido de la proyección; finalmente, podemos tam­
bién preguntamos si es posible establecer alguna relación humana
sin que los elementos inconscientes sean fantasmáticamente trans­
feridos.
Pero la cuestión no es tanto "hacer una transferencia” como
“hacer de ella” algo.
No estoy hablando de "sectores sanos” de la personalidad ca­
paces de transferencia y de otros sectores “menos sanos” que no
son capaces de ella, sino que, por el contrario, considero al pen­
samiento psicótico y al pensamiento neurótico en su conjunto, y
creo entonces que si ellos son capaces de desplazar fantasmáti­
camente elementos psíquicos anteriores para atribuirlos a un pro­
tagonista actual, ese desplazamiento y esta atribución no tienen
ni los mismos efectos ni el mismo destino.
Esos elementos psíquicos transferidos serán recuerdos tanto
como fantasmas, ideas, "roles” atribuidos sobre la base de seme­
janzas mínimas o sin semejanza ni verosimilitud alguna, como
consecuencia de asociaciones verbales, conceptuales, formales, si-
tuacionales; en definitiva: asociaciones de ideas.
No hace falta decir que la transferencia de tales elementos,
heteróclitos además (no puede ponerse en el mismo plano la
transferencia de un recuerdo y la atribución de una cualidad, por
ejemplo), no sufrirá la misma suerte según que se registre en un
pensamiento psicótico o neurótico.
El pensamiento neurótico despliega ante sí su mundo fantas-
mático a partir de objetos internos; es decir, solamente puede
constituirse como pensamiento, y unir las representaciones que él
crea con restos verbales, si esas representaciones son simboliza-
bles, pues de lo contrario las palabras quedarían de un lado y las
cosas del otro; jamás habría ninguna razón para que un resto
verbal oído alguna vez pudiera servir para designar la repre­
sentación de una cosa, si esta cosa no fuera más que una cosa.
Para que se la pueda considerar como un elemento psíquico es
necesario no sólo que ella pueda ser el objeto de una representa­
LA TRANSFERENCIA 75

ción, sino que además esa representación sea concebible simbó­


licamente como objeto interno.
Por objeto interno entendemos señalar no solamente el hecho
de que ese objeto sea susceptible de ser percibido como interior y
simplemente subjetivo, pues el pensamiento psicótico es capaz
de esto, sino que el desplazamiento del que ese objeto interno es
capaz, sea él mismo concebido como desplazamiento simbólico.
El desplazamiento simbólico de los contenidos psíquicos es
indispensable para que una transferencia tenga alguna posibilidad
de volverse un día consciente.
Paradójicamente, los psicóticos parecen poseer una visión endo-
psíquica particularmente clara de los mecanismos inconscientes
que se operan en ellos. Pero esta agudeza endopsíquica, debida
al repliegue de las cargas objetales sobre el espacio interior, se
apoya en contenidos que podemos caracterizar como simbólicos,
y que son en efecto símbolos, pero cuyo desplazamiento endopsí-
quico parece desplegarse en un espacio no simbólico.
Ocurre con mucha frecuencia que en el pensamiento neurótico,
y en particular en los sueños, aparecen representaciones perfec­
tamente acordes con aquello que cabe imaginar acerca del con­
flicto de las fuerzas psíquicas internas.
La ruptura de una barrera “traducirá” la irrupción de un im­
pulso pulsional hasta ahora contenido, pero bastará la menor in­
terpretación o aun el simple enunciado para que la ruptura de
esa barrera tome todo su sentido metafórico, de manera que la
percepción real de la ruptura de una barrera se trastocará nece­
sariamente en el eco de una ruptura interior, y viceversa.
Durante ese proceso, el psicótico irá en busca de cántaros para
vaciar el agua así expandida, sin que aparentemente sepa por qué.
De la misma manera le atribuirá a usted cierta función paterna
en razón de una asociación verbal con su nombre propio, lo que
demuestra que la función simbólica es aquí tomada de otra
parte; pero esta función simbólica, al no poder ser vinculada con
el simbolismo endopsíquico del desplazamiento, no puede ser
“utilizada”, es decir, que reificará sus contenidos. Por un lado,
rechazará la realidad exterior porque ella es un valor objetal, del
otro, rechazará la realidad interior porque no posee la clave
simbólica de su organización.
El pensamiento psicótico es pues capaz de transferencias, pero
76 MICHEL NEYHAUT

apenas si es capaz de hacer uso de ellas, es decir, de obtener una


ganancia psíquica.
¿Quiere esto decir que esa ganancia psíquica sólo es concebible
correlativamente a una carga objetal? Lo creo, y es lo que a mis
ojos justifica que técnicas “realistas”, inaceptables en la conduc­
ción de una cura clásica, encuentren un empleo válido en el
tratamiento de psicóticos.
La práctica del psicodrama es en este caso ejemplar, pues im­
planta la realidad en el punto exacto en que la transferencia no
basta para revelarse a sí misma y donde la carencia simbólica
se encuentra enteramente llena como para ser representada por
una encamación.
Si es por lo tanto posible hablar válidamente de psicosis de
transferencia, porque en la cura de psicóticos se manifiesten efe?
tivamente desplazamientos y atribuciones, en mi opinión esas
transferencias son incompletas, y en todo caso corresponden má:
a la vertiente repetitiva de la transferencia que a su vertiente
innovadora.
La mayoría de los psicoanalistas que se ocupan de psicosis no
sólo consideran adquirida la capacidad de transferencia de sus
pacientes, sino que afirman que éstos tienen necesidad de “trans
ferencias masivas”. Esta última expresión refleja, me parece, 1í
impresión subjetiva y global de una inmovilización, de un embargo
psíquico, de un encarcelamiento de la persona del terapeuta en
el espacio subjetivo del pensamiento psicótico.
Por la pérdida del sentido simbólico de los mecanismos inter­
nos, en particular del desplazamiento y la condensación, ese es­
pacio subjetivo no posee ya la noción de los límites de su propia
interioridad, de manera que los contenidos internos que perte­
necen a otras subjetividades, y en especial los del terapeuta, pa­
recen incluidos en un mismo espacio.
En cierto modo, todos los psiquismos están unidos entre sí o,
más exactamente, hacen un solo psiquismo. Al salir del hospital,
una vez franqueada la puerta, invade a muchos psiquiatras el
sentimiento de obtener una especie de habeos corpus; como si,
no habiendo salvado el contenido, se salvara al menos el continente.
La penetración intuitiva de los psicóticos en el inconsciente de
otro, su capacidad para expresar de manera consciente lo que
en el pensamiento neurótico corresponde propiamente a lo im­
LA TRANSFERENCIA 77

pensable, traduce la ruptura de las fronteras interiores del nar­


cisismo y da cuenta de una ineluctable y necesaria “contratrans­
ferencia masiva”.
Por este hecho, la acción terapéutica parece curiosamente des­
plazada, porque tanto se podría decir: el psicótico y su paciente,
como; el psicoterapeuta y el psicótico. ¿Quién esclarece a quién
en este asunto? Una vez en el ruedo, adiós la soberbia "partida
de ajedrez” cuya imagen mantiene Freud a propósito de los neu­
róticos. Las blancas y las negras están terriblemente mezcladas;
adiós también al enfrentamiento intelectual de la razón, de lo
consciente y de la resistencia.
La interpretación de la transferencia, y ella existe, no es una
interpretación en la transferencia, sino más bien en la contra­
transferencia; ella ayuda al psicoterapeuta a situarse él mismo
bajo los rasgos de una figura parental fraccionada y, al hacerlo,
puede enganchar al paciente narcisista en los vestigios de un
mundo objetal.
Una atenuación de ese principio surge de la distinción, que ul­
teriormente estableceremos, entre transferencia directa e indirec­
ta, donde veremos que en las neurosis de carácter y en los border
Unes esta distinción ayuda precisamente a deslindarlos.

Reducción de la transferencia al impulso pulsional

Formularemos una última consideración relativa al status


metapsicológico de la transferencia. Ella concierne a la reducción
de la transferencia a un simple desplazamiento de los conflictos
objctales, y hasta de los impulsos pulsionales.
En su obra sobre el narcisismo,13 Bela Grünberger insiste con
razón en la oposición entre narcisismo y maduración pulsional, y
de una manera general en la antinomia entre los estados nar-
cisistas y el conflicto objetal. Esta oposición, concebida en el
nivel de la situación analítica, no está aquí en discusión y resulta
perfectamente convincente; la que más bien se discute es la que
concierne al narcisismo y la transferencia.
Según este autor, al “estado narcisista” del comienzo de la cura
se le opondría la transferencia, la que, portadora sólo de impulsos
13 Bela Grünberger, L e narcissisme, París, Payot, 1971, pág. 62.
78 M ICHEL NEYRAUT

pulsionales objetales, vendría a perturbar ese primer estado. Es


verdad que en ciertas curas la transferencia, correlativa de los
desplazamientos objetales, genera conflictos que ponen en jaque
a la famosa luna de miel analítica.
Pero me parece que hay allí una limitación en el grado de la
transferencia explícita.14 Con gran frecuencia, las manifestaciones
transferenciales pueden hacerse sentir de entrada e inclusive, como
lo mostraremos más adelante, la neurosis de transferencia en
su conjunto puede constituirse muy pronto.
Asimismo, podemos adelantar que la situación transferencial se
instaura antes del análisis propiamente dicho, lo que también
ocurre, por otra parte, con la situación contratransferencial. Por
ejemplo, los “sc-dice” que preceden al analista y su reputación,
o al analizado y su reputación, las interferencias que se estable­
cen entre los pacientes del mismo analista, las relaciones que se
establecen entre los mismos psicoanalistas, las indicaciones de
tratamiento, los consejos, el hecho esencial de que determinado
paciente sea enviado por determinado analista a otro, o de que
sea recomendado por determinado paciente, etc. Todos estos
hechos, que por otra parte podrían ser objeto de un estudio
científico, tienen enorme importancia en la constitución del com­
plejo transfcrencia-contratransferencia y es de su naturaleza con­
ferirle un desarrollo muy precoz.
Dicho esto, resulta cierto que las circunstancias anteriores
al análisis casi siempre saldrán a la luz después de largos meses de
análisis, y que pueden estar recubiertas por cualquier otra mani­
festación adecuada para disimularlas.
Pero de lo que se trata no es tanto de la anterioridad sino de la
naturaleza de la transferencia, en el sentido de que lo que se
desplaza sobre el analista o sobre el paciente por efecto de las
transferencia y contratransferencia inconscientes no se limita a
impulsos pulsionales o conflictos objetales disecables mediante un
escalpelo metapsicológico, sino más bien planos enteros de situa­
ciones conflictivas, fantasmas, recuerdos, ideas que testimonian
complejas intrincaciones y engloban en su desplazamiento tanto
momentos narcisistas como momentos objetales.
Las figuras históricas que soportan esos desplazamientos y son

14 Cfr. más adelante el capítulo consagrado a los registros de la trans­


ferencia.
LA TRANSFERENCIA 79

transferidas al terapeuta testimonian además, por sus contradic­


ciones internas, la complejidad de los elementos desplazados. En
la M etapsicología, Freud señala la ambigüedad y la intrincación
de las posiciones narcisistas y objetales.
“D e hecho, el estado originario narcisista no podría conocer este
desarrollo si cada ser individual no pasara por un período de
desam paro y atenciones, durante el cual las necesidades apre­
miantes se satisfacen con la intervención del exterior y quedan
así preservadas de todo desarrollo.” 15
Esta aserción, que sucede a otra, más metafísica, del comienzo
de la M etapsicología, “pongámonos en la situación de un ser vi­
viente que se encuentra en un desamparo casi total”,™ liga irre­
vocablemente esta situación de desamparo a la del agolpamiento
de necesidades, si no de satisfacción de deseos, e integra la nece­
sidad de una presencia tutelar, es decir, al menos de una para-
excitación exterior.
De allí que la regresión al narcisismo, aun el más primitivo,
lleve consigo el germen de una contradicción interna. Puesto que
ese estado no puede concebirse más que al abrigo de una para-
excitación que crea un estado de dependencia; participa, pues, de
una situación inestable.
Esa inestabilidad básica proviene del hecho de que la misma
paraexcitación, es decir, la presencia tutelar, constituye el objeto
de las primeras excitaciones pulsionales o las provoca, precisa­
mente por las atenciones que prodiga.
Es sólo por una represión primitiva muy intensa que el ser
así entregado a las atenciones y al desamparo puede desviar de
su "protector” los impulsos pulsionales que necesariamente se le
dirigen, tanto si dichos impulsos son por naturaleza primitiva o
secundariamente agresivos, o primitiva o secundariamente libi-
dinales.
Por lo tanto, es en razón del hecho de que constituye una para-
excitación que la presencia tutelar deviene objeto de un impulso
pulsional, porque si se constituye como paraexcitación es que ya
fue seducida y que ejerce una seducción.
El hecho de atender o de proteger constituye por sí solo la
base de una elección objetal que Freud describe como anaclítica.

15 Métapsychologie, pág. 37. .


i« Ibíd. pág. 14. '
M » *- *
80 MICHEL NEYBAUT

Pero esta elección es doble, porque si el hecho de proteger o de


atender atrae pulsiones objetales, esa atención y esa protección
son ellas mismas consecutivas a una seducción (el autoerotismo
y la seducción son inextricables).
El niño está protegido gracias a la seducción que ejerce; que
esta seducción sea de naturaleza narcisista nada cambia de la
cuestión y más bien refuerza la idea de que la paraexcitación
juega ese papel; no sólo frente a las excitaciones exteriores, sino
también frente a las que provienen de él mismo.
Es suspendiendo por un tiempo sus propios impulsos pulsionales
con respecto al niño que la paraexcitación llega a adormecerlo.
(De todas maneras, por la constancia de la pulsión y la perio­
dicidad de la necesidad, este estado es precario.)
Evidentemente, esta situación encuentra un eco y hasta se cons­
tituye como repetición de ese primer acontecimiento en la situa­
ción analítica. Pero es preciso comprender que la contratransfe­
rencia puede jugar, en cierta manera demasiado tarde, el papel
de paraexcitación, intentando oponerse a las manifestaciones de
la transferencia, reveladoras de impulsos pulsionales objetales —es­
te hecho tiende a confirmar la necesidad de concebir al conjunto
de la situación analítica en una misma teoría energética—; desde
ese punto de vista, y sólo desde ese punto de vista, puede conce­
birse que se establezca un equilibrio energético inconsciente que
regula el nivel global de las excitaciones tolerables en una sesión.
Los acting out son concebibles tanto del lado del analista como
del lado del paciente, y constituyen tipos de descarga que no
necesariamente calman a su autor.
Sólo desde ese punto de vista la contratransferencia puede ser
concebida com o paraexcitación. Puede ser anterior a las solicita­
ciones pulsionales reveladas por la transferencia como consecu­
tiva a ellas. Casi siempre es consecutiva y es desencadenada por
las manifestaciones transferenciales.
La precocidad de las manifestaciones transferenciales y contra-
transferenciales, inclusive su anterioridad con relación al análisis,
así como la intrincación precoz de los impulsos narcisistas y obje­
tales —debida a la ambigüedad de la situación de “atención y
desamparo”— hacen difícilmente concebible una oposición nar­
cisismo-transferencia .
Si la oposición narcisismo-conflicto objetal mantiene todo su
LA TRANSFERENCIA 81

valor, parece imposible superponer transferencia y conflicto obje-


tal, por la razón de que los desplazamientos operados en la trans­
ferencia desbordan por su contenido y naturaleza a los solos im­
pulsos pulsionales considerados. Por otra parte, y como veremos
más adelante, la transferencia no puede asimilarse pura y simple­
mente a los elementos que desplaza salvo si se reifica la situación
analítica. Todas estas consideraciones nos demostraron la nece­
sidad de ligar transferencia y contratransferencia más íntimamente
de lo que se acostumbra. Ese lazo sólo se hace posible por su
similitud de naturaleza y su común origen inconsciente. No habría
que concluir que se trata de un solo y mismo fenómeno, apoyado
unas veces sobre el sillón, otras sobre el diván, sino que precisa­
mente el lugar desde donde se lo enuncia cambia su naturaleza,
y no puede ser asimilado a lo que resultaría de una situación
analítica imaginaria en que paciente y analista estuviesen ten­
didos pies contra cabeza cada uno sobre un diván.
Con la regla fundamental, la situación analítica instaura un
desequilibrio básico, incluso sin dar intervención a las prescrip­
ciones técnicas que limitan la acción del analista. Ese desequi­
librio está lejos de limitarse al campo de la transferencia-contra-
transferencia. Pero en este dominio, que nos interesa muy par­
ticularmente, impone en el movimiento de las excitaciones pulsio-
nals y de su expresión una profunda desigualdad que instituye
a la contratransferencia como oponiéndose enérgicamente a la
transferencia y crea, por el solo hecho de la escucha, una situa­
ción vectorizada, que necesariamente remite a las situaciones
infantiles primitivas.
Hemos visto que en las psicoterapias de psicóticos que no si­
guen el protocolo analítico estricto, la diferencia y la oposición
terapeuta-paciente llega a ser más frágil y pierde su vectorización;
ella autoriza, entonces, una intrincación transferencia-contratrans-
ferencia más estrecha.
La diferencia esencial que engendra la regla fundamental se
expresa evidentemente en la desigualdad cuantitativa del discur­
so, aun cuando el beneficio de cura enteramente muda sea afirma­
do por casi todos los autores. Con todo, esta desigualdad destaca
además, como si hiciera falta, la dificultad que encuentra el
proceso analítico en la oposición consciente-racional-intelectual y
primario-inconsciente-resistencia. Oposición muy marcada en
82 MICHEL NEYBAUT

Freud. Es evidente que este proceso no puede describirse en la


dimensión de esa única oposición, y que el campo transferencial
moviliza por ambas partes representaciones inconscientes mucho
más vastas.

Reducción del afecto a su quantum

El puente que por intermedio del PCS permite superar tan


estricta oposición está, como todos saben, minado. Su fragilidad
se manifiesta claramente en el campo transferencial-contratrans-
ferencial, por la consideración del segundo punto débil de la me­
tapsicología: la reducción del afecto a su quantum.
Dicha reducción sólo se hace posible, lo sabemos, por la dife­
rencia de los respectivos destinos de la representación y del afecto.
Pero esta diferencia de destinos alcanza un relieve particular
desde que se manifiesta en el campo transferencial, por la razón
de que lo que en la transferencia se expresa en términos de afecto
es formulado así por desencadenar en el analista un cierto número
de representaciones, y, de que lo que es descrito como represen­
tación pura desencadena ciertos afectos que algunos reputan
reprensibles.
Si la disociación del afecto y la representación es un hecho
metapsicológico cierto, su naturaleza es también cruzada, es decir
que, al disociarse, franquea también la distancia que separa a
los interlocutores y establece un puente cambiando de signo.
Michel Fain ya había señalado hasta qué punto en ciertos
escritores la pasión de escribir o de describir no estaba ligada
más que a una incapacidad de sentir y a una prodigiosa facultad
de hacer sentir. Evidentemente, el término representación debe
entenderse aquí en su sentido más gráfico, y con el mayor índice
de “figurabilidad”. Pero aun en este sentido metapsicológico, el
más amplio, tal como Freud lo emplea con gran frecuencia, por
más separado que esté el destino de la representación del des­
tino del afecto, eso no impide que no obstante se reúnan y que,
sobre todo, la representación tenga por efecto fundamental inhibir
la expresión de ese afecto.
Pero el campo transferencial ofrece en la situación analítica una
posibilidad de salida para ese afecto, de manera que si no es
LA TRANSFERENCIA 83

sentido por el paciente, cruza el campo analítico con el fin de


ser sentido por el analista. Este intercambio afecto-representación
parece encontrar en la “técnica” analítica clásica un abra de paz.
Puesto que la interpretación de estilo “comentario objetivo”, y
hasta “explicativo”, excluiría a la vez toda participación afectiva
y toda introducción de nuevas representaciones.
Ese cruzamiento del afecto y la representación, perceptible en
toda situación analítica “en ejercicio”, refuta la concepción estric­
tamente monádica de la metapsicología. Por otra parte, permite
comprender mejor cómo el desequilibrio institucional de la si­
tuación analítica traza un polo transferencial y contratransferen­
cial por el solo hccho de que uno habla y el otro escucha.
Para terminar con este capítulo sobre la contratransferencia y
la metapsicología, debemos analizar ahora algunos aspectos de
sus relaciones internas, puesto que la contratransferencia forma
parte del pensamiento psicoanalítico y la metapsicología repre­
senta su armazón doctrinaria.
Hemos visto que esas relaciones eran, si no litigiosas, al menos
problemáticas, pues la aplicación de la concepción monádica de
la metapsicología, muy influida por su fuerte exponente narcisista,
se dificultaba desde el momento que la situación analítica era
tomada en cuenta. Esta última, poniendo en juego un campo
transferencial-contratransferencial dialéctico, no podía satisfacerse
con una yuxtaposición monádica sostenida por dos protagonistas.
Por el contrario, debía alzar su estructura energética al nivel dia­
léctico global, que es el del proceso analítico.
Por otra parte, su concepción dinámica, es decir conflictiva,
tampoco podía reducirse a una suerte de oposición, consciente
de un lado, inconsciente del otro, y nos era preciso denunciar
esa “distancia metapsicológica” entre el analista y su paciente
como insuficiente para describir la relación transferencial instau­
rada por la situación analítica.
Los puentes descritos por Freud para franquear esa distancia
parecen ser, como lo dice Freud, aleatorios, y ocultos para siempre
por el carácter narcisista de su origen respectivo. La identifica­
ción narcisista ofrece el mejor “pasaje” de un inconsciente a otro,
pero no puede conducir más que a la ilusión de una segunda
conciencia comparable a la primera.
El lazo más estrecho entre dos entidades inconscientes nos
84 MICHEL NEYBAUT

parecía trazarse en la relación del psicótico con su terapeuta, ins­


taurando entonces una suerte de “nueva metapsicología” donde
precisamente la noción misma de terapeuta parecía debilitarse
o, más exactamente, repartirse entre los dos protagonistas.
Este nuevo reparto nos parecía confirmar la intrincación trans-
ferencia-contratransferencia, y nos permitía disipar la ilusión de
una transferencia masiva proveniente sólo del paciente.
Al hacerlo, nos manteníamos a distancia de dos escollos esen­
ciales: el de confundir bajo una misma entidad conceptual trans­
ferencia y contratransfcrencia con el pretexto de su intrincación.
Esa intrincación y ese lazo dialéctico no se manifiestan como po­
sibles para nosotros sino en razón de las contradicciones que los
oponen.
Estas contradicciones nos parecen proceder esencialmente de
la diferencia de origen de su emisión. Diferencia sostenida y aun
instaurada por las modalidades concretas de la situación analítica
y de la sesión de análisis protocolar.
E l segundo escollo es una reificación de la situación analítica
tal que el campo dialéctico transferencia-contratransferencia se
encontraría reducido a una “relación de objeto pura y simple”, de­
nominada relación de objeto transferencial, evidentemente corre­
lativa de una regresión transferencial. Nos reservamos para más
adelante la decisión acerca de la realidad o virtualidad de la
transferencia; hasta aquí, hemos denunciado, a propósito de la opo­
sición narcisismo-transferencia, el peligro de asimilar esta última
al puro y simple advenimiento de los impulsos pulsionales tal
cual son en el campo analítico.
Debemos examinar aún, a propósito de la metapsicología, al­
gunos ejemplos de las relaciones que ella puede anudar con el
pensamiento analítico en la contratransferencia.
Los hemos agrupado bajo tres capítulos que no recubren la
totalidad del problema pero que nos han parecido particular­
mente importantes, a saber: el peligro de concebir a la metapsi­
cología como un método, el de concebirla como una legislación
de los fenómenos inconscientes y, por último, el de reificar sus
contenidos para concebir las instancias que la fundamentan como
realidades.
La utilización de la metapsicología en la marcha del pensamien­
to analítico plantea el problema del sentido del concepto de me-
LA TRANSFERENCIA 85

tapsicología, frente al cual, además, debería existir el de meta-


biología —que sin embargo no existe.
Estas consideraciones, lo remarcamos, no son esenciales para
la comprensión de la transferencia; más bien señalan, en el pen­
samiento analítico, las resistencias que se oponen a esta compren­
sión, tanto en la historia del concepto de transferencia, que cons­
tituye el objeto del capítulo siguiente, como en el ejercicio mismo
de la cura analítica y de su conducción.

Los escollos de la metapsicología

La metapsicología se define como el ejercicio de un triple


punto de vista: tópico, dinámico y económico. La originalidad
de este triple punto de vista no está en discusión, sino más bien
el hecho de que se trate de un punto de vista y nada más, lo cual,
habida cuenta de la proyección sensorial inherente a toda me­
táfora, de lo que precisamente la metapsicología ha dado cuenta,
significa un punto desde donde hablar o, si se prefiere, una ma­
nera de hablar de lo que es psíquico. Hablar de lo que es psíquico
requiere la instalación de un aparato conceptual propio para dar
cuenta del status de la psiquis.
En la metapsicología freudiana, hablar de lo que es psíquico
nunca significa hablar de la psicología. Como tampoco hay ra­
zones, si se admite la tesis de que el inconsciente está estructurado
como un lenguaje, para creer que está estructurado como la
lingüística. Si el punto de vista a partir del cual nos situamos
no concerniera más que a la metapsicología, aún sería psicología.
Meta indica una distancia y es de esta distancia que queremos
hablar. Indica pues un punto del pensamiento que no está apri­
sionado en las mismas estructuras que tiene por misión esclarecer.
Este punto de vista es, por lo tanto, un artificio. Dicho arti­
ficio no puede ser comprendido si no se admite, con Freud, que
el punto desde donde se habla es un punto consciente, que es
a partir de la conciencia que articulamos los preceptos de una
metapsicoloeía que apunta a algo muy distinto de la conciencia.
En ese sentido, la metapsicología se separa radicalmente de toda
empresa metafísica, pues esta última no puede eludir las rela­
ciones que la unen, como doctrina, con el objeto de esta doctrina.
86 MICHEL NEYKAUT

Dicho de otro modo, que no puede articular una proposición sin


encontrarse inmediatamente ante el deber de plantear como pro­
blemático el hecho mismo de haber enunciado tal proposición.
Aquí, por el contrario, las dos hipótesis fundadoras de la me­
tapsicología fracturan lo consciente a nivel del único punto de
vista que permitirá hablar de otra cosa que de él mismo. Las dos
hipótesis fundadoras, recordémoslo, son las siguientes:
1) El lugar de acción de la vida psíquica es su órgano somá­
tico: el cerebro;
2) E l conocimiento directo de los procesos conscientes por la
conciencia y la imposibilidad de conocerlos mejor por nin­
guna descripción.
Si lo consciente es consciente, nada hay más allá y el status
de ser consciente le basta. La metapsicología no se planteará
jamás pregunta alguna sobre sí misma, ni sobre su razón de ser. Es
posible pues hablar de un artificio, que se ha hecho posible por
la sola hipótesis de que no siendo la vida psíquica reductible
a la conciencia, la fractura entre el lugar desde donde se habla y
el objeto de este habla, autoriza a hablar de un punto de vista
y de ninguna otra cosa.

La metapsicología concebida como m étodo

Planteado esto, cabe la tentación de asimilar la metapsicología


a un puro v simple método. En un sentido es un método, pues el
ejercicio del triple punto de vista basta para caracterizar a esta
empresa como metapsicológica. Pero un método, aunque sea
aproximativo, nunca será constitutivo del objeto que pretende
enfocar. Aquí, mediante el artificio de la distancia y por cierto
grado de objetivación del que hablaremos más adelante, la me­
tapsicología supera el plano del método, puesto que hablar de
un punto de vista tópico, dinámico y económico es al mismo
tiempo hablar de esta manera pero, a la vez, considerar que aque­
llo de lo que se habla está por sí mismo estructurado de manera
cuantitativa, conflictiva y disociable. Así, la metapsicología no
puede ser asimilada al simple rango de método, aunque sea un
método. Ella supera ese rango en la medida en que, mediante
el artificio de la distancia, parece ser constitutiva de las instancias
LA TRANSFERENCIA 87

que constituyen su objeto de estudio. Por un lado, la metapsi­


cología fundamenta la existencia de una instancia, el Yo, por
ejemplo. Por otro, ella denuncia a esta instancia como enigmá­
tica y no podrá calificarla sino elucidando las relaciones de esta
instancia con otras. El punto de vista tópico no se aclara más que
a la luz del punto de vista dinámico y económico; los tres puntos
de vista están íntimamente unidos y garantizan el aspecto fun­
dador de la sola tópica. La necesidad que tiene la metapsicología
de unir los tres puntos de vista que la caracterizan prohíbe, por
ejemplo, imaginar la creación de una nueva instancia que debería
la hipótesis de su existencia solamente a la comprobación de
elementos históricos, tales como se los puede obtener mediante
la observación directa o el uso exclusivo de lo que se ha deno­
minado punto de vista genético en psicoanálisis (además soy yo
quien aquí habla de punto de vista y no de psicoanálisis genético).
Esta empresa escapa a la metapsicología como tal, y debe en­
tonces discutirse a nivel de la teoría en general; el problema es
entonces saber si esta teoría es compatible con la práctica de la
escucha analítica. Para terminar con esta cuestión de método,
digamos que es enteramente posible imaginar la aplicación de un
punto de vista tópico, económico y dinámico a todo otro objeto
que no sea el psiquismo, al estudio de los puentes, por ejemplo,
pero que perdería entonces su valor fundador por cuanto las re­
giones que delimitiría como instancias no serían ya específica­
mente psíquicas o, más bien, escaparían a lo que Freud denomi­
na vida psíquica.

Como legislación

La segunda tentación, en lo que concierne a la metapsicología,


es considerarla como una legislación, es decir, como un texto que
establece las leyes que rigen las relaciones entre las entidades
que ella definió previamente.
En fecto, la metapsicología representa un sistema que legisla
sobre relaciones; relaciones entre las instancias, por ejemplo. Pero
el texto difiere de ella en un punto fundamental, en el hecho de
que una legislación sobre relaciones, es decir el conjunto de leyes
de una doctrina o de una teoría científica, se apoya sobre una
axiomática, es decir, sobre hechos conocidos y que se suponen
88 M ICHEL NEYHAUT

enunciados. Aun cuando esos hechos tuvieran un carácter hipo-


tético-deductivo, en este sentido la metapsicología sería una le­
gislación de los hechos psíquicos.
Pero difiere de ello, en primer lugar, por el carácter uniforme­
mente hipotético de sus aserciones; ninguna deducción aparece
jamás como tal. Su marcha es profundamente original, en la
medida en que los hechos en cuestión son totalmente heterogéneos.
A veces se trata de nociones tomadas de otras disciplinas, otras
veces de hechos clínicos, y otras de hipótesis tratadas como hechos.
Pero la característica de esos hechos es que son todos perfecta­
mente enigmáticos. El síntoma, por ejemplo, es por definición
y aun por esencia enigmático, es decir, significante pero de do­
ble fondo, puesto que el significado al que eventualmente se
refiere nunca es un hecho y no puede constituir como hecho
más que el hecho de su significancia, que es un principio puesto
por la distinción ICS-CS. En cuanto a las nociones tomadas de
otras ciencias o lisa y llanamente del sentido común esos preten­
didos hechos, separados de su ciencia de origen, no deben su
significación y su sentido sino al hecho de estar integrados en la
metapsicología.
E l hecho, pues, de que la metapsicología proceda de elementos
enigmáticos prohíbe considerarla como una pura legislación de
esos hechos. En este sentido, la metapsicología es correlativa de
los hechos que la fundan, pero las cosas no avanzarán un paso
gracias a ella. La metapsicología anda más rápido que los hechos
enigmáticos de los que debe dar cuenta.
No es posible ninguna deducción que permita a la compren­
sión avanzar con mayor rapidez que los hechos y las hipótesis
de las que procede. Jamás procede por deducción o inducción,
sino creando nuevas hipótesis fundadas inmediatamente sobre
hechos nuevos. Sólo hechos nuevos y además enigmáticos pueden
hacer que se modifique, avance y funde otras hipótesis por el
solo hecho de su agregación.
Difícilmente podremos atribuir a esas aserciones el carácter de
hechos psíquicos, y ello en razón del carácter enigmático de su
naturaleza; la aserción de la metapsicología se mantiene por en­
cima de los hechos psíquicos propiamente dichos, tal como po­
drían ser recopilados o descritos por la psicología, y es también
en este sentido que se trata de una m«ía-psicología.
LA. TRANSFERENCIA 89

La traducción directa de una observación (que objetiva nece­


sariamente sus contenidos) en términos metapsicológicos revista
necesariamente un carácter claudicante. Porque franquea, sin
definirla, la distancia entre la psicología y la metapsicología.
Esta incompatibilidad entre la “descripción” de un análisis o su
“informe” y su traducción en términos metapsicológicos culmina
casi siempre en un doble enunciado: uno llamado clínico, otro
llamado teórico.
Se supone que el segundo debe explicar al primero. En reali­
dad, la metapsicología no explica nada, sino que reubica al pri­
mer enunciado, “clínico”, en las perspectivas generales, que son
las de la psiquis en su totalidad. Más bien son los hechos clíni­
cos enunciados los que tendrían por efecto poner en claro a la
metapsicología.
Mal que bien, los enunciados teóricos y clínicos pueden soste­
nerse uno al otro por un intercambio constante de sus exposicio­
nes o de sus predicados. Pero cuando se quiere abordar el cam­
po específico de la transferencia-contratransferencia, hay que
abandonar toda esperanza de utilizar la metapsicología como axio­
mática.
Las categorías de instancias no consiguen delimitar las estruc­
turas transferenciales porque éstas son eminentemente dialécticas.
No puede sorprender que algunos, Lacan en particular, se ha­
yan esforzado por encontrar en el lenguaje mismo las bases más
sólidas de una axiomática, es decir, que hayan buscado encontrar
necesariamente los lazos lógicos del inconsciente con el nivel retó­
rico de su expresión.
Esto supone una transposición de ciertos conceptos metapsicoló­
gicos, tales como los de condensación y desplazamiento, en tér­
minos de metonimia y de metáfora. Pero esta transposición aleja
a estas últimas de todo recurso de un punto de vista económico.
Es verdad, además, que cuando Freud expone sus curas ejem­
plares así como también en su oposición cualitativa consciente
e inconsciente, en Psicopatología de la Vida Cotidiana y El
Chiste y su relación con lo Inconsciente, vuelve con mayor fa­
cilidad a los rodeos dialécticos del intercambio preconsciente
que a las oposiciones de instancias de la M etapsicología. Si hay
corte entre la Metapsicología y Los Escritos Técnicos, también
90 MICHEL NEYRAUT

los hay entre los Historiales clínicos y la misma Metapsico-


cología.
Si en la exposición del campo específico transferencial, no po­
demos quedarnos sólo en los conceptos metapsicológicos, tampo­
co podemos, por las razones expuestas más arriba, es decir, la
necesidad de establecer una concepción energética y dinámica
global de la cura, abandonar el punto de vista económico y diná­
mico. Estos puntos de vista obligan a considerar la circulación
placer-displacer como común a los protagonistas de la cura, y la
oposición conflictiva debida al desequilibrio de la situación analí­
tica como esencial (entendiéndose que el antagonismo consciente-
inconsciente no sería suficiente para que subjetividades distintas
fueran su soporte).

La m etapsicología como sustancia

El tercer punto de vista: tópica de la metapsicología, nos con­


duce al tercer escollo, que sin duda es el más grave y al mismo
tiempo el más difícil de discernir: el de la objetivación de sus
contenidos, es decir, el del justo emplezamiento de la sustantifi-
cación de las instancias psíquicas.
En mi opinión, esta aprehensión será correcta únicamente si se
admite una perfecta continuidad entre la primera y la segunda
tópica. Suele oírse hablar de dos movimientos distintos en el
pensamiento freudiano, concerniente uno a la distinción ICS-CS-
PCS en su sentido diferencial y el otro en la sustantificación de
sus contenidos. Como si la segunda tópica refutara a la primera
y no se la tuviera ya en cuenta. Muy por el contrario, me parece,
ella la supera conservándola y no puede concebirse sin ella.
Hemos visto que la metapsicología era ampliamente hipotética,
puesto que tenía en cuenta hechos enigmáticos siempre en aumen­
to y se las arreglaba para encuadrarlos en una formulación que
los englobase pero no en una teoría que los explicara. Sin em­
bargo, ese englobamiento no es un simple amontonamiento de
datos de hecho. Es preciso que les dé una perspectiva y una ex­
tensión, pero no una finalidad; un marco conceptual pero no una
referencia causal. No perdamos de vista que la metapsicología
nunca es otra cosa que un punto de vista y una manera de ha­
LA TRANSFERENCIA 91

blar. Ahora bien, esa extensión, esa dimensión no la suministró


solamente la formulación de una primera tópica que dota a lo
que es mental de una extensión y de una dirección. Se sabe que
para Descartes la distinción entre el cuerpo extenso y el alma pen­
sante correspondía a la distinción clara; para él existe una unión
del alma y el cuerpo, pero no en el nivel de las ideas claras.
“Finalmente, escribe a la princesa Elisabeth, es sólo haciendo
uso de la vida y de las conversaciones ordinarias y absteniéndose
de m editar y estudiar las cosas que ejercitan la imaginación como
se aprende a concebir la unión del alma y el cuerpo.”
Por cierto, es aplicándose a las cosas ordinarias, o a las así con­
sideradas, como Freud establece las relaciones de la extensión con
el aparato del alma. Es sorprendente observar qué cerca está el
esquema propuesto por Descartes, en particular su sistema de
memorización, del aparato del alma descrito por Freud. Pero
la fractura implicada por Freud en su hipótesis fundadora dota
a la vida psíquica de una dirección en la extensión; de un sentido
progresivo y de un sentido regresivo, pero al mismo tiempo de
una extensión propiamente metapsicológica en profundidad. Esta
extensión es metapsicológica en el sentido de que ella puede
hacer coincidir un espacio orgánico cerebral (zonas corticales
externas), uu espacio iilogenético (zonas más recientemente ad­
quiridas) y un espacio psíquico dotado de una profundidad y de
una superficie. La extensión concebida por Freud es la que va
de una a otra de las dos hipótesis fundadoras, es decir, del cere­
bro a la percepción, o sea a la realidad; esa extensión evoluciona
entre dos certidumbres. Entre esas dos certidumbres, él constru­
ye un aparato dotado de una extensión. La metapsicología plan­
tea pues varios planos superpuestos, filogénesis, organización ce­
rebral, sentido vectorial de la representación psíquica y del tra­
yecto de los afectos; planos que no coinciden del todo, pero que,
en tanto son premetapsicológicos, proponen su adecuación virtual
como posible. El término aparato es totalmente adecuado a la
metapsicología. No significa que el aparato en cuestión esté
materialmente representado por el órgano que lo soporta, sino
que, con todo, procede de él, es representado metafóricamente
por un aparato óptico, lo visto y percibido por este aparato ópti­
co se supone conocido porque es consciente. Pero el objeto de
estudio es el aparato óptico mismo. Este aparato en ningún caso
92 MICHEL NEYRAUT

puede ser asimilado a un esquema que se fije sobre un sistema


orgánico o sobre una serie de representaciones. No se confunde
tampoco con el órgano, que es el lugar de su acción. Es una
estructura imaginaria del psiquismo cuyos elementos nocionales
son ellos mismos metaconcretos, es decir, cuya concretación no es
concebible sino en una extensión de varios pisos conceptuales.
La extensión filogenética, y por lo tanto histórica, y la extensión
que va de la profundidad a la superficie mental (por ejemplo la
motricidad) se conjugan para definir regiones privilegiadas de­
nominadas instancias. Pero no existe caso alguno en que una de
esas instancias pueda ser aprehendida en una única noción de la
extensión. Es absurdo hablar de un Yo puramente filogenético,
por ejemplo, o puramente ontogenético.
Para ilustrar esta concepción metapsíquica, recordemos la defi­
nición de J. Laplanche y J. B. Pontalis, según los cuales la repre­
sión sería fundadora del inconsciente. Esta concepción de la
represión sustancia la represión al conferirle una única dimen­
sión ontogenética.
Pero parece necesario hacer una distinción entre lo que es fun­
dador y lo que es primero. Para decir que un elemento es fun­
dador hay que aislarlo en una única dimensión de la extensión
psíquica y conferirle una sustantificación concreta, mientras que
es totalmente lícito decir que es primero en la génesis de los pro­
cesos por los cuales lo que era inconsciente puede devenir cons­
ciente. En ese sentido, se ve que la metapsicología no puede ob­
viar la primera concepción tópica, cuya exposición es anterior,
pero resulta perfectamente válida.
Este escollo de la sustantificación metapsicológica encuentra
expresión en las teorías que se valen de desplazamientos de instan­
cias en el momento de la transferencia: transferencia del Superyó
sobre el analista, transferencia del Ello; papel de Yo auxiliar reser­
vado al analista, etc. Estas expresiones no están desprovistas de
sentido, pero se emparentan más con los fenómenos de proyec­
ción que con el desplazamiento propiamente dicho.
Hay que hacer notar que parecen caracterizar situaciones que
precisamente marcan el límite inferior de la transferencia. Esas
situaciones, en muchos aspectos, se vinculan con la hipnosis, carac­
terizada metapsicológicamente por una fusión de las instancias.
Pero, si se tratara de una verdadera fusión, nada permitiría
LA TRANSFERENCIA 93

distinguir el agente del paciente. Esta visión reificada de la fu­


sión aplicada a la situación analítica olvida propiamente la natu­
raleza subjetiva de esta fusión.
Paradójicamente, esos estados de fusión serían más sensibles en
la situación analítica que en la hipnosis, en la medida en que la
contratransferencia, menos preocupada que en la hipnosis por
conservar la iniciativa de los impulsos activos, aceptaría participar
de dicho estado fusional.
Pero es imposible entonces hablar de transferencia propiamen­
te dicha. Esta implica que una distancia suficiente, precisamente
la necesaria para el desplazamiento de los elementos transferidos,
permita el reconocimiento de ese desplazamiento y su especifica­
ción. De la misma manera, los mecanismos de identificación pro-
yectiva, tal como los describe Melanie Klein, y cuya dimensión
subjetiva debe estar siempre presente en el espíritu, si bien parecen
establecer un lazo difícilmente expugnable entre el analista y su
paciente, no pueden corresponder a la categoría de la transferen­
cia aunque encuentren en la primera infancia del paciente los mo­
delos de su manifestación. La transferencia no puede reducirse
aquí a la simple repetición de modelos anteriores o a un “pattern”.
Estas tentativas o tentaciones de sustantificar las instancias psí­
quicas parecen encontrar mejor asiento cuando nos elevamos en
los grados jerárquicos que introduce necesariamente la metapsi­
cología.
Así ocurre con el “desplazamiento del ideal del Yo”, con la
“transferencia del ideal del Yo”. Si la cura analítica parece a ve­
ces partirse según las líneas de fractura establecidas por la meta-
psícología, a mi parecer no es por ello que deba relacionárselas
con la transferencia.
Por cierto, la resistencia utiliza la transferencia y la transfe­
rencia es, como veremos, una resistencia, y puede ser que una de
las modalidades de esa resistencia emplee los caminos de una es­
pecie de partición del inconsciente con la apariencia de una nueva
distribución de las fuerzas psíquicas de tal manera que serían
entonces soportadas por dos subjetividades distintas.
Esa resistencia es importante, en efecto, y merece ser consi­
derada. Pero es raro que ella pueda interpretarse “en la transfe­
rencia”, sin hacer que intervenga algún elemento de realidad.
Como si esta sustantificación de las instancias psíquicas y aquí
94 MICHEL NEYRAUT

del ideal del Yo debiera necesariamente apoyarse sobre una reali­


dad. Teórica y técnica, es doble la trampa de apoyarse sobre
una reificación; dicho de otro modo, esta reificación es a la vez
la del teórico y la del paciente (de una manera general podemos
estar seguros de que todos los errores teóricos serían un día u otro
representados en el interior de una cura por una resistencia del
paciente que reproduce rasgo por rasgo la errónea visión).
Así, por ejemplo, el paciente puesto en presencia de su analis­
ta, desde el primer segundo de su entrevista “encuentra” su ideal
del Yo. Se produce entonces una suerte de petrificación próxima
al “flechazo”, pero que acarrea una resistencia casi invencible bajo
los rasgos de una transferencia fuertemente negativa; en realidad,
es el exceso mismo de la positividad de la transferencia lo que
parece enducererlo así. Más que una sustantificación, es de una
“estatuificación” de lo que se trata; los elementos eróticos subya­
centes son difíciles de encontrar, tan encubiertos parecen por
efecto de una reificación narcisista: de una encamación.
E l mismo fenómeno se produce, pero en grado menor, cuando
el analista en la realidad de su persona física presenta una seme­
janza sorprendente con una de las figuras históricas que están en
el origen de la transferencia. Se produce entonces una suerte de
sideración del inconsciente y como una interferencia que viene
a enredar las dos imágenes, y vuelve imposible la apreciación del
desplazamiento.
Este fenómeno, por otra parte, tiene poca importancia en sí,
pero podemos preguntarnos si las semejanzas invisibles, no ya si­
tuadas a nivel de las realidades tangibles sino de las realidades
psíquicas, las identidades de estructuras, no solamente inconscien­
tes sino desconocibles por el analista, no acarrean, y por ello no
esclarecen, ciertas conductas de apariencia fóbica; como si, por
efecto de tales semejanzas, una suerte de sustantificación de la
transferencia tuviera lugar. No hace falta decirlo, pero es para
llegar a decirlo, que toda actitud contratransferencial que por
complacencia narcisista se esforzara en sostener esa semejanza
acarrearía la misma sideración, esta vez sin recurso.
SEGUNDA PARTE

HISTORIA DE LA TRANSFERENCIA
CAPITULO I

HISTORIA DEL CONCEPTO

Si todo hombre tiene el inevitable poder de poner sobre lo que


encuentra las trazas de lo que amó, mal se ve cómo podría
restringirse ese privilegio a circunstancias tan particulares como
las de un análisis.

El fenóm eno

Es por ello que, como fenómeno, la transferencia supera y con


mucho el marco, en sentido estricto, de la práctica psicoanalítica.
No sólo las técnicas o disciplinas que, a mayor o menor distan­
cia, tienen que ver con el análisis pueden ponerla en evidencia.

Su extensión

\ Todas las relaciones humanas, se constituyan espontáneamente


o tengan por objeto la elucidación de esta misma relación, pueden
utilizarla sin saberlo, y finalmente depender de ellaT^
Sin embargo, es por haber denunciado su concepto e insistido
sobre su importancia que el psicoanálisis obtiene el poder y qui­
zá la obligación de elucidar su sentido.

Extensión temporal

£sí como el fenómeno de transferencia desborda el marco del


98 M ICHEL NEYRAUT

análisis, así también los orígenes del concepto pueden revelarse


mucho antes de la fecha de su invención^ 1895).
Parece sin embargo inútil para nuestro propósito buscar dema­
siado lejos sus orígenes; casi sería preciso considerar toda la his­
toria de las relaciones humanas y aun más allá, puesto que la teo­
ría freudiana de los esquemas filogcnéticos, que trae hasta la
actualidad de la cura los vestigios de una historia de la especie,
podría, a ese título, inscribirse ella misma en una vasta operación
de transferencia.
Nos limitaremos a su culminación en el siglo x v i i i , tan cercano
a veces, en su búsqueda epistemológica, de nuestras preocupacio­
nes presentes.
En esa época, el pensamiento médico buscaba en los fenóme­
nos eléctricos un fundamento de las manifestaciones patológicas
más racional que el de las influencias del más allá, pleno de
misterio.

Mesmer

Fue entonces que llegó Mesmer; venía de Viena y desembarcó


en París en la primavera de 1778.
Antoine Mesmer era un hombre instruido, médico, que repre­
sentaba muy bien la tendencia mística de su época. La doctrina
de las “emanaciones” gozaba del favor de toda Europa. El gnos­
ticismo de Swedenborg en Estocolmo trataba “de los espíritus
escapados de lo Divino”. En Alemania, Gassner, sacerdote de los
Grisons, había exorcizado enfermos en Ratisbone varios años an­
tes, y acababa precisamente de regresar a su curato, en la orden
de Francisco-José. En la misma Francia, la locura de los Rosa-
cruces estaba todavía en vigor, después de haber hecho estragos
con particular intensidad durante la primera mitad del siglo xvn,
y el conde de Saint-Germain, quien declaraba vivir en comercio
familiar con Jesucristo y algunos grandes hombres del pasado,
había logrado buen éxito en la corte de Luis xv.1

1 Pasaje extraído del diccionario de Dechambre: Dechambre, Diction-


naire encyclopédique des sciences médicales, t. VII, M D CCLLXXIII, pági­
na 143.
LA TRANSFERENCIA 99

Contexto d e Mesmer

En este contexto, Mesmer aparecía como un científico. ¿No


había escrito en 1766 un tratado, De Planetarium influxu, donde
volvía a poner de moda la teoría del fluido universal?
“La salud o la enfermedad dependen de la cantidad de fluido
esparcido por el cuerpo; esta cantidad debe ser regulada por una
marea artificiair

La comisión real

Provisto de su doctrina, se instala en place Vendóme y hace


fortuna. La gente acude; una suscripción de 340.000 libros lanzan
las “Sociedades de la armonía” en París, después en toda Francia.
Allí se dispensa el “magnetismo animal”. Algunos adeptos elegi­
dos, como d’Elson, ganan la Facultad de Medicina. De tal manera
que el 12 de marzo de 1784 se constituye una comisión real encar­
gada de examinar las 27 proposiciones de Mesmer sobre el fluido
magnético; el doctor Cuillotin, espíritu humanitarista y racional
si lo hubo, forma parte de la comisión.
Ésta condena por razones de moral, o más exactamente por ra­
zones de policía, la práctica de Mesmer. La descripción de los
procedimientos por contacto y por la mirada que efectúa la co­
misión constituye una de las primeras observaciones científicas
de sesiones de magnetismo.

Protocolo d el magnetismo

“El magnetizador, la espalda vuelta hacia el norte, se sienta


frente al sujeto, mirándose fijamente entre sí. Unas veces aplica
las manos sobre los hipocondrios, los pulgares colocados hacia el
ombligo; otras, dirige el pulgar o el índice hacia el epigastrio.
O bien perm anece inmóvil en esta posición, o bien, el pulgar
quieto, describe con los dedos a izquierda y derecha un semicírcu­
lo. Por último, pone las manos sobre la región lumbar, principal­
mente cuando se trata de mujeres “ 2

2 Dechambre, Dictionnaire médical, t. XXXII.


1Ü 0 MÍCttEL NKYttAUT

Mesmer empleaba también otros medios: conductores magné­


ticos, como varillas de vidrio o de hierro. En cuanto a los enfer­
mos indigentes, Mesmer en persona había magnetizado un árbol
del boulevard Saint-Martin en su honor.
Los efectos de las sesiones magnéticas se expresaban con boste­
zos, pandiculaciones,3 hipos, lágrimas, sollozos, atracción inven­
cible hacia el magnetizador.
Condenado por la comisión real, Mesmer lo fue también por
la posteridad, que le reprocha su charlatanería y su rápida for­
tuna. Es no entender que el cinismo es una cosa rara y que para
emprender una carrera tan extraña hacía falta una fe poco común.

Las cubetas

Vamos a describir, según Dechambre, la puesta en escena de la


práctica de las “cubetas”, porque de esas cubetas salieron la hip­
nosis, la sugestión y finalmente el método catártico de Breuer.
“E n una sala cerrada y silenciosa, donde la luz llegaba tamiza­
da, se disponía una caja circular de madera de roble d e seis pies
de diám etro y un pie y m edio d e altu ra;.. .en el fondo de la cuba
se disponían botellas llenas de agua en form a radiada, de manera
que un primer lecho de botellas tuviera los golletes vueltos hacia
el centro y el segundo hacia la periferia, etc. Estas botellas esta­
ban recubiertas de agua y descansaban sobre una m ezcla d e vidrio
triturado y limaduras d e hierro. Por los agujeros d e la tapa sa­
ltan barras d e hierro cuya extremidad interna se sumergía en el
líquido, y la otra, acodillada, móvil y terminada en punta, se
aplicaba al cuerpo d e los enfermos. Estas barras eran suficiente­
m ente grandes para alcanzar la segunda o tercera fila, pues ha­
bía gran concurrencia. Los enfermos, sentados alrededor de la
cuba, se enlazaban entre sí por una cuerda que partía d e la cubeta;
si la cuerda no era lo suficientemente larga, los d e la segunda fila
se tenían por uno o varios dedos. Pero la acción no deviene mag­
nética sino cuando Mesmer entra en la cadena. Si e l magnetiza­
dor está allí, la cuerda no es ya necesaria, basta tocar a los en­
ferm os, incluso solamente orientar hacia ellos los dedos o la

6 Movimiento que consiste en extender los brazos invirtiendo la cabeza


y el tronco hacia atrás.
LA TRANSFERENCIA 101

varilla, o sim plem ente la mirada. O bien entonces es la práctica


de la ‘gran corriente': la corriente animal d el magnetizador, al
encontrarse con la de la tina, forma en él cuerpo d e los encade­
nados un verdadero torrente: ‘Los ojos se extravían, las gargan­
tas se levantan, las cabezas se invierten, se tiem bla, se Uora, se
ríe, se tose, se escupe, se grita, se gime, se sofoca, se cae en el
éxtasis, se sienten ardores secretos
”Después vienen los gritos, los estrangulamientos, los movimien­
tos convulsivos, las contorsiones, las caídas violentas; las mujeres,
sobre todo, se arrojan unas sobre otras, rojas o pálidas, los rasgos
descompuestos, los cabellos flotantes o pegados a las sienes, se
abrazan, se rechazan, ruedan por tierra y van a dar con su cabeza
contra las paredes (a ese fin acolchadas). Se oye gritar la fórmula
ritual: ‘¡socorro!, ¡socorro1/ El maestro suelta ahora su armónica
(pues la música ayudaba al magnetismo). V uela hacia los fre­
néticos, los penetra con mirada aguda y profunda, les toma las
manos o pasa las suyas sobre las partes más ag itad as”

El mesmerismo yjf
Según Mesmer el magnetismo animal puede curar inmediata­
mente los males de los nervios y mediatamente los otros; perfeccio­
na la acción de los medicamentos, provoca y dirige crisis saluda­
bles, de manera que es posible adueñarse de ellas ; por su inter­
medio, el médico conoce el estado de salud de cada individuo, y
juzga con certeza el origen, la naturaleza de las enfermedades
más complicadas. Impide su acción y llega a la curación sin efec­
tos peligrosos, cualesquiera que sean la edad, el temperamento
y el sexo.
Mesmer se hacía ayudar en sus prácticas por un “criado toca­
dor”. Sin embargo, la comisión, que se dirige únicamente a d’El-
son, miembro de la Facultad de Medicina, hace que se proceda
a experiencias de cubetas particulares: sin resultado. Enterada
de un informe secreto que insiste sobre el peligro de abusos se­
xuales y aun de violaciones, pronuncia la condena. Uno solo de
sus miembros se niega a firmarla (Laurent de Jussieu), estiman­
do que Mesmer está en las huellas de una fecunda verdad fal­
seada por la insuficiencia científica y que la verdadera ciencia
debería retomar y fecundar.
102 M IGUEL NEYBAUT

La condena de la comisión no habría bastado si la nobleza


no hubiese condenado también el magnetismo. Enrique de Pru-
sia, fierabrás y hermano del gran Federico, que había hecho mag­
netizar un árbol en el parque del castillo de Beaubourg, declaró
no haber sentido nada, como tampoco la princesa de Lamballe.
Mesmer debió escapar.

Interpretación del mesmerismo

Retrospectivamente, Freud da sentido a Mesmer. La idea de


una influencia directa y material del hombre sobre su semejante
no fue conservada, al menos con esa forma.4
Pero si bien se abandonó la idea de una influencia material
directa, se mantuvieron las circunstancias que presidieron la eclo­
sión de esa influencia, aunque depuradas por la práctica del
análisis a despecho o en razón de su ambigüedad.
Esta ambigüedad deja herederos indivisos, porque siempre que­
da abierta la cuestión de saber si las circunstancias materiales en
las cuales se desenvuelven el análisis y su protocolo (horario, po­
sición acostada, invisibilidad del analista, etc.), inducen la trans­
ferencia o no hacen más que permitirle manifestarse, o solamente
la favorecen, de qué manera y en qué medida.
Con los trabajos de Ida Macalpine y de Winnicott, entre otros,
encontraremos una concepción implícita y explícita de la transfe­
rencia que integra las circunstancias materiales y morales de la
transferencia (medio ambiente) en la transferencia misma.
Los restos de esa ambigüedad abren así el problema de la
“realidad de la transferencia” al que consagraremos un capítulo
particular.
Pero fue necesario el enorme peso normativo del siglo xix para
que Freud redescubriera la carga erótica y agresiva insidiosa­
mente manipulada por la práctica hipnótica. Los hombres del
siglo x v i i i no estaban tan horrorizados por los desbordes convul­
sivos de sus congéneres, y sólo una comisión real debió intervenir
para frenar lo que el informe secreto califica pura y simplemente
como peligro de violación. Pero para Mesmer, como para la opi­

4 Pero se la encuentra en las teorías de Wilhelm Reich sobre la orgona y


la acumulación de energía humana.
LA TRANSFERENCIA 103

nión de su época, se trataba de una “crisis saludable”. De que


esta crisis era la expresión de una descarga erótica no cabía duda
alguna; pero, como el término saludable * lo indica, había que
expulsar a los demonios.
Los convulsionarios de Mesmer fueron objeto de una interpre­
tación religiosa y de una interpretación científica. Para la Igle­
sia, concernían además al exorcismo, puesto que estaban habita­
dos por las fuerzas del mal. Para Mesmer, la expresión del mal
es lo saludable. Pero él introduce el elemento, más laico que
científico, de un fluido y una energía universal. Esta energía, no
cuantificable, es al menos susceptible de una pérdida por la rup­
tura de una relación interhumana o más exactamente interanimal.
La idea de energía universal, de captación de esa energía, de su
fijación, de su eventual transmisión y finalmente de su descarga
introduce en la idea de catarsis, aun cuando el contenido psíqui­
co que acompaña a esa energía todavía no ha sido descubierto.
A partir de Mesmer, las interpretaciones de los fenómenos en­
gendrados por el magnetismo se orientarán hacia una subjetivación
cada vez mayor. Conforme las manifestaciones eróticas del mag­
netismo van engendrando pavor, el operador se aleja material­
mente de su paciente. De allí que le dé prioridad a la interpreta­
ción subjetiva de los fenómenos más que a la verificación de
manifestaciones eróticas.
La Iglesia conduce el combate de la espiritualidad en ese sen­
tido y hasta un punto en que roza con la naturaleza del incons­
ciente.

La Iglesia y el abate Faría

Aunque discípulo del mésmerismo, ya en 1837 el abate Faría


se separa de él. Es un brahmán tomado de teorías espiritualistas
que critica las tesis físicas del magnetismo para afirmar que la
causa del “sonambulismo” reside en el sujeto mismo. Niega que
tenga origen en el magnetizador: el sueño puede también pro­
ducirse contra su voluntad. El abate Faría dormía a sus clientes
mediante la palabra, les ordenaba dormir y obtenía un “sueño

0 La palabra francesa saltUaire, que se ha traducido por “saludable” alude


también a “salvación”.
104 MICHEL NEYKAUT

lúcido”. Su descubrimiento es fundamental en la m edida que in­


troduce la subjetividad d e los fenómenos magnéticos. Más to­
davía, introduce el lenguaje como mediador del sonambulismo.
Pero el lenguaje no se reduce aquí más que a su grado más bajo:
el de la orden. Compromiso entre lo imperativo y lo informativo,
no espera respuesta sino ejecución. La palabra remplaza a la
cuerda o a la varilla conductora de electricidad, pero constituye
un intermediario más que un mediador. En nuestros esquemas
contemporáneos se inscribiría como una burbuja. La palabra ope­
ra una ruptura entre el lenguaje y la idea, de manera que la idea:
“¡Duerma!” parece viajar sola. Lo eficiente es la idea. Es ella
lo que será transmitido. Como si hubiera olvidado su lugar de
emisión. Pero en el mismo momento en que Faría niega la mate­
rialidad de las relaciones entre magnetizador y magnetizado, nie­
ga la naturaleza, que hoy denominaríamos libidinal, de esa rela­
ción. Puede decirse que tropieza directamente con el problema
de la transferencia.
Pero dejemos cerrarse el callejón sin salida religioso de la inter­
pretación del magnetismo para retomar su rama científica. Para
hacerlo, es preciso ir hacia los continuadores de Mesmer.

Chastenet de Puységur

Consideraremos especialmente al admirable Chastenet de Puy­


ségur, cuya honestidad, gusto por el saber y muy notable estilo
hacen de él un escritor científico de primer orden.
El marqués de Puységur era un ex oficial de artillería retirado
a su tierra de Buzancy con dos de sus hermanos, el conde de
Puységur y su hermano Máximo, todos ellos consagrados a las
prácticas del mesmerismo. En diez minutos, el marqués cura a la
hija de su administrador de una dolencia dentaria y a un joven
de una pleuresía. Pero Puységur se asombra: el paciente se duer­
me apaciblemente pero, una vez dormido, habla, se ocupa de sus
asuntos, canta aires que se le indican mentalmente (8 de mayo
de 1874). Magnetiza entonces un olmo en medio de la aldea y
provoca un “sonambulismo completo”. Un enfermo llevado hasta
allí y desmagnetizado no recuerda nada.
Con su práctica, la técnica se depura. Una mirada, un gesto
del magnetizador bastan. Pueden así dirigirse los actos, las ideas
LA TRANSFERENCIA 105

de una persona. Por el lado del sonámbulo, se obtienen curiosí­


simos efectos: presentación, predicción, cálculo preciso del tiem­
po, imposibles en estado de vigilia.

Ims consultas recíprocas


De Puységur instaura entonces la práctica de las “consultas
recíprocas”, la cual prefigura, si no en la práctica al menos en sus
efectos, las tesis de Melanie Klein. Un campesino, Vielet, es
puesto en presencia de una campesina, Catherine. Ésta, en esta­
co de sonambulismo, es decir, de una especie de sueño despierto,
describe las partes interiores de Vielet. Lo que da a Vielet el
derecho de hacer otro tanto con las partes interiores de Catherine.
Quizás hayamos olvidado, o fingido no sorprendemos más, ante
estas espectaculares manifestaciones del inconsciente. Ellas exis­
ten, sin embargo, como puede verse en todo análisis. El cálculo
preciso del tiempo en los sueños, la intuición de la duración, la
premonición, los fenómenos de interpretación fantasmática, la adi­
vinación estupefaciente de los esfuerzos psicóticos, etcétera.
La idea propiamente genial de Puységur de denominar “con­
sulta” a la puesta en presencia de dos personas para quienes la
percepción de los órganos interiores del otro no tiene ya secretos,
pone sin duda en claro el fantasma originario que constituye el
fundamento de todo pensamiento médico, a saber:

Interpretación del pensamiento médico

La penetración del cuerpo materno y la posibilidad de obtener


una visión clara de sus contenidos. La carga agresiva, así vehicu-
lizada por el fantasma primitivo, pone en claro el sentido del “de­
recho” que se acuerda Vielet “de hacer otro tanto”. Ese “derecho
de haccr otro tanto” es lo que comúnmente llamamos “doctorado
en medicina” y con ello pone en claro una parte de las relaciones
litigiosas existentes entre medicina y psicoanálisis. Su carácter
fundamental de retorsión explica sin duda el profundo sentimien­
to de culpa que afecta a quienes, no siendo médicos, no gozan de
ese derecho. Ni qué decir tiene que el ejercicio del psicoanálisis,
por su carácter de penetración de las partes interiores, correspon­
106 M ICHEL NEYRAUT

de eminentemente a esa misma actitud del espíritu y descansa


sobre los mismos fantasmas inconscientes. De igual manera, los
médicos se instituyen como privilegio exclusivo ese derecho de
retorsión, puesto que el título del que son portadores los protege
contra el sentimiento de culpa.
Esta observación sólo en apariencia es un paréntesis; en reali­
dad, la historia del descubrimiento de la transferencia parece
constituida por asaltos sucesivos de ese sentimiento de culpa, el
cual opondrá, según los medios de defensa que suscite, diferentes
estilos de investigación y mayor o menor felicidad en el descubri­
miento.

Maine de Biran
Es que, en efecto, lo sabemos: el “derecho de hacer otro tanto”
no es un título de lucidez. Fue preciso, y mucho, que los médi­
cos del siglo xix supieran poner en claro las consecuencias y sobre
todo las implicaciones del magñetismo. Como de costumbre, pa­
recían más urgidos por denunciar su fortuna y estigmatizar su
charlatanismo en nombre de la objetividad científica.
Sin duda, los médicos de París se habrían inspirado mejor si
hubiesen leído a Maine de Biran. Cierto es que no tuvieron la
posibilidad, como Bergerac, de una “sociedad médica” fundada
por un filósofo, subprefecto por añadidura.

Crítica de Biran
Sin embargo, en 1809 Maine de Biran escribió una obra sobre
el sonambulismo y el sueño,5 y más tarde, en su obra antropoló­
gica,6 algunas consideraciones sobre el magnetismo. Obsesiona­
do por las relaciones del cuerpo y del espíritu, su fundamental
crítica de Descartes, conservando el primado de la subjetividad,
remplaza el “yo soy” del cogito por un “yo quiero” que abre el
verdadero problema, al que enfrentará durante toda su vida: el
5 M. de Biran, Nouveües considérations sur le sommeil, les songes et le
somruimbulisme, P.U.F., Ed. Tisserand, 1952, t. V, págs. 130-203.
0 M. de Biran, Nouveaux essais d’anthropologie, P.U .F., Ed. Tisserand.
í. XIV.
LA TRANSFERENCIA 107

de la actividad y la pasividad. Así, a la cabeza de su artículo sobre


el magnetismo, dice: “El deseo es un modo mixto o compuesto
donde la acción y la pasión se suceden la una a la otra.” 7
Desde ese momento sitúa el problema del magnetismo en su
verdadero terreno. El de la relación entre magnetizador y magne­
tizado. Las consecuencias que extrae, como podremos verlo en el
pasaje siguiente, son la más exacta prefiguración de lo que Fe­
renczi descubrirá un siglo más tarde al crear el concepto de
introyección. Es notable comprobar que la marcha de la argu­
mentación y el movimiento del pensamiento son los mismos. Para
Maine de Biran, como para Ferenczi, es por el análisis de las
relaciones entre el poder de imaginar y la estructura de la organi­
zación interior que puede explicarse la extensión de ese poder
a una persona extraña. Para hacerlo, indica que los órganos inte­
riores devienen extraños al Yo. Esla indicación procede de su
concepción general del conocimiento subjetivo. Porque para él,
que no había descubierto la existencia y el papel de la censura,
existía sin embargo una demarcación entre el Yo consciente y el
Yo inconsciente. Para que uno pudiera tomar conciencia del con­
tenido del otro le era preciso tomar distancia con relación a este
último, condición a priori de todo conocimiento.
Juzguémoslo por este pasaje, extraído de los nuevos ensayos
antropológicos sobre el magnetismo.

Cita d e Biran 8

Para un ser humano, un Yo constituido por su propia fuerza de


querer y de actuar, no puede haber ninguna potencia del mismo
nombre capaz de ponerse en su lugar para ejecutar los mismos
movimientos que se atribuiría a sí mismo como voluntarios, es
decir, acompañados de esfuerzos. Pero no es imposible que un
deseo vivo y sostenido, o una imaginación que viniera a sorpren­
derse y a preocuparse fuertemente y con amor por tales ideas,
propias para producir en su organización tales fenómenos orgá­
nicos, llegara a excitarlos en una organización extraña, si no direc­
tamente, al menos por intermedio de la imaginación ( . . . )

7 lbtd., pág. 335.


8 M. de Biran, Oeuvre, P.U.F., t. XIV, pág. 340.
108 M ICHEL NEYRAUT

“Ahora bien; en el deseo vivo y sostenido que por su duración


toma el carácter de una pasión, hay siem pre un concurso necesa­
rio d e dos clases de funciones, d e naturaleza diversa, simultáneas
o sucesivas, que se corresponden según una verdadera armonía,
a saber: las funciones de la imaginación, sometidas en gran par­
te a la voluntad, que pueden primero ponerla en juego y tenerla
fijam ente afectada a cierta especie de ideas, y las d el organismo
interior que se afecta simpáticamente a continuación d e esas ideas.
Por una asociación, natural o primitiva, accidental o acostumbra­
da, en virtud de ese poder, aunque fuese parcial, de la voluntad
sobre la producción de las imágenes, un individuo que logra cier­
ta form a d e imaginación con una organización interior bastante
móvil puede, hasta cierto punto, adueñarse de ciertos movimientos
orgánicos, extraños por su naturaleza a toda influencia directa
e inmediata de la voluntad. Ahora bien, no me parece muy difí­
cil concebir cómo un deseo, una pasión, una tendencia fuerte y
sostenida del alma, puede tener influencia sobre el ser exterior,
sensible, animado, objeto d e esta tendencia, como no es difícil de
explicar la influencia d e los deseos o d e la imaginación inclusive
del agente sobre las afecciones y movimientos de sus propios
órganos interiores. Estos, en efecto, pueden ser considerados como
extraños al Yo, en tanto que están fuera de la esfera d el querer,
o d el esfuerzo que los constituye. Si, por lo tanto, era posible
determinar con precisión las condiciones o los m edios orgánicos
de esta última acción sim pática, verosímilmente podría extendér­
sela, con algunas m odificaciones, a los diversos modos más o me­
nos misteriosos de esa influencia exterior simpática, en virtud de
la cual un ser animado que siente y actúa con cierta fuerza se
som ete y atrae por así decir a las organizaciones extrañas, de las
que en ciertos casos parece disponer casi como de la suya propia.”
Como se ve, los filósofos escriben las cosas tal como deberían
ser pensadas, y los médicos las piensan mucho tiempo después,
creyendo que las descubren; es éste el triste privilegio y a la vez
la grandeza de la práctica. Hay que decir en su descargo que
es menos difícil hablar de las "organizaciones extrañas” y dejar
correr el razonamiento respecto de ellas, que simplemente afron­
tarlas.
Para Maine de Biran, no es difícil concebir la influencia de un
sujeto sobre una persona extraña, por lo mismo que no es difícil
LA TRANSFERENCIA 109

concebir su influencia sobre sus propios órganos internos, puesto


que son extraños. Extraño, aquí, debe tomarse en el sentido de
inconsciente, pues para él la constante del Yo volitivo es la con­
ciencia.

Biran-Ferenczi

El mismo movimiento de pensamiento conduce a Ferenczi a fun­


dar el concepto de introyección. Según él, el niño pequeño busca
encontrar entre los objetos que lo rodean la figura de sus propios
órganos o de las funciones inherentes a esos órganos. La identi­
ficación, primer paso hacia el simbolismo, asimila los objetos exte­
riores según su similitud formal o funcional con las partes inte­
grantes del sujeto:
“A esa unión entre los objetos amados y nosotros mismos, a esa
fusión de dichos objetos con nuestro Yo la he llamado introyec­
ción y, lo repito, estimo que el mecanismo dinámico de todo amor
objetal y de toda transferencia sobre un objeto es una extensión
del Yo, una introyección".9
Volveremos sobre este concepto de introyección y sobre la con­
cepción general de la transferencia según Ferenczi. Pero hemos
preferido seguir, más que el orden cronológico de las ideas, otro
más coherente: el de su similitud y su desarrollo. Es asombrosa
la analogía entre Maine de Biran y Ferenczi. Porque los dos con­
sideran ante todo el exceso en la energía:
“Una imaginación que viniera a sorprenderse y a preocuparse
fuertemente y con amor ( ...) ; él deseo vivo y sostenido que por
su duración toma el carácter de una pasión”, etcétera.
y para Ferenczi:
“La exageración d e su odio , su am or o su piedad (...) , sus fan­
tasmas inconscientes enlazan acontecimientos y personas actuales
con acontecimientos psíquicos hace tiem po olvidados, provocando
así el desplazamiento de la energía afectiva de los com plejos d e
representación inconscientes sobre las ideas actuales, exagerando
su intensidad afectiva.”
Ferenczi se apoya evidentemente en la historia individual del
niñito y por la carga autoerótica de sus órganos, se refiere a la
9 Ferenczi, Oeuores complétes, París, Payot, 1968, pág. 196, t. I.
110 MICHEL NEYRAUT

sexualidad infantil. Este pensamiento, aunque no se pronuncie


explícitamente acerca del autoerotismo, no es extraño a Maine
de Biran, para quien es in útero que se elabora la primera identifi­
cación entre el organismo interior del lactante y el de la madre.

Biran-Ferenczi-M. Klein

Esta línea de pensamiento que, explícitamente, será la de Me-


lanie Klein, deberá pronunciarse evidentemente sobre la relación
entre “el complejo de representación” y la intensidad del deseo
que le da cüerpo. Se sabe que para Melanie Klein un fantasma
inconsciente no es otra cosa que la manifestación psíquica del
impulso pulsional y que, desde el nacimiento, el Yo instala sus
primeras relaciones objetales paralelamente en la realidad y en
los fantasmas inconscientes. Hay correlación, interferencia y ade­
cuación entre el mundo fantasmático y el mundo real.

Jam es Braid

Pero ahora tenemos que volver doblemente atrás, en el tiempo


y en el pensamiento, y encontrar a los sucesores del magnetismo
animal.
La doctrina del fluido magnético es definitivamente desacredi­
tada por James Braid, de Manchester, quien en 1841 la sustituye
por la doctrina de la sugestión: ningún fluido magnético, ninguna
fuerza misteriosa proveniente del hipnotizador. El estado hipnó­
tico y los fenómenos que acarrea tienen su fuente puramente
subjetiva, que se encuentra en el sistema nervioso del sujeto
mismo. La fijación de un objeto brillante con fatiga de los eleva­
dores del párpado superior y concentración de la atención sobre
una idea única determina el sueño. Para Braid, cuyo pensa­
miento es en realidad freno-hipnótico, la posición que se hace
tomar a los hipnotizados, el estado al que son llevados los
músculos de los miembros o de la cara pueden hacer que en
ellos nazcan los sentimientos, las pasiones, los actos que corres­
ponden a tales posturas anatómicas, así como la sugestión de
ciertos sentimientos.
LA TRANSFERENCIA 111

Liebault

En 1866, Liebault de Nancy publica un libro: Du som m eil et


des états analogues considerés surtout au point d e vue d e Vaction
du moral sur le physique (Acerca del sueño y de los estados aná­
logos considerados especialmente desde el punto de vista de la
acción de lo moral sobre lo físico). Partidario del braidismo y
de la doctrina sugestiva, que él aplica a la terapéutica, busca
interpretar mediante consideraciones psicofisiológicas los fenó­
menos determinados por la sugestión. Para Bernheim,
“la doctrina d e Liebault se acerca a la de Durand de Gros: la
concentración del pensamiento en una idea única, dormir, facili­
tada por la fijación d e la mirada, lleva a la inm ovilización del
cuerpo, al amortiguamiento de los sentidos, su aislam iento del
mundo exterior y finalmente a la detención del pensam iento y a
la invariabilidad d e los estados de conciencia. L a catálepsia de
los estados d e conciencia es consecuencia de esa detención del
pensamiento; fija la idea en relación con la persona que lo dur­
mió, a la cual oye y cuyas impresiones recibe, e l hipnotizado
resulta incapaz por sí mismo de pasar de una idea a la otra,10 su
espíritu se mantiene en la idea que se le sugiere finalm ente
y puesto que es, por ejemplo, la de tener los brazos extendi­
dos .. ”, etcétera.

La idea fija

Este principio de la idea fija está en perfecta oposición con


el de la asociación libre. Es notable que en sus comienzos tam­
bién Freud buscará “fijar” las ideas y las representaciones, me­
diante la imposición de manos. Es el fracaso de esta fijación lo
que lo llevará por el camino de las asociaciones libres. El prin­
cipio de la idea fija es la negación de la transferencia porque el
único lazo mental aquí considerado entre hipnotizador e. hipno­
tizado es el de la id ea pero llevada al status elemental de un
orden y a una suerte de equivalencia anatómica. Con la reduc­
ción a esta única dimensión, ninguna manifestación de orden
transferencial puede ser descubierta, porque no es del hipnoti­
10 El sublineado es nuestro.
112 MIGHEL NEYRAUT

zador o de su persona que se trata, sino sólo de la idea que él


sugiere. Aquí se esboza una primera manera del ejercicio contra­
transferencial. La ciencia está allí, además, para sostener la obje­
tividad. Como dice Bemheim:
“H e aqu í unas sugestiones, las elegí caprichosas adrede para
hacer más concluyente la experiencia; ( . . . ) un día le sugerí a X
que al despertar pusiera mi sombrero sobre su cabeza, me lo
trajera y lo pusiera sobre mi cabeza. Pues lo hizo, ¡sin darse
cuenta por q u é !. . (p. 46).
Bemheim no podía saber en esa época que el “capricho adrede”
es una buena definición de un fantasma consciente, ni que el
simbolismo del sombrero, descubierto por Freud algunos años
más tarde, le confiere una significación inconsciente que sin duda
estaba lejos de imaginar pero que, en recompensa, pone en claro
uno de los aspectos de la hipnosis, por esa delegación transitoria
de la castración.

Bem heim

En 1884 aparece la primera edición de D e la suggestion,11


donde Bemheim define a los sonámbulos, que representan una
sexta parte de los enfermos hipnotizados, es decir, de aquellos
que caen en un sueño profundo, sin recuerdo al despertar. De
este modo provoca catalepsia sugestiva, contracción provocada,
movimientos automáticos.

Freud y Bem heim

Durante su estada en Nancy, Freud se interesó por la obra y la


tradujo. Podemos imaginarlo a través de este trozo:
“¡No, el sueño hipnótico no es un sueño patológico!, el estado
hipnótico no es una neurosis análoga a la histeria. Es posible sin
duda crear en los hipnotizados m anifestaciones de histeria, es
posible desarrollar en ellos una verdadera neurosis hipnótica, pero
esas manifestaciones no se deben a la hipnosis, se deben a la

11 Bemheim, De la suggestion, 2» ed., París, Octave Doin, 1888.


LA TRANSFERENCIA 113

sugestión del operador. Nadie puede ser hipnotizado si no tiene


la idea d e que va a serlo” (Prefacio, p. TV).
La empresa de traducir a Bemheim no entusiasmaba por cierto
a Freud, si se juzga por esta carta, dirigida a Fliess el 29 de
agosto de 1888:12
“En lo que concierne a la sugestión, usted sabe lo que ocurre.
Comencé el trabajo a desgano y sólo para mantener contacto con
una cosa seguramente destinada a influir mucho en los años veni­
deros sobre la práctica de la neurología. No comparto las opi­
niones de Bemheim, me parecen demasiado unilaterales; en el
prólogo intenté defender los puntos de vista de Charcot.”
Diga Freud lo que diga, la influencia de Bemheim sobre el
desarrollo de su pensamiento no es despreciable. La sugestión
llegará a ser por algún tiempo su principal elemento de trabajo.
Hablando del hospital de Nancy,1* dirá que fue allí que recibió
las más fuertes impresiones relativas a la posibilidad de poderosos
procesos psíquicos, todavía ocultos sin embargo a la conciencia
de los hombres.

La escuela de Nancy

No puede dudarse de que la escuela de Nancy, sin llegar a


suministrar una teoría coherente de sus experiencias, demasiado
preocupada sin duda en oponer los fenómenos fisiológicos y su
localización cerebral a los fenómenos propiamente mentales, se
acercaba, con todo, si no a un conocimiento del inconsciente al
menos a una manipulación de fuerzas inconscientes considerables.
Es lo que observa Ferenczi,14 quien sin embargo no trata con
ternura a la escuela francesa.15
En la introducción al volumen De la suggestion que Freud
escribió en 1888, éste no pudo decidir la admisión de una oposi­
ción radical entre procesos fisiológicos y mentales, como tampoco

12 La naissance de la psychanalyse, n<> 5, pág. 52, ed. fr., París, P.U.F.,


1956.
13 En Ma vie et la psychanalyse, trad. Marie Bonaparte, Gallimard,
pág. 24.
14 Ferenczi, Oeuores complétes, t. II, pág. 34, París, Payot, 1970.
16 lbtd., pág. 209.
10 La naissance de la psychanalyse, pág. 53, no 2.
114 MICHEL NEYRAUT

la asignación exclusiva de los primeros a una localización sub-


cortical: “ningún criterio nos autoriza” 16 a diferenciar netamente
un proceso psíquico de un proceso fisiológico, ni un fenómeno que
afecta la corteza cerebral de otro, interesando a la sustancia sub-
cortical.

Las reticencias de Freud

Todo ocurre como si Freud, a pesar de que aún no había des­


cubierto su concepción general de la vida mental, hubiese alejado
de sí todo concepto que amenazara encerrar en un callejón sin
salida a la futura teoría de la que sería portador.
Sin embargo, en Bernheim el inconsciente mostraba la punta
de la nariz. Liebault decía, a propósito de los maniáticos, epi­
lépticos e hipocondríacos, que un sentimiento en apariencia
inmotivado, como el miedo, “tenía su origen en una inconciencia
de su causa y en las ensoñaciones cuyo recuerdo habían perdido”.
No está lejos de descubrir uno de los primeros sentidos de la
transferencia, el de una resurgencia de la obediencia parental,
cuando escribe:
“No solamente las mujeres y los niños sino la gente del pueblo,
los cerebros dóciles, los antiguos militares, los sujetos habituados
a la obediencia pasiva me han parecido, así com o a Liebault, más
aptos para recibir la sugestión que los cerebros refinados.”
En esa época, la sugestión y la hipnosis se ejercían casi entera­
mente en el hospital; la clientela era muy pobre y la miseria
asunto corriente. Idéntica era la situación en el servicio de
Charcot en la Salpetriere. En cuanto a Viena, la situación era
aún peor. Para convencerse, basta releer la tesis de medicina de
Louis-Ferdinand Céline sobre Semmelweiss, que describe de ma­
nera perentoria el estado de los hospitales en la Viena de Freud.

A las primeras resistencias. ..

Esto ayuda a comprender que el concepto de sugestión haya


podido disolverse en una acepción peyorativa: “no es más que
sugestión”, que apunta tanto a los enfermos como al sentido del
LA TRANSFERENCIA 115

fenómeno en discusión. El concepto de degeneración, tan caro


a Janet, no puede ser disociado del contexto social en el cual
nació. Esto permite medir el interés de Freud por verificar en
el servicio de Charcot la ‘legalidad de los fenómenos histéricos”.
Por otra parte, los médicos alemanes no dejan de asimilar el
concepto de sugestión al de simulación.17
Si bien rechaza las implicaciones anatómicas del concepto de
sugestión, Freud admite sin embargo su práctica: la célebre fór­
mula de Charcot. que tanto lo había impresionado: “eso no im­
pide existir”, podía aplicarse perfectamente a la sugestión.
La sugestión manipula sin saberlo una masa mental cuyos ele­
mentos serán disociados más tarde por Freud. Algunos puntos
de la doctrina de Bemheim merecen ser señalados, tanto es lo que
se aproximan al descubrimiento del inconsciente, pero en la muy
exacta medida en que los elementos transferenciales se diluyen en
la sugestión y su concepto, es lícito pensar que las respuestas con-
tratransferenciales que ellos determinan son las mismas que im­
piden el progreso del descubrimiento.

Los nueve estadios de la hipnosis

Sin embargo, los nueve grados que marcan para Bemheim la


profundidad del sueño por sugestión se evalúan según su rela­
ción con el recuerdo. Desde el primer estadio, el de los párpados
cerrados, al noveno, caracterizado por la posibilidad de realizar
alucinaciones hipnóticas, la certidumbre de la profundidad es
proporcionada por la amnesia del despertar. El segundo estadio,
de hipotaxia o catalepsia sugestiva, es también denominado
“grado de encanto”, pero es aquel sobre el que menos se detiene.
La explicación de Bemheim consiste en mostrar la identidad entre
el sueño normal y el sueño hipnótico. Los sueños están consti­
tuidos por sensaciones o imágenes memorativas que los nervios
de la sensibilidad o de la vida orgánica despiertan. Los sueños
son, por lo tanto, espontáneos, es decir, sugeridos por el dur­
miente mismo. Por el contrario, el durmiente hipnotizado se
duerme con la idea inmovilizada en relación con aquel que lo

17 La naissance de la psychanalyse, carta a Fliess, n<? 5, pág. 54.


116 MICHEL NEYRAUt

durmió. De allí la posibilidad para esa voluntad extraña de su­


gerirle sueños, ideas, actos.
El olvido al despertar después del hipnotismo profundo pro­
viene de que toda la fuerza nerviosa acumulada en el cerebro
durante el sueño, al despertar se difunde otra vez por todo el
organismo. Como esta fuerza disminuye en el cerebro, al sujeto
que ha vuelto en sí le es imposible, con una menor cantidad de
esa fuerza, reapresar en su memoria aquello de lo que antes
tenía conciencia.
Vemos aquí cómo el emplazamiento de la amnesia infantil, de la
represión, de la censura, el hecho de asignarle un vector al “apa­
rato del alma”, es decir, un sentido progresivo y un sentido re­
gresivo, va a dar un nuevo sentido a estos esbozos teóricos que
en sí mismos son radicalmente falsos, pero que sí son especial­
mente tributarios de sus asignaciones anatómicas.

La sugestión en Alemania y Hungría

Las observaciones sobre el estado hipnótico se multiplicaban


en muchos otros países. En Alemania, Czerniak publicó, en 1873,
un estudio sobre estados hipnóticos producidos en animales; ya
en 1646, Athanasius Kircher1* había demostrado que una gallina
colocada con las patas atadas ante una línea trazada en el suelo
quedaba sin movimiento aun cuando se la desatara. Estas expe­
riencias son dignas de ser apreciadas por cuanto constituyen el
fondo común sobre el cual se desarrollarán las teorías pavlovianas
del condicionamiento y las teorías freudianas del inconsciente.
Además comprenden, a título indiviso, el papel del operador y
el del sujeto.
En Hungría, Constantin Balassa indicaba un método para he­
rrar caballos sin empleo de violencia:
“Si se lo inmoviliza resueltamente el caballo tiende a echarse
atrás, a levantar la cabeza ( . . . ) y a algunos es posible imponér­

18 Este sabio alemán, cuya obra es tan sorprendente, partiendo de una


idea errónea según la cual el Sol giraba alrededor de la Tierra, descubrió
sin embargo un método geométrico que permitía conocer la distribución
precisa de las zonas iluminadas sobre la Tierra.
LA TRANSFERENCIA 117

seles a tal punto que no se mueven aunque suene un tiro de fusil


en las cercanías.19
Los mismos caballos húngaros proporcionaron a Ferenczi, quien
no menciona a Balassa, ocasión para un célebre artículo,20 Dres-
sage d’un cheval sauvage (Doma de un caballo salvaje) en el
cual, puesto en presencia del mismo fenómeno y de algunos gen­
darmes, concluyó que el herrador Ezer recurría a métodos que
asociaban hábilmente la dulzura y el terror, y que aquí se trata
de hipnosis paterna y de hipnosis materna. Dirá más tarde que
no existen más que dos clases de transferencia: una paterna, me­
diante la autoridad, y otra materna, mediante la ternura.

A lo lejos brillaba el gran nombre de Charcot

Freud parece atribuir a Charcot una enorme importancia. Ma


vie et la psichanalyse (Mi vida y el psicoanálisis) le rinde en todo
caso un testimonio de alta consideración. Sin embargo, cabe pre­
guntarse si es la importancia de las ideas o la importancia del
personaje lo que provoca su entusiasmo. Y, como dice Freud,
quizá sea peligroso prendarse de una joven (la señorita Charcot)
que tanto se asemeja al gran hombre que era su padre. Conoce­
mos las investigaciones capitales de éste: producción de catalepsia
con anestesia por fijación de una luz viva, después obtención del
sueño por cesación de la luz; por último, la fricción del vértex
que transforma el estado letárgico en sonambulismo, con posibili­
dad de andar, responder, etc. Bernheim pretendía que Charcot
y la escuela de París eran incapaces de ofrecer una teoría para
la interpretación de esos fenómenos.
“En el fondo, dice Freud,21 él no tenía ninguna predilección por
el estudio psicológico profundo de la neurosis*
Pero no cabe duda de que la fascinación que ejerció sobre
Freud tuvo los más felices efectos. Él demuestra la “legalidad”
de los fenómenos hipnóticos, la identidad entre los síntomas his­
téricos y las manifestaciones obtenidas artificialmente mediante
10 Bemheim, D e la suggestion, pág. 166. Extraído de la Revue géné-
rale d e l’Hypnotisme, por Mobius, de Leipzig, en Schnidl’s Jahrbücher,
Band 190, no 1, 1881.
20 Ferenczi, Oeuvres complétes, t. II, pág. 27, París, Payot.
21 S. Freud, Ma vie et la psychanalyse, París, Gallimard, Pág. 18.
118 MiCHEL NEYRAUT

el sueño hipnótico, la histeria en el hombre. Es muy difícil diso­


ciar la influencia de las ideas de la influencia de los hombres.
Pero puesto que estamos en los preliminares de la noción de
transferencia, un primer ejemplo se nos ofrece. Entre Freud y
Charcot se produjo una transferencia. Las ideas y la práctica de
Bemheim me parecen más cercanas al desarrollo del pensamiento
freudiano. Pero recogemos la idea, diariamente verificada por la
práctica psicoanalítica, de que las vocaciones del inconsciente se
transfieren más fácilmente sobre los hombres que sobre las ideas.
El concepto de transferencia no ha nacido aún. Hasta ahora
hemos reclutado sus orígenes, lo que de ninguna manera implica
la idea de un desarrollo continuo. Un hiato oculta su adveni­
miento. El descubrimiento del inconsciente por Freud no se ex­
plica por el contexto ideológico que lo precede, sino más bien
porque saca a relucir la perplejidad que suscitó y por la fractura
que lo separa de ese contexto. Los orígenes muestran entre qué
y qué se ha producido la ruptura. Por eso, más que recopilar
sus etapas cronológicas, hemos preferido deslindar sus líneas de
fuerza.

El rom pecabezas

Varios elementos del rompecabezas se han hecho ahora visibles,


pero su encaje no se concebirá sino con el concepto de transfe­
rencia.
De las cubetas de Mesmer salió la idea de una oscura fuerza
de origen animal, susceptible de ejercer una influencia directa
desde un hombre sobre otros hombres. Explícitamente, esa fuerza
sideral es captada y almacenada por el hombre; implícitamente,
por su naturaleza despierta en el hombre una fuerza de igual
origen, pero incapaz de expresarse. La similitud entre ciertas
manifestaciones patológicas y los efectos de esa fuerza magnética
es patente. Por la misma razón, esa fuerza es esencialmente la
que expulsa el mal. El magnetismo es un exorcismo laico.
El pensamiento religioso, preocupado ante todo por expurgar
lo real más que por dar cuenta de él, pone fin a la creencia en
la fuerza animal y reintroduce el alma en la cuestión. Simultá­
neamente, pero sin insistir en ello, reintroduce el lenguaje. Si las
LA TRANSFERENCIA 119

crisis son saludables, la salud se obtiene mediante la expresión


del mal, que no es sino un avatar lúbrico en el enfrentamiento
de las conciencias. Todo está en el sujeto, nada le sobreviene
que no esté ya en él. Así, de animal, el magnetismo deviene sub­
jetivo. Es del alma que se trata, pero no todavía del espíritu,
en todo caso sólo del alma. Porque la relación entre inductor y
subyugado es aquí elucidada. La confirmación científica de esta
idea es explícita para James Braid, quien funda el concepto de
sugestión. Bajo la apariencia de una conceptualización racional,
el braidismo es en realidad tributario de un pensamiento reli­
gioso. Tendrá eco en la tradición médica del siglo xix, para la
cual se establece una confusión entre la degeneración del cerebro
y la clase social inferior que le proporcionaba el objeto de su
investigación.
Desde ese momento van a delinearse dos caminos, salidos am­
bos del mismo fantasma primitivo. El primero, que denomina­
remos exterior o médico, nos conducirá a partir de Puységur, a
través de Liebault, Bemheim y Charcot, hacia una explicación
freno-hipnótica de la sugestión. El otro, que denominaremos in­
terior o reflexivo, se consagrará a los problemas teóricos y prác­
ticos de lo imaginario. También partiendo de la comprobación
de Puységur, nos llevará dando un rodeo por Maine de Biran,
hacia Ferenczi y Melanie Klein. Como se ve, de ninguna manera
se trata de un determinismo histórico. Por cierto que Maine de
Biran no ejerció ninguna influencia directa sobre Ferenzci, ni
tampoco sobre muchos espíritus de su época. Pero en el interior
de esos puntos de vista, tan diferentes, se descubre que los pen­
samientos respectivos están emparentados. Sin duda, esto tiene
que ver con el fantasma primitivo del que ambos salieron: el de
la investigación sádica del cuerpo materno, los problemas que
suscita y las defensas que engendra. Entre estos problemas, el
de lo interior y lo exterior: ¿Qué es lo interior con relación a sí
mismo? ¿Qué ocurre con lo exterior, si éste no es otra cosa que
el interior del cuerpo materno? ¿Qué ocurre con la parte y con el
todo? ¿En qué devienen estos problemas cuando se los transpone
en el nivel ideal de su pura representación psíquica? ¿Existe una
pura representación psíquica? En todo caso, desde el momento
que un exterior está en el interior de sí, el concepto de incons-
120 MICHEL NEYRAUT

cíente no está ya muy lejos y los de introyección, proyección e


incorporación, muy próximos.
El otro camino, que llamábamos exterior, más que conceptua-
lizar manipula el inconsciente, pero se aproxima a uno de sus
elementos más enigmáticos: la memoria. Si al despertar el sujeto
ya no recuerda las ideas sugeridas durante el sueño, ¿qué fue de
esas ideas? Si puede ejecutar las órdenes, aunque no recuerda
haberlas recibido, ¿qué ha pasado con el recuerdo? ¿Por qué los
sueños están hechos de imágenes memorativas? Y además, ¿me­
morativas de qué?
Todas estas preguntas, que deberían encontrar en Freud si no
una respuesta al menos la manera de plantearlas con más cohe­
rencia, parecen querer confundir a la transferencia. ¿Es la carga
erótica interna que ella contiene, o bien esa otra, poi ella calificada
de diabólica, la del instinto de muerte, las que impidieron durante
tanto tiempo mirarla de frente? En todo caso, fue después de una
época particularmente represiva, victoriana, la del siglo xix, y
quizás en razón de las represiones que ella engendró, que Freud
pudo poner un nombre a lo que antes de él todo el mundo cono­
cía tan bien.
CAPÍTULO II

DE LA MISERIA HISTÉRICA A LA DESDICHA BANAL

En el sentido psicoanalítico del término, el concepto de trans­


ferencia es un concepto freudiano. Su primera mención, en 1895,
corresponde a una época en que el método y la teoría psicoana-
líticos buscaban aún su camino, pero encontraban en el estudio
de las relaciones intersubjetivas su primer campo de ejercicio.
Esas relaciones intersubjetivas estaban representadas, al menos
en el pensamiento médico, por el método catártico de Breuer.
Aunque este método fue rápidamente abandonado por Freud,
debe observarse que su campo de ejercicio daba testimonio de
una concepción muy original de la medicina. Se trataba de una
relación entre el médico y su enfermo, y de ninguna otra cosa;
o sea, de una “situación” limitada y bien particular, sin otra me­
diación técnica que la “presencia” de dos protagonistas.
En su principio el método era sencillo, aunque rápidamente
Freud lo complicó, o simplificó, como se quiera, por la presión
de las manos sobre la frente del paciente. Consistía básicamente
en la reviviscencia de emociones traumáticas a instancia del tera­
peuta; reviviscencia que, sin ser confundida nunca con la actua­
lidad de los afectos, bastaba para suprimir los síntomas.
En esa época (1895) Freud concebía una escisión en los fenó­
menos de conciencia. Unos permanecían a disposición del inte­
resado; los otros se cristalizaban alrededor de un núcleo traumá­
tico, aislados por una red de asociaciones que les era propia.
Existía, pues, un doble destino psíquico: uno procedía de la
red asociativa tejida alrededor de un núcleo traumático; el otro
estaba representado por la red asociativa general.
122 MICHEL NEYRAUT

En esa época dicha escisión todavía era llamada disociación


de lo consciente, y aun doble conciencia, como lo testimonian
las primeras consideraciones sobre la histeria de Freud y Breuer:
“La disociación de lo consciente, denominada *d oble concien­
cia en las observaciones clásicas, existe rudimentariamente en
todas las histerias. La tendencia a esta disociación, y con ello
la aparición d e los estados de conciencia anormales que agrupa­
mos bajo el nombre d e *estados hipnoides\ serta en esta neurosis
un fenóm eno fundamental.”
De ese tronco original, el doble destino psíquico, nacerán va­
rias ramas:
—la de la represión : fuerza que aísla de la red asociativa las
emociones penosas:
—la de la resistencia: fuerza que se opone a la reminiscencia
de las emociones penosas;
—por último, la de la transferencia, que nos interesa aquí más
particularmente, y que representa la inserción del terapeuta mis­
mo en esas cadenas asociativas.
Es importante comprender que la transferencia procede, como
la resistencia y la represión, de una cristalización alrededor de la
emoción traumática de una red de asociaciones que al mismo
tiempo la connota y la aísla del resto del psiquismo.
Sin embargo, la interpretación de los fenómenos de doble con­
ciencia es todavía tributaria de un punto de vista estrictamente
energético:
“Puede decirse que si las representaciones que han devenido
patógenas se mantienen así en toda su frescura y tan cargadas
siempre d e emoción, es porque el desgaste normal debido a una
abreación y a una reproducción en estados donde las asociaciones
no serían estorbadas, les está prohibido”.1
No obstante, poco a poco Freud mejora el método y se des­
prende de la práctica propiamente hipnótica. En un trabajo
que esta vez suscribe sin Breuer: Psychothérapie d e Yhystérie
(Psicoterapia de la histeria), 1895, elabora una teoría de la diná­
mica de la cura, donde las fuerzas en presencia comienzan a to­
mar forma.
u(Nuestro procedimiento psicoterapéutico) suprime la acción de

1 S. Freud y J. Breuer, Periliminares a los Etudes sur l’hystérie, trad.


fr., P.U .F., pág. 8.
LA TRANSFERENCIA 123

la re p re se n ta ció n primitiva, no abreaccionada, permitiendo la


liquidación, m ediante “expresión verbal”, d el afecto concomi­
tante. Al llevar la representación a lo consciente normal (por medio
de una ligera hipnosis) la sometemos a una corrección asociativa
o bien la suprimimos por sugestión m édica, del mismo modo que
con la amnesia en el sonambulismo ” 2
Pero si el método permite suprimir el síntoma y echar las bases
de una primera teoría de la disociación del afecto y de la repre­
sentación, así como de la función catártica de la expresión verbal,
queda sin embargo sometida a muchas dificultades. Lo notable
es que cada una de esas dificultades, lejos de detener a Freud
en su impulso, será el punto de partida de un nuevo concepto
teórico y de un nuevo movimiento técnico. Todos los tropezones,
los estancamientos de la cura catártica o hipnótica se llamarán
resistencia, represión, transferencia. Del estado de aporía teórica,
pasarán al de motor de la cura.
Por el momento Freud se dcdica a justificar su principal carta
de triunfo técnica: la presión de las manos.
Si la asociación no surge, si el enfermo calla, si finge no poder
rememorar nada, se le anuncia que tendrá derecho a la presión
de las manos. Si esto no alcanza, la presión real se ejerce. En­
tonces el paciente, aislado de toda distracción, se concentra sobre
la idea patógena y la suelta. . . O, por lo menos, suelta algunos
puntos distantes, pero que señalan el comienzo de una cadena
de asociaciones a partir de la cual será posible una reconstitución.
Por los ejemplos que nos propone, Freud muestra que él mismo
marchaba por el terreno lleno de baches de la vía asociativa, al
mismo tiempo si no más que su paciente, y que juntos arribaban
al punto de origen.
Todo esto, evidentemente, no ocurría sin algunas dificultades,
de donde procedió el concepto de transferencia.
Antes de llegar a una primera teorización de este concepto, nos
encauzarán algunas observaciones, un poquitín amargas, a pro­
pósito de la psicoterapia de histéricos.
“No puedo imaginarme estudiando en detalle el mecanismo
psíquico d e una histeria en un sujeto que me pareciera despre­
ciable y repugnante y que, una vez m ejor conocido, se demostrara

2 S. Freud, “Psychothérapie de l’hystérie”, en Eludes sur l’hystérie,


P.U.F., pág. 205. '
124 M1CHEL NEYRAUT

incapaz de inspirar alguna simpatía hum ana... La adhesión total


de los pacientes, su entera atención, son indispensables, pero so­
bre todo su confianza, puesto que él análisis nos arrastra hacia
los hechos más secretos, más íntimos. Muchos d e los enferm os
que mejor se prestarían al tratamiento escapan al m édico desde
que tienen la menor sospecha d el camino por el que va a arras­
trarlos la investigación. Para ellos, el médico resulta un extraño.
Otros se deciden a abandonarse al médico, a darle testimonio de
una confianza que por lo general no acordamos más que por libre
elección y que nunca puede ser exigida. Para esos pacientes es
casi inevitable que las relaciones personales con su m édico tomen,
al menos durante cierto tiem po, una importancia capital, hasta
parece que esa influencia que el médico ejerce sea condición
misma de ¡a solución del problem a ” 3
La “influencia del médico” de que habla Freud no ha sido aún
desprendida, es evidente, del hecho mismo de la sugestión hip­
nótica directa. Pero es evidente que la expresión “el conjunto de
relaciones personales” designaba algo más, diferente de la simple
sugestión, y que la presión moral, tanto como la de las manos, es
ya considerada como algo distinto de una empresa deliberada.
Con toda rapidez Freud circunscribe el verdadero problema:
“AI lado de los factores intelectuales, a los cuales se recurre
para vencer la resistencia, un factor afectivo del que raramente
podemos prescindir juega un papel: hablo de la personalidad
del médico que, en muchos casos, es la única capaz de suprimir
la resistencia.” 4
Al final de su capítulo sobre la psicoterapia de histéricos, Freud
hablará explícitamente del papel del médico y de su personalidad,
y la palabra transferencia aparecerá por primera vez bajo su
pluma.
Pero antes de referir lo que dice y las tres categorías de cir­
cunstancias que favorecen el advenimiento de la transferencia,
es preferible que nos remitamos a las observaciones que le pro­
porcionó la expresión “falsa asociación”, expresión que utilizará
para definir la transferencia.
Se trata de la señora Emmy von N . .. Esta mujer de cuarenta
años, muy seductora, viuda de un rico industrial, reside en un

3 lbuL, págs. 213-214.


* lbíd., pág. 229.
LA TRANSFERENCIA 125

castillo a orillas del Báltico y, de un viaje de descanso a otro,


acaba en Viena. De un médico a otro y de un tratamiento a
otro, en vano intenta mejorar diversos síntomas que Freud agrupa
bajo el término de histeria: trastornos espasmódicos del habla
que llegan al tartamudeo; agitación espasmódica de los dedos,
movimientos convulsivos de la cara y ese famoso chasquido de
la lengua que los colegas de Freud, amantes de la caza, no vaci­
lan en comparar con el “sonido final que emite el urogallo du­
rante el ayuntamiento”.
La paciente es hipnotizada y el tratamiento tiene lugar durante
siete semanas de un año y ocho del siguiente; básicamente con­
siste en sesiones de hipnosis alternadas con conversaciones y la
prosecución de un tratamiento médico, resuelto por Freud, que
consiste en masajes de todo el cuerpo y consejos de higiene y
alimentación. A propósito de uno de esos consejos nacerá la
expresión “falsa asociación".
En una extensa nota Freud explica el incidente y las conse­
cuencias técnicas y teóricas que de él surgen;0 un buen día le
propone a la señora von N . . . que tome un baño de asiento frío
en lugar del baño tibio que ella tomaba de ordinario. La paciente
objeta que el baño frío la pone melancólica. Entonces, en el curso
de la sesión hipnótica siguiente, Freud se las arregla para suge­
rirle que ella misma proponga baños fríos.
Al término de la sesión, es la misma paciente quien lo propone,
pero declara que ello la disgusta y muestra un pésimo humor.
Durante la sesión de hipnosis siguiente, Freud le pregunta si
el baño frío es la causa de ese malhumor, a lo cual la señora von
N . . . responde que no hay nada de eso, sino que acaba de esta­
llar una revolución en Santo Domingo y ella teme por su herma­
no pues los blancos siempre resultan allí víctimas.
Entre el baño de asiento frío y Santo Domingo hay una “falsa
asociación”; la prescripción médica, la última, es tomada como
chivo emisario de la angustia creada por el anuncio de la revo­
lución. Y Freud concluye:
“Así fu e como se resolvió la cuestión entre nosotros ”
Este “entre nosotros” marca un deslizamiento importante en su
concepción de la falsa asociación. Porque su persona, aquí, inter­
viene como mediadora en la cadena asociativa.
5 Etudes sur l’hystérie, pág. 52.
126 MICHEL NEYBAUT

En la teoría que con poco precede a la observación, Freud


apunta un caso de Bemheim, quien había sugerido a su paciente
que al despertar se introdujera los pulgares en la boca; el enfermo
ejecutó la orden, pero lo justificó explicando que el día anterior
se había mordido la lengua y sentía algunos dolores. Es pues
esa necesidad, al despertar, de vincular con alguna razón
razonable la orden sugerida durante el estado hipnótico lo que
establece, entre la ejecución del acto y la racionalización, una
suerte de falsa asociación.
De alguna manera, el paciente sutura los dos bordes de la bre­
cha en el fondo de la cual el estado hipnótico introdujo cierta
sugestión que permanecerá inconsciente.
Vemos que en la etapa siguiente, la de Emmy von N . . . , es
el mismo Freud quien por su prescripción y su presencia deviene
el hilo de esa sutura.
Veamos ahora, a la luz de esta observación, cuáles son las con­
secuencias teóricas que de ella extrae.
Freud apunta tres casos de resistencia, de los cuales el tercero
es propiamente de orden transferencial:
“Es lo que se produce cuando las relaciones del enferm o con su
m édico son perturbadas. Este último se encuentra entonces ante
el mayor de los obstáculos a vencer. Sin embargo, es posible en­
contrarlo en todo análisis importante. " 8
¿Cómo concibe Freud el papel del médico? Básicamente como
sucedáneo del amor. En efecto, las resistencias, que en sí mismas
son difíciles de vencer, sobre todo en las mujeres, y ello cuando
entra en juego el contenido erótico de las asociaciones. La reve­
lación de ese contenido es tan penosa en sí que exige grandes
sacrificios que sólo una actitud benévola del terapeuta puede
compensar.
Pero si la relación entre el médico y su paciente se “perturba”,
la toma de conciencia deviene imposible.
“Porque la toma d e conciencia que han acumulado contra el
m édico se opone a sus revelaciones
Esa resistencia se manifiesta en tres casos:
l 9) O bien el enfermo se cree desatendido, humillado u ofen­
dido, o bien ha oído hablar mal de él (del médico).
2°) Caso más grave: el temor de ser sexualmente dominado
6 Ibíd., pág. 244.
LA TRANSFERENCIA 127

por h persona del médico y esto “no sólo a propósito de una


reminiscencia” sino en cada una de las tentativas terapéuticas; por
ejemplo, presión de las manos sobre la frente que ocasiona una
cefalea, es decir, un nuevo síntoma histérico.
3®) Por ultimo, “cuando el enfermo teme trasladar a la per­
sona del médico las representaciones penosas nacidas del conte­
nido del análisis”.
Es con respecto a ello que Freud retoma la expresión “falsa
asociación” con un deslizamiento de sentido; puesto que ahora
la explica de la manera siguiente: la paciente presenta un síntoma
histérico que se vincula con un antiguo deseo de ser abrazada por
el hombre con quien conversaba. Ese deseo está reprimido pero
surge a propósito de la persona misma de Freud y de manera
consciente.
Desde esc momento el procedimiento hipnótico deviene ino­
perante; la paciente rehúsa dejarse tratar; lo que ocurre, explica
Freud, es que las circunstancias accesorias susceptibles de situar
ese deseo en el pasado no han llegado a ser conscientes.
“E l deseo actual se ve vinculado, por una compulsión asocia­
tiva, con mi persona, que evidentemente ha pasado a l primer plano
de las preocupaciones de mi enferma. Se trata entonces d e una
unión desacertada, d e una falsa relación.”
Como se ve, esa falsa relación es doble: puesto que liga un
afecto presente, idéntico a un afecto pasado, con el analista
presente.
Es decir, falsa relación temporal y falsa relación de persona.
Hay pues desplazamiento (Übertragung) en el sentido que este
término tendrá más tardo en la ciencia de los sueños para definir
el desplazamiento del acento psíquico y que es la misma palabra
transferencia.
Desde un punto de vista técnico, Freud considera que así defi­
nida la transferencia es un obstáculo, pero que si es percibida lo
suficientemente pronto y denunciada como tal, la dificultad puede
ser rápidamente sorteada y el tratamiento retomar su curso.
Por lo tanto, al término de los estudios sobre la histeria el con­
cepto de transferencia se encuentra ya elaborado:
Su campo de aplicación corresponde a la relación que se esta­
blece entre el médico y su enfermo y recíprocamente; aunque el
128 M ICHEL NEYRAUT

método es todavía catártico o hipnótico, no corresponde a nin­


gún otro campo que no sea ese.
Su definición es la de una falsa relación, o unión desacertada,
noción que encuentra sus fundamentos en la expresión falsa aso­
ciación, la cual designaba inicialmente la sutura que establecía
el paciente al despertar, sutura entre los fenómenos, que habían
devenido inconscientes, sugeridos durante la vigilia, y ciertas
racionalizaciones que tendían a justificar el que actuara sin mo­
tivo aparente. '
La transferencia es, por lo tanto, una falsa relación que opera
un doble desplazamiento: desplazamiento de tiempo y despla­
zamiento de persona.
Desplazamiento de tiempo, porque un afecto pasado y repri­
mido resurge en cierto modo inoportunamente, en la plena actua­
lidad de la cura.
Y desplazamiento de persona, porque es hacia el terapeuta que
se orienta ese afecto.
Las circunstancias que permitirían dirigir ese movimiento a
su verdadero destinatario y a su época adecuada han sido re­
primidas; constituyen el eslabón que falta de una cadena asocia­
tiva que permitiría remontar el tiempo. Pero la resistencia es
tanto más fuerte cuanto que son precisamente esas “circunstan­
cias” las que tocan más de cerca el núcleo patógeno.
Su consecuencia técnica es que se hace preciso volver a situar
en su contexto consciente la representación perdida, la cual, ais­
lada de su afecto, se repite.
Lo importante, en esta primera teorización de la transferencia,
es que sobre el fondo de una “disociación de los consciente”
se presentarán todas las manifestaciones de la resistencia.
Alrededor del núcleo traumatógeno se establece concéntrica­
mente la cadena de asociaciones inconscientes que, por sus repre­
siones, aíslan ese núcleo de las otras representaciones y de su
propio afecto.
Es pues a nivel de la cadena asociativa reprimida que inter­
viene en cierto modo un nuevo eslabón. Ese eslabón, que no es
más que el soporte ilusorio del afecto y su falso objeto, por el
solo hecho de su existencia puede despertar emociones tan peno­
sas que obstruyen definitivamente el curso de la cura.
En particular, la agresividad hasta ahora reprimida en cuanto
LA TRANSFERENCIA 129

a la persona del médico resurge a propósito para reforzar el mo­


vimiento defensivo y sirve de pretexto para una detención del
proceso eficaz, y hasta para una ruptura.
El lugar del movimiento transferencia! en la cadena asociativa
es, por lo tanto, fundamental. Podemos resumir este estadio con
una fórmula de la elaboración conceptual de Freud, que corres­
ponde a sus estudios sobre la histeria.
La transferencia es un quid pro quo inoportuno.
Su superación consiste en devolverla a quien corresponde y
a su lugar.
El importantísimo trabajo de D. Lagache en la 149 Conferencia
de Psicoanalistas de Lengua Francesa, en 1951, concluye, a pro­
pósito de la transferencia en los Etudes sur Vhystérie (Estudios
sobre la histeria):
“Lo transferencia es una defensa contra un afecto penoso en
relación con una pulsión censurable”
Esta definición pone en el camino de un?i teoría de la pulsión
y de los sistemas de defensa del Yo.
La conceptualización de la transferencia, entonces todavía mo­
desta, sólo le permitiría a Freud decirle al paciente, que le re­
prochaba no poder modificar el destino, que de una miseria his­
térica podía también llegarse a una “desdicha banal”.
CAPÍTULO III

LA TRANSFERENCIA DE DORA

Los Estudios sobre la Historia esencialmente fundados en la vía


asociativa, iluminan particularmente y en la práctica el concepto
de desplazamiento ( Verschiebung). Entre ese concepto de despla­
zamiento y el de transferencia (Übertragung) existen lazos muy
estrechos, y hasta puede decirse: un desplazamiento.
Desde el esbozo de una psicología científica en 1895, el con­
cepto de desplazamiento concierne más particularmente a las can­
tidades de energía que constituyen la carga de una representa­
ción. En este sentido no son tanto las representaciones las que
se suceden o se sustituyen unas a otras, como la luz que se des­
plaza más a gusto de una a otra o, como dirá Freud en L a Inter­
pretación de los Sueños: es el acento psíquico lo que se desplaza.
Esta problemática del acento aparece en toda su obra y en
particular en la Metapsicología a nivel del problema de la doble
inscripción. Las cantidades de energía, como los afectos, parecen
tomar, con relación a las representaciones, una suerte de camino
paralelo.
Del desplazamiento de esas cantidades dependerán la suerte de
la representación, y finalmente su asignación tópica.
Ese sentido del desplazamiento es muy cercano al de la trans­
ferencia ( Übertragung), empleado en La Science des réves; in­
sensiblemente se sustituye a él y designa expresamente el trayecto
de la energía desde una representación a otra. En ese nivel los
dos términos son prácticamente equivalentes.
Los Etudes sur Yhystérie suministran, por la comprobación de
132 MICHEL NEYRAUT

falsa unión, de falsa relación, de falsa asociación, ejemplos de


desplazamientos que confirman esta acepción poniendo en eviden­
cia el desplazamiento de la angustia ligada a una representación:
la revolución en Santo Domingo, por ejemplo, y otra representa­
ción: la prescripción médica de higiene emanada de Freud (cfr.
capitulo precedente).
Pero cabe preguntarse: ¿por qué esas relaciones, esas unio­
nes y esas asociaciones son tan falsas?
Ya que, desde el punto de vista estrictamente energético, tam­
bién podría calificárselas como verdaderas.
En realidad, es imposible descartar lo que precisamente viene
a ser un desplazamiento: a saber, el sentido “escabroso”, y hasta
subido de tono que la “falsa unión” tenía en la Viena de Freud.
¿Acaso no se dice de una expresión algo atrevida que está des­
plazada?
La verdadera diferencia existente entre el desplazamiento to­
mado en su sentido general y la transferencia reside precisamente
en el desplazamiento de elementos escabrosos de una represen­
tación sobre otra.
Esta diferencia no se plasma sino mediante la instauración de
una situación de tipo analítico. Mientras se trate del esquema o de
la ciencia de los sueños, las resistencias a la conceptualización o
al descubrimiento pueden ser de otra naturaleza. Pero desde que
la confrontación entra en juego, los fenómenos de contratransfe­
rencia desempeñan un papel que fue y sigue siendo el de la
censura: ellos desplazan o más bien transfieren la carga libidinal
de una primera representación: la “falsa unión”, tomada en su
sentido burgués de concubinato, a una segunda representación:
“falsa unión”, tomada en el sentido científico de pasaje de una
representación a otra por contigüidad.
El mismo término desplazamiento es el mejor ejemplo de des­
plazamiento que pueda imaginarse.
Obsérvese que a pesar del desplazamiento, o más bien gracias
a él, la expresión “falsa asociación” mantiene el equívoco y, con
ello, la posibilidad de un retorno de lo reprimido.
Por otra parte, sería un gran error pensar que este equívoco ha
dejado de existir: la palabra transferencia conserva, aun para los
espíritus más avisados, cierto aroma de escándalo; lo que después
LA. TRANSÉ'ÉREjrcíA 133

de todo está perfectamente justificado puesto que en el origen


de la transferencia encontraremos muchos elementos eróticos re­
primidos.
La transposición retórica del desplazamiento lo emparenta con
la metonimia; conocemos los desarrollos que encontró este empleo
en la obra de Lacan, y que también suponen un claro desplaza­
miento de las energías destinadas a las cantidades sobre las de
las representaciones, únicas aptas para sostener su expresión ar­
ticulada.
Dora va a dar a la transferencia su verdadero sentido; éste que­
dará ligado, evidentemente, al desplazamiento.
La transferencia es un desplazamiento.
Pero la inmanencia de la situación analítica, el brusco estallido
de lo actual, la experiencia de la confrontación entre Freud y Dora
acabarán por dar a la transferencia un sentido específico, que
ahora intentaremos circunscribir.

Dora

Con el análisis de Dora comienza verdaderamente para Freud


la elaboración de una teoría de la transferencia.
Es notable, sin embargo, que en todo el relato de la cura no
se haga ninguna mención de esa transferencia. Es sólo en un
momento reflexivo y recurrente que las “consideraciones teóricas”
la pondrán en evidencia. Este hecho, por sí sólo, merece reflexión.
El análisis de Dora se interrumpió en 1889, después de tres
meses de tratamiento.
Esta interrupción era en realidad una “ruptura”.
Y es a partir de esta ruptura que Freud llega al descubrimiento
de la transferencia.
Una lectura ingenua de Dora es cosa muy difícil hoy en día,
en tanto es difícil no servirse de lo que precisamente el análisis
de Dora nos aportó.
Sin embargo, será preciso que retomemos esa lectura ingenua
en su comienzo, para captar después la naturaleza exacta de la
transferencia de que se sirve.
Pero, ¿es que existe, en rigor, una lectura ingenua? ¿existe un
relato ingenuo de la cura?
134 m ic h e l n e y r a u t

En todo caso, es lo que Freud pretende; en 1923, volviendo a


Dora, lo expresa así:
“Era preciso esperar que mas d e veinte años de trabajo ulterior
continuo, vinieran a m odificar la concepción y la exposición de
un caso semejante . . . Evidentem ente, sería absurdo tratar de
actualizar, up to date, esa observación y buscar adaptarla al estado
actual de nuestros conocim ientos mediante la corrección y la am­
plificación."
El caso de Dora es relatado “tal cual”; ¿pero qué quiere
decir "tal cual’? Pues veinte años de trabajo ulterior podrían mo­
dificar su exposición. La exposición, es, en consecuencia, tribu­
taria de las ideas, de las reflexiones, de los progresos que pudo
hacer el analista, a propósito de ese caso y de algunos otros. En
estas condiciones, ¿cuál es el principio de la exposición en psi­
coanálisis? Podría esperarse que esa exposición se limitara al
informe exhaustivo de las palabras intercambiadas, al texto.
Pero, hay una imposibilidad material de semejante reseña, que
bien podría significar: “el conjunto de palabras intercambiadas”,
sin referirlas al contexto contratransferencial que las sostiene o,
como dirá Freud más tarde, a la “situación psicológica” que liga
a los dos protagonistas.
Habrá pues que agregar un comentario a la exposición: el con­
texto subjetivo exige, para hacerse sensible, un punto de vista,
una toma de posición a propósito del texto intercambiado, una
aclaración del contexto histórico de la neurosis, una perspectiva
teórica de la exposición; finalmente, y como sucedía con Freud:
un esfuerzo de “propaganda” y, al fin de cuentas la necesidad,
para el analista, de establecer un lazo entre sus propias asocia­
ciones y las de su paciente.
Tal comentario existe en la exposición del caso de Dora, pero
en cierto modo extra muros :
“Precisamente, la parte m ás difícü del trabajo técnico no pudo
ser abordada con esta enferm a, pues el factor de la ‘transferen­
cia’, d el que se trata al final d e la observación, no había aflorado
durante el breve tratamiento.” 1
Porque, mucho más que los elementos explícitos, sólo las de­
tenciones, los tropezones, los estancamientos, las aporías del mo­
vimiento transferencial son verdaderamente revelables.
1 Ibíd., pág. 6.
LA TRANSFERENCIA 135

'■•Aquí Ia transferencia se puso en evidencia porque hubo rup­


tura, fracaso, detención del tratamiento. No es por azar que el
único texto clínico de Freud que haya tratado de la transferencia
no pueda hablar de ella sino desde fuera del texto mismo. En mi
opinión, esto no sólo se explica por las circunstancias históricas
de su descubrimiento, sino por la esencia misma de la transferen­
cia cuyos rastros invisibles no brillan sino en sus detenciones, sus
tropiezos, sus ciegos anclajes en lo real.
Con una lectura esta vez menos ingenua queda en claro que
esas detenciones de la transferencia no son obra de Dora única­
mente, sino también de Freud, del choque entre lo que ella dice y
lo que él oye... de lo que él puede oír. .. de lo que él dice
también.
Dicha confrontación, por sus choques, sus oposiciones, sus obe­
diencias, sus sumisiones, sus rebeliones, marca otras tantas deten­
ciones por donde, bruscamente, la transferencia se capta. Hablar
de la transferencia sin hablar de la contratransferencia sería casi
como utilizar los mapas marinos de Lewis Carroll en la caza en
snark, mientras que, como sabemos, esos mapas no incluían nin­
guna costa terrestre.
Está claro que describir la transferencia de Dora es describir
la respuesta que le da Freud. Esa respuesta es múltiple: unas
veces contrapartida, otras réplicas, y otras invigoration, repro­
ches, solicitaciones, provocaciones, deducciones, informaciones, se­
ducciones. En resumen, todos aquellos momentos que hacen de
la contratransferencia otra cosa que el triste olor a humedad
afectivo a que se la quiso reducir, pero otra cosa también que una
lúcida y pura inversión dialéctica.
El hecho, esencial, es que Dora, hablando del señor K . . . habla
de otras cosas, y que Freud, al responderle, responde a otra cosa,
que su inconsciente conoce.
El trayecto es límpido: detrás del señor K . . . está el padre de
Dora; Freud lo descubre en poco tiempo; detrás del padre está
la gobernanta; detrás de la gobernanta está la señora K . . . , y
detrás de todo el mundo está Freud.
El nervio del movimiento es que, por efecto de la transferencia,
hablar de uno cualquiera de esos personajes es también hablar de
Frtud, y que en el momento preciso en que, estando todos ago­
136 MICHEL NEYRAUT

tados, tendría que abordar directamente al último, es decir, a


Freud mismo, Dora se va.
Al captar ese movimiento vislumbramos el papel del primer
sueño de Dora, que surge como un arrecife en el movimiento
transferencial y, con ello, marca su detención ; con ello marca,
también, su emergencia: en el mejor momento, el sueño viene
a romper el proceso analítico.2
“Mientras que justamente estábamos llegando, gracias al ma­
terial suministrado por el análisis, a esclarecer un punto oscuro
del análisis d e Dora, ésta m e declaró haber tenido, hacía pocas
noches, un sueño que no era sino la repetición de otros exacta­
mente semejantes que había tenido ya muchas veces.”
Hay razón para preguntarse por qué precisamente ese día es
puesto en la balanza dicho sueño a repetición. Freud pierde poco
tiempo en él, a pesar de que tanto había insistido sobre el papel
de los restos diurnos de la jornada precedente, sobre los elemen­
tos desencadenantes más próximos.
Por lo demás, Freud lo percibe, pero aquello que en el enun­
ciado se vincula con su persona es remitido al grado de una
última sobredeterminación, una más y la última.
Preocupado ante todo por confirmar las raíces infantiles del
sueño parte a la búsqueda de su origen al borde del lago, des­
pués a la eneuresis infantil, después de la masturbación, vía la
leucorrea.
Suplementariamente, y como en sobreimpresión, anota las re­
ferencias directas a su persona; pero parece olvidar el aforismo,
sólido con todo, que con respecto a los sueños había formulado:
“Un sueño regular se sostiene, por así decir, sobre dos piernas,
d e las cuales una se apoya sobre él hecho reciente esencial y la
otra sobre un acontecimiento importante de la infancia
En cuanto al acontecimiento esencial y reciente, se contentará
con un viejo incidente de cierta época: “Papá tuvo en esos días
una disputa con mamá”,4 para aislar como sobredeterminante
accesorio hechos que sin embargo son recientes y le conciernen.
A saber: las tentativas de seducción inconsciente que acumuló él
durante las últimas sesiones y que, parece, justificaron el largo

2 Dora, ed. fr., pág. 46.


3 Ibíd., pág. 52.
* lbtd., págs. 46-47.
LA TRANSFERENCIA 137

pathos de indignación virtuosa (pág. 34) donde denuncia la mo­


jigatería de sus colegas.
Freud reivindica entonces el llamar a las cosas por su nombre,
gozar de los derechos acordados a los ginecólogos, etc., y para
terminar se libra a la pequeña experiencia que conocemos:
“Introduje la discusión sobre el tem a m ediante una experiencia
que, como de costumbre, también esta vez logró su finalidad.
H abía por casualidad sobre la mesa una gran caja de fósforos.
Pedí a Dora que mirara, para ver si ella podía percibir sobre la
mesa un objeto que no estuviera allí habitualmente. Dora no vio
nada. Entonces le pregunté si sabía por qué se prohibía a los
niños jugar con fósforos.”
A pesar de la parte de seducción inconsciente que ejerció con
respecto a Dora, Freud observa perfectamente el impacto trans­
ferencial; como lo testimonia su observación sobre los fumadores:
“El humo iba bien, por cierto, con el fuego; ese humo indica
también que el sueño tenía una relación particular con mi persona,
porque a menudo m e pasaba que atando la joven pretendía que
tal o cual cosa no disimulaba nada, yo le respondía: no hay humo
sin fuego.”
Pero el problema está en la significación del “también”:
“Dado que yo también f umo . . . El (el humo) indicaba también
que el sueño tenía una relación particular con mi persona.”
Para Freud, el hecho de que él también fumara y de que hubie­
ra pronunciado efectivamente las palabras: "no hay humo sin
fuego” se manifiesta como un accidente casual, una coincidencia,
sobre los cuales el sueño va a apoyarse: “Había por casualidad so­
bre la mesa una gran caja de fósforos.”
Desde ese momento las cosas se aclaran; el deseo infantil de
ver a su padre en el lugar del extraño es la potencia formadora
del sueño.
El pensamiento diurno, es decir, obtener un beso de Freud, es
el ejecutor d el sueño.
En realidad, la verdadera ejecutora del sueño es la transfe­
rencia. Un analista avezado en la práctica analítica tendería a
decir que: “ese sueño testimoniaba tam bién un deseo infantil de
sustituir a su padre por el señor K . . . ”; es decir, tendería a captar
de entrada al sueño como refiriéndose a su persona y secundaria­
mente como testigo de un deseo infantil.
138 MICHEL NEYBAUT

Esta actitud correspondería a una regulación inconsciente y


automática del nivel d e tensión de una sesión. De tal manera
que, por una medida de protección inconsciente, el analista pues­
to en presencia de una solicitación pulsional directa, aquí la de
besarlo, trataría de interpretar esta conducta como correspondien­
do exclusivamente a deseos infantiles.
Aunque la razón teórica se encuentre invertida con respecto a
la de Freud, la resistencia de la contratransferencia permanecería
idéntica.
Por el contrario, en presencia de un enigma inconsciente, de
un material cualquiera, que parece excluirlo, el analista puede
"barrer para adentro”, inmiscuirse en el jeroglífico de un sueño,
la trama de un fantasma o la evolución de un recuerdo, como
agente de estas manifestaciones psíquicas, lo que caracteriza una
forma de resistencia inversa.
Aunque aquí Freud haya hecho cojear al sueño, llevándolo más
sobre la pierna infantil que sobre la actual, su rigor de concep­
ción acerca del sistema asociativo le hace decir sin embargo:
“E l sueño comprendía, entre sus ideas latentes, una alusión a
mi tratamiento” (pág. 69): “Ella había intercalado hábilmente mis
palabras: ‘no hay humo sin fuego ’, en el sueño ya formado, en
un lugar donde esas palabras parecían ser em pleadas para sobre-
determ inar el último elem ento.”
Freud sigue siendo fiel, pues, a la concepción de la cadena
asociativa en la que viene a insertarse la representación del ana­
lista. Nos hallamos aún en la época de Dora, en una concepción
estrictamente asociativa de la transferencia. Freud descubrirá,
pero mucho más tarde, que esos elementos de actualidad no son
elegidos al azar sino en la medida en que, precisamente, sirven
mejor a la resistencia.
El estima que el texto* manifiesto del sueño no fue modificado
por sus intervenciones y por la transferencia, y que la transfe­
rencia se manifiesta si es insertada hábilmente en la elaboración
asociativa. .
Estas observaciones llevan a concebir la transferencia como
evolucionando entre dos polos: un polo infantil y un polo actual,
renovando así el campo del movimiento progresivo y regresivo
descrito a propósito del aparato del alma.
LA TRANSFERENCIA 139

Así, por el solo juego de los deseos infantiles y su topar con lo


actual se establece un juego de fuerza.
Lo actual reactiva el deseo infantil. El deseo infantil da nuevo
impulso a la realidad. La regresión puesta en claro por la trans­
ferencia no es ya solamente un estado anterior del alma o del
conflicto, sino que se inscribe como un momento dinámico, como
una oscilación entre el presente y el pasado.
"Un grave peligro me amenaza aquí”, dice Dora. Por lo tanto,
en el sueño ella decide partir con su padre.
El comentario de Freud es el siguiente:
“A esta decisión corresponde el hechcr de que eUa recurra al
auxilio del amor infantil por su padre, como protección contra
la tentación actual.”
Lo que él considera como tentación actual no es más que el
amor por el señor K . . . y aquí es todavía el lago. Pero lo que
viene después, es decir, la ruptura del análisis, muestra que aquí
era también el consultorio de Freud y la tentación actual, ser
abrazada.
Pero el movimiento regresivo, la regresión, corresponde al
mismo proceso, sólo desfasado aquí en un punto. Para escapar
a las tentaciones actuales, ella piensa en el señor K . . . ; para
escapar a éste. . . , ella piensa en su padre, para escapar a su
padre, en la gobernanta, etc., y finalmente en la señora K . . .
Movimiento inverso al que describíamos hace poco, y que
agotaba todos los personajes antes de llegar al último, es decir,
a Freud. Movimiento que podríamos calificar como progresivo.
La transferencia tiene el efecto de colocar al analista en uno
de los polos diacrónicos de ese movimiento.
La ruptura viene esencialmente del hecho de que en esa época
Freud no estaba en condiciones de soportar la idea de ser la
culminación, la última imagen de semejante transferencia homo­
sexual femenina, y más difícilmente aún de ser su punto de par­
tida. Varios años más tarde, estimará que el tratamiento de Dora
acabó en una interrupción por no haber podido él interpretar la
tendencia fundamental de Dora hacia la homosexualidad.
Es demasiado evidente que tal interpretación sólo habría sido
posible si Freud hubiera tenido la posibilidad previa de recono­
cerse en ese objeto homosexual femenino, reconocimiento que im­
plica una identificación.
140 MICHEL NEYRAUT

No obstante, cuando quiere explicarse la interrupción del tra­


tamiento, no puede soslayarse la idea de que Dora era una ado­
lescente. Esta es la edad por excelencia en que los actos son
actuaciones, es decir, que no pueden cumplirse sin cierto grado
de desconocimiento.
La transferencia es lo que permite a las personas de edad es­
perar largo tiempo, y simultáneamente les prohíbe esperar dema­
siado . . . Por la razón de que es la misma fuerza la que conduce
a los adolescentes a transferir sobre ellos sus deseos incestuosos
y en consecuencia a encontrar en ellos las prohibiciones que ine­
vitablemente se les vinculan.
Quizá sea querer introducir aquí demasiada realidad. . . pero
es un carácter de la adolescencia esperar realidades por doquier,
de suerte que, contrariamente a las alegaciones de Freud: que se
puede hablar impunemente de cosas sexuales a una jovencita, que
el encanto de su persona no entraba allí para nada, etc., la seduc­
ción que él ejerce es una realidad en el sentido de realidad psí­
quica.
Hablar de temas sexuales es una realidad, y esta realidad es
una seducción; hablar de la seducción es una seducción, y hablar
del cometa o del juicio final también puede ser una seducción,
y no hablar, lo mismo. La trampa de la “situación psicológica”
está aquí cerrada; la palabra, diga lo que diga, es una seducción.
De manera que si por efecto de la transferencia esta situación
puede ser superada, no lo es sino en la medida de una transfe­
rencia positiva, es decir, por amor.
Pero aquí la palabra de Freud no se limita a no decir nada;
ella se hace acuciante y acorrala al deseo de Dora en sus reductos.
Por lo demás, el papel que Freud debía jugar como promotor
de una teoría nueva frente a los mejores espíritus de su tiempo,
como también frente a los más arraigados prejuicios de la moral
burguesa, lo obligaba a convencer a su paciente, al mundo entero
y a sí mismo de la legitimidad de su método. En el caso presente,
se encuentra en la necesidad de probar, a quien quiera escuchar­
lo, que es posible hablarle impunemente a una jovencita de cosas
sexuales: lo que es perfectamente exacto cuando uno se coloca
en un punto de vista profiláctico para con el pudor vienés, pero
que lo es menos cuando uno se coloca en situación analítica.
Para el pionero que era Freud, esa necesidad de hacer inter­
LA. TRANSFERENCIA 141

ferir una teorización en marcha, y» pronunciemos la palabra aun­


que sea demasiado fuerte: de una propaganda, con la exposición
misma de su tratamiento, da cuenta de un aspecto de su pen­
samiento y por lo tanto de la contratransferencia, pero evidente­
mente no puede bastar para develar sus verdaderos fundamentos.
Otro aspecto del análisis de Dora reside en el hecho de que en
la época del tratamiento y aun de su publicación (1905), Freud
se halla bajo los efectos del descubrimiento de la interpretación
de los sueños. Una de sus anotaciones anteriores al análisis de
Dora nos lo indica: es la comprobación de que no es posible
fiarse del discurso de los histéricos; porque en ellos hay blancos,
agujeros, inexactitudes, puestos vacantes.
Felizmente, el medio está allí para llenar las lagunas y hasta
para resolverlas.
Freud, al menos en los comienzos, considera verdades a las
mentiras del padre de Dora, que bien valen las de su hija, pero
que sorprendentemente se completan; es que para Freud, como
en La science des réves, tiene fuerza de ley la necesidad de res­
tablecer la totalidad de un texto trunco a la manera del sueño,
cuya interpretación vendrá a llenar, mediante un discurso cohe­
rente, las fisuras del texto manifiesto.
El análisis anterior a Dora es concebido todavía como un es­
tricto restablecimiento de la verdad. Recordaremos al respecto
que Freud, teniendo que decidir entre un diagnóstico de histeria
y otro de etiología orgánica, hace un diagnóstico de tabes, y el
único indicio consiste en que el discurso de su paciente es cohe­
rente y sin fisuras.
Para Freud la verdad sigue y seguirá siendo la meta de toda
investigación. Pero en el transcurso de esa investigación surgirá
la transferencia, que precisamente obligará a dejar de atenerse
al texto como único elemento, y a interpretar la relación paciente-
médico más allá de la estricta necesidad de una revelación de la
verdad a breve plazo.
En el final de Dora, ¿qué consideraciones recogió Freud de la
cura con respecto a la transferencia? Las expone en un capítulo
especial de la conclusión.
En primer lugar, afirma que la sexualidad es la clave del pro­
blema de las psiconeurosis y de las neurosis en general. Con ese
fin opera una distinción, muy rica en enseñanzas, entre técnica y
142 MICHEL NEYRAUT

teoría psicoanalíticas: porquería primera no puede proceder más


que de factor^ puramente psicológicos, mientras que la segunda
deberá incorporar a sus concepciones la parte de organicidad que
desemboca necesariamente en la componente sexual.
Pero observa especialmente que si la producción de nuevos
síntomas cesa durante la cura, la productividad no por ello se ha
extinguido: dicha productividad “se ejerce creando estados psíqui­
cos particulares en su mayor parte inconscientes, a los que puede
darse el nom bre de transferencias” 5.
Esas transferencias (en plural) son:
"nuevas ediciones de las tendencias y fantasmas que los progre­
sos del análisis deberán despertar y hacer conscientes, y cuyo
rasgo característico es el de remplazar a una persona anterior­
mente conocida por la persona del m édico; dicho d e otro modo,
un número considerable de estados psíquicos anteriores reviven
no como estados pasados sino como relaciones actuales con la
persona d el médico.” 6
Sobre esta base, Freud opera una distinción muy importante:
hay dos clases de transferencias: unas son simples reediciones
estereotipadas de reimpresiones, otras han sufrido una alteración
de su contenido, una sublimación, y son susceptibles de devenir
conscientes apoyándose sobre una particularidad real, hábilmente
utilizada, de la persona del médico o de circunstancias que lo
rodean. Todo el proceso y el progreso de la cura están pues
subordinados, por la transferencia, a ser repetición y al mismo
tiempo otra cosa que pura repetición.
Evidentemente, la noción de sublimación todavía no tiene el
sentido que alcanzará en niveles ulteriores; pero implica ya la
idea de un esfuerzo, de una retención, de una desviación de
la meta sexual inicial, y hasta de un arte que no es solamente
obra de la represión y que comprende básicamente la necesidad
de abandonar los intereses inmediatos que suscita la transferencia
y, en particular, las satisfacciones sexuales a las que ésta apunta,
en provecho de la idea misma de elaboración, de trabajo, de
toma de conciencia, de progreso de la cur a. . . ; en esta primera
idea de la sublimación en la transferencia hay algo que la arranca

8 Cinq psychanalyses, P.U.F.; “Dora", pág. 86.


6 El subrayado es nuestro.
LA TRANSFERENCIA 143

a la pura y simple repetición, al mismo tiempo que es en esta


última que se despliega la transferencia.
Notemos sin embargo que esta apetencia de progreso, inclu­
sive de curación, permanece sometida al deseo manifiesto de
satisfacer al médico.
La inversa de dicha idea aparece hacia el final del tratamien­
to de Dora, cuando ésta, para expresar para con Freud su ven­
ganza transpuesta, interrumpe su tratamiento y busca así alcan­
zarlo en su dignidad profesional y en su sentimiento de eficacia.
De esta primera dificultad de la transferencia nacerá pronto
la siguiente ley, tan difícil de sostener por el analista: la de no
querer nada, ni siquiera la curación.
La noción de sublimación, en Freud, siempre tiene como punto
de partida la de pulsión parcial no integrada en el conjunto de
la genitalidad:
“Las fuerzas utüizables para el trabajo cultural provienen en
gran parte d e la regresión de lo que llamamos elementos perver­
sos d e la excitación sexual.” 7
La introducción de la sublimación como elemento componente
de la transferencia explica en parte el carácter plural de las lla­
madas transferencias, en la medida en que es a partir de cada
uno de los momentos parciales de la expresión pulsional que podrá
constituirse, incluso gracias a su repetición, la posibilidad de un
renunciamiento a su meta sexual primitiva; a condición sin em­
bargo, dado su carácter eminentemente inconsciente, de que la
interpretación venga a desbaratar tanto la virtud de repetición
como el desplazamiento que funda el quid pro quo.
Esta participación de la sublimación en la transferencia plan­
tea evidentemente el problema de la eficacia de la cura, y espe­
cialmente el de saber si el análisis es susceptible de modificar
un destino pulsional ciego y particular, en provecho de una
sublimación; es decir, de crear, gracias a la transferencia, la po­
sibilidad de un cambio de meta de la pulsión; o si, por el con­
trario, esa pulsión parcial, cuya meta era hasta aquí incierta,
poseía sin embargo, por obra de sus tribulaciones anteriores, esa
capacidad de sublimarse que la transferencia no haría sino sacar
a relucir.
Bien parece que en el espíritu de Freud, al menos en esta
7 S. Freud, Standard Edition, t. 9, pág. 187.
144 MICHEL NEYHAUT

época, la transferencia no podría jugar más que un papel reve­


lador, no suministrándole a la pulsión considerada más que una
ocasión de manifestar sus capacidades de sublimación en prove­
cho de la cura.
Si hay pues una vertiente transferencia-sublimación, hay nece­
sariamente un problema transferencia-perversión, el cual, sin en­
contrar aún desarrollo teórico, es igualmente mostrado en la con­
clusión de Dora.
La vertiente transferencia-perversión plantea el problema de
saber según qué recorte pudo efectuarse sobre la persona del mé­
dico la geografía de las pulsiones parciales.
Cuando se trata de una persona total de la total sustitución
de una persona por otra, Freud dice: ‘la transferencia” en sin­
gular; por ejemplo, a propósito de la secuencia siguiente:
“Estaba claro que en su imaginación yo rem plazaba a su pa­
dre, lo que se concibe fácilm ente dada la diferencia de edad
existente entre ella y yo.”
Por el contrario, las transferencias están en plural en el ejem­
plo siguiente:
“Ha observado usted una cosa cualquiera que le hace pensar
en malas intenciones de mi parte análogas a las d el señor K . ..
de manera directa o d e manera sublimada, o bien se ha sorpren­
dido usted por algo en mí, o ha, usted oído de mí cosas que
fuerzan su inclinación com o antaño por el señor K . . . Su aten­
ción se dirigiría entonces a ciertos detalles de nuestras relaciones,
de mi persona, o d e mi situación.” 8- •
Esta abundancia de locuciones partitivas representa un verda­
dero recorte de la persona de Freud.
Este, asido en un movimiento contratransferencial que no puede
controlar, provoca mediante una seducción inconsciente gran nú­
mero de movimientos parciales por parte de Dora, “la chupetea-
dora” que evidentemente ni uno ni otro puede dominar.
La pluralidad de transferencias juega pues un papel muy im­
portante, siéndole imposible a Freud denunciar su significación,
puesto que es sobre sí mismo en definitiva que se elabora el re­
corte de los momentos pulsionales de su paciente.
Esto explica la importancia de la nota que él agrega en 1899

8 El sublineado es nuestro.
8 Cinq psychanaltjses, P.U.F., 1966, trad. fr., pág. 8 9
LA TRANSFERENCIA 145

cuando, volviendo sobre los sinsabores técnicos de la cura, res­


tablece la verdad.
Esta verdad es que habría debido comunicar a su paciente
que su amor homosexual por la señora K . . . era la tendencia
psíquica inconsciente más fuerte.
Es que mientras tanto la elaboración del complejo de Edipo y
el autoanálisis de Freud han dado algunos pasos: la homosexua­
lidad en las histerias, de la que en 1899 dice que lo sumía en
el “mayor desconcierto” encuentra aquí su campo de ejercicio
retrospectivo.
La identificación con el “seductor” señor K . . . mezcló para
Freud las cartas de la homosexualidad; es que la contratransfe­
rencia, lejos de ser reductible a la sola relación que une a médico
y paciente, desborda en situaciones más complejas y alcanza in­
cluso a lo universal, por cuanto es con el mismo complejo de
Edipo que el terapeuta debe medirse.
En todo caso, sigue habiendo un punto formal para Freud, y
que él no desmentirá: la transferencia no puede evitarse.
Ella surge, dice, necesariamente de la teoría de la técnica psi-
cionalítica; es preciso combatir esa nueva creación de la enfer­
medad como todas las precedentes.
Pero aquí se establece una diferencia esencial con su posición
en cuanto a la interpretación de los sueños. Esta interpretación,
la extracción de las ideas, la emergencia de los recuerdos incons­
cientes, las asociaciones, etc., y todos los otros procedimientos de
traducción son fáciles de conocer: “Es el enfermo mismo quien
proporciona siempre el texto”; mientras que la transferencia debe
ser “adivinada sin el concurso del enfermo, según ligeros signos
y sin pecar por arbitrariedad”.
Aquí se opera un importante deslinde entre lo que puede ser un
desciframiento, una traducción, la escucha de un documento o
toda reconstrucción que restablezca la continuidad de un texto y
la interpretación de la transferencia.
Esta debe ser adivinada sin el concurso del enfermo; el último
miembro de la frase: “y sin pecar por arbitrariedad”, puede con­
tribuir también a una primera definición técnica de la contra­
transferencia. Esta deviene a la vez obstáculo, pero al mismo
tiempo medio para la adivinación, porque los ligeros signos en
cuestión no son sólo aquellos que los cambios de comportamien­
146 MICHEL NEYRAUT

tos podrían revelar en los pacientes, sino también y más bien


aquellos que en el desencadenamiento de la actitud contratrans­
ferencial previenen al médico que algo ha cambiado en la rela­
ción que lo unía a su paciente.
Un último punto importante traduce la distancia que separa
al Freud de Dora del Freud de 1895: me refiero a la distinción
establecida entre los fenómenos de transferencia en la cura psi-
coanalítica o en cualquier sanatorio psiquiátrico.
Podría esperarse que dicha distinción concerniera a la facultad
de elucidación: posible en análisis, imposible fuera de él; no hay
nada de eso. La verdadera diferencia, escribe Freud, es ésta:
“La cura psicoanalítica no crea la transferencia, ella no hace
más que desenmascararla, como a los demás fenóm enos ocultos.
Lo que diferencia a las otras curas del psicoanálisis no se mani­
fiesta más que en esto: durante los tratamientos el enferm o no
recurre espontáneamente sino a transferencias afectivas y amisto­
sas en favor de su curación; allí donde esto es im posible, tari pron­
to com o puede se separa d el médico que no le es “simpático”,
sin haberse dejado influir por él. En el tratamiento psicoanalí­
tico, por el contrario, y esto en relación con otra motivación, todas
las tendencias, aun las tendencias hostiles, deben ser despertadas,
utilizadas para el análisis haciéndolas conscientes. Así, incesan­
temente, la transferencia es destruida. La transferencia, que está
destinada a ser el mayor obstáculo para el psicoanálisis, deviene
su más poderoso auxiliar, si se consigue adivinarla en cada opor­
tunidad, y traducir su sentido al enfermo.”
En consecuencia, fuera de la sublimación, que podría ser una
salida al mismo tiempo que una limitación al amor transferencial,
la reviviscencia de las emociones hostiles contribuye al mante­
nimiento del proceso analítico bajo la condición expresa de ser
interpretada.
En ese sentido convendría distinguir, además, lo que en esas
emociones hostiles viene a ser expresión de una frustración y en
definitiva corresponde sólo a una demanda de amor o a una de­
manda de amor defraudada, y aquello que, más primitivamente,
sería emanación de una fuerza de entrada agresiva, despertada
en la transferencia.
Puede verse cómo la aserción de Freud que decide acerca de la
diferencia entre la transferencia como fenómeno general y la
LA TRANSFERENCIA 147

transferencia en análisis, y que da intervención a la reviviscencia


de emociones agresivas, plantea en realidad el problema de la
ruptura del lazo analítico; porque se sobrentiende que si el pa­
ciente no rompe con su analista no es porque no pudo expresar
o hacer revivir sus emociones hostiles sino, muy por el contrario,
porque ellas llegaron a reactualizarse, y así, nuevamente en evi­
dencia, pueden constituir el objeto de una interpretación.
La reactualización, la expresión y la interpretación de la emo­
ción hostil se inscriben, pues, como el primer movimiento de
amor, en el ciclo de la repetición. Pero este movimiento hostil
es aquello que mediante su revelación, mantendría la posibilidad
del lazo analítico.
En el estadio en que nos encontramos en esta investigación
histórica sobre la transferencia, la época de Dora en particular,
es preciso que recordemos algunos de los debates que tuvieron
lugar a este respecto; particularmente los producidos en 1951,
durante la 14* Conferencia de Psicoanalistas de Lengua Francesa.
Ni qué decir tiene que la amplitud de esta confrontación supera
y con mucho el “estadio de Dora” en el que nos encontramos;
pero las referencias explícitas a dicho texto permitirán esclarecer
el verdadero alcance histórico de Dora y al mismo tiempo intro­
ducir algunos de los problemas que necesariamente nacerán de
la evolución del concepto de transferencia en las obras ulterio­
res de Freud.
El informe de D. Lagache en 1951, muy completo tanto desde
el punto de vista histórico como por el abanico de referencias
contemporáneas que contiene, en particular de toda la literatura
anglosajona, desarrolla una confrontación, en nada menos que
103 artículos, entre varios conceptos de orden psicológico y pro­
piamente el concepto de transferencia psicoanalítica.
Uno de esos conceptos psicológicos, el famoso efecto Zeigarnick,
fue el punto de partida al menos aparente de una comunicación
del Dr. J. Lacan, que específicamente implicaba una interpreta­
ción de la transferencia en Dora.
El pensamiento de J. Lacan no puede resumirse. “En una épo­
ca, como él dice, en que el psicoanálisis parecía falto de recursos”,
a lo sumo podemos captar el movimiento polémico que lo oponía
a una concepción psicologizante del psicoanálisis.
Su preocupación por restituir al análisis su campo propio, que
148 MICHEL NEYEAUT

es el del lenguaje, y por reintroducir al sujeto en el lenguaje de


su deseo, le permite denunciar una interpretación demasiado ob-
objetivante y comportamental de la transferencia.10
Para Lacan, el psicoanálisis es un hecho de palabra, y la aten­
ción dirigida a los "rasgos mudos del comportamiento corre el
riesgo de transformar al sujeto en objeto”.
Según él, en la exposición del caso Dora, Freud se expresa con
la forma de una serie de inversiones dialécticas; en las mentiras
a que Dora recurre, Freud introduce una primera inversión dia­
léctica mostrándole cuál es su parte en el desorden. Entonces
surge un segundo desarrollo de la verdad, revelador de la cons­
telación edípica. Freud, mediante una segunda inversión dialéc­
tica, denuncia el predominio de los celos de Dora frente a la
relación amorosa de su padre, predominio cuyo verdadero polo
es el sujeto rival.
Por lo tanto, el desarrollo ulterior de la verdad hace entrar
en juego para Dora a la señora K . . . , su iniciadora sexual. La-
can, mediante la extrapolación de lo que pudo ser una tercera
inversión dialéctica, demuestra cuál habría sido el valor real del
objeto que es la señora K . . . para Dora. Lo que equivale a
plantear, a través de la transferencia, la cuestión de la femineidad
de Dora. Femineidad cuya condición, aquí invocada, es la de
aceptarse como objeto del deseo del hombre. Esta acepción, que
necesita el reconocimiento y la elucidación de lo que representa
para ella la mujer: "objeto imposible de separar de un primitivo
deseo oral”, la identificación de Dora con el señor K . . . y con
el mismo Freud, oculta casi totalmente la naturaleza de su lazo
con respecto a la señora K . . . Pero Freud, prisionero de la con­
tratransferencia, y sustituyendo al señor K . . . , elude toda escu­
cha propiamente homosexual para privilegiar el amor que Dora
siente por este último.
Esto equivale a hacer que la transferencia dependa directa­
mente de la contratransferencia y culmina en esta fundamental
definición:
“La transferencia no es algo real en él Sujeto, sino la aparición ,
en un momento de estancamiento de la dialéctica analítica, de
los modos permanentes según los cuales constituye sus objetos.”

10 J. Lacan, Ecrits, Le Seuil, 1966, pág. 215: Intervención sobre la


transferencia.
LA TRANSFERENCIA 149

En efecto, “algo real” reubica en lo imaginario del deseo el


lugar de la transferencia y la aleja de las objetivaciones tenden­
ciosas del comportamiento, al mismo tiempo que disocia para
siempre al psicoanálisis de toda práctica que haga uso de otra cosa
que no sea la palabra.
A propósito de la contratransferencia y de la metapsicología
hemos señalado el carácter dialéctico de la situación analítica, con
algunas reservas sobre el exacto alcance de este término.
Nos parece difícil que sólo se deba relacionar la transferencia
con un puro sistema de inversión de aserciones dialécticas. No
es que este sistema no siga conservando su valor en la aprecia­
ción a distancia de la "exposición” de la cura: así como es posible
comentar una partida de ajedrez “de costado” y no atenerse por
ello más que a los movimientos realmente efectuados. Desde este
punto de vista, las inversiones son patentes, y la dialéctica la
esencia misma del juego. Apuntando a esto se apunta efectiva­
mente a algo, justamente esencial. El problema es saber si por
ello se percibe allí toda la transferencia o solamente su “ex­
posición”.
Ciertamente, a qué otra cosa atenerse sino a lo que está dicho
o, más exactamente, escrito, lo que ya es otra cosa. Pero inclu­
sive atendiéndose al texto, parece difícil referir lo que allí se
expresa bajo la sola égida de las oposiciones dialécticas estrictas.
Sería hacer poco caso de lo que difiere, y hasta es apartado,
comentario que reinstala lo real: la interpretación directa de lo
real por Freud, preocupado por restablecer la cronología y la
totalidad del recuerdo se nos aparece terriblemente rugosa. Es
sin embargo infinitamente menos grave que aquella que, prohi­
biéndose toda apreciación de lo real, se dedica no obstante a
influir sobre el fantasma para hacer que comparezca ante la
realidad.
Pero todo esto se emparenta más con el contrapunto que con
la dialéctica. Precisamente con ese juego de afectos y cantidades
que caracteriza al contrapunto, lo que no le impide ser una
respuesta.
Es en las “impurezas”, en las imperfecciones de un texto que
no por ello deja de ser perfectamente lúcido, que puede locali­
zarse la naturaleza exacta de la contratransferencia, sin la cual,
150 M ICHEL NEYRAUT

además, ni siquiera estaríamos en condiciones de comprender la


transferencia.
¿Cómo comprender en la transferencia que Dora es una chu-
peteadora si Freud no dice que él es un fumador? Si dejó el
texto “tal cual”, es únicamente en razón de las escorias, de las
imperfecciones dialécticas que podemos adivinar los fantasmas
inconscientes que aquí se enfrentan. En este aspecto, la serie de
inversiones que van abriéndose paso se emparentan con lo que
idealmente debiera encontrarse allí, más que con lo que allí se
manifiesta.
Por su pertenencia musical, el contrapunto tiene que ver con la
distribución de los quanta, particularmente de la duración, en el
sentido de que las notas, que son cantidades, antes eran repre­
sentadas por puntos. Se les oponían notas de igual valor: punto,
contrapunto, y de allí la oposición de dos cantos de los cuales uno
valía la mitad o un cuarto del primero.
Algunas excentricidades del contrapunto parecen muy pertinen­
tes para describir las oposiciones transferencia-contratransfcrencia
manifestadas en Dora.
Piénsese en el contrapunto retrógrado, o que marcha hacia
atrás, en el contrapunto por movimiento contrario, en los cuales
los cantos parten en direcciones opuestas, o en el retrógrado con­
trario que podía leerse tal cual o volviendo la distribución al
revés, y qué decir de los contrapuntos ligados, saltados u obs­
tinados.
Resultaría sencillo continuar la metáfora y hablar de la fuga,
cuyos elementos constitutivos son, como se sabe, el tem a , la res­
puesta y el contratema, sin olvidar la stretta, donde el tema y la
respuesta se acercan al máximo la una a la otra, ni los diverti­
mientos, que parten del tema o del contratema y sirven de tran­
sición; por último, del pedal de dominante, cuyo resultado es
consolidar y afirmar la tonalidad en el instante de la conclusión.
Esta metáfora bien vale otra, pero su única finalidad es mos­
trar, precisamente, que no es posible dar cuenta del movimiento
general de las oposiciones transferenciales más que por medio de
la metáfora. La referencia dialéctica es otra metáfora, y la que
mediante el enunciado del trueque de significantes,, seno, falo,
heces, trata de dar cuenta de aquélla, es una tercera. A menos
que el “enunciado” de la contratransferencia sea articulado en
LA TRANSFERENCIA 151

primera persona, es un género que tiene gran éxito en los “aqui-


está” del psicoanálisis, muy urgidos por mostrar finalmente a
quien corresponda, es decir a todo el mundo, lo que ocurría en
su cabeza durante la cura. La mónada retoma aquí sus derechos,
termina la dialéctica.
Porque la metapsicología está donde debía para recordar el
origen narcisista del término mirar y después de todo tendría algo
dialéctico que ver con el exhibicionismo.
Así, al final de la exposición del caso Dora, Freud es a la vez
el protagonista de Dora personaje real y el autor de Dora perso­
naje legendario; los dos no hacen más que uno (pero con cierto
trabajo) en lo cual reconocimos que el pensamiento psicoanalítico
(cfr. cap. 1°) no podía escindirse, que tenía que pertenecer a la
contratransferencia y la contratransferencia depender de él.
Si la contratransferencia es necesaria para la comprensión de la
transferencia, sin embargo para ello no basta. Dar cuenta de
la transferencia requiere un tercero en el juicio para quien la opo­
sición aparecerá como dialéctica o contrapuntística, o toda otra
metáfora que se quiera, o bien inclusive el psicoanalista que cuen­
ta su vida, siempre a un tercero. Para el analista, todo el proble­
ma es ser a la vez ese tercero y él mismo; no que sea un extraño,
sino que se haga cargo de la función del Autre (O tro) con A ma­
yúscula, de tal modo que subsista como el lugar donde se ejerce
la palabra, como piensa Lacan.
El punto débil de esta concepción metafórica es siempre el
mismo; lo abordamos en el capítulo primero (de la segunda par­
te) a través de Maine de Biran: a saber, el pasaje de uno al otro
por el puente de la introyección.
Podría concebirse que la tardía elucidación de Freud, en 1923,
llevada al caso Dora, testimonia el cumplimiento de un duelo
donde, mediante la introyección del objeto perdido, Freud habría
reconocido la parte de reivindicación homosexual encarnada por
Dora. Inversamente, el retomo de Dora podría interpretarse de
la misma manera.
Sin duda, el pensamiento de Freud no puede reducirse a esta
óptica, por la simple razón de que mientras tanto otros duelos
tuvieron lugar. Pero el lazo dialéctico se corta aquí. El cadáver
(aun exquisito, como dicen N. Abraham y M. Torok, cfr. páginas
siguientes) resulta muy molesto, por el mutismo y las solicita­
152 M ICHEL NEYHAUT

ciones orales que oculta, tan primitivas que preceden a todo


lenguaje —a menos que se reconozca como simbólico lo que en
esa introyección es introyectado, y sobre lo cual, es verdad, Fe­
renczi casi no insistió.
La interrupción, que por un lado es una ruptura, por otro
también es la muerte, o sea: la más absoluta de las detenciones,
el último de los tropiezos, por el cual, más que por todos los
otros, la transferencia y la contratransferencia se manifiestan.
Desde este punto de vista, el mutismo del analista se emparentó
(en el sentido etimológico y pleno del término) con la muerte, y
se muestra en efecto más seguramente propicio a la aparición
de la transferencia que toda respuesta entrampada que sea con­
secuencia de la contratransferencia en el mal sentido del término.
Es preciso, pues, que examinemos el sentido de la introyección
en la transferencia a través de quien fue su descubridor: Sandor
Ferenczi.
CAPITULO IV

FERENCZI O LA TRANSFERENCIA
COMO INTROYECCIÓN

Un hom bre-caballo en camisa de noche

Así aparece Ferenczi en el sueño de una paciente.


Toda la historia de la introyección y de la transferencia parece
transportada por esta figura onírica. . . Híbrida en un sentido
pero a tal punto próxima al inconsciente.
Puede estarse o no de acuerdo con la teoría de Ferenczi acerca
de la transferencia, darse o no crédito a las consecuencias técnicas
que de ella infiere, pero no puede dejar de admirarse la precisión
con que lanza un adoquín en medio del charco.
Ese charco es el mismo donde todo el mundo en cierto ins­
tante se hunde; el que dibuja el campo de la introyección, de la
proyección, de la identificación, del símbolo y de la transferencia.
Para plantear correctamente los términos del problema, es pre­
ciso recordar que proceden de la hipnosis, y que Ferenczi unas
veces explica los fenómenos de hipnosis por los resultados de una
técnica analítica, y otras aclara los procesos revelados en la cura
analítica por los fenómenos comprobados en la hipnosis.
En efecto, aunque las técnicas hipnóticas hayan sido abando­
nadas y estén, si se quiere, superadas, no por ello los fenómenos
que la hipnosis pone en evidencia dejan de existir; y no es seguro
que, a pesar del abandono de los “procedimientos” de la sesión
hipnótica y que se expresa o más bien se ejerce en la transferencia.
Queda por saber si es en razón de un defecto o de una carencia
de rigor analítico que acaba revelándose su “basamento” hipnóti­
co, o si ese basamento, al ser común a las dos situaciones, se
aclara de manera diferente en una u otra.
154 M ICHEL NEYRAUT

De manera general puede adelantarse que los fenómenos que


tienen que ver con la hipnosis son manipulados, más que concep-
tualizados, en la situación hipnótica, y que sólo desde este punto
de vista podremos llegar a distinguir entre una transferencia en
general y una transferencia analítica en sentido estricto.
En todo caso, Ferenczi no duda de quo el fundamento de estas
situaciones se encuentra en la oposición entre el adulto y el niño:
la incomprensión, la imposición, la mentira han presidido la edu­
cación de este último, de manera que el carácter no será más
que el resultado o el residuo de aquel malentendido primero. Lo
que en la primera infancia se experimentaba con sinceridad, como
algo que iba por sí solo, llega a ser una mentira integrada al
carácter como consecuencia de las imposiciones que obligaron
al niño a negar sus aspiraciones más espontáneas: más tarde, a poco
que encuentre los signos de ese sometimiento, inmediatamente
volverá a sumergirse en una situación infantil y no cejará hasta
reproducir los momentos de docilidad o de pasividad que la carac­
terizan, e incluso los negará con arrogancia y rechazo.
Para Ferenczi la sugestión deriva de una sujeción, y la sesión
hipnótica, como la sesión analítica, pretende si no producir al me­
nos inducir una sujeción semejante.
Así, concebirá al tratamiento hipnótico como gobernado por
dos principios: el primero tiene que ver con la “persuasión”, es
decir, con los sentimientos tiernos propios de la hipnosis mater­
na; el segundo tiene que ver con la intimidación, es decir, con
el respeto propio del complejo paterno inconsciente.
Por cuanto el respeto corresponde al complejo paterno y la ter­
nura al complejo materno, sin embargo se ve que este esquema
privilegia la interpretación de la transferencia en el sentido de
situaciones concretas desplazadas como tales, e incluso sedimen­
tadas en el lugar, y que permiten la interpretación directa de las
circunstancias educativas como un condicionamiento.
Esta concepción parece más apta para fundar lo que algunos
denominarán más tarde transferencia superyoica que para conce­
bir realmente en su complejidad la génesis del “Superyo”, es de­
cir, su status de heredero del complejo de Edipo.
Se admite que la pregnancia de las situaciones concretas jue­
ga un rol tanto en la sesión analítica como en la hipnótica; sin
embargo, es peligroso hacer depender a la transferencia exclusi­
LA TRANSFERENCIA 155

vamente de ella; por otra parte, Ferenczi no se limita a esa com­


probación. Sin llegar a las reificaciones teóricas de W. Reich, su
referencia al carácter no será gratuita, puesto que un día habrá
que quebrar ese carácter y, para hacerlo, habrá que intervenir de
manera activa, traer testigos, ceder el paso a la realidad del ana­
lista y de la situación analítica más que a la fantasmatización.
Mucho antes de tener acceso a las técnicas analíticas, Ferenczi
se ocupaba de hipnotizar a los dependientes de la librería pater­
na, y con éxito; con ese humor que le es tan particular agrega
que entonces poseía “esa confianza absoluta en sí mismo que sólo
la ignorancia puede dispensar”.
¿Puede concluirse que esa confianza había disminuido si es
cierta la anécdota, narrada por Jones (en un tono perfectamente
frío), según la cual, en vísperas de emprender un peligroso viaje
por el Tyrol, Freud habría contratado ua seguro de vida de vein­
te mil marcos, mientras que Ferenczi se aseguraba por diez m il?1
¿Habrá que dar crédito al calificativo de niño terrible del psi­
coanálisis aplicado a Ferenczi e interpretar en ese sentido el '‘sen­
timiento paternal” con respecto a Ferenczi que Jones atribuye
a Freud?
Dejo a los biógrafos el cuidado de desentrañar el sentido exac­
to de estos relatos; confío muy poco en la historia como para
tomarla tal cual. Pero subsiste un hecho: Ferenczi seduce. La
lectura de sus obras, aun cuando aborde los temas más difíciles,
es siempre atrayente, viva. Los textos de Ferenczi no aburren
nunca, y las posiciones apasionadas que suscitan sus teorías son
suficiente testimonio de su poder de seducción.
Este hecho reviste importancia en la medida en que de lo que
habla es precisamente de una seducción; al hacerlo, reflexiona
sobre el papel real del analista y hasta sobre su acción directa.
El hecho es que se atascará en la técnica activa pero que, aun su­
mergido en las dificultades de la cura, pondrá en claro su polo
contratransferencial.
Ferenczi planteará abiertamente el problema de los pacientes
imposibles, mal educados, provocadores, caracterológicos; de los
niños insoportables, embusteros.

1 E. Jones, La oie et l’oeuvre de S. Freud, trad. Anne Bcrman, París,


P.U.F., t. II, pág. 57.
156 MICHEL NEYRAUT

Se debate en la resistencia del carácter, pero es posible que


responda a ella igualmente con carácter.
La interpretación de la transferencia, según Ferenczi, está fun­
dada sobre el concepto de introyección que él mismo inventó.
En su artículo Transferí et introjection (Transferencia e intro­
yección), de 1909, acepta el descubrimiento de Freud en Dora
y admite la definición fundamental según la cual:
“Las transferencias son reediciones, reproducciones de tenden­
cias y d e fantasmas que la progresión del análisis despierta, debe
conducir a la conciencia y que se caracterizan por la sustitución de
personas en otro tiempo importantes por la persona del m édico ” 2
En un primer momento muestra que la transferencia no es
específica de la situación analítica, sino que representa un meca­
nismo psíquico de la neurosis en general.
Desde entonces, da a esas transferencias una interpretación
económica, cuantitativa; en términos de desplazamiento de ener­
gías podría decirse: de masa.
Los neuróticos son personajes "excesivos”, que manifiestan una
exageración de sus sentimientos, sean de odio o de amor. Dan
una impresión de dcmasiado-lleno, parecen atestados de sentimien­
tos ruidosos. Esta descripción concierne más especialmente a los
histéricos, quienes parecen querer acaparar al mundo que los ro­
dea, anexarlo, imitarlo, devorarlo, apropiárselo.
Así, las tendencias a la imitación, al contagio psíquico son en
realidad reivindicaciones psíquicas nacidas de deseos inconscien­
tes inconfesables y reprimidos que conducen al enfermo a apro­
piarse los síntomas de otro, e incluso de su carácter, con el que
se identifican “sobre la base de una explicación causal idéntica”,
como dice Freud.
De la misma manera se explican la hipersensibilidad de los neu­
róticos, su facultad de sentir intensamente lo que les ocurre
a otros, de ponerse en su lugar.
Por un mecanismo de desplazamiento global, las tendencias
egoístas, agresivas, eróticas, reprimidas, se transportan a lugares
donde pueden expresarse sin culpa, aunque haya:
“Un gran número d e neuróticos que pululan en las sectas reli­
giosas de miras humanitarias o reformistas, propagadores de la

2 Sandor Ferenczi, Oeuvres complétes, trad. fr., Payot, 1968, t. I,


pág. 93.
LA TRANSFERENCIA 157

abstinencia ----- complots contra el orden religioso, moral o polí­


tico”, etcétera.
En cuanto a la “vida burguesa”, ella ofrece también la posibili­
dad de un desplazamiento lícito de las energías, pero llevada al
propio cuerpo.
Así, para Ferenczi, la identificación inconsciente de las funcio­
nes de nutrición y secreción con las funciones genitales procede
de un desplazamiento de lo bajo hacia lo alto. La razón de ese
desplazamiento es perfectamente localizable: la negativa de los
adultos a dar a los niños explicaciones suficientes sobre las fun­
ciones de los órganos genitales produce un desplazamiento del
sentido de esas funciones sobre otras zonas: de allí el nacimiento
de teorías sexuales según las cuales la fecundación sucede a una
absorción alimentaria y el parto a una defecación.
De igual manera, las repugnancias, los vómitos de los histéri­
cos, su gula, su tendencia a absorber productos indigestos o noci­
vos, etc., se explican por desplazamientos. Todos estos síntomas
proceden del desplazamiento de tendencias eróticas, reprimidas,
genitales o coprofílicas.
Transferencia y desplazamiento son para él sinónimos y su em­
pico es indiferente.
Se los podría clasificar bajo dos rótulos: el de las transferencias
extrínsecas que desplazan las energías reprimidas hacia el exte­
rior, sea hacia un medio social determinado que se presta para
la expresión no culpabilizada de estas tendencias, sea hacia otra
persona: un extraño en quien se han percibido las mismas tenden­
cias; al no poder expresarlas directamente, el histérico se identi­
ficará, por ejemplo, con esa persona y tratará de acaparar sus
caracteres y síntomas.
En segundo lugar: transferencias intrínsecas, donde el despla­
zamiento se efectúa en el espacio del propio cuerpo: la boca se
asimila al ano, la nariz al pene, el cabello al vello pelviano, etc.,
herencia, parece, de la vida burguesa.
A estas dos categorías podríamos agregar una tercera, que
en 1909 aún no ha aparecido, pero que se manifestará en Tha-
lassa, donde las experiencias traumáticas de la especie humana
son a la vez desplazadas y sedimentadas, de tal manera que una
inmensa transferencia de los cataclismos de la especie aparece
en el alma humana, la cual, por los accidentes biológicos de su
158 MICHEL NEYRAUT

desarrollo reproduce las catástrofes planetarias; por ejemplo, el


período de latencia entre el final del Edipo y la pubertad repre­
sentaría el período glacial.
La problemática de la transferencia es entonces territorial. La
situación analítica deviene ella misma un terreno donde se operan
anexiones, conquistas. La avidez, el apetito del Yo están en dis­
cusión. Una metáfora política derivada del espacio vital podría
dar cuenta de ello con facilidad: asimilación de los elementos
extraños pero deseables por naturalización, expulsión de los pro­
motores de disturbios.
¿Pero sobre qué criterios fundar esta discriminación? Discrimi­
nación inconsciente, recordémoslo. O más bien, ¿sobre qué sig­
nos de reconocimiento? Puesto que esta discriminación tampoco
se apoyará más que sobre puntos de referencia conocidos desde
la infancia.
Acerca de algo sin importancia, el menor de los pretextos.
Aquí encuentra Ferenczi la Darstéllung durch ein Kleinstes de
Freud, la representación por el detalle. Parece que mejor sería
traducir: “lo más pequeño”, o sea: el elemento propio para sopor­
tar la transferencia de los afectos inconscientes.
Pero para Ferenczi el Kleinstes parece aproximarse más a un
detalle, a un lragmento, a una pequeña realidad que a un elemen­
to que es pequeño sólo con referencia a uno más grande y, por lo
tanto, sería no sólo un pedazo de él sino eventualmente su símbolo.
Una desviación ligera pero cargada de sentido le hace avanzar
en su interpretación de la transferencia sobre el desplazamiento
del afecto más que sobre el de la representación.
Freud reservaba en su definición la posibilidad de un despla­
zamiento de representación: “desplazamiento de tendencias, de
fantasmas”.
Para Ferenczi, la representación queda fijada a los complejos
reprimidos; únicamente los afectos excesivos, como gases bajo
presión, buscan fijarse sobre otras representaciones. En esas con­
diciones, el analista o más bien un detalle íntimo de su persona
deviene la nueva representación: es la nueva representación.
“Los efectos reprimidos hasta entonces despiertan progresiva­
mente a la conciencia, chocan en estado naciente con la persona
del médico y tratan d e comunicarle sus valencias químicas no
saturadas.”
LA TRANSFERENCIA 159

El psicoanalista es entonces un catalizador.


La misma preocupación “reística” aparece en Ferenczi, en su
apreciación de los signos de la transferencia. Según él, el hecho
de aparecer en un sueño es para el médico signo cierto de esa
transferencia.
Da varios ejemplos, entre ellos el siguiente:
“Una enferma histérica que reprimía y negaba muy fuertemen­
te su sexualidad traiciona por vez primera, en un sueño, su trans­
ferencia sobre el m édico: yo efectúo (en mi calidad de médico)
una operación en la nariz d e mi paciente, que lleva un peinado
a lo Óleo de Merodes: quienquiera haya analizado sueños admi­
tirá sin otras pruebas que yo ocupaba en el sueño, como proba­
blem ente también en los fantasmas diurnos inconscientes de la
enferm a, el lugar de un otorrinólogo que un día la habrá re­
querido sexualmente; el peinado d e la célebre cortesana es una
alusión bastante clara.”
Siguiendo con otros ejemplos, Ferenczi muestra la importancia
de las sensaciones sexuales, luego reprimidas, que en otro tiempo
experimentaba la paciente durante los exámenes médicos (desnu­
damiento, palpación, etc.); y concluye: “Para suscitar la transfe­
rencia, basta que el analista sea médico.”
La presencia “tal cual” del terapeuta en un sueño puede ser
considerada efectivamente como signo seguro de transferencia,
bajo la expresa reserva de que los desplazamientos propios del
proceso primario quizá la hayan “desfigurado” y que, finalmente,
es también por su ausencia que podría brillar.
Más que tratar de reconocer un signo objetivo de transferencia,
convendría reubicar ese signo en el campo de oposición transfe-
rencia-contratransferencia, y concebir entonces que para el médi­
co el problema consiste en reconocerse en él.
La interpretación realista de la transferencia, tal como la pre­
coniza Ferenczi, se pronuncia sobre dos realidades: el otorrinó-
logo es una realdad; el hecho de ser médico es otra y la misma.
Se trata de una doble seducción.
La primera, del lado del otorrinólogo, es activa; la segunda,
del lado médico de Ferenczi, es pasiva. Pero en su sueño la pa­
ciente le confiere el mismo papel activo. Cleo de Merodes es
seductora en todos los casos. Ella desplaza el recuerdo de un acon­
tecimiento sobre un escenario onírico; no es sino el elemento neu­
160 MICHEL NEYRAUT

tro del desplazamiento. Aquí la censura actúa para confundir


pasividad y neutralidad, y lo hace tres veces.
Una vez, en el sueño: en su texto manifiesto.
Otra en la contratransferencia, donde el hecho de ser médico
sería un elemento neutro accidental.
Y otra, en el mito social según el cual la seducción es un hecho
activo sostenido en su actividad por ser solamente masculino.
El sueño puede servimos para distinguir dos planos aquí con­
fundidos. El primer plano es analítico; el segundo, específicamen­
te transferencial. El primero, analítico, se apoya en el descifra­
miento del sueño, es decir en una técnica descubierta en La
Science des réves que localiza los elementos desplazados, conden-
sados, y hasta simbólicos (aunque en este texto la operación en
la nariz sea interpretada más en el sentido de una evocación de la
realidad que en el de daño simbólico a un apéndice).
Una vez comprendida la teoría de la transferencia, esta técnica
eventualmente puede localizar el lugar ocupado por el analista
aquí claramente delineado e incluso designado por su nombre.
En este sentido, el plano analítico integra la transferencia. Una
transferencia clínica, podría decirse, cuyos signos objetivos serían
localizables.
El segundo plano, propiamente transferencial, pide ser deslin­
dado. Exige un nivel de reflexión que aquí no es ya exclusiva­
mente técnico; según la expresión de Freud, lo que exige es ser
adivinado.
Este plano sólo puede captarse considerando el destinar
es decir lo que se destina a Ferenczi; lo que propiamente se soli­
cita; lo que él responde y lo que él no responde (independiente­
mente de toda respuesta articulada), quedando entendido que la
respuesta puede preceder a la pregunta. Propiamente, el régimen
contratransferencial.
Se trata aquí de considerar toda la política del inconsciente,
política que viene a ejercerse en la situación analítica como terre­
no de conquista (o de retirada). A ese título debe admitirse que
todo lo que es manifestado debe ser entendido y que el texto
manifiesto del sueño debe ser pesado tanto como su significación
latente. Hablar de Cleo de Merodes a un señor que goza de buena
salud, puesto que aquí nos atenemos a “realidades”, es algo dis­
tinto a evocar la Sainte Chapelle.
LA TRANSFERENCIA 161

No se trata de que esta última no sea susceptible de inducir


en el terapeuta alguna emoción erótica a la medida de sus fan­
tasmas, sino porque se trata de una solicitación directa, de una
alusión más que de un símbolo.
Si nos quedamos en el plano analítico estrictamente técnico,
semejante alusión puede calibrarse en el grado de una censura
bastante débil, de un desplazamiento mínimo o de algún otro
criterio energético. ¿Pero cómo interpretar su carácter de evi­
dencia, el aspecto demasiado claro de ese sueño?
Sabemos, por la técnica, que los sueños demasiado claros, de­
masiado evidentes son nuevos disfraces, una nueva deformación
inventada por la censura para cortar un texto. Pero observare­
mos que aquí la apreciación de esa deformación ha cambiado de
plano. La evidencia no aparece tan clara, la alusión tan transpa­
rente, el trabajo de elaboración tan fino, sino frente a aquel
a quien ese texto manifiesto se enuncia y destina. Pasamos aquí
a un plano transferencial donde necesariamente la apreciación
(si no la interpretación) de un elemento del sueño no puede
comprenderse más que en el marco de una política que supera los
límites monádicos impuestos por la censura, para introducirse en
el momento dialéctico de su eficiencia.
Soñar nue se es Cleo de Merodes traduce el deseo de ser una
mujer seductora. Pero soñar que se es Cleo de Merodes y de­
cirlo, y decirlo en un diván analítico, es una seducción.
Esta seducción es inmediata, directa, transferencial; no se apre­
cia sino para ser entendida como tal. El guiño que nos dirige
Ferenzci ( “Quienquiera que haya analizado sueños admitirá sin
otro prueba q u e . . . ”), se sitúa en una perspectiva contratrans­
ferencial, que es de complicidad.
Esta complicidad no es solamente obra de una experiencia
técnica común, sino de un deseo común de poder apreciar una
alusión erótica tan clara.
El impacto de la transferencia se aprecia pues aquí en varios
niveles, considerando al sueño tanto en su contenido como en su
continente. El análisis de la transferencia no puede limitarse al
descifram iento técnico de un material, sino a considerar igualmen­
te com o “material” todo lo que en la sesión analítica es significado.
Determinado sueño puede ser interpretado como un regalo por
el analista, pero esta interpretación “en exterioridad” con relación
162 MICHEL NEYBAUT

al contenido latente del sueño se despliega en otro campo. Ese


campo es transferencial.
Conviene hacer notar que el campo específico de la transferen­
cia depende, tan estrechamente como el primero, de las exigencias
impuestas por los procesos primarios: él mismo está sometido
a los desplazamientos, a las condensaciones, a los disfraces propios
de toda expresión inconsciente.
Esta distinción entre un campo propiamente transferencial y un
campo analítico entraña dos consecuencias que deben señalarse.
La primera es que los sentidos latentes descubiertos en uno
u otro de esos niveles no son necesariamente homogéneos y pue­
den incluso ser contradictorios. Determinado “material” califi­
cado como genital por el tenor de los elementos que lo estructu­
ran muy bien puede ser tenido por algo muy distinto si nos refe­
rimos al plano transferencial. Volveremos sobre esta adecuación
o inadecuación en el capítulo clínico de la transferencia directa
e indirecta.
La segunda concierne a los elementos simbólicos expresados en
el campo analítico. Veremos que ellos poseen la particularidad
de trascender los dos planos más arriba distinguidos, aunque un
elemento tenido por simbólico (aquí por ejemplo “la intervención
en la nariz”) se somete tanto al régimen monádico de su signi­
ficancia para el sujeto como al régimen dialéctico de su signifi­
cación transferencial.
El resto de su interpretación de la transferencia no deja ya
casi lugar a dudas en cuanto al papel determinante de la realidad
del objeto.
Pasando, por una asociación aparentemente “libre”, del “deta­
lle”, de la Darstellung durch ein Kleinstes, al sexo del analista, aso­
ciación que para todo oído analítico bastaría para desmentir que
el detalle en cuestión carece de importancia, declara que basta que
una paciente perciba en su analista hombre algo de femenino para
desencadenar una transferencia homosexual, o que basta que un
paciente perciba ese mismo elemento femenino para desencade­
nar una transferencia heterosexual.
La acción del objeto es aquí determinante y real. Por cierto,
ella no hace más que “desencadenar” algo que sin duda ya existía.
Pero estamos lejos de Dora y del terapeuta “hábilmente inserta­
do en el texto de un sueño”.
LA TRANSFERENCIA 163

El acento en Ferenczi está claramente desplazado sobre el obje­


to más que sobre el origen de la pulsión.
La pulsión es heterosexual porque cae sobre un aspecto del
objeto heterosexual, o bien es homosexual porqué cae sobre un
aspecto del objeto homosexual.
Además, homo y hetero reciben esta denominación por refe­
rencia al sexo real del paciente, y del analista; estamos aquí entre
realidades.
Por otra parte, sería demasiado sencillo decir que esta realidad
no existe, o que no tiene importancia, o que la transferencia no
se apoya sobre nada real. Pero entonces es preciso entender que
todo lo que ocurre en la sesión analítica no tiene que ver necesa­
riamente con la transferencia. Muy por el contrario, las solicitacio­
nes pulsionales inmediatas que en ella se manifiestan podrían
constituir una resistencia a la transferencia.
Aquí se esbozan dos concepciones: una que considera a la
transferencia como si se tratara de uno de esos albergues espa­
ñoles, a saber: que no hay allí nada que uno no le ponga, y en­
tonces poco importan el sexo del analista, la profundidad del
diván y el espesor de las paredes; la otra, que es precisamente
el decorado lo que hace al cliente.
Esta metáfora no puede profundizarse más por cuanto intervie­
ne otro elemento en el campo analítico, más allá de los signos
mudos: a saber, la contratransferencia.
Es evidente que a despecho, con o sin el apoyo de puntos
de referencia “reales”, si la contratransferencia da testimonio de
una manifestación cualquiera susceptible de acreditar una tenden­
cia o un fantasma atribuido al analista, esa manifestación no nece­
sita ningún soporte material para devenir una realidad psíquica:
muy por el contrario, en lugar de ser aleatoria o estar sujeta
a caución, para el paciente deviene una certeza más real que la
realidad.
Mediante una sutil interpretación de la definición freudiana
de la transferencia, Ferenczi desplaza el sentido de esa definición.
El terapeuta es una realidad definida, sexuada, catalogada. Los
afectos excesivos e insatisfechos se fijan sobre esa realidad perci­
bida. El trayecto de la transferencia es el de un afecto que, par­
tiendo de una representación, cae sobre un perceptum. Este per-
ceptum es en sí una especie de sugestión.
164 MICHEL NEYRAUT

Es evidente que el perceptum juega un papel, que ese papel


es de sugestión y que es inevitable. Pero me parece discutible la
afirmación de que ésa es la esencia de la transferencia, por cuan­
to el perceptum es también una representación; ese título no
puede aspirar a un valor objetivo, y su significación le viene de
que es elegido entre otros mil signos que no son más que pre­
textos; finalmente, puede corresponder a una proyección; no tie­
ne ninguna necesidad de ser resguardado por una realidad para
existir, y por último y sobre todo, su significancia es irrisoria
frente a la realidad psíquica manifestada por la contratransfe­
rencia.
Por otra parte, que el paciente elija expresar la transferencia
por medio de una “realidad” propuesta como un perceptum nun­
ca debe hacer perder de vista el plan táctico; entiendo por plan
táctico al que organiza la resistencia del inconsciente y prolonga
los efectos de la censura interior.
Ese plan táctico no hace más que utilizar al azar de sus exi­
gencias determinada particularidad del terapeuta, pero designa
esa particularidad. Mediante esta designación, desplaza en el
campo transferencia-contratransferencia lo que originariamente
sólo correspondía a exigencias insatisfechas. Esa designación pue­
de muy bien, por desplazamiento, inversión y hasta por elisión,
solicitar en la contratransferencia algo muy diferente de lo que
pretende designar. El procedimiento de elisión es ejemplar a
este aspecto; tal o cual “característica” del terapeuta puede
brillar por su ausencia, pero sólo puede brillar así a los ojos del
terapeuta mismo, en la medida en que inconsciente o consciente­
mente espera de ella un efecto.
Es el caso de Freud como fumador, e insistiendo hasta que esta
característica sea reconocida. El efecto es de sugestión, pero la
sugestión pertenece tanto a Freud como a Dora. Es Dora quien
por medio de su resistencia evita mencionar esa particularidad.
No porque la designe “en vacío” la designa menos.
En L e róle du transferí dans l’hypnose et la suggestion (El
papel de la transferencia en la hinosis y la sugestión) * Ferenczi
parece volver a un papel menos determinante de la realidad del
terapeuta; apoyándose en los descubrimientos de Jung y Abra-
ham asigna a la transferencia un origen preciso en el complejo
3 Sandor Ferenczi, Oeuvres completes, París, Payot, t. I, pág. 107.
la t r a n s f e r e n c ia 165

parental, es decir, en el complejo de representación ligado a las


personas de los padres.
En este caso es pues el “médium” quien, tributario de ese com­
plejo de representación, juega un papel determinante:
“El papel del hipnotizador a quien se creta omnipotente se redu­
ce al de objeto que el médium impotente en apariencia utüiza
o rechaza según las necesidades del momento
Por este medio Ferenczi da una solución satisfactoria y especí­
ficamente psicoanalítica al problema que había formulado Maine
de Biran.
En el capítulo histórico mencionamos la similitud entre am­
bas concepciones. Recordemos que para Maine de Biran no era
más difícil representarse la influencia de una persona sobre otra
que imaginar esa influencia sobre sí mismo, por cuanto la parte
de sí mismo así modificable era inconsciente.
La respuesta de Ferenczi, en resumen, es la siguiente: lo que
en el interior de un sujeto escapa completamente a él, aquello
sobre lo cual tiene tanta dificultad para actuar no es otra cosa
que su propia infancia, y si mediante la sugestión se impone sufi­
cientemente sobre alguien como para movilizar en él las fuerzas
del inconsciente, es sobre la infancia de ese alguien que actuará:
lo que es hipnotizado en el hombre es el niño. En consecuencia, es
en la medida en que el niño que persiste en cada hombre rencuen-
tra el menor signo de autoridad, signo que puede estar represen­
tado tanto por unas cejas enmarañadas como por una mirada
penetrante, una elevada estatura, etc., transferirá sobre el perso­
naje portador de esos signos los afectos reprimidos en la primera
infancia. . . Esos afectos y las representaciones unidas a ellos
componen los complejos parentales cuyo desplazamiento constitu­
ye la transferencia.
Cuanto más se está en análisis, más se revelan, fijándose tran­
sitoriamente sobre la persona del terapeuta, los componentes eró­
ticos y agresivos que antaño se atribuían a dichos complejos
parentales.
Pero, ¿cuál es el proceso general y común de todas esas mani­
festaciones?
Es aquí que interviene para Ferenczi el concepto de introyec­
ción, del cual, en 1912, da la definición siguiente: 4
* Ibtd., pág. 1 9 6 : el concepto de introyección.
166 MICHEL NEYRAUT

“H e descrito a la introyección como la extensión al mundo


exterior del interés, en su origen autoerótico, m ediante la intro­
ducción de los objetos exteriores en la esfera d el y o . . . Para
señalar que considero a todo am or objetal o toda transferencia
como una extensión d el yo o introyección . . . ”
“En el fondo, el hombre no puede amarse más que a sí mismo
y solam ente a sí mismo: amar a otro equivale a integrar a ese
otro en su yo"
Para Ferenczi, la transferencia es una introyección, un fenóme­
no del orden de la extensión, de la anexión del Anschluss. El
hombre toma en el mundo los objetos, extiende su esfera de in­
fluencia, acapara e introyecta. El hombre, es decir, el hombre
normal o el neurótico, por oposición al demente o al paranoico.
“E l dem ente retira totalmente su interés d el mundo exterior,
deviene infantil y autoerótico; el paranoico intenta hacer otro
tanto sin lograrlo del todo. Es incapaz de retirar su interés del
mundo exterior, se conforma con arrojar ese interés fuera de su
Yo’, con proyectar en el mundo exterior esos deseos y terulencias
(Freud) y cree reconocer todo él amor, todo el odio que lleva en
sí. En lugar de admitir que ama o que odia, siente que todo él
mundo se preocujxi exclusivamente de él para perseguirlo o para
amarlo.
"En la neurosis observamos un proceso diam etralm ente opues­
to: porque mientras el paranoico proyecta al exterior las emo­
ciones que se han vuelto penosas, el neurótico busca incluir en su
esfera de interés una parte lo más grande posible del mundo exte­
rior para constituirla en objeto de fantasmas conscientes o incons­
cientes. Este proceso, que se traduce al exterior m ediante la
Süchtigkeit d e los neuróticos, está considerado com o un proceso
de dilución por el cual el neurótico trata de atenuar la tonalidad
penosa d e esas aspiraciones ‘libremente flotantes\ insatisfechas
e im posibles de satisfacer. Propongo llamar a ese proceso inverso
de la proyección: introyección."
Finalmente, para Ferenczi identificación, transferencia, despla­
zamiento son fenómenos subsumidos en la noción de introyección.
Acaba diciendo, en el capítulo sobre el concepto de introyec­
ción, que el desplazamiento no -es más que un caso particular
(pág. 198) del mecanismo de introyección.
Nuestro punto de vista no niega, todo lo contrario, el valor del
LA TRANSFERENCIA 167

concepto de introyección, ni desconoce su importancia en la cura


analítica; sino que solamente rehúsa admitir que la transferencia
sea una introyección.
Así como defendimos el punto de vista según el cual la trans­
ferencia no podía ser asimilada a las excitaciones pulsionales puras
y simples, igualmente pretendemos que no puede ser asimilada
a un mecanismo general revelado en una perspectiva puramente
económica de la psiquis.
Para nosotros, la transferencia se manifiesta como un proceso
que oscila entre las identificaciones, introyecciones, proyecciones,
y hasta estados que se califican de fusiónales, sin asimilarse nunca
a alguno de ellos.
Muy por el contrario, la identificación y la proyección pueden
constituir resistencias a la transferencia. La introyección no puede
analizarse como se analiza la transferencia. Recordemos que el
efecto principal del análisis de la transferencia es destruirla, des­
enmascarar su falsa asignación.
Parece poco probable o poco deseable que el análisis de una
introyección tenga por meta la de destruirla o anonadarla. Ade­
más, el problema no es el mismo cuando se trata de una proyec­
ción o de una introyección.
El análisis de una proyección puede culminar en un borra-
miento, en un aniquilamiento de esa proyección; no ocurre lo
mismo con la introyección, la cual, por su carácter definitivo,
fundador, y si se quiere nutridor, no puede ser destruida impune­
mente. La transferencia puede ser denunciada y destruida exac­
tamente en la medida en que mantiene la posibilidad de un
campo dialéctico del cual la contratransferencia marca él contra­
punto y cuya superación es autorizada por él advenimiento del
Sujeto.
Los fenómenos de introyección, identificación, fusión permiten
sin duda la aparición de la transferencia en la medida en que
reinsertan con un objetivo fantasmático algo que entonces y sólo
entonces puede manifestarse en la forma de una transferencia,
pero no evolucionan sobre un mismo plano.
El nervio de la introyección es la fantasmatización y es éste el
punto crítico: Ferenczi lo indica en una frase: “Incluir la mayor
parte del mundo exterior para constituir el objeto de fantasmas
conscientes o inconscientes.”
168 MICHEL NEYRAUT

Se trata pues de un “alimento psíquico”, que no es alimento


más que por estar conceptualizado sobre el modelo de la incorpo­
ración oral. Siguiendo esta idea, podría hablarse de morir de
inanición psíquica.
Nicolás Abraham y Maria Torok en su artículo: “Introyecter-
incorporer” (Introyectar-incorporar)5 son formales sobre este
punto: la introyección no es un fantasma.
Según dichos autores, el sentido del fantasma debe ser limi­
tado a su alcance narcisista, como medio para transformar el
mundo. Al fantasma se opone la realidad en el sentido metapsi-
cológico del término, es decir, todo aquello que puede imponer
al psiquismo una modificación tópica. Al tener que incluir en
esa realidad la pérdida real del objeto, el fantasma tendería a
negar la realidad de la pérdida manteniendo secretamente el
statu quo de las oposiciones tópicas anteriores.
Esta teoría se opone al panfantasmatismo, donde el conjunto
de la psiquis estaría constituida originariamente por fantasmas.
La incorporación sería entonces un fantasma mágico destinado
a evitar las modificaciones interiores que impondría la realidad
de una pérdida psíquica. Intervendría en el momento preciso de
una no-introyección; el sujeto, al querer preservar su integridad
y rehusar el trabajo de un duelo necesario, rehusaría entonces reto­
mar en él esa parte de sí mismo que había colocado en el objeto.
Los procedimientos de esa magia serían de dos órdenes conju­
gados: la desmetaforización y la objetivación.
La desmetaforización equivale a tomar al pie de la letra lo que
en realidad sólo corresponde a un efecto metafórico: se imagina
y sobre todo se proclama que se avala, que se anexa algo para no
tener que “avalar” en el sentido metafórico la pérdida psíquica, y
la objetivación conduciría a negar la pérdida como herida del
sujeto para afirmarla como pérdida de un algo, de un objeto.
No nos queda otra cosa que remitimos a la totalidad del notable
artículo, pero indicamos aquí su esquema por cuanto nos interesa
con respecto a la transferencia.
En efecto, nos importa suscribir la distinción entre el fantasma
de incorporar y el proceso de introyectar. Aunque no admitié­
ramos la teoría general según la cual el fantasma siempre sería
secundario, o no tendría otra función que la de tapar mágica­
5 Nouvelle Reoue d e Psychanalyse, n<? 6, Gallimard, 1971, pág. 110.
LA TRANSFERENCIA 169

mente agujeros, debemos admitir que en lo que concierne a la


transferencia, en sus momentos localizables es de fantasmas que
tenemos que ocuparnos y no de procesos.
Si introyectar es hacer suyo algo en el sentido en que “lo mío”
deviene, por ejemplo, un prolongamiento del Yo, no es este pro­
cedimiento de anexión en cuanto tal lo que podrá observarse
en la transferencia sino más bien un fantasma consciente o incons­
ciente en el cual el analista querrá asignarse un lugar o una fun­
ción determinada o, más exactamente, por determinar. Es posible
entonces que ese lugar sea el del Muerto, el del objeto perdido,
el del objeto a perder, el del objeto recuperado, el del objeto a
conservar, el del objeto a alcanzar, el del objeto a convencer, etc.;
estos objetivos no son revelables más que por inscribirse en fan­
tasmas, incluso realizaciones de fantasmas, comportamientos, por­
que el fantasma es el medio del desplazamiento, el medio de lo
imaginario, es decir de la figuración, y hasta de la transfiguración.
No hay transferencia sin desplazamiento, el desplazamiento no
puede concebirse más que como una puesta en escena donde será
cometido un error. Recordemos que es una falsa unión, una falsa
asignación. El sujeto de la transferencia cree que el objeto a con­
servar es el analista, cree que el objeto recuperado es el analista,
cree que el analista es el objeto perdido, y para convencerse de
ello lo recupera, lo pierde, lo conserva, lo alcanza, lo convence.
Sólo de vez en cuanto el sujeto muestra al analista que pierde,
que recupera, que conserva, que expulsa algo.
Denominamos transferencia al momento en que el sujeto muestra
a su analista algo, como antes le mostró a algún otro que puede
ser el ideal del Yo por ejemplo, y no transferencia, el hecho de
que antes haya perdido, encontrado, recuperado, conservado, etc.,
algo.

La introyección vitalicia

En lo que concierne a la transferencia y la introyección el pro­


blema no es tanto el de hacer suyo, es decir introyectar algo des­
pués de la Muerte, como el de introyectar en forma vitalicia.
El análisis tiene un fin y ese fin sobreviene cuando el ana­
lista y su paciente se separan. Tal es la “definición” de Freud.
Tan abrupto realismo reviste toda su importancia en cuanto
170 M ICHEL NEYRAUT

funda sobre una pérdida real, sobre un acontecimiento contingen­


te, sobre una realidad adecuada para modificar la relación
tópica de las fuerzas intrapsíquicas, el fin del análisis. Ese
acontecimiento es un hecho, en última instancia una prueba de
fuerza, algo en todo caso con lo que habrá que contar. Ese final
se asemeja a la realidad de la Muerte, por oposición a todo fan­
tasma de pérdida psíquica, de fin psíquico, de duelo psíquico, etc.,
es a la vez una metáfora de la Muerte y un final real, describe
arbitrariamente los límites de la situación analítica y sobre todo
asigna al proceso analítico una dirección, un movimiento, una di­
námica temporal propia, es decir, una vida analítica con una muer­
te analítica que son paréntesis en una verdadera vida y una ver­
dadera muerte.
Esta situación, delimitada por realidades, encuentra un valor
eficaz en la medida en que los fantasmas de pérdida, fin, Muerte,
separación, como los de presencia, lazos, coexistencia, son los
mismos en la vida y en la muerte a secas.
La situación analítica, sin embargo, por el solo hecho de su
carácter artificial, desvía el sentido de esos fantasmas en la
dirección de la realidad psíquica, más que en el de la realidad
a secas, pero no escapa al hecho de inscribirse en una realidad.
Los procesos de proyección e introyección son localizables,
pues, bajo dos ángulos. Sea que se los conciba como actuales y
ejerciéndose en ese paréntesis que son la vida analítica y la
muerte analítica, sea que se los localice en la vida y la muerte
“reales” como procesos fundadores de la vida psíquica; se los
determinará entonces con cierto índice de objetivación “cientí­
fica”, como habiendo jugado un papel en la génesis de la vida
mental. Se hablará del niño, de su desarrollo, se invocará el
proceso de introyección como factor de ese desarrollo, se pre­
guntará si formaron parte de la edificación del Yo o si el Yo
estaba ya allí, etcétera.
Pero considerando sólo la transferencia es únicamente en el
paréntesis analítico, es decir, en la actualidad de la situación
analítica, que la introyección puede ser comprendida.
Se verá entonces que en ese paréntesis analítico, en el interior
mismo del proceso analítico, se abre otro paréntesis transferen­
cial. En este nuevo paréntesis surge un proceso específico, el
que opone la repetición de los conflictos infantiles a los obstáculos
LA TRANSFERENCIA 171

presentes, actuales de la situación analítica. Es tal la fuerza de


esa repetición, tal la fe de su ilusión, que intenta negar ese primer
paréntesis y aun el segundo, para decir entonces que todo es
realidad, no solamente de la situación analítica, sino de la exis­
tencia propiamente dicha.
Para que tales desplazamientos sean sensibles, es preciso que
hayan tenido lugar introyecciones, que el lugar de sus fracasos
sea ocupado por fantasmas, pero la esencia misma d el desplaza­
miento, es decir, d e la transferencia, no puede ser asim ilada a los
procesos por los cuales pueden tener lugar los desplazam ientos.
Es muy posible que en el curso del análisis sobrevenga algo
del orden de la introyección: que el paciente anexe y haga suyas
cualidades del analista objeto.
Es preciso entonces considerar la vida v la muerte analíticas
como realidades comparables a las de la vida y la muerte a secas,
admitir aue esa vida y esa muerte analíticas funcionan no ya
como metáfora de la vida sino como realidad. Habrá un naci­
miento analítico, una existencia analítica, una supervivencia
analítica. En el curso de esta “existencia” analítica, se operarán
procesos neo-genéticos, entre ellos introyecciones, identificacio­
nes, adopciones, duelos.
Para poder hablar de esos procesos, para pensarlos, para conce­
birlos será preciso referirlos necesariamente a los mismos con­
ceptos considerados desde un punto de vista genético, concebirlos
sobre el modelo que nos damos del desarrollo del niño, de la
edificación del Yo, de la asunción del sujeto, o bien creer enton­
ces que ese nuevo nacimiento, esa nueva vida psíquica, esa nueva
muerte nada tienen que ver con la vida psíquica anterior; o
finalmente pretender que esas nuevas experiencias son puramente
complementarias de las que contribuyeron a la formación de la
vida psíquica, de manera que en el lugar de determinada carencia
sobrevendría determinada plenitud (y en ese caso, ¿por qué no
la inversa?).
El concepto que hace que estalle semejante oposición es el de
transferencia. Es él quien funda la situación analítica actual como
metáfora, y al mismo tiempo revela su actualidad.
Es porque la transferencia existe que la vida analítica deviene
metáfora de la vida psíquica, y porque la transferencia repite que
172 MICHEL NEYRAUT

el fin analítico funciona como metáfora de la muerte, de la rup­


tura, del fin, de la castración.
La transferencia es por una parte repetición, reedición, repro­
ducción y lo es de la manera más ciega. Esas repeticiones no
son letra muerta, son repeticiones de conflictos formalmente
cerrados, pero con contenido viviente.
La transferencia es como un paquete de sobres cerrados que
un ciego distribuye a los transeúntes. El analista no es un tran­
seúnte como cualquier otro, al quincuagésimo sobre pedirá que
se abra la carta y apostará a que su contenido le era conocido y
que no es por azar si la carta le estaba destinada.
O bien ciertos procesos psíquicos están definitivamente cerra­
dos, o bien conservan en sí una posibilidad de transferencia. Esa
capacidad de transferencia no caracteriza solamente a un indivi­
duo o a una categoría nosográfica (como se dice de los “psicó-
ticos” que son o no capaces de transferencia), sino que debe ser
considerada a nivel de los procesos psíquicos, algunos de los
cuales no tienen ya capacidad de ser transferidos. Ellos se acercan
singularmente al concepto de “forclusión” formulado por Lacan,
en cuanto representa una dialéctica helada, herrada al hielo;
pérdida consumada de un psiquema primordial.
Estos procesos psíquicos, si conservan la posibilidad de ser
transferidos, poseen virtualmente la capacidad de percibir esa
transposición. Porque no vehiculizan una letra muerta sino un
destino ilegible, podrán un día encontrar destinatario, el cual se
prestará con mayor o menor constancia a cumplir el papel que
se le asigna; hay pocas posibilidades entonces de que el contenido
se devele verdaderamente.
Si el destinatario es un analista, el contenido quizá se develará,
pero ese develamiento sólo tendrá lugar si la conciencia d e un
desplazamiento es correlativa de la conciencia d el contenido
del desplazamiento. Esto supone el acceso a un valor simbólico
de dicho desplazamiento. Ciertos procesos psíquicos conservan en
sí la capacidad de ser transferidos tal cual son, pero aún les es
preciso, si ouieren llegar a ser conscientes algún día, detentar la
capacidad de ser considerados como simbólicamente desplazables;
es preciso que el contenido psíquico sea concebido como conte­
nido psíquico. Para ello es indispensable el lenguaje, pero esta
LA TRANSFERENCIA 173

apercepción simbólica supera el nivel de las palabras para cons­


tituirse como pensamiento.
Puede concebirse entonces una oposición entre el pensamiento
psicótico y el pensamiento neurótico, en cuanto que cada uno
puede tener un contenido; pero sólo el neurótico mantiene, ade­
más de la posibilidad de transferir sus contenidos, la de concebir
simbólicamente esa transferencia como realidad psíquica.
En el pensamiento psicótico, por el contrario, muy bien puede
concebirse que el contenido se devele o si se quiere incluso se
analice, y también puede admitirse que esos contenidos se trans­
fieran; pero esas transferencias y esos develamientos tendrán lugar
al abrigo de la posibilidad de ser concebidos simbólicamente como
realidades psíquicas; entonces serán concebidos directamente co­
mo realidad.
Si se considera la situación analítica, es decir la vida y la muerte
analíticas como realidades, bien cabe admitir que tengan lugar
introyecciones hic et nunc. Hay mayor posibilidad de admitirlo
que de comprobarlo. Incluso pueden considerarse esas introyec­
ciones como un premio consuelo, pero es muy difícil hablar
entonces de ellas, salvo para inducirlas de una teoría genética.
Si, por el contrario, se considera el valor metafórico de la situa­
ción analítica al lado de su valor real y al mismo tiempo que
éste, se comprenderá que tengan lugar introyecciones por un
efecto de reviviscencia que es casi de resurrección. Este efecto
de resurrección no tiene otro agente que la transferencia. La ilu­
sión le sirve entonces plenamente. Es la transferencia la que,
remitiendo a las realidades del analista las emociones o los
fantasmas de su primera infancia, permite a los espectros rena­
cer por un instante. Esta existencia es una existencia psíquica,
una realidad psíquica, una vida y una muerte psíquicas.
En el curso de esa nueva existencia y gracias a la transferencia,
pueden tener lugar introyecciones cuyos objetos pueden haber
muerto de muerte real hace largo tiempo, pero cuya existencia
psíquica reintroduce una nueva posibilidad de introyección.
Las nuevas introyecciones se hacen posibles de dos maneras;
una, que hayan existido antes pero aisladas del complejo aso­
ciativo general o que por efectos de la represión y de la contra­
carga permanezcan inaccesibles a la conciencia, y la otra, que no
hayan existido antes y que por efecto de la transferencia positiva,
174 M ICH EL NEYBAUT

del doblegamiento superyoico, lleguen ahora a ser posibles sin


que pueda deslindarse lo que corresponde a la realidad psíquica
del analista y lo que corresponde a las cualidades de los objetos
anteriores.
Es aventurado decidirse por una u otra hipótesis; todo el sen­
tido del trabajo analítico del análisis de las resistencias hace
inclinar la balanza hacia la primera. La transferencia no haría
entonces más que poner en evidencia procesos inconscientes tales
como introyecciones; éstas, ya realizadas, habrían sido aisladas
por el sistema asociativo como consecuencia de la represión y
por lo tanto serían irrecuperables para la conciencia.
En el capítulo “Realidad y transferencia” será desarrollada una
tercera hipótesis. Considerando al análisis como “segundo acon­
tecimiento”, veremos que la realidad psíquica no reside ni en un
primer ni en un segundo acontecimiento traumático, sino en la
relación transferencial que los une (cf. Proton-Pseudos).
Cualquiera que sea la hipótesis elegida, puede verse la dife­
rencia que separa el concepto de transferencia del de introyec­
ción, y también que ambos son inseparables, pero que sería una
simplificación abusiva querer confundirlos.
De esta dialéctica entre la transferencia y la introyección re­
sulta lo que podrían llamarse “avatares” de la introyección y más
especialmente de la introyección “vitalicia”.
Considerar a la introyección como consecutiva de la pérdida
del objeto, inclusive su muerte real, y considerarla “vitalicia”
equivale a distinguir entre el robo y la herencia.
La herencia consiste en hacer suyo lo que antes pertenecía a
otro: el robo o la apropiación es algo muy distinto.
La introyección vitalicia nos parece un compromiso entre am­
bos extremos; ella caracteriza las condiciones de la situación
analítica.
El carácter vitalicio significa que la muerte está en suspenso
y que se vierte un diezmo en la espera del feliz acontecimiento.
¿Qué análisis puede jactarse de escapar a semejante fantasma?
La introyección es el triunfo de lo adquirido sobre lo innato.
Ese triunfo es un designio del espíritu en el buen sentido del
término, pero nada más; entretanto, la adquisición conocerá
algunas tribulaciones.
¿Cómo hacer el duelo de objetos en otro tiempo perdidos
LA TRANSFERENCIA 175

pero a los cuales no se ha renunciado, y cómo adquirir las cua­


lidades de esos objetos sin que al mismo tiempo la muerte del
analista, el duelo que se quiere hacer de ella no aparezcan en
cuestión? No pudiendo resolverse en lo inmediato mediante un
verdadero duelo o una verdadera adquisición, esas búsquedas
se ven comprometidas.
Dichos compromisos se expresan por medio de fantasmas, in­
cluso de maniobras; ellos conciernen específicamente al robo, a
la apropiación, al acaparamiento, y según las zonas erógenas
interesadas por tales intercambios, terminan expresándose de
manera original. '
La captación según todos estos modos puede ser considerada
como un avatar de la introyección; así como el fantasma de
incorporación termina inscribiéndose en el lugar de la introyec­
ción, la captación se expresa en fantasmas de apropiación que
denuncian el fracaso o la tentativa abortada de introyección.
Observemos que los avatares de la introyección constituyen
el objeto privilegiado de las leyes.
Pero lo importante es que esos fantasmas de captación no se
organizan necesariamente según el modo oral. Si se pensó y
concibió el mecanismo de introyección sobre el modelo de la
organización oral del desarrollo, es por una suerte de choque
frontal entre la teoría y la realidad que se ha decidido sobre
la naturaleza de la introyección.
Es cierto que los fantasmas de captación (el término capta­
ción se utiliza aquí en razón de su empleo en la expresión cap­
tación de herencia, en cuanto implica la muerte del objeto en
su designio) casi siempre se organizan según el modelo oral de
incorporación, pero tanto en el erotismo anal como en la pro­
blemática fálica encuentran modelos y fuentes de expresión.
Los sueños de adquisición testimonian fielmente estos dife­
rentes modos: hay recuperación bajo todas sus formas; uno des­
entierra estatuillas que se lleva en su abrigo, otro saquea des­
vanes en sueños y recupera algunas lozas, algunos muebles
carcomidos, otros tantos cadáveres, se dirá, que remiten, como
todos saben, al fantasma antropofágico de la absorción; también
podría leerse allí el fracaso de la introyección. La reconstitución
del monigote casi siempre, sucio, despedazado, siempre oculto,
176 M ICHEL NEYRAXJT

relegado al sótano o al desván, se acumula con el tiempo, da


testimonio de una gloria oscura de la que aún podría servirse.
Los fracasos de la introyección son el mercado de pulgas d e los
sueños.
Generaciones enteras depositan en él el baratillo de sus deyec­
ciones prestigiosas; sin duda ese mercado oculta objetos antes
codiciados, tesoros que es posible acumular, colecciones comple­
tas. Todos los misterios del organismo están allí representados,
trombones con forma de intestinos, jarros chinos de donde salen
muñecas con ojos de loza, sables de abordaje, objetos que van de
a dos y objetos que van solos.
El dominio de la apropiación no es solamente privilegio de
una organización oral de la personalidad. Lo mío, lo tuyo, lo
suyo, todos ellos prolongamientos fantasmáticos del Yo, trazan
los límites de la concuspicencia e intentan por cualquier medio
ensanchar los límites del dominio. Es más bien por el fracaso de
uno de sus modos de captación que entonces se hace visible en
ella el predominio de un sistema oral arcaico inmediato.
En esta perspectiva, ¿qué quiere decir mi analista?
Si se adopta la teoría de la transferencia como introyección, ese
“Mi” traduciría la tendencia fundamental a la anexión, a la ex­
pansión, a la absorción. Ese “Mi” sería la transferencia.
Fuera de que la absorción oral no es el único modelo según
el cual puede concebirse una apropiación semejante, la transfe­
rencia no puede ser asimilada a una apropiación, sea esta apro­
piación una engañifa o una realidad psíquica, porque testimonia
tanto una fuerza de extensión como una fuerza de repetición.
Estas dos fuerzas se unen para crear la ilusión de realidad, pero
se oponen en el hecho de que la fuerza de repetición reedita el
designio de los conflictos anteriores y pone un freno a la posibili­
dad de nuevas adquisiciones.
En ese sentido: “Mi analista” es, en efecto, una tentativa de
apropiación, de captación y de anexión, pero que se inscribe en
el contexto de la nostalgia: sólo es “Mi” porque en cierto lugar
del pasado pudo tener lugar una verdadera apropiación.
En toda transferencia existe un polo nostálgico. La situación
_ analítica se instaura necesariamente sobre el fondo de un déficit
narcisista y en el balance de ese déficit se localizan tanto los
LA TRANSFERENCIA 177

fracasos de la identificación como los de la introyección' como


duelos en vías de cumplimiento.
La nostalgia es un duelo que ni está hecho ni está por hacerse.®
Para nosotros, ella testimonia una alternancia de muertes y resu­
rrecciones sucesivas de un objeto psíquico que cual un ludión se
remonta a la superficie o se sumerge en el fondo del agua. Mu­
chas veces enterrado, muchas veces resurgido, mantenido en
supervivencia, después declarado ausente. Cada una de las in­
mersiones y cada una de las emergencias se avienen a una orga­
nización tópica que corresponde a una alternancia maníaco-
depresiva según el modo menor, marca las fases de ligera depre­
sión o de triunfo discreto, que se levantan sobre un fondo de­
presivo permanente.
Sobre ese fondo depresivo permanente se inserta la transfe­
rencia como nueva posibilidad de retomar el trabajo de duelo,
trabajo no interrumpido sino indefinido. La potencia de la repe­
tición describe de nuevo al analista como objeto; a la vez reen­
contrado y que sin embargo se perderá. Reencontrando en la
situación analítica una nueva situación vitalicia, la transferencia
renueva la posibilidad de un fin; para un objeto perdido, reinstala
a la muerte en el horizonte del devenir más que en lo absoluto
de un mundo objetal caduco. Ofrece una última posibilidad de
dominar no al objeto, sino al proceso que interesa al objeto: pro­
ceso de duelo suspendido; o bien se perderá en esa repetición y
no hará más que prolongar la nostalgia, o bien encontrará, por
medio de nuevas introyecciones ahora posibles, el medio de
acabar con ese objeto.
La fuerza de esta consagración reside para nosotros en la
remanencia de satisfacciones parciales realmente obtenidas y
contemporáneas de una organización anterior de la personalidad.
No pudiendo renunciar a esas satisfacciones aun parciales, sobre
todo parciales, la identificación, que es una red de auxilio del
renunciamiento objetal, no puede tener lugar; la transferencia
reactiva esa posibilidad.
El texto de la Gradiva de Jensen comentado por Freud 7 es

6 Cf. Michel Neyraut, “De la nostalgia”, en L’Inconscient, n? 1, París,


P.U.F., 1966.
7 S. Freud, Délire et réves dans la Gradiva de Jensen, trad. fr. Marie
Bonaparte, Gallimard, 1949, "Les Essais”, XXXII.
178 MICHEL NEYRAUT

ejemplo de la confusión que se establece entre la transferencia,


la introyección y la identificación, ejemplo de confusión por una
razón simple, la de que aquí el terapeuta y el objeto de amor son
una sola y misma persona. Zoé Bertgang, el primer amor de
infancia de Norbert Hanold, se convierte en su psicoanalista. Ella
puede decirle con toda tranquilidad: “Me parece que hace dos
mil años ya había compartido en cierto modo nuestro pan”, o
bien aun llamarlo por su nombre: “Evidentemente tú estás loco,
Norbert Hanold”, mientras que desde su estadía en Pompeya él
no había comunicado su nombre a nadie.
Todas las interpretaciones de Gradiva son transferenciales por
definición. Por necesidad, las palabras de doble sentido que ella
emplea conciernen, con seguridad, tanto al pasado como al pre­
sente: Gradiva no hace más que recordar los recuerdos de
Norbert.
Entretanto, ella ha sufrido su muerte fantasmática, ella es
para Norbert Hanold esa jovencita de andar incomparable que
murió enterrada bajo las cenizas de Pompeya. Esa muerte fantas­
mática se confunde con el olvido, es una muerte psíquica, con­
memorativa del olvido intrapsíquico.
En Gradiva se capta el andar de un pensamiento contratransfe­
rencial enteramente interesado, deliberadamente pasional; ella
conoce las respuestas mucho antes de que se formulen las pre­
guntas. El amor de transferencia es aquí el amor en su totalidad.
Se trata de una transferencia porque hay dos épocas y entre
esas dos épocas se ha filtrado más de una fase de latencia pero
se cumplió una represión que habría podido creerse definitiva.
Un solo sentimiento persiste para Norbert: la nostalgia. Es
ese sueño nostálgico lo que lo lleva a emprender el viaje y en
consecuencia la cura. Esa nostalgia lleva en sí todas las huellas,
todos los eslabones que unen la infancia de Zoé y su muy actual
presencia; se trata de una resurrección, de una reencarnación, de
un objeto perdido que sólo lo estaba por haber escapado al olvido.
Esta resurrección se apoya sobre una muerte fantasmagórica.
Entonces, y sólo entonces, la transferencia es una introyección
y las introyecciones transferencias. Entonces, y sólo entonces, la
transferencia puede ser asimilada a puros impulsos pulsionales.
De este modo la transferencia es una anexión porque es una re­
anexión, una reconquista.
LA TRANSFERENCIA. 179

Si la tendencia a la anexión, a la expansión, a la integración es


tan visible en las histerias, no es tanto porque el Yo sea capaz
de ensanchar sus límites y encontrar nuevos dominios, como por­
que ya conoció esa extensión, ese poder, esos límites. La nos­
talgia testimonia tanto la tristeza de haber perdido el objeto
como de haber perdido límites territoriales antaño mucho más
amplios.
Quizás esos límites tenían poco que ver con un poder real sobre
el mundo, pero la omnipotencia infantil de las ideas estaba allí
para dar a ese mundo la apariencia de ser a la medida de su
apetito.
La Gradiva de Jensen suministró una prueba por el absurdo
de lo que es y no es la transferencia analítica.
TERCERA PARTE

TRANSFERENCIA Y REALIDAD
CAPITULO I

LA REALIDAD EN LA TRANSFERENCIA

El concepto de realidad, tal como aparece en el pensamiento


psicoanalítico, inclusive tal como es “manipulado", desafía toda
opción de rigor.
La diversidad de sus acepciones, la variedad de los puntos de
las contradicciones que estallan a los ojos de todo espíritu rigu­
roso tienen motivos para desconcertarse.
Estas contradicciones testimonian perspectivas difícilmente su-
perponibles.
Para conducir el problema de la realidad al campo dialéctico de
la transferencia, deberemos utilizar esas oposiciones e incluso
esas contradicciones allí mismo donde culminan, a saber: en el
problema de la seducción.
Seducción se entiende aquí en su sentido más amplio, o sea:
sometimiento del sujeto a su deseo; alienación que por no conocer
más que el pie de la letra no deja de referirse al espíritu, es
decir, al sujeto de un pensamiento que ella colma de ilusiones.
Por otra parte, la realidad, tan diversa y múltiple, parece en la
obra freudiana “precipitarse” en el concepto de “acontecimiento”,
acontecimiento traumático en particular, que parece conferir a
la realidad una intensidad temporal, y toma entonces el aire de
un “contratiempo”.
Para integrar el concepto de acontecimiento concebiremos al
campo transferencial como confrontado con un “segundo aconte­
cimiento”, apoyándonos para hacerlo sobre el irpcrrov VeuSoq o pri­
mera mentira histérica, en la cual el status de la realidad, cada
184 M ICHEL NEYBAUT

vez más precario, se ve tendido como un hilo entre dos aconteci­


mientos.
Recordemos que para Freud, cuyo escepticismo puede ser vin­
culado con una etapa definida de su búsqueda sexual infantil,
la “realidad” de la seducción conoció más de un viraje.
Hasta 1897, su primer movimiento es un movimiento de crédito.
Freud cree en lo que los pacientes le dicen: que siendo niños
fueron seducidos por un adulto. De esta seducción ha nacido un
gran espanto que en una represión masiva arrastra consigo toda la
cadena asociativa; después, bruscamente, surge la duda: ¿y si
no hubo nada de eso? Lentamente se esboza la teoría de la sexua­
lidad infantil; si no hay nada de eso, es que el paciente cree haber
sido seducido. La realidad parece desplazarse, porque no es ya
el acontecimiento real lo traumatizante sino el recuerdo y, final­
mente, ese recuerdo no es la rememoración de un acontecimiento
real sino un puro fantasma, un proyecto.
Es la gran revelación de la carta a Fliess del 22-9-1897. Las
escenas de seducción relatadas por los pacientes no son más que
reconstrucciones fantasmáticas creadas durante la cura por el
reconocimiento progresivo de elementos hasta entonces inconscien­
tes. Pero si Freud no quiere dejarse engañar por la realidad de la
seducción tal como lo pretenden sus pacientes, no por ello renun­
cia a lo real, sino que lo desplaza un punto, porque los cuidados
que la madre prodigó a su hij'ito constituyen una realidad. De
aquí resulta una excitación que constituirá el modelo de las fan­
tasías sexuales ulteriores. En realidad, el paciente no miente, sino
que también él desplaza un punto hacia adelante la realidad de
su recuerdo, y atribuye la seducción a una persona extraña. Puede
decirse que desde la carta a Fliess de 1897 el problema de la
transferencia es enfocado en uno de sus aspectos esenciales, el
de la seducción, la realidad y el desplazamiento. Es sabido cómo
después, y especialmente en el análisis del hombre de los lobos,
Freud, que no renuncia j'amás a la realidad del acontecimiento,
como tampoco a la subjetividad fundada sobre este acontecimien­
to, persigue con una última reconducción la realidad de la escena
primitiva todo lo lejos que es posible; puesto que la herencia
portadora de las huellas mnésicas transmite por medio del fan­
tasma originario el esquema dinámico del Edipo. En este último
punto del horizonte, el principio de materialidad absoluta y el
LA TRANSFERENCIA 185

principio subjetividad absoluta se suceden, sin que nunca poda­


mos decidir acerca de la anterioridad de uno con relación al
otro. El problema de la realidad y de la sexualidad encuentra su
punto de análisis en esa encrucijada ineluctable de la transfe­
rencia que es la seducción.

La seducción

La seducción en la transferencia es inevitable, pero ¿quién


seduce a quién?
La palabra seducir refleja esa ambigüedad, porque aunque sea
un verbo activo, bien se sabe a qué fin pasivo puede pretender.
En primer lugar parece excluir una reciprocidad; Freud, además,
lo entiende casi siempre en un sentido casi judicial, el de un aten­
tado (cf., más adelante, el acontecimiento).
La seducción se distribuye entonces de manera bastante desi­
gual entre el hombre, la mujer y el niño. El hombre figura en
ella casi siempre con los rasgos de lo que los diarios suelen
llamar un “odioso individuo”, se trate del tendero y la niñita, o
del señor K., siempre en una tienda.
La seducción de las mujeres parece caer de su peso, como la
de la “bella panadera”, siempre en su tienda, aunque ella despla­
ce mucho aire; y de la mujer de ese otro panadero que no quería
engordar a su rival demasiado apetecible.
Es como creer que la seducción sólo concierne al pequeño
comercio.
En cuanto al niño, se trata evidentemente de su primera seduc­
ción inconsciente, la de mostrarse desnudo sin complejos, y que
tan curiosamente reaparece en los sueños que llevan este nombre.
El punto común es aquí flagrante, la exhibición directa de los
órganos genitales, que en el hombre se cataloga, con agrado, como
fin “activo”, y en la mujer como fin “pasivo”. Esta concepción
tiene su origen evidente en los estudios sobre la histeria, donde
la seducción era alegada por mujeres seductoras, de tal modo
que en los escritos técnicos los consejos a los debutantes se apo­
yan exclusivamente sobre la imagen de una mujer seductora en
tratamiento con un hombre avisado.
Esta situación es si se quiere tradicional, y se apoya sobre
186 MICHEL NEYRAUT

renunciamientos que la moral burguesa conoce bien, para trans­


gredirlos bastante a menudo. Desde que se abandonan las apa­
riencias esta situación es tan compleja como toda otra que, por
ser mejor descrita, pusiera la homosexualidad en primer plano.
Hay aquí un problema de realidad que, si se quiere, es rea­
lidad de la apariencia, pero en mi opinión se la ha querido regular
con excesiva rapidez diciendo que, de todas maneras, el análisis
será el mismo cualquiera que sea el sexo del analista, puesto que
después de todo no se trata más que de un fantasma y, de todas
maneras, la bisexualidad psíquica está allí para precaverse de
toda eventualidad. Sea, pero las dificultades comienzan precisa­
mente en el lugar en que la resistencia no quiere seguir una tan
bella teoría. La situación analítica sería entonces trascendente,
desecharía lo real como chatarra; pero precisamente la resistencia
se aferra al mobiliario; para interpretarla a gusto de sus fantas­
mas se dirá:
—Qué lindas flores hay en su consultorio, dirá uno, signo de
que es usted un poeta. .
—Qué lindas flores, dirá el otro, es la puerca de su mujer que
las puso allí para humillarme, etc.; ateniéndose a las apariencias,
a qué otro criterio que el de la verdad podría asirse la contra­
transferencia.
Es muy ingenuo creer que si en su interpretación de lo con­
creto el paciente da en el clavo, o al lado, no modifica la tensión
de la contratransferencia, y en definitiva no la formula para
modificarla.
Pero quedarse en este desagrado nada cambia del hecho de
que la apariencia sobre la cual el paciente se apoya podría ser
otra y que su fantasma hallaría medios para darle el mismo sen­
tido. Hasta áquí se trata, en efecto, de chatarra.
Pero la chatarra no es neutra: todo ese mobiliario es un len­
guaje de signos; y qué decir, además, de la ropa, de la casa, etc.
El catálogo es infinito y en él los índices de pertenencia sexual
son evidentes. Todo esto es demasiado conocido como para
detenerse en ello, salvo la reserva de que no es tanto porque
las cosas poseen valor de signos que tienen importancia como por
la intención que se tuvo de darles esta significación. De manera
que la contratransferencia desborda y precede ampliamente a la
transferencia. Las cosas hablan antes de que hable el analista;
LA TRANSFERENCIA 187

inclusive él podría no hablar nunca: aquello que lo rodea ya


habría hablado por él; a menos que se crea en el análisis zómbico
con el que se satisfacen los fervientes admiradores de la neutra­
lidad mal comprendida. Que el paciente al interpretar dé en el
centro o al lado no cambia el hecho de que entra en un mundo
de signos, de los que eventualmente hace significantes. Esta pre­
cesión hace del contexto contratransferencial, propiamente ha­
blando, un pretexto.
Entonces no quedaría más que sostenerlo o desmentirlo o
pensar en otra cosa, a lo cual de ordinario se aplica el paciente
y todo podría quedar allí, habida cuenta del hecho de que un
hombre sagaz no diría palabra.
Por encima sobreviene la transferencia.
Se objetará que ella ya estaba ahí, lo que es verdad, incluso
puede adelantarse que lo estaba antes del análisis. ¿Por qué
entonces solamente ahora se la llama transferencia?
La respuesta es clara: “porque es un obstáculo".
¿Pero un obstáculo para qué?
Para la contratransferencia.
Hay que reconocerle, pues, una parte espontánea y una parte
que sólo se esboza si lo es como opuesta a la contratransferencia.
El obstáculo es en cierto modo el mismo, se trata de obstaculizar
el proceso analítico, pero dicho proceso no está sostenido más
que por un lado. Hay que ver que la resistencia no engaña al
analista. Es inclusive la base de una interpretación que por otra
parte no siempre resulta suficiente: que él resiste precisamente
para ser engañado.
¿Qué es entonces lo que lo engañó?
Si aceptamos creer que no es el que se lo haya tomado por
otro, ni el haberse quedado palpitando ante su deseo insatisfecho,
hay que admitir que al menos desea la elucidación tanto de lo
que ocurre en él como de lo que se le cuenta.
Tomando las cosas por su vertiente positiva, también podría
decirse: ¿qué es lo que lo sedujo? Puede dársele el mismo cré­
dito que a lo anterior. Pero puesto que es un sagaz, verá que, si
esa seducción le satisface, es por eso mismo una resistencia, de
suerte que si de un lado está contento, del otro no lo está.
Se objetará también que no tiene ni que estar contento, ni que
ser engañado, lo que es perfectamente exacto. ¿Pero de dónde
188 MICHEL NEYRAUT

sacará la interpretación según la cual se lo podría seducir o


engañar?
Esto se percibirá por una resistencia todavía mucho peor, que
es la de no ser ni engañado ni seducido, es decir que la seducción
es el revés del aburrimiento, es decir que también ella procede,
inclusive antes de dibujarse claramente, de un efecto de masa,
como un coroti 0 bien alineado se opone a una calle llena de
vitrinas. Nos hallamos otra vez en las muy atrayentes tiendas
de Viena.
No obstante, otro criterio permitirá denominar transferencia a
lo que hasta ahora podía confundirse con la pura y simple se­
ducción. Este criterio consiste en localizar lo que es propiamente
desplazamiento, es decir, en reconocer especialmente a quién se
dirige el discurso, y eventualmente en función de quién el mobi­
liario ha tomado tal o cual valor de signo. Sería una simpleza
creer que aquí las cosas no están embrolladas.
Por cierto se ha descrito, y existe, un lado casi delirante de
la transferencia, así llamada porque no tendría nada que vér con
la “realidad”. El paciente, totalmente víctima de su espejismo y
perdiendo todo juicio de verosimilitud, atribuiría al analista la
panoplia completa de “cualidades” que pertenecen a cierta figura
del pasado. Veremos a propósito de la neurosis de transferencia
cómo y cuándo se organiza la puesta en escena de ese desplaza­
miento. Es exacto que el cuasi-delirio es perceptible.
¿Pero con relación a qué?
¿Qué quiere decir entonces verosímil? Es necesario que el
analista compare esa inverosimilitud con cierta imagen, se trate
de la que él se hace, o mejor de la que él estime que el paciente
se hace de él.
Los grandes puristas de la neutralidad dirán que no habiéndose
manifestado de ninguna manera, habiendo conservado una com­
pleta neutralidad, no habiendo cedido a ninguna tentación nar­
cisista de hacerse reconocer de cualquier manera, todo lo que
se le atribuye pertenece a la transferencia y que hay allí una mina
de oro puro.
He aquí a nuestro hombre tranquilizado: puesto que no se trata
de él por lo tanto se trata de otro.
Así, escuchando el relato de un sueño y viendo a un obispo
• Caserío de mineros en el norte de Francia. ( N. del T .)
LA TRANSFERENCIA 189

degollar un pollo tendrá que elegir entre reconocerse como obispo


o como pollo si el análisis de la transferencia lo incita a ello.
Acordémosle el derecho de no asemejarse a uno más que a otro;
tendrá que hallar el camino de una diferencia tan grande.
Varias vías son posibles, y a veces inesperadas. Bien se ve que
aquí su lugar en la cadena es fundamental; quizá verá entonces
que hacerse retorcer el cuello tiene por efecto hacerlo callar para
siempre, pero que el otro en la cuestión debió descansar su
báculo. Volviendo entonces a las cosas, se preguntará si no es
del lado mitra que se lo habría colocado, tanto más cuanto que
ahora ve que sobre la cabeza del otro se levanta una cresta. El
paciente, que trabaja bien, asocia entonces para decir:
“que al salir la última vez vio en la mano que se le tendía un
anillo, y que el pollo caprichosamente Ueva uno en la pata y
arrastra un hilo."
Percibiendo una abertura, nuestro hombre se cree en el deber
de interpretar (hacia) la transferencia y dice que los obispos
también lo tienen: haciendo alusión, evidentemente, al anillo.
La trampa se cierra, y todos saben a qué atenerse; uno a ser
pollo, el otro obispo, y el hilo sin duda para cada uno. Es éste
un bello efecto de la contratransferencia, en el sentido peyora­
tivo de la palabra.
Notemos a continuación que ese efecto no es vano, porque el
paciente reconoce entonces que el beso hacia la mano del obispo
es un deseo que ha permanecido en suspenso cuando se hablaba
del anillo, lo cual' es un resto diurno. Partiendo de allí encuentra
dos vías: una por Kasantzakis, la otra por Salvador Dalí.
La primera se refiere al hecho de que cuando el niño recibía
de su padre un capirotazo le besaba enseguida la mano para
agradecerle que le hubiera mostrado el camino recto.
La segunda concierne a un extraño animal, pollo de ojo con­
trito y cuyo título es el del gran masturbación Esas dos vías
convergen y quizás una tercera por la imagen del cuello retorcido.
Besulta que por ir demasiado de prisa el analista se situó en la
puesta en escena de una relación compleja, que mejor hubiera
sido dejar tal cual, sea callándose, sea solamente haciendo notar
lo que ella implicaba en el sueño de reciprocidad en suspenso;
se consuela entonces observando que un efecto de la transferencia
190 MICHEL NEYRAUT

se ha revelado, puesto que por el camino del anillo es el padre


quien lleva el sombrero o la mitra, como se quiera.
Dos realidades deben tomarse aquí en consideración, la del
anillo, que tiene muy poca importancia en sí, pero que gana
mucho por su valor de resto diurno, o sea: su signo de obediencia
y el beso de reconocimiento.
Pero mucho más todavía, y esto es lo más importante, por la
elección que el analista creyó que debía hacer, de situarse en el
sueño en el lugar del obispo.
La contratransferencia se manifiesta y esta manifestación es
una realidad; realidad relativa pero que, por el efecto de regre­
sión que produce la sesión, toma para el paciente el valor de una
realidad casi tangible.
Obsérvese que aquí no es por efecto de la transferencia que
la elección toma valor de realidad sino en razón de la regresión al
estadio infantil en que toda manifestación de las instancias pa-
rentales devenía piedra angular con la cual había que contar.
Que en este juego el obispo haya perdido su báculo no puede
sorprender, pero se dirá, ¿dónde pues está la seducción en este
asunto? Precisamente en el punto exacto en que el analista creyó
que se le pedía que tomara partido en esa otra escena que no
por ser divertida es m enos sadomasoquista.
Al ver su error, nuestro hombre habla de él a un colega que le
dice que no hay razón para enloquecerse puesto que, de todas
maneras, el pollo es un objeto bueno que el paciente quiere a
toda costa introyectar, pero para eso le es preciso testimoniar su
gratitud castrando al obispo. Este asunto ya no toca a nadie y
cada cual vuelve a lo suyo.
Si, en consecuencia, la seducción se apoya sobre una realidad,
es tanto sobre la realidad de las manifestaciones de la contra­
transferencia y sobre esa otra que son los objetos concretos por
su valor de signo; los dos, evidentemente, son subsumidos en la
cadena asociativa para devenir significantes.
Pero como se ve, el debate, sea el de Freud cambiando de hom­
bro su fusil o el del obispo, pasa necesariamente por un inter­
cambio: el de la culpa.
La cuestión de la seducción también podría formularse así:
¿de quién es la culpa?
| LA TRANSFERENCIA 191
3
*

¡i Lo que equivale a plantear, al mismo tiempo, el problema de


|la realidad de la culpa.
'f: Puede verse que en el sueño esa culpa fue intercambiada. De
la angustia de castración y de la culpa (masturbatoria) que se
pone en escena, el paciente ha tejido una trampa donde el otro
es doblemente mancillado, primero desde un punto de vista que
podría llamarse técnico, y que hemos denunciado; después (es
lo mismo, visto de otro lado) por haber elegido el papel de dego­
llador de pollos.
El sentimiento de culpa consciente del analista, por más que
sea consciente, puede hallar como se ve un medio kleiniano para
ser absuelto; el segundo, inconsciente, por más que sea incons­
ciente, tiene cierta posibilidad de modificar la tensión de la
sesión, y bien podría repercutir sobre la manera de tender la
mano a la salida de dicha sesión.
Como regla general el sentimiento de culpa es estudiado en la
mónada; se trata de sus relaciones intrínsecas con la realidad;
pero cuando se trata de la seducción llega a ser difícil quedarse
en eso, puesto que al menos es preciso ser dos y cuando se trata
de la seducción en la transferencia, llega a ser imposible no ver
que el primer efecto del sentimiento de culpa, sea inconsciente
o consciente, es el de tener que intercambiarse. La culpa es un
cadáver en los brazos, que no se sabe sobre qué descargarlo, uno
se contenta siempre con “confiarlo”.
Esta confesión difiere de la transferencia en que ella es por
definición explícita. En la transferencia el sentimiento de culpa,
sea inconsciente o consciente, busca intercambiarse con riesgo
de dar a esa culpa la mayor realidad posible por los medios más
irreales.
Determinado paciente llega con adelanto para pretender que la
sesión comenzó tarde. La culpa toma realidad por esa falsa apa­
riencia, pero no perdería mucho si fuera denunciada. Esta trampa
es grosera. Las hay más sutiles, como la de ser culpable de todo,
o culpable de nada. C. Stein demostró perfectamente que el
deseo inconsciente podía consistir en querer ser reconocido cul­
pable.
Esta posibilidad de intercambio pide severamente una contra­
transferencia. Dos escapatorias parecen ofrecerse: la primera es
considerar que desde Freud vía Kant se sabe que el sentimiento
192 M ICHEL NEYRAUT

de culpa nada tiene que ver con la realidad de la falta y que la


intención o el fantasma inconsciente bastan para ello. Se sabe,
por otra parte, que la omnipotencia del pensamiento infantil que
se rehace asume ese fantasma como si fuera una realidad. Pero
al querer escapamos por allí nos adelantamos mucho, puesto que
si la culpa es virtual, el sentimiento es bien real y de los dos lados.
La segunda escapatoria consistiría en decir que frente a seme­
jante peligro la mejor solución seguiría siendo callarse.
Por desgracia, el silencio es a veces la peor de las seducciones^'
En particular, aquél que, por no poder denunciar a tiempo $
transferencia como transferencia, tuviera por efecto acreditar y^r
realidad, que aquí es sólo pretexto. »ií*
Así, la realidad, sea de la culpa o de la seducción, no lojfc1 !
reconocerse virtual, por el hecho mismo de estar acreditada pi­
la contratransferencia. Es decir, por una parte ella posee uns<;
cierto grado de actualidad, y por la otra un punto litigioso. ’
Las dos se fundan en lo que especificaremos como el acon­
tecimiento.

El acontecimiento

Hasta ahora, la realidad apareció ante nosotros como múltiple y


relativa, y su suerte se debatía en la encrucijada ineluctable de la
seducción. En eso mostraba su efecto de imposición.
Pero entre los múltiples aspectos de la imposición ejercida por
la realidad, uno de ellos jugará un papel predominante: el de la
diferencia anatómica entre los sexos.
Se trata de una forma particular de la realidad, puesto que por
una parte es ineluctable y por la otra está inscrita directamente
en el cuerpo. Si hasta ahora la realidad era concebida como opo­
sición, como contingencia, nada parecía acarrear en el psiquismo
una organización particular o una limitación de su estructura.
Sino solamente una dirección: no ocurre lo mismo con la anato­
mía o más precisamente con la diferencia anatómica entre los
sexos. Porque Freud, con toda rapidez, transforma la realidad
en acontecimiento, el de la comprobación de esa diferencia. Lo
traumático es el acontecimiento. La realidad anatómica en sí
no puede ser traumática.
No se trata en absoluto de una ley de la naturaleza, sino de una
LA TRANSFERENCIA 193

realidad. La ley sólo llegará después, vendrá precisamente de la


comprobación de las diferencias; la realidad es aquéllo por lo
cual el psiquismo será forzado a organizarse, desfiladero ineluc­
table por el cual deberá pasar el desarrollo psicosexual.
La escisión de la que hablábamos a propósito del Yo-placer
y del Yo-realidad encuentra aquí una prolongación, porque no es
ya solamente con una realidad contingente o necesaria que el Yo
uitoconservador tendrá que vérselas, sino con una realidad que
lomos calificar de sexual y traumática.
: or cuanto choca con el acontecimiento de la comprobación de
diferencia, el acontecimiento tiene más importancia que la
?. dad, en la medida en que, por una parte, es sostenido por
ntasma de castración y, por la otra, implica como “cohere-
o” el narcisismo en un proceso que no ha elegido, y cuva
.aida puede justificar ser interminable precisamente tomando
¿u partido.
Según Freud, el acontecimiento es ineluctablemente traumático.
Habrá que esperar los últimos tiempos del pensamiento freudiano
para concebir que la sexualidad en sí, la pulsión en sí misma,
contendría sus propios gérmenes de oposición y finalmente de
destrucción.
Pero mientras tanto la historia del sujeto lo obliga a pasar por
el desfiladero de la comprobación de una diferencia, que quizá
no es en definitiva más que el aspecto aparente, circunstancial,
de una contradicción más profunda ocultada por la pulsión misma.
Siempre ocurre que frente a esta prueba el m iedo a la castra­
ción soberana entraña justamente la renegación de la realidad, ne­
gativa que sin embargo puede encontrar un compromiso en el
fetichismo.1
Es por lo tanto oportuno distinguir el acontecimiento de la rea­
lidad. El acontecimiento se sitúa en la historia del sujeto que el
1 Los casos de transformaciones sexuales por ablación o injerto de órga­
nos, que constituyen transgresiones, en el sentido fuerte de la palabra, de la
realidad, sólo pueden ser considerados como transgresiones si nos referimos
sólo a la realidad anatómica, sin referencia a la bisexualidad psíquica, o sea
a la realidad psíquica. -
Debe considerársela como ejemplo patente de una tentativa de la realidad
psíquica por ganarle de mano a la real:dad anatómica. Es en ocasión de
ese enfrentamiento que la “realidad psíquica” se manifiesta en la cumbre
de su poder, decidida a modificar las bases de la realidad anatómica para
conformarlas a las de sus exigencias mentales. Vemos allí sus límites, puesto
194 M ICHEL NEYHAUT

acontecimiento puntualiza. Es siempre traumático, porque sobre­


viene sobre empujes pulsionales constantes cuyo destino forzo­
samente desvía.
Pero ese destino no aparece tan traumático sino porque el objeto
lo desvía. Ese desvío, que hemos calificado en la M étapsychologie
como efecto de polea, redistribuye las metas pasivas y activas de
la pulsión; pero hace más que eso, puesto que desencadena en el
sujeto un cataclismo interior.
Si el exhibicionista impone la comprobación de una diferencia
no es sólo por comprobar que su pulsión ha cambiado de sentido
sino por poner en escena el desasosiego de un efecto traumático.
De lo contrario, ¿por qué ante las niñitas más que ante damas
experimentadas?
—Por pedofilia, se dirá.
Mucho más porque las damas avisadas no harán con ello un
drama. Lo que aquí importa (todas las otras razones invocadas
del exhibicionismo permanecen iguales, además) es precisamente
el drama; es decir: desencadenar una “seducción traumática”.
La realidad parece entonces imponerse sobre el fantasma.
Dando paso al acontecimiento sobre la realidad, Freud perma­
nece fiel a una concepción dinámica del inconsciente fundada
sobre la noción de traumatismo.
Es porque hay acontecimientos que puede hablarse de una his­
toria, pero finalmente se percibe que los acontecimientos no
tienen realidad si no son sostenidos por pantallas localizables en
la realidad psíquica. Esas pantallas llevan siempre más lejos, y
hasta sitie die, el hipotético fundamento real del acontecimiento.
Un imperativo técnico se desprende de esta eterna reconduc­
ción, el de hacer com o si el acontecimiento psíquico fuera real.
Así, en Vhomme aux loups (E l hombre de los lobos) se nos
muestra cómo la realidad puede ser acorralada en sus últimos
reductos. Como si la meta final del analista fuera la puesta en
evidencia de un acontecimiento real primordial.
En el capítulo “De la miseria histérica” vimos cómo el aconte-

que ella necesita, para concebirse como realidad, un correlato anatómico,


y éste sólo puede obtenerse por mutilación. Para evitar la castración en la
dinámica mental, es preciso ineluctablemente reencontrarla en su dimensión
efectiva (real).
LA TRANSFERENCIA 195

cimiento traumático se encontraba en el centro (más bien que


en el origen, sin embargo) de la cadena asociativa.
Ahora es preciso que volvamos hacia un estadio anterior del
pensamiento freudiano, el esquema de una psicología científica 2,
para captar el alcance diacrónico de ese acontecimiento.

Proton-Pseudos o la primera mentira

En el capítulo titulado “Proton-Pseudos o primera mentira


histérica”, fechado en setiembre de 1895, vemos como Emma es
acuciada por la idea de que no debe entrar sola en una tienda.
Ella atribuye ese síntoma a un recuerdo de sus trece años: al
penetrar en una tienda para hacer una compra, percibe a los
dos dependientes riendo a carcajadas y sale precipitadamente.
Emma concluye que se burlaban de sus vestidos y que uno de
ellos había ejercido sobre ella una atracción sexual.
El análisis pronto revela un recuerdo anterior al primero: a la
edad de ocho años, ella entra en una tienda y el vendedor lleva
la mano a través de la tela de su vestido sobre sus órganos
genitales.
Freud restablece la cadena asociativa entre los dos aconteci­
mientos y descubre entonces que nos encontramos ante un re­
cuerdo que desencadena un afecto que el incidente mismo no
había suscitado. Entre ambos acontecimientos, los cambios pro­
vocados por la pubertad volvieron sensible una aprehensión nueva
de los hechos rememorados. Ahora, y sólo ahora, el recuerdo
desencadena un empuje sexual que se transforma en angustia.
En estas condiciones, ¿dónde puede situarse la realidad?
Por doquier, si nos atenemos a los acontecimientos; en ninguna
parte, si nos atenemos a la realidad como realidad traumática.
En el momento de la primera escena, que es realmente una
escena de seducción, la maduración pulsional no es suficiente para
desencadenar un empuje sexual y el fantasma queda de algún
modo en suspenso.
En la segunda escena, la más reciente, no hay realidad trau­
mática en primer grado, es decir, no hay atentado propiamente

2 La naissance de la psychanalyse, París, P.U.F., 1956, pág. 363.


196 M ICHEL NEYRAUT

dicho, pero se establece una falsa asociación entre elementos que


han permanecido conscientes. La risa de los dependientes, en lugar
de remitir a Emma al rictus del vendedor durante el atentado,
se asocia con la idea de las ropas y ella concluye que los depen­
dientes se reían de ella a causa de su vestido y que uno de ellos
había provocado en ella una atracción sexual.
La realidad, que es aquí básicamente la realidad traumática no
está pues ni en la primera ni en la segunda escena, sino en la
relación entre ambas.
Lo real no es real sino por acción diferida (Nachtráglichkeit).
Es importante señalar que la idea de falsa asociación es la
misma que llevará a Freud a su primera comprensión de la trans­
ferencia, y que por otra parte la situación analítica constituye
necesariamente, por la realidad y el tiempo de su advenimiento,
un segundo acontecimiento con relación a los acontecimientos trau­
m áticos que lo precedieron.
Desde allí puede comprenderse lo peligroso que sería querer
situar la realidad traumática, y muy particularmente la de una
seducción, tanto en la situación analítica misma, como en un acon­
tecimiento de la infancia que necesariamente la habría precedido.
Ella no se sitúa ni en uno ni en otro. Sino que se revela en la
transferencia, es decir, en un proceso que articula dos aconteci­
mientos que implican puntos reales comunes.
La teoría del Proton-Pseudos muestra cómo un segundo acon­
tecimiento puede reactivar el sentido sexual del primero y que
sin embargo el primero no puede tomar su sentido más que por
el segundo. Es notable, como lo observa Freud, que las ropas,
que son esta vez una realidad absoluta, como hemos mostrado
que podían serlo, sobrenadan, podría decirse, por encima de una
realidad traumática relativa y sirven de pivote a la simbolización.
La ropa, dice Freud, concepto de lo más inocente, juega un
papel simbolizante, pero la estructura del síntoma es tal que ese
elemento simbolizante no juega en él ningún papel. . . cortado
de la conciencia por un eslabón de significaciones inconscientes.
Hay razón para preguntarse si no sólo la teoría del Proton-Pseu­
dos y de la acción diferida aclara solamente la situación analítica
concebida como segundo acontecimiento, sino además la del éxito
tan frecuentemente comprobado de un segundo trozo de análisis.
El “trozo de vida”, como le decimos en nuestra jerga, repre-
LA TRANSFERENCIA 197

sentaría el lapso de tiempo intermedio entre una primera escena


de seducción que sería la del primer análisis, y una segunda
donde, mediante la elucidación de la transferencia y el efecto de
una maduración nuevamente producida, una toma de conciencia
llegaría a ser posible reactivando el proceso de una primera
seducción.
En definitiva, que nos refiramos a la idea de Ferenczi de una
época glacial que ha roto el desarrollo de la humanidad, o que
recurramos como Freud a las dos épocas del hombre, determina­
das por su maduración puberal, o que consideremos el intervalo
entre dos trozos de transferencia, y hasta el tiempo que corre entre
dos sesiones: subsiste la idea de que la realidad ya no está allí,
pero que la función traumática de lo real es tan poderosa que
obliga a concebirla como suspendida.
Se le ha reprochado al pensamiento psicoanalítico permanecer
tributario de la noción de traumatismo; apoyándose en el hecho
de que esta noción estaría enteramente superada por la de fan­
tasma inconsciente, relegando así la realidad al rango de un mal
necesario: incluso de una enfermedad de juventud.
Como vimos, por una parte la realidad es un tropezón necesario
del fantasma; por otra, no se entiende cómo sin la noción de
traumatismo podría erigirse la de repetición.
Si concebimos la cura analítica como segundo acontecimiento,
es en el ciclo de la repetición que hay que entenderla; es decir,
en el ciclo del dominio de las excitaciones pulsionales.
¿Qué papel puede jugar la transferencia en el dominio de esas
excitaciones? (en tanto no se la confunda con las excitaciones
mismas).3
Una observación de Ferenczi nos servirá de referencia. Ha­
blando de los rostros humanos y su eventual semejanza, este autor
adelanta que cuando nos encontramos ante rostros nuevos, con
gran frecuencia establecemos un lazo de semejanza con un rostro
anteriormente conocido.
Según Ferenczi, ese hecho patente de la psicopatología de la
vida cotidiana debe ser relacionado con las fuerzas del instinto de
muerte, las que rehusando toda novedad tratan de aniquilar la
agresión vinculándola con un hecho precedentemente conocido.
Podría objetarse que este intento de dominio puede también
3 Métapsychologie et contre-transfert, pág. 20.
198 M ICHEL NEYRAUT

concebirse como efecto de la libido que no ceja hasta ligar entre


sí unidades siempre más vastas.
La intrincación de la necesidad de reunir nuevas entidades y
dominar las excitaciones provocadas por esta reunión es además
totalmente concebible.
La cura analítica, concebida bajo el ángulo de “segundo acon­
tecimiento”, o sea de una novedad, hace aparecer entonces a la
transferencia como una tentativa de dominar las excitaciones de­
sencadenadas por la situación hic et nunc.
En el flujo libidinal actual e inmanente que resulta de la situa­
ción analítica, la transferencia aparece como un medio para do­
minar sus excitaciones haciendo resurgir el pasado. Al aplicar
a la relación que corre el riesgo de instaurarse los esquemas ya
conocidos de sus relaciones anteriores, la transferencia desvía el
impacto demasiado brutal de dichas excitaciones y las sustituye
inconscientemente por aquellas que en el pasado ha dominado
más o menos, pero que al menos conoce.
Dicho de otro modo, puesto frente a una seducción tanto más
traumática cuanto que él mismo la desencadenó, el paciente, por
la transferencia, llega a dominar la situación nueva, o al menos
busca hacerlo.
La naturaleza misma de la neurosis hace que los estilos rela­
ciónales así impuestos por la transferencia en el lugar de lo que
podría ser una relación nueva, sean ellos mismos traumáticos e
insuficientemente dominados, de manera que, para escapar a un
traumatismo actual, la transferencia recaiga en situaciones con­
flictivas también traumáticas.
La insuficiencia de ese dominio reactiva los intentos de acapa­
rar nuevas unidades.
Este proceso es comparable en ciertos aspectos con el del domi­
nio intelectual, cuya inhibición se manifiesta en lo siguiente:
que los objetos que tiene para conocer en sí son traumáticos por­
que son nuevos. Nuevos significa que aún no están dominados,
y esta ausencia de dominio conduce a asimilar otros objetos en
la falaz esperanza de dominarlos mejor.
Dicho afán de emulación se manifiesta claramente en la inhibi­
ción escolar del niño inteligente que no puede asimilar más que
nociones superiores a su “nivel”, pero que es incapaz de registrar
las que le corresponden.
LA TRANSFERENCIA 199

La angustia está pues determinada por la ausencia de dominio.


El hecho de que los niños gusten repetir indefinidamente y sobre
todo hacer repetir indefinidamente, no cansándose nunca de escu­
char la misma historia, se opone a la actitud del adulto que huye
por todos los medios al aburrimiento de la repetición y se colma
de novedades.
En realidad, esta comprobación no es más que una apariencia.
Creemos que el niño repite mientras que en realidad somos noso­
tros quienes repetimos. La fortuna de los “repetidores” proviene
de que el niño repite muy poco. Cada lectura que para el adulto
parece aburrida porque cree conocerla, es para el niño siempre
nueva; él no termina de inventariar las inflexiones de la voz, las
sobredeterminaciones del texto y las variantes de la lectura, por­
que esas variantes no están aún dominadas.
En consecuencia, traumático no quiere decir necesariamente
doloroso sino nuevo.
Lo nuevo es traumático porque somete a un dominio los ele­
mentos libidinales que contiene.
La cura analítica concebida como segundo acontecimiento es
en este sentido traumática.
Hemos visto la corrección que convenía aplicar a este sentido
de traumático, en la medida en que ni el primero ni el segundo
acontecimiento pueden jactarse de ser en sí traumáticos, sino la
oscilación entre ambos.
La transferencia, que a la luz demasiado viva de las excita­
ciones pulsionales aporta la sombra de las relaciones anteriores,
estabiliza la situación analítica para refugiarse de nuevo en situa­
ciones anteriores.
Esta concepción de la transferencia como elemento inhibidor
estabilizador y reductor de la situación analítica parece hallarse
en completa oposición con las teorías narcisistas de la cura ana­
lítica, según las cuales el estado narcisista del comienzo de la
cura se vería perturbado por la llegada de las excitaciones pul­
sionales correlativas de la transferencia.
En realidad, la transferencia aporta tantos elementos a la “com­
ponente letal” del narcisismo como los que le quita.
Pensamos además que “la componente letal” del narcisismo no
es un simple componente o, si se quiere, goza de todos los de­
rechos.
200 MICHEL NEYRAUT

El repliegue narcisista es mortal, no sólo en el narcisismo secun­


dario, por cuanto arrastra consigo la agresión desviada del objeto,
sino también en el narcisismo primario mismo, por cuanto la quie­
tud, que es esencial, implica reducción a cero de las tensiones.
En realidad, concebimos a la transferencia como oscilando entre
dos polos, un polo narcisista y un polo objetal.
La transferencia no es ni narcisista ni objetal; ella marca, en
el lugar del analista, el punto límite de su culminación narcisista
y objetal.
No es más que un desplazamiento de figuras, proceso en
suspenso.
A veces, por efecto del carácter incompleto de esas figuras, o
más bien de su incertidumbre, por la ausencia de dominio de los
conflictos que les son correlativos, la transferencia lleva al soporte
imaginario, simbólico, o “real” del analista, la misma figura de
ese carácter incompleto. La transferencia interroga entonces al
analista y busca en una respuesta la certidumbre que le haría reco­
nocer tal figura como imaginaria, simbólica o real.
Otras veces, por efecto de las fijaciones, por la suma de con­
flictos dominados o superados, por el carácter, por la 'legaliza­
ción” de las contracargas, por la repetición mortífera de las de­
mandas donde las respuestas están implicadas en la pregunta, la
transferencia lucha contra toda innovación, asegura la estabili­
dad de las situaciones imprevistas, previene lo inesperado.
Esas figuras y las experiencias conflictivas a que están afecta­
das tienen a la vez un valor narcisista de integración y un valor
mortal de repetición.
Pero qué decir entonces de una figura, puesto que se dice que
ella está transferida.
Si nos remitimos a la noción de pulsión como concepto límite
entre lo biológico y lo mental, para franquear el límite es preciso
concebir la figura al menos bajo los rasgos de una representación.
La figura significa entonces la más pequeña unidad susceptible
de figurar en una cadena asociativa, o sea: lo que llamaremos un
psiquema.
El psiquema no puede ser asimilado ni a la palabra, ni al
fonema, ni a ningún otro efecto de puntuación del lenguaje;
tampoco al concepto, que no puede marcar más que un momento
reflexivo sobre un o una serie de psiquemas, sino que debe ser
LA TRANSFERENCIA 201

concebido precisamente como la más pequeña unidad fantásma-


góricamente desplazable.
Desde este punto de vista, puede concebirse al psiquema como
pivote tanto de la identicación como de la introyección como
de la transferencia, salvo que el destino de los psiquemas se en­
cuentre modificado por los mismos mecanismos que lo encierran
en una visión fantasmática.
En este sentido la introyección y la proyección son sólo meca­
nismos que indican el sentido vectorial en el cual los psiquemas
pueden ser transitados.
El problema es saber si es posible considerar un status de
los psiquemas: por ejemplo, definir un identema o un introyecto,
sin hacer intervenir el enganche de las representaciones con los
restos verbales, lo que implicaría que no hay psiquema que no
sea necesariamente un significante. .
Puede entenderse entonces un psiquema primordial como ase­
gurando en los mecanismos del pensamiento un papel deter­
minante, como la serie: seno, pene, hijo. Esta serie es conce­
bible como psiquema sólo porque es una serie, y no puede
detenerse en ninguna etapa de su representación sino que, por
el contrario, extrae de su simbolismo el poder de ser represen­
tada por uno cualquiera de esos significantes.
En lo que concierne a la transferencia, de la que vimos que
no podía ser asimilada a los mecanismos de introyección o pro­
yección, los psiquemas desplazados y concebidos como la más
pequeña unidad desplazable pueden corresponder a la "dimen­
sión” del más pequeño detalle simbólico, como a la representa­
ción de un personaje entero que deviene por un momento la
más pequeña unidad representada.
Puesto que es preciso entonces distinguir los psiquemas pri­
marios correlativos o contemporáneos de las identificaciones pri­
marias, y los psiquemas secundarios, veremos que, aun en el
nivel primario, los psiquemas no pueden ser considerados como
unívocos; no podemos concebirlos sino a través de sus retoños,
que son los conceptos.
Lo que equivale a decir que es impensable concebirlos de
otra manera que por diferencia grande-pequeño, lleno-vacío,
fuerte-débil. Conceptos todos estos cuyo sentido opuesto se
encuentra en las palabras primitivas, y de los que Freud pen­
202 MICHEL NEYRAUT

saba4 que representaban la confirmación de su concepción de


la expresión del pensamiento en el sueño.
Si, a nivel de los conceptos, el sentido del concepto mismo sólo
se manifiesta por diferencia, o si a nivel de las imágenes, como
pensaba Freud, el valor sólo se manifiesta en razón de la opo­
sición, el psiquema puede ser concebido como generador de esa
oposición y se sitúa por ello a nivel de la barra de separación.
Que el agrupamiento de psiquemas se ordene en complejos
asociativos; que por efecto de la fijación parezcan construirse
alrededor de la figura central de un personaje o de un rol;
que por la esencia de las relaciones en las que se integran se les
confiera el valor de una imagen, o que por su insistencia en el
campo dialéctico de la transferencia se les atribuya el valor (e
incluso para algunos la naturaleza) de un significante, esos di­
ferentes agrupamientos no pueden encontrar coherencia sino
vinculados con el pensamiento y las ideas inconscientes, las que
por la transferencia, es decir por el rodeo de otro pensamiento y
de otra subjetividad, encuentran el medio de devenir conscientes.

4 S. Freud, Des sens opposés dans les mots pñmitifs, 1910.


CAPÍTULO II

LA REALIDAD DE LA TRANSFERENCIA

Así como la “realidad sexual”, es decir, la comprobación de la


diferencia de sexos, se presenta primero como un accidente,
incluso ineluctable, del desarrollo psicosexual, mientras que en
realidad es un determinante absoluto, igualmente la transferen­
cia aparecerá primero como un obstáculo en la cura mientras
que su dcvelamiento dará cuenta del desenvolvimiento de esta
cura- y aun del hecho de que haya aparecido como un obstáculo.
Es decir, la transferencia es una realidad. Fuerte podría ser
la tentación de conmutar la transferencia por algo real. La
esencia .de la transferencia está en el movimiento que transfiere
y repite un modo de relación; no es esta relación, es su trans­
ferencia.
Por cierto, ese desplazamiento corresponde a una “realidad
psíquica”, es decir que puede ser considerado, a justo título,
como el objeto de una investigación, de una elucidación, a
veces de una interpretación; es decir que por la intensidad de
las fuerzas que vehiculiza, trata de encaminarse según las exi­
gencias de la realidad exterior, Pero si su constancia, su per­
manencia, incluso su inmutabilidad pueden hacerla pasar por
real, sostenemos el principio de que es más verdadera que real.
Se plantea entonces el problema de saber si lo que es despla­
zado, lo que es remitido, incluso lo que es sublimado en, sobre,
por y con el analista puede ser calificado como real y tenido
por real.
En cuanto a este problema, nace una confusión del empleo de
204 MICHEL NEYRAUT

expresiones tales como “origen de la transferencia” (M. Klein)


o transferencia de base, base de la transferencia.
Es fácil objetar que no se trata de una querella entre palabras,
sino que, precisamente, las palabras son trampas a convicción.
Estas expresiones llevan a pensar que la transferencia es una
relación sólida que podríamos representarnos como una barra,
un segmento que se habría constituido en la infancia y que brus­
camente reaparecería en la actualidad de la situación analítica.
Si queremos atenernos a una definición estricta de la trans­
ferencia esto no tiene sentido, porque la transferencia sólo pue­
de ser el correlato de una relación. Es el desplazamiento de una
relación; no puede haber en la infancia una transferencia pe­
queña que se desarrollaría para llegar a ser una transferencia
grande. La constancia de la pulsión autoriza a decir que hay
algo de permanente, de constante, de reencontrable, pero no
aleo real.
La expresión relación de objeto transferencial, aunque per­
fectamente coherente en el sistema de Maurice Bouvet, difícil­
mente pueda ser transpuesto en otro corpus teórico, precisa­
mente porque objetiva la transferencia con un índice muy fuerte
de realidad.
De la distinción que hemos de establecer entre transferencia
directa y transferencia indirecta surge que existe no sólo una
diferencia, sino incluso una oposición entre una relación de ob­
jeto directo en la transferencia y la transferencia misma, que
no es otra cosa que la adecuación, el desplazamiento, a veces la
sublimación de esa relación.
Tal oposición es el campo donde se ejercen dinámicamente
las fuerzas de la contratransferencia, que espontáneamente apun­
ta a hacer indirecta la relaéión erótica para protegerse de ella,
y a hacer directa la que por los múltiples caminos de la resis­
tencia tendería a reducir la relación analítica a un valor no
significante.
Sin embargo, por cuanto una relación infantil puede ser de­
finida y en cierto modo localizada, o si cambiando de punto de
vista adoptáramos la actitud de un psicoanalista genético y hasta
pasáramos a ‘la observación directa” de un niño, podríamos
entonces declarar real un movimiento que fuera constitutivo de
su objeto; en resumen, podríamos objetivar un comportamiento.
LA TRANSFERENCIA 205

Pero en la experiencia analítica propiamente dicha, no pu-


diendo localizar ni categorizar un movimiento semejante, nos
veremos reducidos a comprobar la permanencia, la inmutabili­
dad, la rigidez de una “actitud” en la relación analítica.
La insistencia de la demanda llega a ser tal (es el tema fun­
damental del análisis definido - análisis indefinido) que no puede
interpretarse más que como resistencia: resistencia al análisis; me­
jor sería decir: resistencia al analista.
Esa resistencia, por su constancia, acaba por tener una realidad.
Puede entonces interpretársela como la remanencia de una
realidad anterior, como la reedición de una relación infantil
donde dominara el negativismo; después, llevar enseguida ese
negativismo al principio general de la pulsión de Muerte cuya
expresión marca la repetición.
Se trata de una doble reificación, de la cual el texto de Freud
sobre “Análisis definido-análisis indefinido” suministra más bien
su mal comprendido pretexto que su argumento verdadero.
La primera de esas reificaciones consiste en pensar que el
negativismo del niño era un estado y por eso no se inscribía en
una relación dialéctica.
La segunda es llevar ese negativismo a una teoría “sustancial”
del instinto de muerte, en cuyo nombre la repetición no corres­
pondería más que a un status biológico.
Ahora bien, si se conduce el problema de la resistencia a su
verdadero campo, que es el de una relación dialéctica, se com­
prenderá que la insistencia, la repetición y aun la remanencia
de una situación negativista no representan más que lo negativo
de una demanda, inclusive si esta demanda no encuentra otro
medio que la repetición para llegar a sus fines, es decir, obtener
una respuesta.
Es a ese título, me parece, que es preciso relacionar la parte
de transferencia que Freud designa con el nombre de reimpre­
sión, reedición y no repetición.
O bien la demanda es verdaderamente una demanda y lo
que es transferido apunta a obtener por la transferencia una
respuesta v la repetición es entonces el medio más .apropiado
para ese fin, o bien la repetición no es sino una repetición, o
sea: letra muerta. Pero en ese caso es difícil entender qué
podría tener ella que hacer con la transferencia.
206 MICHEL NEYHAUT

Las palabras reimpresión y reedición dicen bien lo que quie­


ren decir, y se reconocerá en ellas la marca escrituraria de su
intención.
La escritura asume aquí su función de permanencia; es pre­
ciso que eso sea inscrito; no existe duelo sin epitafio, demasiado
bien se sabe la toma de partido que oculta el elogio fúnebre y
la ambivalencia que oculta el panegírico.
Por el contrario, el epitafio firma y sella.
Scripta manent, verba volant.
El Petit Larousse, que es muy listo, dice bien que se trata
de un proverbio que aconseja circunspección en circunstancias
en que sería imprudente dejar pruebas materiales de una opinión.
Pero la situación analítica ofrece, muy por el contrario, por
medio de lo irrevocable , una posibilidad de inscribir para siem­
pre a la transferencia como avalada.
Lo que se ha denominado resistencia por la transferencia
(Maurice Bouvet) encuentra de hecho en lo irrevocable su vo­
cación. La reedición y la reimpresión traducen bien ese sentido
de la escritura de ser una resistencia.
Pero por el momento, ocupados en restablecer en el campo
dialéctico el lugar de la transferencia, veremos que esta última
se inscribe (es momento de decirlo) en una oposición y que
entonces nos es preciso hacer que intervenga la noción de trans­
ferencia negativa.
Si nos atenemos a su estricta definición, la transferencia ne­
gativa no reside sino en la reviviscencia de emociones hostiles
y en su desplazamiento sobre el analista. La expresión de esas
emociones hostiles es en efecto perfectamente observable en
análisis, sea que se exprese directamente, o que necesite un
desciframiento.
Pero “muy loco es quien se fía de ella” por la simple razón
de que habría que saber interpretar el momento dialéctico en
el cual la expresión de esa emoción hostil se inscribe. Tal apre­
ciación desfavorable, formulada con respecto al analista, ¿qué
es lo que traduce? ¿la marca de un amor defraudado, el signo
de una inversión de amor en odio o, por el contrario, la huella
directa de un rechazo primitivo? ¿Manifiesta una expresión de
envidia? Pero en este caso, ¿no implica el reconocimiento previo
de cualidades envidiables, etc.? Problemática esta que, mutatis
LA TRANSFERENCIA 207

mutandis, puede también ser levantada por las manifestaciones


de una transferencia de expresión positiva.
Entendamos bien que el concepto de ambivalencia es equívoco
si consiste en querer absolver el problema afirmando que al fin
de cuentas todo está en todo y recíprocamente, y que no cabe
saber si debemos ocupamos de la carne o del pescado.
El concepto de ambivalencia no debe ser asimilado al de mis­
tura, sino más bien a la dialéctica congelada, incluso en sus­
penso, que oculta.
Así, se hablará de grados de ambivalencia, de una ambivalen­
cia débil o fuerte que decide sobre el grado de equilibrio de
fuerzas, sobre su relación, pero no sobre las fuerzas mismas.
Una concepción de la transferencia que tendiera a interpre­
tarla como el simple reporte, la estricta repetición de una rela­
ción anterior en una relación de objeto actual llamada relación
de objeto transferencial, sólo puede considerar la expresión ne­
gativa o positiva de la transferencia como la repetición y el
desplazamiento de emociones antaño experimentadas y luego
reprimidas, de manera que la interpretación o la toma de con­
ciencia no podría concebirse sino así formulada “era como eso
antes y también es corno eso ahora”.
Nuestra ironía al describir el movimiento no debe cebamos,
y con ello ocultamos que, en efecto, ese movimiento existe, pero
no traduce más que un momento en su tribulación dialéctica y
que detenerse en tan buen camino conduce al pensamiento ana­
lítico a detenerse él mismo y al mismo tiempo constituirse él
mismo como pura repetición.
Si restituimos a la situación analítica su polo contratransfe­
rencial, comprobaremos que el efecto positivo o negativo de la
transferencia sólo es perceptible como tal si es opuesto a la co­
rriente contratransferencial y determina entonces efectos de con­
cordancia y discordancia, de armonía o desarmonía, un ejemplo
de los cuales dimos en el primer capítulo.
Esos efectos de armonía o desarmonía son entonces los úni­
cos que permiten asignar a tal expresión negativa o a tal ex­
presión positiva de la transferencia su momento verdadero en
el desarrollo dialéctico, para decretar que tal movimiento de
odio no es más que la inversión de amor, para decretar que tal
otro es la expresión directa de una identificación, etcétera.
208 MICHE6 NEYRAUT

Se observará que entonces el concepto de resistencia y el de


transferencia negativa pueden ser concebidos como correlati­
vos, incluso como consustanciales, como ocurre con Freud, para
quien resistir a la elucidación de los fenómenos inconscientes y
resistir al analista son una sola y misma cosa.
Esto supone evidentemente que, a la inversa, se conciba la
alianza del analista y su paciente como una fuerza que apunta
al mismo objetivo, alianza cuyos acentos bíblicos encuentran en
Freud un eco particular y abren el campo místico del análisis.
Moisés está en el horizonte de ese movimiento que técnica­
mente se interpretará como una sublimación, pero que dialécti­
camente no podrá concebirse sino como el choque, la adopción
y finalmente la consagración del descubrimiento analítico.
El adepto, el discípulo, el hijo o el aliado encuentra aquí el
momento de su advenimiento fantasmático, advenimiento cuyos
accidentes reactivan el proceso de la filiación, del sacrificio, de
la castración, pero cuya superación autoriza a concebir un común
designio: el ideal colectivo de una muchedumbre de dos.
En tiempos de Freud, el advenimiento histórico del análisis
podía confundirse con el advenimiento particular de cada nue­
va cura.
Ningún cliente que no fuera un adepto en potencia, ninguno
que no resistiera al mismo tiempo al descubrimiento de sí mis­
mo y a la perspectiva del movimiento del pensamiento analítico,
ninguno cuyo proyecto no fuera al mismo tiempo el proyecto
del pensamiento freudiano.
Esos dos tiempos son ahora separados por el aparato de las
sociedades, por la codificación de la transmisión del análisis,
por el código civil de la filiación que excluye a los hijos na­
turales.
Pero la alianza seguirá siendo el punto de culminación de una
misma perspectiva, a condición de que Freud la desenmarañe
como pueda, allí abajo, con Moisés, a condición de que sus
sucesores sepan en qué sentido conviene dar largas a tan histó­
rico asunto.
Si trazamos el punto límite de la culminación de una transfe­
rencia positiva como un punto místico, es para señalar que ese
punto no puede ser entendido sino como efecto de un acuerdo
y que lejos de escapar por cierta asunción de la mónada al
LA TRANSFERENCIA 209

tiempo dialéctico de su advenimiento, es preciso reunir, por el


contrario, dos corrientes que en ese caso van en el mismo sentido.
La alianza que necesariamente se funda sobre la transferencia
y la contratransferencia positivas no debe su positividad más que
al hecho del acuerdo. Puede imaginarse entonces que este
acuerdo oculta en sí mismo los gérmenes de un mal fin, como
esos ciegos que representa Breughel y de los cuales el primero
de la fila se ha extraviado en una zanja. La alianza puede en
efecto concebirse como un acuerdo del mismo lado de la barre­
ra para resistir juntos al descubrimiento del sentido. Se ve en­
tonces que la positividad de la transferencia no es positiva sino
con respecto al deseo del analista, y que supone otra positividad
más absoluta.
Esta positividad absoluta se dibuja y se revela perfectamente
en el análisis, donde el sentido parece develarse bajo los ojos
del analista y de su paciente como un hecho nuevo que los
supera a ambos; entonces ya no hay precesión de la contratrans­
ferencia, ni pregunta ni respuesta. La superación de los mo­
mentos dialécticos encuentra su culminación en la revelación
de un sentido que deja muy detrás suyo la positividad o la negati-
vidad de la transferencia, a la que sin embargo sirvieron de
trampolín.
Esta interpretación de la transferencia positiva y de la trans­
ferencia negativa se inscribe en el movimiento contrapuntístico
que nos parece caracterizar el proceso analítico. Es por ello
que la transferencia negativa se traducirá por un efecto de
oposición y la positiva por un efecto de acuerdo.
Dichos efectos de acuerdo o de oposición no se conciben sino
oponiéndose o acordándose al punto de vista del analista, que
puede ser adecuado o caduco.
Si lo suponemos adecuado, si por ejemplo la construcción y
la reconstrucción en'análisis van en el sentido de una elucida­
ción siempre más avanzada, podemos confundir resistencia y
transferencia negativa bajo un mismo término, y decir que resis­
tir al analista o resistir al análisis es una sola y misma cosa.
Si, por el contrario, suponemos caduco el punto de vista del
analista, esta caducidad casi no podrá apreciarse desde un punto
de vista absoluto, ni “fuera” de la situación analítica. No será
posible, en nombre de una verdad superior, de una técnica
210 MICHEL NEYRAUT

mejor, de una extrapolación ideal, decretar que tal otra inter­


pretación hubiera producido mejores frutos, hubiera evitado tal
estancamiento, reducido el efecto de resistencia, etcétera.
Sólo se podrá interpretar esta caducidad en función de las
interacciones transferenciales y contratransferenciales que hayan
acarreado una caducidad semejante.
Quizá sea legítimo emitir un juicio crítico, pero se compro­
bará entonces que por un efecto de acuerdo el analista y su
paciente se encontraron por un tiempo del mismo lado de la
resistencia, del mismo lado de las fuerzas de represión; que
por un efecto de complicidad, ambos se encontraron, por la
fuerza de la transferencia y contratransferencia positivas —arras­
trados como los borregos de Panurgo—, en un mismo instante de
ceguedad.
Igualmente podría demostrarse que por la interacción de los
movimientos de transferencia y contratransferencia negativas, es
también del mismo lado de la resistencia que se reencuentran
nuestros dos protagonistas para enredarse en una relación sado-
masoquista.
Existe entonces una positividad y una negatividad más abso­
lutas que aquellas que se dedican a caracterizar la transferen­
cia; no puede tratarse sino de una sublimación, es decir, una
derivación de la meta sexual, de las pulsiones primitivamente
comprometidas. Con ello, también se remarca el efecto nece­
sario de ruptura, de fractura, de demarcación que desanuda el
lazo de acuerdo o de desacuerdo de una relación transferencial.
El efecto más seguro de la interpretación no siempre consiste
en apuntar al blanco, porque apuntar al blanco refuerza siempre
la transferencia positiva o amplifica la reacción negativa.
Si ese valor de sublimación, que según Freud form a parte de
la transferencia, se entiende de ordinario como adquirido por el
analista y como que d eb e ser adquirido por el paciente, se pre­
cisan algunos ejemplos de que siempre ocurre así, y como rasgo
de ingenio se citarán, mientras que se trata de un hecho funda­
mental, esos análisis mal llevados cuyo resultado demuestra ser
excelente gracias al talento del analizado.
Agreguemos que la conducción de la cura en sus momentos
estratégicos o tácticos no va necesariamente en el sentido de una
elucidación. Todo lo contrario, ella puede dejar en la sombra
LA TRANSFERENCIA 211

determinado punto enigmático. El analista se hará entonces


temporariamente aliado de la represión; lejos de ser excepcional,
esta actitud, sostenida por el silencio, es la más frecuente.
La positividad y la negatividad de la transferencia se introdu­
cen así en la noción de afecto transferencial, como también en
el problema de las cargas libidinales desplazadas en la trans­
ferencia.
¿Qué será aquí de la realidad de la transferencia?
Si nos atenemos a la interpretación de la transferencia como
pura y simple repetición, si la consideramos como la reitera­
ción pura y simple de una relación infantil real y repetida más
que desplazada sobre el analista, deberemos también considerar
a la transferencia como otra realidad en un todo semejante a la
primera. Buscaremos entonces en el análisis “actitudes proto-
típicas”, hablaremos de localización y necesariamente de obje­
tivación de comportamientos revelables en su repetición e in­
terpretables como tales. Estos comportamientos existen, esas
localizaciones son posibles, estas interpretaciones son practicadas.
Si, por el contrario, remarcamos el aspecto de reedición, de
reimpresión de la transferencia, si consideramos que el despla­
zamiento no es solamente un movimiento pasivo sino un movi­
miento que crea, que inventa y que transmuta, y hasta que su­
blima las fuerzas de que es portador, daremos menor peso a la
realidad de comportamiento anterior, interpretaremos el movi­
miento dialéctico de las oposiciones contratransferenciales más de
lo que localizaremos y no objetivaremos tal o cual actitud, incluso
tal posición en el sentido ldeiniano del término; nos alejaremos
de la realidad fáctica de los acontecimientos, mas tendremos por
fantasmáticos a los elementos de una escena primitiva de los que
investigaremos sus circunstancias reales, etc. En resumen, aca­
baremos diciendo que la transferencia no tiene nada de real.
Estas dos posiciones son igualmente ilusorias e igualmente ver­
daderas, en el sentido de que la realidad en análisis no es nun­
ca un dato de hecho sino que, si puede decirse, ella queda por
hacer.
Todo análisis corre siempre el riesgo de ganarle de mano a la
realidad sobre el fantasma, como también de desvanecerse en
una visión “proustiana”.
No hay una realidad, sólo hay realidades.
212 MICHEL NEYRAUT

En el fondo de cada sueño, de cada fantasma, de cada idea,


de cada recuerdo, de cada transferencia, hay un tropiezo de lo
real, una realidad que funciona como límite, entendiéndose que
cada una de las funciones psíquicas que acaban de ser enu­
meradas: sueño, fantasma, recuerdo, etc., constituye ella misma
una realidad psíquica en cuyo interior la realidad límite funcio­
na como opositora y dialoga con lo subjetivo.
Hay pues múltiples realidades pero que rápidamente pierden
su carácter absoluto para devenir relativas a la categoría psíqui­
ca en la que se inscriben. De manera que con relación al sueño
el resto diurno que lo indujo es una realidad, evidentemente
relativa puesto que se ha separado de un acontecimiento real
más global en razón de su significancia. Asimismo, la "escena
primitiva” ofrece a la investigación sensorial del sujeto un sopor­
te “real” pero que sólo es real frente a un fantasma edípico que
lo encierra. Pero la realidad misma encuentra en cierta manera
una más real que ella, si se admite aue ella dejjende de los es­
quemas filogenéticos de h especie; los cuales descansan sobre
una última realidad: la de las huellas mnésicas.
Cuanto más se teoriza, más relativo deviene el sentido de
la realidad en la medida en que en cierto modo ella se interio­
riza. Si la realidad continúa siendo exterior y objetiva, rápida­
mente será su intención subjetiva la que entrará en juego.
Así, puede “tenerse en cuenta” la realidad o negarse su exis­
tencia; un paso más y se dirá de la realidad que puede ser “re­
primida”, lo que, sin duda, es un término impropio, pero que
muestra que la realidad no es sólo un exterior que se opone,
sino un interior que forma parte del psiquismo.
Se dirá aue en la segunda tópica el Yo tiene en cuenta exigen­
cias del Ello, del Superyó y de la realidad, lo que le confiere
casi el status de una instancia.
Por último, la realidad llega a confundirse con el “sentido de
la realidad” el cual es propiamente subjetivo e interior.
La realidad es, pues, perfectamente relativa. Su verdadera
función en la cura es ser también ella un término dialéctico, es
decir, oponerse o unirse a determinado movimiento del proceso
analítico según las necesidades de la causa.
En cuanto a pronunciarse sobre la “realidad” de un aconteci­
miento traumático, es éste un punto de vista estrictamente teó­
LA TRANSFERENCIA 213

rico o, si se prefiere, científico que escapa al proceso analítico


propiamente dicho, pero que sin embargo puede testimoniar
una posición contratransferencial (momento reflexivo) como lo
mostramos en el primer capítulo de la primera parte.
Las interminables discusiones de algunos autores (Ida Mal-
capinc, Silverberg, Glover) para saber si las circunstancias que
rodean la sesión analítica deben ser contabilizadas como reali­
dad o como transferencia, por ejemplo el apretón de manos, el
abrir la puerta e incluso ciertas actuaciones, etc., no tienen en
mi opinión ningún interés, porque la “realidad” no se sitúa en
determinado sitio absoluto de una circunstancia sino que depen­
de estrechamente del movimiento dialéctico que se le impri­
me, de manera que determinado apretón de manos puede tanto
testimoniar una realidad en el sentido de una opacidad de la
resistencia como una expresión transferencial en el sentido dia­
léctico del término. Lo importante es que escape o no a una
interpretación en la transferencia; puede ser realidad porque se
la desea insuperable como tal, o realidad en el sentido de realidad
psíquica, porque corresponde a un determinismo inconsciente
interpretable en la transferencia.
Más que pronunciarse sobre la realidad de la transferencia,
será preferible hablar de índice de realidad, entendiéndose que
el valor de esc índice deberá determinarse durante la cura y
dependerá del valor que el analista y su paciente le confieran.
Se comprenderá mejor la importancia de ese índice al consi­
derar el grado de realidad que conviene apreciar en expresiones
tales como transferencia paterna y transferencia materna.

Transferencia paterna, transferencia materna


Estas expresiones parecen acreditar la tesis de una realidad
de la relación transferencial que devendría propiamente paterna
o materna, y donde el índice de realidad podría tomar un valor
enorme.
Conviene a ese propósito recordar la concepción de Freud en
lo concerniente a la teoría general de las neurosis; no pudo ser
más claro en este punto:1
1 S. Freud. “Introducción al psicoanálisis”, en Théorie générale des né-
vroses, trad. V. Jankélévitch, París, Payot, 1949, pág. 488.
214 MICHEL NEYRAUT

“Es bueno que sepan que las localizaciones de la libido sobre­


venientes durante y después d el tratamiento no autorizan ningu­
na conclusión directa en cuanto a su localización en el curso del
estado mórbido. Supongamos que en el curso del tratamiento
comprobamos una transferencia d e la libido sobre el padre y que
logramos separarla felizmente d e este objeto para llevarla a la
persona del médico: sería un error concluir de este hecho que
el enfermo ha sufrido realmente una fijación inconsciente de su
libido en la persona del padre.2 L a transferencia sobre la per­
sona del padre constituye el cam po d e batalla sobre el cual aca­
bamos adueñándonos de la libido; ésta no se encontraba allí des­
de el comienzo, sus orígenes están en otra parte. El cam po de
batalla en el que combatimos no constituye necesariamente una
d e las posiciones importantes d el enem igo. La defensa de la
capital enemiga no está siem pre y necesariamente organizada
ante sus mismas puertas. Es sólo después de haber suprimido
la última transferencia que - puede reconstituirse mentalmente
la localización de la libido durante la enferm edad misma.”
Puede comprobarse, pues, en el curso de las modificaciones
dinámicas registradas durante la cura, una transferencia pater­
na. La expresión transferencial paterna es distinta de la expre­
sión transferencia entendida en su sentido general, que especi­
fica el desplazamiento de un complejo de representación sobre
la persona del médico.
Vemos que aquí la realidad de la transferencia sólo puede
apreciarse con un índice muy débil. La verdadera “realidad” de
una relación arcaica entendida desde un punto de vista genético
no podrá apreciarse más que por reconstitución teórica, cuando
la última transferencia esté suprimida.
Es evidente que el empleo de las expresiones transferencia
paterna y transferencia materna se justifica bajo la expresa reser­
va de no considerarlas nunca como repetición pura y simple de
una realidad histórica sino como reordenación, nueva y transi­
toria distribución de las energías psíquicas durante la cura.
La noción de fijación sostiene aquí el empleo de esas expre­
siones; la fijación de la tendencia es definida por Freud 3 como

2 El subrayado es nuestro.
. 3 S. Freud, “Introducción al psicoanálisis”, en Théorie générale des né-
vroses, trad. V. Jankélévitch, París, Payot, 1949, pág. 366.
LA TRANSFERENCIA 215

el hecho, para una tendencia parcial, de rezagarse en una fase


anterior, y ninguna otra cosa.
A partir de allí importa captar las relaciones que unen la
regresión a la fijación para situar convenientemente el lugar de
la transferencia con respecto a esas dos nociones.4
“La regresión tiene lugar cuando, en su form a más avanzada
y en el ejercicio d e su función, es decir, en la realización d e su
satisfacción, una tendencia se enfrenta con grandes obstáculos
exteriores. Todo conduce a creer que la fijación y regresión no
son independientes la una d e la otra. Cuanto más fuerte en el
curso del desarrollo es la fijación, más fácil le será a la función
escapar a las dificultades exteriores mediante la regresión hasta
los elementos fijados, y la función formada tendrá menos posi­
bilidades d é resistir los obstáculos exteriores que encontrará en
su camino. Cuando un pueblo en movimiento ha dejado en su
ruta fuertes destacamentos, las fracciones más adelantadas, si
son vencidas o se enfrentan con un enemiga muy fuerte, ten­
drán una gran tendencia a volver sobre sus pasos para refugiar­
se junto a esos destacamentos. Pero las fracciones adelantadas
también tendrán tantas mayores posibilidades d e ser vencidas
cuanto más numerosos sean los elementos retrasados
A despecho de estas metáforas guerreras se concibe que, en
este caso, la actualidad de la situación analitica, la realidad del
analista puede constituir una fuente de excitaciones que sirven
entonces de lugar de descanso para la satisfacción de las tenden­
cias inconscientes, y que ello entraña un movimiento regresivo
en el curso del cual aparecerán los puntos privilegiados de una
fijación, que puede ser materna, paterna o cualquier otra, pero que
se denomina así por referencia a los primeros objetos marcados
por la libido, de los que sabemos que son de naturaleza incestuosa.
Con mucha frecuencia, por una suerte de abuso de saber, por
precipitación, se interpretan así las transferencias llamadas pa­
ternas, sin preocuparse por las etapas intermedias: la fijación,
los accidentes de tránsito, las múltiples connotaciones de la
constelación familiar, el importantísimo papel del fratricidio o de
la fijación de tendencias parciales en objetos aparentemente
alejados del complejo familiar.
Por cierto, todos estos riesgos de la fijación pueden ser vincu­
4 Id., ibid., pág. 367.
216 MICHEL NEYRAUT

lados con el complejo central de la triangulación edípica. Pero,


en lugar de concebir a ese complejo central como punto de
partida, con mayor frecuencia convendría considerarlo como
punto de llegada, siempre enigmático, siempre sorprendente,
siempre por descubrirse.
Ahora bien, el proceso analítico extrae su fuerza esencialmen­
te de dos cosas: de la elucidación de los fenómenos inconscien­
tes organizados en complejos enigmáticos y del desplazamiento
de los elementos de esos complejos. Pero toda la dinámica de
la transferencia, es decir todo lo que hace que “ahora ya no sea
totalmente la misma cosa”, reside en que el desplazamiento, aun­
que virtual y justamente porque es virtual, transmuta los elemen­
tos que desplaza y los calibra según otra medida. Si los naipes son
siempre los mismos, su distribución ya no lo es. La transferencia,
en la medida en que no es real sino verdadera, puede restituir a los
elementos desplazados su valor memorativo, desenmascarar sus
falsas asignaciones.
El momento fundamental por el cual el impulso pulsional es
lo constitutivo del objeto supone, por la permanencia de esa cons­
titución, una estructura que tiene en cuenta a la vez la “geogra­
fía pulsional”, es decir, el lote particular de predisposiciones
erógenas y una capacidad de desplazamiento de esa estructura:
el movimiento por el cual esa estructura se¡ desplaza es la trans­
ferencia.
L a transferencia no es esa estructura.
Es el movimiento por el cual esa estructura puede desplazar
sus elementos organizados de manera com pleja.
Ese movimiento no es libre , está determ inado por la estructura
que se desplaza , por las resistencias o facilitaciones que pueden
serle opuestas.
En este sentido, las fijaciones infantiles, por el predominio
de un tipo de elección objetal históricamente determinado, en­
trañan una rigidez de desplazamiento y una suerte de rigor fatal
de su punto de culminación.
La transferencia está estrechamente ligada a la repetición de
circuitos pulsionales complejos que topan con los puntos de fija­
ción prcstablecidos; en este sentido es que pueden tener funda­
mento las expresiones transferencia paterna y transferencia ma­
terna, entendiéndose que esas denominaciones pueden dar cuen­
LA TRANSFERENCIA 217

ta de fijaciones más bien que de un movimiento libre. Es por


ello que los términos polo objetal y polo m rcicista de la trans­
ferencia, que no son calificativos de la transferencia sino los lími­
tes puntuales de sus manifestaciones, superan por su punto de
vista los álcas históricos de las fijaciones y dan mejor cuenta de
la labilidad por la cual, en el curso de una misma sesión, si no
de una secuencia y aun de una sola palabra o de un silencio,
el soporte transferencial del analista puede ser calificado como
paterno o materno.
El analista no es el objeto de la transferencia; es sólo el punto
límite de su culminación fantasmática, objetal o narcisista.
Sin embargo, todo lleva a creer que el analista es el objeto de
la transferencia. Todos los esfuerzos del paciente, todas las fuer­
zas inconscientes de las que dispone se organizan para convencer
al analista de que “es” el padre o de que no lo “es”, lo que
viene a ser lo mismo. Todo el error llamado contra transferencial
del analista es creerlo, sea que quiera entonces asumir el papel de
esta posición, sea que por identificación le dé entero crédito.
Estas tendencias a la reificación en la cura aparecen apoyadas
por algunas teorías resueltamente realistas de la transferencia.
Entre ellas, el artículo, citado muy frecuentemente, de Ida Macal-
pine, marca una posición clave.5
Representa la piedra angular de estas concepciones tanto por­
que el autor abordó explícitamente el tema como por el examen
de las ideas que precedieron su punto de vista.
Es así como Ida Macalpine denuncia, a justo título por lo de­
más, las ambigüedades y contradicciones de que dan testimonio
las concepciones de los posfreudianos sobre la transferencia.
Pero todo se embrolla cuando se plantea el problema de la
“servidumbre libidinal mutua”, a la que Freud alude en Psycho-
logie collective et analyse du Moi (Psicología colectiva y análisis
del Yo).
Freud está esencialmente preocupado por mostrar que hay una
similitud fundamental entre la transferencia y la hipnosis y que
la sugestión es inherente a la empresa analítica, pero que, por la
posibilidad de elucidar la transferencia, esa sugestión no lo es.
Asigna pues al análisis de la transferencia una meta muy precisa,

5 Ida Macalpine, en T he Psychoanalytic Qmrterly, vol. XIX, págs. 501­


539, 1950.
218 MICHEL NEYRAUT

la de denunciar, a medida que surgen, los elementos transferen­


ciales inconscientes para elucidar su sentido.
El problema de la sugestión es nuevamente planteado y según
Ida Macalpine, no resuelto; la vieja cuestión que largamente tra*
tábamos en el primer capítulo de la segunda parte resurge: ¿dón­
de se sitúa la sugestión? ¿Es obra del sujeto en quien el operador
no hace más que desencadenar algo que ya existía? ¿Ó bien está
del lado del operador, quien transfiere en su paciente algo que no
le pertenece más que a él?
Ida Macalpine utiliza esta problemática insistiendo en la nec^
sidad de distinguir la sugestión de la sugestibilidad. Esa distin­
ción le es en efecto necesaria para separar los factores intrínsecos
y los factores extrínsecos que van a determinar la transferencia.
Su óptica es, en efecto, rigurosamente determinista; el problema
de la naturaleza de la transferencia depende de la cuestión “qué
es lo que determina la transferencia”, es virtud sin duda del bien
conocido adagio: que si se conoce la causa se conoce el efecto.
Según Ida Macalpine, se ha caído en el error de considerar a la
transferencia como una manifestación espontánea a despecho de
la existencia de factores desencadenantes. La transferencia es in­
ducida, es preciso, pues, reconocer y examinar dichos factores
desencadenantes, se trata de la trampa de la “realidad” porque
en esa óptica la transferencia es un estado. Toda la empresa ana­
lítica se reduce a indicar ese estado.
Es evidente que para considerar a la transferencia como un
estado debe entrar en juego el concepto de regresión; concepto
él mismo reificado, en la medida en que dicha regresión no es un
retorno dinámico o temporal a una estructura anterior sino la es­
tructura misma. Se hablará, pues, de "regresión transferencial”,
expresión que aparece bajo la pluma de muchos otros autores
psicoanalíticos.
Así, la técnica analítica tendría por fin inducir la transferencia.
En efecto, por las frustraciones que ella impone: invisibilidad del
analista, silencio, posición acostada, frustración objetal, ella deter­
mina un estado infantil, una regresión transferencial; la instalación
progresiva de esta regresión conduce a la “neurosis de transfe­
rencia” de la que Ida Macalpine suministra los siguientes puntos
de referencia:
—cuando los síntomas se relajan;
LA TRANSFERENCIA 219

—cuando el nivel del conflicto es alcanzado;


—cuando el conflicto neurótico es dirigido hacia la situación
analítica; .
—cuando la productividad mórbida se centra alrededor de un
solo punto: la relación con el analista.
La transferencia sería pues un estado, al principio incompleto,
que en el momento de la neurosis de transferencia alcanzaría su
apogeo; la transferencia es el corazón del proceso analítico. Antes,
la naturaleza del conflicto permanecía oscura, pero por un deve-
lamiento casi quirúrgico se manifiesta de golpe.
Esta teoría comporta algún elemento de verdad. Es verdad
que la situación analítica, por el hecho del silencio, por la posi­
ción recostada, el abandono de la expresión motora, la proyec­
ción sobre el analista de significaciones parentales, etc., es in-
ductora de una regresión. Es verdad también que toda una parte
del proceso analítico descansa sobre una regresión cuyos aspec­
tos son además múltiples; es verdad también que una parte de
la actitud contratransferencial se organiza en función de esa
regresión.
Pero es totalmente ilusorio pensar que la transferencia es esa
regresión. La transferencia no es un estado, ni tampoco una
realidad.
La transferencia no se confunde en ningún caso con el con­
junto de la situación analítica, y todavía menos con la regresión
que ella puede inducir; sino que más bien se apoya sobre los dife­
rentes tipos de regresión para traducir entonces el modo original
según el cual, en el momento de la regresión, el mundo objetal se
constituye.
De igual manera, una estructura neurótica determinada, un tipo
de fijación, incluso un modo de contracarga no serán entendidos,
percibidos, comprendidos, aunque se los tenga “diagnosticados”,
sino por su modo de apercepción contratransferencial, es decir que
no hay estado de transferencia, no hay inás que correlaciones de
transferencia que corresponden a los diferentes grados de la re­
gresión y que por una parte los revelan.
Puede decirse que a cada etapa de la regresión temporal o a tal
aspecto de la regresión tópica, corresponde una estructura de
transferencia específica. Puede decirse que la transferencia da
testimonio de una estructura correlativa de la regresión, pero no
220 MICHEL NEYRAUT

que “constituye esa regresión”, porque es por cuanto que no se


confunde con ella que permanece a disposición del Sujeto y que
por la elucidación de su sentido puede abrir una situación de con­
flicto hasta entonces cerrada en sí misma.
Esto, lo recuerdo, de ninguna manera invalida que pueda exis­
tir en la situación analítica un estado. Por una parte, la regre­
sión al narcisismo primario puede ser concebida como un estado
y según algunos como una estructura6, pero en todo caso dife­
rentes de las manifestaciones por las cuales se develan.
Una buena ilustración de la diferencia entre la “realidad” de
una situación y la potencia virtual de una estructura transferencial
puede ser suministrada por los seis personajes en busca de autor
de Pirandello que, mejor que ningún tratado, sitúa perfectamente
el “rol” de la realidad.
Sabemos, en efecto, cómo el encuentro de esos personajes con­
sagrados por su mismo ser a ser el huérfano, el padre noble o la
mujer vilipendiada, basta para desencadenar un drama ineluc­
table.
Indefectiblemente la bella muchacha impúdica encontrará al
padre noble que indefectiblemente abandonará al hijo abandona­
do puesto que él es el hijo abandonado, etcétera.
Es lo que ocurre con la transferencia que, portadora de los
dramas potenciales de los que es vector, exigirá indefectiblemente,
según la escena donde su efecto se despliega, los mismos objetos.
En cada instante cada uno de los personajes defiende la realidad:
él es lo único verdadero puesto que él es él.
El decorado, que sin embargo es concreto y que el director
aporta a su requerimiento, no es más que una pacotilla graciosa
frente al verdadero velador, al velador real del que el personaje
se dice portador. La risa de la gran coqueta, interpretada por
una actriz bien real y entrada en carnes, no es más que una burla
sonora frente a la verdadera risa de la bella muchacha, etc.; cada
uno, pues, por el solo hecho de ser él mismo, se dice real y lo
cree, pero no hay allí, lo sabemos, sino pura virtualidad, potencia­
lidad en marcha. En verdad sólo serían reales los actores opuestos
a los personajes. Pero los actores, aunque totalmente vivos, son
incapaces, por su oficio, de ser verdaderamente ellos mismos.

6 Cf. André Green, “El narcisismo primario: estructura o estado”, en


' L’Inconscient, números 1 y 2, París, P.U.F.
LA TRANSFERENCIA 221

Nada, pues, impedirá que el drama se produzca y sobre todo que


se reproduzca eternamente.
Para poner fin a este drama ineluctable haría falta un autor,
dicho de otro modo, un sujeto. Además, todos los personajes lo
reclaman en todo instante pero con más o menos convicción, tan
urgidos están, no por jugar (son los actores quienes juegan), sino
por ser lo que son o lo que dicen que son. ¡Qué presencia de
la transferencia y, sobre todo, qué fuerza de convicción en eso
puro imaginario que cree ser reall
Pero sigamos con el estudio de Ida Macalpine y de su concep­
ción estática de la transferencia.
Es verdad, como ella piensa, que en ciertos análisis la comple­
jidad de los elementos transferenciales hasta entonces dispares
puede organizarse para constituir lo que se denomina neurosis
de transferencia; es verdad que por efecto de la transferencia los
conflictos se ordenan alrededor de la situación analítica; es verdad
que por efecto de la transferencia positiva los síntomas pueden
ser abandonados; es verdad que un conflicto (más bien me parece
que el conflicto), que un conflicto, pues, por su transferencia en
al situación analítica, puede encontrar su salida porque es trans­
puesto, pero es precisamente a su transposición que debe su capa­
cidad de resolución, porque si el paciente entra realmente en
conflicto con el analista, no hay ninguna razón para que ese con­
flicto encuentre un día su resolución analítica.
Si reconocemos, pues, al pensamiento de Ida Macalpine algún
fundamento, es para comprobar que ningún pensamiento psico­
analítico puede permitirse, contrariamente al pensamiento filosó­
fico o político, ir hasta el extremo de sí mismo, porque corre el
riesgo de ser contradicho en los tres cuartos de hora que siguen.
Queriendo negar toda influencia de la realidad en la cura, o que­
riendo excluir toda virtualidad del fantasma, nos exponemos a no
percibir ya su intrincación.
Pero más difícil todavía será apreciar el índice de realidad en
una teoría aun más sistemática de la cura cuya imagen nos da
él kleinismo.
La realidad de la transferencia, o más bien su origen, su “base”,
se verá allí deportada a un grado tal de precocidad que llegará
a ser más accesible a una visión teórica que a una comprobación
de la “realidad”.
222 KílCfÍEL NEYHÁÜf

Pero por una curiosa inversión, esa teoría “panfantástica”, por


el crédito que acuerda a una suerte de realidad del fantasma,
llegará a considerar las manifestaciones de la transferencia con
un índice muy fuerte de realidad, índice que traduce la poster­
gación inalterada de la realidad fantasmática precocísima sobre
la actualidad de la transferencia.
Cuando considera los orígenes más lejanos del pensamiento,
Freud habla solamente de un ser dotado de sensibilidad y movi­
miento y le atribuye inmediatamente un sentimiento de desam­
paro.
¿Pero cuál es ese desamparo?
Como Melanie Klein lo hace a menudo, suministra respuesta
a una pregunta que no ha planteado y su pensamiento parece
inscribirse como complemento en un problema que para Freud
se plantea de manera mucho más general, filogenética, y casi
cósmica.
Para Melanie Klein ese desamparo está directamente encama­
do. Lo que Freud atribuye al ser, al organismo, en definitiva
a una entidad a la vez metafísica y concreta, ella lo acuerda a un
Yo primitivo asaltado por la angustia del instinto de Muerte.
El lactante es alguien enfrentado con algo.
Dentro de él, la muerte está presente; su Yo aún inmaduro
busca desviar esa fuerza oscura proyectándola fuera de sí.
La realidad exterior confirma la naturaleza benéfica o maléfica
del fantasma inconsciente porque ese “Yo”, aunque inmaduro,
está habitado por lo imaginario, puesto que el fantasma incons­
ciente es el correlato mental ineluctable del impulso pulsional.
La realidad es a la vez aquella, interior, del instinto que ali­
menta la crónica de los fantasmas que le dan cuerpo, y la otra,
exterior, que repercute secundariamente sobre ese fantasma.
En Freud, más esencial, el rodeo es diferente; sabemos cómo
para el “ser entregado al desamparo” surge la satisfacción aluci-
natoria del deseo, señuelo provisorio frente al cual la realidad se
conmoverá como prueba de insatisfacción.
En las dos concepciones, freudiana y kleiniana, la realidad sigue
siendo verificadora, lo exterior se hace juez de lo interior, pero
en Freud esta experiencia es regida por juegos de fuerzas, se ins­
cribe en una regulación de la materia viviente: por el hecho mis­
mo de que la vida mental está gobernada por el principio de pía-
LA TRANSFERENCIA 223

cer-dísplacer, su propensión natural, que es la de descargarse,


encuentra satisfacción inmediata y transitoria en una representa­
ción sustitutiva.
Desde ese momento, la marcha del pensamiento freudiano ope­
ra un cambio de rumbo epistemológico, porque ya no es de la
realidad que se tratará sino de su principio, es decir, del proceso
por el cual es para diferir el displacer, que la realidad será acep­
tada como tal.
Si estas dos concepciones, freudiana y kleiniana, son más com­
plementarias que contradictorias, se sitúan en niveles epistemoló­
gicos diferentes.
En efecto, las cuestiones propuestas por Freud a propósito de
la realidad se sitúan en un nivel más general y más elevado que
el de Melanie Klein, quien sin embargo les da una respuesta. El
nivel de las preguntas levantadas autoriza a Freud a preservar
una oposición entre lo orgánico y lo mental, lo que le permite
dejar a la pulsión el status de concepto límite, disponer así una
apertura a los problemas somáticos y, desde allí, a la conversión
simbólica; ellas disponen por añadidura de un espacio filogené-
tico y sobre todo mantienen la mirada sobre los grandes princi­
pios reguladores de la vida mental, de tal manera que cuando
llegue el momento de considerar la vida más allá del principio
de placer, el instinto de Muerte podrá concebirse a la vez como
realidad y como punto de vista sobre la realidad, a la vez
como instinto y teoría del instinto.
Muy diferente se presenta a este respecto el nivel epistemoló­
gico en que se sitúa Melanie Klein. No basta decir que ella opera
un simple desfasaje temporal que remite más precozmente la for­
mación del Yo, porque, a fuerza de desfasar el Yo hacia el origen,
él mismo llega a ser el origen. De suerte que lo que se concebía
como adquisición progresiva y por ello aleatoria deviene aquí
una certeza: los elementos pulsionales que constituyen el Yo y
contra los cuales él se debate son extemporáneamente correlati­
vos de los fantasmas inconscientes. Por ello, la realidad psíquica
ya está allí.
Para Freud, la realidad psíquica no lo está todavía, sólo se plas­
mará a la vez en su obra y en el tiempo que le asigna en el mo­
mento en que la sexualidad propiamente dicha le oponga un
destino anatómico, de suerte que de exterior que era, esa reali­
224 MICHEL NEYRAUT

dad acaba por incorporarse al mundo mental hasta que se puede


hablar de realidad psíquica.
Ella delimita entonces una estructura en el sentido propio de
la palabra, puesto que vislumbra un sistema cerrado regulado por
el principio mismo de esta realidad.
Esa estructura escinde en dos partes desiguales a ese Yo, que
no es entonces sino el lugar de un enfrentamiento: de una parte
un Yo-realidad y aquel, más primordial, del que se desprende y que
es un Yo-placer.
El contexto de Freud es la biología, el contexto de Melanie
Klein es Freud vía Abraham.
Ambos nos han enseñado a reconocer la importancia de un
contexto; de allí que sea legítimo que nos preguntemos si la apa­
rente continuidad de ambas teorías, aunque afirmada por los
kleinianos, no encubre algún elemento contradictorio.
La marcha de Freud, a la vez teórica y clínica, procede de
consideraciones filogcnéticas y biológicas sobre la sustancia ner­
viosa; esas consideraciones encuentran los mismos enigmas en
el estudio de la histeria y revelan entonces la importancia deter­
minante del lenguaje.
Así, Freud imaginará el proceso de representación alucinatoria
según el modelo de los sueños. . . Este camino lo conduce ne­
cesariamente de lo manifiesto a lo latente, de la superficie a la
profundidad.
Pero el enfrentamiento de las cuestiones biológicas y los enig­
mas de la histeria habrían permanecido sin duda en el nivel de
una teoría justa pero limitada si el autoanálisis de Freud no
hubiera precedido y fecundado aquella confrontación.
Es la teoría del complejo de Edipo descubierta en el auto­
análisis lo que trastorna la teoría de la seducción. Por las líneas
de fuerza que describe, ella recompone la configuración entera
del aparato del alma.
Tiene importancia esta precesión de los propios fantasmas
de Freud sobre la escucha de sus pacientes; antes del descubri­
miento de la transferencia, ella funda el de la contratransferen­
cia, puesto que por efecto de tal precesión el descubrimiento
clínico deriva de ese otro descubrimiento, caótico y doloroso, de
Freud sobre sí mismo. Dicha precesión modifica necesariamente
el índice de realidad.
LA TRANSFERENCIA 225

Muy diferente se revela el camino del kleinismo. La afirma­


ción se manifiesta en él con mayor frecuencia que la duda.
La precesión del autoanálisis, que proyecta a la vez su som­
bra y su luz en el instante del descubrimiento, no se encuentra
más allí. De entrada nos hallamos en la claridad. En la con­
cepción kleiniana, el fantasma científico del inventor ocupa todo
el lugar de la incertidumbre; puede sustituirla enteramente, y
de tal manera, que un profano que viera dibujarse el campo de
un saber en lugar del de su deseo, podría llegar a confundirlos
y a decidir la aplicación de una solución a cada conflicto del
que fuera testigo.
Se trata de una caricatura, pero de una caricatura que estig­
matiza una diferencia fundamental en la suerte reservada a la
realidad.
Esta diferencia fundamental se traduce por lo menos en que,
si en un caso como el de Freud podemos hablar de hipótesis
científica, en el otro hablaremos de fantasma científico.
Pero, ¿qué es un fantasma científico?
El enlace de estas dos palabras aparentemente poco hechas
para entenderse entre sí encuentra fundamento tanto en la teoría
kleiniana como en la freudiana, al revelar que las etapas del
desarrollo del niño están jalonadas por la eclosión de teorías
sobre la sexualidad. Si en Freud esta eclosión es demarcable
en las etapas confesadas de su autoanálisis, demarcables en el
sentido de aue se las ve progresar de lo reciente a lo antiguo,
de lo superficial a lo profundo, en suma, que un hilo director se
dibuja, con esta óptica puede fundarse la investigación en la
dirección de una realidad traumática inicial.
Pero si la realidad del traumatismo va después a ser recusada,
su dirección persiste. Así se captará que un sueño se apoya
necesariamente en un recuerdo infantil, la profundidad de los
espacios psíquicos es tal que el recuerdo no puede sustituir a
cualquier fantasma.
Incluso si pudiera establecerse la perfecta equivalencia de
esas dos realidades psíquicas, es en definitiva su valor de realidad
traumática lo que les conferirá un poder determinante.
En esta medida podrá hablarse de hipótesis científica, que
se comprenderá como que es esa realidad traumática la que
permanece hipotética.
226 MICHEL NEYRAUT

En Melanie Klein no hay áleas del descubrimiento puesto


que no hay preguntas sino solamente respuestas justas a pre­
guntas que no están planteadas. Que las respuestas se dicten
antes que las preguntas se planteen, tiene desde luego solución
en una de las respuestas, puesto que el niño ya dotado de fan­
tasmas inconscientes correlativos de sus impulsos pulsionales
organiza fantasmáticamente la escena de la que después será
testigo. Testigo oral, podría decirse.
Se trata, en efecto, del fundamento de un fantasma que puede
calificarse de científico si es tomado como realidad dogmática,
pero que diluye el valor traumático de la experiencia.
Sin embargo, no puede rechazarse sin discriminación el valor
de un concepto como el de “posición” con la obra de Melanie
Klein.
Tales posiciones pueden ser compatibles con una noción de
transferencia. El problema reviste tanta más agudeza cuanto
que esas posiciones se organizan inmediatamente alrededor del
analista y de la situación analítica, como lo testimonian los dos
sueños relatados por Hanna Segal para poner en claro el sentido
de esas posiciones; y cuanto que, por otra parte, ellas trascien­
den las nociones de estadios libidinales revelando que su aspecto
psicótico es concebible en cualquier estructura neurótica y aun
en “el normal”.
Esas posiciones son frente a la transferencia de desigual valor;
en efecto, en la posición paranoide-esquizoide no se trata del
reconocimiento de un objeto total.
La escisión del objeto y la escisión del Yo, que son correlativas,
testimonian un estallido de la parte mala del Yo; después, la
proyección que dispersa esas partes malas en el objeto lo disocia
a su vez y sobreviene entonces el sentimiento de ser atacado
por múltiples objetos exteriores. No es dudoso que en análisis
pueda establecerse una relación semejante, pero escuchemos el
relato de Hanna Segal:7
“En el sueño, el objeto d el paciente, yo misma, tom ada por
una figura parental, estaba escin d ida . . . ; en la m edida en que
yo era un objeto bueno estaba representada com o una sola ima­
gen, su analista. . . ; mi lado m alo no estaba sin embargo repre­

7 Hanna Segal, Introduction á l’oeuvre d e Melanie Klein, Perrin, P.U.F.,


1969, pág. 21.
LA TRANSFERENCIA 227

sentado por un fum ador único sino por un montón de fumado­


r e s ... La escisión entre m i aspecto bueno y el d e la fumadora
era mantenido con tanta rigidez que, en sus propias asociaciones,
el paciente no efectuaba el acercamiento entre los fumadores y
»
y o ...
Este sueño, remarquémoslo, es un sueño de sesión, que también
describiremos como específico de la neurosis de transferencia.
Pero se descompone (como debe ser con toda concepción Idei-
niana en una parte buena y una parte mala, yo entiendo al sueño
mismo), si bien en la parte mala, los fumadores, el paciente no
puede efectuar el acercamiento entre los fumadores y el ana­
lista; y cómo podría hacerlo, puesto que no hay verdaderamente
transferencia en una relación de la cual “el analista es el objeto”,
sino “transporte simbólico”.
En efecto, en ese sueño hay formación de un símbolo, los
fumadores:
“Seguramente, esos fum adores representaban ese lado de él
mismo que, por su am bición d e éxito, dinero y satisfacciones
vulgares estaba echando a perder su vida y su análisis.”
Pero en rigor ese símbolo se aplica al analista, no se le trans­
fiere, se le proyecta.
Tal proyección toma un carácter brutal, global, no relacional,
sin elaboración, y sobre todo sin estiba a otros significados en la
cadena asociativa.
Si se compara esta proyección y el efecto de transferencia pro­
ducido en el análisis de Dora a propósito también de los fuma­
dores, se verá que hay dos elementos que pueden relacionarse
con el humo:
“Hay un incendio en una c a s a ... y no quiero que mis dos
hijos y yo perezcam os carbonizados a causa d e tu alhajero”,
todavía esta evocación se apoya sobre una manifestación contra-
transferencial de gran envergadura.
Si escuchamos a Freud:
“El humo iba bien, por cierto, con el fuego; ese humo indica
también que el sueño tenía una relación particular con mi per­
sona, porque a menudo m e pasaba que cuando la joven pretendía
que tal o cual cosa no disimulaba nada yo le respondía: no hay
humo sin fuego.”
Conocemos el sentido que entre otros Freud atribuía al “fuego”;
228 M ICHEL NEYRAUT

éste no es solamente lo contrario del agua sino que también sirve


para representar directamente el amor, el hecho de estar enamo­
rado, “inflamado”.
Toda una serie de asociaciones se analizan entonces.. . El
señor K. y su padre son fumadores apasionados, ella también
fumaba al borde del lago. El señor K. le había liado un ciga­
rrillo, etc., y para terminar:
“Si por último agrupo todos los signos que hacen probable una
transferencia sobre mí dado que también, yo soy fum ador, llego
a pensar que durante alguna sesión ella tuvo oportunidad de
anhelar un beso d e mi parte."
Tenemos aquí un ejemplo apropiado de neurosis clásica, la
organización de una neurosis de transferencia perfectamente ob­
servable. El símbolo del fuego es “utilizado” en la organización
transferencial y contratransferencial; él marca tanto como devela
la intensa participación pulsional que lo sostiene. De ninguna
manera se trata de una “proyección”, sino de un desplazamiento.
Ese desplazamiento utiliza las figuras intermediarias del se­
ñor K., del padre, de Freud, de Dora misma, y acaba por asirse
a un elemento de realidad: Freud es fumador.
Los “fumadores” ya no son aquí el estallido esquizoide de brotes
precursores sino, por el contrario, la condensación simbólica en
una sola representación de varios objetos y un solo deseo. En este
aspecto, ¿puede pretenderse que el señor K. y el padre son figuras
intermediarias o que Freud es la figura intermediaria? El efecto
de la condensación y del desplazamiento simbólico produce aquí
el efecto de volver nula a la pregunta, porque es precisamente el
que sean intercambiables lo que hace de esas figuras su natura­
leza de objeto, y es por la elucidación de la transferencia que
Freud descubre cómo precisamente Dora los constituye.
Si el impacto de la contratransferencia fuera menos sensible,
podría decirse que el analista representa aquí lo que la figura
del jóker representa en un juego de cartas, a saber, una figu­
ra intercambiable.
Pero toda la fuerza de ilusión de la transferencia conduce al
analista a crearse la imagen inicial o terminal de la cadena aso­
ciativa, mientras que sólo su inserción en una cadena ya existente
permitirá situarse.
La contratransferencia se asemeja entonces a esos peones de
LA TRANSFERENCIA 229

ajedrez que habiendo franqueado la longitud del tablero pueden


ser transformados o promovidos a la pieza faltante o presente
que se quiera.
El proceso analítico se asemeja al oficio de tejer jacquard,
donde indefectiblemente se encuentran los mismos motivos. El
origen y la terminación están confundidos, así como la ilusión de
la transferencia asigna al analista la posición de estar en el co­
mienzo o en el fin de una cadena, como también de ser el efecto
o la causa de un proceso.
Esta posición lo confina a uno de los polos diacrónicos de la
transferencia. Ese efecto no es más que ilusión. La reedición del
motivo no se apreciará sino por el sentido lateral de la lanzadera
que restituye a la transferencia su carácter de revelación sincró­
nica.
En todo caso, por no poder contentarse con el papel de jóker,
prisionero de la 'contratransferencia Freud evidentemente induce
toda una parte del sueño.
¿Pero qué es la neurosis de transferencia? ¿Es solamente la
organización de la transferencia alrededor del analista? ¿O no
otra cosa que la lectura que este último puede hacer de ella?
En este aspecto, retomando el ejemplo de Hanna Segal en el
sueño de la posición paranoide-esquizoide, si fuera preciso buscar
aquí las marcas de la neurosis de transferencia las encontraríamos
más fácilmente en el hecho del sueño mismo, es decir, en el aporte
por el paciente de un sueño tan ejemplificador de las opiniones
de su analista, como en el dédalo efectivamente estallado de pro­
yecciones persecutorias que testimonia.
Pero sigamos con la descripción de las posiciones ldeinianas. El
segundo tiempo concierne a la posición depresiva, más cerca evi­
dentemente de las estructuras transferenciales. Esta descripción
confirma en todo punto la que establecemos de un polo nostálgico
de la transferencia, y aclara singularmente sus fundamentos.
La posición depresiva implica el reconocimiento de un objeto
total, y correlativamente la existencia de un Yo total. Pero la
persistencia, al lado de una tendencia a la integración, de una
tendencia destructiva que culmina en la escisión, determina la
urgencia de una reparación.
De los fracasos y éxitos en esta reparación dependerá la evolu­
ción de la posición depresiva. Otra consecuencia del carácter
230 M ICHEL NEYRAUT

persistente de la tendencia destructiva será el sentimiento de


haber perdido el objeto por haber querido destruirlo. Así se
encadenarán los procesos de duelo y de nostalgia.
La nostalgia, de la cual a propósito de la introyección mostra­
mos que constituía un compromiso en trabajo de duelo, efectiva­
mente encuentra en la posición depresiva descrita por Melanie
Klein un marco teórico cuyo mérito es señalar la intrincación de
un deseo de destrucción del objeto y de una tendencia repara­
dora.
La tonalidad afectiva de la nostalgia se conoce directamente,
pero es menos fácil sospechar las representaciones que la sos­
tienen.
Podría quizá verse su imagen en el nuevo testamento, por los
tres días que separan la Muerte de Cristo de su resurrección;
¡extraño duelo el de un cuerpo resuscitable!
San Pablo, particularmente sensible al carácter incierto de la
Muerte, nunca habla de otra cosa que del Cristo resucitado.
La resurrección restablece la Muerte como tránsito; es preciso
interpretar por el sentido de otra nostalgia, esta vez para con su
pueblo de origen, la virulencia con que condena todo retomo
posible hacia las leyes de la tradición judaica al mismo tiempo
que no cesa de llamar a ese mismo pueblo a la adoración de
un Muerto perpetuamente vivo.
Más extraña aun aparecerá la locura destructiva de los cru­
zados para recuperar de los infieles una tumba vacía.
La Sehnsucht alemana, la nostalgia, no tiene otro fundamento
que el peregrinaje hacia un Oriente problemático que oculta para
siempre algo perdido. Ir a buscar muy lejos lo que se ha perdido
en la propia tierra es imagen de un mecanismo proyectivo par­
ticular que niega y afirma al mismo tiempo que haya un con­
tenido.
Mientras tanto, siempre es posible batirse por el continente.
Derivación de la agresividad contra el objeto y lucha directa
y competitiva con un tercero que también codicia el objeto. Se
reconoce aquí la transposición de la rivalidad edípica, una vez
más negada puesto que el tercero es un infiel. ¿Infiel a qué?
Precisamente al objeto que no podría conservar. No puede final­
mente sino profanarlo, y el solo hecho de que lo detente es una
profanación en sí.
LA TRANSFERENCIA 231

La ambivalencia, aquí soberana en cuanto al objeto, natural­


mente niega por la nostalgia la evidencia del crimen, es decir
de las pulsiones destructivas que están en el origen de la Muerte
o más bien de la desaparición (muchos testimonios bíblicos ates­
tiguan esta ambivalencia bajo la especie del dinero contante y
sonante de la traición y el reniego), después proyecta sobre “el
infiel” las razones del asesinato, y finalmente borra definitiva­
mente sus huellas mediante la desaparición del cuerpo del de­
lito (Ascensión).
Sin embargo de este objeto, el cuerpo del delito, quedarán
huellas sacramentales en la religión que, según Freud, es una
nostalgia del padre; y huellas propiciatorias en la religión pri­
vada de la cual no podría afirmarse que tenga que ver única­
mente con una nostalgia del padre; reliquia en todo caso en
todas las nostalgias.
¿Pero qué es una reliquia?
Ni un símbolo, ni una alegoría, sino un pedazo: precisamente
un pedazo del objeto total. Su concreción marca exactamente
el fracaso del sujeto que quiere sostener en ella un punto de
identificación o un símbolo. La reliquia no es el lugar de un
desplazamiento, es una parte del objeto; no es tampoco el testigo
de una condensación.
El cuadrado de seda no simboliza la dulzura de la piel ni
condensa lo esencial de esa dulzura, la recuerda, es el sentido del
“recuerdo” objeto.
No pienso que se trate de la parte por el todo que se ordena
en otro lugar, sino más bien del testimonio de que no todo está
perdido. La reliquia, en este sentido, no es ni el objeto transi-
cional ni el fetiche, aunque se le aproxime de manera singular
pero que se distingue de él sin embargo por el hecho de que
una parte del duelo está cumplida y que lo que ella niega no
es específicamente la diferencia sino más particularmente la
agresividad que se atribuye al objeto.
No es necesario señalar que testimonia también una tendencia
reparadora, pero tomada aquí en una modalidad particular, un
poco como cuando se dice que un vestigio de la Prehistoria fue
“piadosamente reconstituido”.
Esta tendencia reparadora es en todo caso muy importante
por lo que concierne a la transferencia, porque por una parte
232 MICHEL NEYRAUT

puede sostenerla por su carácter positivo global, y por otra


puede transferirse sobre el analista.
“Usted no tiene buena cara, me decía una paciente, quizás
usted no fuma lo suficiente.” La ironía oculta la reparación y
encubre la pregunta: ¿quién repara a quién? He aquí en todo
caso una tercera historia de humo que se elabora en otro nivel,
esta vez claramente transferencial.
Bien comprendo que la nostalgia no testimonia el objeto total,
sino que supone un objeto total. Sin embargo, su contexto de
objeto perdido la vincula indiscutiblemente al duelo de ese ob­
jeto, pero preserva, como lo he mostrado en otra parte, sus
posibilidades de satisfacción parcial.
El pedazo del objeto total no es aquí más que pedazo por
vincularse con lo imaginario; es precisamente su ausencia de
realidad lo que conduce al Yo a detentarlo concretamente me­
diante alguna reliquia.
¿Mamá, los barquitos tienen piernas?
Tal es, sin duda, el registro de lo imaginario que parte de un
pedazo de la realidad o de lo que él cree ser un pedazo para
reconstruir con otro pedazo de sí mismo. Un monstruo imaginario.
Con este ejemplo universal se ve el pasaje obligado por la
confirmación materna: “pero sí, mi tontito, si no las tuviera no
andaría”, racionalización tipo de la cual, a propósito de la inhi-
bihición intelectual,8 mostramos que constituía la base de los sis­
temas de racionalización ulteriores. Sistemas que pueden cons­
tituir el objeto de un proceso nostálgico de duelo diferido.
La reliquia es pues un pedazo imaginario; vemos que no sola­
mente es a partir de ese pedazo declarado real que puede tener
lugar la reconstitución por el Yo, no solamente del objeto perdido
sino de él mismo, por cuanto depende de la confirmación de ese
objeto para reconstituirse.
Ésta necesidad de confirmación narcisista por el analista a par­
tir de un resto, o si se prefiere de una reliquia de duelo, esa comple-
titud de lo imaginario que corre el riesgo de satisfacerse con
cualquier racionalización determina muy a menudo el estilo trans­
ferencial, porque de la manera como el Yo cumpla el duelo de
sus objetos, podría predecirse de qué manera transferirá.

8 Michel Neyraut, "A propósito de la inhibición intelectual”, en Rev.


franf. de Psych., París, P.U.F., t. X X X II, 1968, n« 4, pág. 761.
LA TRANSFERENCIA 233

La realidad de la transferencia está aquí nuevamente en cues­


tión; vemos que ella confina al “objeto" “transicional”, pero que
el Yo mismo puede concebirse como reliquia. Deviene entonces
un pedazo de ese objeto total cuya reconstitución habrá que
seguir imaginando; es él mismo quien se consagra entonces a la
devoción del objeto perdido. Esta religión es privada; ella instau­
ra a la depresión como centro del pensamiento inconsciente.
CUARTA PARTE

LOS ACTOS Y LOS SIGNOS


CAPITULO I

LA NEUROSIS DE TRANSFERENCIA

Como vemos, todo el problema de la realidad de la transfe­


rencia se ordena alrededor de una noción técnica: la “neurosis
de transferencia”.
Podría decirse de esa neurosis lo que se dice de California:
que es la América de América, en el sentido de que se manifiesta
como el corazón del análisis, su tiempo fértil, su efecto más puro.
La expresión neurosis de transferencia admite, como se sabe,
dos acepciones principales.
La primera, salida de preocupaciones nosográficas, fue introdu­
cida por Jung en 1911 y después retomada por Freud para dis­
tinguir y oponer las neurosis de transferencia: histeria y neurosis
obsesiva, en el curso de las cuales la libido permanece cargada
en los objetos exteriores al Yo y las neurosis narcisistas que orde­
naríamos hoy entre las psicosis, en las cuales la libido se ha recar­
gado en el Yo.
La segunda acepción, técnica esta vez, designa en el interior
de la cura analítica la organización de una neurosis artificial cen­
trada en la cura misma así como en el analista y reagrupando
todas las manifestaciones transferenciales.
Si la misma expresión, neurosis de transferencia, es empleada
en dos acepciones diferentes, es que existe entre ellas un pro­
fundo lazo.
En efecto; para Freud, únicamente las neurosis de transferencia
pueden producir síntomas susceptibles de recibir una nueva signi­
ficación en él momento de la transferencia, mientras que las neu­
238 MICHEL NEYRAUT

rosis narcisistas serían, por definición, incapaces de ello. Pare­


cería haber allí para Freud cierta contradicción, puesto que a
propósito del caso Schreber, que él considera indiscutiblemente
como una neurosis narcisista, habla expresamente, sin embargo,
de transferencia.1
“El sentimiento d e simpatía experimentado por el m édico muy
bien puede deberse a un proceso d e transferencia; transferencia
por la cual una carga afectiva del enfermo fue transpuesta de una
persona que le importaba mucho, a la persona d el m édico, indi­
ferente en sí misma.”
Esta contradicción encuentra eco en la mayoría de los psico­
analistas contemporáneos, para quienes las “psicosis” son suscep­
tibles de producir transferencias.
liemos visto (primera parte, capítulo II) que convenía atenuar
tan extremas posiciones distinguiendo en el pensamiento psicótico,
más bien que en las “psicosis”, una capacidad de transferir ele­
mentos psíquicos tales como representaciones, afectos, recuerdos,
ideas, y más radicalmente aún lo que definíamos (cf. tercera parte,
cap. I) como psiquema. Pero al mismo tiempo una incapacidad
de utilización simbólica de los psiquemas, especialmente de los
psiquemas primordiales.
No nos parece sorprendente, por lo tanto, que Freud haya podi­
do comprobar en Schreber una transferencia. Pero comprobare­
mos al mismo tiempo que en lugar de una neurosis de transfe­
rencia, es un delirio organizado lo que se ha instalado.
Los elementos transferidos, aunque transferidos, no han podido
organizarse de la manera que encontramos en las neurosis clásicas
o neurosis de transferencia.
¿Cuál es entonces la organización de esta neurosis? ¿Cómo se
elabora la puesta en escena y la “animación” de las figuras histó­
ricas o actuales que componen el drama? ¿En qué puede tener
que ver la neurosis de transferencia con un acto psíquico? Y sobre
todo, ¿por qué, si reconocíamos a las psicosis de transferencia la
posibilidad de producir transferencias, no podemos consentir en
reconocerles esa organización específica que denominamos neu­
rosis de transferencia?
Observemos en primer lugar la equivalencia y similitud que

1 S. Freud, "Observaciones psicoanalíticas sobre la autobiografía de un


caso de paranoia”, en Cinq psychanalyses, París, P.U.F., 1936, pág. 263.
LA TRANSFERENCIA 239

establecíamos entre el delirio organizado por un lado y la neurosis


de transferencia por el otro. No es dudoso, además, que en el
curso de los análisis clásicos la neurosis de transferencia puede
aparecer con algunos caracteres delirantes, aun cuando sea por
el rechazo casi psicótico a integrar algún elemento de realidad,
realidad que por otra parte no se nos aparecerá más que bajo los
rasgos de la verosimilitud, verosimilitud a los ojos del terapeuta,
se entiende.
Esto equivale a plantear la cuestión del ‘lugar” del terapeuta
en el proceso del pensamiento neurótico o psicótico, lugar del
que ya hemos señalado que no podía ser el mismo, según que el
terapeuta se encontrara comprometido en un tipo de contratrans­
ferencia diferente, y que si en el pensamiento neurótico el des­
plazamiento sobre la persona, concebido como simbólico, le dejaba
la posibilidad de seguir siendo él mismo, en el pensamiento psicó­
tico, por el contrario, no se le dejaba esa “latitud”, de manera
que se encontraba aprisionado “realmente” en las estructuras que
tenía por misión elucidar.
La organización de la neurosis de transferencia supone al me­
nos que se trate de dos.
Si hablamos por ejemplo de “complejidad” de la neurosis de
transferencia, e incluso de “bella complejidad”, ¿a los ojos de
quién se manifestará? Quizás a los ojos del paciente, es posible,
pero con mayor seguridad todavía a los del analista.
Me parece que esa complejidad sólo revela verdaderamente
sus significaciones después que el analista ha analizado muchas
posiciones contratransferenciales, desbaratado muchos puntos
muertos, superado muchas crisis, cada una de las cuales testimonia
una elucidación contratransferencial; el analista es, pues, capaz
entonces de entrever la entera transposición sobre sí mismo de una
neurosis de transferencia, porque esta expresión, que yo sepa, no
fue inventada por los pacientes.
He aquí por qué, sin duda, la teoría clásica ve en ella el efecto
de un largo trabajo, y hasta la recompensa a un gran esfuerzo.
Observemos a ese propósito que la implicación de Freud en
el caso Schreber es totalmente indirecta.
Su posición es aquí particular en cuanto estudia “según sus
pruebas” un delirio “escrito”, y que el desciframiento de ese deli­
240 M1CHEL NEYRAUT

rio escrito decide acerca de una relación de la que él no es uno


de sus protagonistas.
Esto no significa, de ninguna manera, que la contratransferencia
de Freud con respecto a Schreber o Fleshig no haya existido,
sino que más bien era indirecta.
Por ejemplo, la necesidad en que Freud se encontraba de hacer
admitir a sus lectores que era lícito invocar la homosexualidad
para explicar el caso Schreber, es una manifestación contratrans-
ferencial indirecta que implica entre otras cosas el “manejo” de
las relaciones homosexuales, manejo del cual en la época del aná­
lisis de Dora todavía no era capaz.
Se reconocerán aquí los beneficios de una contratransferencia
“dominada”; que no carece de analogía con las situaciones analí­
ticas llamadas de control o de supervisión.
El hecho es que en el interior del delirio de Schreber, Freud
observa perfectamente un plano transferencial.
Ese plano transferencial no es otra cosa, además, que lo que
Freud llama la nostalgia de Schreber, nostalgia que se apoya en
la Muerte real del padre de Schreber y en el desplazamiento sobre
la persona de Fleshig de los sentimientos inconscientes antaño
destinados al padre real.
Para reconstituir la génesis del delirio, ¿necesita Freud verda­
deramente apoyarse en la muerte real del padre de Schreber? ¿O
sólo tiene necesidad de esta realidad para ilustrar mejor el enca­
denamiento del determinismo delirante?
Podría tentar ver en esa invocación de la muerte real algún
intento de la peor de las reificaciones transferenciales, que se ha
vuelto necesario por la obligación de establecer la ‘legalidad"
del fantasma homosexual pasivo de Schreber.
Esto significaría no entender el papel de una realidad traumá­
tica en la génesis de las psicosis, precisamente en la medida en
que los desplazamientos y las transferencias que le suceden no
pueden valerse de una utilización simbólica. Ciertamente, el
delirio de Schreber está ricamente simbolizado, ¿pero para quién?
Muy poco para Fleshig, mucho para Freud, seguramente no para
Schreber.
Por otra parte, no pudiendo encontrar en el simbolismo trans­
ferencial el camino de una organización posible de la neurosis de
LA TRANSFERENCIA 241

transferencia, toda la energía homosexual de Schreber se repliega


y se utiliza en una carga narcisista megalomaníaca.
El delirio de Schreber es una transferencia paterna sobre sí
mismo.
Vemos que aquí la muerte del padre no es, me atrevo a decir,
letra muerta. Pero que resulta un elemento en la estructura que
se desplaza sobre Flcshig. El desplazamiento de esa estructura
es la transferencia de Schreber.
Pero esa transferencia no puede organizarse y ponerse en escena
sino acreditando sus desplazamientos y las transferencias con un
índice tal de realidad que esas transferencias no son ya “interpre­
tables” por Schreber como realidades psíquicas sino como reali­
dades a secas.
La asunción del delirio paranoico procede pues de una trans­
ferencia, pero que ante el fracaso de sus realizaciones se refleja
sobre el Yo en una suerte de incandescencia narcisista y megalo­
maníaca hasta el cumplimiento del delirio en que el sujeto cree
ser él mismo y su propio padre, fantasma inconsciente que parece
traducir, por su paradoja de otro modo inexplicable, el efecto de
una transferencia sobre su propia persona.
El acceso al símbolo es aquí claro; están allí el delirio y los
sueños para probar que la formación de los símbolos se traduce
en un “lenguaje fundamental”, como dice Schreber, pero que la
utilización de lo simbólico no le permite tener acceso a un pen­
samiento sino solamente a un lenguaje simbólico.
El pensamiento simbólico no se limita a “producir símbolos”
sino que necesita además estar sostenido por un eje simbólico
relacional.
Si, según Lacan, esta función simbólica se ordena alrededor
del padre como figura central representante de la carencia, esa fi­
gura no es solamente la de la estatua del comendador que testimo­
nia que si no está él “en persona” bien podría estarlo, sino que la
ley que él encarna supera esa presencia y esa realidad para
testimoniar que si él está allí, presente, aquí, ahora, bien podría
no estarlo.
En otros términos, la muerte del padre no es su “forclusión”,
lo que explica que Schreber puede transferir algo. Puede trans­
ferirse la pérdida, puede transferirse la “carencia” y todos los
“vacíos” que se quiera, pero no puede transferirse lo que, de
242 MICHEL NEYRAUT

un psiquema primordial, está excluido para siempre, o sea: su


desplazamiento mismo simbolizado.

Los sueños de sesiones

Para traducir la “puesta en acto” de la neurosis de transferencia


acudiremos a una manifestación clínica casi constante en las cu­
ras y que definiremos como: los sueños d e sesión.
Es excepcional que en el curso de un análisis no se manifieste
una o varias veces un sueño de sesión.
Estos sueños tienen como particularidad cierta la de no repro­
ducir nunca tal cual las condiciones materiales del análisis.
De ordinario, el antro psicoanalítico se encuentra en ellos cam­
biado, es más grande o más pequeño; el diván está desplazado,
casi siempre se transforma en cama y el consultorio en dormitorio,
el espacio está a veces agrandado, muchas personas extrañas o
familiares asisten a la sesión, a veces entran o salen, pero, sobre
todo, el analista no está en su lugar, a veces aparece acostado,
otras sentado pero en otro sillón, o recostado o hablando a otras
personas, hablando casi siempre, a veces desdoblado o asistido,
un hombre y una mujer oficiando juntos, a veces cambiando de
sexo, a veces en otro cuarto; en resumen, son infinitas las varian­
tes de esos cambios en el espacio y en el tiempo.
Estos sueños son evidentemente muy específicos de lo que se
denomina neurosis de transferencia puesto que también directa­
mente se refieren a la situación analítica y parecen organizar
una trama conflictiva a veces muy compleja alrededor del analista.
Siempre pensé que estos sueños obtienen de la primerísima
infancia los elementos de su enigma; el espacio, generalmente más
grande, testimonia la visión infantil de la habitación, así como
los personajes extraños que asisten a la escena: se han aportado
varios ejemplos de rostros inmensos o deformados tales como se
los encuentra durante el adormecimiento; por último, el ana­
lista que habla no deja de hacer pensar en las palabras destinadas
al niño para que se duerma, lo que confirma ei fin de todos los
sueños, a saber, mantener el sueño.
Evidentemente, esos elementos de la primera infancia, que por
lo demás son generalmente inaccesibles al recuerdo, no son más
LA TRANSFERENCIA 243

que un aspecto del sueño, pero no puede dejar de impresionar su


constancia y relativa uniformidad, lo que refuerza la idea de que
corresponden a las condiciones comunes que fueron las de nuestra
infancia.
Lo más interesante es comprobar que los conflictos actuales,
nacidos precisamente de la neurosis de transferencia, encuentran
su puesta en escena ya dibujada en el círculo que rodea al niño,
donde la diferencia de voces y rostros sitúa los polos de las dife­
rentes tensiones. Como se ha dicho, esos elementos infantiles no
constituyen el sueño, éste no hace más que obtener de ellos un
decorado ya preparado, y se unen a la situación actual, puesto
que también la posición recostada, el silencio, la presencia invi­
sible, son características comunes de la vida de la primera infan­
cia y de la situación analítica.
Observamos que no hay propiamente hablando, cambio de
sintaxis con relación a la estructura de los otros sueños pero que
su desciframiento se apoya siempre sobre el contenido de las se­
siones precedentes, como si el análisis mismo hubiera devenido
una historia y constituyera su propia historia, como si deviniera
su propio contexto.
La integración, el hacerse cargo de ese contexto me parecen
los testimonios más evidentes de una organización, de una dra-
matización de la neurosis alrededor de la situación analítica.
Sin excepción alguna, esos sueños testimonian una transgre­
sión de esta situación: por lo menos una de las reglas del aná­
lisis es transgredida, sino todas. Casi siempre el paciente da
la cara al analista, habla con los miembros de su familia; podría
decirse que esos sueños son el pasaje al acto soñado, si no hubiera
en esto una insuperable contradicción.
Ciertamente, puede admitirse que todos los sueños son sue­
ños de transgresión por la naturaleza del deseo que en ellos se
designa y disfraza, pero aquí la transgresión se ordena en una
actualidad, traduce necesariamente que un puente simbólico se
ha establecido entre las condiciones del análisis y una relación
infantil determinada.
Si el diván se vuelve cama, es que la prohibición de mirar
transfigura el lugar de esa prohibición en un lugar de escena
primitiva; la condensación, que mata dos pájaros de un tiro, lo
244 MICHEL NEYRAUT

cual es su vocación, transpone en él al analista y en él lo hace


hablar.
No hace falta decir que la creencia en la realidad de la trans­
ferencia conduciría inevitablemente a una reificación tal de esta
neurosis artificial que ella aparecería entonces como una verda­
dera relación y que a ese título conduciría más a responderle que
a interpretarla.
Si los sueños de sesión nos parecen traducir la puesta en escena
de la neurosis de transferencia, con ello mismo comprobaremos
que esa neurosis puede constituirse muy 'precozmente. Los
psicoanalistas de niños (cf. S. Lebovici, Soulé) confirman esta
comprobación: desde los primeros meses de análisis, incluso desde
el primer día, puede ser narrado un sueño que pone directamente
en escena al analista y transforma la sesión analítica en una visión
onírica. Se asiste entonces a un “acomodamiento” de la sesión.
Ese acomodamiento no apunta solamente a mover los muebles
del lugar, sino que suministra una nueva disposición simbólica de
las posiciones espaciales ocupadas por el analista, su paciente y
algunas comparsas.
Este nuevo acomodamiento, siempre sostenido por el deseo del
soñante, puede también dar lugar a “salvoconductos”, “favores”,
adaptaciones del protocolo analítico como, por el contrario, a
restringir la libertad de hablar mediante alguna nueva imposición
traída desde afuera.
Pero las nuevas adaptaciones sólo tienen un carácter estático.
Se dibujan tensiones y polos que casi siempre animan un drama.
Un paciente sueña que se analiza en todas las piezas y que el
analista se desplaza de una habitación a otra, pero que interviene
una mujer que se entretiene con el paciente y le cuenta lo que
se acaba de decir en las otras piezas, etc.; otro sueña que, gracias
al teléfono, el analista le cuenta a la esposa del paciente sus in­
terpretaciones y que la esposa en cuestión retraduce las interpre­
taciones agregándoles algunos comentarios.
Muy a menudo la hermeticidad de las sesiones es cuestionada
y la situación analítica estalla convocando paredes que oyen. Más
comúnmente todavía, se ponen en escena relaciones sexuales entre
el analista y su paciente, raramente proseguidas hasta su término,
con más frecuencia interrumpidas, con más frecuencia aún dis­
frazadas y exigiendo un desciframiento asociativo.
LA TRANSFERENCIA 245

El catálogo de estos sueños es infinito, de lo que puede cercio­


rarse quienquiera se dedique a la práctica analítica, pero plantea
un problema general en cuanto a su significación.
En efecto, tales sueños parecen casi siempre estar “adelanta­
dos” sobre el contenido de las sesiones.
Adelantado por su complejidad, adelantado por su organiza­
ción, adelantado sobre todo frente a las manifestaciones de trans­
ferencia ordinaria que casi siempre se devela por fragmentos.
Quizá serán precisos largos meses, incluso años para que la
interpretación de la neurosis dé alcance a un sueño de sesión.
Tal adelanto evoca ineluctablemente otro, el de los sueños lla­
mados “edípicos” de comienzos de la cura.
Sabemos con qué facilidad un sueño muy complejo puede pre­
sentarse desde el comienzo de una cura y en el cual la configu­
ración edípica se dibuja de manera clarísima, de tal suerte que
el analista posee desde el principio una visión de conjunto acerca
de la naturaleza del conflicto y la dinámica de la cura. No pu-
diendo ser interpretados inmediatamente, tales sueños conservan
una especie de adelanto considerable sobre el conjunto de la
neurosis, cada punto de la cual deberá ser pacientemente ana­
lizado.
Los sueños de sesión y los sueños “edípicos” del comienzo de
la cura tienen pues un punto común particularmente importante,
el de una dramatización de los elementos conflictivos, tal como
los polos de la triangulación edípica se dibujen en ellos de manera
más o menos clara.
Los primeros sin embargo, por su integración del protocolo,
inclusfl del proceso analítico, implican al analista de manera tan
directa que puede reconocerse en ellos la huella onírica de una
neurosis de transferencia.
La comparación de varios sueños de sesión constituye un índice
muy seguro de la evolución de una neurosis de transferencia, y por
ello mismo de la neurosis a secas, quedando entendido que no
puede haber concurrencia entre la neurosis de transferencia y el
proceso analítico del que ella forma parte integrante.
Puede afirmarse sin embargo que toda posición técnica que
tendiera a privilegiar o a interpretar demasiado precozmente una
neurosis de transferencia semejante daría cuerpo a esa concurren­
cia y contribuiría a fundarla como resistencia.
246 m ic h e l netoaut

Pero si señalamos las similitudes que se manifiestan entre estos


dos tipos de sueños, sueños de sesión y sueños edípicos, ahora
nos será preciso demarcar sus diferencias y comparar sus valores
propios.
Las diferencias, que esencialmente son diferencias en la diná­
mica de la cura, tendrán por fin poner en claro la organización
y el valor de la neurosis de transferencia que constituye el objeto
de nuestra exposición.
Para hacerlo, y para captar el fundamento teórico de esa or­
ganización, tendremos que volver atrás en la teoría de la transfe­
rencia y considerar un efecto de esa transferencia que hemos
dejado hasta ahora en la sombra: su efecto de resistencia.
El problema de la transferencia y de la resistencia encuentra
su origen en los estudios sobre la histeria y aun en sus prelimi­
nares (cf. con respecto al tema, cap. II) con la noción de trauma­
tismo psíquico, destinado entonces a justificar la extensión del
concepto de histeria traumática. A partir de un incidente
traumático lo consciente se escinde en dos partes, por no poder
descargarse o abreaccionarse, y las representaciones relativas al
incidente llegan a ser patógenas. No pudiendo abreaccionarse,
conservan “toda su frescura” pero se separan de las otras repre­
sentaciones conscientes y permanecen aisladas. Se llega así a la
famosa disociación de lo consciente que se expresa mediante los
estados hipnoides.
Dichos estados hipnoides se desarrollan a partir d e las enso­
ñaciones diurnas tan frecuentes, inclusive en personas que gozan
de buena salud y a las cuales la costura suministra tantas oca­
siones d e producirse.2
La terapéutica es clara:
“El procedim iento suprime los efectos d e la representación
que no había sido primitivamente abreaccionada, permitiendo
al efecto sofocado, provocado por ésta desahogarse verbalmente;
lleva a esa representación a modificar por vía asociativa atra­
yéndola al consciente normal (bajo ligera hipnosis) o suprimién­
dola por sugestión m éd ica .. ” x
Hasta aquí, Breuer y Freud aún son cosignatarios y perfec­
tamente solidarios. Lo que bruscamente va a separarlos es la

2 S. Freud, Etudes sur l’hystérie, París, P.U.F., 1956, pág. 9.


3 Id., ibíd., pág. 13.
LA TRANSFERENCIA 247

“neurosis de transferencia”. Por su fantasma de embarazo, Amia


envía a Breuer a las orillas del Mediterráneo, tan propicias a repa­
radoras lunas de miel, y deja a Freud perplejo ante el
enigma.
El enigma es el de la detención del proceso asociativo. Alre­
dedor del núcleo patógeno, que constituyen las representaciones
directamente relativas al traumatismo psíquico, se organiza una
red asociativa hecha de recuerdos vinculados a las circunstancias
del incidente. Esos recuerdos se agrupan formando “tem as”. Di­
chos temas están concéntricamente dispuestos alrededor del nú­
cleo patógeno.
A partir de este esquema se ordenan los primeros imperativos
técnicos:
“Es preciso renunciar totalmente a penetrar directam ente hasta
el centro de la organización patógena * y, ‘él m édico se convence
entonces con sorpresa d e que no está en condiciones ni d e imponer
al enfermo nada relativo a las cosas que éste pretende ignorar, ni
de influir sobre los resultados del análisis suscitando su especta-
tiva en un cierto sentido7 * 8
Reconocemos aquí el “negativo” de las prescripciones que ten­
drán curso cuando la transferencia sea descubierta “y sin pecar
por arbitrariedad. . . ”
Sobre todo, vemos ponerse en movimiento todas las fuerzas que
emanan del médico, y todas las obligaciones morales que tienden
a ‘legalizar” esas fuerzas:
“Por mi trabajo psíquico, yo debía vencer en el enferm o a una
fuerza psíquica que se oponía a la toma d e conciencia.” *
Luego vendrá la necesidad de la insistencia utilizando la im­
posición psíquica. Pero la insistencia no basta y Freud saca en­
tonces de su bolsa de prestidigitador la famosa presión en la
frente:
“En un caso así utilizo un pequeño artificio técnico."
Cuando el flujo asociativo se detiene, él pone las manos so­
bre la frente del paciente y lo conjura arecordar,afirma que
éste sabe, que éste debe comunicarle el recuerdo y el proceso
recomienza. Puede afirmarse que en el momento preciso en que

4 S. Freud, Etudes sur l’hystérie, P.U.F., 1956, pág. 236.


6 Id., ibíd., pág. 239.
0 íd., ibíd., pág. 216.
248 MICHEL NEYRAUT

Freud imponía las manos, nacía la transferencia; necesitará varios


años para comprender su mecanismo.
Mientras tanto, varios conceptos encuentran su significación
alrededor de ese núcleo patógeno y de su red asociativa con­
céntrica.
La defensa, la resistencia, la conversión, la represión y la trans­
ferencia han salido del mismo crisol. Todas ellas se ordenan
alrededor de la cadena asociativa, lo que explica por qué guardan
entre sí lazos tan poderosos y cuyo reconocimiento es tan útil
para comprender las relaciones de la transferencia y la resistencia.
La defensa es una fuerza que rechaza la representación:
“Una representación accede al Yo, demuestra en él ser intole­
rable y suscita una fuerza d e repulsión; esta última constituye una
defensa contra la idea reprobada.” 1
Es luchando contra esa defensa que el terapeuta la encuentra
entonces bajo form a de resistencia; de allí la insistencia, de allí
el reformar del proceso.
Pero persiste una duda sobre el valor de la “insistencia” y a
veces el fracaso se hace sentir. Freud rehúsa admitir la fácil
solución que invoca Mobius.8,9
Este último estima que en los estados emocionales como la
cólera interviene un vacío en la conciencia, un poco a la manera
con la cual Pascal dice que el estornudo absorbe las fuerzas del
alma.
Pero Freud no puede aceptar la idea de un vacío; para él los
procesos psíquicos no se detienen en la conciencia, continúan
andando, es imposible que haya solución de continuidad, sólo la
Muerte podría justificar una detención del proceso mental y, sin
embargo, el enfermo dice no tener nada más que decir, estar des­
provisto de todo recuerdo. ¿Qué ocurre? La respuesta surge en
1911, en una reedición teórica de los fenómenos de transferencia:
en ese agujero, ese pretendido vacío que invoca Mobius, ocurre
en efecto algo: el paciente piensa en el analista.
Raramente es Freud tan perentorio, podemos estar seguros.
Y dice:
“Cuando las asociaciones empiezan a faltar, ese obstáculo puede

7 S. Freud, Études sur l’hystérie, P.U.F., 1956, pág. 217.


8 Id., ibíd., pág. 172.
9 Mobius, De la Astasia, Abaste Neuról. Beitrage, 1er. fase., pág. 17.
LA TRANSFERENCIA 249

ser levantado cada vez asegurando al paciente que se encuentra


bajo el im perio de una idea que se relaciona con la persona del
m édico o con algo que concierne a este último.” 10
“Una vez dada esta explicación, el obstáculo es remontado o, ál
menos, la ausencia de asociación se transforma en una negativa
a hablar.” 11
La “explicación” ha remplazado exactamente a la presión en
la frente; en el lugar de la insistencia se desliza la interpretación.
E l vacío es exactamente llenado por la transferencia, la cadena
asociativa no se ha roto, simplemente uno de los eslabones se ha
enganchado al pretexto de la actualidad y se encuentra por ello
en la imposibilidad de ser expresado. Pero además ese amarre
de lo actual, esta inserción de un elemento del terapeuta en el
texto asociativo, este desplazamiento, esta integración no se pro­
dujeron sino porque favorecían la resistencia, porque entonces
era más difícil hacerlos conscientes. Allí se sitúan las estrechas
relaciones que unen la transferencia a la resistencia, que hacen
de la transferencia una resistencia:
“L a experiencia muestra que es aqu í donde surge la transfe­
rencia: cuando entre los elementos del com plejo (en el contenido
de éste) algo es susceptible de referirse a la persona del médico-,
la transferencia se presenta, suministra la idea siguiente y se ma­
nifiesta con la forma de una resistencia, de una detención en las
asociaciones. Parecidas experiencias nos enseñan que la idea de
transferencia consiguió, con preferencia a todas las otras asocia­
ciones posibles, deslizarse hasta lo consciente, justamente porque
satisfacía a la resistencia.”
Se comprende ahora mejor cómo una neurosis de transferencia
puede constituirse de entrada; el sueño de sesión integra al ana­
lista en varios puntos del conflicto, dibuja exactamente el ritmo
de la cura en la medida en que lo que es expresado en el sueño
testimonia una línea general de resistencia.
En su deformación, en su presencia, en el papel que se le hace
jugar, en los detalles de su persona que fueron elegidos como
significantes, el analista puede reconocer la exacta figura de la
resistencia a la cura.

10 S. Freud, “La dinámica de la transferencia”, en Rev. frang. de Pstjch.,


t. 16, 1952, pág. 170.
250 MICHEL NEYRAUT

El curioso parentesco que señalábamos entre sueños "edípicos*


y sueños de sesión se aclara con el efecto de resistencia.
Los sueños edípicos, si dibujan en positivo lo que podría cons­
tituir la estructura edípica del conjunto de la cura, no son como
regla general más que medios de defensa contra el advenimiento
transferencial del complejo. Juegan por ello un papel defensivo
y de ideal. Podría decirse el ideal pre-visional.
Los sueños de sesión precoces parecen por el contrario dibujar
en negativo los tropezones o escollos del complejo, por cuanto
este último parece estar ya confrontado con las solicitaciones ac­
tuales de la situación analítica.
La integración del analista en tal o cual momento del conflicto,
en tal o cual rótulo de la constelación edípica, muestra que un
proceso de resolución con forma d e resistencia está ya compro­
metido; muestra precisamente los puntos donde debe esforzarse,
los nudos del conflicto.
Recordemos ese momento esencial de la dinámica de la trans­
ferencia:
“Siempre que uno se aproxima a un complejo patógeno, es pri­
mero la parte del complejo que puede llegar a ser transferencia
lo que se ve impulsado hacia lo consciente y lo que el paciente
se obstina en defender con la mayor tenacidad.”
Los sueños de sesión y de manera general las manifestaciones
de una neurosis de transferencia muestran pues muy precisamente
y a veces muy precozmente cuáles son los elementos del complejo
que suscitan la resistencia mayor.
Observaremos a ese propósito la turbadora contradicción que
estigmatiza la neurosis de transferencia, puesto que, de una parte-
hemos señalado su parentesco y equivalencia con la organización
del delirio y, de otra, su carácter eminentemente consciente; en
la reflexión, dicha contradicción es sólo aparente y más bien con­
firmaría la equivalencia, con la salvedad de que, esta neurosis,
a pesar de ser consciente, “en su efecto de resistencia”, deberá
ser descifrada e interpretada, pero que la eficacia de una inter­
pretación semejante y la resolución de una neurosis semejante
testimonien un reconocimiento simbólico de los desplazamientos
que permitieron su organización.
A ese propósito señalaremos la incidencia de la positividad de
la transferencia en la organización de la neurosis.
LA TRANSFERENCIA 251

En efecto, si todo el mundo está prácticamente de acuerdo en


admitir que es alrededor del analista y de la situación analítica
que se organiza la neurosis de transferencia, hay que admitir
también que ese personaje y esa situación son conciliables y se
conciban al punto de confundirse.
Ahora bien; si tal confusión parece aquí evidente hay riesgo de
que no lo sea, siquiera por largo tiempo: el analista parece diso­
ciado de su función analizante: figura errática encargada de la
extraña necesidad de interpretar los sueños, taumaturgo distraído
o juez impenitente, funcionario de sesión, o agente de oscura téc­
nica, etc. En esto se reconocen los signos caricaturescos que le
presta la transferencia negativa.
Es que, precisamente’ esa conciliación, incluso esa identidad
entre el analista y el proceso analítico, es obra d e la transferencia
positiva.
Esto sin decir que la transferencia positiva no bastaría para
ello si el mismo analista no hubiera operado en cierto momento
esa identificación que algunos llaman sublimación, y sobre la
cual se funda la alianza. El efecto más seguro d e la transferencia
negativa no es tanto expresar algún afecto de tonalidad hostil
como disociar al analista del proceso analítico.
En ese aspecto, y cualquiera sea la posición ocupada por el ana­
lista en un sueño de sesión, el conjunto del sueño puede ser consi­
derado como un valor positivo, supone en efecto la adecuación, no
solamente de una situación infantil conflictiva y de la sesión, sino
además la identificación del analista con el proceso analítico, y
designa al paciente mismo como “analizando” según expresión cara
a los psicoanalistas modernos.
¿Pero qué ocurre en definitiva con la organización de la
neurosis?
Michel de M’Uzan,12 en su comentario al texto de Freud “Aná­
lisis terminable, análisis interminable”, propone la novela como
modelo de neurosis de transferencia, oponiéndola a las simples
“transcripciones” ( reports) cuyo objeto sería el analista abriendo,
por esas transposiciones al estado puro, el dominio del grito, del
llamado, de la exigencia directa.
Evidentemente, no puede sino suscribir esta distinción de “la

12 Michel de M’Uzan, “Transferencias y neurosis de transferencia”, en


Rev. frang. de Psych., París, P.U.F., 1968, t. XXXII, n«> 2.
252 MICHEL NEYBAUT

existencia directa" puesto que ella funda la que establecí (cf.


cuarta parte, cap. II) de una transferencia directa y de una trans­
ferencia indirecta; parece en todo caso muy probable que la
novela, la fabulación y la organización de la neurosis de trans­
ferencia encuentran un origen común en la novela familiar del
neurótico 18 que representa los acomodamientos, las adaptaciones
del complejo de Edipo según variantes infinitas.
Citemos con ese fin el trabajo de Marthe Robert: Román des
origines et origines du rom án 14 (Novela de los orígenes y oríge­
nes de la novela).
“E l com plejo d e Edipo era un hecho humano, universal; no hay
ficción > ni representación, ni arte de la imagen que no sea de
alguna manera su ilustración velada■ En este sentido, la novela
no es más que un género ‘edípico ’ entre otros, con la salvedad
de que sin em bargo. . . en lugar de reproducir un fantasma bruto
según reglas establecidas por un código artístico preciso, ella
imita un fantasma novelado de comienzo ..
Sin embargo, conviene deslindar en el complejo edípico lo que
corresponde a su poder organizador y lo que traduce su deses­
tructuración.
En otros términos, ¿qué quiere decir: acceder al complejo de
Edipo?
Si se trata de evocar ante el analista, sea en forma de fantasmas
conscientes o de sueños o de relaciones comportamentales algo
que de cerca o de lejos recuerda al complejo de Edipo, pienso que
todo el mundo es capaz de ello y que también, podemos ir a
oírlo al teatro o verlo en la calle, basta incluso leer el diario en la
página de policiales o los libros de G. Deleuze.
Pero por qué precisamente la calle, el teatro o el diario.
Sino porque el escándalo estalla en ellos, y el escándalo no es
otra cosa que la transgresión manifiesta de una de las prohibi­
ciones que son la arquitectura de ese complejo.
Esa transgresión no es el complejo de Edipo, sino más bien la
testigo del fracaso de su represión y de la irrupción en el “actuar”
de sus momentos pulsionales más crudos; momentos no tallados
por la cultura, es decir que no han aprovechado nunca la ayuda

13 S. Freud, L e román familiál du névrotique, 1909.


14 Marthe Robert, Román des origines et origines du román, París, Gras-
set, 1972.
LA TRANSFERENCIA 253

que esta cultura aporta a la represión individual, caso que no es,


evidentemente, el de G. Deleuze.
Si clásicamente se admite que es en las clases sociales más des­
favorecidas donde más se observan el parricidio y el incesto, lo
que aquí está en tela de juicio es la vertiente de la represión,
represión que se ve o no apoyada en una cultura determinada.
Es preciso para ello una firme salud, fundada precisamente en la
arquitectura de dicho complejo para recomendar el acontecimien­
to de la locura como locura razonable.
Por no acreditar la tesis de una locura razonable lo imputare­
mos en la cuenta de lo que antes de esta disgresión nos preocu­
paba: la fabulación.
En ese aspecto, Freud encuentra en el desarrollo del niño un
punto privilegiado donde parece organizarse la fabulación.
Esta representa entonces uno de los accidentes en el camino que
conduce al niño neurótico a separarse de la autoridad paterna.
Para el niño pequeño, los padres representan ante todo la
autoridad suprema, el prestigio ilimitado, el modelo de todas las
certidumbres.
Pero los progresos del desarrollo intelectual lo llevan a com­
parar la situación social de sus padres con la de otras parejas
más afortunadas.
Como consecuencia de un sentimiento cualquiera de evicción,
o estimado no recompensados sus sentimientos de amor, el niño
utiliza entonces sus nuevos conocimientos para fundirlos en un
fantasma según el cual él procedería de otro lecho. Según Freud,
esta actividad fantasmagórica sería más intensa en el niño que
en la niña, en la medida en que sus sentimientos hostiles para
con el padre estarían mejor apoyados; en todo caso, es en esos
impulsos psíquicos de la infancia, conscientes, rememorados,
que Freud ve una comprensión posible del mito.
Así, en un primer estadio llamado asexual (en el sentido de
que el conocimiento de las relaciones sexuales entre los padres
no se habría cumplido todavía), el fantasma perseguiría dos
fines: erótico y de ambición (el segundo disimulándose siempre
detrás del primero) sustituyendo a los padres reales por padres
más afortunados.
El estadio “sexual” descansa sobre la afirmación: mater certis-
sima; pater semper incertus est, en nombre de la cual el niño
254 MICHEL NEYRAUT

atribuye a la madre algunos amantes, mientras que el padre se


contenta con ser “superior”.
Desde entonces son posibles dos caminos, donde el niño se
instituye como el bastardo de un amante heroico, donde, por un
sutil rodeo del fantasma, él sólo se asegura a sí mismo la legi­
timidad, desembarazándose así de un hermano o hermana decla­
rados bastardos. Freud señala, para terminar, que esos fantas­
mas aparentemente hostiles, por la nostalgia de un padre antaño
omnipotente mantienen sin embargo la sobreestimación de los
primeros años de la infancia.
Esta “novela”, en muchos aspectos, encuentra en la neurosis
de transferencia un nuevo campo de ejercicio. El analista no
sólo puede representar a la vez a ese nuevo padre noble con
el que soñaba el niño, sino también al humilde padre real que
es preciso ennoblecer, o también a ese padre de los orígenes cuya
omnipotencia no tenía fallas: transferencia directa en el mo­
mento que representa una nueva posibilidad, una nueva realidad,
un nuevo padre; indirecta, en el momento que representa al pa­
dre de los orígenes o al padre humilde (indirecta en la medida
en que se representa con el sentido de una reedición).
Debe observarse, por una parte, que esa “novela familiar”
es la misma que revela la leyenda de Edipo, puesto que es
también por abandono que Edipo se encuentra entre sus humil­
des padres adoptivos, cuando en realidad procede de sangre
real; en ese sentido, Edipo ya no puede mentir, puesto que su
mentira no sería otra cosa que la verdad.
De otra parte, recordaremos que esta situación de abandono
por los padres reales también es la de Moisés. En ese sentido,
podría verse en la idea de Freud según la cual Moisés era egip­
cio (cf. Freud, Moise et le m onotkéism e) una nueva manifes­
tación de aquella novela familiar, esta vez aplicada al mismo
Freud cuando se habla de los lazos fantasmagóricos que lo unían
a Moisés en tanto padre de otra religión. En todo caso, en esa
vinculación se hallaría la confirmación de que la actividad inte­
lectual no puede ser afectada por semejantes fantasmas.
La neurosis de transferencia ofrece múltiples ejemplos de
esas traiciones transconfesionales, por el fantasma, para los cris­
tianos de pertenecer a una familia judía, y para los judíos, de
proceder de cierta Roma.
LA TRANSFERENCIA 255

Los fantasmas sadomasoquistas igualmente repartidos pero


diversamente repertoriados en cada una de las religiones auto­
rizan a pensar que la gloria de pertenecer a una u otra encuentra
la cuenta de su prestigio en evocaciones inesperadas; la perse­
cución se une aquí a la pasión crística para dar testimonio de
que tal género de gloria no se adquiere a cualquier precio.
Por lo demás, otros registros pueden pretender confirmar
esta incertidumbre del padre: la variedad de escuelas psicoana-
líticas ofrece un nuevo abanico para sus discípulos respectivos,
construyendo fantasmas pertenecientes a otro clan.
Puede decirse que a fortiori, si un paciente es capaz de orga­
nizar tales fantasmas, es también capaz de organizar una neu­
rosis de transferencia, pero sería más arriesgado afirmar que la
neurosis de transferencia no puede constituirse más que al pre­
cio de un grado tan alto de organización.
Más bien, y mucho más frecuentemente, se verá alejarse a la
organización de la neurosis de transferencia de la que se atribuye
a la adaptación del Edipo.
Que la estructuración del Edipo tiene un poder organizador:
el hecho es cierto y debe además entenderse tanto a nivel de la
transferencia como de la contratransferencia, de manera que
si el analista reconoce en él una organización, puede también,
como se dice, “encontrarse en ella”.
Por otra parte, no dejó de imputarse a los analistas ser los
“organizadores del complejo de Edipo” y, por consiguiente, los
pilares de la sociedad capitalista, de manera que si no estaban
“contra”, es que estaban "por”.
Jamás podría un analista estar por o contra el Edipo, pero
nada le impedirá reconocer en él un poder organizador que
a la vez estructura los conflictos intrapsíquicos y estructura su
inteligencia. Las complicaciones sólo comenzarán verdadera­
mente cuando se quiera dar a esa estructuración un valor
normativo.
Pero nada impedirá la comprobación de una jerarquía de
complejos de manera que pueda reconocerse que la neurosis de
transferencia recluta más o menos elementos y que algunos co­
rresponden al complejo de Edipo y otros no.
Los “anti-edípicos” y los psicoanalistas normativos se asocian
extrañamente, unos por estar contra, los otros por estar por, en
256 M ICHEL NEYRAUT

el hecho de que atribuyen al Edipo un valor de “goce” más


que de placer, separado del valor de prohibición; unos, anti-
edípicos, considerando al Edipo como el bastión de la prohi­
bición de manera que es preciso estar contra, para “promover”
el goce; los otros, siendo “pro”, y considerando al goce como
correlativo de una organización psíquica llevada a su termino.
La confusión entre genital y edípico llega a su colmo, lo que
marcaría el apogeo de un cumplimiento tanto psíquico como
sexual.
Si se deja de atribuir algún valor normativo al complejo de
Edipo, sin embargo será preciso, para reconocerle un valor de
organización, admitir que posee un comienzo, donde se reco­
nocerá por ejemplo la identificación con el padre del mismo
sexo, un tiempo pleno y una ‘liquidación” etc. En resumen,
se podrá plantear válidamente la cuestión de saber si existe un
“de este lado”, un “más allá” del Edipo, y será eventualmente
legítimo hablar de una organización psíquica pre o post edípica.
Pero- de ninguna manera será legítimo pensar una organi­
zación psíquica “afuera” o “a despecho” del Edipo, porque
querer hablar desde “afuera” o a “despecho”, es precisamente
referirse a él. Esta referencia es además la misma, explícita,
del perverso, quien, en el sentido estricto que dio Freud a esta
expresión, da muestras de una sexualidad pregenital y alega
para justificar esa pregenitalidad su pertenencia "fuera” del
Edipo, y hasta “contra”.
En ese sentido particular, la estructura perversa poseería una
suerte de autenticidad o de “denominación de origen” frente
a las posiciones teóricas que se erigen directamente contra la
noción de complejo de Edipo. Unos y otros podrán además
consolarse considerando que la estructura perversa y la llamada
posición teórica no son necesariamente excluyentes una de la otra.
Si la cuestión de saber si existe un de este lado del complejo
de Edipo es legítima, podremos incluso plantear la cuestión de
saber si la neurosis de transferencia puede ella misma organizarse
de este lado de las figuras de la triangulación edípica.
La cuestión de saber si ella puede organizarse reclutando sola­
mente elementos pregenitales no constituye gran problema, por­
que es de comprobación evidente que semejante cosa es posible.
La mayoría de los sueños de sesiones a los que hemos aludido
LA TRANSFERENCIA 257

y que para nosotros representan un testimonio bastante certero


de lo que puede ser una neurosis de transferencia, raramente
reclutan elementos que testimonien una perfecta intrincación
pulsional.
En cuanto a la cuestión de la triangulación edípica, su resolu­
ción parece tanto más difícil cuanto que la teoría kleiniana atri­
buye a los fantasmas edípicos un origen precocísimo, incluso
fundante.
Observaremos al respecto, como ya lo hemos señalado, que el
acceso al fantasma, incluso el enunciado, incluso la demostración
de un fantasma edípico, no garantiza en modo alguno que el
complejo sea “sostenido”.
En otros términos, la teoría kleiniana no parece poder plan­
tearse la cuestión de una fase pre-edípica. Pero en ese caso la
noción de neurosis de transferencia pierde su sentido puesto que
entonces toda transferencia, la más parcial, la más mínima, com­
portaría los gérmenes de una organización edípica. A pesar, o
más bien gracias a esta triangulación, fantasmática, el predomi­
nio de una relación dual madre-hijo podrá afirmarse, y la neurosis
de transferencia podrá reducirse a una compulsión de repetir esta
relación, entendiéndose que ella contiene en sí los gérmenes fan-
tasmáticos de la triangulación.
Si éste no fuera nuestro punto de vista, ¿qué querríamos decir
al hablar de un complejo de Edipo-“sostenido”?
Tomado en mal sentido, este término podría testimoniar una
sustantificación cualquiera de los fantasmas que se ordenan alre­
dedor del Edipo. En realidad, aquí lo entendemos como el com­
promiso de lo que Freud llama la vertiente narcisista del Edipo,
o sea: el miedo a la castración, miedo que precisamente deter­
mina las posiciones que hemos denunciado hace poco como afir­
mándose “afuera” del complejo de Edipo, pero buscan por esta
“salida” conferir “a otros”, a los “pro-edípicos”, la realidad de la
amenaza.
En este sentido, comprenderemos que la neurosis de transfe­
rencia no pueda efectivamente apoyarse más que sobre una orga­
nización edípica “sostenida”, inclusive si ella traduce los tropiezos,
los fracasos, las superaciones y las miradas hacia atrás de esa
organización.
Parecería difícil afirmar que una neurosis de transferencia
258 MICHEL NEYRAUT

pueda resolverse, es decir, iiiterpretarse y superarse sin que, por


ello mismo, una superación y una "liquidación” del complejo de
Edipo intervengan. .
Sin embargo, es totalmente lícito plantear el problema. Freud
por otra parte lo planteó una última vez a propósito de la trans­
ferencia positiva y negativa, al comparar los resultados de un
tratamiento in vivo e tn vitro. En 1911 retoma con respecto a
los hospitales psiquiátricos la polémica introducida en el momento
de Dora, reafirmando que la transferencia no puede ser obra sólo
del análisis sino que puede también revelarse en los “hospitales
psiquiátricos”.
Este problema de los hospitales psiquiátricos nos interesa aquí
particularmente en la medida en que la neurosis de transferencia
mal comprendida corre el riesgo de transformar el consultorio
del analista en hospital psiquiátrico, con todas las posibilidades
de interminabilidad que tal sitio comporta.
Según el texto de la “dinámica de la transferencia” en los hos­
pitales psiquiátricos la transferencia positiva no sale realmente “a
relucir”, queda velada; con relación al analista, la consecuencia
está invertida, porque el enfermo rehúsa dejar la clínica. Él re­
suelve in vitro, todos sus problemas, pero demuestra ser incapaz
de hacerlo in vivo. En el análisis, por el contrario, la transferencia
positiva de base erótica es sacada a relucir, y después denun­
ciada; su efecto es entonces interior y exterior. Bien se ve aquí
que todo el problema es develar en tiem po útil la naturaleza eróti­
ca de la transferencia positiva.
No es que una vez cumplido el pasaje al acto (aquí el exitus) se
podrá hacer algo, sino si puede decirse antes de que se produzca.
La neurosis de transferencia corre el riesgo de transformarse en
hospital psiquiátrico, tal es, por efecto de la transferencia posi­
tiva, la óptica donde vemos dibujarse las razones de un análisis
interminable.
Este análisis interminable deviene un problema en sí tanto al
comienzo de un análisis como a . . . no puede decirse a su fin, y
esto en razón del carácter precoz que atribuimos a la neurosis de
transferencia.
En otros términos y para nosotros, al no ser interpretado como
tal, el análisis interminable es análisis interminable de entrada.
CAPÍTULO II

LOS REGISTROS DE LA TRANSFERENCIA

Con el término “registros”, agruparemos algunas categorías for­


males de la transferencia: transferencia explícita/implícita; laten­
te/manifiesta; directa/indirecta; u otras simplemente consagradas
por el uso: transferencia blanca, transferencia lateral.
Estas categorías, porque son puramente formales, se diferen­
cian de las que implican una teoría de la transferencia como la
de transferencia positiva o negativa, de la que ya tratamos.
Estas categorías formales no pueden tomar sentido más que
por su imbricación, y es artificialmente, para comodidad de la
exposición, que aquí las aislaremos.

Transferencia explícita y transferencia implícita

Conviene estudiar primero una oposición preliminar entre trans­


ferencia explícita y transferencia implícita. Esta oposición sólo
en apariencia tiene un carácter didáctico. Sin embargo, por no
considerarla se establecen muchas confusiones en cuanto a la
fenomenología de la transferencia.
Entendemos por transferencia explícita aquella que, especial­
mente, deliberadamente, designa al analista como persona parti­
cular. Así en Dora, no hay por parte de Dora ninguna transfe­
rencia explícita.
Esto sin decir que tal designación del analista supera el marco
de la transferencia para interesar a la situación analítica toda.
260 MICHEL NEYRAUT

El “clima” de un análisis es muy diferente según se organice


como régimen implícito o explícito.
El “usted” no es “explícito” por otra cosa que por aislar al
analista en una especificación personal. Ese “usted” explícita...
lo implica de manera tal que lo diferencia de todo el contexto, y
lo diferencia incluso en el interior del contexto transferencial.
Fácilmente nos cercioraremos de la importancia de una especi­
ficación semejante al considerar que ese “plural de cortesía” * da
largas al asunto de la especificación si es comparado al tuteo.
Designa al analista no “como tal” sino como “un tal”, y muestra
que el “ga parle” (eso habla) de Lacan está a veces bastante
bien educado como para usar ese plural.
También se concibe que el “tuteo” determinaría otra especifi­
cación, que no por “intimista” sería menos significativa de otra
objetivación.
Es evidente que ese carácter de objetivación ( objetivación que
no puede concebirse más que con respecto a un Sujeto) puede
también aplicarse al régimen contratransferencial. Además, en
ciertas escuelas es usual no emplear el “usted”, ni ningún otro tipo
de especificación.
Si en esta óptica la contratransferencia de Freud en Dora es
ampliamente explícita, la transferencia de Dora es implícita. . .
y esto por una suprema inteligencia de los caminos de la resis­
tencia, que aquí como se ve, es resistencia sólo por oponerse al
analista en su deseo de objetivación más que al proceso analítico.
Este aspecto implícito de la transferencia de ningún modo le
impide ser intensa- ni incluso estar destinada al mismo Freud.
Sino que la implicación de Freud deberá necesariamente ser des­
cubierta, descifrada, adivinada, interpretada. Dora, por ese me­
dio, lo obliga doblemente a desenmascararse, puesto que Freud
no puede invocar ninguna referencia nominal. Freud nunca
puede “valerse” de la obtención directa en el texto de las sesiones
de una mención de sí mismo. En cierto modo, él deberá imponerse.
El efecto más seguro, que además no es un efecto sino una
razón, de la transferencia implícita es obligar al analista a inter­
pretar la transferencia ingiriéndose en el texto asociativo, ingeren­

• El pronombre personal vous, que hemos traducido por “usted”, corres­


ponde en realidad a la segunda persona del plural. Desde ya, se emplea
corrientemente para significar nuestro “usted”. (N. del T .)
LA TRANSFERENCIA 261

cia que tiene todo el derecho de ser rechazada por el paciente.


Así, Freud está obligado a justificar su introducción en la
cadena asociativa de su paciente (cf. el humo, el fuego, el señor
K., Freud fumando en la sesión, la caja de fósforos); los dos
últimos términos de la cadena son anticipados por Freud, quien
doblemente objetiva su deseo de ser reconocido como fumador'
y de ver en Dora a una provocadora ( aüumeuse) . 0 °
Si la llegada del “usted” suele coincidir con las primeras mani­
festaciones de la transferencia, no habría que concluir de ello
que necesariamente sea su signo.
Muchos analistas principiantes confunden transferencia y trans­
ferencia explícita, sólo creen que ha llegado la transferencia cuan­
do se hace mención de su persona.
Es no entender que esta “objetivación” o individualización nomi­
nal del analista puede tanto constituir el polo actual de un verda­
dero desplazamiento transferencial como resistir a la emergencia
de esc desplazamiento por una objetivación “de acontecimiento”
que aísla al analista de todo soporte transferencial.
Esta oposición explícita/implícita no es pues tan formal como
lo estimábamos al principio; por cierto costado vemos que incluso
apunta a un punto fundamental, el de la interpelación en la
transferencia y que introduce' por la necesidad de un descifra­
miento, la segunda oposición de la que ahora hablaremos.

Transferencia manifiesta y transferencia latente

Por transferencia manifiesta ya no entendemos solam ente la


interpelación explícita o nominal del analista, sino aquélla que
sobre el modelo de los sueños necesita, para ser entendida, ser
descifrada o adivinada, aunque se manifiesta de entrada con
claridad. Es decir que tanto puede aparecer en un sueño como
en un fantasma, o incluso en un recuerdo, y hasta en un com­
portamiento. ‘
Demos un primer ejemplo de transferencia manifiesta:
Una paciente recuerda de manera aparentemente improvisada
que la víspera asistió a una consulta de lactantes. Este recuerdo

00 El original francés encubre un juego de palabras, pues deriva de


állumer, “encender”. (N. del T.)
262 M ICHEL NEYRAUT

sobreviene en realidad porque dio lugar a un sueño la noche pre­


cedente. Partiendo del recuerdo ella cuenta el sueño (como regla
general, lo que se produce es lo inverso, el recuerdo forma parte de
las asociaciones del sueño). Ella asiste como en la realidad a una
consulta de niños, una mujer amamanta a su hijo y dice: “Yo
ley doy 10 mamadas por día de menos de 20 gramos”. Mi pa­
ciente, siempre en el sueño, se escandaliza por este procedimiento
y piensa que es un método que interrumpe continuamente el
curso de las cosas . . .
¿Por qué 10 mamadas? ¿Por qué 20 gramos? Las asociaciones
permiten establecer rápidamente que se trata de 10 sesiones por
mes; en cuanto a “menos de 20 gramos”, yo interpreto esa cifra
como correspondiente a los sobres postales, la víspera mi pa­
ciente había enviado varias cartas y se reprochó su muy ligero
contenido. En realidad, este sueño se relaciona con el hecho de
una disminución (demasiado precoz como me lo hace compren­
der el sueño) del número de las sesiones de 3 a 2 por semana,
o sea alrededor de 10 por mes.
La insuficiencia de la nodriza y el subdesarrollo del niño están
en relación con una situación infantil que no puedo relatar pero
traducen en el plano transferencial una situación que comporta
muy pocos intercambios.
Esta situación se articula con un sueño precedente donde yo
aparecía como descontento con un plato de guisantes. Esos gui­
santes representaban en realidad las pecas de una dama de la
que mi paciente temía que llegara a gustarme. El asunto hubiera
sido sencillo si las asociaciones de ese primer sueño no hubieran
revelado que mi paciente también se interesaba mucho por los
guisantes.
Las cartas de menos de 20 gramos, también ellas “guisantes”,
así como el lactante, como la nodriza, como finalmente el sobre
que me tendió al final de la sesión y que contenía el monto de
los honorarios que representaban 10 sesiones y testimoniaba así
que ella me alimentaba mal —dándome sólo muchos guisantes-
pero que en recompensa yo le daba un número insuficiente de
sesiones. . . el sentimiento de culpa concerniente a la “liviandad”
del contenido de esas cartas había que ponerlo también en el
contenido de uno de los platillos de la balanza (pesada de las
cartas, pesada del niño, pesada del sobre).
LA TRANSFERENCIA 263

Es evidente que la transferencia manifiesta (en el sentido de


sueño manifiesto) sólo puede ser entendida como transferencia
una vez reducida a su valor latente. Apostemos sin embargo a
que si yo no hubiera adivinado el sentido de los guisantes ni del
número de sesiones, etc., en resumen, si yo no lo hubiera inter­
pretado y si mi paciente no lo hubiera interpretado, el sueño,
por su sola virtud de evocación, por las imágenes de destete, de
medida, de cantidad, etc., probablemente hubiera inducido un
malestar y hubiera tenido por efecto desviar el sentido general
de la sesión hacia la idea de una deuda.
Aun permaneciendo en el estadio de su expresión manifiesta,
el sueño hubiera modificado el sentido de la interpelación, de
suerte que yo hubiera conservado el sentimiento, quizá vago, de
deber algo, de reparar, de compensar, etc., sentimiento que pre­
cisamente me condujo a dar una interpretación, a solicitar aso­
ciaciones, en suma- a suministrar algo, etc. Si se va más lejos
en esta interpretación, se encuentra incluso el sentido de una
amenaza: en el sueño mi paciente se subleva contra la variación
de frecuencia de las sesiones que “interrumpe continuamente el
curso de las cosas”. Frase vaga, pero que significa claramente
que la escasez de sesiones tenía por efecto perjudicar dicho
curso asociativo (el curso de las cosas).
En este ejemplo, el texto de la transferencia manifiesta puede
ser leído tanto en los dos sueños como en el fantasma (la paciente
escribe muv liviano), como finalmente en un comportamiento, si
así desteñimos el momento en que ella me entrega el sobre, y
donde además la toma de conciencia se tradujo por una risa
inopinada.
Puede decirse que todo el sueño da testimonio de un movimiento
transferencial manifiesto, que pone en juego tanto los elementos
de un Edino clásico (celos concernientes a los guisantes y lo que
éstos sienifican: las pecas), como de un Edipo invertido: amor
a los guisantes según el modo de una homosexualidad directa,
como los elementos pre-edípicos de la malnutrición y de la
indistinción oral entre lo que alimenta y lo que es alimentado.
Pero el conjunto de esos elem entos es subsumido por el despla­
zam iento transferencial, que se organiza en una interpelación per­
fectam ente actual y directa.
La oposición transferencia manifiesta y transferencia latente
264 MICHEL NEYRAUT

está, pues, perfectamente fundada. Ella introduce en la noción de


interpretación llamada “en la transferencia”. Ella nos hace en­
trever un hecho importante, el de que el punto de vista econó­
mico no puede limitarse a la persona del paciente, sino que debe
ser pensado a nivel de la sesión, concebido como expresión dia­
léctica de la oposición transferencia-contratransferencia, en la
medida en que la demanda introduce necesariamente un desequi­
librio en la economía global del sistema.
Volveremos sobre este punto para esclarecerlo a propósito de
la transferencia directa e indirecta.
Un segundo ejemplo de la oposición formal transferencia ma­
nifiesta/transferencia latente nos recordará lo que enunciamos a
propósito de la organización de la neurosis de transferencia (la
novela transconfesional).
Se trata de una frase pronunciada por un hombre que estaba
al corriente de mis trabajos psicoanalíticos.
—“Yo lo traicioné.”
Esta frase se relaciona con el hecho de que la víspera él había
comenzado a seguir la enseñanza de una escuela que suponía
muy diferente de la mía, pero esta “traición” estaba acompañada
de un sentimiento de “inhibición intelectual” (título de un artícu­
lo publicado por mí.)
La interpretación fue la siguiente:
—'Usted más bien me ha sido fie l”
(Por la inhibición intelectual.)
El interés de este breve ejemplo es mostrar la intrincación de
las transferencias manifiesta/latente, positiva/negativa y directa/
indirecta.
En efecto, la primera aserción: “Yo lo traicioné”- que no es
más que una repetición humorística de Judas Iscariote, es la
expresión de una transferencia m anifiesta y negativa.
La interpretación devela la transferencia latente, pero no sólo
tiene el efecto de sacar a relucir esa transferencia latente, sino
también el de señalar su carácter “positivo” al señalar la fide­
lidad. Ella traduce en primer grado una transferencia latente
y positiva.
Pero remarquemos que esta reducción al sentido latente no es

### Al analista. (N. del T .)


LA TRANSFERENCIA 265

posible sino por una actitud del pensamiento contratransferen-


cial que, quizá, rehúsa la traición y buscando una escapatoria
encuentra una interpretación.
Observemos entonces que esa interpretación es humorística,
es decir que cambia de signo. El "usted me ha sido fiel” com­
porta una cierta burla con respecto a esa "constancia” puesto
que se trata de una fidelidad por la “inhibición intelectual”.
Esa respuesta humorística a una aserción también humorística
tiene que ver con un plano particular que llamamos transferen­
cia directa. Esa transferencia directa que caracteriza la situa­
ción hic et nunc evoluciona bajo un signo positivo. Sólo el
humor le da un carácter hipotéticamente negativo.
La transferencia directa domina todo el clima de los inter­
cambios; se opone a la transferencia indirecta. La transferencia
indirecta reedita mediante el fantasma transconfesional de mi
pertenencia a “otro” “clan” un conflicto de la infancia en que
mi paciente estaba obligado a elegir entre madre y padre (más
bien que lo inverso en el caso) y del cual la novela familiar con­
sistía en creer que no podía dejar a uno u otro sin traicionarlo;
por medio de la transferencia indirecta yo asumo los lugares de
la posición fantasmática: mater certissima, “el otro clan” asu­
miendo la del ptíter semper incertus.
La interpretación se dirige a la transferencia directa develando
su sentido latente —permaneciendo (por el humor) bajo un sig­
no indeciso— ella transforma sin embargo la expresión negativa
en positiva. Pero observemos que el humor determina una suerte
de incertidumbre del signo. Este humor transforma la afirma­
ción: “yo lo traicioné ”en: “¿Lo traicioné verdaderamente?”, y
la respuesta: “más bien me ha sido fiel” se transforma en ‘ ¿ver­
daderamente me ha sido fiel por el mantenimiento de esa inhi­
bición?”
El humor dibuja pues una incertidumbre (más bien que una
ambivalencia), que constituye la “cuestión” de la transferencia
directa.
Basta considerar el esquema siguiente, que integra los seis
parámetros: manifiesto/latente, directo/indirecto y + / — para
comprender que lo que en la transferencia latente indirecta cons­
tituye la expresión de una ambivalencia está representado en la
266 MICHEL NEYRAUT

transferencia directa manifiesta por una incertidumbre o si se


prefiere una pregunta.1

Transferencia manifiesta: expresión ( - )


Directa —Por la alianza (+ )
—Por formulación: “Yo (~ )
lo traicioné”
—Por Iscariote (±)

Indirecta —“He traicionado a mi


madre” (-)

Transferencia latente interpretación (+ )

— Directa —“He sido fiel a usted” (+ ) ambiva­


—“Por la inhibición” (-) _
lencia

-Indirecta —He sido fiel a mi madre (+ )


—Conservando mis fijación —
síntomas (-)

Esa transformación es esencial porque traduce una verdadera


mutación transferencial entendiéndose que la transferencia directa
de que hablamos no es una creación ex nihüo; no traduce sola­
mente una realidad de la situación hic et rumc, sino que debe
su existencia al desplazamiento del conflicto infantil.
Vemos que esc desplazamiento no es neutro y que por su ca­
rácter de incertidumbre ofrece una nueva apertura dialéctica.
Su “negociación” está fundada en la alianza que signa la ver­

1 Ver el esquema siguiente.


LA TRANSFERENCIA 267

dadera positividad, supone una elucidación progresiva de la trans­


ferencia ya sacada a relucir. La transferencia indirecta, por el
contrario, no puede, a falta de elucidación, más que reeditar sin
superarlos los elementos contradictorios de sus conflictos y la ex­
presión de sus ambivalencias.
Por lo tanto, si manifiestamente se trata de una traición, pre-
conscientem ente se trata de una fidelidad dudosa; la transferen­
cia tropieza con una “fijación” —la transferencia directa bajo el
signo de la alianza reactiva el proceso de esa fijación, transforma
en incertidumbre y sobre todo vuelve a cuestionar— la ambiva­
lencia.
Hay motivos para creer que el humor aquí encuentra sus fun­
damentos en la ambivalencia, pero que por la positividad de la
alianza ya ha superado fundamentalmente esa ambivalencia y en­
cuentra sus fundamentos en una suerte de pudor para reafirmarla
como problemática.
Remarquemos al pasar que la transformación de la transferen­
cia manifiesta en su sentido latente no determina una oposición
sistemática entre positividad y negatividad; la expresión de emo­
ciones hostiles o amistosas no es el signo seguro de que haga falta
cambiar sistemáticamente su sentido, ni que haga falta tomarlo
“por dinero contante”. En esto se revela el sustrato afectivo de
la transferencia negativa y de la transferencia positiva que no
pueden ser asimiladas a la negación o a la denegación, aunque
puedan complicarse con ellas —o simplificarse con ellas.
Basta una ojeada a la columna de los signos -f- o — para com­
probar a qué grado de oscilación puede pretender una simple
aserción del tipo: yo lo traicioné. Por otra parte, el esquema está
simplificado y no da cuenta de las identificaciones que sobrede-
terminan la aserción: yo lo traicioné como mi padre o como mi
madre traicionó a mi padre, etcétera.
268 M ICHEL NEYHAUT

Transferencia blanca

La expresión afectiva de la transferencia, así como su carácter


explícito o implícito, nos conducen a considerar lo que tradicio­
nalmente se llama “transferencia blanca”.
No sé si esta expresión se relaciona con el “estilo blanco” que
Cocteau atribuía a Radiguet, pero no deja de hacerme pensar en
é l . . . : el sujeto se oculta detrás de sus propios efectos.
La transferencia blanca se opone a todas las categorías que
hemos considerado hasta ahora, por no ser ni explícita, ni mani­
fiesta, ni caliente, ni fría.
La transferencia blanca dice bien lo que quiere decir, puesto
que así como manifiesta la existencia de una transferencia exclu­
ye su confesión. En ello se distingue de la transferencia negati­
va, que es a veces explícita al punto de ser ruidosa, pero testi­
moniaría una resistencia tal que excluiría hasta la posibilidad de
un disfraz.
Personalmente, nunca me he encontrado con una transferencia
semejante, que me parece tener que ver con una ilusión técnica,
o con una forma de transferencia negativa no detectada.
Sin embargo, esta expresión me parece fundarse en el hecho de
que la “confesión” tarda en manifestarse. Con ello se señala hasta
qué punto se suele confundir transferencia explícita y transferen­
cia a secas. Es excepcional que un sueño, un desgarrón en el
protocolo, el hecho mismo de la observación de las reglas no tra­
duzca o no traicione el desplazamiento de un conflicto infantil.
Pero si la transferencia es blanca, lo es para todo el mundo
en el sentido de que es “ciegamente” como el analista podrá inter­
pretarla.
Las “transferencias blancas” me recuerdan una sesión de pres-
tidigitación durante la cual un hábil ratero recomendaba a sus
víctimas cuidarse de un posible robo. Una de ellas, que había
resistido con valentía, descendió triunfalmente las gradas para
reconquistar su sitio y durante el descenso perdió su portafolio,
su reloj y hasta sus tiradores.
Este recuerdo, cuyo valor fantasmático no pasará desapercibi­
do, volvió a mí a propósito de un análisis donde no había apare­
cido ningún carácter explícito de la transferencia, ninguna men-
'ción del analista, ninguna asociación de ideas que permitiera
LA TRANSFERENCIA 269

siquiera “saber”, de otro modo que por la comprobación de su


presencia, que mi paciente estaba aqui más que en otra parte.
Una disminución de las sesiones sobrevino, debo confesarlo,
por hastío. El resultado fue inmediato: mi paciente me explicó
entonces por qué “no se había atrevido” a “compararme” con otra
cosa que su padre, y que sin embargo "hubiera podido actuar” en
tal o cual punto.
Gracias a esta “retrospectiva”, que duró más tiempo que la fase
que ella entendía comentar, mi paciente no percibió que operaba
una transferencia al retomar el ritmo normal de sus sesiones.
Al respecto conviene remarcar que el analista puede ocupar en
la dinámica transferencial el lugar del muerto, del ausente, del
negado, del borrado, excluido, censurado, castrado y todos los
caracteres negativos que se quiera: posiciones todas que testimo­
nian una mención que afirma su existencia tanto como la niega.
Pero bien sabemos dónde nos aprieta el zapato de la denega­
ción, que precisamente sólo puede volver desesperadamente a la
existencia de lo que ella no quiere ver.
La verdadera transferencia blanca tendría que ver más bien con
“el analista fetiche”, momificado en un compromiso. Pero aun
sería preciso que no se le dirigiera demanda alguna. Ciertamente
puede parecer que esta ausencia de demanda marca un momento
del análisis de perversos, salvo que a fuerza de “insistir”, esta
ausencia de demanda acabe por ser una demanda. No es raro
en definitiva que la "transferencia blanca” revele una estructura
perversa.
El conjunto de categorías de transferencia hasta ahora consi­
deradas, muestra hasta qué punto el pensamiento contratransferen­
cial puede comprometerse en esas manifestaciones, en particular
a propósito de la transferencia blanca.
Pero nos ocuparemos de otra categoría tradicional, que solicita
todavía más el punto de vista contratransferencial. Se trata de la
transferencia lateral.

Transferencia lateral

Esta transferencia tiene mal cartel. . . , es interpretada ordina­


riamente en una perspectiva estrictamente económica como una
270 m ic h e l n e y h a u t

hemorragia libidinal, una pérdida energética y más aún una suer­


te de “traición”.
Sin embargo, tenía que llegar . . . pues la transferencia es esen­
cialmente un quid pro quo.
Pero esta “lateralidad” supone un eje central que drena todas
las energías.
En cierto modo las prescripciones técnicas de Freud y de sus
epígonos inmediatos, que prohíben durante las curas toda rela­
ción sexual y toda decisión importante, traducen ese cuidado por
canalizar la energía disponible en provecho únicamente de la re­
lación analítica.
Por sí solo, este punto de vista energético autorizaría a conce­
bir la intrincación contratransferencial que implica; determina
obligatoriamente una “contra-actitud” “pastoral” en cuanto pre­
tende reconciliar a todos los cameros.
Es evidente que la naturaleza misma de la transferencia, que
esencialmente es la de un desplazamiento, basta para introducir
al lobo en la majada y complica la bien ordenada visión.
Es exacto, sin embargo, que la transferencia lateral constituye
una resistencia en el interior de otra que es la transferencia a se­
cas. Pero en general, esta nueva resistencia se interpreta más
como “actuación”, “catarsis”, explosión en lo real, que como des­
plazamiento del soporte transferencial.
Es importante comprender que la transferencia lateral es un
efecto de la transferencia; que se inscribe en la transferencia mis­
ma aunque parezca oponérsele, que no es fundamentalmente re­
sistencia a la transferencia, sino que constituye una variante opo-
sicional de ésta. Todo depende en definitiva de su valor contra-
puntístico y de la apertura dialéctica que autoriza o aliena.
Muchos análisis salen de un estancamiento transferencial por
un desplazamiento lateral, por lo demás casi siempre perfecta­
mente inconsciente (aunque no siempre). La interpretación de
un desplazamiento simbólico puede tener enormes efectos diná­
micos en la cura, pero no hay ejemplo de un análisis que se desen­
vuelva sin una manifestación de transferencia lateral.
Esta categoría de transferencia recorta el problema del análisis
in vitro e in vivo del que Freud habló largamente a propósito
de los tratamientos en hospitales, los cuales representan mani­
fiestamente para él una “lateralización”, porque su evocación sur­
LA TRANSFERENCIA 271

ge como por milagro cuando se trata de transferencia positiva


o negativa.
Al respecto conviene remarcar que la positividad y la negativi-
dad de la transferencia frecuentemente encuentran una línea de
fractura gracias a la transferencia lateral. Esta línea de fractura
recorta y en cierto modo revela la escisión en el interior del Yo
entre positividad y negatividad. Muy a menudo, en efecto, los
sentimientos hostiles o negativos sufren el efecto de una transfe­
rencia lateral, de manera que la transferencia o la neurosis de
transferencias “centrales” parecen beneficiarse sólo en impulsos
favorables; lo invaso, al menos por mi experiencia, es menos
frecuente.
El mayor interés de la transferencia lateral reside en la línea
de división que desvía los impulsos hostiles y los impulsos “favo­
rables”, los impulsos sexuales y los impulsos narcisistas. Tales es­
cisiones no se conciben, por otra parte, más que en razón de las
oposiciones conflictivas reveladas en y por la transferencia, pero
sería equivocado, me parece, considerar necesariamente a la
transferencia lateral como perjudicial al proceso analítico; es una
manifestación ineluctable de la resistencia.
Es evidente, sin embargo, que si el índice de realidad que ne­
cesariamente la sostiene es demasiado elevado, la transferencia
lateral puede devenir una suerte de actuación permanente, pero
en este caso, es el conjunto de la estructura lo que hay que con­
siderar, de manera que esta lateralidad no es sino una manifesta­
ción como cualquier otra de un rechazo del mundo fantasma-
tico.
El efecto contratransferencial corre el riesgo de avalar esta
‘lateralidad” considerando como un cisma lo que a menudo no
es sino una dicotomía.
Llegamos ahora a la última de las categorías formales consi­
deradas: la de transferencia directa/indirecta.

Transferencia directa e indirecta

Dicha oposición podría sustituirse válidamente por esta otra:


mediata/inmediata, si las connotaciones temporales de esta última
no ofrecieran el riesgo de acarrear cierta confusión.
272 MICHEL NEYRAUT

Sería totalmente ilusorio pretender interpretar los fenómenos


de transferencia sin hacer intervenir lo que Freud llama muy
banalmente: “la situación psicológica”.
Por esta expresión, Freud entiende que cualesquiera que sean
los problemas “evocados” en el análisis, cualesquiera que sean los
asuntos relatados y los modos según los cuales ellos se emparen-
tan con tal o cual categoría psíquica: sueño, fantasmas, recuerdo,
ideas, tensiones, intenciones, en resumen, todo el “contenido” de
las sesiones está subordinado al hecho de aparecer en una “situa­
ción psicológica”, es decir de ser “destinado” a alguien: en otros
términos, la situación analítica comporta una situación psico­
lógica.
Esta situación psicológica es una realidad, realidad relativa con
relación a la situación analítica en general, aun cuando esta
realidad fuera establecida, medida, codificada, puesta en escena
por el analista, porque estime que los fenómenos inconscientes,
para aparecer, tienen necesidad de esas condiciones, porque esti­
me que esas condiciones son más cómodas para él.
"Yo no soportaría ser mirado durante ocho horas (o más) por
día.” 2
Esta situación pone al paciente y a su analista en la obliga­
ción de estar entre sí en una cierta “relación psicológica”. La
situación psicológica es real y está codificada, en ciertos aspectos
es el elem ento real de la situación analítica.
La situación analítica es un concepto más vasto que el de situa­
ción psicológica y, en ese sentido, engloba no solamente a esa
realidad sino a todos los elementos psíquicos que van a desenvol­
verse en el interior o fuera de la contingencia que es la realidad
psicológica ; la situación psicológica es un acontecimiento.
Pero si ahora nos colocamos en el punto de vista de la reali­
dad, de la concretcz del acontecimiento inclusive, es la “situación
psicológica” lo que va a superar y englobar a la situación analí­
tica, de manera que ésta asumirá el papel de contenido y la situa­
ción psicológica el de continente.
De allí se concibe que puedan plantearse problemas de ade­
cuación/inadecuación; concordancia/discordancia; complementari-
dad/disparidad; similitud/desemejanza; entre esas dos situaciones
consideradas ora como continente, ora como contenido.
2 S. Freud, D e la technique psychanaltjtiqxie, París, P.U.F., pág. 93.
LA TRANSFERENCIA 273

Se concibe también que el índice de realidad, al desplazarse de


una a la otra, las determinará como continente o como contenido.
La transferencia es entonces un agente mediador entre esas
dos situaciones, puesto que la “situación analítica” puede depen­
der a la vez de los contingentes hic et nunc de la realidad, de
las particularidades reales y circunstanciales de la cura, pero que,
por otra parte, la transferencia al desplazar sobre esos elementos
contingentes las representaciones de los conflictos infantiles los
modifican considerablemente o incluso los fundan.
Cuanto más intensa es la transferencia, más inconsciente es,
y más la situación psicológica pierde su índice de realidad y no
deviene sino el reflejo del desplazamiento fantasmático operado
por la transferencia. Se pasa de un índice de realidad contingente
a un índice de realidad psíquica.
La mezcla de desplazamientos fantasmáticos transferenciales,
de la realidad y de las recaídas de la realidad en la transferencia
y de la transferencia en la realidad, se opera en la situación
psicológica.
Esta situación psicológica deviene el lugar de enfrentamiento,
de negociación, de mutación, de transformación. . . , en suma, el
campo dialéctico de las oposiciones que nacen de esa mezcla.
Ese campo es el que asignamos topológicamente a la transferen­
cia directa.
La transferencia directa es el lugar de la demanda.
Freud, en sus Obseroations sur l’amour de transferí (Observa­
ciones sobre el amor de transferencia) habla con cierta altura de
“esas mujeres que sólo son accesibles a la lógica de la sopa y al
argumento de la croqueta”,3 estigmatizando con ello a seres de
pasiones elementales a quienes las compensaciones no satisfacen
y que reclaman inmediatamente satisfacciones sexuales que ellos
no pueden satisfacer.
Todo parece digno de interés en estas observaciones sobre el
amor de transferencia, sobre todo en lo que concierne a la suerte
de la realidad en la cura, se trate de la metáfora oral empleada
tanto como del aparente desprecio de Freud, como de la categoría
clínica así aprehendida.
En lo que concierne a la categoría clínica, lejos de encontrar

3 S. Freud, De la technique psychanalytique, en Observations sur l’amour


de transferí, trad. Anne Bermann, París, P .U .F., 1953, pág. 125.
274 MICHEL NEYRAUT

excepcional esta demanda inmediata de satisfacción, muy por el


contrario ella me parece ser si no la regla, al menos de lo más
frecuente; en todo caso parece totalmente imposible poner sobre
le mismo plano una primera categoría de “analizandos” que desde
las primeras sesiones demandan comer, reclaman satisfacciones
sexuales inmediatas, quieren recibir los libros de la biblioteca,
demandan inmediatamente al analista se le confíen sus niños, en
resumen, exigen hic et nunc las pruebas más tangibles de un amor
único y soberano, y una segunda categoría que por el largo ro­
deo del análisis llega a formular las mismas demandas, pero afec­
tadas de un índice de virtualidad que las confina a un enésimo
grado.
La situación contratransferencial es muy diferente frente a ma­
nifestaciones de una transferencia directa o indirecta.
El papel de paraexcitación de la contratransferencia se mani­
fiesta por la tentativa de derivar las emociones directas para trans­
formarlas en representaciones directas e inversamente de inter­
pretar en la actualidad, en el registro dialéctico inmediato las
representaciones correspondientes a los conflictos infantiles.
La noción de “principio de realidad” debe entrar en juego, en
cuanto introduce la de “renunciamiento”. Es evidente que la de­
manda inmediata, la transferencia erótica, de entrada constituye
una superior resistencia a la eclosión de la transferencia indirec­
ta, desechando todo renunciamiento, toda postergación; en esto se
emparenta más con el estilo de los procesos primarios que con un
principio de realidad sostenido.
Pero es doble el problema de saber por qué la transferencia
directa se aferra así a la realidad. ¿Se trata de una imposibilidad
de renunciamiento, de una subordinación total al principio de
placer inmediato o de una profunda incapacidad de establecer un
lazo simbólico entre una situación erótica infantil y la realización
de una satisfacción inmediata?
Es preciso entonces comprender que esa transferencia directa
en sí misma no es más que el reflejo de una transferencia indi­
recta.
El amor de transferencia, dice Freud,
“no es más que un conjunto d e réplicas y de clichés d e ciertas
situaciones pasadas y tam bién de reacciones infantiles” *
4 S. Freud, D e la lechnique psychanalytique, en ob. cit-, pág. 126.
LA TRANSFERENCIA 275

da Freud como argumento de la “inautenticidad” de este amor


de transferencia el hecho de que las pacientes enamoradas de su
analista, si realmente lo amaran, deberían renunciar a sus exigen­
cias inmediatas para consagrar sus esfuerzos al cumplimiento de
la cura.
¡Ay!, bien pobre es el argumento y, para colmo, cae en la
contradicción: •
“Nada nos permite negar al estado de enamoramiento qu e apa­
rece en el curso del análisis, el carácter de un amor verdadero.” 5
En definitiva, el amor de transferencia y el amor a secas tienen
en común a los ojos de Freud que son tan locos el uno como
el otro.
Sin embargo, y paradójicamente, el amor de transferencia sería
aun más irrazonable. Por una parte es provocado por la situación
analítica, por otra “la resistencia que domina la situación lo inten­
sifica más”; y por último:
“Teniendo muy poco en cuenta a la realidad, dem uestra ser
más irrazonable, menos preocupado por las consecuencias, más
ciego en la apreciación d el ser amado."
En suma, puede reconocerse en él lo que se dice del hijo de
Bohemia . . . “que nunca conoció leyes”.
Freud va derecho al grano: la paciente quiere quebrar la auto­
ridad del médico rebajándolo al nivel del amante (pág. 120).
Desde ese momento, la respuesta será difícil.
No es cuestión de apoyarse sobre la pura y simple moral co­
rriente cuyo origen conocemos demasiado bien, así com o. . . su
oportunidad; tampoco es cuestión, desde que la paciente ha he­
cho confesión de su transferencia amorosa, de invitarla a sofocar
su pulsión, de renunciar y sublimar dicha pulsión:
“Todo ocurriría entonces como si, después d e haber forzado
a un espíritu, con ayuda d e ciertos hábiles conjuros, a salir d e los
infiernos, en seguida lo dejáramos descender de nuevo sin haberlo
interrogado. . . : los sublimes discursos, como todos sabem os, tie­
nen poca acción sobre las pasiones.” 6
Sería aun peor la solución intermedia consistente en pretender
compartir los tiernos sentimientos pero evitando toda manifesta­
ción física; eso sería, dice Freud, una mentira y además peligro­
276 MICHEL NEYRAUT

sa, porque: ¿podemos estar tan seguros de que jamás traspasare­


mos los límites que nos hemos fijado?
Qué queda entonces, sino oponer la ilusión a la ilusión, utilizar
la ilusión e interpretar la ilusión.
Estas prescripciones de Freud suelen hacer sonreír. . . ; pero
nos equivocamos, porque una vez planteado el problema en esos
términos, y precisamente la transferencia directa lo plantea siem­
pre en esos términos, cómo resolverlo sin oponer al engaño de
la transferencia otro que es el de la contratransferencia.
La superación de esta oposición no puede ser comprendida sino
d e antemano, la precesión de la contratransferencia no es ya aquí
un accidente sino una necesidad, lo que explica que Freud pre­
venga al neófito.
En cuanto al esquema del hombre advertido y la mujer seduc­
tora que hoy hacen sonreír. . . sabiendo, ¿pero gracias a quién?
Los rodeos de la bisexualidad psíquica y las trampas de la homo­
sexualidad, incluso el predominio estadístico de mujeres analis­
tas . . . ; podemos observar que aquí Freud es un ejemplo, por
cuanto habla desde su lugar y el pensamiento contratransferen­
cial no puede captarse sino desde su lugar.
Esta posición esquemática y, para algunos, simplista, tiene sin
embargo el mérito de asignar a la ilusión el papel de situar en
otra parte que en el enunciado del deseo el lugar del sujeto.
La transferencia directa es el inconsciente sin comillas.
Las comillas en cuestión no están al alcance de todo el mundo;
suponen, en efecto, que no solamente los elementos transferidos
sean concebidos como pudiendo ser simbólicos, sino que además,
el desplazamiento mismo sea revelador de un simbolismo endo-
psíquico.
Los border Unes y los neuróticos de carácter encuentran aquí
el escollo de su analizabilidad. Si la transferencia directa acapara
la realidad al punto de hacer imposible todo recurso a la iclea
misma de un desplazamiento, ningún análisis en sentido estricto
será posible, sólo será posible, en el interior de la transferencia
directa, “negociar” cambios de rol, pero no llegar al develamiento
eficiente de un verdadero movimiento transferencial.
Esa transferencia directa, no siendo más que un reflejo de la
transferencia indirecta, es decir, de un rodeo por otras figuras
arcaicas, sólo puede prendarse de la realidad porque en otro tiem-
LA TRANSFERENCIA 277

po se prepdp. de otra realidad; o, más exactamente, de otra


ilusión.
La partición del “Yo” deja indivisa la herencia de los duelos
que sin embargo lo constituyeron.
O bien el polo nostálgico de la transferencia lo arrastra a des­
plazar y reeditar las posibilidades de una nueva interrogación,
o bien ]a negación de esos duelos, esta vez completa, escinde
al Yo en dos partes definitivamente separadas, al punto de que
una no pretende constituirse “sino en la pequeña felicidad del
objeto”.
En este caso, que se reduce a la transferencia directa, la repre­
sentación de un destino inhibe al fantasma de todos los otros
destinos posibles.
Este libro se terminó de imprimir en
Imprenta Velo$oy
General Pirán 428, Tapiales, Prov. de Bs. As.,
en el mes de marzo de 1976.

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